VOLVER A
NAZARET
(LA
ESPIRITUALIDAD DE CHARLES DE FOUCAULD)
“Padre
mío, yo me abandono a Ti. Haz de mí lo que te plazca. Cualquier cosa que hagas
conmigo, te la agradezco Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que
se cumpla en mí tu voluntad, y también en todas las criaturas. Yo no deseo otra
cosa, Dios mío. Pongo mi alma entre tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el
amor de mi corazón, porque te amo. Y es para mí una exigencia de amor el
amarte, el ponerme en tus manos; sin reservas, con una confianza infinita, porque
Tú eres mi Padre”. (Oración de Charles de Foucauld, Méditations sur
l'Évangile au sujet des principales vertus)
Introducción
Hoy, fiesta de todos los santos, somos invitados a contemplar la vida de aquellos que nos han precedido en nuestra peregrinación y que hoy siguen caminando a nuestro lado. Los santos caminan con nosotros. Caminamos juntos en iglesia acompañados por los hermanos del cielo, por una multitud ingente de testigos (Hb 12,1). Los santos nos apuntan nuestro destino: El Reino de Dios que un día se manifestará plenamente, donde no habrá ya muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas (Ap 21,4)
Los santos son hermanos en la fe. Ahora caminamos en la fe, entonces veremos a Dios tal cual es todavía no se ha manifestado. Entonces lo que veremos y seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es (1 Jn 3, 1-3). Ahora vemos como en un espejo, entonces veremos cara a cara ahora. Ahora conocemos de un modo parcial, entonces conoceremos cómo somos conocidos. Ahora caminamos el fe esperanza y amor. Lo definitivo y eterno será el amor con el que somos y seremos amados para siempre (1 Co 13. 12-13)
Los santos son testigos de un amor probado hasta el
final y nos animan a no bajar los brazos en medio de nuestra peregrinación. Los
santos nos hablan de lo eterno y definitivo: Estos son los que vienen de la
gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
(Ap 7, 9-14) Cuando sentimos la impotencia, la fatiga, el cansancio, los santos
nos alientan para que no perdamos la esperanza. Los santos nos enseñan que el
amor es más fuerte que la muerte y que el mal se vence a fuerza de bien. Nos
muestran el horizonte de nuestra entrega que va más allá de lo que ahora vemos.
Desde el cielo nos llega su cercanía, su presencia y su fe, su ardiente caridad.
Nos animan y nos llaman ahora a unirnos a su canto de alabanza. Compañeros de
camino y compañeros del destino que compartiremos mañana.
Los santos nos iluminan como antorchas el camino. Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan. los santos no necesitan ahora de nuestros honores y alabanzas, la veneración de su memoria redunda en progreso provecho nuestro. Nosotros, quizás, no podamos emular sus virtudes, pero podemos beneficiarnos de la comunión de sus bienes espirituales. Podemos compartir la simplicidad de Francisco, la confianza de Teresita, la intrepidez de Kolbe, el celo misionero de Javier, la perseverancia de Andrés Kim Taigon, la fraternidad universal de Carlos de Foucauld.
Quisiera por ello dedicar en este mes los dos próximos ensayos a la vida y espiritualidad de dos grandes santos para nuestro tiempo, Carlos de Foucauld y Santa Teresita de Lisieux a quienes el papa ha recordado en el mes de octubre, nuestro mes misionero.
Comenzamos este ensayo contemplando la vida y espiritualidad de Carlos de Foucauld. Este ensayo responde a una necesidad vital de nuestro tiempo. El hombre de hoy esta sediento de silencio, de interioridad, de espiritualidad.
San Carlos de Foucauld responde a esa sed de nuestro tiempo: Volver al desierto. Volver a Nazaret. Como insaciable buscador de Dios que antes se deja encontrar por el Dios que sale a su encuentro. Foucauld encuentra a un Dios en la noche del agnosticismo y una vida alejada aparentemente de Dios. Su espiritualidad responde a la búsqueda de nuestro mundo de hoy tan falto de sentido. El eclesiólogo y ecumenista católico Yves Congar llegó a considerar a Foucauld como un faro místico para el mundo contemporáneo.
Carlos, aunque su deseo fue tener seguidores, en su vida solo tuvo un seguidor que finalmente lo dejó, creó una asociación de fieles que cuando murió apenas contaba con cuarenta personas. Sin embargo, su vida como un oasis espiritual en medio del desierto se convirtió en fuente de inspiración para muchos. Después de su muerte se estableció una verdadera devoción en torno a su figura. Nuevas congregaciones religiosas, familias espirituales y una renovación del eremitismo y de la «espiritualidad del desierto» en pleno siglo xx se inspiraron en sus escritos y en su vida.
Después de un largo itinerario de búsqueda espiritual, después
de ser ordenado sacerdote, a la edad de 43 años, Foucauld se marcha al Sahara,
donde residirá, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su
asesinato el 1 de diciembre de 1916, ahora hace más de un siglo; tenía entonces
57 años.
Foucauld no se fue al desierto en busca de la soledad
sino de estar cerca de los tuareg, que vio como la gente más olvidada y pobre. Fue
al encuentro de los más pobres y encontró, aún más, su propia pobreza. Un
Dios que le amaba en medio del despojo y abandono más profundo.
Entre los tuareg, en medio de esas tribus Ahaggar vio un
espejo de sí mismo. En el paisaje desértico que lo rodeaba, vio un
reflejo exacto de su desierto interior: no tuvo ninguna experiencia
mística extraordinaria más sin embargo su vida estaba enteramente dedicada a la
oración y al servicio a los hermanos tratando de reflejar la bondad de Dios.
Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres del desierto y que, en este sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es él quien trae a Occidente la necesidad de volver al desierto, que hoy llamamos silencio e interioridad.
LA
INSPIRACION DE FOUCAULD DE “VOLVER A NAZARET”
«Si
no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos»
(Mt 18, 2)
No se
trata de ir allí materialmente. Se trata de hacer desierto en la propia vida y
volver a las raíces. La infancia espiritual, la pequeñez, la humildad, la
oración perseverante, la confianza. Hemos olvidado lo nuclear de Jesús, nos hemos alejado
de sus enseñanzas y consejos. Es preciso cambiar, debemos convertirnos, debemos construir de
verdad una Iglesia que sea la Iglesia de los pobres.
Nuestro
corazón esta enfermo de astucia, de arrogancia, de ambición. Nos hemos creído
los dueños los artífices de la obra del mundo, nos sentimos sabios y poderosos
y nos hemos olvidado que somos pobres criaturas. Nuestra sabiduría y nuestra técnica
acabará reducida al polvo de la arena. El drama del hombre de hoy es que
creemos saber y no sabemos nada, creemos ver y estamos ciegos. ¿Y dónde irá a
parar nuestra fatiga? ¿Qué será de nuestro dinamismo? ¿Qué se hará de nuestra
obra? ¿Qué subsistirá de la ciudad terrena?
Como el
profeta Daniel vaticinó al rey Nabucodonosor: “has sido pesado en la balanza y
no has dado el peso”. Nuestra civilización responde a esa gran estatua que
parecía un gigante. “Su cabeza de oro, su pecho y sus brazos de plata, su
vientre y sus lomos de bronce y sus piernas de hierro y sus pies de hierro y
arcilla. De pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano alguna,
vino a dar con toda la estatua en el suelo donde se pulverizó” (Dan 2, 31-34).
El profeta profetizó al rey: “esta estatua es tu reino. Tu eres la cabeza de
oro. Después de ti surgirá otros reinos inferiores de plata y bronce, y un
cuarto duro como el hierro que aplastará y pulverizará a todos los otros. La
base de la estatua era infirme, sus pies de hierro mezclado con arcilla
representa un reino dividido. Todo se vendrá abajo” (Dan 2, 38-43)
Cuanto
más inmersos nos sentimos en el mundo de la ciencia de la técnica, de lo
gigantesco, de la especialización, más necesidad tenemos de simplificar nuestra vida espiritual. Hacerse niños no es cosa fácil para hombres minados por el
orgullo, como nosotros.
Este
ensayo ha estado motivado por dos acontecimientos el primero una de las últimas
catequesis del Papa pronunciada en la Plaza del Vaticano el 18 de Octubre. El
segundo, una reciente publicación de un libro de Andrea Mandonico (el defensor de la causa de su canonización) sobre
la vida y espiritualidad de Charles de Foucauld publicado en 2022 con prólogo y
apéndice referido al Papa
Quiero
partir de la Catequesis del 18 de Oct 23 donde el papa Francisco delinea
puntos esenciales de su espiritualidad. Su espiritualidad ha marcado la vida
del propio papa. El papa Francisco había remarcado en su homilía el día de su
canonización: su espiritualidad me ha hecho mucho bien, me ayudo a superar
las crisis en mi vida y a encontrar una forma de vida sencilla y cercana
con el Señor. Como Iglesia necesitamos volver a lo esencial para no perder la
pureza del Evangelio. Carlos de Foucauld representa un ejemplo de vida en la
escuela del seguimiento de Cristo y de llevar el evangelio con la vida como
levadura en la masa.
“Hoy
quisiera hablaros de un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más
pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld el cual,
«desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta
sentirse hermano de todos. les animo a seguir sus pasos»”.
Jesús en
el centro del corazón
“¿Cuál
ha sido el “secreto” de Carlos de Foucauld, de su vida? Él, después de haber
vivido una juventud alejada de Dios, sin creer en nada si no en la búsqueda
desordenada del placer, lo confía a un amigo no creyente, al que, después de
haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión,
revela la razón de su vivir. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de
Nazaret». El hermano Carlos nos recuerda así que el primer paso para evangelizar
es tener a Jesús dentro del corazón, es “perder la cabeza” por Él. Si esto no
sucede, difícilmente logramos mostrarlo con la vida. Más bien corremos el
riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo de pertenencia, de una
moral o, peor todavía, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor,
de su misericordia”.
De la
atracción a la imitación
“Carlos
sí pasa de la atracción por Jesús a la imitación de Jesús. Aconsejado por su
confesor, va a Tierra Santa para visitar los lugares en los que el Señor ha
vivido y para caminar donde el Maestro ha caminado. En particular es en Nazaret
que comprende que tiene que formarse en la escuela de Cristo. Vive una relación
intensa con el Señor, pasa largas horas leyendo los Evangelios y se siente su
hermano pequeño. Y conociendo a Jesús, nace en él el deseo de darlo a conocer.
Siempre sucede así: cuando cada uno de nosotros conoce más a Jesús, nace el
deseo de darlo a conocer, de compartir este tesoro. Al comentar el pasaje de la
visita de la Virgen a santa Isabel, le hace decir: «Me he donado al mundo…
llevadme al mundo». Sí, pero ¿cómo? Como María en el misterio de la Visitación:
«en silencio, con el ejemplo, con la vida». Con la vida, porque «toda nuestra
existencia debe gritar el Evangelio”».
En la
escuela de Nazaret
“Carlos
decide establecerse en regiones lejanas para gritar el Evangelio en el
silencio, viviendo en el espíritu de Nazaret, en pobreza y en lo escondido. Va
al desierto del Sahara, entre los no cristianos, y allí llega como amigo y
hermano, llevando la mansedumbre de Jesús- Eucaristía. Carlos deja que sea
Jesús quien actúe silenciosamente, convencido de que la “vida eucarística”
evangeliza. De hecho, cree que es Cristo el primer evangelizador”.
La
adoración
“Carlos
está en oración a los pies de Jesús, delante del tabernáculo, durante unas diez
horas al día, seguro de que la fuerza evangelizadora está ahí y sintiendo que
es Jesús quien le lleva cerca de tantos hermanos alejados. Y nosotros, me
pregunto si no hemos perdido este sentido de la adoración, ¿creemos en la
fuerza de la Eucaristía? Nuestro ir hacia los otros, nuestro servicio,
¿encuentra ahí, en la adoración, su inicio y su cumplimiento”?
Promoviendo
la fraternidad
“Carlos
de Foucauld escribe: «Todo cristiano es apóstol» y recuerda a un amigo que
«cerca de los sacerdotes hacen falta laicos que vean lo que el sacerdote no ve,
que evangelizan con una cercanía de caridad, con una bondad para todos, con un
afecto siempre preparado para donarse». Los laicos santos, no los que trepan. Y
esos laicos, ese laico, esa laica que están enamorados de Jesús hacen entender
al sacerdote que él no es un funcionario, que él es un mediador, un sacerdote.
Nosotros sacerdotes necesitamos mucho tener a nuestro lado a estos laicos que
creen de verdad y con su testimonio nos enseñan el camino… ¿Como hizo Carlos de
Foucauld?, poniéndonos de rodillas y acogiendo la acción del Espíritu, que
siempre suscita formas nuevas para involucrar, encontrar, escuchar y dialogar,
siempre en la colaboración y en la confianza, siempre en comunión con la
Iglesia y con los pastores”.
Hermano
de todos
San
Carlos de Foucauld, figura que es profecía para nuestro tiempo, ha testimoniado
la belleza de comunicar el Evangelio a través del apostolado de la mansedumbre:
él, que se sentía “hermano universal” y acogía a todos, nos muestra la fuerza
evangelizadora de la mansedumbre, de la ternura. No olvidemos que el estilo de Dios
está en tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios está siempre cerca,
siempre es compasivo, siempre es tierno. Y el testimonio cristiano debe ir por
este camino: de cercanía, de compasión, de ternura. Y él era así, manso y
tierno. Deseaba que quien lo encontrara viera, a través de su bondad, la bondad
de Jesús. Decía que era, de hecho, «servidor de uno que es mucho más bueno que
yo». Vivir la bondad de Jesús lo llevaba a estrechar vínculos fraternos y de
amistad con los pobres, con los Tuareg, con los más alejados de su mentalidad.
Poco a poco estos vínculos generaban fraternidad, inclusión, valorización de la
cultura del otro. La bondad es sencilla y pide ser personas sencillas, que no
tengan miedo de donar una sonrisa. Y con la sonrisa, con su sencillez, hermano
Carlos testimoniaba el Evangelio”.
En segundo lugar quiero continuar con la obra reciente de Andrea Mandonico, “Mio Dio, come sei buono. La vita e il messaggio di Charles de Foucauld” Liberia Editrice Vaticana, 2022, con el apéndice dedicado a la espiritualidad del papa Francisco (en su exhortación Evangeliun Gaudium EG), en paralelo con la espiritualidad de Foucauld:
“Caminando con la Iglesia y con el papa Francisco tras las huellas del beato Carlos de Foucauld, para abrir un nuevo camino de santidad”.
El padre Mandonico ha sido el postulador de la causa de su canonización y es miembro de la Sociedad de Misiones Africans ADM. En la obra de Andrea Mandonico, el autor nos revela su motivación:
- Un primer motivo. Una semejanza a los mártires de Argel
Uno de los motivos que me han impulsado a escribir esta breve biografía del santo Carlos de Foucauld ha sido la beatificación de los mártires de Argelia, acontecida el 8 de diciembre de 2018. Leyendo el bello libro sobre la vida y el mensaje de los beatos mártires de Tibhirine, he descubierto, una vez más, que la raíz de su espiritualidad y de su testimonio llevado hasta el martirio se encuentra precisamente en Carlos de Foucauld.
Ellos vivieron, como él, en medio del pueblo argelino, acompañándolo y viviendo con ellos momentos dificilísimos, conscientes de que se les podría pedir que dieran su vida. Quisieron compartir el destino del pueblo argelino pasara lo que pasara, sirviéndolo con la oración y con la caridad, hasta la muerte. «Sus testimonios están, misteriosamente ligados en el amor al pueblo argelino, a ochenta años de distancia». Y además existe entre ellos una afinidad espiritual sorprendente (no hemos de pasar por alto que Foucaul vive como monje trapense en Argel).
Basta con pasar las páginas de este libro para descubrir que el hermano Célestin encontró en la Fraternidad sacerdotal “Jesús Caritas” de Carlos de Carlos de Foucauld un apoyo para su ministerio; que el «hermano Bruno es el hombre de la vida oculta en Nazaret; que el hermano Christian de Chergè, prior de Tibhirine, no solo empezó su testamento (obra maestra de la literatura religiosa contemporánea) el 1 de diciembre de 1993, aniversario de la muerte de Carlos de Foucauld, sino que, como él, amaba la «espiritualidad de Nazaret» y «estaba convencido de que para comprender a los musulmanes era preciso sumergirse con humildad entre ellos, salir del cara a cara para ponerse codo con codo, en la veneración del Dios único, con los medios de la amistad y de la oración».
- Un segundo motivo
Otra motivación fue la lectura de la exhortación del papa Francisco Gaudete et exsultate (GE). Una invitación a la santidad como meta elevada y última de toda vida cristiana. Al trasluz se puede leer la vida y la santidad de Carlos de Foucauld y, efectivamente, son muchas las páginas en las que lo podemos encontrar. Ya en (GE n. 1), donde el papa Francisco afirma que «el Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada», ya en (GE n. 1), podemos encontrar toda la vida del hermano Carlos. En (GE n. 14) del mismo texto parece hacer Francisco una síntesis de la vida de Nazaret cuando escribe: «Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No debe ser así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra».
En (GE n. 16) nos invita el papa Francisco a estar atentos a los «pequeños gestos», mientras que en (GE nn. 143-146) hace lo mismo con los «muchos pequeños detalles cotidianos». Se hace difícil no pensar en el hermano Carlos cuando decía en su vida en Tamanrasset: Seamos infinitamente delicados en nuestra caridad; no nos limitemos a los grandes servicios, tengamos esa delicadeza que llega a los detalles y sabe con pequeñas cosas poner bálsamo en los corazones: [...] Con los que están cerca de nosotros, entremos incluso en pequeños detalles de salud, de consuelo, de oraciones, de necesidades; consolemos, aliviemos con las más minuciosas atenciones; para los que Dios pone cerca de nosotros, tengamos la ternura y delicadeza de las pequeñas atenciones que tendrían entre sí unos hermanos cariñosos, y la ternura de las madres con sus hijos, para consolar cuanto sea posible a los que nos rodean y ser para ellos un agente de consuelo y un bálsamo, como lo fue siempre Nuestro Señor para todos los que se le acercaron. Por otra parte, en (GE n. 17) nos dice que estemos atentos al Señor que «nos invita a nuevas conversiones». «Vivir solo para él» llevó a Carlos de Foucauld a vivir una «vida variada y atormentada, casi vagabunda» por las calles de Europa, de Oriente Medio y, por último, en el Sahara.
Carlos de Foucauld, no fue exento de vivir diversas crisis, se vio obligado a elegir a Dios en los momentos cruciales y a ponerle de nuevo en el primer lugar, a través de continuas y nuevas conversiones que permitiera a la Gracia manifestarse mejor en su existencia y en la misión que Dios le había confiado para reproducir en su vida un aspecto del Evangelio (cf. GE n. 20). Siempre según el papa Francisco, el camino de la santidad es el camino de las bienaventuranzas. Carlos de Foucauld fue capaz de manifestar en lo cotidiano de su vida esas bienaventuranzas en las que se trasparenta una vez más el rostro del Maestro (cf. GE n. 63). Escribe que «si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ‘¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?’, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas.
- Un tercer motivo
Otra motivación fue proponerlo como modelo de santidad ya que la fascinación que nuestro santo sigue ejerciendo todavía hoy en la Iglesia y fuera de ella reside, en mi opinión, en haber vuelto a proponer un retorno puro al Evangelio. El hermano Carlos no nos ha entregado una nueva espiritualidad, sino que nos ha hecho descubrir hoy, como san Francisco en su tiempo, que ser cristiano significa pertenecer a Jesucristo y vivir su Evangelio.
El esfuerzo que realizó para traducir el
Evangelio al Tamashek y hablar su lengua no constituye una originalidad
propia del hermano Carlos: todos los misioneros lo han hecho y lo siguen
haciendo. Lo que constituye su característica es precisamente esta
adhesión al Evangelio, y a través del Evangelio, en mantener la mirada
fija en Jesús, el «Modelo único», «el Hermano y Señor Bienamado», el
«verdadero Santo». Él, Jesús, es el de nuestra vida.
Escribe: Miremos a los santos, pero no nos detengamos en la
admiración. Contemplemos en ellos a Aquel cuya contemplación ha llenado
sus vidas. Aprovechemos sus ejemplos, pero sin detenernos mucho
tiempo ni tomar como modelo perfecto a este o a aquel santo. Tomando de
cada uno lo que nos parece más conforme a las palabras y a los ejemplos de
nuestro Señor Jesús, nuestro único y verdadero modelo. De este modo
sus lecciones nos servirán, no para imitarlos a ellos, sino para imitar
mejor a Jesús. Cuando Jesús deja a los suyos, a los que ha
formado con su enseñanza y su testimonio, no les deja los Evangelios. Él
era el Evangelio; los apóstoles —y, con ellos, todos los discípulos—
llegan a ser a su vez en Pentecostés, según la gracia recibida, Evangelios
vivientes. El Evangelio no es, para Carlos de Foucauld, en primer
lugar, un documento escrito, sino una «buena noticia» para gritar con
la propia vida en las relaciones cotidianas y en todas las ocasiones. El tesoro
que ha recibido y que desea compartir con todos es un testimonio, un
«fuego» para encender siguiendo a Jesús. Y lo hará con un celo
ejemplar que incluye también el martirio.
- Una última motivación
No he tenido la intención de desarrollar en este libro lecciones sobre el hermano Carlos; más bien he intentado tocar y reflexionar sobre los puntos sobresalientes de su espiritualidad y de su pastoral, una pastoral que nace de aquella y en ella tiene su fuente, dejando, hasta donde sea posible, hablar a los textos.
Esta estrecha relación entre
espiritualidad y pastoral la expresa el hermano Carlos así: Desde el
primer momento en que se ama, se imita y se contempla. La imitación y la
contemplación son necesaria y naturalmente parte del amor, porque el
amor tiende a la unión, a la transformación del ser que ama en el ser
amado; y la imitación es la unión, la unificación de un ser con otro
por medio de la semejanza; la contemplación es la unión con otro
por medio del conocimiento y la visión… Imitemos, pues, a Jesús
por amor, obrando en toda
circunstancia por amor a Jesús. Solo un
enamorado puede utilizar este lenguaje místico al que hoy ya no
estamos habituados, pero que debemos acoger simplemente si deseamos
comprender el alma profunda, no solo de Carlos de Foucauld, sino de todos
los santos. El inmenso deseo de evangelización del hermano Carlos brota de
una verdadera santidad de vida.
- Finalmente. Su canonización
Desearía terminar con otra imagen del
papa Francisco, que, en el Ángelus del 1 de noviembre de 2017, se
dirigía así a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro: Los
santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios.
Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan
entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son
nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en
su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia
«tonalidad». Pero todos han sido transparentes, han luchado por
quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para
hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también el objetivo de nuestra vida. El 17 de enero de 1917, monseñor Bonnet, obispo de Viviers y, por consiguiente, obispo del hermano Carlos, que se había incardinado en su diócesis, escribe a la hermana de Carlos para darle el pésame: En mi larga vida he conocido pocas almas más amantes, más delicadas, más generosas y más ardientes que la suya y raramente me he aproximado a otras más santas. Dios había penetrado tanto en él que todo su ser rebosaba de efusiones de luz y de caridad.
Todos tenemos necesidad de modelos: los necesita el artista para pintar un cuadro o esculpir una estatua. Los necesita el ingeniero o el científico que prepara un «modelo», un «proyecto», para verificar su posibilidad y confiar a sus colaboradores su realización. Los necesita el estudiante para aprender: se leen las poesías de los grandes poetas o las novelas de los grandes autores para aprender a escribir, para tener un modelo de escritura. Los necesita el niño para llegar a ser hombre: cada uno de nosotros tiene su «modelo», ese que de pequeño quería imitar.
Cuando el papa canoniza, señala a ese hermano o esa hermana como «modelo precioso» de cristiano, como modelo para imitar y lo hace con la autoridad que le viene de su ministerio de sucesor de Pedro y de guía de la Iglesia.
Carlos de Foucauld es, por consiguiente, un modelo auténtico de cristiano, un ejemplo también para mí, y para todo el que se plantee la pregunta: «¿Cómo tengo que hacer para llegar a ser santo? En la Biblia. (Libro del Levítico capítulo 19) Dios llama a todos a ser santos. Pero ¿cómo llegar a ser santo?». Esto tiene un significado profundo. El canon es un modelo, algo que no se cambia y que se toma para repetirlo continuamente: acuden a mi mente los cantos a canon, esos en los que se repite una estrofa por diferentes coros y la misma estrofa del canto se sigue una tras otra, entonada por diferentes voces, hasta la conclusión, cuando las voces de los distintos coros se funden en un grandioso y solemne final.
Canonizar significa proponer a una persona como un modelo de auténtico cristiano. Significa señalar a una persona, hombre o mujer, que ha encarnado en su vida plenamente el Evangelio y precisamente por eso puede ser propuesta como mayor alegría para el corazón que te ama. Asemejarse, imitar es una violenta necesidad del amor; es uno de los grados de la unión a la que aspira por su propia naturaleza el amor. La semejanza es la medida del amor».
Estas fueron las palabras del hermano Carlos que acudieron a mi mente cuando el hermano Carlos de Foucauld iba a ser proclamado «santo». Cuando se me comunicó la noticia de la «canonización» del hermano Carlos entendí que se abría un modelo de santidad para todos. «Canonizar» es el término preciso para indicar que alguien es proclamado «santo» por la Iglesia.
Asemejarse a Cristo como lo hizo el
hermano Carlos, compartir sus obras, esta es la mayor alegría para el
corazón que ama a Cristo. Asemejarse, imitar es una violenta necesidad del
amor; es uno de los grados de la unión a la que aspira por su propia
naturaleza el amor. La semejanza es la medida del amor».
1. SU BIOGRAFIA
Charles de Foucauld nace en Estrasburgo, el 15 de septiembre de 1858
y muere en Tamanrasset, el 1 de diciembre de 1916. Fue en su madurez un místico contemplativo, referente contemporáneo de la llamada «espiritualidad
del desierto». Su
búsqueda espiritual le llevo a partir de su conversión a emprender todo un itinerario
como monje trapense
en Argel, ermitaño y capellán de las clarisas en Nazaret, su sacerdocio en el Sahara argelino
en Tamanrasset, donde transcurrió los últimos
quince años de su vida.
1.1 Hijo de una familia cristiana (1858 a 1873)
Carlos de Foucauld fue bautizado en Estrasburgo dos días después de su nacimiento. “Dios mío, todos tenemos que cantar tus misericordias: Hijo de una madre santa, aprendí de ella a conocerte, a amarte y a rezarte: ¿No fue mi primer recuerdo la oración que ella me hacía recitar por la mañana y por la noche: “Dios mío, bendice a papá, a mamá, al abuelo, a la abuela Foucauld y a mi hermanita”?...” Pero mamá, papá y la abuela Foucauld mueren en 1864. El abuelo lleva consigo a los dos niños: Carlos de 6 años y María de 3. “Siempre admiré la nobleza lúcida de mi abuelo cuya infinita ternura rodeó mi niñez y mi juventud con una atmósfera de amor cuya calidez siempre recuerdo con emoción.” El 28 de abril de 1872, Carlos hace su Primera Comunión. Se confirma el mismo día.
Descendiente de una familia aristocrática que portaba el título de «vizconde de Foucauld», Carlos quedó huérfano de padre y madre a los seis años y debió migrar con su abuelo al desatarse la guerra franco-prusiana. La familia paterna de Carlos de Foucauld era de Périgord y pertenecía a la antigua nobleza francesa. El lema familiar era «Jamás retroceder».
Su padre, el vizconde Eduardo de Foucauld de Pontbriand, inspector asistente de bosques en Estrasburgo, contaba en su linaje con destacados antepasados aristocráticos: Bertrand de Foucauld había sido un cruzado, lo cual constituía un antecedente de gran prestigio en la aristocracia francesa; otro antepasado, Gabriel de Foucauld, fue apoderado de Francisco II de Francia en su casamiento con María Estuardo; Juan III de Foucauld, gobernador de Périgord, vizconde de Limoges, era amigo de Enrique IV. Dos tíos abuelos de Carlos de Foucauld, el arzobispo de Arlés Jean-Marie du Lau d'Allemans y su vicario Armand de Foucauld de Pontbriand, murieron durante las Masacres de septiembre de la Revolución francesa.
La
madre de Carlos de Foucauld, Isabel de Morlet, era hija del rico coronel
Beaudet de Morlet y provenía de la aristocracia de Lorena, mientras que el abuelo, un republicano,
hizo su fortuna durante la Revolución. Isabel de Morlet se casó en 1855 con
Eduardo de Foucauld y de esa unión nació el 17 de julio de 1857 su
primer hijo, llamado Carlos, quien murió a la edad de un mes.
Su segundo hijo, llamado Carlos
Eugenio, nació en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858, en el
domicilio familiar situado en el antiguo emplazamiento de la mansión del
alcalde Dietrich, donde Rouget de Lisle había cantado por primera
vez La Marsellesa en 1792. El niño fue
bautizado el 4 de noviembre de ese año en la iglesia católica de San Pedro el
Joven, situada en la misma Estrasburgo.
Pocos meses después del
nacimiento de Carlos, su padre fue trasladado a Wissembourg. En 1861, cuando Carlos tenía tres años,
nació su hermana María Inés. Isabel era profundamente católica, por lo que
educó a Carlos en la fe cristiana y promovió en él los actos de devoción y de
piedad.
En los siguientes años, la
infancia de Carlos de Foucauld se vio marcada por una sucesión de tragedias
familiares. Eduardo no pudo continuar trabajando por causa de la
tuberculosis que padecía y en 1863 fue a vivir a la casa de su hermana Inés
Moitessier en París para no contagiar a sus dos hijos. Esto afectó
profundamente a su esposa Isabel, quien murió de parto a los treinta y cuatro
años de edad en Estrasburgo, el 13 de marzo de 1864. Eduardo murió poco
después en París el 9 de agosto. Los dos huérfanos, Carlos de seis años y María
de tres, fueron confiados a su abuela paterna, la vizcondesa Clotilde de
Foucauld, pero ella también murió al poco tiempo, víctima de un ataque al
corazón. Esa serie de desgracias afectó a los dos niños y Carlos guardó
siempre una herida profunda a causa de esa experiencia. Sin reaccionar con
violencia, pronto comenzó a preguntarse acerca de Dios que, según su sentir,
había afectado su vida tan cruelmente.
Los niños fueron criados por sus
abuelos maternos, el coronel Beaudet de Morlet y su esposa, que vivían en
Estrasburgo y que oficiaron de tutores legales. El coronel de Morlet, una
figura eminente que pertenecía a la École polytechnique,
gran escuela francesa de Ingeniería, tenía en ese momento sesenta y ocho años,
y enseñó con gran afecto a sus nietos.
Carlos cursó sus estudios en la
escuela episcopal de San Arbogast, donde obtuvo buenas calificaciones. En 1868, se
incorporó al Liceo de Estrasburgo en el sexto lugar en el orden de mérito. De
carácter introvertido y colérico, a menudo caía enfermo, por lo que continuó
sus estudios con clases particulares.
En el verano de 1868, se trasladó
a casa de su tía, Madame Moitessier, quien se sintió responsable por su
sobrino. Madame Moitessier, mujer de belleza notable, tenía una hija llamada María
de Bondy. Esta prima de Carlos era ocho años mayor que él y se convertiría
en su amiga y confidente. Ella era una practicante ferviente y
desempeñó a veces el papel de una segunda madre de Carlos.
Al desatarse la guerra franco-prusiana en
1870, el abuelo Morlet huyó con sus nietos de Estrasburgo, para evitar el
peligro que significaba la cercanía de la frontera, y se refugió primero
en Rennes y luego en Berna (Suiza).
Así, a los doce años, Carlos ya había
experimentado la muerte de sus padres, el desarraigo y el éxodo. Después de
la derrota de Francia, la familia se trasladó en octubre de 1871 a Nancy, en la
parte de Lorena que continuaba siendo francesa. En octubre de 1871, Carlos
entró al cuarto año de clases en el Liceo de Nancy. Tuvo por profesor a Jules
Duvaux, un republicano anticlerical ardiente, que llegaría a ser más tarde
legislador y ministro de Educación.
En esa época, Carlos se hizo muy
amigo de Gabriel Tourdes. A los dos jóvenes les apasionaba la lectura de los
clásicos, y Gabriel seguiría siendo para Carlos uno de los «amigos
incomparables» de su vida. Su educación en una escuela laica desarrolló en
Carlos un sentido de patriotismo, acompañado de desconfianza hacia el Imperio alemán. Carlos recibió simultáneamente la primera comunión y la confirmación de manos del por entonces obispo de
Nancy, monseñor Joseph-Alfred Foulon, el 18 de abril de 1872.
En octubre de 1873, durante el
último año de estudios en el Liceo, su pensamiento racionalista se incrementó
de forma marcada. Más tarde escribió: “Los filósofos están todos en desacuerdo.
Durante doce años yo no negué ni creí en nada, desconfiando de la búsqueda
de la verdad, ni siquiera creyendo en Dios. Ninguna evidencia me parecía
suficientemente clara”. (Carta a Henri de Castries, 14 de agosto de
1901)
Perdió completamente su fe hacia fines de 1874, el año en que estudió filosofía. Recordando
aquella etapa, Carlos relató años más tarde: “Fui educado cristianamente, pero
desde la edad de quince o dieciséis años, perdí la fe por completo. Las
lecturas que leía con tanta avidez habían realizado esta obra en mí; no seguía
ninguna doctrina filosófica, ya que ninguna me parecía suficientemente
fundamentada, y me quedaba en la duda completa, lejos sobre todo de la fe
católica cuyos muchos dogmas, en mi opinión, chocaban profundamente con la
razón. (Carta a Henri Duveyrier, 21 de febrero de 1892)
La pérdida de la fe se acompañó de un malestar interior que así describió en carta a
su prima: “A los diecisiete años, todo en mí era egoísmo, impiedad, deseo del
mal, me sentía trastornado”. (Carta a María de Bondy, 17 de abril de
1892).
