lunes, 8 de mayo de 2023

EL GRAN DESAFIO

 

EL GRAN DESAFIO

(ANTE LA GRAN CRISIS DE NUESTRO TIEMPO)

 


Introducción

Estamos en el tiempo pascual con toda una invitación por parte del Señor a nacer de nuevo. Estamos también a nivel eclesial dentro de un itinerario sinodal que nos invita a la escucha, al diálogo, al discernimiento. Estamos viviendo momentos de convergencia de múltiples acontecimientos, políticos, económicos y culturales expresión de una gran transformación que afecta a la trasmisión de la fe y a la convivencia en nuestra sociedad.

Después de tres años donde se despertó la pandemia del Covid-19, la organización mundial de la salud OMS da por terminado el tiempo de alerta y emergencia sanitaria global sobre el coronavirus. Aunque no se haya acabado con el virus ni se haya puesto fin a la pandemia representa el fin simbólico de la devastadora pandemia. La cifra oficial es de siete millones de muertos pero frente a los casos no reportados podría subir hasta veinte millones. Después de un año seguimos con la guerra de Ucrania con la incertidumbre de cuando acabará. Nos gustaría poder decir que al fin se ha logrado el entendimiento para poder fin a la guerra. Al contrario se abren nuevos frentes de escalada de la guerra como el frente que se ha abierto en este mes en Sudán. Estamos ante las consecuencias del cambio climático padeciendo nuevos fenómenos de gran sequía (como el fenómeno del Niño) que nos habla del gran deterioro del medio ambiente. Vivimos ante una gran crisis que no es solo económica, social, internacional, sino ecológica, cósmica y crece el desconcierto, la incertidumbre ante un futuro que parece cada vez más incierto

La CEE acaba de publicar un Documento titulado “Dios fiel mantiene su Alianza” que partiendo de la mirada sobre la situación actual de crisis que estamos viviendo trata haciendo un discernimiento para tratar de ver las causas y proponer algunas propuestas. Aunque aborda la situación actual de la sociedad española, al estar todos intercomunicados. no cabe duda que puede extenderse al marco de la situación mundial que vivimos.

Partiendo de este Documento 1 de la CEE hemos utilizado otros documentos del magisterio DSI, sobre todo Fratelli tutti y otros que hacen relación al mismo tema (Documento 2 de la CTI, Comisión teológica internacional, “La libertad religiosa como bien de todos”. Los desafíos contemporáneos. También hago uso de otra ponencia en el VIII Simposio Internacional sobre Los Derechos Humanos, un terreno fecundo para el diálogo y la paz”). Con todo ello he elaborado esta reflexión. 

He querido metodológicamente seguir el método teológico, interpretativo, implicativo de: ver, juzgar, actuar: reconocer, juzgar (interpretar, discernir) y elegir, optar y actuar. No podemos quedarnos en reflexiones y análisis de la realidad sino llegamos a proponer líneas de actuación que nos haga responder con esperanza ante la situación que vivimos. La reflexión la hacemos desde el marco de la fe como creyentes pero abiertos al mundo complejo que vivimos. 

Vivimos una cultura que fomenta la fragmentación. El abordar los asuntos por separado y con criterios distintos nos despista y dificulta responder adecuadamente. Por eso la reflexión quiere ser integral e integradora de tantos asuntos que, al haberse tratado de manera aislada, y, a veces, hasta enfrentada, han contribuido a fomentar, más si cabe, una comprensión de la persona y de la sociedad sin vínculos fundantes. Ante la desvinculación, vemos necesario poner el acento en el vínculo o alianza que Dios sella con la humanidad.

La Iglesia no es que quiera dar soluciones técnicas a la política que ya se han implementado, sino que como madre quiere crear un horizonte común para dar alma al mundo y a la política de nuestros días y también a la democracia, que debe tratar con las diferentes culturas y diferentes sociedades en las que vive la población de hoy". El horizonte es el Reino, es "contribuir con esta presencia a unir a los hombres en la búsqueda de fines comunes de los que la democracia es solo un medio". (Introducción Doc 1)

La democracia está dando un paso atrás cuando propone una política del bienestar y del bien vivir (well being) en lugar del bien común, dando olvido al problema social central, la creciente desigualdad. Frente a los populismos y autoritarismos quizás sea el momento de revalorizar la idea de un nuevo humanismo. La democracia liberal está en crisis porque ya no puede mediar en conflictos entre ciudadanos, que son cada vez menos expresión de contrastes sociales, sino que están cada vez más vinculados a diferencias culturales, éticas y religiosas. El populismo y el autoritarismo hacen precario el sistema teórico liberal-democrático tradicional y solo un nuevo proyecto educativo integral puede permitir que el sistema se regenere.

Lo que llama la atención es que esta crisis de hoy no solo afecte a las democracias recién formadas, sino que afecta las democracias más maduras, incluso las primeras democracias de la historia del mundo occidental. En esta crisis humanitaria que vivimos están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más débiles, porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Los repliegues, los cierres y nacionalismos, nos enseña la historia, llevan a consecuencias desastrosas.

Vivimos una crisis humanitaria, de falta de solidaridad, de fraternidad, llevados por la indiferencia. Salir de la parálisis que provoca el miedo, sospecha, prejuicios. Hemos de superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad y la fraternidad universal. No resignarnos frente a las divisiones del pasado. Se precisa la necesaria purificación de la memoria histórica. Para reconciliarse es necesario reconsiderar juntos su doloroso pasado y las heridas que desgraciadamente éste sigue produciendo también hoy. La pandemia, la crisis sanitaria y económica, el cambio climático, la migración ponen en juego la propia identidad. ¿Quiénes somos?, ¿Cuáles son nuestras raíces?, ¿a dónde vamos?

 


I VER LA SITUACION QUE ESTAMOS VIVIENDO

Estamos ante un gran cambio de época

Como ya el papa Francisco señalaba en su encíclica Evangelii gadium estamos ante un «cambio de época» cambios económicos, sociales, políticos y culturales que afectan de forma interconectada al ser personal y comunitario, a la convivencia, al hacer, al trabajo y a nuestra forma de situarnos en el tiempo, nuestra historia.

“Estamos en un mundo que experimenta grandes cambios, cambios profundos vinculados a una revolución global. El papa Francisco recuerda con frecuencia que «no estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época», un giro histórico” (Evangelii Gadium 52). (Doc 1, 1)

Vivimos un cambio epocal, una verdadera transformación epocal, un cambio de paradigma de la visión del hombre y de lo humano, un paso a una condición que no es sólo otra variación del tema humano sino una alteración a una cosa totalmente diferente. Vivimos sin lugar a duda una crisis de fe que conlleva una crisis de la antropología contemporánea. Se habla de una antropología fluida como si el hombre no solo dejase de ser el centro sino que no contase más.

Nuestra búsqueda es insistente, a veces casi desesperadamente, nos inquieta la búsqueda de un concepto de orden mundial. El caos amenaza de lado a lado con una interdependencia sin precedentes: en la difusión de las armas de masiva destrucción, la desintegración de los Estados, el impacto de las depredaciones ambientales, la persistencia de prácticas genocidas y la difusión de nuevas tecnologías que amenazan con generar conflictos más allá de nuestro control o comprensión Los nuevos métodos de acceso y comunicación de información deberían unir los pueblos y proyectar juntos una salida a nuestra crisis a nivel mundial.



Experimentamos desorientación crispación frustración

“La incertidumbre y el miedo hacen mella en la salud mental de las personas más vulnerables. La falta de empleo y de medios económicos para afrontar los gastos más necesarios alimentación, suministros, vivienda, medicamentos, etc. Crece cada vez más las familias vulnerables en situación de pobreza, esto hace que estas familias tengan una mayor preocupación por los efectos de la pandemia sobre la economía y el empleo que por los efectos estrictamente sanitarios. Desde que comenzó la pandemia, un gran número de personas en exclusión han sentido muchas veces agobio o estrés, preocupación por muchas cosas sin poder controlarla, tristeza o depresión. Esto ha derivado en ataques de ansiedad o pánico en muchas personas”. (Doc 1, 26)

Según un informe de la fundación ANAR en solo una década el número de suicidios entre jóvenes se ha multiplicado por 30. La pandemia ha acrecentado problemas de salud mental con un aumento de las autolesiones, que son un predictor tanto de la conducta suicida, como de la ansiedad, la depresión y otros trastornos. También hay otros grupos vulnerables como el colectivo LGTBI o los alumnos con discapacidad. Los adolescentes se sienten solos, se ven como una carga y tienen un problema grave que no saben cómo resolver. El acoso escolar y el ciberbullying son los problemas que más predominan entre los menores con ideación suicida, seguido del maltrato físico y psicológico y la agresión sexual por alguien cercano a la víctima. También la violencia de género padecida en el entorno puede tener un efecto traumático generando miedo, terror e impotencia.

 


Crisis de la familia, del valor de la paternidad, la maternidad y  la fecundidad

“El materialismo, convierte nuestra realidad cultural y social en una anticultura del bienestar, del consumo y del mercado, que inclina a ver a las personas como clientes, productores o consumidores. Cada día es más difícil la experiencia de la gratuidad tan necesaria para el amor y la familia. También las relaciones humanas tienen un precio y se introducen en las coordenadas del consumo de satisfacción, coste. Como afirma el papa Francisco es este un factor en el que se apoya cierta mentalidad antinatalista” (Doc 1, 37)

Día tras día vemos un pueblo que sufre. Pesa el agobio del desencanto, las promesas incumplidas, los sueños rotos. Pesa también la falta de un horizonte claro para nuestros hijos. Angustia sentir que es cada vez más difícil poner el pan en la mesa, cuidar la salud, imaginar un futuro para los jóvenes. Se suman el miedo a salir a la calle, la violencia y la agresión generalizada. Se hace sentir cada vez más la pérdida de los valores que sostenían la vida familiar y social.

Nos duele en el alma la deserción de los chicos del colegio, las aulas reemplazadas por una esquina o un rincón peligroso a la vista de madres impotentes. Volvemos a olvidar que la mejor política de seguridad es la educación. No pretendemos ser expertos en diagnósticos, sólo recogemos el lamento y las lágrimas de la gente que nos encontramos en nuestros pueblos y barrios. Nos preguntamos desconcertados ¿Qué hemos hecho de nuestra pueblo?

Todo esto nos remite a la necesidad de ver las causas y a la llamada aún más apremiante a un pacto social que tenga como como referentes la dignidad de cada persona, el apoyo a la familia y el bien común”. (Doc 1, 24) Se hace cada vez más acuciante los sectores de pobreza y marginación en la sociedad, la acogida de refugiados e inmigrantes. Se precisa aunar las fuerzas para que como comunidad  internacional hagamos frente ante la tragedia de la guerra y el drama de los desplazados y refugiados.

Estamos ante el reto de la transformación del estado del bienestar, tanto por razones externas, globalización y movimientos migratorios, como internas, envejecimiento y modificación de los sistemas de empleo con las sucesivas reformas laborales” (Doc 1, 11)

 


TENDENCIAS EMERGENTES

Globalismo, secularismo, materialismo

Estamos asistiendo a un globalismo secularista que lleva consigo toda una imposición de un pensamiento global que parece remitirse solo a las necesidades básicas. Como características señalaríamos: La imposición de supuestos derechos (derechos de la mujer, de grupos minoritarios, los trans etc) con toda una clonación de agendas legislativas, imposiciones (relativas a la educación, ideología de género, etc). 

Vivimos ante la cultura de la cancelación con la supresión del diálogo y la posibilidad del disenso. Se descalifica a quien discrepe, se condiciona el lenguaje y el pensamiento. Se descalifica al que piense lo contrario. Se lleva a cabo toda una labor de descrédito y de linchamiento mediático con la consiguiente supresión de la argumentación y la supresión de la libertad de expresión.

