lunes, 4 de diciembre de 2023

EFFETA

 

 

EFFETA

 


 EFFETA 

Jesús pasaba por el territorio de la Decápolis cuando le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le rogaron que pusiera su mano sobre él. Jesús se llevó al hombre aparte de la gente y, cuando ya estaban solos, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y exclamó Effeta que significa ábrete. Al punto se le abrieron los oídos y se le desató la lengua y pudo oír y hablar correctamente. La gente quedó llena de asombro y decía: Este lo ha hecho todo bien. Hasta ha hecho que los ciegos vean, los sordos oigan y los mudos hablen (Mc 7, 31-37) 

 


Introducción: 

Para inicio del Adviento hemos querido comenzarlo con una exposición de cuadros figurativos de la artista española Puerto García Sierra sobre el tema de "puertas abiertas" dentro de un programa denominado Templum, Effeta 

Tomando esta última palabra Effetá es la que pronuncia Jesús frente al hombre que había perdido la capacidad de ver, oír y hablar. Este tiempo de Adviento es un tiempo para abrir las puertas, los corazones, los oídos, la boca. los ojos y poder contemplar, reconocer y alabar a Dios autor de tanta grandeza, de tanta belleza. 

Comencemos por una breve explicación a este tramo del Evangelio que hizo el papa Benedicto en el Ángelus del domingo 9 de septiembre de 2012:

En el centro del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) hay una pequeña palabra, muy importante. Una palabra que, en su sentido profundo, resume todo el mensaje y toda la obra de Cristo. El evangelista san Marcos la menciona en la misma lengua de Jesús, en la que Jesús la pronunció, y de esta manera la sentimos aún más viva. Esta palabra es «Effetá», que significa: «ábrete».

Veamos el contexto en el que está situada. Jesús estaba atravesando la región llamada «Decápolis», entre el litoral de Tiro y Sidón y Galilea; una zona, por tanto, no judía. Le llevaron a un sordomudo, para que lo curara: evidentemente la fama de Jesús se había difundido hasta allí. Jesús, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua; después, mirando al cielo, suspiró y dijo: «Effetá», que significa precisamente: «Ábrete». Y al momento aquel hombre comenzó a oír y a hablar correctamente (cf. Mc 7, 35).

He aquí el significado histórico, literal, de esta palabra: aquel sordomudo, gracias a la intervención de Jesús, «se abrió»; antes estaba cerrado, aislado; para él era muy difícil comunicar; la curación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse de modo nuevo.

Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón».

Esto es lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta pequeña palabra, «Effetá», «ábrete», resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás.

Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos del recién bautizado, dice: «Effetá», orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, la persona humana comienza, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.




Ojos para ver

El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz (Is 9,2) Jesús se presenta como luz del mundo: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8,12). La luz estaba en el mundo desde el principio, pero los hombres prefirieron la tiniebla a la luz: Han cerrado y endurecido sus ojos incapacitándose para ver, de tal manera que sus ojos no pueden ver (Jn 12, 40). 

Cuando el hombre no se abre a la luz y se cierra en su increencia, se pierde la visión y el mundo se oscurece. Viviendo el hombre sin fe, como si Dios no existiera, la vida pierde su color y su sabor, la existencia se hace anodina y falta de sentido. El eclipse de Dios lleva al hombre a un eclipse de sentido. Una gradual desconexión con Dios provoca una ceguera espiritual que nos lleva a la inconsciencia y falta de sensibilidad. Se pierde el sentido de la verdad, del bien y de la belleza. 

Los ojos los hicieron para ver, para mirar, para contemplar la belleza y alabar a Dios por su grandeza. ¿Para qué quieres los ojos si no puedes ver, si has dejado de mirar y de extasiarte ante la belleza? ¿Para sirve la belleza si no la contemplamos? 

Esta es una de las derivas en las que vivimos. A todo le buscamos utilidad y lo que no nos es útil, no vale, no sirve. Hemos perdido el ser profundo de las cosas. La belleza no sirve o hemos hecho de ella una cosa servil, comercializando la belleza con estereotipos vacíos. Que pena que no logremos captar , gozar de la belleza. Detente ante todo cuanto te rodea y abre tus ojos para percibir al Artífice de tanta belleza.

 


Dios y la belleza 

Creó Dios al ser humano, a imagen suya lo creó y lo bendijo diciendo sed fecundos, fructíferos y multiplicaos… ved que todo lo he puesto a vuestra disposición… y vio Dios cuanto había hecho y vio que era bueno, agradable a sus ojos, que todo estaba muy bien. (cf. Gn 1, 27-31). 

Dios es el autor de todo y todo lo hizo bello, bueno. Dios quiso que el hombre pudiera contemplar y gozar de toda la belleza con que adorno el ser humano y toda la creación. Del mismo modo que uno, puede contemplar la belleza de todo lo creado, uno puede descubrir la belleza del amor de Dios. ¿De dónde emana la fuerza de atracción de la belleza? ¿Qué nos cautiva y atrae de las cosas que amamos? 

La belleza tiene un poder atractivo y seductor. La belleza nos seduce porque nos atrae con vínculos de amor no es posible amar otra cosa que lo bello. ¿Qué es el hombre que lleva en sí mismo un deseo tan poderoso que supera su naturaleza?. El hombre desea y anhela más de aquello a lo que el hombre puede aspirar. 

Nos podíamos preguntar ¿Cuál es el objeto de nuestra belleza? o mejor ¿Quién el el autor de tanta belleza?. Igual que existe la vía amoris existe la vía pulchitrudinis. La Via pulchritudinis se presenta como un itinerario privilegiado para llegar a muchos que experimentan grandes dificultades para acoger la enseñanza, sobre todo moral, de la Iglesia. Con demasiada frecuencia, en estos últimos decenios, la verdad se ha resentido de la instrumentalización a que la han sometido las ideologías y la bondad se ha visto reducida a su dimensión horizontal, a mero acto social, como si la caridad hacia el prójimo pudiese vivir sin extraer su propia fuerza de Dios. El relativismo, que halla en el pensamiento débil una de sus expresiones más claras, contribuye, por lo demás, a dificultar un debate auténtico, serio y razonable.

La Vía de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación. Esta belleza sigue invitando hoy a los Agustines de nuestro tiempo, buscadores incansables de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la belleza sensible a la Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo, Artífice de toda belleza.

 


Una belleza que quedo oculta a nuestros ojos 

El Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. El era la luz y la fuente de la verdad y de la vida. En el mundo estaba porque el mundo fue hecho por él, pero el mundo no le reconoció. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. (Jn 1, 1-14) 

Dios creó al hombre para que el hombre libremente lo pudiera conocer, amar y servir. Dios puso al hombre con la capacidad de conocerlo y alabarlo. La prueba de su existencia de su bondad y belleza la tenemos al alcance de nuestros ojos a través de la creación y sin embargo no somos capaces de ver a Dios y de ver la bondad y belleza inscrita en cada creatura. 

