jueves, 12 de octubre de 2023

VOLVER A CASA

 

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Un Padre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo: Padre dame la parte de la herencia que me corresponde. El Padre repartió entonces sus bienes entre los dos hijos: Pocos días después, el hijo menor reunió cuanto tenía y se marchó a un país lejano donde lo despilfarró todo de mala manera… y empezó a padecer necesidad. Volviendo en sí el hijo menor dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi Padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi Padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su Padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su Padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el Padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo, estaba muerto y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse y preparar una fiesta. (Lc 15, 11-24) 

 


INTRODUCCIÓN

Este ensayo pretende ser continuación del ensayo anterior “cultivando nuestro jardín interior” tratando relacionar el proceso espiritual de descubrimiento (de la Amada) del Ser primordial (con el Amado) con el proceso que se da a nivel psicológico con lo que Jung llama proceso de individuación y personalización. La vida se vive en camino en un constante proceso de conversión como una “vuelta a casa”, como una larga peregrinación hacia la Casa del Padre.

La vida, que vivimos en camino, en peregrinación es todo una vuelta a casa. Es un camino abierto que conlleva una sucesión de nacimientos y muertes, o podríamos llamar, de transformaciones. Cada momento de mi vida tiene una misma exigencia de aceptación. Esta simple verdad no aparece normalmente con fuerza y urgencia conmovedoras. El discurrir de los días y de los años va creando lentamente nuevas situaciones y las transformaciones son apenas registradas. Así el niño va creciendo y no se da cuenta que se hace mayor por la sencilla razón de que un niño no se hace mayor sino que está haciéndose mayor lentamente. Pero llega un momento en que ese proceso lento se declara en explosiva manifestación. Quizás la más grande transformación se lleva a cabo en “la mitad de la vida

Cuantas veces hemos escuchado y leído la parábola del hijo pródigo pero nos hemos quedado sólo en una lectura bíblica sin profundizar en los aportes de otras aproximaciones. Creemos que puede ser interesante poner al paralelo la lectura bíblica con una lectura más psicológica a través de C.G. Jung puesta también en paralelo con otra lectura e interpretación más poética espiritual de San Juan de la Cruz. El proceso de individuación de C. G. Jung puede ponerse en paralelo con la búsqueda de la amada y el amado de la Noche oscura y del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz.

El propio C. G. Jung en su libro Arquetipos e Inconsciente Colectivo, menciona directamente la “Noche Oscura” de San Juan de la Cruz como una posibilidad de representación del proceso de individuación: “En un lenguaje totalmente diferente y mucho más accesible para un occidental, San Juan de la Cruz describió el mismo problema como la noche oscura del alma” (C. G. Jung, Arquetipos e Inconsciente Colectivo 170).

 


Desde un acceso bíblico

Podemos ampliar la parábola no solo al plan personal sino al imaginario colectivo de tantos hombres y mujeres que alienados y exiliados de su hogar de origen añoran el retorno a su hogar, la vuelta a casa. Desde el acceso bíblico la parábola del hijo pródigo relata la historia no solo personal sino también colectiva de la humanidad. En nuestro mundo la humanidad aparece como dividida entre unos que se jactan de “buen vivir”, que viven en la abundancia y el despilfarro y otros que viven en la escasez, sufriendo y pasando necesidad.

Dentro de la historia del pueblo judío también “el hijo mayor” podría representar al “reino del Sur” mientras que “el hijo menor” podría representar al reino del Norte. Es la dramática historia de un pueblo dividido que iba a conocer el exilio y destierro de ambos reinos.

“Ambos reinos” fueron tratados como hijos de su propiedad. Ambos terminaron despilfarrando y malgastando la herencia del Padre. “Ambos hijos” no solo renegaron de “su filiación” sino que renunciaron a “la fraternidad”, a ser parte del mismo hogar y de la misma familia de Dios.

“El hijo menor” huyó al exilio y allí comenzó a vivir disolutamente y pasar necesidad. Malgastó la herencia, perdiendo su dignidad viviendo alienado como un pordiosero. “El hijo mayor” permaneció en casa, pero viviendo en el régimen de la indiferencia. Se cuidaba de la hacienda, pero se vivía como asalariado, alejado del corazón del Padre.  Se vivía no como hijo sino como funcionario, buscando más su interés por quedarse con la heredad que agradar al Padre tendiendo su mano a su hermano necesitado. Ambos hijos ni conocían el corazón del Padre ni vivían como hermanos, sino que vivían distanciados por el odio y la rivalidad.

 


El contexto actual

Nos podíamos preguntar: esta parábola ¿Qué nos dice a nosotros hoy?, ¿Cómo situar esta parábola en nuestro “contexto actual”? Cuántas personas en nuestro mundo viven exiliadas añorando una casa, un hogar. Nuestra sociedad moderna y contemporánea está enferma de humanidad. Arrastrados por la indiferencia hacemos oídos sordos a tantas voces de hermanos que nos gritan en medio de una situación cada vez más insostenible. Vivimos en medio de un gran cinismo blindando nuestras puertas y fronteras a tantos hermanos que nos piden ayuda. Se promueve el egoísmo y el individualismo, se llega a la violación de los derechos humanos al desprecio y al descarte. Tantas personas quedan marginadas y rechazadas por nuestra sociedad cuidando sólo de nuestro bienestar.

Apenas iniciado el Sínodo de Obispos todavía no salimos del shock de la nueva guerra en Israel a añadir a los conflictos que se viven hoy en Ucrania. Armenia y Azerbaiyán, Irán, Yemen, Etiopía, República Democrática del Congo y los Grandes Lagos, El Sahel y Haití, Venezuela o Nicaragua.




Israel

 

El conflicto actual entre israelíes y el pueblo palestino viene de lejos. El pueblo judío ha sido un pueblo exiliado, sin tierra, ni patria a través de siglos. El establecimiento del Estado de Israel desde su fundación en 1948 ha experimentado conflicto con sus vecinos, principalmente países árabes y musulmanes. Se trata de un conflicto que nació en el siglo pasado pero que ha estado latente durante décadas y parece no tener un fin. 

El conflicto entre Israel y Hamás desencadenado en los últimos días ha cobrado gran número de víctimas en ambas partes. El número de víctimas asciende a 1.300 muertos y 3.200 heridos en Israel; y 1.537 muertos en Gaza. Los heridos ascienden a 6.268 entre los fallecidos hay 447 niños. Se han encontrado bebes decapitados por las hordas terroristas de Hamás. Entre los fallecidos por los bombardeos israelíes se cuentan miembros del personal sanitario. 

El rápido deterioro de la situación humanitaria en Gaza, que desde el lunes permanece bajo bloqueo total y ataques aéreos continuos del ejército israelí, está generando creciente preocupación la situación en la franja de Gaza es "devastadora" tras el bloqueo de luz y agua que ha impuesto Israel en el territorio. Los informes de la ONU son interpelantes: "Estamos asistiendo a una situación desesperada, en la que el suministro de alimentos y agua es limitado y se agota rápidamente, proporcionamos alimentos a miles de personas que han buscado refugio en escuelas y otros lugares del territorio". 

El ultimato que el pueblo israelita ha lanzado al pueblo  palestino a que se traslade la población al sur hacia la frontera con Egipto ante una inminente invasión a gran escala en  la franja de Gaza esta provocando una enorme escalad de personas desplazadas que emigran sin ningún paradero cierto.

Los colaboradores de la ONU urgen a Israel y a Egipto a crear corredores de ayuda humanitaria para que los voluntarios y trabajadores puedan hacer llegar los suministros básicos a la Franja de Gaza, y asegurar también que lo hacen en un área segura. "Rechazamos los asesinatos o abusos contra civiles en ambos bandos porque vulneran la moral, la religión y el Derecho Internacional”. 




Jornada mundial del migrante y refugiado

Antes del inicio del Sínodo el Papa Francisco participó en Marsella en la clausura de “la jornada mundial del migrante y del refugiado”. Se ha hecho un llamamiento a la justicia y la solidaridad de los pueblos desarrollados, denunciando la violación de los derechos de tantos migrantes a una vida digna y cuestionando que significa un desarrollo humano e integral. 

El Papa instó a poner nombre a tantos rostros anónimos y escuchar las historias que son víctimas de tal situación de explotación y exclusión. El grito de tantos emigrantes permanece hoy sofocado y tantos hombres mujeres y niños son víctimas de trampas, explotación, abusos y toda clase de violaciones, marginación y exclusión étnica y social. Nos hemos acostumbrados a las guerras y a toda clase de atropellos. Hemos de promover la justicia y la solidaridad entre los pueblos para que las personas, en régimen de exclusión y marginación, víctimas de tantos atropellos, sean considerados como ciudadanos de pleno derecho con respeto a los derechos humanos y a la dignidad humana. 

A la cultura del descarte hemos de responder con la cultura del encuentro y la solidaridad. Ofrezcamos auxilio, un asilo, un asidero, un hogar seguro a tantos hombres. Mujeres y niños sin techo y sin hogar. Los migrantes no son una carga son de un valor inestimable como personas y deben ser acogidos, acompañados, promovidos e integrados, esto nos hará más humanos y más divinos. Es necesario que a cada hombre excluido vulnerado y en riesgo de su vida se le garantice una vida digna.

Lo ocurrido hoy de nuevo en Israel y lo ocurrido recientemente con el pueblo armenio es una verdadera vergüenza para nuestro mundo civilizado. 




Pueblo armenio

En esa misma semana se ha destapado el conflicto del pueblo armenio que estaba latente desde hace años. Un gran genocidio al menos de 200 personas de la etnia armenia murieron cuando el ejército de Azerbaiyán irrumpió en el territorio de Nagorno Karabaj controlado por la etnia armenia. El pueblo armenio de Nagorno Karajab ha huido en masa hacia “el corredor de la vida” pero temen por su muerte. 

El pueblo armenio es un pueblo que ha conocido el exilio, ha sido de nuevo rechazado por el gobierno de Nagorno Karbajab. El estado de Azerbaiyán está en una revuelta genocida contra el pueblo armenio. El pueblo armenio es un pueblo originario y tiene derecho a un estado propio. De hecho, fue el primer estado en la historia de la humanidad que conserva sus raíces cristianas. Sus iglesias ahora son convertidas en mezquitas y tienen que salir huyendo de las tierras en que vivieron sus antepasados.

Antes de la dominación romana pasaron por sus tierras distintas civilizaciones, turcos, turcomanos, mongoles, seléucidas, persas, rusos. Se les borraron del mapa hasta negarles un estado que se llamara Azerbaiyán. El estado de Azerbaiyán tan solo resurge en el S. XX en la revolución Bolchevique y la caída del zar del imperio ruso.

El pueblo armenio ya fue víctima de un gran genocidio, el conocido genocidio de Artsaj, por parte de los turcos otomanos que exterminó a un millón y medio de armenios. La represalia de Azerbaiyán fue sangrienta. En este momento el pueblo armenio está en riesgo de otro gran genocidio. El conflicto de Nagorno Karabaj tiene a 120.000 personas aisladas pidiendo la reapertura de una ruta bloqueada que los conecta con Armenia. El corredor de Lachín que ha venido a llamarse “el corredor de la vida” está bloqueado. Esto ha ocasionado una grave escasez de alimentos medicamentos y primeros auxilios. Los armenios no pueden llegar a sus familias porque Azerbaiyán lo mantiene bloqueado. Miles de armenios están siendo víctimas y temen de una limpieza étnica. Por su parte Azerbaiyán afirma que quiere reintegrar los armenios étnicos como ciudadanos iguales mientras estos son víctimas de extorsión. Más de 40.000 refugiados están siendo procesados y no están seguros bajo el dominio azerbaiyano. Miles de armenios no esperan poder regresar a sus hogares.

El patriarca de la Iglesia católica armenia Raffaele Bedros XXI Minassian ha declarado: “Si realmente queremos ayudar al pueblo armenio que sufre hambre, enfermedades y cuyos derechos humanos son violados, necesitamos un cese inmediato de las hostilidades. Este es el paso práctico que pedimos en este momento. Las declaraciones de solidaridad compasión y condena no sirven de nada. Ya no tienen importancia para nosotros. En estas tierras viven niños, bebés, ancianos y familias. Hay escasez de medicinas, pan, leche y no hay electricidad ni gas. Hay escasez de todo. Este es un pueblo condenado a muerte. Tenemos que salvarlo. ¿Dónde está la conciencia de la comunidad internacional ante semejantes crímenes?, las declaraciones de condena emitidas por varios países deben ir seguidas de intervenciones directas para salvar a las personas en peligro”.

 


Desde un acceso psicológico 

El proceso de humanización, de hacerse personas humanas, sigue un proceso de individuación, personalización y socializaciónEn la dinámica de hacernos personas, hijos, hermanos es un “camino de vuelta” en el que intervienen un entramado de relaciones y una serie de procesos:

El proceso de individuación es objeto del estudio de C.G. Jung. El proceso es “starting point” que se debe dar como inicio del proceso. Se pone en relación con el proceso de subjetivación. La persona debe tomar conciencia de su ser y de sus acciones en relación con el ego. (autoconciencia de sí). Se lleva a cabo la acomodación de las solicitaciones externas e internas, desde el descubrimiento del “yo”.

A este proceso le sigue todo un proceso de personalización. La persona va haciendo síntesis en un proceso de integración de acuerdo con unos valores y orientación axiológica fundamental. Se trata del reconocimiento de la persona no como objeto sino como sujeto personal, respetando su propia identidad e integridad, dignidad, reputación e independencia. Se trata del reconocimiento del “tu” personal.

A este le sigue el proceso de socialización. La persona despierta a la conciencia y responsabilidad de su ser social, en relación con los demás. Se enfatiza el concepto de participación como base de la comunitariedad. Es el reconocimiento del “nosotros”

El proceso de individuación, mencionado anteriormente, corresponde a una operación fundamental de la psicología, el emerger de la conciencia, y se basa en la integración de contenidos inconscientes susceptibles de llegar a la conciencia. Significa la totalización del hombre psíquico, lo que para la conciencia del yo tiene consecuencias tan importantes como difíciles de describir.

Esto se debe a que trae consigo la pérdida de soberanía de la conciencia del yo, enfrentándolo a su vez a los contenidos inconscientes colectivos. La conciencia del yo depende tanto de la conciencia colectiva, es decir la conciencia social, como del inconsciente colectivo o bien los arquetipos dominantes. Entonces, si se comprende el contenido de lo inconsciente colectivo, es decir, si se reconoce la existencia y la eficacia de las representaciones arquetípicas, se produce generalmente un intenso conflicto.

Este conflicto es, precisamente, el que podemos vivenciar en las experiencias de trascendencia. En estas el sujeto se ve transformado en la realidad superior con la que se unifica. Cuando se hacen conscientes partes inconscientes de la personalidad, no se produce una simple asimilación de las mismas a la personalidad del yo ya existente, sino que más bien ocurre una transformación de esta.

El proceso de individuación es un proceso psíquico límite, que exige condiciones enteramente especiales para llegar a la conciencia. El proceso no surge de un imperativo a seguir. El camino de consciente individuación requiere en la persona de una opción libre y deliberada. El objetivo de la individuación no es otro que liberarse de “máscara” y del poder sugestivo de las imágenes primordiales del otro. La maduración es el resultado de la integración de todas las polaridades a la base del ser humano.

El proceso de llegar a ser una persona madura pide integrar y armonizar pulsiones que se dan enfrentadas con el reconocimiento y aceptación de todas las realidades negativas. No es un proceso lineal sino que tiene sus avances y retrocesos. Esto pide una deliberada determinación para caminar en autenticidad guiados por un principio unitivo (principium individuationis) que va marcando y guiando el proceso (apertura al Espíritu). Supone una muerte al yo y una apertura a la trascendencia.

Se pueden diferenciar distintas fases en el proceso:

Primera fase de integración que se lleva a cabo en la primera etapa de la vida (la mañana de la vida). Donde se lleva a cabo la integración de todas las solicitudes externas, en particular las pertenecientes a la primera parte de la vida. Se intenta reconocer y superar la conflictividad que viene de afuera haciéndose consciente de aquellas dificultades que salen al encuentro.

Segunda fase de transición. Es la llamada transición de la mitad de la vida donde se lleva a cabo el reconocimiento y encuentro con “la sombra”, la parte oscura de uno mismo. El reconocimiento de la sombra supondrá superar el llamado conflicto de realidad. Superado el conflicto donde la persona es llamada a reconfigurarse de nuevo, la persona se ve desplegando todo su potencial.

En la mitad de la vida se produce el tiempo más duro de crisis existencial que lleva a la persona a cuestionarse en lo profundo sobre el sentido de la vida y el sentido de su ser. Es este un “Turning Point” en el paso a la tarde de la vida. Después de haber pasado a través del tumulto de la primera fase de integración de las demandas externas la persona tiene que entrar en una nueva configuración a través del “encuentro con la sombra” para ser capaz de integrar en la totalidad del ser el lado débil, oscuro, desagradable y negativo de la personalidad. “El encuentro con la sombra” es en definitivo el encuentro con uno mismo. “El Turning Point” viene a ser un renacer (Rebirth) lo que conlleva una muerte del ego. Se requiere de sabiduría interior, apertura al Espíritu, para llevar a cabo la difícil transformación a través de la muerte del ego y del renacimiento del verdadero yo de uno mismo (la dinámica del grano de trigo).

Esto supone de una conversión interior con todo un cambio de orientación de toda a persona en torno a un nuevo centro, esta transformación va acompañada de una decisión a afrontar la muerte y transformar la muerte en vida.

Tercera fase de generación. Se lleva a cabo sobre todo en la última parte de la vida. Supone el despliegue y pleno desarrollo del ser personal y convertirlo en un se comunitario y social. Supone la integración del mundo interior y el reconocimiento de las funciones no desarrolladas para ponerlas al servicio del bien común. Así se lleva a cabo la transformación de la realidad integrando los aspectos espirituales con los culturales y sociales (proceso de socialización).

 


Lectura espiritual

El Cántico espiritual puede ponerse en relación con estos procesos que se dan en la persona. San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual a través de una lectura poética-espiritual del Cantar de los Cantares hace discurrir la búsqueda que se da en el alma (la Amada) como la búsqueda del verdadero amor (el Amado) a través de diversos poemas.

