ORACIONES DE SEPTIEMBRE
Proceso
de identificación con Cristo pobre y crucificado
No retires de mí tus ojos, mansos como palomas posadas en
fuentes de paz y misericordia, que son los que me enamoran (CC 5,12; 6, 5)
¿Qué distingue a mi Amado de los otros? Así es mi Amado, así es mi amigo (CC 5,
9- 16) ¡Cuán hermoso eres, Amado mío!¡Eres un encanto! (CC 5, 2-6;
6, 2-3). Yo soy para mi Amado y hacia mí tiende su deseo (CC 6, 3; 7, 11)
El contemplar el amor busca la identificación. El Amado vive
y se reconoce en la amada y la amada en el Amado. En este amor
conyugal de esposos se da la unión total del uno al otro, la
aceptación total del otro.
¡Cuerpo llagado de amores,!
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la
vida seguirte,
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo,
y muriendo bendecirte.
Quiero,
Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con Ilanto,
secar tu llanto con besos.
Quiero aprender tus caminos
para recorrerlos contigo
tratándote en mis hermanos
como Tú me
tratas amigo.
Quiero en
santo desvarío,
besar tu rostro frio,
besar tu cuerpo inerte,
llamarte mil veces mio...
Tú, Rey de
las bondades,
que mueres por tu bondad
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.
Que mi alma,
en Ti prisionera
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera;
que no le Ileguen adentro
las algazaras de fuera;
Que no ame la poquedad
de cosas que, van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
Que no turbe
mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
Que sienta
una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
De sangre
los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos,
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
A ofrecerte,
Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
(José María
Pemán. Cristo de la buena muerte)
Introducción
El ser humano se vive como Viator, viajero en camino.
La vida es un camino, vivimos en un constante proceso de crecimiento que no es
lineal sino que tiene sus avances y retrocesos. No se nace hombre, cristiano,
sacerdote, se llega a serlo. El ministerio sacerdotal no lo recibimos acabado
lo vivimos en constante formación que dura toda la vida. El que camina no posee
aún la vida en plenitud, no ha acabado de nacer del todo. Es necesario ponerse
a caminar, abandonar la patria provisional para caminar hacia la morada eterna.
Caminamos en medio de sombras y luces. Es un camino de iluminación y
purificación, un camino hacia la luz sin ocaso.
Vivimos en una situación generalizada de crisis. Estamos
sometidos a profundos cambios en un tiempo de crisis (el Papa Francisco nos
habla de una crisis epocal). Los tiempos de crisis son a la vez
una oportunidad de crecimiento, de crecer en autenticidad. La crisis
supone una ruptura de los esquemas y modelos antiguos (paradigmas pasados
carentes ya de sentido) para abrirnos a un nuevo paradigma, unos horizontes más
amplios, más llenos de vida, de vivencia y de sentido.
Los tiempos de crisis han de vivirse no como un
fracaso sino como kairos oportunidad para que se desvele el misterio con
más clarividencia. Se trata de un proceso de muerte y resurrección, morir para
renacer, nacimiento de algo nuevo (continuidad y discontinuidad). Todo lo
accidental, meramente cultural y periférico empalidece ante lo esencial que
permanece con consistencia y validez. Las cosas no pueden seguir siendo como
han sido hasta ahora. Las convicciones que daban sentido creando un escenario
ordenado dejan de articularse.
Toda crisis conlleva una conversión, una purificación
para una vida más vigorosa y plena de sentido. Se adentra uno en un proceso de
renovación y purificación que apunta a un orden nuevo, se catalizan las fuerzas
y se acrisolan los valores definitivos permanentes y eternos. A través de la
crisis se disciernen los corazones y se distingue lo auténtico de lo
inauténtico. Hemos de crecer en autenticidad.
La Iglesia del futuro está llama a crecer en nuevas formas
de participación, comunión y misión (sinodalidad). El Papa Benedicto XVI
nos dice: “De la iglesia de hoy nacerá un mañana. La iglesia del mañana será
pequeña en cuanto no mero de fieles y el número de privilegios, se parecerá
menos a las grandes instituciones de las grandes sociedades hoy, será sobre
todo una Iglesia de minorías, de pequeñas comunidades fraternas de fe”.
Nunca faltarán crisis en nuestra vida. Están ponen de
manifiesta nuestra fragilidad y vulnerabilidad en la vivencia del sacerdocio.
Este reconocimiento nos hará crecer en humildad. Nos permitirá afrontar con
realismo las inconsistencias personales como los desafíos a los que asistimos
en el mundo de hoy.
Pero también nos ayudan a reencontrar los fundamentos de
nuestra vocación sacerdotal y a poner las bases en nuestro modo de vivirlo en
medio de nuestro mundo de hoy. Necesitamos una fuerte espiritualidad e
interioridad para no quedarnos a merced de los vientos que soplan y
desestabilizan. Una vida de oración. Un acompañamiento personal, una sólida
formación que integre todas las dimensiones de la persona.
Material de apoyo: Amadeo Cencini, los
sentimientos del Hijo; Gerard Daucourt Sacerdotes rotos; Jürgen
Moltmann, Cristo para nosotros hoy; Ernesto J. Brotóns Tena, Sacerdotes
por amor.
I EL CONTEXTO ACTUAL DEL SACERDOCIO
No se nace cristiano, no se nace sacerdote, se aprende a
serlo. Como cualquier ser humano es un ser en construcción, nunca plenamente
acabado. Dios no llama al sacerdocio a personas totalmente perfectas y maduras
sino hombres pecadores que luchan entre oscuridades y contradicciones asistidos
por la gracia. A veces en las pruebas afloran las debilidades e inconsistencias
pero son también oportunidad para enraizarnos en nuestra identidad y vocación.
Somos hijos de nuestro tiempo que vive en medio de una
verdadera crisis de época. También el ministerio sacerdotal está en profunda
transformación. Hay una crisis de vocaciones. Ante la disminución de
sacerdotes muchos obispos sienten la tentación de tapar agujeros, de peinar el
territorio asignando a sacerdotes hacerse cargo de parroquias muchas veces con
pocos fieles abocados a una pastoral de mantenimiento. Nuestro mundo sofocado
de ateísmo y secularismo nos hace sentirnos no reconocidos, lejos de toda
notabilidad social y pública. Quedó atrás una era gloriosa de cristiandad de
masas para pasar a ser una Iglesia de minorías. Hoy ser cura parece algo
trasnochado, un vestigio del pasado ya superado. Son muchos los sacerdotes que
se sienten, desilusionados cansados solos, zarandeados, rotos.
Sentimos la necesidad de buscar nuevas formas de vivir
nuestro sacerdocio. Se hace cada vez más necesario vivir el ministerio no
aisladamente sino formando una fraternidad sacerdotal extendida a unas
relaciones de participación y corresponsabilidad con otros laicos. Sentimos una
llamada a caminar juntos y desempeñar la misión en sinodalidad contando
con la colaboración de todos. Hemos de acoger los retos y desafíos que esto
comporta. Una nueva forma de concebir la autoridad al servicio de la comunión y
misión promoviendo la corresponsabilidad de los fieles como verdaderos agentes
pastorales, artífices y colaboradores de la misión. Estamos llamados a acoger
esta diversidad y colaboración como un don y un estímulo para vivir el
ministerio al servicio de la comunión con todo el pueblo de Dios.
Como resumen de lo expuesto estamos llamados a vivir el
ministerio sacerdotal dentro de una Iglesia que será más pequeña y más pobre,
más espiritual y sin privilegios, más humilde y sencilla, capaz de hablar al
corazón del hombre de hoy con palabras de esperanza (Papa Benedicto XVI).
Analizando la crisis en el ministerio sacerdotal pueden identificarse
tres causas:
Crisis de identidad, (pérdida de sentido), no saber
qué es ser sacerdotes hoy y qué estamos llamados a hacer. Se precisa pasar del
yo ideal al yo real (relacional). Conocer la realidad personal, los puntos
débiles y fuertes. Es necesario que la persona el área de su inconsistencia en
la que es especialmente vulnerable. La conciencia de nuestro propio límite se
convierte en un modo de reverenciar el misterio en el que vivimos y del cual
recibimos el ser. El sacerdote no se entiende sino desde Cristo. No se remite a
uno mismo sino a Cristo, no somos dioses sino somos mediadores que apuntan a
Dios. No existimos para nosotros, ni nos pertenecemos, somos servidores,
administradores del misterio de Dios. El sacerdocio revela una gran paradoja. Somos
reveladores de un misterio. Llevamos este tesoro en vasijas de barro para que
se manifieste que la fuente de este don tan extraordinario está en Dios y no en
nosotros (2 Co 4, 7)
Crisis de reconocimiento, (crisis de referencia
valorativa). Echamos en falta la valoración de la consagración en un mundo
secularizado. Es necesario ayudar a la persona a conocer las raíces de su
inconsistencia y las consecuencias en las relaciones con los demás (búsquedas
de compensaciones, gratificaciones). No valen refugios o escapismos o búsquedas
efímeras de compensaciones, tratando de aliviar la soledad, la ausencia física
buscamos modos de presencia a través de las redes descuidando los procesos
personales y la dimensión relacional. Los sacerdotes hoy están sometidos al
peso de la talla que los quiere perfectos A veces la pastoral vocacional
presenta un ideal tan alto que se da de bruces con la realidad concreta
personal y eclesial.
Crisis de idoneidad. (inadecuación de la formación
recibida que responda a los signos de los tiempos). Hemos de reconocer nuestra fragilidad
y vulnerabilidad no como un impedimento ni un escándalo sino la ocasión de un
camino de maduración siempre creciente. Es ocasión para experimentar la gracia
y la fuerza transformadora del amor. No podemos dejarnos llevar por la falta de
motivación. Hemos de paliar la falta de cauces en la forma de vivir el
ministerio (falta de modelos formativos). Se debe reforzar la interioridad para
reconocer a Cristo como nuestra verdadera identidad, entonces la verdad,
belleza y bondad del valor se convierten poco a poco en la verdad, belleza y
bondad de la persona, y los sentimientos de Cristo pasan a ser los sentimientos
de la persona (dejarse atraer por la belleza de Cristo). Por eso es
preciso recuperar la fascinación por Cristo en su proceso formativo y pasar de
la sinceridad a la verdad, de la verdad a la libertad y de la libertad a la
entrega. Cristo no ha venido a llamar a seres perfectos, cuenta con lo que
somos.
a. Nuevos retos y desafíos
Varios son los retos y desafíos que afrontamos, el ambiente
secular que reina sobre todo en la cultura occidental, el cuestionamiento por
la pérdida del valor sagrado, la sobrecarga de trabajo y solicitudes
pastorales. El ministerio, que goza cada vez de menor consideración y
reconocimiento, atraviesa un reto de una Iglesia en crisis que se manifiesta en
la falta de vocaciones y el descenso de los fieles que acuden a los templos;
una Iglesia en cambio de una sociedad de cristiandad a una sociedad post cristiana
o descristianizada; llamada a pasar del clericalismo y autoritarismo al
laicismo promoviendo la figura del laico; pasar del mantenimiento y
sostenimiento de las prácticas del pasado a una mejor formación y
acompañamiento de las personas; pasar del relativismo (subjetivismo y
ambigüedad moral) a una mayor autenticidad del sacerdocio.
La influencia de las ideologías reinantes: una cultura
dominante líquida, materialismo consumista, hedonismo, búsqueda desenfrenada de
bienestar, la ideología de género, ecologismo, del new age, del woke
ponen en cuestión los antiguos axiomas por nuevos paradigmas que ponen en tela
de juicio los valores permanentes y trascendentes.
El nuevo contexto caracterizado por la globalización, las
nuevas tecnologías de la comunicación, el lenguaje virtual y digital influyen
en la identidad y comprensión del propio sacerdocio. Teniendo en cuenta que la
misión del sacerdote consiste en un ser para los demás, la falta de
reconocimiento y motivaciones vitales, resulta determinante para la propia
autopercepción del sacerdote. Surgen así cuestionamientos: ¿quién soy yo
como persona? ¿quién soy yo como sacerdote para el mundo? ¿Qué sentido tiene la
vocación?
b. Consecuencias del contexto en el ministerio
Estos retos que vienen de afuera por el contexto actual en
que vivimos influyen en la persona, en su equilibrio físico, psíquico,
emocional y espiritual. Esta fragilidad se hace visible en la incapacidad para
soportar el fracaso y poca tolerancia de la frustración. Cuando afora la
posibilidad de no alcanzar las propias metas se puede convertirse en depresión,
ansiedad, angustia, frustración, aislamiento. No son pocos los casos de hermanos
que abandonan el sacerdocio.
Pero a su vez este contexto de prueba puede ser la
oportunidad para afianzarnos y vivir el sacerdocio con más autenticidad. No
basta con presentar un ideal, con formular metas y unos fines altísimos y
vagos, es necesario poner atención a las personas, a los itinerarios formativos
que tengan en cuenta el desarrollo integral de las personas. La clave está en
dar con la raíz de nuestro ministerio y de poner un sólido fundamento a nuestra
vocación sacerdotal. El fruto de nuestra vida no está en lo que hacemos sino en
lo que somos. No somos funcionarios (peones dentro de una maquinaria al
servicio de un plan), somos llamado a configurarnos con Cristo sacerdote. La
misión y el ministerio pastoral no es una empresa humana fruto solo del
esfuerzo personal, sino que nace de una respuesta a una llamada de Dios.
Nuestra vida y sacerdocio no se entiende sino en comunión con él. Solo en él,
con él, por él, la vida y la vocación tiene pleno sentido. Él está en el origen
y fin y a lo largo del camino, él nos sostiene en medio de las dificultades.
Necesitamos un itinerario formativo que compagine lo
humano y lo divino. Necesitamos buscar mediaciones que nos ayuden al
crecimiento e integración de las motivaciones, sentimientos, actitudes y
comportamientos a lo largo del proceso para lograr una madurez humana. Contamos
no solo con nuestras fuerzas sino con la ayuda de Dios (primacía de la
gracia) y con la ayuda de los hermanos. El ministerio sacerdotal estamos
llamados a vivirlo en comunión con Dios y los hermanos. Nuestro ministerio no
lo podemos vivir solos, necesitamos vivirlo con los hermanos (la mediación
relacional y fraterna con el obispo, los sacerdotes, los laicos).
Necesitamos de una formación permanente que haga frente a los retos y
desafíos a los que nos vemos sometidos. (la formación permanente a lo largo
de toda la vida)
c. Llamada a una nueva comprensión del sacerdocio
El Concilio Vaticano II tratando de responder a los
nuevos desafíos de nuestro tiempo con un nuevo modo de ser y de vivir, a nueva
forma de relacionarse en nuestro mundo de hoy ha intentado responder a estas
preguntas vitales ¿qué es el hombre? (Gadium et spes), ¿qué es la
Iglesia? (Lumen gentium), ¿qué es el sacerdocio (Optatam totius)?
El sacerdocio parece haber perdido todo protagonismo y
reconocimiento. Hombres de Dios en un mundo secularizado, hombres eclesiales en
una Iglesia cuestionada. Hombres humanos en medio de una crisis antropológica.
A la profunda crisis de identidad ha seguido una crisis existencial. ¿cuál la
forma de vida cristiana propia del presbiterio según el contexto histórico en
que vivimos?