¿Qué pasa que al hombre que rodeado de tanta belleza esta parece quedar oculta a sus ojos?. Nos hemos quedado ciegos. Hemos perdido la capacidad de contemplarla. ¿Por qué el mundo esta como está lleno de injusticia, maldad, mediocridad, vulgaridad? ¿Qué nos ha pasado? A pesar de haber visto tantos signos prodigiosos con sus propios ojos no le reconocieron, no creyeron en él. Según predijo el profeta Isaías: Dios ha oscurecido sus ojos y endurecido su corazón, de tal manera que sus ojos no ven y su inteligencia no comprende. (Jn 12, 37-40)



 

Ojos para ver y contemplar 

Por la belleza, la grandeza de las criaturas se llega por analogía a contemplar a su Autor. Pero los hombres no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven, atendiendo a las obras, al Artífice de todas ellas. (cf. Sabiduría 13, 1-5) 

Partiendo de la creación la razón humana puede llegar a descubrir a través de las cosas creadas las perfecciones invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad (Rm 1, 18). ¿Qué nos pasa entonces que no lo vemos? ¿Qué nos pasa que en lugar de seguir los designios de Dios de bondad, de verdad, de justicia, de unidad, de paz hemos preferido seguir nuestro antojo y libre albedrío para rebosando de injusticia y maldad cometer toda clase de agravios? 

Hoy tenemos atrofiadas la capacidad y la sensibilidad para saber mirar. Precisamos aprender a mirar para aprender a vivir somos las únicas criaturas capaces de contemplar gozarnos extasiarnos. El hombre busca la verdad, el bien, la belleza. No solo hemos de cultivar la razón. Creyéndose sabios se volvieron insensatos. La verdad, el bien y la belleza está en unidos hemos nacido para contemplar la hermosura. De la contemplación surge la admiración, la adoración. 

San Agustín en Las confesiones nos ofrece, en canto apasionado, su actitud exultante ante el hallazgo de Dios como Amor y como Hermosura: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Me retenían  lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serian. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y me abrasé en tu paz.” 

No nos cerremos a la luz, no nos acostumbremos a la rutina, no atrofiemos la capacidad de mirar de contemplar, de asombrarnos de la belleza. Nuestros ojos quedarán ciegos y por más belleza que pase a nuestro lado no la no lo veremos. 

Se trata de descubrir la belleza la belleza que se expande en toda la creación y qué culmina en la redención la belleza que salvará al mundo abramos nuestra alma la belleza que nos circunda. No se trata solamente de la belleza exterior sino que debemos abrirnos a la belleza interior. Hay una belleza que nos impulsa hacia afuera hacia arriba y una belleza que nos mueve hacia adentro. 

Los pájaros cantan y vuelan y nos remiten a una belleza que se eleva hacia arriba. El agua del riachuelo también canta y nos remite hacia abajo a una belleza que es mucho más honda que el agua, la hondura que reposa en cada criatura. Los pájaros cantan y también el riachuelo, y las flores a su vera porque encierran en su ser una canción de cuna con la que Dios mece y abraza toda la creación. La belleza de las obras nos remite a la belleza del Creador. La contemplación de la belleza que reina en toda la creación nos remite al orden y la armonía de todo lo creado.

 


Despertar, abrir los ojos para contemplar 

En el Salmo 8 canta el salmista lleno de estupor: Señor dueño nuestro que es el hombre, el ser humano… para crearlo con tal perfección… lo coronaste de gloria y dignidad y todo lo sometiste bajo sus pies. (Sal 8, 5-7) Somos invitados a contemplar la hermosura de cada creatura y en especial la hermosura del hombre, obra cumbre de la creación. 

En una creatura imperfecta como es el ser humano Dios lo hizo capaz de brillar con su bendición. Somos una pequeña creatura pero objeto de todo su amor. ¿Qué es el hombre?, le hiciste capaz de recibir tu atención y predilección divina, creándolo solo un poco inferior a los ángeles. 

¿Qué es el ser humano obra de tus manos para coronarlo de gloria y dignidad? No solo lo rodeaste de cariño creándole semejante a ti, sino que aún cuando perdió tu amistad por su desobediencia lo redimiste enviando a tu Hijo. ¿Qué es el hombre para merecer ser rescatado con la sangre de tal Redentor, para ser tasado con la vida del Redentor? 

Hay una belleza interior que a menudo queda invisible a los ojos. Como decía Antoine de Saint-Exupéry en su librito del “Principito” lo esencial es invisible a los ojos. 

El Principito piensa que la suya es una vida insignificante, anodina, sin valor y sin sentido… El Principito no se ha dado cuenta aún de que algo, o alguien, es “único”, no por no tener semejantes, sino por la existencia de vínculos de intimidad, confianza y fidelidad… Seguramente, piensa que su vida no vale porque aún no ha aprendido a “ver con el corazón”. (Antoine de Saint-Exupéry, El Principito p. 20)




Ver con el corazón.

El hombre mira la apariencia pero Dios mira el corazón (1 Sam 16, 7). Al hombre le parecen rectos todos sus caminos. Dios es quien discierne los corazones. (Prov 21, 2) No podemos quedarnos en las apariencias de afuera sino que hemos de entrar en el interior para saber ver la luz del Espíritu. Abrir los ojos a la hermosura infinita para percibir con el alma la hermosura de Dios.

La nostalgia de infinito inscrito en el corazón humano y el don maravilloso de poder corresponder a su amor, no se le da hecho, sin más y sin esfuerzo, a la criatura humana. La fuente mana agua viva sin pausa, pero no es posible beberla sin al menos agacharse humildemente y llevarla a los labios con el cuenco de nuestras manos. Pero hasta esto es don. En una carta cerrada, una religiosa contemplativa le decía a Thomas Merton: “Y no es que desconfíe: espero, creo, y amo. Con una obstinación inquebrantable y muda... pero Él calla en mi vida.”

 


La belleza precisa ser rescatada 

Tomemos uno de los poemas de Ernestina de Champoucin que se asemejan mucho a los de la noche oscura de San Juan de la Cruz: 

(Primera estrofa): 
Solo por aquel momento
Y aquella luz en la noche
Aquella presencia a oscuras…
Aquella contigüidad
Más estrecha que un abrazo
Aquella angustia trocada
En lumbre de amaneceres…..
“Hazme de nieve, Señor,
Para los goces humanos,
De arcilla para tus manos,
De fuego para tu amor”
 
(Segunda estrofa) 
Comprende Tú mi agonía.
Dios cuya angustia pedía
El alivio de una fuente.
Dame ese sorbo caliente
Que fluye de tu lanzada.
Prefiero verme abrasada
En el fuego de tus venas
Que exprimir a duras penas
Mi pobre fuente agotada.
Mátame pronto, Señor
Y protégeme en la huida.
Borra ya la desmedida
Codicia de mis pasiones.
Dómame Tú los leones
Que me desgarran el pecho
Y dame para mi lecho
Un almohadón de oraciones.
 
(Tercera estrofa)
 Enséñame en lo oscuro, en el hosco desierto,
 en donde te han buscado los que saben hallarte.
En la desolación del desdén y el olvido,
en la sima inefable del más puro abandono.
Pero tu voz se pierde y se extingue todavía.
En la selva apretada de los vanos clamores.
¿Cuándo será tu acento más firme y poderoso
que el murmullo incesante de mis propios engaños?
¿Cuándo sabré escucharte sin que un eco me ciegue,
conservando la huella de tu verbo en mi alma?
Enséñame a callar y a entenderte en lo hondo
Y que nazca tu luz, Señor, en mi silencio.
 