En el primer poema se describe la búsqueda del Amado (Cantar de los Cantares 1,5. 2,7; versos 1-12 del Cántico espiritual). Se describe la salida. El despertar del amor con el primer reto de integración a nivel psico físico. Al principio el amor es apasionado, impulsivo, posesivo, impaciente. El primer reto es pasar de un amor apasionado (eros) a un amor de afectuosa intimidad (philia). El amor en esta etapa no responde plenamente a las exigencias del amor verdadero, se mueve aún por emociones del propio interés y del utilitarismo. Hay sentimientos de inseguridad, constantemente bajo sospecha de separación y los celos de los demás. El amor debe purificarse y necesita ser probado. Cuando el amor es interesado con la búsqueda de interés propio los amantes permanecen atados el uno al otro. El amor precisa aceptación, integración. Se da una cierta separación de “dejar marchar”. La amante lamenta la ausencia del amado cuando se va, se oculta. El amor es superficial y no permanente, permanece arraigado en el mundo de las emociones. De la agitación de la pasión se entra a una nueva percepción (la noche de los sentidos).

El segundo poema se describe el resplandor del Amado y de la Amada (Cantar de los Cantares 2, 8-5,1; versos 13-21 del Cántico espiritual). En esta etapa se lleva a cabo toda una purificación de los sentidos y la integración de las demandas externas. Para purificar las emociones negativas se precisa la aceptación del otro en su ser más profundo. La persona debe confiar profundamente en el otro par amar en libertas sin intentar poseerla para sí. El verdadero amor pide constancia. Estabilidad, reciprocidad, durabilidad. El amor debe entrar en el proceso de integración de la afectividad (la purificación de los sentimientos negativos). El amor debe purificarse de impurezas. De las emociones negativas propias, del acercamiento egoísta. El amor pide aceptación, confianza y fidelidad para consolidar los lazos afectivos. El amor pide una más profunda apreciación, valoración e integración del cuerpo para entrar en una nueva dimensión esponsal. Es el tiempo de la prueba y de la purificación (la noche de los sentidos y la prueba de la fe). Se trata de pasar de la dimensión meramente natural a la espiritual purificando las emociones negativas de los sentidos. Esta etapa precisa de una nueva conversión del amor pasando del amor de philia a un amor de ágape de ámbito sobrenatural. Solamente a través de la experiencia pascual de muerte y resurrección se alcanza este nivel sobrenatural y espiritual (se precisa nacer de lo alto). Esta experiencia nos abre a una nueva percepción del valor de la persona.

El tercer poema nos describe la unión plena del Amado con la Amada (Cantar de los Cantares 5,1- 6,3; versos 22-28 del Cántico espiritual). En esta etapa se da la integración de las demandas y exigencias del amor compasivo, amor esponsal. Se da un nuevo nacimiento pasando a través de la muerte a uno mismo y asumiendo el misterio Pascual y la prueba de la fe (purificación de la fe, la noche de la fe). Aquí se da el encuentro con la sombra, con el lado oscuro de la persona. Se presenta un nuevo desafío la integración de la realidad interior, de los sentimientos enfrentados, con la aceptación plena del otro. Después de la separación aparente y la purificación de los sentimientos posesivos, el amor es buscado con mucho más ardor. El verdadero amor requiere separación total con el fin de entrar en una total e incondicional entrega. Se precisa estar dispuesto a arriesgarlo todo por el otro. Es el momento para una nueva conversión del amor espiritual al amor redentor, haciéndose semejante al Amado. El punto culminante es la unión plena y total, la mutua donación de uno mismo y aceptación total del otro. Emerge así un amor compasivo con la aceptación plena de la persona y la integración de las diferencias. Es el llamado matrimonio espiritual, un amor de total donación al Amado. El amado vive y se reconoce en la Amada y la Amada en el amado.

El cuarto poema describe la fecundidad del matrimonio espiritual (Cantar de los Cantares 6,4- 8,7; versos 29-40 del Cántico espiritual). Se da en la tarde de la vida donde se integran las demandas de la noche. Se lleva a cabo la transformación de toda la realidad siendo capaces juntos de asumir todos los retos que presenta la nueva familia. Se da una nueva forma de comunión, amor trinitario, comunitario, hacia la comunidad y la fecundidad. Lo que es imposible en el orden natural es posible en el orden sobrenatural del amor verdadero. La Amada se da totalmente y se abandona total mente en el Amado. Tal entrega crea una nueva forma de comunión, una comunión creativa, verdadera y fecunda. La Amada se confía plenamente al Amado para entrar en ese amor fecundo. Es el tiempo del amor generativo, el tiempo de abrirse juntos a la misión de comunicar y propagar la vida y el amor abriéndose al mundo entero. Ambos se abren al cuidado del hogar a cuidado y atención de los hijos.

Para este ensayo he utilizado como material de apoyo:

  • El encuentro del hijo pródigo, aporte de la psicología transpersonal.
  • Carl Gustav Jung, the Structure and Dynamic of the Psique; Arquetipos e inconsciente colectivo; Encuentro con la sombra, El poder del lado oculto de la naturaleza humana.
  • San Juan de la Cruz, Cántico espiritual; Amanda Sara, El proceso de individuación de C. G. Jung y el cántico espiritual de san Juan de la Cruz; Iñaki Ceberio de León, La muerte del sujeto en la poética de Juan de la Cruz.
  • Joyce Rupp, Dear Heart, Come Home, The path of Middle Spirituality.


1 LA VUELTA A CASA

"Un Padre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo: Padre dame la parte de la herencia que me corresponde. El Padre repartió entonces sus bienes entre los dos hijos: Pocos días después, el hijo menor reunió cuanto tenía y se marchó a un país lejano donde lo despilfarró todo de mala manera…y empezó a padecer necesidad". (Lc 15, 11-14)

"El privilegio de una vida es convertirse en quien realmente eres. Su visión se aclarará solamente cuando usted puede mirar en su propio corazón. Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta" (C. G. Jung, Arquetipos e Inconsciente Colectivo)

"En una noche oscura, con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada". (San Juan de la Cruz, Noche oscura )

Así empieza el poema de la noche oscura de San Juan de la Cruz. Hace referencia a salir de casa en medio de la noche. Es la imagen del hombre asolado, desgarrado, desolado que en medio de la noche sale de casa, sale a escondidas, casi sin ser visto.

El Cántico ha sido interpretado de manera literal como la celebración de la fuerza del amor humano, pero también de manera alegórica para revelar las relaciones entre Dios y su Pueblo; Cristo y su Iglesia. El Cántico expresa de manera progresiva el dinamismo de la transformación del amor humano al amor divino.

La persona que ama humaniza y diviniza al mismo tiempo en un proceso de deificación, santificación y humanización. La persona que ama tiende a la plenitud del amor, de la paz Salom, que es el refugio de la comunión, como sucede con los amantes del Cántico

Podríamos preguntarnos cuál es la noche que estamos viviendo. Ayudan al respecto las palabras del P. Timothy en el retiro previo al Sínodo de Obispos: El futuro parece sombrío. La catástrofe ecológica amenaza con la destrucción de nuestro hogar. Los incendios forestales y las inundaciones han devorado el mundo este verano. Pequeñas islas comienzan a desaparecer bajo el mar. Millones de personas están en el camino huyendo de la pobreza y la violencia. Cientos se han ahogado en el Mediterráneo, no lejos de aquí. Muchos padres se niegan a traer a sus hijos a un mundo que parece condenado. En China, los jóvenes usan camisetas que dicen: "Somos la última generación". 

En la noche del mundo de hoy tantos viven sin sentido sumidos en la desesperanza. Al irnos de casa, hemos perdido el vínculo secreto que nos une y vincula, la fuente que nos dio el ser. Al romper con ese vínculo primordial se desencadena toda una cadena de rupturas con nosotros mismos y con los demás. Perdemos la inocencia y bondad original. Nos distanciamos, nos vivimos como extraños. Caemos en la vorágine de un mundo cada vez más roto, violento, erizado de torrecillas y cortado por fosos infranqueables. 

El hombre se siente solo, vulnerable, herido, perdido y sienta la añoranza de volver a casa, volver a la fuente primordial. El hombre puede romper ese vínculo sagrado que nos une con nuestro creador y Padre (filiación) y con nosotros llamados a vivirnos como hijos y hermanos (la unidad, la comunión, la fraternidad). 

Asalta entones el hundimiento, la frustración, la desesperación, ante un mundo abocado en apariencia a la división y a la guerra. Pero de nada vale replegarnos, hemos de abrirnos, hemos de salir. Es el comienzo de un lento y progresivo exilio interior hacia regiones del ser en que el último secreto del mundo se hace cada vez más trasparente. 

El hijo menor no solo malgastó la herencia paterna sino que renunció a vivir su filiación, su condición de hijo y su condición de hermano (fraternidad). Sólo el hombre que se reconoce profundamente hijo pude volver a sentirse hermano, puede acercarse a los otros seres no para retenerlos para sí sino para vivirlos y acogerlos como un don ofrecido por el Padre. Se inicia el camino de vuelta, el regreso a la casa del Padre.




De la noche al exilio interior

Cabe recapacitar y preguntarse la noche que estamos viviendo, a dónde vamos con toda la ciencia, la técnica y el progreso y no obstante un panorama tan sombrío de falta de esperanza. Es la noche del sin sentido, de la desesperanza.

Si miramos nuestro mundo civilizado de hoy podríamos decir como Pablo: alardeando ser sabios se hicieron necios insensatos, se dejaron seducir tras cosas sin valor y llegaron a cambiar la gloria y la felicidad que Dios promete quedando a merced de sus bajos instintos degradándose así mismos. Prefirieron la mentira a la verdad y cambiaron la gloria de Dios por la vanagloria de los hombres. A los que así obran, Dios les dejó ha merced de su mente pervertida y de sus pasiones vergonzosas. Rebosan de injusticia, perversidad, codicia, maldad; son soberbios, fanfarrones, envidiosos, pendencieros, embaucadores, ultrajadores, asesinos y no saben más que hacer daño, perdieron el respeto, la conciencia, la piedad, la inocencia, la pureza de corazón. (Rom 2, 21-32)

El hombre se vive confundido, ofuscado frustrado amargado, seducido por vanos espejismos en medio de un mundo sin sentido y una noche sin estrellas. El hombre de hoy se experimenta solo, alienado, sin sentido, extraño para sí mismo y enemigo del que tiene a su lado, solo ante su propia destrucción y muerte que le rodea y de la que se siente víctima y verdugo. Ha dado la espalda al que le dio el ser y es la fuente de la vida.




Los sentimientos del “hijo menor”

Acaso no son estos los sentimientos del hijo pródigo. Siente en su corazón una voz interior que le dice: Vuelve a casa. Sólo quien se atreve a escuchar esa voz interior en medio de la noche, sumergido en la noche del sin sentido, solo quien se atreve a cruzar el umbral de la oscuridad y se abre a la búsqueda interior de su sed de autenticidad y de trascendencia y es guiado por ese espíritu de verdad es capaz de reencontrarse y volver a nacer. Esto va a suponer pasar por el umbral de la muerte al ego, al desmoronamiento de la imagen que nos habíamos hecho de nosotros mismos, de toda falsedad y apariencia despojándose completamente de sí para abrirse al renacer de un horizonte de luz, de paz, de alegría, de felicidad y renacer a ser humano original que es capaz de vivir la fraternidad y el Reino.

Nadie puede aspirar a la gloria del Reino y nacer de nuevo del Espíritu, sin antes no pasa por la prueba del agua y del fuego. Dar con la fuente, beber de la fuente transparente que es fuente de vitalidad, creatividad y fecundidad. Volver a casa y volver a latir con el fuego ardiente de un corazón de hijo, de hermano que nos hace vivir la fraternidad perdida que inaugura el Reino de Dios.

 


2 LA CRISIS DE LA MITAD DE LA VIDA

“Entonces entrando dentro de sí y recapacitó” (Lc 15, 17 )

La persona es un complicado sistema de relaciones entre la conciencia individual y la sociedad, muy apropiadamente una especie de máscara, diseñada por un lado para causar una impresión definida en los demás y, por el otro, para ocultar la verdadera naturaleza del individuo” (C. G. Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”).

“¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

Muchos místicos entre ellos San juan de la Cruz han utilizado el Cantar de los Cantares para expresar esta búsqueda interior. El cántico espiritual de San Juan de la Cruz es una profundización en este sentido. El Cantar de los Cantares expresa el lenguaje del amor, de la búsqueda y el anhelo del amor. Es un proceso de purificación que cura la soledad y el egoísmo. El camino de la santidad no es el mero cumplimiento de reglas de mandatos por efecto de un éxtasis, un encantamiento, un arrebato que nos lleva fuera del yo, que nos inicia en un viaje y que interpreta la historia como una historia de amor relacional, comunitaria, comunional y agápica. 

Este amor de naturaleza conyugal que capta los sentidos e inspira los pasos a lo largo del camino puede ser sentido por la criatura humana, no solo por otro ser humano, sino también por Dios. El cántico es un faro que ilumina la búsqueda de Dios en la persona consagrada. El Cántico del Cantar de los Cantares es un canto de misticismo unitivo que inspira a San Juan de la Cruz. 

Es un camino existencial, un itinerario espiritual que lleva el corazón a Dios hacia el encuentro con Dios que nos ama de manera esponsal. Puede leerse como una sinfonía de amor conyugal que incluye la inquietud en la búsqueda del amado, el encuentro que satisface el corazón y el sabor de la elección y la pertenencia mutua. 

El Cántico del Cantar de los Cantares ilumina nuestra verdadera vocación al amor, sedientos del Dios vivo. La persona que ama está impregnada de este dinamismo de carácter pascual, acepta el riesgo de salir de sí misma para llegar al otro no solo en un espacio externo sino también en su ser interior hasta descubrir el otro, vivir en el otro, abrazando al otro en una profunda intimidad. 

El proceso de divinización o santificación está profundamente relacionado con el proceso de humanización. El proceso de humanización conlleva un proceso de individuación y personalización. Este proceso no se lleva a cabo de una manera lineal y progresiva sino de una manera dialéctica. Se precisa ser fieles al proceso unitivo generativo desde el principio de la autenticidad, una conversión constante sino quiere uno entrar en retrocesos o procesos regresivos. 

La vida tiene un origen y tiene un final. Al hombre le cuesta percibir cuál es su origen y cuál su destino. Es lo que se ha llamado la búsqueda de sentido. La conciencia es una condición del ser. Tener conciencia (autoconciencia) es parte fundamental de ser y saber que somos. Sin conciencia no podría haber un yo. 

Todos nacemos originales pero muchos terminamos siendo meras copias. Tendemos a adoptar el modelo de comportamiento de la mayoría. 

Después de pasar a través del tumulto de la fase de integración de las demandas externas en la primera parte de la vida, la persona tiene que entrar en una nueva configuración a través del encuentro con “la sombra” para ser capaz de integrar la totalidad del ser.

 


La crisis de la mitad de la vida 

Muchos autores se han fijado en “el tránsito o crisis de la mitad de la vida”, es decir, de la peculiar situación que se da en la época que acaba la firmeza de lo adquirido y logrado hasta los cuarenta o cincuenta años (las cifras deben ser consideradas con bastante flexibilidad) y comienza otra etapa con perspectivas y posibilidades diferentes. 

Que esta crisis es crucial no hace falta argumentarlo. Se trata del paso de la autoafirmación y confianza en las propias fuerzas a la «aceptación» y nacimiento de la esperanza que consiste en confiar no ya en las propias fuerzas, sino en otras fuerzas no propias. 

La crisis de la mitad de la vida es la coyuntura de la esperanza y esto representa una apretura, una conmoción y una perplejidad que puede llegar a la angustia. El proceso es apasionante y nos afecta a todos de manera insoslayable. Es una situación límite de nuestra existencia. Pero hay más y por eso esta reflexión se transciende a sí misma y le da una validez más amplia. Toda situación límite de la vida humana consiste en lo mismo: el paso de la espera a la esperanza. Por ello es imprescindible superar esta etapa para todo aquél, esté en la edad que esté, que se enfrenta con una situación limite. Quizá pudiera decirse que esta crisis es el modelo de toda crisis vital, de todo cambio, de toda muerte-renacimiento. 

Detengámonos, pues, en esta «mitad de la vida» y luego veremos lo que nos enseña para afrontar cualquier coyuntura decisiva. Si detenemos la observación-reflexión nos damos cuenta de que lo primero que se nos presenta son unos datos que convertimos en síntomas con los que podemos elaborar un diagnóstico. Y el diagnóstico nos demanda una urgente y perentoriamente terapia. 

La mitad de la vida es un trance tremebundo e inesperado. Es un trance en el que si no se hubiera descubierto el inconsciente sería la ocasión para descubrirlo, porque en él opera este inconsciente de manera extraordinaria. Es una lucha con las fuerzas ocultas que estando presentes y actuantes y no han sido registradas debidamente. Y esto le pasa a todo el mundo aunque no lo sepa. 

Durante la primera mitad de la vida todo el mundo sabe que «la gente se muere». Lo sabe por el común asentimiento, por las noticias diarias y por los datos que quedan a su alrededor. También sabe que a partir de cierta edad no podrá hacer muchas cosas que ahora hace y por ello tiene que aprovechar el tiempo y labrarse un porvenir, adquirir unas potencias y ejercitarse en unas virtudes o valores. 

Pero todavía no sabe que él se va a morir, que él no podrá realizar una serie de cosas que ahora hace. Tiene de la muerte y de la limitación un concepto, pero no una vivencia directa. Tiene cerca la vivencia de asistir a la muerte de otros, a la limitación de otros, a la jubilación de otros. 

En un momento dado, la mitad de la vida, pasa a tener al menos los barruntos de su propia limitación y la vivencia de su caducidad, de su temporalidad. Hasta entonces ha estado en el tiempo. De ahora en adelante se siente temporal. Y esta nueva vivencia le coloca en situación azorante. 

Para esta nueva situación a la que se llega por el simple paso del tiempo no hay resortes pedagógicos ni escuelas o universidades si se exceptúan los medios de salvación que ofrecen las religiones. Esto lo afirma con toda radicalidad el psicólogo Jung sin el menor afán apologético. 

El punto crítico del desarrollo del hombre se lleva a cabo en la resolución de la llamada crisis de la mitad de la vida. La mitad de la vida es el tiempo más duro de crisis que lleva a cuestionarse en lo profundo sobre el sentido del ser. 

Entre la mayoría de edad y la madurez se sitúa la crisis de la comprensión vital. La persona empieza a percibir el activismo, exceso de trabajo y responsabilidad. Se da la sensación de fatiga y pasan las ilusiones. La persona se vuelve escéptica. El impulso ascendente se ralentiza a la par que se adquiere una cierta profundidad y equilibrio en la toma de decisión. La persona se siente más dispuesta a tomar sobre sí cargas y responsabilidades, a considerarse capaz de llevar tareas adelante y a no escatimar las fuerzas y el tiempo que invierte en sus actividades. Pero a la vez es también el momento donde comienza una nueva crisis que va a tener una significación profunda en la mitad de la vida.

La persona tiene la sensación cada vez más clara de los límites de las propias fuerzas. La persona experimenta que hay un demasiado de trabajo, de lucha, de responsabilidad. El trabajo se acumula y las exigencias se hacen cada vez más grandes. Detrás de las tareas aparecen otras nuevas en una carrera que parece no tener fin.

