lunes, 6 de septiembre de 2021

La espiritualidad y mística de los pobres. La Iglesia de los pobres

 

UNA ESPIRITUALIDAD PARA NUESTRO MUNDO DE HOY

(LA ESPIRITUALIDAD Y MISTICA DE LOS POBRES)

(LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS, LA IGLESA DE LOS POBRES)




 

INDICE

 

0.                Introducción

1.                Un pionero excepcional y renovador San Francisco de Asís

1.0 La espiritualidad de los Pobres de Yahweh

1.1 La espiritualidad de San Francisco de Asís

1.2 La pobreza espiritual y la humildad a la base

2.                Una vuelta con el Concilio Vaticano II

2.1 La influencia de la propuesta del grupo de los pobres

2.2 la impronta que dejó el denominado grupo de los pobres

3.                Una insistencia del CELAM

3.1 La opción preferencial por los pobres

3.2 La perla de la piedad popular

4.                Una propuesta del Papa Francisco

4.1 La teología del Pueblo de Dios

4.2 Pueblo pobre y pueblo como unidad desde la conciliación

4.3 La inculturación, la religiosidad y mística popular

4.4 La pobreza como Kairos

5.                Una profundización teológica

5.1   Discurso en el conclave previo a su elección

5.2   Evangelii Gaudium

5.3   Algunos puntos relevantes de la encíclica

5.3.1         La primacía de los pobres

5.3.2         El gusto espiritual de ser pueblo

5.3.3         El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios

5.3.4         Una conversión espiritual

6.      Hacia una búsqueda de una espiritualidad propia de nuestro tiempo

6.1    A partir de la llamada de Francisco en EG

6.2   Una espiritualidad de la vida cotidiana

6.3   Una nueva mirada contemplativa. El pobre místico de ojos abiertos

6.4 La mística de los ojos abiertos en el Papa Francisco


 


0.      Introducción

 

Este trabajo ha sido realizado teniendo en cuenta mi propia búsqueda personal tratando de recoger los hitos y claves que me han marcado en mi vida misionera y en el propio proceso de búsqueda de una espiritualidad que respondiera a los retos más acuciantes del mundo de hoy. Se ha dicho que el gran desafío para la Iglesia de hoy es que esta vuelva a ser una iglesia pobre, mística y profética.

 

Nuestro mundo de hoy esta sediento de espiritualidad y una espiritualidad encarnada en la vida. Es el tiempo de renacer a una espiritualidad nueva quedando caducas la vivencia de una fe ritual, doctrinal y sacramental que se ha quedado en formas estereotipadas muchas veces alejadas de la vida. La fe debe ser encarnada e inculturada. El entramado de la vida social en convivencia armónica y pacífica se está deteriorando por el crecimiento de la violencia, idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista, hedonista y utilitarista. El deterioro del tejido social, la corrupción por el poder y la iniquidad y falta de equidad social tiene que ver con la falta de espiritualidad. Queremos adentrarnos en sus fuentes más originarias no para bucear en ella no de una forma tórica o respondiendo a una sed personal, sino más bien para entresacar que tipo de espiritualidad responde a los signos de los tiempos de hoy. No cabe duda que Cristo es el origen y la fuente de toda espiritualidad, sin duda hay muchas espiritualidades como un prisma de diferentes colores pero buscamos una espiritualidad encarnada que responda no solo a un modelo de hombre sino modelo de Iglesia a la cual responder a los desafíos de hoy.

 

Por eso queremos hacer un poco de recorrido histórico. Para eso no solo acudimos a la vida de los santos tanto de los altares como los de a pie, sino también a los signos de los tiempos de hoy. Tenemos la convicción de que la espiritualidad es una llamada a la santidad universal y una forma de vivir nuestro ser cristiano que puede darnos luces en nuestras diversas búsquedas personales. Por tanto, se la considera, no como un fin en sí misma, sino como camino para facilitar una comprensión actual de la fe cristiana o para profundizar en ella.

 

Soy hijo del Vaticano II, tenía solo 10 años cuando este tuvo lugar y tan solo guardo imágenes imborrables de su inauguración con el Papa bueno San Juan XXII. Crecí en la oleada de efervescencia y renovación conciliar sin llegar a detectar a fondo lo que este gran evento significo para la Iglesia. Tuve el privilegio de conocer tres grandes santos que marcaron nuestra historia, San Juan XXII, San Juan Pablo II y la Madre Teresa. Al inicio de mi vida misionero en mi primer contacto con Latino América (Méjico, Medellín etc), me sentía atraído por el testimonio profético de Monseñor Romero, Casaldaglia, etc toda la profundización del CELAM y la opción por los pobres, etc. Luego durante doce años trabajando en el cono urbano de Buenos Aires junto al cardenal Bergoglio empecé a descubrir y a beber de la espiritualidad del Pueblo de Dios. Me sentí atraído por el testimonio que dejaron Cardenal Pironio, Obispo Angenelli, P. Carbonell, P. Eduardo Farrel; P. Sergio Gomez Tey, el cura villero y obrero del MSTM P. Raul y tantos otros santos de la puerta de al lado, misioneros de manzana, Guido, Mary, Mirta Roberto etc. Asistí allí al nombramiento del Papa Francisco, Finalmente en mis doce años en Filipinas note la afinidad de CBCP y FABC resaltando el triple diálogo, inculturación, interreligioso y los pobres y la insistencia en una evangelización ad vulnera. En el 2015 celebramos el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y una vuelta a Filipinas donde fue muy bonito la acogida del Cardenal Tagle, el obispo Villegas presidente de la CBCP, el obispo Ambo, el P. Ramón o el P. Richard. Fue como una profundización para comprender la primacía de los pobres recogiendo su mística y sabiduría dejándonos no solo evangelizar por ellos sino a considerarlos privilegiados agentes de la evangelización. los pobres a menudo han sido excluidos, marginados, abandonados pero no por Dios. Junto a ellos está Jesús porque allí en ellos nos espera. Lo que hicieran con los más pequeños entre ustedes a mi me lo hicieron (cf. Mt 25). Están en el corazón de Dios y han de estar en el corazón de la Iglesia. Jesús a venido a por los pobres y cuenta con ellos para la evangelización y salvación de nuestro mundo.

 

 

La espiritualidad de los pobres de Yahweh

Tiende oh Yahweh tu mano, porque soy pobre, salva a tu siervo que en Tí espera (Sal 86)

El resto de Israel, los pobres de Yahweh, los anawin, caracterizaban este pueblo que continuaba pese a todo fieles a la promesa del Señor. Son aquellos que ponen en Dios su confianza pese a todo y contra todo. En la confianza encuentran su fortaleza: creer, esperar confiar en que Dios cumple sus promesas. José y María van a ser los que encarnan mejor la espiritualidad de los pobres de Yahweh y los que van a transmitir a Jesús esta espiritualidad. Así se sorprenden los escribas cuando le increpan a Jesús: ¿De donde le viene esta enseñanza no es este el hijo del carpintero, el hijo de José y María? Jesús alaba a la viuda pobre y pone como paradigma la espiritualidad de los pobres: te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendido y las has revelado a los pobres (Mt 11, 25)

La oración del pobre de Yahweh es la apertura del que no tiene hacia el que tiene, del que no puede al todo lo puede. Creen en el Dios de lo imposible, son los que no pueden contar sino con la fuerza de Dios. Si nos reconocemos pobres Dios puede venir en nuestro auxilio, a nuestra carencia y pobreza y esta se convierte en alabanza, en manifestación de Dios, pues Dios se hace fuerte en la debilidad.

Jesús encarnando la espiritualidad del Pobre de Yahweh

Jesús encarna y hace suya esta espiritualidad desde su propia Encarnación. Jesús se apropia de toda nuestra condición humana para enseñarnos a vivir en la filiación divina. Jesús será el pobre de Yahewh por excelencia. El es el primero en vivir totalmente en referencia a Dios como Padre. Pone todas las situaciones y a todos los hombres ante su Padre. Jesús hace suyo nuestros dolores y nuestros sufrimientos y nos enseña a vivir en el abandono confiado.