La cultura de lo provisorio, fruto del emotivismo. La persona suele quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual dentro de sus relaciones, sin llegar a establecer una comunidad interpersonal. Como por ósmosis se extiende la idea de que la realidad del amor nada tiene que ver con la verdad, difundiéndose la concepción de que el amor constituye una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad. (Doc 1, 37)

 


Pérdida de valores de fe y de sentido

Una de las causas (diría la causa primera y fundamental) del desajuste que vivimos proviene “la desvinculación causada en su raíz espiritual por la ausencia de Dios o la organización de la vida «como si Dios no existiera». La concepción de la persona (individuo autosuficiente e independiente) y de la familia (consenso universal modificable), que da pie a una multiplicidad de modelos, todos equivalentes, son un punto crítico y significativo de la desvinculación que surge al prescindir de quien es Creador y Padre.

Hay una mayor ausencia de Dios en la vida de las personas y experimentamos un debilitamiento de la fe y la práctica religiosa que deja a las familias más solas con sus dificultades (Amoris Leticia 43). Dios es un gran desconocido para muchos; lo que supone una gran pobreza y un obstáculo para reconocer la dignidad inviolable de la vida humana. Esto origina también una dificultad a la conciencia de ser hijo y, por tanto, a una inexperiencia del don, de lo gratuito, del haber recibido y a la ruptura con aquellos lazos que nos unen con la historia (Amoris Leticia 193).

Sin Dios y sin verdad, el ser humano no es nada previamente dado, sino lo que cada uno decide ser libremente. No tiene naturaleza ni esencia. Estas se van labrando al filo de sus actos libres y, por consiguiente, son posteriores al hecho de existir. Son una consecuencia. Por eso, el hombre es todo él elección radical y necesaria. Y si el hombre es libertad radical, debe entenderse como proyecto de sí mismo, en el sentido de que construye su ser siguiendo el camino libremente elegido por él. Libertad significa, por tanto, que la voluntad propia es la única norma de nuestra acción, que la voluntad puede querer todo y tiene la posibilidad de poner en práctica todo lo que quiere.

 


Distorsión de la concepción de la persona, la sexualidad, el matrimonio, la familia.

El ambiente que viven niños, adolescentes y jóvenes, con la difusión de la pornografía a través de múltiples medios causa una enorme tara en la vivencia y comprensión del valor de la persona. La persona se cosifica y se utiliza. Las propuestas educativas en esta materia inspiradas en los criterios expresados en las legislaciones citadas, y la imprescindible necesidad de recuperar el valor de la persona, la sexualidad, el matrimonio y la familia. Se hacen necesario salir de esta imposición ideológica que afecta al sistema educacional y paliar esta falta de información y formación con modelos educativos con una antropología adecuada que tenga en cuenta el desarrollo de la persona a nivel integral. La carencia que vivimos en este campo es causa importante de la desinformación y deformación que sufren muchos adolescentes y jóvenes. (Doc 1, 53)

La familia natural es así deconstruida y reconstruida artificialmente de muchas formas, siguiendo los deseos de cada individuo. La maternidad y la paternidad se multiplican: está la genética, la biológica, la social, la programada, la sentida o autodecidida. Son negados los derechos del niño a una familia compuesta por un hombre y una mujer unidos por un pacto duradero de amor recíproco lo que provoca innumerables consecuencias negativas en el plano psicológico y de la maduración personal; con nuevas formas de malestar y de inadaptación, que suponen ingentes costes económicos y sociales para la comunidad. En resumen, los ataques sufridos por la familia están dando lugar a una total transformación social en la que el papel de la familia natural transmisora de un proyecto de vida en común, de la complementariedad recíproca de hombre y mujer, del don de los hijos y de los valores de la vida se consideran trasnochados, por lo que hay que combatirla en pro de unos pretendidos derechos de colectivos minoritarios, cuya resolución incide negativamente en el conjunto de la sociedad a través de esta desfiguración de la imagen familiar. (Doc 1, 62)

Necesitamos rescatar la diferencia sexual, la dignidad del matrimonio y la familia. La persona humana existe como varón y mujer, lo que por un lado significa que fue creado para vivir en comunidad. «La masculinidad y la feminidad califican a la persona, son una cualidad de la persona humana y no solo del propio cuerpo. Es el modo de ser originario de la persona. “La sexualidad está diseñada como vínculo de atracción que brota de la grandeza de ese horizonte que se abre ante la belleza integral del otro, del universo de la otra persona. Varón y mujer tienen necesidad el uno del otro para desarrollar su propia humanidad”. (Doc 1, 15)

Nuestro mundo vive una crisis de paternidad, de maternidad, de fecundidad. También existe un amplio sector de varones que están comprometidos con una renovación profunda del modelo de masculinidad y paternidad para ser padres de corazón. Con corazón de padre (Patris corde) es precisamente el título que el papa Francisco ha dado a su carta apostólica sobre la figura de san José y en la que propone una profundización en la paternidad.

 


Individualismo y desvinculación del bien común

Se precisa volver a los principios básicos de la DSI (Doctrina Social de la Iglesia). Dignidad, Subsidiaridad, Solidaridad, bien común (Doc 1, 11). “Estamos viviendo una cultura del individualismo exasperado, caracterizado por la sobrevaloración del hedonismo y del narcisismo. Este individualismo influye fuertemente en las personas y se traduce en la creación de un sujeto que se construye según sus propios deseos (Amoris Leticia 33), que conlleva un cambio en las relaciones afectivas (Amoris Leticia 38-39), generando una afectividad narcisista, inestable y cambiante, que no ayuda a la madurez (Amoris Leticia 41), hasta tal punto que los jóvenes ven la familia como «privación de oportunidades de futuro». Esta visión acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, desvirtuando así los vínculos familiares. De hecho, quien se mueve con una mentalidad individualista lo somete todo a los deseos de su voluntad individual” (cf. Amoris Leticia 33. 38-41). (Doc 1. 33)

 


Desvinculación entre la  persona, familia, pueblo y bien común

En cuanto a la educación vemos que debe contribuir a humanizar a la sociedad, convirtiéndola en una realidad antropocéntrica, en que el producto del progreso esté al servicio de todos los seres humanos, y no en contra de estos. Específicamente, durante la Revolución Científica y Tecnológica (RCT) la educación tiene el mayor peso en materia de humanizar al ser humano, durante la época en que pululan los tecnócratas y los especialistas no integrados y cuando se corre más el riesgo de atentar contra su esencia y su contingencia.

 


Dictadura del relativismo. Desvinculación entre verdad y libertad

Estamos viviendo “una cultura en la que rige lo que Benedicto XVI llamó la «dictadura del relativismo». En el fondo se trata de un fenómeno paradójico y, en gran medida, contradictorio que tiende a presentar la verdad como la mayor enemiga de la libertad. Defiende que no es posible conocer una verdad objetiva, que no es posible conocer unos valores y que no es posible establecer unos principios éticos universales. No existe la verdad absoluta, solo existe la verdad de cada uno: subjetivismo; o bien, el escepticismo que dirá que, si existe la verdad absoluta, el hombre no puede conocerla; o bien, el convencionalismo: los valores, las normas y el ser de la sociedad no pertenecen a la naturaleza de las cosas, sino que son solo producto de un acuerdo humano, una pura convención”. (Doc 1, 34)

La verdad, como el bien, deja de tener consistencia propia para convertirse en el fruto del consenso social, de la conveniencia histórica o de la opinión subjetiva de cada individuo o grupo. Por otra parte, el relativismo mostrará un rechazo radical a todo lo revelado de modo sobrenatural, ya que ello supone una ofensa contra la racionalidad o la autonomía humanas. Es más, se reivindica la negación de Dios como algo imprescindible para que el hombre pueda realizarse y alcanzar la plenitud.

 


Perdida de humanidad, de la dimensión relacional de la vida humana.

Debemos hacer frente y vencer la proliferación de la indiferencia, la exclusión, la marginación. Otro grave mal de nuestra sociedad es la exclusión y la soledad. “El fenómeno de la soledad, los datos nos muestran la relevante dimensión del vacío de amor que se ha instalado en la vida social. Graves problemas de la humanidad están relacionados con la desvinculación y falta de amor (pobreza afectiva) que es caldo de cultivo para muchos de los problemas sociales que hoy nos afectan. (soledad, pérdida de sentido, enfermedad mental)

“El problema no está solo en las formas que tenemos de vincularnos familiarmente, se trata de algo mucho más profundo, que es de naturaleza espiritual. La pandemia y sus males han puesto al descubierto una enfermedad del alma padecida por un amplio sector de la sociedad, procedente de las entrañas de nuestra cultura: muchos conciudadanos no pueden afirmar positivamente que su vida tenga sentido ni pueden reconocer una razón para vivir”. (Doc 1, 22)

“La encíclica Fratelli tutti del papa Francisco señala a la amistad social, la fraternidad universal y, en definitiva, el amor, como centro generador de una nueva civilización universal, desde un presupuesto patente: si se deteriora el corazón de la sociedad, todo se desmorona. En este sentido, las familias son escuelas del corazón. Promoverlas y cuidarlas es un gran desafío para la reconstrucción de nuestra maltrecha civilización”. (Doc 1, 22)

 


CONVICIONES O CERTEZAS (Doc 1, 5; 11)

No podemos poner otro fundamento que el ya puesto, la consistencia de todo lo creado, salido de las manos de Dios y llamado a su plenitud. Hemos de sabernos criaturas en manos de Dios. Es el Señor de la historia presente en nuestra historia y nuestro mundo. «Todo fue creado por él y para él […] y todo se mantiene en él» (Col 1, 16-17).

La llamada a reconocer el valor y sentido de la vida humana como don gratuito de Dios. Se precisa defender la dignidad de la persona humana. “La afirmación de la persona en su identidad y diferencia sexual. La radical dignidad de cada persona y la reciprocidad que surge de la diferencia expresan la conjunción inseparable de diferencia sexual, don de uno mismo y fecundidad” (Doc 1 11).

La llamada a reconocer su imagen y sus huellas. Somos creados a imagen de un Dios que es comunión y familia. Venimos de un misterio de comunión, somos creados para la comunión. Dios ha diseñado su proyecto en la naturaleza misma de la persona. “El plan de Dios ha quedado grabado en la creación del varón y de la mujer. Dios escribió su lenguaje en el cuerpo humano. Es decir, la persona humana está hecha de tal modo que el matrimonio y la familia son uno de los lugares fundamentales en los cuales se revela y se realiza este plan de Dios” (Doc 1, 15)

La llamada a sembrar esperanza, compartir el consuelo que nosotros recibimos de Dios en las incertidumbres. «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, hablad al corazón de Jerusalén» (Is 40, 1-2).

La llamada a entretejer los vínculos, las relaciones, puentes de diálogo y entendimiento mutuo.

La llamada a promover el bien común. “Estamos ante el reto de la transformación del estado del bienestar, tanto por razones externas, globalización y movimientos migratorios, como internas, envejecimiento y modificación de los sistemas de empleo con las sucesivas reformas laborales” (Doc 1, 11)

La llamada a cuidar de la casa común. Experimentamos una sed profunda de humanidad de familia.” Esta propuesta ha sido formulada de nuevo por el papa Francisco en sus últimos textos de Doctrina Social de la Iglesia: Laudato si’ y Fratelli tutti. Laudato si’ con su ecología integral —clamor de la tierra y clamor de los pobres— en su dimensión ecológica y social, pero también resaltando su dimensión antropológica y teologal. Hace una propuesta teologal relacionando entre sí todas las dimensiones: ecología humana integral (Laudato si) y fraternidad universal y amistad social (Fratelli tutti). Laudato si’ y Fratelli tutti nos presentan también a Dios creador y Padre como fundamento de la ecología humana integral y de la fraternidad universal”. (Doc 1, 11)

 


Las dimensiones de este nuevo humanismo

Podríamos destacar seis dimensiones: holística, epistemológica, cultural, humana, laboral y académica.

Dimensión holística: Todas las disciplinas, sin distinción, pueden conducir a la humanización del ser humano, más en conjunto que particularmente cada una de ellas, en momentos en que la ciencia y la técnica (tecnología) priman y que por tanto el destino de la humanidad depende de que se las encuadre debidamente.