En este periodo a la persona toca asociar y hacer balance. Sin desatender a los compromisos y demandas sociales y funciones públicas que supone la profesión, la persona se da cuenta que no puede desentenderse de lo que significa mantener un hogar y velar por el bien de la familia. A la persona le toca asumir las obligaciones propias de la amistad el amor y la profesión elegida. Se precisa hacer conexión entre las ideas pensadas y la realidad correctamente vista. Surgen diversos ordenes que piden relacionarse y surgen tensiones dificultades y resistencias. Se precisa sobre todo mantener la fidelidad y la unidad de la actitud interior incondicionada con el conocimiento de lo difícil, de lo complicado que es todo. En esta etapa se hace preciso una comprensión más vital fruto de una maduración espiritual. En este periodo se hacen más necesarias las fuerzas productivas tanto en la dimensión espiritual como vital.

Es preciso correlacionar el todo con las diferentes partes bajo el principio de unidad, pues parece que todo tiende a disgregarse pues cada elemento tiene sus fines propios. Para mantener unido el todo se precisa esfuerzo siempre renovado, prudencia, atenta vigilancia y renuncia.



Un momento crucial, “Turnig point 

El momento crucial de la crisis es cuando poco a poco se pierde la novedad y la ilusión. Se pierde la excitación de lo que antes era atractivo y novedoso y se empieza a vivir como carga. Se va desvelando la precariedad y mezquindad de la vida. Es lo que Jung llama el reconocimiento y el encuentro con la sombra. Se pierde el atractivo del encuentro fresco, de las nuevas empresas. La existencia adquiere el carácter de lo ya sabido y la persona empieza a estar de vuelta de todo. La rutina se hace sentir tanto en nuestros pensamientos, sentimientos como actividades. Lo mísero de la existencia se nos va revelando de manera paulatina pero creciente. Se experimenta el desencanto, la frustración, el desengaño incluso con las personas en las que habíamos depositado nuestras esperanzas incluso el desengaño con nosotros mismos. Es el momento crucial de tocar el fondo de la persona. 

Para entender el proceso de personalización conviene preguntarnos sobre el significado que damos al término “persona”. La palabra “persona” se utilizaba originalmente para referirse a la máscara que usaban los actores de teatro para representar diferentes roles, pero en el modelo de la psique de C. G. Jung, la Persona ocupa un espacio entre nuestro ego y la sociedad. 

“La Persona es aquello que en realidad no es, pero que uno mismo y los demás creen que es”, escribió C. G. Jung. O sea, es una construcción para adaptarnos a las exigencias sociales. La Persona es el sistema de adaptación del individuo o la manera en que asume su relación con el mundo. 

C. G. Jung trata de resolver esa dicotomía para quienes a menudo desarrollan una personalidad en el trabajo y otra para el espacio doméstico ya que se ven obligados a adaptarse a las exigencias de dos entornos claramente diferentes, cada uno de los cuales emite además un conjunto diferente de señales y expectativas.

Cada vocación o profesión, por ejemplo, también tiene una personalidad característica. La sociedad les impone cierto tipo de comportamientos y los profesionales se esfuerzan por estar a la altura de esas expectativas cambiando su forma de relacionarse en el ámbito laboral.

Generalmente la Persona se desempeña discretamente bien en esos contextos, siempre y cuando seamos conscientes de que se trata tan solo de una máscara, una de nuestras muchas facetas. El problema comienza cuando no realizamos esa diferenciación y nos identificamos demasiado con la máscara, en cuyo caso nuestro crecimiento se detiene y podemos sufrir una desintegración de nuestra identidad que conduce a un estado de caos y desorientación.

De hecho, hay que tener en cuenta que tenemos la tendencia a construir rasgos aceptables en la Persona y mantener ocultos o reprimidos los rasgos que consideramos inaceptables. Estos aspectos indeseables acaban pasándonos factura a medida que maduramos, formando nuestra sombra, el "lado oscuro” de nuestra personalidad, por el que podemos ser poseídos en cualquier momento, en súbitos arrebatos emocionales.

El mayor peligro de la Persona es que nos identifiquemos de manera excesiva con la máscara, lo cual suele producirse cuando nos adaptamos tanto a las demandas de la sociedad, que prácticamente se suprime la individualidad. Como escribiera Jung, “el peligro es que nos volvamos idénticos a nuestros personajes”.

C. G. Jung consideraba que la Persona se alimenta de dos fuentes. De acuerdo con las condiciones y requisitos sociales, el carácter social se orienta, por un lado, por las expectativas y demandas de la sociedad, y por el otro, por los fines y aspiraciones sociales del individuo.

Por una parte, la Persona se conforma a raíz de las expectativas y demandas del medio, que incluye las exigencias para convertirnos en determinado tipo de persona, comportarnos adecuadamente, seguir las normas y costumbres sociales del grupo o incluso creer en determinada visión de la naturaleza y la realidad, como las religiones.

Por otra parte, también se alimenta de nuestras ambiciones sociales. Para que la sociedad pueda influir en nuestras actitudes, decisiones y comportamientos, debemos querer pertenecer a esa sociedad, ser aceptados por ella. O sea, el ego debe estar motivado a aceptar las exigencias y demandas, encarnar los roles que le asignan y cumplir con las normas. Eso significa que la Persona es una especie de acuerdo tácito entre la sociedad y el individuo.

De hecho, Jung apreció que cuanto más prestigioso sea el rol social que desempeñemos, más fuerte será nuestra tendencia a identificarnos con esa máscara. Esa identificación no depende únicamente de la presión social, sino de nuestras ambiciones y aspiraciones.

Por ejemplo, una persona que desempeñe un rol de alto valor colectivo y enorme prestigio que le reporte fama, honor y alta visibilidad social, será más propensa a fusionarse con ese papel, hasta el punto de llegar a desaparecer bajo esa máscara. Jung pensaba que ese conflicto en el ego entre la individuación y la separación genera en gran medida nuestra ansiedad.

De hecho, si crees que no necesitas una Persona, lo más probable es que te identifiques inconscientemente con tu Persona o que subestimes enormemente el efecto del mundo externo. La Persona es necesaria para movernos en la sociedad. Si queremos vivir con los demás, debemos adoptar actitudes que sean funcionales y adaptativas según el contexto. No es algo malo. La Persona nos permite clarificar nuestros roles ante los demás y, en cierta medida, preservar nuestra intimidad.



3 LA NECESIDAD DE IR HACIA ADENTRO

“Estoy aquí muriéndome de hambre” (Lc 15, 17 )

“Tu visión se hará más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón. Aquel que mira afuera, sueña. Quien mira en su interior, despierta. Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad… lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino” (C. G Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo)

“Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

San Juan de la Cruz nos introduce en esta búsqueda del Amado que se abre al principio expectante y excitante. La búsqueda del amor es emocionante. La boca de su amante se convierte en un manantial del que puede sacar para saciar su sed. Que me bese... Tu amor es más delicioso que el vino (CC 1,2-3). Los besos y la ternura del Novio son calificados como, buenos, y expresan una cualidad sublime que viene de Dios.

El primer poema de los cánticos es la apertura de la entrada a esta parte interior de nosotros mismos para crecer en intimidad con el Amado. La apertura del Cántico representa una liturgia de comunión, acceso al aliento del otro, y una alegría más grande que la embriaguez del vino. El Amado no puede ser resistido porque su amor es tan fuerte e increíblemente atractivo. El hombre está llamado a recorrer un camino hacia esta comunión perfecta de amor. La iniciativa viene de Dios. El hombre está llamado a ir más allá de sus propias percepciones, a abandonar lo que le es familiar y a entrar en un terreno desconocido siguiendo la llamada del amor.

Lo que C. G. Jung llama el mediodía o la mitad de la vida es un tiempo privilegiado para este camino de ir hacia dentro, de interiorización de ir hacia dentro. La primera parte de la vida la hemos vivido tratando de responder e integrar las demandas de afuera, este tiempo es un tiempo de parar y bucear hacia dentro. 

Jesús habla de retirarnos de nuestra orilla y de nuestras seguridades donde hacemos pie y de atrevernos a ir mar adentro (Lc 5, 4 ). La poesía del cántico espiritual de san Juan de la cruz nos habla de este salir al encuentro del amado. No se trata tanto de ir hacia fuera sino de atreverse a ir hacia dentro donde parece esconderse nuestro “inner being”. Una poesía “going deeper” de Joyce Rupp nos puede ayudar a entender este camino: 

"En lo profundo, es donde está oscuro, donde hay misterio, donde no se conoce el camino, donde es fácil temerse e incluso dar marcha atrás. Pero en lo profundo de tu corazón, Dios es donde siempre hay fuerza para entrar, donde se conoce la verdad, donde tu amor me abraza, donde no necesito tener miedo. Mi yo oculto, en lo profundo, en lo profundo del vientre de Ti mismo: seguro alimentado, guardando y animado. Llévame allí, Dios. Quiero ir". (Joyce, Rupp, Dear heart, come home, p. 23) 

San Juan de la cruz dice que en la noche, cual ciervo herido, Sali tras de ti clamando. 

Tal vez no estábamos planeando "profundizar". Tal vez las circunstancias dolorosas de la pérdida de valores nos muevan a profundizar. Fácilmente nos cansamos de huir. Hay momentos en los que sentimos un cansancio abrumador por todas las prisas y el ajetreo de la vida. Debo escuchar la voz en mi corazón, debo reconocer esta llamada a la soledad, a la interioridad y a la intimidad. Tal vez estemos desilusionados y desconsolados, luchando en muchas partes de mi vida. Tengo que estar muy tranquilo y atento para percibir esta llamada: "Profundiza". 

Este llamado se vuelve muy real en algunas circunstancias que nos ayudan a arriesgarlo todo tratando de encontrar este tesoro interior en lo profundo de nuestros corazones. Hay un "punto de inflexión" para nosotros que nos ofrece algo que yo había anhelado pero que no era capaz de nombrar: una nueva forma de vivir en la autenticidad, en la intimidad con Dios que nos mueve a una nueva relación con los demás. Vuelve a casa, vuelve a tu verdadero yo. 

Hay un "punto de inflexión" para cambiar nuestros viejos patrones y "máscaras" con las que estamos acostumbrados a vivir y desplegar un yo más profundo y auténtico. Esto implica un cambio significativo de dirección espiritual y psicológica: de un mundo orientado externamente a uno orientado internamente. 

Para aquellos que eligen responder a este llamado es una invitación a crecer en la intimidad, en la interioridad, una invitación a explorar el vasto interior de nuestra alma, nuestra psique donde muchos tesoros esperan ser encontrados en el inconsciente. 

Esto supone detenerse y comenzar un camino oculto, un camino oculto de ir más profundo, de ir más allá de lo que conoces, el viaje del falso yo al verdadero yo. Adentrándote en la quietud y la soledad dentro de ti. Es un llamado a enraizarse o enraizarse más que en nuestra propia fuerza y sabiduría, en el territorio interior (interioridad) donde se esconden tesoros interiores que esperan ser descubiertos. Debemos dejar de correr y huir de nuestro modo de vida. Este camino oculto supone el riesgo de confiar y creer que recibiré alguna dirección interior hacia esta parte más profunda de mí mismo. 

La mediana edad o mitad de la vida nos llama hacia adentro. Es un viaje, un movimiento hacia un destino nuevo y desconocido. Es un viaje que nos traslada a la interioridad para descubrir nuestra autenticidad, donde nos damos cuenta tanto de nuestras limitaciones como de nuestra grandeza. Este período es un viaje entre dos mundos nuestros, el consciente y el inconsciente, para llevarnos a una unidad en nuestra vida. 

El viaje de la mediana edad de cada persona es único. Este viaje nos ayuda a crecer. Este período suele ser igual de doloroso e impredecible. Muchas personas se refieren automáticamente a la mediana edad como una época de crisis. Cada etapa de la vida tiene su propia crisis, pero me gustaría decir que es un tiempo de crecimiento, una oportunidad para volverse hacia una vida más plena. Cada uno de nosotros debe buscar dentro de sí mismo para encontrar nuestras propias fuentes y corrientes de vida. 

Un factor muy importante en la resolución de la personalidad es el encuentro con “la sombra”. Todo hombre tiene una “sombra” personal y colectiva. “La sombra” sería el lado oscuro, débil, desagradable y negativo de la personalidad. El encuentro con “la sombra” es en definitiva el encuentro con uno mismo. Jung nos impulsa en esta frase a dejar ir nuestro lado inconsciente y permitir la expresión de los instintos, sin reprimirlos por miedo o temor. 

El paso a la madurez de la mitad de la vida conlleva el denominado “Turning point”, que viene a ser como un “renacer”. Esto no puede darse sino desde una sabiduría interior, oración, clave para resolver la difícil transformación de “la muerte del ego” y el renacimiento de uno mismo. 

Esto supone una conversión o transformación íntima y profunda que va acompañada de una decisión última de afrontar la muerte de cara. 

C. G. Jung recuerda que el camino para una verdadera personalización, humanización, pasa por las regiones inferiores del mundo interior y llega al inconsciente. El camino a Dios pasa por el descenso a las oscuridades del sujeto, al reino de las sombras. El hombre ha de encarar la muerte para renacer a la verdadera vida. 

Se trata de un salto cuántico, un cambio de percepción y de sentido. Es el cambio o la transición de la que proviene nuestra existencia en el origen al amanecer de la vida y que pide la mitad de la vida y a la que uno se adentra en la tarde de la vida. Es la transición de la ambición del tener y del hacer al ser, al sentido de la vida. Es mentira que el hombre vale más por lo que hace o tiene. El hombre vale más por lo que es que por lo que hace o tiene.

Hay algo en nuestro interior que nos dice que vivir es algo más que esta carrera que nos lleva al sinsentido. Hay algo que plenifica y llena de sentido nuestra existencia cuando respondemos al fin para el que fuimos creados y nos dejamos guiar por el Espíritu de Dios. Hemos de romper las ataduras y arriesgarnos a soltar las armas y las amarras del ego. Hemos de salir de nuestras seguridades, de lo que nosotros sabemos hacer, dominamos y controlamos para adquirir esa sabiduría y libertad interior que trae el Espíritu.

Hemos de llegar a un momento en la vida donde se de esa conversión, ese cambio radical, de cambiar el centro de nuestra existencia, aunque esa conversión suponga sucesivos cambios un proceso de transformación que solo se culminará al final de la vida. Se trata de un “pivotal point” donde empiezas a sentir que es Otro el que te guía. Hemos de persistir a esta voz y principio interior que nos guía y nos marca “la hoja de ruta”.

Este cambio no sucede de una manera sencillamente nocional, generalmente este salto cualitativo de gran transformación viene precedido por un periodo de crisis que nos mueve hacia esa experiencia cumbre. Se derrumban las seguridades que habíamos laboriosamente forjado y se nos abre un nuevo comienzo. Generalmente no es algo que provocamos nosotros, es algo que nos viene dado y suele ocurrir en el momento oportuno. Suele ocurrir en esos momentos de la vida donde uno piensa que nada podría ir peor. A menudo los grandes aparentes fracasos son la catapulta que nos lanzan y nos impulsan a una vida superior. 

 


4 ENTRANDO EN LA CUEVA

“He pecado contra Dios y contra ti y ya no merezco llamarme hijo” (Lc 15, 19 )

El encuentro consigo mismo significa en primer término el encuentro con la propia sombra. Es verdad que la sombra es un angosto paso, una puerta estrecha, cuya penosa estrechez nadie que descienda a la fuente profunda puede evitar. Sin embargo, hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber quién es uno”. (C. G. Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”).

“Si por ventura viereis aquel que yo más quiero, decilde que adolezco, peno y muero”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

San Juan de la Cruz nos introduce en eta búsqueda interior entrando en lo más profundo y sagrado de nosotros mismos. Es una invitación a entrar en la tierra sagrada del otro, porque el encuentro en comunión supone un éxodo. El otro es un misterio, el otro siempre está más allá de nuestro deseo y expectativas, no es predecible. Necesitamos el aprendizaje diario de la búsqueda. La búsqueda del amor requiere purificación. Al principio, el amor es posesivo. El otro no requiere posesión, sino cuidado y espacio para crecer. La Novia está llamada a entrar en el Misterio del Otro.

Este es un proceso de larga duración. Esto requiere la capacidad de escuchar el silencio y escuchar el pequeño susurro en medio del gran silencio por el cual Dios nos habla. Entrar en el misterio exige que no tengamos miedo de nuestra propia realidad, que no estemos encerrados y encerrados en nosotros mismos, que no huyamos de lo que fallamos. Esto supone ir más allá de nuestra propia zona de confort, más allá de la pereza y la indiferencia e ir en busca de la verdad, la belleza y el amor. Esta búsqueda requiere autenticidad Entrar en el misterio requiere una búsqueda continua, la necesidad de ir más allá, es una búsqueda constante en un viaje continuo. Los amantes del Cántico son mendigos de amor, ardientes buscadores del Amado. Esta búsqueda significa nunca estar satisfechos con lo que hemos alcanzado.

Purificación en la noche. La búsqueda en la noche. El verdadero amor es el amor que busca. La búsqueda implica lucha (cruz). El amor no se idealiza, sino que se canta con conciencia de sus crisis y pérdidas. Buscar requiere levantarse y ponerse en marcha, enfrentarse a la oscuridad de la noche. La noche es ausencia, desapego y alejamiento de aquel a quien los corazones aman. De repente, la habitación de la novia se transforma de un lugar de descanso y sueños en una prisión y un lugar de pesadillas y torturas (CC 3,1).

Un poema de Joyce Ruppe “darkness”, nos puede ayudar en esta parte:

Hay momentos oscuros en la vida. Hay oscuridad y rincones oscuros en nuestra cueva. No tengamos miedo. "Esta oscuridad no me importa. Sé que la tierra sigue girando, que los días más ligeros permanecerán pronto. Son los largos días dentro de mi corazón los que me perturban. No tienen temporada, ni cambio de calendario. No terminan con el amanecer ni se levantan con la primavera. En los días oscuros de mi corazón no espero para caminar hasta que la luz se detenga, porque no sé cuándo vendrá. En cambio, voy tropezando en la oscuridad, buscando un camino, esforzándome por ver un camino. La oscuridad es el lugar del crecimiento, y yo estoy maduro para ello". (Joyce Ruppe, Dear Heart, come home, p. 39-40)

La primera mitad de la vida se ha centrado en la parte externa de uno mismo: el trabajo. Criar una familia, formar relaciones significativas, ganar dinero, tener éxito, vivir nuestros sueños de "ser alguien". La segunda parte de la vida está destinada a llevarnos hacia adentro. Las personas de mediana edad utilizan numerosas imágenes para describir este viaje interior. Una de las imágenes o arquetipos que se utilizan en este proceso es el de “la cueva”. "La cueva es el lugar del renacimiento, esa cavidad secreta en la que uno se encierra para ser incubado y renovado". (C. G. Jung)

La vida interior requiere exigencias interiores. Sentimos una fuerte sensación de necesidad de "profundizar", de descubrir quién soy realmente. La segunda mitad de la vida, la mediana edad, se adentra en la caverna, en la oscuridad y la soledad. Necesitamos explorar la profundización en los rincones oscuros de nosotros mismos para que podamos encontrar los tesoros de la verdad que nos nutrirán, guiarán y sostendrán a medida que avanzamos hacia el futuro.