Lo que el hombre no podía hacer en su ascensión hacia Dios, El lo hizo posible en su Encarnación, en su bajada hacia el hombre. Desde su venida nuestra vida queda transida de vida, nuestra historia, nuestro mundo transido de Dios. La vida se introdujo en la muerte y el amor se hizo resurrección. Su primera y última palabra es Padre y su última oración resume toda su confianza filial: Padre pongo todo mi vida, mi obra la humanidad en tus manos.

 UUn  pionero San Francisco de Asís

 

“Porque con amor ardiente llevaba y conservaba siempre en su corazón a Jesucristo, y éste crucificado, fue marcado gloriosamente sobre todos con el sello de Cristo..." [1]

 

San Francisco es quien encarna mejor la mística del pobre. Desde siempre se ha atribuido a Francisco el don de haber sabido leer en su momento histórico lo nuclear del evangelio de Jesús. Se le ha considerado una puerta de acceso y de acercamiento a Jesús. Por eso creemos que también hoy tiene mucha actualidad y puede ayudarnos en este momento histórico, convulso como el suyo, a acercarnos a Jesús y a los valores nucleares del evangelio para encontrar allí el sentido profundo que Francisco encontró.

 



1.1 La espiritualidad de San Francisco de Asís

“Voglio seguire a Cristo povero e crocifisso”

La espiritualidad de San Francisco de Asís es, sobre todo, cristocéntrica y evangélica, afectiva y mística. Francisco, en su contemplación del misterio trinitario, ve sobre todo en la persona del Hijo de Dios encarnado y crucificado al hermano mayor de toda la humanidad, al autor de la salvación, mediador y modelo de nuestra comunión con Dios. Esto lo descubrió ya desde el momento de su conversión. La visión de Cristo crucificado en San Damián, lo marcó de tal modo para toda su vida, que no podía recordar la Pasión del Señor sin que le saltaran las lágrimas y, ya desde entonces llevó impresas en su interior las llagas de la pasión[2]. Por tanto, la espiritualidad de San Francisco no es especulativa sino afectiva, y es su compasión por Cristo lo que le empuja a seguirlo y a imitarlo en todo, hasta parecer otro Cristo pobre y crucificado.

Francisco encontraba a Jesucristo pobre y crucificado en los pobres, en los leprosos, en las pruebas, en las iglesias en ruinas y, sobre todo, en la soledad y en el silencio de la oración. Allí, transformado no ya en orante sino "en la oración misma", contemplaba con los ojos de la mente y con el corazón la pobreza en Belén de Cristo y de su madre pobrecilla; la caridad que lo llevó a la cruz por amor nuestro; y su humildad en la Eucaristía, hecho pan en las manos del sacerdote para la vida del mundo.

El gran amor de Dios por la humanidad manifestado en Cristo le hacía vivir en constante alabanza y acción de gracias, bendiciendo a Dios por todas las cosas creadas por Dios, que de él llevan "significación". Y por su "compasión" a Cristo encarnado amaba a toda criatura, animada o inanimada, en especial al hombre redimido con su sangre, y a proclamarlo a los cuatro vientos cual mensajero de su salvación y de su paz, no sólo a los hombres de todo el mundo, cristianos o no, de cualquier clase o condición, sino incluso a los pájaros, al fuego, a los peces, a toda criatura. Sus palabras no eran estériles, pues eran inspiradas e iban acompañadas por el ejemplo de una vida intachable. Y todo eso, a diferencia de otros movimientos evangélicos de su tiempo, lo vivió desde una fe inquebrantable en la Iglesia católica, en su doctrina y en sus ministros. "Hombre católico y totalmente apostólico, que en su predicación exhortaba, principalmente, a observar inviolablemente la fe de la Iglesia Romana".[3]

San Francisco fue también, desde su conversión, un "penitente", es decir, un hombre en camino de conversión, de regreso a la voluntad del Padre. Mas el regreso no es posible sin penitencia, sin austeridad ni mortificación de los sentidos, sin dar muerte al hombre viejo esclavo de los vicios y pecados. Su ascética fue la práctica y el ejercicio de las virtudes, principalmente las seis virtudes que él llama "hermanas": la reina sabiduría con la pura sencillez, la dama pobreza, con la santa humildad, la señora santa caridad y la santa obediencia. La ascesis lo transformó en un hombre renovado, devuelto a la inocencia original pues, habiendo vencido al pecado, se sentía perdonado y reconciliado con Dios, en paz consigo mismo y en comunión con toda criatura animada o inanimada. De ahí su optimismo y la "verdadera alegría" que lo lleva a componer el Cántico del hermano sol cuando se estaba quedando ciego, y a recibir cantando a la "hermana Muerte".

 



1.2 La pobreza espiritual y la humildad a la base

Francisco encuentra en Dios el sumo bien. Tanto amor no se puede esconder, es para agradecerlo y compartirlo. El regalo de Dios se convierte en empeño a favor de los otros, nos hace ser mensajeros de la paz y el bien. Todo es don que procede de Dios. Nosotros pobres servidores, administradores, nada nos pertenece.

Entre las siete virtudes que el llamaba “hermanas” destacan la humildad y la dama pobreza. La humildad en la vida de Francisco se plasma en diferentes movimientos: humildad ante Dios, pobreza espiritual; humildad ante uno mismo para conocerse verdaderamente; y humildad con los otros: minoridad como comunión de vida. Renuncia, en definitiva, a toda pretensión de poder espiritual o material. La espiritualidad franciscana es interpelación que nos invita a afrontar la vida y nuestras dificultades y posibilidades desde un profundo sentido de la humildad, es decir, desde la conciencia de nuestra verdadera limitación. Nos invita a ser pobres, conscientes de nuestra verdad y menores como itinerario de autenticidad espiritual, personal, vital y convivencial. 

La humildad en la vida de Francisco se plasma en diferentes movimientos: humildad ante Dios, pobreza espiritual; humildad ante uno mismo para conocerse verdaderamente; y humildad con los otros: minoridad como comunión de vida. Renuncia, en definitiva, a toda pretensión de poder espiritual o material. La espiritualidad franciscana es interpelación que nos invita a afrontar la vida y nuestras dificultades y posibilidades desde un profundo sentido de la humildad, es decir, desde la conciencia de nuestra verdadera condición de criaturas sujetas a toda limitación. Nos invita a ser pobres espiritual y materialmente, conscientes de nuestra verdad y menores como itinerario de autenticidad espiritual, personal, vital y convivencial.

 

 


2.      Una vuelta con el Concilio Vaticano II

 

Concilio Vaticano II (1962)

Teólogos de la Nouvelle Théologie: Yves Marie-Joseph Congar, Marie-Dominique Chenu, Henri de Lubac y Jean Daniélou.

Grupo de la Iglesia de los pobres: Helder Cámara, Giacomo Lecaro, Gerlier, y el círculo de la Escuela de Tubinga.

 

En el siglo XX, el catolicismo americanista impulsado por John Courtney Murray, que privilegiaba la libertad política y la Nouvelle Théologie, representada por Yves Marie-Joseph Congar, Marie-Dominique Chenu, Henri de Lubac y Jean Daniélou, que consideraba la historia como lugar de interpretación, llevan a un sector de los teólogos de la Iglesia católica mundial a irrumpir como actores protagonistas del preconcilio.

 

El Concilio Vaticano II supuso una verdadera renovación y primavera para la Iglesia. Fue convocado por Juan Pablo II al que se consideraban un papa de transición. Lo anunció el 25 de enero de 1959 y fue uno de los eventos históricos que marcaron el S. XX. El inició la primera sesión en 1962 y no pudo concluir el Concilio ya que falleció un año después el 3 de junio de 1963. Su sucesor el Papa Pablo VI lo clausuró en 1965. En el concilio se propusieron nuevas claves y la resignificación de ciertas categorías teológicas: la de «acción pastoral» como «acción política» por el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gadium et spes, (1965), o la de «justicia» como «desarrollo de los pueblos» en la Encíclica Populorum progressio (1967) y como «igualdad social de clases» en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (1967), que tuvo como inspirador a Helder Cámara. Estas nuevas categorizaciones son recibidas en Europa como Teología Política por Jean Baptiste Metz y Hans Küng, desde una posición progresista.

