SANTO TOMAS DE VILLANUEVA
Motivación
Hubo tres agustinos que quedaron vinculados a la ciudad de Salamanca: Fray Luis de León, San Juan de Sahagún y Santo Tomás de Villanueva. Con el estudio de este último queremos completar esta trilogía. Estudiando
sobre los santos que vivieron en Salamanca no podemos olvidar al gran Santo
Tomás de Villanueva al que cuanto más se profundiza más se le quiere declarar
doctor de la Iglesia.
Pocos son los vestigios que quedan de él en la ciudad. En
el altar mayor de la catedral nueva de Salamanca hay dos urnas de plata que contienen
las reliquias de dos grandes santos que pertenecieron a la orden agustiniana.
El de la izquierda corresponde al santo patrono San Juan de Sahagún. El de la
derecha al santo Tomás de Villanueva.
Ambos
aunque no nacieron en Salamanca vivieron en esta ciudad dejando un gran rastro.
El rastro en Salamanca de Santo Tomás de Villanueva es menos conocido dado que
después de su estancia en esta ciudad termina siendo nombrado arzobispo de
Valencia donde muere. Yo, como dije en las memorias de San Juan de Sahagún, viví como misionero en Salamanca en una casa aledaña a donde vive y muere el santo patrono de Salamanca en la calle Taviesa. Tambien tuve la suerte de vivir como misionero en Alcalá de Henares en una casa en la calle Mayor en frente del Hospitalillo que fue el lugar donde vivieron tanto Santo Tomás de Villanueva como San Ignacio de Loyola a su paso por Alcalá de Henares.
Hemos
querido recoger sus memorias en este trabajo. Fue con Santa Teresa y San Juan
de la Cruz en el siglo de Oro español uno de las figuras que más influyeron en
la reforma de la Iglesia junto con San Ignacio de Loyola. Todos ellos pasaron
por Salamanca.
1. La
alborada: Contexto histórico
Vivió
en uno de los periodos más plenos de la cultura occidental como es el Siglo de
Oro, sucediendo a otro de los más prolíficos a nivel cultural e intelectual de
Occidente como fue el Renacimiento Italiano.
España
abre la Era Moderna apenas seis años después con el Descubrimiento de América en
1492. Coincidiendo a la vez con el inicio del Siglo de Oro y la
publicación de la Gramática de Nebrija. Pocos años antes con la conquista de
Granada y la unión del reino de Castilla y la Corona de Aragón, Isabel y
Fernando comenzaron ingentes reformas que tendían a la creación del primer
Estado Moderno, como la unificación del ejército, la administración pública y
la religión. Como sabemos impulsaron el catolicismo y el apoyo al papado del
cual obtuvieron el título de Reyes Católicos. Sin embargo, nunca pudieron serlo
de España, porque tal entidad territorial y jurídica no existía. Faltaba la
anexión del reino de Navarra. Obtenida años más tarde por Fernando el Católico.
Con lo cual la primera reina que debió ser de España por derechos dinásticos
debió ser su hija Juana I de España. Quien fue apartada de su legítimo derecho
por el golpe de Estado ejercido por su hijo el emperador Carlos V de
Alemania proclamándose rey de España, apoyado por su
abuelo Fernando el Católico.
En
este contexto de reforma del catolicismo y creación del primer país de Europa como
Estado moderno aglutinando todos los reinos en una unidad territorial
conglomerada por una historia y cultura común, que por cierto todavía no ha
fraguado con la firmeza que el paso del tiempo debiera haber impreso. Además de
intereses políticos de afianzamiento del Estado y expansión imperial, fueron
una de las razones por las que el flamante emperador, confió en Santo Tomás
como buen español, que más tarde calificó Quevedo[1].
Resulta interesante comprobar que fue propuesto para arzobispo de Granada y de
Valencia. Dos de los territorios con mayor inestabilidad política y social a
causa de la gran población de moriscos en constante descontento y en contacto
con los turcos.
Encontramos
así en Tomás de Villanueva ese hombre de Estado, ese gestor y ese diplomático
al servicio del emperador, que pacificó el territorio de Valencia en su labor con la gran
población de moriscos que casi suponía la mitad de
la población.
Santo
Tomás vivió en la España de la primera mitad del siglo XVI, una sociedad en
ebullición que buscaba nuevos caminos en la especulación teológica, en la vida
religiosa, en la piedad, en el apostolado. Por doquier se clamaba contra el
absentismo de los obispos, los vicios del clero, los bizantinismos de la
teología, el formalismo de la piedad y las lacras de los frailes. Junto a la
denuncia airada de los predicadores y la ironía corrosiva de humanistas y
hombres de letras, se oían también voces serenas, que proponían remedios y
señalaban rumbos. Algunos, como Ignacio de Loyola, proponían metas nuevas.