Hay algo de permanente a lo largo del tiempo pero también
hay algo cambiante. El papa Juan Pablo II (Pastores dabo vobis) intentó
promover las bases antropológicas y eclesiológicas proponiendo la eclesiología
y la espiritualidad de comunión: Comunión, participación y misión (Nuovo millennio
ineunte). Los cambios culturales, sociales y eclesiales están obligando a
reflexionar sobre la identidad del sacerdocio en una renovada forma dentro del camino
sinodal emprendido por el papa Francisco.
La Iglesia presenta a los sacerdotes como verdaderos discípulos
misioneros, enamorados del Maestro, pastores que viven en medio del rebaño
(con olor a oveja) que siendo pastores con el único pastor ofrecen el
ungüento de la misericordia. Sacerdote, configurándose con Cristo pastor y
siervo, al servicio de la comunión y de la misión. Como nos recordaba el
papa actual León XIV, haciendo mención a San Agustín, en el sacerdocio se unen
inseparablemente el ser con vosotros cristiano (ser con) y para vosotros
pastor, servidor (ser para). Vivir esta paradoja del discípulo
misionero protege al sacerdote de todo clericalismo y contribuye a la
misión y edificación de la Iglesia.
Tratemos en ahondar las bases de nuestra vocación y misión:
II LA VIDA ES UN MISTERIO INSERTA EN EL MISTERIO
PASCUAL
La vida, la vocación, el sacerdocio no se comprende sino a
la luz del misterio de Cristo. Pablo se pone de rodillas y pide la luz del
Espíritu, que Cristo habite en el centro de nuestra vida para ser capaces de
entender el misterio de la vocación a la que somos llamados en Cristo; que su
amor sea vuestro cimiento y vuestra raíz, un amor que desborda toda ciencia
humana y nos colma de la plenitud misma de Dios (Ef 3, 14-19)
El hombre no parece encontrar respuesta ante la pregunta
fundamental ¿Quién soy?, ¿Qué es el hombre? Cristo parece dar respuesta
a este enigma, cuando es presentado humillado, coronado de espinas y flagelado,
ante Pilato en el Enlosado del Pretorio: Aquí tenéis al hombre. (Jn 19, 5)
El hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin
embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Siente en sí
mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.
Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no
quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien,
oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros
esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la
humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro del hombre sobre la
tierra saciará plenamente todos sus deseos. Y no faltan, por otra parte,
quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la
insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación
propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.
Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada
día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las
cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor,
del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten
todavía? Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al
hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a
su máxima vocación. El misterio del hombre solo se esclarece en el
misterio del Verbo Encarnado (GS 10)
El hombre permanece para sí mismo un ser incomprensible, su
vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con
el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él
vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, revela plenamente el
hombre al mismo hombre… El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a
sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos,
parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre
e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte,
acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser,
debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la
Redención para encontrarse a sí mismo. (RH 10)
No podemos reducir nuestra vida a datos cuantificables,
hechos, acciones (conocimientos, títulos, estudios, tareas, cualidades,
ideales; ni tampoco errores o limitaciones) existe en nosotros una profundidad
del ser que no se agota ahí. Los conocimientos concretos que vamos adquiriendo
y las pequeñas conquistas de nuestra libertad tienen lugar en un horizonte
ilimitado e inagotable que nunca abarcamos del todo. Nuestro ser nos sobrepasa
y desborda. Percibimos que la vida nos ha sido dada y existimos en el Ser
primordial que nos da el ser y quedamos asombrados ante el misterio de nuestra
vida. En este Ser primordial nos movemos, existimos y somos. (He 17,28)
a. La vida, la vocación es un camino.
Cuando Jesús llama a sus primeros discípulos estos se
asombran de que los elija siendo no sólo pescadores sino pecadores. Le pareció
bien elegir lo que a los ojos del mundo nada vale para mostrar su poder. Yo os
haré llegar a ser pescadores de hombres (Lc 5, 10). Yo no he venido a
llamar a los justos sino a los pecadores (Lc 5, 32) No somos perfectos, somos
hombres pecadores convertidos y perdonados que hemos venido a ser sus amigos,
testigos, discípulos misioneros de Cristo.
La vida se nos es dada como don en proyecto. Es toda una
tarea, un arte de aprender a vivirla conforme al que nos la dio. Jesús a Pedro
antes de confiarle el ser pastor de sus ovejas le hace una sola pregunta: ¿Me
amas? El hombre no puede vivir sin amor. Sin amor nada soy (1 Co 13,1). Procurad
pareceros a él haciendo del amor la norma de vuestra vida (Ef 3, 17; 5, 1) El
camino de aprender a amar es un largo proceso que dura toda la vida. La
misma vida se convierte en una escuela de amor. El camino del crecimiento
integral de la persona es un proceso lento de maduración en el amor.
El proyecto de mi vida se va haciendo, desvelando, no lo
comprendemos todo de una vez. A la vez, estamos llamados a ser artífices del
proyecto. No debemos permitir que sean otros quienes programen y nos vivan o
nos roben la vida. El ser humano no se realiza encerrándose sobre sí mismo. La
vida pide un salir de nosotros mismos para encontrar nuestro verdadero centro
en Cristo. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre
sino por mi (Jn 14.7) Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo toda la
realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber
camino, no hay vida ni verdad (Benedicto XVI)
b. Jesús el camino
Jesús no solo nos revela el verdadero rostro de Dios sino el
verdadero rostro del hombre. Jesús verdadero Dios y verdadero hombre conjuga
armónicamente el proceso de humanización y divinización a seguir por el hombre.
“Nuestro origen está en Dios y él es nuestro destino. La
vida se presenta como camino hacia la unión con Dios. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el
hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor
de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede
decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese
amor y se confía por entero a su Creador”. (GS 12)
Jesús se declara el camino que nos conduce a la vida plena
en Dios: yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Hemos de aprender a
vivir la vida con Dios y según Dios. La vida no está hecha hay que vivirla en
libertad y responsabilidad. Somos constitutivamente seres relacionales y nos
vamos haciendo merced a las relaciones que establecemos. Todas nuestras
relaciones están referidas en último término a Dios, a los demás seres humanos,
al mundo. Nuestro modo de ser y de vivir dependerá del modo en que establezcamos
esta triple relación con Dios, con los hombres, con las cosas de este mundo.
Jesús en el Sermón del Monte resume y ensalza los valores
del Reino y declara bienaventurados a aquellos que lo asumen como estilo de
vida. Presenta el camino de santidad como camino de felicidad camino de
realización en el amor. Es el camino que recorre Jesús durante su vida terrena.
Jesús nos presenta las bienaventuranzas como programa de
vida y de felicidad. Felices vosotros los mansos, los pacíficos, los
constructores de paz al servicio del Reino, os daré en herencia mi Reino
prometido. (Mt 5, 1ss)
Las bienaventuranzas describen el modo de ser de Jesús,
los valores fundamentales del Reino de Dios y quiénes son sus
destinatarios. Viene a ser la Carta Magna de los que aceptan su señorío
libertador. Más que un código o una ética moral nos revelan la identidad de
Jesús y la profunda verdad del ser humano.
El Sermón del Monte supera y lleva a plenitud la ley antigua
del Decálogo revelada a Moisés. Más que una imposición de deber es una
proclamación de vida, un anuncio de la verdadera felicidad que apunta a la
promesa del Reino. Pone su acento en el ser y no en el hacer. Es una
exhortación a ser sus discípulos en clave no del cumplimiento de normas sino en
clave de seguimiento (interiorización en el ser)
c. Jesús el fundamento
Los hombres somos seres indigentes, necesitados, infirmes.
Necesitamos un fundamento sobre el que construir nuestra vida. El que quiere
construir una casa busca de construirla bajo un sólido y firme fundamento (Lc
6, 48).
En Cristo formamos un solo Cuerpo, un edificio que tiene a
Cristo como fundamento y piedra angular. En Cristo queda ensamblado todo el
edificio, por él crece hasta convertirse en templo consagrado al Señor (Ef 2,
19-22).
La conciencia de nuestro propio límite se convierte en un
modo de reverenciar el misterio en el que vivimos y del cual recibimos el ser.
En Cristo encontramos la fuente de la vida y el amor, la respuesta a nuestro
ser más profundo que nos hace vivir como hijos y hermanos. Hemos de aprender a
vivir enraizados en Cristo. (Ef 3, 17)
El cristiano es aquel que introduce en Cristo toda su
historia y se reviste de él. Revestirse de Cristo es penetrar en su
experiencia, compartir su amistad y dejar que él transforme todas las
dimensiones de la persona. Se trata de ir creciendo en todo mediante la
renovación espiritual hasta alcanzar en madurez y plenitud la talla de Cristo (Ef
4, 13-16)
d. Jesús la meta
Todo camino tiene un punto de origen y un punto de llegada. El
caminante necesita conocer la meta y hacerse una idea del recorrido. El camino
personal pretende unir lo que somos con lo que buscamos, eso requiere una
actitud de confianza que vence el miedo al futuro requiere un ponerse a caminar
lo cual implica capacidad de aventurarse a lo desconocido. La Encarnación como
proceso no se agota en la persona histórica de Cristo sino que tiende a la cristificación
de todo el cosmos. La resurrección de Cristo nos abre al horizonte escatológico
de nuestra vida. Todo será recapitulado en él (Ef 1, 10; 1 Co 15, 20-28).
Cristo es la omega la meta del camino. Cristo es el alfa,
fundamento de todo lo creado. Cristo es la fuerza motriz vivificadora y generadora
de todo el proceso evolutivo. Toda la creación gime en espera de la libertad
gloriosa de los hijos de Dios (Rm 8,19). Con Cristo se inicia la divinización
de la humanidad. Dios recapitula todo en él, todas las cosas del pasado del
presente y del futuro. Inaugura la nueva creación rescatando y redimiendo todo
en él. Dios no olvida nada de lo que ha creado, nada se le pierde, todo lo
restaura.
e. Seguir a Jesús
El seguimiento de Jesús es el rasgo fundamental que
define el discipulado. Seguir a Jesús comporta asumir sus valores y su estilo
de vida de amor y de servicio. Este discipulado tiene como norma suprema el
mandamiento nuevo del amor: Ámense los unos a los otros como yo los he amado,
en eso reconocerán que son mis discípulos (Jn 13). No se puede amar como Jesús
sin Jesús. El llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a
anunciar el Reino de Dios. La identificación con el Maestro constituye la norma
de vida. Haced como yo he hecho con vosotros (Jn 13, 15). Si el dio su vida por
nosotros también nosotros hemos de dar la vida por los hermanos. (1 Jn 3, 16).
El amor a los hermanos se convierte en una continuación y cuasi sacramento del
amor con que el Padre ha amado a Jesús. El seguimiento pide totalidad e interioridad,
libertad y responsabilidad.
Para nosotros el seguimiento es entrar en una comunión de
vida con el Cristo vivo y resucitado. Parte de un verdadero encuentro personal
con él y se realiza desde un seguimiento que supone una relación íntima y
cercana con él. El seguimiento se convierte en un vivir en Cristo, un vivir y
obrar con Jesús y como Jesús. Supone un ir adquiriendo los mismos sentimientos
que Cristo dejándonos mover por su Espíritu de amor. Estar unidos a Cristo
significar imitar a Cristo conformándonos e identificándonos más y más a él. Esta
obra de conformación es obra del Espíritu que actúa en nosotros: él os
recordará todo lo que yo he hecho y os guiara hasta la verdad plena.
f. Seguimos a Cristo pobre, humillado y crucificado
“Si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de
amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,
completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes,
sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por
contienda o por vanagloria; antes bien guiados con humildad, estimando
cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por
lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que
se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que
están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,
1-11).
La vida de Cristo está orientada hacia la Pascua la hora de
la revelación del Reino de Dios. La historia de Cristo es la historia de una
gran pasión, de un amor apasionado. En la Encarnación comienza todo un camino
de abajamiento. Se despoja de su condición divina para hacer suya la condición
humana hasta las profundidades últimas (la soledad, el abandono, la muerte). En
la cruz se abaja hasta hacer suyo nuestro sufrimiento, muere experimentado la
agonía, la desolación, el abandono, el sin sentido en toda su crudeza. ¿Qué
sentido tiene la cruz? Lo hizo para estar con nosotros en nuestro sufrimiento y
dolor y por nosotros, para liberarnos de su peso, de la culpa ofreciéndose en
expiación por nuestros pecados,
Una de las claves del seguimiento es su dimensión
kenótica de abajamiento, lo que denominaríamos en lenguaje común, tomar la
cruz: el que quiera ser mi discípulo que tome su cruz y me siga. Quien sigue a
Cristo debe estar dispuesto a tomar su cruz. Esto nos lleva a optar por su
Reino, a reconocerlo en los más pobres y necesitados de las víctimas de la
opresión y la injusticia para anunciarles la salvación. Los signos de la venida
del Reino, sus semillas, son que los ciegos ven, los enfermos son curados, los
leprosos tratados con dignidad, atender a los más vulnerables, acoger a los
discapacitados, dar cobijo a los sin techo y desplazados.
Dios quiso salvar al hombre mediante la necedad de la cruz.
Cristo en la cruz hace suyo todas las realidades de la vida humana para que
nadie quede fuera para que nadie se sienta perdido. Jesús se solidariza y se
hermana con todo ser humano para liberar a los que se sienten pecadores,
marginados, abandonados.
g. Ser servidores
Cristo encarna la figura del Siervo Sufriente de Isaías
53. En el Cristo crucificado se ofrece como víctima como Cordero inmolado para
quitar el pecado del mundo. Jesús no sólo se hace hermano de las víctimas sino
expiador de los culpables. Cristo da sentido al sufrimiento y la muerte.
El ser humano se realiza no acaparando sino dándose, no
desde el poder sino desde el servicio, no desde la posesión sino desde la
dedicación al servicio de Dios y de los demás. Toda la providencia está regida
por un anhelo de darse, comunicarse, servir al hombre. El servir no es una
faena de seres inferiores es el modo más humano del Ser divino que es Dios.
Jesús nos presenta el camino del servidor al servicio del Reino. Buscad el
Reino y todo lo demás se os dará como añadidura.
En el lavatorio de los pies se presenta quién es Jesús y
cómo actúa Jesús. Él, que es el Señor, se rebaja, se despoja del manto de su
gloria y se convierte en esclavo, en el que está a la puerta y realiza en favor
nuestro la tarea del siervo de lavarnos los pies. Este es el sentido de toda la
vida y de su pasión: inclinarse ante nuestros pies sucios, ante la suciedad de
la humanidad, limpiarla, purificándola con su amor inconmensurable. La tarea
servil de lavar los pies tenía el sentido de hacer a los hombres capaces de
sentarse a la mesa, de modo que pudieran estar juntos alrededor de ella.