 

El Vaticano II  supone un verdadero giro copernicano. El tema de la Iglesia de los pobres estaba ya en la mente del papa Juan XXIII. Un mes antes de la apertura del concilio dijo. la Iglesia debe presentarse como es y quiere ser, como la iglesia de todos y particularmente la Iglesia de los pobres[4]. En su constitución sobre la iglesia Lumen Gentium se da paso a una nueva eclesiología. Se realza el centro del Reino de Dios y la imagen de la Iglesia como el pueblo de Dios

 

La Iglesia está llamada a seguir el mismo camino de Jesús que llevo la obra de la redención en suma pobreza. La Iglesia abarca con su amor todos los que son afligidos por la miseria humana[5] y reconoce en aquellos que son pobres y que sufren la imagen de su fundador pobre y sufriente.

 

 




2.1 La influencia de la propuesta del grupo de la Iglesia de los pobres

 

El denominado grupo de la Iglesia de los pobres estaba promovida especialmente por el grupo de cardenales purpurados de la Universidad belga de Tubinga. En esta ciudad se reunían habitualmente bajo el patrocinio de Helder Cámara (Brasil), Giacomo Lecaro (Bolonia), Gerlier (Lyon) y otros a los que se adjuntó el patriarca Maximus IV. Trabajaron con denuedo en los trabajos del Vaticano II y abogaban por un lugar central por los pobres.

 

El grupo propuso a los padres conciliares que la idea dominante de la eclesiología del Concilio debía ser la Iglesia de los pobres. Esto no debe ser solo un tema entre muchos sino más bien el único tema del Concilio Vaticano II en su totalidad, la idea síntesis, lo que da luz y coherencia a todos los temas a discutir, de todo el trabajo a emprender. Giacomo Lecaro llamo este momento histórico como la hora de los pobres. 

El grupo solicito al cardenal Cicognani, secretario de Estado y Presidente del Secretario para asuntos extraordinarios para el establecimiento de una Secretaria o Comisión especial para tratar cuestiones relacionadas con la evangelización de los pobres. Sin embargo las posturas eran confrontadas por los más conservadores y sufrieron fuerte oposición, estas negociaciones fracasaron en conseguir su deseo. Hubo que esperar a la profundización que más tarde hiciera el CELAM en Latinoamérica. 

 


2.2 La impronta que dejó el denominado grupo de los pobres

El grupo desempeñó un papel significativo en las dos primeras sesiones del Concilio y creó en muchos padres una nueva sensibilidad a los problemas de la pobreza[6].

Hubo otras voces influyentes hablando en el Concilio en nombre de los pobres y las naciones pobres. Una intervención particularmente digna de mención fue el informe de James Norris (Estados Unidos), un auditor laico en el Concilio y el Presidente de la Comisión Católica de migración internacional. Señaló la evidente brecha entre el sector rico de naciones cristianas en el Atlántico Norte, que comprenden sólo el 16% de la población mundial pero con el 70% de la riqueza del mundo y la gran mayoría de personas que viven en un estado casi infrahumano de pobreza. Instó al Concilio a emitir una llamada para la acción y el establecimiento de una "estructura que propondría las instituciones, relaciones, formas de cooperación y de actuar para obtener la plena participación de todos los católicos en la lucha mundial contra la pobreza y el hambre". Su intervención fue seguida por otra apelación elocuente en nombre de los pobres[7].

El 13 de noviembre de 1964, papa Pablo VI hizo un gesto profético en nombre de los pobres. Él puso su tiara en el altar al final de la Eucaristía. Este gesto fue explicado así por Monseñor Pericle Felici, jefe de la Secretaría General del Concilio: “Hemos escuchado este Concilio muchas cosas graves sobre la pobreza y el hambre que están creciendo en el mundo de hoy, algo alarmante y terrible. A menudo el grito se ha oído en la sala de Concilio, como una vez se escuchó en Palestina: "Tengo compasión en la multitud". La madre Iglesia no deja de mostrar misericordia a los pobres y necesitados y de realizar buenas obras”. Después de la enseñanza e imitando el ejemplo de su fundador, "que aunque era rico se hizo pobre por nosotros, para que por su pobreza pudiéramos ser ricos", Iglesia de la madre se puede llamar madre de los pobres, los necesitados y los afligidos. El Sumo Pontífice, Vicario de Cristo, la cabeza de la iglesia, ha decidido darle un nuevo testigo de este amor y misericordia ofreciendo su tiara a los pobres y la necesitados[8]. 

La iglesia del grupo de pobres logró elaborar un documento que contenía dos propuestas dirigidas al Papa: "Sencillez y pobreza evangélicas" y "Primacía en nuestro Ministerio para la evangelización de los pobres." Fueron capaces de obtener las firmas de más de 500 padres. Pablo VI pidió el cardenal Lercaro (recientemente nombrado a moderador del Concilio) para examinar el material producido por la iglesia del grupo de pobres con miras a su uso en los decretos del Concilio. Cardenal Lercaro presentó su informe más tarde. Incluye sugerencias para invitar a los obispos a una mayor simplicidad y pobreza evangélica con respecto a sus títulos, el vestido y el estilo de vida. Sugirió también que se seleccionaran sacerdotes para un apostolado entre los pobres y la clase obrera o como sacerdotes obreros y trabajadores. Otra sugerencia para una mayor apertura y laicos la participación en la gestión de la propiedad de la iglesia. Pero no tenemos más noticias del informe. "Parece que hubiera desaparecido en las arenas del tiempo"[9]. 

La evaluación total de la historia del Vaticano II sobre los esfuerzos de este grupo después de tres sesiones del Concilio no es muy positiva: “Como resultado el celo de un grupo vigilante de obispos y teólogos, el tema de la pobreza de la iglesia y el tema de la iglesia pobre como se refleja en las actas del Concilio, encontró un lugar, pero muy  limitado y marginal.[10] El 13 de noviembre de 1964, Pablo VI, por su cuenta, públicamente dio su tiara para los pobres y a los pocos días el cardenal Lercaro presentó un informe con sugerencias sobre la pobreza de la iglesia. Aunque solicitado por el Papa, este texto permaneció letra muerta[11]. 

Otra evaluación autorizada dice básicamente lo mismo: "a pesar de la famosa intervención de cardenal Lercaro, “no vemos estar cumpliendo con nuestra tarea correctamente, si no hacemos la opción por los pobres el centro y el alma de este Concilio, el misterio de Cristo en los pobres... no sólo como un problema entre otros, pero como el problema central del Concilio. Podemos concluir diciendo que el Vaticano II no se ocupó en profundidad del tema" [12]. 

 

 


 

3.      Una insistencia del CELAM

 

1968 Medellin

1976 Puebla

2007 Aparecida

 

Teólogos relevantes de la opción por los pobres en la Teología de la liberación:

Gustavo Gutiérrez, Segundo Galilea, Jon Sobrino, Leonardo Boff

 

3.1 La opción preferencial por los pobres

 

La opción preferencial por los pobres cuajo definitivamente en las conferencias posteriores del CELAM. Los pobres no solo son objeto de evangelización sino sujetos de la evangelización. El contexto de América Latina nos cuenta cómo el acercamiento a las grandes mayorías oprimidas del planeta nos permite encontrarnos con Dios en el fondo de la pobreza: El acercamiento a las grandes mayorías oprimidas del planeta, en medio de los mecanismos del mercado neoliberal globalizado y de las estructuras injustas de cada pueblo, nos permite encontrarnos con Dios en el fondo de la miseria como una presencia de dignidad y de vida irreductible que afirma la necesidad de una liberación plena.

