LA IGLESIA EN
CAMINO
“Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”
Introducción:
Estamos saliendo de todo
este tiempo de pandemia y se nos invita a que salgamos de ella más
fortalecidos. Nos encontramos en este mes de octubre misionero donde hemos
tenido un acontecimiento eclesial de enorme importancia la apertura del camino
sinodal que comportará tres años bajo el lema de “Por una iglesia sinodal,
comunión participación y misión”. En la jornada del DOMUND tuve la suerte de
bautizar a una sobrina nieta, la pequeña Luzia (Luz para el mundo). Quizás debiéramos profundizar en la
riqueza del sacramento del Bautismo como eje central de la vocación cristiana.
Sin duda es momento privilegiado para redescubrir a partir del bautismo la
vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.
Esta convocatoria de este camino
sinodal 2021-2023 toda la Iglesia universal es una oportunidad para después de
la pandemia volver a encontrarnos, para ponernos todos en camino, para
profundizar qué Iglesia somos y qué Iglesia queremos. La sinodalidad forma
parte de la vida y la misión de Iglesia y hemos de recuperar este modo de ser y
actuar. Iniciamos pues un camino juntos, un proceso de conversión personal, pastoral
y estructural, con la esperanza de aprender a vivir de verdad en Iglesia, una
Iglesia de todos, una Iglesia de participación, de comunión y misión al
servicio de todos los hombres, sobre todo de los más pobres y vulnerables. Nada
debe sentirse fuera ni excluido. No son los excluidos los que nos separan sino
los que desde el servicio inducen al perdón, la reconciliación y el encuentro.
Todos somos pobres heridos
peregrinos llenos de esperanza y ponemos nuestra confianza en Dios que no nos
abandona y ajusta su paso a nuestro ritmo. Hemos de aprender a caminar juntos
desde la acogida, el encuentro, la escucha profunda, el respeto, el perdón,
abriéndonos a la gracia y al Espíritu de Dios. Estamos llamados a la unidad, a
la comunión, a la fraternidad universal (última Encíclica del Papa Francisco, Fratelli
tutti). Por eso se nos invita a ponernos en camino, a caminar juntos en el
único Pueblo de Dios para ser sacramento de salvación para todos los hombres,
para hacer experiencia de una Iglesia que guiada por el Espíritu, recibe y vive
el don de la unidad.
Comunión, participación y
misión fueron las palabras claves del Concilio Vaticano II y también las palabras claves
de este Sínodo. Comunión y misión son las notas teológicas que designan el
misterio de la Iglesia, la naturaleza misma de la Iglesia. La Iglesia ha
recibido del Maestro la misión de anunciar su Reino para que la salvación
llegue a todos. Por el bautismo todos somos sacerdotes, profetas, misioneros, todos
podemos y tenemos que llevar acabo juntos esta misión.
La finalidad de este camino sinodal que comenzamos no es tanto elaborar documentos sino encontrarnos, escucharnos, abrirnos al Espíritu, como un nuevo Pentecostés, para que como en aquel primer Pentecostés se cumpla la profecía "Derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y siervas y hare cosas maravillosas, todos profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos sueños" (Act 2, 17-19). "Tiempo de gracia, de hacer que germinen sueños, se susciten profecías, florezcan esperanzas, se estimule la confianza, se venden las heridas, se entretejan relaciones nuevas, juntos resucitemos a una aurora de esperanza, aprendamos los unos de los otros y juntos abramos nuevos horizontes, creando un imaginario positivo que ilumine nuestras mentes y enardezca nuestros corazones" (Documento preparatorio Sínodo 2023, n. 32)
Como tantas veces ha dicho el Papa
Francisco, “no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época”.
Podemos reconocer que este cambio de época ha llegado a su culminación
un proceso cultural de fondo que arranca en la revolución del 68 cuestionando
la gran herencia de la tradición y cultura cristiana, pero también de la
tradición ilustrada.
Estamos ante una gran crisis de valores
y me atrevería a decir crisis de fe. La evidencia sobre algunos grandes valores
compartidos, conseguida a lo largo de siglos de presencia y educación
cristiana, se ha disuelto para un amplísimo sector de nuestros conciudadanos.
Esos grandes valores desde el valor inviolable de la vida, el matrimonio y la familia a la acogida de los
inmigrantes y sectores de marginación y exclusión social fueron paulatinamente
alterados junto con otros retos de nuestro mundo globalizado en todo este
tiempo de pandemia en un contexto generalizado de violencia, guerras,
conflictos desigualdades, etc. Estamos llamados a recuperar este legado de
valores propios de la cultura cristiana a ser sostenidos y profundizados
gracias a la fe en Jesucristo por el pueblo sencillo, pueblo de la vida y para
la vida.
Esta conciencia es decisiva a la hora de
acercarnos a la gente con la que nos encontramos en calles y plazas, sin
complejos ni prepotencia. Sin duda es una gracia haber acogido el don de la fe
pero, como hombres y mujeres de esta época, compartimos las incertidumbres y
debilidades derivadas de un proceso cultural complejo, en el que la escasez
de un testimonio cristiano relevante también ha sido un factor del que no
podemos prescindir.
Umberto Galimberti reconoce que la
angustia más frecuente hoy es la producida por el nihilismo. Y explicaba que
cuando empezó a trabajar la mayoría de los problemas “tenían un
trasfondo emocional, sentimental y sexual, mientras que ahora tienen que ver
con el vacío de sentido”. Por
eso el deseo de sentido, la sed de felicidad, no sólo no se ha extinguido, en
cierto modo se han exacerbado tras el fracaso de las ideologías y del
materialismo rampante.
Monseñor Argüello, dice que “la verdad sigue siendo un latido posible del corazón humano”, y que
escuchar ese latido es una tarea primordial e inexcusable para la Iglesia hoy. Cuando
hablamos de evangelizar en este cambio de época no podemos prescindir de esa
tarea que a veces nos parece incómoda, fatigosa o, en todo caso, una premisa
que solventar para pasar a lo realmente importante. Comunicar la fe es mostrar
la correspondencia de Cristo con la búsqueda del corazón del hombre.
Monseñor Argüello dice que lo fundamental en este momento es
recuperar la relación entre gracia y libertad, e insiste en que “la forma de
ofrecer al Señor tiene que venir coloreada por el predominio de la gracia en
nuestra vida”. Un mundo que cree no
esperar ya nada del cristianismo, puede descubrir con sorpresa que existe una
respuesta a su búsqueda. Como diría Camus, es algo que se descubre por
gracia, como les sucedía a los que se topaban con Jesús. La Iglesia tiene que
ser el lugar que permita el encuentro entre esa gracia, imprevista y anhelada,
y la inquieta libertad de nuestros contemporáneos.
2.
LA SINODALIDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA
(SINODALIDAD COMO KAIROS)
Ha
habido una fase preparatoria orientada por los pedidos que llegan desde las
Iglesias particulares, las Conferencias Episcopales y desde los Sínodos de las
Iglesias orientales católicas, sin que nada se haya establecido con rigidez de
antemano.
Una
indicación segura la encontramos en la elección que el Santo Padre realizó para
este el Sínodo: la referencia a la comunión que permite
enraizar la sinodalidad en el misterio de la Trinidad, comunión eterna de las
Tres Personas Divinas, haciéndonos comprender que la eclesiología sinodal es un
desarrollo coherente de eclesiología de la communio desarrollada
por el magisterio posconciliar; la invitación a la participación postula
el compromiso de superar el clericalismo, redescubriendo la “individualidad
eclesial” de todos los bautizados, incluidas las mujeres, a pesar de la
diversidad de ministerios y de los dones recibidos; la llamada a
la misión confirma la convicción de que un Sínodo sobre sinodalidad
no será un ejercicio de "introversión", sino que debe favorecer el desarrollo
de una Iglesia cada vez “más extrovertida”, es decir, “abierta al mundo”, al
que Cristo la envía a llevar la Evangelii gaudium, la alegría
del Evangelio.
Monseñor Grech, Secretario General del Sínodo de los Obispos, señaló que, “la reflexión acerca
de la sinodalidad en tiempos de pandemia” es un signo positivo para la Iglesia
y la sociedad. Al referirse a la pandemia del Covid-19, que desde hace meses
golpea la humanidad de un extremo al otro del planeta, Monseñor Grech dijo que,
“no hay duda que nos encontramos frente a una crisis, incluso muchos sostienen
que se trata de la crisis mundial más grande desde el periodo de posguerra”.
Analizando el significado de la palabra krisis, el Prelado afirmó
que, no necesariamente tiene un significado funesto, el sustantivo krisis recuerda
la idea de separar, discernir, juzgar. “En este sentido el término posee un
matiz positivo, en el sentido que la crisis puede transformarse en una ocasión
de reflexión, de evaluación, discernimiento, transformándose en el presupuesto
necesario para mejorar, renacer, un nuevo inicio”.
Pero,
si queremos utilizar un lenguaje más cercano a la Sagrada Escritura, indicó
Monseñor Grech, podríamos afirmar que, “cada krisis lleva
consigo un chairós, es decir una oportunidad, un tiempo precioso
misteriosamente atravesado por Dios, un periodo propicio que interrumpe el
ciclo siempre idéntico de los días y de los años (kronos) y que nos pide
de asumir una actitud distinta, es decir, de vivir una conversión”. En este
horizonte, citando las palabras con las que el Papa Francisco concluyó su
homilía de Pentecostés de este año: “Lo peor de la crisis que ha causado esta
pandemia será el drama de desaprovecharla”, Monseñor Grech dijo que, “la
convicción que el tiempo de la cruz sea también el tiempo de la gracia, que
incluso en la noche más oscura, Dios no hace faltar su estrella, y por lo tanto
toca a los hombres saber extraer del mal el bien posible”.