Para Ernestina Dios es presencia, pero a oscuras. Su poesía recoge las zozobras y fracasos de quien va caminando hacia Dios pero en noche oscura. “En medio de esta dialéctica de ausencias y de encuentros, de silencios y de voces, de postraciones y de exaltaciones, etc., se materializa y adquiere su sentido pleno la denominada poesía del amor divino, al asumir como temática central de su poesía una de las variantes del amor humano: el amor divino como plenitud y eternidad”. 

Su poesía refleja el combate contra sí misma, consciente de que en nosotros mismos se encuentra el muro mayor que nos aleja del encuentro amoroso con Dios mismo. La renovación religiosa pasa por el encuentro personal con Cristo “esa herida irremediable” que ocurrió en un instante prodigioso: La plenitud del encuentro con Dios no consiste en que hablemos con Dios, sino en que Dios nos hable y nosotros seamos capaces de escucharlo desde nuestro silencio.

La clave será el “hacia dentro” de nuestros místicos mayores (Sta Teresa, San Juan de la Cruz). Senda que exige pasar por la etapa purgativa, despojarnos de nuestras envolturas falaces, inertes  y renunciar a una verborrea inútil que en vez de acercarnos nos aleja de Dios. No es suficiente saber. La fuerza testimonial la encuentro en la conciencia de su impotencia: tu voz se pierde entre “vanos clamores”. Tu acento ha de ser más poderoso que mis engaños, sin que ningún eco me ciegue. 

La primera estrofa nos habla de este despojo interior (etapa purgativa). El pozo en que yo bebía se agostó súbitamente. Con ciertas resonancias teresianas, nos dirá: Si hay que morir a la vida Para nacer a tu amor. 

En la segunda estrofa nos acerca a la etapa iluminativa, a los requisitos para que el mismo Señor, nos enseñe en lo oscuro: desierto, desolación, desdén, olvido. Más aún: “En la sima inefable del más puro abandono.” 

En la tercera estrofa se va desvelando el misterio. (Etapa unitiva) Enséñame a callar de veras, hacia dentro… Pero tu voz se pierde y se extingue todavía. En la selva apretada de los vanos clamores. El poema se cierra con el deseo central: “Y que nazca tu luz, Señor, en mi silencio.” 

Todo el universo es un anuncio resplandeciente de la existencia de Dios. La belleza de todo lo creado es una escuela diaria para que nuestra mirada se vaya adaptando a la sublime belleza que nos espera en el cielo. 

El pintor Pedro Berruguete confesaba en sus cartas familiares que los colores de los cielos y de la tierra son el rostro de Dios. La hermosura de las criaturas, con una finalidad desinteresada, no tiene otra causa que la de esponjar el corazón humano por encima del utilitarismo y practicismo dominante. 

Contemplar un amanecer o un atardecer o un almendro o un cerezo en flor o las cumbres nevadas frente a un azul prístino te recuerdan sin palabras, que no sólo de pan vive el hombre. Toda la poesía, todo el arte verdadero es un canto a la creación, incluso cuando lo hace en forma de llanto o elegía o de dolor. Un canto a su Creador. 

Qué son en pintura o en poesía los paisajes, las ninfeas, las miríadas de lucecitas de un cielo estrellado, sino un suspiro consciente o inconsciente por el cielo. No es ocasión para reconocer la gran obra de la creación que alaba al Creador. 

Somos objeto de la predilección divina, de la amistad divina. Si tuviéramos que seleccionar una noticia que iba a interesar a todos los pueblos y a todas las razas de la tierra, escribiríamos con letras indelebles: “Dios ama a cada uno de los seres humanos con amor de benevolencia. 

La buena nueva que nos anuncia el Evangelio es que El Verbo De Dios se ha hecho hombre y ha venido a morar con nosotros. Dios que es Amor se hizo carne para que lo pudiésemos ver, contemplar. Cuantos lo recibieron y creyeron en él les concedió llegar a ser hijos de Dios. Vivir en amistad, en intimidad con Él.

 


La belleza se nos manifestó 

A Dios nadie le vio jamás pero su Hijo que es Dios y vive en intimidad con Él nos lo ha dado a conocer. Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera conocer a Dios. (cf. Jn 1) 

Si grande es la noticia del amor que Dios nos tiene, es todavía mayor, si cabe, que los seres humanos tengamos capacidad de amarle. ¿No parece imposible, que el amor, que iguala a los amantes, pueda poner en parangón dos seres tan opuestos como son la infinitud y la nada? Quizás uno pueda reverenciar, pueda admirar, pueda venerar, pero se escapa a nuestra comprensión que el ser humano pueda ser capaz de amar, con amor de benevolencia, a su Creador. ¿Puede amar el gusano la mano que lo sustenta? 

Pues, maravilla de las maravillas. La buena nueva que nos enseñó con su palabra y con su vida Nuestro Señor Jesucristo, el Dios que tiene corazón, es que no solo podemos amar a Dios, sino algo más sublime, podemos ser amigos de Dios. Bien sabéis que el amor de amistad es el fundamento de todos los demás amores. Así lo expresó nuestro Señor en la Última Cena (en su testamento de amor): 

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”.( Jn 15:14-15) 

El que tiene un amigo tiene un tesoro. ¡Qué afortunado es aquel que tiene amigos! Prefiero perder mis bienes materiales en vez de mis amigos. Jesús, el Hijo del Dios vivo, es mi mejor amigo porque él ha hecho por mí lo que ningún otro amigo ha hecho o puede hacer. La amistad supone intimidad y correspondencia. 

Y este es el asombroso misterio, la belleza inaudita: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal 8) Dios es amigo del hombre y para colmo de bienes yo puedo ser amigo de Dios. Hemos venido a este mundo para aprender a amar, a Dios y al prójimo y con esto alcanzar la vida eterna del cielo. Dicho de otro modo, con palabras de San Ignacio: 

El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la Tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la persecución del fin para el que es creado.”

 


 La ambigüedad de la belleza 

Existe una belleza que puede salvar al mundo y otra que puede perderlo. Un signo claro de la ambigüedad de la belleza es que junto a su exaltación se da la degradación.  La cultura agnóstica y atea que nos rodea, con el rechazo explícito de Dios autor de la belleza hace un verdadero insulto a la belleza hasta tal punto que podemos hablar de la muerte de la belleza del mismo modo que se ha hablado de la muerte de Dios. 

Es la belleza en sí misma la que queda así desmitificada y ultrajada. como dice al comienzo de la colección de sus poesías Rimbaud “una temporada en el infierno”: una noche senté a la belleza sobre mis rodillas y la encontré amarga y la injurié. Ese insulto conduce en el arte a la representación provocadora de objetos feos. Hoy es común el recurso complacido y gratuito de una belleza envilecida, grosera. El mal vuelve a la belleza profundamente ambigua. La belleza ejerce su fascinación convierte el alma humana a su culto idolátrico, usurpa el sitio del Absoluto con una extraña y total indiferencia hacia el bien y la verdad. Si bien la verdad es siempre bella, la belleza no siempre es verdadera. 