 

La Teología de la Liberación, tal como se desarrolla en el resto de los países de Latinoamérica, traza su rumbo recién en 1968 en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín y hace su «opción preferencial por los pobres» en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla en 1976.





 

3.2 La perla de la piedad popular. (Su profundización como religiosidad popular, espiritualidad y mística del pobre a la luz de Aparecida).

 

El Documento de Aparecida propone una espiritualidad como compromiso con el seguimiento de Jesús y fuente de acción misionera. De manera reconoce el rostro de Cristo, en el rostro de los pobres en cuya opción preferencial “está implícita la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza[13]. Junto a estas experiencias de Dios en la creación y en las personas, se experimenta a Dios en la historia, acompañando los esfuerzos por instaurar su Reino[14].

 

Sabemos que Bergoglio estuvo en la redacción final del documento de Aparecida En este documento, en los lugares de encuentro con Jesucristo, destaca que a este lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos. El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con El en los afligidos y marginados surge nuestra opción por ellos.[15]

 

Algunos textos parecen tener el sello de la mano de Bergoglio sobre todo lo que respecta a la religiosidad o piedad popular. Merece destacar la rica y profunda religiosidad popular de nuestros pueblos y considerarla como precioso tesoro de la Iglesia. La mirada del pobre se detiene a contemplar el misterio de Dios, lo disfruta en silencio. La súplica sincera que fluye confiadamente es la mejor expresión de un corazón pobre que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.[16]  

No podemos devaluar la espiritualidad popular o considerarla un modo secundario de la vida cristiana porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. En la piedad popular se contiene y expresa un intenso sentido de trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal.

La mística popular es también una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso podemos hablar no solo de una espiritualidad popular sino una mística popular. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera.[17]

 


4.      Los antecedentes del Papa Francisco. La Iglesia pobre del Pueblo de Dios

 

Teólogos que profundizan en la Iglesia del pueblo:

Lucio Gera, Rafael Tello, Alberto Sily, Enrique Angelelli y Eduardo Pironio

 

Conviene tener en cuenta el contexto teológico que habitó Jorge Bergoglio en Argentina, desde el nacimiento de la Teología Latinoamericana en la Conferencia Episcopal de Medellín, en 1968 –con el impulso incuestionable del teólogo argentino Lucio Gera y del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, sus pioneros. En los 45 años que separan la designación del Papa Francisco de Medellín, se construye una nueva teología en América Latina en torno de la categoría teológica y política de «pueblo pobre o teología del pueblo de Dios».

 

La formación de Bergoglio se enmarca en la denominada «Teología del Pueblo» como una modalidad que asume la Teología de la Liberación latinoamericana en una parte de la teología argentina y por ser la que desarrolla la categoría de pobreza sobre la que gira el discurso del Papa Francisco. La Teología del Pueblo surge con los procesos políticos por la democracia entre los años 1964 y 1976, a partir de las reuniones de los peritos teológicos de la Comisión Episcopal de Pastoral[18].

 

“La Teología del Pueblo de Dios” es silenciada por la dictadura cívico-militar que se instaló en Argentina. Si bien una de las modalidades teológicas argentinas, “la Teología del Pueblo de Dios”, acompaña los lineamientos del magisterio episcopal latinoamericano y asume el método ver-juzgar-obrar poniendo en relación la praxis cultural con la reflexión evangélica y sociológica, se diferencia no obstante en su modo de entender al pueblo. Mientras las modalidades de la Teología de la Liberación en el resto de la región privilegian el análisis socio-estructural y conciben al pueblo como clase. “La Teología del Pueblo de Dios”, por el contrario, privilegia el análisis histórico-cultural y considera como parte privilegiada del pueblo a los trabajadores pobres. Por consiguiente, a pesar de ser esta última corriente una modalidad de la Teología de la Liberación latinoamericana se trata de una nueva profundización.


 



 

4.1 La Teología del Pueblo de Dios

 

En América Latina, son recibidas la Teología de la Liberación por Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, que buscan –a diferencia de las corrientes europeas– el cambio total de las estructuras políticas, económicas, jurídicas y sociales. En Argentina, con Lucio Gera, Rafael Tello y Alberto Sily, surge como “Teología del Pueblo”, una modalidad propia que ve al pueblo trabajador como categoría escatológica, al margen de la lucha de clases.

 

“La Teología del Pueblo” tuvo como antecedentes otras configuraciones, como el movimiento francés de los «curas obreros» en la década de 1950, o los «curas villeros», que recibieron el apoyo de un sector de los obispos de Argentina, como Jerónimo Podestá, Antonio Quarracino, Alberto Devoto, Enrique Angelelli y Eduardo Pironio.

 

En 1969, esa doctrina queda plasmada en el Documento Episcopal de San Miguel, como resignificación de ciertas categorías de acuerdo con la realidad social y política del país. A partir de “la Teología del Pueblo”, la teología pastoral no refiere ya a la pastoral de la Iglesia en los sectores populares, sino a un nuevo modo de ser Iglesia a partir de esa parte del pueblo que son los pobres. De esta manera, busca separarse de la concepción de Iglesia nacional, que tendía a identificar «pueblo argentino» con «católico». Esta resignificación permitió en la década de 1970 que un sector de los teólogos de la Iglesia católica –que consideraban al pueblo como sujeto político colectivo, como categoría dinámica y creadora– pudiera articular su discurso con el discurso político bajo significantes de la protesta social, como «liberación o dependencia» y otros, buscando de este modo resolver el antagonismo bajo la categoría de pueblo como unidad.

 

Para comprender mejor la diferencia entre el conjunto de la Teología de la Liberación y la Teología del Pueblo antes diferenciamos dentro de la Teología de la Liberación cuatro corrientes[19]. La primera es la Teología de la Liberación desde la praxis pastoral, y su referente es el argentino Eduardo Pironio. En este caso, se persigue como fin la unidad de todo el pueblo. Se propone como medio para lograrla una reflexión sobre la realidad desde una ética antropológica, teniendo en cuenta datos estadísticos de las ciencias sociales, abordados desde una perspectiva bíblica y eclesial, pero sin reflexionar sobre los aspectos políticos. Como conclusión, se practica una evangelización liberadora integral, mediante la praxis pastoral de la Iglesia como cuerpo institucional –es decir, siguiendo los lineamientos de Medellín y Puebla–. El sujeto de esta corriente teológica es todo el pueblo, y los agentes serán laicos comprometidos con el evangelio y la política.

 

La segunda corriente es la Teología de la Liberación desde la praxis revolucionaria, cuyo referente es el brasileño Hugo Assmann. Esta vertiente tendrá como objetivo el fin de la explotación del hombre por el hombre, utilizando como medio un análisis sociohistórico de la realidad a partir del marxismo; el contenido teológico se reduce a un lenguaje sociológicamente cristiano, lo que la convierte en teología secularizada. Aquí se concluye que la acción para lograr esa meta será una praxis liberadora al servicio de la lucha de clases, desde y para la praxis, no necesariamente violenta. El sujeto, para esta corriente, es transconfesional y abarca el total de la clase trabajadora, sean o no católicos. Los agentes son los grupos cristianos radicalizados y comprometidos en la acción revolucionaria.

 

La tercera corriente es la de la Teología de la Liberación desde la praxis histórica, representada principalmente por el peruano Gustavo Gutiérrez y el vasco Jon Sobrino desde El Salvador. Para esta corriente, el fin es la unidad en la comprensión global del ser humano y de la historia y, manteniéndose fiel a la Iglesia y a la tradición, utilizará el saber sociológico del análisis marxista para interpretar la realidad teológicamente desde su propio método, con sus criterios éticos y evangélicos. Sin confundir las opciones éticas con los argumentos teóricos, esta corriente concluye que la acción pastoral debe tender a la transformación radical de la sociedad latinoamericana, posibilitando la expresión directa de los oprimidos mediante su voz en la sociedad y en la Iglesia. Si bien destaca el valor de lo religioso –la fe y los símbolos de la fe– como práctica que posibilita motivaciones nuevas de compromiso social y ético, no por eso deja de ser sospechada como teología secularizada. El sujeto es el pueblo pobre como clase encarnada y el agente, las comunidades de base como sectores cristianos concientizados.