En
este sentido, el Secretario General del Sínodo de los Obispos presentó a los
participantes en la Conferencia la visión de la teóloga italiana, Stella Morra,
que ha comparado el tiempo que estamos viviendo con “un tiempo de marea baja”.
Que, de un lado, “deja emerger, la extraordinaria belleza del fondo”, pero al
mismo tiempo “trae escombros”. Por ejemplo, la oración más intensa en tantas
familias, el acercamiento a la espiritualidad, la búsqueda de nuevas formas de
expresar la fe, la fantasía pastoral de muchos ministros, etc., pero también se
ve la fragilidad de las relaciones conyugales y familiares, la debilidad de
nuestros caminos de catequesis, la desorientación interior de muchos que
siempre se consideraban creyentes, sin excluir a algunos pastores.
A la
luz de esta visión, Monseñor Mario Grech dijo que, de un lado, “si los aspectos
positivos deben convencernos de que no podemos volver a modalidades pastorales
que existían antes de la pandemia; de otro lado, los aspectos negativos – entre
algunos cristianos, consagrados y laicos – revelan un enfoque profundamente
clericalista”. Por ello, señaló el Prelado que, nos damos cuenta de que, a
pesar de los repetidos llamamientos de Papa Francisco para promover una
"Iglesia en salida" capaz de hacerse cargo de los hombres y mujeres
de este tiempo como un "hospital de campaña", la nuestra sigue siendo
a menudo una "Iglesia de sacristía”, lejana de las calles o con la
intención de proyectar la sacristía a la calle.
Un
segundo tema estuvo centrado en la “Sinodalidad como recurso para ir más allá
de la pandemia”. En este sentido, Monseñor Grech dijo que, la pandemia lejos de
desviar la atención de la agenda de reformas eclesiales, está relanzando con
fuerza el tema de la sinodalidad como "estilo" de la Iglesia. Esta
expresión, del cristianismo como estilo, precisó el Prelado, fue lanzada por el
teólogo francés Christoph Théobald, quien pretende afirmar, refiriéndose
simultáneamente al Evangelio y al Concilio Vaticano II, que “el cristianismo no
se ocupa sólo de algunos aspectos de la vida humana, sino que toca la existencia
en su totalidad. El estilo cristiano es una forma de habitar el mundo, un modo
específico que se inspira en el ejemplo de Jesús e imitado por sus discípulos a
lo largo de la historia de la Iglesia”.
En
este contexto la pandemia se revela como un tiempo excepcional para la Iglesia,
en el que el “problema común” sólo podrá ser afrontado y superado con un
“camino juntos”. Es por ello que, la sinodalidad se revela hoy como un don
precioso. “Como sabemos, Sínodo – afirmó Monseñor Grech – significa caminar juntos,
se funden la idea del camino y la idea de estar juntos. Es decir, apoyarse
mutuamente, experimentando ser un solo Pueblo de Dios”. “La sinodalidad expresa
la condición de sujeto que le corresponde a toda la Iglesia y a todos en la
Iglesia – como lo explica la Comisión Teológica Internacional en un documento
de hace dos años – los creyentes son synodoi, compañeros de camino,
llamados a ser sujetos activos en cuanto participantes del único sacerdocio de
Cristo y destinatarios de los diversos carismas otorgados por el Espíritu Santo
en vista del bien común”.
“La sinodalidad es un
antídoto contra el cierre egoísta de pequeños grupos y grandes naciones, y nos
ayuda a apreciar la belleza de ser una comunidad capaz de integrar
creativamente las diferencias”, lo dijo Monseñor Mario Grech, Secretario
General del Sínodo de los Obispos en el Encuentro sobre “Una Iglesia sinodal: Una forma de ser Iglesia y una profecía para el
tercer milenio”
La sinodalidad,
en el contexto actual de la pandemia, a pesar de ser un término del léxico
eclesiástico, puede convertirse en una propuesta real a la sociedad civil. “Una
Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones en un mundo que
a menudo entrega el destino de poblaciones enteras en manos codiciosas de
pequeños grupos de poder. Como Iglesia que «camina juntos» a los hombres,
partícipe de las dificultades de la historia, cultivamos el sueño de que el
redescubrimiento de la dignidad inviolable de los pueblos y de la función de
servicio de la autoridad podrán ayudar a la sociedad civil a edificarse en la
justicia y la fraternidad, fomentando un mundo más bello y más digno del hombre
para las generaciones que vendrán después de nosotros”.
La
sinodalidad, adoptada como principio operativo por el mundo laico, podría ser
un estilo que fortalezca las relaciones interpersonales y la fraternidad
humana, conjugando con los principios de participación, solidaridad,
subsidiariedad, a los que se refieren los documentos constitucionales de muchas
democracias contemporáneas. La sinodalidad es un antídoto contra el cierre
egoísta de pequeños grupos y grandes naciones, y nos ayuda a apreciar la
belleza de ser una comunidad capaz de integrar creativamente las diferencias.
La
sinodalidad puede ayudarnos a repensar el mismo concepto de "bien
común", querido por la doctrina social de la Iglesia. En época de
pandemia, la batalla contra el virus solo se podrá vencer todos juntos, gracias
a una alianza entre diferentes actores. A menudo, este concepto, del bien
común, se ha malinterpretado en un sentido utilitario y materialista, es decir,
consiste en el reparto de bienes e intereses por una pluralidad de individuos.
Sin embargo, también tiene otro significado, no limitado a la dimensión
económica; un significado según el cual el bien común surge más bien del
acuerdo sobre qué valores y objetivos son dignos de la persona humana,
contribuyendo a su “buen vivir”, y por tanto va garantizado a todos los
miembros de la comunidad. El bien común, visto desde esta óptica, no solo tiene
que ver con los “bienes”, sino sobre todo con el “bien” integral de la persona,
es decir, con lo que permite a los miembros de una sociedad, alcanzar la plena
autorrealización.
Como
afirma el Papa en su última Encíclica, Fratelli tutti, la
sinodalidad “rima” con la fraternidad, es decir, representa el presupuesto
doctrinal y la traducción jurídica de un concepto - el de fraternidad -
originalmente perteneciente al ámbito de la reflexión moral. En la Encíclica,
el Pontífice afirma claramente que, ante la irrupción de la pandemia del
Covid-19, “se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de
estar hiperconectados, existía una fragmentación que hacía más difícil resolver
los problemas que nos afectan a todos”. Esta constatación, continúa el Papa,
“despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que
navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Nos hemos
dado cuenta que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse
juntos”.
Monseñor Mario Grech indicó que la situación
planetaria actual puede ofrecer ideas importantes para abordar un tema tan
vasto y complejo de la manera correcta, evitando un “retiro” de la Iglesia en
sí misma y sus problemas, sino más bien propiciando una extensa reflexión sobre
la relación entre la Iglesia y la sociedad contemporánea.
3. SE ABRE EL CAMINO SINODAL. SINODO SOBRE LA SINODALIDAD
El Santo Padre dio inicio oficialmente al Sínodo sobre la
Sinodalidad, el domingo 10 de octubre, con la celebración Eucarística en la
Basílica de San Pedro. Esta fue precedida por un “Momento de Reflexión”, que se
tuvo lugar en el Aula Nueva del Sínodo, el sábado 9 de octubre.
Con la celebración Eucarística en la Basílica de San Pedro,
el Papa Francisco dio inicio a un Camino Sinodal de tres años de duración
y articulado en tres fases: diocesana, continental y universal,
compuesto por consultas y discernimiento, que culminará con la Asamblea de
octubre de 2023, en Roma.
Un proceso sinodal integral
El itinerario sinodal, que el Papa ha aprobado, se anuncia
en un documento de la Secretaría del Sínodo en el que se explican sus
modalidades. "Un proceso sinodal pleno se realizará de forma auténtica
sólo si se implican a las Iglesias particulares". Además, será importante
la participación de los "organismos intermedios de sinodalidad, es decir,
los Sínodos de las Iglesias Orientales Católicas, los Concejos y las Asambleas
de las Iglesias sui iuris y las Conferencias Episcopales, con sus expresiones
nacionales, regionales y continentales".
Fase diocesana: consulta y participación del Pueblo de Dios
Siguiendo el mismo esquema, es decir, con un momento de
encuentro/reflexión, oración y celebración Eucarística, las Iglesias
particulares inician su camino el domingo 17 de octubre, bajo la presidencia
del Obispo diocesano. "El objetivo de esta fase es la consulta al pueblo
de Dios para que el proceso sinodal se realice en la escucha de la totalidad de
los bautizados". Para facilitar la participación
de todos, la Secretaría del Sínodo enviará un Documento Preparatorio,
acompañado de un Cuestionario y un Vademécum con propuestas para realizar la
consulta. El mismo texto se enviará a los Dicasterios de la Curia, a las
Uniones de Superiores y Superioras Mayores, a las uniones o federaciones de
vida consagrada, a los movimientos internacionales de laicos, a las
Universidades o Facultades de Teología.