El 11 de abril de 1874, su prima
María se casó con Olivier de Bondy. Unos meses más tarde, el 12 de agosto de
1874, Carlos obtuvo el grado de bachiller secundario con honores.
1.2 Joven en un mundo sin Dios (1874 a 1876)
Carlos es inteligente y estudia con facilidad. Le gustan mucho los libros, pero lee cualquier cosa. “Si me esforzaba un poco en Nancy es porque me dejaban mezclar con mis estudios una cantidad de lecturas que me dieron el gusto del estudio, pero me hicieron el mal que usted sabe…” Poco a poco, Carlos se aleja de la fe. Sigue respetando la religión católica, pero no cree más en Dios. “Pasé doce años sin negar nada y sin creer en nada, desesperando de encontrar la verdad, no creyendo ni siquiera en Dios, ninguna prueba me parecía suficientemente irrefutable.” “A los 17 años era puro egoísmo, pura vanidad, pura impiedad, puro deseo del mal, estaba como enloquecido…” “Estaba en la noche. No veía más ni a Dios ni a los hombres: Sólo estaba interesado en mí.” (Cuadernos de Charles de Foucauld).
En 1876 ingresó en la Academia de Oficiales de Saint-Cyr donde llevó una vida militar disipada. Enviado como oficial en 1880 a Sétif, Argelia, fue despedido al año siguiente por «indisciplina, acompañada de notoria mala conducta», aunque más tarde fue reincorporado para participar en la guerra contra el jeque Bouamama. En 1882 se embarcó en la exploración de Marruecos haciéndose pasar por judío. La calidad de su trabajo de reconocimiento y registro de los territorios marroquíes le valió la medalla de oro de la Sociedad de Geografía de París y la adquisición de gran fama tras la publicación de su libro Reconnaissance au Maroc (1883-1884).
Carlos de Foucauld fue enviado al
Liceo privado Santa Geneve en Versalles, dirigido por los jesuitas, con el objetivo de prepararse para el
examen de ingreso a la Escuela Militar Especial de Saint-Cyr. Carlos
se opuso a la severidad del internado y decidió abandonar toda práctica
religiosa. Desde 1875, llevó una vida disipada y fue excluido del Liceo en
marzo de 1876 por «pereza e indisciplina». Luego regresó a Nancy, donde
estudió con un tutor, mientras renovaba las lecturas con Gabriel Tourdes, con
las que decía disfrutar «plenamente de lo que es agradable al cuerpo y al
espíritu». Esa bulimia por la lectura llevó a los dos amigos a profundizar en
las obras de Ludovico Ariosto, Voltaire, Erasmo de Róterdam, François Rabelais y Laurence Sterne.
En junio de 1876, se presentó a
un examen escrito para ingresar en Saint-Cyr, donde obtuvo el 82.º lugar entre
412 alumnos. Firmó el acta de alistamiento voluntario y el 30 de octubre ingresó
en esa distinguida academia. Era uno de los más jóvenes de su clase.
Llevó una vida disoluta con sus compañeros de la clase llamada «Plewna», grupo del que se
sentía orgulloso. Junto a Carlos, en la Segunda Compañía estaba un tal Philippe Pétain. Los exámenes médicos revelaron en
Carlos un sobrepeso temprano. Física y mentalmente, no encajaba en el sistema
de Saint-Cyr. Continuó sus estudios a pesar de su poca dedicación al trabajo.
El aburrimiento comenzó a ganarlo y, aun así, gracias a su memoria excepcional
y a su rapidez mental, le alcanzaba con echar un vistazo a las lecciones para
asimilarlas. Así pasó el primer año de cursos, ubicándose en el 143.º puesto de
391. Eso le dio la posibilidad de elegir la caballería, el cuerpo de élite.
Carlos mantenía comunicación epistolar
regular con su amigo Gabriel Tourdes, en la que describía su profundo
aburrimiento en Saint-Cyr y evocaba con nostalgia la vida con su abuelo. La
salud del coronel Morlet se deterioró, y murió el 3 de febrero de 1878. Carlos
guardó siempre un recuerdo tierno de su abuelo, y catorce años después
escribió: “En Nancy, tuve el dolor inmenso de perder a mi abuelo del que
admiraba la magnífica inteligencia, y cuya ternura infinita rodeó mi juventud y
mi infancia de una atmósfera de amor de la que siento siempre con emoción el
calor. Fue para mí un dolor inmenso, y catorce años después sigue muy vivo”. (Carta
a Henri Duveyrier, 21 de febrero de 1892).
La muerte de su abuelo provocaría
en Carlos un sentimiento de soledad y dolor. Le escribió a Tourdes: “De
repente me quitan mi familia, mi casa, mi tranquilidad, y esa despreocupación
que era tan dulce. Todo eso ya nunca lo volveré a encontrar”... (Cuadernos
de Charles de Foucauld)
Carlos decidió entonces
emanciparse de los suyos. Había heredado mucho dinero y se encontraba libre de
trabas para disfrutar con cierto desenfreno de su legado. Sin la figura de su
abuelo, nada evitó que cayera en la disolución y la glotonería. Su segundo año
fue un desastre, y solo su buena memoria le permitió finalizar en el 333.º
lugar de 386. A pesar de los 45 días de castigo por su conducta deficiente y de
los 47 días de confinamiento por indisciplinado, descuidado y perezoso, fue
admitido en la Escuela de caballería en Saumur, en la que entró como teniente segundo el 31
de octubre de 1878.
En Saumur, a la edad de veinte
años, llevó una vida desordenada, mientras usufructuaba del importante
patrimonio heredado, que se elevaba a más de 353 500 francos. Carlos se dedicó a dilapidarlos en noches
agitadas en compañía de su compañero de cuarto, el marqués de Morès, un rico mujeriego impenitente.
Apodado «el juerguista erudito», aprovechó de su fortuna para traer prostitutas de París que desfilaban por su habitación, y a las
que trataba con poco respeto. Esa actitud libertina se acompañaba de
una reiterada y deliberada indisciplina. Fue castigado muchas veces por
desobediencia, por abandonar la escuela sin autorización, por llegar tarde y
por no levantarse por la mañana. Recibió al menos diecinueve días de arresto
simple y cuarenta días de arresto riguroso. En sus exámenes de egreso, Carlos
ocupó el último puesto entre 87.
En octubre de 1879 fue destinado
a Sézanne, en el departamento de Marne;
esto no fue del agrado de Carlos, quien pidió su traslado. En 1880 fue asignado
al 4.º Regimiento de húsares,
que más adelante se convertiría en el 4.º Regimiento de cazadores del África
en Pont-à-Mousson. A continuación, sobrevino el período
en que llevó una forma de vida más desenfrenada. Daba fiestas que tornaban en
orgías. Gastaba su dinero en la compra de libros, cigarros y noches. Su tía,
preocupada por sus extravagancias, escribió y puso por primera vez el tema a
consideración del Consejo Judicial para evitar que dilapidara su fortuna. Sobre
este período, Carlos escribió: «Más que un hombre, yo era un cerdo».
Vivió en pareja con María
Cardinal, apodada Mimí, una actriz que trabajaba en París. Ella se
mudó al apartamento de Carlos en Pont-à-Mousson donde comenzaron a convivir
como marido y mujer. El ejército tomó el hecho como algo demasiado serio y en
julio de 1880 llegó el primer castigo. Sus apariciones públicas con ella
comenzaron a traerle como consecuencia las recriminaciones de sus superiores y
sanciones ininterrumpidas, por considerársela una mujer de mala reputación.
Sin embargo, él no hacía caso y en una fiesta llegó a hacer pública su relación
con la joven Mimí.
Fue enviado a Sétif en la Argelia francesa con su regimiento, y llevó
consigo a su amante, al tiempo que su coronel se lo prohibía. En lugar de
actuar con discreción, Carlos compró un pasaje en el buque para «Madame la
vizcondesa de Foucauld», acto provocativo que desafiaba el orden establecido.
La verdad no se puso en evidencia hasta que, días después del desembarco,
llegaron las mujeres legítimas de los oficiales. El escándalo fue mayor por
haber tomado tanto tiempo en salir a la luz. El 24 de noviembre le impusieron
dos semanas de arresto abierto y el 22 de diciembre dos semanas adicionales de
arresto restringido, por su resistencia a dejar a la mujer. Luego de cumplir
sus arrestos, Mimí lo seguía acompañando. Jean-Jacques Antier,
uno de sus biógrafos, señaló que los oficiales jóvenes tomaron partido por
Carlos: según ellos, el ejército no debería inmiscuirse en la vida privada de
los oficiales. Transcurrido ese lapso, Carlos no cedió y fue condenado a
treinta días de calabozo. Por último, le llegó la notificación conclusiva en
marzo de 1881: «Queda usted apartado del servicio militar por indisciplina,
acompañada de notoria mala conducta». Todavía no había cumplido los veintitrés
años.
Deseoso de libertad se retiró
a Évian-les-Bains, un paraíso para adinerados, y llevó
con él a María Cardinal. Pero en mayo de 1881, al oír que su unidad luchaba
en Túnez, volvió a París y pidió su reincorporación al
4.º Regimiento de cazadores de África, la que se le concedió previo compromiso
de romper definitivamente su relación con su amante. Se trató de un cambio
meramente natural, al que Foucauld nunca mencionó como el comienzo de su conversión, si bien sentía «la vaga inquietud de una
mala conciencia que, dormida y todo, no está del todo muerta». El 3 de junio
se le reintegró el mando.
Carlos de Foucauld se unió de
inmediato a sus compañeros que luchaban contra la tribu de los krumiros en el
sur de Orán, después de la insurrección encabezada por
el morabito Bouamama. Durante aquella campaña, se
reencontró con Francisco Enrique (François-Henri) Laperrine, a quien
había conocido ya en su período de vida disipada, y que terminó por convertirse
en su amigo y, sin dudas, en una influencia moral sobre él. Al final de los
combates, después de seis meses de lucha, dejó la guarnición a fines de 1881 y
partió hacia Mascara, en Argelia. Esa
campaña en el desierto fue un punto de inflexión en la vida de Carlos de
Foucauld: no sólo demostró un buen comportamiento militar, sino que además
reveló ser un buen jefe, preocupado por sus hombres. Este periodo también se
corresponde con el final de su vida de libertinaje.
En
medio de los peligros y privaciones de las columnas expedicionarias, este
erudito jaranero se revela un soldado y un jefe. Soportando alegremente las más
duras pruebas, exponiendo constantemente su persona, preocupándose con
abnegación de sus hombres, era la admiración de los viejos mexicanos del regimiento,
y de los veteranos. Francisco Enrique Laperrine.
Por entonces, Carlos maduró un
proyecto de viaje a Oriente: «Me gusta mucho más aprovechar mi juventud
viajando; de esta manera, al menos, yo me instruiré y no perderé mi tiempo». Solicitó
una licencia que le fue rehusada. En consecuencia, renunció al ejército el 28
de enero de 1882, dimisión que le fue aceptada el 10 de marzo, aunque
permaneció como oficial de las reservas. Su familia reforzó su control
judicial, porque ya había dilapidado más de una cuarta parte de su herencia. En
vista de ello, la corte de Nancy dictaminó que Carlos era un despilfarrador,
incapaz de gobernar sus asuntos financieros, y nombró a Georges de Latouche
como protector: Carlos no podría firmar siquiera un documento bancario sin
contar con la anuencia de Latouche.
1.3 Explorador
en Marruecos (1882-1886)
Carlos de Foucauld se trasladó
a Argel en mayo de 1882 y se preparó para su
viaje. La reunión con Oscar Mac Carthy, geógrafo, explorador y director de
la Biblioteca Nacional de Argelia, confirmó el
objetivo del proyecto: Marruecos, un
país por entonces muy poco conocido. Carlos estudió durante un año el idioma árabe y el islam, así como
el idioma hebreo. Siguiendo el consejo de Mac Carthy, se
reunió con el rabino Mordejái Abi Serur, quien se ofreció como guía y le sugirió que
simulara ser judío para pasar desapercibido en aquel país,
por entonces prohibido para los cristianos y poblado mayormente por tribus que
escapaban al control directo del sultán.
Comenzó su viaje el 10 de junio de 1883, en compañía del rabino Abi Serur. Carlos se hizo llamar «rabino Joseph Aleman»; dijo haber nacido en Moldavia y haber sido expulsado de su país por los rusos. Declaró que el objeto de su viaje era visitar la comunidad judía de Marruecos.
Carlos de Foucauld llevaba consigo todos los instrumentos de trabajo necesarios para su
expedición: sextante, brújulas, barómetros, termómetros, mapas y documentos que escondió en su
mula.
De acuerdo con los consejos de su
guía, vivió como un indigente y observó el Sabbat.
Estando todavía en Argelia, el 13 de junio se cruzó en Tremecén con
oficiales franceses que no lo reconocieron. Uno de ellos se rio al ver a Carlos
y dijo: «Miren al pequeño judío comiendo aceitunas en cuclillas. Se parece a un
mono». Arribaron a Marruecos y disfrutaron de la hospitalidad de las familias
judías. Carlos subía a la terraza para hacer sus mediciones mientras Abi Serur
vigilaba, desviando la atención de los eventuales curiosos. Ante la
imposibilidad de cruzar la salvaje región de Rif, tomaron el
camino de Fez.
Carlos decidió explorar el este
antes de ir al sur. Frente a los temores de Abi Serur y para garantizar la
seguridad, Carlos contrató algunos jinetes como guardaespaldas que los
condujeran a la ciudad de Taza. En cada pueblo debía desembolsar
dinero para comprar la protección del kaid o jefe local. Llegaron
a Mequinez el 23 de agosto para dirigirse luego
hacia el sur, a pesar de la desconfianza manifestada por Abi Serur. Durante el
viaje, Carlos tomaba notas en un cuaderno pequeño escondido en la manga,
incluyendo datos topográficos y croquis, que ocultaba de la vista de sus acompañantes.
Durante la noche comenzaba el largo proceso de transcribir en un libro más
grande las diferentes anotaciones tomadas durante el día.
La expedición llegó al Alto Atlas, las mayores alturas del norte de África,
cruzándolo a través del paso de Tizi n’Telouet situado a más de 2600 m s. n. m. Foucauld se convertía así en el
primer europeo que exploraba esa región de Marruecos. El trayecto estuvo pleno
de riesgos e incidentes. A modo de ejemplo, Carlos relató que el 26 de octubre
vio tres pequeñas caravanas. El jefe de una de ellas entró en largas
discusiones con los custodios de Carlos. Quería robarle y sugería a quienes lo
escoltaban que lo ayudaran, ofreciéndoles la mitad del botín. Los custodios
rechazaron la oferta y el tentador no encontraba palabras para expresar cuán
estúpidos eran.
Carlos se conmovió por la belleza
de los paisajes, pero también por la piedad musulmana. Escribió en sus notas de viaje: “La noche del destino,
después del vigésimo séptimo día de Ramadán. Entonces, también los demonios salieron de
la tierra, lo que justifica la noche de oración para evitar sus tentaciones. La
contemplación durante semejantes noches lo conduce a uno a comprender la
creencia de los árabes en una noche misteriosa, Laylat al-Qadr, donde el cielo se abre, los ángeles
descienden a la tierra, las aguas de mar se tornan frescas y todo lo que es
inanimado en la naturaleza se inclina a adorar al Creador”. (Cuadernos Carlos
de Foucauld)
Exploró Marruecos en Tissint,
entre Tata y Foum Zguid antes de volver a los peligros y a la falta de dinero.
Abandonó a su compañero de viaje, con quien había tenido a menudo disputas
acaloradas, y se trasladó a Mogador para pedir dinero a su familia.
Permaneció varias semanas trabajando en la redacción de su diario de viaje. Una
vez que recibió el dinero, se unió a Abi Serur. Juntos, volvieron a subir el
Alto Atlas, acompañados por tres árabes que se suponía debían protegerlos, pero
que los despojaron, aunque dejando sus vidas a salvo y sin robar los
instrumentos y libros de Carlos. Abi Serur y Carlos se refugiaron con la
comunidad judía y volvieron a Argelia, después de casi once meses de viaje, en
lugar de los cinco previstos inicialmente.
La institución Societé de Geographie distinguió a Carlos de
Foucauld con la medalla de oro en 1885. El viaje al corazón de Marruecos, desde
junio de 1883 a mayo de 1884, y la considerable cantidad de información
presentada, especialmente geográfica y etnológica, le valieron a Carlos de
Foucauld la medalla de oro de la Sociedad
de Geografía de París el 9 de enero de 1885,
cuando la Sociedad era presidida por Ferdinand
de Lesseps. También en la Sorbona recibió honores académicos por su
trabajo. De regreso a Francia, se encontró con los suyos, especialmente su tía
paterna Madame Moitessier, pero la vida en París le resultó aburrida.
Regresó a Argel, donde McCarthy
le presentó a un geógrafo y topógrafo, el comandante Titre, semirretirado pero
muy activo, que servía como vicepresidente de la Sociedad Geográfica (rama
argelina). Carlos conoció a la hija del comandante, Marie-Marguerite Titre, una
joven hermosa de 23 años, espontánea y brillante, de moral y de carácter
fuerte, y creyente ferviente. Se enamoraron y él planeó casarse. Lo único en lo
que no coincidían era en la fe: Carlos era agnóstico. Él fue muy sincero con
ella: “Cuando nos casemos, te dejaré completamente libre de hacer lo que desees
en materia de religión pero, en lo que a mí se refiere, no practicaré porque no
soy creyente”. (Cuadernos de Charles de Foucauld)
María de Bondy, prima de Carlos,
se opuso al matrimonio, y junto con ella su tía Madame Moitessier, su propia
hermana María y el resto de la familia. Finalmente, decidió concluir el
compromiso, aunque aparentemente sufrió por algún tiempo a causa de la ruptura.
El 30 de diciembre de 1884 María de Foucauld, hermana de Carlos, se casó con el
banquero Raymundo (Raymond) de Blic, y llevó desde entonces ese
apellido.
Carlos embarcó para Argel el 14 de septiembre de 1885, a fin de dirigir una segunda expedición en el Sahara. Antes de publicar los datos obtenidos en su exploración a Marruecos, quería recorrer las partes del Sahara argelino y tunecino que todavía no conocía, a fin de verificar los puntos de semejanza entre ellos y el Sahara marroquí. Debido a la inseguridad crónica de la región, llevó solo un caballo y dos mulas de carga. Atravesó la cordillera Amour en la sección central del Atlas sahariano, y llegó a Laghouat el 6 de octubre, a Ghardaïa y El Golea el 9 de noviembre. Estuvo en Ouargla a fines de noviembre, y en Gafsa el 18 de diciembre. Durante el trayecto realizó una serie de dibujos y croquis de los lugares visitados. A comienzos de enero de 1886 llegó a Gabès, ocupada por los franceses desde 1881, desde donde se embarcó hacia Francia. En febrero de 1886 estuvo en Niza y luego en París.
1.5 Un militar sin convicción (1876 a 1882)
Después de dos años de estudios en la Escuela Militar, Carlos es oficial. Su abuelo acaba de morir y Carlos recibe toda la herencia. Tiene 20 años. Durante varios años, Carlos va a buscar su placer en la comida y en las fiestas. Lo llaman entonces el “Gordo Foucauld”. “Duermo mucho. Como mucho. Pienso poco.” Pero en octubre de 1880, Carlos es destinado a Argelia. Argelia le gusta y sus habitantes le interesan: “La vegetación es magnífica: palmeras, laureles, naranjos. ¡Es un hermoso país! Yo quedé maravillado: en medio de todo eso, árabes con albornoces blancos o vestidos con colores intensos, con un montón de camellos, de pequeños asnos y de cabras, que producen un efecto muy pintoresco.” Pero por mantener una relación irregular con una mujer, Carlos rechaza los consejos de sus Superiores. Es entonces destituido de su puesto.
Apenas
llega a Francia, se entera de que su regimiento ha sido enviado a Túnez: “Una
expedición de ese tipo es un placer demasiado extraordinario para dejarlo pasar
sin tratar de gozarlo. En África, me colocaron en un buen lugar, como lo había
pedido, pero no realmente en el regimiento que yo deseaba. Hago parte de una
columna que maniobra sobre las altas mesetas, al Sur de Saïda. Es muy
divertido: la vida de campamento me gusta en la misma medida en que la vida en
la guarnición me disgusta. Espero que la columna dure mucho tiempo; cuando
acabe, trataré de ir a otra parte en donde haya movimiento.” En enero de 1882,
las “columnas” se acaban y Carlos se encuentra de nuevo en un cuartel. “Detesto
la vida en la guarnición…prefiero aprovechar mi juventud viajando; de todas maneras,
aprenderé algo y no perderé mi tiempo.” Y el 28 de enero de 1882, presenta su
dimisión del ejército.
1.6 Un viajero formal (1882 a 1886)
Carlos decide entonces instalarse en Argel para preparar sus viajes. “Sería una pena hacer viajes tan hermosos, tontamente y como simple turista: quiero hacerlos seriamente, llevar libros y aprender tan completamente como sea posible, la historia antigua y moderna, sobre todo la antigua, de todos los países que atraviese.” Marruecos está cerca, pero está cerrado para los europeos.
Carlos se siente atraído por ese país muy poco conocido. Después de una larga preparación de 15 meses, Carlos parte a Marruecos con el Judío Madoqueo que será su guía. “En 1883, sobre las tierras del sultán, el Europeo puede circular abiertamente y sin peligro; en el resto de Marruecos, sólo puede penetrar disfrazado y con peligro de su vida: es considerado como un espía y sería masacrado si fuera reconocido. Casi todo mi viaje se hizo en el país independiente. Me disfracé desde Tanger, para evitar correr el riesgo de ser reconocido en otros lugares. Me hice pasar por israelita. Durante mi viaje, mi vestido era el de los Judíos marroquíes, mi religión la de ellos, mi nombre, el rabino José.
Rezaba y cantaba en la sinagoga, los padres me suplicaban que bendiga a sus hijos…” “A quien me preguntaba sobre mi lugar de nacimiento, le contestaba a veces Jerusalén, a veces Moscú, a veces Argel.” “Si preguntaban el motivo de mi viaje: para el musulmán, era un rabino mendicante que pedía limosna de ciudad en ciudad; para el Judío, un Israelita piadoso que había venido a Marruecos a pesar de las fatigas y peligros, para enterarse de la situación de sus hermanos.” “Todo mi itinerario fue recogido con brújula y barómetro.” “En el camino, tenía conmigo siempre un cuadernillo de cinco centímetros cuadrados escondido en el hueco de mi mano izquierda y un lápiz de dos centímetros de largo que no sacaba nunca de la otra mano, anotaba lo que el camino presentaba de notable, lo que se veía a derecha e izquierda; marcaba los cambios de dirección, acompañados por anotaciones hechas con la brújula, los accidentes del terreno, con la altura barométrica, la hora y el minuto de cada observación, las paradas, los grados de rapidez de la marcha, etc. Escribía así casi todo el tiempo mientras estaba en ruta, todo el tiempo en las regiones accidentadas.” “Nunca nadie se dio cuenta, aún en las caravanas más numerosas; tomaba la precaución de caminar adelante o detrás de mis compañeros, para que, gracias a la amplitud de mi ropa, no distinguiesen el ligero movimiento de mis manos. La descripción y los datos recolectados en el itinerario llenaban un cierto número de pequeños cuadernillos.” “En cuanto llegaba a un pueblo donde me era posible tener una pieza aparte, completaba las notas y las recopilaba en unos blocs que formaban mi diario de viaje. Consagraba las noches a ocuparme de esto.” “Durante la corta estadía en Tisint, conocí a varias personas: todos los hadjs (título de quienes habían realizado una peregrinación a la Meca) quisieron verme. Por el solo hecho de que venía de Argelia, donde habían sido bien recibidos, todos me acogieron muy bien; varios, lo supe más adelante, se imaginaron que era cristiano; no dijeron nada, comprendiendo, mejor que yo quizás, en qué peligros podían ponerme sus palabras.” “Llegando a Agadir, fui a la casa del Hadj Bou Rhim.
No puedo decir cuántas alegrías me ha dado, ni el agradecimiento que le debo: fue para mí el amigo más seguro, el más desinteresado, el más abnegado; en dos ocasiones arriesgó su vida para proteger la mía. Había adivinado, al cabo de poco tiempo, que yo era cristiano; yo mismo se lo declaré después: esta prueba de confianza aumentó aún más su estima.” Durante 11 meses, Carlos recibió a menudo injurias y piedras. Varias veces llegó hasta correr el riesgo de que lo mataran. El 23 de mayo de 1884, un mendigo pobre llega al puesto de la frontera de Argelia. Está descalzo, enflaquecido y cubierto de suciedad. Ese pobre judío se llama Carlos de Foucauld. “¡Fue duro, pero muy interesante, y tuve éxito! El mundo científico de la época se entusiasma con el trabajo de Carlos: ¡una verdadera exploración! Recorrió 3000 Km en un país casi desconocido. ¡Es la gloria!
1.7 Un buscador de Dios (1886 a 1890)
En 1886 se volvió una persona espiritualmente muy inquieta que reiteraba la oración: «Dios mío, si existes, haz que yo te conozca», mientras entraba y salía de la iglesia repetidamente. Su encuentro y confesión con el sacerdote Henri Huvelin el 30 de octubre de 1886 produjo un cambio decisivo en su vida. Para cuando la publicación de su libro Reconnaissance au Maroc (1883-1884) lo catapultaba a la fama como «descubridor de mundos», a Foucauld ya no le interesaba nada de eso.
Pero a Carlos no le interesa esa gloria. Deja Argelia y se instala cerca de su familia en París. Tiene 28 años. “Al comienzo de octubre de ese año 1886, después de seis meses de vida en familia, mientras estaba en París haciendo imprimir mi viaje a Marruecos, me encontré con personas muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas; al mismo tiempo, una gracia interior extremadamente fuerte me empujaba: empecé a ir a la iglesia, sin creer, encontrándome bien solamente allí, donde pasaba largas horas repitiendo esta extraña oración: ‘¡Dios mío, si existes, haz que Te conozca!’” “Pero yo no Te conocía…”
“¡Oh Dios mío! ¡Cómo tenías tu mano sobre mí, y qué poco yo lo sentía! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo me guardaste! ¡Cómo me guardabas bajo tus alas mientras yo ni siquiera creía en Tu existencia!” “Forzado por las circunstancias, me obligaste a ser casto. Era necesario para preparar mi alma a recibir la verdad: El demonio es demasiado dueño de un alma que no es casta.” “Al mismo tiempo me hiciste volver a estar con mi familia donde fui recibido como el hijo pródigo.” “Todo eso era Tu obra, Dios mío, obra Tuya solamente… Un alma hermosa te secundaba, pero con su silencio, su dulzura, su bondad, su perfección… Me atrajiste por la belleza de esa alma.” “Me inspiraste entonces este pensamiento: ‘Puesto que esta alma es tan inteligente, la religión en la que cree no puede ser una locura. Estudiemos entonces esa religión: tomemos un profesor de religión católica, un sacerdote instruido, y veamos qué pasa, y si hay que creer lo que ella dice.’”
“Me dirigí entonces al Padre Huvelin. Le pedí lecciones de religión: él me hizo arrodillar e hizo que me confesara, y me envió inmediatamente a comulgar…” “¡Si hay alegría en el cielo por un pecador que se convierte, la hubo cuando entré en ese confesionario!” “¡Qué bueno que has sido! ¡Qué feliz que soy!” “Yo, que había dudado tanto, no creí todo en un solo día; unas veces los milagros del Evangelio me parecían increíbles; otras, quería mezclar en mis oraciones pasajes del Corán. Pero la gracia divina y los consejos de mi confesor disiparon esas nubes…”
“Mi
Señor Jesús, tú pusiste en mí ese amor por ti, tierno y cada vez más grande,
ese gusto por la oración, esa fe en tu Palabra, ese sentimiento profundo del
deber de la limosna ese deseo de imitarte, esa sed de realizar el mayor
sacrificio que me fuera posible hacerte.” “Deseaba ser religioso, vivir sólo
para Dios. Mi confesor me hizo esperar tres años.” “¡Qué influencia bendita
tuvo en mi vida la peregrinación a Tierra Santa!, aunque la hice a pesar mío,
por pura obediencia al Padre Huvelin…” “Después de haber pasado Navidad de 1888
en Belén, de haber escuchado la Misa de Medianoche y recibido la sagrada
Comunión en la santa Gruta, me volví a Jerusalén después de dos o tres días. La
dulzura que sentí al rezar en esa gruta donde resonaron las voces de Jesús, de
María, de José, fue indecible.” “Tengo sed de llevar la vida que entreví, que
adiviné, caminando por las calles de Nazaret, que pisaron los pies de nuestro
Señor, pobre artesano perdido en la abyección y la oscuridad…”
1.8 La
conversión (1886-1890)
De febrero a octubre de 1886,
alquiló una habitación en París, cerca de la casa de su prima María de Bondy. Su
actitud cambió y comenzó a leer tanto el Corán como el libro Elevaciones del alma
a Dios, sobre todos los misterios de la religión cristiana, obra escrita
por Bossuet y que
María de Bondy le había regalado. Fue un cambio muy grande para aquel que una
vez había disfrutado de la lectura de obras literarias griegas y romanas, y de
escritos eróticos de origen diverso, de los que ahora decía «encuentro esos
trabajos vacíos y desagradables» (Escritos espirituales, p. 79).
Llevó una vida más y más simple, lejos de las extravagancias escandalosas que
tan chocantes habían resultado a su familia. Trabajó durante todo el año 1887
en la corrección definitiva de su obra Reconnaissance au Maroc
(1883-1884) (traducido, Reconocimiento a Marruecos (1883-1884)),
que fue publicada en 1888.
La experiencia en Marruecos fue
una revelación para Foucauld. Recordando ese tiempo, afirmaría en 1901: “El islam produjo
un cambio profundo en mí. La visión de esa fe, de esas almas viviendo en la
continua presencia de Dios, me hizo entrever unas cosas más grandes y más
verdaderas que las ocupaciones mundanas”. (Carta a Henri de Castries)
Su desconfianza frente a la fe
cristiana se desvaneció poco a poco, merced a los intercambios de opinión que
mantenía con su prima María de Bondy, conversaciones en las que se hablaba de
religión. Marie de Bondy jugó un papel importante en su conversión. Carlos la describió más tarde como un
«ángel terrestre» en quien podía confiar. Más importante aún, tomó parte en
reuniones y cenas, que le hicieron cambiar su percepción de la fe: “En París me
encontré con personas muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas. Y me
dije que tal vez esa religión no era absurda”. (Carta a Henri de Castries)
Comenzó a asistir a la iglesia de San Agustín de París, donde oficiaba el
sacerdote Henri Huvelin.
Foucauld, por entonces espiritualmente inquieto, repetía la oración: «Dios mío,
si existes, haz que yo te conozca».
Tu
primera gracia, aquella en la que veo la primera aurora de mi conversión, es
haberme hecho experimentar el hambre... cuando me volví a ti, muy tímidamente,
a tientas, haciéndote esta extraña oración: «Si existes, haz que yo te conozca»
(Méditations sur les saints Évangiles, Nazaret)
El 30 de octubre de 1886, Carlos
decidió encontrarse con el P. Huvelin en su confesonario de la iglesia. Carlos no fue para
confesarse pues, como comentó a Huvelin, no tenía fe. Huvelin le preguntó si
alguna vez había creído. Él respondió que creyó hasta trece años antes, pero
que en ese momento era incapaz de creer, que los misterios, los dogmas y los
milagros constituían obstáculos. Huvelin le dijo que estaba equivocado: que lo
que le faltaba para creer era un corazón puro y, luego de un rato de
conversación, le instó a confesarse. Luego de
arrodillarse y de revisar y confesar su vida, recibió la absolución. A
continuación, Huvelin le preguntó si había comido algo, a lo que Carlos le
respondió negativamente. Huvelin le indicó que recibiera la eucaristía, y se la dio. Recordando ese momento,
escribió años más tarde: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí
que no podía hacer otra cosa que vivir para él. Mi vocación religiosa data
de la misma hora de mi fe. ¡Dios es tan grande! Hay tanta diferencia entre Dios
y todo aquello que no lo es”. (Carta a Henri de Castries)
La conversión condujo a Carlos a
un cambio radical de la vida: se convirtió en un creyente, comenzó a rezar el
breviario, y leyó a los Padres del desierto. El
P. Henri Huvelin fue para él su padre espiritual y trató de modular su
entusiasmo. Le advirtió que era muy pronto para discernir una vocación
religiosa y le pidió que se tomara su tiempo. Más tarde, Carlos admitiría:
Al
principio, la fe tiene un número de obstáculos que superar. Yo, que había
dudado tan fuertemente, no vine a creer todo en un solo día. Los milagros del
Evangelio me parecían difíciles de creer. (Carta a Henri de Castries)
Entonces, el P. Huvelin cambió su
forma de aproximación, e invitó a Carlos a que se dedicara a imitar a Cristo
y a leer y meditar los evangelios. Lo que siguió fue sorprendente: la
obediencia mostrada por Carlos, quien por tanto tiempo había sido un rebelde,
desconocedor de Dios y de todo dueño, y desafiador de su familia y del
ejército. Sin embargo, el P. Huvelin aún entreveía cierta influencia del islam en el
arrogante deseo de perfección de Carlos y puso énfasis en la humanidad
de Jesús de Nazaret y no en su gloria. Como
Jesús, Carlos quiso buscar entonces ser el último, servidor de todos. Después
de más de dieciocho meses de espera y de obediencia al P. Huvelin, Carlos
profundizó su vocación religiosa: quiso entrar en una orden que imitara la
vida oculta de un trabajador pobre y humilde de Nazaret, sintiéndose
indigno de la vida sacerdotal o misionera.