 

La cuarta corriente es la que se denomina Teología de la Liberación desde la praxis cultural, también llamada Teología del Pueblo o Teología de la Cultura. Sus representantes directos, como ya se dijo, son los argentinos Lucio Gera y Rafael Tello. El fin de esta corriente es la inculturación de la teología como praxis cultural, y utiliza como medios la filosofía, el análisis socioestructural, el análisis histórico-cultural y el conocimiento sapiencial, en tanto sabiduría popular expresada en símbolos y su correspondiente hermenéutica. Los aportes marxistas son asumidos solo críticamente –desde el horizonte de la fe cristiana y de la cultura latinoamericana–, para la comprensión del pueblo. Sus defensores consideran la teología como una práctica cultural liberadora desde la religiosidad popular que tiene por objeto, mediante criterios históricos y no solo abstractamente éticos, influir sobre lo político, trazando socialmente la línea de la justicia entre pueblo y antipueblo.

 

El sujeto es el pueblopero no desde la categoría como clase sino como pobre, y la historia es considerada como una historia determinada, la historia de un pueblo particular. La cultura es entendida como una cultura concreta, con un núcleo de sentido último de vida expresado en símbolos y costumbres –como aporte principal– y condensado en los pobres sin las deformaciones del saber ilustrado. La cultura es definida como un proyecto histórico común no necesariamente explicitado, manifestado en un estilo de vida, de estructuras e instituciones políticas y económicas que lo configuran o lo desfiguran. El agente es el mismo pueblo como comunidad organizada.

 

La práctica pública de la Teología del Pueblo que conoció Bergoglio se detiene hacia 1976 como consecuencia de la persecución política que comienza con las dictaduras cívico-militares en Argentina y en otros países de la región. Sin embargo, ya desde 1974 se refleja en la pastoral de Bergoglio, para quien la unidad del pueblo –como Nación– está por encima de la clase. Por eso desde entonces llama a un combate, pero a un combate espiritual, y dice que esa espiritualidad puede ser presa de tentaciones: la de los tradicionalistas, lo que llama espiritualidad de «avestruz porque lleva a esconder la cabeza»; o la de las utopías que llaman a estar en la «cresta de la ola».

 

 



4.2 Pueblo pobre y pueblo como unidad desde la conciliación

 

La renovación teológica que surge en Europa en los años 50 queda plasmada en Argentina en el Documento Episcopal de San Miguel de 1969, donde se resignifican ciertas categorías de acuerdo con –y a partir de– la realidad social y política del país. Desde la década de 1970 se observa un cambio dentro del catolicismo argentino respecto a la posición de cierto sector de laicos y sacerdotes en relación con los procesos sociales.

 

Además de los mencionados Gera y Tello, los miembros de la Coepal relacionados con la Teología del Pueblo fueron Gerardo O’Farrell, Alberto Sily, Fernando Boasso, Carmelo Giaquinta y Domingo Castagna. El influjo de estos teólogos derivó en una contaminación entre categorías teológicas y categorías políticas en ambos sectores. Los contactos son indirectos a través de movimientos como los curas villeros, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) –de quienes eran fuente ideológica–, los obispos comprometidos políticamente y publicaciones o boletines como Enlace del MSTM y Cristianismo y Revolución de Juan García Elorrio.

 

La Teología del Pueblo –que puede reconstruirse hoy a partir de los escritos de los teólogos de la Coepal–, reinterpreta la categoría de pueblo como la parte popular del pueblo, en el sentido filosófico de particularidad encarnada que participa de lo que la teología católica llama «universalidad del Pueblo de Dios».

 

La Teología del Pueblo no busca la confrontación social, sino –en términos de Ernesto Laclau– la articulación discursiva de las demandas sociales de los sectores populares, y para esto establece la división del campo de lo político en dos: el pueblo y el antipueblo. En esta línea podría ubicarse tanto a Tello como a Gera. Al mismo tiempo, coexiste con esta tendencia en Argentina la mencionada Teología de la Praxis Pastoral, que busca resolver el antagonismo social bajo la categoría de pueblo como unidad, sin profundizar la división social. Ambas se presentan como la tercera posición entre el marxismo y el liberalismo, alineándose políticamente con el peronismo, aunque en líneas internas diferentes. Este es el contexto teológico-político en el cual se formó y vivió Bergoglio durante 45 años y el que enmarcó la teología del actual papa Francisco.

 

Así, en la década de 1970, estos teólogos comenzaron a articular su discurso con el discurso político marcado por la protesta social, buscando de este modo resolver el antagonismo bajo la categoría de pueblo como unidad. Tello –a quien Bergoglio reivindica en diciembre de 2012 al prologar un libro sobre su vida y obra presentado en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina, en Buenos Aires–, entiende por pueblo a los marginados de la historia que, como sujeto colectivo, asumen la resolución política con el fin de eliminar tanto a esclavos como señores.

 

La idea de conciliación en la unidad como método de resolución del conflicto social marca desde un comienzo el rumbo de su propia modalidad de la teología latinoamericana. Por ejemplo, el criterio de que «la unidad es superior al conflicto, el todo es superior a la parte, el tiempo es superior al espacio» aparece en su intervención de 1974 y vuelve a aparecer 40 años después, casi sin alteraciones, en 2010 cuando era cardenal y en 2013 ya como papa. En el discurso por el Bicentenario argentino, Bergoglio dirá también: «El tiempo es superior al espacio, la unidad es superior al conflicto, la realidad es superior a la idea, el todo es superior a la parte[20]. En la carta encíclica Lumen Fidei del 29 de junio de 2013 puede leerse que «la unidad es superior al conflicto»[21], y «El tiempo es siempre superior al espacio»[22].

 

El Papa Francisco quiere una Iglesia que se descentralice y no que se «funcionalice»; propone una «misión paradigmática» que imprima una dinámica de reforma a las estructuras eclesiales, y lo llama «misionariedad». En el discurso a la clase dirigente de Brasil del 27 de julio de 2013, Francisco dice que entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta siempre hay una opción: el diálogo, sin ideologías, ni marxistas ni liberales.

 



 

4.3 La inculturización, la religiosidad y la mística popular

 

La Teología del Pueblo privilegia el concepto de pueblo trabajador por sobre el de clase trabajadora y rescata la importancia de la religiosidad y la mística popular partiendo del principio de que es el pueblo pobre el auténtico intérprete del evangelio, con su tradición espiritual y su sensibilidad para la justicia.

 

Sin embargo, Bergoglio hará su propia recategorización de pueblo como «pueblo fiel» y como «reserva religiosa», aclarando que «‘pueblo’ es ya –entre nosotros– un término equívoco debido a los supuestos ideológicos con que se pronuncia o se siente esa realidad del pueblo. Ahora, sencillamente, me refiero al pueblo fiel».

 

En 2010, aclarará nuevamente ese término equívoco de otro modo, y dirá que «Ciudadanos es una categoría lógica. Pueblo es una categoría histórica y mítica», y agrega: «Pueblo no puede explicarse solamente de manera lógica. Cuenta con un plus de sentido que se nos escapa si no acudimos a otros modos de comprensión, a otras lógicas y hermenéuticas». Mientras «pueblo» remite a una continuidad histórica, «ciudadano» hace referencia a aquellos que son «citados» a comprometerse por el bien común, y aclara Francisco que «ciudadano no es el sujeto tomado individualmente como lo presentaban los liberales clásicos ni un grupo de personas amontonadas, lo que en filosofía se llama ‘la unidad de acumulación’». De ese modo, pone en relación los conceptos de ciudadano y pueblo: «El desafío de la identidad de una persona como ciudadano se da directamente proporcional a la medida en que él viva su pertenencia. Necesitamos constituirnos ciudadanos en el seno de un pueblo».