Dimensión epistemológica: se concibe la relación que existe entre la intradisciplina entendida como la "interdisciplinar" de la disciplina y que la especialización requiere ser compatibilizada con la visión de conjunto que es preciso tener "dentro" de la propia especialidad. Es preciso que tal disciplina se considere integrada a otras disciplinas y al conjunto del saber. Dimensión cultural: que plantea que la cultura humana es una sola, es propia de la especie humana y macroestructuralmente tiene unidad en la diversidad; por lo que el neohumanismo debe propender a integrar las culturas aisladas y particulares de ciertos especialistas y aunarlas en una sola síntesis.

Dimensión humana: ser humanista significa propiciar una cultura que privilegia la fraternidad humana, que rinde pleitesía a la otredad, que hace de la solidaridad la tarea cotidiana, que respeta y valora al otro, a la otra, como a sí misma y a sí mismo.

Dimensión cultural: se percibe desde que la dimensión humana del trabajo no la da tanto el tipo de tarea que se desempeña (porque todo trabajo tiene conexiones prácticas, técnicas e intelectuales) como la actitud con que se enfrenta, la solidaridad, el espíritu de grupo, la capacidad de emulación, de integración en el conjunto de la labor.

Dimensión académica: el humanismo universitario debe ser cultor y practicante del tríptico de las tres funciones de la universidad (Docencia, investigación y acción social). La adopción de esta propuesta conlleva a que el objetivo básico de la universidad sea propiciar de manera integrada estas seis dimensiones del neohumanismo contemporáneo.

 


II DIAGNOSIS DE LA SITUACION

La crisis que vivimos se va agudizando hasta adquirir dimensiones inéditas. La situación que estamos viviendo de confusión, desconcierto. Indignación, resentimiento, crispación tiene unas causas que es preciso analizarlas.

“La COVID-19 y la guerra han puesto al descubierto cuestiones que permanecían ocultadas por el deslumbramiento de la ciencia, la tecnología y el progreso: cuestiones como la fragilidad, la muerte, la soledad, la brutalidad del poder, el enfrentamiento sin diálogo, las desigualdades, la precariedad de los ancianos…, y ha supuesto también una aceleración de los procesos transformadores en marcha, con una renovada confianza en la tecnología y una emergente propuesta poshumanista o transhumanista. Cuando esta tendencia llega a ser excluyente, el ser humano, si quiere ocupar el lugar de Dios, se ve amenazado por la reducción a una especie animal más y víctima de las nuevas máquinas. Su afán de poder en las relaciones humanas y el dominio de la naturaleza, que pretende ser absoluto, causan muchos de los males que nos afligen”. (Doc 1, 3)

“La invasión de Ucrania, las terribles destrucciones que comporta y la respuesta con presiones y sanciones económicas han puesto en cuestión la globalización económica y han provocado una crisis económica cuyas consecuencias aún no conocemos del todo. Para hacer frente a esta situación se hace cada vez más urgente y necesaria la ayuda de todos, la necesaria coordinación de las diversas iniciativas entre sí y con las Administraciones públicas, la apuesta por formas de acogida y solidaridad a largo plazo, la realidad de otros refugiados de otras guerras y de inmigrantes por crisis económicas ante los cuales, a veces, hay rechazo. Seguramente, se van a producir movimientos simultáneos y contradictorios: solidaridad en lo inmediato, pero también movimientos de autoprotección insolidaria en lo referente a las causas que obligan a cuestionar el sistema económico global. La crisis se extiende a nivel global, crisis económica, energética, climática con el deterioro del planeta hasta límites insospechados.” (Doc 1, 11)

 


Cambio de paradigma: modelo antropológico

Sentimos la necesidad de una antropología coherente con nuestra fe que nos ayude a interpretar todo lo humano. La cultura dominante que vivimos del materialismo, individualismo, hedonismo  tiene de base una propuesta antropológica —materialista e idealista, individualista y estéril—, que hace juego con las claves de fondo del sistema económico. Hemos de salir del individualismo y narcisismo reinante para recuperar el valor de la persona y su dimensión comunitaria. La conciencia de lo que somos y de nuestras relaciones nos permite reconocer nuestro yo personal, familiar y social. Se ha de rescatar la comprensión de la familia, el matrimonio, la sexualidad. Somos “espíritu encarnado”. Salir de la dualidad y el antagonismo entre cuerpo y espíritu.

“Esta antropología religadora de todo lo humano, personal, ambiental e institucional, solo se sostiene si hay una religación fundante, un Padre que abraza y reúne a la familia en el hogar común. Una antropología adecuada a la experiencia humana es aquella que acoge y aúna la dimensión personal (corporal-espiritual), la dimensión relacional afectiva (deseo-amor) y la dimensión público-institucional (fecundidad-solidaridad). Además, da respuesta a los latidos profundos del corazón humano —libertad, amor, alegría— sin contraponerlos y sin pensar que cada uno de ellos va por su cuenta. Una libertad situada entre la verdad y el bien; pero, por otra parte, una libertad herida, a la que la fe ofrece redención para que pueda amar sin reservas y encuentre la alegría. No cabe una división entre problemas propios de la moral social y problemas de la moral personal. Esta propuesta denuncia la falsedad de la división entre asuntos privados y públicos, que además deja en tierra de nadie el ámbito familiar”. (Doc 1, 10)

“La persona pensada adecuadamente como sujeto se desvela como constituida originariamente por y para la comunión de personas. Desde este sentido, la alianza de los esposos engendra una morada en cada familia que se abre y relaciona en familia de familias, constituyendo así un pueblo… La familia, abierta a la vida, sujeto central del nuevo sistema del bienestar en el que «los cuidados» adquieren una extraordinaria importancia”. (Doc 1, 11)

Necesitamos recuperar el valor y la dignidad del trabajo. “La concepción del trabajo y del sujeto del trabajo —para y con los demás— desde la prioridad del trabajo sobre el capital, proclamada por Juan Pablo II en Laborem exercens”. (Doc 1, 11)

Necesitamos ahondar en nuestra dimensión social y comunitaria. Necesitamos de “un sujeto relacional que no se cierre a los propios intereses y una antropología adecuada que ayude a reflexionar de nuevo e influya sobre la democracia y el papel del Estado”. (Doc 1, 11) Necesitamos “incorporar a los dos grandes protagonistas de la vida social: el Estado, que nos quiere votantes, y el mercado, que nos quiere consumidores, un tercero: una sociedad que viva la amistad social. El orden justo puede apoyarse también en las tradiciones religiosas para proponer un proyecto de vida buena. Si no se respeta la justicia, ¿qué son los Estados sino grandes bandas de ladrones?” (Doc 1, 11)

 


CAUSAS QUE DESCONSTRUYEN LA SOCIEDAD

Podemos preguntarnos ¿cómo hemos llegado a todo esto? La formación y la educación solida es en efecto un punto clave para defenderse de falacias y falsas ideologías. Por desgracia los gobiernos muchas veces han tratado de imponer una ideología, una forma de orientación "desde arriba", y este cambio de sentido ha afectado a los modelos culturales y sociales que vivimos. Se han olvidado que educar es esencial como primer paso para escuchar. No se escuchaba a la gente. Es necesario una formación y educación solida que desenmascare las verdades a medias y las falsas verdades. El laicismo ha arraigado mucho y de algún modo ha creado su propia cultura. ¿Nos debemos preguntar que es lo que ha hecho que este globalismo secularista florezca? Podíamos señalar distintas causas:

 

 


Ruptura con la raíces

Desarraigue de lo que es propio como son las raíces. Visión suspicaz de todo sentimiento nacional o patriótico. Romper con las instituciones tradicionales como son la familia, la nación, la religión, la Iglesia. Negación de lo propio para exaltar niveles y estratos superiores mancocomunales y globales. Se propone una religión universal, un orden común, y se llama al denominador común del buenismo, siendo tolerantes con todo, relativismo vale todo.

Violando el principio de subsidiariedad se busca la erosión de las instituciones intermedias entre el individuo y el Estado. Elogio de una libertad individual y subjetiva desvinculada con la verdad y el bien. Tu defines tu ser como tu quieres con autonomía absoluta.




Ruptura en los vínculos y las relaciones (vínculos familiares)

La Iglesia no siempre ha logrado estar a la altura de las circunstancias en su respuesta pastoral. Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que, a veces, nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo que necesitamos una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo y el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua han quedado en la sombra, debido a un acento casi exclusivo en el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario. (Doc 1, 54)

 

                     


Ruptura en el amor y la sexualidad 

Todo este ambiente cultural y antropológico ha originado un cambio profundo en la relación inherente entre el sexo, el amor y el matrimonio. De hecho, cuando nos acercamos a los medios de comunicación social, al mundo de la publicidad o bien a todo lo que gira en torno a la problemática juvenil, descubrimos una distorsión y reducción del significado de la sexualidad humana a través de una propaganda erótica casi continua. Es difícil, en este ambiente, ver la sexualidad con unos ojos limpios. Permanentemente somos invitados al sexo por la propaganda de una industria que mueve una ingente cantidad de intereses económicos utilizando como reclamo la atracción del cuerpo humano como objeto de placer. La sociedad y los mass media ofrecen a menudo una información despersonalizada, lúdica, frecuentemente utilitarista, algunas veces pesimista respecto a la posibilidad del amor. Lo hace siempre desde el deseo y el placer e integrada en lo que podemos llamar la civilización técnico-hedonista, en la que observamos tres rupturas: la ruptura amor-sexo-matrimonio, fruto de la negación de toda trascendencia; la ruptura con la verdad de la corporalidad mediante la imposición de la ideología de género, fruto del relativismo; y la ruptura de la procreación con el sexo y la familia, como consecuencia de una actitud que no valora la vida humana en toda su dignidad. (Doc 1, 58)

 



 Ruptura con la verdad

El hundimiento del logos conlleva el hundimiento de la razón y el hundimiento de la fe. La fe no se contrapone con la razón. Hemos de caminar hacia un pacto educativo global que parta de los valores fundamentales. Hemos de dialogar sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos, porque cada cambio requiere un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Hoy más que nunca, es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna.

 


Ruptura del vínculo primordial

En la raíz de toda desvinculación entre nosotros está el desvincularnos con Dios. El hombre creado por Dios es un ser relacional que busca a Dios (Karl Rahner; capax Dei). El hombre fue creado para conocer, amar y servir a Dios su Creador (San Ignacio: principio y fundamento). Dios creó al hombre con esta capacidad de trascenderse, capaz de relacionarse con él, de entrar en comunión con él (imago Dei). Dios creó al hombre para vivir en esta comunión con él y con los hermanos. Dios creó al hombre y la mujer y lo puso como centro y culminación de todo lo creado. Todo cuanto existe en la tierra lo puso Dios a disposición del hombre. El Dios de la vida creó al hombre como ser viviente para tener una vida plena y feliz. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. Desde su nacimiento el hombre es invitado al diálogo con Dios y solo puede decirse que vive plenamente según la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se entrega por entero a su Creador (Gadium et Spes 19).

La razón no llega a esclarecer el misterio del hombre. En verdad el misterio del hombre solo se esclarece a la luz del misterio encarnado. Cristo. el nuevo hombre, es el que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es la divina (Gadium et Spes 22).

La fe no se opone a la razón, sino que ilumina la razón para poder conocer a Dios. La fe ilumina todo con una nueva luz y manifiesta el plan divino y da respuesta a los interrogantes más profundos que tiene el hombre. La crisis de humanidad que vivimos tiene como raíz una crisis de fe. El eclipse de Dios lleva consigo el eclipse del hombre. Al desvincularnos del misterio de Dios se pierde el misterio de lo humano.