El 19 de agosto de 1888, Carlos
visitó la abadía Notre-Dame de Fontgombault y
se sintió muy atraído por la pobreza radical de la orden. En septiembre de
1888, renunció definitivamente al ejército después de su último período de
reserva y recibió con indiferencia el éxito de su libro Reconnaissance
au Maroc (1883-1884), publicado el 4 de febrero de 1888, obra que la
comunidad científica elogiaba de forma unánime. El libro lo catapultaba como
nuevo «descubridor de mundos», pero a él poco le importaban ya esos éxitos
humanos.
A fines de 1888, con el
asesoramiento del P. Huvelin, marchó de peregrinación por cuatro meses a Tierra Santa. No era la primera vez que un hombre,
luego de su conversión, peregrinaba tras las huellas de Jesús de Nazaret: Francisco de Asís e Ignacio de Loyola habían hecho lo mismo. Llegó
a Jerusalén el 15 de diciembre de 1888, visitó Nazaret el 10 de enero de 1889, donde profundizó
su deseo de ocupar lo que él llamaba «el último lugar», aquel que le
permitiera servir ocultamente.
Regresó a Francia el 14 de
febrero de 1889 y anunció que quería entrar en la orden de la Trapa. Pero siguiendo el consejo del
P. Huvelin visitó antes, en mayo, la abadía benedictina de Saint-Pierre de
Solesmes. Posteriormente, visitó la gran Trapa ubicada en Soligny, pero la abadía le pareció a Carlos demasiado
organizada y no suficientemente pobre. El 20 de septiembre de 1889 compró
el Libro de las fundaciones de Teresa de Ávila, y en carta a su prima expresó lo
hermoso que le parecía. Desde entonces, los escritos de Teresa de Ávila y los
evangelios, constituyeron la base de sus lecturas espirituales. Finalmente,
como el P. Huvelin le había sugerido, Carlos optó por entrar en el monasterio
trapense de Nuestra Señora de las Nieves (Notre-Dame-des-Neiges), el más
elevado y frío de Francia, ubicado en el departamento de Ardèche.
El 18 de diciembre de 1889,
confirió a su hermana la manda sobre todos sus bienes. Se despidió de
María de Bondy el 15 de enero de 1890, sin poder contener las lágrimas: ese
adiós fue muy difícil para él y puso de manifiesto la incondicionalidad de su
entrega a Dios. Más adelante, Carlos eligió esa fecha para renovar su
consagración a Dios, y llegó a escribir: «Este sacrificio me costó todas mis
lágrimas, pues desde entonces, desde aquel día, ya no lloro...». (Cuadernos
Charles de Foucauld)
1.9 Un monje en la Trapa (1890 a 1897)
En noviembre de 1888 peregrinó a Tierra Santa tras las huellas de Jesús de Nazaret, lo que causó un fuerte impacto en él. Entró en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves en 1890 y pasó varios años en la Trapa de Cheikhlé en el Imperio otomano, donde puso por escrito muchas de las meditaciones que serían el corazón de su espiritualidad, incluyendo la reflexión que daría origen a la célebre Oración de abandono.
Carlos ingresó en el monasterio
trapense el 16 de enero de 1890. Tomó el
hábito de novicio y el nombre de hermano María-Alberico. De inmediato, amó esa
vida de pobreza, silencio, trabajo y oración. Se mostró desprendido y se
convirtió rápidamente en un ejemplo de vida en el seno de la Trapa por su
obediencia y humildad. Así explicó a su prima lo que vivía: “En este mundo
triste, tenemos en el fondo una profunda felicidad que no tienen ni los santos
ni los ángeles, la de sufrir con nuestro Bien-Amado, por nuestro Bien-Amado.
Por dura que sea la vida, por largos que sean los días tristes, por más
consolador que resulte pensar en el buen valle de Josafat, no tengamos más prisa de la que
Dios quiere en abandonar el pie de la cruz”. (Carta de Carlos de Foucauld a
María de Bondy)
Su búsqueda de la pobreza
continuó con la solicitud de pasar a la Trapa cisterciense de Cheikhlé, la más pobre de la
orden, ubicada en las cercanías de Alejandreta, en el por entonces Imperio otomano (actual Siria), con los
riesgos que implicaba vivir en pleno territorio musulmán.
La vida espiritual de Carlos en
la Trapa aumentó su reputación como hombre de aquilatada virtud, a pesar de que
sus fuertes mortificaciones preocupaban tanto a su superior como a Henri
Huvelin. Los superiores vieron en él al posible próximo superior de la Trapa y le
pidieron que reanudara los estudios a fin de ser sacerdote. Fue entonces
cuando él expuso sus gustos en su búsqueda de la pobreza y de la humildad:
“Si
me hablan de estudios, yo expondré que tengo un gusto muy fuerte por permanecer
hasta el cuello en el trigo y en la madera, y una repugnancia extrema por todo
lo que tiende a alejarme de este último lugar que yo he venido a buscar, en
esta abyección en la que quiero sumergirme cada vez más en seguimiento de
nuestro Señor... y luego, a fin de cuentas, obedeceré”. (Cuadernos de Carlos de
Foucauld)
Carlos puso manos a la obra y
comenzó a estudiar teología aunque con cierto pesar porque, en su
opinión, lo alejaba del «último lugar» y de la humildad que buscaba. De ahí
surgieron dudas sobre su vocación en la Trapa. Escribió al P. Huvelin: “Ustedes
esperan que yo tenga ya suficiente pobreza. No. Somos pobres para los ricos,
pero no somos pobres como yo lo era en Marruecos, pobre como San Francisco...
En esto también guardo silencio y obediencia. Poco a poco, sin que se note,
puedo obtener permisos que me hagan practicar mejor la pobreza. (Carta a
Henri Huvelin)
En 1891, regaló un apartamento
que poseía en el número 50 de la calle Miromesnil en París, y renunció como
miembro de la reserva del ejército y de la Sociedad de Geografía de París.
Comparando la despedida de su prima el 15 de enero de 1890 con la renuncia al
ejército y a los honores en 1891, le escribió: “Este paso me hace feliz. El 15
de enero me fui de todo lo que me resultaba un bien, pero quedaba por dejar
atrás estas vergüenzas miserables, el grado militar, la pequeña propiedad, y me
causa placer tirarlas por la ventana”. (Carta a María de Bondy, 16 de
julio de 1891)
A pesar de las reservas que
Foucauld le expresó al maestro de novicios Dom Luis de Gonzaga (Louis de
Gonzague) en relación con la supuesta comodidad de la Trapa que Carlos
tenía por excesiva, terminó por pronunciar sus votos monásticos el 2 de febrero de 1892 y
recibió la tonsura.
Los interrogantes de Carlos se
intensificaron y se centraron en la posibilidad de vivir más profundamente la
pobreza y el abandono de sí mismo. Sus cartas al P. Huvelin muestran que sus preguntas eran cada vez
más constantes y fuertes. El sacerdote intentó de nuevo calmar la radicalidad
de Carlos. El 26 de agosto de 1893, escribió al P. Huvelin sobre su intención
de crear una nueva orden religiosa. Abogaba por una pobreza absoluta, la
sencillez y la oración, no en latín sino en la lengua local, lo que se
anticipaba en cierta medida a la reforma litúrgica que se produjo con
posterioridad al Concilio Vaticano II.
Hablando de la «complicada liturgia de San Benito», escribió: «Nuestra liturgia
cierra la puerta de nuestros conventos a los árabes, turcos, armenios, etc.,
que son buenos católicos pero no saben una palabra de nuestras lenguas...».
El P. Huvelin le respondió
tardíamente, pidiéndole que esperara y que continuara sus estudios para el
sacerdocio, a pesar de su renuencia. Carlos comenzó en 1895 la redacción de
una regla. Frente a la negativa de sus superiores de
establecer una nueva orden, se propuso imitar la pobreza de la vida de Jesús
en Nazaret, convirtiéndose en un ermitaño, al pie de la
Trapa. Renunció a ello dadas las dificultades que su enfoque plantearía a
la orden de la Trapa. En una de sus meditaciones,
probablemente de 1896, Carlos escribió su texto más famoso, una meditación que
daría origen a la Oración de abandono,
que condensa su espiritualidad.
El 20 de noviembre de 1895, la
Trapa tuvo que ser protegida por soldados al iniciarse las masacres hamidianas de
armenios cristianos, así llamadas en razón del nombre del sultán
otomano Abdul Hamid II bajo cuyo gobierno se ejecutaron.
Éste fue un antecedente del gran genocidio armenio perpetrado durante la primera guerra mundial.
De todo esto dejó constancia Carlos en sucesivas cartas.
“No
es por mí por lo que le escribo hoy. Usted conoce sin duda los horrores que han
ocurrido en estas comarcas [...] en este tiempo ha habido, a poca distancia, en
Armenia, terribles matanzas: se habla de sesenta mil muertos [...] y entre los
supervivientes, en las ruinas de sus pueblos quemados, despojados de todo, una
miseria, un hambre, un sufrimiento espantosos [...] Si conoce alguna persona
que pueda y quiera socorrer tanta desgracia, oriente hacia ese lado su caridad”.
(Carta al P. Huvelin, 16 de enero de 1896)
Las matanzas, que según las
estimaciones alcanzaron entre 80 y 300 mil muertos, y dejaron al menos
cincuenta mil huérfanos de menos de 12 años como resultado,23 se produjeron no lejos de la Trapa de Akbès
donde vivía Carlos, conocido por entonces como el hermano María-Alberico. Al
contemplar las masacres de marzo de 1896, descubrió en el sacerdocio la
posibilidad de estar más cerca de los que sufren y de los pobres: «Nada de
refugio o de asilo para este frío terrible, nada de pan, ni recursos, enemigos
por todas partes, y ninguna persona que los ayude». Pero si la persecución
contra los armenios había despertado en Carlos el deseo de ser sacerdote, había
todavía razones para que él se sintiera dividido interiormente por ese tema. La
vida de Nazaret exigía un estado de pobreza, pero el sacerdocio no se ejercía
en esa condición. Además, la Trapa hacía diferencia entre religiosos de coro y
hermanos legos (es decir, entre sacerdotes y no sacerdotes) y Carlos no podía
tolerar tal distinción: percibía que si se le hacía trapense-sacerdote, eso
significaría una «elevación», algo inaceptable para él. Además, Dom Martin y
Dom Luis de Gonzaga coincidían en los méritos excepcionales de Carlos y parecía
que consideraban hacerlo prior de Akbès, lo cual podría haber sido otra razón
para que Carlos quisiera alejarse de la Trapa.
Carlos no profesó sus votos
solemnes y, con el acuerdo del P. Huvelin que no dudaba ya de su vocación
particular, solicitó asimismo que se le relevara de sus votos temporales. A
fines de julio de 1896 llegó de París la carta de Huvelin, en la que le
concedía permiso para dejar la Trapa.
Los superiores de la Trapa le propusieron entrar en la Abadía de la Trapa de Staoueli, en Argelia, y Carlos partió hacia allí el 10 de septiembre de 1896. Frente a la determinación de Carlos, los superiores de la Trapa decidieron enviarlo a Roma, para estudiar para el sacerdocio. Carlos obedeció y llegó a Roma el 27 de octubre de 1896. El abad general de los trapenses se convenció pronto de la vocación tan personal de Carlos de Foucauld; decidió dispensarlo de sus votos y otorgarle el permiso para dejar la Trapa el 23 de enero de 1897. El propio Carlos describió el proceso en una carta, en la que explicó su disposición a obedecer con alegría: Desde hace tres años y medio pido pasar del rango de religioso de coro al rango de hermano coadjutor, sea en la Orden, sea en otra Orden religiosa establecida en Oriente. Creo que es mi vocación: bajar. Con el permiso de mi confesor, había hecho esta petición; antes de concederme lo que he pedido, mis superiores me mandaron a que pasara un tiempo en Staoueli. Una vez allí, sorprendentemente, recibí la orden de ir a Roma, y allí donde yo pensaba que se me haría esperar aún mucho el permiso en pos del cual suspiro desde hace tanto tiempo... nuestro buen Padre General me llama, examina mis sentimientos, reflexiona sobre mi vocación, reúne a su Consejo y todos, unánimemente, declaran que la voluntad de Dios es que yo siga este camino de abyección, de pobreza, de humilde trabajo manual, esa vida de obrero de Nazaret que él mismo me indica desde hace tiempo.[...] Pero allí donde he necesitado obediencia, es que antes de que él tomara esta decisión, había prometido a Dios hacer todo lo que me dijera mi reverendísimo Padre [...] y todo lo que me dijera mi confesor. De manera que si me hubiesen dicho: «Tú tienes que hacer los votos solemnes dentro de diez días» y luego: «Vas a recibir la ordenación sacerdotal», hubiese obedecido con alegría, seguro de hacer la voluntad de Dios. (Carta al P. Jerôme, en Lettres à mes frères à la Trappe, 24 de enero de 1897).
Carlos está muy apegado a su familia y a sus amigos, pero se siente llamado a dejar todo para seguir a Jesús. Y el 15 de enero de 1890, entra en la Trapa. “El Evangelio me mostró que el primer mandamiento es amar a Dios con todo mi corazón y que había que encerrar todo en el amor; todos saben que el primer efecto del amor es la imitación. Me pareció que nada me ofrecía mejor esta vida que la Trapa.” “Todos los hombres son hijos de Dios que los ama infinitamente: es entonces imposible querer amar a Dios sin amar a los seres humanos: cuanto más se ama a Dios, más se ama a los hombres. El amor de Dios, el amor por los seres humanos, es toda mi vida, será toda mi vida, así lo espero.” Carlos es feliz en la Trapa. Aprende mucho. Recibe mucho. Pero le falta todavía algo. “Somos pobres para los ricos, pero no lo somos como lo fue Nuestro Señor, no lo somos como yo lo fui en Marruecos, no como lo fue San Francisco.”
“Amo
a Nuestro Señor Jesucristo, y no puedo soportar llevar una vida diferente de la
Suya… No puedo atravesar la vida en primera clase cuando Aquel a quien amo la
atravesó en la última…” “Me he preguntado si no habría la posibilidad de buscar
algunas almas con quienes pudiera formarse un comienzo de pequeña
congregación.” “El fin sería llevar lo más exactamente posible la vida de
Nuestro Señor: viviendo únicamente del trabajo manual, siguiendo a la letra
todos sus consejos…” “Agregar a ese trabajo muchas oraciones, formar solamente
pequeños grupos, que se difundan por todas partes sobre todo en los países no
cristianos tan abandonados y donde sería tan bueno aumentar el amor y los
servidores de Nuestro Señor Jesús.”
1.10
Un ermitaño en el país de Jesús
(1897 a 1900)
Entre 1897 y 1900 vivió en Tierra Santa, donde su búsqueda de
un ideal de pobreza, de sacrificio y de penitencia radical lo condujo
cada vez más a llevar una vida eremítica.
Carlos de Foucauld salió de Roma
después de recibir la aprobación del Padre Huvelin, a quien obedecía como si se
tratara de un superior. Partió hacia Tierra Santa, donde arribó el 24 de febrero de 1897.
Comenzó una peregrinación vestido
como un campesino palestino. Llegó a Nazaret el 10 de marzo de 1897 y se presentó en
el Monasterio de Santa Clara de Nazaret, donde pidió trabajar como jardinero y
así pagar un pedazo de pan y el cobijo en una cabaña. Reparaba los muros de la
cerca, realizaba las diligencias para las religiosas y dibujaba imágenes
piadosas, en tanto que reservaba tiempos específicos para la oración. Las hermanas pobres de Santa Clara se
inquietaban por su régimen alimenticio y le proporcionaban higos y almendras,
que él en secreto distribuía a los niños. Carlos confesaba así sus faltas a su
padre espiritual: “Oraciones mal hecha. Pereza para levantarme. Gula.
Deseos de enaltecimiento, tales como ser mayor que un trapense”. (Cuadernos
Carlos de Foucauld)
Sin embargo, trataba de moderar
sus escrúpulos y su búsqueda desmedida de mortificación. Comenzó a escribir
sus meditaciones, «para fijar sus pensamientos». Llegó a escribir más de
tres mil páginas en tres años. Este sería el período en que más se explicita su
misticismo, que constituye el fundamento de su espiritualidad, conformado de
grandes momentos de alegría interior. Concebía así su vocación: “Toda nuestra
existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los tejados. Toda
nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida
deben gritar que pertenecemos a Jesús, deben presentar la imagen de la vida
evangélica”. (Escritos espirituales, p. 396. Nazaret, 1898)
Con su vida de ascetismo, Carlos
adquirió una fama de santidad entre las clarisas de Nazaret, y la madre
Elizabeth, abadesa de las clarisas de Jerusalén, quiso reunirse con él. Al
descubrir qué tipo de hombre era Carlos, intentó convencerle de que fuera sacerdote
y capellán del monasterio, alentando sus proyectos de fundación de una orden
religiosa.
Carlos pasó una semana de retiro
espiritual en Taybeh en marzo de 1898. Escogió ser llamado
«Carlos de Jesús», y en mayo de 1900 tomó como lema «Jesus Caritas». A
pesar de algunas dudas acerca de su posible papel como fundador, le sedujo una
oferta de compra de un terreno en el pico del llamado Monte de las Bienaventuranzas, que le hizo soñar con la
fundación de una comunidad de sacerdotes ermitaños.
El
resultado de mi Semana Santa fue el siguiente: abandonar Santa Clara donde me
encuentro «como pez en el agua» [...] y ser ermitaño en un sitio cualquiera,
sobre las colinas que dominan Nazaret, para llevar allí la cruz de Jesús,
sumido en la pobreza y en el trabajo... “En aquel momento no había pensado en
absoluto en el Monte de las Bienaventuranzas, ni en el sacerdocio... pero he
aquí que, de repente, las tres cosas se juntan, se amalgaman, y se presentan
bajo la forma de una necesidad casi...” (Carta al P. Henri Huvelin, 26 de abril de 1900).
Después de pedir dinero a su
hermana, pagó el terreno, pero terminó siendo víctima de una estafa, con lo que
no pudo concretar su aspiración.
Es entonces cuando escribe la
Regla de los Hermanitos. “Quise hacer una regla muy sencilla, que fuera
adecuada para que algunas almas piadosas pudieran vivir una vida de familia
alrededor de la Sagrada Hostia.” “Mi regla está tan estrechamente ligada al
culto de la Sagrada Eucaristía que es imposible que sea observada por varias
personas sin que haya un sacerdote y un sagrario; podré tener algunos
compañeros solamente cuando yo sea sacerdote y cuando haya un oratorio
alrededor del cual podamos encontrarnos juntos…”
En agosto de 1900, Carlos vuelve
a Francia. El Padre Huvelin está de acuerdo para que reciba el sacerdocio. “Fui
a pasar un año en un convento, para estudiar y recibí allí las Sagradas
Órdenes. Sacerdote desde el mes de junio pasado, me sentí llamado inmediatamente
a ‘las ovejas perdidas’, a las almas más abandonadas, a las más desamparadas,
para cumplir con ellas el deber del amor: ‘Ámense unos a otros como yo los amé,
en eso reconocerán que son mis discípulos’. Sabiendo por experiencia que no
había ningún pueblo más abandonado que los musulmanes de Marruecos, del Sahara
argelino, pedí y obtuve el permiso de ir a Béni Abbès, pequeño oasis del Sahara
argelino cerca de la frontera de Marruecos.”
1.11 La ordenación sacerdotal (el 9 de junio 1901)
Alentado
por su padre espiritual y la madre superiora de las clarisas de Jerusalén,
Carlos solicitó la ordenación sacerdotal al Patriarca de Jerusalén pero tampoco
ese proyecto tendría éxito. Finalmente, Carlos decidió prepararse para el
sacerdocio en Francia.
A fines de
agosto de 1900 Carlos se embarcó para Marsella, y de allí fue a París. Visitó al P. Huvelin al que vio por primera
vez en diez años. Visitó también a sus familiares y de allí se dirigió a Roma
para obtener el permiso para ser sacerdote: “Siguiendo el criterio del P.
Huvelin, estoy en Roma durante algún tiempo, después iré también por un tiempo
a Nuestra Señora de las Nieves, donde terminaré mi preparación para la
ordenación, que comienza aquí...” (Archivos de la Postulación,
BACF 10, abril de 2001)
El 23 de marzo de 1901 fue
ordenado diácono en Nîmes y el 9 de junio, a los 42 años, fue ordenado sacerdote
en Viviers. Para
entonces, había corregido ya la regla escrita en 1898, y había sustituido la
palabra «ermitaños» por «hermanitos». Otras palabras
comenzaron a tener importancia en el proyecto que Carlos quería fundar, por
ejemplo, el adjetivo «universal» («fraternidad universal», «caridad universal»,
«hermano y amigo universal»). Ya no buscaba el aislamiento implicado en el
término «ermitaño», sino la proximidad, la cercanía, por lo cual usaba el
término «hermanitos».
Entonces
decidió salir para el desierto
del Sahara argelino, para buscar a los que él consideraba los
más pobres entre los pobres como explicó posteriormente: “En mi juventud, había
recorrido Argelia y Marruecos: en Marruecos, grande como Francia con diez
millones de habitantes, no hay ningún sacerdote en el interior. En el Sahara argelino,
siete u ocho veces más grande que Francia y más poblado de lo que antes se
pensaba, no hay sino una docena de misioneros. Ya que ningún pueblo me ha
parecido más abandonado que éstos, he solicitado y obtenido del prefecto
apostólico del Sahara el permiso para establecerme en el Sahara argelino”.
(cuadernos de Charles de Foucaild)
1.12
Un hermano de todos en Béni Abbès
(1901-1903)
Carlos decide erradicarse en Béni Abbès, en el Sahara argelino, donde combatió lo que él denominó la «monstruosidad de la esclavitud». Quiso establecer una nueva congregación, pero nadie se le unió. Vivió con los bereberes y desarrolló un estilo de ministerio basado en el ejemplo y no en el discurso. Para conocer mejor a los tuaregs, estudió su cultura durante más de doce años y publicó bajo un seudónimo el primer diccionario tuareg-francés. La obra científica de Foucauld como lexicógrafo es referencial para el conocimiento de la cultura tuareg.
El 28 de octubre de 1901, Carlos llega a Béni Abbès. “Fui muy bien recibido por la gente del lugar; entro en relación con ellos, tratando de hacerles algún bien.” “Los militares se pusieron a construirme una capilla, tres celdas y una pieza para huéspedes, en ladrillos secos y troncos de palmeras.” “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, a considerarme como su hermano, el hermano universal… Empiezan a llamar a la casa ‘la fraternidad’, y eso me alegra…” Cada día, Carlos pasa horas a los pies del Sagrario. “La Eucaristía es Jesús, es todo Jesús.” “Cuando se ama, se quisiera hablar constantemente con el ser a quien uno ama, o por lo menos mirarlo sin cesar: la oración no es otra cosa: la conversación familiar con nuestro Amado: mirarlo, decirle que uno lo ama, gozar de estar a Sus pies.” Pero, a cada momento golpean a la puerta. ‘Todo lo que hacen a uno de esos pequeños, es a mí a quien se lo hacen’. El Evangelio transformó ya la vida de Carlos que abre enseguida la puerta para acoger al Amado. “Desde las 4 y 30 de la mañana hasta las 8 y 30 de la tarde, no paro de hablar, de ver gente: esclavos, pobres, enfermos, soldados, viajeros, curiosos.” En esta región, Carlos descubre la esclavitud. Está escandalizado. “Cuando el gobierno comete una injusticia grave contra aquellos a quienes en cierta medida tenemos a cargo nuestro, hay que decírselo, porque no tenemos el derecho de ser ‘centinelas dormidos’, ‘perros mudos’, ‘pastores indiferentes’.”
La Fraternidad está construida, pero Carlos espera hermanos. “¡Pídanle a Dios para que pueda hacer aquí la obra que me encargó hacer: que establezca un pequeño convento de monjes fervientes y caritativos, que amen a Dios con todo su corazón y al prójimo como a ellos mismos; una Zaouïa, lugar de reunión y de oración, de oración y de hospitalidad que irradie una piedad tal que todo el lugar se sienta iluminado y animado por ella; una pequeña familia que imite tan perfectamente las virtudes de Jesús, que todos, en los alrededores, se sientan llamados a amar a Jesús!” Pero los Hermanos no llegan. “Estoy siempre solo, varios sin embargo, me hacen decir que quisieran unirse a mí, pero hay dificultades, de las cuales la principal es la prohibición a todo Europeo, de parte de las autoridades civiles y militares, de circular por estas regiones, debido a la inseguridad.” En junio de 1903, el obispo del Sahara pasa algunos días en Béni Abbès. Viene del Sur donde visitó a los Tuaregs. Carlos se siente atraído por esa gente que vive en el corazón del desierto. No hay sacerdotes disponibles para ir allá, entonces, Carlos se propone. “Por la extensión del santo Evangelio, estoy dispuesto a ir hasta el fin del mundo y a vivir hasta el juicio final…” “¡Dios mío, haz que todos los seres humanos vayan al cielo!”
1.12.1 El amigo de los Tuaregs (1904 a 1916)
Carlos
de Foucauld se dirigió a la provincia de Béni Abbès en
el desierto de Argelia. Desembarcó en Argel en septiembre de 1901, instalándose
con los Padres Blancos.
Se encontró con Charles Guérin (1878-1910), designado en ese año prefecto apostólico de Ghardaïa (actual
diócesis de Laghouat). Luego partió
en dirección a la ciudad de Béni Abbès, acompañado por soldados que lo acogieron
con alegría, sobre todo porque veían en Carlos a uno de ellos a causa de sus
antecedentes militares.
En
octubre de 1901, el P. Foucauld se instaló en Béni Abbès, un oasis situado en
la margen izquierda del río Saoura, al sur de la región de Orán en el Sáhara
occidental. Edificó con la ayuda de los soldados presentes una khaoua (fraternidad),
compuesta por una habitación, una capilla y tres hectáreas de jardín, comprados
con la ayuda de María de Bondy. La capilla fue terminada el 1 de diciembre de
1901. Su vida se organizó en torno de una regla estricta: cinco horas de sueño,
seis horas de trabajo manual intercaladas con prolongados tiempos de oración. Sin
embargo, se vio desbordado por el largo tiempo que necesitaba para escuchar a
los pobres y a los soldados que venían a verlo.
“Para tener una idea exacta de mi
vida, hay que saber que llaman a mi puerta por lo menos diez veces por hora,
antes más que menos, pobres, enfermos, pasajeros, de suerte que, con mucha paz,
tengo mucho movimiento”. (Lettres à Monseigneur Guérin, 30 de septiembre
de 1901; Cuadernos de Charles de Foucauld )
“Los huéspedes, los pobres, los
esclavos, los visitantes, no me dejan un momento; estoy solo para todos los
empleos del convento. [...] Tengo de 60 a 100 visitas al día, muy a menudo, por
no decir siempre. (Carta a Dom Martin, 7 de febrero de 1902)
Así
describió a un amigo su estado de ánimo: “Vivo del trabajo de mis manos,
desconocido de todos, pobre y disfrutando profundamente de la oscuridad, del
silencio, de la pobreza, de la imitación de Jesús. La imitación es inseparable
del amor. Cualquier persona que ama quiere imitar (lo amado), es el secreto de
mi vida. Sacerdote desde el mes de junio pasado, inmediatamente me sentí
llamado para ir a las ovejas perdidas, a las almas más abandonadas con el fin
de realizar con ellas el deber de amar. Estoy feliz, muy feliz, aunque de
ninguna manera busco la felicidad”. (Carta a Gabriel Tourdes)
1.12.2 Su lucha contra la esclavitud en el macizo de
Ahaggar (1901-1902)
Después
de la ocupación francesa de Argelia en 1830 y de la revolución de 1848, el gobierno provisional de
la Segunda República Francesa suprimió
legalmente la esclavitud en las colonias a través del Decreto de abolición de
la esclavitud del 27 de abril de 1848. Sin embargo, la esclavitud persistió en
la práctica, algo que Carlos de Foucauld constató al llegar a Béni Abbès en 1901. Para mostrar su oposición a
los usos y costumbres esclavistas, el 9 de enero de 1902 compró la libertad de
un primer esclavo al que llamó José del Sagrado Corazón. El 4 de julio hizo lo
propio con un segundo esclavo. A ambos les dio libertad de practicar su fe.
Inmediatamente,
Carlos denunció la práctica de la esclavitud en su correspondencia a María de
Bondy y a Henri de Castries: “La plaga más grande de este país es la esclavitud”.
(Carta a Henri de Castries, 12 de enero de 1902).
Luego
escribió al abad de Nuestra Señora de las Nieves una carta en la cual señaló su
indignación por el tema de la esclavitud, al tiempo
que remarcaba el comportamiento hipócrita que implicaba el sostenimiento de la
esclavitud en el marco de la República: “Lo que usted dice es lo que
hago de cara a los esclavos, pero dicho esto, y aliviándolos en la medida de lo
posible, me parece que el deber no acaba allí y que hace falta decir, o hacer
decir a quien puede: «Esto no está permitido, ay de ustedes, hipócritas, que
escriben en los sellos y en todos los lugares: "Libertad, igualdad, fraternidad",
"Derechos del Hombre", y que luego clavan el
hierro del esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican los
billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos
públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un hombre»
(de hecho, casi todos los esclavos de esta región son niños nacidos libres
arrancados con violencia, por sorpresa, de sus padres). [...] No debemos
meternos en el gobierno temporal, y de esto nadie está más convencido que yo,
pero es preciso amar la justicia y odiar la iniquidad, y cuando el gobierno
temporal comete una grave injusticia en contra de quienes, en cierta medida,
están a nuestro cargo (soy el único sacerdote de la prefectura en un radio de
300 km) es preciso decírselo [...] y no tenemos el derecho de ser «guardianes
que duermen», «perros mudos» (Isaías 55, 19), «pastores indiferentes» (Ezequiel 34)”. (Carta a Dom Martin, 7 de
febrero de 1902)
Carlos
dedicó parte del año 1902 a mantener correspondencia sobre su lucha contra la
esclavitud en el Ahaggar con el prefecto monseñor Charles Guérin,
y a través de él conoció que la esclavitud se mantenía por orden del general
Risbourg, confirmada por el coronel Billet. Pidió a su amigo Henri de Castries
que colaborara en Francia para la erradicación definitiva de la esclavitud. El
8 de febrero de 1902 escribió a monseñor Livinhac para pedirle que hablara con
los senadores católicos al respecto: “No tenemos el derecho a ser
perros mudos y centinelas silenciosos: debemos clamar cuando vemos el mal”.
(Cuadernos Charles de Foucauld)
Carlos
instaló un local para acoger a los esclavos. Sin embargo, tuvo que moderar sus
reivindicaciones por pedido de monseñor Guérin, quien le solicitó que no
actuara políticamente. En varias ocasiones le requirió que dejara de comprar
esclavos porque los jefes de las tribus estaban descontentos con «esas
iniciativas del marabout blanco». Por otra parte, el clima político en Francia
estaba marcado por una ola laicista y anticlerical, que desembocaría en la sanción de
la Ley francesa de separación de la Iglesia y el Estado de 1905 cuya
implementación generaría aún mayores controversias. Monseñor Guérin veía en la
vehemente lucha antiesclavista de Carlos de Foucauld un motivo de eventual
conflicto que podría obstaculizar la continuidad de los Padres Blancos en
Argelia, por lo cual el 17 de septiembre de 1902 terminó por ordenarle que
dejara su actividad pública en contra de la esclavitud. Carlos escribió que le
obedecería, no sin manifestar antes su profundo desacuerdo con él: “Estas
razones no me dejan –digámoslo una vez más– sin lamentar que los representantes
de Jesús se limiten a defender «al oído» (y no
«desde los tejados») lo que es la causa de la justicia y de la caridad.” (Cuadernos
Charles de Foucauld)
Poco a
poco, el activismo y la proximidad de Carlos de Foucauld a las autoridades
condujeron a un cambio en la situación. El 15 de diciembre de 1904, Carlos
anunció a Henri de Castries que, de común acuerdo, los jefes habían tomado
medidas para la supresión de la esclavitud de forma progresiva: los esclavos ya
no podrían venderse; quienes tenían un esclavo podrían conservarlo, pero ningún
esclavo podría cambiar de amo; y ante la denuncia de abusos, el esclavo sería
liberado.