Otros, como Tomás de Villanueva, trataban de dar nueva vida a la tradición.
Su
vida se desarrolló en tres etapas perfectamente delineadas. Voy a seguir el
itinerario que hace el padre Javier Campos
en su obra dedicada al santo.[2] En
la primera preparó sus armas en un hogar profundamente cristiano
y en la universidad de Alcalá; en la segunda las afinó en un convento
salmantino y las estrenó en su orden religiosa; y en la tercera las puso
al servicio de la sociedad.
2.
El
amanecer: Los inicios, su infancia en
Fuenllana, 1486 2
Tomás
nació el año 1486 en Fuenllana, un pueblecito manchego, en el que se habían
establecido sus padres a raíz de su matrimonio. Su nacimiento se produjo en Fuenllana
debido a que en la villa donde vivían sus padres se había declarado una
epidemia de peste y decidieron que el pueblo de su madre era un lugar más
seguro para el alumbramiento.
A pesar de esto, la infancia y juventud
de Tomás transcurrió en Villanueva de los Infantes, por eso, se le llamará santo Tomás de Villanueva.
Aunque su familia era pudiente, muchas veces el muchacho andaba desnudo porque
había dado sus vestidos a los pobres. Actualmente queda en pie parte de la casa
original, con un escudo en la esquina, al lado de un oratorio de la familia.
Siempre se declaró del pueblo donde se crio.
Era
el primogénito de Tomás García y Lucía Martínez, “de los fijosdalgo más
principales de Villanueva de los Infantes” [3].
Tras él llegaron cinco hermanos más: Juan Tomás, que profesó en la orden
agustina el 15 de diciembre de 1528; García Castellanos, que fue el heredero;
Alonso Tomás, que se dedicó a las labores del campo; Lucía, que murió joven; y
otra hermana de nombre desconocido. Su madre le inculcó una fuerte vida de
piedad y sentimientos de solidaridad con los menesterosos. Tomás asimiló pronto
sus enseñanzas y a menudo volvía a casa sin la merienda y sin el vestido recién
estrenado.
3.
La
mañana: Primera etapa, en la cátedra
de Alcalá, 1504 - 1516
A
los dieciocho años partió para Alcalá, donde Cisneros estaba dando forma a su
universidad. En el colegio franciscano de San Diego estudia Filosofía. El 7 de
agosto de 1508, ya bachiller, ingresa en el recién inaugurado colegio de San
Ildefonso, núcleo de la universidad. En 1509 se licencia en Filosofía y se
matricula en la facultad de Teología.
En
1512 fue llamado a regentar la cátedra de filosofía, que mantuvo hasta febrero
de 1516, en que, tras tres años largos de clase, llegó la graduación de sus
alumnos. La estancia en Alcalá dejó en Tomás una impronta indeleble. En aquel
“plantel de pastores de almas y de teólogos” adquirió una sólida formación
filosófica, asimiló las nuevas corrientes teológicas, cada día más alejadas de
la escolástica decadente y más abiertas a la pastoral y a las enseñanzas de la
Biblia y de los Santos Padres, y se familiarizó con tendencias espirituales que
aspiraban a una vivencia más pura y menos formalista del cristianismo. Pero
Tomás procuró evitar todo exceso, conservando siempre un gran aprecio por la
tradición medieval, representada por santo Tomás de Aquino.
El
Aquinate será su guía en los campos de la filosofía y teología, aunque tampoco
desdeñará la compañía del platonismo cristiano. Desde el púlpito, la cátedra y
el gobierno denunciará abusos y predicará la reforma, pero una reforma que
respetaba la tradición y recelaba de las novedades, sobre las que veía planear
la sombra de Lutero. En el colegio dejó fama de varón santo y de profesor prestigioso.
Gómez de Castro le menciona entre sus tres catedráticos más insignes y recuerda
que a él deben su formación filosófica hombres de la talla de Domingo de Soto y
Hernando de Encinas. Por un apunte del libro de recepciones consta que fue
castigado dos veces por pernoctar fuera del colegio.
Resumen de su estancia
en Alcalá:
En 1504 llegaría el joven Tomás a estudiar a Alcalá,
ingresando en 1508 como estudiante en la recién fundada universidad
complutense, convirtiéndose así en uno de los primeros alumnos que pisaron las
aulas del colegio mayor de San Ildefonso para graduarse años más tarde de
Maestro en Artes y licenciarse en Teología. Durante esta época falleció su
padre, lo que le movió a convertir en hospital la casa que recibió en herencia.
Este hospital, destinado en un principio a asilo de pobres y enfermos del
pueblo, así como de niños huérfanos y viudas desamparadas, recibiría más tarde
el nombre de Hospital del Arzobispo de Valencia en razón del
alto cargo eclesiástico alcanzado por su antiguo conciudadano.