Es una invitación a entrar en “la cueva” de nosotros mismos en estos rincones oscuros de nuestras vidas donde enfrentaremos obstáculos de gracia. Uno de estos obstáculos es el miedo. Otra es la negativa a aceptar la verdad. Otra es la impaciencia. Otra es la falta de voluntad o la incapacidad de dejar ir y no tener el control de mí mismo.

"La caverna" es una imagen muy dramática del movimiento hacia adentro donde ocurre la transformación. "La cueva" ha sido durante mucho tiempo un símbolo de la psique interior (cueva de nuestro inconsciente), un lugar de retiro y reflexión, el espacio donde se desarrolla una nueva vida y nutrición. En el interior de la cueva hay un lugar de maduración para el vino, donde se produce la gestación y el nacimiento de la novedad. Pero no siempre es fácil estar con su oscuridad.

Muchos se refieren a este viaje a lo desconocido como un descenso a la oscuridad, un viaje al inframundo, la noche del alma. "La cueva" trata sobre la oscuridad, la desolación, la depresión, el silencio. Dolor, miedo. Surgen luchas, obstáculos. Es un tiempo de sufrimiento y purificación. Debemos entrar en la oscuridad, ir a donde está el misterio porque me muevo hacia lo desconocido. Aquí, en el lugar de las tinieblas, aprenderás lo que es la vida. "El arquetipo de la caverna" se relaciona con "el útero". "Espera a que te devuelvan al niño". "Quédate en el útero materno en la oscuridad y no huyas". Necesitamos permanecer en la oscuridad si queremos crecer. El renacimiento está conectado con la oscuridad. En este lugar de renacimiento no debemos perder la esperanza. Es un viaje de la oscuridad a la luz, de la muerte a la nueva vida.

El profeta Elías, después de enojarse con Dios, entró en la cueva (1 Reyes 1, 9). Jesús también descendió a las tinieblas. María Magdalena espera a la entrada de la cueva, de la tumba. Precisamente allí se dará el encuentro del Señor resucitado.

El reto es permanecer en el camino interior y no volver atrás. La prueba es confiar en que habrá un Guía Sagrado que nos protegerá y nos brindará la seguridad que necesitamos para que no seamos destruidos o perdidos en esa desafiante estadía de explorar el terreno interior de nosotros mismos. Implica no solo profundizar y reconocer las partes perdidas o desconocidas de nosotros mismos (las sombras), sino también aceptar la muerte que acompaña a este descubrimiento. Nuestro ego sabe solo una pequeña parte de lo que somos. Hay tanto en lo profundo de su ser que clama por ser conocido y aceptado. Este proceso de sumergirse en las aguas desconocidas del inconsciente implica no sólo el reconocimiento, sino también la aceptación.

No debemos temer la oscuridad. Hay un himno que rezamos en las vísperas del martes de la segunda semana del tiempo ordinario, de la liturgia de las horas titulado: ”La noche es tiempo de salvación”.

La noche no interrumpe tu historia con el hombre; la noche es tiempo de salvación. De noche descendía la escala misteriosa hasta la misma piedra donde Jacob dormía. La noche es tiempo de salvación. De noche celebrabas la Pascua con tu pueblo, mientras en las tinieblas volaba el exterminio. La noche es tiempo de salvación. Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche; de noche prolongabas la voz de la promesa. La noche es tiempo de salvación. De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre; de noche eran los sueños tu lengua más profunda. La noche es tiempo de salvación. De noche, en un pesebre, nacía tu Palabra; de noche lo anunciaron el ángel y la estrella. La noche es tiempo de salvación. La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección. La noche es tiempo de salvación. De noche esperaremos tu vuelta repentina, y encontrarás a punto la luz de nuestra lámpara. La noche es tiempo de salvación. Amén”.

El encuentro con uno mismo (true self) es la manera de resolver la dicotomía: convivir o aniquilar la persona. La persona nos impide lo que Jung consideraba la tarea más importante de la vida: el proceso de individuación pide acercarnos al Ser tomando conciencia de nuestros contenidos inconscientes. “Uno no puede individuarse mientras esté desempeñando un papel para sí mismo”, advirtió. ¿Cómo podemos ser libres, únicos y auténticos si nos plegamos a las normas, deseos y necesidades de los demás para recibir aceptación y aprobación?

Según C. G. Jung no se trata de aniquilar la Persona, no radica en salir de la máscara, sino desvelarla. En realidad, hay una Persona funcional que forma parte de nosotros mismos y está conectada a nuestra esencia. En realidad, la Persona actúa como un “contrapeso” necesario para la relación ánima/animus con el mundo interior. Así como el ánima/animus son el puente hacia el inconsciente, la Persona es nuestro puente hacia el mundo exterior.

Para Jung, todo pasa por la aceptación de nuestras sombras, un proceso que dura toda la vida y forma parte de nuestro crecimiento personal ya que es lo que nos permite ser honestos sobre quiénes somos y rescatar esas cualidades que yacen latentes en nuestra psique ya que aunque la sombra suele percibirse como negativa, también tiene su lado positivo. Se vuelve hostil sólo cuando se ignora o se malinterpreta.

Ser conscientes de nuestras sombras y aceptarlas resta poder a la Persona, de manera que comenzamos a verla simplemente por lo que es: una máscara funcional en determinadas situaciones. De esa forma logramos “salir de la máscara” pero, al mismo tiempo usarla cuando sea necesaria.

El verdadero drama de nuestra existencia se da en la mitad de la vida, lo que Carl Jung denomina “el encuentro con nuestra máscara, el encapuchado”.  En la vida necesitamos de un renacer de un volver a nacer. El núcleo de este volver a nacer está en un aprender a vivir guiados no por el ego sino por el Espíritu.


Las ataduras del ego y los falsos apegos nos hacen apegarnos a las cosas y las personas. Creemos que las cosa tienen que funcionar con arreglo a mis expectativas. Las cosas tienen que funcionar tal y como se suponen tienen que funcionar. Hemos de cambiar de ser nosotros los dirigentes que controlan y guían nuestra existencia y la de los otros para a ser a ser guiados por el Espíritu de Dios. Se trata de un verdadero cambio para aprender a vivir en lo esencial arraigados en Dios. Pasar de vivir en el plano material a pasar a vivir en el plano espiritual guiados por el Espíritu.


Cuando todas las energías las concentramos en tener, ambicionar, aparentar, agradar, competir, perseguimos adquirir cosa y buscamos la aprobación de las personas y acabamos por ser perseguidos y esclavos de las propias cosas y personas. En lugar de vivirnos viven y términos esclavos y prisioneros llenos de ataduras. Vivimos en el engaño de creernos los dueños del mundo y el centro del universo. Todo gira en torno a nuestro ego. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo todo. El ego debe dejar de ser el motor de nuestra vida para para pasar a ser guiados por el Espíritu de Dios.




 

5 NECESIDAD DE UN CAMBIO. TURNING POINT. NUEVAS PREMISAS

“Volveré a la casa de mi Padre” (Lc 15, 18 )

“La primera prueba de coraje en el camino interior es el desvelamiento de la máscara; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante” (C. G. Jung , “Arquetipos e inconsciente colectivo”).

“Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

En mi cama por la noche, lo buscaba... pero no lo encontraba (CC 3,1). La Novia busca a su Amado, pero Él está ausente. Debe buscarlo, recorrer las calles y las plazas (CC 3,2). Enfrentando los peligros de la noche y consumidos por el deseo de abrazarlo. La novia pregunta a los guardias y vigilantes: ¿Habéis visto a Aquel a quien ama mi corazón? (CC 3,3). La novia está herida por esta distancia insoportable. La novia no duerme y corre el riesgo de cansarse. 

El amor es débil, infirme, (enfermo estoy de amor) y debe ser firme, firmus cantus. El amor requiere e implica transformación y purificación. Buscar al Amado requiere cruzar la noche e incluso permanecer allí por algún tiempo. La Novia está llamada a ir más allá de sus propios sentimientos y emociones, pasando de un estado exterior de conducta a un estado interior, dejando espacio al Amado. El amor verdadero es la fuerza motriz que nos empuja a ser padres sin cansarnos. Este es un tiempo de crisis de crecimiento en el amor. 

La Novia no debe darse por vencida, debe volver al esplendor de la llamada de amor que sintió primero. No podemos olvidar todos los favores que Dios nos ha concedido. La Novia no debe detenerse a disfrutar de los esplendores que nos ciegan, contentándonos con los falsos amores del mundo. La Novia anhela no un encuentro breve y fugaz, sino un encuentro más profundo, capaz de superar la ausencia en tiempos de exilio, ruptura y separación. Es el momento de amar de otra manera. La distancia se convierte en búsqueda, mientras que el anhelo que suspira y duele se convierte en alimento necesario para el amor. 

Necesitamos un cambio una transformación para nacer de nuevo. Como el gusano, larva que se va a convertir en mariposa. Abrirnos al cambio supone abandonar lo viejo par abrirnos a lo nuevo. Joyce Rupp lo refleja con una bella poesía, "Los mapas antiguos ya no funcionan": 

Sigo sacando el viejo mapa de mi camino interior. Lo miro con los ojos entrecerrados, tratando de ver algún camino oculto, sigo repasando el viejo mapa pero ahora los caminos no conducen a ninguna parte, un desierto sin sentido donde la vida es aburrida e inútil. Lloro: tengo que tener un mapa aunque no me lleve a ninguna parte. No puedo estar sin dirección. Pero no tienes dirección, ¿por qué no dejarlo ir, ser libre? Así que ahí estoy, tirando el viejo mapa. Tristemente, con miedo, dejándolo atrás. Confía en mí, dice mi “middle soul”. No hay mapa, no hay direcciones específicas, no hay este camino por delante. ¿Cómo sabré a dónde ir? Entonces mi “middle soul” susurra: "hubo un tiempo antes de los mapas en el que los peregrinos viajaban por las estrellas. Esperaré las estrellas confiare que ellas me guíen, su luz alumbrará mi camino" (Joyce Rupp, Dear heart, come home, p. 55) 

Sentirme perdido, perder seguridades, perder mi sentido de la orientación, experimentar el fuego y el pánico, luchar y anhelar volver a casa conmigo mismo, buscar el camino a seguir, volver a casa, con la esperanza de encontrar un camino familiar, encontrar mi camino a casa, todo esto es parte de la experiencia de la mitad de la vida, de la mediana edad. 

En la biblia se destaca la peregrinación de los patriarcas y del pueblo de Dios por el desierto. Dios se va a revelar y va a salir a su encuentro en el desierto (Abraham experiece). El desierto será el lugar de la teofanías de Dios. Abraham es un símbolo de una parte de nosotros mismos. Necesitamos dejar de lado mi forma segura de imaginar y relacionarnos para dejar de lado nuestras formas seguras de relacionarnos con Dios cuando tenemos que luchar con esta pregunta básica: ¿Quién soy yo, quién eres tú? 

La experiencia de la mediana edad nos ayuda a recuperar nuestro verdadero yo. Es cuestión de esperar y confiar. Esperar en nuestras perdiciones es vital para nuestro crecimiento. Es un tiempo para crecer en confianza, creyendo que las estrellas que brillan en nuestra alma nos conducirán y guiarán. Es un tiempo de exploración profunda y significativa si permitimos que así sea. 

C. G. Jung propugna que la autoconciencia y el conocimiento de nuestra naturaleza es necesario de cara a comprendernos y poder alcanzar un equilibrio y unos objetivos que armonicen con ella. El conocimiento de tu propia oscuridad es el mejor método para hacer frente a las tinieblas de otras personas. 

Ser consciente de la totalidad de la propia naturaleza puede ayudar a comprender la presencia de elementos semejantes en los demás, tanto en lo expresado como en lo oculto, y ayudarles a entenderse y a vivir su vida de manera satisfactoria. 

Aquí se juega el que podamos resolver el drama de nuestra existencia en medio de un proceso dialéctico integrativo. Esta fase de la vida también se denomina etapa de transición de la vida. En esta etapa se da la conocida crisis de la mitad de la vida. Después de haber pasado a través de la fase de la integración de las demandas externas la persona debe entrar en una nueva configuración. Aquí resulta clave lo que Jung denomina desenmascarar la máscara del encapuchado o en otros términos el encuentro con la sombra. Hemos de ser capaces de integrar el lado débil, oscuro, desagradable y negativo de la personalidad. 

El encuentro con la sombra supone el encuentro con el verdadero yo. Supone un “Turning Point” que da paso a un nuevo renacer. La muerte del ego es una llamada a perder la vida para encontrarla de nuevo. Supone un “Turnig Point” que da paso a un nuevo renacer. Se entra de lleno en el misterio pascual de muerte y de resurrección con las dos fuerzas antagónicas que se dan en contraposición, la muerte y la vida. Este proceso dialéctico busca la integración.  La armoniosa integración de la persona en todo su dinamismo evolutivo solo se consigue en la apertura a Dios, abriéndose con autenticidad a la trascendencia. El hombre necesita auto trascenderse para encontrase así mismo, para descubrir su verdadera identidad y sentido. EL hombre debe pasar de vivirse auto referenciado así mismo a estar referenciado en total apertura a Dios. Es preciso abandonar las tendencias del ego que llevan al hombre a encerrarse en sí mismo y esto solo es posible en la obediencia a la voz interior de su conciencia y la llamada de su Creador abandonarse enteramente a El.

La resolución del conflicto pide un nuevo “Pivotal Point” lo que se ha venido a denominar la experiencia cumbre, “pick experence” que lleve al hombre a dar un salto cualitativo. Supone un renacimiento un morir a lo viejo para nacer a un orden nuevo. Supone una verdadera conversión o transformación radical, un cambio tremendo de reorientación de toda la persona en torno a un nuevo centro. Es lo que Jung denomina una vuelta de la conciencia sobre el sujeto real. La integración de las tendencias del ego en un plano teológico es considerada como la experiencia fundante de Alianza “Covenant experience”. El hombre creado por Dios en su misterio de Creación está llamado a similar toda la realidad del misterio de la Encarnación y la redención. Es entonces cuando el hombre encuentra su razón de ser y dar con su verdadera meta y finalidad.

El hombre más tarde o más temprano debe de salir de la apariencia para vivir en la verdad, salir de la burbuja  de lo aparente, de los repliegues del ego para descubrir el verdadero yo. Este “Pivotal Point” supone una verdadera prueba de fuego, un momento de verdad cuya clave de resolución es la autenticidad. La persona no debe tener miedo afrontar su propia debilidad y pecaminosidad. Solamente cuando nos quitamos la máscara de la apariencia y dejamos que Dios nos mire en nuestra miseria se nos abre un nuevo horizonte. 

Si es verdad que cada etapa de la vida tiene sus propias crisis diríamos que hay dos momentos que son cruciales para la vida de la persona la mitad de la vida y la etapa final. La crisis de la mitad de la vida es analizada por varios autores. Además de los aportes de C. G. Jung es iluminador los aportes de otros autores como por ejemplo Romano Guardini o Anselm Grum.

La crisis de la mitad de la vida supone un trance tremebundo donde en la mayoría de las personas las encuentra desprevenidas. No somos conscientes de lo que conlleva porque en esta crisis opera muy fuertemente las fuerzas inconscientes que necesitan salir a la luz. Diríamos que de repente uno se ve en el vacío de no hacer pie porque pierde sus bases y seguridades. De la muerte y limitaciones tenemos conceptos abstractos. Fuimos programados para el hacer y durante gran parte de la vida nos hemos apoyados en nuestras propias capacidades y seguridades. Incluso la vivencia religiosa se ha centrado mucho en lo que nos pueden dar las propias fuerzas. 

Durante la primera mitad de la vida todo el mundo sabe que la gente muere, pero todavía no ha afrontado conscientemente que nosotros vamos a morir. Empezamos a tener conciencia de nuestras propias limitaciones. Durante la juventud el mundo interior a penas aflora y se descubre porque vivimos presos de las solicitaciones externas. La persona siente temor de enfrentarse con su inconsciente. La persona debe aceptar la luz y la sombra sin asustarse, sin huir, sin evadirse en falsos escapismos iniciar todo un camino de aceptación y de cultivo del mundo interior.

Para esto hace falta autenticidad y una radical trasparencia. Solo mediante un camino de interiorización se sale a la luz. Se precisa liberarse de los falsos escapismos y autoengaños. El conocimiento profundo de nosotros mismos aceptando nuestra sobra no es fácil. Supone arrancarse las máscaras que llevamos. Dejar caer la torre de la autocomplacencia y la justificación con todos sus pisos. Nuestra más profunda realidad es que somos pobres creaturas, frágiles, débiles llenos de orgullo y mezquindad. Desde nuestra condición de pecadores surge el sentimiento de culpa que pea profundamente sobre nuestra existencia. Las ilusiones pasan los ideales se desvanecen y somos tentados a caer en la desesperación o refugiarnos en mecanismos de fuga.

En medio de esta crisis somos invitados a una gran transformación. La aceptación profunda de nosotros mismos es algo que no podemos hacerlo nosotros hemos de abrimos a Dios. A veces hemos usado a Dios para nuestros propios intereses, para auto enriquecernos, auto realizarnos o vanagloriarnos de nosotros mismos. Nos falta un paso de confianza, abandonarnos y entregarnos por entero a El. El camino para llegar al fondo del alma no se alcanza por las propias fuerzas sino mediante el abandono dejándole actuar a El. Si vivimos apegados a nuestros ídolos, sentados sobre nuestros comodines y respondiendo a las expectativas de los otros, no llegaremos a encontrarnos con nosotros mismos. El encuentro con nuestro verdadero ser solo se da desde el encuentro con el verdadero Dios. 

