ORACIONES MES DE
OCTUBRE
(Síntesis del
proceso)
La búsqueda del amor y
la felicidad
Quiero
empezar con una pequeña historia: Una niña se le acercó a su abuela y le
preguntó si era feliz con su vida. La abuela le respondió que hubo de todo,
pero sobre todo mucha espera. La niña le preguntó: ¿Qué quieres decir con
espera?
Desde pequeños nos convencemos a nosotros mismos de que la vida después
será mejor. Tú crees que cuando termines tu carrera y encuentres un trabajo
serás más feliz que ahora. Cuando me casé estaba convencida de que por fin iba
a encontrar la felicidad, pero luego decidí esperar hasta tener mi propia casa,
luego hasta tener mis hijos luego hasta que mis hijos fuesen mayores y luego
hasta que me jubilara, convencida de que cada uno de esos deseos era lo único
que me faltaba para ser feliz. Y de esta forma la vida pasa ante tus ojos
esperando el tren de la felicidad que nunca llega. Entonces la niña le preguntó:
¿Entonces te arrepientes de haber de casado y de tener hijos? La abuela
respondió. De haberme casado y de tener hijos no, de lo único que me arrepiento
es de no haber sabido vivir más intensamente cada uno de esos momentos y de
haberme entristecido por tonterías. La niña le preguntó: entonces, ¿nunca
fuiste feliz? La abuela respondió: Hubieron momentos de felicidad, pero me
perdí otros muchos por no saber reconocerlos. Y entonces la abuela le dijo a la
niña lo que he aprendido después de todos estos años es que la felicidad no
llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando sabemos disfrutar de lo
que tenemos, no soñando con el mañana sino viviendo el hoy. Atesora cada
momento de tu vida y recuerda que el tiempo no espera por nadie. Trabaja como
si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubiesen herido y baila como si
nadie te hubiese viendo. Ya que no hay mejor momento para la felicidad que
justamente este.
INTRODUCION
Todos sentimos el deseo y
la llamada a ser feliz, a hacernos cargo de la propia vida, a realizarla
plenamente y a no desperdiciarla. Este es el primer deseo que Dios tiene para
cada uno de nosotros: que nuestro amor no se apague, sino que crezca hasta la
entrega de sí. Por eso Jesús se ha hecho cercano y quiere atraernos con lazos
de su amor; para sentimos amados y acompañados. Entonces nuestra existencia se
convierte en un camino hacia la felicidad, hacia una vida plena y sin
fin. Un camino que luego se encarna y se realiza en una opción de vida, en una
misión específica y en las múltiples situaciones cotidianas.
No debemos esperar a
situaciones ideales. Una vida la vamos plenificando orientando nuestro ser a
nuestra vocación esencial: el amor. El amor es la primera vocación
compartida por todos los seres humanos pero es necesario no equivocarse en las
opciones de vida, al menos en las fundamentales para no errar el camino. Y
las primeras señales que debemos seguir son precisamente nuestros deseos, lo
que sentimos en nuestro corazón que es bueno para nosotros y, a través de
nosotros, para el mundo que nos rodea.
Sin embargo, cada día
experimentamos cómo es fácil engañamos a nosotros mismos, porque nuestros
deseos no siempre corresponden a la verdad de lo que somos. Es fácil que en
nuestro vivir cotidiano los deseos de nuestro corazón sean fruto de una visión
parcial, que surjan de heridas o frustraciones, que estén dictados por una
búsqueda egoísta de nuestro propio bienestar o, incluso, a veces llamamos
deseos a lo que en realidad son ilusiones. Por eso es necesario el
discernimiento, comprender, con la gracia de Dios, lo que debemos elegir en
nuestra vida, lo que nos conviene. El discernimiento sólo es posible a
condición de que nos escuchemos a nosotros mismos y escuchemos la voz de Dios
en nosotros, superando la tentación tan actual de seguir nuestro propio interés
para hacer coincidir nuestros sentimientos con la verdad absoluta. Se precisa pasar
de una mera autorrealización buscando la mera satisfacción de nuestros
deseos, a la auto trascendencia ajustándonos a la voluntad de Dios.
Hemos de afrontar el
esfuerzo de excavar en nuestro interior, profundizar y purificar nuestros
deseos para que coincidan con el proyecto que Dios tiene para nuestra vida. La
vocación se reconoce cuando ponemos en diálogo nuestros deseos profundos con
la obra que la gracia de Dios realiza en nosotros. Quien nos llama, a quién
nos llama, para qué nos llama. Gracias a esta confrontación, la noche de las
dudas y de los interrogantes se despeja poco a poco y el Señor nos hace
comprender qué elección debemos tomar.
Se trata de una nueva
forma de vivir, en Cristo como Cristo, nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios (Col 3, 3). Más allá de la renuncia de no dejarnos arrastrar
por falsos ídolos, dioses, supone estar arraigado en su amor y fidelidad,
tener el corazón arraigado en Dios. No poner acento en la pérdida sino en la
ganancia, nuestra vida centrada e impulsada por su amor.
El Evangelio es buena
noticia no mala vieja. Estamos llamados a vivir cimentados en su amor, bogar
mar adentro y desplegar las velas las alas del amor, sumergirnos en toda esa
corriente de amor. Hemos de poner su unción en todo lo que hacemos y vivimos. Hagámoslo
por amor como respuesta a su amor y su fidelidad. (Este el verdadero
criterio de discernimiento)
Sacerdotes por puro amor,
no hay otra lógica sino la del amor. Atrevámonos a ser de nuevo ungidos,
tocados renovados. Atrevámonos a abrir el corazón el tocará y sanará nuestras
heridas y nos hará ver la salvación. Ver toda nuestra vida como parte de una
historia de amor que el Señor extiende por generaciones. Somos llamados para
que la luz de la salvación llegue a los rincones más lúgubres, la de hoy es una
segunda llamada una segunda unción dentro de la primera. El Reino de Dios se
actualiza hoy para hacer la vida más dichosa, más digna a los más indigentes y
vulnerables de la tierra.
Necesitamos repensar
nuestro modo de ser discípulos de Cristo tomando el modo de amar, el modo de
ser y de vivir de Cristo. La vocación es una cuestión de amor no de
cargos u oficios a desempeñar. El sacerdocio solo se comprende a la luz del
sacerdocio de Cristo. Es necesaria una nueva mentalidad y nuevos caminos de
formación, porque a menudo el sacerdote es educado para ser un líder solitario,
un hombre solo al mando del pueblo de Dios. Somos pobres servidores necesitados
de Dios y de los otros, somos pequeños y estamos llenos de limitaciones, pero
somos discípulos del Maestro. No podemos quedarnos encerrados en aspectos
formales o académicos para hacer del sacerdote un mero administrador de ritos y
prácticas religiosas.
No hemos de buscar las
obras del Señor. Más allá de amarle por lo que nos pueda dar, debe ser amado
por él mismo. Con el Señor nunca se pierde nada, el Señor nunca rompe su
promesa. El que inició su obra la llevara a cabo aún por caminos tortuosos. Él
nos promete que no nos faltará su gracia, su ternura y su amor.
Después de haber comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me
amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le
dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?»
Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis
ovejas.»
Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se
entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le
dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas. (Jn 21, 15-17)
El epílogo del evangelio
de Juan nos da la clave de comprensión e interpretación de donde arranca la
vocación y misión del apóstol. La aparición de Jesús se enmarca en el mismo
lugar de la primera llamada, a orillas del mar de Galilea, no temas yo te haré
llegar a ser pescador de hombres. Se trata como de una segunda llamada dentro
de la primera. Esta llamada tiene un nuevo punto de referencia. Antes cuando
eras joven ibas donde querías. A partir de ahora será otro quien te guie y te lleve
por donde tu no irías. Antes ponías tu confianza en ti mismo, en tus
seguridades, ahora debes de dejarte guiar poniendo tu confianza en otro.
Después de aparecerse resucitado y de haber partido y compartido el pan y antes
de conferirle el encargo la nueva misión de apacentar le llama aparte y le
interroga por tres veces a cerca del amor.
Sorprende que el
evangelista utilice tres términos diferentes para referirse al amor:
Eros: amor carnal o sensual (domina el instinto, la
concupiscencia)
Philia: amor de amistad (domina la razón y la voluntad)
Agapé: amor de comunión (unidad íntima regida por la
benevolencia: el Espíritu de amor)
Se trata de una nueva
concepción del amor. Expresa la relación de Jesús con sus discípulos.