Continuando con sus estudios culminó éstos en 1514
obteniendo la Cátedra de Artes de nuestra ciudad, cargo que desempeñó durante
los cursos 1514-15 y 1515-16, contando con varios discípulos tan relevantes
como Domingo de Soto y Hernando de Encinas y rechazando una oferta de la
universidad de Salamanca, la cual le ofreció la cátedra vacante de Filosofía
Natural.
4.
El
mediodía: Segunda etapa: Fraile
agustino en Salamanca, 1516-1544
En
octubre de 1516, tras ocho años de permanencia en San Ildefonso, Tomás trueca
Alcalá por Salamanca. La vieja universidad le ha ofrecido una cátedra de
filosofía, pero no es la gloria académica lo que le lleva a la Ciudad de
Tormes. Viaja guiado por la voz de Dios que le llama a la vida religiosa en el
convento de San Agustín.
El
21 de noviembre toma el hábito y el 25 del mismo mes del año siguiente emite su
profesión religiosa. Un año más tarde, el 18 de diciembre de 1518, se ordena de
sacerdote y el día de Navidad celebra su primera misa. Al describir estos años
de su vida, Salón, su biógrafo más autorizado, le atribuye “una oración muy
continua […], mucha y muy atenta lectura de libros santos y devotos,
particularmente de las obras del bienaventurado san Bernardo […]; un
recogimiento y silencio muy grande […]; una grande resignación de su voluntad
en la de sus superiores”. [4]
También
subraya su austeridad, su caridad para con los enfermos, a quienes “daba de
comer por su mano, les hacía la cama, les limpiaba, regalaba y servía cuanto
podía”, y su laboriosidad: “jamás fue visto […] ocioso ni en conversación con
otros frailes, sino siempre o en algún santo ejercicio de caridad o encerrado
en su celda”. Tomás era ya un hombre de 33 años, con una sólida preparación
humana y académica. Estaba listo para servir a los demás. En 1518, antes de su
ordenación sacerdotal, explica teología en su convento.
En
mayo de 1519, con apenas cinco meses de sacerdocio, se le encomienda el
priorato de Salamanca, “cosa muy extraordinaria y nunca vista en nuestra orden”
[5]. Y
al año siguiente inicia su carrera de predicador. Tres años habían bastado para
desvelar su vocación. En adelante será siempre profesor, gobernante y
predicador.
El
primer oficio fue el más esporádico. Sólo lo ejerció de joven y cuando quedaba
libre de tareas administrativas. En sus clases, a las que concurrían “muchos
estudiantes de la Universidad”, explicaba al Maestro de las Sentencias a la luz
de santo Tomás de Aquino, al cual “fue muy aficionado y devoto” [6].
Más
energías dedicó al gobierno de su provincia, de la que fue provincial,
visitador y definidor, amén de prior de los conventos de Salamanca, Burgos y
Valladolid. Salón dirá que “no hubo en la provincia oficio ni cosa importante
ni de confianza en ella que no pasase por sus manos”. Promovió la dignidad del
culto, el espíritu de oración, la paz en la comunidad, la laboriosidad y las
misiones del Nuevo Mundo, a las que en su segundo trienio envió 16 religiosos.
Acertó a conjugar los diversos elementos que componen el ideal agustiniano de
la vida religiosa: interioridad, vida común, estudio y apostolado.
Tras
la guerra de los comuneros (1519-20), que dejó graves secuelas en la provincia,
le tocó juzgar al provincial. Al decir de algunos historiadores, habría actuado
con excesivo rigor. En 1526 abogó por la división en dos de la provincia de
Castilla. Pero cuando vio que la realidad no respondía a sus expectativas, no
dudó en promover su reagrupación, que tuvo lugar en 1541.
La
predicación sería su principal ocupación hasta el fin de sus días: al principio,
por obediencia; luego, porque la creía “función propia del obispo”. Su éxito
fue fulminante. Estaba todavía estrenando armas en Salamanca cuando su fama
“corrió por toda la ciudad con tan grande admiración y espanto de todos, como
si […] hubiera enviado nuestro Señor a predicar algún ángel del cielo”[7].
Su santidad de vida, su doctrina y su libertad evangélica le granjearon la
admiración de los auditorios más dispares.