Esta crisis no es solo propia de la mitad de la vida, suele producirse de nueva forma entre la ancianidad y la edad senil. El comienzo y el final de la vida son cosas misteriosas. La vida de la persona en su etapa final debería cada vez más hacerse más densa y valiosa. En la etapa final el hombre se acerca al desvelamiento de este misterio. La vida no es una mera yuxtaposición de partes, sino un todo que para expresarlo un tanto paradójicamente está presente en cada uno de los puntos de su trayectoria. Esto supone superar la crisis de esta etapa. El sentimiento del final de la vida penetra a través de la vivencia de los límites. La denominamos crisis de la dejación porque supone todo un proceso de desasimiento para quedarse con los valores que perduran. Pierde valor la primera ilusión del éxito y la victoria fulgurante. La aceptación de la sombra conlleva una aceptación del envejecimiento en la aceptación del fin sin sucumbir a él ni desvalorizarlo. Ahí se articulan valores y actitudes muy nobles, la comprensión, la confianza, la lealtad, etc. Se precisa mantener la orientación axiológica de los fines en orden al fin último para dar con el verdadero sentido a la existencia.

En la mitad de la vida y según se avanza hacia el final se hace más perceptible lo pasajero de la vida. Por otra parte, se alcanza una visión de conjunto de las posibilidades reales, la medida de lo que dan de sí las propias capacidades. Al contraste con lo pasajero se hace más relevante lo definitivo, lo duradero, lo eterno. La conciencia de esta realidad imperecedera crece en la misma medida en que lo pasajero se acepta con toda sinceridad. Quien huye de lo pasajero tratándolo de tapar o negar no lo percibirá. Lo finito deviene trasparente para lo absoluto. De estas experiencias procede la capacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico entre el conjunto global de la existencia y la relevancia intrínseca de los distintos elementos que la configuran. Se adquiere por así una sabiduría profunda.



 

6 LA SOMBRA. EL ENCUENTRO CON LA MASCARA

“Aún a pesar de sentirse lejos de allí” (Lc 15, 20)

Quien mira en el ‘espejo’ del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo porque lo cubrimos con la ‘persona’, la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Ésa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro con uno mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita mientras pueda proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante(Carl Gustav Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”).

“¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

San Juan de la Cruz nos ayuda a profundizar en esta búsqueda de dar con el Amado de nuestra alma. Hemos de aguardar en la noche como permaneció en la noche en vela María Magdalena ante el sepulcro vacío.

La noche es la protagonista en el capítulo 5 del Cantar. La Novia está en su habitación. El Amado llama a la puerta y pide entrar, pero ella contemporiza y Él se va (CC 5,2-6). ¿Es un malentendido entre dos amantes o un sueño convertido en pesadilla? La búsqueda continúa con un nuevo gran juicio. Esta prueba no es solo emocional y afectiva, sino espiritual. La Novia que afronta sola la noche es golpeada por los guardias, herida y despojada de su túnica (CC 5,7).

El amor debe ser probado, más grande que cualquier temor. La novia se enferma de amor (CC 5,8). Esta enfermedad muestra la alteración de su condición. Se siente alterada. Se ha convertido en otra, se ha dedicado a los otros, pero no encuentra al Otro. La búsqueda del Amado requiere humildad. La Novia reconoce cómo a veces se vuelve autosuficiente, arrogante, orgullosa. Esta actitud de controlar incluso a Dios nos permite reconocer su voz. No debemos ser nosotros los que pongamos condiciones. Debemos aceptar los caminos de Dios, los tiempos de Dios.

Hemos de restablecer el contacto con la sombra para poder reapropiarnos de ella y expandir nuestro conocimiento sobre nuestra identidad, para que así tengamos la capacidad de estar en contacto y admitir principalmente todos los aspectos de nosotros mismos que hemos ido tirando a nuestro saco para ir construyendo nuestra máscara. La sombra no sólo se manifiesta mediante omisiones sino que también lo hace en forma de actos impulsivos involuntarios.

La sombra es nuestro lado oscuro y puede ponerse en relación con la conciencia de pecad. Podríamos correlacionar el hecho de que cuando nuestra sombra se manifiesta y realizamos alguna acción que provenga de ella, se podría decir que tomamos conciencia de algo inadmisible considerado como malo, pecado.

Lo más importante es el hecho de reflexionar y tomar conciencia de lo que quedado inconsciente y que finalmente sale a la luz acerca de la sombra personal. Dichoso los momentos puedo desenmascararme y darme cuenta que es la sombra quien está actuando. He comenzado a fijarme y prestar atención en las cosas que me perturban y molestan y que no era consciente.

C. G. Jung descubrió la indisolubilidad del ego y de la sombra. La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural durante la infancia. Cuando nos identificamos con determinados rasgos ideales de nuestra personalidad, como por ejemplo, la buena educación y la generosidad. No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal, como por ejemplo, la grosería y el egoísmo. De esta manera, el ego y la sombra se van edificando simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.

El lado oscuro asume numerosos disfraces. La confrontación con la sombra suele ser espantosa, lacerante y profundamente desalentadora. Mi fortaleza reveló su vulnerabilidad y en lugar de fomentar mi desarrollo se convirtió en un escollo insalvable. Al mismo tiempo una serie de desagradables potencialidades desconocidas hasta el momento emergieron a la superficie sacudiendo profundamente la imagen de mí mismo a la que estaba acostumbrado.

Entonces todo mi optimismo y el temperamento equilibrado que me caracterizaban se desvanecieron en la nada y me sumí en la desesperación. En mitad de la vida es fácil caer en una profunda depresión. La búsqueda de sentido que había orientado mi vida hacia la la meditación se convirtió en una amenaza. Mi autosuficiencia emocional y mi celosa independencia de los demás dio paso a una dolorosa vulnerabilidad. Mi vida parece desbaratarse de repente. Todo lo que hasta entonces había sido una realidad incuestionable se vino abajo como una torre de papel arrastrado por el viento. La madeja de la historia de mi vida comenzó a desenredarse y todo aquello que hasta ese momento había descuidado y menospreciado brotó de mi interior como si se tratara de otra vida aunque también mía, mi imagen especular, mi invisible gemelo.

De este modo, los aspectos más lóbregos y perversos de nuestro ser se hacen patentes pero, en lugar de condenarlos a muerte y relegarlos de nuevo a las profundidades del reino de la oscuridad, hemos de intentar afrontarlos para reorganizar nuestra vida. Así, después de haber atravesado un período de profunda desesperación, estoy comenzando a sentirme mejor, experimentando una expansión de mi naturaleza y mi relación con los demás mucho más profunda que antes.

La aceptación gradual de los impulsos más oscuros de nuestro ser va a favorecer el desarrollo auténtico de nuestra compasión. Hemos de favorecer el alumbramiento de nuestra sombra para llenar de luz la cueva de nuestra propia oscuridad.

Hay un momento crítico en el proceso cuando ya no se puede más, un Pivotal Point” que supone una verdadera prueba de fuego, un momento de verdad cuya clave de resolución es la autenticidad, ponerse en verdad. C. G. Jung lo identifica con el encuentro con el encapuchado. Joyce Rupp lo describe en poesía: “tolling of the black Bell”.

"Una gran campana negra repica solemnemente en mi alma llamándome a la víspera de las lágrimas. Entro en la capilla de mi vida, pero las lágrimas se retiran sobre sí mismas, negándose a caer sobre la oración de mi corazón, así es que la tristeza reina, silenciosa, intensamente, día tras día, y el tañido de la campana negra sigue y sigue" (Joyce Rupp, Dear heart, come home, 71)

Es un momento de adquirir autenticidad. Hay cosas de mi pasado que me han guardado y que exigen dejar ir por ser yo misma. Tengo que decir "adiós" a los comportamientos y actitudes poco saludables, a las falsas percepciones sobre mí mismo y sobre los demás que me impiden alcanzar la autenticidad. Dejar ir es una experiencia de pérdida que trae consigo una cierta cantidad de dolor. Al llorar la pérdida de tesoros sentimos fragilidad y vulnerabilidad. La nostalgia y el adiós acechan mi corazón como un cazador ávido de presa. Quiero esconderme en el trabajo, correr de un lado a otro, estar ocupado, pero algo me impulsa a enfrentarme a los perseguidores internos y ver lo que tienen que decir. Escuchamos el tañido de la campana negra.

La experiencia de perder nos ayuda a enfrentarnos a la "muerte". Sentimos nostalgia por el pasado. Vacío más profundo, soledad, falta de libertad y creatividad. Toda la rabia que nunca dejé salir se elevó para saludarme. Encontramos un profundo pozo de tristeza. Se nos llenan los ojos de lágrimas.

No esperamos que este reconocimiento de la ira se convierta en un regalo para nosotros. Vimos cómo la ira tenía muchas "caras" y que podía ser un fuerte protector para nosotros cuando nos trataban injustamente o cuando necesitábamos enfrentarnos a cosas que preferiríamos evitar. Solemos evitar confrontaciones.

Hay vida más allá de la pérdida. En este reconocimiento dejamos de sentirnos mal por tener ira y comenzamos a ordenar qué ira necesitamos y qué tenemos que enviar en su camino porque nos quitó mucha energía. Cuando sentimos la tristeza y el terror de la pérdida, también experimentamos paz y esperanza.

La mediana edad implica una pérdida considerable. La mediana edad es un viaje de pérdida y recuperación. En la mediana edad muchos experimentan la muerte del padre, de la madre o del amigo más cercano. La enfermedad o la muerte de amigos y colegas de la misma edad nos confrontan con nuestra propia mortalidad. Nos volvemos más vulnerables. Todas estas realidades, recordatorios de nuestra propia fragilidad y de la cruda verdad de lo corta que es la vida, nos llaman a una mayor apreciación del momento presente y del don de la vida.

Reconociendo y enfrentando estas limitaciones, sueños de lo que esperábamos ser y lo que anhelábamos hacer, nos vemos obligados a ver lo que es y no es posible para nosotros dada nuestra edad y nuestra situación de vida. Aceptando estas pérdidas la experiencia de la muerte interior, y por lo tanto el duelo y el dolor son respuestas necesarias a estas pérdidas, los sentimientos de tristeza y tristeza estarán presentes a medida que se abandone el apego a estas cosas.

Es difícil dejar de lado la forma en que hemos aprendido a dominar el mundo. Debemos encontrar un camino diferente de "vuelta a casa". La persona de mediana edad está experimentando un cambio personal y está dejando atrás una forma anterior de relacionarse consigo mismo y con el mundo exterior. Este dejar atrás implica lamentar lo que está pasando, el pasado que ya no será. El duelo es doloroso y estamos tentados a pensar que podemos evitarlo y todas las emociones difíciles que lo acompañan, pero no podemos, no si queremos convertirnos en personas más completas.

Para lograr un sentido adulto de libertad, debemos pasar por períodos de pasividad, duelo, depresión y desesperación mientras experimentamos la repugnancia de la muerte, el engaño de la vida y el mal dentro y alrededor de nosotros. Para disfrutar del pleno acceso a nuestro ser más íntimo, ya no podemos negar el lado feo, oscuro y demoníaco de la vida, del que nuestra mente inmadura trató de protegerse esclavizándose a sí misma a falsas ilusiones de que la seguridad absoluta era posible.

Un día, mirando hacia atrás y viendo estas cosas que hemos dejado atrás, descubriremos que fueron la posibilidad de obtener una mayor libertad interior, sabiduría interior para comenzar una nueva etapa de la vida con una nueva vitalidad, mayor de la que nunca podríamos haber imaginado.



 

7 LA LLAMA INEXTINGIBLE: LA EXPERIENCIA CUMBRE. TURNING POINT

“Se puso en camino para volver a la casa de su Padre” ( Lc 15, 18 )

“Cuando se hacen conscientes partes inconscientes de la personalidad, no se produce una simple asimilación de las mismas a la personalidad del yo ya existente, sino que más bien ocurre una transformación de esta” (C. G. Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”).

“Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, e, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

San Juan de la Cruz nos habla de esta ansia de nuestra alma de establecer esta comunión profunda con el Amado. A la noche de la tumba del sepulcro le sigue el despertar con el alba de la resurrección, el crepúsculo de un nuevo amanecer una nueva primavera:

La noche es el momento en que Dios manifiesta su presencia para aquellos que saben esperar.  Solo aquellos que superan la angustia de la noche con el nombre de su amado en sus labios y su rostro impreso en sus corazones, entran a morar en Él (Parábola del banquete y las vírgenes). El fuego del amor pone en todas las relaciones devoradoras a los dos amantes que, habiendo escapado del invierno de la soledad, saborean la primavera de la comunión para celebrar la belleza del Otro. La Novia se encuentra con su Amado después de la noche de amargura y ausencia, del amanecer acogido después de la noche.

La Novia alaba el esplendor de su amor: ¡Cuán hermoso es mi Amado, más que millares, sobrepasando a los hijos del hombre! Mi Amado es... ser conocido entre diez mil (CC 5,10). El elogio de la belleza debe ser interpretado de manera alegórica. La belleza bíblica no se centra en la belleza física, sino en la belleza interior. En su cuerpo rebosa amor. El cántico abre la petición que florece en los labios de la novia y expresa el deseo de contacto con su amante, que está físicamente ausente pero presente en su corazón.

Nuestra sed más profunda de sentido solo se ve satisfecha cuando conectamos profundamente con Dios. “Nos hiciste para Ti Señor y nuestra alma está sin descanso hasta reposar en Tí” (San Agustín, Confesiones). Quizás nuestra sed más profunda no ha sido identificada durante largo tiempo viviendo como en un estado letal pero no cabe duda es la sed de unión con Dios.

Dar con la fuente y el Origen de nuestra existencia no es solamente sentirse bien, sino que precisa un profundo cambio de orientación y percepción profunda. para adherirse al plan y proyecto e Dios y vivirse en el abandono confiado. Se trata de empezar a vivir con una nueva conciencia, la de descubrir nuestra verdadera identidad y orientar nuestra vida conforme a su verdadero sentido y así adherirse al plan y proyecto de Dios.

La experiencia cumbre, experiencia Tabor”, “pick experence radica en ese encuentro personal con Dios aunque en esta vida se dé bajo la “experiencia numinosa nebulosa de nube”, dar con nuestro verdadero Origen. En esa experiencia más que encontrar nos dejamos encontrar, más que conocer nos dejamos conocer, nos conocemos de nuevo en la medida que somos conocidos. Es una experiencia fundante de oración donde percibimos a Otro alguien que está más allá de nosotros que es más fuerte y sabio que yo y que lo puede todo y lo sabe todo A partir de ese encuentro y ese reconocimiento se trata de dejarnos llevar o guiar por el Espíritu de Dios.

La verdad es que Dios está, siempre está saliendo al encuentro, somos nosotros los que no estamos conectados, los que nos vivimos desconectados. Se trata pues de dejarse encontrar, disponernos para que se de ese encuentro.

Hemos de permitir que su fuego nos toque, nos penetre, nos transforme. El vivir en este abandono no es una imposición sino una invitación. Hemos de dejarnos en sus manos, hemos de dejarnos guiar. Hemos de permitir que la fuente que está siempre fluyendo nos mueva. Dios quiere actuar en nosotros, pero nosotros le hemos de dejar actuar. Dios actuará siempre en favor nuestro. Nos toca rendirnos ante El.

En nuestra concepción el niño queda unido a la madre con el cordón umbilical, lo recibe todo de la madre. Se trata pues de vivir conectados con la fuente, nuestro verdadero Origen. Vivir conectados con este Espíritu de Dios del que podemos recibirlo todo requiere nuestra apertura y libre aceptación. 

La enseñanza oriental del Tao nos enseña que hemos de desarmarnos, como el guerrero de su armadura, y aprender a vivir bajo el espíritu del ahimsa, aprender a ser blandos. Se trata pue de ser blandos y no duros, flexibles bajo la guía del Espíritu de Dios. Se trata de soltar las riendas de la vida regida en la mañana de la vida por el espíritu del ego.  

Dejarse llevar bajo lo Espíritu que sopla donde quiere y como quiere. Nosotros no tenemos, sino que dejarnos guiar, dejarnos llevar. Nosotros no somos los protagonistas es Otro. Para dar con la fuente y el sentido de nuestra existencia no hemos de esperar a morirnos. No se trata de esperar a nuestra muerte física sino permitir otra clase de muerte. La muerte a nuestro ego para vivir en el abandono del Ser Eterno que guía y plenifica toda la vida.  Existe otro motor distinto del ego cuya inteligencia Suprema y benévola guía el universo entero que está a tu favor que trabaja contigo y para ti.

A partir de ese encuentro vives impulsado por este Espíritu que te creó, conectado a la fuente. Se renueva el entusiasmo por la vida. Se produce un salto cuántico, antes todo giraba en torno al ego, ahora todo gira en torno a Dios. Pasar a vivir para Él y para los demás. 

Empiezas a notar una irrupción de energía que nunca antes habías experimentado. Te olvidas de tí y pasas a vivir para los demás. Ya no te concentras en los valores del ego que te ocuparon gran parte de la vida, en ambicionar ni en competir sino en amar y servir. Pasa de un estado servil sujeto a las leyes del prestigio, el éxito y la fama a un estado de humildad y sometimiento amoroso a Dios. Te das cuenta que todo es don, que todo es gracia, que no tienes nada que no hayas recibido y ni hayas merecido. Pasas a vivir fuera de ti para Otro. Permites que Dios actúe y obre en tu vida. Nuestra vida la vimos en una actitud de reconocimiento asombro y veneración del don recibido.



 

La transformación de la mitad de la vida 

Una nueva vida está surgiendo, lo que supone una nueva orientación y unos nuevos parámetros Esta transformación como la metamorfosis de la larva convertida en mariposa, Joyce Rupp la describe en poesía como “Shedding the skin”: 

"Encontró la piel tirada en la puerta de su casa. Me dijo esto con voz disgustada, llena de un poco de miedo, dijo que tomó la escoba y barrió apresuradamente la piel. Una serpiente desprevenida que se escapa de un pedazo de su vida, desprendiéndose de un caparazón de lo que solía ser, dejando tras de sí un delgado deslizamiento transparente de una realidad anterior. Pensé que habría recibido esa piel en la puerta de mi casa, fue un momento de gracia y de llamado. Me habría maravillado la sincronicidad de su presencia. Pero entonces recordé las vueltas y vueltas de mi vida interior, y supe que yo también he barrido muchas pieles de mi puerta". (Joyce Rupp, Dear heart, come home, p. 105) 

La transformación es un proceso de muerte y renacimiento. El cambio es un requisito previo para el crecimiento. Implica una especie de "muerte" si es que va a estallar una nueva vida. Es posible que se nos caigan muchas "pieles" en nuestro viaje de la mitad de la vida. Nuestras "pieles" incluyen viejos mensajes y suposiciones sobre la vida que desarrollamos en nuestra infancia, comportamientos que nos atan a formas poco saludables de abordar la vida, creencias religiosas que mantienen nuestro mundo espiritual demasiado pequeño y puntos de vista encasillados de mi propia identidad. La muda de piel es un momento para descubrir lo que nos impide crecer. Cada vez que nos hemos despojado de cualquiera de estas "pieles" de nosotros, hemos experimentado crecimiento en libertad y verdad. Estos descubrimientos han hecho que el proceso de transformación valga la pena, el riesgo y la lucha. 