Jesucristo nos hace iguales ante Dios y nos hace capaces de compartir la mesa y
la comunidad fraterna. Nosotros, indignos siervos suyos, somos aceptados por él
y sentados como comensales en el banquete del Reino. Él se viste con el traje de
nuestra pobreza, por así decirlo, y en la medida que nos asocia a él nos hace
capaces de Dios, nos alcanza el acceso a Dios. Estaremos limpios en la medida
que queramos reposar en su amor. Este amor significa que Dios nos acepta sin
condiciones previas, incluso cuando no somos dignos de él ni capaces de llegar
hasta él; y lo hace porque él, Jesucristo, nos transforma y se convierte en
hermanos nuestro (J. Ratzinger, La Eucaristía centro de la vida)
h. Ser misericordiosos como el Padre es misericordioso
El cúlmen de la nueva ley se pone no en la práctica de la
ley sino de la misericordia, sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso (Lc 6, 36). La práctica de la misericordia revela el corazón
compasivo de Dios. La misericordia de Dios se muestra especialmente con los
pobres, los que sufren, los abatidos por el mal y los excluidos por la
injusticia,
La misericordia debe abarcar toda la vida, todas las
dimensiones de la persona tanto del cuerpo como el espíritu. En este sentido se
describen las obras de misericordia corporales y espirituales para abajar la
misericordia a la vida cotidiana haciéndola parte de nuestro amor fraterno.
El juicio final parece centrarse en la práctica de la
misericordia, venid benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de
comer… sorprende la alusión de Jesús lo que hicisteis con uno de los más
pequeños me lo hicisteis a mí (cf. Mt 25) hoy en día estamos llamados a
reconocer el rostro sufriente de Cristo, en tantos excluidos y marginados, los
emigrantes, los desplazados, los humillados, los abandonados, los sin techo,
los atrapados por las drogas, el alcohol, la prostitución etc,
i. La vida en Cristo, ser hijos, ser hermanos
Hemos de aprender a vivir con Cristo para adquirir los
mismos sentimientos de Cristo (Fil 2, 5) Procurad tener entre vosotros los
sentimientos de Cristo, un mismo pensar y sentir. Vivid con afecto fraternal,
con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al
contrario, responded con una bendición para heredar una bendición (1 Pe 3, 8-9)
Jesús vive en una relación filial de absoluta
confianza en el Padre y nos invita a vivir fraternalmente como hermanos,
hijos del mismo Padre. Jesús nos adentra en esta relación filial de confianza y
abandono en el Padre. Es de este reconocimiento de Dios como Padre como Cristo
nos invita a vivir como hermanos.
Desde una espiritualidad de comunión ponernos al servicio de
la comunión para crear y fortalecer vínculos a través de unas relaciones
fraternas. Una vida con esta dedicación y orientación nos llenará de gozo y de
sentido.
j. Una vida eucarística, la eucaristía fuente y cúlmen de
toda nuestra vida.
Somos llamados junto con Jesús a ser pan partido para la
vida del mundo. El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 51).
Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia
vida por todos los hombres y nos muestra también la íntima compasión que él
tiene por cada persona. En efecto los evangelios nos narran muchas veces los
sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial, por los que sufren y
los pecadores. Mediante un sentimiento profundamente humano, él expresa la
intención salvadora de Dios para todos los hombres a fin de que lleguen a la
vida verdadera.
Participamos de la eucaristía, recibimos la eucaristía para
pasar a ser eucaristía. Cada celebración eucarística actualiza
sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por
nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos
hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano.
El sacerdocio nace en torno al Misterio Eucarístico, el
servicio de la caridad para con Dios y el prójimo. Nuestras comunidades, cuando
celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el
sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a
todo el que cree en él hacerse “pan partido” para los demás y por tanto
a trabajar por un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno
de nosotros consiste en ser junto con Jesús pan partido para la vida del
mundo (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 88)
En la Eucaristía Cristo es sacerdote y víctima a la vez.
Actualizamos, hacemos presente su Pasión, muerte y resurrección. Hacemos
presente el sacrificio de Cristo en la Cruz, la entrega de sí mismo para
reconciliar el mundo. En el pan partido y repartido recibimos la Eucaristía
para pasar a ser Eucaristía, pan partido para nuestros hermanos.
III CONTEMPLAR EL ROSTRO CRUCIFICADO DE CRISTO
El Papa Juan Pablo II propone en su carta apostólica Novo
Millenio Ineunte al iniciar el nuevo milenio volver nuestra mirada a
Cristo, entrar en la percepción del
misterio de Cristo como el gran horizonte de la historia de la salvación. Su Encarnación, culminada en el
misterio pascual y en el don del Espíritu, es el eje del tiempo, la hora
misteriosa en la cual el Reino de Dios se ha hecho cercano. La Iglesia anima a
todos a fijar nuestra mirada en Cristo para vivir fijos en el rostro de Cristo.
¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como el apóstol
Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es
decir, a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte,
transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae
tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27)
La Encarnación es verdaderamente una kenosis, un
"despojarse, desapropiarse", por parte del Hijo de
Dios, de la gloria que tiene desde la eternidad (cf. Fl 2,6-8; 1
P 3,18). Este rebajarse del Hijo de Dios no es un fin en sí mismo; tiende
más bien a la plena glorificación de Cristo, incluso en su humanidad. «Por lo
cual Dios le exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo nombre. Para que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y
toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Fl 2,9-11).
a. Jesús, un rostro para contemplar
Ante el Crucificado el apóstol Juan refiere la actitud a adoptar:
Contemplarán al que tras pasaron (Jn 19, 37). La iglesia vive de la
contemplación del rostro de Cristo. La Iglesia se comprende en camino hacia
la belleza de Cristo. Cristo es nuestro verdadero icono, nuestra verdadera
imagen. Cristo se propone como modelo de una vida verdaderamente hermosa. Cristo al mismo tiempo Dios y hombre, nos
revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre» (GS 22)
Cristo se despojó de ella por amor. Cristo en la Cruz, icono
del Siervo Sufriente, parece haber perdido toda belleza corporal y sin embargo
nos revela la sublimidad de una belleza sin igual. El creyente ve en lo deforme
del Siervo Sufriente, despojado de toda belleza exterior, la manifestación del
amor infinito de Dios que llega hasta revestirse de la fealdad del pecado para
elevarnos más allá de los sentidos hacia la belleza divina que supera toda otra
belleza y no se altera nunca jamás.
b. El rostro doliente de Cristo crucificado
El icono del crucificado con el rostro desfigurado contiene,
para el que lo quiere contemplar, la misteriosa belleza de Dios. La Hermosura
encuentra su cumplimiento en el dolor, en el don de sí mismo. Es la belleza
del amor que es más fuerte que el mal y que la muerte (CC 8, 6).
Cristo es la imagen, el icono viviente. El es la
imagen viva dinámica que da vida. Cristo es la imagen del Dios invisible
toda la vida está en el, todo lo creó Dios en él y está
sostenido en él (Col 1, 15). A Dios nadie lo ha visto, su Hijo
nos lo ha dado a conocer. Hemos sido creados a imagen de Cristo. somos “imago
dei”, llamados a reproducir en nosotros la imagen viva de
Cristo.
La conformación en Cristo es obra del Espíritu. Se trata de
un proceso de humanización divinización, santificación que obra el Espíritu
moldeándonos con un amor compasivo con la aceptación plena de toda la persona y
la integración de las diferencias. Este amor pide constancia y
perseverancia para entrar en una comunión mucho más plena y profunda.
c. Dios quiso salvar al mundo por la necedad del
Crucificado
Puesto que la sabiduría del mundo no fue capaz de reconocer
a Dios, Dios quiso salvar el mundo por la locura del Crucificado y la necedad
de la Cruz (1 Co 1,21). He aquí la fuente y la base de la belleza capaz de unir
los diferentes estratos, lo humano y lo divino, lo histórico y lo escatológico.
No se trata de una idea, de un programa, de un modelo, sino de una persona.
La cruz es repugnante a nuestros ojos, pero el Crucificado
es portador de una belleza loca y escandalosa. Dios quiso salvar al hombre
mediante la locura de la cruz. Lo que consideraba deleznable se ha convertido
en apetecible. Quiero conocer a Cristo, compartir sus padecimientos y morir su
misma suerte (Fil 3, 7-10). El hombre se ve atraído por el escandaloso amor de
nuestro Señor que renunció a todo por ganar nuestra libertad. Quien contempla
al Crucificado descubre en él una belleza radiante e inmarcesible.
d. Mirando contemplando la persona de Cristo somos
atraídos, envueltos, unidos a él.
A Dios nadie le ha visto. El Hijo único Cristo nos
lo ha dado a conocer (Jn 1, 16) Cristo es la revelación del Padre. El
que me ha visto a mí ha visto al Padre, el que me ve, ve al que me ha enviado (Jn
14, 9). Cristo es la belleza de los contrarios, que une las realidades
diferentes.
Contemplamos el rostro de Cristo que es verdadero hombre y
verdadero Dios. He aquí la verdadera belleza. Dentro de una realidad se
descubre otra. Su belleza nos seduce, nos envuelve, nos enamora, nos hace
unirnos a aquel que dentro de la realidad se despliega como una realidad más
profunda porque une las diversas realidades.
La Suprema belleza es el Cristo Pascual crucificado y
resucitado. La Suprema belleza adoptó una forma pascual, la
sabiduría eterna adoptó la necedad de la Cruz para mostrar la belleza que salva
el mundo. Cristo suprema belleza adoptó la forma kenótica de
Siervo Sufriente para atraernos a todos hacia Él. El Hijo del hombre ha
de ser levantado para atraer a todos hacia Él (Jn 3, 14).
IV CONTEMPLAR PARA IMITAR
La conformación o configuración con Cristo es una acción
humana (del hombre) y divina (de Dios). La realiza el Espíritu (iconografo)
contando con nuestra docilidad para plasmar en nosotros la imagen (icono) de
Jesús. El discípulo ha de ser como su Maestro. El discípulo es aquel que tiende
a a identificarse por completo con Cristo tanto en la forma de pensar, actuar y
de amar; tanto en la intensidad del amor como en su extensión a todos los
aspectos o dimensiones de la vida humana.
La contemplación nos lleva a la imitación de reproducir el
amor, de responder al amor con que somos amados. Amor con amor se paga, amor
por amor. Así vemos en la vida de tantos santos San Ignacio de Antioquia: “quiero
ser trigo molido para ser comido por las fieras”; o San Francisco: “quiero ser
a Cristo pobre y crucificado”; o San Carlos de Foucauld: “quiero imitar a
Cristo y llevarlo a los más pobres y olvidados”; o la Madre Teresa: “quiero
llevar su luz a los más marginados y vulnerables, a los rincones más lúgubres
de Calcuta”.
a. Los sentimientos de Jesús
Adquirir los sentimientos de Cristo es un proceso natural y
sobrenatural (gracia). No se queda con imitar gestos externos sino que deja a
Cristo que actúe en profundidad tocando y transformando el corazón, el centro
de nuestro ser. El camino de conformarse con Cristo y de experimentar sus
mismos sentimientos es el mismo que hace que el corazón humano descubra la
posibilidad de amar de una forma que ni siquiera podría imaginar (al modo
humano-divino de Cristo)
El que entra en el corazón de Cristo y se deja habitar por
él siente el deseo de irradiarlo de hacer nuestros sus sentimientos de
compasión, amor y misericordia por cada hombre. Abajarse a los más pequeños,
hacia los pobres.
b. De la sinceridad a la verdad
El Espíritu de Dios no pasa por encima de nuestra naturaleza
sino que cuenta y actúa en ella. La identificación con Cristo es un camino en
libertad que conlleva un cambio de centro pasar del yo a Cristo. Camino de
integración y maduración de toda la persona entre el yo ideal que debiera ser y
el yo real de lo que soy consciente de mis inconsistencias e incongruencias.
Estamos llamados a caminar en la verdad y a encontrar la fuerza en la
debilidad.
Precisa de un conocimiento de todo lo positivo (nuestros cualidades
y potencialidades) y todo lo negativo (las ambigüedades, los límites y
debilidades). El conocimiento de uno mismo significa reconocer los puntos a
trabajar. Lo más importante es integrar nuestra propia debilidad.
El descender a nuestros propios infiernos nos hará sentir
vulnerables y acudir a Dios con mayor necesidad. Allí donde percibo y
experimento mayor debilidad allí se esconde una llamada a crecer y madurar en
el amor. Las debilidades son una puerta para el conocimiento de Cristo, un
puente hacia el cielo.
El momento más luminoso y a la vez más oscuro de la vida de
Jesús, es decir, los últimos instantes antes de su muerte, en el cual dice que
tiene “sed” y se le ofrece una esponja empapada en vinagre. En ese “grito
silencioso”, hay un Dios que ha querido compartir todo de nuestra condición
humana y se deja atravesar también por esta sed.
En la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y
aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que saber decir:
necesito. No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos.
No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto
humilde, donde se esconde la salvación.
“En una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia,
el rendimiento, reconocer los propios límites y fragilidades es un puente para
conocer el amor de Dios. La medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos
conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también
ayudar” (León XIV, Catequesis miércoles 3 de septiembre 2025 )
c. La fuerza en la debilidad
No somos seres perfectos ni acabados. Mientras vivamos la
inmadurez será una permanente compañera de camino. No podemos aspirar en esta
tierra a una madurez completa, lo que si podemos es vivir la debilidad personal
con madurez, encontrando paradójicamente en ella nuestra fuerza.
La aceptación e integración de nuestra debilidad nos ayudará
a no escandalizarnos de las pobrezas de los otros y nos permitirá la aceptación
de los otros en su debilidad.
“En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino
como un mendigo de amor. No proclama, no condena, no se defiende. Pide,
humildemente, lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera. Cristo, al
afirmar que tiene sed, “manifiesta su humanidad y también la nuestra”, porque
“ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí
mismo” insiste el Santo Padre. “La vida se ‘cumple’ no cuando somos fuertes,
sino cuando aprendemos a recibir”.
Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino
dejándose hacer. No venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el
fondo la debilidad del amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no
se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso
cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en
reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente. (León
XIV, Catequesis miércoles 3 de septiembre 2025 )
d. La debilidad del amor
Dios ni se impone ni impone su amor. El modo de
conquistarnos no es a la fuerza sino abajándose, mostrándose débil, desde la
debilidad. Nos deja libres para que podamos aceptarle o rechazarle. No elimina
el riesgo de nuestra libertad, sino que se somete a ella. Es la prueba del
verdadero amor que propone invita y no se impone. El amor es sólo verdadero
cuando es libre y liberador. La debilidad del amor de Dios es justamente la
prueba del amor divino.
Cristo se hace vulnerable, pobre y necesitado para moverme a
amar. Su dolor despierta amor, compasión alguien que mendiga nuestro corazón,
al que podemos consolar. Es el tengo sed de Jesús en la cruz (Jn 19,
28). ¿cómo es posible que el que es la fuente nos pide a nosotros seres
indigentes y sedientos de beber? Fueron las palabras de Jesús frente a la mujer
sedienta de amor: Si conocieras quien te pide de beber tú le pedirías a él y él
te daría de beber agua viva (Jn 4,10)
San Ambrosio exhorta a beber de Cristo, de su fuente abierta
en su costado, fuente inagotable para que abunde en nosotros la fuente que
salta hasta la vida eterna (Jn 4, 12). La unión con Cristo no se queda en
saciar nuestra propia sed sino a convertirnos en fuente de agua viva para los
demás. Así Cristo despliega toda su gloria en nuestra pequeñez.
Cristo asume nuestra fragilidad hasta el punto de
convertirse en mendigo. Alguien que pide, necesitado de nuestra ayuda. En el
pedir se abre un camino de libertad. Cristo en la cruz nos muestra que la
medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la
capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar. Jesús nos
salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino para
salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión. Desde
el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el verdadero,
nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no temer ser
rechazados.