Se
decía que su palabra “quebrantaba los corazones y los rendía a la verdad del
espíritu” y en confirmación del aserto se adujeron testimonios procedentes de
sectores sociales y culturales muy diversos. Uno de sus admiradores más
entusiastas fue Carlos V: “Es verdadero siervo mandado de Dios”. Para Sáinz
Rodríguez fue, con Fray Luis de Granada, el mayor predicador de la España de su
tiempo. Tomás fue un predicador lleno de espíritu, tan alejado de la vana
retórica de quienes sólo aspiraban a halagar los oídos, como de quienes
prescindían de las enseñanzas de la retórica para atenerse únicamente a la
desnudez del Evangelio. Partía siempre de la Escritura –“quien no conoce a
fondo las Escrituras no debe asumir el oficio de predicar”– y no concebía a un
predicador sin “santidad de vida, humilde oración y un verdadero celo de la
gloria de Dios y salud de las almas”. Pero estimaba también los consejos de los
preceptistas y apreciaba el “hablar casto y propio” [8].
Resumen
de su estancia en Salamanca
En
verano de 1516 terminó el curso académico como catedrático de Artes y abandona
el Colegio de san Idelfonso. Fue llamado para la Universidad para regentar la
cátedra de Filosofía natural. Se dirige al convento de San Agustín en Salamanca
para entrar en la orden agustiniana en 1516. El convento de san Agustín era
famoso por ser morada de hombres santos y sabios. uno de los más ilustres fue
San Juan de Sahagún (1430-1479). Le atraía el silencio creador, el estudio
purificador y la observancia y rigor de la vida religiosa.
En
la capilla de la Universidad el p. Manuel Duque dirigió un sermón ante el
Rector y Claustro de profesores y asegura que fue catedrático de Filosofía
Moral. Dicen que allí leyó tres lecciones y luego dejo el puesto académico para
tomar el hábito religioso. El Dr Tomás García Martínez toma el hábito en el
convento agustiniano de San Pedro pasando a ser Fray Tomás García el 21 de
noviembre de 1516 a los 29 años. Superado el noviciado hace la profesión
religiosa en noviembre de 1517. A partir de entonces se le conocerá como Fr.
Tomás de Villanueva. En diciembre de 1518 es ordenado sacerdote. Celebró su
primera misa el día de Navidad cuando tenía 32 años de edad.
En
1519 los superiores le mandaron leyese una clase de Teología escolástica
destacando como gran maestro en Teología. En mayo de 1519 es nombrado prior del
convento de Salamanca rompiendo la costumbre de la orden. En 1529 es designado
Presidente del Capítulo de la Provincia de Castilla.
En
1521 se da la revuelta comunera de los Maldonado. Fray Tomás de Villanueva es
nombrado predicador de la Orden. En 1521 predica un sermón en la catedral en el
ciclo cuaresmal conmoviendo a la ciudad. Pronto nobles, prelados y doctores
quedaron encandilados por su predicación.
Tuvo una gran fama de predicador, en un estilo
sobrio y sencillo. Carlos I al oírle predicar, exclamó: “Este Monseñor conmueve
hasta las piedras.” Su prédica provocaba sonoras conversiones. Tuvo asimismo
una gran devoción por la Virgen María, cuyo
corazón comparó a la zarza ardiente, que nunca se consumía.
En
1523 es reelegido prior y la orden adquiere unas tierras en las riberas del
Tormes, la Flecha, para descanso y recreación. Desde entonces este lugar se
convierte en lugar asociado a ricas vivencias de grandes figuras como Fray Luis
de León, Fray Diego González, etc.
Además
de prior en Salamanca fue nombrado prior de los conventos de Burgos y Valladolid.
En la orden de los agustinos además de
prior conventual ocupó los cargos de prior provincial de Castilla y Andalucía. Además de profesor de la universidad,
fue consejero y confesor del rey Carlos I de España. Cuando era prior provincial de Castilla uno de los asuntos más relevantes que también
impulsará es la preparación de misioneros agustinos para la nueva aventura de
las Américas. Preparó y envió a Mexico 16 misioneros agustinos.
5.
La
tarde: Ultima etapa: Obispo de
Valencia, 1544-1555
Aunque el rey Carlos I le ofreció el
cargo de arzobispo de Granada, él nunca lo aceptó; se cuenta que llegó a ser Arzobispo de Valencia el 10 de octubre de 1544 por error de un escribano, pero siguió negándose hasta que se lo ordenó su
superior en la Orden; en el momento de su nombramiento se hallaba en el monasterio de Nuestra Señora del Pino, en tierra de Cuéllar.3 En Valencia, ayudado por su obispo auxiliar Juan Segriá, puso orden en
una diócesis que hacía un siglo que no tenía gobierno
pastoral directo. Organizó un colegio especial para los moriscos conversos y organizó en especial un plan eficaz
de asistencia y auxilio social y de caridad.