 

La Teología Latinoamericana de la Liberación, en todas sus modalidades, se identifica con la cultura del pobre, y busca cambiar la Iglesia hasta que deje de ser Iglesia de los sectores altos de la sociedad, para ser Iglesia de los pobres. Es así como en los años 60, un grupo de teólogos latinoamericanos –Gera, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo– decide «plantar» la Iglesia latinoamericana entre los pobres. Hoy el papa Francisco, un pastor latinoamericano, decide plantar toda la Iglesia católica entre los pobres, articulando nuevamente categorías teológicas en el discurso político, dada la enorme repercusión mediática de su palabra pública.

 

La Teología del Pueblo logra inspirar el resto de la teología latinoamericana con la idea de inculturación. Así, Gera fue el inspirador y redactor de los números centrales de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla sobre «evangelización de la cultura» en 1979, y Bergoglio, el de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil, en 2007 –como coordinador y destacado integrante de la comisión encargada de redactar el documento conclusivo–. A diferencia de la definición iluminista europea, la Teología del Pueblo define cultura como práctica cultural, esto es, como modo de vivir, como estilo o ethos de un pueblo. La cultura se va haciendo en la práctica de un pueblo, se construye desde el pueblo y en el tiempo. La cultura no se instituye desde el saber de los iluminados. De este modo, dice Gera, «el único sujeto y agente de la historia humana es el pueblo, y el pueblo está vinculado a la historia de la salvación, ya que los signos de los tiempos se hacen presentes en sus acontecimientos».


 



 

4.4 La pobreza como kairos

 

La idea de presente como oportunidad que afirma la Teología del Pueblo aparece en Francisco, para quien el tiempo es hoy, hoy es el momento, el kairos: «El discipulado-misionero (…) es el camino que Dios quiere para este ‘hoy’. Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el ‘hoy’ (…) El ‘hoy’ es lo más parecido a la eternidad; más aún: el ‘hoy’ es chispa de eternidad. En el ‘hoy’ se juega la vida eterna».

 

Para la Teología de la Liberación, la pobreza es el estado de anonadamiento. El pobre es aquel que logra experimentar la nada como ausencia total de ser. Es el desposeído del ser, pobre es el que no tiene vida. El documento de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida de 2007 establece que la evangelización es para que los pueblos pobres tengan vida y la tengan en abundancia. La resolución de esta dialéctica, entre el ser y la nada, es el punto de desencuentro entre la Teología del Pueblo y el resto de la Teología de la Liberación. La Teología del Pueblo ve esa misma realidad de pobreza como momento escatológico pero con esperanza en esta vida. Para esta última corriente, el ascenso de la nada al ser es posible aquí y ahora, aliviando el sufrimiento del pobre.

 

A diferencia del resto de las corrientes de la Teología de la Liberación, la Teología del Pueblo trata de intervenir culturalmente para sacar al pobre de su miseria e insertarlo en la vida. No habla entonces de liberación, sino de «liberalidad», que no es renuncia a todo lo material, ni tampoco liberalismo egoísta, sino vocación de dar lo poseído. Busca políticamente la justicia social apoyando movimientos populares nacionales en políticas públicas que promuevan el ascenso social de los sectores trabajadores. Esta idea aparece en expresiones de Bergoglio de 2010, cuando afirma que «la Argentina llegó a constituir una sociedad con movilidad social ascendente, bastante homogénea, con derechos sociales extendidos, de pleno empleo y alto consumo, con participación política electoral casi total, con una activa movilización».

 

Los teólogos argentinos, que en la década de 1960 habían integrado la Juventud Obrera Católica (JOC), se vinculan con el movimiento obrero. Como consecuencia de ello, la Teología del Pueblo se inclina a defender a los trabajadores, y es en el mundo del trabajo, y no en la pobreza, donde el pastor deviene teólogo. Mientras los teólogos de la liberación se insertan en el mundo de los pobres mediante las comunidades eclesiales de base, los teólogos del pueblo se insertan en el mundo de los trabajadores a través de los movimientos sindicales. La praxis teológica articula lo teórico y lo práctico en el campo de la realidad, uniendo así acción y contemplación, docencia y estudio, pastoral y teología. De este modo, tanto el saber teológico como el saber político emergen de la acción. El teólogo y el trabajador se autoproducen en la experiencia como sujetos teológicos y políticos colectivos al embarrarse en la realidad cultural del pueblo pobre trabajador. Su saber teológico será a posteriori de una praxis como sujeto colectivo, y no a priori como pretende el sujeto iluminado. La Teología del Pueblo desconoce el lugar del saber de aquel que pretende conducir como pura inteligentzia, individual o partidaria, la concientización del pueblo. Para el teólogo latinoamericano de la liberación, nadie concientiza al pueblo; por el contrario, el pueblo evangeliza al pueblo, como sostuvo Tello. Francisco, en la homilía del 28 de julio de 2013 destinada a los jóvenes, les dice que los jóvenes evangelizan a los jóvenes, y que no se preocupen por qué decir, ya que Dios los ayuda como al pequeño Isaías.

 

Para el MSTM, «la característica propia de la organización de pueblo para la lucha, será la de poner su confianza (…) más en un caudillo, que en las instituciones liberales». Y agrega que «la experiencia le mostró que estas eran instrumentadas en favor de la dominación; en cambio, en la lealtad de su caudillo encontraba una más verdadera y eficaz realización de sus ideales de federalismo y democracia». El pobre, para estos teólogos, es el trabajador, es decir, «el hombre concreto, de ese pueblo concreto, sometido a la fuerza del imperialismo». La Teología del Pueblo sostiene que se debe salir del lugar de la pobreza para tener una vida digna –algo que aparecerá claramente como eje en el cónclave de Aparecida, al girar en torno de la frase joánica: «Para que tengan vida» (Jn 10, 10)–, y que eso es posible con una cultura del trabajo. Esta idea es central en el pensamiento peronista que tendrá como pilar el movimiento sindical, y su modelo de sindicato único de los trabajadores como espacio privilegiado de diálogo social a través de los convenios colectivos de trabajo, del cual estuvo muy cercano Bergoglio y está cerca Francisco.

 

La frase de Francisco: «Salgan a la calle y hagan lío» –pronunciada en Brasil en un contexto de protestas juveniles– tiene detrás una historia teológico-política. Entre 1920 y 1930 llegan a Buenos Aires grupos marginales de trabajadores y desocupados, lo que da origen a una nueva etapa política y teológica en Argentina. Para algunos comienza una cultura popular católica y peronista. Los trabajadores son organizados por un sindicalismo nacional y popular –diferente al sindicalismo europeo socialista, comunista o anarquista–, que promueve los derechos sociales y civiles de los trabajadores como garantía del ascenso social, siempre dentro de los límites de la república democrática sustentada en principios liberales. Un sector de los teólogos asume esa realidad como lugar teológico. La Iglesia responde a esa explosión demográfica del Conurbano, y con la colaboración de la sociología desarrolla una pastoral urbana. Pero al mismo tiempo comienzan las divisiones internas. En 1955, en Río de Janeiro, se funda la Celam, y debido a las diferencias políticas que se originan con el peronismo, el último en integrarse es el episcopado argentino, que lo hace en 1957. Los temas de discusión se reflejan en las publicaciones católicas y serán incluso propuestos al debate conciliar de 1965. Esos temas son la renovación de la formación sacerdotal, la pastoral urbana, el obrero, la liturgia popular, la renuncia del obispo por edad. Este clima lleva a que los teólogos argentinos, a diferencia de los europeos, desarrollen su teología como práctica pastoral en el pueblo ya desde los años 50.

 

 


5.      Una propuesta del Papa Francisco

 

El shock que produjo la renuncia de Benedicto XVI creo una gran incertidumbre. Previo al cónclave los cardenales debatieron los puntos que consideraban importantes para la Iglesia. Aunque el cardenal Bergoglio había tenido un puesto clave en la reunión de Aparecida, por su mayoría de edad no estaba en la lista de los principales candidatos Scola, O´Malley, Oullet, Vallini etc. 