1.12.3 Viaje por el desierto del Sahara (1903)
En 1903
Carlos de Foucauld pensó en viajar a Marruecos e instalar una fraternidad. El 27 de
mayo de ese año recibió la visita de monseñor Guérin. Carlos buscaba un
compañero con vistas a la evangelización y pidió permiso para ir al sur a
prepararlo. Francisco Enrique Laperrine, comandante superior de los oasis
saharianos, quien conocía a Carlos desde su etapa militar en Saint-Cyr, se
interesó por su presencia y trató de participarlo de su ronda de
«familiarización» hacia el sur. Carlos se mostraba aún más favorable: Laperrine
parecía querer utilizar métodos mucho menos violentos que sus predecesores. El
18 de junio de 1903, Carlos pidió permiso a monseñor Guérin para acompañar a
Laperrine, pero la rebelión de algunas tribus bereberes contra la presencia
colonial hizo imposible este enfoque. Conociendo el inicio del conflicto
armado, Carlos partió el 2 de septiembre de 1903 hacia el sur para rescatar a
los heridos de las batallas de Taghit y de El-Moungar. Volvió y escribió una
breve introducción al catecismo que llamó L'Évangile présenté aux
pauvres nègres du Sahara (El Evangelio presentado a los negros
pobres del Sahara). Algún tiempo después, Laperrine le pidió que lo
acompañara en la siguiente ronda de familiarización. Ya en julio de 1903, el
padre Henri Huvelin le había escrito dándole su
permiso para ir a los tuaregs o, en su propia expresión, para que fuera «a
donde lo impulsara el Espíritu».
El 13 de
enero de 1904, Carlos de Foucauld partió en viaje de «familiarización», en
dirección al sur, al Ahaggar. El 1 de febrero de 1904, él y sus compañeros
llegaron al oasis de Adrar, donde
se unieron al comandante Laperrine. El viaje continuó hacia Akabli. Carlos anotó todas las posibles ubicaciones
para la instalación. Recogió información sobre las lenguas tuaregs de las poblaciones del sur del
Sahara central y allí comenzó la traducción de los evangelios para poder transmitirlos a los
tuaregs.
Foucauld
se decepcionó con la actitud de algunos militares coloniales. Al llegar cerca
de la frontera argelina en curso de estabilización, la gira debió dar la vuelta
hasta Tit, una comuna del vilayato de Adrar. El comandante Laperrine se negó a
que Carlos se instalara en esos sitios y el recorrido finalizó en In Salah en septiembre de 1904. El sacerdote se
reunió con monseñor Guérin el día 22 de ese mes, y volvió a Béni Abbès el 24 de enero de 1905.
Intrigado
por la figura de Carlos de Foucauld, el general Louis Hubert Lyautey, militar egresado de Saint-Cyr que
por entonces brindaba su servicio en Argelia, decidió visitarlo en Béni Abbès
el 28 de enero de 1905. De aquel encuentro nació una amistad recíproca y una
cierta admiración de Lyautey por Carlos. Foucauld escribió durante ese período
las Méditations sur les Saints Évangiles (Meditaciones
sobre los santos evangelios). En abril de 1905, el comandante Laperrine
rogó a Carlos de Foucauld que lo acompañase en un viaje por el Ahaggar.
Después
de haber pedido consejo a monseñor Guérin y al padre Huvelin, participó de este
nuevo viaje. Partió el 8 de junio de 1905 aunque continuó con su vida de
oración, mientras aprendía el tamahaq, una lengua tuareg utilizada en Argelia. El 25 de
junio de 1905 se encontraron con el amenokal (jefe tribal) Moussa Ag Amastan, quien decidió hacer una alianza
con los franceses. Foucauld y Moussa Ag Amastan se conocieron y parecieron
apreciarse mutuamente. De ese encuentro nació una profunda amistad. El tuareg
permitió a Carlos instalarse en el Ahaggar, lo que hizo que éste se dirigiera
a Tamanrasset.
Carlos
de Foucauld llegó a Tamanrasset el 13 de agosto de 1905, junto con
Paul Embarek, un antiguo esclavo. La instalación de Foucauld en Tamanrasset se
habría facilitado merced a las relaciones existentes entre las autoridades
coloniales francesas y la Kel Ahaggar, una confederación tuareg local, luego de
la derrota de esta última en la batalla de Tit en 1902. Construyó una casa de
piedra y tierra. Carlos adoptó como objetivo comprender mejor la cultura
tuareg, e hizo de la redacción de un diccionario tuareg-francés una prioridad
de su apostolado. Ayudó a las poblaciones con las que se encontraba y continuó
con la distribución de medicamentos y alimentos que coadyuvaba a mantener la
confianza mutua y, en sus propias palabras, «a demostrar que los cristianos los
aman».
El 25 de
agosto de 1905, Moussa Ag Amastan obtuvo oficialmente de las autoridades
francesas la investidura de amenokal del Ahaggar. Visitó en varias ocasiones a Carlos y le
pidió consejo sobre la actitud a adoptar frente a las autoridades francesas.
Carlos le aconsejó buscar el bien de su pueblo, así como desarrollar la
instrucción y el derecho de la mujer. Paul Embarek, que lo acompañaba, mostraba
por entonces un comportamiento poco ejemplar y Carlos terminó por despedirlo.
Embarek decidió salir de Tamanrasset en mayo de 1906. Habiendo quedado solo,
Carlos no pudo oficiar más la misa, que en esa época requería la asistencia de al
menos una persona para poder celebrarse.
Los
estudios de Carlos le permitieron descubrir la complejidad oculta de la lengua
y de la cultura tuareg. Al principio pensó que se trataba de una lengua muy
simple, con un léxico tan pobre que convendría introducir «algunas palabras
indispensables para expresar ideas religiosas». Pero muy pronto tomó conciencia
de lo contrario. Y así, escribió a María de Bondy: ”Aquí mi vida está dedicada
sobre todo al estudio de la lengua tuareg. Es mucho más largo de lo que creía, ya
que la lengua es muy diferente de lo que se sospechaba; se la creía muy pobre y
muy simple; ella es, por el contrario, rica y menos simple de lo que se pensaba”.
(Carta a María de Bondy, 20 de septiembre de 1908)
Hizo
venir durante el verano de 1906 a su amigo Adolphe de Calassanti Motylinski
para que lo ayudara a concluir su diccionario tuareg-francés. En septiembre de
1906, después de la partida de Motylinski, Carlos decidió retornar a Béni Abbès. Se propuso repartir su tiempo entre las
dos regiones: tres meses en Béni Abbès, seis meses en Tamanrasset, y tres meses
para viajar de un sitio a otro, pero acabaría por abandonar definitivamente
Béni Abbès.
Su
regreso a Tamanrasset reveló el fuerte compromiso de los tuaregs con él, lo
cual recibió con alegría. Esa admiración por Carlos de Foucauld no significaba
una conversión de los tuaregs al cristianismo, como indicó Dominique Casajus: “Una mujer noble del Ahaggar, que
tuvo un profundo reconocimiento al padre de Foucauld desde que salvó a sus
cinco niños pequeños de la hambruna de 1907, dijo un día: «Cuán terrible es
pensar que un hombre tan bueno irá al infierno a su muerte por no ser musulmán».
Y reconoció que ella y muchas de sus compañeras oraban a Alá cada día
para que el marabout se convirtiera en musulmán”. (Casajus,
1997)
Foucauld
recibió a menudo a oficiales franceses, entre los cuales se cita al capitán
Edouard Charlet, con quien tuvo intercambios muy fructíferos. Carlos percibía,
sin embargo, que la atención que le demostraban constituía un obstáculo en su
búsqueda del «último lugar».
El 29 de
noviembre de 1905, Carlos se encontró con monseñor Guérin en la Maison Carrée
(El-Harrach) de los Padres Blancos y
le pidió que enviara religiosos. Guérin se negó, alegando el ambiente difícil
que reinaba en Francia, vinculado con la ley francesa de separación de la Iglesia y el Estado de 1905,
la división de los franceses en relación con el caso Dreyfus y la primera crisis marroquí, que generó tensiones entre
Alemania y Francia en relación con el estatus colonial de Marruecos. Sin embargo, monseñor Guérin aceptó en
parte las solicitudes de Carlos de Foucauld, al autorizarlo a vivir, por
primera vez, su regla de vida religiosa en compañía del hermano Michel Goyat. Recibió
además la autorización excepcional de poder exponer el Santísimo Sacramento
para la adoración eucarística cuando
hubiera dos personas que realizaran el culto de adoración durante al menos tres
horas.
El 10 de
diciembre, Carlos se dirigió de nuevo a Beni Abbès y se entrevistó con el general
Lyautey. Después, Carlos y el hermano Michel partieron en dirección de In Salah, pero rápidamente la salud de hermano Michel
se deterioró, pues no soportaba la austeridad y la penitencia. Entonces,
interrumpieron su viaje durante un mes y Carlos estudió el tuareg con
Ben-Messis, un letrado árabe. Trabajaron incansablemente. El 14 de marzo de
1907, Carlos supo de la muerte de su amigo Adolphe de Calassanti Motylinski.
Ante la
imposibilidad de adaptarse a las reglas duras de la vida de Carlos, el hermano
Michel volvió a Argel con una compañía militar. Carlos terminó su trabajo Textes
touaregs en prose, base para sus estudios posteriores de la lengua y para
el diccionario tuareg-francés, y lo entregó a Francisco Enrique Laperrine para
su publicación a condición de que la misma no se realizase bajo su propia
autoría sino a nombre del fallecido Motylinski, un gesto que los biógrafos
interpretan como de reconocimiento y humildad. Las ediciones posteriores a su
muerte presentan los Textes touaregs en prose con autoría
conjunta.
1.13
Una segunda noche y una segunda conversión
(1907-1908)
De julio
de 1907 hasta la Navidad de 1908, Carlos reanudó su vida en Tamanrasset,
recogiendo poesías tuaregs y trabajando más horas por día. Llegaría a recoger
unos 6 000 versos. Sin embargo, Carlos siguió profundamente solo,
sin recibir ningún correo durante más de seis meses. Ya no tenía la posibilidad
de oficiar la misa, de custodiar la Eucaristía y, por lo tanto, de celebrar
la adoración eucarística. Todavía
no había conversos. A esas dificultades se sumaron otras, como la hambruna que
golpeó el Ahaggar.
Carlos
dudó de la eficacia de su misión, pero quiso permanecer con los más pobres. Reinaba
el hambre y la miseria en Tamanrasset después de dos años sin lluvia, y Carlos
compartió con los más carenciados todas sus reservas de alimentos. Pasó la
Navidad sin poder celebrar la misa, mientras escribía: «Esta noche, sin
misa, por primera vez, desde hace 21 años». En enero de 1908, enfermo,
agotado y demacrado, Carlos no se pudo mover y creyó morir. Fue
salvado por los tuaregs, quienes le dieron en plena hambruna leche de cabra. Este
episodio marcó una segunda conversión en Carlos de Foucauld, al
aceptarlo como un llamamiento a un mayor abandono espiritual en Dios.
Al saber
que Carlos estaba enfermo, Laperrine le hizo llegar alimentos. El 31 de enero
de 1908, monseñor Guérin le envió de Roma una carta procedente del papa Pío X que lo autorizaba por excepción a celebrar
la misa sin fieles. Esta autorización le dio una gran alegría. Todos esos
acontecimientos recientes, incluyendo el hecho de haber sido salvado por los
tuaregs, cambiaron profundamente la forma de pensar de Carlos de Foucauld,
quien no buscó más «convertir», sino «amar».
“Estoy aquí, no para convertir de
un golpe a los tuaregs, sino para tratar de comprenderlos y ayudarlos. Estoy
convencido de que Dios en su bondad acogerá en el Cielo a quienes fueron buenos
y justos, sin necesidad de que sean católicos romanos. Ud. es protestante,
Teissre es incrédulo, los tuaregs son musulmanes, estoy persuadido de que Dios
nos recibirá a todos si nos lo merecemos”. (Carta de Carlos de Foucauld al Dr.
Dhauteville, de confesión protestante)
Carlos reanudó su trabajo sobre la cultura y las lenguas tuaregs. Trabajaba hasta once horas por día dedicado a los trabajos lingüísticos, que lo absorberían hasta su muerte: redacción de un glosario, transcripción, traducción y comentario de poesías tuaregs. En esa época, el ejército construyó un nuevo fuerte a pocos kilómetros de Tamanrasset, llamado Fort-Motylinski. Carlos quiso fundar una asociación de laicos, y pidió la aprobación de Henri Huvelin y de monseñor Guérin para ir a Francia a desarrollar dicha asociación. El 28 de octubre de 1908, Carlos recibió el estímulo del padre Huvelin y decidió partir. El 16 de febrero de 1909 se embarcó en Argel para Francia.
El 13 de enero de 1904, Carlos parte al territorio de los Tuaregs. Partida de Akabli con el Comandante Laperrine para acompañarlo en su viaje de inspección. Su intención es la de visitar las poblaciones recientemente sometidas y de llegar hasta Tombouctou… “Mi vocación ordinaria es la soledad, la estabilidad, el silencio… Pero si creo ser llamado, excepcionalmente a otra cosa, sólo puedo decir, como María: ‘Soy la Servidora del Señor’.” “En este momento soy nómade, yendo de campamento en campamento, tratando de acercarme, de lograr la confianza, la amistad… Esta vida nómade tiene la ventaja de hacerme ver a muchas almas y de hacerme conocer el país…” “Dado que al lugar casi siempre sufre de una gran carencia de agua o de pastos, los Tuaregs están obligados a separarse, diseminarse, para poder alimentar y dar de beber a sus rebaños. Viven en grupos muy pequeños, una carpa aquí, otras más allá... Se las encuentra por todas partes pero siempre son pocas las que están juntas.”
“Desde hace tiempo, le pedía a Jesús, vivir por amor a él, en condiciones análogas, en cuanto al bienestar, a las que viví en Marruecos, por el simple placer. Aquí, como instalación, es la misma cosa.” “Hoy, tengo la felicidad de colocar – por primera vez en zona tuareg – la Santa Reserva en el Tabernáculo.” “¡Sagrado corazón de Jesús, gracias por este primer Sagrario en zona tuareg! ¡Que sea el preludio de muchos otros y el anuncio de la salvación de muchas almas! ¡Sagrado corazón de Jesús, irradia desde el fondo de este Tabernáculo sobre el pueblo que te rodea sin conocerte! ¡Ilumina, dirige, salva estas almas que Tú amas!” “¡Envía santos y numerosos obreros y obreras evangélicos a los Tuaregs, al Sahara, a Marruecos, a todas partes adonde sean necesarios; envía santos hermanitos y hermanitas del Sagrado corazón, si es tu Voluntad!”
“El tiempo que no empleo en caminar o rezar, lo ocupo para estudiar su idioma.” “Acabo de terminar la traducción de los Santos Evangelios a la lengua tuareg. Es para mí un gran consuelo que sea su primer libro el de los Santos Evangelios.” “Únanse a mí, ayúdenme en mi trabajo, recen conmigo por todas estas almas del Sahara, de Marruecos, de Argelia.” “Por la gracia del Amado Jesús, me es posible instalarme en Tamanrasset…”
“Voy a quedarme aquí como único europeo… muy feliz de estar solo con Jesús, solo para Jesús…” “Residir solo en el lugar es bueno; se actúa, aunque no se haga gran cosa, porque uno se hace ‘del lugar’.” “Recen para que se haga un poco de bien entre estas almas por las que Nuestro Señor murió.”
“Esta África, esta Argelia, estos millones de no cristianos reclaman tanto la santidad que solamente podrá obtenerles su conversión; recen para que la Buena Noticia llegue y que los últimos llegados se acerquen finalmente al pesebre de Jesús, para, también, adorarlo.” “Sería necesario que el país estuviera cubierto de religiosos, religiosas y buenos cristianos que se queden en el mundo para tomar contacto con todos esos pobres musulmanes y para instruirlos.” “Sería posible encontrar enfermeras laicas, totalmente de Jesús por el corazón, que consientan y deseen venir a consagrarse por Jesús, sin el nombre ni el hábito de religiosas…”
“¿Hace algún bien mi presencia aquí? Si la mía no lo hace, la presencia del Santísimo Sacramento lo hace ciertamente y mucho. Jesús no puede estar en un lugar sin irradiar. Además, el contacto con los oriundos del lugar, hace desaparecer poco a poco sus prevenciones y prejuicios. Es muy lento, muy poca cosa; rece para que su hijo haga un mayor bien, y que mejores obreros que él vengan a desbrozar este rincón del campo del Padre de familia.”
“Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Si me preguntan por qué soy manso y bueno, debo decir: ‘Porque soy el servidor de alguien mucho más bueno que yo’.” “Atormentado por el pensamiento del abandono espiritual de tantos no cristianos, puse sobre papel, luego de mi último retiro, hace un año, un proyecto de Cofradía, de asociación católica. La Cofradía que llamo ‘Unión de los Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús’, tiene un triple fin: promover una vuelta al Evangelio en la vida de las personas de cualquier condición; promover un aumento del amor a la sagrada Eucaristía; promover un incremento de la evangelización de los infieles.” “Los Tuaregs de mi alrededor me dan las mayores alegrías y consuelos; tengo excelentes amigos entre ellos.”
“No puedo decir que deseo la muerte; la deseaba en otro tiempo; ahora veo tanto bien por hacer, tantas almas sin pastor, que quisiera sobre todo hacer un poco de bien.” “¡Mañana se cumplirán diez años de que digo la Santa Misa en la ermita de Tamanrasset! ¡y ni un solo convertido! Hay que rezar, trabajar y esperar.” “Estoy persuadido de que lo que debemos buscar para los oriundos de nuestras colonias, no es ni la asimilación rápida ni la simple asociación ni su unión sincera con nosotros, sino más bien el progreso que será muy desigual y que deberá ser alcanzado por medios a menudo muy diferentes: el progreso debe ser intelectual, moral y material.”
Desde
hace dos años, la guerra desgarra Europa. Comienza también a llegar al Sahara.
“A 450 Km de aquí, el fuerte francés de Djanet fue sitiado por más de mil
‘Senoussistes’ (tribu rebelde) armados con un cañon y ametralladoras. Después
de ese éxito los Senoussistes tienen la ruta libre para venir hasta aquí; sólo
Dios puede impedírselo.” Pero Dios no lo impidió y Carlos será violentamente
asesinado el 1º de diciembre de 1916. “Cuando el grano de trigo que cae en
tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto…” (Cf. Jn 12)
1.14 Su sueño de la fraternidad (1909)
Cuando Carlos
llegó a París el 18 de febrero de 1909 se encontró con el padre Henri Huvelin, a quien no veía desde hacía ocho años
y le presentó los estatutos de su futura asociación de laicos. Huvelin no estaba bien de salud, y
moriría un año más tarde.
Carlos
se reunió también con Louis Massignon, un joven francés convertido
recientemente, que llegaría a ser uno de los grandes islamólogos del siglo xx. Con él oró en la Basílica del Sagrado Corazón de
Montmartre el 21 de febrero de 1909. Carlos creyó ver en
Massignon su heredero y le propuso reunirse con él en el desierto, pero este
rehusó. El 25 de febrero de 1909, Carlos conoció al hijo de María de Bondy,
acudió a la Trapa de
Nuestra Señora de las Nieves para promover su asociación de laicos, y
luego se reunió con monseñor Joseph-Michel-Frédéric Bonnet, obispo de la
diócesis de Viviers.
Carlos
pasaría algunos días con su hermana María. Bonnet aprobó los estatutos de la
Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Jesús (laicos
evangelizadores) el 6 de marzo, y Carlos se embarcó para Argelia al día
siguiente. Posteriormente Mons. Livinhac, superior general de los Padres Blancos,
también aprobaría los estatutos de la Unión, que quedarían en espera de la
autorización de Roma.
Carlos
arribó a Béni Abbès donde permaneció un mes. Allí,
inventó un rosario al que
llamó el «rosario del amor». El 4 de abril de 1909 escribió en su diario: «He
instituido un rosario con siete pasos, llamado el rosario del amor, para
cristianos y musulmanes».
Luego de
pasar por In Salah, Carlos regresó a Tamanrasset el 11 de
junio, y prosiguió sus trabajos referidos a los tuaregs y su idioma. Fue
entonces cuando emprendió la organización de la Unión de hermanos y hermanas
del Sagrado Corazón de Jesús. Con el comandante Laperrine, hizo un viaje en
septiembre para la provisión de suministros y descubrió Assekrem, donde permaneció unos meses antes de
retornar a Tamanrasset y reanudar su vida habitual.
En abril
de 1910, partió de nuevo para otro viaje con Laperrine. Carlos decidió
construir, con la ayuda de soldados, una ermita en la cumbre de Assekrem, lo que le
permitiría vivir al margen de las visitas y al abrigo del calor del verano
sahariano. El 31 de octubre de 1910 Carlos volvió a Tamanrasset, donde se
encontró sobrecargado, ya que muchos nómadas solicitaban su ayuda.
El año
1910 fue para Carlos un tiempo de luto y de despedidas: murió Charles Guérin en
Ghardaïa el 19 de marzo; un amigo suyo de promoción, el comandante La Croix, en
Argel; y el padre Henri Huvelin en París, el 10 de julio.
Para Carlos,
el año 1911 comenzó con un nuevo viaje a Francia (2 de enero -3 de
mayo). Deseaba poner en marcha el proyecto de una nueva cofradía y buscar un
compañero. En julio de 1911, partió para su ermita en Assekrem y la amplió.
De
retorno a Tamanrasset para la Navidad de
1911, Carlos se apasionó con el estudio de la ruta transahariana, y
ayudó al reconocimiento de los posibles pasos del tren. Participó en la misión
de estudio, contactando a los guías tuaregs para la exploración de caminos
posibles, usando sus barómetros para los registros altimétricos requeridos por
los científicos.
En 1912,
Foucauld afrontó necesidades de todo tipo. Había pedido ayuda económica a su
prima, manifestándole: «He encontrado Tamanrasset y las poblaciones vecinas en
un espantoso estado de miseria y creo mi deber dar limosnas por encima de lo
que preveía». El final de 1912 y el comienzo de 1913 estuvieron marcados por la
inestabilidad política en el Sahara. Carlos terminó la redacción del
diccionario tuareg-francés y comenzó su revisión. Acudió de nuevo a Francia para
desarrollar su Unión de laicos, viaje que se extendió desde el 22 de abril
hasta septiembre de 1913. Visitó a su familia y amigos, incluyendo a Francisco
Enrique Laperrine. Al saber que el general Hubert Lyautey era criticado por su
gestión demasiado «pacífista» en Marruecos, Carlos de Foucauld lo alentó a no
dimitir, y lo defendió. Incluso aceptó asistir a cenas mundanas para realizar
esa tarea, y participó de una conferencia en la Sorbona sobre el proyecto transahariano. Se
encontró con el abad Antoine Crozier, un amigo suyo estigmatizado, responsable de haber reunido los
primeros 26 miembros de la Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de
Jesús, y lo apoyó en el proyecto.
Carlos
mantenía profusa correspondencia no solo con Crozier, sino también con Joseph
Hours, un antiguo miembro de la Sociedad de Geografía de Lyon y uno de los
primeros miembros de la asociación. En una de esas cartas le señaló
extensamente el tono de su misión: “Alejar de nosotros el espíritu militante.
«Los envío como un cordero entre lobos», dice Jesús... Qué lejos está esta
manera de hacer y hablar de Jesús del espíritu militante de aquéllos que no son
cristianos o son malos cristianos, que ven enemigos en contra de los que luchar
en lugar de ver a hermanos enfermos que hay que cuidar, heridos echados al borde
del camino para los que hay que ser buenos samaritanos. [...] Ser
misericordioso, manso, humilde con todos los hombres; es lo que hemos aprendido
de Jesús. No ser militante con nadie: Jesús nos ha enseñado a ir «como corderos
en medio de lobos», no a hablar con acritud, con aspereza, a injuriar, a tomar
las armas”. (Carta a
Joseph Hours, 3 de mayo de 1912)
La entrevista de Carlos con el cardenal Léon-Adolphe Amette, arzobispo de París, fue menos fructífera: éste lo trató fríamente después de haberlo recibido. Carlos entró de nuevo en Argelia el 28 de septiembre y llegó a Tamanrasset el 22 de noviembre, donde reanudó su trabajo habitual.
.
.
1.15 Muerte
en Tamanrasset
El 1 de diciembre de 1916, Carlos de
Foucauld fue asesinado por una banda de forajidos en la puerta de su ermita en el Sahara argelino. Pronto se
estableció una verdadera devoción en torno a su figura: nuevas congregaciones
religiosas, familias espirituales y una renovación del eremitismo y de la «espiritualidad del desierto»
en pleno siglo XX se
inspiraron en sus escritos y en su vida.
Al
atardecer, Paul Embarek marchó a una aldea cercana donde vivía con su familia y
Carlos se encontró solo. Fue entonces cuando oyó un llamado a la puerta del
fortín. Con los visitantes se encontraba El Madani, quien había gozado
anteriormente de la hospitalidad de Carlos, y que en ese momento le anunció la
llegada del correo. Carlos abrió la puerta sin temor por tratarse de un
conocido. Pero los visitantes eran en verdad una banda de forajidos, senusistas
y tuaregs disidentes, que había rodeado el lugar sigilosamente.
Forzaron
a Carlos hacia el exterior, lo obligaron a ponerse de rodillas, maniataron sus
manos a los tobillos por la espalda, pusieron ligaduras en torno a su cuerpo y
dejaron al joven Sermi ag-Tohra, de unos quince o dieciséis años, como
custodio. Luego, unos veinte hombres entraron violentamente al interior
del bordj: el plan de la banda era saquearlo y quizá tomar a Carlos
como rehén. Algunos de los miembros de la banda fueron a buscar a Paul Embarek
a su cabaña, lo tomaron prisionero y lo llevaron al lado de Carlos. Paul se
convertiría así en testigo de aquella noche. Mientras desvalijaban la capilla y
las dependencias del humilde cenobio, alguien anunció con un grito la llegada
de dos meharistas.
El joven
que custodiaba a Carlos de Foucauld —quien permanecía de rodillas y en
silencio— perdió el control y descargó su fusil contra él sin que mediara razón
o resistencia alguna. El proyectil penetró por su oreja derecha y salió por su
ojo izquierdo. Fue un asesinato precipitado. Los senusistas mataron
seguidamente a Mohamed ben Bou Aïcha y Boudjemâa ben Brahim, los dos meharistas
del servicio de correos que cumplían funciones operativas en Fort-Motylinski, y
pasaron parte de la noche banqueteando con la carne del camello de Bou Aïcha. Después
durmieron en el fortín. Al día siguiente también mataron a Kouider ben Lakhal,
el correo de Fort-Motylinski que llegaba con la correspondencia para Carlos de
Foucauld. Paul Embarek consiguió escapar del exterminio durante la noche.
Cuando retornó con algunos aldeanos, todo había terminado. Embarek recorrió
cincuenta kilómetros de desierto hasta Fort-Motylinski para informar sobre la
tragedia al capitán de la Roche.
Su
cuerpo fue enterrado esa misma noche por los tuaregs en el suelo, con los
musulmanes, a pocos metros de la puerta donde murió. El general Laperrine llegó
al lugar un año después, el 15 de diciembre de 1917, encontró el cuerpo en la
fosa y lo enterró a unos metros de distancia. El cuerpo es trasladado
nuevamente para ser colocado en una tumba, el 26 de abril de 1929, en un paraje
en El Goléa, hoy llamado El Méniaa.
En 1897,
mientras vivía en Nazaret, Carlos había apuntado las siguientes líneas, como si
se tratara de un diálogo con Dios sobre la muerte de Jesús, pensamientos que se
difundieron tras su muerte: “Cualquiera sea el motivo por el cual nos matan, si
nosotros, en el alma, recibimos la muerte injusta y cruel como un don bendito
de tu mano, si te lo agradecemos como una dulce gracia, como una imitación
dichosa de tu fin, si te lo ofrecemos como un sacrificio ofrecido de muy buena
voluntad, si no nos resistimos a obedecer tu palabra: No resistan el
mal (Mateo 5, 39) y a tu ejemplo: Como oveja ante
el esquilador enmudecía y no abría la boca (Isaías 53, 7),
entonces, cualquiera sea el motivo que tengan para matarnos, moriremos en el
puro amor, y nuestra muerte será un sacrificio de muy agradable aroma, y si no
es un martirio, en el sentido estricto de la palabra y a los ojos de los
hombres, será un sacrificio a tus ojos y será una imagen muy perfecta de tu
muerte... ya que si no hemos, en este caso, ofrecido nuestra sangre por nuestra
fe, la habremos, de todo corazón, ofrecido y entregado por amor tuyo...” (Carlos
de Foucauld, En vue de Dieu seul)
Carlos
ante el deterioro de su salud, escribió su testamento: “Deseo ser
enterrado en el lugar donde muera y reposar hasta la resurrección. Prohíbo que
se transporte mi cuerpo y que se lo lleven del lugar donde el Buen Dios me haya
hecho acabar mi peregrinación”. (Testamento,
1911). Dos años más tarde, renovaría su testamento
señalando: “Entierro muy sencillo, sin ataúd. Tumba muy sencilla, sin
monumento, rematada con una cruz de madera”. (Agregado
al testamento, 13 de diciembre de 1913).
El 1 de diciembre de 1916, Carlos de
Foucauld escribió una carta a su prima: “Nuestro propio abajamiento,
anonadamiento, aniquilamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos
a Jesús y hacer bien a las almas. San Juan de la Cruz lo repite casi en cada
línea. Cuando uno puede sufrir y amar, puede mucho, puede lo que más en este
mundo. Uno siente que sufre, pero no siempre siente que ama y es un gran
sufrimiento. Pero uno sabe que quisiera amar, y querer amar es amar. [...] Se
nota que no amamos bastante —esto es verdad, nunca se amará bastante—; pero
Dios, que sabe de qué barro nos ha hecho y que nos ama más de lo que una madre
podría amar a su hijo, nos ha dicho —él, que no puede morir— que no rechazará a
aquél que se acerque a él”. (Carta a María de Bondy, 1 de diciembre de 1916)
1.16 Su
beatificación y canonización
Después
de la muerte de Charles de Foucauld no quedó aparentemente nada, solo silencio
y frustración, ninguna obra reconocible ni tangible, pero la semilla sembrada
en el desierto terminó por florecer de un modo que nadie pudo haber previsto.
Lo mismo sucede con cada uno de sus discípulos que parecen haber malgastado su
vida en un esfuerzo inútil.
Durante
la beatificación de Charles de Foucauld en 2005 el cardenal Saraiva Martins supo
recoger su lección como la de aquel que quiso “acoger el Evangelio en toda su
sencillez, evangelizar sin querer imponer, dar testimonio de Jesús respetando
las demás experiencias religiosas, reafirmar el primado de la caridad vivida en
la fraternidad”. El llamado “apostolado de la bondad” tiene un camino trazado
por este monje singular de la era moderna.
El 13 de noviembre de 2005 fue
proclamado beato durante el papado de Benedicto XVI y el 15 de mayo de 2022 fue
canonizado por Francisco. Junto con él fueron canonizados otros 9
católicos, mártires o fundadores de órdenes, en una de las canonizaciones más
numerosas de la historia. Su conversión, su búsqueda espiritual y su mística
del desierto y su fomento en el diálogo interreligioso fueron su mayor legado
al cristianismo contemporáneo. También figura en el calendario litúrgico
de la Comunión anglicana.
Carlos había dicho: “Quisiera ser
lo suficientemente bueno para que se diga: «Si tal es el servidor, ¿qué tal
será el señor?» (Carlos de Foucauld, Diario, 1909). Su vida fue el
mejor legado de un humilde servidor tenue reflejo de su Señor. Así fue la
imitación de Jesús su Señor hasta la muerte, el martirio. Benedicto XVI recordó que no lejos de su cuerpo
asesinado se encontró, «como el grano de trigo caído en tierra, el viril con el
Santísimo Sacramento que el Hermano Carlos adoraba cada día durante largas
horas».
La apertura de la causa para
estudiar su beatificación y canonización se produjo en 1927. El
proceso se interrumpió durante la guerra de Argelia,
pero se reemprendió más tarde. En la fase romana, los trabajos pasaron por
diferentes etapas, hasta que el 20 de octubre de 2000 una comisión de nueve
teólogos se pronunció unánimemente a favor de la práctica heroica de virtudes
cristianas por parte de Carlos de Foucauld.
El 9 de febrero de 2001, la
Congregación para las Causas de los Santos ratificó esa misma tesis, lo que
permitió que el papa Juan Pablo II firmase el decreto de heroicidad de sus
virtudes el 24 de abril de ese mismo año y lo declarase venerable.
El 1 de marzo de 2003 se había
producido el primer reconocimiento por parte de la archidiócesis de Milán de
un milagro por intercesión de Carlos de Foucauld. La ratificación del mismo
pasó por las etapas preceptivas hasta la firma del decreto vaticano que lo
reconocía para la Iglesia universal.
El 13 de noviembre de 2005 fue
proclamado beato en una celebración presidida por el
cardenal José Saraiva Martins,
prefecto de la Congregación para las Causas de los
Santos durante el papado de Benedicto XVI. Sus reliquias se veneran en la abadía
Nuestra Señora de las Nieves.
El papa Francisco canonizó a Carlos de Foucauld el 15 de mayo de 2022, junto con otros 9 católicos, Titus Brandsma entre ellos, mártires o fundadores de órdenes, en una de las canonizaciones más numerosas de la historia. La Iglesia católica celebra su festividad el 1 de diciembre.
2.
SU
ITINERARIO ESPIRITUAL
La vida de Carlos de Foucauld es una vida en constante proceso y
búsqueda. Como ya dejamos
ver su vida no estuvo exenta de momentos de crisis. Foucauld no se fue al desierto en busca de la soledad sino de
estar cerca de los tuareg, que vio como la gente más olvidada y pobre. Fue
al encuentro de los más pobres y encontró, aún más, su propia pobreza. Un
Dios que le amaba en medio del despojo y abandono más profundo. Tuviste la
infinita bondad de ponerme en dificultades materiales que me hicieran sufrir y
me hicieran buscarte. Te abajaste y viniste a mí cuando me encontraba más
perdido. Me abrazaste y me hiciste tuyo y comprendí que no podía sino vivir
para ti. Su vida se fue convirtiendo en un oasis espiritual en
medio del desierto. Su vida se convirtió en fuente de inspiración para muchos.