Tomás
fue obispo de Valencia por voluntad de Carlos V. Él habría deseado declinar el
honor, como ya lo había hecho con la sede de Granada. Pero hubo de plegarse a
la voluntad de su superior religioso: “mando a V.R que […] dentro de veinte
horas acepte la provisión según y como su Majestad la tiene hecha”. El 7 de
diciembre de 1544 recibió la ordenación episcopal y el 1 de enero de 1545
ingresó en Valencia a lomos de una mula. Los once años de su episcopado vivirá
“como arzobispo que no quería dejar de ser fraile”[9].
A
ejemplo de Agustín organizó su casa con sobriedad, sencillez y familiaridad. Él
se veía como esposo, pastor y padre de sus fieles, a mil leguas del obispo
renacentista, que a menudo era más un señor que un pastor. Su puerta estaba
abierta a todos sus fieles y tenía ordenado a sus familiares que no dudaran en
interrumpir su oración o su estudio: “siendo obispo, no soy mío, sino de mis
ovejas” [10].
El
cabildo le ofreció 4.000 ducados para mejorar su ajuar. Pero él los destinó
para reedificar el Hospital General que se acababa de quemar: “así todos
tendremos parte y gozaremos de este dinero: los pobres albergándose, yo
viéndolos socorridos, y el cabildo socorriéndolos” (Quevedo). Encontró una
diócesis en crisis, víctima del absentismo de sus pastores. Durante un siglo
había sido feudo de los Borgia, que la habían administrado por medio de
vicarios. Era, además, una iglesia compleja, con fuertes tensiones sociales –un
tercio de la población (170.000 habs.) era morisca– y un clero abundante pero
sumido en la ignorancia y, a menudo, también en el vicio.
Al
mes de su llegada salió a visitar la diócesis. Su impresión fue negativa. El
pueblo, aunque “entero en la fe, estaba roto en su vida”. Los moriscos seguían
aferrados a sus costumbres. Gran parte del clero yacía en la ignorancia y la
miseria; otros eran víctimas del juego y del lujo o vagaban por las calles,
entrometidos en mil tráficos; y no faltaban quienes vivían en público
concubinato. Tampoco el estado de los religiosos era halagüeño.
En
el sínodo diocesano de 1548 urgió la residencia de los curas en sus parroquias,
impuso el traje talar, reglamentó las cuestaciones, redujo a 50 el número de
días festivos y dio un fuerte impulso a la catequesis, que luego llevaría a la
publicación de catecismos y confesionales. Con ello no hizo más que aplicar a
su diócesis el programa que dos años antes había trazado para el concilio de
Trento: residencia de los pastores, prohibición de trasladar a los obispos de
una diócesis a otra, concesión de los beneficios curados a los nativos,
fortalecimiento de la potestad episcopal, selección de los candidatos al estado
clerical y limitación de las inmunidades eclesiásticas.
El
estado del clero hería las fibras más sensibles de su corazón: “muchas veces el
sacerdote es el último del pueblo en la vida y en las costumbres”. Trata de
remediar su pobreza e ignorancia, y combate el absentismo, los usos simoníacos,
la avaricia. Otras veces sale por su honra, corre en su ayuda con limosnas y
planes laborales, cierra la cárcel de la diócesis por indigna del estado
sacerdotal. “No castigaba los delitos de los eclesiásticos tanto con las
cárceles y grillos como con el ejemplo” [11].
El
21 de noviembre de 1550, “en memoria de la fecha en que yo recibía el hábito
[…] en el monasterio de Salamanca”, fundó el Colegio de la Presentación. En él
diez estudiantes pobres podrían prepararse al sacerdocio en un ambiente de
estudio, recogimiento y piedad.
Las
constituciones del sínodo tropezaron con la oposición frontal de los canónigos,
que se parapetaban en costumbres y privilegios antiguos. Pero él, consciente de
su bondad, se mantuvo firme y no tardó en quebrantar su resistencia: “¿que no
consienten al sínodo y apelan al papa? Pues yo apelo al Dios del cielo” [12].
Con
la misma firmeza defendió la inmunidad eclesiástica contra injerencias de la
autoridad civil. Al virrey que le conminaba el disgusto del emperador le
respondió: “pesárame de desabrir a su majestad, pero advierto a V.E. (y
enseñósela) que aún me acompaño de la llave de mi celda, y cada día el
arzobispado me crece los deseos de retirarme a ella” [13].
Los pobres ocuparon sus mejores energías.
El
limosnero de Dios y obispo de los pobres
Gozó de gran fama por su gran austeridad
personal (llegó a vender el jergón donde dormía para dar el dinero a los
pobres) y por su ejercicio continuo e infatigable de la caridad, especialmente
con los huérfanos, con las doncellas pobres y sin dote y con los enfermos.