Las tres preguntas dejan
entrever un proceso de purificación y maduración del amor. El amor sensual de
atracción necesita de una purificación, se muestra egoísta, vehemente, débil e
inseguro. El amor supone un éxtasis, salir de uno mismo para ocuparse y
preocuparse por el otro (busca el bien del amado). El amor pide constancia y
estabilidad (fidelidad, para siempre). La persona debe amar como persona
unitaria más allá de uno mismo. El amor engloba la persona entera (todas las
dimensiones). El verdadero amor se da en el don de sí a Dios y a los demás.
Material de apoyo: Erich Fromm, El arte de amar; Amadeo
Cencini, Por amor, con amor, en el amor; Vida en comunidad reto y maravilla;
La vida fraterna: comunión de santos y pecadores. Luis Rubio Morán, Nuevas
vocaciones para un mundo nuevo.
I EL PROCESO DE
MADURACION EN EL AMOR
a. La vida en proceso
La vida se vive en
camino, es un largo itinerario, es un proyecto que hemos de realizar. No se trata de sobrevivir sino de vivir bien, de
ser felices. Todos nos preguntamos como ser felices como llegar a ser hombre.
No está pautado, es algo a recorrer, a aprender. Hemos de aprender a vivir, a
amar a sufrir, a morir. La vida nunca es algo ya dado, realizado o acabado. Se
trata de un proceso integrativo purificación-humanización-divinización
donde el que guía el proceso es el Espíritu santificador. Mientras estemos
vivos estaremos siempre en una situación precaria, de interacción, de
adaptación, de cambio, de no equilibrio, en búsqueda continua, de
transformación que genere un nuevo equilibrio.
b. No hay que
desperdiciar ninguna etapa de la vida
La vida no se vive sin
interferencias, sin cambios. El ser humano reacciona, asimila, rechaza, asume e
integra. Hace su propia síntesis y va forjando así su personalidad. Se necesita
un centro, un modelo desde donde discernir nuestras opciones y orientaciones.
Dios ha revelado en Cristo el modo en que debemos conducirnos en el transcurso
de la vida. Se necesita escuchar y seguir las llamadas que brotan del corazón
de la propia vida. Uno debe determinar la dirección de fondo el sentido radical
de su existencia. Un signo de gran sabiduría es no arrojar por la borda
ningún trozo de la vida sino componer y recomponer continuamente en un diseño
nuevo lo que ya hemos vivido porque entonces nuestra historia se convierte
cada vez más en lugar de encuentro con Dios y con nosotros mismos (Amadeo Cencini)
Sucede con frecuencia que sólo cuando volvemos la vista atrás advertimos la
presencia de Dios en nuestras vidas (J Henry Newman)
c. La vida una schola
amoris
Cada etapa de la vida
estamos llamados a vivirla con pleno sentido porque cada etapa presenta una
significación peculiar. Cada fase de la vida tiene el privilegio de vivirse con
una impronta, un sello característico. Esta búsqueda de sentido se
acentúa en la medida que la vida avanza y se agudiza en los momentos de crisis
que conlleva cada etapa y sobre todo en la etapa final de la vida. El fin del
hombre no es la muerte. La muerte no puede ser vista como algo negativo, como
un renunciar impuesto desde fuera sino como el momento decisivo del encuentro
con nuestro Creador y autor de la vida. Venimos de Él y caminamos al encuentro
con Él. El hombre no es un ser abocado a la muerte sino a la vida, a la
Resurrección. El hombre es un ser del encuentro para el encuentro, es un ser
hecho para el encuentro y la muerte es el encuentro definitivo.
El amor es la vía más
certera para llegar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie conoce la esencia de otro ser si no lo
ama. A través del amor se contemplan los rasgos esenciales de la persona amada,
toda su potencialidad, aunque no haya sido plenamente revelada. Mediante el
amor, la persona que ama capacita al amado a actualizar sus posibilidades
ocultas.
d. El amor es un
proceso de crecimiento, un camino, un arte a aprender
Hemos
de saber que el amor es un proceso de crecimiento lento, un camino
integrativo, el aprender a amar es un verdadero arte, tal como es un arte el
vivir. Si deseamos aprender a
amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos
aprender cualquier otro arte.
¿Cuáles son los pasos
necesarios para aprender cualquier arte? El proceso de aprender un arte puede
dividirse convenientemente en dos partes: una, la teoría y la otra, la
práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina, primero debo conocer los
hechos relativos al cuerpo humano y a las diversas enfermedades. Una vez
adquirido todo ese conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente
en el arte de la medicina. Sólo llegaré a dominarlo después de mucha práctica,
hasta que eventualmente los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi
práctica se fundan en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de
cualquier arte.
Pero aparte del
aprendizaje de la teoría y la práctica, un tercer factor es necesario para
llegar a dominar cualquier arte -el dominio de ese arte debe ser un asunto
de fundamental importancia; nada en el mundo debe ser más importante que el
arte. Esto es válido para la música, la medicina, la carpintería y el amor. Y
quizá radique ahí el motivo de que la gente de nuestra cultura, a pesar de sus
evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones trata de aprender ese
arte. No obstante, el profundo anhelo de amor, está
casi apagado por dar más importancia al éxito, prestigio, dinero, poder;
dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos
objetivos y muy poca a aprender el arte del amor. Sucede acaso que sólo se
consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero
o prestigio, y ¿que reporta el amor si parece que sólo beneficia al alma?
El hombre está dotado de
razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de
sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia
de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de
vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra
su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la
conciencia de su soledad y su «separatidad», de su desvalidez
frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su
existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no
pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra
forma con los demás hombres, con el mundo exterior. Se precisa excavar en
nuestro deseo para dar con el deseo de amar y ser amado. El amor es el
deseo más profundo de la persona de forma que cuando no amamos y somos amados
la vida pierde sentido. El hambre más profunda del hombre es el hambre de amor.
Un pobre no solo tiene hambre material de pan, sino hambre espiritual de amor,
de ser reconocido, ser amado (Madre Teresa de Calcuta).
Somos espíritu encarnado
(unidad psicosomática), cuerpo y alma. El amor es parte integral de la persona.
El amor no es solo espiritual, al igual que el cuerpo, la sexualidad no
pertenece a la pura materialidad del ser. No se trata ni de exaltar el cuerpo
(la idolatría del cuerpo) ni de la pura espiritualización del amor. Espíritu y
cuerpo se compenetran recíprocamente. Todo está integrado en el conjunto de la
libertad de nuestra existencia.
II CRECIMIENTO Y
MADURACION EN EL AMOR
El amor transita las
distintas fases de la vida humana. Al igual que la vida es un fenómeno dinámico, un proceso de crecimiento,
el amor aparece como un deseo, una búsqueda que toca las inclinaciones más
hondas de toda persona. El desarrollo del amor supone un camino de crecimiento
y maduración de este deseo: éxodo, purificación, elevación. Éxodo
como un salir de mi yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de
sí. Purificación de un deseo infirme, imperfecto, inseguro buscando la
exclusividad y fidelidad. Elevación en cuanto aspira a lo definitivo y
para siempre. El desarrollo es donde se verifica el misterio y que esta ley
impresa en el corazón inscrita como promesa se lleve a cumplimiento. De su
cumplimiento o realización dependerá nuestra felicidad. Este camino será camino
de santidad en cuanto será el Espíritu del amor y la santidad quien lo lleve a
término.
Las fases de crecimiento
se alternan con periodos de crisis que serán la ocasión de crecer y madurar en
el amor. Hemos de saber afrontar y convivir con estas crisis como etapas
normales del camino de la vida y la maduración en el amor. No debemos perder nunca la conciencia de una unidad
indivisible entre las distintas dimensiones de la persona y entre las
distintas etapas o fases de la vida. La vida es unitaria y el individuo una
persona íntegra. No hay ninguna fase que sea la mejor y todas están interrelacionadas
entre sí. La persona ha de reconocer y aceptar (no suprimir) las propias
inconsistencias. El modelo de la integración no es la negación (método
defensivo instrumental) con mecanismos de autodefensa sino de saberlas
gestionar y caminar hacia la integración con mayor autenticidad.
a. Amor joven: Deseo
que nace
Las características de
este amor joven responderían a un amor pasional, de sentimiento intenso, fresco
y lleno de dinamismo y vitalidad. A su vez puede parecer ingenuo, idealista,
seguro de sí. El impulso vital contrasta con la falta de experiencia. El primer
amor, amor joven, es apasionado (eros, atracción corporal) requiere de
una purificación e integración para pasar al amor de verdadera amistad (philia).