Fase continental: diálogo y discernimiento
Comienza así la segunda fase del camino sinodal, la
"continental", prevista hasta marzo de 2023. El objetivo es dialogar
a nivel continental sobre el texto del Instrumentum laboris y realizar
así "un nuevo acto de discernimiento a la luz de las particularidades
culturales de cada continente". Cada reunión continental de los
Episcopados nombrará a su vez, antes de septiembre de 2022, un responsable que
actuará como referente con los propios Episcopados y la Secretaría del Sínodo.
En las Asambleas Continentales se elaborará un documento final que se enviará
en marzo de 2023 a la Secretaría del Sínodo. Paralelamente a las reuniones continentales,
también deberán celebrarse Asambleas Internacionales de especialistas, que
podrán enviar sus contribuciones. Por último, se redactará un segundo
Instrumentum Laboris, que se publicará en junio de 2023.
Fase universal: los Obispos del mundo en Roma
Este largo camino, que pretende configurar "un
ejercicio de colegialidad dentro del ejercicio de la sinodalidad",
culminará en octubre de 2023 con la celebración del Sínodo en Roma, según los
procedimientos establecidos en la Constitución promulgada en 2018 por el Papa
Francisco Episcopalis Communio.
3.1 MENSAJE EN EL
MOMENTO DE REFLEXION ANTES DE LA APERTURA (9 Oct)
Comunión, participación y misión
“Las
palabras clave del Sínodo son tres: comunión, participación y misión”,
indicó Francisco. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el
misterio de la Iglesia, la naturaleza misma de la Iglesia. Ésta “ha recibido
«la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e
instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el
principio de ese reino» (Lumen gentium, LG 5)”.
A
través de la comunión y de la misión, la Iglesia “contempla e imita la vida de
la Santísima Trinidad, misterio de comunión ad intra y fuente
de misión ad extra”, insiste Francisco. Francisco recordando a san
Juan Pablo II dijo que él “quiso reafirmar que la naturaleza de la Iglesia es
la koinonia; de ella surge la misión de ser signo de la íntima
unión de la familia humana con Dios”, y para que los sínodos sean fructíferos
deben estar bien preparados y “es preciso que en las Iglesias locales se
trabaje en su preparación con la participación de todos”.
En el momento de Reflexión previo a la apertura del Sínodo el
Papa invitó a superar cualquier "tentación de uniformidad", apuntando
a una "unidad en la pluralidad". El Papa
insiste en la importancia de la participación como mecanismo para una auténtica
praxis sinodal en la Iglesia: “Si no se cultiva una praxis eclesial que
exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del
camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la
comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco
abstractos”, “¡La participación de todos es un compromiso eclesial
irrenunciable!”, afirma el Papa.”
El Sínodo. Riesgos y oportunidades
El Papa
Francisco señaló que el Sínodo es una gran oportunidad “para una conversión
pastoral en clave misionera y también ecuménica”; sin embargo, “no está exento
de algunos riesgos”: el formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo.
El
Papa subrayó el peligro de reducir el sínodo a un acto formal, pero sin
“sustancia”. Necesitamos, dice, “los instrumentos y las estructuras que
favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre
los sacerdotes y los laicos”.
Para
hacer posible esto, se hace necesario transformar, insistió el Papa Francisco,
“ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del
ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades
eclesiales, de los roles de gobierno”.
El
segundo riesgo es el intelectualismo, que puede convertir el Sínodo en “una
especie de grupo de estudio”. Este hecho, añade el Papa, puede alejarnos “de la
realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades
dispersas por el mundo”.
Por último, dijo Francisco, “puede surgir la tentación del inmovilismo. Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así»” y añade que “El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas para problemas nuevos”.
Un tiempo de gracia
“Vivamos
esta ocasión de encuentro, escucha y reflexión como un tiempo de gracia que,
en la alegría del Evangelio”, dijo el Papa, y así captar tres oportunidades: la
primera, “encaminarnos estructuralmente hacia una Iglesia sinodal”, que sea un
“lugar abierto donde todos se sientan en casa y puedan participar”.
La
segunda oportunidad es “ser Iglesia de la escucha (…) Escuchar el Espíritu en
la adoración y la oración, escuchar a los hermanos y hermanas acerca de las
esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las
urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las
realidades locales”, dice el Papa Francisco.
Finalmente,
la tercera oportunidad es “ser una Iglesia de la cercanía”, con su presencia,
que sea una Iglesia “que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las
fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando
los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios”. “Siempre volvemos al
estilo de Dios: el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura.
Esto es lo que Dios ha hecho siempre. Si no acudimos a esta Iglesia de
proximidad con actitudes de compasión y ternura, no seremos la Iglesia del
Señor.”
El
Papa invitó a los asistentes a considerar el Sínodo como “un tiempo habitado
por el Espíritu (…) porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre
nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desata
las cadenas y difunde la alegría. El Espíritu Santo es Aquel que nos guía hacia
donde Dios quiere, y no hacia donde nos llevarían nuestras ideas y nuestros
gustos personales”.
3.2 MENSAJE DEL
PAPA FRANCISCO EN LA MISA INAGURAL (10 Oct)
El Papa Francisco propuso tres verbos como brújula para la reflexión sinodal: “Encontrar, escuchar, discernir”. El Papa Francisco explicó que muchas veces los Evangelios (como el de este domingo XXIII del TO, Mc 10, 17-30) nos presentan a Jesús “en camino”, acompañando al hombre en su marcha y escuchando las preguntas que pueblan e inquietan su corazón y aseguró que “hacer sínodo” significa: “caminar juntos en la misma dirección”. Es por ello que quiso invitar a los obispos, las religiosas, los religiosos, las hermanas y hermanos laicos y todos los bautizados a practicar 3 verbos que considera necesarios para que se pueda cumplir ese “caminar juntos” y que son: “Encontrar, escuchar, discernir”, porque Jesús “en primer lugar encontró en el camino al hombre rico, después escuchó sus preguntas y finalmente lo ayudó a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna”.
Encontrar
“El Evangelio comienza refiriendo un
encuentro: Un hombre se encontró con Jesús y se arrodilló ante Él, haciéndole
una pregunta decisiva: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la
vida eterna?».”
El Papa Francisco desde este pasaje del
Evangelio quiso explicar el verbo “encontrar” que ha recomendado practicar a
los obispos. Ha dicho que se trata de una pregunta muy importante que exige
atención, tiempo, disponibilidad para encontrarse con el otro y dejarse
interpelar por su inquietud y que Jesús sabe que un encuentro puede cambiar la
vida.
Por ello, declara a quienes comienzan este
camino sinodal que están llamados a ser expertos en el arte del encuentro: “No
en organizar eventos o en hacer una reflexión teórica de los problemas, sino
tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre
nosotros. Un tiempo para dar espacio a la oración, a la adoración, a lo que el
Espíritu quiere decir a la Iglesia; para enfocarnos en el rostro y la palabra
del otro, encontrarnos cara a cara, dejarnos alcanzar por las preguntas de las
hermanas y los hermanos”.
Escuchar
“Un verdadero encuentro sólo nace de la
escucha. Jesús, en efecto, se puso a escuchar la pregunta de aquel hombre y su
inquietud religiosa y existencial. No dio una respuesta formal, no ofreció una
solución prefabricada, no fingió responder con amabilidad sólo para librarse de
él y continuar su camino. Lo escuchó.”
El segundo verbo que el Papa propuso a los
obispos es “escuchar”. “Jesús no tiene miedo de escuchar con el corazón y no
sólo con los oídos”, de hecho “cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el
otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar la propia experiencia de
vida y el propio camino espiritual”. Por ello, el Papa nos pide hoy a la
Iglesia que se pregunte en este itinerario sinodal: ¿cómo estamos con la
escucha? ¿Cómo va “el oído” de nuestro corazón? ¿Permitimos a las personas que
se expresen, que caminen en la fe aun cuando tengan recorridos de vida
difíciles, que contribuyan a la vida de la comunidad sin que se les pongan
trabas, sin que sean rechazadas o juzgadas? “Hacer sínodo es ponerse en el
mismo camino del Verbo hecho hombre, es seguir sus huellas, escuchando su
Palabra junto a las palabras de los demás” y hoy el Espíritu nos pide “que nos
pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de
cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los
desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no
nos blindemos dentro de nuestras certezas. Escuchémonos”.
Discernir
“Jesús intuye que el hombre que tiene
delante es bueno, religioso y practica los mandamientos, pero quiere conducirlo
más allá de la simple observancia de los preceptos. En el diálogo, lo ayuda a
discernir. Le propone que mire su interior, a la luz del amor con el que Él
mismo, mirándolo, lo ama (cf. v. 21), y que con esta luz discierna a qué está
apegado verdaderamente su corazón.”
Por último, el tercer verbo que propone el
Pontífice es “discernir”. Francisco explica que “el encuentro” y “la escucha
recíproca” no son algo que acaba en sí mismo, que deja las cosas tal como
están, al contrario, “cuando entramos en diálogo, iniciamos el debate y el
camino, y al final no somos los mismos de antes, hemos cambiado” ha dicho el
Papa.
La ultima invitación del Papa a los
obispos es que entiendan el sínodo “como un camino de discernimiento
espiritual”, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la
Palabra de Dios; pues es “la Palabra – señala – la que nos abre al
discernimiento y lo ilumina, orienta el Sínodo para que no sea una “convención”
eclesial, una conferencia de estudios, un congreso político o un parlamento,
sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu
Santo”.