El descubrimiento de uno mismo y la voluntad de pagar el precio por ello son conceptos clave de la transformación interior. Estar abierto a nuevas realidades, renunciar a falsas suposiciones, dejar de lado las viejas formas de ver la vida debe ser tratado durante la mediana edad. Debemos estar dispuestos a cambiar realmente y no solo a "cambiar de posición" cuando aspiramos a la verdad. 

C. G. Jung denominó al proceso de unir los opuestos dentro de nosotros como parte del proceso de individuación. Es el medio por el cual nos convertimos en nuestro verdadero o auténtico yo. Durante la primera mitad de nuestra vida desarrollamos una parte de lo que somos. La mediana edad nos desafía a descubrir y a ser dueños del otro lado de lo que somos. La individuación implica transformación porque puede ser un giro completo, un cambio profundo, una mirada a nosotros mismos de una manera muy nueva. 

La verdad debe ser nuestra meta, no importa a dónde nos lleve. El ego puede sentirse terriblemente inseguro a medida que "la piel" se desprende. Desprenderse del falso yo significa dejar ir la parte de nosotros que no es real o que no es lo que realmente somos. Este yo falso y plástico puede ser cualquier cosa que nos haya impedido ser quienes realmente somos. También tenemos la promesa de una nueva vida dentro de nosotros si tan solo dejamos ir algunas de las seguridades que nos atan al pasado. La mitad de la vida pide una enorme confianza en la Voz que nos insta a mudar "la piel". 

 


8 QUITANDO LA MASCARA SE DESVELA EL ENCAPUCHADO

“Cuando el Padre le vio le estrechó en sus brazos y ordenó que cambiara sus vestidos” (Lc 15, 20)

“Si se quiere desenterrar el tesoro, la preciosa herencia del padre, hay que recorrer el camino del agua, el camino que siempre desciende. […] El agua, el espejo, es el símbolo más corriente de lo inconsciente. […] El descenso a las profundidades parece preceder siempre al ascenso” (C. G. Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”)

“¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero:.. No quieras despreciarme, que, si color moreno en mi hallaste, ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mi dejaste”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

San Juan de la Cruz nos ayuda en profundizar en este proceso unitivo

El amor unifica.

El amor atrae a los dos a convertirse en uno. Es la verdadera alianza en la experiencia matrimonial, el amor unitivo y fecundo que se expande sin límites ni barreras. El que ama debe cruzar las barreras que lo encerraban dentro de sus limitaciones. El amor derrite el corazón: lo que se derrite ya no está confinado dentro de sus límites. Los dos amantes entran en una forma de vida comulgada como un sello que pone el amor en la perspectiva de lo eterno y para siempre. El Novio le pide a la novia que asegure el amor en un vínculo de fidelidad.

Joyce Rupp describe que cuando la zarza no arde necesitamos volver a que arda. “When the Bush doesn´t burn”:

"La mediana edad es un viaje anhelante de Dios. Me topo con paredes y muros, huyo de la soledad, sigo fantasías que se desvanecen, busco senderos largos y sinuosos solo para encontrar un callejón sin salida. Pero no puedo dejar de anhelar Hay una voz dentro de mi que no puedo apagar. Alguien me atrae hacia adelante y no puedo irme desatendido. Es la voz de la verdad que me dice que hay algo más que el vacío y que se está instalando en mí: es el susurro del amor que sostiene mi fragilidad, la suave voz de la ternura que calienta mi soledad, el aliento de vida que me atrae cuando muero" (Joyce Rupp, Dear heart, come home, p.89)

El profeta Elías en un momento no puede más y siente la imperiosa necesidad de escuchar la voz de Dios que le había seducido pero que se había desvanecido. Huye a la montaña y allí se esconde en la cueva. Es allí donde ardiendo en celo por Dios esperó a que Dios se manifestara. Después del temblor y el fuego escuchó el susurro de una brisa suave, al oírlo Elías se cubrió el rostro y reconoció la voz del Señor. (1 Rey 19, 12-13)

Hay un período en el que no sentimos a Dios.  Nos sentimos como en una lucha constante de saltar por una cercanía intensa, pero sintiéndonos distantes y sin vida. Hay un momento en el que debemos enfrentarnos al silencio y esperar. Nos parece que Dios nos ha abandonado. Parecía que Dios no se encontraba por ninguna parte. Sentimos que no tenemos fuerzas, no podemos por nuestra cuenta. No podemos entrar en las profundidades a menos que alguien nos lleve allí.

Solo a través de la espera con fe y esperanza nos dimos cuenta de que poco a poco íbamos descubriendo que entrar en la cueva y reconocer la oscuridad, los rincones oscuros de mi vida era el comienzo para abrirnos a la luz. El descenso al yo puede llegar a ser encontrar un lugar muy tranquilo donde Dios se manifieste. La oscuridad es una bendición para nuestro crecimiento espiritual.

La mediana edad es un momento en el que se renuncia al control. Debemos renunciar al control, sentirnos vulnerables e indefensos y, a través de nosotros mismos, ir a los brazos de Dios. Nosotros no podemos ascender a él, pero él puede descender a nosotros. Nos dimos cuenta de que cuando dejamos de tratar de controlar lo que sucedió y confiamos en él, la alegría y la paz genuinas vienen y se instalan en nuestra alma.

No podemos imaginar que el vacío, con su vacío y oscuridad, fuera un movimiento hacia una unión más profunda con Dios. No podemos imaginar que cuando estamos siendo vaciados, estamos dejando que Dios encuentre un lugar dentro de nosotros. somos movidos hacia una unión más profunda con Dios. Allí, en mi oscuridad, soledad, fragilidad y vulnerabilidad, experimentaré al Dios que se humilla ante mi abismo y me abraza plenamente tal como soy.

Allí, en lo profundo de mi cueva, en mi soledad, llegué a comprender que mi soledad más profunda no era para las relaciones humanas y la intimidad, sino más bien un tremendo anhelo en el fondo de Dios. Esto me ayuda a volver a casa con Dios.

El punto de inflexión llega cuando comenzamos a ver a Dios no como una respuesta mágica a mis demandas, sino más bien como una presencia compasiva que me llama a confiar en él. El Dios que se descubre en las tinieblas es el único que puede hacer frente a la profunda soledad del corazón humano. Aprendemos a perder el control, a soltar y a confiar cada vez más en él. Aprendemos a rendirnos y abandonarnos al Dios por que anhela el corazón. Aunque no siempre conocemos el camino hacia Dios, Dios conoce el camino hacia nosotros. A través de estos momentos de vacío y profundización, podemos crecer en un amor incondicional y compasivo.

Volver a casa con Dios es también volver a casa a nuestro ser más verdadero y profundo. La soledad puede regalarnos al arrastrarnos a un vacío en el que eliminamos parte del desorden que tenemos que acumular dentro de nosotros. Etas ataduras no nos dejan anclar nuestras vidas pequeñas, satisfechas, engreídas y seguras a las que nos aferramos. Cuanto más despejados y pacíficos nos volvemos interiormente, más sabemos que nuestro hogar es Dios.




Curando mis heridas

Algunas personas se esconden de las heridas rodeándose de un ajetreo agitado, dejando constantemente a un lado cualquier recordatorio de lo que necesita ser sanado. Otros carecen de autoestima y piensan que no deberían lastimar, o que su dolor es insignificante al lado del dolor de otra persona, o que causaron el daño y, por lo tanto, merecen ser dolidos. Otros han reprimido profundamente las heridas y no saben que el dolor está ahí hasta que algún otro problema poderoso los obliga a mirar adentro y ver la herida.

Tarde o temprano, sin embargo, las heridas de la primera mitad de la vida gritan tan fuerte que esta voz domina cualquiera de las razones racionales o irracionales que uno tiene para evitar el proceso de curación. Debemos reconocer las heridas y las emociones negativas que las acompañan, dejar ir y tener menos control, enfrentar nuestros miedos, perdonarnos a nosotros mismos y a los demás, rendirnos a una presencia divina más grande que nosotros mismos y ser pacientes con la lentitud con la que a menudo ocurre la curación, al mismo tiempo que estamos atentos y cuidamos nuestro cuerpo, mente y espíritu.

La mediana edad es una invitación a un proceso renovador de sanación de nuestras heridas. Aprender a amarnos y apreciarnos a nosotros mismos también es un componente esencial de la curación de la mediana edad. La autoestima y el amor propio a menudo se han considerado pecaminosas o mariscos. En cambio, una imagen positiva de uno mismo es vital para el crecimiento y la curación. Esta autoaceptación requiere que uno deje de lado ciertas expectativas, ya sean las de uno mismo o las de los demás, y que aceptemos la bondad que es nuestra simplemente por ser quienes somos.

Cuando nos despedimos de nuestras heridas, recuperamos la energía interior que se ha centrado en el dolor. A menudo, al enfrentar nuestras luchas y dolorosas experiencias, descubrimos una mayor claridad y aprendemos lo que le da dirección y significado a nuestra vida.



 

El proceso unitivo

Curiosamente, a lo largo de la historia de la humanidad e incluso hasta el día de hoy, las personas han perseverado en la anhelante búsqueda de unión, de perder sus propios límites y hacerse parte de un otro compuesto. Esto revela también aspectos del propio sujeto. A esta búsqueda externa subyace una búsqueda interna, por la unión con él mismo, con aquel espacio velado que vive en el interior de cada uno. Así, desde la perspectiva abordada en este trabajo, se estaría hablando de la búsqueda por unificar el consciente con el inconsciente, es decir, el llamado proceso de individuación junguiano.

¿Qué tiene el amor que propicia aquella búsqueda de unificación interior al tiempo que estimula la unión con un ente “externo”? Es posible afirmar que el amor, al igual que el espacio de la fantasía o el sueño, genera un estado de consciencia. Es decir que Amado y Amada y su amor son alegorías del amor entre el alma y Dios. De esta manera, el sujeto es capaz de contactar con su lado inconsciente, con aquel espacio velado, pues las manifestaciones de este se hacen notoriamente más intensas. Así, el inconsciente se plasma en el consciente a través de la unión amorosa.

En consecuencia, no sorprende la utilización del lenguaje amoroso por San Juan de la Cruz a la hora de expresar su unión y transformación. Tampoco, desde esta perspectiva, es tan relevante distinguir si el santo está hablando de amor profano o amor divino, porque ambos funcionarían como medio para un mismo fin: la unión interior, el proceso de individuación en otras palabras.

El protagonista del “Cántico Espiritual” desciende hacia las aguas, emprende el camino hacia el interior del alma donde precisamente se experimenta el amor. En el caso de la “Noche Oscura” es interesante observar que, finalmente, todo confluye a un mismo espacio dentro de la profundidad de la psiquis de la protagonista: el amor. Ella, al encontrarlo, se transforma en el Amado, pero también en el camino, en la noche y en su propio corazón inflamado.

En ambos poemas, se celebra un nivel de existencia superior que han alcanzado las protagonistas. Ellas entregan su identidad, pero la recuperan de una manera transformada, unificada. Emprenden un camino de búsqueda por el Amado para desprenderse del disfraz exterior y poder alcanzar así su ser profundo. En ambos casos, el proceso de individuación llega a puerto exitosamente gracias a una única fuerza: el amor.

Es posible concluir que lo que realmente relaciona el proceso de individuación con la experiencia mística, es el proceso de búsqueda y unificación de la psiquis profunda del sujeto. En los dos casos analizados en este trabajo, es el amor el motor que mueve a las protagonistas a querer salir de su cómodo estado anterior, para emprender la difícil, arriesgada y abnegada búsqueda de la unificación, que implica un vaciado antes de un llenado, una entrega absoluta antes de una recepción de algo. De modo que la llave que permite quitar el velo, abrir la puerta, es el amor. 



 

El proceso de búsqueda culmina con la unificación

Cuando sucede la unificación se inicia un nuevo estado de existencia transformada. El yo que regresa es un yo superior, es un yo que ha integrado tanto el ego como el sí-mismo, el consciente como el inconsciente. Además de como camino, esto es comprensible a través del reflejo en la fuente. Es una metáfora fundamental, pues representa de forma muy clara cómo la búsqueda exterior por el Amado resulta ser un reflejo de la búsqueda por sí misma. La Amada del “Cántico Espiritual” se ve a sí misma -su psiquis profunda, su inconsciente- al tiempo que ve a su Amado. Se trata entonces de una búsqueda, unificación y transformación doble, que alude a dos formas de expresión de una misma vivencia, pues la unión con Dios, finalmente, también es, para la perspectiva de este trabajo, la unión con el inconsciente.

La alusión a los ojos como ventanas del alma proviene de una tradición sumamente rica y tiende a referir genéricamente a un efecto del amor. Como ya fue tratado, con amor se estaría refiriendo a un estado de conciencia expandida que abre el espacio para que el yo consciente pueda penetrar en las profundidades del inconsciente. La fuente que subyace la búsqueda desesperada por el Amado es el amor y este habita en las profundidades del sujeto. Lo divino, entonces, se revela aparentemente fuera del sujeto, pero realmente se trata de un proceso que está sucediendo dentro.

Cabe enfatizar que la búsqueda que culmina en la unión tiene su origen en un motor que no es racional. En este caso es el amor. Esto quiere decir, que no es el yo emprendiendo una búsqueda consciente de lo inconsciente, sino que es el yo precipitándose al espacio del inconsciente producto de un estado de expansión. El amor pide siempre un equilibrio entre el objeto amado y el sujeto que ama. Esto, pues la unificación necesita equidad entre las partes para poder ser llevada a cabo. Del mismo modo sucede con el ego y el sí-mismo en el proceso de individuación junguiano y también entre la unión entre Dios y alma, como insiste San Juan al hablar de una cena simbólica, donde es la Esencia divina la que es compartida entre ambos.

Asimismo, ni la experiencia mística ni el proceso de individuación tienen espacio tiempo. Ambas suceden en el espacio interior, en el jardín simbólico como el espacio interior del alma. Allí, las reglas del mundo material no tienen ningún peso y no sirven para intentar explicar la unificación. Esto se debe a que las reglas del consciente no son aplicables a la profundidad de la psiquis y de ahí que para expresar una experiencia mística o el propio proceso de individuación

Los autores tiendan a recurrir a estados expandidos de la consciencia, como lo es en este caso el amor. El símbolo de la noche también es fundamental para comprender la unificación interior desde la perspectiva metafórica. Jung alude a un arquetipo sumamente importante para el camino de unificación interior: la sombra. Se trata del lado oculto de la psique, que debe ser alcanzado y cruzado para llegar a la unión.

Así, tanto en la vía mística como en el proceso de individuación, el sujeto debe renunciar a sus sentidos físicos, para poder hundirse en la total oscuridad que abre las puertas a la profundidad del yo. Como la Oscuridad, la Nada también es referenciada para referirse al camino de unificación. Esto, pues en la Nada vive el Todo. El sujeto debe ser capaz de dejar ir su ego, vaciarse de su yo consciente para dejar espacio para la unión. Para entrar a sí mismo es menester dejar ir aquello que mantiene la puerta cerrada. Se trata de un salto de fe, pues el alma no sabe si al saltar al vacío encontrará realmente un Todo que la sujete. De ahí que tanto el amor, la experiencia mística y el proceso de unificación requieran de valentía, pues una de las tareas más difíciles para el ego es dejar ir su control.

Finalmente podemos concluir que desde el análisis comparativo de los poemas “Cántico Espiritual A” y “Noche Oscura” como expresiones literarias de la experiencia mística, sí es plausible afirmar que ambas están refiriendo a un proceso unitivo interior que podría clasificarse como el proceso de individuación junguiano. Esto permitiría sostener la idea de que experiencia mística y proceso de individuación estarían efectivamente aludiendo a una misma experiencia humana. Sería interesante, no obstante, poder continuar profundizando más en el papel que tiene el amor en estas representaciones. 

 


9 DESCUBRIENDO MI JARDIN INTERIOR

“Hagamos fiesta y celebremos pues mi hijo ha vuelto a casa. Estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 24)

La imagen del jardín interior nos abre al descubrimiento de la interioridad del alma. El que devuelve la mirada es el inconsciente personal, que se encuentra a un paso del inconsciente colectivo. Quien es capaz de soportar aquella visión, se encuentra en buen camino hacia el proceso de individuación”. (C. G, Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”)

“Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos… ha entrado la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)

La esperanza no es una sola cualidad o promesa. La esperanza tiene que ver con creer más allá del hoy sabiendo que hay alguien que me espera, alguien que me abre los ojos y me deja ver un jardín de belleza que me espera. Bendito sea el que sigue creyendo en nosotros y bendito el que sigue soñando en nosotros incluso cuando lo olvidamos.

La esperanza nos anima a seguir nuestros sueños. Los sueños, si no se viven pronto, morirán, los sueños, si no se prueban, se desmoronarán como la ropa hermosa dejada demasiado tiempo en un lugar de arraigo. Nunca seríamos quienes somos y estamos donde estamos si alguien no hubiera esperado a que yo me trajera esperanza.

No debemos perder la esperanza de una mayor libertad cuando nos sentimos estrangulados por nuestros miedos y debilidades. No debemos perder la esperanza de encontrar la verdad de mí mismo cuando andemos a tientas en la cueva de mi oscuridad. No debemos perder la esperanza de aceptar mi mortalidad cuando me encuentre con mi propio envejecimiento. No debemos perder la esperanza de vivir mis sueños tácitos, incluso cuando experimentamos el fracaso y la duda de nosotros mismos. No debemos perder la esperanza de vivir una vida más equilibrada en medio de mi loco ajetreo. No debemos perder la esperanza de estar en casa con Dios mientras me sacudía las viejas formas de nombrar y relacionar a Dios. No debemos perder la esperanza de ser fieles a mis relaciones significativas mientras buscaba el significado del compromiso y la fidelidad. Cada una de nuestras esperanzas está llamada a seguir reverdeciendo y creciendo.



El arquetipo de la fuente

La fuente está en estrecha relación con el nacimiento y podría afirmarse que es en este punto del poema que la Amada vuelve a nacer, ahora transformada en uno con el Amado y descubre su ser más auténtico al mirarse en las aguas. La Amada parece volar, pero en realidad tan solo se hunde cada vez más profundo en su ipsiedad (mismidad), encontrando allí la transmutación. Debe rendir primero su ego, para poder recibir la nueva identidad.

El alma no es capaz de ver a Dios desde el exterior, así como el consciente no puede racionalizar al inconsciente. El observador y el observado deben fundirse, tal como el consciente y el inconsciente lo hacen en el proceso de individuación. Es una paradoja solo en superficie, pues solamente se puede percibir mediante la unión y la auto-manifestación. Dios no puede penetrar el alma por medio de la razón y la razón tampoco debe intentar aprehenderlo.