 


Gran crisis de humanidad

El tiempo que vivimos es un momento crucial de crisis humanitaria. Apenas vamos saliendo de esta desoladora pandemia del Coronavirus entramos con la guerra de Ucrania en un momento crucial para nuestra historia donde cambiara todo el orden mundial. No es un tiempo favorable pero estamos llamados a convertirlo en un tiempo favorable, un momento crucial para optar por la unidad y la paz que nos salve de la tragedia que vivimos. Estamos ante una amenaza frente a la libertad, la democracia, el estado de derecho, Europa, frente al mundo, frente al orden mundial, frente a lo que somos, frente a nuestra identidad, llamados a ser y vivir una fraternidad universal. No existe la paz si no está fundamentada en la verdad, la justicia, la solidaridad y el amor. Se está falseando la verdad, se está violentando la libertad. La verdad fundamental es que somos hermanos y que el amor y el bien prevalecerá sobre el odio y el mal.

 


Olvido del bien común y la casa común

No podemos olvidar el del destino universal de los bienes, que también se refiere a los del conocimiento y la tecnología. El progreso científico y tecnológico sirve al bien de toda la humanidad y sus beneficios no pueden beneficiar sólo a unos pocos. De esta manera, el futuro evitará que el futuro agregue nuevas desigualdades basadas en el conocimiento y aumente la brecha entre ricos y pobres. Las decisiones importantes sobre la orientación de la investigación científica y las inversiones en ella deben ser tomadas por la sociedad en su conjunto y no dictadas solo por las reglas del mercado o por el interés de unos pocos.

 


CARENCIAS ECLESIALES

La Iglesia Católica, es decir, el pueblo cristiano, puede desempeñar un papel decisivo en la situación de crisis que vivimos. Puede hacerlo si, en primer lugar, tiene el valor de hacer una profunda autocrítica, en particular por la falta de escucha ya mencionada y que es parte esencial de la dimensión sinodal que el Papa Francisco insiste en proponer desde el inicio de su pontificado.

Nos deberíamos preguntar ¿Por qué el surgir del fundamentalismo y de los movimientos fanáticos? ¿Porqué la pérdida de credibilidad en instituciones permanentes como ha sido la Iglesia? ¿Porqué la pérdida de confianza en las religiones cuando éstas parecen ser una fuente de confrontación en lugar de comunión entre nosotros? Al final, las Doctrinas y prácticas religiosas tradicionales que en el pasado parecen fuertes parecen ser débiles e incluso irrelevantes.  De ahí que deberíamos empezar por una sana autocrítica

A lo largo del tiempo por desgracia, las religiones se han convertido más en una fuente de división que de comunión. La religión fundamentalista ha absorbido la violencia de nuestro tiempo y ha desarrollado una visión polarizada que divide a la humanidad en una lucha hostil. Personas de todo el mundo están recurriendo al terrorismo de inspiración religiosa. Como resultado, la religión ha estado implicada en algunos de los episodios más oscuros de la historia reciente. 

Los factores que han provocado este estado de cosas son múltiples, la progresiva marginación de los "religiosos" de la escena pública a través del complejo fenómeno que pasa bajo el nombre de secularización también ha jugado un papel importante. Se ha establecido una estructura social que se ha hecho superflua y superado cualquier referencia a la dimensión religiosa, por lo que el dominus es hoy en día el principio económico y tecnológico que inevitablemente empuja hacia un individualismo despótico, despojando de todo sentido de pertenencia, sobre todo si está ligado a la esfera religiosa.

 

El descrédito que se ha vertido sobre la religión a un nivel "elevado", sobre la política y sobre el mundo cultural e intelectual, ha acabado provocando una reacción casi instintiva en la que esos símbolos religiosos han traicionado su propia naturaleza: si bien "sim-bol" significa lo que une, hoy asistimos a una ruptura entre quienes los ven con incomodidad y aversión e intentan expulsarlos de la vida social y quienes se aferran a esos símbolos como un fetiche con un fuerte valor identitario que, sin embargo, corre el riesgo de traicionar el sentido que ellos representan.

 

El cristianismo en particular es la religión basada en el dogma de la Encarnación, es decir, de un Dios que se hace hombre renunciando a su poder y que ya no pide la sangre de los hombres como en los tiempos antiguos, sino que él mismo se hace carne y sangre, pan de cada día, alimento para la vida cotidiana de todo ser humano. La omnipotencia divina, tal como se pretendía antes de que el cristianismo fuera abandonado en favor de la libertad y la dignidad humana.





 

Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios

 

El poder está desacralizado y Dios deja espacio para el César sin confundirse con él. El Evangelio dio origen a esa fuerza que llevó a la afirmación del secularismo, que no puede, sin embargo, reducirse al secularismo, es decir, a liquidar esnobísticamente en nombre de un racionalismo incomprendido todo lo que concierne a la esfera religiosa, también porque esa eliminación empobrece la experiencia humana y se equivoca con su riqueza y complejidad, creando reacciones inevitables que a menudo conducen a los excesos opuestos del fanatismo irracional y al fin del fundamentalismo.

 

La Iglesia Católica siempre ha recorrido este sutil y delicado camino entre los dos riesgos opuestos y debe seguir haciéndolo con valentía, por lo que incluso esta enredada crisis política  puede y debe ser una oportunidad para una severa reflexión sobre el pasado con vistas a un urgente reinicio desde lo básico, es decir, desde la escucha de la gente y sus necesidades y, por lo tanto, desde la educación.

 


La secularización interna

La secularización no afecta a la sociedad, afecta al interno de la propia iglesia. Caemos en la mundanidad, cuando ponemos más la confianza en los medios humanos que en la gracia y reducimos el mensaje a una propuesta moral fácilmente asimilable por la cultura dominante; algunas expresiones de falta de comunión en la manera de vivir la unidad de la fe de la Iglesia en su catolicidad y la debilidad del testimonio misionero en la plaza pública, en los ambientes e instituciones de los que los católicos formamos parte. (Doc 1, 51)

Las grandes tradiciones religiosas del mundo ya no aparecen solo como el residuo de épocas antiguas y de culturas premodernas superadas por la historia. Las distintas formas de pertenencia religiosa inciden de un modo nuevo en la constitución de la identidad personal, en la interpretación de los vínculos sociales y en la búsqueda del bien común. En muchas sociedades secularizadas las distintas formas que adquieren las comunidades religiosas son aún percibidas como factores relevantes de intermediación entre los individuos y el Estado. El elemento relativamente nuevo, en la configuración actual de estos modelos, reside en el hecho de que la relevancia de las comunidades religiosas está comprometida hoy en el afrontar, directa o indirectamente, el modelo democrático-liberal del Estado de derecho y de la organización tecno-económica de la sociedad civil. (Doc 2, 2)

La actual radicalización religiosa calificada de «fundamentalismo» en el ámbito de las diferentes culturas políticas no parece un simple retorno más «observante» a la religiosidad tradicional. A menudo, esta radicalización tiene la connotación de una reacción específica frente a la concepción liberal del Estado moderno, debido a su relativismo ético y a su indiferencia ante la religión. Por otro lado, muchos critican al Estado liberal a causa del motivo contrario, es decir, por el hecho de que su proclamada neutralidad no parece capaz de evitar la tendencia a considerar la profesión de la fe y la pertenencia religiosa como un obstáculo para la admisión a la plena ciudadanía cultural y política de los individuos. Podría decirse que estamos ante una forma de «totalitarismo mórbido» que nos hace especialmente vulnerables a la difusión del nihilismo ético en la esfera pública. (Doc 2, 4) 

La pretendida neutralidad ideológica de una cultura política que se quiere construir a partir de la elaboración de reglas de justicia meramente procedimentales, que prescindan de toda justificación ética y toda aspiración religiosa, muestra la tendencia a elaborar una ideología de la neutralidad que, de hecho, impone la marginación, cuando no la exclusión, de las expresiones religiosas de la esfera pública y, por lo tanto, de la plena libertad de participación en la formación de la ciudadanía democrática. Aquí queda al descubierto la ambivalencia de una neutralidad de la esfera pública que lo es solo en apariencia y de una libertad civil que es objetivamente discriminadora. Una cultura civil que define su humanismo a través de la supresión del componente religioso del ser humano se ve forzada a eliminar también partes decisivas de la propia historia, del propio saber, de la propia tradición y de la propia cohesión social. El resultado es la supresión de partes cada vez más importantes de la humanidad y de la ciudadanía que conforman esa sociedad. La reacción ante esta debilidad humanista del sistema llega incluso a hacer que a ojos de muchos (sobre todo jóvenes) parezca justificado el desembocar en un fanatismo desesperado que puede ser tanto ateo como teocrático. La incomprensible atracción que ejercen algunas formas violentas y totalitarias de ideología política o de militancia religiosa, que parecían relegadas al juicio de la razón y de la historia, debe cuestionarnos de una manera nueva y hacernos profundizar aún más en nuestro análisis. (Doc 2, 5) 

El cristianismo ha concebido una línea de desarrollo de su calidad religiosa que pasa a través del rechazo de todo intento de instrumentalizar el poder político, aunque se practique en vista del proselitismo de la fe. La evangelización tiende hoy a valorar positivamente un contexto de libertad religiosa y civil de la conciencia, que el cristianismo interpreta como espacio histórico, social y cultural favorable a una llamada de la fe que no quiere ser confundida con la imposición, ni aprovecharse de un estado de sometimiento del hombre. La proclamación de la libertad religiosa, que debe valer para todos, y el testimonio de una verdad trascendente, que no se impone por la fuerza, parecen profundamente pertinentes a la inspiración de la fe. La fe cristiana, por su misma naturaleza, está abierta a la confrontación positiva con las razones humanas de la verdad y del bien que la historia de la cultura saca a la luz en la vida y en el pensamiento de los pueblos. La libertad en la búsqueda de las palabras y de los signos de la verdad de Dios y la pasión por la hermandad de los hombres van siempre juntas. (Doc, 2 8) 

La absoluta indiferencia ético-religiosa del Estado debilita a la sociedad civil para discernir de modo adecuado la aplicación de un derecho verdaderamente liberal y democrático que sea capaz de dar cuenta efectivamente de las formas comunitarias que interpretan los vínculos sociales en vistas al bien común. Al mismo tiempo, la correcta elaboración del pensamiento sobre la libertad religiosa en la esfera pública pide a la teología cristiana una profundización, consciente de la complejidad cultural de la actual forma civil, que pueda cerrar el camino desde el punto de vista teórico a una regresión en clave teocrática del derecho común. 

Hemos de mejorar el nivel de comprensión y de comunicación del testimonio cristiano ya sea en el ámbito de la conciencia eclesial en referencia al justo respeto de los valores humanistas de la fe, ya sea dentro del actual conflicto de interpretaciones sobre la Doctrina del Estado, que pide elaborar mejor la nueva relación entre comunidad civil y pertenencia religiosa, no solo en el orden teológico, sino también antropológico y político. (Doc 2, 13) 

El papa Francisco subraya que la libertad religiosa no pretende preservar una «subcultura», como desearía un cierto laicismo, sino que constituye un precioso don de Dios para todos, una garantía básica de cualquier otra expresión de libertad, un baluarte contra el totalitarismo y una contribución decisiva a la fraternidad humana. Algunos textos clásicos de las religiones tienen una fuerza de motivación que abre siempre nuevos horizontes, estimula el pensamiento y hace crecer la inteligencia y la sensibilidad. Así es como pueden ofrecer un significado para todas las épocas. Los gobiernos deben —entre todas sus tareas— tutelar, proteger y defender tanto los derechos humanos como la libertad de conciencia y la religiosa. De hecho, respetar el derecho a la libertad religiosa hace que una nación sea más fuerte, renovándola. Por este motivo, Francisco concede gran importancia a los muchos mártires de nuestro tiempo, víctimas de la persecución y de la violencia por motivos religiosos, así como también víctimas de las ideologías que excluyen a Dios de la vida de los individuos y de las comunidades. Para el Pontífice, la religión auténtica, desde dentro, debe poder dar cuenta de la existencia del otro para favorecer un espacio común y un entorno de colaboración con todos, en la determinación de caminar juntos, orar juntos y trabajar juntos, para ayudarnos juntos a establecer la paz. (Doc 2, 26)

 


 Falta de testimonio personal y comunitario

Se hace necesaria una reflexión sobre el papel de la Iglesia: no relegar su misión a la esfera privada, no está al margen de la sociedad y, aunque no hace política, sin embargo, no renuncia a la dimensión política de la existencia. La atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral, de hecho, conciernen a la humanidad y todo lo que es humano concierne a la Iglesia, según los principios del Evangelio (Fratelli tutti 276-278).