El Papa concluyó su homilía asegurando que
Jesús, como hizo con el hombre rico del Evangelio, “nos llama en estos días a
vaciarnos, a liberarnos de lo que es mundano, y también de nuestros modelos
pastorales repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en
este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos”.
El Papa insistió en el modo de ser de Jesús , “el modo
que, Jesús nos revela es que Dios no habita en lugares asépticos, en lugares
tranquilos, lejos de la realidad, sino que camina a nuestro lado y nos alcanza
allí donde estemos, en las rutas a veces ásperas de la vida”. Por eso, hoy, al
dar inicio al itinerario sinodal, comenzamos preguntándonos: ¿encarnamos el
estilo de Dios, que camina en la historia y comparte las vicisitudes de la
humanidad? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos ante lo
incierto, preferimos refugiarnos en las excusas del “no hace falta” o del
“siempre se ha hecho así”?
El Papa indicó a los Delegados y representantes de las
Conferencias Episcopales que habían llegado hasta Roma que, “la Palabra nos abre
al discernimiento y lo ilumina, orienta el Sínodo para que no sea una
‘convención’ eclesial, una conferencia de estudios o un congreso político, para
que no sea un parlamento, sino un acontecimiento de gracia, un proceso de
sanación guiado por el Espíritu”. A ellos, que regresaran a sus respectivas
Iglesias locales para dar inicio a la fase diocesana este 17 de octubre y que
durará hasta abril de 2022, el Papa les recordó que Jesús, como hizo con el
hombre rico del Evangelio, nos llama a vaciarnos, a liberarnos de lo que es
mundano, y también de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales
repetitivos; a interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo
y en qué dirección quiere orientarnos.
4. BREVE RECORRIDO HISTORICO
El
Papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos ha estado ayudando a
redescubrir que el estilo cristiano es, necesariamente, un estilo sinodal. “La
sinodalidad” es tan antigua como la propia Iglesia, visto que el Nuevo
Testamento y la época de los Padres ya nos muestran el rostro de una Iglesia
pluriministerial, atenta a valorar los dones y carismas distribuidos a cada uno
por el Espíritu Santo, y dispuesta a resolver las cuestiones más complejas con
la participación de todos, como en el paradigmático Sínodo de Jerusalén
descrito en los Hechos de los Apóstoles”. Así que nos encontramos en un "retorno
a las fuentes", sobre todo si se compara con los modelos de Iglesia
predominantes en los últimos siglos, claramente caracterizados por el
predominio de una disposición piramidal.
Es la primera vez en esta etapa de nuestra , que la
Iglesia, como deseaba Pablo VI en respuesta al deseo de los Padres Conciliares
de mantener viva la experiencia colegial del Vaticano II, que un Sínodo
comienza descentralizado. El Papa Francisco, conmemorando el 50 aniversario de
esta institución, había expresó el deseo de abrir un camino común de
"laicos, pastores, Obispo de Roma" a través del
"fortalecimiento" de la Asamblea de los Obispos y "una sana
descentralización".
Para saber dónde estamos conviene tener presente de dónde venimos. El camino que hemos recorrido como Iglesia para llegar hasta aquí, nos ayuda a situarnos en el contexto actual.
El
Concilio Vaticano II ha significado, sin duda, un hito decisivo en el
camino de recuperación de la conciencia de la vocación y misión del laicado. No
se trataba de inventar nada sino de profundizar en el Evangelio y en la propia
constitución de la Iglesia para que volviera a brillar la identidad laical y se
reconociera su lugar sustancial en el corazón de la misión. La Constitución Lumen
Gentium, en su número 3, afirma que “todo laico, por los mismos dones
que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la
vez, de la misión de la misma Iglesia «en la medida del don de Cristo» (Ef
4,7)”.
Y en el Decreto Ad Gentes se reconoce que “la Iglesia no
está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo
entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado
propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la
mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de
los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay que atender, sobre
todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro” (AG 21).
Las notas fundamentales del
laicado que brotan de los documentos conciliares, especialmente de la
Constitución Lumen gentium, LG 31,
son estas:
- El
bautismo como eje central de la vocación laical
- La
participación de los laicos en la triple función sacerdotal, profética y regia
del Señor Jesús.
- El
llamamiento a los laicos, con todo el pueblo de Dios, para que participen en la
misión, en la Iglesia y en el mundo
- Con un
acento peculiar propio: su carácter secular.
Estas notas, configuran una definición
positiva del laicado, a diferencia de lo que sucedía hasta ese momento. Por el
bautismo que hemos recibido, los laicos somos reconocidos miembros de pleno
derecho de la Iglesia. Somos protagonistas de la misión salvífica de la
Iglesia, no meros colaboradores de los pastores.
4.2 DESDE EL
VATICANO II HASTA HOY
El Sínodo de los Obispos celebrado en 1987 sobre “La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a los veinte años de la clausura del Concilio”, marca un nuevo momento de conciencia. La exhortación apostólica Christifideles Laici, de San Juan Pablo II, profundiza con una descripción positiva en la doctrina del Vaticano II al hablar de la plena pertenencia de los fieles laicos a Iglesia y a su misterio, y centrar el carácter peculiar de su vocación en “buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (cf. ChL 9).
En eso consiste la “índole secular” del laicado,
subrayada en ChL 15: “el ser y el actuar en el
mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y
sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y
eclesial”.
Otra perspectiva importante de la
Exhortación es la de que “ha llegado la hora de la nueva evangelización” (cf.
ChL 34). En aquel Sínodo se abordaron también asuntos que siguen siendo de
actualidad, como la participación de los laicos en los ministerios eclesiales,
la realidad de los nuevos movimientos eclesiales, y el lugar de la mujer en la
Iglesia.
4.3 LA TEOLOGIA SUBYACENTE
Vamos a recoger lo que El Catecismo de la Iglesia católica dice a cerca de la Iglesia, Pueblo de Dios: (CIC 781) "En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
El Catecismo remarca las características del Pueblo de Dios
(CIC 782) El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
— Es el Pueblo de
Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para
sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida,
un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).
— Se llega a ser
miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el
"nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3,
3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
— Este pueblo
tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el
Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo
mesiánico".
— "La
identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en
cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (LG 9).
— "Su ley, es
el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13,
34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5,
25).
— Su misión es ser
la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen
muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género
humano" (LG 9).
— "Su destino
es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser
extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
(CIC 783)
Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha
constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios
participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de
misión y de servicio que se derivan de ellas (cf . RH 18-21).
(CIC 784) Al
entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación
única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice
tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un reino de
sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el nuevo
nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa
espiritual y sacerdocio santo» (LG 10).
(CIC 785) "El
pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo".
Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el
pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en
su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.
(CIC 786) El
Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo
ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su
resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el
servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar
su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano,
"servir a Cristo es reinar" (LG 36), particularmente "en los
pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador
pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad
regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
Vamos a recoger una catequesis del Papa Francisco del 9, del 7 del 2009, hablando de la Iglesia como Pueblo de Dios:
Desearía detenerme brevemente en otro de los términos con los
que el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia: «Pueblo de Dios» (cf. LG
9; CIC, 782). Y lo hago con algunas preguntas sobre las cuales cada uno
podrá reflexionar.
¿Qué quiere decir ser «Pueblo de Dios»? Ante todo quiere decir
que Dios no pertenece en modo propio a pueblo alguno; porque es Él quien nos
llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación
está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios «quiere
que todos se salven» (1 Tm 2, 4). A los Apóstoles y a nosotros
Jesús no nos dice que formemos un grupo exclusivo, un grupo de élite.
Jesús dice: id y haced discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28,
19). San Pablo afirma que en el pueblo de Dios, en la Iglesia, «no hay judío y
griego... porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,
28). Desearía decir también a quien se siente lejano de Dios y de la Iglesia, a
quien es temeroso o indiferente, a quien piensa que ya no puede cambiar: el
Señor te llama también a ti a formar parte de su pueblo y lo hace con gran
respeto y amor. Él nos invita a formar parte de este pueblo, pueblo de Dios.
¿Cómo se llega a ser miembros de este pueblo? No es a través del
nacimiento físico, sino de un nuevo nacimiento. En el Evangelio, Jesús dice a
Nicodemo que es necesario nacer de lo alto, del agua y del Espíritu para entrar
en el reino de Dios (cf. Jn 3, 3-5). Somos introducidos en
este pueblo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que
se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida. Preguntémonos: ¿cómo
hago crecer la fe que recibí en mi Bautismo? ¿Cómo hago crecer esta fe que yo recibí
y que el pueblo de Dios posee?
La otra pregunta. ¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo según el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor (cf. Jn 13, 34). Un amor, sin embargo, que no es estéril sentimentalismo o algo vago, sino que es reconocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro como verdadero hermano, superando divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van juntas.
¡Cuánto camino debemos recorrer aún para vivir en concreto esta
nueva ley, la ley del Espíritu Santo que actúa en nosotros, la ley de la
caridad, del amor! Cuando vemos en los periódicos o en la televisión tantas
guerras entre cristianos, pero ¿cómo puede suceder esto? En el seno del pueblo
de Dios, ¡cuántas guerras! En los barrios, en los lugares de trabajo, ¡cuántas
guerras por envidia y celos! Incluso en la familia misma, ¡cuántas guerras
internas! Nosotros debemos pedir al Señor que nos haga comprender bien esta ley
del amor. Cuán hermoso es amarnos los unos a los otros como hermanos
auténticos.