Es por ello que la Amada no logra encontrarlo en un principio, pues el Amado no está en esos paisajes sino que incorpora los paisajes mismos donde su buscadora lo intentaba encontrar: montañas, valles, ríos, aires.

 


El reflejo o el espejo en la fuente

En el onceavo párrafo del “Cántico Espiritual” podemos observar cómo se utiliza el reflejo en la fuente en Jung, la Amada se ve a sí misma reflejeada en la fuente y, a la vez, ve los ojos de él.

“¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados, formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados! ¡Apártalos, amado, que voy de vuelo!” (Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz)

El espejo en la fuente devuelve su ipsiedad y es en ella donde se encuentran grabados los ojos del Amado. En este punto del poema se responde la pregunta inicial, La respuesta es sobrecogedora. A su vez, ver con los ojos del amante es verse a uno mismo y, a la vez, recalca la transformación del uno en el otro. El efecto es tan fuerte, que la Amada no puede continuar contemplando los ojos del Amado, del mismo modo que asusta al sujeto el verse a sí mismo y la profundidad de su ser.

Acá, la posesión amorosa es tan intensa, que el ego se apaga (o la identidad se rinde) cuando se transforma en el objeto amado, dando paso al sí-mismo. La fuente es arquetipo del centro místico del alma, de las honduras del Ser que se encuentran en oscuridad. De modo que la Amada se encuentra entrando en sus propias profundidades y es allí donde encuentra el objeto de su amor. Ella misma era el Simurg que buscaba en fuga vertiginosa por espacios desleídos. Cabe recalcar que no es el aspecto físico el que la Amada contempla en el agua, sino unos mismos ojos que pertenecen a un mismo rostro unificado. Para los sufíes, la certeza mística se encuentra también en la fuente y al final del camino que el alma recorre hacia sí misma.

La búsqueda ansiosa del Esposo, entonces, termina en la fuente de su propio ser. Así, pues, la búsqueda del inconsciente también concluye en las profundidades del sí-mismo. Lo divino se revela dentro del corazón del sujeto, de modo que el ego se extingue en la unión transformante: “La amada contempla los ojos en la fuente, que están simultáneamente allí y en sus entrañas; ella los mira y ellos la miran desde las aguas y no es posible establecer diferencias entre ambas miradas que se auto-contemplan .

De modo que, si hacemos el paralelo con el proceso de individuación, no se trata del consciente intentando comprender el inconsciente, sino que se trata del inconsciente revelado, sin supremacía del uno o del otro. Por otro lado, la fuente está en estrecha relación con el nacimiento y podría afirmarse que es en este punto del poema que la Amada vuelve a nacer, ahora transformada en uno con el Amado y así a su ser más auténtico al mirarse en las aguas.

La Amada parece volar, pero en realidad tan solo se hunde cada vez más profundo en su ipsiedad, encontrando allí la transformación. Debe rendir primero su ego, para poder recibir la nueva identidad. El alma no es capaz de ver a Dios desde el exterior, así como el consciente no puede racionalizar al inconsciente. El observador y el observado deben fundirse, tal como el consciente y el inconsciente lo hacen en el proceso de individuación. Es una paradoja solo en superficie, pues solamente se puede percibir mediante “la unión y la auto-manifestación”.

En el poema, el Amado lo es todo y anula en sí mismo los contrarios, pues es aquello que no se puede atrapar mediante la percepción. Del mismo modo opera el inconsciente y sus arquetipos. Existe un equilibrio necesario para el intercambio del amor, una equidad entre Amado y Amada tal como el yo y el sí-mismo necesitan estar equilibrados para integrarse: en el intercambio altísimo de amor, Dios la ha transformado en sí, pero también ella es quien le otorga al Amado una nueva identidad al servirle de metafórico espejo.

 


El arquetipo de la cena

Del mismo modo opera el inconsciente y sus arquetipos. Existe un equilibrio necesario para el intercambio del amor, una equidad entre Amado y Amada tal como el yo y el sí-mismo necesitan estar equilibrados para integrarse: “en el intercambio altísimo de amor, Dios la ha transformado en sí, pero también ella es quien le otorga al Amado una nueva identidad al servirle de metafórico espejo. Así, el proceso de individuación podría compararse con el concepto de desposorio espiritual: San Juan insiste en la idea de una cena simbólica compartida por ambos amantes (Dios y el alma).

De la misma manera que comparten la cena, ambos se com-penetran y com-parten la misma Esencia divina en la unión transformante”. Resumiendo: “El espíritu se une con algo más alto que él mismo; o, dicho de otra manera, se identifica y se transforma en lo más alto de su propio ser, donde ha encontrado el amor infinito y el sentido último del universo”. Del mismo modo podría ser descrita genéricamente una experiencia de trascendencia y, a la vez, si se hablase de consciente e inconsciente, podría entenderse como una síntesis del proceso de individuación.

Así, el proceso de individuación podría compararse con el concepto de desposorio espiritual: San Juan insiste en la idea de una cena simbólica compartida por ambos amantes, Dios y el alma. De la misma manera que comparten la cena, ambos se com-penetran y com-parten la misma Esencia divina en la unión transformante.

Resumiendo el espíritu se une con algo más alto que él mismo; o, dicho de otra manera, se identifica y se transforma en lo más alto de su propio ser, donde ha encontrado el amor infinito y el sentido último del universo. Del mismo modo podría ser descrita genéricamente una experiencia de trascendencia y, a la vez, si se hablase de consciente e inconsciente, podría entenderse como una síntesis del proceso de individuación.

En el poema, el Amado lo es todo y anula en sí mismo los contrarios, pues es aquello que no se puede atrapar mediante la percepción. Del mismo modo opera el inconsciente y sus arquetipos. Existe un equilibrio necesario para el intercambio del amor, una equidad entre Amado y Amada tal como el yo y el sí-mismo necesitan estar equilibrados para integrarse: en el intercambio altísimo de amor, Dios la ha transformado en sí, pero también ella es quien le otorga al Amado una nueva identidad al servirle de metafórico espejo. Así, el proceso de individuación podría compararse con el concepto de desposorio espiritual: San Juan insiste en la idea de una cena simbólica compartida por ambos amantes (Dios y el alma). De la misma manera que comparten la cena, ambos se com-penetran y com-parten la misma Esencia divina en la unión transformante.

Así se describe la unión: El espíritu se une con algo más alto que él mismo; o, dicho de otra manera, se identifica y se transforma en lo más alto de su propio ser, donde ha encontrado el amor infinito y el sentido último del universo. Del mismo modo podría ser descrita genéricamente una experiencia de trascendencia y, a la vez, si se hablase de consciente e inconsciente, podría entenderse como una síntesis del proceso de individuación.



 

Descubriendo el jardín interior secreto

Estamos invitados a encontrar nuestro jardín interior porque es donde podemos crecer en esperanza. El jardín interior y secreto es un lugar de esperanza. La esperanza es un don que se nos ha dado y que debemos fortalecer y continuar. Debemos aceptar nuestra forma de vida y sentirnos mucho más a gusto con nuestra propia identidad. El jardín interior y secreto es el lugar donde bailan nuestros sueños, donde se gesta nuestra pasión por la vida y donde la persona que estamos destinados a ser clama por reconocimiento. Debemos aprender cómo la vida es estar dispuestos a aceptar que la vida siempre tiene sus colinas y valles, permitiendo que tanto la luz como la oscuridad vivan en una tensión creativa dentro de mí.

Debemos reconocer en nuestro jardín secreto la presencia de alguien que nos traiga esperanza. Después del tormento y la inundación, en un suave silencio, una paloma blanca pura llega a la cornisa de la ventana de nuestra vida. Una paloma con una ramita delgada y verde de una rama de olivo, símbolo de la nueva energía en mí. Una sensación de volver a empezar, de frescura. El tiempo de la esperanza.

El tiempo del amor y de la esperanza nos llevará a una nueva fecundidad y generatividad. Es el llamado a extender nuestro amor a las generaciones futuras. A medida que las flores de nuestro jardín secreto interior hayan florecido, experimentaremos una creciente conciencia de nuestra unidad con toda la vida y, en consecuencia, de nuestra responsabilidad de compartir nuestra persona y dones con el mundo.

Este llamado a la generatividad será el incentivo para aceptar el dolor que viene con el crecimiento personal continuo y el coraje de estar dispuestos a morir un bi para dar de nosotros mismos por el bien de los que vendrán después de nosotros. Llegan los momentos en los que necesitamos seguir adelante, comenzando de nuevo, con la nueva sabiduría que hemos adquirido al profundizar y descubrir quiénes tenemos que llegar a ser y quiénes somos. La generatividad comienza con el descubrimiento y la reivindicación de nuestro verdadero yo.

 


El arquetipo del jardín representa el alma unificada

Después del momento de la unión en el centro del poema, la Amada canta su ‘estado transformado’. Acá surgen las zorrillas y animales que buscan alterar el estado de la Esposa. Estos podrían interpretarse como los instintos o los deseos carnales. En este momento, “el Esposo lanza un conjuro para que toda esta desordenada caterva de animales, de espacios y de emociones queden al otro lado del muro”.

“Ha entrado la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado”

Así, la Amada queda protegida en su castillo o huerto interior, donde sucede también el trance del sueño cuando duerme entre los brazos del Esposo. Curiosamente, es en el sueño donde nacen las criaturas que la alteran. El mundo de la turbulencia interior, maravillosamente sugerido por las animalias saltarinas y las emociones en desorden, debe quedar y de hecho queda al margen de la unión teopática”. Más adelante, la Amada bebe en la bodega de vino del Esposo, tal como ella fue bebida por él personificado en el ciervo que bebía aguas refrigerantes:

En la interior bodega de mi amado bebí, y cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía”.

Si todo esto acontece dentro de la Amada, siendo el jardín su espacio interior. Todas estas escenas transcurren simultáneamente e invierte los aconteceres, y ello no nos debe extrañar, pues los protagonistas son Uno en unión transformante. Antes ambos ya han comido la cena mística y en este punto vuelven a consumirse mutuamente pero a través del líquido. Con esto la transmutación mutua no puede quedar más clara y podría observarse como paralelo a una integración del sí-mismo en el yo y del yo en el sí-mismo.

Desde el simbolismo, Jung describe el proceso de la siguiente manera: “Si se quiere desenterrar el tesoro, la preciosa herencia del Padre, hay que recorrer el camino del agua, el camino que siempre desciende. El agua es el símbolo más corriente de lo inconsciente. “El descenso a las profundidades parece preceder siempre al ascenso” (C. G. Jung). Descrito de esta manera, es posible observar cómo la experiencia mística se encuentra en la misma sintonía. “Así, es necesaria la oscuridad y el descenso, el agua, para lograr la luz y el ascenso, los cielos” (C. G. Jung ).

El jardín es un arquetipo sumamente utilizado y representa generalmente el espacio interior del alma. También encarna dentro de los arquetipos principales al de la madre, aludiendo a un lugar de protección, como el útero, vientre y, a la vez, de fertilidad y nacimiento. Es un espacio, entonces, por excelencia del inconsciente. El consciente entonces ha accedido a las profundidades del inconsciente, donde permanece en éxtasis. Es un espacio sagrado, que el Esposo protege conjurando a las criaturas. Allí ambos beben, ahora ambos liban juntos y a la vez el licor embriagante del éxtasis, que no debe ser otra cosa que su propia Esencia com-partida. Ambos son el sagrado zumo fermentado de la vid.

Después del momento de la unión en el centro del poema, la Amada canta su ‘estado transformado’. Acá surgen las zorrillas y animales que buscan alterar el estado de la Esposa. Estos podrían interpretarse como los instintos o los deseos carnales. En este momento, el Esposo lanza un conjuro para que toda esta desordenada caterva de animales, de espacios y de emociones queden al otro lado del muro. Así, la amada queda protegida en su castillo o huerto interior, donde sucede también el trance del sueño cuando duerme entre los brazos del Esposo. Curiosamente, es en el sueño donde nacen las criaturas que la alteran. El mundo de la turbulencia interior maravillosamente sugerido por las animalias saltarinas y las emociones en desorden- debe quedar y de hecho queda al margen de la unión teopática.

Más adelante, la Amada bebe en la bodega de vino del Esposo, tal como ella fue bebida por él personificado en el ciervo que bebía aguas refrigerantes:

“En la interior bodega de mi amado bebí, y cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía”. (Cántico, San Juan de la Cruz)

Si todo esto acontece dentro de la Amada, siendo el jardín su espacio interior, todas estas escenas transcurren simultáneamente e invierte los aconteceres, y ello no nos debe extrañar, pues los protagonistas son Uno en unión transformante. Antes ambos ya han comido la cena mística y en este punto vuelven a consumirse mutuamente pero a través del líquido. Con esto la transmutación mutua no puede quedar más clara y podría observarse como paralelo a una integración del sí-mismo en el yo y del yo en el sí-mismo.

Como el propio C. G. Jung planteó, San Juan de la Cruz describe en su poesía el proceso de individuación en un lenguaje totalmente diferente y mucho más accesible para un occidental. Con el fin de observar esto de mejor manera y poder continuar generando el paralelo entre proceso de individuación y la experiencia mística, particularmente la descrita por San Juan de la Cruz en el “Cántico Espiritual” y en la “Noche Oscura”, se hará un recorrido por los principales hitos de estos poemas

Desde la estructura mística del “Cántico Espiritual” podemos observar un itinerario místico simbólico. Esto, pues el “Cántico Espiritual” (A) es circular, y es precisamente en el centro del texto donde se relata lo más importante: el momento de la unión. Hacia este momento desembocan tanto el comienzo del poema como el fin. Asimismo, el “Cántico B” funciona de forma lineal, permitiendo que a partir de ambos se pueda comprender. Un poema unitario pues Dios está en el hondón del alma pero también subyace todas las cosas”.

San Juan recurre al modelo del “Cantar de los Cantares”, dotando desde el comienzo su poema de trascendencia. Así, “imitó el misterio que rebosa el antiguo epitalamio, por entender que trataba precisamente de la unión inefable con Dios que se experimentaba más allá de todo lenguaje”



 

La salida y la vuelta a casa

Iniciamos el ensayo con la parábola del hijo pródigo donde se nos narra “una salida” y “una vuelta a casa”.

La salida de la Esposa, tanto en el “Cántico Espiritual” como en la “Noche Oscura” no es otra cosa que un “entrar dentro de sí”, tal como señala Jung al hablar de emprender el camino del agua.

Esta salida culmina, como es esperable, en un regreso: en el retorno a su ipsiedad, o sea a su sí-mismo. Pero el viaje la cambia, la transforma, por eso no regresa a su yo consciente, sino a su sí-mismo: El lugar del retorno del hombre espiritual es a la vez su lugar de origen Entre la salida y la llegada un acontecimiento extraordinario ha terminado por cambiarlo todo. El yo que se encuentra allá abajo es el Yo superior, el Yo en segunda persona.

El Esposo es, al comienzo del poema, misterioso, y solo se define por el amor de ella. Tampoco está claro el camino físico que ella recorre. Al contrario, se trata de espacios indeterminados que pasan casi sobrevolados por la Amada. Sí se nos menciona un castillo fortificado, que refiere a la conciencia profunda. La autora explica, por otra parte, que si bien este símbolo es incomprensible para el mundo occidental, en la literatura sufí mística el castillo era una clara alusión al espacio interior del alma, el cual debía ser “escalado” o “volado”.

Desde un comienzo el poema da cuenta de un estado expandido de conciencia, aunque es sobre todo evidente en su vuelo raudo. Ella recorre espacios arcanos y se trata de una espacialidad modificada, que es posible captar desde cualquier perspectiva. La percepción del paisaje, entonces, se expande y se transforma con la Amada, no se trata de un locus amoenus clásico, se trata del espacio del alma, retratado de modo metafórico. Pero no un alma cualquiera, sino un alma en un estado expandido. Cada vez queda más claro que no se trata de un paisaje exterior como el de la literatura pastoril, sino de un paisaje interior, nocturno y misteriosamente iridiscente.

El Amado es parte de la Amada y viceversa, pero aun así el Amado se presenta en el poema para manifestarse en la Amada, para existir en ella. Mediante este poema de amor divino, San Juan canta a Dios, pero también a sí mismo: El proceso, sorprendentemente,  es revelador de sí mismo. Cantarse a sí mismo en estos estados transformantes no es ni egoísta ni inapropiado. Es, sencillamente, glorificarse en el regalo indescriptible de la participación directa en el Todo. Así, es un canto al estado unificado, y marca un antes y un después para quien experimenta la unión. Haciendo el paralelo al proceso de individuación, este poema lo mostraría completo y logrado: el sujeto integrado.

Tanto el proceso de individuación como la experiencia mística en general y la experiencia mística particular representada en los poemas “Cántico Espiritual” y “Noche Oscura” de San Juan de la Cruz comparten entre ellos el leit-motiv unitivo. Es decir, es la búsqueda de la unificación lo que determina las experiencias representadas.

Un ejemplo para hablar de ello es la metáfora de la leyenda persa del Simurg, donde los treinta pájaros emprenden la búsqueda por el Simurg y finalmente descubren que este no era nada más ni nada menos que ellos mismos. De esta forma, la búsqueda de unión con otro de la experiencia mística remite en realidad a la búsqueda de unificación interior, a la unión con el espacio velado que habita dentro del sujeto.

El propio San Juan de la Cruz, en el Libro dos, capítulo cinco de la “Subida”, afirma que el alma es transformada en Dios, el propio Dios le informa su nuevo ser sobrenatural, donde el alma es Dios. O sea, una vez transformada el alma en el otro, vuelve a sí misma cambiada, poseedora ahora de las características de aquello con lo que se ha unificado. Esto aplica tanto para la unificación que podría llamarse “exterior”, es decir con un ente externo al sujeto, en este caso Dios, pero también para la unificación “interior”, donde el propio sujeto encuentra la unión con su ser oculto y profundo. La Amada tanto en el “Cántico Espiritual” como en la “Noche Oscura” emprende un viaje que se inicia con una salida.

“Esta salida” no es literal en el sentido de un camino físico, sino que, al contrario, se trata de una entrada dentro de sí misma. El camino es, entonces, interior y va en descenso hacia lo más profundo de su psiquis. Con todo, como es natural, al existir una partida existe también un regreso. La Amada vuelve a su punto de partida, pero regresa cambiada.

 

 


 

10 CONCLUSION

“Quien no nace de nuevo de lo alto no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3, 5)

“Si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino de Dios” (Mt 18, 3)

“Los grandes magnates someten las naciones a su dominio, los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre vosotros no debe ser así. Antes bien si alguno quiere ser grande, deberá ponerse al servicio de los demás. Si alguno de vosotros quiere ser el mayor y principal debe hacerse servidor de todos”. (Mt 20, 25- 7)

Se precisa volver a casa, al origen, a la casa paterna. Vivir en la casa de Dios que es la casa de todos porque todos somos hermanos.