La Iglesia debe mantenerse fuera de la búsqueda de poder. A nosotros, como Iglesia, no se nos pide el espíritu de la conquista y de la victoria, la magnificencia de los grandes números, el esplendor mundano. Todo eso es peligroso, es la tentación del triunfalismo.

 


Una fe muy individualista con falta de compromiso público

Hoy en día, hay un deterioro de la ética (Fratelli tutti 29) a la que contribuyen, en cierto modo, los medios de comunicación de masas que hacen pedazos el respeto por el otro y eliminan todo pudor, creando círculos virtuales aislados y autorreferenciales, en los que la libertad es una ilusión y el diálogo no es constructivo (Fratelli tutti 42-50).

Se observa que, cuando un estado tan "moralmente neutral" comienza a "controlar el campo de todos los juicios humanos", comienza a tomar los rasgos de un estado "éticamente autoritario" que toma la forma de "una imitación secularista" de la concepción teocrática de la religión, que decide la ortodoxia y la herejía de la libertad en nombre de una visión político-salvífica de la sociedad ideal: decidiendo a priori su identidad perfectamente racional, perfectamente civilizada, perfectamente humana. El absolutismo y el relativismo de esta moral liberal se contraponen aquí, con efectos de exclusión antiliberal en la esfera pública, dentro de la pretendida neutralidad liberal del Estado".

 


Se precisa el regreso de la religión a la esfera pública 

La negación de la "tesis clásica, que preveía la reducción de la religión como efecto inevitable de la modernización técnica y económica": en cambio, hoy se habla del "regreso de la religión a la escena pública". La correlación automática entre el progreso civil y la extinción de la religión, en realidad, se ha formulado sobre la base de un prejuicio ideológico, que considera la religión como la construcción mítica de una sociedad humana que aún no domina los instrumentos racionales capaces de producir la emancipación y el bienestar de la sociedad. Este sistema ha demostrado ser inadecuado".  Al mismo tiempo – señala el texto – el llamado "retorno de la religión" también presenta aspectos de "regresión" cultivados "a raíz de la contaminación arbitraria entre la búsqueda del bienestar psicofísico y las construcciones pseudocientíficas de la cosmovisión", por no hablar de la "áspera motivación religiosa de ciertas formas de fanatismo totalitario, que pretenden imponer, incluso dentro de las grandes tradiciones religiosas, la violencia terrorista".

 


Luchar contra  el totalitarismo el fundamentalismo y relativismo 

Existe la tendencia a considerar la fe profesada y la pertenencia religiosa como un obstáculo para la admisión de los individuos a la plena ciudadanía cultural y política. Una forma de 'totalitarismo blando', podría decirse, que nos hace particularmente vulnerables a la propagación del nihilismo ético en la esfera pública". En las sociedades secularizadas de hoy "las diferentes formas de comunidad religiosa siguen siendo percibidas socialmente como factores relevantes de intermediación entre los individuos y el Estado". Frente a ello, "la radicalización religiosa actual, denominada 'fundamentalismo” (...) no parece ser un mero regreso más 'observador' a la religiosidad tradicional", sino que "se caracteriza a menudo por una reacción específica a la concepción liberal del Estado moderno, debido a su relativismo ético y a su indiferencia hacia la religión".(VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


Ideología de neutralidad que margina la fe 

"La pretendida neutralidad ideológica de una cultura política que pretende querer construir sobre la formación de reglas de justicia meramente procesales, eliminando toda justificación ética y toda inspiración religiosa, muestra la tendencia a elaborar una ideología de neutralidad que, de hecho, impone la marginación, si no la exclusión, de la expresión religiosa de la esfera pública. Y por lo tanto, desde la plena libertad de participación hasta la formación de una ciudadanía democrática. De ahí la ambivalencia de una neutralidad de la esfera pública que sólo es aparente y de una libertad civil objetivamente discriminatoria. 

Una cultura civil que define su humanismo a través de la eliminación del componente religioso de lo humano, se ve obligada a eliminar incluso partes decisivas de su historia: su conocimiento, su tradición, su cohesión social. El resultado es la eliminación de partes cada vez más sustanciales de la humanidad y de la ciudadanía de la que se forma la propia sociedad. La reacción a la debilidad humanista del sistema incluso hace que parezca justificado que muchos (especialmente los jóvenes) lleguen a un fanatismo desesperado: ateo o incluso teocrático. La incomprensible atracción que ejercen las formas violentas y totalitarias de la ideología política, o de la militancia religiosa, que parecían ya relegadas al juicio de la razón y de la historia, debe cuestionarnos de una manera nueva y con mayor profundidad de análisis". 

 


Derecho a la objeción de conciencia 

La Iglesia proclama la libertad religiosa para todos y espera también "que sus miembros vivan libremente su fe y que los derechos de su conciencia sean protegidos allí donde respeten los derechos de los demás". Vivir la fe puede requerir a veces la objeción de conciencia. De hecho, las leyes civiles no obligan en conciencia cuando contradicen la ética natural y, por lo tanto, el Estado debe reconocer el derecho de las personas a la objeción de conciencia.

 


Defensa de la libertad religiosa 

"De hecho en algunos países no hay libertad religiosa legal, mientras que en otros la libertad legal se limita drásticamente al ejercicio del culto comunitario o a prácticas estrictamente privadas. En estos países no se permite la expresión pública de una creencia religiosa, todas las formas de comunicación religiosa están generalmente prohibidas, y se reservan penas severas, incluida la pena de muerte, para quienes deseen convertirse o intenten convertir a otros. En los países dictatoriales donde prevalece el pensamiento ateo los miembros de las comunidades religiosas son a menudo perseguidos o sometidos a un trato desfavorable en el lugar de trabajo, son excluidos de los cargos públicos y se les niega el acceso a determinados niveles de asistencia social. Asimismo, las obras sociales nacidas de los cristianos (en los campos de la salud, la educación, etc.) están sujetas a limitaciones a nivel legislativo, financiero o comunicativo, lo que dificulta, si no imposibilita, su realización. En todas estas circunstancias no hay verdadera libertad de religión. Una verdadera libertad de religión sólo es posible si puede expresarse con diligencia". (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

Dignitatis humanae devuelve "a su evidencia fundamental la enseñanza del cristianismo, según la cual no se debe forzar la religión, porque esta fuerza no es digna de la naturaleza humana creada por Dios y no corresponde a la Doctrina de la fe profesada por el cristianismo. Dios llama a cada hombre a sí mismo, pero no obliga a nadie a hacerlo. Por lo tanto, esta libertad se convierte en un derecho fundamental que el hombre puede reclamar en conciencia y responsabilidad ante el Estado".

 


La libertad religiosa, un derecho no sólo de los creyentes 

El derecho a la libertad religiosa tiene sus raíces en la dignidad de la persona humana como ser espiritual, relacional y abierto a lo trascendente. Por lo tanto, no es un derecho reservado sólo a los creyentes, sino a todos, porque es la síntesis y la cumbre de los demás derechos fundamentales". En referencia a las relaciones con el Estado, el Papa Ratzinger habla de "laicismo positivo", que es el principio que promueve la cooperación entre las esferas política y religiosa en la debida distinción de sus respectivas tareas. En este sentido, la dimensión no sólo individual sino también comunitaria de la religión favorece la construcción del bien común, más allá de cualquier tentación de hegemonía. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


La libertad religiosa, baluarte contra el totalitarismo 

El Papa Francisco subraya que la libertad religiosa no pretende preservar una "subcultura", como quisiera "un cierto secularismo, sino que es un don precioso de Dios para todos, garantía básica de cualquier otra expresión de libertad, baluarte contra el totalitarismo y contribución decisiva a la fraternidad humana". Por eso, "El papa Francisco presta gran atención a los numerosos mártires de nuestro tiempo, víctimas de persecución y violencia por motivos religiosos, así como a las ideologías que excluyen a Dios de la vida de las personas y de las comunidades. Para el Pontífice, la religión auténtica, desde dentro, debe ser capaz de dar cuenta de la existencia del otro para fomentar un espacio común, un ambiente de colaboración con todos, en la determinación de caminar juntos, de orar juntos, de trabajar juntos, de ayudarnos juntos a establecer la paz.

 


II.3 ACCION

Sería muy triste quedarnos en análisis y discernimiento de la realidad que no nos condujera a cambios de transformación de la realidad que estamos viviendo. Cuando comenzamos el estado de pandemia nos preguntábamos, ¿de esta gran crisis que vivimos como saldremos?

Una crisis podría generar solidaridad, ayuda mutua, ponerse en el lugar del otro. Pero en otras ocasiones genera una especie de «sálvese quien pueda», de disentimiento, que «a mí no me toque», una actitud social que puede ser muy peligrosa. Todo esto ha constituido el caldo de cultivo de actitudes particularistas por las que cada uno solo piensa en el bien de su territorio, de su grupo, incluso en la aparición de actitudes de rechazo, de xenofobia.

Una desconfianza que se plasma en una gran fragmentación y desvinculación: en lugar de reconocer que somos interdependientes, que nos necesitamos y que tenemos que fortalecer los vínculos entre nosotros, más bien buscamos soluciones aisladas a los problemas. (Doc 1, 49)

 


No podemos dejar de anunciar el Evangelio de la Vida

Como miembros del Pueblo de Dios, hemos de permanecer fieles al mandato del Señor, que envía a sus discípulos a todos los pueblos de la tierra a proclamar el Evangelio de la misericordia de Dios (cf. Mt 28,19-20; Mc 16,15), Padre de todos, para que abran libremente sus corazones a la fe en el Hijo de Dios, hecho hombre para nuestra salvación. La Iglesia no confunde su misión con la dominación de los pueblos del mundo o el gobierno de la ciudad terrenal. Más bien ve como una tentación maligna la pretensión de instrumentalizar recíprocamente el poder político y la misión evangélica. Jesús rechazó la ventaja aparente de este proyecto como una seducción diabólica (cf. Mt 4,8-10). Él mismo rechazó claramente el intento de transformar el conflicto con los guardianes de la ley (religiosa y política) en un conflicto destinado a reemplazar el poder de gobierno de las instituciones y de la sociedad. Jesús también advirtió claramente a sus discípulos acerca de la tentación de conformarse a los criterios y al estilo de los poderosos de la tierra en el cuidado pastoral de la comunidad cristiana (cf. Mt 20,25; Mc 10,42; Lc 22,25). El cristianismo sabe bien qué significado y qué imagen debe asumir la evangelización del mundo. 

La salida misionera de la Iglesia nos convoca a anunciar la fecundidad de los vínculos y combatir los desarraigos. El evangelio de la vida, de la familia, de la comunión. La vida como vocación, subrayando la importancia de la llamada al matrimonio y a la familia.

Dentro de nosotros hay gérmenes de vida eterna, semillas de vida divina. Y estas semillas y estos gérmenes, aun echando raíces en nuestra naturaleza humana, deben desarrollarse y extender sus raíces, sus flores y sus frutos en un terreno misterioso que no es ya de este planeta, y que el Evangelio define como «el Reino». Se nos invita acoger y reconocer las semillas del Reino, a obrar siempre en nuestra debilidad. El ser una Iglesia pequeña nos hace signo elocuente del Evangelio, del Dios anunciado por Jesús que elige a los pequeños y a los pobres, que cambia la historia con las proezas sencillas de los humildes. A nosotros se nos pide que seamos levadura que fermenta en lo escondido, paciente y silenciosamente, dentro de la masa del mundo, gracias a la obra incesante del Espíritu SantoEl secreto del Reino de Dios está contenido en las pequeñas cosas, en lo que a menudo no se ve ni hace ruido. «lo que parece debilidad en Dios es más fuerte que todo lo humano», «escogió a los que el mundo tiene por débiles, para avergonzar a los fuertes» (1 Co 1,25.27). 