¿A qué se debe esta ambigüedad, cuál es su causa? La ambigüedad nos saca fuera del camino. Precisamente esa luz que debería guiarnos hacia la felicidad, la ambigüedad de la belleza, lo deriva al pecado. Eva fue seducida precisamente por la belleza del fruto prohibido. Eva vio que el fruto era hermoso de ver y deseable (Gen 3,6) 

La ambigüedad de la belleza hunde sus raíces en la misma naturaleza compuesta del hombre que comparta el elemento material y otro y inmaterial, algo que le lleva a la multiplicidad y algo que tiende en cambio a la unidad. Es el mismo Dios el que ha creado lo uno y lo otro a la vez, en unidad profunda. Sin embargo no lo hizo en una situación estática sino para que mediante el ejercicio concreto de su libertad decidiera el mismo en qué dirección iba a desarrollarse hacia lo alto, hacia lo que está por encima de él o hacia abajo. hacia lo que está por debajo de él, hacia la unidad o hacia la multiplicidad. 

La belleza que captamos en esta vida es fragmentaria. Las mismas obras maestras no son en realidad más fragmentos de belleza. Así lo demuestra su variedad. Es una belleza transitoria. 

La belleza creada puede volverse para el hombre la tumba en vez del campo de ejercicio de su libertad por qué reduce al hombre y lo esclaviza es algo así como la droga. La caída desde el nivel de la belleza espiritual a la materia tiende a repetirse después en el interior de la misma criatura. 

La belleza ha sido condenada a la caducidad y espera ser liberada. La creación entera se instrumentalizó quedando presa de la corrupción y espera con impaciencia que Dios descorra el velo de su gloria (Rm 8, 18-22). Todas las cosas se quedaron como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir y glorificar a su autor. quedaron como aplastadas, desfiguradas, aplastadas por la opresión y descoloridas por el abuso que hicieron los servidores de ídolos. La belleza para salvar al mundo necesita antes ser salvada ella misma. La redención de Cristo se extiende en efecto también a la belleza. Jesús ha redimido la belleza privándose de ella por amor.

 


La belleza pide ser redimida 

Existe una belleza efímera falsa falaz que ciega y no hace valorar al hombre no hace salir al hombre de sí mismo para abrirlo al éxtasis de elevarse a las alturas. Se trata de una belleza falsa que lo aprisiona totalmente y lo encierra en sí mismo. Es una belleza que no despierta a la nostalgia por no indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, el abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer. Oh Jesús velado ahora en mi corta mirada, un día podré ver tu rostro sin velos.

Hay un himno que se reza en este tiempo de Adviento:

Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.

Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.

Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé que llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.

Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará. 


¡Qué anhelo más grande se esconde en nuestro corazón, el de sintonizar con las ondas de las canciones que entonan tus creaturas. Señor ábreme los labios para que mi boca pueda proclamar tu alabanza. Empezar cada día con este anhelo, entrar en tu ritmo, percibir tu latir, elevarme hacia ti. El ritmo de la alabanza, su melodía, ya sea a solas o en coro, me conducen a mi propia interioridad que anhela encontrarte, percibirte. Toda mi alma tiene sed de tí.

Mi corazón percibe las ondas del mundo verde que aparece en mí, un verde de esperanza que me ilusiona siempre para andar por los caminos con la lámpara de la esperanza, viva en mi ser y en cuantos me rodean. Haz, Señor, que mi mirada no se ciegue ante tentaciones fáciles, sino que, guiada por tí en todo situación, luche ardientemente para estar a tu lado, como el mejor amigo de mi alma.

Noto que cuando te olvido, mi ser va a la deriva; no tiene rumbo, se siente perdida, deprimida. La razón no es otra que la de sentirme alejado de ti. Dame luz abundante para que anegue de luminosidad, la que procede de tí.

 


La belleza que hiere
 

Dios nos atrae hacia sí y abre en nosotros la herida del amor que nos hace caminar al encuentro con él. ¿Cómo se reconcilia lo bello y lo despreciable? A Cristo despreciado y maltratado no le queda ninguna belleza exterior. En Cristo crucificado la belleza de la verdad incluye el desprecio y la ofensa el dolor, incluso el oscuro misterio de la muerte. 

Solo se puede encontrar la belleza aceptando el dolor. La belleza del Crucificado hiere y la profundidad de la herida revela cuál es la intensidad del deseo que deja entrever.

El hombre que ha perdido la perfección original busca perennemente la forma primigenia que le sane. El recuerdo y la nostalgia lo inducen a la búsqueda y la belleza lo arranca del acomodamiento cotidiano. 

La belleza hiere pero precisamente de esta manera recuerda al hombre su destino último. El ser alcanzados y cautivados por la belleza de Cristo produce un conocimiento más real y profundo que la mera deducción racional. Los argumentos caen en el vacío. El atractivo de la belleza se suscita no mediante deducciones sino a través del impacto del corazón. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Volvemos a recoger las palabras de un salmo de peregrinación (Sal 41), anhelando entrar en el santuario para ver el rostro del Dios vivo:


Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿Cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»

Recuerdo otros tiempos,
y mi alma desfallece de tristeza:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo.
«Salud de mi rostro, Dios mío.» 

Sí, este es nuestro anhelo más profundo, poder contemplar la belleza del autor de toda belleza y entrar en el canto de alabanza que entona toda la creación. La creación junto con el hombre quedó marchita por el pecado y ansía recuperar su esplendor. Toda la creación espera anhelante la glorificación. Como dice otro de los himnos de la liturgia de las horas:

La bella flor que en el suelo

plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.

De tierra estuvo cubierta,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerta.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.

Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
mas no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.

Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la Cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.


 

La belleza que salva

La belleza crucificada la encontramos en el amor crucificado revelado en Jesucristo. La belleza que brota del corazón herido. El inocente que sufre el infinito dolor del mundo y cree a todos, disculpa a todos, soporta a todos, quiere a todos, la belleza es el amor ha bajado que se compadece de todos. Es la verdad que no se impone sino que se expresa en sí misma callándose, abajándose, humillándose por rescatar a lo despreciable. Es el amor de misericordia, el amor abajado inclinado a la miseria. 

El amor del crucificado nos presenta la belleza como resplandor. El verdadero lugar donde se manifiesta la belleza es en el Verbo Encarnado. En Jesucristo se encuentra la totalidad del misterio fascinante de Dios. Es como un resplandor de luz que disipa la oscuridad del mundo, la oscuridad de la noche y resplandece con todo su esplendor. 

Cristo es el bello por excelencia. El es el resplandor de la belleza divina y la gloria del Padre capaz de encerrar dentro de sí todos los tesoros escondidos de la divinidad. Cuando contemplamos esa belleza, cuando miramos esa profundidad, quedamos pasmados y raptados por ella. ¡Cuál la expresable inescrutable hermosura del amor! ¡cuál la altura la anchura la profundidad del amor de Dios revelado en Cristo Jesús! Pablo nos lo expresa con su deseo de que Cristo habite por medio de la fe en nuestros corazones para que el amor nos sirva de cimiento y así podamos ser capaces de entender en unión con todos los santos cuál largo y ancho cuán alto y profundo es el amor de Cristo, un amor que desborda toda ciencia humana y que colma de la plenitud misma de Dios. (Ef 3, 18) 

Es en Cristo y a través de Cristo donde se da el encuentro con la belleza. Su encarnación es el éxtasis del Dios vivo enamorado de su criatura. En El se da la unión de los contrarios, del que es con el que no es, del creador y la criatura, del santo con el pecador, del inmortal con el mortal. 