La sed de Jesús en la cruz es entonces también la nuestra.
Es el grito de la humanidad herida que sigue buscando agua viva. Y esta sed no
nos aleja de Dios, sino que nos une a Él.
Precisamente en el pedir, no en el poseer, se abre un camino
de libertad, porque dejamos de pretender bastarnos a nosotros mismos. En la
fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de
ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría
que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas
para dar y recibir amor. (León XIV, Catequesis miércoles 3 de septiembre 2025)
e. La entrega de la vida
El centro de nuestra vida sacerdotal está en Cristo, una
vida enraizada en Cristo. El verdadero amor (ágape) se encuentra en la
entrega de la vida. No hay mayor amor que el que da la vida. Quien no se
entrega se convierte en esclavo de sí mismo. Quien ama se convierte en servidor
del que ama, no vive para sí sino que vive para aquel que reconoce como su
Señor.
Nuestra vida alcanza su mayor grandeza cuando es ofrecida
entregada a aquel que primero la entregó por nosotros. El Señor acepta nuestra
pobre ofrenda y la une a su ofrenda al Padre. Esta la oración eucarística sobre
las ofrendas: Oremos para que nuestra ofrenda unida al sacrificio de Cristo sea
agradable al Padre. Aunque no haya nada que agregar al único sacrificio
redentor de Cristo, él acepta nuestra pobre ofrenda para unirla a la suya
dándole así un valor redentor.
El amor es lo único con que la criatura puede corresponder
al amor de su Creador y Redentor. Aunque amemos en un grado muy inferior no
faltamos al amor si nos entregamos del todo. Si amamos con todo nuestro ser no
faltamos al amor porque ponemos en juego toda la facultad de amar. Amar del
todo ofreciéndolo todo incluye nuestra debilidad, nuestra herida, nuestra
miseria. Es entonces donde permitimos a Dios ser Dios, abajarse a nuestra
miseria para levantarnos, donde se da el milagro de experimentar su misericordia.
Alguien herido de amor cura nuestras heridas. El tomo sobre sí nuestras
debilidades y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8, 17) En sus heridas fuimos
curados. El soportó el dolor que nos trae la paz. (Is 53, 5)
V PARA REFLEJAR E IRRADIAR LA BELLEZA Y EL ROSTRO DE
CRISTO
La tarea misionera se convierte en irradiación del amor de
Cristo. Llevar su evangelio y la invitación a seguirle no desde la imposición
sino desde la atracción. Seguir a Cristo no es una renuncia, una tarea difícil
y cargosa. Lo difícil es vivir sin Cristo, entonces la vida se hace penosa e
insoportable. Imitar a Cristo con humildad y mansedumbre. Llevamos el rostro
descubierto, vamos incorporando su imagen cada vez más perfectamente bajo el
influjo del Espíritu Santo (2 Co 3,18) de manera que somos cartas vivas de
Cristo no escrita con tinta o en frías tablas de piedra sino en las páginas
palpitantes del corazón (2 Co 3,3). Estamos llamados a irradiar la belleza
de Cristo por medio de una vida santa seducidos por aquella belleza que ilumina.
transforma la vida de los hombres y sus acciones cotidianas. Donde irradia la
caridad, allí se manifiesta la belleza que salva.
Pavel Florenskij, chantre ruso de la belleza, mártir del S.
XX comenta: Las acciones del creyente no son en realidad acciones buenas
en el sentido filantrópico moralista, son: tá Kalá érga, que quiere
decir acciones hermosas, revelaciones luminosas y armoniosas de un rostro
luminoso, hermoso que se dejado seducir por la belleza de Cristo. Es
así como se entiende la luz interior del hombre extenderse al exterior.
Aunque muchas veces trabajamos muchísimo empeñándonos en
cambiar el mundo sirviéndonos de todos los medios a nuestro alcance, puede
pasar que en nuestras obras no emerja la belleza de Cristo. Podemos ser buenas
personas y hacer obras buenas pero nuestras vidas no atraer no reflejar la
belleza de Cristo. Para que viendo vuestras obran glorifiquen al Padre (Mt
5, 16). A las buenas personas se les aplaude, pero no arrastran, seducen, se va
detrás de ellas.
a. Tu imagen sobre mí me cambiará
No se trata de saber más sino de contemplar para que el
misterio contemplado de Cristo se vuelva a nosotros, entre por los
sentidos en nosotros hasta hacerse vida en nosotros. Se trata de una vía más
pasiva, mimética, dejar que la imagen de Cristo que contemplamos se
imprima en nosotros. Es bajo su mirada como toda nuestra vida se unifica y
de este modo encuentra su verdad.
La contemplación del rostro de Cristo ha de llevarnos a
una vida transfigurada a que la vida se convierta en una epifanía, manifestación
del amor de Cristo. La persona se abre a una nueva forma de ser, de vida en
relación, de vida en comunión.
Desde la experiencia viva de fe se adentra uno en esta vida
en comunión. La persona se expresa y realiza su comunión en su naturaleza
humana a través de una vida transfigurada con amor y haciéndose a la manera
eucarística de forma pascual.
Contemplar nos lleva a conocer a Cristo desde dentro, desde
el corazón. No a través del discurso sino del afecto del corazón. Se trata de
un conocimiento amoroso que nos lleva a poner toda nuestra persona, en actitud
de reverencia y de obediencia amorosa a él.
No tenemos que hacer nada extraordinario, sino de vivirlo en
lo ordinario de la vida. Vivir con él dejando que él nos
guie saliendo a su encuentro en los hermanos amándole y sirviéndole en
nuestros hermanos sobre todo en los más pequeños y necesitados. Crecer en
tu amor y tu amistad. Al final solo se nos examinará del amor.
b. Crecer en interioridad, fascinados por el resplandor y
belleza de Cristo
La originalidad de Jesús está en la relación familiar de
intimidad que mantiene con Dios al que llama Abba, (Papaito). La oración
cristiana radica en una relación personal con Dios al que nos dirigimos como
Padre. Esta es la experiencia fundante de la comunidad.
El seguimiento es la respuesta a quien ha encontrado un
tesoro. Las exigencias del seguimiento y la misión no son de imposición sino de
atracción, fascinación. Estamos llamados a transparentar el tesoro que llevamos
en vasijas de barro.
Nuestra vida transfigurada, conformada a Cristo está llamada
a reflejar esta belleza. Vivir atraídos y fascinados por la belleza de la vida
en Cristo es vivir reflejando y recomponiendo la imagen de Dios en nosotros,
reencontrando así nuestra forma original de creaturas e hijos de Dios.
La misión se convierte así en una cuestión de amor. El mayor
riesgo es que se digan y se hagan muchas cosas pero sin provocar el feliz
encuentro con ese amor desmesurado y totalmente inmerecido de Cristo. La misión
radica en irradiar el amor de Cristo y esto pide misioneros enamorados de
Cristo. Nuestra mayor preocupación es comunicar la bondad y la belleza del
Amado. En esta dinámica no hay proselitismo. Nuestra actitud será la de aquel
que invita sin obligar, que propone y no impone, movido y fascinado por el amor
de Cristo.
c. Crecer en coherencia en conversión permanente del yo
ideal al yo real
Solo hay conformación donde hay transformación, conversión.
La contemplación del rostro, de la persona, de la vida y ejemplo de Cristo debe
ir purificando y conformando todos los pensamientos, motivaciones, emociones,
sentimientos.
El camino del seguimiento es un camino de liberación
interior. El camino de conocimiento personal nos abre a descubrir nuestros
puntos débiles y nuestras propias inconsistencias. La inconsistencia crea una
fractura interior, un desequilibrio, un contraste entre el yo ideal y el yo
real, esto crea tensión, nerviosismo, falta de motivación, pérdida de
entusiasmo. Surge la tentación del escapismo, busca de gratificación y
autorrealización (doble vida). Esta distorsión afecta a la relación con Dios y
con los otros. Esta inconsistencia origina falta de autenticidad y pérdida de
libertad.
Será preciso no pasar por alto estos mecanismos. Puede que
al principio solo descubramos que la inconsistencia solo nos afecta a un ámbito
específico pero se ha de evitar que no se extienda a toda la personalidad hasta
hacer tambalear nuestra opción fundamental. Hemos de tratar de recobrar esa
unidad interior recuperando y reconduciendo nuestro ser a nuestro verdadero
centro. Es necesario reconocer y aceptar nuestras debilidades para que el Señor
las sane y las convierta en formas de vida nueva.
d. Mantenerse en la debilidad sintiéndonos necesitados,
del yo al nosotros
No se trata solo de ayudar sino de dejándonos ayudar. Las
relaciones fraternas piden un pasar del yo al nosotros y del nosotros al yo. Se
precisa coordinar y mantener juntos estos dos aspectos del yo manteniendo la
individualidad y la complementariedad. La fidelidad personal se irá
convirtiendo cada vez más en una fidelidad comunitaria (al carisma y la
misión). La comunidad no es la yuxtaposición de individuos comprometidos en
caminos espirituales individuales sino cuando estos caminos se ponen en común
hasta constituir uno solo.
La comunidad está llamada a ser casa común, lugar de
encuentro, donde se comparte el pan del camino y de la intimidad con Dios. Casa
común donde cada persona encuentra su espacio donde se aprende el arte de
respetar y de amar. Lugar de oración de celebración, de perdón y de fiesta. La
comunidad se construye a base de relaciones fraternas de escucha, diálogo,
compartir, amistad que llevan a la unidad.
e. En constante discernimiento, en camino y formación
constante
Somos sacerdotes en un mundo convulso y herido. En un
escenario de fragmentación que han transformado y transforman nuestra forma de
vida, de relacionarnos, de comprendernos. Más que una era de cambio vivimos en
un cambio de era. La crisis que atravesamos está relacionada con la crisis de
fe, la crisis del sentido de lo divino. Cuesta acoger los cambios producidos
que nos impulsan a resituarnos. La vida la vivimos en constante tensión y
conversión. La conversión supone un cambio de centro de gravedad. Cristo ha
de pasar a ser el centro de nuestra vida. Esto significa buscarlo siempre y en
todo para transformarlo todo bajo su presencia y su mirada.
La orientación e identificación con Cristo nos lleva a
buscar no nuestro interés sino su voluntad. Esta obediencia se aprende a
practicarla no sólo inmediatamente con Dios sino con toda la realidad que media
su presencia, los signos de los tiempos, las necesidades de los hermanos, la
comunidad, los superiores, los distintos estamentos de la Iglesia. Esto supone mantenerse
en constante apertura y escucha (ob audire), esto es discernimiento
comunitario. Aprender a descubrir juntos la voluntad de Dios y caminar
unidos.
f. la madurez como integración de todas las dimensiones
de la persona
El camino de integración de maduración y crecimiento en el
amor dura toda la vida. En cada etapa de la vida hemos de resolver y superar
las distintas crisis que la misma vida plantea. La perfección y maduración no
se logra de forma definitiva. Dios llamó a hombres débiles y pecadores para
manifestar en ellos su poder y su obra transformadora. El seguimiento no
consistirá en una superación de una carrera de obstáculos para lograr por puro
voluntarismo (ascética y disciplina) llegar a la meta. Siempre caminaremos
envueltos en fragilidad para que se muestre que la obra no es nuestra sino
suya. No eliminaremos de repente toda imperfección, no lograremos deshacernos
del todo de nuestras debilidades sino siempre caminaremos revestidos de
flaquezas fiados en su poder.
Las tentaciones de desanimo, desaliento, cansancio nos mueve
a la confianza. Más allá de nuestras debilidades y dificultades esta su
fidelidad. Apoyados en él estamos llamados a transformarlos momentos de crisis
en Kairós. Este es el testimonio del gran apóstol Pablo: Vivo en medio
de estrecheces, rodeado de toda suerte de pruebas confiado que puedo salir
airoso porque Cristo me da la fuerza. No es que haya logrado el ideal o
conseguido la perfección, pero sigo hacia adelante habiendo sido conquistado
por él. No creo haberlo alcanzado, pero olvidando lo que dejé atrás me lanzo
hacia adelante en busca de la meta a la que Dios nos llama por medio de Cristo
(Fil 3, 12-14; 4, 13)
VI CAMINAR DESDE CRISTO Y CON CRISTO
En el cap III de la Carta apostólica Nuovo Millennio
Ineunte se nos exhorta a caminar con Cristo y a caminar con los hermanos.
No se trata de invitar un programa, el programa ya existe, se centra en Cristo
mismo, al que hay que conocer, amar e imitar. La propuesta al seguimiento
se ha de hacer a todos. Todos estamos llamados a ser discípulos misioneros
de Cristo, testigos del amor de Cristo en nuestro mundo. El sacerdocio
ministerial está llamado a despertar la vocación sacerdotal de todo el
pueblo de Dios (el sacerdocio común) La comunión es el principal
distintivo y testimonio a dar en nuestro mundo dividido por luchas y
discordias. Realizando esta comunión de amor, la
Iglesia se manifiesta como «sacramento», o sea, «signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad del género humano».
a. Una vida nueva en Cristo, en comunidad, en iglesia,
con todo el pueblo de Dios.
La resurrección de Cristo es para todos, germen de vida
nueva. Nuestra vida está ahora injertada en Cristo, con Cristo en Dios. Toda
nuestra existencia está ahora inserta en Cristo y en su Misterio Pascual.
Quien cree y vive en Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado y
participa de la novedad de la filiación divina del Hijo de Dios que nos llama a
vivir en fraternidad universal con todos los hombres.
Somos herederos del Reino y participes de la paz y
reconciliación que ha establecido Cristo en la cruz entre Dios y el mundo.
Ninguno de nosotros vive ya para sí mismo. Si vivimos o morimos somos del Señor
(cf. Rm 14, 7). Cristo nos lo ha dado todo, se nos ha dado así mismo y
con él y a través de él todas las cosas. La salvación es don de Dios en Cristo.
Nuestra salvación reside en Cristo por medio del Espíritu, sólo en Cristo en su
persona se nos otorga la plenitud del don salvífico otorgado por el Padre.
Aunque participamos en la fe de este don, de este nuevo
estado de cosas, mientras vivimos en este mundo lo vivimos en esperanza,
aguardando con paciencia, las realidades futuras. Estamos bajo la guía y la ley
del Resucitado. Él nos pone en el camino hacia la cruz con la esperanza de quien,
al resucitar, ha vencido al mundo. Cristo como primicia lo ha realizado y ahora
camina con nosotros.
Este camino no ha querido Dios que lo recorriésemos solos.
En este camino no estamos solos, caminamos en Iglesia, en comunidad. Dios nos
ha dado hermanos para caminar. Ahora podemos descubrir a Cristo en su Iglesia a
través de la oración, la liturgia, los sacramentos. La vida en Cristo es
una vida nueva en comunión, en comunión con Cristo y con los hermanos.
La comunión es don, comunicación de Dios en Cristo por el
Espíritu Santo. Se hace realidad en esta comunicación personal de Dios que sale
a nuestro encuentro en Cristo y que nos invita a vivir como hermanos. La
comunión con Dios no se da sin la comunión con los hermanos.