El eros degradado a puro placer erótico convierte la persona en puro objeto de mercancía.
El eros quiere remontarnos en éxtasis hacia lo divino, llevarnos más allá de
nosotros mismos por eso que necesita un camino de elevación y purificación
(Benedicto XVI, Dios es amor)
En esta etapa el joven
impulsado por una confianza plena en los ideales se ve con la capacidad
transformadora de cambiar el mundo. Hay una especie de éxodo, éxtasis,
que moviliza toda la persona. Esta opción vital esta movilizada por el yo
ideal que trasciende los límites del yo actual. El sujeto siente una
profunda atracción por algo verdadero, bello y bueno. Su motivación, más bien
del orden estético que ético. Es la de lanzarse a amar como una aventura ante
una propuesta de amor altruista. De la fascinación se pasa a la adhesión. La
persona debe dar el paso de abandonarse en el otro dejando la pretensión de bastarse
así mismo, de ser dueño absoluto de su propia vida. Para desear el bien real
hemos de abandonar y dejar el bien aparente.
Esta fase de
enamoramiento canaliza las energías de la persona. Si bien es preciso la
purificación del deseo pues al principio se mezclan los intereses personales
con los de la persona amada. Hemos de dejar los polos de atracción, abandonar
los propios gustos y descubrir el sutil engaño de ciertas carencias afectivas
que acaban reduciendo la libertad interior. La purificación del deseo lo hace
crecer y lo concentra cada vez más en el objeto que desea y espera. La fijación
del deseo supone una cierta instrumentalización que pide que la persona amada
no sea amada como una cosa sino como una persona. hemos de saber reconocer el
deseo de poseer al otro. Se ha de pasar de una relación objetual a una relación
personal (paso del eros al philia). Es muy importante cuidar la
alteridad como parámetro del desarrollo. Lo que hay que intentar es que surja y
crezca cada vez más el deseo de amar con todo el ser y toda la vida. El
enamoramiento es catapulta de un amor loco, entrega al amado su yo, lo
que tiene y lo que es, lo más profundo de su ser. Como respuesta a esa
alteridad la otra persona, el tú, debe ser acogida en toda su persona,
desde lo más profundo del ser. La misma
promesa de fidelidad, dar el corazón, significa acogida de la mirada, la
palabra y el amor del otro. La disponibilidad (docibilitas), la gratitud
y la generosidad mueven a la persona a consolidar los lazos afectivos.
En esta etapa se da la
purificación del deseo. Caminar en autenticidad pide el reconocimiento de
las limitaciones y carencias afectivas, reconocer la propia inmadurez (reconocer
y aceptar lo que de negativo hay en nuestra propia historia). Pide no tener
miedo al conocimiento de nosotros mismos, descenso a los infiernos. El
conocimiento de sí conlleva el reconocimiento de mis propias inconsistencias,
de las áreas más vulnerables de nuestra personalidad. En esta etapa de
maduración juega un papel importante el terreno afectivo y sexual. Nadie nace
afectivamente maduro. No hay crecimiento alguno que no implica la renuncia y el
morir. El amor en esta etapa no responde plenamente a las exigencias de
verdadera afectuosa intimidad. La persona todavía se mueve por propio interés y
utilitarismo. El amor permanece arraigado al mundo de las emociones, es
inconsistente y pide permanencia, estabilidad y pide la aceptación del otro.
b. Amor adulto: Deseo
con fuerte oposición
La persona se encuentra
en la plenitud de la vida tanto a nivel físico, psíquico, intelectual y
espiritual. A menudo la persona se siente muy comprometido, activo, responsable
y muy gratificado. Pero esta imagen estereotipada del ideal debe confrontarse
con el yo real y actual. A menudo en esta etapa aparecen nuevas dificultades
que son causa de una desilusión profunda. Con el paso de los años empieza a no
sentir el entusiasmo que le sostuvo en los primeros años. Supone afrontar la
soledad como sedienta de intimidad. La persona tendrá la tentación de sublimar
este deseo con la actividad. La prueba es el instrumento del que Dios se sirve
para destruir los falsos ídolos y apegos para ganar en libertad interior. Uno
debe estar dispuesto a buscar a Dios por lo que es y no por sus obras, por lo
que nos da. Debe estar dispuesto a la prueba del aparente silencio y ausencia
de Dios. Se trata de elegir entre el proyecto de Dios o el proyecto de la
criatura. Cuando falta el objeto del deseo este mismo deseo se robustece
orientándose en la justa dirección.
Este tiempo supone pasar
de una fase de adolescencia-juventud a una fase de juventud-adultez. Se precisa
pasar de la auto realización y auto gratificación a la auto trascendencia.
Esta crisis conlleva la pérdida del sentido de trascendencia que
empobrece todas las relaciones al sentir a Dios ausente y no encontrar la forma
de mediar con el que había sido su guía e interlocutor. El núcleo más
inconsistente es el que conlleva la pérdida de la relación de intimidad con
Dios. Al confiar su maduración a lo que viene de afuera, la opción se vuelve
incierta e insegura.
Esta etapa supone una crisis
de realismo. La persona vive una identidad insegura e inestable lo que
conlleva un sentido de pertenencia igualmente ambiguo. La prueba de la
consolidación supone la entrada en la dimensión esponsal que demanda la
estabilidad y durabilidad. El amor debe purificarse de las emociones negativas
propias de una orientación egoísta. Pide aceptación, confianza y fidelidad para
consolidar los lazos afectivos (afectuosa intimidad). Esta integración del
sentido nos abre a una nueva percepción del valor de la persona, de la
afectividad y del cuerpo. El amor pide una segunda purificación de las
emociones y sentimientos negativos. Esto demanda la integración de las demandas
externas y la aceptación del otro en su profundo ser.
c. Amor maduro: deseo
liberado
Tras la juventud de la
primera etapa de la vida adulta en que la persona se adapta a las demandas
externas acontece esta etapa de madurez donde la persona precisa dar un giro
copernicano. Dejar de orientarse hacia fuera de uno mismo y reencontrarse
en la propia interioridad, en busca de una correcta identificación consigo
mismo. Generalmente coincide con la crisis de la mitad de la vida que
desemboca en un mejor conocimiento propio y en una nueva identificación. La
crisis de la mitad de la vida cambia nuestro ritmo vital, aparecen síntomas del
deterioro de la memoria, el desgaste, el decaimiento, el cansancio y
agotamiento y se muestran más perceptibles el deterioro físico lo que nos sitúa
en el horizonte final de la muerte (miedo a morir). Aparece con más
evidencia la incapacidad, el límite y la conciencia dolorosa de la propia
fragilidad. Se esfuman las ilusiones propias de la juventud y aparece la
apatía (tedium vitae), la desilusión. Se debilitan las certezas de
nuestras seguridades (crisis de realismo con la consiguiente pérdida
de significado) y necesitamos de una nueva reorientación. Sentimos
cierta inestabilidad emocional e incertidumbre, soledad, vacío interior y
muchas veces se suma a la debilidad psíquica aridez espiritual (crisis de fe).
En esta pérdida de
sentido y significado se relativiza todo también el amor. Al relativizar el
amor se cae en la mediocridad. El miedo a la muerte lleva a la persona a
replegarse, reservarse para sí. Se relativizan los valores que daban
consistencia a la vida lo que genera una carencia de pasión. Se intenta
reprimir la afectividad con hobbies, distracciones, adicciones que debilitan una
relación afectiva madura.
Se precisa de un nuevo
nacimiento, una nueva conversión que pase por la muerte a nuestro yo narcisista
a un amor oblativo y esponsal. Bajar
al fondo de nuestro propio límite y saberlo ofrecer. Se requiere tener coraje
para destruir lo viejo y construir algo nuevo. Esto supone estar dispuesto a
arriesgarlo todo y perder el miedo a morir. Cuando exponemos nuestra vida al
desnudo y más desposeídos nos encontramos, más nos capacitamos para abrirnos a
un amor más verdadero. Hemos de nacer al amor desinteresado de total donación
al otro (ágape). En el amor esponsal o conyugal se da la unión total con
la aceptación total del otro (darse sin reservas y plenamente). Este amor pide
autenticidad, constancia y perseverancia para entrar en una comunión más plena
y fecunda.