Vivimos en un mundo dividido de ricos y de pobres, de desarrollados y civilizados y de subdesarrollados e incivilizados. Dividido en bloques, fronteras, etnias, razas, géneros. ¿Dónde quedó el sueño de Dios que todos vivamos como hermanos, dentro de la misma casa? Pocos han entendido la propuesta de Jesús y la dinámica de los que aspiran a tener parte en el Reino de Dios. En la vida muchos son los que intentan ser importantes, grandes y poderosos. Acaban por ser dominadores, vanidosos, orgullosos, presumidos, engreídos en sus propias fuerzas. Ricos en poder y pobres en amor. La propuesta de Jesús por el contrario es mantenerse pobres, humildes, sencillos, limpios de corazón y ricos en amor. Jesús bendice, alaba y declara felices y dichosos los que creen y viven el Evangelio como fuente inagotable de vida, de sabiduría evangélica, de fecundidad, de fraternidad.

Recojo de nuevo palabras de una de las meditaciones del P. Timothy en el retiro de preparación del Sínodo de obispos en Roma “En casa en Dios y Dios en casa en nosotros”: 

Cada ser vivo necesita de un hogar para desarrollarse. Los peces necesitan agua y los pájaros los nidos. Sin un hogar, sin una casa, no podemos vivir. Diferentes culturas tienen diferentes concepciones de lo que quiere decir hogar. Asia ofrece la imagen una tienda o un “kubo de bambu” donde la persona que entra se quita los zapatos para cruzar el umbral, como signo de humildad para prepararse al encuentro con el otro y con Dios; Oceanía ofrece la imagen del barco; África ofrece la imagen de la gran familia de Dios, capaz de ofrecer pertenencia y acogida a todos sus miembros, en toda su variedad. 

Todas estas imágenes muestran que necesitamos de un lugar donde podamos ser aceptados y, al mismo tiempo, desafiados. En nuestro hogar nos afirmamos por lo que somos y somos llamados a ser más. El hogar es un lugar donde nos conocen y nos aman, donde estamos seguros, pero también es el lugar donde somos desafiados a embarcarnos en la aventura de la fe. 

Debemos renovar la Iglesia como casa común si queremos hablar a un mundo que sufre de una crisis debida a la falta de hogar. Estamos consumando nuestra pequeña casa planetaria. Hay más que 350 millones de emigrantes en movimiento, huyendo de guerras y violencia. Miles de personas mueren cruzando los mares para intentar encontrar un hogar. Ninguno de nosotros puede sentirse completamente en casa si ellos no lo están. Incluso en los países ricos, millones de personas duermen en la calle. Los jóvenes a menudo no pueden permitirse una casa.

Por doquier hay una terrible falta de hogar espiritual. El extremo individualismo, la disgregación de la familia, las desigualdades cada vez más profundas hacen que nos asalte un tsunami de soledad. Los suicidios aumentan porque sin un hogar, físico y espiritual, no se puede vivir. Amar es volver a casa con alguien. 



Una casa común

Diferentes imágenes y concepciones de la Iglesia como hogar nos dividen hoy en día. Para algunos la Iglesia se define por sus antiguas tradiciones y devociones, sus estructuras y lenguajes heredados, la Iglesia en la que crecimos y a la que amamos. Nos da una clara identidad cristiana. Para otros, la Iglesia actual no parece ser un hogar seguro. La experimentan como excluyente, marginando a muchas personas. Para algunos, es demasiado occidental, demasiado eurocéntrica. 

En nuestra casa común ¿habrá lugar para todos?, para madres solteras, personas divorciados y vueltos a casar, también a los gais y a los polígamos. Todos desean una Iglesia renovada en la que se sientan plenamente en casa, reconocidos, afirmados y seguros. 

Algunos consideran que la idea de una acogida universal, en la que todos seamos aceptados independientemente de quiénes seamos, destruye la identidad de la Iglesia. Como en una canción inglesa del siglo XIX, "Si todo el mundo es alguien, entonces nadie es nadie"; creen que la identidad requiere fronteras. 

Para otros, sin embargo, la apertura está en el corazón mismo de la identidad de la Iglesia. El Papa Francisco ha dicho: "La Iglesia está llamada a ser la casa del Padre, con las puertas siempre abiertas de par en par... donde hay sitio para todos, para cada uno con sus problemas, para salir al encuentro de quienes sienten la necesidad de reanudar su camino de fe...".

Esta tensión ha estado siempre en el corazón de nuestra fe, desde que Abraham salió de Ur. En el Antiguo Testamento aparece en perpetua tensión la identidad de un pueblo que se siente llamado y elegido y la universalidad. 

Para algunos de nosotros, la identidad cristiana está por sobre todo dada, la Iglesia que conocemos y amamos. Para otros, la identidad cristiana es siempre provisional, nos espera en el camino hacia el Reino en el que caerán todos los muros. Ambas son necesarias. Si insistimos sólo en que nuestra identidad está dada - Esto es lo que significa ser católico - corremos el riesgo de convertirnos en una secta. Si sólo insistimos en la aventura hacia una identidad aún por descubrir, corremos el riesgo de convertirnos en un vago movimiento de Jesús. 

Pero la Iglesia es signo y sacramento de unidad de toda la humanidad en Cristo (LG1 ) en el ser las dos cosas al mismo tiempo. Ahora moramos en la montaña y saboreamos la gloria. Pero caminamos hacia la nueva Jerusalén, ese primer sínodo de la Iglesia.

En todos nuestro hogares quiere habitar Dios. Los sacerdotes necesitan un fuerte sentido de identidad, un “esprit de corps”. Pero, ¿Quiénes seremos en esta Iglesia liberada del clericalismo y de tanto formalismo? ¿Cómo puede el clero abrazar una identidad que no sea clerical? Este es un gran desafío para una Iglesia renovada. 

Dios construye su hogar en lugares que el mundo desprecia. "Las zorras tienen sus guaridas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". (Lc 9, 58). Caminar juntos (synudos) hacia Jerusalén, la ciudad santa donde reside el nombre de Dios. Allí Jesús muere fuera de los muros por el bien de todos los que viven fuera de los muros, como Dios se reveló a su pueblo en el desierto, fuera del campamento. 

James Alison escribió: "Dios está en medio de nosotros como un expulsado". "Por eso también Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta de la ciudad. Salgamos, pues, también nosotros del campamento y acerquémonos a él, soportando las vejaciones que él soportó!”. (Heb 12,12s). "Fuera del campamento, entre todos esos 'otros' relegados a un lugar fuera del campamento, es donde encontramos a Dios. 

La itinerancia exige salir de la institución, de las percepciones y creencias culturalmente condicionadas, porque es 'fuera del campamento' donde encontramos a un Dios que no puede ser controlado. Es 'fuera del campamento' donde encontramos al Otro que es diferente y descubrimos quiénes somos y qué debemos hacer". Saliendo fuera es como llegamos a un hogar en el que "no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús" (Gál 3,26). 

Dios, ese centro que está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna, mientras que a mí me encuentra. Renovar la Iglesia, entonces, es como hornear pan. Uno junta los bordes de la masa en el centro y extiende el centro hacia los bordes, llenándolo de oxígeno. Se hace el pan invirtiendo la distinción entre los bordes y el centro, haciendo que el pan de Dios, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia está en ninguna, nos encuentre. 

Al final del Evangelio de Mateo, Jesús dice: "He aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos". Si el Señor se queda, ¿Cómo podríamos irnos? Dios se ha acomodado en nuestra casa, con todas nuestras escandalosas limitaciones, para siempre. Dios permanece en nuestra Iglesia, incluso con toda las contradicciones y diferencias que experimentamos. Debemos alargar y extender las clavijas de la tienda. Dios está con nosotros para conducirnos a los espacios más amplios del Reino. Necesitamos una Iglesia, un hogar que sea casa común, que albergue todos en sus diferencias y debilidades, donde se respire el aire fresco del Espíritu. un hogar sin fronteras abierto a todos.

 


“Volver a casa” desde un plano religioso y psicológico 

La mitad de la vida presenta un “gran challenge” para la estructura religiosa incluso en el caso de que ya se «viva» en una religión determinada. Porque esa religión vivida hasta el momento de la crisis que nos ocupa está normalmente todavía apoyada en la esperanza de lo que nos pueden dar las propias fuerzas por mucho que se afirme que «todo es gracia y donación». Salvo casos excepcionales la religión es vivida y practicada muy juvenilmente (como principiantes dirían los maestros espirituales) y se hace necesaria lo que se ha llamado con todo acierto una «segunda conversión».

No hay que decir aquí que esa religión juvenil es buena y auténtica. No hay que invalidar lo realizado en ese primer modo de ejercitar la fe. Pero ha llegado la hora de perfeccionar lo hecho o de transfigurarlo de acuerdo con la nueva situación real biográfica. Así llegamos a una conjunción verdaderamente creativa de lo religioso y de lo psicológico.

Desde el plano psicológico la mitad de la vida pide una madurez que conduce a la salud, desde el plano religioso la mitad de la vida pide una purificación y una profundización que conduce a un nuevo estadio espiritual.

La gran tarea del cristianismo es llegar a tocar «el fondo del alma» donde por la fidelidad se alcanza «el nacimiento de Dios» en ella. Desde este fondo se percibe al maestro interior y la vida queda transfigurada.

Descender hasta el fondo del ser y tener así una experiencia única que, por otro lado, es una experiencia que se ha tenido en todos los tiempos y religiones, es una de las grandes perspectivas de nuestro tiempo. Descubrir el mundo interior es la gran tarea que, especialmente en la juventud, se barrunta e intuye. Cuando una época, final de una era grande, se debate entre amenazas del sinsentido, de la marginación, de las enormes desigualdades continentales, del aburrimiento en los países prósperos, de la vida infrahumana en los países pobres, del abandono de los ancianos, de las ansias de placer y de la falta de entereza ante las cuestiones fundamentales... entonces vuelven a resonar en el hombre las llamadas olvidadas y de entre todas la cuestión última del fondo del ser.

El hombre que «ha perdido su alma» y que sólo por una tarea de interiorización puede salvarse en la mitad de la vida y en cualquier situación límite. La situación del hombre actual tantas veces denunciada tiene solamente una salida también milenariamente proclamada. Si es verdad, como se ha dicho, que a pesar de toda la técnica y de todo el racionalismo vigentes, el invierno seguirá siendo invierno y el arquetipo de la noche seguirá conmoviendo la intimidad del hombre, la última verdad es que a través de ese mundo tan alejado del ser se comienza a percibir la nostalgia y el intento de llegar a ese «hombre interior» tan disfrazado y degradado por innumerables “distracciones, seducciones y adicciones”.

La rebeldía o el escepticismo de la juventud, sus desviaciones y su no aceptación tienen unas causas más profundas de lo que los «conservadores» y dogmáticos creen. Lo que sucede es que los educadores, terapeutas, directores espirituales y desde luego los hombres dirigentes no están preparados para los problemas que se les plantean.

De ahí las catastróficas consecuencias del paro juvenil, de la droga y de la delincuencia. Y ante estos hechos son insuficientes los parches tradicionales y las «llamadas al orden». No basta con tratar de ofrecer cauces para tener o para saber, sino que es preciso el camino para enseñar lo que ha de ser.

Hay otra sabiduría distinta de la del logro, de la técnica y de la competividad (reino de la tecnocracia). Es la del «hombre interior» que sabe afrontar todas las situaciones con entereza cabal. Ninguna técnica, ninguna razón pueden ayudar ante las situaciones limites, las estrictas e ineludiblemente humanas como son el paso del tiempo, el dolor patológico, la soledad y la muerte. En un mundo como el llamado «desarrollado» todo está resuelto menos lo esencial: la realidad de la vida en cuanto tal.

Por eso resulta apasionante reflexionar lo que C. G. Jung ha expuesto tocante a la «segunda mitad de la vida» y la crisis que la abre. Esto le llevará a comprender qué es la intersección del punto de vista psicológico y del religioso.

C. G. Jung habla desde la psicología estricta y no como teólogo ni como creyente de determinada confesión, pero sí desde su experiencia personal del misterio. El misterio se le ha hecho experiencia y, por caminos diversos al del creyente estricto, analiza el proceso religioso. C. G. Jung es un psicólogo que acentúa hasta el extremo lo que es la experiencia de lo interno. Un texto suyo a propósito de la proyectada redacción de su autobiografía, dice: «El destino quiere ahora -como siempre ha querido- que, en mi vida, lo externo sea accidental, y sólo lo interno rija como sustancial y determinante». Toda su obra escrita no es otra cosa, nos dice en otro lugar, sino la expresión objetivada de su experiencia interna.

Así pues, C. G. Jung, con su propia vida nos da el testimonio de la importancia del recurrir a la interioridad. ¿No es éste ya un motivo importante para leer a Jung? Dada la falta de cultivo interior que el hombre de hoy tiene (y la nostalgia que de ello se deriva) el acercarse al interior lleva consigo acercarse al Ser, a lo que se es, superando la distancia o la «distracción» del hacer. La pregunta que le dominó a lo largo de su vida fue ésta: «¿Qué es el mundo y qué soy yo?». Y a pesar de la intensa curiosidad que le llevaba hacia la realidad exterior tuvo la osadía de abrirse al mundo interior.

Su profundización en el proceso de individuación le lleva confrontarse con el inconsciente. Individuación es la confrontación con el inconsciente, la asunción del inconsciente (individual y colectivo) lleva a una madurez que Jung llama «individuación». C. G, Jung dice: «Individuación significa: llegar a ser un individuo y, en cuanto por individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable, llegar a ser uno mismo. Por ello se podría traducir «individuación» también por ipseidad, mismación o autorrealización.

Esto supone la aceptación de sí, esta es la tarea del ser sí mismo, del llegar a ser el que se es, lleva consigo la empresa dramática, aventurera y esperanzadora de la aceptación. El hombre se rebasa a sí mismo, se trasciende y se salva (salvarse es ser maduro y sano) en y con la aceptación de todas las realidades de su vida.

Aceptar la luz y la sombra sin asustarse, sin huir. Aceptar lo femenino y lo masculino, aceptar las edades de la vida con sus peculiaridades reales y así sucesivamente. El hombre así se convierte en un consciente ser hospitalario. Ni Prometeo, ni Fausto, ni Zaratustra, sino benevolente hospedero de la realidad.

Este proceso de aceptación tiene unos medios de ejercicio. Estos medios son la ascética, la meditación, todo lo que las religiones han ofrecido a los hombres desde milenios. No cabe duda que la neurosis, la obsesión y la evasión son consecuencia de una falta de confrontación o de una confrontación mal hecha. Y en la mitad de la vida se nos exige una auténtica confrontación y hace falta una radical transparencia para seguir con salud el camino otoñal del atardecer de la vida. En una confrontación seria y serena se descubre que toda edad tiene la misma realidad y exige la misma aceptación. Esto es no sólo un postulado religioso sino que es una fidelidad al proceso psíquico.

Sin salirnos del plano científico-natural en el que se afirma C. G. Jung (y prescindiendo de últimas valoraciones especificas de su obra) podemos decir que también Jung es un puente con el oriente. Han sido discípulos de Jung los que con bagaje jungiano han sabido acercarse a los procesos de interiorización de la India y del Zen japonés.

La crisis de la vida puede leerse no solo a nivel personal sino a nivel comunitario, social y eclesial. Nuestro mundo actual está en crisis, en medio de una “gran crisis epocal”

En la crisis de la mitad de la vida no se trata simplemente de un situarse nuevo en circunstancias físicas o psíquicas cambiadas. No se trata solamente de un dar por terminado un periodo por la disminución de las fuerzas corporales y espirituales y plantear nuevos deseos y nostalgias que frecuentemente brotan en el cambio de edad.

Se trata más bien de una profunda crisis de la existencia en la que se plantea el sentido del todo: ¿Por qué trabajo yo tanto, por qué me ajetreo tanto, sin encontrar tiempo para mi? ¿Por qué, cómo, con qué fin, para qué, para quién? Estas preguntas surgen más frecuentemente en la mitad de la vida y provocan una inseguridad que afecta al concepto de la vida que hasta aquí se ha tenido.

La pregunta por el sentido es ya una pregunta religiosa. La mitad de la vida es esencialmente una crisis de sentido y por ello una crisis religiosa. Pero a la vez esconde latente la ocasión y posibilidad de encontrar un nuevo sentido para la vida.

La crisis de la mitad de la vida conmueve, confundiendo, los diversos elementos de la existencia humana para separarlos y ordenarlos de nuevo. Desde el punto de vista de la fe, Dios mismo está en esta crisis presente y actuante. Moviliza el corazón humano para que se abra y se libere de todos los autoengaños. La crisis es obra de la gracia y este aspecto apenas aparece y sin embargo, es un aspecto decisivo.

La crisis de la mitad de la vida no es para el creyente algo que le adviene de fuera y para cuya superación ha de injertar la fe solamente como una «fuente de fuerza». En esta crisis más bien Dios toca al hombre y por ello la crisis es el lugar de un nuevo y fuerte encuentro con Dios y ocasión de experiencia de Dios. Es una etapa decisiva en nuestro camino de fe, un punto en el que se decide si usamos a Dios para enriquecer nuestra vida y realizarnos a nosotros mismos o si estamos dispuestos, creyendo en Dios, a abandonarnos y entregarle nuestra vida.

La correlación del estudio comparativo que se hace entre C. G, Jung y San Juan de la Cruz creemos es muy valiosa y ayuda a la superación de la crisis de la mitad de la vida y a ponerla en relación con la crisis religiosa.

El camino religioso de búsqueda de Dios desde la interioridad del alma es un camino de curación, como un medio de sanación para las heridas con que la vida nos lacera y que precisamente en la crisis de la mitad de la vida tan dolorosamente aparecen.

En última instancia nos debemos dejar conducir por Jesucristo. El camino de Cristo que por la cruz lleva a la nueva vida de la resurrección, es un camino por el cual también llegamos a ser humanamente más maduros y sanos. En este camino, sin embargo, no están en el centro nociones como realización del yo, desarrollo de todas las posibilidades sino que lo importante es darse a si mismo y la propia vida a Dios para que Dios obre en nosotros y podamos ser fuertes en nuestras debilidades. No se trata de la autorealización y de la autoglorificación del hombre, sino de que Dios sea glorificado en todo. Y una manera de glorificación de Dios es el hombre sano y maduro que muriendo es revestido con la nueva vida de la resurrección «para que la vida de Jesús se haga visible en nuestra carne perecedera» (2 Cor 4, 11).

 

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