Dios nos reconcilia consigo y nos capacita para una vida
nueva a fin de que vivamos como hermanos en fraternidad universal con todos. No
existe filiación sin fraternidad. La salvación sólo puede darse en comunidad,
en la comunidad salvífica que es la Iglesia. La Iglesia, el pueblo de Dios, es
el sujeto y el portador de la salvación en el mundo. La Iglesia es y será, la
asamblea, fraternidad en Espíritu, semilla y germen del Reino de Dios.
No es accesorio sino esencial la pertenencia a la Iglesia,
en la confesión de fe, en los sacramentos, en los ministerios y la obediencia a
la jerarquía. Celebrar, participar en la Iglesia de la Pascua y recibir la
Eucaristía ha de llevarnos a implicarnos en la dinámica de su entrega.
Aceptando y recibiendo el amor de Jesús, hemos de aprender a difundirlo entre
nuestros hermanos especialmente a los que más sufren, a los más pobres y
necesitados, solo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua.
b. Una vivencia inserta en Cristo y en su Misterio
Pascual
Todos nosotros somos invitados a actualizar este misterio
en nuestras vidas configurándonos cada vez más con Cristo estableciendo cada
vez lazos de comunión cada vez más profunda con Dios y con los hermanos.
Dios nos ha dado la salvación en Cristo. El camino hacia el
Padre nos lo ha abierto Cristo. Cristo camina en este camino con nosotros. Este
camino supone llevar al hombre desde la lejanía de su pecado, hasta la
misericordia de Dios.
La dinámica del seguimiento y la conformación en Cristo
penetra toda nuestra vida hasta nuestra muerte, dónde se da esta plena
incorporación y verdadero nacimiento, por ello que mientras dure esta vida, nos
mantenemos en una dinámica Pascual de muerte y resurrección y conversión
permanente.
Nosotros somos llamados a permanecer en una experiencia viva
de su presencia en nosotros y entre nosotros dejándonos guiar por su Espíritu
colaborando con él en su plan de salvación. Nos anima e impulsa el amor de
Cristo, el Crucificado-Resucitado: “No hemos de temer”. Arriesguémonos a
seguirle y anunciarle, dejemos que Él sea nuestro el Camino, la Verdad y
la Vida, nuestra salvación y nuestra felicidad. Dejemos que Él ocupe toda
nuestra vida para alcanzar con Él todos nuestros anhelos y aspiraciones.
Contemplemos al Crucificado-Resucitado, es la revelación más
impresionante del amor de Dios y no nos conformemos con contemplarle,
venerarle, adorarle o reconocerle y comprenderle, ni incluso meramente
aceptarle o confesarle. Aceptar su amor no es suficiente, hay que
corresponderle imitarle y anunciarle. Cristo nos atrae y nos une así para que
aprendamos a amar a los hermanos como Él nos amó.
No hay transformación del mundo que no pase por una
transformación del corazón. Desde siempre todos los hombres esperan en su
corazón, un cambio, una transformación del mundo. Es la Pascua, precisamente “la
hora” del amor, el acto central de transformación capaz de renovar
verdaderamente al hombre y al mundo “La hora” de transformar la violencia
en amor y por tanto la muerte en vida. Jesús en la Pascua convierte la muerte
en vida a través del amor más fuerte entregando su vida por nosotros.
La muerte ha sido profundamente herida, tanto que, de ahora
en adelante, no tendrá la última palabra. La Iglesia nace contemplando su
rostro. La Iglesia permanece en la contemplación de este rostro sufriente del
Crucificado y Resucitado. Contemplando su Resurrección, descubrimos en Él la
plenitud de la vida y del amor. La Iglesia continúa mirándole a Él y recibiendo
de Él la plenitud de la vida.
En cada Eucaristía se actualiza, se hace presente este
misterio: Este, el misterio de la fe. La comunidad creyente contempla el
misterio pascual de Cristo y lo vive no como un recuerdo sino un encuentro,
una presencia viva que traspasa el tiempo y el espacio.
c. Resplandecientes, iluminados por la Luz que no conoce
ocaso
Con el Jueves Santo donde tiene lugar la institución del
sacerdocio se inicia el Triduo Pascual. La resurrección nos habla de la
victoria de Cristo, de su amor que ha vencido las tinieblas y la muerte. La
liturgia de la Pascua toda ella se desarrolla como fiesta de la luz.
La vida del cristiano es una vida iluminada por la muerte de Cristo y
traspasada por su Resurrección.
Nadie se hubiera atrevido a venerar una Cruz, a un Dios
Crucificado sino hubiera sido traspasado por la Luz de Cristo. La Cruz
del crucificado es fuente de Luz que brilla sin ocaso y que las tinieblas no
pudieron sofocar.
Lo que era un signo de condena se convirtió para los
creyentes en un signo de salvación. La primitiva Iglesia y los cristianos son
la Iglesia nacida de la Cruz y los seguidores del Crucificado que han sido
testigos de su Resurrección. El escándalo de la cruz pasa a ser la corona de
gloria apetecible para aquellos primeros testigos, mártires seguidores de
Cristo.
Toda la noche santa se ilumina de esta luz de Pascua.
Mientras todos nos encaminamos como cortejo de vírgenes al encuentro de su
esposo. Estamos todos invitados al gran banquete de bodas para comer y beber
del vino nuevo que alegra el corazón y llenarnos del gozo de Pascua celebrando
la gran Vigilia de Resurrección del Señor.
Salgamos revestidos con túnicas blancas, dejemos los “odres
viejos” y a “vino nuevo”, “odres nuevos”, el mandilón de la
humildad ceñidos todos con el cinturón del amor. Salgamos al encuentro del
Cordero que lavó nuestras túnicas rompiendo toda atadura y destruyendo las
cláusulas condenatorias.
Que se acallen las voces de tanta condena, del acusador que
nos acosaba día y noche y abrámonos y celebremos su amor irrumpiendo con cantos
de alabanza: ¡La victoria es de nuestro Dios y del Cordero!, ¡Oh noche más
resplandeciente que el día!, ¡Oh noche más hermosa que el Sol (exsultet)
d. Testigos de su luz, de su resurrección de su presencia
viva
La primitiva Iglesia está fundada en la experiencia
Pascual de Cristo viviendo y actuando en medio de ellos. La Resurrección no
se queda solamente en Cristo. La resurrección no se trata de un acontecimiento
del pasado sino de una entrada a la vida nueva del Resucitado. No se trata de un
recuerdo sino de un nacimiento a la vida nueva del Resucitado que nos hace
revivir dentro de nosotros mismos.
El canto jubiloso del “exsultet” es expresión del
gozo de la alegría Pascual, de aclamación y exultación jubilosa: “Oh feliz
noche, oh feliz culpa, oh feliz madero y árbol de la vida de donde nos ha
venido la salvación”.
El mundo entero es quien ha sido reconciliado con Dios por
la cruz y la Resurrección de Cristo. No es pretensioso decir que hemos nacido
de la Pascua, de la Cruz, del costado de Cristo.
Que toda la creación pueda alabar al Señor, que alabe al
Señor toda la tierra, que todos pronuncien y proclamen las maravillas del Señor
la admirable bondad para con nosotros. Toda la creación que permanecía dormida
se levanta para proclamar con alabanzas al Señor de los señores, al Rey del
amor. “gloria a Cristo Jesús cielos y tierra, alaben al Señor!
Jamás de esta tierra se levantó un árbol con tan buen fruto.
Canten nuestras voces y ríndale tributo. Renovemos todos en esta noche Santa la
victoria del Cordero Santo. El borró con su sangre la condena del antiguo
pecado.
Celebremos su paso y su acción salvadora y sanadora, cuando
estábamos perdidos y sin esperanza, Él se apiadó de nosotros y nos libró de la
fosa fatal, y nos abrió paso entre las aguas caudalosas.
Él rompió los lazos de la muerte y los cerrojos y miedos que
nos atenazaban. A los prisioneros y esclavos los hizo libres haciéndonos en su
amor sus servidores. Los sacerdotes son llamados a ser luz y voz ante el mundo,
pero sin convertirse en el centro ni ser los protagonistas, sino un humilde
reflejo del rostro luminoso de Cristo.
Obrando de esta manera se unen al Señor y a todo el pueblo
de Dios. Darán gloria a Dios el que alejó de nosotros toda maldad y lavó todas
nuestras culpas. Devolvió la alegría a los afligidos y a los pobres los colmó
de bienes. Exhortarán al pueblo a los que estaban dispersos, congregándoles de
nuevo, y bendiciendo al pueblo con el vínculo de la paz restableciendo la
hermandad y la fraternidad rota por el pecado.
e. Misioneros servidores del Evangelio
Somos llamados para una misión. El ejercicio del ministerio al
servicio de la santificación del pueblo de Dios. Hemos sido ungidos para
llevar la Buena Noticia del Evangelio a los pobres y afligidos para que
creyendo en él experimenten la salvación. El ministerio bien vivido santifica
al propio sacerdote. El ministerio es vida en el Espíritu pues es Cristo quien
actúa en el ministerio ordenado. Participando de la doble mesa de la palabra y
el altar (la eucaristía), predica y celebra en su nombre como si Dios mismo
actuara por medio de él (haciendo presente a Cristo). El ministerio
consuma la vida espiritual del sacerdote, lo nutre y da forma. Así el
ministerio es fuente de santidad del sacerdote. La identificación con Cristo
(comunión íntima con Cristo) la realiza en su calidad pastoral según la forma
de amar de Cristo (buen pastor) que entrega la vida por las ovejas. El
ministerio lo vive (en comunión eclesial) enviado por el obispo y en comunión
con todo el presbiterio. Esta vivencia de la comunión personal con Cristo y
eclesial con los hermanos (y todo el pueblo de Dios) es la mejor forma de
contrarrestar el peligro de fragmentación unificando toda la persona.
Un rasgo característico de nuestra vivencia del ministerio
ha de ser la gratuidad. Nada más desafiante frente a la indiferencia y
el rechazo de una sociedad secularizada que la gratuidad. Ante la falta de
reconocimiento, de un ambiente a nuestro favor, se precisan de sacerdotes
misioneros enamorados de Cristo que, libres de privilegios y de
reconocimientos, son capaces de motivar una respuesta recuperando el valor de
la elección y adhesión personal. Más allá de una pertenencia por unas prácticas
(cristianismo aferrado a una costumbre, tradición, o conveniencia) hemos de
ayudar a las personas al encuentro vivo y personal con Cristo.
Otro rasgo esencial del servicio del ministerio sacerdotal
es la humildad. La epíclesis del sacramento del orden es la más humilde
de todas las epíclesis sacramentales. La efusión y unción del Espíritu no es
para el bien o la santificación del ministro sino al servicio de la misión y de
la santificación de todo el pueblo de Dios. Dicha sencillez se despliega en el
ministerio de la Palabra. El sacerdote expone el mensaje evangélico de una
forma sencilla e interpelante siendo capaz de hablar al corazón de los hombres
con palabras de esperanza, con amor, sencillez, en verdad, sin artificio para
que así pueda llegar a todos. Sencillez que se corresponde con la sencillez de
la ofrenda que el sacerdote ofrece en el altar de la eucaristía. Sencillez que
es expresión del misterio de Dios, prolongación del ministerio del Hijo y del
Espíritu con los que el Padre ha redimido a los hombres. Con Cristo, en él y
por él (doxología final de la plegaria eucarística).
f. Mensajeros de paz. Cristo es nuestra paz
Cristo nos envía a ser instrumentos y mediadores de paz y
reconciliación. Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia se podrá
construir la tan deseada civilización del amor (Juan Pablo II)
Estamos llamados a caminar juntos y unir nuestros esfuerzos
por construir la paz en una apuesta decidida por la lucha y la defensa de la
dignidad de toda persona para trabajar por un mundo más humano, justo y
fraterno. No podemos olvidarnos de los que sufren toda clase de injusticias,
los más vulnerables y heridos, olvidados, descartados, excluidos.
Cristo encarna ese pastor compasivo y misericordioso que
sale al encuentro de los que se encuentran perdidos. Es médico que toca nuestra
humanidad herida, sana, restaura, levanta. El mal se supera con amor, el odio
con el perdón la paz.
Cristo es nuestra paz. La Eucaristía es sacramento de paz y
unidad. Él ha hecho de los pueblos divididos por el pecado un solo pueblo
derribando la barrera de odio que nos separaba. Cristo en su persona nos ha
traído la paz, injertándonos en él nos ha reconciliado por medio de la cruz y
nos ha unido en un solo Cuerpo. Unos y otros, gracias a él y unidos en un solo
Espíritu, tenemos abierto el camino que nos conduce al Padre (Ef 2, 14-18).
Cristo es nuestra paz.
Solo El nos la puede dar.
Contempladlo
en la Cruz, alzado está,
manantial
que sacia la vida,
el perdón
que cura nuestro mal.
Recordad que
estabais lejos de Cristo,
lejos de su
Alianza, sin esperanza,
como quien
no tienen a Dios en el mundo.
Mas ahora,
por su preciosísima Sangre,
Hemos sido
rescatados y perdonados de toda culpa.
En la Cruz
venció para siempre al poder de la muerte
Y en El
hemos recibido una vida nueva.
En la Cruz
fuimos sanados,
Fruto de su
dolor y de su inmenso amor
Fuimos de
nuevo llamados a una esperanza imperecedera.
g. Síntesis: Contempla adora y confía
En este mes de Septiembre hemos asistido a la canonización
de dos hermanos: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis. El proceso de
cristificación es un proceso de conversión. Es una llamada a orientar nuestra
vida hacia lo alto. Esto es, convertirnos en una sola cosa en Cristo, tener a
Dios en el centro de la vida y de nuestras acciones. Cuando nos ponemos ante el
sol nos bronceamos, cuando nos ponemos ante Cristo nos cristificamos (Carlo
Acutis)
Dios está con nosotros hasta el final de los tiempos. Él
está con nosotros amándonos y llamándonos.
El sí a la primera llamada, primera hora, ha de renovarse
con los pequeños síes de cada día y de cada etapa de la vida sacerdotal
que van tejiendo el gran sí como respuesta al Sí fiel y definitivo que Dios dio
al sacerdote al consagrarlo.
En el amanecer de la vida era yo que celebraba el
sacerdote y Cristo era la víctima que ofrecía al Padre a través de mis pobres
manos. En el atardecer de la vida es Cristo el que preside y el
sacerdote el que es ofrecido Cristo como ofrenda viva. Es él quien uniendo mi
pobre vida a la suya me ofrecía al Padre.
Poco a poco vamos conociendo su el amor, contemplando su
belleza, siendo atraídos por él hasta enamorarnos de él y obrad en conformidad
con él. Proceso de conformación y configuración hasta amarle con todo el ser
poniéndonos al servicio de los hermanos. El sacerdocio movido y alentado por su
amor es lo que nos conducirá a la verdadera felicidad.
Es esencial la capacidad de dejarse atraer, amar, modelar
por Cristo. La conformación es obra fundamentalmente de él. Si somos dóciles a
su amor él se irá adueñando de nuestra vida ganando nuestra libertad y
transformando todo nuestro ser.
La obra de conformación, de hacernos semejantes a él no se
quedará en meros gestos externos, sino que nos moverá a un cambio de ser, de
nuestra forma de pensar, de sentir y de amar, de actitudes, comportamientos y
motivaciones. El reconocimiento de su amor nos lleva a amarle. El amor es lo
único con que la criatura puede corresponder a su Creador. No debemos
reservarnos nada, ofrecernos del todo. Aunque la criatura, por ser inferior ama
menos, si ama con todo el ser en nada falta a su amor. Ofrecerle también
nuestra debilidad, nuestra miseria para que él muestre con magnanimidad su
misericordia.