 


Misión ad gentes e inter gentes, el diálogo interreligioso. 

Se precisa el diálogo interreligioso, fomentado por la libertad religiosa, camino hacia la paz "en la búsqueda del bien común junto con los representantes de otras religiones", es "una dimensión inherente a la misión de la Iglesia". Como tal, no es el fin de la evangelización, pero contribuye en gran medida a ella; por lo tanto, no debe ser entendida o puesta en práctica como una alternativa o en contradicción con la misión ad gentes". 

La Iglesia tiene un estilo de testimonio de la fe que es "absolutamente respetuoso de la libertad individual y del bien común". Este estilo, lejos de atenuar la fidelidad al acontecimiento salvífico, que es el tema del anuncio de la fe, debe hacer aún más transparente su alejamiento del espíritu de dominación, interesado en la conquista del poder por sí mismo". (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


El valor del testimonio

Hemos de recuperar la belleza de la vida cristiana. Volvamos a la fuente, a vivir con fidelidad, a la alegría de reencontrarse como pueblo de Dios en nuestras iglesias, demos espacio a la oración en las familias y acompañemos a nuestros hijos al descubrimiento de Jesús, a la belleza de ser cristianos llevando nuestra fe a todas las dimensiones de nuestra vida.

Una fe y un evangelio que toca la vida. Un Evangelio que se encarna en las mil formas de caridad, en las obras de misericordia, en la aceptación de la vida naciente, en el cuidado de la vida frágil y menguante: en el campo verdaderamente infinito de la caridad y la educación, podemos hacer un tramo de camino con muchos hermanos, que tal vez no comparten nuestra fe, sino que están abiertos al bien, se dejan tocar y herir por las necesidades de los demás, quieren construir una convivencia más humana, se preocupan por el tesoro de la creación y una nueva relación con la naturaleza, no aceptan acríticamente ciertas tesis del pensamiento dominante o la locura de inventar un lenguaje ideológico que niega la evidencia.

Ofrecer testimonios que integren el ser, el amar y el hacer en propuestas encarnadas de persona, familia y trabajo. Cada persona ha de asumir la responsabilidad de cuidar la propia familia, dedicándole tiempo y luchando por ella como expresión también de responsabilidad social. No basta solo la queja por lo que ocurre alrededor, es preciso hablar también con los hechos para transformar y mejorar lo que está a nuestro alcance, sin perder de vista el horizonte global.

Toda esta dimensión del testimonio y compromiso, en definitiva, de amor, tiene una gran repercusión social, contribuye a regenerar la sociedad y a hacer ciudadanía, por eso es una privilegiada expresión de la caridad política propia de los laicos.

 


El martirio cristiano: un amor que supera al odio. 

Mártir significa testigo. Hemos de resaltar el valor del testimonio y del "martirio" como "el supremo testimonio no violento de la propia fidelidad a la fe, objeto de odios, intimidaciones y persecuciones específicas". El martirio se convierte en "el símbolo extremo de la libertad de oponer el amor a la violencia y la paz al conflicto". En muchos casos, la determinación personal del mártir de aceptar la muerte se ha convertido en una semilla de liberación religiosa y humana para una multitud de hombres y mujeres, hasta el punto de liberarlos de la violencia y superar el odio. La historia de la evangelización cristiana lo atestigua, también a través de la iniciación de procesos y cambios sociales de importancia universal. Estos testigos de la fe son motivos justos para la admiración y el seguimiento por parte de los creyentes, pero también para el respeto por parte de todos los hombres y mujeres que se preocupan por la libertad, la dignidad y la paz entre los pueblos. Los mártires resistieron la presión de las represalias, anulando el espíritu de venganza y violencia con la fuerza del perdón, el amor y la fraternidad".

 


Martirio blanco por el hecho de no avergonzarse de su confesión de fe 

A veces, las personas no son asesinadas en nombre de su práctica religiosa y, sin embargo, deben sufrir actitudes profundamente ofensivas, que las mantienen al margen de la vida social: exclusión de los cargos públicos, prohibición indiscriminada de sus símbolos religiosos, exclusión de ciertos beneficios económicos y sociales..., en lo que se denomina "martirio blanco" como ejemplo de confesión de fe. Este testimonio sigue siendo una prueba de sí mismo en muchas partes del mundo: no debe atenuarse, como si fuera un simple efecto secundario de los conflictos por la supremacía étnica o por la conquista del poder. El esplendor de este testimonio debe ser bien entendido e interpretado. Nos instruye sobre el auténtico bien de la libertad religiosa de la manera más clara y eficaz. El martirio cristiano muestra a todos lo que sucede cuando la libertad religiosa de los inocentes es opuesta y asesinada: el martirio es el testimonio de una fe que permanece fiel a sí misma negándose a vengarse y matar hasta el último momento. En este sentido, el mártir de la fe cristiana no tiene nada que ver con el suicidio-homicidio en nombre de Dios: tal confusión es ya en sí misma una corrupción de la mente y una herida del alma".

 


Promover una cultura del diálogo y del encuentro

Promover la "cultura del encuentro", parte de la antropología recogida en la Exhortación Evangelii Gadium refuerza el papel desempeñado en la misión de la Iglesia, apuntando a la comunión -podríamos decir, promoviendo la capacidad de comunión del ser humano-, ya que "evangelizar es hacer presente al mundo el Reino de Dios" (Evangelii Gadium 176), anunciando un Evangelio de promoción humana (Evangelii Gadium 178), fraternidad y justicia (Evangelii Gadium 179). Esta comunión será también fruto de la integración serena y gozosa de la diversidad cultural ("La gracia presupone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quienes la reciben", Evangelii Gadium 115). La inculturación (que podríamos llamar "transculturación") es constitutiva de la comunión eclesial ("Si se entiende bien, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia", Evangelii Gadium 117).

La evangelización, en la perspectiva de la comunión eclesial, se integra en la historia a través del modo de la esperanza: "La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia" (Evangelii Gadium 181). El Papa Francisco invita a "despertar al mundo", no proponiendo utopías sino sabiendo crear "otros lugares" en los que se viva la lógica evangélica del don, la fraternidad, la aceptación de la diversidad y el amor mutuo. Este llamamiento es realista porque no se puede olvidar que, incluso si se considera en el horizonte de la esperanza, la historia humana se caracteriza por obstáculos a la comunión -estrechez de ideas, temores y malentendidos- que tales propuestas de utopías pueden eliminar.

 


Todos estamos en la misma barca

En “Fratelli tutti”, el papa Francisco se refiere a una fraternidad universal sin fronteras que se deriva de la común naturaleza de todos los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios. Esa fraternidad no solo une a los hombres, sino que, como dice el papa en “Laudato si”, religa a todos los seres vivos, porque han sido creados por Dios. Dicha fraternidad ha sido dañada por el pecado y sus consecuencias. Así se buscan soluciones ideológicas parciales que muestran la incapacidad de pensar un proyecto común de la humanidad, lo que se manifiesta, según la encíclica, en una globalización sin rumbo, en la falta de un concepto de dignidad humana compartido, de unos derechos asimétricamente protegidos, de unas desigualdades económicas lacerantes; existe también una comunicación superficial y un exceso de información que confunde y genera miedo y ansiedad. Frente a estas sombras de la sociedad global, el papa propone la necesidad de pensar y gestar un mundo abierto, construido sobre relaciones fundamentadas en el amor, la familia, la ciudad, la nación, la comunidad universal. El amor, que se define como el firme deseo de procurar el bien del amado, es la base del bien común.

 


Solo nos salvamos si nos unimos

La emergencia sanitaria mundial ha servido para demostrar que “nadie se salva solo” y que ha llegado el momento de que “soñemos como una única humanidad” en la que somos “todos hermanos” (Fratelli tutti 7-8). Se puede hablar con propiedad del bien común global. Pero, para que sea posible, es necesario demostrar que existe una comunidad global, cuyos miembros tienen deseos compartidos, procedimientos para alcanzarlos, y capacidad para seguirlos en una comunidad tan grande y dispersa. Sin comunidad global no puede haber bien global

Trabajar juntos codo a codo en la caridad, en la educación y en la promoción de la dignidad humana. Hermanos distintos, como los dedos de una mano, todos diversos, pero todos con la misma dignidad. Para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e integrarnos, caminar juntos, ser todos hermanos y hermanas.

 


La promoción del bien común

Frente al modelo dominante de protección de individuos, podría emerger una clave de transformación con protagonismo mayor de la familia, la sociedad, la comunidad internacional. Es importante la cuestión social. La experiencia de la Iglesia, universal y particular, y su presencia como pueblo entre los pueblos para colaborar en la articulación de la diversidad de nacionalidades en el servicio al bien común. La Iglesia está enviada a trabajar por la justicia, la fraternidad y la equidad, tal como pide el Evangelio y la iluminación moral que de este surge. Es preciso la búsqueda de un desarrollo integral de la persona y de los pueblos.

La Iglesia tanto particular y universal, está particularmente dotada para edificar una comunidad global que proponga el bien común con perspectiva global en el mundo interdependiente y globalizado en el que vivimos y ofreciendo su voz a los descartados y empobrecidos por la manera actual de gestionar la globalización.

 


Vencer el mal, el odio, la indiferencia con el bien

Por tanto si queremos revertir este tiempo de crisis en oportunidad, mientras tengamos la oportunidad no nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo.

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Revertir el mal con el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda...En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

Hemos de vencer el odio y la indiferencia. El odio es una mentalidad distorsionada que, en vez de hacer que nos reconozcamos hermanos, lleva a que nos veamos como adversarios, como rivales, o si no como objetos que se venden o se explotan. No nos deben asustar las diferencias entre nosotros, sino más bien, sí deben darnos miedo nuestras cerrazones, y nuestros prejuicios, que impiden que nos encontremos realmente y que caminemos juntos. Las cerrazones y los prejuicios vuelven a construir entre nosotros ese muro de separación que Cristo ha derribado, es decir, la enemistad (cf. Ef 2,14).

 


Vencer la desvinculación con la solidaridad

Crece el desarraigo: las nuevas condiciones del trabajo que obligan a muy diversos desplazamientos, las migraciones exteriores e interiores están provocando aglomeraciones urbanas donde es difícil el acceso a la vivienda, al mismo tiempo que en amplias zonas del país la despoblación es muy grande. La consecuencia inmediata de estos desplazamientos es que crece el desarraigo, la desvinculación.

Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos; más aún, debe tener muy en cuenta el bien común de toda la familia humana. Hemos de hacernos solidarios con toda la realidad terrena.

Necesitamos transparencia, ojos que miran con simpatía al universo entero; de la realidad física a la espiritual, de la naturaleza a la gracia; de las piedras sobre las que asienta sus pies, a los ángeles en que cree por testimonio de Cristo y que animan el mundo invisible. Hasta que el hombre no sea capaz de aceptar lo creado, no puede tener una relación de amor con Dios, que ha ideado y sostenido, y continúa ideando y sosteniendo la creación. Existe una unidad en el todo, y Dios se halla en el centro de esa unidad. Dios no nos ha condenado al trabajo, ni a la familia, ni a la vida social para destruirnos, sino para realizarnos. Dios no nos llama a relacionarnos y establecer contactos con nuestros hermanos, para eliminar nuestra relación y contacto con El.

 


PROPUESTAS DE ACCION

Propuesta de diálogo constructivo

Debemos aprender de la historia. Después de un tiempo de una gran crisis surge un período de gran transformaciónLa humanidad está en crisis está necesitada de una gran transformación. Necesitamos enfrentar nuestra realidad para descubrir nuestra verdadera identidad para ser conscientes de lo que estamos viviendo, para despertar a una conciencia global y poder sacrificarnos y morir a nuestra pretensión de búsqueda de intereses particulares.