En Jesús se cumple lo que proclama el salmo: eres el más bello de los hombres. en tus labios se derrama la gracia (Salmo 44). La gracia derramada en sus labios manifiesta la belleza interior de su palabra. En él se encarna no solo la belleza exterior sino interior, la belleza de la verdad.

 


Cristo la fuente de la luz que ilumina a todo hombre 

Durante la fiesta de los tabernáculos o de las luces, el templo de Jerusalén se iluminaba con las siete llamas del Menorah. Se colocaban cuatro enormes candelabros en las esquinas del templo. Dichas llamas se podían ver desde cualquier punto de la ciudad. Jesús entrando en el templo se declara como la luz del mundo que ilumina a todo hombre. (Jn 8,12)

Jesús dijo a los presentes en el templo que Él que creyera en Él conocería la verdad y la verdad les haría libres. El era libre porque siempre hacía lo que agradaba a su Padre (Juan 8, 29).  Cuando Jesús testificó de su Padre en los cielos, “muchos creyeron en él” (Juan 8, 30). ¿Por qué quedamos esclavizados cuando cometemos pecado? La Luz de Cristo es la energía divina, el poder o influencia que procede de Dios por medio de Cristo y que da vida y luz a todas las cosas. La Luz de Cristo es la irradiación de su gracia y amor que ejerce una influencia para bien en la vida de las personas y las prepara para recibir el Espíritu Santo.

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5,14-16)

Es la invitación a dar el verdadero sentido a la vida, a lo que hacemos cada día; más todavía, a darle el buen sabor de la existencia, el gran regalo que Dios nos ha dado. Es la invitación a ser antorchas. En Él encontraremos la luz para encenderlas, iluminar y dar sentido a nuestro mundo con su gracia. Al tratar de ser como Jesús, las personas también llegan a ser la luz del mundo, porque reflejan la luz de Él (Mateo 5,14).

 

 


La luz tabórica 

Dentro de la tradición oriental, de manera singular, la luz tiene un papel de primordial trascendencia en relación con la vida espiritual. La luz tiene su fuente última en la Trinidad (San Gregorio Nacianceno). Dios, incomunicable por naturaleza, se comunica mediante sus manifestaciones; se da a conocer mediante sus “energías”. La Luz eterna se encarna en Cristo, luz verdadera que ilumina a todos los hombres, luz que brilla en las tinieblas, fuego arrojado en la tierra para que se haga incendio.

La luz de la contemplación es el camino hacia la iluminación plenaria. Los Padres griegos no han dejado de relacionar la teología con la luz divina. San Gregorio de Nisa, por ejemplo, afirma que no hay teología sin contemplación, y esta no se da sin una iluminación interior. Asimismo, los Padres se refieren al progreso espiritual en términos de luz. El mismo Gregorio describe el ascenso del alma que oye una voz que le dice: “te has hecho hermosa acercándote a mi luz”.

En la Transfiguración el Señor mostró su gloria. Pero de poco hubiera valido que Cristo resplandeciese si nadie hubiese sido capaz de contemplarlo tal, si los allí presentes no hubiesen tenido ojos para percibir la transformación. Siguiendo la enseñanza arriba consignada del Damasceno, puede decirse que la Transfiguración no implicó un cambio en Cristo, ni siquiera en su naturaleza humana, sino que el cambio se produjo en el interior de los Apóstoles que recibieron por un momento la facultad de ver a su Maestro tal cual era, resplandeciendo con la luz eterna de su divinidad… la Transfiguración de Cristo fue de hecho la transfiguración de las facultades receptivas de los apóstoles. 

Por algunos instantes, sus ojos físicos se abrieron, se transformaron, se hicieron capaces de trascender las apariencias humildes de quien tomó la forma de siervo, atisbando su gloria resplandeciente. Sólo se puede entrever la luz divina con los ojos corporales si el que la contempla participa en dicha luz, es transformado por ella. Los que se hacen dignos del reino de Dios gozan desde ahora de la visión de la luz increada, como los apóstoles en el monte Tabor. 

Por otra parte, y a propósito de la tradición de los monjes egipcios, Palamas afirma que la visión de la luz increada va acompañada de la luminiscencia objetiva del santo. «El que participa en la energía divina se convierte él mismo, de alguna manera, en luz; es unido a la luz y, mediante la luz, ve en plena conciencia todo lo que permanece escondido a aquellos que no han tenido esta gracia».

En la Vida de Simeón, escrita por Nicetas Stéthatos, se encuentran algunas indicaciones particularmente precisas que conciernen a esta experiencia. «Una noche en que estaba orando y en que su inteligencia purificada se encontraba unida a la inteligencia primera, vio una luz en lo alto. De repente, esta luz pura e inmensa que provenía del cielo arrojó su claridad sobre él, alumbrándolo todo y produciendo un esplendor parecido al día. Parecía que la casa y la celda donde se encontraba se habían desvanecido, pasando a la nada en un abrir y cerrar de ojos; que el mismo se encontraba arrebatado por los aires y había olvidado enteramente su cuerpo…»

 


La luz que entrando en el hombre lo santifica 

El Greco quizás por su origen e influencia oriental va ser uno de los artistas que mejor maneja la luz. Mediante la entrada de la luz los personajes adquieren un misticismo especial que los eleva a Dios. Se sabe que el Greco para pintar a sus personajes más sagrados como los apóstoles se sirvió de personas profanas, pobres mendigos que encontraba tirados por la calle. El Greco mediante su pintura los inmortalizaba, al igual que la gracia divina hace al entrar en el hombre y conferirlo de su gracia santificante. 

El Greco nunca renunció a su herencia griega, y solía firmar sus cuadros con su nombre completo en letras griegas, añadiendo a menudo «Κρης» (cretense). No obstante, su estilo fue evolucionado hacia una dirección completamente original. Como escribe el historiador de arte Keith Christiansen, del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, «ningún otro gran artista occidental pasó mentalmente, como lo hizo El Greco, del mundo simbólico plano de los iconos bizantinos a la visión humanista y abarcadora del mundo de la pintura renacentista, y luego a un tipo de arte predominantemente conceptual». 

Harold Wethey, destacado historiador del arte y estudioso de El Greco, señaló que, aunque el artista era de ascendencia griega y de preparación artística italiana, su profunda inmersión en el ambiente religioso de España le convirtió en el representante visual más vital del misticismo español. Sin embargo, señala que debido a la combinación de estas tres culturas, se convirtió en un artista tan individual que no pertenece a ninguna escuela convencional, sino que es un genio solitario de una fuerza emocional y una imaginación sin precedentes.

El estilo de El Greco se caracteriza por la utilización de formas clásicas pero con intenciones más expresivas, los personajes de sus obras resisten grandes distorsiones en sus anatomías, con una gran tensión, alargando sus miembros o sus rostros, como cabezas pequeñas descansando en cuerpos cada vez más largos dispuestos en posturas retorcidas e imposibles en la realidad. Los colores, con una tremenda carga colorista, contrastados y saturados, no remiten a la naturaleza, sino que son extraños, fríos, artificiales, poderosamente enfrentados entre sí, en vez de apoyarse en gamas, dotan una sensación metálica en sus ropajes. La luz cada vez más fuerte y estridente, blanqueando los colores de los ropajes, y un espacio poco profundo con superpoblación de figuras, dan la sensación de una superficie plana.