¡Qué hermoso es! Hoy hagamos una cosa: tal vez todos tenemos
simpatías y no simpatías; tal vez muchos de nosotros están un poco enfadados
con alguien; entonces digamos al Señor: Señor, yo estoy enfadado con este o con
esta; te pido por él o por ella. Rezar por aquellos con quienes estamos
enfadados es un buen paso en esta ley del amor. ¿Lo hacemos? ¡Hagámoslo hoy!
¿Qué misión tiene este pueblo? La de llevar al mundo la
esperanza y la salvación de Dios: ser signo del amor de Dios que llama a todos
a la amistad con Él; ser levadura que hace fermentar toda la masa, sal que da
sabor y preserva de la corrupción, ser una luz que ilumina. En nuestro entorno,
basta con abrir un periódico —como dije—, vemos que la presencia del mal
existe, que el Diablo actúa. Pero quisiera decir en voz alta: ¡Dios es más
fuerte! Vosotros, ¿creéis esto: que Dios es más fuerte? Pero lo decimos juntos,
lo decimos todos juntos: ¡Dios es más fuerte! Y, ¿sabéis por qué es más fuerte?
Porque Él es el Señor, el único Señor. Y desearía añadir que la realidad a
veces oscura, marcada por el mal, puede cambiar si nosotros, los primeros,
llevamos a ella la luz del Evangelio sobre todo con nuestra vida. Si en un
estadio —pensemos aquí en Roma en el Olímpico, o en el de San Lorenzo en Buenos
Aires—, en una noche oscura, una persona enciende una luz, se vislumbra apenas;
pero si los más de setenta mil espectadores encienden cada uno la propia luz,
el estadio se ilumina. Hagamos que nuestra vida sea una luz de Cristo; juntos
llevaremos la luz del Evangelio a toda la realidad.
¿Cuál es la finalidad de este pueblo? El fin es el Reino de
Dios, iniciado en la tierra por Dios mismo y que debe ser ampliado hasta su
realización, cuando venga Cristo, nuestra vida (cf. LG 9). El fin, entonces, es
la comunión plena con el Señor, la familiaridad con el Señor, entrar en su
misma vida divina, donde viviremos la alegría de su amor sin medida, un gozo
pleno.
Queridos hermanos y hermanas, ser Iglesia, ser pueblo de Dios,
según el gran designio de amor del Padre, quiere decir ser el fermento de Dios
en esta humanidad nuestra, quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios
a este mundo nuestro, que a menudo está desorientado, necesitado de tener
respuestas que alienten, que donen esperanza y nuevo vigor en el camino. Que la
Iglesia sea espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, donde cada
uno se sienta acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena
del Evangelio. Y para hacer sentir al otro acogido, amado, perdonado y
alentado, la Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos puedan
entrar. Y nosotros debemos salir por esas puertas y anunciar el Evangelio.
4.4
LA
ECLESIOLOGIA SUBYACENTE DEL PUEBLO DE DIOS
La Iglesia pueblo de Dios es una de las figuras más peculiares que aparece en el Vaticano II. …”quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa”... (LG 9). Se caracteriza porque sus miembros tienen un mismo bautismo, una misma llamada para ser seguidores a Jesús y un mismo mandato para llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. (vocación sacerdotal, profética y real bautismal))
El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la
eclesiología del pueblo de Dios que “destaca la común dignidad y
misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada
riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios” (La sinodalidad en
la vida y en la misión de la Iglesia, LG 6).
Para hablar de sinodalidad el papa Francisco utiliza
varias imágenes. Unas veces habla de una pirámide invertida donde los
ministros están al servicio de todos; otras veces de una canoa donde todos
reman en una dirección; y en ocasiones usa la imagen del poliedro.
“El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto
es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo
es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él
conservan su originalidad” (EG 236).
Esta diversidad nos complementa. “En la Iglesia sinodal toda la
comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para
orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las
decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios. Para llegar a
formular las propias decisiones, los Pastores deben escuchar entonces con
atención los deseos de los fieles” (La sinodalidad en la vida y en la misión de
la Iglesia, 68). En el ejercicio de la sinodalidad todos nos ponemos a la
escucha del Espíritu y hacemos juntos el camino pero cada uno desde su propia
responsabilidad.
Unos rasgos identificadores como son la
vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración de la
eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo. Hay diversidad de
ministerios pero una misma misión. Este es el fundamento del apostolado laical.
Los laicos somos una parte fundamental del pueblo de
Dios. También los laicos somos discípulos
misioneros de Jesús. No somos una cosa o la otra, sino discípulos misioneros,
sin separaciones, sin divisiones, sin compartimentos estancos.
En este sentido, podemos hablar con rigor del protagonismo
del laicado. Este
protagonismo brota del don de la vocación laical y se hace concreto en la
responsabilidad que toda vocación conlleva. Cuando posibilitamos y ejercemos este protagonismo, desarrollamos la
sinodalidad. Esta se hace efectiva cuando todos los miembros de la Iglesia ejercen
su responsabilidad en ella, según la vocación recibida. La responsabilidad de
unos está unida a la responsabilidades de otros. Por eso hablamos de corresponsabilidad, que es más que de responsabilidad,
porque implica una responsabilidad compartida y ejercida complementariamente.
En la Iglesia sinodal nos necesitamos todos. No podemos excluir a nadie y nadie
puede excluirse.
Nos gustaría ver este mismo protagonismo laical en los
cauces de participación eclesial, siempre en clave
de misión y no de poder. El papa
Francisco decía en la exhortación Evangelii
gaudium: “En su misión de fomentar una
comunión dinámica, abierta y misionera, (el obispo) tendrá que alentar y
procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras
formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a
algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos
participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero
de llegar a todos” (EG 31).
Dicho todo esto, también hay que afirmar opción por el laicado asociado y la
importancia del laicado no asociado. Tanto unos como otros queremos
dar importancia a la vida de cada día. Sería prolijo
describir espacios de protagonismo laical. Este protagonismo se ejerce en la
familia, las parroquias, escuelas, universidades, hospitales, programas de
acción social, misiones ad gentes, medios de comunicación, política,
mundo profesional, empresas, sindicatos, proyectos de investigación. Este
protagonismo se ejerce en la calle, entre los vecinos, en la ciudad y en el
campo. No hay realidad humana donde no se vea el protagonismo laical.
Los fieles laicos estamos
llamados a vivir la corresponsabilidad real dentro de la Iglesia. Es importante
despertar esta conciencia, tanto en los laicos como en los sacerdotes, y
también entender adecuadamente el significado y alcance de la
corresponsabilidad expresada a través de la participación en las diversas
estructuras eclesiales, donde la aportación de los laicos puede ser decisiva
por su especial competencia. Se observa que el clericalismo también tiene sus manifestaciones en este
sentido, y deben ser paulatinamente corregidas.
Se apunta también la posibilidad de discernir nuevas formas de participación: ministerios laicales, estructuras orientadas a la presencia social, órganos de fomento de la presencia transformadora de la realidad en la vida pública acompañados desde el seno de la comunidad. En cualquier caso, se subraya que los espacios de participación deben ser lugar de encuentro y comunión, ya que en ellos también nos jugamos nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia.
Vivir plenamente nuestra vocación laical exige estar en el mundo siendo sal y luz.
El mundo de la cultura, la política, el trabajo, la economía, pero también el
ambiente “ordinario” de la ciudad común en la que vivimos
5
NOTAS CARACTERISTICAS DE LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS
5.1 IGLESIA PEREGRINA
La Iglesia camina en la historia como pueblo. Somos una Iglesia en camino. estamos llamados a caminar juntos, a abrir caminos de vida y resurrección. En muchas de sus intervenciones el papa Francisco habla de la alegría. El Evangelio es siempre, en sí mismo Buena Noticia, un mensaje de alegría: Jesucristo, revelador del amor y la misericordia del Padre, nos lleva a recorrer caminos de vida y resurrección incluso entre dificultades. En esta vida, alegría y esperanza son un todo indisoluble. Junto a la alegría viene la esperanza. “La razón fundamental y decisiva para nuestra esperanza es la fidelidad y el amor de Dios. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al encuentro pleno de la verdad y la felicidad de su gloria (cf. 1 Tim 2,4).
5.2 IGLESIA EN
SALIDA, MISIONERA
El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el testimonio de los primeros cristianos y cuenta cómo se extendió el Evangelio por el mundo entonces conocido. En los Hechos de los Apóstoles vemos con claridad que en Pentecostés el Espíritu Santo abrió el tiempo de la Iglesia y de la misión. “En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua” (EG 259).
La Iglesia es Iglesia en salida y, por eso, en toda
época la misión
renueva a la Iglesia. En esencia la misión consiste en dar vida. “Aquí
descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a
medida que se entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la
misión” (EG 10).
Somos
discípulos misioneros: con la mirada puesta en Jesús. Somos hombres y mujeres de fe que miramos a Jesús y
queremos mirar la vida con la mirada de Jesús. “La fe no sólo mira a Jesús,
sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una
participación en su modo de ver” (LF 18).
Junto con las otras vocaciones, los laicos formamos
parte del pueblo de Dios en una sociedad secularizada y plurireligiosa.
El pluralismo se ha extendido en todos los órdenes de la vida. Se deja ver en
distintos estilos de vida, modos de pensamiento, cosmovisiones, sistemas de
orientación. Todos vivimos al mismo tiempo mundos muy diferentes en la familia,
el trabajo, la esfera pública, la economía, las diversiones, las relaciones. En
este sentido, saber situarse en este complejo contexto no es fácil y es para
los cristianos un importante reto.