No te
inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.
Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz. Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que
brote, y conserva siempre sobre tu rostro
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda: cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas apesadumbrado,
triste, adora y confía...
DIA 1: FIJOS LOS OJOS EN EL SEÑOR
Lectura cristológica.
Nosotros, sus servidores, ponemos nuestros ojos y corazones
fijos en el Señor, esperando su misericordia. Vivimos levantados y vueltos
nuestros ojos al Señor. En ocasiones vemos en Jesús este gesto, levantando sus
ojos al cielo. Expresa su cercanía y total dependencia de Dios. Yo no hablo por
mi propia cuenta. El Padre es quien me dice lo que debo decir y como lo tengo
que decir. Yo digo lo que he oído de mi Padre. Desde su obediencia al Padre
propone a sus discípulos el camino del amor y del servicio.
Sal 122
La Iglesia vive de la contemplación de Cristo, crucificado y
resucitado. Nosotros nos reunimos en Iglesia, la casa de Dios, con la comunidad
de hermanos para escuchar su palabra y levantamos hacia él nuestra oración para
aprender a reconocerle y a servirle en los hermanos. La oración de cada uno se
une a la de la Iglesia donde surge esa sintonía y comunión. A pesar de los
desprecios y tribulaciones no nos desalentamos. Esperamos y confiamos en su
misericordia. Pon en nosotros tus ojos misericordiosos. Por amor a tu nombre,
por tu fidelidad y misericordia, no nos abandones. Nos mantenemos fijos los
ojos en nuestro Dios hasta que se complazca de nosotros.
DIA 2: NUESTRO AUXILIO NOS VIENE DEL SEÑOR
Lectura cristológica.
Jesús aparece en ocasiones con los discípulos en la
travesía, en la barca, en medio de la tormenta. Ellos tienen miedo de hundirse
y despiertan al Señor y le reprochan ¿No te importa que perezcamos? Jesús exhorta
a los suyos a confiar en él ¿porqué dudáis? ¡hombres de poca fe! El Señor calma
el viento y las olas del mar como signo de la potencia del mal. Los discípulos
reconocen y confiesan a Jesús como el Señor, el Salvador. Si el Señor no nos
hubiera auxiliado nos abrían arrollado las aguas. El Señor nos libró de la
trampa mortal y escapamos. En él encontramos refugio y protección.
Sal 123
El salmo es una proclamación coral y comunitaria de la
salvación. El pueblo se ve liberado milagrosamente de un grave peligro. También
nosotros nos sentimos oprimidos y afligidos en medio de la adversidad. A veces
sentimos que se caen todos nuestros apoyos. Pero tenemos a quien acudir ¿quién
podrá separarnos del amor de Dios? Si Dios está con nosotros ¿quién contra
nosotros? Él nos conforta en todas nuestras tribulaciones.
DIA 3: LOS QUE CONFIAN EN EL SEÑOR NO QUEDARAN
DEFRAUDADOS
Lectura cristológica.
Somos el pueblo que confía en el Señor. Dios nos ha
rescatado y elegido para habitar en él. El nos cuida y nos guía hasta la
Jerusalén celestial asentada para siempre. Mientras tanto caminamos en
esperanza hasta el encuentro definitivo. Jesús aconseja a los suyos que no se
dejen arrastrar por el mal. Resucitado se presenta vencedor del mal y de la
muerte y prometiendo la paz. La paz os dejo mi paz les doy. La confianza en ti
es mi apoyo y fortaleza.
Sal 124
Los que confían en el Señor permanecen firmes,
inconmovibles, no fracasaran. Aunque vacilen los montes y se desplome el mar,
Dios protege a su pueblo con mano firme. Nuestra vida está rodeada de un abrazo
de inmensa ternura. Dios estrecha a su pueblo con su abrazo para protegerlo del
mal. Los que se apartan de él siguiendo por caminos tortuosos acaban mal. La
oración perseverante libra el corazón de la tentación de dejarse arrastrar por
el mal y proporciona la paz a todos lo que le buscan.
DIA 4: NUESTRA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO
Lectura cristológica.
Los discípulos sentían repugnante la cruz (escándalo,
necedad). Jesús anuncia a sus discípulos que su muerte dará paso a la vida. Pone
la imagen de la mujer que va a dar a luz. Llorareis y gemiréis, pero vuestra
tristeza se convertirá en gozo. Los discípulos estaban descorazonados tras la
muerte de Jesús. Cuando Jesús se apareció resucitado cambió la suerte de los
discípulos. Les parecía soñar o ver un fantasma. Las mujeres se acercaron al
sepulcro. Al ir iban llorando y al volver volvieron cantando. Decían, el Señor
ha estado grande con nosotros y estamos alegres. También nosotros debemos
alegrarnos, pese a que la siembra del Reino cueste sufrimiento y a veces
lágrimas, aunque no veamos la obra terminada. De las experiencias difíciles de
la vida Dios nos promete que cambiará nuestra suerte. No dejemos de sembrar el
bien y el amor. El Señor no permitirá la victoria del mal.
Sal 125
Este sería el canto de los cautivos que regresaban a
Jerusalén después del exilio. También la Iglesia nos invita a cantar el salmo
al final del día. Jesús nos invita a sembrar dejando que otros cosechen. Ni un
grano, ni una gavilla se perderá. Cristo es el autor de la salvación, nosotros
la comunidad de cautivos repatriados. Aunque la siembra suponga esfuerzo y
lágrimas, la cosecha al final de los tiempos nos hará participar del gozo
eterno. Los padecimientos de ahora no pueden compararse con la gloria que un
día se nos revelará. Tras un breve padecer la boca se nos llenará de risas y la
lengua de cantares.
DIA 5: SI EL SEÑOR NO CONSTRUYE LA CASA EN VANO SE
CANSAN LOS ALBAÑILES
Lectura cristológica.
El hombre no se hace agradable, se santifica, por sus obras.
El hombre debe pasar a ser la obra de Dios. Él es el artífice y nosotros sus
albañiles. Dios es el que bendice y hace fecunda la obra de nuestras manos. Si
el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles. El esfuerzo del
hombre es vano sin Dios.
Jesús exhorta a sus discípulos a vivir en manos de Dios, en
el abandono confiado de aquel que provee todas las cosas. No os inquietéis
diciendo ¿qué comeremos. Ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis. Jesús
perfecciona y lleva a cumplimiento nuestra fe. En esta vida sembramos pero es
Dios quien recoge la cosecha.
Sal 126
Este salmo es una invitación a vivir en la gratuidad y el
abandono confiado. No por mucho madrugar amanece más temprano. Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde. Dios provee a sus amigos mientras duermen. Nosotros
hemos de poner todo de nuestra parte pero poniendo todo en manos de Dios, sabiendo
que todo depende de él. El completará y llevará a término nuestra obra siempre
imperfecta e inacabada. El no dejará perder nada que vivamos y lo ofrezcamos
como acto de amor. Él unirá nuestra pobre ofrenda a la suya y será grata a los
ojos de Dios.
DIA 6: EL SEÑOR BENDICE Y DA FECUNDIDAD A NUESTRA
OBRA
Lectura cristológica.
La bendición del Señor son los hijos alrededor de su mesa
como la familia de Dios. asemeja la Iglesia como una viña fecunda con hijos
numerosos como brotes de un olivo lozano. El salmo tiene un sentido alegórico
eucarístico. El Señor bendice nuestra ofrenda fruto de la creación y de nuestro
trabajo para convertirlo en una misma ofrenda con él. Que el sacrificio de
nuestro trabajo unido al sacrificio de Cristo sea agradable a tus ojos y se
conviertan para nuestro mundo en pan de vida y bebida de salvación.
Sal 127
La bendición de la mesa es expresión de la acción de gracias
por el pan cotidiano. El padre de familia después del duro trabajo sienta a sus
hijos alrededor de la mesa y pide la bendición de Dios para mantener la familia
unida, juntos comparten el pan el cariño entrañable, la alegría y la felicidad.
La pequeña iglesia doméstica que empieza en la familia tendrá su cumplimiento
en la nueva Jerusalén. La bendición del Señor es la Paz para todo su pueblo y
la exhortación a vivir como la gran familia de Dios.
DIA 7: EL SEÑOR ROMPE EL YUGO DE LOS ORGULLOSOS
Lectura cristológica.
Jesús rompe las coyundas de los impíos. Jesús fue oprimido y
torturado. Cuando le flagelaron araron sobre sus espaldas abriendo largos
surcos pero él no reprochó ni alzó su voz al contrario cargó sobre sí nuestras
ofensas y se ofreció como expiación por nuestros pecados. Fue oprimido y él se
humilló y soportó el castigo que nos trae la paz. El intercedió por los
rebeldes y rompió así el yugo de los orgullosos para atraerlos hacia él. El nos
exhorta a no bajar los brazos en nuestra lucha contra el mal y a no tomarnos la
justicia por nuestra mano sino confiar en la fuerza poderosa de Dios para
salvarnos. Los limpios de corazón contemplarán su rostro.
Sal 128
Este salmo nos remite a dos lecturas. El pueblo de Israel
junto con la ciudad de Sión fue oprimida, desolada, arrasada por la opresión de
sus enemigos. Quedó como un campo arado como rastrojo para echar al fuego. Pero
Dios mantiene su fidelidad y cumple sus promesas con el pequeño resto al que
convertirá en parra fecunda. La Nueva Jerusalén será restaurada. En el monte
Sión Dios renovará su alianza en Cristo y desde allí nos llegará a todos su
bendición. Su salvación llegará a todos los habitantes de la tierra. cuando
pasamos por la desolación y nuestra vida parece marchitarse hay una invitación
a la confianza, ni un solo pelo de vuestra cabeza se perderá sin el beneplácito
del Padre que es capaz de sacar bien por mal y convertir los tiempos de
desolación en bendición.
DIA 8: ORACION DEL POBRE AFLIGIDO
Lectura cristológica.
Este salmo reproduce una súplica en medio de una situación
de extrema soledad y angustia. Este salmo penitencial “de profundis” se
utiliza en el momento de la muerte inminente. La persona se encuentra sumergida
en lo hondo de un abismo, abrumado y hundido por el peso de la culpa. Jesús aun
siendo inocente ha descendido a lo hondo del abismo para romper nuestras
cadenas y abrirnos las puertas de la salvación.
Sal 129
El salmista clama a Dios como el único que puede salvarlo,
suyo es el amor y el rescate generoso. No hay nadie que se encuentre inocente
frente a Dios. Hasta el más justo peca siete veces. Por siete veces se dirige a
Dios la humilde súplica. Señor escucha nuestra oración. Anima a todos a confiar
en el Señor. Espera en el Señor como la aurora aguarda el amanecer. El Señor
amanecerá como el nuevo día y nos redimirá de todos nuestros pecados. Aunque a
veces se oscurezca el camino, espera en Dios y volverás a alabarlo.
DIA 9: COMO NIÑO PEQUEÑO EN EL REGAZO DE SU MADRE
Lectura cristológica.
Jesús vive en este abandono confiado, así nos lo muestra al
final de su vida. Jesús mueve a sus discípulos a vivir en esta confianza
filial. Tener un corazón sencillo como los niños sin la presunción de la
autosuficiencia que nos encierra en nosotros y nos hace vivir seguros de
nosotros mismos sin necesitar de Dios y de los otros. Esta actitud de abandono
confiado nos hace vivir nuestros límites envueltos y acogidos por su presencia
amorosa. Cristo encarna este rostro misericordioso del Padre, llama a sus discípulos
hijitos y les promete no dejarles huérfanos.
Sal 130
Este salmo es uno de los cantos más hermosos de todo el
salterio. Solo en Dios nuestra vida descansa segura. No dudemos de vivir
abandonados en los brazos de Dios. no necesitamos afirmarnos en nosotros
mismos, tenemos un apoyo más seguro propio del espíritu de la infancia, de la
infancia espiritual.
También nosotros estamos llamados a vivir en esta confianza
cuando nos asaltan las dudas y las dificultades. En la adversidad cuando parece
que todo nos supera y me lleno de ansiedad aplaco y modero mis deseos. Es la
actitud más propia al final de cada jornada. Solo en Dios descansa mi alma.
DIA 10: AQUÍ VIVIRE POR SIEMPRE
Lectura cristológica.
El amor busca la cercanía con la persona amada. Cristo
cumple la promesa de estar con nosotros para siempre, una promesa que no
retractará. No descansaré hasta que sea en vosotros donde pueda habitar y
reposar. Así lo hace saber a Zaqueo, he querido venir a tu casa. Dios ha
querido habitar no en un lugar grandioso sino en nuestra pequeñez. Tan solo
pide ser reconocido y acogido con amor. Yo restituiré mi casa devastada por una
casa digna, lugar de encuentro y oración para todos.
Sal 131
Dios acompaña a su pueblo sin una morada fija hasta
establecer su templo en Sión, el monte santo. Las figuras de la montaña, la
nube, la tienda, del arca y del tabernáculo quedarán sustituidas por el templo,
la casa donde habitará Dios. El templo será el lugar de la presencia divina en
medio de su pueblo. Es el principio de un tiempo nuevo donde reine la paz (shalom
aleijem). Un templo nuevo, un nuevo reino. Desde el nuevo templo Dios
promete su protección y concederá un reinado glorioso, bendecirá a todos los
pueblos. Este es un reclamo para nuestros días. Ahora este templo se encuentra
acosado y amenazado de muerte. Todavía hoy hay tantos sin techo ni vivienda
digna que sufren el azote de la opresión y la injusticia. El Señor quiere
bendecir a su pueblo saciando de pan a los hambrientos, revistiendo de honor y
de gloria a los desposeídos privados de dignidad.
DIA 11: QUE VIVAN UNIDOS TODOS LOS HERMANOS
Lectura cristológica.
La intención de Jesús por instaurar su Reino es ver los
hermanos unidos. Ver qué delicia convivir los hermanos unidos. Para restablecer
la unidad perdida Cristo se ofrece en la cruz. El Señor nos ha hecho hermanos.
Somos hermanos de sangre, en la sangre de Cristo. Él se ofrece como vínculo de
comunión. Permaneced en mí y así permanecerá en vosotros el amor fraterno. Te
ruego Padre para que sean uno como tú y yo somos uno (oración sacerdotal). Este
será el distintivo de la primera comunidad de creyentes. Amaos mutuamente con
amor fraterno.
Sal 132
Jesús nos llama a reconocerlo presente en cada hermano.
Donde hay amor allí esta Dios, allí manda Dios su bendición. Allí donde los
creyentes viven unidos en su amor, allí se hace real la bendición de Dios, la
presencia del Señor en medio de los suyos. Dios derrama como ungüento suave su
Espíritu de amor. Es el roció que viene de lo alto, que sale del Costado de
Cristo traspasado en el monte Sión empapando toda la tierra. Nuestro mundo
dividido, roto por el pecado, tiene sed de unidad. El Espíritu es el óleo
derramado en nuestros corazones que cura nuestro corazón herido, lo fecunda y
fortalece con el amor de Dios.
DIA 12: LOS QUE VIVIS EN SU TEMPLO ALABAD AL SEÑOR
Lectura cristológica.