 


5.1 Discurso en el conclave previo a su elección

Fue determinante el discurso de Bergoglio. La inolvidable intervención en español lo catapultó a la pantalla del radar de muchos electores El manuscrito de cuatro puntos, que insiste en que la evangelización "es la razón de ser de la Iglesia" que "está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias". En su valoración sobre las características que debía tener el nuevo pontífice, Bergoglio consideró que debía ser "un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales". "Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (...) Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico", aseveró. Asimismo resaltó que hay dos imágenes de la Iglesia: "la Iglesia evangelizadora que sale de sí (...) o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí".[23]

 

En el inicio de su pontificado, el mismo día de su elección Su amigo el Brasileño Claudio Hummes se le acercó y le susurró a los oídos: Acuérdate de los pobres. El 13 de marzo de 2013, el cónclave que se celebró tras la renuncia de Benedicto XVI eligió como papa a Jorge Mario Bergoglio. Bergoglio tomó como nombre para su pontificado: Francisco.

 



           

5.2 Evangelii Gaudium 2013

 

La encíclica Evangelii Gaudium es como su carta programática de su pontificado en donde va a plasmar las líneas programáticas. En ella se deja ver la insistencia en una Iglesia en salida (que llegue a las periferias) desde el encuentro con Cristo y una verdadera comunión misionera. Llama a una permanente conversión. Resalta la opción preferencial por los pobres, quiero una iglesia pobre entre los pobres. Los pobres no solo son objeto de la evangelización sino sujetos. En acuerdo con Aparecida valora la piedad popular y se habla de la espiritualidad popular y de la mística popular.

 

El Papa Francisco nos invita urgentemente a "recuperar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que nos ayuda a llevar una nueva vida. No hay nada mejor que transmitir a los demás" descubrir la presencia activa de Dios de una manera más profunda y viva. Es a esta mirada profunda sobre la realidad a la que el Papa Francisco nos invita también en su primera exortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo de hoy: su resurrección no es cosa del pasado; contiene una fuerza vital que ha penetrado en el mundo.


 




5.3 Algunos puntos relevantes de la encíclica

 

A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos». Lamentablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás». Para hablar adecuadamente de nuestros derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir los oídos al clamor de otros pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer en una solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino», así como «cada hombre está llamado a desarrollarse».[24]

 

En cada lugar y circunstancia, los cristianos, alentados por sus Pastores, están llamados a escuchar el clamor de los pobres, como tan bien expresaron los Obispos de Brasil: «Deseamos asumir, cada día, las alegrías y esperanzas, las angustias y tristezas del pueblo brasileño, especialmente de las poblaciones de las periferias urbanas y de las zonas rurales —sin tierra, sin techo, sin pan, sin salud— lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio».[25]


 





5.3.1 La primacía de los pobres

Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis». El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?». Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día».[26]






5.3.2 El gusto espiritual de ser pueblo

La Palabra de Dios también nos invita a reconocer que somos pueblo: «Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios» (1 Pe 2,10). Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia.[27]

El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar». Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros.[28]




5.3.3 El lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios

El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).[29]

Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia»[163]. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia». Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.[30]




5.3.4 Una conversión espiritual

La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritar [31]. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos». Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta.[32]

 


6.      Hacia una búsqueda de una espiritualidad propia de nuestro tiempo

 

Autores que profundizan en este sentido:

Jose Antonio Garcia Monje, “Unificación personal y experiencia cristiana”

Javier Garrido, “La soledad habitada”

G. Como, “Spiritualitá del quotidiano”

A Spadaro, “Svolta di respiro Spiritualitá della vita contemporánea”

J. Tolentino, “La mística dell´ istante”

Benjamin Gonzalez Buelta, “Ver o perecer. Mística de los ojos abiertos”

 

 

6.1 A partir de la llamada de Francisco en EG

Como hemos visto el Papa Francisco nos invita a salir de la autoreferencialidad y salir al mundo recobrando una mirada contemplativa.[33] El mundo que nos circunda lejos de ser una realidad que nos oprime y nos anula puede ser visto como lugar de encuentro con el Trascendente. Desde un espíritu misionero, lo cotidiano es el lugar más simple y cercano del encuentro con Dios y los hermanos. La Iglesia está llamada a salir para descubrir a Dios presente y actuante y promover el encuentro con los hombres de nuestro tiempo. 

Aunque a veces parezca  que Dios está ausente o no está en medio de las situaciones de injusticia y sufrimiento la realidad es que Jesús resucitado está vivo y presente en el mundo. Como dice el Papa Francisco “… cada día en el mundo renace la belleza que resucita y transforma los dramas de la historia…Es la fuerza de la resurrección y todo evangelizador es un instrumento de tal dinamismo”.[34] 

 


 

6.2 Una espiritualidad de la vida cotidiana

 

Hoy necesitamos crear una nueva sensibilidad contemplativa para percibir la misteriosa acción de Dios en nuestro mundo cambiante y a menudo injusto y complejo. Encontrar a Dios en la realidad siempre ha sido un desafío. Partiendo de la famosa frase de Karl Rahner: "El cristiano del futuro será un místico o no será cristiano"

 

Podemos decir que la vida cotidiana, la ordinariez de la existencia se ha convertido en una dimensión de la espiritualidad contemporánea. Hoy podemos escuchar la necesidad de unidad, de fe y de vida cotidiana, de integración personal en una realidad líquida donde parece que todo es fugaz y cambiante. El desarrollo de esta dimensión espiritual es "estar en el mundo". Ni una espiritualidad devota, ni refinada y elitista, ni una espiritualidad íntima, fuera del mundo o de la historia. Se trata de ejercer una mirada contemplativa sobre la realidad de cada día.





 

6.3 Una nueva mirada contemplativa. El pobre místico de ojos abiertos

 

La mirada contemplativa de Jesús es capaz de ver lo que está emergiendo, el reino que está emergiendo donde parecería no estar allí. En Jesús contemplamos al mismo tiempo la insuperable implicación de Dios en nuestra realidad, y la respuesta humana más perfecta que se pueda dar para la trasformación de la realidad. La contemplación de Dios en realidad es un don y también una tarea.  Es la mirada del verdadero profeta, que es contemplativo las veinticuatro horas del día, en la claridad de la luz y los caminos a seguir, y en medio de la noche oscura con sus incertidumbres y amenazas.

 

El místico de ojos abiertos que sigue al pobre y humilde Jesús del Evangelio asume con él el dolor del mundo. Pasa por el dolor en su centro, sin evitarlo y sin desintegrarse. Este es el milagro del amor más fuerte que la muerte que Jesús vive en la cruz y nos da el don de vivirlo también. Necesitamos una nueva sensibilidad contemplativa de las Bienaventuranzas para poder percibir el Misterio divino en cada situación.

 

El místico con los ojos abiertos humildemente sabe que necesita alejarse del mundo que lo rodea con estímulos de todo signo, para encontrarse en soledad con esa cualidad de la mirada de Dios que sólo respeta absolutamente lo que es real y le ofrece la vida verdadera. Se trata de educar la capacidad de ver, de sorprenderse de lo que ves. Creatividad. "Ver" no se trata solo de "mirar". Se trata de vivir un reflejo interno de lo que contemplamos externamente, un diálogo con el mundo exterior, una respuesta a lo que se ha visto con implicación personal. Es la capacidad de asombrarse, de experimentar que la realidad que nos rodea es siempre más de lo que nuestro horizonte de pensamiento es capaz de entender. Esta capacidad, que vemos vivir de manera excepcional en los niños y en los corazones sencillos (Cfr. Mt 5)

 

Necesitamos nuestra mirada y todos nuestros sentidos para iniciar este camino hacia la visión de Dios en medio del mundo. Lo primero que hay que recuperar es el valor de la historia personal, la "biografía", lugar sagrado de la acción de Dios en cada uno de nosotros. La vida hecha de experiencias tan diferentes y a veces contradictorias es también la oportunidad de encontrar el hilo rojo que lo atraviesa todo y le da sentido. "Que las experiencias se conviertan en experiencias espirituales... que la vida cotidiana se convierta en un proceso espiritual... que nuestras relaciones se vuelvan espiritualmente profundas.