No
hay otro lugar para la misión que este mundo con toda su complejidad. Creemos que el icono bíblico de
Babilonia puede ser inspirador. En Babilonia el pueblo de Israel se diluye en
el contexto, excepto un pequeño resto, una parte pequeña del pueblo que no
sucumbe a la propuesta de los ídolos, se mantiene fiel a la Alianza, y continúa
esperando en las promesas de Dios.
Vocación y misión están inseparablemente unidas,
como la cara y la cruz en una moneda. Tenemos que constatar con alegría que en
este tiempo crece la conciencia misionera en la Iglesia. No podemos olvidar
nunca que la vocación y la misión nacen del Señor, de Él parte la iniciativa. La misión es del Señor, es Él quien llama
y envía. No podemos entender la misión como una
concesión generosa de nuestra parte.
Este camino debe estar marcado por la alegría y la esperanza. La esperanza porque es el Espíritu quien nos
guía. La esperanza y la alegría fruto de la Resurrección de Cristo, la razón de
nuestra esperanza. “La alegría del Evangelio que llena la vida de la
comunidad de los discípulos es una alegría misionera… Es una alegría que tiene
la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar,
siempre más allá. (EG 21).
Es esta alegría la que nos hace libres de medir el resultado
de la misión, porque sabemos que el
fruto depende de Él y que nuestra paga consiste en haber sido llamados a
colaborar en su obra de salvación. Esta alegría nos coloca siempre ante
lo que de verdad importa. Recordemos cuando Jesús corrige a sus discípulos que
vuelven encantados porque hasta los demonios se les sometían en Su nombre, y el
Señor les reprende: estad alegres, más bien, porque vuestros nombres están
escritos en el Cielo.
Una “Iglesia en salida” no se logrará por decreto-ley sino
por la sobreabundancia de la alegría del Evangelio. Sólo esta plenitud de vida
permite afrontar los desafíos, las hostilidades del ambiente, el cansancio, las
incomprensiones e incluso las persecuciones.
Es el momento de recoger el apasionado
llamamiento del Papa: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de
Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra
conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el
consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los
contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.
Recordemos estas palabras y hagámoslas realidad en nuestra
vida: “Ojalá el mundo actual (que busca a veces con angustia, a veces con
esperanza) pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores
tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del
Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).
5.3 IGLESIA EN COMUNION
La Iglesia nace del misterio de Dios comunión y para pertenecer a ella se necesita el bautismo y para mantenerse en ella es fundamental la eucaristía. En la Iglesia de comunión sabemos que Dios regala sus dones a todos los fieles cristianos que ellos ponen al servicio de los demás y de la misión. Todos los cristianos estamos invitados a tener un papel activo en la Iglesia y en el mundo, cada uno según su propia vocación.
Desplegar la
vida desde el bautismo
Estamos llamados a desplegar la vida desde la
propia vocación. La
vocación es el regalo que Dios nos dona junto a la vida. Tiene mucho sentido
vivir desde lo que soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí.
Siguiendo la ruta trazada por el Concilio Vaticano
II, el papa Francisco propone situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y
dentro del Pueblo de Dios.
Este pueblo ha sido bendecido con distintas vocaciones. “Las vocaciones
eclesiales son, en efecto, expresiones múltiples y articuladas a través de las
cuales la Iglesia cumple su llamada a ser un verdadero signo del Evangelio
recibido en una comunidad fraterna. Las diferentes formas de seguimiento de
Cristo expresan, cada una a su manera, la misión de dar testimonio del
acontecimiento de Jesús, en el que cada hombre y cada mujer encuentran la
salvación” (DF 84). Este criterio nos iguala y, al mismo tiempo, nos diferencia.
No podemos dejar de recordar, en este sentido, que la vocación laical es una
auténtica vocación: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de
obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos
según Dios” (LG 31).
No es extraño entender la vocación como camino de santidad, como fruto del Espíritu
Santo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, porque toda vida es misión.
“Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión.
Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te
da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu
existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso
ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal
que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23). Hay una continuidad inseparable
entre vocación, misión y santidad. La llamada a la santidad es una llamada a la entrega, a la
donación y a la alegría misionera.
Comunión, esa es la clave.
Hemos de proponer caminos de manera unida, coordinada, desde una mirada
profunda, aprendiendo los unos de los otros, creando espacios compartidos de escucha,
estudio, trabajo, servicio, activando procesos y poniendo en marcha proyectos
pastorales ricos y fecundos que nos ayuden eficazmente a reaccionar ante lo que
Dios nos está pidiendo.
Soñemos juntos. Recordemos las palabras que el Papa
Francisco les decía a los jóvenes –y, a través de ellos, a todos los que
formamos la familia de la Iglesia–, en el número 166 de Christus Vivit: “A veces toda la energía, los sueños y el
entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en
nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y
comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y
antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden
faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes
horizontes que miramos juntos.”
No perdamos la
capacidad de seguir soñando juntos. Este proceso tiene ahora una clara
continuidad. No hemos
acabado con este Congreso, sino que constituye el punto de partida de nuevos
caminos. Tenemos que salir de este lugar donde hemos estado estos días con el
propósito de llegar, en primer lugar, a todos esos hermanos nuestros de
nuestras diócesis, parroquias, movimientos, colegios, instituciones, a los
cuales representamos y tratar de comprender que hay un camino ya recorrido,
pero que queda otro más importante aún por andar y que queremos hacer juntos,
como Pueblo de Dios. Sin perder nuestro carisma, sin renunciar a nuestra
espiritualidad, sin abandonar nuestros propios proyectos, pero soñando juntos.
6
LA
IGLESIA SINODAL COMO NUEVO MODO DE SER
El Papa Francisco recoge la llamada a la sinodalidad desde la propia tradición hasta nuestros días. En su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, del 29 de junio de 2019, el Papa entra de lleno a explicar qué significa la “sinodalidad” como nota característica de la Iglesia: “en sustancia –escribe Francisco– se trata de caminar bajo la guía del Espíritu Santo, es decir, caminar juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción para aprender a escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo”.
El Papa Francisco nos anima a caminar juntos con
paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos
responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas. La Iglesia es y
será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de
barro. Los
interrogantes que nos planteemos, así como las respuestas que demos exigen “una
larga fermentación de la vida y la colaboración de todo un pueblo por años”.
Eso impulsa a poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de
Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias
rápidas y mediáticas pero efímeras por falta de maduración o porque no
responden a la vocación a la que estamos llamados.
Durante una de sus recientes catequesis dedicadas a
comentar los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco quiso subrayar que “de
entre los numerosos colaboradores de San Pablo, Áquila y Priscila sobresalen
como modelos de una vida conyugal comprometida al servicio de toda la comunidad
cristiana y nos recuerdan que, gracias a la fe y al compromiso en la
evangelización de muchos laicos como ellos, el cristianismo echó raíces y ha
llegado hasta nosotros”.
No es casualidad que el Papa
Francisco se extendiera ese mismo día sobre el tejido que componen las
familias cristianas en medio de la ciudad que hoy llamaríamos “secular”. Así,
recordó que aquel matrimonio (Aquila y Priscila) abrió también su casa a la
comunidad convirtiéndola en una “domus ecclesiae”, un lugar de escucha de la Palabra de Dios y de la celebración de la
Eucaristía. Y, dando un salto en la historia, el Papa añadió que también hoy
existen estas casas, estas familias que se convierten en un templo para la
Eucaristía. Es verdad que se refería de manera explícita a los lugares donde
tiene lugar la persecución, pero bien podríamos extender la perspectiva y decir
que en nuestras sociedades secularizadas, esas casas de familias cristianas
componen un tejido de comunión eclesial, de testimonio de fe, de caridad y de
acogida; en definitiva, de presencia cotidiana de la fe en medio de la
ciudad.
Sin
la vida cotidiana de los laicos cristianos
en los diversos ambientes, investida por la gracia del Bautismo,
alimentada por la Eucaristía y acompañada por la gran comunión eclesial, no
habría posibilidad de llevar el anuncio de Cristo y la vida nueva que suscita a
los hombres y mujeres de cada época, especialmente los de la nuestra. Por eso
estamos hoy aquí. Me parece que uno de los principales reclamos es tomar
conciencia de nuestra vocación, comunión y misión.
6.1 La Vocación laical
Hemos
de estar dispuestos a renovar, como pide Francisco en la carta Evangelii gaudium, “nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar
la decisión de dejarnos encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”
(EG 3). No repetiremos suficientemente la frase de Benedicto XVI que más veces
ha retomado Francisco en su pontificado: “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”. Urge pues que la Iglesia entera, y cada uno de
nosotros dentro de ella, volvamos al ardor y a la seducción del Primer Amor,
ese que hizo cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Esta
vocación de la que hablamos implica intrínsecamente una pertenencia. “Sin el pueblo de Dios, no se puede entender a
Jesús”, escribe también Francisco en EG. Es absurdo “amar a Cristo sin la
Iglesia, sentir a Cristo pero no a la Iglesia, seguir a Cristo al margen de la
Iglesia... cada vez que Cristo llama a
una persona, la trae a la Iglesia”.