La iglesia se congrega en nombre de Cristo y acudimos a él
haciendo nuestra su oración por la paz. Haya paz en Jerusalén. El Señor nos
promete su paz. El primer saludo pascual después de resucitar es la paz esté
con vosotros. Les mostró sus manos y costado traspasado y volvió a decirles la
paz esté con vosotros. Recibid el Espíritu Santo. De sus heridas derrama la
medicina que sana los corazones desgarrados. Sus heridas no derraman sangre,
irradian luz, estás transfiguradas. También nosotros estamos llamados a
restaurar tantos rostros desfigurados por el pecado para ser iluminados con la
luz de Cristo. a través de nosotros quiere derramar su bendición. Que el Señor
te bendiga, ilumine su rostro sobre ti y te de la paz.
Sal 133
Concluye esta serie de “salmos de peregrinación o de las
subidas” cuando los peregrinos subiendo al monte Sión de Jerusalén y llegaban
al templo. Desde allí el hombre recibe la bendición del Señor. Que él te
bendiga desde Sión y derrame la paz. Es una invitación a una oración
comunitaria que invita a todos los que están en la casa de Señor a unirse en
una misma alabanza. Todos los siervos del Señor bendecid al Señor. Cristo nos
ha reconciliado a todos por medio de la cruz derribando el muro que nos
separaba. Unos y otros unidos en un solo Espíritu.
DIA 13: CANTAD EL ALELUYA, EL EXULTET, HALLELUYAH
Lectura cristológica.
El Señor ha estado grande, ha hecho prodigios con su pueblo
y estamos alegres. El salmo narra los prodigios que ha hecho y que llevó a
plenitud por medio de Jesucristo en su misterio pascual. El nos llamó, nos eligió,
nos redimió. Su amor es eterno. Es como el credo de nuestra fe. Revivamos la
historia de su elección y de su llamada. Nuestra historia personal y
comunitaria es historia de salvación, historia de su amor fiel y eterno. Su
amor siempre es primero, incondicional. Nuestra fidelidad se construye sobre la
fidelidad de Dios.
Sal 134
Este salmo forma parte del gran Hallel, himno de
alabanza que se recitaba en la Fiesta de Pascua narrando la historia de
salvación. La historia de la salida de Egipto, de la peregrinación por el
desierto, de la entrada en la tierra prometida es parte de nuestra historia y
muestran que la elección de Dios es irrevocable. No nos eligió porque fuéramos
los mejores de todos los pueblos sino para dar a conocer a todos los pueblos
que su redención y salvación es para todos. El Señor hace lo que quiere y lo
lleva a cabo contando con nuestra limitaciones y pobrezas. A nosotros lo más
insignificantes de todos se nos ha concedido la gracia de anunciar a todas las
naciones la incalculable riqueza de Cristo.
DIA 14: ALABANZA A LA MISERICORDIA DE DIOS
Lectura cristológica.
Este salmo, en forma letánica, es un canto de acción de
gracias al Señor, porque es bueno y eterna su misericordia. La misericordia
divina tuvo su máxima realización en Cristo. Tanto amó Dios al mundo que nos
envió a su Hijo para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Por Cristo
con él y en él damos gracias a Dios Padre en la unidad con el Espíritu Santo. A
él la gloria y la alabanza porque su amor es constante y para siempre. el
salmista nos invita a meditar y saborear con asombro enumerando, contemplando y
reconociendo su infinita bondad que llega hasta el día de hoy. Él nos dió la
vida, nos dió una familia, nos llamó a su servicio, nos envió a ayudar a su
pueblo, nos visita cada día porque es eterno y constante su amor. Nuestra vida
se hace oración y nuestros recuerdos memoria salvífica, letanía sagrada.
Sal 135
El salmo narra los hechos más significativos de la historia
de salvación. Comienza con la creación se detiene en los grandes prodigios de
la salida de Egipto, su salida por el desierto y la entrada en la tierra
prometida y prosigue en la vida cotidiana.
La acción de gracias la actualizamos hoy en nosotros. En
nuestra humillación se acordó de nosotros y nos libró de nuestros opresores. Su
amor es constante sobre todo manifiesto en los momentos oscuros y difíciles. Tras
cada suceso grande o pequeño, alegre o penoso él lo convierte en historia de
salvación. Cada día él nos reparte el pan y lo descubrimos en el pan de la
palabra y la eucaristía. Él da alimento a todo viviente. Somos invitados cada
día a darle gracias por sus gestos de cariño y de ternura. Cada gesto de Dios
es fruto y signo de su amor sin medida.
DIA 15: CANTO DE LOS DESTERRADOS
Lectura cristológica.
Este salmo de lamentación se enmarca en una situación de
destierro, Babilonia representa la capital del crimen, el poder hostil que
amenaza al pueblo de Dios, encarnación del poder hostil del maligno. Junto a
los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión ¿Cómo
cantar un cantico al Señor en medio de esta hostilidad? Nuestros deportadores
se ríen de nuestros cantos de alabanza en medio de nuestro llanto. En esta
situación de abatimiento se nos invita a no perder la esperanza. Me acuerdo y
añoro la ciudad santa de la que fuimos deportados. El Señor promete a su pueblo
la liberación. Los que marchasteis llorando volveréis entonando cantares. Es la
promesa de fidelidad y amor eterno de parte del Señor.
A la confesión de fe de Pedro sigue la promesa. Te daré las
llaves del Reino y los dominios del mal y de la muerte no prevalecerán. Te
infundiré mi poder para enfrentar y vencer el mal con el bien. Cristo se
levanta victorioso sobre la muerte y nos infunde la esperanza. No temed yo he
vencido al mundo.
Sal 136
Sigue la presencia y la acción hostil del agresor en el
mundo. La Iglesia se encuentra en lucha contra esta Babel invocando la
intervención de Dios. Cuántos hombres sufren el destierro. ¿Cómo se puede
cantar en un mundo oprimido por el mal en medio de guerras, sin paz y sin
solidaridad? La añoranza por su suelo patrio les ahoga en medio del llanto.
Aunque se nos pegue la lengua al paladar y se reseque la boca y se apague el
ánimo, no hemos de perder la esperanza. la esperanza brota del recuerdo supone
no perder la memoria, no olvidarse de lo que hizo el Señor para esperar su
acción salvadora. No debe cesar nuestra invocación y alabanza en medio de la
persecución. El pueblo será repatriado al Reino de la Jerusalén celestial. La
victoria del amor es la fuerza que acompaña a los cristianos y que los hace
firmes en su debilidad, alegres en su fragilidad.
DIA 16: EL SEÑOR PROTEGE AL DEBIL. CUANDO TE
INVOQUE, ME ESCUCHASTE
Lectura cristológica.
Toda nuestra vida es obra de Dios, hechura suya somos. Pero
a veces lo olvidamos. En los momentos que nos perdemos nos volvemos hacia él. Señor
no abandones la obra de tus manos. Nos confiamos en su misericordia. El Señor
se fija en el pobre y el humilde, extiende su mano y su derecha le salva.
Damos gracias porque en el peligro me escuchaste, viniste a
mi encuentro, me fortaleciste. Gracias por tu amor y fidelidad la roca firme
donde nos apoyamos. Jesús enseña a sus discípulos a vivir en este abandono
confiado. No andéis temblorosos y no
tengáis miedo mi pequeño rebaño agobiados vuestro Padre sabe lo que necesitáis
y él proveerá. Si vosotros sois incapaces de realizar las cosas más pequeñas
porqué os inquietáis ante las más grandes. Dios os dará a cada momento lo que necesitáis.
Sal 137
También nosotros en nuestro caminar nos sentimos cansados y
agobiados. Sentimos el peso de la responsabilidad, la dificultad, nos fallan
las fuerzas, nos asaltan los temores y las dudas, pero tu Señor nos consuelas y
confortas.
El salmista ante la bondad del Señor quiere que este sea
conocido. Que te reconozcan y den gracias todos los reyes y habitantes de la
tierra. es una invitación a la universalidad de la salvación movida por el amor
de Dios que no conoce fronteras. Nos pide ser sensibles al dolor de los
hermanos a los que sufren la injusticia y el poder del mal, a ponernos al lado
de los pobres y afligidos.
DIA 17: SEÑOR TU ME SONDEAS Y ME CONOCES
Lectura cristológica.
Este salmo es uno de los más bellos del salterio. Expresa la
contemplación orante de la omnipresencia de Dios. El hombre está siempre bajo
la presencia de Dios que lo rodea por detrás y por delante, que lo penetra todo
y está en todo. Me abrazas por detrás y por delante. Dios nos conoce más que
nosotros mismos. El salmista queda anonadado y asombrado por esa misteriosa
presencia divina y la profundidad de sus designios de amor por lo que irrumpe en
acción de gracias y pide que lo guíe por buen camino. Lo grandioso de este
salmo es el tono de intimidad personal con Dios. El salmista habla con Dios
embargado por la emoción sintiéndose protegido. Dios se ocupa de él.
Jesús les habla de esta misteriosa presencia divina. Me iré
físicamente de vuestro lado pero volveré a vosotros. No os dejaré huérfanos.
Les promete que enviará el Espíritu Santo quien les recordará todo y les
llevará a la verdad completa. Recibirá de lo mío y os lo dará a conocer. Él os
asistirá os ayudará, estará siempre con vosotros
Sal 138
Sorprende la disparidad de la pequeñez del hombre con la
grandeza de Dios. el hombre solo puede comprender una pequeña parte. Cuando
intenta comprender se encuentra con el misterio inabarcable de Dios. qué
incomparables tus designios, tanto saber me sobrepasa. El hombre solo puede
comprenderse iluminado por la luz de Dios. el conocimiento de Dios se extiende
hacia atrás hasta lo profundo de mis entrañas, hasta el fondo del alma. Dios el
que nos tejió en nuestro seno materno. Mientras seguimos estando en el seno de
Dios, él nos acompaña y nos guía.
¿A dónde huiré y escaparé de tu mirada? Aunque pasemos por
tramos oscuros donde parece que todo se oscurece, si desciendo hasta el abismo,
allí te encuentro. Allí me alcanza tu derecha, me levanta. Por eso pide que su
luz guie siempre nuestro caminar, guíanos por el camino eterno.
DIA 18: ATIENDE A MIS GRITOS DE SOCORRO Y LIBRANOS
DEL MAL
Lectura cristológica.
En esta peregrinación el hombre se acechado por el mal. Por
el camino me colocan trampas, los soberbios me tienden una red. Mis enemigos
planean males, todo el día provocan contiendas. Pero acudimos al Señor, nuestro
Defensor. Defiéndeme de la mano perversa, protégeme de los hombres violentos.
Jesús se apropia de las palabras del salmo y se identifica
como el pobre perseguido. Jesús mismo cuando enseña a orar a los discípulos
acaba su oración dirigiéndose al Padre, no permitas que caigamos en la
tentación y libranos de todo mal
Sal 139
Todo el salmo es una apelación a la asistencia divina. El
salmista recuerda la acción de Dios. Yo se que mi Dios defiende el derecho del
pobre. El Padre no permitirá que se pierda ni uno solo de vuestros cabellos.
Aunque por el momento suframos toda clase de pruebas, cantareis himnos de
alabanza a vuestro Dios. Él os librará, os rescatará y os sentará a su derecha.
No temáis mi pequeño rebaño a mi Padre le ha parecido bien daros el Reino.
DIA 19: MIS OJOS ESTAN VUELTOS A TI, EN TI ME REFUGIO
EN LA CALAMIDAD
Lectura cristológica.
Es un salmo parecido al anterior. El salmista suplica en
medio de la tribulación. La fuerza del mal es fuerte y el Tentador aprovecha la
situación de debilidad y aprovecha de nuestra inclinación para arrastrarnos y
ganarnos para el mal.
Jesús cuando se retira a orar en Getsemaní previene a sus
discípulos orad, vigilad, para no caer en tentación. El espíritu está pronto
pero es fuerte la debilidad y la inclinación de la carne.
Sal 140
Probablemente es un salmo redactado por el pueblo perseguido
en el exilio, en el cautiverio, en medio de la calamidad. El salmo invita a la
perseverancia en la oración. Estar vigilantes como centinelas y no dejéis que
vuestro corazón se incline a la maldad. Es una exhortación a mantened la
cabeza, el corazón, los ojos vueltos hacia el Señor. Está seguro de la
salvación de Dios.
Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme.
Con esta invocación iniciamos cada día la oración de la mañana. Aunque se reza
en singular se convierte en plural con toda la asamblea y toda la Iglesia. Sin
la ayuda de Dios no podemos nada.
DIA 20: LA ORACION DEL CORAZON, DE TODO EL SER
Lectura cristológica.
Nuestra oración la hacemos con todo el ser. Rezo con mi
cabeza, con mi mente, con el corazón. Rezo individualmente y rezo en grupo.
Rezo en silencio, en voz baja y alzando la voz con fuerte grito. Rezo en medio
del dolor y lleno de alegría. Mi grito proclama la urgencia de mi plegaria.
Jesús nos enseña a orar con el corazón. Cuando oréis no
penséis que dios escucha por nuestras largas oraciones. Orad con el corazón,
con todo vuestro ser. Más allá de nuestras palabras abrirle el corazón el
conoce nuestra situación y sabe darnos lo que necesitamos.
Sal 141
La invitación a orar con el corazón es una exhortación a la confianza. Expongo ante él mi situación, mi angustia, mi dolor y me quedo aguardando. Se nos invita a poner en Dios nuestra confianza. Nosotros no sabemos orar. Guía tú nuestra oración y ven en ayuda de nuestra flaqueza. Cada mañana nos dirigimos al Dios fiel que cumple sus promesas. No me escondas tu rostro, hazme escuchar tu gracia ya que confío en tí. Tu Espíritu que es bueno me muestre el camino a seguir y dame la docilidad de seguir tus caminos.
DIA 21: CANTARE PARA TI UN CANTICO NUEVO
Lectura cristológica.
El salmista cae en el estupor y la admiración de todo un
Dios que se acuerda y se fija en su pobre criatura. ¿Qué es el hombre para que
te acuerdes de él? Dios se inclina desde el cielo y desciende, extiende su mano
y nos defiende y protege. Dios se acuerda de nosotros seres de polvo. Qué es
nuestra debilidad ante tu omnipotencia. Nos sorprende que renunciases a tu
poder para hacerte uno de nosotros. Todo el misterio de la Encarnación nos
habla de esta locura de Dios por acercarte a establecer tu morada en nosotros. Por
eso surge en mi corazón un canto de alabanza
Sal 142
Todo el salmo respira esta semejanza y desemejanza. No hemos
de igualarnos a Dios. debemos dejar a Dios ser Dios y no reducirlo a muestras
pretensiones y especulaciones. El se hizo semejante a nosotros pero mantiene
esta condición de ser Dios. no hemos de querer suplantar a Dios creyéndonos los
salvadores del mundo. No soy yo quien ha de resolver todos los problemas y
acabar con el mal del mundo. Ese papel no es el mío, eso depende de Dios.
Él elevó nuestra naturaleza caída y nuestra dignidad perdida
para revestirnos de su poder. No hemos de perder este asombro y estupor. Ver a
Dios hecho criatura, mortal en un pobre portal la celestial hermosura. El
hombre es contingente, débil y mortal, sus días como una sombra que pasa, pero
el amor de Dios es eterno y no pasará.