Pasado el tiempo, cuando reside en Nazaret, hace una relectura de
su vida echando una mirada hacia atrás y describe sus noches al igual de como
el Señor se fue acercando a su alma turbada y llenándola de luz, serenidad y
paz. “Tenemos todos que cantar su misericordia, Dios mío; todo esto (mi
turbación, mi desolación, mi noche), era, pues, un don tuyo ¡Cuán lejos estaba
yo de sospecharlo! ¡Qué bueno eres!”
2.1. De la fe familiar a la noche oscura.
Si bien Carlos nace en un entorno familiar de fe donde es bautizado, recibe la comunión y la confirmación; pronto después de la muerte temprana de sus padres va a llevar consigo un desarraigo no solo del entorno familiar sino de la fe. En la vida espiritual de Carlos de Foucauld uno se percata de la influencia que tuvo su entorno familiar en su infancia. A Carlos le marcará la situación desafortunada que vivió al perder a sus padres a muy temprana edad. Su rebeldía está justificada y la pérdida de la fe es hasta cierto punto lógica por su situación personal y las influencias de las filosofías racionalistas y positivistas en boga. Más tarde comprenderá que la educación familiar en la niñez será determinante para la vuelta de nuevo a la fe y a la práctica religiosa. «Yo estuve desde mi infancia rodeado de tantas gracias, hijo de una santa madre; aprendí de ella a conocerte, a amarte y a rezarte tan pronto como fui capaz de hablar»
La temprana orfandad de Carlos provocó en su piscología serios desajustes que se manifestaban en la indisciplina y en su vida disipada. Ni siquiera su abuelo, el coronel Morlet, fue capaz de orientar su vida, con la desgracia de morir antes que el muchacho tuviera la mayoría de edad.
Tampoco resulta extraño que la situación de desamparo, la falta de afecto y la influencia de las filosofías de la época le llevaran a perder la fe. Su estado, en verdad, durante este periodo es lamentable como él mismo reconoce: «En octubre de 1875, comenzaba mi segundo año en la rue des Postes. Nunca creo haber estado en tan lamentable estado de espíritu como entonces. De alguna manera he hecho más daño en otros momentos, pero también, casi sin saberlo, algún bien crecía al lado del mal.
A los 17 años yo era todo egoísmo, todo impiedad, todo deseo de mal, yo estaba como loco [...] En cuanto al grado de pereza, en la rue des Postes no me pudieron retener, y le digo que yo no había considerado a pesar de los cuidados puestos para no afligir a mi abuelo, mi salida como una expulsión. Expulsión de la que la pereza no era la única causa».
En efecto, la muerte de su abuelo
reabre más todavía en Carlos las viejas heridas de una afectividad
quebrada e inmadura. Escribe a su amigo Gabriel Tourdes reconociendo su suerte
al tiempo que su propia desgracia: «También tú has entrado en un nuevo período
de tu vida: y, te lo aseguro, pierdes con el cambio. Sólo que tú tienes una
gran suerte: es que cuando estás cansado de divertirte, te vuelves a encontrar
de nuevo con tu familia, y puedes como en otro tiempo vivir tranquilo con tus
padres y tus libros. Para mí no es lo mismo; me han arrebatado de un golpe
mi familia, mi casa, mi tranquilidad y la irresponsabilidad tan dulce. Todo
esto, no lo volveré a encontrar. Jamás seré tan feliz ni estaré tan tranquilo
como en Nancy, en aquel tiempo en que estábamos juntos; no tengo más que un
consuelo: que a partir de esa época he comprendido mi suerte y me he
aprovechado de ella. Trata de hacer tú otro tanto»
2.2 La noche oscura. Su
lamentable situación hasta los 25 años
A los doce años, Carlos ya había
experimentado la muerte de sus padres, el desarraigo y el éxodo. “Durante
doce años yo no negué ni creí en nada, desconfiando de la búsqueda de la
verdad, ni siquiera creyendo en Dios. Ninguna evidencia me parecía
suficientemente clara”. (Carta a Henri de Castries, 14 de agosto de
1901)
Perdió su fe completamente hacia
fines de 1874, el año en que estudió
filosofía. Recordando aquella etapa, Carlos relató años más tarde: “Fui educado
cristianamente, pero desde la edad de quince o dieciséis años, perdí la fe
por completo. Las lecturas que leía con tanta avidez habían realizado esta
obra en mí; no seguía ninguna doctrina filosófica, ya que ninguna me parecía
suficientemente fundamentada, y me quedaba en la duda completa, lejos
sobre todo de la fe católica cuyos muchos dogmas, en mi opinión, chocaban
profundamente con la razón. (Carta a Henri Duveyrier, 21 de
febrero de 1892)
La pérdida de la fe se acompañó de un malestar interior que así describió en carta a su prima: “A los diecisiete años, todo en mí era egoísmo, impiedad, deseo del mal, me sentía trastornado”. (Carta a María de Bondy, 17 de abril de 1892).
Al joven Carlos lo envuelve la desesperación, va de fiesta en fiesta y en ellas derrocha la herencia familiar. «Yo me alejaba, cada vez más me alejaba de mi Señor, [...] y también mi vida empezaba a ser una muerte, o mejor dicho, a tus ojos ya era una muerte[...] Y en ese estado de muerte todavía me guardabas: guardabas en mi alma los recuerdos del pasado, la estima del bien, y durmiendo como el fuego bajo las cenizas pero existiendo siempre el lazo, la relación con ciertas almas bellas y piadosas, el respeto por la religión católica y los religiosos; la fe había desaparecido, pero permanecía intactos el respeto y la estima. El mal que hacía, no lo aprobaba, ni lo quería. Me hacías sentir un vacío doloroso, una tristeza que no he experimentado más que entonces; ésta volvía todas las noches cuando me encontraba en mi alojamiento. Me tenía mudo y abrumado durante lo que se llaman fiestas; las organizaba, pero, cuando llegaba el momento, las pasaba en un mutismo, una repugnancia y un fastidio inauditos. Tú me dabas esa vaga inquietud de una mala conciencia que, por dormida que estuviera, no había muerto del todo. Nunca he sentido esa tristeza, ese malestar, esa inquietud como entonces, Dios mío; esto, era, pues, un don tuyo ¡Cuán lejos estaba yo de sospecharlo! ¡Qué bueno eres!»
Aunque
abandona el ejército no decae su afición por la aventura y el peligro. Con 24
años prepara una aventura impensable para su tiempo como fue el viaje
explorador a las tierras prohibidas de Marruecos. En esta exploración encontró
la ayuda del judío Mardoqueo que acepta guiarlo vestido con las ropas propias
de su comunidad. El éxito de la exploración fue grande al igual que la
aportación científica de tal suerte que es reconocido y premiado por la
Sociedad de Geografía con la medalla de oro. De aquella expedición Carlos queda
impactado por la acogida de la gente y sorprendido por su fe en Dios que
se expresa sin vergüenza en los continuos momentos de oración. Al regreso de
Marruecos, reconoce que los creyentes del islam han zarandeado su conciencia.
Comenta su experiencia en contacto con el mundo islámico en una carta a su
amigo Henry de Castries: «El islam ha producido en mí una profunda conmoción
[...] la visión de esta fe, de estas almas viviendo en continua presencia de
Dios, me ha hecho entrever algo más grande y verdadero que las
ocupaciones mundanas».
2.3 La
marcha de aventura al desierto. El estudio de la lengua árabe y del texto
sagrado
Paso siguiente en su evolución de búsqueda fue su marcha al desierto de Marruecos como explorador del ejército francés. Allí su deseo de entrar en eses mundo desconocido abierto al estudio de la lengua árabe en el texto sagrado del Corán. Consecuencia de sus lecturas fue el convencimiento de que sólo Dios importa y que la vida ha de entregarse al más grande. Curiosamente, al tiempo que descubre la parte de verdad que hay en esta religión y juzga con perspicacia que no está en el islam la religión verdadera.
En el tiempo que residió en París centrado en sus estudios geográficos y preparando la impresión de su libro sobre su exploración contactó con gente muy inteligente y virtuosa que le hizo reflexionar que personas que eran tan inteligentes y sabias su religión no podía ser falsa. Es el momento que empieza de nuevo a entrar en la Iglesia a hurtadillas y sin fe pero con la convicción de que en aquellos lugares se encontraba en paz y bien.
En ese momento repite a modo de jaculatoria la súplica siguiente: «Dios mío, si existes, haz que te conozca». Para Carlos, Dios ya no es únicamente una verdad para aprender, sino una persona a quien tratar. El recuerdo de aquellos momentos de búsqueda permanecerá siempre como gratitud a Dios: «Tan pronto como creí que hay un Dios, comprendí que no puedo hacer otra cosa sino vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe: Dios es tan grande, hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él…».
Es así que de su encuentro personal con el Absoluto de Dios surge el deseo de vivir solo para Él con una radicalidad propia de converso: «Hacer todo para Dios consiste en no tener ojos sino para Dios. Cuando se ama a un ser se le mira sin cesar, sólo se tienen ojos para él; todos los pensamientos, palabras y acciones se refieren a él, a sus bienes, a sus gustos: es el amor [...] ¡Oh, Dios mío, haced que os amemos y entonces viviremos exclusivamente para Vos!».
Cuando hace relectura de su vida en Nazaret pasados casi cuarenta años da gracias a Dios por su familia: «¡Ay, Dios mío! Tenemos todos que cantar tus misericordias […] Pero si todos debemos hacerlo, ¡cuánto más yo! Yo que he estado desde mi infancia rodeado de tantas gracias. Junto a la insustituible tarea de la familia también fue determinante para el reencuentro con la fe el sacerdote P. Henri Huvelin y el afecto y el testimonio de su prima María Moitissier.
2.4. Influencia del padre Huvelin y la señora de Bondy, en la búsqueda de su vocación.
Como venimos señalando el P. Huvelin y su prima María Moitissier influyeron de manera decisiva en la conversión de Carlos de Foucauld. Foucauld reconoce la importancia de estas mediaciones humanas que Dios colocó en su vida. Junto a ellos Carlos hace una verdadera experiencia de misericordia. tu Señor me hiciste encontrar estas almas y les inspiraste para que recibieran al hijo pródigo. lejos de sentirme juzgado por las acciones del pasado recibí tu abrazo incondicional a través de sus gestos que actuaron misteriosamente en mi corazón como un perfume que me atrajo hacia ti.
4.1. El P. Henri Huvelin
Fue un sacerdote de la escuela francesa de espiritualidad del siglo XVII. El pensamiento de esta escuela se puede resumir: «Pensar los pensamientos de Jesús, decir sus palabras, realizar sus acciones». La espiritualidad de esta corriente gira en torno a Jesús, Verbo Encarnado y la Adoración Eucarística como presencia real de Jesús. Resume la vida del P. Huvelin la frase que pronunció momentos antes de su muerte: «Amabo nunquam satis» (nunca amaré lo suficiente). Esta frase estará presente en todo el itinerario espiritual de Carlos.
La relación de Carlos con el P. Huvelin comenzó en 1886 cuando entró en la iglesia de san Agustín para pedir a Dios el don de la fe. El encuentro fue providencial. Cuando Carlos quería discutir sobre metafísica el experimentado sacerdote le mandó arrodillar y confesarse. Las cartas entre Carlos y el P. Huvelin son un testimonio espléndido de su búsqueda e itinerario espiritual y en ellas se muestra la sabiduría del director espiritual ante las múltiples inquietudes del dirigido espiritualmente. A él le debe su conversión y con él confrontó sus ricas y variadas experiencias.
Mi relación con el P. Huvelin provoco el deseo de conocer a Dios y de volver a la Iglesia, su parroquia de San Agustín. Me encontraba tan bien como en mi casa. me ayudó a vencer los muchos obstáculos que sentía. lo elegí como director espiritual. le abrí mi deseo de entrar en una orden religiosa y me propuso esperar tres años. motivado por su director espiritual hizo una peregrinación a Tierra Santa donde queda impresionado por su vida en Nazaret. Tras un discernimiento quería imitar a Jesús pero no su vida pública sino su vida oculta pobre y humilde en Nazaret. el me ayudó a decidirme por entrar en la Trapa. En noviembre de 1889 hice ocho días de ejercicios espirituales de San Ignacio y elige la Trapa. Allí abre su corazón al P. Eugene que será su formador.
A manera de ejemplo recojo un fragmento de una de las cartas (correspondencia epistolar) enviadas por Foucauld al P. Huvelin desde la Trapa: «Esta es la vida sencilla de Nazaret que yo venía buscando, y a la que estoy muy lejos de haber renunciado [...] ¿No habría medio de formar una pequeña congregación para llevar esa vida, para vivir únicamente del trabajo de las propias manos, como hacía Nuestro Señor, que no vivía de colectas, ni de regalos, ni del trabajo de obreros forasteros a los que se contentara con dirigir? ¿No se podrían encontrar algunas almas para seguir a Nuestro Señor en esto, para seguirle viviendo todos sus consejos, renunciando absolutamente a toda propiedad, tanto colectiva como individual, y prohibiéndose, en consecuencia, todo lo que Nuestro Señor prohíbe, cualquier proceso, litigio, reclamación, haciendo de la limosna un deber absoluto, dando un vestido si se tienen dos, dando de comer cuando se tiene a los que no tienen, sin guardar nada para el día siguiente? [...] Todos los ejemplos de su vida oculta, todos los consejos salidos de su boca [...] una vida de trabajo y de oración, no dos clases de religiosos como en el Císter, sino una sola como quería san Benito [...] sin la complicada liturgia de san Benito, sino larga oración, rosario, santa Misa; nuestra liturgia cierra la puerta de nuestros conventos a los árabes, turcos, armenios, etc., que son buenos católicos pero no saben una palabra de nuestras lenguas, y yo querría ver estos pequeños nidos de vida ferviente y laboriosa, reproduciendo la de Nuestro Señor, establecidos bajo su protección, guardados por María y José, cerca de todas estas misiones de Oriente tan aisladas, para ofrecer un refugio a las almas de la gente de este país, a las que Dios llama a servirle y a amarle únicamente [...]
¿Es esto un sueño, señor cura, es una ilusión del demonio o es un pensamiento o una invitación de Dios? Si supiese que viene de Dios, inmediatamente, mejor hoy que mañana, daría los pasos necesarios para entrar por ese camino [...] Cuando pienso en ello, me parece perfecto: seguir el ejemplo y los consejos de Nuestro Señor, sólo puede ser excelente [...] Y además, es lo que he buscado siempre; solamente para encontrar esto entré en la Trapa; no es una vocación nueva. Si tal agrupación de almas hubiese existido hace algunos años, usted sabe que es allí donde yo hubiera corrido directamente. Puesto que no existe, ni existe nada que se le aproxime, ni que la sustituya, ¿no hay que intentar formarla? Y hacerlo con el deseo de ver cómo se extiende por los países musulmanes y por los demás. Lo repito: cuando veo el objeto, me parece perfecto. Pero cuando miro el sujeto al que le ha venido este pensamiento, y de forma tan candente [...] El sujeto, este pecador, este ser débil y miserable que usted conoce, no veo en él la materia de la que Dios se sirve de ordinario para hacer cosas buenas. Para hacer buenas obras emplea buenos materiales.
Verdad es que, una vez comenzado, si el pensamiento viene de Dios, Él dará el crecimiento y hará que vengan pronto almas capaces de ser las primeras piedras de su casa, almas ante las cuales me quedaré como es normal en la nada, que es mi sitio. Hay otra cosa que me anima a emprender una obra tan poco a propósito para un pecador y para mis miserias, y es que Nuestro Señor ha dicho que cuando se ha pecado mucho, hay que amar mucho [...] Ahí está eso, señor cura, ¿piensa usted que viene de Dios?».
Junto
al P. Huvelin, sacerdote, intelectual y hombre espiritual, influye grandemente
en la conversión y en la búsqueda de Dios de Carlos su prima María de
Moitissier, Sra. de Bondy.
4.2. María Moitissiers, señora de Bondy
Su prima, María Moitissiers, señora de Bondy, influyó en la psicología y espiritualidad de Carlos de Foucauld en gran manera. Mujer discreta e intuitiva. Paciente con aquél que tras una fachada de serenidad disimula la turbación y la contradicción que roen su espíritu. Un día su primo le hace esta confidencia espontánea y sorprendente: «Tú eres feliz en creer, yo busco la luz y no la encuentro».
Carlos frecuenta los domingos el salón de la señora Moitessier, su tía, de soltera Inés de Foucauld, en el 42 de la rue d´Anjou de París. La dueña de la casa es una experta en las relaciones humanas. En aquel ambiente una noche encontrará Carlos, sentado en la misma mesa, al P. Huvelin. Sin que nada haya sido previsto de antemano se encuentran el sacerdote y el escéptico. Pero el sacerdote está enfermo, agotado por su inmenso trabajo por lo que en aquella ocasión no entablan ninguna conversación profunda.
Durante toda su vida mantuvo correspondencia epistolar con su prima. La correspondencia comenzó en septiembre de 1889, a la vuelta de la expedición a Marruecos, para contarle su vacío interior e inquietudes a pesar del éxito científico. Carlos lee el librito que le regaló su prima con motivo de su primera comunión «Elevations sur les Mystères» de Bossuet. Fruto de la lectura nace la devoción de Carlos a santa María Magdalena y al Sagrado Corazón de Nuestro Señor18. Pasado el tiempo estas devociones serán nota distintiva de la espiritualidad foucauldiana.
La correspondencia epistolar entre Carlos y su prima no se interrumpe durante su estancia en el monasterio trapense. En la carta expresa su estado de ánimo y sus continuas búsquedas donde aparece, como en la carta de octubre del año 1893, su decepción por la vida trapense donde cree que no es posible vivir en pobreza, total abajamiento y desprendimiento efectivo. El Hno. Alberic buscaba ansiosamente una congregación religiosa para vivir la vida de Nazaret tan exactamente como fuera posible, viviendo del trabajo de sus manos, sin aceptar donativos, sin poseer nada, privándose de todo lo posible.
Su
confesor en el monasterio, el P. Policarpo, le repite continuamente que deje a
Dios ser Dios, que espere la ocasión que Dios haría surgir. A su prima le
indica que lo que ansía es vivir la vida escondida de Nuestro Señor en
Nazaret lo más perfectamente posible, como nuestro querido san Francisco
imitó la vida apostólica. El día 10 de abril de 1894 en la Trapa de Akbés,
escribe a su prima diciéndole que había ido a rezar a la casa de un pobre
indígena católico en la aldea vecina, se sorprendía por la diferencia entre esa
casa y sus habitaciones. El Hno. Alberic suspiraba en todo momento por vivir al
estilo de Jesús en Nazaret. Anhelaba el último lugar, la sed de cambiar su
estado religioso por el de simple jornalero de cualquier convento, se hace cada
vez más intensa de tal modo que cada día veía con mayor claridad que no estaba
en su sitio. Se abre una nueva etapa en su vida.
2.5. Foucauld deja la Trapa y marcha a Roma
Al
dejar la Trapa Carlos marcha a Roma. Por alguna razón que desconocemos deja de
escribir a sus amistades al tiempo que pone empeño en escribir sus
meditaciones. El P. Huvelin le insiste en que se esfuerce en poner por
escrito sus ideas y meditaciones. También le insiste en que reanude su
correspondencia con la familia y amigos. Carlos es obediente y reanuda la
correspondencia con su prima. Gracias a este medio sabemos que su prima le hizo
una casulla sencilla con el corazón y la cruz que identifican su espiritualidad.
Carlos de Foucauld trasladó desde
Roma. Allí preparándose para recibir las órdenes estudió la Summa Theologiae de santo Tomás de Aquino y se impregnó sobre todo de la
lectura de los grandes autores místicos, particularmente santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
El 8 de marzo de 1898 dijo a su
director que había leído a santa Teresa de Jesús diez veces en diez años. La
lectura de la obra de Teresa de Jesús lo condujo a los escritos de Juan de la
Cruz. Carlos terminó de leer la obra completa del gran místico español en
octubre de 1898 y en lo sucesivo volvería a ella y aconsejaría a menudo su
lectura. En marzo de 1898 comenzó la lectura de san Juan Crisóstomo por recomendación reiterada de
Huvelin en 1897, y se serviría de ella para nutrir su meditación de la Biblia,
como señala René Bazin en la página 214 de su obra. Entre sus lecturas se
encuentran también algunos libros de importancia menor, como Jésus
adolescent, obra del canónigo Max Caron, uno de sus amigos, o Les
quatre évangiles en un seul, del canónigo Alfred Weber.
Desde su conversión, Carlos de
Foucauld leyó obras de los Padres del desierto:
el libro Vies des Pères du Désert fue decisivo en 1887, cuando
buscaba la orden más apropiada para él. Un texto corto, el Modèle
Unique (Modelo único), resume la espiritualidad de Carlos de
Foucauld: el Evangelio, el Sagrado Corazón de Jesús y
la Santa Faz de Jesús.
Carlos de Foucauld amó la lectura
de algunos escritos de su época. Un artículo titulado «¿Cómo amar a Dios?»
aparecido en Excelsior lo inspiró profundamente. Foucauld
buscó persistentemente al autor de ese artículo, Antoine Crozier, un
sacerdote estigmatizado,
que se convirtió en su amigo y que le influyó en la creación de una cofradía
del Sagrado Corazón.
Carlos se siente atraído por la espiritualidad del desierto. Carlos hace gestiones para ir de nuevo al desierto, al sur de la provincia de Orán, en la frontera de Marruecos a una de las guarniciones francesas, para vivir como monje que ora y administra los sacramentos y qué le mueve a tomar esa decisión que no es otra que evitar que los soldados murieran sin recibir los sacramentos y hacer el mayor bien posible que pudiera a las poblaciones musulmanas, llevando en medio de ellas a Jesús en el Santísimo Sacramento.
Es su manera de evangelizar y transmitir la buena noticia. Al siguiente año, escribe a su prima agradeciéndole la preocupación que ella tenía por los peligros a los que estaba siendo sometido y le comenta que no era digno de sufrir por Cristo porque deseaba parecerse cada vez más a Él. También le da cuenta de sus viajes misioneros y le pide que ore por él para que en todo se haga la voluntad del Bienamado y Señor Jesús. Le explicaba en su carta que acababa de terminar la traducción de los santos Evangelios a la lengua tuareg.
Al año siguiente, en 1903, encontrándose en el Tit (Hoggar), le escribe a su prima que iba a establecerse durante un tiempo en la aldea de Tamanrasset y le cuenta sus proyectos de construir una choza y vivir pobre y retirado con la única presencia de la Eucaristía.
En este momento ignora si volvería de nuevo a Béni Abbès. Desde Tamanrasset explica a su prima lo que pretende hacer para acercarse a los indígenas y señala todo un itinerario o estrategia pastoral que consistirá en dar confianza, buenos consejos, aprovechar lo bueno de la religión natural y mostrarles que los cristianos aman con un corazón universal. En el año 1906 le comenta que es muy feliz y que la soledad no le pesaba para nada. También le anuncia que dentro de algunos días tendrá una visita porque un oficial francés está cerca del lugar con un destacamento y presiente que pasará a visitarle.
Por una carta del año 1907 el Hno. Carlos se enteró de la muerte de su gran amigo Motylinski. En el verano de este mismo año escribe que había vuelto muy contento a su vida monástica. Tenía el Santísimo Sacramento, pero no podía celebrar la Santa Misa más que raras veces, por no tener quien le ayudase como acólito, ya que no había ningún católico con él. Todo se solucionó cuando logró la libertad de un esclavo de nombre Pablo que le ayudó a misa. Otro problema grave es la sequía que asola la región. Tanto problema le hace interrogarse sobre su presencia en aquél lugar y si allí hace bien a la gente. Encuentra paz cuando reflexiona sobre las oportunidades de contacto y amistad con los indígenas. El 7 de enero de 1907 recibe una carta donde se le comunicaba que las tropas meharistas en el Sahara estaban cerca. Se encontraba algo débil sin apetito y durmiendo mal. Lo achaca al frío. Creía que el remedio estaría en el sueño y en una alimentación un poco más fortalecedora, le había pedido a Laperrine leche condensada y algo de vino para reponerse. El regreso al Norte se retrasaba. Trabaja, aunque lentamente a causa de sus achaques, en el conocimiento y traducción de la lengua tuareg.
Con gran alegría comunica a su prima, la Sra. de Bondy, que ya Mons. Guerin le ha llegado la autorización para celebrar la Santa Misa sin fieles y que ha vuelto, después de una enfermedad, al trabajo y al ajetreo de la vida diaria. Le comenta que los tuaregs han sido muy buenos con él en sus momentos de enfermedad. Más adelante, en otra carta, le comentará a su prima que el problema más grave del país es la falta de instrucción y de educación y piensa que éste se solucionaría inundando el territorio con misioneros que combatan la relajación de costumbres.
Está convencido de que la instrucción del país necesita de religiosos, religiosas y buenos cristianos para así permanecer en el mundo para tomar contacto con los musulmanes, para instruirlos, civilizarlos y cuando sean hombres hacerlos cristianos. No obstante, le advierte que no se inquiete si le digo que estoy enfermo y solo; Dios está aquí y me ayuda directamente, o a través de otros. Tengo una gran paz. En el traslado entre Beni-Abbès y Tuat escribe a su prima para pedirle que rece por el pueblo musulmán para que se conviertan.
En otoño de 1909 le escribe a su prima que continuaba solo, pero hacía todo lo posible para conseguir un compañero. Le informan que su padre espiritual estaba enfermo y que no le quedaba mucho tiempo de vida. Cuando ya se entera que ha muerto le comenta a su prima que ha sido una gran ruptura en su vida. Bendice al Señor por habérselo regalado durante tanto tiempo. Da gracias a Dios por los oficiales franceses tales como el coronel Laperrine, el capitán Nieger que hacen un bien enorme en este país además de ser excelentes amigos.
Pide a su prima que rece por los musulmanes de los territorios bajo dominio francés y comenta que la hora presente es grave tanto para sus almas como para Francia. Desde hace 80 años que Argelia es francesa si los cristianos de Francia no entienden que es deber suyo evangelizar sus colonias, es una falta de la que deberían dar cuenta y que será la causa de la condenación de una multitud de almas que hubieran podido ser salvadas. Si Francia no administra mejor a los indígenas de su colonia de lo que lo ha hecho, la perderá y será un retroceso de estos pueblos hacia la barbarie, con pérdida de esperanza de cristianismo para mucho tiempo. Constata que su trabajo da fruto y puede decir que desde su llegada aquí he visto un gran adelanto en todos los aspectos.
Mucho sufre el hermano Carlos por los padecimientos de la guerra y en especial en su país. En su correspondencia manifiesta su confianza en que Dios protegerá a Francia, y que por ella, que a pesar de todo sigue siendo la hija primogénita de la Iglesia, salvará los principios de la justicia y la moral, la libertad de la Iglesia y la independencia de los pueblos. Espero también que de la paz surgirá una Francia mejor, más virtuosa y más cristiana, pueblos aliados más fraternalmente unidos entre sí, y más celo por el progreso moral, la buena administración y la salvación de las almas de los indígenas de las colonias. ¡Que Dios proteja a Francia y haga surgir un gran bien de tantos males! Me encuentro bien, el invierno aquí es una estación buena. Pero acabo de darme cuenta, a causa de unos continuos zumbidos en el oído, que estoy casi sordo del oído derecho, para un ermitaño la sordera es la enfermedad soñada. Debo agradecer a Dios, que sean los oídos y no los ojos, lo cual sería muy fastidioso.
En la última carta escrita a su prima en el mismo día de su asesinato le agradece la correspondencia y los alimentos enviados. Le escribirá: «Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos de unirnos a Jesús y de hacer bien a las almas; es lo que san Juan de la Cruz repite casi en cada línea. A uno le parece que no ama bastante, y es verdad; jamás se amará bastante pero Dios sabe de qué barro nos ha amasado, y nos ama mucho más de lo que una madre puede amar a su hijo».
La
correspondencia epistolar que mantiene con el P. Huvelin y su prima le ayudan a
discernir en su búsqueda espiritual la voluntad de Dios. El P. Huvelin y su
prima se complementan en cuanto que el P. Huvelin presentó al inquieto buscador
una religión razonada y razonable abierta al misterio de Dios y su prima le
presentó una vida cristiana propia de algunos movimientos de la época que
primaban el sentimiento y el corazón. Los dos personajes llenaron el corazón
vacío de afecto de Carlos.
2.6. Se intensifica la búsqueda
«La vida monástica le deja insatisfecho; ella parece más bien alejarlo “de esta vida sencilla de Nazaret que yo venía buscando, y a la que estoy muy lejos de haber renunciado y me entristece ver a Nuestro Señor llevar solo sin que ningún alma, ningún grupo de almas en la Iglesia sueñe hoy día con llevarla junto a Él y compartir por Su Amor y en Su Amor la felicidad de la Santísima Virgen y de San José.
Sigue
en él la inquietud de formar una asociación de fieles que viva su
espiritualidad. ¿No habría medio de formar una pequeña congregación para llevar
esta vida, para vivir únicamente del trabajo de las propias manos, como hacía
Nuestro Señor que no vivía de colectas, ni de regalos, ni del trabajo de
obreros forasteros a los que se contentara con dirigir? ¿No se podrían
encontrar algunas almas para seguir a Nuestro Señor en esto, para seguirle
viviendo todos sus consejos, renunciando absolutamente a toda propiedad, tanto
colectiva como individual (...) una vida de trabajo y de oración con momentos de
adoración, rosario, Santa Misa...» [Carta al Abate Huvelin, 22 septiembre 1893.
P. de F. Abbé H. Correspondence inédite, 31. OE., 665].
2.6.1 Dejar de vivir definitivamente la
clausura para vivir como hermano de todos
El 22 de julio 1905 Carlos de Foucauld anotaba en su Cuaderno un
nuevo proyecto de vida. Justo antes de establecerse en una pequeña aldea del
Ahaggar, que él no conocía aún y donde acabará su recorrido terrestre. Entre
otras cosas podernos leer: «Nada de clausura, como Jesús en Nazaret».
La decisión de dejar la clausura es sorprendente cuando se
sabe la importancia que él daba a este signo material de la clausura. Ya sea un
muro real como en la Trapa o una línea de piedras a ras del suelo, como en Beni
Abbés. Estas piedras eran para él el signo visible de la separación y del
alejamiento de los asuntos del mundo. Antes, cuando vivía en Jerusalén, cerca
del convento de las Clarisas, lo argumentaba en una carta del 22 de enero 1899
al padre Huvelin en la que le pedía permiso para hacer un voto especial de
clausura que le impidiera salir y por tanto responder a las invitaciones
externas y a los diferentes servicios que le pedían. Antes de dejar Beni Abbès
el 24 de noviembre 1903, escribía a su obispo: «¡Si supierais como me encuentro
como pez fuera del agua, en el momento que dejo la clausura!... no estoy hecho
para salir de ella». Sin embargo poco a poco siente el impulso de dejar la
clausura para vivirse más cerca de los pobres.
Tres meses antes de tachar la clausura de su programa, escribía aún
a su prima, el 11 de abril de 1905: «En cuanto a cambiar de lugar, a salir
de la clausura, por razón de salud, es algo que nunca han hecho los buenos
monjes: la clausura, es el elemento, la patria, a la espera del cielo…» De
todas formas salió, por deber, para el servicio de Dios, aun sintiéndolo.
¿Cómo explicar este cambio, en un tiempo tan corto? En primer lugar
hay que reconocer que él confunde la clausura y la estabilidad, como en la
carta en la que pedía hacer el voto de clausura: «nunca tendré ni soledad, ni
lugar fijo [....]».
Este voto debía inmovilizarlo y darle “estabilidad”, impidiéndole
responder a las llamadas de las Clarisas u otras. Él no se sentía llamado a una
vida de viajes entre Nazaret y Jerusalén, respondiendo a la menor demanda de
algún servicio. De igual forma en Ghardaïa, en 1904, al final de un año entero
de viajes y desplazamientos continuos, vuelve a decir al Padre Guérin que su
vocación no es la de visitar las aldeas o las guarniciones sino la de vivir en
un punto fijo en Beni-Abbés o en el Ahaggar, pero no viajando entre los dos.
Parece que había terminado el tiempo de su juventud. Un período en el que, en
el sur argelino, pasaba de siete a ocho meses moviéndose sin interrupción, y
todo ello con gran contento. «Me gustaban mucho los viajes por los cuales yo siempre
había sentido una gran atracción». Desde entonces, siente terror ante los
viajes. ¿Es esto verdad? Los hará por deber como todo lo que hace. Decenas de
miles de kilómetros, casi siempre a pie. Se comprende que haya expresado a
menudo el deseo de detenerse y de permanecer en un lugar... con o sin clausura.
Este abandono de la clausura al llegar a Tamanrasset se explica
porque para él esto es solamente una situación provisional, a la espera de
tener compañeros. Aún lee su reglamento de vida en común, incluso si está solo.