Nuestro tiempo parece ser un tiempo de crisis y esto es cierto, pero al mismo tiempo es una oportunidad para crecer hacia una transformación más profunda. Nuestra gran crisis puede ser al mismo tiempo de buscar nuevas ideas. Si bien es cierto que este tiempo presente se caracteriza por una época de extraordinarias invenciones y avances en las ciencias al mismo tiempo notamos una crisis espiritual más profunda. Ante esta gran crisis debemos promover el diálogo, el respeto y el entendimiento mutuo, debemos buscar una y otra vez los principios comunes como fuente de comunión para promover la paz y la unidad en nuestro tiempo presente. 

 


Favorecer las relaciones promoviendo la paz y no la guerra

Un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es sólo la ausencia de guerra, sino una verdadera implicación por la paz implica a todos. Ligadas a la verdad, la paz y la reconciliación deben ser “proactivas”, apuntando a la justicia a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. De ahí deriva la condena a la guerra, “negación de todos los derechos” y que ya no es concebible, ni siquiera en una hipotética forma “justa”, porque las armas nucleares, químicas y biológicas tienen enormes repercusiones en los civiles inocentes. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)



Entretejer vínculos

Debemos de promover una cultura de la vida, de respeto a la vida, de cuidado de la vida de todos y de toda la vida, buscando la promoción de la vida de una forma integral. Hemos de rechazar la pena de muerte, definida como “inadmisible” porque “siempre será un crimen matar a un hombre”, y central es la llamada al perdón, conectada al concepto de memoria y justicia (Fratelli tutti).



Aprender a convivir, a estar juntos, vivir juntos tiene la cualidad del bien

Estar juntos, vivir juntos, es en sí mismo un bien, tanto para los individuos como para la comunidad. Este bien no se deriva de la adopción de una visión teórica particular; su justificación emerge en la evidencia misma de su acontecer. En la medida en que este hecho es reconocido, apreciado y defendido, contribuye a la paz social y al bien común. La aceptación de la convivencia humana y la búsqueda de su mejor calidad, representan la premisa fundamental de un acuerdo, de una alianza, podemos decir, que crea de por sí las condiciones de una vida que es buena para todos. En efecto, uno de los datos más sorprendentes en relación con los conflictos que ahora más nos preocupan, es el hecho de que las rupturas y los horrores que encienden los estallidos de una guerra mundial «por partes» devastan con furia repentina la cohabitación pacífica experimentada y establecida a lo largo de los años, y dejan tras de sí un reguero interminable de sufrimiento para las personas y los pueblos. En el contexto problemático de hoy, no podemos ignorar los efectos concretos que las migraciones causadas por los conflictos políticos o por las condiciones económicas precarias conllevan para el justo ejercicio de la libertad religiosa en el mundo, porque los migrantes se mueven con su religión. (Doc 2, 67)

Solo donde exista la voluntad de vivir juntos será posible construir un futuro bueno para todos: de lo contrario no habrá un futuro bueno para nadie. En la era de la globalización, la necesidad humana fundamental de seguridad y comunidad no ha cambiado: nacer en un lugar concreto implica siempre interactuar con otros, comenzando con los más cercanos, pero en realidad interactuando con el mundo entero. Este mismo hecho nos hace responsables a unos de otros, cercanos y lejanos. Hoy las responsabilidades son cada vez más interdependientes, yendo más allá de las diferencias sociales o las fronteras. Los problemas decisivos para la vida humana no pueden resolverse adecuadamente si no es en una perspectiva de interacción, tanto local como temporal.

Por esta razón, el bien práctico que supone la convivencia no es un bien estático sino en evolución constante que, para poder desarrollarse de modo adecuado, también debe garantizarse políticamente. Las comunidades religiosas, capaces de promover las razones trascendentes y los valores humanistas de la convivencia, son un principio de vitalidad del amor mutuo para unir a la familia humana. El bien de vivir juntos se convierte en un tesoro para todos, cuando todos se preocupan por vivir bien juntos. ( Doc 2, 68).

Especialmente importante para armonizar las dimensiones constitutivas de la vida común es la esfera de las creencias religiosas y de las convicciones éticas más íntimas de los hombres: es decir, aquellas de las que los hombres revisten su identidad profunda y que orientan sus actitudes hacia la conciencia y la conducta de los demás. No vemos por qué debería ser imposible, contando con el respeto mutuo, compartir la relación personal y comunitaria que las comunidades religiosas cultivan con Dios como un bien disponible para todos.

En cualquier caso, no es bueno que esta experiencia se cultive de manera clandestina, sin la posibilidad de un libre reconocimiento y acceso por parte de todos los miembros de la sociedad. El espíritu religioso cultiva la relación con Dios como un bien que concierne al ser humano: la sinceridad y la bendición de esta convicción deben poder ser verificadas y apreciadas por todos. De aquí surge el compromiso de los creyentes para mejorar la calidad del diálogo entre la experiencia religiosa y la vida social, en función del interés común de superar una posible deriva del conocimiento social de los significados hacia un indiferentismo y relativismo radical. (Doc 2, 69).

 


Implicación de los cristianos en el ámbito social y político

Existe una aspiración mundial a la fraternidad y la amistad social. Hemos de partir de una pertenencia común a la familia humana, del hecho de reconocernos como hermanos porque somos hijos de un solo Creador, todos en la misma barca y por tanto necesitados de tomar conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado sólo podemos salvarnos juntosLa fraternidad debe promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la “mejor política”, aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común, capaz de poner en el centro la dignidad de cada ser humano y asegurar el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades. Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente el hambre y la trata.

Vivimos en medio de toda una serie de distorsiones fruto de la globalización: la manipulación y la deformación de conceptos como democracia, libertad o justicia; la pérdida del sentido de lo social y de la historia; el egoísmo y la falta de interés por el bien común; la prevalencia de una lógica de mercado basada en el lucro y la cultura del descarte; el desempleo, el racismo, la pobreza; la desigualdad de derechos y sus aberraciones, como la esclavitud, la trata, las mujeres sometidas y luego obligadas a abortar, y el tráfico de órganos (Fratelli tutti 10-24). Se trata de problemas globales que requieren acciones globales, enfatiza el Papa, dando la alarma.




El amor construye puentes

Frente a una “cultura de los muros” que favorece la proliferación de mafias, alimentadas por el miedo y la soledad (Fratelli tutti 27-28) el amor construye puentes y estamos “hechos para el amor” (Fratelli tutti 88), El principio de la capacidad de amar según “una dimensión universal” (Fratelli tutti 83) se retoma también en el tercer capítulo, “Pensar y gestar un mundo abierto”: en él, Francisco nos exhorta a “salir de nosotros mismos” para encontrar en los demás “un crecimiento de su ser” (Fratelli tutti 88), abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a la “comunión universal” (Fratelli tutti 95). Después de todo – recuerda la Encíclica – la estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor que es siempre “lo primero” y nos lleva a buscar lo mejor para la vida de los demás, lejos de todo egoísmo (Fratelli tutti 92-93).




Es necesaria la ética en las relaciones internacionales

Los derechos no tienen fronteras. Una sociedad fraternal será aquella que promueva la educación para el diálogo con el fin de derrotar al “virus del individualismo radical” (Fratelli tutti 105) y permitir que todos den lo mejor de sí mismos. A partir de la tutela de la familia y del respeto por su “misión educativa primaria e imprescindible” (Fratelli tutti 114). Dos son, en particular, los “instrumentos” para lograr este tipo de sociedad: la benevolencia, es decir, el deseo concreto del bien del otro (Fratelli tutti 112), y la solidaridad que se ocupa de la fragilidad y se expresa en el servicio a las personas y no a las ideologías, luchando contra la pobreza y la desigualdad (Fratelli tutti 115). El derecho a vivir con dignidad no puede ser negado a nadie, dice el Papa, y como los derechos no tienen fronteras, nadie puede quedar excluido, independientemente de donde haya nacido (Fratelli tutti 121). Desde este punto de vista, el Papa recuerda también que hay que pensar en “una ética de las relaciones internacionales” (Fratelli tutti 126), porque todo país es también del extranjero y los bienes del territorio no pueden ser negados a los necesitados que vienen de otro lugar. Por lo tanto, el derecho natural a la propiedad privada será secundario respecto al principio del destino universal de los bienes creados (Fratelli tutti 120).




Atención a los marginados y excluidos

Otro tema acuciante es el de las migraciones huyendo de guerras, persecuciones, desastres naturales, traficantes sin escrúpulos, desarraigados de sus comunidades de origen, los migrantes deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Hay que evitar migraciones no necesarias creando en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad. Pero al mismo tiempo, el derecho a buscar una vida mejor en otro lugar debe ser respetado. En los países de destino, el equilibrio adecuado será aquel entre la protección de los derechos de los ciudadanos y la garantía de acogida y asistencia a los migrantes (Fratelli tutti 38-40).

Para tratar de remediar la crisis humanitaria que vivimos se ha de simplificar para los migrantes la concesión de visados; abrir corredores humanitarios; garantizar la vivienda, la seguridad y los servicios esenciales; ofrecer oportunidades de trabajo y formación; fomentar la reunificación familiar; proteger a los menores; garantizar la libertad religiosa y promover la inclusión social. El Papa también invita a establecer el concepto de “ciudadanía plena” en la sociedad, renunciando al uso discriminatorio del término “minorías” (Fratelli tutti 129-131).

Lo que se necesita sobre todo es una colaboración internacional para las migraciones que ponga en marcha proyectos a largo plazo, que vayan más allá de las emergencias individuales (Fratelli tutti 132), en nombre de un desarrollo solidario de todos los pueblos basado en el principio de gratuidad. De esta manera, los países pueden pensar como “una familia humana” (Fratelli tutti 139-141). El otro diferente de nosotros es un don y un enriquecimiento para todos, escribe Francisco, porque las diferencias representan una posibilidad de crecimiento (Fratelli tutti 133-135). Una cultura sana es una cultura acogedora que sabe abrirse al otro, sin renunciar a sí misma, ofreciéndole algo auténtico. Como en un poliedro – una imagen apreciada por el Pontífice – el conjunto es más que las partes individuales, pero cada una de ellas es respetada en su valor (Fratelli tutti 145-146).




Una forma de ejercer la política es la caridad

Una de las formas más preciosas de ejercer la política es la caridad porque está al servicio del bien común (Fratelli tutti 180) y conoce la importancia del pueblo, entendido como una categoría abierta, disponible para la confrontación y el diálogo (Fratelli tutti 160). Este es, en cierto sentido, el popularismo indicado por Francisco, que se contrapone a ese “populismo” que ignora la legitimidad de la noción de “pueblo”, atrayendo consensos para instrumentalizarlo a su propio servicio y fomentando el egoísmo para aumentar su popularidad (Fratelli tutti 159). La mejor política es también la que tutela el trabajo, “una dimensión irrenunciable de la vida social” y trata de asegurar que todos tengan la posibilidad de desarrollar sus propias capacidades (Fratelli tutti 162). 

La mejor ayuda para un pobre, no es sólo el dinero, que es un remedio temporal, sino el hecho de permitirle vivir una vida digna a través del trabajo. La verdadera estrategia de lucha contra la pobreza no tiene por objeto simplemente contener o hacer inofensivos a los indigentes, sino promoverlos desde el punto de vista de la solidaridad y la subsidiariedad (Fratelli tutti 187). También es tarea de la política encontrar una solución a todo lo que atente contra los derechos humanos fundamentales, como la exclusión social; el tráfico de órganos, tejidos, armas y drogas; la explotación sexual; el trabajo esclavo; el terrorismo y el crimen organizado. Fuerte es el llamamiento del Papa a eliminar definitivamente el tráfico, la “vergüenza para la humanidad” y el hambre, que es “criminal” porque la alimentación es “un derecho inalienable” (Fratelli tutti 188-189).