Poseía; sin embargo, una concepción inteligente de la piedad, de forma que,
aunque era muy limosnero, procuraba solucionar definitiva y estructuralmente la
pobreza mediante la redención activa de la misma, dando trabajo a los pobres, y
así hacía fructificar sus limosnas; al respecto escribió: “La limosna no
sólo es dar, sino sacar de la necesidad al que la padece y librarla de ella
cuando fuere posible”.
Mostró preferencia por los más necesitados que dentro de los indigentes, era los enfermos pobres. Su falta de apego y ambición por lo material le hizo gestionar la inmensa fortuna diocesana de forma tan eficiente que en once años de trabajo, dobló sus ingresos.
Hasta su llegada, la presencia de un arzobispo en Valencia, era algo
inexistente, pues era un cargo de privilegio y no de responsabilidad. Su
predecesor fue Jorge de Austria, y la sede valenciana llevaba más de cien años
sin ver por allí un arzobispo. Sin embargo los privilegios y las rentas del
arzobispado salían puntalmente destinadas al prelado de turno.Según varios autores la diócesis era un caos. El clero vivía relajado y
acomodado.
Sin
orden ni disciplina. Lo primero que hizo al igual que Cisneros, fue convocar un
sínodo y establecer normas de conducta para beneficio de la Iglesia y el
Pueblo. Se dice que un día vino un religioso a su casa y, encontrando ese
aposento abierto, entró sin llamar y halló a nuestro hombre sentado en una
silla baja, ocupado en remendar sus calzas. El buen canónigo se escandalizó de
que tal cosa hiciese, puesto que no era propio para la dignidad de un arzobispo
de Valencia, a lo cual Santo Tomás respondió: “Aunque me han hecho arzobispo,
no dejo de ser religioso; he profesado pobreza y me alegro de hacer de vez en
cuando lo que hacen los frailes pobres. Y con ese real que me ahorro puede
comer mañana un pobre”.
A
su casa “acudían centenares de necesitados, los propietarios, según él, de las
rentas del arzobispado, de las que él era sólo tesorero. Al incalculable cuento
de ducados que repartió a voleo y sin tasa a familias menesterosas y a
doncellas casaderas, añadió él la recogida de niños expósitos y el sustento de
sus nodrizas, la creación de un cuerpo de médicos y cirujanos que asistiesen a
los miserables y la fundación de un seminario en que se educasen los futuros
sacerdotes” (Tellechea Idígoras). En el lecho de muerte su principal
preocupación fue deshacerse de los 5.000 pesos que quedaban en las arcas del
arzobispado: “dense prisa, que no quede un real, que no me esté en casa ese
dinero”.
El
amor a los pobres lo asimiló con la leche materna y luego lo nutrió con ideas
de noble prosapia teológica. Para él nunca fueron simples conceptos ni el
destino universal de los bienes de la tierra ni la función social de las
riquezas ni, mucho menos, el derecho de los pobres a las rentas de su diócesis.
Esas ideas le mueven a denunciar injusticias, a fustigar el lujo de los ricos
y, sobre todo, a ser cauto en la administración y parsimonioso en los gastos.
Sólo así podría ser generoso con los pobres.
En
su tiempo las rentas del arzobispado ascendieron de 18.000 a 30.000 ducados. La
mitad los destinaba a socorrer a los pobres.
6. El ocaso: Muerte
y glorificación.
El
29 de agosto de 1555 cayó enfermo a consecuencia de una angina provocada por el
agotamiento de casi once años entregado en cuerpo y alma a su misión de padre y
pastor de la Iglesia valenciana. Tras esta breve enfermedad que se complico con
fiebre se le aplicaron dieciocho sangrias en el pecho pero no pudo recuperarse.
Antes de morir mando al administrador y tesorero de la diócesis que se
repartiera por las parroquias, las casas de pobres o al Hospital, el dinero que
quedase en las arcas del arzobispado. El 8 de septiembre, tras confesión
recibió el viático y entregó su alma al Creador, mientras el celebrante
consumía el Santísimo y él recitaba el versillo in manus tuas, Domine,
commendo spiritum meum del salmo 36. Su alma reposaba en el Señor el día de
la festividad de la Natividad de María con su mirada puesta en el crucifijo.
Después de amortajado con el hábito agustino fue expuesto en el palacio y el
pueblo valenciano desfiló antes sus restos mortales. Luego fue trasladado a la
catedral donde se celebró el Oficio de difuntos. Desde allí fue trasladado en
solemne procesión. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia agustiniana del
Socorro mirando a la capilla de nuestra Señora y fue más tarde trasladado a la
catedral de Valencia en 1658.