Esta etapa pide la
superación de la crisis de la dejación y desasimiento. Para ganar en libertad
interior la persona debe estar dispuesta de no poner la atención en las obras
sino en pasar a concebirse la obra de Dios. Esta etapa supone la entrada en el
amor fecundo y generativo. Nos abre a una comunión más profunda que integra
toda la realidad del nosotros, la familia.
d. Amor hasta el fin: amor
deseado aunque no plenamente realizado
La vida sigue adelante si
bien nuestro deterioro psíquico físico va aumentando. El cuerpo envejece antes
que la mente y el corazón, necesitamos transitar por la etapa de la enfermedad,
ancianidad sin que el amor mengue, sino todo lo contrario crezca. Mas que el
tiempo del envejecimiento o decrecimiento debería llamarse el tiempo hacia la
plenitud. En general se ve la vejez como una edad residual, mutilada,
decadente, como una juventud perdida. Sin embargo, la vejez es el tiempo de la
plenitud armónica de la vida.
Hemos de aprender a
morir y aprender a envejecer. Son
pocos los que saben ser viejos. Envejecer no es fácil ni natural. El tiempo de
la ancianidad es el tiempo de hacer síntesis y lograr una integración y
unificación de nosotros mismos. El amor hace la síntesis. A esta edad
corresponde un amor peculiar. Este amor se caracterizaría por un camino
integrativo de las contradicciones y polaridades de la vida. Al final de la
vida nos damos cuenta de qué es lo verdadero, lo bello, lo bueno, lo eterno que
permanece para siempre. Todo es fugaz y pasajero solo el amor permanece (1 Co
13, 8).
Toda la vida está
transida por la sensación de una espera a la vez dolorosa y confiada. La vida
solo tiene sentido si se ama incondicionalmente a alguien, a un tú que dará
sentido a todo el pasado y a todo el presente y con el que se vivirá un futuro
para siempre. Es aquí donde comienza
nuestra espera. Espera dolorosa porque exige separarse del modo de presencia
primitiva y confiada porque se desea ardientemente.
Para el célibe se hace la
espera también dolorosa y confiada. Dios es ese Tu, radicalmente otro, que
responde a esa espera tan humana. Se desea ardientemente a Dios y a la vez uno
se percibe a veces tan alejado de los deseos de Dios. Dios más intimo a cada
uno que su intimidad más honda. Dios, el radicalmente otro que continuamente
invita a salir de uno mismo y a volar cada día más alto hasta en encuentro
definitivo con él.
e. Contraste y
semejanza
Uno podría renunciar a
amar por ver la desproporción entre mi amor tan limitado del que intenta amar y
el amor con el que Él nos ama. Que es mi amor en comparación con su amor
infinito. Existe la misma desproporción que entre la fuente y el manantial. Más
sin embargo se puede hablar también de semejanza.
San Bernardo, en su
sermón 83 sobre el Cantar, dice: El amor basta por sí solo, satisface por sí
solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo.
El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho;
su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa
es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que
vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre
todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con
que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior,
lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto,
cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para
que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que
se aman entre sí. El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor,
sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en
corresponder a su amor.
¿Puede la esposa dejar de
amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado
el que es el Amor por esencia? Con razón renuncia a cualquier otro afecto y
se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la
manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se
vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial
perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es
el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la
criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la
fuente.
Según esto, ¿no tendrá
ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor
del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a
la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel,
en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el
sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque
la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser,
nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por
ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el
que así ama sea poco amado.
III. EL PROCESO DE
INDIVIDUACIÓN.
Tratemos ahora más
detenidamente y ampliamente este proceso evolutivo en relación con otros
procesos correlacionados.
a. El proceso de
individuación. La emergencia del Yo
La individuación se refiere al proceso mediante el cual una
persona se convierte en un individuo único, desarrollando una identidad propia
y autónoma. Es un proceso de autodescubrimiento (descubrimiento del yo)
que implica integrar aspectos conscientes e inconscientes de la
personalidad. Se trata de un proceso que requiere del crecimiento del
sujeto y del desarrollo de diferentes capacidades psíquicas, apareciendo a lo
largo del desarrollo humano y durando, en realidad, buena parte de la vida.
Este proceso es
especialmente relevante y visible durante la adolescencia, momento en que la
individuación de la persona le hace capaz de generar su propia identidad,
diferenciándose de sus progenitores y empezando a reconocerse a sí mismo como
ente propio y único. Para ello es necesario asimismo que exista una
pertenencia, una vinculación con el entorno familiar y cultural que permita
tener un punto de partida y un ambiente que facilite el proceso. Todo
ello permitirá generar proyectos de futuro coherentes con uno mismo, así
como la posibilidad de vincularse o desvincularse del mundo de forma sana y
sincera.
La individuación es un proceso de crecimiento personal que lleva a
la plena realización del ser. Implica la unión de los opuestos, tanto
conscientes como inconscientes, para formar una totalidad equilibrada. La
individuación conduce a una mayor independencia, autenticidad y capacidad para
tomar decisiones propias. La individuación se concibe como un proceso
de diferenciación, constitución y particularización de la propia esencia, de
tal manera que el sujeto pueda descubrir quién es y permite desarrollar la
personalidad.
El proceso de
individuación es el proceso mediante el cual un sujeto emerge de su estado
de simbiosis con otra entidad, ya sea esta la madre, el contexto social o la
propia naturaleza, y se convierte en un individuo autónomo (E.
Fromm). La historia de la humanidad y la historia de cada individuo en
particular es el reflejo de esta lucha por la liberación de los vínculos
que nos encadenan a entidades más grandes, así como del coraje por
convertirnos en los seres que nos empeñamos en ser.
El proceso de
individuación que supone la conversión en individuos autónomos implica
tanto una mayor fortaleza del sujeto que se independiza de su entorno
como una mayor soledad, o menor identificación con el mismo. La base de
todo este proceso es el ego (S. Freud), a partir del cual iremos avanzando en
la comprensión de los aspectos hasta ese momento negados y poco a poco
aceptándolos e integrándolos.
En este sentido se van a
ir integrando en primer lugar los aspectos personales
individuales, trabajándose las experiencias emocionales reprimidas
inicialmente ante la consideración de su inadecuación o conflictividad o
la vivencia de traumas, para posteriormente integrar también elementos propios
del inconsciente colectivo, añadiéndose al desarrollo la elaboración de los
arquetipos heredados culturalmente (C. Jung). Asimismo, también se irán
desarrollando e integrando los diferentes procesos básicos que configuran la
personalidad.
Primero se pasa por una
fase en que empieza a nacer el ego (previamente no hay conciencia de
individualidad), posteriormente al llegar a la pubertad empieza a haber un
alejamiento del entorno y una búsqueda de la identidad, aparece la adaptación a
su rol y la integración del yo y finalmente una cuarta etapa en que se da
la búsqueda de un significado del sí mismo. Sería en esta última cuando mayor
probabilidad hay de que se den los procesos necesarios para terminar de
individuarse.
b. La emergencia del
Yo frente al Tu eterno
No nos conocemos a
nosotros mismos sino a través de sabernos conocidos por Otro (el Tu eterno).
Para que pueda darse el descubrimiento del Yo se precisa el reconocimiento de
Otro. Nadie puede ser conocido sino en la reciprocidad. El hombre se torna
un Yo a través del Tú. Nosotros no nos damos el ser, el nombre. Lo
recibimos de otro que nos nombra de una forma única e irrepetible. Somos en
cuanto somos nombrados por el que nos da el ser, nuestro Padre (Palabra
Primordial). “Tú eres mi hijo muy amado, yo te he engendrado” (Mt 3, 17).
El auto conocimiento pide la auto trascendencia.
El Tú viene a mí a través
de la gracia; no es buscándolo como lo encuentro (es respuesta a una elección,
llamada). Al dirigirle la palabra primordial entro en relación personal,
directa, inmediata con él. Esta relación interpersonal significa elegir y ser
elegido. Me realizo al contacto con el Tú, al volverme Yo digo Tú. Toda vida
verdadera es encuentro.