 

Mirar como Dios nos mira. Estamos hechos para esta mirada de Dios sobre nosotros. Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús" (Flp 2, 5) los sentidos deben estar siempre alerta para percibir y ofrecer la palabra y el gesto correctos. La sensibilidad para percibir el tiempo de Dios (Kairos, que no siempre coincide con el tiempo de nuestros relojes, nuestras expectativas e impaciencia, es lo que Jesús nos ofrece. La referencia a la "gratuidad" es muy importante. En la gratuidad del corazón se forma la gratuidad de los sentidos. La gratuidad de los sentidos para percibir las dimensiones hondas de la vida y para expresarlas en medio de los demás, aunque en ello se nos vaya la vida, se forma en la gratuidad del corazón. Sólo un corazón enteramente convertido a Dios, centrado en Él, podrá percibir con finura la obra de Dios en las personas y en la historia y logrará responder con una sensibilidad evangélica a la manifestación de Dios.


6.4 La mística de los ojos abiertos en el Papa Francisco


Termino con parte del discurso que el Papa Francisco dirigió en un campo de refugiados en Atenas:Quiero ver sus rostros, mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas. Hace cinco años, el Patriarca Ecuménico y querido hermano Bartolomé dijo en esta isla algo que me impactó: «El que les tiene miedo no los ha mirado a los ojos. El que les tiene miedo no ha visto sus rostros. El que les tiene miedo no ve a sus hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no es un problema del Oriente Medio y del África septentrional, de Europa y de Grecia. La migración es un problema del mundo» (Discurso, 16 abril 2016). Sí, es un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos. La pandemia nos ha afectado globalmente, nos ha hecho sentir a todos en la misma barca, nos ha hecho experimentar lo que significa tener los mismos miedos. Hemos comprendido que las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las soluciones fragmentadas son inadecuadas. Pero mientras se llevan adelante las vacunaciones a nivel planetario y —aun en medio de muchos retrasos e incertezas— algo parece que se está moviendo en la lucha contra el cambio climático, todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones. Y, sin embargo, están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más débiles. Porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Cierres y nacionalismos —nos enseña la historia— llevan a consecuencias desastrosas. En efecto, como ha recordado el Concilio Vaticano II, «es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz» (Const. past. Gaudium et spes, 78). Es una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta. El futuro nos pondrá cada vez más en contacto unos con otros; para orientarlo hacia el bien no sirven acciones unilaterales, sino políticas más amplias. La historia, repito, nos enseña, pero todavía no hemos aprendido. Que no se vuelvan las espaldas a la realidad, que termine el continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar.

Hermanas, hermanos migrantes, sus rostros, sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas. Elie Wiesel, testigo de la tragedia más grande del siglo pasado, escribió: «Me acerco a los hombres, mis hermanos, porque recuerdo nuestro origen común, porque me niego a olvidar que su futuro es tan importante como el mío» (From the Kingdom of Memory, Reminiscenses, Nueva York, 1990, 10). Ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo. Han pasado cinco años desde la visita que realicé con los queridos hermanos Bartolomé y Ieronymos. Después de todo este tiempo constatamos que poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria. Ciertamente, muchos se han comprometido en la acogida y en la integración, y quisiera agradecer a los numerosos voluntarios y a cuantos, a todo nivel —institucional, social, caritativo, político—, han asumido grandes esfuerzos, haciéndose cargo de las personas y de la cuestión migratoria. Reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado… ¡Cuántas condiciones indignas del hombre! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte! Y, sin embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos —especialmente en el continente que no cesa de promoverlos en el mundo— debería ser salvaguardado siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo. Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros, para construir alambres de púas. Estamos en la época de los muros y de los alambres de púas. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la dignidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre, de toda mujer, de toda persona. Cito una vez más a Elie Wiesel: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes» (Discurso de aceptación del Premio Nobel de la paz, 10 diciembre 1986). En varias sociedades los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura se están oponiendo de modo ideológico. Más que sostener unas ideas, puede ayudar partir de la realidad, detenerse, ampliar la mirada, sumergirse en los problemas de la mayoría de la humanidad, de tantas poblaciones víctimas de emergencias humanitarias que no han provocado sino sólo padecido, a menudo después de largas historias de explotación todavía en curso. Es fácil arrastrar a la opinión pública, fomentando el miedo al otro; ¿por qué, en cambio, con el mismo tono, no se habla de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio? ¿Por qué no se habla de esto? Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política. Para remover las causas profundas no se puede sólo resolver las emergencias. Se necesitan acciones concertadas.

Es necesario acercarse a los cambios históricos con amplitud de miras. Porque no hay respuestas fáciles para problemas complejos; existe más bien la necesidad de acompañar los procesos desde dentro, para superar los guetos y favorecer una lenta e indispensable integración, para acoger las culturas y las tradiciones de los otros de una manera fraterna y responsable. Sobre todo, si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: “¿Qué mundo nos quieren dar?”. No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas. El Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este “mar de los recuerdos” se transforme en el “mar del olvido”. Hermanos y hermanas, les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!  Dios se hizo hombre en las orillas de este mar. Su Palabra ha resonado llevando consigo el anuncio de Dios, que es «Padre y guía de los hombres» (S. Gregorio Nacianceno, Sermón 7, en honor de su hermano Cesario, 24). Él nos ama como hijos y quiere que seamos hermanos. Y, en cambio, ofendemos a Dios, despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en la marea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos. La fe nos pide compasión y misericordia —no nos olvidemos que este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura—. La fe exhorta a la hospitalidad, a aquella filoxenia que impregnó la cultura clásica, encontrando luego en Jesús su propia manifestación definitiva, especialmente en la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37) y en las palabras del capítulo 25 del Evangelio de Mateo (cf. vv. 31-46). No es ideología religiosa, son raíces cristianas concretas. Jesús afirma solemnemente que está allí, en el forastero, en el refugiado, en el que está desnudo y hambriento; y el programa cristiano es estar donde está Jesús. Sí, porque el programa cristiano, escribió el Papa Benedicto, «es un corazón que ve» (Carta enc. Deus caritas est, 31). Que la Madre de Dios nos ayude a tener una mirada materna, que ve en los hombres hijos de Dios, hermanas y hermanos que acoger, proteger, promover e integrar; y a amar con ternura. Que María Santísima nos enseñe a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, y a dar pasos ágiles al encuentro del que sufre. (Discurso Papa Francisco en Atenas 5 Dic)

 

 



[1] 1Celano 115

[2] Comentarios de San Buenaventura

[3] Julián de Spira

[4] Mensaje de radio del Papa Juan XXIII el 11 de septiembre de 1962

[5] Mensaje del Papa Juan XXIII del 11 de septiembre de 1963

[6] Historia, IV, p. 289

[7] Historia, IV, pp. 318-22

[8] Historia, IV, p. 373

[9] Historia, IV, p. 385

[10] LG 8

[11] Historia, IV, p. 620. Véase también una evaluación similar en la Historia, III, p. 203

[12] Dwyer 772

[13] Cfr.DA, n. 392

[14] Cfr. DA n. 366, 383

[16] Cfr. DA 258

[17] Cfr. DA 263

[18] Coepal

[19] Según el artículo de Juan Carlos Scannone, El Papa Francisco y la teología del pueblo, Razón y fe

[20] Discurso por el Bicentenario 4

[21] LF 55

[22] LF 57

[23] Según la copia que el cardenal Bergoglio entregó al cardenal Jaime Ortega escrito de su puño y letra y al que autorizó su difusión.

[24] EG 190

[25] EG 191

[26] EG 199

[27] EG 268

[28] EG 272

[29] EG 197

[30] EG 198

[31] EG 200

[32] EG 201

[33] EG 201-3

[34] EG 276

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