“Derechos Fundamentales y conflictos entre derechos”

“El tema de los derechos humanos, un tema importantísimo en la sociedad actual, ya que es un terreno básico para la protección de la dignidad humana y para la vida en democracia, además un terreno fecundo para el diálogo, porque todos estamos de acuerdo en que hay unos derechos básicos y la necesidad de proteger esa dignidad humana”

 “Es un tema fundamental para la vida democrática de los países, porque podemos decir que, los derechos fundamentales son la lengua franca de la política occidental, un tema en el que todos podemos entendernos y sobre el que todos podemos entablar un diálogo, un diálogo fecundo para la convivencia justa y en paz”. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


La Declaración Universal de los Derechos Humanos

En el contexto del 70º Aniversario de la adopción por la Asamblea General de las Naciones Unidas, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cuestión del fundamento “es un tema relevante porque quizá desde aquella declaración del 1948 hasta ahora, pues ha habido un cambio muy grande en la concepción antropológica que subyace en los derechos humanos”. En ese periodo, para lograr un acuerdo, se puso de lado el tema del fundamento y se dijo que lo más importante era protegerlos y no preguntarse en que se fundamentaban; sin embargo, la cuestión del fundamento se ha revelado decisiva y por eso es preciso volver otra vez y desde una perspectiva científica, rigurosa y sistemática preguntarse, cuál es el fundamento de los derechos humanos. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


El riesgo de perder “la idea de derecho”

“Cuando no sabemos cuál es su fundamento, entonces corremos el riesgo que ya anticipaba Benedicto XVI, de que se produzca una proliferación de derechos. Llamamos derecho a cualquier cosa y al mismo tiempo se conculcan los derechos que son los bienes más preciados y más valiosos para el ser humano; por eso, si no sabemos que son los derechos y cuál es su fundamento, no podremos determinar cuál es su medida, su extensión y acabaremos por desproteger los bienes más valiosos”. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)

 


Es necesaria la reforma de la ONU

La política que se necesita es la que dice no a la corrupción, a la ineficiencia, al mal uso del poder, a la falta de respeto por las leyes (Fratelli tutti 177). Se trata de una política centrada en la dignidad humana y no sujeta a las finanzas porque “el mercado solo no resuelve todo”: los “estragos” provocados por la especulación financiera lo han demostrado (Fratelli tutti 168). Los movimientos populares asumen, por lo tanto, una importancia particular: verdaderos “poetas sociales” y “torrentes de energía moral”, deben involucrarse en la participación social, política y económica, sujetos, sin embargo, a una mayor coordinación. De esta manera – afirma el Papa – se puede pasar de una política “hacia” los pobres a una política “con” y “de” los pobres (Fratelli tutti 169)

La Encíclica Fratelli tutti hace referencia a la necesidad de una reforma de las Naciones Unidas: frente al predominio de la dimensión económica que anula el poder del Estado individual, de hecho, la tarea de las Naciones Unidas será la de dar sustancia al concepto de “familia de las naciones” trabajando por el bien común, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos. Recurriendo incansablemente a “la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje”. La ONU debe promover la fuerza del derecho sobre el derecho de la fuerza, favoreciendo los acuerdos multilaterales que mejor protejan incluso a los Estados más débiles (Fratelli tutti 173-175).



Garantizar la libertad religiosa como derecho humano fundamental

“Las religiones han de estar al servicio de la fraternidad en el mundo” y reitera que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas, sino en sus deformaciones. Actos tan “execrables” como los actos terroristas, por lo tanto, no se deben a la religión, sino a interpretaciones erróneas de los textos religiosos, así como a políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión. El terrorismo no debe ser sostenido ni con dinero ni con armas, ni con la cobertura de los medios de comunicación, porque es un crimen internacional contra la seguridad y la paz mundial y como tal debe ser condenado (282-283). Se debe proponer un camino de paz entre las religiones y que, por lo tanto, es necesario garantizar la libertad religiosa, un derecho humano fundamental para todos los creyentes (279). Por último, recordando a los líderes religiosos su papel de “auténticos mediadores” que se dedican a construir la paz. (VIII Simposio Internacional sobre los derechos humanos)



Conclusión

Estamos ante una gran desafío ante un cambio epocal que ha puesto en crisis las bases de nuestra humanidad. Estamos viviendo la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra mundial. Nos encontramos ante la emergencia de uno de los dramas más grandes de nuestro tiempo. Cuánto se necesita hoy reconocer el valor único que resplandece en todo hombre, en cada hermano. Reconocer esta característica común de la humanidad es el punto de partida para edificar la comunión.

Al final de todo lo visto no deberíamos de caer en una visión pesimista de la realidad que vivimos, no estamos solos. El Espíritu del Señor nos guía y El ha vencido al mundo. Nosotros sus discípulos estamos en el mundo sin acomodarnos a los valores mundaneizantes de una globalización secularista.

“Padre ruego por ellos. No te pido que los saques del mundo, ellos están en el mundo para dar testimonio de la verdad, santifícalos en la verdad” (Jn 17, 9, 15). Hemos de afrontar este momento de gran desafío que vivimos como una oportunidad de dar testimonio.

 


Caminar juntos abriendo caminos nuevos

Para caminar es preciso salir, es preciso disponer el corazón, dándole forma según la vocación de cada uno y acoger la llamada a la conversión pastoral y al «caminar juntos» que nos pide el papa. La Iglesia está llamada a «edificar la comunidad internacional.

Estamos deseosos de un mundo nuevo, de paz, de fraternidad, de respeto, de trasparencia, sí tenemos nostalgia de trasparencia. Sufrimos una profunda crisis del deseo. Probamos la náusea de la falsedad. No terminamos de abandonar el vestido de la hipocresía. Vivimos en un momento histórico dramático caracterizado por la cerrazón del presente donde se hace difícil vislumbrar el futuro con esperanza. Sí tenemos crisis de esperanza. Vivimos en un mundo paralizado por el miedo al desastre planetario y nuclear. Un mundo que vive traspasado de una cultura de muerte sin un centro unificante. Una cultura fragmentaria en que cada fragmento pretende ser el centro. La cerrazón en el presente, asfixia el futuro. Sin la fe, sin la presencia de Jesús no podemos ser profetas de esperanza. No nos faltará el amor, la pasión, la intrepidez para anunciar el Reino de Dios.

 


Un nuevo humanismo

La Escuela de Salamanca en su tiempo fue capaz proponer un nuevo humanismo y de poner las bases del derecho internacional público al reconocer los derechos naturales de los indios de América afirmando su plena dignidad. La política utiliza la ideología como instrumento de análisis de la realidad y como medio de intervención sobre ella. Cuando la ideología se convierte en fin se transforma en utilitarismo, como absoluto totalizante. El bien común debe permanecer como el fin último de la política (GS 75). Necesitamos de un nuevo paradigma que meta al centro la persona adoptándola como medida de todo empeño, como principio arquitectónico de cada elección, como criterio axiológico supremo. La persona, no el cálculo de las partes. La persona no la astucia del poder. La persona no el prestigio de las facciones.

Este concepto integra los diferentes campos de conocimiento, por lo que plantea la urgencia de que las personas que trabajamos en la educación, dialoguemos y establezcamos relaciones desde la especificidad de cada quién con los demás aportes que se dan en los otros campos y del quehacer humano. Retomando como referentes, para ello, las propuestas feministas, ecológicas y holistas; como aportes fundamentales para establecer dichas relaciones, ya que permitirán dar el salto del humanismo ortodoxo a un humanismo integral que permita mantener y mejorar la vida toda.

"Cada época debe tipificarse por una concepción del humanismo propia de la nueva circunstancia humana, cultural y social que se vive... Se plantea no obstante si todo cabe dentro del mismo saco, dentro del mismo concepto de humanismo integral.

 


El Nuevo Humanismo cristiano que tiene como centro a Cristo Jesús

Sólo podemos hablar de humanismo sobre la base de la centralidad de Jesús, descubriendo en él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado lo que recompone nuestra humanidad, incluso la fragmentada por las labores de la vida, o marcada por el pecado. No debemos domesticar el poder del rostro de Cristo. El rostro es la imagen de su trascendencia. (misericordiae vultus). Dejémonos mirar por Él. Jesús es nuestro humanismo. Dejémonos siempre perturbar por su pregunta: "¿Quién dices que soy?" (Mt 16:15).

Mirando su rostro, ¿qué vemos? En primer lugar, el rostro de un Dios "vacío", de un Dios que asumió la condición de siervo, humillado y obediente hasta la muerte (cf. Flp 2, 7). El rostro de Jesús es similar al de tantos de nuestros hermanos y hermanas que han sido humillados, esclavizados y vaciados. Dios ha tomado su rostro. Y esa cara nos mira. Dios, que es "el ser del que no se puede pensar en el más grande", como decía san Anselmo, o el Deus semper maior de san Ignacio de Loyola, se hace aún más grande al rebajarse a sí mismo. Si no nos abajamos, no podremos ver su rostro. No veremos nada de su plenitud si no aceptamos que Dios se ha vaciado a sí mismo. Y así no entenderemos nada sobre el humanismo cristiano y nuestras palabras serán hermosas, cultas, refinadas, pero no serán palabras de fe. Serán palabras que resuenan en vano.

Se precisa de "un nuevo humanismo", una nueva concepción del hombre creado a imagen de Dios, hemos de presentar con humildad y sencillez los rasgos del humanismo cristiano que es el de los "sentimientos de Cristo Jesús" (Flp 2, 5). Volvamos nuestra mirada a Cristo, Volvamos nuestra mirada al hombre y contemplemos en El el rostro de Cristo. No son sensaciones abstractas del alma, sino que representan la cálida fuerza interior que nos hace capaces de vivir y tomar decisiones capaces de transformar el mundo que vivimos.

 


Firmes en la confianza que El está con nosotros y nos guía

Una vez alguien preguntó a un chico que trasportaba a cuestas a su hermanito pequeño que si no le pesaba la carga que llevaba, él respondió que no le pesaba que era su hermano. Jesús mismo ha querido identificarse con los más vulnerables, "lo que hicierais con uno de vuestros hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis (cf, Mt 25). Esta es la paradoja que resuelve el gran desafío que vivimos. Cristo nos da la fuerza porque camina con nosotros y a la vez se nos presenta vulnerable en el rostro de los hermanos. El nos promete que la carga se hace liviana cuando la llevamos con Él y cuando la llevamos juntos como hermanos. caminemos juntos, caminemos de la mano. 

La bronca, el desencanto, el inconformismo, el cansancio,  no son buenos compañeros de camino. Tenemos que seguir confiando en la renovación de la sociedad y la renovación del tejido democrático con la esperanza de que estamos a tiempo. Siempre es posible renacer si lo hacemos entre todos. Siempre hay camino si somos capaces de conversar y de ponernos todos la patria al hombro. Este es un deseo que no sabe de grietas o partidos, es de un pueblo.

Caminamos con la confianza de sabernos parte de un plan de amor —«varón y mujer los creó» (Gen 1, 27), «sed fecundos y multiplicaos llenad la tierra» (Gen 1, 28)—, por el que el Hijo de Dios ha dado la vida, y, resucitado de entre los muertos, nos convoca a ser un pueblo y a ser peregrinos de esperanza hacia el banquete de las bodas del Cordero.

 


 

Bibliografía básica:

Doc 1 CEE, “Dios fiel mantiene su Alianza”

Doc 2 CTI, “La libertad religiosa como bien de todos”. Los desafíos contemporáneos 

VIII Simposio Internacional: “Los Derechos Humanos, un terreno fecundo para el diálogo y la paz”(El Centro de Estudios de la Familia, de la Universidad “Francisco de Vitoria” de Madrid, la Fundación Vaticana “Joseph Ratzinger, Benedicto XVI”, en colaboración con la Universidad italiana LUMSA ha organizado  el VIII Simposio Internacional “Derechos Fundamentales y conflictos entre derechos”).

 

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