Decide sin embargo «retirarse resueltamente de todo aquello que no sea la
imitación perfecta de esta vida (“la de Jesús en Nazaret”)». El Reglamento no
es ya la expresión de Nazaret y lo provisional sino que se convierte poco a
poco en lo normal. La nueva orientación se irá confirmando a lo largo de los
años convirtiéndose en una apertura a lo imprevisible, en una gran sumisión al
momento presente ya que éste manifiesta la voluntad de Dios mucho más que una
Regla escrita en circunstancias totalmente diferentes. Ya no se dejará encerrar
en un reglamento ni en una clausura simbólica o ideológica. Por el contrario, tratará
de vivir cada vez más cerca de los habitantes de la aldea y de los nómadas de
los alrededores. En las relaciones de vecindad y de amistad.
También en las relaciones de trabajo para las cosas prácticas y
sobre todo para poder estudiar la lengua. Durante los primeros años evita ir a
visitar a los Tuaregs. Lo hace por discreción y para no forzar las relaciones,
pero sufre al no recibir muchas visitas de ellos. Él los excusa: «en invierno,
los tuaregs, frioleros y mal vestidos circulan poco: así no tienen mucha prisa
en visitarme: hay que romper el hielo: eso se hará con el tiempo... No he
estado a más de cien metros de la capilla». Cuando un poco más tarde (en 1907)
se encuentra más al sur, en medio de numerosos campamentos, se alegrará de los
encuentros: “vamos a ver muchos indígenas durante el mes que nos quedaremos
cerca de los que acampan en esta región, esto es lo que deseo..” No esconde su
satisfacción: «Aprovecho la presencia de muchos Tuaregs para conocerlos por
esta estancia y contactos que no había tenido antes tan cercanos», Y cuando
vuelve a Tamanrasset, escribe: «Mi regreso aquí ha sido dulce, la población me
ha recibido bien, mucho más afectuosamente que no osaba esperar». Después de
otra ausencia, escribirá a H. de Castries el 16 de mayo 1911: «Estos primeros
días de regreso aquí no han sido días de soledad; he sido recibido con un
afecto que ha emocionado por los Tuaregs y continuamente tengo sus visitas…
pero pronto, se producirá una media soledad, y ya, desde que el sol se pone, es
la gran calma tan deseada. Benedicite noctes y dies Domino.
Soy la única persona en este desierto que recita el cantico Benedicite
omnia opera Domini Domino frente a estas bellas montañas. Que el Señor se
digne dar gracia a estos Tuaregs, tan capacitados, para que ellos amen y sirvan
a Dios y que sus almas alaben al Señor al igual que lo hace la creación
inanimada». (Cartas a Marie de Bondy, 18 de marzo 1903)
No hay duda de que desea esta apertura a los otros desde el primer
día de su llegada a Tamanrasset. En agosto de 1905, le quedan once años que
vivir en este pueblo donde él quiere “tomar como único ejemplo la vida de
Nazaret”, como anota en su cuaderno, el 11 de agosto. Estos once años sin
clausura, ¿pueden dejar ver la originalidad del mensaje contenido bajo el
nombre de Nazaret? Es difícil usar para esto el vocabulario clásico, ya sea el
de su época o el de hoy día. Las palabras son importantes, pero son equivocas.
Al hermano Carlos es imposible clasificarlo en una categoría; monje, misionero,
sacerdote diocesano, etc. Cada una de estas etiquetas, que él mismo utiliza en
un momento u otro, o bajo las cuales lo encerramos, exige explicaciones pues
ninguna de ellas permite completar el mensaje que se desprende de una vida
fuera de las normas habituales. Él sigue llamándose “monje muerto para el
mundo” pero la clausura no forma ya parte de su vida. Él quiere estar cada vez
más cercano a aquellos de quienes no quiere estar “separado”.
2.6.2 En Nazaret
El 23
de enero de 1897, el Superior General de los Trapenses anuncia a Carlos que
puede salir de la Trapa para seguir a Jesús, el pobre artesano de
Nazaret. Carlos parte a Israel. Llega a Nazaret donde las Hermanas Clarisas lo
toman como sirviente. “Dios me hizo encontrar lo que buscaba: la imitación de
lo que fue la vida de Nuestro Señor Jesús en ese mismo Nazaret…” “En mi cabaña
de madera, a los pies del Sagrario de las Clarisas, en mis días de trabajo y
mis noches de oración, encontré tan bien lo que buscaba que es evidente que
Dios me preparaba ese lugar.” Pero Carlos quiere compartir esa vida de Nazaret
con otros hermanos.
2,6.3 En Beni-Abbés
Foucauld
le pide consejo y oración al P. Huvelin. «Rezad a Dios, querido Amigo, para que
yo haga aquí la obra que Él me ha dado, para hacer: que yo establezca aquí, por
su gracia, un pequeño convento de monjes fervientes y caritativos, amantes de
Dios con todo su corazón y del prójimo como de ellos mismos; una Zaouïa
(pequeño centro religioso) de oración y de hospitalidad desde donde se
expanda una piedad tal que toda la región en si se ilumine y se caliente; una
pequeña familia que imite tan perfectamente las virtudes de Jesús que todos, en
los alrededores, se pongan a amar a Jesús». [Carta de H. De Castries, 12 marzo
1902, 122-123]
2.6.4 Busco algo bueno que tengo en mí
Foucauld
insiste al P. Huvelin y a mons. Guerin «Mi bienamado Padre, yo soy un miserable
sin fin, sin embargo, busco algo bueno que tengo en mí, y no encuentro otro
deseo más que éste: ¡Que vuestro Reino venga! ¡Que vuestro Nombre santificado!”
Me pregunta si estoy dispuesto a ir a otro sitio que no sea Beni- Abbès para la
extensión del Evangelio: estoy dispuesto, para ello, a ir hasta el fin del
mundo y a vivir hasta el juicio final... No crea que mi género de vida (cuya
austeridad inquietaba a su ‘obispo’) la esperanza de gozar antes de la visión
del Bienamado tenga otra razón. No, yo, no quiero otra cosa, que hacer lo que a
Él le guste más. Si practico el ayuno y la vigilia, es porque Jesús los amó
tanto; deseó sus noches de oración en las cumbres de las montañas, querría
hacerle compañía (…) pero, yo soy tan frío que no me atrevo a decir que amo;
sino que quiero amar…» [Carta a mons. Guérin, 27 de febrero 1901.
Correspondences Sahariennes. 55; OE., 693-694]
2.6.5 En Tamanrasset
En
Tamansaret se ve como el grano de trigo que cae en la tierra y enterrado
esperando que germine. «Mi obra aquí no es, desgraciadamente, sino una obra de
preparación, de un primer desbrozo: es, en primer lugar, poner a Jesús
en medio de ellos, Jesús en el Santísimo Sacramento, Jesús que baja diariamente
en el Santísimo Sacramento; es también poner en medio de ellos una oración, la
oración de la Santa Iglesia, por miserable que sea aquél que la ofrece...
Seguidamente es mostrar a estos ignorantes que los cristianos no son lo que
ellos suponen, que creemos, que amamos, esperamos; es finalmente hacer que las
almas tengan confianza, amistad, tratando de encariñarlas, de hacerse, de ser
posible, amigos, a fin de que después de este primer desbrozo otros puedan
hacer mucho más bien a estas pobres almas (...) No soy misionero, el buen
Dios no me ha dado lo que hace falta para eso, es la vida de Nazaret lo que yo
trato de llevar aquí» [Carta al canónigo Carón, 3 agosto 1906. XXV cartas
inéditas. 20- 21]
3.ASPECTOS CENTRALES DE SU VIDA
3.1
Su conversión
Carlos vivió su momento decisivo en su conversión a finales de Oct 1886 cuando dice a un amigo: «He perdido el corazón por este Jesús de Nazaret crucificado hace 1900 años y paso mi vida intentando imitarle en la medida en que puede mi debilidad». Una imitación que se concentra en el misterio de Nazaret. En el momento decisivo de su conversión, que tuvo lugar a finales de octubre de 1886. En una carta dirigida a un amigo dice: «He perdido la cabeza y el corazón por Jesús y ahora lo que deseo es transformar el mundo; de embellecer la vida de los otros y la nuestra: «Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los techos. Toda nuestra persona debe respirar a Jesús. Todos los actos de nuestra vida deben gritar que le pertenecemos y deben ser una imagen de la vida evangélica. Todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús».
El mismo Carlos en un retiro que hizo cuando estaba en Nazaret en 1897, haciendo relectura de su historia da cuenta de lo que supuso este momento de gracia infinita de su conversión, escribe lo que supuso la confesión con el Padre Huvelin: “Al hacerme entrar en su confesionario, uno de los últimos días de octubre me diste todos los bienes, Dios mío. Si hay alegría en el cielo al ver a un pecador convertir, ¡la hubo cuando entre en ese confesionario! […] Pedí lecciones de religión: me hizo arrodillarme y confesarme y me envió inmediatamente a comulgar. ¡Dios mío, que bueno eres! ¡Eso es lo que hiciste por mí!
Sí, joven, me he ido lejos de ti, lejos de tu casa, de tus santos altares, de tu Iglesia, a una tierra lejana, la tierra de las cosas profanas, de las criaturas, de la incredulidad, de la indiferencia, de las pasiones de la tierra… Allí me quedé mucho tiempo, 13 años, disipando mi juventud en el pecado y la locura. Releyendo mi vida Dios tuvo la bondad infinita de hacerme pasar dificultades que me hicieron sufrir y encontrar espinas en mi vida loca. Como el hijo pródigo me hiciste experimentar hambre de ti al sentir íntimos deseos de un estado moral mejor y del gusto por la virtud.
Tu primera gracia (no la primera en mi vida, pues son innumerables en cada hora de mi existencia, pero aquella en la que veo como la primera aurora de mi conversión), es haberme hecho experimentar hambre, hambre material y espiritual. ; tuviste la infinita bondad de ponerme en dificultades materiales que me hicieran sufrir y me hicieran encontrar espinas en esta vida loca; me has hecho experimentar íntimos deseos de un mayor estado moral, gustos por la virtud, necesidades por el bien moral; y luego, cuando volví a ti, muy tímidamente, andando a tientas, haciéndote esta extraña oración: “Si existes, déjame conocerte».
Oh Dios de bondad que no había cesado de actuar desde mi nacimiento en mí y a mi alrededor para realidad hacer este momento, con qué ternura, “corriendo inmediatamente, te echaste sobre mi cuello, me besaste”; con qué afán me devolviste la túnica de la inocencia… Y a qué fiesta divina, muy diferente a la del padre del hijo pródigo, invite me inmediatamente… ¡Qué bueno es este Padre del hijo pródigo! ¡Pero cómo eres mil veces más tierno que él!¡Cómo ha hecho mil veces más por mí que él por su hijo! ¡Qué bueno eres, Señor mío y Dios mío! Gracia, gracia, gracia, gracia infinita !”
Desde entonces el hermano Carlos, tocado por el Amor, quiere vivir toda su vida en este Amor: “Primero amarlo, luego amarlo y finalmente volver a amarlo, porque amar lo contiene todo. Amar contiene obediencia; amar contiene la imitación de todo lo que le vemos hacer y que nos permite imitar; amar contiene contemplación continua; amar contiene arrepentimiento por las faltas cometidas contra él; amar contiene humildad ante la distancia que separa nuestra miseria de su perfección; amar contiene el celo de realizar todas las obras útiles a su servicio y conforme a su voluntad; amar contiene el esfuerzo continuo por ser y hacer continuamente lo que más le agrada…
¡Qué bueno eres, Dios mío, y qué tierno este divino Pastor que va, por montes y quebradas, por peñascos y matorrales, en busca de esta oveja infiel! Es hasta el calvario que sube para buscarla. No es sólo la sangre de sus pies, sino la de todo su cuerpo la que da para encontrarla […]. Y no solo la busca, la busca mucho tiempo, no, la busca hasta encontrarla. […] Dios siempre respeta la libertad humana, pero tiene tesoros de gracias de poder soberano, y las derramará sobre las almas si sabemos obtenerlas de él, a fuerza de oraciones; mucho más, sólo pide, sólo desea difundirlos y nos reprochará un día no haberlos podido obtener de él para tantas pobres almas que pudimos y debimos salvar con nuestras oraciones […]. No solo cae sobre su cuello, no solo va a su encuentro como el padre del hijo pródigo, no, va buscándola, buscándola hasta encontrarla, y luego la carga sobre sus hombros.
¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida.
Esta es mi
historia, Dios mío, así me buscaste, me encontraste, me
trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en
el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, “in
abscondito faciei tuae»... que bueno eres, ay Dios mío. No va simplemente
a su encuentro como el padre del hijo pródigo, no, va buscándola, buscándola
hasta encontrarla, y luego la carga sobre sus hombros. ¡Qué divinamente
bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan
felizmente salvada después de estar tan perdida, tan culpable y tan sucia… Dios
mío, .. que bueno eres, ay Dios mío.
3.2
Su llamada
Prácticamente en Carlos de Foucauld van unidas la conversión y la llamada: «En cuanto descubrí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir únicamente para él: Tan pronto como creí que hay un Dios, comprendí que no puedo hacer otra cosa sino vivir para Él».
Mi vocación religiosa data de la misma hora de despertar a mi fe y encontrarme con Dios: «Dios es tan grande, hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él…». Es así que de su encuentro personal con el Absoluto surge el deseo de vivir solo para Él con una radicalidad propia de converso: «Hacer todo para Dios consiste en no tener ojos sino para Dios. Cuando se ama a un ser se le mira sin cesar, sólo se tienen ojos para él; todos los pensamientos, palabras y acciones se refieren a él, a sus bienes, a sus gustos: es el amor [...] ¡Oh, Dios mío, haced que os conozcamos y os amemos y entonces viviremos exclusivamente para Vos!».
Carlos sentía que Dios le había llamado a imitar a Jesús en su vida oculta «abrazando la existencia humilde y oscura del divino obrero de Nazaret». De esta imitación pende todo lo que «despliega» la vida del hermano Carlos. Enamorado de Jesús, le conoce en la lectura cotidiana del Evangelio y plasma su ser en la celebración y en la adoración eucarística, para convertirse después en caridad/fraternidad para con todos los hermanos «sin distinción ni excepción», ya sean cristianos, judíos, musulmanes, ateos, buenos o malos.
El hermano Carlos no intenta transformar el mundo fiado de sus fuerzas o habilidades. Lejos de formular programas de transformar el mundo escogió otro programa de vida el de Jesús, su Evangelio: «He aquí el programa: Jesús su amor, su infinita bondad. Primero amarlo, luego amarlo y finalmente volver a amarlo, porque amar lo contiene todo. Amar contiene obediencia; amar contiene la imitación de todo lo que le vemos hacer Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Al verme se debe decir: si el siervo es así, cómo será su Señor Sí, sigo y amo a Aquel que es mucho más bueno que yo. Si supieras cómo es de bueno mi señor Jesús’. Si alguien me pregunta por qué soy manso y bueno, debo decir: ‘Porque soy el siervo de uno que es mucho más bueno que yo. Si supieras cómo es de bueno mi señor Jesús’».
En el retiro de Nazaret que hemos
mencionado, inmediatamente después de haber cantado la misericordia de Dios en
su vida, Durante los últimos tres días, meditó en las quince virtudes de Jesús
para imitarlo: fe, esperanza, caridad; coraje, humildad, veracidad,
oración, obediencia, castidad, pobreza, abyección, trabajo manual, retiro y
penitencia.
Como el buen
Pastor se alegra de haber encontrado a su oveja, el hermano Carlos cultivó en
su corazón la misma alegría por el hermanito encontrado y devuelto a la casa
paterna y fraterna. En la conclusión de la meditación sobre la oveja
perdida, el hermano Carlos expresa todo su entusiasmo por imitar al Buen Pastor
y correr en busca de las ovejas que Dios ha confiado: “Hagamos por los demás lo
que Jesús hizo por nosotros… Imitemos el ejemplo de Jesús, el buen Pastor,
corriendo en busca de la oveja descarriada, siempre con nuestra oración, y con
carreras reales, materiales, siempre que su voluntad llame. por ello…
Corramos en este último caso como Jesús corrió allí, “sacrificando nuestro
descanso», como Jesús en su vida pública, “sacrificando nuestro honor» como
Jesús gritó y condenó como blasfemo, “sacrificando nuestra vida». como Jesús
crucificado… Corramos como el Buen Pastor, “hasta encontrar las ovejas”.
Aunque Jesús
respetó la libertad humana, no pone límites a su gracia y tiene tesoros de
gracias irresistibles; nos toca a nosotros quitárselos, que es el deseo
más ardiente de su Corazón. Y después de haberla encontrado, si Dios nos
da la gracia, no tengamos reproches, ni palabras amargas, ni severidad con
ella: el arrepentimiento descenderá después en su corazón, le toca a Dios mismo
hacerlo allí. gracia interior; nosotros, sólo tenemos palabras de
ternura, de compasión, de amor.
Arrojémonos sobre
su cuello, devolvámosle su primera túnica, matemos el becerro engordado,
llevémoslo sobre nuestros hombros, regocijémonos y digamos a las almas que aman
a Dios que se regocijen con él, con los ángeles y con nosotros, porque “él es
más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia que por 99 justos
que no necesitan penitencia “.
A partir de su conversión estuvo dispuesto a todo y en Jesús lo encontró todo. Por Jesús estuvo dispuesto a todo: dejó su vida acomodada, abandonó sus comodidades, sus mismas diversiones, sus mismos vicios, porque fue «conquistado» por Cristo. Dejó su patria, deambuló por Palestina y por el desierto de África, viviendo solo de lo esencial, porque lo había encontrado todo en Jesús. Había buscado la alegría en su adolescencia, pero no la había encontrado.
He releído a menudo esta reflexión
suya: «Hacía el mal, ¡pero yo no lo aprobaba ni lo amaba!... Me hacías
sentir un vacío doloroso, una tristeza que no he experimentado más
que entonces...; esta volvía todas las noches que quiso «asemejarse» con todas
sus fuerzas y todo su deseo: «Cuando se ama, se imita, cuando se ama,
se mira al Bienamado y se hace como hace él; cuando se ama, se encuentra
tanta belleza en todos los actos del Bienamado, en todos sus gestos,
en todos sus pasos, en todos sus modos de ser. El «Bienamado Jesús».
Se trata de un término que en nuestros días casi nos da un poco de pudor
pronunciar, mientras que para Carlos de Foucauld fue la exigencia de toda
su vida, el deseo que persiguió con todas sus fuerzas.
3.2.1 El encontró el camino, el modelo en Jesús de Nazaret.
«Imitar es una violenta necesidad del
amor. La semejanza es la medida del amor». Esto también vale para
mí. También ha sido verdad en mi caso. No solo con respecto al
Señor Jesús, al que el hermano Carlos quiso «imitar».
«Vivir por ti, vivir de ti, de tu inspiración, vivir no ya de
nuestra vida natural, sino de tu vida divina, vivir de tal manera que podamos
decir al igual que San Pablo; “Ya no soy yo quien vive, sino que es Jesús quien
vive en mí”... Esta es la vida que producirá en nosotros la santa comunión, si
la recibimos dignamente, este es el efecto que ella debe producir, a esto nos
invitas, esto es lo que quieres establecer en nosotros diciéndonos que
comulguemos, que comulguemos a menudo (…).
«No conviene que el criado sea mayor que el Amo» (Jn 13,16), ni que la esposa sea rica, cuando el Esposo es pobre… a mí me resulta imposible entender el amor, sin la búsqueda de la semejanza… sin la necesidad de compartir todas las cruces…
«Practica las virtudes evangélicas; cuando se trata de un Dios que
viene a darnos ejemplos hay que seguirlos; más que nunca tenemos necesidad de imitar
al Divino Modelo, en nuestro tiempo tan perdido de lujos, de vanidad y de
orgullo; el cristiano tiene que continuar la vida de Jesús y hacerlo ver con
su vida... Recordar que la gran regla de interpretación de las palabras de
Jesús, son sus ejemplos: Él es el modelo, Él mismo, el comentario de sus
palabras en el Evangelio». [Carta a Joseph Hours, 12 de octubre 1912;
Meditación sobre Mc 6, 7-9]
«Perseguido desde hace mucho tiempo por la idea del abandono
espiritual de tantos infieles, y en especial de los musulmanes e infieles de
nuestras colonias viendo al mismo tiempo que el amor a los bienes materiales y
la vanidad invaden más y más al pueblo cristiano, he puesto sobre el papel,
como secuela de mi último retiro hace un año, un proyecto de asociación
católica, con el triple objetivo de reconducir a los cristianos a una vida
acorde con el evangelio presentándoles como modelo a Aquel que es el
modelo único [Carta al canónigo Caron, 11 de marzo 1909. (XXV cartas
inéditas, 51-52 (Obras Espirituales nº 160, 181)]
Creo que no hay una frase del Evangelio que me haya causado una impresión más profunda y haya transformado más mi vida, que ésta: “Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis”.
Si pensamos que son palabras de la Verdad increada, la de la boca que ha dicho: “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre”, con qué fuerza somos empujados a buscar y a amar a Jesús en “esos pequeños”, esos pecadores, esos pobres, aportando todos los medios materiales para aliviar sus miserias temporales» [Carta a Luis Massignon, 1º de agosto 1916. (Cf. J. F. SIX, La aventura del amor de Dios 210; OE, p. 225)]
«¡Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede lo máximo de lo que se puede en este mundo: se siente que se sufre, no se siente siempre que se ama, y ello constituye un sufrimiento más! Pero se sabe que se querría amar y querer amar es amar. A uno le parece que no ama bastante; y es verdad: jamás se amará bastante; pero Dios que sabe de qué barro nos ha amasado, y que nos ama mucho más de lo que una madre puede amar a su hijo, nos ha dicho, Él que no miente, que no rechazaría a quien viene a Él». [Carta a la señora Bondy, 1º diciembre 1916 (Cartas a... 252, Obras Espirituales nº 230, p. 226]
«Amo a
Nuestro Señor Jesucristo, aunque con un corazón que quisiera amar más y mejor.
Le amo y no puedo soportar llevar una vida distinta a la suya, una vida dulce y
honorable, cuando la suya fue la más dura y despreciada que nunca existiera. No
quiero atravesar la vida en primera clase mientras que Aquél a quien yo amo la
atravesó en la última». [Carta a Duveyrier (Escrita en la Trapa de N. Sª. de las
Nieves), 24 de abril 1590]
3.3 La imitación
de Jesús en su vida oculta: la vida de Nazaret
La conversión de Carlos de
Foucauld estuvo marcada por las palabras de Henri Huvelin: «Jesús tomó el lugar más bajo, que
nadie ha sido capaz de robarle». Esta frase es una reflexión sobre la
parábola del Evangelio de Lucas que
trata acerca de la elección de los asientos en una boda. Entonces Carlos de
Foucauld se dio cuenta de que no había nada más para él que ese último querido
lugar. Esa idea no lo abandonó nunca, y ya casi al final de su existencia la
reiteró al contemplar la vida de Jesús como un continuo «descenso»:
“Jesús no hizo otra cosa que bajar: bajar en la encarnación, bajar haciéndose criatura, bajar
obedeciendo, bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido,
ejecutado, poniéndose siempre en el último lugar”. (Lettres au Père
Jérôme)
Fue con el fin de imitar a Jesús de Nazaret que Carlos decidió vivir en
Tamanrasset. Esa imitación lo llevó a querer asemejarse a él en su vida oculta,
que corresponde al período más desconocido de la vida de Jesús (apenas
mencionado en los Evangelios), su vida
en Nazaret anterior al inicio de su ministerio
público. Carlos percibió en esa vida oculta de Jesús una profunda humildad y abnegación. La imitación de esa
humildad de Jesús condujo a Carlos al encuentro del «último lugar».
No quiso diferenciarse de las
personas con quienes vivía; quiso llevar una vida similar a la de ellos,
trabajando para ganarse la vida, negándose a mostrar cualquier forma de
superioridad por su condición de sacerdote. Carlos escribió a su amigo:
«[...]
viviendo del trabajo de mis manos, desconocido de todos y pobre, y disfrutando
profundamente de la oscuridad, del silencio, de la pobreza, de la imitación de
Jesús. La imitación es inseparable del amor. Todo el que ama quiere imitar (al
amado), ese es el secreto de mi vida. (Carta a Gabriel Tourdes)
Esta imitación de la vida
oculta de Jesús condujo a Carlos a desarrollar una espiritualidad personal
y una visión particular del apostolado. Mientras que los misioneros buscaron
tradicionalmente predicar a imagen de la vida pública de Jesús, Carlos quiso
desarrollar su ministerio en el silencio y la discreción, pues concebía su
misión como la de vivir la «vida de Nazaret», que interpretaba como
una vida oculta en la que ya se desarrollaba la obra salvadora de Jesús. Esta
faceta de la espiritualidad de Carlos de Foucauld se considera un elemento
novedoso. El nuevo elemento en la enseñanza de Carlos de Foucauld sobre el
misterio de Nazaret fue que la vida oculta en Nazaret no fue solo una etapa
en la formación de Jesús para su misión como Salvador, por mucho que haya sido,
sino que fue también la salvación misma que ya había comenzado a obrar a través
de él.
Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre quién amándoos de todo corazón, no pueda soportar ser más rico que su Bienamado… Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre, quien pensando que todo lo que se hace a uno de estos pequeños, es a Vos a quien se hace (Mt 25,40.45), que todo lo que no se les hace, es a Vos a quien no se hace, aliviará todas las miserias a su alcance… Qué deprisa se hará pobre, quien reciba con fe vuestras palabras: «Si queréis ser perfectos, vended lo que tenéis, y dádselo a los pobres… Bienaventurados los pobres… Todo aquel que deje sus bienes por mi, recibirá aquí abajo, cien veces más y en el cielo la vida eterna…» (Mt 19,21.29; 5,3).
¡Dios mío, no sé si es posible
a algunas almas veros pobres y seguir a gusto siendo ricas, verse mayores que
su Maestro, que su Bien-amado, no quererse parecer a Vos en todo lo
que de ellas depende y sobre todo en vuestras humillaciones; yo creo que ellas
os aman, Dios mío, y sin embargo creo que falta algo a su amor, y en todo caso
yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de
conformación, de semejanza, y sobre todo de compartir todas las penas, todas
las dificultades, todas las durezas de la vida… Ser rico, a mi gusto, vivir
tranquilamente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, machacado, viviendo
penosamente de un trabajo rudo! Yo no puedo, Dios mío… Yo no puedo amar así.
3.4 Sus
fuentes:
3.4 1 El Evangelio
El hermano Carlos puso por escrito muchas de sus meditaciones como se lo había aconsejado el P. Huvelin en una carta que recibió al principio de su estancia en Nazaret (24 de mayo de 1897). «Que nuestro único tesoro sea Dios, que nuestro corazón sea todo de Dios, todo en Dios, todo para Dios [...] Sólo Él. Estemos vacíos de todo, todo, todo lo creado, desprendidos incluso de los bienes espirituales, incluso de las gracias de Dios, vacíos de todo [...] para poder estar completamente llenos de Dios [...] Él tiene derecho a todo, a todo nuestro corazón: se lo reservamos a Él completamente, todo entero para Él solo».
«Los medios de que él se valió fue contemplar a Jesús en el pesebre, en Nazaret y sobre la cruz. Los medios son: pobreza, abyección, humillación, abandono, persecución, cruz, sufrimiento. Esas son nuestras armas, las de nuestro Esposo divino, que nos pide que le dejemos continuar en nosotros su vida, él, el único amor, el único esposo, el único salvador y también la única sabiduría, la única verdad (...) Sigamos este modelo único y estaremos seguros de hacer mucho bien, pues entonces no seremos nosotros los que vivamos, sino que él vivirá en nosotros. Nuestros actos no serán ya los nuestros, humanos y miserables, sino los suyos, divinamente eficaces».
«Recibamos el Evangelio. Es por el Evangelio, según el Evangelio como seremos juzgados (...) No según tal o tal libro de tal o cual maestro espiritual, de este o aquel doctor, de este o aquel santo, sino según el Evangelio de Jesús, según las palabras de Jesús, los ejemplos de Jesús, los consejos de Jesús, las enseñanzas de Jesús».
Leer continuamente el Santo Evangelio para tener siempre
presente los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, a fin de pensar,
hablar, actuar como Jesús siguiendo los ejemplos y las enseñanzas de Jesús, y
no los ejemplos y las maneras de hacer del mundo en el cual caemos tan pronto
como despegamos los ojos del Divino Modelo. Este es el remedio, según yo; la
aplicación es difícil porque se refieren a las cosas interiores del alma, y que
la necesidad es universal. Pero (...) Dios ayuda a aquellos que le sirven.
Jamás Dios le falla al hombre: ¡es el hombre quien a menudo le falla a Dios!
[Carta a Joseph Hours, 3 de mayo 1912]
3.4. 2 La Eucaristía
La adoración eucarística, y en particular la adoración nocturna,
fue uno de los fundamentos de la espiritualidad de Carlos de Foucauld, quien
siempre otorgó gran importancia a la eucaristía. René Voillaume, continuador de esa
espiritualidad, señaló en su obra Semillas del desierto (1953)
que «Jesús en los evangelios» y «Jesús en la eucaristía» eran los
dos polos alrededor de los cuales giró la vida de Carlos. Para Carlos, la «vida
oculta de Jesús» y «Jesús oculto en la eucaristía» compartían la
misma lógica. Por esa razón, al retornar a Francia en abril de 1909, pasó una
noche en oración con Louis Massignon en
la basílica del Sagrado Corazón de
Montmartre. Asimismo, incluyó la adoración eucarística en
los estatutos de su Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Jesús,
como la «obra característica, especial».
Diariamente y a lo largo de su
vida, Carlos dedicó horas a la adoración eucarística,
y priorizó esta forma de oración a cualquier otra actividad. Quiso llevar la
eucaristía a los lugares en los que ella estaba menos presente, concretamente,
al Sahara. En la soledad del desierto, se refirió a la
eucaristía al escribirle a María de Bondy que él estaba con «su mejor amigo» y
que con ella «no falta nada».
El
principal enemigo de la oración para aquel que trabaja es la fatiga, así como
el mal que acecha al orante que no trabaja es la acedia, la melancolía que
proviene de hacer siempre lo mismo en un clima de excesiva tranquilidad y
calma. El ideal de la adoración eucarística nocturna se torna difícil después
de una jornada larga y fatigosa de trabajo, pero las comunidades debían
reservar las vísperas del sábado y la mañana del domingo para la oración y la
reflexión comunitaria (que incluye la “revisión de vida”, poner en común la
experiencia personal de la semana).
También
se procuraba reservar una quincena del año para un retiro espiritual o un año
sabático para experiencias más profundas de renovación espiritual. La vocación
contemplativa y la fidelidad a la Iglesia serán las dos notas más profundas de
las hermandades foucauldianas.
La espiritualidad de Nazaret es sobre todo clausura,
silencio, oración prolongada, trabajo y pobreza, no solo inmersión en un medio
pobre y el deseo de compartir las condiciones de vida de los demás. “Los
discípulos del eremita del Hoggar están llamados por encima de todo a vivir y
manifestar una fe viva, una fe humilde vivida como una obediencia de la
inteligencia humana a la verdad divina manifestada en la plenitud del misterio
de Cristo”.
El test de esta fe es “nuestro comportamiento vis-à-vis de
la Eucaristía”. De la adoración eucarística
frecuente y prolongada Charles de Foucauld obtuvo toda su espiritualidad que no
logró cuajar en ninguna doctrina, puesto que apenas escribió notas y cartas, y
de ninguna institución, ya que no consiguió jamás un discípulo ni una
aprobación episcopal—. Pero de la devoción al Corazón de Jesús obtuvo “la qualité
d’humble charité envers tout homme”, el impulso decisivo de la
caridad hacia todos los hombres.
Carlos de Foucauld desarrolló una
concepción novedosa de la eucaristía, que incluía un matiz teológico de cierta
originalidad. Creía que la eucarístía irradiaba, llenaba de gracia y permitía,
por su sola presencia, no solo la santificación de las personas que comulgaban
sino además la de aquellos que vivían cerca. Foucauld vivió intensamente la
presencia eucarística, en la que sobresalía para él lo que llamaba la «irradiación
eucarística» del pan sagrado. De hecho, practicó la adoración eucarística
hasta el día de su muerte.