Sin la conversión personal, cualquier cambio en la organización de
las tareas eclesiales sería un puro maquillaje sin incidencia real en la vida
de las personas, de las comunidades, ni en la evangelización de la sociedad. El
Papa Francisco advierte en su exhortación Evangelii
Gaudium una pérdida del fervor y del compromiso apostólico de una mayoría
de católicos. Un síntoma de esto es la pérdida de centralidad de la Eucaristía,
fuente y expresión culminante de toda vida auténticamente cristiana. Conviene
examinar las actitudes que hoy nos impiden afrontar con mayor audacia y
generosidad la misión: individualismo, mundanidad espiritual, religiosidad
superficial; tendencia al activismo o, en sentido opuesto, a la evasión
espiritualista.
6.2 Desde la comunión y para la
comunión
A partir del Concilio ha ido creciendo la conciencia
acerca de la dimensión comunitaria de
la fe, de su “forma eclesial”. La comunión es el pilar que
sustenta el sujeto de la evangelización, ya que es la Iglesia entera quien es
enviada por el Señor. Además, la comunión no se encuentra solo en el inicio,
como condición de posibilidad, sino en el fin mismo de la misión, pues este no
es otro que la comunión con Cristo y con los hermanos, cuya perfección
esperamos al final de nuestra peregrinación terrena. La “comunión de los
santos” es, en definitiva, expresada y alimentada en la Eucaristía, sacramento
de la unidad.
En EG el papa Francisco ha señalado que el Espíritu Santo
enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones
para renovar y edificar la Iglesia. Y ha recordado que un signo claro de la
autenticidad de un carisma es su capacidad para integrarse armónicamente en la
vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Recuerda que en la
medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más
eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma
se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo (EG 130).
Por otra parte es necesario reconocer la
debilidad de la dimensión comunitaria. La vida cristiana no puede entenderse
sin su enraizamiento comunitario, pero la realidad es que muchos cristianos
sinceros y comprometidos están viviendo su fe como “nómadas sin raíces” (EG 29).
Por eso es importante aportar las energías necesarias para la construcción de
la comunidad cristiana.
Un aspecto de este reto es superar la
enfermedad eclesial del clericalismo. Sigue extendida la falsa idea de que los laicos son cristianos de segunda, confundiendo
la promoción del laicado con su implicación en tareas intraeclesiales y de
organización de la pastoral. Esta tendencia puede empañar algunas
reivindicaciones, en sí mismas legítimas, de mayor integración en la pastoral
ordinaria y hace muy difícil la conjunción armónica de todos los esfuerzos.
Es necesario transformar las comunidades cristianas en un sentido más decididamente
misionero, que deje atrás el modelo de pastoral de mantenimiento basado
en la prestación de “servicios religiosos”. Una comunidad anquilosada y cerrada
no puede afrontar el testimonio y la propuesta atrayente de la fe en este
cambio de época.
6.3 La
participación de los laicos en la misión de la Iglesia.
¿De dónde nace, en qué consiste la misión?
El Papa Francisco
dice claramente que la fuente del impulso misionero es una persona que vive de
la memoria agradecida de Cristo y que quiere compartir con todos la alegría que
procede del Evangelio. Sería absurdo que intentásemos conservar sólo para
nosotros esa alegría, como si fuese propiedad nuestra o la hubiésemos
conquistado con nuestro esfuerzo. O que intentásemos preservarla de las
inclemencias de la historia, de las circunstancias que habremos de atravesar:
al revés, es una alegría que necesita medirse con los hechos, verificar su
solidez en la cruda realidad de la vida, porque no depende de circunstancias
favorables sino del encuentro con el Señor presente que responde a la exigencia
y el deseo de nuestro corazón. De lo contrario incurriríamos en la tentación
siempre denunciada por Francisco de la “auto-referencialidad”. Pero si
hemos encontrado el amor de Cristo que nos devuelve el sentido de nuestra vida,
¿cómo podríamos contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8)
También en este aspecto nuclear se
detectan debilidades, que a su vez son manifestación de las ya señaladas en los
apartados anteriores. La vocación laical no es verdaderamente conocida por una
buena parte de los fieles. Esto denota una deficiente formación y un
desconocimiento, en especial, de las implicaciones sociales, culturales y
políticas de la fe. En medio de la situación de intemperie cultural, en vez de
testigos, la sociedad encuentra a menudo cristianos acomplejados.
La segunda debilidad se refiere a nuestra
mirada sobre los hombres y mujeres de esta época. Se olvida a menudo que
quienes viven sumidos en la indiferencia religiosa no son gente extraña o
enemiga. En cada persona late la
búsqueda del bien y de la verdad que solo Dios puede colmar, y es a
esa búsqueda a la que debe responder nuestro anuncio lleno de simpatía. La
misión no consiste en la oferta de actividades, en un afán proselitista, falto
de la auténtica atracción propia de la belleza de la fe. En definitiva, todo
esto se resume en una incidencia muy débil del Evangelio en la vida cultural,
social y política de nuestro país.
El Papa Francisco nos habla “una opción misionera capaz de
transformarlo todo, de modo que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en el cauce adecuado para
la evangelización del mundo actual”. (EG 27) Ahora corresponde al trabajo de
todos nosotros, a través de los itinerarios propuestos, discernir cuáles son
esas transformaciones necesarias para que nuestra Iglesia responda al desafío
misionero de esta hora.
6.4 Unidad en la diversidad. Sinodalidad es caminar
juntos.
La sinodalidad no está en contradicción con el
primado de Pedro. La Iglesia está llamada a vivir un liderazgo desde el
servicio que invite a la corresponsabilidad y participación. La Iglesia
sinodal, gracias al Espíritu Santo, cultiva relaciones, pone en valor la
vocación de cada fiel, favorece los carismas y el sentir con la Iglesia, se
caracteriza por la comunión. El proceso sinodal que estamos llamados a vivir ha
de estar caracterizado por:
- La escucha. Una Iglesia que escucha con la misma actitud que
Jesús. La escucha tiene un valor teológico y pastoral. “Una Iglesia a la
defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la
cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo” (ChV 42).
- El
discernimiento Una Iglesia de discernimiento. “Este nos
hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de
su gracia, para no desperdiciar inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su
invitación a crecer” (GE 169).
- La
corresponsabilidad y la participación. Una Iglesia caracterizada por la corresponsabilidad
y la participación de todos los bautizados, cada uno según su edad, su estado
de vida y su vocación.
6.5 Se trata de todo un modo de ser. Toda una
cultura sinodal.
La sinodalidad forma parte del Pueblo de Dios, es el
modo de ser de la Iglesia, el modo ordinario de vivir y de obrar en la Iglesia.
En esta cultura la Iglesia sinodal quiere ser sal y luz. Hace tres años, en las
aportaciones de los jóvenes para el Sínodo sobre los jóvenes, éstos soñaban con
una Iglesia misericordiosa, acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y,
sobre todo una Iglesia fiel a Jesús y su Evangelio. Para ello es importante:
- Anunciar el
Evangelio. Vivir la fe exige comunicarla, anunciarla,
compartirla. No podemos callar la verdad del Evangelio. “Más allá de cualquier
circunstancia, a todos (…) quiero anunciarles ahora lo
más importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que
incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y
otra vez” (ChV 115); estas tres verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El
Espíritu da vida y acompaña en la vida.
- Estar al
lado del pueblo. No somos de este mundo, pero vivimos en el mundo.
“Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto
espiritual de estar cerca de la vida de la gente,
hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es
una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268).
El Señor nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo.
- Diálogo y
encuentro. El modo a través del cual la Iglesia se asienta en
el mundo es por medio del diálogo y el encuentro. “La Iglesia está llamada a
asumir un rostro relacional que sitúa la escucha, la acogida, el diálogo y el
discernimiento común en el centro de un proceso que transforma la vida de
quienes participan en él" (DF 122).
- Apertura a
quienes buscan. Queremos ser una Iglesia de puertas
abiertas, atenta a los buscadores. Lo que nosotros podemos ofrecerles es
estímulo, luz y aliento. Esta
preocupación es urgente, especialmente en aquellos contextos donde las huellas
religiosas hayan perdido fuerza y vigor. Saber comunicarse con quienes buscan
exige abrir puentes de relación.
- Apertura al
mundo. Hemos de entrar en diálogo incluso con los que no
confiesan la misma fe o los que se consideran agnósticos o no creyentes, en
definitiva hemos de hacer camino con todos los hombres de buena voluntad
reconociendo en todos “las semillas del Verbo”. Cultivar las
semillas del Verbo. En las semillas el
Verbo ya está presente, aunque sea de manera incipiente. Por eso vemos muy útil
una pedagogía de pequeños pasos. Solo desde lo pequeño podemos llegar a lo
grande.
- Vivir desde
la oración y los sacramentos. Una vida
sostenida en la oración y los sacramentos va acompañada del coraje, de la
fuerza que dan una y otros. “Invoquémoslo
hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de
quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere
evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre
todo con una vida que se ha transfigurado en la
presencia de Dios” (EG 259).
- Salir hasta
las periferias. Salir hasta las periferias no consiste en esperar a que vengan quienes
están en ellas, sino que lleva ponernos en camino y acudir a su encuentro con
actitud humilde para acoger y caminar juntos.
- Cercanía a
los pobres y a quienes sufren.
La Iglesia tiene entre sus pilares fundantes la
predilección por los pobres. “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios
privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos
es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe
un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”
(EG 50).