En
1572 aparecía la primera edición de sus sermones, precedida de una breve
biografía. San Juan de Ribera incoó el proceso que condujo a su beatificación
en 1618 y a su canonización en 1658. La canonización tuvo lugar en la basílica
de San Pedro, el día de Todos los Santos, viernes, 1 de noviembre de 1658. Por
Alejandro VII acompañado de gran número de cardenales y obispos. La piedad
popular y el arte han asociado su nombre con la limosna a los necesitados. En
1661 el padre Ange Le Proust puso bajo su amparo la congregación hospitalaria
de hermanas de Santo Tomás de Villanueva. En el siglo XX la familia agustiniana
le ha declarado patrón de sus estudios. Está abierto el proceso para declararle
doctor de la Iglesia.
7. Su obra
póstuma: Sus escritos
Compuso bellos sermones, entre los que
destaca Sermón del amor de Dios, una de las grandes manifestaciones
de la oratoria sagrada del XVI. Es autor de varios Opúsculos,
dentro de los que se incluye el Soliloquio entre Dios y el alma, en
torno a la comunión.
Como escritor místico la obra más importante de santo Tomás de Villanueva es De la lección, meditación, oración y contemplación, pero también se destacan sus numerosos sermones en castellano y en latín; entre ellos destaca el Sermón del amor de Dios, imbuido de Neoplatonismo.
Previene al contemplativo de los errores a los que puede ser sometido por obra del demonio y que pueden arrastrarle a la herejía; en sus palabras es posible encontrar implícita una advertencia contra los alumbrados.
Distingue entre la contemplación infusa, cuyos
valores proceden del Espíritu
Santo, y la adquirida, fruto del
esfuerzo y del ejercicio. Su Comentario al Cantar de los Cantares señala
seis grados progresivos dentro de la vida mística: Fe, Devoción, Embriaguez, Inacción,
Sueño y Éxtasis.
Sus obras
completas fueron editadas en Manila en 1881, Opera omnia, seis
volúmenes. Nicaise Bax, por otra parte, escribió una biografía del santo[14] a la que añadió
algunas Orationes sacrae bajo el título Beatus Thomas
à Villanova Elemosynarius Achiepiscopus Valentiae (Antverpiae:
Hieronymum Verdussen, 1622) y Simplicio Saint-Martin redactó otra: La Vie de S.
Thomas de Villeneuve, dit l'Aumosnierä Archevesque de Valence. Avec la Relation
de l'Appareil, Pompe et Ceremonies observées en sa Canonisation à Rome le
premier Novembre 1658. Et de ce qui s'est passé en la Feste de ladite
Canonisation célébrée en quelques villes pendant huict jours. (Tolosa:
Iean Boude, 1659)
8. Estela: Sus
milagros
Desde que fue su cuerpo traslado a la catedral de
Valencia, su sepulcro era constantemente visitado para pedirle favores y ayuda como
en otro tiempo los fieles hicieran visitándolo en el palacio. Ahora sabían que
lo tenían como intercesor en el cielo. Los continuos prodigios obrados por
mediación del santo quedan recogidos por el padre Salón: apariciones, limosnas
a necesitados, recuperación de la salud de enfermos, incluso parece dos
resurrecciones.[15]
9. El traslado de sus reliquias a la catedral nueva de Salamanca
La distribución de las reliquias, después de su
canonización, fueron hechas previa autorización del arzobispo de Valencia, Patriarca
Juan de Ribera. La exhumación tuvo lugar el veintiuno de noviembre de 1603. Unas
reliquias se regalaron al Colegio de San Idelfonso de Alcalá[16] y Las reliquias para
Salamanca fueron regaladas por los agustinos del Socorro. Primero estuvieron en
el antiguo convento de Salamanca y luego cuando este desapareció tras la
desamortización decimonónica fueron trasladadas a la catedral nueva y fueron
recogidas en una bella urna de plata junto al altar mayor.[17] El Rector y Doctores de
la Universidad Literaria de Salamanca así lo pidieron a León XIII. [18] Las reliquias que se conservan son tres: un fragmento óseo, manuscritos originales de sus obras y una parte de la correa del hábito.
10. Conclusión
Hemos querido recoger sus memorias dado que el paso
del tiempo pudiera borrar sus huellas del paso del santo por la ciudad y el
enfriamiento de las devociones y las emociones que tuvieron lugar tras su
canonización quedaran en el olvido de la gran mayoría de los fieles y de los
propios salmantinos. A pesar de que la vida de Santo Tomás de Villanueva se
sitúa en la época de máximo esplendor de nuestra época, “el Siglo de Oro”, quizás
por ello quedo como eclipsado por otros grandes santos como Santa Teresa, San
Juan de la Cruz o San Ignacio. No gozó de gran popularidad en Salamanca y quedó
reducido su conocimiento limitado a la familia agustiniana y a unos pocos
estudiosos. Santo Tomás de Villanueva debe ser recordado como otros frailes
agustinos que dejaron huella imborrable en Salamanca, San Juan de Sahagún y
fray Luis de León.