El Tú eterno se nos
presenta entrando en relación con nosotros y es a través de este encuentro
primordial como entramos en relación directa con él. Lo que verdaderamente
importa es la aceptación de su presencia, reconocer que en él existimos y
somos, y descansar en su plenitud. Entonces es él quien actúa. La relación
comporta ser elegido y elegir y es a la vez pasión y acción.
Entrar en relación con el
Tú del ser eterno no significa desentendernos del mundo descuidándonos de todo
sino establecer una relación con el mundo y los otros sobre su verdadero
centro. Vivir en su presencia es ver al mundo y a los otros en Dios. No excluir
nada, no olvidar nada, incluirlo todo, el mundo entero en el Tú del ser eterno.
No captar nada fuera de Dios, sino captarlo todo en él, he aquí la relación
completa.
c. La individualidad.
En el pequeño infante,
la yoidad apenas se ha desarrollado; él aún se siente uno con su madre, no
experimenta el sentimiento de separatidad mientras su madre está
presente. Su sensación de soledad es creada por la presencia física de la
madre, sus pechos, su piel. Sólo en el grado que el niño desarrolla su
sensación de separatidad e individualidad, la presencia física de
la madre deja de ser suficiente y surge la necesidad de superar de otras
maneras la separatidad.
Resulta difícil conjugar la
igualdad y la diferencia. Somos iguales en cuanto naturaleza y dignidad
pero sin perder la unicidad de ser cada uno distinto a los demás, únicos e
irrepetibles. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o
pensamientos que me hagan diferente, si me adapto en las costumbres, las ropas,
las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado; salvado de la temible
experiencia de la soledad pero sumergido en la masa indiferenciada.
La unión por la
conformidad no es intensa y violenta; es calma, dictada por la rutina, y por
ello mismo, suele resultar insuficiente para aliviar la angustia de la
separatidad. El consenso de todos sirve como prueba de la corrección de
«sus» ideas. Puesto que aún tienen necesidad de sentir cierta individualidad,
tal necesidad se satisface en lo relativo a diferencias. En un contexto
religioso, igualdad significa que todos somos hijos de Dios, que todos
compartimos la misma dignidad, naturaleza humano-divina, que todos somos uno.
Esto significaba también
que deben respetarse las diferencias entre los individuos, que, si bien es
cierto que todos somos uno, también lo es que cada uno de nosotros constituye
una entidad única, un cosmos en sí mismo. Tal convicción acerca de la unicidad
del individuo se expresa, por ejemplo, en la sentencia talmúdica: «Quien salva
una sola vida, es como si hubiera salvado a todo el mundo; quien destruye una
sola vida, es como si hubiera destruido a todo el mundo».
Hombres y mujeres son
idénticos, no iguales como polos opuestos. La sociedad contemporánea predica el
ideal de la igualdad no individualizada, porque necesita átomos humanos, todos
idénticos, para hacerlos funcionar en masa, suavemente, sin fricción; todos
obedecen las mismas órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que
siguen sus propios deseos.
Desde el nacimiento hasta
la muerte, todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede
un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre,
un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de
vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar
y el miedo a la nada y a la separatidad? ¿Se tata del amor como solución
madura al problema de la existencia, o nos referimos a esas formas inmaduras de
amar que podríamos llamar unión simbiótica?
La unión simbiótica tiene su patrón biológico en la relación entre la
madre embarazada y el feto. Son dos y, sin embargo, uno solo. Viven «juntos» (sym-biosis),
se necesitan mutuamente. El feto es parte de la madre y recibe de ella cuanto
necesita; la madre es su mundo, por así decirlo; lo alimenta, lo protege, pero
también su propia vida se ve realzada por él. En la unión simbiótica psíquica,
los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo
de relación. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión.
En un contexto religioso,
el objeto de la adoración recibe el nombre de ídolo; en el contexto secular de
la relación amorosa masoquista, el mecanismo esencial, de idolatría, es el
mismo. La relación masoquista puede estar mezclada con deseo físico, sexual; en
tal caso, trátase de una sumisión de la que no sólo participa la mente, sino
también todo el cuerpo.
La forma activa de la
fusión simbiótica es la dominación, o, para utilizar el término correspondiente a masoquismo, el sadismo. La
persona sádica quiere escapar de su soledad y de su sensación de estar
aprisionada haciendo de otro individuo una parte de sí misma. Se siente
acrecentada y realzada incorporando a otra persona, que la adora.
d. El verdadero amor
es dar, es darse
El amor es una
actividad que supone dar, no un
afecto pasivo de simplemente recibir; y ¿qué es dar? Por simple que parezca la
respuesta, está en realidad plena de ambigüedades y complejidades. El
malentendido más común consiste en suponer que dar significa renunciar a algo,
privarse de algo, sacrificarse.
La gente cuya orientación
fundamental no es productiva, vive el dar como un empobrecimiento, por lo que
se niega generalmente a hacerlo. Algunos hacen del dar una virtud, en el
sentido de un sacrificio. Sienten que, puesto que es doloroso, se debe dar, y
creen que la virtud de dar está en el acto mismo de aceptación del sacrificio.
Para ellos, la norma de
que es mejor dar que recibir significa que es mejor sufrir una privación
que experimentar alegría. Para el carácter productivo, dar posee un significado
totalmente distinto: constituye la más alta expresión de potencia.
En el acto mismo de dar,
experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y
potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como
desbordante, pródigo, vivo.
Dar produce más
felicidad que recibir, no porque
sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi
vitalidad. Si aplicamos ese principio a diversos fenómenos específicos,
advertiremos fácilmente su validez.
¿Qué puede dar una
persona a otra? El mayor acto de amor es el de darse así misma, dar lo más
precioso que tiene, el don de su propia vida. Ello no significa necesariamente
que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él
-da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su
humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que
está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona,
realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da
con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Pero, al dar,
no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la
vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar
de recibir lo que se le da en cambio. Dar implica hacer de la otra persona un
dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado al darse mutuamente.
Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten
agradecidas a la vida que nace para ambas. En lo que toca específicamente al
amor, eso significa: el amor es un poder que produce amor; la impotencia es la
incapacidad de producir amor.
e. Elementos
constitutivos del amor
Además del elemento de
dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica
ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor. Esos elementos
son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
Que el amor implica
cuidado es especialmente evidente
en el amor de una madre por su hijo. Ninguna declaración de amor por su
parte nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, si deja de
alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico; y creemos en su
amor si vemos que cuida al niño. Lo mismo ocurre incluso con el amor a los
animales y las flores. Si una mujer nos dijera que ama las flores, y viéramos
que se olvida de regarlas, no creeríamos en su amor a las flores.
El amor es la
preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay
amor. El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la
responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber,
algo impuesto desde el exterior.
La responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente
voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro
ser humano. Ser responsable significa estar listo y dispuesto a «responder». La
responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no
fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor
y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere
= mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su
individualidad única.
Respetar significa preocuparse por que la otra persona
crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia
de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí
misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra
persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito
que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si
yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que
dominar ni explotar a nadie.
Conocimiento. Hay muchos niveles de conocimiento; el que
constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra
hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mí
mismo y ver a la otra persona en sus propios términos.
Puedo saber, por ejemplo,
que una persona está encolerizada, aunque no lo demuestre abiertamente; pero
puedo llegar a conocerla más profundamente aún; sé entonces que está
angustiada, e inquieta; que se siente sola, que se siente culpable. Sé entonces
que su cólera no es más que la manifestación de algo más profundo, y la veo
angustiada e inquieta, es decir, como una persona que sufre y no como una
persona enojada.
Pero el conocimiento
tiene otra relación, más fundamental, en relación con el amor. La necesidad
básica de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de
la propia separatidad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo
específicamente humano, el de conocer el «secreto del hombre». Si bien
la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un secreto, el
hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo y
para sus semejantes.
Nos conocemos y, a pesar
de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a
nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa,
y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades
de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento.
Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de penetrar en el secreto del
alma humana, en el núcleo más profundo que es «él». En ese anhelo de penetrar
en el secreto del hombre, y por lo tanto, en el nuestro, reside una motivación
esencial de la persona.
El amor es un camino para conocer «el secreto» que habita en cada persona. El amor
es la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi
deseo de conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos y no conozco nada. Conozco de la
única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre
-por la experiencia de la unión- no mediante algún conocimiento proporcionado
por nuestro pensamiento.