 
Nuestra percepción atiende fundamentalmente unidades de significado, es decir, unas formas segregadas a las que asignamos un carácter objetivo, siendo éste más confuso que la línea. El color viene a ser entonces un mero relleno de la forma, si bien es cierto que, en muchos casos, contribuye también al buen reconocimiento de los objetos, pero El Greco va mucho más allá, nosotros no percibimos los colores aisladamente sino asociados unos a otros, en mutua y estrecha relación, así pues El Greco apuesta con una fuerza inquietante de los colores y sobre su simbolismo psicológico representa el alma como un enfoque íntimo y épico, que irradia su expresión en forma de luz y color, como los pliegues de sus vestidos, cada uno con una luz propia y arbitraria, los movimientos de las nubes y fondos,  dando una dimensión psicológica del significado del tema de la obra, la colocación de las luces brillantes y sombras saturadas. Los gestos de sus manos, retorcidos, evocadores y la expresión facial centrada en los ojos.

 
El fondo neutral, abstracto, desdibujado, lo hace cobrar de una cualidad fundamental junto al ropaje, destacando nítidamente la figura del fondo, concentrándose casi exclusivamente en los cuerpos humanos. El entorno de la figura, o figuras, se convierte, en ocasiones, en el recurso preciso para expresar el mundo interior de éstas, colorido, claroscuro y trazos de pincel, no son simples problemas técnicos y formales, sino que están íntimamente relacionados con el contenido, ofreciendo una calidad plástica y simbólica muy personal.  


Es indiscutible que, El Greco siente, imagina y trabaja inmerso en la corriente artística de la época, pero se ha distinguido partiendo de la norma clásica y, al mismo tiempo sin caer en el formalismo manierista, eso es lo que determinó su labor creativa en Toledo hasta el final de su carrera. Al margen de las diferentes contradicciones en su dominio técnico y colorista, que es donde irrumpe su personalidad y dimensión artística, lo realmente revolucionario y que dota a El Greco como genio y visionario es que anunciaba el arte moderno, siendo una fuente de inspiración y evocación para todas las generaciones de creadores pasadas, presentes y futuras.
 

 


La curación del ciego del Greco y su famoso apostolado 

Estos rasgos tan originales de la obra del Greco quedan evidentes en La Curación del Ciego, un cuadro que realizó en la década de 1570, donde también se pueden identificar elementos del manierismo, especialmente el alargamiento de muchas de las figuras humanas, un rasgo que se convertiría en el atributo más distintivo de su arte. En sus retratos de Giulio Clovio y Vincenzo Anastagi también se pone de manifiesto su extraordinario don como retratista. 

El Greco se distinguió como un notable retratista, conocido no sólo por la precisión de los rasgos del retratado, sino también por la energía vital de las figuras y por la eficacia en la captación del carácter del sujeto. Entre sus retratos además de figuras relevantes de la época destaca de manera especial su famoso apostolado. 

A partir de  1600, el Greco y su taller pintaron varios conjuntos de lienzos representando a Jesús como Salvator Mundi y a los apóstoles. Llamarlos "apostolados" no es del todo correcto ya que en todos ellos se eliminó a Matías, reemplazándolo por San Pablo y, en otro, Bartolomé substituye a Lucas el Evangelista. Se han conservado completos, con la imagen del Salvator Mundi, dos apostolados: el de la catedral de Toledo, y el del Museo del Greco. En ambos, seis apóstoles aparecen mirando a la derecha, seis a la izquierda, y Jesús siempre aparece en posición frontal, en una actitud de bendición. Ello sugiere la colocación en una habitación rectangular: Cristo ocuparía el testero, y los discípulos, en grupos de seis, estarían en los dos muros laterales.

Por otro lado, el taller del Greco produjo otros apostolados, con una mayor o menor intervención del maestro cretense. El presente Apostolado del Marqués de San Feliz sigue intacto, aunque le falta la imagen del Salvator Mundi, pero debe considerarse esencialmente un trabajo del taller. En este conjunto, las inscripciones modernas con los nombres de los apóstoles no siempre coinciden con la identidad del personaje representado. ​ El Apostolado de Almadrones ha llegado hasta la actualidad incompleto y disperso. El llamado Apostolado Henke se conserva disperso y también cabe considerarlo como una obra del taller. ​ A la muerte del Greco, quedaba en su taller un apostolado completo, que seguramente es el que prestó Jorge Manuel Theotocópuli al Hospital de Tavera. Es posible que este conjunto sea el actualmente conocido como Apostolado de Almadrones, o bien que sea el presente Apostolado de San Feliz. ​

Mayer intentó la reconstrucción de varios apostolados a partir de obras sueltas. Los resultados fueron insatisfactorios, porqué ni las dimensiones, ni la técnica, ni la tipología de estas obras permitían estas reconstituciones. Hay referencias de otros apostolados, que actualmente identificados. Parece que unas pinturas representando a apóstoles de medio cuerpo, que anteriormente se encontraban en el Convento de la Natividad y San José son las que están incluidas en el Apostolado Henke. ​ Según Gudiol, ciertos pequeños lienzos dispersos formarían el llamado Apostolado Arteche. Son obras de ejecución rápida pero delicada, y algunos contienen las iniciales griegas Delta y Theta, como firma.

El Apostolado es pues el conjunto de cuadros de los doce apóstoles presididos, a veces, por la imagen del Salvador. Estas series de apóstoles, mensajeros de Cristo, eran especialmente adecuadas para decorar sacristías, salas capitulares o aulas conventuales. Se dispusieron, de forma casi ritual, seis figuras a un lado de Cristo, mirando a la izquierda, y seis al otro, giradas a la derecha, de modo que parecieran dirigirse o escuchar la palabra del Maestro, que suele estar de frente y bendiciendo. Repetidos por El Greco y su taller para iglesias y comunidades religiosas, se conservan tres más o menos completos: el de la Catedral de Toledo, el que se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Asturias y el que se expone aquí, procedente del Museo y Casa del Greco. 

Otros Apostolados, conocidos por referencias, se dispersaron o perdieron, entre ellos uno incompleto, hallado durante la guerra civil en Almadrones (Guadalajara), que se divide hoy entre el Museo del Prado y varios museos norteamericanos. Además, existen bastantes lienzos sueltos que repiten modelos de algunos apóstoles (San Juan, San Pedro, San Pablo, etc.) y que no es posible determinar si formaron parte de series o si se trataba de obras independientes. Los Apostolados corresponden a una época tardía en la producción del pintor. El de la Catedral parece ser el primero, mientras que el apostolado del Museo del Greco sería el último, de hacia 1607, y el de mayor calidad. 

Este último, es el que aquí se expone y está compuesto por los lienzos de San Juan, San Felipe, San Bartolomé, San Pablo, San Judas, San Andrés, Santo Tomás, San Mateo, San Pedro, San Simón, Santiago el Mayor y Santiago el Menor (de izquierda a derecha y de arriba a abajo), presididos por el de El Salvador. En otras versiones de El Greco aparece San Matías en vez de San Pablo o San Lucas sustituyendo a San Bartolomé. Se desconoce para quién o para qué lugar se pintó. 