«Dios está ahí, ¿qué iríamos a buscar en otro lado? El Bienamado,
nuestro todo, está ahí. Él nos invita a hacerle compañía (…): la Eucaristía es
Jesús, ¡Jesús total! Todo el resto sólo es una criatura muerta. En la
Eucaristía estáis entero, vivo, mi bienamado Jesús, tan plenamente como estabas
en la casa de la Sagrada Familia en Nazaret, en la casa de Magdalena en
Betania, como estabas en medio de los Apóstoles... Aquí estás de la misma
manera, mi bienamado, mi todo. ¡No estemos nunca fuera de la presencia de la
Santa Eucaristía, durante uno solo de los momentos en los que Jesús nos permite
estar! Amén. Y concede esta gracia, Dios mío, no solamente a mí, sino a todos
tus hijos, en ti y por ti: “Danos tu pan cotidiano”, dáselo a todos los
hombres, este verdadero pan que es la Hostia Santa, haz que todos los hombres
la amen, la veneren, la adoren (…)». [Meditación sobre Mt 28,20. (La Bondad de
Dios, 76-77: O.E, 790) 56 “Qué bueno eres Dios mío, y qué palabra infinitamente
dulce” (“Como yo vivo por mi Padre, quien me come vive por mí” Jn 6, 57)
Con qué alegría nos estableces en el amor divino por la santa
Eucaristía, puesto que por ella haces que “ya no somos nosotros los que
vivimos, sino que Jesús vive en nosotros”. Al dárnosla, “nos amas sin fin”, no
solamente porque nos amas hasta el exceso más incomprensible, sino porque nos
amas hasta llegar al fin, ‘el fin’ que persigues con todas tus palabras, todos
tus ejemplos, es decir, hasta el establecimiento en nuestros corazones del amor
de Dios por encima de todo... ¡De qué manera tan maravillosa tú cumples ‘este
fin’ por medio de la Eucaristía, puesto que por ella, como nos lo dices aquí,
“no somos ya nosotros los que vivimos, sino que es Jesús quien vive en
nosotros”, “¡vivimos por Jesús al igual que él vive por su Padre!». [Carta a
Joseph Hours, 12 de octubre 1912 y 13 de febrero 1913]
Foucauld quiso acrecentar el amor a la sagrada Eucaristía, que es
el bien infinito y nuestro todo: y de provocar en ellos un movimiento eficaz
para la conversión de los infieles y especialmente para el cumplimiento del
estricto deber que tiene todo país cristiano de dar una educación cristiana a
los infieles de sus colonias». [Carta al canónigo Caron, 11 de marzo 1909. (XXV
cartas inéditas, 51-52 (Obras Espirituales nº 160, 181)]
3.5 Un
apostolado innovador. Evangelizar desde abajo con
la vida
Se
evangeliza con la propia vida antes de hacerlo con la propia palabra. Carlos de
Foucauld descubrió rápidamente las limitaciones de la evangelización clásica aplicada en las
poblaciones tuaregs. Conducido por su naturaleza bastante
independiente, se negó a emplear la predicación como principal medio de
evangelización. Su deseo de imitar la vida oculta de Jesús lo llevó a innovar
radicalmente el modo de realizar su apostolado, que no concebía como una estrategia, sino
como una búsqueda de ser ejemplo de vida cristiana en el quehacer cotidiano,
una «presencia cristiana» entre poblaciones no cristianas, en el que conducía
una vida similar a los demás pero buscando imitar la vida de Jesús.
Poco a poco, Carlos consideró que
no hacía falta buscar la «conversión» a cualquier precio, y menos aún de manera
forzada, sino amar al prójimo, respetarlo y tratar de entenderlo, incluso si
su religión era diferente. El estudio de la lengua tuareg por parte de Carlos
se integró plenamente en este proceso de aceptación, de comprensión y de ayuda
a las poblaciones por las que, en sus palabras, «hacemos, por así decir, nada».
Para Carlos, este conocimiento
del otro debía conducir a la búsqueda de su bienestar material, a través de la
educación, y del progreso técnico, pero además a desarrollar la inteligencia
del otro y su dignidad sin esperar nada a cambio. Al asentar en su diario lo
que le había dicho el padre Huvelin en su viaje a Francia de 1909, Carlos
planteó un «apostolado de la amistad»: Mi apostolado ha de ser el apostolado de
la bondad. Al verme ha de decirse: «puesto que este hombre es bueno, su
religión ha de ser buena». Si se pregunta por qué soy dulce y bueno, tengo que
responder que porque soy servidor de uno mucho más bueno que yo. ¡Si supierais
lo bueno que es mi maestro Jesús! (Diario, 1909)
Monseñor
Guérin tendría una leve y discreta tendencia a transformar mi vida de monje
silencioso y escondido, mi vida de Nazaret, en una vida de misionero. Yo no
seguiré esta última tendencia, pues creería ser muy infiel a Dios, que me ha
dado la vocación de vida oculta y silenciosa y no la de hombre de palabras.
Monjes y misioneros son, unos y otros, apóstoles, pero de manera diferente. En
esto no cambiaré y seguiré el camino que [...] estoy siguiendo hace catorce
años: vida oculta de Jesús, con otros si Jesús me los envía, solo si me deja
solo. (Carta al padre Huvelin, 10 de junio de 1903)
«Mi vida no es aquí la de un
misionero, sino la de un ermitaño», escribió a Henri de Castries el 28 de
octubre de 1905. Y el 2 de julio de 1907, escribió a monseñor Guérin: «Yo soy
monje, no misionero, hecho para el silencio, no para la palabra». Desarrolló un
apostolado de presencia silenciosa, «desconocido». En su correspondencia,
Carlos se manifestaba convencido de que esta presencia era esencial con el fin
de «roturar», es decir, de preparar la tierra como primera etapa en el camino
de la conversión. Para Carlos, el primer apostolado era el que pasaba por «la
bondad, el amor y la prudencia».
«Los hermanos y hermanas deben ser, por medio de su ejemplo, una
predicación viva: cada uno de ellos debe ser un modelo de vida evangélica; al
verles debe verse lo que es la vida cristiana, lo que es la religión cristiana,
lo que es el Evangelio, lo que es Jesús. La diferencia entre su vida y la vida
de los no cristianos debe poner de manifiesto de manera resplandeciente dónde
está la verdad. Deben ser un Evangelio viviente: las personas alejadas de
Jesús, y especialmente los infieles, deben conocer el Evangelio, sin libros ni
palabras, por la visión de su vida».
«Todo cristiano debe, pues, ser apóstol: no es un consejo, es un
mandamiento, el mandamiento de la caridad. Ser apóstol, ¿con qué medios? [ ...
] Con los mejores, teniendo en cuenta a aquellos a quienes se dirigen: con
todos aquellos con quienes tienen relación, sin excepción, con la bondad, la
ternura, el afecto fraterno, el ejemplo de la virtud, con la bondad y la
dulzura siempre atractivas y tan cristianas; con algunos, sin decirles nunca
una palabra de Dios ni de la religión, teniendo paciencia como la tiene Dios,
siendo bueno como Dios es bueno, amando, siendo un tierno hermano y rezando;
con otros, hablándoles de Dios en la medida en que lo pueden soportar; cuando
empiezan a pensar en buscar la verdad por el estudio de la religión,
poniéndoles en contacto con un sacerdote muy bien escogido y capaz de hacerles
el bien ... »
«Los Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús tienen la
regla de preguntarse en todo momento lo que Jesús diría, haría en su lugar, y
hacerlo. Ellos harán esfuerzos continuos por hacerse cada vez más semejantes a
Nuestro Señor Jesús, tomando como modelo su vida en Nazaret, que contiene
ejemplos para todos los estados. La medida de la imitación es la del amor. “Si
alguien quiere servirme, que me siga”. “Os he dado ejemplo a fin de que como yo
he hecho, vosotros lo hagáis también”. “El discípulo no está por encima de su
Maestro, pero él es perfecto si es semejante a su Maestro». [Directorio de la
Unión de los hermanos y hermanas…, art. 1]
«Debernos amar a todos los hombres como a nosotros mismos, pero
tenemos que inclinarnos más hacia todos aquellos que el mundo olvida, desdeña,
rechaza, los pobres, los pequeños, los que sufren, los ignorantes, 1º porque
ellos tienen más necesidades, 2° porque tienen menos ayudas; por esas dos
causas son por las que Dios recomienda particularmente esta clase de
desheredados de los bienes de la tierra a aquellos que le sirven: él quiere que
al no tener amigos ni familiares en el mundo, ellos encuentren una familia,
amigos en aquellos que le sirven, Él que se declara en especial su padre,
“Padre de huérfanos y viudas” (Salmo 67, 6). De ahí viene esta predilección de
Dios por los desheredados de este mundo, que se encuentra por todos sitios en
la Santa Escritura y que llega hasta estos dos consejos sorprendentes: 1º de
hacerle, cuando él viene al mundo, elegir la última de las clases, para nacer
en ella, vivir en ella, y en ella morir; 2º al hacerle decir estas palabras
sorprendentes: “Cuando des una comida, no llames a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a tus vecinos ricos (a quienes sin embargo tenéis que amar como a
vosotros mismos), sino a los pobres, ciegos y lisiados» (Lc 14, 12-13”).
[Meditación sobre Mt 5,7]
3.6 Una vida fraterna en el corazón del mundo
Carlos de Foucauld no se
fue al desierto en busca de la soledad sino de estar cerca de los bereberes,
que vivían como la gente más olvidada y pobre “No quiero morar lejos de un
lugar habitado, sino cerca de una aldea – como Jesús en Nazaret”. Tendrá que
mudarse, al final de su vida, alegrándose de vivir más cerca de las casas de
sus amigos y darse cuenta de que Jesús no vivía cerca de Nazaret.
El nunca hizo grandes consideraciones sobre la inserción en una
aldea o en un barrio, pero la lógica del amor le hizo estar más cercano a sus
amigos, conocer mejor su propia vocación y el verdadero rostro de Aquél que
fue, en Nazaret, no un monje sino un hombre de pueblo con un oficio, una
reputación y unas relaciones. Hasta su muerte, él se llamará a sí mismo
ermitaño puesto que está solo. Con gusto habla de sus ermitas y se sigue
haciéndolo después de él, incluso en Beni-Abbés, el único lugar al que él había
dado el nombre de fraternidad. Según René Bazin, muchos se equivocaron
con este vocabulario. Aún más, porque viviendo solo en el Sahara (en el
desierto) no se puede imaginar sin la espiritualidad del Desierto. De ahí la
representación del ermitaño atraído por la “llamada del silencio”.
Es verdad, que no se puede eliminar la palabra ermitaño de su
vocabulario, pero hay que saber que no es nada adecuado a su tipo de vida ni en
Tamanrasset, ni siquiera en el Asekrem donde él se establece no para huir de la
multitud sino para estar “en un punto céntrico” más cercano de los nómadas que
él veía poco en sus comienzos sedentarios en la aldea de Tamanrasset. La
palabra “ermitaño” es más adecuada para describir el tiempo vívido en Nazaret y
Jerusalén a la sombra de los conventos de las Clarisas. En este período tenía
en su mente el proyecto, muy elaborado y muy idealizado, de vivir junto a una
treintena de ermitaños.
En el Hoggar no desea el aislamiento, sino que busca
los encuentros. Él quería tener un compañero, pero puede asumir la soledad por
la fuerza de su temperamento y por su fe en la presencia viva de Dios. Esta
soledad le parece incluso una suerte, no para el recogimiento, sino para estar
más cerca de los habitantes: estando solo, uno es “más sencillo y más abordable”.
Esto es lo que él oyó decir desde su primera visita a esta región, el 26 de
mayo 1904. “Por lo que respecta al recogimiento, es el amor el que tiene que
recogerte en mi interiormente y no el alejamiento de mis hijos”. ¿Se
identificaría mejor su vida en el Hoggar llamándola misionera? Sin duda,
él está en “país de misión”. Participa plenamente a su manera en la misión de
la Iglesia de la cual se preocupa haciendo proyectos e informes para los
misioneros. Sin embargo, él no se considera a sí mismo como un misionero,
incluso rechaza esa palabra para marcar bien su diferencia con los Misioneros
de África.
El último año de su vida lo emplea solo para explicar que no es un
misionero como los otros, que él es una especie rara. Él se da cuenta de su
especial situación. Ni siquiera tiene referencias que dar, su situación no es
comparable con la de nadie. En realidad, él es el primero en una misión
especial y desea que haya muchos compañeros como él. No siempre se distingue la
diferencia entre lo que él organiza en Beni-Ahhés (actividades muy semejantes a
las de un misionero que comienza) y lo que él proyecta más tarde para los
Padres Blancos. De igual forma, él propone (en 1911) a varios trapenses que
deseaban ser más misioneros un programa de vida de monjes-misioneros que no es en absoluto el suyo
en ese momento. Tampoco se puede trasladar todo lo que escribe a los que le
escriben cartas, suponiendo que él mismo viviera así en Tamanrasset.
Es importante saber que estaba dispuesto a pasar en Francia todo el
año 1915, para lanzar su asociación, pero esto no nos dice nada sobre su vida
diaria en Tamanrasset. Los tuaregs no conocieron nunca al monje ni al ermitaño,
ni siquiera al sacerdote; desde el primer día y hasta la hora de su muerte, en
su último grito de petición de socorro, era el marabout.
No tenía nada en común con los hechiceros y charlatanes
contemporáneos o modernos. Él es el único de su especie, un hombre que reza,
que no está casado, que cura, da consejos, distribuye limosnas, que es bueno
para todos; éste es el retrato del buen religioso.
Esta palabra evoca incluso la misma raíz que marabout (unido a
Dios) pero no separado, pues él también está unido a los hombres y las mujeres
por los lazos que intenta crear con todos aquellos en medio de quienes vive. Al
igual que ellos, come tortas de trigo y mijo cocido, así como una especie de
mezcla con dátiles, pero nada de carne (algo que le queda del régimen
monástico). Bebe café. Su régimen alimenticio ha mejorado, pero sigue siendo
desequilibrado. Carlos se sorprenderá de ser víctima del escorbuto por segunda
vez a finales del año 1914. Escribe: «Sin hábito, como Jesús en Nazaret». Lleva
puesto un hábito simple que le distingue de los otros franceses.
Su vestidura se parece a una túnica árabe, pero con una correa. Sin
ningún signo particular: ni rosario, ni insignia, ni ese corazón bajo una cruz
(que a todos interrogaba y que no era más que un signo inadaptado e ilegible
del amor que él quería dar a todas las criaturas de Dios). El único signo
visible de su diferencia será su comportamiento fraterno y amistoso para con
todos aquellos con los que se cruza (militares franceses, tuaregs, árabes,
antiguos esclavos negros o mulatos).
Desea que al verle puedan decir: “Ved como ama”. Es el único signo
visible que permite reconocer que es discípulo de Jesús. Durante esos años el
lugar principal lo ocupa el trabajo. Un trabajo intelectual de casi 11 horas
cada día. Se podría decir que hacía una obra de benedictino, pero lejos de los
horarios monásticos y de las ocho horas de trabajo que él atribuía a Jesús de
Nazaret.
4.SU ESPIRITUALIDAD
Si tuviéramos que resumir la
espiritualidad de Foucauld en una frase sería “Volver a Nazaret”. La
llamada a volver a Nazaret es una llamada a volver al origen, al inicio del
Evangelio. En Nazaret se aprende a vivir el Evangelio.
4.1 Su preparación como nómada en el
desierto.
Dios preparaba la tierra donde germinaría el Evangelio (las semillas del Evangelio). Como explorador en Marruecos Carlos estudió durante un año el idioma árabe y el islam, así como el idioma hebreo. Carlos fue preparado para “reconocimiento en Marruecos» y el encuentro con la fe islámica “, esto produjo en él una profunda conmoción. Regresó a París con su familia, y su búsqueda de Dios, así como la cercanía su prima Marie de Bondy, lo llevaron al confesionario del Abbé Huvelin.
La decisión de instalarse en el desierto proviene de su experiencia previa como oficial del ejército francés en Argelia y luego como explorador en Marruecos. La experiencia de Carlos en el desierto fue preparando su alma. Sus largos tiempos de soledad fueron disponiendo su alma para la contemplación. Carlos quedó cautivado por una espiritualidad que aprendió en el desierto (la espiritualidad del desierto) En el desierto donde de noche brilla el cielo estrellado como en ninguna otra parte.
la belleza del desierto le impresiona y despierta en él una nostalgia de trascendencia. En la calma profunda, en medio de esta naturaleza fantástica, en el recogimiento de la noche se comprende la creencia de los árabes en la noche misteriosa (leila el qedr).
Según el mismo cuenta la contemplación durante semejantes noches lo condujo a comprender la creencia de los árabes en una noche misteriosa en la que los ángeles descienden del cielo y todo lo que es inanimado en la naturaleza se inclina a adorar al Creador. Más tarde cuando estaba en la Trapa en Argel profundizaría en la espiritualidad de los Padres del desierto. Carlos de Foucauld leyó obras de los Padres del desierto: el libro Vies des Pères du Désert fue decisivo en 1887, cuando buscaba la orden más apropiada para él.
Quiero tan solo resaltar tres palabras claves de los bereberes que marcaron la espiritualidad de Carlos de Foucauld:
Khaoua: fraternidad universal. Fraternidad en la que conviven diversidad de tribus. En la fraternidad habitan grupos nómadas de composición Hawwara que constituyen una federación de tribus sin dependencia alguna de los señores de la tierra.
Hoggar: proviene de una palabra árabe, Tuareg
Ahaggar. Los tuareg vivieron durante mucho tiempo nómadas por el desierto. El
emplazamiento primero de los Kel Ahaggar en el Hoggar fue durante el s. XI
respondiendo a un plan de seguridad para las tribus nómadas en el tránsito
comercial por el desierto.
Zaouïa: proviene de una palabra árabe Zawiya, lugar de reunión, lugar de oración y de espiritualidad que irradie una piedad de forma que su gente se sienta iluminada y animada por ella. Vendría a ser un verdadero oasis espiritual.
Para Carlos de Foucauld el Hoggar en Tamanrasset. En el Hoggar no desea el aislamiento, sino que busca los encuentros. En su vida sencilla con su hospitalidad y cercanía quiso ser un germen de fraternidad para todos.
La espiritualidad de Carlos de
Foucauld, de la que se nutren sus discípulos Massignon, Peyrigère, el padre
René Voillaume y la hermana Magdeleine,
recoge e integra muchos de los mejores contenidos de la piedad anterior, en relación
con el tema del desierto, y están totalmente en línea con los antiguos Padres
del desierto.
Con la denominación Padres del
desierto, Padres del yermo o Padres de la Tebaida se
conoce, en el Cristianismo, a los monjes, ermitaños y anacoretas que en el siglo iv tras la paz constantiniana abandonaron
las ciudades del Imperio romano, y otras regiones vecinas, para ir a vivir en las
soledades de los desiertos de Siria y Egipto, haciéndose
famosa la Tebaida por tal fenómeno. Sus equivalentes femeninas son
las Madres del Desierto.
De Foucauld
había decidido partir hacia el desierto sahariano quince años atrás para
iniciar una experiencia inédita de evangelización de la población islamizada
del desierto árabe. Primero estuvo en Beni-Abbés y luego en Tamanrasset en
medio del pueblo tuareg del Hoggar argelino en la frontera marroquí (para estar
cerca de Marruecos, donde había realizado trabajos de reconocimiento geográfico
cuando joven que fueron reconocidos por las sociedades científicas de la
época).
Este hombre
solitario que nunca pudo atraer hacia su ermita a ningún discípulo (a pesar de
la perseverancia que puso hasta el final por construir una orden religiosa
dedicada al Sagrado Corazón de Jesús) y que nunca convirtió a nadie (a pesar de
haber sido reconocido como un morabito, una palabra musulmana que designa a una
persona a la que se atribuye santidad) ha sido, sin embargo, inspirador de una
espiritualidad de vasta repercusión en el siglo XX cristiano, sobre todo a
través de lo que se conoce como espiritualidad de Nazaret y de la obra
de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús que fundarían años más tarde el padre
René Voillaume y la hermana Magdeleine Hutin respectivamente.
Del padre De
Foucauld proviene el ideal de evangelización a través de la vida, “pregonar
el Evangelio a través de su propio vivir”, predicar en silencio,
simplemente con el testimonio de una vida buena y santa. En Tamanrasset logró
estabilizar una regla de vida que combinaba la pobreza, la oración, el trabajo
y la caridad. No construyó un templo sino una ermita, donde se ocultaba para
orar —sobre todo en la tarde noche— y donde celebraba la Eucaristía con las
licencias correspondientes para hacerlo solo.
Tampoco
vistió hábitos sacerdotales, solamente una túnica blanca a la usanza tuareg con
el emblema en rojo del corazón de Jesús con la Cruz de Cristo en lo alto (del
mismo modo que Teresa de Calcuta que se adentrará en los barrios pobres de
Calcuta vestida únicamente con un sari indio). Trabajó arduamente en la
elaboración de un diccionario tuareg-francés y en la recopilación y traducción
de poesía local, siguiendo la huella de los grandes misioneros cristianos que
admiraron, preservaron y acogieron las culturas diversas (en algo que después
se llamará inculturación de la fe como método misional por excelencia del
cristianismo).
Su pobreza
era proverbial y uno de los signos visibles de su santidad. Por lo demás,
compartía con sus vecinos de igual a igual bajo los signos de la hospitalidad
monástica, pero también a través de ayudas y favores que prestaba por doquier a
los habitantes de su aldea, conocido y apreciado por todos. Su muerte se
atribuye a la desestabilización de la frontera argelina custodiada por el
ejército francés en plena guerra mundial y la emergencia de bandas seléucidas
que asolaban los puestos fronterizos en nombre de la guerra santa del Islam y
uno de cuyos objetivos pudo haber sido eliminar a los extranjeros especialmente
apreciados por la población local.
4.4 Hacer de su vida testimonio vivo de
Jesús. De la adoración a la imitación
Una
evangelización que nace de la contemplación del misterio de la Encarnación
y encuentra en el misterio de la Visitación la modalidad propia del hermano
Carlos, que escribe: Toda nuestra vida, [...] debe ser una
predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro
ser, debe gritar el Evangelio sobre los tejados; toda nuestra persona debe
respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar que
nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica;
todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume
de Jesús, algo que grita a Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como una
imagen de Jesús.
Las
dos columnas vertebrales de la espiritualidad de Nazaret han sido la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la adoración al Santísimo Sacramento, sin
contar desde luego la lectura asidua del Evangelio.
Ambas
devociones revelan el carácter intensamente cristológico de la piedad
foucauldiana. La devoción al Sagrado Corazón (que en su forma moderna
data de las revelaciones de Paray-Le-Monial de Santa Margarita María Alacoque,
1647-1690) introdujo un punto de inflexión entre la oración rogativa
(característica de la piedad mariana) y la oración contemplativa. Orar no es
solamente pedir y agradecer el don recibido, sino también mirar el corazón de
Jesús traspasado de bondad, a Aquel que es la fuente primordial del amor, el “Modelo
único” como le llamó De Foucauld. Todo
el camino de la devotio moderna y de la imitación
de Cristo atraviesa este puente de la oración contemplativa, que crea una
relación de amistad, intimidad y confianza con Cristo.
De
Foucauld se dejará guiar por un sacerdote excepcional llamado Henri Huvelin
(1830-1910), vicario de San Agustín en París. Según García Rubio, Huvelin le
enseñará a De Foucauld la “ciencia del corazón”. La devoción del Sagrado
Corazón tuvo un fuerte sentido de expiación (incluso con ribetes políticos como
en la edificación del Sacre Coeur en París después de la guerra
franco-prusiana), pero Huvelin le da un sentido místico. Pío XII (Haurietis
Aquas) define la devoción como la “síntesis del cristianismo”, en la medida que
identifica a Jesús con el Amor (tal como aparece en el lema epistolar del padre
De Foucauld, Jesús Cáritas, e introduce la certeza de haber sido amado
por Jesús con un amor que antecede y sobrepasa cualquier amor humano. En
ocasiones, el culto adopta un sentido expiatorio que insiste en la
desproporción entre el amor divino y la ingratitud humana respecto de Aquel que
nos ha amado y propicia la Eucaristía como sacrificio reparatorio
correspondiente (también en Margarita María en un momento se impulsaba la
comunión frecuente de los fieles). Pero la devoción adopta su sentido propio
cuando el fiel se deja tocar por el Amor de Dios hasta el punto de “tener los
mismos gustos que Jesús” y motiva la capacidad de ver a los demás con los
mismos ojos de bondad y dulzura con que Jesús los vería.
Una
segunda inflexión se produce en el paso desde la Eucaristía hacia la adoración
al Santísimo (también impulsada con gran vigor en la segunda mitad del siglo
XIX europeo) que tiene el mismo sentido de la oración contemplativa. Tanto la
comunión frecuente de los fieles (otrora reservada a los sacerdotes) como la
adoración prolongada al Santísimo al margen de la misa y, por ende, en ausencia
de un sacerdote, recibieron reparos eclesiásticos y debieron abrirse camino en
el seno de la Iglesia con las dificultades correspondientes.
En
algún momento, De Foucauld se propuso crear una orden dedicada exclusivamente a
la adoración perpetua al Santísimo, pero esto requería de varias personas y se
desviaba del ideal de pobreza asociado al trabajo manual. Elabora el ideal “de
un pequeño grupo de almas dedicadas a la adoración perpetua al Santo Sacramento
y a la práctica de la imitación de la vida oculta de Jesús” en medio de la
multitud de los que no conocen a Cristo.
Como
buen monje, De Foucauld —según Voillaume— rehuyó el sacerdocio, aunque
finalmente se ordenó antes de partir a la misión del desierto, seguramente para
tener la oportunidad de celebrar la Eucaristía, y también —según Voillaume—
porque descubrió que el sacerdocio no era incompatible con el ideal de pobreza.
Al sacerdote se le concedería un rango y prestigio social que impide la
abjección, un término expresamente utilizado por De Foucauld para designar la
disposición a ocupar siempre el último lugar y pasar desapercibido, algo que en
tierras extrañas podía conseguirse mucho mejor, puesto que nadie había visto
nunca a un sacerdote católico en un lugar semejante.
El
padre Huvelin, que lo asistió durante su conversión y lo acompañó
epistolarmente toda la vida, le aconseja permanecer en Nazaret. “¿Dónde queréis
cultivar mejor la humildad, el silencio, que en el jardín de Nazaret en el que
estas virtudes han florecido como en ninguna otra parte? ¿Dónde queréis estar
más oculto a las miradas de todos, excepto a la de aquel a quien buscáis,
entregado a un mayor ocultamiento, a una entrega más olvidada?”. Pero De
Foucauld toma la decisión de salir de Nazaret “para imitar a la Santísima
Virgen en el misterio de la Visitación” —guiado por aquel que conduce a María
a la casa de su prima Isabel.
4.5 La
escuela de Nazaret para adentrarnos en el Misterio de la Encarnación
“Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido
estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeñuelos”
(Mt 11, 25).
Se
necesita una gran pequeñez de espíritu y humildad de corazón para adentrarse en
tal misterio. Dios ha asumido la naturaleza humana y se ha dignado hacerse uno
de nosotros para hacernos partícipes de su divinidad. Con su Encarnación
nuestra humanidad y nuestra historia quedó transida de vida; todos debemos
recorrer nuestro camino con paciencia y tenacidad. Pronto o tarde nuestra
historia, nuestro camino, se encontrará con la historia y el camino por donde
va Jesús.
Dos ejes
que se entrecruzan: el amor a Jesús y a los hermanos. Jesús se
vivirá como el pobre de Yahvé delante de Dios, en nombre de todos sus
hermanos. Jesús ennoblecerá esa palabra hasta el nivel de las bienaventuranzas.
Jesús es el hombre por excelencia que se vive orientado a Dios, el Padre de todos
y a los hermanos. El amor de los hermanos, la entrega a la comunidad humana en
que debemos, encarnarnos sin reservas y la comprensión humilde y práctica del
pobre
Dios
está presente pero el hombre se vive ausente. A Dios se le puede encontrar muy
bien bajo las estrellas o caminando entre la muchedumbre de viandantes en una
ciudad. Pero también sorprendentemente un Dios tan grande se hace pobre y
pequeño para que se le pueda encontrar bajo las especies del pan y vino en la
eucaristía. Este pan partido y ofrecido por nosotros me habla de humildad, de
pequeñez, de donación de sí mismo. Dios el fuerte, el grande se hizo pequeño y
sin poder.
Se precisa fe. Hay que confiar, hay que creer, esperar, aceptar. ¡Cuánta dulzura se siente en la presencia de Jesús Eucaristía! ¡Qué bien se entiende que con razón los santos han privilegiado quedarse en contemplación ante Jesús eucaristía implorando, adorando y amando! Y cuánto me agradaría que todos se la llevasen a casa y que, preparando a la Eucaristía un sitio adecuado, pudieran experimentar el gozo de recogerse devotamente ante ella.
4.6 Siguiendo las bienaventuranzas, el mejor autorretrato de Jesús.
En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro». El hermano Carlos atestigua: «Me parece que no hay ninguna palabra del Evangelio que me haya producido una impresión más pro- funda y transformado más mi vida que esta: ‘Todo lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’ (Cf. Mt 25). Si lo que hacemos con los hermanos más pequeños se lo hacemos a Cristo, con qué fuerza hemos de sentirnos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos pequeños, en estos los más pobres y pequeños.
La
Pobreza espiritual. Felices los pobres de espíritu: “Felices los pobres porque
de ellos es el reino de los Cielos” (Mt 5,1)
Se trata
de no caer en la dinámica del poseer sino más bien de ser poseídos. esta
humildad constituye la base de todo el edificio espiritual. Basta hacerse
pobre, volverse pobre, ser pobre, para recuperar la hermosura original de ser
pobre creatura creada y amada por Dios.
Es pobre
el hombre que descubre sus limitaciones, que entra en el misterio de lo que
entraña ser criatura, no creador. Es pobre el hombre que se sabe enfermo,
pequeño, débil, vulnerable, ignorante, pecador, necesitado de todo, sujeto a la
historia y maldad de los prepotentes, encadenado por las circunstancias
adversas; hecho humilde y discreto por experiencias dolorosas y angustiosas,
sediento de ayuda y de amor. Es pobre el hombre que ha descubierto sus límites.
Y es dichoso si los acepta como provenientes de la mano de Dios y con miras a
la consumación del Reino.
Afirmar
que el hombre no es Dios significa aceptar el propio límite, estar a gusto con
la propia pequeñez, amar el propio destino y la realidad propia. En el fondo,
significa adorar, que no es otra cosa sino la respuesta exultante a la
creación, la sonrisa del hijo al padre, la andadura alegre y confiada de quien
no tiene hacia quien tiene, del que no puede hacia el poderoso, de la sed hacia
la fuente, del nada al todo.
Esta
actitud de pequeñez, de humildad, de súplica, de dependencia, echa sobre el
alma como un manto, alumbra el camino como una lámpara, se vuelve cayado para
la marcha en el desierto. Esa actitud humilde se convierte en impulso y en
fuerza de la exaltación y alabanza de Dios. Creer y aceptar que Dios haga sin
que nosotros sepamos cómo, es duro y se requiere mucho tiempo antes de
aprenderlo.
Meditando la bienaventuranza “Bienaventurados los
misericordiosos” (Mt 5,7), el hermano Carlos escribe que ser misericordioso
significa “amar a Dios” porque compartimos su amor y actuamos como él. Un
amor total que se bondad para todos, especialmente para los más pobres, los más
necesitados, los pecadores: “Seamos misericordiosos, es decir, hagamos el
bien a los desdichados, a los necesitados, a todos los que carecen de algo, a
todos aquellos cuyo alma o cuerpo necesita… Seamos misericordiosos en los
pensamientos, en las palabras y en las acciones. . Que nuestros
pensamientos sean misericordiosos sin límite para estar en conformidad con los
de Dios que es Misericordia y Verdad…
Esta es la forma más hermosa de tener el mismo corazón
que Dios, es decir un “corazón que se inclinó hacia la miseria dondequiera que
se encuentre»: “La misericordia no es más que una subdivisión de la caridad,
una subdivisión del amor de los hombres… el amor del prójimo que sufre… el amor
de los que sufren… el amor, el corazón, “cor», hacia el que sufre, los
desafortunados, los necesitados, los miserables, “miseros».
¡Seamos misericordiosos como nuestro Padre Celestial es
misericordioso!… Seamos bondadosos con todos, pero tengamos esa bondad
especial, particular para con los pobres, que se llama “misericordia»; siendo
buenos con todos, cuidemos mucho más de los pecadores, necesitados de alma, de
los infelices necesitados de corazón, de los pobres, de los enfermos,
necesitados de corazón y de cuerpo, de los niños y de los ancianos que reúnen
todas las necesidades ordinarias… Tengamos más pensamientos, oraciones,
cuidemos de ellos que de los buenos y los felices, porque les falta; los
otros no faltan; ellos necesitan, los demás no necesarios… Que
nuestros corazones se inclinan ante la miseria, dondequiera que esté”.
¿Cuál es el secreto de la ternura, del amor, de la
misericordia de Carlos de Jesús? Haber podido, por la gracia de Dios, ver
al mismo Jesús en cada hombre. Así este hermano universal puede compartir
la alegría misma del corazón de Dios, “la alegría que siente cuando encuentra a
un pecador y lo perdona». cuando tiene misericordia de ella. Por eso
vivir la misericordia y en la misericordia del Padre “es un programa de vida
tan demandado como rico en alegría y paz. “.
A nadie rechazáis, ni a los más corruptos, porque “has venido a llamar a
los pecadores y no a los justos», ni a los más ingratos, porque “eres
misericordioso como tu Padre es misericordioso», ni a los más pobres, porque
dices a los pobres pescador Pedro: “Sígueme», ni el más despreciado, porque
llamas a Mateo y Zaqueo; ni los pequeños, porque decís: “Dejad que los
niños vengan a mí». Cómo tiendes tus brazos hacia todos nosotros y cómo
abres tu corazón hacia todos nosotros, oh buen Jesús!
4.7 La
escuela del abandono en Dios
Carlos de Foucauld desarrolló una
espiritualidad en torno a la entrega y a la confianza en Dios, que encuentra su
expresión más conocida en la meditación que daría lugar a la célebre Oración de abandono.
La lógica del «abandono en Dios» lo llevó a ofrecerle su libertad, lo
que se tradujo en una primera etapa en la obediencia a sus superiores, detrás
de cuyas directivas contemplaba la mano de Dios. Este concepto radical lo
condujo a pensar que «todos los actos (de obediencia a sus superiores) se
convierten en actos de amor puro». Para él, la obediencia a los superiores era
no solo una forma de entregarse a Dios y de hacer su voluntad, sino también una
manera de vivir en la «imitación de Jesús», quien permaneció obrando la
voluntad de Dios Padre y sujeto a sus padres durante su vida
oculta.