El amor es la única forma de conocimiento, que, en el acto de unión,
satisface mi búsqueda. En el acto de amar, de entregarse, en el acto de
penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro
a ambos, descubro al hombre.
El anhelo de conocernos a
nosotros mismos y de conocer a nuestros semejantes fue expresado en lema
délfico: «Conócete a ti mismo». Tal es la fuente primordial de toda psicología.
Pero puesto que deseamos conocer todo el hombre, su más profundo secreto, el
conocimiento corriente, el que procede sólo del pensamiento, nunca puede
satisfacer dicho deseo. Aunque llegáramos a conocernos muchísimo más, nunca
alcanzaríamos el fondo. Seguiríamos siendo un enigma para nosotros mismos, y
nuestros semejantes seguirían siéndolo para nosotros. La única forma de
alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende
el pensamiento, trasciende las palabras.
Cuidado,
responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes. Constituyen un síndrome de actitudes que
se encuentran en la persona madura; esto es, en la persona que desarrolla
productivamente sus propios poderes, que sólo desea poseer los que ha ganado
con su trabajo, que ha renunciado a los sueños narcisistas de omnisciencia y
omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo
la genuina actividad productiva puede proporcionar.
IV. DISTINTAS FORMAS
DE AMOR. El amor de la madre (materno), del padre (paterno), del hijo
(filiación)
a. El vínculo de amor
que genera la madre
Al nacer, el pequeño infante
sentiría miedo de morir si alguien no lo protegiera de cualquier conciencia de
la angustia implícita en la separación de la madre y de la existencia
intrauterina. Aun después de nacer, el infante es apenas diferente de lo que
era antes del nacimiento; no puede reconocer objetos, no tiene aún
conciencia de sí mismo, ni del mundo como algo exterior a él. Sólo siente
la estimulación positiva del calor y el alimento, y todavía no los distingue de
su fuente: la madre. La madre es calor, es alimento, la madre es el estado
eufórico de satisfacción y seguridad.
El amor materno es, por su misma naturaleza, incondicional.
La madre ama al recién nacido porque es su hijo, no porque el niño satisfaga
alguna condición específica ni porque llene sus aspiraciones particulares.
(Naturalmente, cuando hablo del amor de la madre y del padre, me refiero a «tipos
ideales», al principio materno y al paterno, representados en la persona
materna y paterna.)
El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos,
no sólo del niño, sino de todo ser humano; por otra parte, que nos amen por los
propios méritos, porque uno se lo merece, siempre crea dudas; quizá no complací
a la persona que quiero que me ame, quizás eso, quizás aquello -siempre existe
el temor de que el amor desaparezca-. Además, el amor merecido siempre deja un
amargo sentimiento de no ser amado por uno mismo, de que sólo se nos ama cuando
somos complacientes, de que, en último análisis, no se nos ama, sino que se nos
usa. No es extraño, entonces, que todos nos aferremos al anhelo de amor
materno, cuando niños y también cuando adultos. La mayoría de los niños tienen
la suerte de recibir amor materno.
b. El amor del niño
que empieza a crecer y aprender a amar
La realidad exterior, las
personas y las cosas, tienen sentido sólo en la medida en que satisfacen o
frustran el estado interno del cuerpo. Sólo es real lo que está adentro; lo
exterior sólo es real en función de mis necesidades -nunca en función de sus propias
cualidades o necesidades.
Cuando el niño crece y se
desarrolla, se vuelve capaz de percibir las cosas como son; la satisfacción de
ser alimentado se distingue del pezón, el pecho de la madre. Eventualmente, el
niño experimenta su sed, la leche que le satisface, el pecho y la madre, como
entidades diferentes. Aprende a percibir muchas otras cosas como diferentes,
como poseedoras de una existencia propia ese momento empieza a darles nombres.
Al mismo tiempo aprende a manejarlas; aprende que el fuego es caliente y
doloroso, que el cuerpo de la madre es tibio y placentero, que la mamadera es
dura y pesada, que el papel es liviano y se puede rasgar. Aprende a manejar a
la gente; que la mamá sonríe cuando él come; que lo alza en sus brazos cuando
llora; que lo alaba cuando mueve el vientre.
Todas esas experiencias
se cristalizan o integran en la experiencia: me aman por lo que soy o
quizá más exactamente, me aman porque soy (hijo-filiación). Tal
experiencia de ser amado por la madre es pasiva. No tengo que hacer nada para
que me quieran -el amor de la madre es incondicional-.
Todo lo que necesito es
ser -ser su hijo-. El amor de la madre significa dicha, paz, no hace falta
conseguirlo, ni merecerlo. Pero la cualidad incondicional del amor
materno tiene también un aspecto negativo. No sólo es necesario merecerlo, mas
también es imposible conseguirlo, producirlo, controlarlo. Si existe, es como
una bendición; si no existe, es como si toda la belleza hubiera desaparecido de
la vida -y nada puedo hacer para crearla. Para la mayoría de los niños entre
los ocho y medio a los diez años, el problema consiste casi exclusivamente -en ser
amado por lo que se es-.
Antes de esa edad, el
niño aún no ama; responde con gratitud y alegría al amor que se le brinda.
A esa altura del desarrollo infantil, aparece en el cuadro un nuevo factor: un
nuevo sentimiento de producir amor por medio de la propia actividad. Por
primera vez, el niño piensa en dar algo a sus padres, en producir algo -un
poema, un dibujo, o lo quiere-. Por primera vez en la vida del niño, la idea
del amor se transforma de ser amado a amar, en crear amor. Muchos años
transcurren desde ese primer comienzo hasta la madurez del amor. Eventualmente,
el niño, que puede ser ahora un adolescente, ha superado su egocentrismo; la
otra persona ya no es primariamente un medio para satisfacer sus propias
necesidades. Las necesidades de la otra persona son tan importantes como las
propias; en realidad, se han vuelto más importantes. Dar es más satisfactorio,
más dichoso que recibir; amar, aún más importante que ser amado.
Al amar, ha abandonado la
prisión de soledad y aislamiento que representaba el estado de narcisismo
y autocentrismo. Siente una nueva sensación de unión, de compartir, de
unidad. Más aún, siente la potencia de producir amor -antes que la dependencia
de recibir siendo amado- para lo cual debe ser pequeño, indefenso, enfermo -o
«bueno»-.
El amor infantil sigue el
principio: «Amo porque me aman.» El amor maduro obedece al principio: «Me aman
porque amo.» El amor inmaduro dice: «Te amo porque te necesito.» El amor maduro
dice: «Te necesito porque te amo.»
c. El vínculo de amor
que genera el padre
En estrecha relación con
el desarrollo de la capacidad de amar está la evolución del objeto amoroso. En
los primeros meses y años de la vida, la relación más estrecha del niño es la
que tiene con la madre. Esa relación comienza antes del nacimiento, cuando
madre e hijo son aún uno, aunque sean dos. El nacimiento modifica la situación
en algunos aspectos, pero no tanto como parecería. El niño, si bien vive ahora
fuera del vientre materno, todavía depende por completo de la madre. Pero día
a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el
mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde algo de su
significación vital; en cambio, la relación con el padre se torna cada vez más
importante.
Para comprender ese paso
de la madre al padre, debemos considerar las esenciales diferencias
cualitativas entre el amor materno y el paterno. La relación con el padre es
enteramente distinta a la madre. La madre es el hogar de dónde venimos, la
naturaleza, el suelo, el océano; el padre no representa un hogar natural de ese
tipo.
El padre tiene escasa
relación con el niño durante los primeros años de su vida, y su importancia
para éste no puede compararse a la de la madre en ese primer período. Pero, si
bien el padre no representa el mundo natural, significa el otro polo de la
existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el
hombre, del aprendizaje, de la ley y el orden, de la disciplina. El
padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo.
En estrecha conexión con
esa función, existe otra, vinculada al desarrollo económico-social. Cuando
surgió la propiedad privada, y cuando uno de los hijos pudo heredar la
propiedad privada, el padre comenzó a seleccionar al hijo a quien legaría su
propiedad. Desde luego, elegía al que consideraba mejor dotado para convertirse
en su sucesor, el hijo que más se le asemejaba y, en consecuencia, el que
prefería.