DIA 22: EL MERECE TODO EL HONOR Y LA ALABANZA
Lectura cristológica.
El salmista junto con el pueblo hace una preciosa confesión
de fe. El Señor es bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas, rico en
piedad y leal. Por eso merece todo el honor y la alabanza.
Tiene una fuerte connotación eucarística. Abre su mano y nos
sacia de favores. Nos da la comida a su tiempo y satisface los deseos de sus
fieles. El sostiene a los que caen y levanta a los que desfallecen. Nosotros en
la plegaria eucarística cantamos el santo y nos unimos con todos los seres del
cielo y de la tierra alabando su gloria y santidad.
Sal 143
El canto se extiende a todo el universo. Que tus obras te
bendigan, te den gracias y proclamen tu bondad. Una generación lo cuenta a las
otras para que tu alabanza persista por siempre jamás. Esta es nuestra misión
proclamar por todas partes y en todo momento el reinado de Dios.
La grandeza de Dios la muestra en la cercanía con los
débiles y pequeños. La paternidad de Dios la muestra en su especial cuidado de
los que caen y se doblan, de los más necesitados. También a nosotros se nos pide
esta misma actitud en nuestra oración. Acordarnos de los más pobres y
necesitados, para que a ellos llegue el reino de paz y de justicia.
DIA : 23 EL SEÑOR SE ACUERDA DE LOS POBRES
Lectura cristológica.
Estos cinco últimos salmos forman la colección denominada el
tercer Hallel o Hallel final. Si el Señor ha estado grande con nosotros
cuando pasamos por la aflicción así también nosotros debemos atender a os
pobres y afligidos.
Cristo vino a establecer el reino de Dios y a someterlo al
Padre. Jesús se presenta como el enviado por el Padre para llevar la buena
nueva a los pobres, la libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos. El buen
pastor que sale en busca de los pecadores para llevar a todos la salvación de
Dios.
Sal 144
El Señor da pan a los hambrientos, sostiene a los débiles,
endereza a los oprimidos, protege a los extranjeros, sustenta al huérfano y a
la viuda
El amor cristiano debe manifestarse en un amor a todos
empezando por los más pobres y afligidos. Todos son beneficiarios del amor de
Dios. Los más pobres deben son objeto de mayor predilección. También nosotros
debemos tener una predilección por los pobres y más necesitados de la tierra.
Jesús mismo hace suya su aflicción y nos dice lo que hagáis con los más pobres
de estos mis hermanos pequeños conmigo lo hicisteis.
DIA 24: EL SEÑOR SE COMPLACE EN LOS QUE CONFIAN EN
EL
Lectura cristológica.
Este salmo tiene una fuerte connotación eucarística. La
eucaristía es el centro de nuestra vida cristiana. La eucaristía hace la
Iglesia y la Iglesia hace, celebra la Eucaristía. Somos convocados a participar
en su banquete donde el Señor nos congrega y reúne, él nos sostiene y venda
nuestras heridas, nos alimenta. La eucaristía no es el premio de los perfectos
sino la medicina para los vulnerables y heridos. El Señor continua presente en
el mundo de hoy, nos asiste y nos envía cada día. No temas el Señor sostiene a
los humildes.
Sal 145
Él es la fuente y el manantial donde bebemos y salimos
fortalecidos. El es el vínculo que nos une. No vence y triunfa el fuerte por su
gran ejército. Dios es el que salva y nos pide esta actitud de confianza. Su
amor no tiene medida. El amor de Dios se complace y se derrama en los humildes.
Como conoce la gran costelación de estrellas, él cuenta el número de sus
siervos y a cada uno los llama por su nombre. Esta es nuestra fortaleza y
seguridad en medio de nuestra debilidad e inseguridad.
DIA 25: PROCLAMAD SU MISERICORDIA
Lectura cristológica.
Acudimos a la Eucaristía para conformarnos y configurarnos
con Cristo. Cristo es el enviado por el Padre, la Palabra que él envía a la
tierra y que se extiende velozmente. Imbuidos por su amor nos llama a proclamar
su amor y su misericordia. Él envía a sus mensajeros a proclamar su mensaje. Él
nos sacia con su alimento para pasar a alimentar a su pueblo. Nos envía a
correr veloz frente a los corazones fríos a infundir el calor de su Espíritu.
Sopla sobre nosotros su aliento para que corramos sin desfallecer.
Sal 146
Dios continúa haciéndose presente en nuestra historia para
convertirla en historia de salvación. Nos envía para llevar su Palabra creadora
para establecer su Reino entre nosotros. El quien renueva el orden y la faz de
la tierra. Nosotros no somos la Palabra sino sus mensajeros. El mensaje y la
palabra no es nuestro. Él es quien tiene todo su poder creador y salvador.
Hablamos a su pueblo como servidores de Dios que anuncian la Palabra de Dios.
DIA 26: ALABEN TODOS EL NOMBRE DEL SEÑOR
Lectura cristológica.
Este salmo es un canto de alabanza en el que participan
todos los seres los del cielo y los de la tierra. Es el centro de la plegaria
eucarística. Él gobierna su pueblo con mano firme. Su nombre es santo, fuente
de santidad. Él es el único Dios digno de todo nuestro amor. Él quiere
restaurar el orden y llevarlo todo hacia la plenitud. Este canto llega hasta los
más pobres y humildes, los jóvenes, las doncellas, los ancianos, los niños.
Sal 147
El autor quiere que todos los seres alaben unánimes a Dios,
a una sola voz. El es nuestro creador. Su nombre, su amor es sublime. El salmo
se dirige a Dios con un canto exultante de quien contempla la grandiosidad de
su presencia, esto le hace levantar sus ojos y su corazón al que es motivo de
alabanza. La alabanza debe ser universal sin exclusiones para que inunde el
universo y comparta la alabanza incesante de todo cuanto él ha creado.
DIA 27: CANTAD AL SEÑOR UN CANTICO NUEVO
Lectura cristológica.
El canto de los redimidos corresponde al cántico
nuevo que nace del hombre nuevo renacido en Cristo. El motivo es la
victoria del amor en Cristo que ha vencido la muerte. El salmo destaca la
tonalidad del canto, con vítores, radiantes, exultantes. La alabanza es
entusiasta que va más allá del canto con la voz e incluye la música y danza,
con toda la vida. El Señor se complace en los humildes, alabadlo con alegría.
Que los fieles exulten radiantes y salten con alegría incluso los que se
encuentren postrados. Es el canto del gloria que canta la Iglesia en la
Vigilia del Sábado Santo donde aclamamos la victoria del Señor que en la
cruz ha vencido el pecado y la muerte.
Sal 148
Como pueblo redimido somos herederos de este cántico
nuevo. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse
ante él. Él adorna con su victoria a los pobres y humildes (los anawim,
hasidim). Dios opera su salvación a través de medios humildes. Mirad entre
vosotros los que habéis sido llamados. Dios eligió a los pobres según el mundo
para mostrar su riqueza. Para las grandes proezas elige a los pobres y humildes
de la tierra. El cántico de los redimidos es un cántico nuevo. Lo
cantan los que han aprendido a amar porque es un canto de amor. Los renacidos y
redimidos por Cristo (los anawim, hasidim) se convierten en
proclamadores de la Buena Nueva de la salvación. El Señor ha hecho maravillas
con nosotros y estamos alegres.
DIA 28: DOXOLOGIA FINAL DEL SALTERIO
Lectura cristológica.
El final del salterio lo cierra este himno de alabanza. Todo
ser que alienta alabe al Señor. El canto majestuoso resuena en la voz
polifónica de una orquesta que integra diversidad de instrumentos. Los altos,
los bajos, los de viento, los de cuerda, los de timbre vibrante. Todos resuenan
como una sola voz (la de Cristo). El cántico es bello cuando es armonioso y las
voces se conjuntan. Es como una liturgia admirable ininterrumpida de amor. La
liturgia terrestre quiere imitar la celeste. Ejercitémonos en este canto nuevo.
Sal 150
Este es el fin de la liturgia cristiana, un canto incesante,
convertir nuestra vida en canto de alabanza y acción de gracias. Por diez veces
se aclama el Aleluya: Alabad. Recuerda la alianza con loa creación impresa en
la ley del Señor. Cesa nuestro canto cuando cesa el amor por eso no debemos
interrumpir el canto para que sea agradable a Dios.
Que toda la creación alabe al Señor, que alabe al Señor toda
la tierra, que todos pronuncien y proclamen las maravillas del Señor la
admirable bondad para con nosotros. Toda la creación que permanecía dormida se
levanta para proclamar con alabanzas al Señor de los señores, al Rey del amor.
“gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra, alaben al Señor!
DIA 29: EL CANTO DEL BENEDICTUS
Lc 1, 68-79
La Iglesia nos invita a empezar nuestra jornada de cada día
con esta oración. Tu escuchas nuestra oración y con amor nos respondes. El
Benedictus canta el cumplimiento de la promesa. Él nos ha escuchado y
respondido. Movido por su entrañable misericordia ha venido a liberar a su
pueblo según lo había predicho. Él se ha mantenido fiel a su promesa. Gracias
por tu infinita providencia y fidelidad.
Vienes a iluminar y guiar nuestro camino. Luz que viene a
iluminar las naciones. La luz que disipa la oscuridad de la noche. Por eso le
queremos servir con santidad y rectitud. Cristo es la luz que nos ilumina. Él
es como el nuevo sol que nos abre al nuevo amanecer de nuestra vida. Tu disipas
nuestras tempestades y tormentas y nos guías hacia la aurora que no tiene
ocaso. Disipa Señor nuestras dudas y temores y guía nuestros pasos por el
camino de la paz.
Día 30: EL CANTO DEL MAGNIFICAT
Lc 1, 46-55
La Iglesia nos invita a cerrar nuestra oración después de
las labores al final de la jornada con este canto. Se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador. El objeto del canto es el autor de todo cuanto existe. Tú mereces nuestro canto porque solo tu colmas los deseos del corazón.
Somos invitados a este canto de exultación y Magnificat
con María, como María. Ella se reconoce su humilde servidora. Ella encabeza los
anawim con los que inaugura una nueva era. Dios se fija en la humildad de
su servidora. Lo que cautiva y atrae el corazón de Dios es la humildad.
Nosotros con ella y como ella proclamamos su bondad y su misericordia de
generación en generación.
Oración de Santo Tomás de Aquino frente a Jesús Eucaristía
Todopoderoso y eterno Dios, me acerco al sacramento de tu Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre y mendigo al Señor del Cielo y de la tierra.
Ruego, pues, Señor, a tu infinita generosidad que dignes
curar mi enfermedad, lavar mis manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi
pobreza, ves r mi desnudez, para que me acerque a recibir el pan de los
ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los que dominan, con tanta reverencia y
humildad, con tanta contrición y devoción, con tanta pureza y fe, con tal
propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.
Concédeme, te ruego, recibir no solo el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor sino también la gracia y virtud del sacramento.
Benignísimo Dios, concédeme recibir el cuerpo que tu Hijo Unigénito, nuestro
Señor Jesucristo, tomó de la Virgen María, de tal manera que merezca ser
incorporado a su Cuerpo Místico y ser contado entre sus miembros.
Padre amantísimo, concédeme contemplar cara a cara en el
cielo por toda la eternidad a tu amado Hijo, a quien ahora en mi estado de
peregrino y bajo el velo del sacramento recibo, que siendo Dios vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén
Cristo es el fundamento de nuestro ministerio. Hemos sido
llamados, escogidos por él para hacernos uno con él. Él nos ha llamado a
mantener con él una relación personal y confidencial. Él nos ha prometido
su presencia hasta el final. El ha derramado su amor en nuestros corazones. El
nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el sí del
primer día.
Contemplemos al Crucificado-Resucitado, es la
revelación más impresionante del amor de Dios y no nos conformemos con
contemplarle, venerarle, adorarle o reconocerle y comprenderle, ni incluso
meramente aceptarle o confesarle. Hay que corresponderle imitarle y anunciarle.
Debemos crecer en esa relación con el Señor para vivir y propagar el fuego
vivo de su amor. Hemos de saber custodiar el silencio y el anuncio, la
oración de contemplación y la acción en el compromiso social, buscando a los
que están perdidos, sirviendo a los más pobres guiando con humildad a los que
nos han sido confiados.
Esa es la oración del rito de ordenación cuando recibimos la patena con el pan y el caliz con el vino para presentar al altar. "Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios, Contempla lo que vas a realizar, imita lo que tienes en tus manos y configura toda tu vida con el misterio de la Cruz del Señor."
El Papa León XIV en su discurso a los sacerdotes promovido
por el dicasterio para el clero el 26 de Junio en el Jubileo para sacerdotes
nos habla del proceso formativo: La formación en primer lugar es un camino
de relación.
Convertirse en amigos de Cristo significa formarse
en la relación. No puede reducirse a nociones, atributos y competencias. Es
un camino de familiaridad con el Señor que involucra toda la persona: el
corazón, la inteligencia, la voluntad y la moldea a imagen del Buen Pastor.
Sólo quien vive unido a él y está impregnado de su Espíritu puede anunciar con
autenticidad, consolar con compasión y guiar con su sabiduría. Esto requiere
una escucha profunda, meditación y una fuerte interioridad e intimidad.
El derramando su espíritu de amor es “la zarza ardiente” capaz de mantener el
fuego de su amor.
En segundo lugar, la fraternidad es un estilo esencial de
la vida presbiteral. Convertirse en amigos de Jesús implica vivir como
hermanos. La formación debe ayudar a construir vínculos sólidos como
expresión de una Iglesia sinodal en la que se crece juntos compartiendo
las alegrías y fatigas del ministerio. La formación como el ministerio no puede
llevarse de forma aislada sino que requiere la participación de todos los que
viven como discípulos misioneros al servicio del pueblo de Dios.
Por último formar sacerdotes amigos de Cristo significa
formar hombres capaces de amar, escuchar, orar y servir juntos. No somos
perfectos somos hombres pecadores convertidos y perdonados que hemos venido a
ser sus amigos, testigos, discípulos misioneros de Cristo. Crecer y madurar
en el amor hasta la entrega total de sí. Hemos de recuperar ese ardor e
impulso misionero.
A través de nuestro ministerio, nuestra acción pastoral, es
el Señor mismo quien cuida de su rebaño, reúne a los dispersos, se inclina
sobre los heridos, sostiene a los desanimados. Imitando a Cristo crecemos en la
fe y nos convertimos así en testigos creíbles de la vocación que hemos
recibido. Seamos sacerdotes según el corazón del Buen Pastor. El sacerdote es
llamado a alcanzar su verdadera altura y dignidad desde la humildad. Solo quien reconoce
la desproporción entre su persona, tantas veces opaca, y su misión logra
paradójicamente ser imagen, representación y trasparencia de Cristo Pastor.
Para ello necesita la confianza que aporta el Espíritu, el único capaz de
equilibrar las polaridades del ministerio e integrar en la persona los rasgos.
El estilo y los sentimientos de Cristo.
Sólo desde esta experiencia de gracia acogida y vivida es
posible la disponibilidad (docilitas) para mantener una conversión continua y
vivir el ministerio apostólico en comunión con otros, en fidelidad, entrega y
alegría.
