Santo Tomás de Villanueva debe ser recordado no solo
por su saber cómo maestro y doctor, sino como un santo fraile, gran predicador
y gran arzobispo de gran caridad para con los pobres. Atendía con sumo cuidado
a las necesidades de todos, lúcido en la liberalidad y dando con gusto y
ardiente caridad. Entre todas las virtudes del santo, hay una por la que
sobresalió, su caridad frente a los más pobres, de ahí que se le conozca como
el padre de los pobres, el obispo limosnero, el santo de la bolsa.
En los momentos presentes de tanta injusticia y
exclusión de los más pobres y desfavorecidos conviene recordarlo como ejemplo
para favorecer la justicia y la equidad. Unos ladrones que acudieron a robar al
convento y fueron sorprendidos cuentan la experiencia: “salimos como al
alborear el día y a cincuenta pasos se nos puso delante un fraile con hábito
negro quien hablándonos con tanta suavidad hizo nos arrepintiéramos de lo
cometido y el fraile reparó nuestra falta con graciosa caridad”. Esta imagen
sería la que trasladó el pintor Bartolomé Esteban Murillo a un lienzo e hiciera
célebre al santo[19].
Este modelo iconográfico, “el fraile de hábito negro con una bolsa y unas
monedas en la mano”, fue luego repetid por otros artistas como Carreño, Cerezo,
Coello, Maella, V. Salvador Gómez que harían de su figura un santo para la
posteridad.
Bibliografía
Opera Omnia, Manila 1881-97, 6 vols;
Obras de S. Tomás de V. Sermones de María y obras
castellanas, Madrid 1952;
M. SALÓN, Vida de S Tomás de V, Valencia 1588;
V. CAPÁNAGA, Santo
Tomás de V, Madrid 1942
B. RANO, “Notas críticas sobre los 57 primeros años de S
Tomás de V”, en La Ciudad de Dios 171 (1958) 646-718;
P. JOBIT, El obispo de los pobres, Ávila 1965;
Arturo LLIN CHACER, Santo Tomás de Villanueva. Fidelidad
evangélica y renovación eclesial, Madrid 1996;
Javier CAMPOS, Santo Tomás de Villanueva, El Escorial
2001 (con fuentes y bibliografía);
ESTUDIO TEOLÓGICO AGUSTINIANO, Santo Tomás de Villanueva.
450 años de su muerte, Madrid 2005. Ángel MARTÍNEZ CUESTA, OAR
[1] Francisco
de Quevedo, Biografía de Santo Tomás de Villanueva
[2] Javier
Campos y Fdez de Sevilla, Santo Tomás de Villanueva, universitario, agustino y
arzobispo en la España del S.XVI,EDES, 2001
[3] Francisco
de Quevedo, Biografía de Santo Tomás de Villanueva
[4] Salón, O.S.A.,
Miguel Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p.2
[5] Salón, O.S.A.,
Miguel Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p. 18.
[6] Salón, O.S.A., Miguel
Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p. 24.
[7]
Muñatones, J. de, Vida de Santo Tomás de Villanueva
[8] Salón, O.S.A., Miguel
Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p. 42.
[9] Francisco
de Quevedo, Biografía de Santo Tomás de Villanueva
[10] Salón, O.S.A., Miguel
Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p. 82.
[11] Francisco
de Quevedo, Biografía de Santo Tomás de Villanueva
[12] Salón, O.S.A.,
Miguel Bartolomé (1793). Libro de la vida y milagros de
Santo Tomas de Villanueva, arzobispo de Valencia, de la orden de San Agustin:
sacado de los procesos que se hicieron para su beatificacion y canonización. Madrid: en
la imprenta de la viuda e hijo de Marin. p. 92.
[13] Francisco
de Quevedo, Biografía de Santo Tomás de Villanueva
[14] Llin
Cháfer, Arturo. Sacerdocio y ministerio: estudio histórico-teólogico sobre
el sacerdocio ministerial en Santo Tomás de Villanueva. Facultad de Teología
San Vicente Ferrer. Valencia, 1988.
[15] Salón,
O.S.A., Miguel Bartolomé, o.c. p. 318-391.
[16] D.
Matías Pallas pidió la reliquia que luego regaló al Colegio. La reliquia
consistía en un pedazo de costilla del santo. El aposento que ocupó el santo de
estudiante en Alcalá se hizo capilla oratorio.
[17] La urna
conserva tres reliquias: un fragmento óseo, manuscritos originales de sus obras
y una parte de la correa del hábito. Salón, M. Vida, o.c. p.422-423
[18] Según
consta en el Archivo Hispano Agustiniano Esculiarense, A-21.
[19] El
lienzo se encuentra en el retablo de la Iglesia de los Agustinos en Sevilla.