El amor paterno es
condicional. Su principio es «te amo porque llenas mis aspiraciones, porque
cumples con tu deber, porque eres como yo». En el amor condicional del
padre encontramos, como en el caso del amor incondicional de la madre, un
aspecto negativo y uno positivo. El aspecto negativo consiste en el
hecho mismo de que el amor paterno debe ganarse, de que puede perderse si uno
no hace lo que de uno se espera. A la naturaleza del amor paterno se debe el
hecho de que la obediencia constituya la principal virtud, la desobediencia el
principal pecado, cuyo castigo es la pérdida del amor del padre. El aspecto positivo
es igualmente importante. Puesto que el amor de mi padre es condicional, es
posible hacer algo por conseguirlo; su amor no está fuera de mi control, como
ocurre con el de mi madre.
Las actitudes del padre y
de la madre hacia el niño corresponden a las propias necesidades de ése. El
infante necesita el amor incondicional y el cuidado de la madre, tanto
fisiológica como psíquicamente. Después de los seis años, el niño comienza a
necesitar el amor del padre, su autoridad y su guía. La función de la madre
es darle seguridad en la vida; la del padre, enseñarle, guiarle en la solución
de los problemas que le plantea la sociedad particular en la que ha nacido. En
el caso ideal, el amor de la madre no trata de impedir que el niño crezca, no
intenta hacer una virtud de la desvalidez. La madre debe tener fe en la vida,
y, por ende, no ser exageradamente ansiosa y no contagiar al niño su ansiedad.
Querer que el niño se torne independiente y llegue a separarse de ella debe ser
parte de su vida. El amor paterno debe regirse por principios y expectaciones;
debe ser paciente y tolerante, no amenazador y autoritario. Debe darle al niño
que crece un sentido cada vez mayor de la competencia, y oportunamente
permitirle ser su propia autoridad y dejar de lado la del padre.
Eventualmente, la persona
madura llega a la etapa en que hace suya la figura del padre y de la madre.
Tiene, por así decirlo, una conciencia materna y paterna. La conciencia materna
dice: «No hay ningún delito, ningún crimen, que pueda privarte de mi amor, de
mi deseo de que vivas y seas feliz.» La conciencia paterna dice: «Obraste mal,
no puedes dejar de aceptar las consecuencias de tu mala acción, y,
especialmente, debes cambiar si quieres que te aprecie.»
d. La madurez en el
amor
La persona madura se
ha liberado de las figuras exteriores de la madre y el padre, y las ha
erigido en su interior. La persona madura ama tanto con la conciencia materna
como con la paterna, a pesar de que ambas parecen contradecirse mutuamente. Si
un individuo conservara sólo la conciencia paterna, se tornaría áspero e
inhumano. Si retuviera únicamente la conciencia materna, podría perder su
criterio y obstaculizar su propio desarrollo o el de los demás.
En la pubertad la persona
necesita hacer síntesis del amor materno y paterno. En esa evolución de
la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y su eventual
síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez.
El fracaso de dicho desarrollo constituye la causa básica de la neurosis. (Según
S. Freud el complejo de Edipo refleja la no resolución de esta
integración en esta etapa).
V. EL PROCESO DE
PERSONALIZACION.
a. El proceso de
personalización. Emergencia del TÚ
Es vital para la persona
crecer en el marco de relaciones vitales donde no se consideran las otros como
meros objetos sino como verdaderas personas. Los otros no son meros objetos de
la satisfacción de mis deseos sino personas dignas de todo amor siendo
conocidas y reconocidas como un verdadero tú.
Cuanto más fuerte es el
Yo desde la dualidad con el Tú primordial, tanto más personal es el hombre,
conoce su particular modo de ser. Si nos mantenemos encerrados en nosotros
mismos, contemplándonos a nosotros mismos, ocupándonos de nosotros mismos nos
delimitamos por relación a lo que no somos y perdemos nuestra humanidad.
Las relaciones para que
sean verdaderas y auténticas precisan liberarse de la voluntad de domino de
aprovechamiento y de poder. Estos impulsos nos apartan del ser y hacen
incapaces de reconocer el Tú con toda su pureza. Una verdadera relación
participa del otro como un ser digno de ser reconocido y amado tal cual es.
Toda persona nos brinda la posibilidad de una presencia en la que participo de
su ser sin querer apropiármela. Allí donde hay apropiación egoísta, donde falta
el reconocimiento y la participación no hay realidad. La participación es tanto
más perfecta cuanto más directo es el reconocimiento del tú. La relación
personal es donde nace y crece el deseo de una relación más y más elevada, el
deseo de la participación total en el ser. La persona merece ser reconocida
y amada por lo que es. La persona adquiere así conciencia de sí misma como
siendo así y no de otro modo.
b. El amor hacia los
otros
La persona ha de pasar a amar
a los otros no como objetos amorosos sino como personas dignas de ser
amadas por lo que son. El amor no es esencialmente una relación con una
persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina
el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un
«objeto» amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de
sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egoísmo
ampliado. Sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está
constituido por el objeto, no por la facultad.
En realidad, llegan a
creer que el hecho de que no amen sino a una determinada persona prueba la
intensidad de su amor. Se trata aquí de la misma falacia que mencionamos antes.
Como no comprenden que el amor es una actividad, un poder del alma, creen que
lo único necesario es encontrar un objeto adecuado -y que después todo viene
solo-. Puede compararse esa actitud con la de un hombre que quiere pintar, pero
que en lugar de aprender el arte sostiene que debe esperar el objeto adecuado,
y que pintará maravillosamente bien cuando lo encuentre. Si amo realmente a una
persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle
a alguien «Te amo», debo poder decir «Amo a todos en ti, a través de ti amo al
mundo, en ti me amo también a mí mismo».
Decir que el amor es una
orientación que se refiere a todos y no a uno no implica, empero, la idea de
que no hay diferencias entre los diversos tipos de amor, que dependen de la
clase de objeto que se ama. Existen diferentes formas de amor:
c. El amor fraternal.
La forma más básica del
amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor fraternal. Por él se
entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento
con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida.
A esta clase de amor se
refiere la regla de oro: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor fraternal
es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de
exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a
mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos
los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se
basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento,
inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad
de la esencia humana común a todos los hombres. Para experimentar dicha
identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo. Si percibo
en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las
diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra
identidad, el hecho de nuestra hermandad. Esta relación de centro a centro -en
lugar de la de periferia a periferia- es una «relación central».
El amor fraternal es amor
entre iguales: pero, sin duda, aun como iguales no somos siempre «iguales»; en
la medida en que somos humanos, todos necesitamos ayuda. Hoy yo, mañana tú. Esa
necesidad de ayuda, empero, no significa que uno sea desvalido y el otro
poderoso. La desvalidez es una condición transitoria; la capacidad de pararse y
caminar sobre los propios pies es común y permanente. Sin embargo, el amor al
desvalido, al pobre y al desconocido son el comienzo del amor fraternal. Amar a
los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a
sus vástagos y los protegen. El desvalido ama a su dueño, puesto que su vida
depende de él; el niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor sólo
comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros
fines personales.
d. El amor materno.
Nos hemos referido ya a
la naturaleza del amor materno anteriormente, al hablar de la diferencia entre
el amor materno y el paterno. El amor materno, como dijimos, es una afirmación
incondicional de la vida del niño y sus necesidades. Pero debemos hacer aquí
una importante adición a tal descripción. La afirmación de la vida del niño
presenta dos aspectos: uno es el cuidado y la responsabilidad absolutamente
necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento. El otro
aspecto va más allá de la mera conservación. Es la actitud que inculca en el
niño el amor a la vida, que crea en él el sentimiento de ser una criatura parte
de esta tierra llamado a germinarla, fecundarla, hacerla florecer. El paso
de la niñez al ser adulto se da en cuanto necesita pasar de ser mero receptor a
ser protagonista, sentirse creador, ser alguien que se trasciende en su
propia actividad, Hay muchas formas de alcanzar esa satisfacción en la
creación; la más natural, y también la más fácil de lograr, es el amor y el
cuidado de la madre por su creación.