Paravicino escribió que la obra del «divino griego» superaba a la naturaleza, y que su propia alma se quedaba perpleja, incapaz de decidir si debía habitar es su propio cuerpo o en el cuadro. 

 


Los cuadros de Puerto: “puertas abiertas” 

Los cuadros de Puerto de “puertas abiertas” que se presentan en esta exposición están inspirados en el apostolado del Greco. Puerto la autora más que pararse en los rostros de los personajes ha querido centrarse en el tema de la luz y los colores. Ha tratado de captar la luz y los colores tratados en estos divinos personajes y de presentarlo a través de una “puertas abiertas”.

 En cada puerta abierta se observa la fuente de luz que irradia la rendija abierta central. De la herida abierta del corazón de Cristo se derrama el torrente de gracia que hemos recibido en el bautismo.

La palabra Effeta nos recuerda a las palabras que pronuncia el sacerdote cuando en nombre de Cristo imparte el bautismo. Abre tus ojos para contemplar a cristo, abre tus oídos para escuchar a Cristo y abre tu boca para anunciarlo. A través del bautismo todos fuimos constituidos discípulos de Cristo y llamado a irradiar la fe y la luz de Cristo. 

Esta exposición de puertas abiertas, recogen doce apóstoles y otras cuatro figuras más, María, maría Magdalena, san Pablo y San Lucas.

En el proceso creativo Templvm. Efettá para  Filipinas hay muchas personas detrás: gracias a todos por estar, por ser luz, por ser puerta y por dejar las puertas abiertas para calentar el corazón.

Como relata la misma autora el fin de semana del 19 de febrero nos fuimos a Toledo al museo del Greco y nos encontramos con su apostolado, con sus apóstoles, San Mateo, San Felipe, San Pedro, San Andrés, San Pedro, San Lucas, San Juan, San Judas, Santo Tomás, Santiago el menor, San Simón, San Bartolomé, Santiago el mayor, La Magdalena, Santa María y Jesús. Dieciséis cuadros. ¿Quince apóstoles?. ¡Quince apóstoles!.

Entendí, afirma Puerto,  que cada uno de ellos, cada apóstol, de los 15 que pinta el Greco y de todos los que nos cruzamos en nuestra vida, de los de antes y de los de ahora son puertas. Son puertas que nos llevan a la palabra, con sus obras, con su vida, con su apuesta y valentía.




¡Efettá! 

"Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán". (Is. 35, 5-6). Las palabras de Isaías como antesala y preámbulo de lo que con la llegada de Jesús esperábamos. San Marcos nos habla de Jesús que nos anima a reaccionar: "Ábrete". Nos impulsa a escuchar y en consecuencia a actuar.

"La fe viene de la escucha y la escucha de la Palabra de Dios" dice San Pablo en la Carta a los Romanos 10, 17. Nos recuerda, que ha de ser fuerte y perseverante, se verá animada, reforzada, "agradecida" por y con las palabras de Jesús.

"Todo es posible para el que tiene fe" dice Jesús en Marcos 9, 23. Pero para eso es importante y necesario mantener una escucha activa y orante al mismo tiempo. Ábrete, ¡Efettá: Fe y oración y oración y fe. Y, ¿qué mejor "puerta" que la oración del Padre Nuestro que nos enseñó Jesús?

Oramos con fe para curarnos y eliminar lo que nos daña y lo que puede dañar a otros. Oración necesaria y obligatoria para permitir el paso en las puertas de la vida cristiana y poder decir y hacer "EFETTÁ".

Darío es un misionero Servidores del Evangelio. Nos conocimos y decidimos trabajar juntos. Él se va a llevar los cuadros para hacer un Templvm Filipinas. El título de la exposición “puertas abiertas” lo decidimos hace un año, cerca de la plaza del mercado, viendo pasar a la gente sentados en una terraza en Salamanca.

Entendí que cada uno de ellos, cada apóstol, de los 15 que pinta el Greco y de todos los que nos cruzamos en nuestra vida, de los de antes y de los de ahora son puertas. Son puertas que nos llevan a la palabra, con sus obras, con su vida, con su apuesta y valentía.

Y los cuadros se convirtieron en puertas de colores, puertas abiertas que se abren al espíritu, puertas con colores distintos como los mantos de los apóstoles, y en cada color un atributo, una persona que sueña con que su vida se hace más grande.

Así después de un año de larga elaboración todo estaba listo. Todo preparado con los cuadros para viajar a Filipinas directo a Malasiqui - Pangasinan.  

 


 

Lanzamiento de la exposición en Filipinas

La exposición de cuadros figurativos de la artista Puerto García Sierra forma parte de un conjunto de exposiciones que ha realizado la artista bajo el nombre de: ¡Effeta! Templum. Esta exposición con el nombre de “puertas” está inspirada en el “apostolado” del Museo del Greco que recoge la figura de Cristo y la de los doce apóstoles y ha sido diseñada con sentido pastoral para prepararnos para el Adviento.

 


Motivación para la inauguración:

Dejemos que hoy resuene en nosotros la imagen de UNA PUERTA.

Me encantaría ser UNA PUERTA abierta sin llaves ni cerrojos para que cuando Dios llame la encuentre abierta, para mantenerla abierta para recibir a cada hermano que llame a ella.

UNA PUERTA para ABRIR y no una puerta para cerrar, ni bloquear, ni separar…o si por casualidad, sirviera para cerrar, que fuera una puerta  para no permitir entrar a la guerra, a la violencia, a la tristeza, a la desesperanza, a la melancolía, a las palabras ofensivas, a la maldad…

Quisiera ser UNA PUERTA abierta para ABRIR. Una puerta que nunca cierra la vida, sino que siempre la abre las puertas la vida y al amor que nos viene de Dios. Ser una puerta que llena de sentido toda existencia, abriendo de par en par sus puertas al horizonte de Dios.

UNA PUERTA abierta que abre inesperadamente caminos de luz y de esperanza. Ser una puerta para irrumpir en el corazón de los pequeños y de los desanimados y grabar en ellos las palabras de amor.

UNA PUERTA abierta al cielo, que muestra la belleza de caminar juntos con el Evangelio en la mano. Puertas al paraíso. Tener las puertas de casa, permitiendo disfrutar de la alegría, de la hospitalidad y del aroma de las cosas sencillas.

UNA PUERTA abierta que se abre al diálogo sincero y cordial, que permite el encuentro con el otro y favorece la paz. Una puerta para abrir candados cerrados a la desesperanza y la desconfianza.

UNA PUERTA abierta que te deja entrar y no te impide de salir: La puerta del amor. El amor como clave para una vida plena.

ADVIENTO es el tiempo de abrir nuestras puertas nuestros corazones a Cristo que viene a nuestro encuentro. Es el tiempo de abrir nuestras puertas a los hermanos sobre todo a los más necesitados.




Reflexiones para acompañar a cada cuadro:


                                                            Jesucristo, Salvador del mundo



1.    No tengamos miedo, abramos “las puertas” a Cristo.

¡No tengáis miedo de abrir las puertas y acoger a Cristo y reconocerle como el Señor y Salvador del mundo. Abrid vuestras puertas para recibir a Cristo!. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce y puede darnos lo que anhelamos y necesitamos! (Primer mensaje del pontificado de San Juan Pablo II)

San Pedro



2.    ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par “las puertas” a Cristo!

Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid que Cristo nos hable al corazón. ¡Sólo El tiene pala­bras de vida eterna!


Santiago el Menor



3.    Cristo es la “puerta”

Jesús declara: Yo soy la puerta. Nadie va al Padre sino es por mi. Quien no entra por la puerta es un ladrón y salteador (Jn 10,1) Jesucristo es la puerta y el camino que nos conduce al Padre. El es el origen y la meta, el alfa y omega, el comienzo y fin de todo.


                                                                            La Virgen María





4.    María “la puerta” de entrada

María es la puerta de entrada al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la salvación: ser Madre del mismo Salvador. La Virgen respondió a la llamada de Dios con una disponibilidad plena: « He aquí la esclava del Señor » (Lc 1, 38). 

 


 San Felipe apóstol

 


5.    Los Apóstoles son “puerta”

Los Apóstoles que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1) se convirtieron en testigos del Señor. Ellos son puertas que nos conducen a Jesús.


San Andrés




6.    Los santos y y testigos de la fe son “puerta”

Los santos son parte de nuestra historia, humildes figuras de laicos y religiosos, de un continente a otro del mundo. Los santos son como puertas y ventanas que dejan pasar y reflejar la luz de Cristo. Los santos son como faros y lumbreras que nos dirigen hacia Cristo.

San Mateo



7.    Los jóvenes abrid vuestras “puertas” a Cristo

Los jóvenes si saben seguir el camino que El indica, tendrán la alegría de aportar su propia contribución en la construcción de un mundo mejor. Los jóvenes son para la Iglesia un don especial del Espíritu de Dios. Los jóvenes son un don, no un problema. A veces, cuando se mira a los jóvenes, con los problemas y las fragilidades se les suele subestimar. Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje y convertirse en centinelas de la mañana en esta aurora del nuevo milenio.

Santiago el Mayor



8.    Los pobres de espíritu son “puertas”

Los pobres de espíritu tienen mucho que enseñarnos. Los cristianos deberán reconocer la presencia de Cristo en los pobres. Si queremos abrir las puertas a Cristo hemos de abrir nuestros corazones a los pobres y necesitados porque en ellos encontramos a Cristo.

San Juan Evangelista



9.    Los pequeños, los frágiles, los vulnerables son “puertas” a Cristo

Los pequeños son los predilectos de Jesús. Dejad que los niños se acerquen a mí porque los que son como ellos heredaran mi Reino» (Mc 10,14). Jesús colocó en medio a un niño y lo presentó como símbolo mismo de la actitud que había que asumir, si se quiere entrar en el Reino de Dios (cf. Mt 18,2-4). Desde los niños junto con los ancianos, los enfermos y minusválidos, son miembros valiosos en el Cuerpo de Cristo. Honrando a los más débiles damos honra al mismo Cristo.

Santo Tomás



10. Los que luchan por la paz y la justicia “son puertas” a Cristo

Todos aquellos artífices y artesanos de la paz que Cristo os dé su gracia y su paz para que derribando las barreras de división y recapitulemos todas las cosas unas en El. Que vuestra acción abnegada en favor de la paz resulte fructífera también en el futuro de cara a todos los grandes problemas y a todas las necesidades de la Iglesia en el mundo entero.

San Simón



11. La santidad es signo de una Iglesia de “puertas abiertas”

30. La santidad es más que nunca una urgencia pastoral, es una llamada de Jesús para todos. Esta llamada se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3).

San Bartolomé



12. “Puertas”: Corazones abiertos y ardientes que irradien amor

«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13,35). Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y hermanas, nuestra programación pastoral se inspirará en el «mandamiento nuevo» que él nos dio: « Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros » (Jn 13,34).



                                                                    San Judas Tadeo



13. “Puertas”: Testigos de comunión

Esta nuestra tarea hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio. Testigos de comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos. Esto supone la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios.


San Pablo



14. “Puertas”: Capacidad de escucha, diálogo, acogida del otro.

Ser puertas abiertas es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos. Estar disponibles para atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros.


 

                             María Magdalena

 

15. “Puertas”: Discípulos Misioneros que llevan a Cristo

La misión de Cristo continúa en la Iglesia. Todo el Pueblo de Dios participa de esta misión de Cristo. Toda la Iglesia es Misionera, quiere que las palabras de vida de Cristo lleguen a todos los hombres y sean escuchadas como mensaje de esperanza, de salvación, de liberación total.



San Lucas



16. La Iglesia una casa común de puertas abiertas

La Iglesia es casa común de todos, signo de fraternidad y comunión e instrumento de salvación para todos. Dios es Padre de todos y todos nosotros somos hermanos. Por eso la Iglesia debe ser una casa de puertas abiertas a todos. Unidos por los vínculos de una común fe católica, sed fieles a vuestra vocación en un clima fraterno cada vez más justo y solidario.

 

 


Preguntas para reflexionar:

  • ¿Qué es lo que más me ha llamado la atención al contemplar la puerta abierta?
  • ¿Qué mensaje he recibido a través de la exposición para preparar este Adviento?
  • ¿Qué es lo que Dios me invita a vivir en este Adviento para ser puerta que lleve a los otros al encuentro con Dios y los hermanos?

 

 


 

Conclusión

Jesús pasaba por el territorio de la Decápolis cuando le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le rogaron que pusiera su mano sobre él. Jesús se llevó al hombre aparte de la gente y, cuando ya estaban solos, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y exclamó Effeta que significa ábrete. Al punto se le abrieron los oídos y se le desató la lengua y pudo oír y hablar correctamente. La gente quedó llena de asombro y decía: Este lo ha hecho todo bien. Hasta ha hecho que los ciegos vean, los sordos oigan y los mudos hablen (Mc 7, 31-37)

En la misa del primer Domingo de Adviento lanzamos la exposición de Effeta con el lema, "abrid las puertas y los corazones a Cristo y los hermanos". Después de la misa compartimos en grupos que se dividieron en cada cuadro para abrirse al mensaje que Dios les decía para este Adviento y un representante lo expuso para el grupo en general. La gente se fue muy contenta y la exposición quedará abierta para visitar durante todo este Adviento.

Dios quiere curarnos de nuestra ceguera y pronunciar a través de este adviento su palabra: Effeta. La curación fue para el ciego o el sordo mudo una «apertura» a los demás y al mundo, una apertura que, partiendo de los órganos del oído y de la palabra, involucraba toda su persona y su vida: por fin podía comunicar y, por tanto, relacionarse de modo nuevo.

Todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, le lleva a caer en el sinsentido, el absurdo, a la desesperación. Existe una cerrazón peor que la física, la interior, que concierne al núcleo más profundo de la persona, la sed inscrita en el «corazón.

Jesús vino a «abrir», a liberar al hombre para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso pronunció esta palabra, «Effetá», «ábrete». Esta palabra resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente ciego, sordo y mudo, fuera capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás.

El Adviento es un tiempo de gracia, tiempo de esperanza, tiempo para dejarnos encontrar y redescubrirnos ante su mirada y poder mirar con su mirada a nuestro mundo y nuestros hermanos. el mundo esta sediento de paz de fraternidad de esperanza y queremos abrir nuestros corazones a aquel que viene a responder a la sed más profunda de nuestros corazones: ¡Maranatha