Según Carlos, esta entrega a Dios
significaba un camino que unía la misericordia de Dios, su amor y su
sufrimiento. Incluyó la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como
emblema en su hábito religioso, con el cual simbolizó el amor de Dios –con la
figura del corazón– y el sufrimiento –con la figura de la cruz–. Se
trató de una devoción que involucró un compromiso de la voluntad.
Ese «abandono» de su libertad,
esa búsqueda del olvido al elegir «el último lugar» y el camino de la
mortificación, se profundizó entre finales de 1907 y todo el año 1908. Durante
un año no había podido celebrar la misa por falta de fieles. Los meses de
diciembre de 1907 y de enero de 1908 fueron para Carlos un tiempo de desnudez
extrema o, en palabras de su biógrafo Jean-François Six, «una noche» del espíritu, más
penosa todavía que la de 1897. Su vida le parecía un fracaso, porque todo lo
que había querido fundar se derrumbó.
Hace más de veintiún años que usted me volvió a Jesús y es mi padre; cerca de dieciocho que entré en el convento. A los cincuenta años, ¡qué cosecha debería tener para mí y para los demás! Y en lugar de ello, yo no tengo más que miseria y desnudez, y a los otros no les he hecho el menor bien... Por los frutos se conoce el árbol y esto muestra lo que soy. (Carta a Henri Huvelin, 1 de enero de 1908)
Foucauld había sido siempre un
hombre sano, pero enfermó en enero de 1908 (ver en la sección Tamanrasset), y llegó a un estado de debilitamiento
extremo próximo a la muerte, del que fue salvado por unos tuaregs quienes en
plena hambruna le dieron a beber leche de cabra, el alimento de los más pobres.
Han buscado todas las cabras en un radio de cuatro kilómetros para darme un
poco de leche. (Carta a María de Bondy, enero de 1908)
Ese hecho, interpretado por
Carlos como obra de la providencia de Dios en
cuyas manos está todo, marcó su segunda conversión, vivida como un llamado de
Dios a un mayor abandono espiritual y al uso de los «medios» de los cuales se
valió Jesús de Nazaret para su obra.
Los
medios de que Él se valió en el pesebre, en Nazaret y sobre la cruz son:
pobreza, abyección, humillación, abandono, persecución, sufrimiento, cruz. Ésas
son nuestras armas, las de nuestro Esposo divino, que nos pide le dejemos
continuar en nosotros su vida [...] Sigamos este modelo único y estaremos
seguros de hacer mucho bien, pues entonces no somos nosotros los que vivimos,
sino que Él vive en nosotros. Nuestros actos no son ya los nuestros, humanos y
miserables, sino los suyos, divinamente eficaces.
Carlos abandonó entonces todos sus deseos de fundaciones o conversiones, y se ofreció como un pobre a Dios. Ese abandono total de sí mismo y el ofrecimiento de su vida a Dios fue para él la única manera de llegar a dar fruto, a imagen del «grano de trigo que muere para dar mucho fruto» (Juan 12,24).
4.8 Carlos de Foucauld el hermano
pequeño, el hermano de todos.
“Desatar
las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los
oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar
a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo, y no escabullirte ante el
que es tu propia carne. Entonces surgirá tu luz como la aurora, y tus heridas
curarán en seguida; tu justicia marchará ante ti, y tras de ti la gloria de Yahvé”
(Is 58,5)
Dios no
nos llama a relacionarnos y establecer contactos con nuestros hermanos, para
eliminar nuestra relación y contacto con El. Al contrario a Dios lo encontramos
también en nuestros hermanos. El hermano y solidario de todos los pobres, desheredados,
hambrientos, débiles, pescadores y menospreciados, que no pueden contar sino
con Dios. Presentes a Dios y presentes a los hombres.
El ideal de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús consiste en “querer ser pequeños, pobres, viviendo del fruto de un trabajo humilde, entregados al prójimo en los humildes servicios de la caridad amistosa para todos, generosos en la práctica de la obediencia, sinceramente deseosos de ser despreciados y tenidos como nada por el nombre de Jesús, a fin de esforzarse por realizar este ideal en el seno de comunidades íntimamente fraternales, pero mezcladas completamente con la masa humana para llevar el testimonio del Salvador” . Queda pendiente la cuestión de la eficacia evangelizadora de este método misional. No obstante, el impulso evangelizador del Hermanito —dice Voillaume— no debe medirse por la eficacia, las actividades exteriores y las obras organizadas (que no se desdeñan, sin embargo), sino por el amor que es capaz de brindar (y con el que es capaz de brindarse) a los demás, independientemente de si tiene éxito apostólico.
A estos pequeños, a estos pobres los
encontró en el Sahara, adonde quiso ir como sacerdote para ser, con
Jesús y como Jesús, Salvador. Salvador no con grandes obras, sino con una
vida cristiana heroica y con su humilde presencia, haciendo a todos con
los que se encuentre todo el bien posible, como hizo Jesús en Nazaret, sin
hacer ruido, sin hacerse ver, más bien «silenciosa, secreta,
[...] pobre, laboriosa, humilde, suavemente, como él». Se trata de
una salvación que pasa a través de la intercesión y la súplica por estos
hermanos «a los que les falta todo, porque les falta Jesús»; a
través del apostolado de la bondad, la amistad cordial y fraterna,
del ser mansos y humildes con todos y especialmente por medio de una vida
entregada en un amor sin límites a cada hombre, sin exclusiones, sin
fronteras, entreviendo en todos ellos el rostro del Padre, «porque en cada
hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado,
está presente la imagen misma de Dios» (n. 61). Un amor infinito que
experimentó el hermano
4.9 Síntesis de la espiritualidad de Foucauld: Volver a Nazaret
Carlos sobre todo durante los tres años que pasó en Nazaret, donde vivió, en el convento de las clarisas, «sepultado en la vida de Nazaret como se sepultó él mismo Jesús en ella durante 30 años»; donde buscó cada día ser pequeño y pobre como lo había sido Jesús, en las largas horas de adoración, en la prolongada lectura del Evangelio «para tener siempre ante su mente los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, a fin de pensar, hablar, actuar como Jesús, de seguir los ejemplos y las enseñanzas de Jesús», hasta quedar transformado en Evangelio viviente.
Y es precisamente entre estos hermanos más pobres donde el Señor nos llama a ser verdaderos discípulos de nuestro santo. La Iglesia debe proseguir hoy la misión de poner a los últimos en el centro de su vida, precisamente porque esto fue lo que eligió el Hijo de Dios cuando se encarnó: ser el último, el siervo de todos, poniéndose en el último lugar, reconociéndose entre los pobres y compartiendo su humilde vida. Y hacerlo no de mala gana, sino «estimando infinitamente a estos hermanos nuestros más pequeños, los más humildes, los más rústicos: honrándolos como los preferidos de Jesús».
Carlos de Foucauld, nos enseña a vivir en lo escondido. En lo pequeño y cotidiano de la vida, sin pretender realizar grandes obras o usar grandes instrumentos, sino simplemente contemplar sobre todo con amor, [...] sin descanso al Bienamado Jesús durante su trabajo cotidiano, velando por la noche en adoración a la divina hostia y en oración, dando siempre a lo espiritual el primerísimo lugar, imitando a Jesús en Nazaret en su inmenso amor a Dios y a los hermanos. Nos muestra el camino, haciendo fluir, brillar este gran amor a Dios y Jesús sobre todos los hombres «por los que Cristo murió», «rescatados a un elevado precio», «amándoles como él les amó».
La espiritualidad de Nazaret se vive en el deseo de llevar una vida semejante a aquellos años ocultos de Jesús en Nazaret y que De Foucauld llevó a cabo como simple auxiliar y mandadero del convento que las monjas clarisas tenían en la ciudad. Dice De Foucauld: “Nazaret es humildad, Nazaret es también silencio; Nazaret es también oración; ¿Qué es también Nazaret? Trabajo. En fin, Nazaret es principalmente un lugar de obediencia”.
De Foucauld releva la extrema humildad de vida que debió haber llevado Jesús en “el pobre taller del carpintero José” con todas “las inconveniencias de la gente pequeña” y los bienes que resultan de vivir completamente apartado del “crédito, la influencia, los honores y el poder”. Respecto del silencio, imagina “¡cómo se callaba frecuentemente en la casa de María!”, lo que dispone el ambiente hogareño hacia la oración y la acción de gracias en el marco de una vida llena de serenidad y de paz. El trabajo debió ser asiduo y haber cubierto toda la jornada y por ello mismo el lugar de la oración debió tomarse “preferentemente por la noche, quitándoselo al sueño”, lo que recuerda la adoración nocturna al Santísimo, todavía en la ermita de Tamanrasset.
Además, Jesús “vivía sujeto a ellos”, como dice el Evangelio,
“sumiso como un niño, a dos de sus pobres criaturas”, María y José, lo que pone
de relieve el inmenso valor de la mansedumbre cristiana. “Nazaret —dice De
Foucauld— es la raíz y el tronco”, mientras que el “Calvario es el fruto”. Ya
en esta época escribe acerca del deseo de morir mártir “despojado de todo,
tendido desnudo en la tierra, irreconocible, cubierto de sangre y de heridas, muerto
violenta y dolorosamente”, tal como ocurrirá años más tarde.
4.10 El misterio de la Visitación de
María a su Prima Isabel
La
espiritualidad de Nazaret como el caminito de la infancia espiritual pone su
énfasis en las virtudes pasivas de la humildad, la comprensión y la obediencia
y la combinación característica de oración y trabajo. Aunque no cabe duda que
Foucauld pasó su primera etapa en los monasterios trapenses Nuestra Señora de
las Nieves en Francia y Akbés en Siria, donde se practicaban habitualmente las
condiciones más exigentes de ocultamiento, separación y silencio, y donde el
deseo de mortificación era más intenso, va a evolucionar en el camino de
Nazaret.
Así su “volver a Nazaret” va a presentar algunos contrastes
con la vida monástica. La elección de Nazaret tiene que ver con la búsqueda de simplicidad
y pobreza —el objetivo principal de casi todas las reformas monásticas— y
con desbordar el régimen de clausura monacal. Según
el padre Voillaume, fundador de los Hermanitos de Jesús: “Toma como objetivo en
todo y para todo la vida de Nazaret: en su simplicidad y en su
extensión; sin hábito especial, como Jesús de Nazaret; sin clausura,
como Jesús en Nazaret; sin querer buscar sitios aislados y solitarios, sino más
bien junto a una aldea, como Jesús en Nazaret; Él dedicaba no menos de ocho
horas diarias de trabajo (trabajo manual o de otra clase, pero manual en cuanto
sea posible) como Jesús en Nazaret; y renunció a tener campos grandes, ni
habitaciones espaciosas, ni grandes gastos, ni siquiera grandes limosnas, sino
también una extremada pobreza, en todo como Jesús en Nazaret…”
El
método en el que se inspira Foucauld es la Visitación de María. Como
en la Visitación, no se trata de permanecer siempre en casa, pero —también a
imitación de la Virgen— el método misional consiste en mostrar a Cristo en el
silencio, la humildad y el gozo de vivir en Dios que es propio de María, quien,
por lo demás, ha misionado a medio mundo sin decir una palabra.
De
Foucauld se dispone a vivir el modelo de Jesús en su vida oculta de Nazaret. Al
comienzo se instala en Beni Abbès (1901-1907) bajo el objetivo de preparar la
evangelización de Marruecos a través de una asociación de hermanos confiados al
Sagrado Corazón. La evangelización no puede hacerla solo escribía entonces:
debe ser la obra de un grupo unido en la fraternidad y la oración. La obra
misionera francesa de esa época estaba radicada en los llamados Padres Blancos,
pero su alcance se limitaba a las cabeceras de la ocupación francesa en el
Magreb. En algún momento, sin embargo, bajo la influencia del padre Guérin
(1878-1910) decide enclaustrarse en Tamanrasset, en las profundidades del
desierto argelino.
Tanto la
decisión de salir de Nazaret y partir hacia el desierto como esta última de
internarse en el territorio remoto de los bereberes, donde prácticamente se
perdía toda presencia francesa, constituyen el impulso más decisivo en la vida
del padre De Foucauld de “pasar oculto por la tierra, como un viajero
en la noche”.
¿Cómo se
combina este afán de ocultarse y callarse con cualquier propósito plausible de
evangelización? El método misional del padre De Foucauld consiste en instalarse
en las inmediaciones de una aldea, aprender la lengua y apreciar las costumbres
y hacerse lentamente conocido solo por la bondad del carácter y del trato. La
benevolencia, mansedumbre, pobreza y humildad debe ser suficiente para reconocer
la santidad de una vida que ha sido dedicada a Dios a través de Jesucristo,
antes de pronunciar incluso su nombre y de anunciar a viva voz su evangelio. La
oración y la celebración eucarística permanecen en la oscuridad del encierro
claustral, reservada a la intimidad de quienes alojan en casa, mientras que la
caridad es lo que se da a conocer y ver a los demás. De Foucauld no se instala
en tierras árabes, sino bereberes, apenas islamizadas y en continuas disputas
con grupos árabes.
Su método misional se asienta en la espiritualidad completamente original que De Foucauld había experimentado en Nazaret y que se consolida en el ardiente deseo de comunicar a Jesucristo únicamente a través de la fuerza testimonial de la bondad. “Yo quisiera ser —dice De Foucauld— lo bastante bueno para que ellos digan: Si tal es el servidor, ¿cómo entonces será el Maestro…?”. Esta posibilidad misional descansa en la capacidad innata de todos los pueblos —y de cualquier persona— de reconocer y apreciar el bien, cualquiera sea su fuente, incluso cuando esta proviene de alguien extraño y desconocido.
4.11 La
hospitalidad, la cercanía y la caridad
De
Foucauld se asienta en la confianza en el poder absoluto de la bondad y en la
convicción —específicamente cristiana— de que Dios puede ser enteramente
conocido a través del amor al prójimo. “El amor a Dios es el más importante…
pero el amor a los hombres está tan unido al otro, que no pueden ir separados.
Cómo amar a Dios si no amamos a sus hijos… el mejor medio para alcanzar el amor
a Dios es practicar la caridad con los hombres… Contemplemos a Nuestro Señor en
cada ser humano. La fórmula monástica de la caridad consistió siempre en ver al
prójimo a través de Dios, por ejemplo, en una formulación clásica de Elredo de
Rivaux: “Debemos elegir para nuestro gozo a Dios y al prójimo, aunque de modo
diverso. A Dios para disfrutar de Él en sí mismo y por Él mismo; al prójimo para
gozar de él en Dios, o mejor para gozar de Dios en él”.
De tal
forma, se ama en el prójimo lo que hay de Dios en él, lo que entre otras cosas
limita la caridad al anillo de la comunidad monástica y de la fraternidad de
los cristianos. De Foucauld, en cambio, pertenece a una tradición de
desenclaustramiento monástico que utiliza la fórmula inversa, ver a Dios a
través del prójimo, y que ha hecho posible el despliegue moderno de la caridad
como donación inmoderada hacia los demás, cualquiera sea su condición. El deseo
ardiente de sobrepasar los límites de la hospitalidad monástica y salir
directamente al encuentro del mundo se sostiene en esta revalorización de la
presencia viva de Dios en el rostro de los más pobres y desamparados, que sigue
la intuición básica del apóstol Santiago, “la fe sin obras es fe muerta”, no se
puede amar a Dios genuinamente sino a través de las obras de amor que se
dedican a los hermanos.
La
caridad del padre De Foucauld era modesta y sencilla, pequeños regalos (que
conseguía con sus parientes), tiempo abundante de conversación en lengua
tuareg, compañía frecuente y siempre una sonrisa en los labios, el símbolo
corporal de la acogida. La estrategia misional del padre De Foucauld descansa
también en la radicalidad del compromiso con los demás, la de aquel que ha
abandonado familia y amigos, bienes y poder, y se ha decidido a vivir
enteramente en Cristo, aunque al margen de toda conciencia escrupulosa sobre
las posibilidades del amor puro. Se conserva algo de su examen de conciencia en
las cartas que dirige al padre Huvelin, por ejemplo, desde la ermita de
Tamanrasset, en que se reprocha “un gran fondo de orgullo”.
De
Foucauld no tuvo períodos prolongados de sequedad espiritual, que son tan
comunes en los místicos, pero igual que todos tiene “sus noches” y se reprocha
la dificultad de mirar a Jesús y permanecer en su compañía, incluso en la
soledad del desierto, donde se pueden evitar mejor las distracciones humanas.
Según
él, se deja llevar demasiado por ensoñaciones que lo distraen de la oración,
“ensoñaciones que sobrevienen constantemente en mis horas de oración y que
estoy lejos de poder expulsar rápidamente” (y que incluyen también la
dificultad de saltar de la cama apenas uno se despierta). Un último motivo de
confesión es que “yo no veo suficientemente a Jesús en todos los hombres, no
soy lo bastante sobrenatural con ellos, lo bastante dulce, y humilde, ni
suficientemente dispuesto a hacer el bien a su alma cada vez que puedo” .
Con
todo, De Foucauld recomienda continuamente no detenerse en el mal realizado y
pertenece a aquellos que consideran que el Mal se corrige haciendo el Bien,
siempre en la creencia en la eficacia purificadora de la bondad, algo que él
mismo podría testimoniar con su propia vida, marcada por una juventud disparatada
en humores y afectos (lo que le ha hecho más difícil el camino de su
canonización).
Al igual
que Magdeleine, Voillaume y sus compañeros fundaron en los años treinta la
fraternidad en El-Abiodh-Sidi-Cheikh, en el Sahara argelino, para misionar en
tierra árabe, tal como quería el padre De Foucauld a través de comunidades de
contemplación y trabajo. Después de la guerra, sin embargo, el nacionalismo
árabe (acicateado por los resultados en la Indochina francesa que conseguiría
rápidamente su independencia) y la corrupción administrativa del colonialismo
francés, ensombrecerá las posibilidades de las misiones. El Abiodh quedó en
medio de la zona de guerra presionado por las bandas insurgentes (que llegaron
incluso a asesinar a un Hermanito en una emboscada similar a la que le costó la
vida a De Foucauld) y la represión militar francesa. Las fraternidades
intentaron en vano preservar un clima de entendimiento y amistad, consiguieron
que los sacerdotes no fueran movilizados (en una actitud que contrasta con el
nacionalismo exacerbado de las guerras mundiales que incluyó el entusiasmo
patriótico del padre De Foucauld, deseoso de servir a su país durante la
primera guerra), pero no alcanzaron a retener la confianza de la población
musulmana y quedaron expuestos a represalias que los obligaron a abandonar
Argelia en la segunda mitad de los años cincuenta.
La posibilidad de establecer pequeñas comunidades de
oración y trabajo en las ciudades que utilizaran el mismo método de
evangelización del desierto, es decir que se mantuvieran al margen de la vida
sacramental del templo y de las obras de caridad, recibió asimismo una
inspiración definitiva con el libro del padre Voillaume, Au coeur des masses, cuyo título fija la novedad de toda la espiritualidad
foucauldiana, el desafío de trasladar la tradición monástica del “ora et
labora” e insertarla en medio de la multitud. La
enorme reserva religiosa de la vida monacal –característica del catolicismo
francés, a diferencia del latinoamericano, que prácticamente carece de
monasterios– podía ponerse en juego en la evangelización de las masas del mundo
moderno.
De
inmediato se planteó el problema del trabajo en la vida sacerdotal. Muchos
pensaban que debía ser un trabajo artesanal que retuviera la libertad del
sacerdote y evitara la alienación del trabajo industrial, pero la inmersión en
el mundo obrero exigía una experiencia de trabajo asalariado. También se
planteaba la cuestión de la participación sindical y de las luchas obreras, en
las que el sacerdote podría verse involucrado más allá de lo razonable, cuya
frontera quedaba trazada por el rechazo de la violencia y la exigencia de amor
universal que exige amar incluso a enemigos y adversarios y respetar
enteramente su dignidad y derechos. En los años cincuenta la espiritualidad de
los Hermanitos y Hermanitas de Jesús se entremezcló con la de los curas obreros
que provenían de diversas órdenes religiosas o incluso del clero secular,
alguno de los cuales despertaron reticencias y críticas dentro del episcopado
de la época.
Voillaume
y los suyos compartían el acento en el trabajo y reaccionaron, por ejemplo,
contra la disposición que limitó alguna vez el trabajo de un sacerdote a un
máximo de tres horas diarias (en el esfuerzo del episcopado francés por
contener la inmersión obrera), recordando entre otras cosas que ganarse la vida
trabajando, antes que vivir de las limosnas, fue común en el clero secular
durante el primer milenio. Se recordaba el ejemplo de San Pablo, que se dedicó
expresamente al oficio de tejedor y exhortaba a todos a ganarse el pan con el
sudor de su frente y de evitar ser una carga para otros, algo que reaparece en
la regla monástica de San Benito.
En la
tradición católica, fue realmente novedosa la prohibición de trabajar, que pesó
sobre los sacerdotes post-tridentinos. El trabajo del sacerdote tiene también
un sentido evangelizador, “permite que los pobres se acerquen familiarmente a
un sacerdote que comparte su género de vida”, en un mundo en que se había
perdido la confianza y la antigua familiaridad rural con los sacerdotes. Tiempo
después, Pablo VI resolverá favorablemente la posibilidad de que los sacerdotes
trabajen incluso tiempo completo bajo condiciones que debían aprobar los
obispos y superiores.
Ser
caritativos, mansos, humildes con todos los hombres, eso es
lo que hemos aprendido de Jesús. No ser militantes con nadie: Jesús nos ha
enseñado a ir como “corderos entre lobos”, no a hablar con amargura, con
malhumor, injuriando, tomando las armas. “Hacerse todo a todos para llevar
Jesús a todos” teniendo para con todos bondad y afecto fraterno, prestando
todos los servicios posibles, relacionándonos afectuosamente y siendo un
hermano amante para con todos, para llevar poco a poco las almas a Jesús
practicando la dulzura de Jesús.
4.12 La espiritualidad de la fraternidad universal
Carlos llevo dentro de sí un sueño de
fraternidad universal. La sociedad de Jesús Cáritas que surgió
después de su muerte fue la respuesta a su sueño que él vivió como promesa. Ya
en 1895 cuando estaba en la Trapa comenzó la redacción de una regla basada en
la imitación de Cristo en la vida de Nazaret. Luego tras la masacre en Erzwrum
de 300.000 armenios sintió la llamada de estar más cerca de los más pobres y
los que sufren. En 1897 en Nazaret comenzó a escribir sus meditaciones
espirituales que serían reflejo de su espiritualidad. En 1898 corrigió la
palabra ermitaños de Jesús por hermanitos de Jesús.
En 9 de
feb de 1909 acudió a la Trapa de
Nuestra Señora de las Nieves para promover su asociación de laicos, y
luego se reunió con monseñor Joseph-Michel-Frédéric Bonnet, obispo de la
diócesis de Viviers. Carlos pasaría algunos días con su hermana María. Bonnet
aprobó los estatutos de la Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de
Jesús (laicos evangelizadores) el 6 de marzo, y Carlos se embarcó para
Argelia al día siguiente. Posteriormente Mons. Livinhac, superior general de
los Padres Blancos,
también aprobaría los estatutos de la Unión, que quedarían en espera de la
autorización de Roma.
En 1913 Antoine
Crozier, un amigo suyo fue el responsable de haber reunido los primeros 26
miembros de la Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, y lo
apoyó en el proyecto.
Una vez en los tuareg trató de vivir su Regla con el hermano Michael en Tamanraset pero este hermano enfermó por la excesiva austeridad de la Regla y tuvo que dejar la pequeña fraternidad, lo que le llevó a Carlos a dudar de su plasmación.
Podemos decir que aparentemente Carlos de Foucauld es un icono del fracaso, pues no tuvo seguidores. Además, no pudo convertir ni siquiera a un musulmán, ni liberar a ningún esclavo, a pesar de su intención de hacerlo, inundando la administración francesa con sus solicitudes. Con base en los parámetros habituales, la existencia de este inusual personaje fue un fracaso total.
Cien años después de haber sido martirizado en su amado desierto argelino, más de 13.000 personas en el mundo se consideran sus hijos espirituales. Divididos en familias religiosas, sacerdotales o laicas, todos sabemos lo que Foucauld siempre quiso ser: el hermano universal. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce el camino de abandonarse en las manos del Padre, la oración que escribió Foucauld en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la habrían rezado todos los días.
De Foucauld murió apenas conocido y apreciado por un
puñado de oficiales que servían en la frontera argelina (sobre todo por el
comandante Laperrine, compañero suyo en la escuela militar de Saint-Cyr).
Durante años mantuvo correspondencia con algunos pocos sacerdotes (Huvelin y
Guérin que a la sazón habían muerto), algún amigo —Louis Massignon— y sobre
todo con su hermana, Marie de Blic, y su prima hermana, Marie de Bondy, cuyos
apellidos compuestos recuerdan la procedencia noble de los De Foucauld. Esta
literatura epistolar contiene lo mejor de su testamento espiritual. Entregó una
o dos indicaciones para el momento de su muerte. Había escrito y corregido un
montón de veces las reglas de una asociación religiosa que, no obstante, fueron
apenas conocidas y jamás consideradas seriamente por la autoridad eclesiástica.
En los
años veinte surgen pequeñas iniciativas foucauldianas, entre las que destaca el
esfuerzo de Suzanne Garde (1896-1954) por crear una asociación laica que
penetrara el mundo árabe a través de la caridad, finalmente establecida bajo la
forma de un orfanato en Dalidah tras un reguero de incomprensiones
eclesiásticas. Según Voillaume, el propio de Foucauld habría querido una
asociación de “enfermeras laicas, vestidas como laicas… sin nombre ni hábito
religioso” (preanunciando la fundación de las Hermanas de la
Caridad, aunque la madre Teresa de Calcuta, a diferencia de Suzanne, era una
religiosa) que pudieran construir una obra evangelizadora, algo completamente
inaudito en una época en que la responsabilidad y la iniciativa laical estaban
apenas reconocidas. El esfuerzo de Suzanne Garde lo continúa Magdeleine de
Jesús (Magdeleine Hutin, 1898-1989), que funda la fraternidad de las Hermanitas
de Jesús en 1939 y se instala en Touggourt, un oasis del Sahara argelino.
La Unión de hermanos y hermanas del Sagrado
Corazón de Jesús (1909) fue la única asociación fundada por el propio
Carlos de Foucauld. Al momento de su muerte, esa asociación de fieles
contaba con solo 48 miembros sin contar al propio Carlos. Fue encauzada
por Louis Massignon, quien publicó los primeros extractos
de su directorio en 1917. En 1919, el arzobispo de París Léon-Adolphe Amette
dio un dictamen favorable a la reanudación de la Unión, bajo la presidencia de
monseñor Alexandre Le Roy, designado por el obispo Léon-Antoine-Augustin-Siméon
Livinhac, superior general de los Padres Blancos.
En 1928, Massignon publicó la totalidad del directorio de la Unión, y en 1947
creó el Sodalicio. A partir de la década de 1960 fue coordinada por Jean-François Six. Hoy cuenta con unos 1000 miembros.
En el curso de la década de 1920, aparecieron los
primeros sacerdotes eremitas que tomaron como modelo a Carlos de Foucauld: en
1924, el almirante Malcor, ordenado sacerdote, tomó el hábito de Foucauld y se
instaló en Sidi-Saâd, cerca de Kairuán en Túnez. Lo siguió Charles Henrion, amigo de Paul Claudel y de Jacques Maritain. Henrion también adoptó el hábito
blanco de Foucauld con el emblema del Sagrado Corazón con la cruz carmesí, con
el que impresionaría a Jean Cocteau hasta jugar un papel clave en su
conversión y primera comunión, el 19 de junio de 1925.
Correspondería
al hermano René Voillaume (1905-2003) la fundación de la congregación católica
que seguiría en el futuro las huellas de Carlos de Foucauld. Fue en septiembre
de 1933 cuando René Voillaume, junto con otros
cuatro jóvenes sacerdotes franceses, se instalaron en el Sahara argelino para vivir según el espíritu de
Carlos de Foucauld: ese fue el comienzo de la fraternidad conocida con el
nombre de Hermanos de Jesús.
Algo más tarde, se sumaría Magdeleine Hutin (1898-1989), conocida como
hermanita Magdeleine de Jesús. Con su primera profesión religiosa en Argel el 8
de septiembre de 1939, ella iniciaría la fundación de las Hermanitas de Jesús.
En 2014,
la «Familia Espiritual Carlos de Foucauld» –considerada en su conjunto como
asociación internacional– abarca una veintena de grupos, tanto congregaciones
religiosas como asociaciones de vida cristiana, integrados por más de
13 000 miembros en 89 países. A ella se suma la comunidad ecuménica
Horeb-Carlos de Foucauld conformada por laicos que viven según el carisma de
Carlos de Foucauld en pos de la unidad de los cristianos y el diálogo
interreligioso.
Conclusión
La XVI
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos este 25 de octubre dirigió a todo el pueblo de Dios una
Carta. Quiero compartir algunas ideas del texto de la “Carta al Pueblo de
Dios” que fue aprobada por la Asamblea Sinodal:
“Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la guerra se intensifica.
Hemos rezado por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción les han arrojado a los peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado nuestra solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los hombres que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de paz.
Por invitación del Santo Padre, hemos dado un espacio importante al silencio, para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Durante la vigilia ecuménica de apertura, experimentamos cómo la sed de unidad crece en la contemplación silenciosa de Cristo crucificado. “La cruz es, de hecho, la única cátedra de Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, encomendó sus discípulos al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn 17,21).
Firmemente unidos en la esperanza que nos da su Resurrección, Le hemos encomendado nuestra Casa común, donde resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor de los pobres: ‘¡Laudate Deum!’”, recordó el Papa Francisco precisamente al inicio de nuestros trabajos. Día tras día, hemos sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama el mundo (cf. Jn 3,16).
Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!” Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre, en la mitad del camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús. Volver a la infancia espiritual a la confianza: “Es la confianza” lo que nos da la audacia y la libertad interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar nuestras convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestras preguntas, libremente y humildemente”.
Creo que la espiritualidad de Charles de Foucauld es profética, para la realidad de nuestro mundo en crisis, de nuestra Iglesia, del continente asiático. La espiritualidad de Foucauld abre un camino de santidad abierto a todos:
Camino de conversión. Todo empieza desde esta conversión interior de corazón de la
necesidad de volver a los orígenes de la vida, las palabras y gestos de Jesús,
a la pureza del Evangelio, a Nazaret. Toda acción transformación exterior requiere
de una transformación interior, conlleva todo un itinerario espiritual.
Camino de comunión ante un mundo dividido y flagelado por las guerras y violencias homicidas. Camino de unidad no solo con los cristianos sino con los que profesan otras religiones y credos, en un Dios que es Padre de todos que nos hace hermanos. Hemos de estrechar vínculos fraternos y de amistad con todos los hombres, artesanos de paz, promotores de unidad, solidaridad y de justicia.
Camino de interioridad, de silencio, de escucha de oración. El camino de abandonarse totalmente en las manos del Padre, de querer hacer su voluntad, de querer colaborar para hacer presente su Reino entre los hombres.
Camino de contemplación y adoración ante Jesús eucaristía. Todo parte de volver a la
fuente la oración, la adoración. Jesús se anonadó hasta hacerse eucaristía. Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos de
unirnos a Jesús.
Camino de un amor ardiente, un amor trinitario, un amor eucarístico. De la adoración a la imitación. Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio sobre los techos. Toda nuestra persona debe respirar a Jesús. Todos los actos de nuestra vida deben gritar que le pertenecemos y deben ser una imagen de la vida evangélica.
Camino de un anuncio con la vida antes que con las
palabras. El apostolado que empieza por la acogida, la hospitalidad, la
escucha, la cercanía, la compasión, la ternura, la amistad, la caridad. Todo
nuestro ser debe ser una predicación viva de Jesús. Como
declaraba el Cardenal Saravia Martins en su beatificación, Foucauld vivió el
llamado “apostolado de la bondad” y abrió un camino para esta era moderna.
Camino de testimonio, del que se pone en el último lugar al servicio de los más pobres y vulnerables para hacerles partícipes la bondad de Jesús. Una vida que refleje a Jesús, que sepa a Evangelio, de atracción para los más alejados. Nuestra vida esta llamada a ser un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen viva de Jesús.
Camino de fraternidad, de hogar, de casa común, de puertas abiertas a todos, especialmente a los que han quedado marginados y excluidos. Ser caritativos, mansos, humildes con todos los hombres.
Carlos de Foucauld nos enseña a vivir la misión no creyéndonos protagonistas indispensales, sino como pobres instrumentos en manos de Dios. Hemos sido hechos, por pura gracia, colaboradores en la misión de Dios (Missio Dei); hemos sido revestidos de gracia y de misericordia en Cristo para colaborar con Él (Missio Christi); hemos sido enviados en su Iglesia como instrumentos de salvación (Misio Ecclesia), no fiados de nuestras fuerzas y capacidades, no desde la imposición o desde la fuerza sino desde abajo desde nuestra pobreza.
Desde una dimensión eucarística somos llamados a entrar en el
asombro de la presencia de Dios abajado a nuestra existencia para entrar en su
abajamiento, anonadamiento, ofrecimiento silencioso y amoroso al Padre. Somos
llamados a vivirnos hermanos de todos (hermano universal) reconociendo a Cristo
en los más pobres y vulnerables. La Misión esta fuera de nuestro control porque
la lleva Dios y esta por encima de nuestras expectativas, realizaciones, va más
allá de nuestras fronteras y de nuestra concepción espacio temporal. Carlos de
Foucauld no vio resultados más bien su misión como la de Jesús acaba en un
aparente fracaso. Es Dios quien a su tiempo la da cumplimiento.