- Vivir la
sinodalidad misionera. El Sínodo sobre
los jóvenes habló de la sinodalidad misionera. Para poder
llevar a cabo esta sinodalidad misionera es fundamental el cuidado de las
relaciones. Puede afirmarse, por ello, que la clave está en las relaciones.
“También con vistas a la misión, la Iglesia está llamada a asumir un rostro
relacional que ponga en el centro la escucha, la
acogida, el diálogo, el discernimiento común, en un camino que transforme la
vida de quien forma parte de ella… Así, la Iglesia se presenta como “tienda
santa” en la que se conserva el arca de la alianza (cf. Ex 25): una
Iglesia dinámica y en movimiento, que acompaña caminando, fortalecida por
tantos carismas y ministerios. Así es como Dios se hace presente en este mundo”
(DF 122).
- Aquí están los fundamentos de la misión
compartida, tan importante
en muchas congregaciones e institutos religiosos. La
misión compartida va haciéndose realidad. Es una gran alegría constatar la
presencia de tantos laicos comprometidos vocacionalmente en la misión. Nos
necesitamos unos y otros, cada uno con su propia vocación, para llevar adelante
la misión.
7
UN CAMINO
ABIERTO POR RECORRER
Este camino sinodal debe de llevarnos más allá de nuestras fronteras. Cuando el Papa Francisco habla de una Iglesia en salida que llegue hasta las periferias nos está invitando a ir más allá de nuestros límites y fronteras. El Vaticano II abrió las puertas al mundo se puso en diálogo con el mundo, promovió el diálogo ecúmenico e interreligioso. Juan XXIII y Pablo VI supieron asentar a través del Vaticano II las bases de un tiempo nuevo para la Iglesia y la misión de la Iglesia. Celebramos en el 2015 el 50 aniversario de conclusión del concilio Vaticano II. Hoy la importancia de la inclusión dentro de la eclesiología de comunión pone el énfasis en promover el encuentro y el diálogo más allá de nuestras fronteras religiosas, culturales e ideológicas. El esfuerzo de la Iglesia ha sido grande en este sentido cuando habla de esforzarnos en un triple diálogo: diálogo interreligioso, diálogo con las culturas y diálogo con los más pobres, vulnerables e indigentes, para que nadie quede excluido. (Asamblea de la FABC, Federación de conferencias episcopales, católicas, asiáticas, en 1974)
Un documento publicado en 1984
por el Secretariado para los No Cristianos (Dialogo e missione) ha
recogido felizmente la afirmación conciliar de la existencia de valores
positivos contenidos en las tradiciones religiosas reuniendo varias expresiones
empleadas por el Concilio respecto a ellas:
Esta visión llevó a los Padres
del Concilio Vaticano II a afirmar que en las tradiciones no cristianas existen
"cosas verdaderas y buenas" (LG 16), "preciados
elementos religiosos y humanos"(GS 92), "semillas de
contemplación" (AG 18), "elementos de verdad y de gracia"
(AG 9), "semillas de la Palabra" (AG 11, 15), "destellos
de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (NA 2). Según
explícitas indicaciones conciliares, estos valores se encuentran preservados en
las grandes tradiciones religiosas de la humanidad. Por ello merecen la
atención y la estima de los cristianos, y su patrimonio espiritual es una
genuina invitación al diálogo (cfr NA 2, 3; AG 11), no sólo en los elementos
convergentes sino también en los divergentes.
En este sentido conviene
recordar todo el camino que abre el Vaticano II:
Unitatis Redintegratio (UR 4)
Hoy, en muchas partes del mundo,
por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos intentos con la oración, la
palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que quiere
Jesucristo. Este Sacrosanto Concilio exhorta a todos los fieles católicos a
que, reconociendo los signos de los tiempos, cooperen diligentemente en
la empresa ecuménica.
Por "movimiento ecuménico"
se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las
distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se
suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Tales son, en
primer lugar, todos los intentos de eliminar palabras, juicios y actos que no
sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos
separados, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones
en ellos; en segundo lugar, "el diálogo" entablado entre
peritos y técnicos en reuniones de cristianos de las diversas Iglesias o
comunidades, y celebradas en espíritu religioso. En este diálogo expone cada
uno, por su parte, con toda profundidad la doctrina de su comunión, presentado
claramente los caracteres de la misma.
Por medio de este diálogo, todos
adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y
de la vida de cada comunión; en tercer lugar, las diversas comuniones consiguen
una más amplia colaboración en todas las obligaciones exigidas por toda
conciencia cristiana en orden al bien común y, en cuanto es posible, participan
en la oración unánime. Todos, finalmente, examinan su fidelidad a la voluntad
de Cristo con relación a la Iglesia y, como es debido, emprenden animosos la
obra de renovación y de reforma.
Dignitatis
humanae (DH 3)
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa.
Por consiguiente,
el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de
la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta
inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar
la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el
justo orden público, no puede ser impedido.
(DH 8)
Por lo cual,
este Concilio Vaticano exhorta a todos, pero principalmente a aquellos que
cuidan de la educación de otros, a que se esmeren en formar a los hombres de
tal forma que, acatando el orden moral, obedezcan a la autoridad legítima y
sean amantes de la genuina libertad; hombres que juzguen las cosas con criterio
propio a la luz de la verdad, que ordenen sus actividades con sentido de
responsabilidad, y que se esfuercen en secundar todo lo verdadero y lo justo,
asociando gustosamente su acción con los demás.
Constitución sobre la Iglesia Lumen
Gentium (LG 16-17)
La Iglesia aprecia todo lo
bueno y verdadero, que en ellos se da, como preparación evangélica y dado por
quien ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan vida… Con su obra
consigue que todo lo bueno que hay ya depositado en la mente y en el corazón de
esos hombres, en los ritos y culturas de estos pueblos no solamente no
desparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de
Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre
Constitución Gaudium et Spes (GS 58)
La buena nueva de Cristo
renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído; combate y aleja
los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado.
Purifica y eleva incesantemente la moralidad de los pueblos. Con las riquezas
de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las
tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las perfecciona y las restaura en
Cristo. Así, la Iglesia, cumpliendo su propia misión, por ello mismo ya
contribuye a la cultura humana y la impulsa, y con su actividad, aun la
litúrgica, educa al hombre hacia la libertad interior
Declaración Nostra aetate (NA 2)
La Iglesia católica nada
rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y de santo. Considera
con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas,
que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no
pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad (radium illius Veritatis)
que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar
constantemente a Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn
14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en
quien Dios reconcilió consigo todas las cosas (2Cor 5, 18-19) (NA 2)
Decreto Ad Gentes (AG
9)
La actividad misionera es nada
más y nada menos que la manifestación o epifanía del designio de Dios y su
cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente,
por la misión, la historia de la salvación. Por la palabra de la predicación y
por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cumbre es la sagrada
Eucaristía, hace presente a Cristo autor de la salvación. Cuanto de verdad y de
gracia (quidquid veritatis et gratiae) se encontraba ya entre las
naciones, como por una cuasi secreta presencia de Dios, [la actividad
misionera] lo libera de contagios malignos y lo restituye a su autor, Cristo,
que derroca el imperio del diablo y aparta la variada malicia de los crímenes.
Así, pues, cuanto de bueno se halla sembrado en el corazón y en la mente de los
hombres, o en los ritos y culturas propios de los pueblos, no solamente no
perece, sino que es purificado, elevado, consumado para gloria de Dios,
confusión del demonio y felicidad del hombre.
(AG 11)
Para que los mismos fieles
puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo… descubran, con gozo y
respeto, las semillas de la Palabra que en ellas [en sus tradiciones nacionales
y religiosas) se contienen… Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los
hombres y los llevó con un diálogo verdaderamente humano a la luz divina, así
sus discípulos, inundados profundamente por el Espíritu de Cristo, deben
conocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos para advertir
en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a
las gentes, y al mismo tiempo han de esforzarse por examinar estas riquezas con
la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador.
(AG 15)
El Espíritu Santo, que llama a
todos los hombres a Cristo por las semillas del Verbo y por la predicación del
Evangelio y suscita el homenaje de la fe en los corazones…
Dejémonos pues guiar por el
Espíritu Santo para que la Iglesia, sacramento de salvación para todos los
pueblos, sirva a los caminos de desarrollo de la dignidad y derechos humanos y
promueva el entendimiento con los que tratan de promover la fraternidad, la paz y la justicia.
BIBLIOGRAFIA
Vat II, Constitución Dogmática Lumen Gentium,
LG
Vat II, Decreto Ad Gentes, AG
Sínodo de Obispos de 1987. La
vocación y misión de los laicos en la Iglesia
Juan Pablo II, Christi fideles
laici, ChL
Catecismo de la Iglesia Católica, CIC
Papa Francisco, Evangelii gadium, EG
Papa Francisco, Christus Vivit, ChV
Papa Francisco, Fratelli Tutti, FT
Papa Francisco, Catequesis
sobre Iglesia Pueblo de Dios del 9,7, 2008
Papa Francisco, Carta al Pueblo de Dios que peregrina en
Alemania, del 29, 6, 2019
Mario Grech, Conferencia, “la reflexión acerca de la sinodalidad en tiempos de pandemia”
Mario Grech, Conferencia “Una Iglesia sinodal: Una forma de ser Iglesia y una profecía para el tercer milenio”
Documento preparatorio del Sínodo 2023, Cuidad del Vaticano 7, 9, 2021
Otros documentos: UR, NA, DH, LF,
DF, GE