En contraste con el amor
fraternal y el erótico, que se dan entre iguales, la relación entre madre e
hijo es, por su misma naturaleza, de desigualdad, en la que uno necesita toda
la ayuda y la otra la proporciona. Y es precisamente por su carácter altruista
y generoso que el amor materno ha sido considerado la forma más elevada de
amor, y el más sagrado de todos los vínculos emocionales. Parece, sin embargo,
que la verdadera realización del amor materno no está en el amor de la madre al
pequeño bebé, sino en su amor por el niño que crece. En realidad, la vasta
mayoría de las madres ama a sus hijos mientras éstos son pequeños y dependen
por completo de ellas.
La mayoría de las mujeres
desea tener hijos, son felices con el recién nacido y vehementes en sus
cuidados. Ello ocurre a pesar del hecho de que no «obtienen» nada del niño a
cambio, excepto una sonrisa o una expresión de satisfacción en su rostro. Se supone
que esa actitud de amor está parcialmente arraigada en un ámbito instintivo que
se encuentra tanto en los animales como en la mujer. Pero cualquiera sea la
gravitación de ese factor, también existen factores psicológicos
específicamente humanos que determinan este tipo de amor maternal.
La madre se trasciende en
el niño; su amor por él da sentido y significación a su vida. (En la
incapacidad misma del varón para satisfacer su necesidad de trascendencia
concibiendo hijos reside su impulso a trascenderse por medio de la creación de
cosas hechas por el hombre y de ideas.)
Pero el niño debe crecer.
Debe emerger del vientre materno, del pecho de la madre; eventualmente, debe
convertirse en un ser humano completamente separado. La esencia misma del
amor materno es cuidar de que el niño crezca, y esto significa desear que el
niño se separe de ella. Ahí radica la diferencia básica con respecto al
amor erótico. En este último, dos seres que estaban separados se convierten en
uno solo.
En el amor materno, dos
seres que estaban unidos se separan. La madre debe no sólo tolerar, sino
también desear y alentar la separación del niño. Sólo en esa etapa el amor
materno se convierte en una tarea sumamente difícil, que requiere generosidad y
capacidad de dar todo sin desear nada, salvo la felicidad del ser amado.
También es en esa etapa donde muchas madres fracasan en su tarea de amor
materno.
e. El amor erótico.
El amor fraterno es amor
entre hermanos; el amor materno es amor por el desvalido. Diferentes como son
entre sí, tienen en común el hecho de que, por su misma naturaleza, no están
restringidos a una sola persona. Si amo a mi hermano, amo a todos mis hermanos;
si amo a mi hijo, amo a todos mis hijos; no, más aún, amo a todos los niños, a
todos los que necesitan mi ayuda. En contraste con ambos tipos de amor está el
amor erótico: el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra
persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también,
quizá, la forma de amor más engañosa que existe.
En primer lugar, se lo
confunde fácilmente con la experiencia explosiva de «enamorarse», el súbito
derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos.
Pero, como señalamos antes, tal experiencia de repentina intimidad es, por su
misma naturaleza, de corta duración. Cuando el desconocido se ha convertido en
una persona íntimamente conocida, ya no hay más barreras que superar, ningún
súbito acercamiento que lograr. Se llega a conocer a la persona «amada» tan
bien como a uno mismo. O, quizá, sería mejor decir tan poco. Si la experiencia
de la otra persona fuera más profunda, si se pudiera experimentar la infinitud
de su personalidad, nunca nos resultaría tan familiar -y el milagro de salvar
las barreras podría renovarse a diario-. Pero para la mayoría de la gente, su
propia persona, tanto como las otras, resulta rápidamente explorada y agotada.
Para ellos, la
intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual. Puesto
que experimentan la separatidad de la otra persona fundamentalmente como
separatidad física, la unión física significa superar la separatidad.
Existen, además, otros
factores que para mucha gente significan una superación de la separatidad.
Hablar de la propia vida, de las esperanzas y angustias, mostrar los propios
aspectos infantiles, establecer un interés común frente al mundo se consideran formas
de salvar la separatidad. Aun la exhibición de enojo, odio, de la absoluta
falta de inhibición, se consideran pruebas de intimidad, y ello puede explicar
la atracción pervertida que sienten los integrantes de muchos matrimonios que
sólo parecen íntimos cuando están en la cama o cuando dan rienda suelta a su
odio y a su rabia recíprocos.
Pero la intimidad de este
tipo tiende a disminuir cada vez más a medida que transcurre el tiempo. El
resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona,
con un nuevo desconocido. Este se transforma nuevamente en una persona «íntima»,
la experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa, para tornarse
otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva conquista,
un nuevo amor -siempre con la ilusión de que de nuevo amor será distinto de los
anteriores-. El carácter engañoso del deseo sexual contribuye al mantenimiento
de tales ilusiones.
En el amor erótico hay
una exclusividad que falta en el amor fraterno y en el materno. Ese carácter
exclusivo requiere un análisis más amplio. La exclusividad del amor erótico
suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva. Es frecuente encontrar
dos personas «enamoradas» la una de la otra que no sienten amor por nadie más.
Su amor es, en realidad, un egoismo á deux; son dos seres que se identifican el
uno con el otro, y que resuelven el problema de la separatidad convirtiendo al
individuo aislado en dos. Tienen la vivencia de superar la separatidad, pero,
puesto que están separados del resto de la humanidad, siguen estándolo entre sí
y enajenados de sí mismos; su experiencia de unión no es más que ilusión.
Somos todos parte de Uno;
somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos. El amor debe ser
esencialmente un acto de la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida
a la de la otra persona. Ese es, sin duda, el razonamiento que sustenta la idea
de la indisolubilidad del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio
tradicional, en las que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien
las elige por ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente.
e. El amor a sí mismo.
Sería mejor abandonar el
ambiguo término «amor a sí mismo» y reemplazarlo por «autoafirmación natural»,
o «autoaceptación paradójica». En el término «amor a sí mismo», el elemento
paradójico en amor a si mismo está mucho más claramente contenido. Se expresa el
hecho de que el amor es una actitud que es la misma hacia todos los objetos,
incluyéndome a mí mismo. Tampoco debe olvidarse que ese término, en el
sentido en que se lo usa aquí, tiene una historia.
La idea expresada en la
regla de oro «Ama a tu prójimo como a ti mismo», implica que el respeto
por la propia integridad y unicidad, el amor y la comprensión del propio sí
mismo, no pueden separarse del respeto, el amor y la comprensión del otro
individuo. El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a
cualquier otro ser.
Mi propia persona debe
ser un objeto de mi amor al igual que lo es otra persona. La afirmación de la
vida, felicidad, crecimiento y libertad propios está arraigada en la propia
capacidad de amar, esto es, en el cuidado, el respeto, la responsabilidad y el
conocimiento. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se
ama a sí mismo; si sólo ama a los demás, no puede amar en absoluto.
Dando por establecido que
el amor a sí mismo y a los demás es conjuntivo, ¿cómo explicamos el egoísmo,
que excluye evidentemente toda genuina preocupación por los demás? La
persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no
siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior
sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés
en las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los
demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es
básicamente incapaz de amar. ¿No prueba eso que la preocupación por los demás y
por uno mismo son alternativas inevitables? Sería así si el egoísmo y el
autoamor fueran idénticos. Pero tal suposición es precisamente la falacia que
ha llevado a tantas conclusiones erróneas con respecto a nuestros problemas. El
egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos.
El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad, se odia.
Tal falta de cariño y cuidado por sí mismo, que no es sino la expresión de su
falta de productividad, lo deja vacío y frustrado. Se siente necesariamente
infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las satisfacciones que
él se impide obtener. Parece preocuparse demasiado por sí mismo, pero, en
realidad, sólo realiza un fracasado intento de disimular y compensar su
incapacidad de cuidar de su verdadero ser.
La naturaleza de esa
generosidad se torna particularmente evidente en su efecto sobre los demás y,
con mucha frecuencia en nuestra cultura, en el efecto que la madre «generosa»
ejerce sobre sus hijos. Ella cree que, a través de su generosidad, sus hijos experimentarán
lo que significa ser amado y aprenderán, a su vez, a amar. Sin embargo, el
efecto de su generosidad no corresponde en absoluto a sus expectaciones.
Los niños no demuestran
la felicidad de personas convencidas de que se los ama; están angustiados,
tensos, temerosos de la desaprobación de la madre y ansiosos de responder a sus
expectativas. Habitualmente, se sienten afectados por la oculta hostilidad de
la madre contra la vida, que sienten, pero sin percibirla con claridad, y,
eventualmente, se empapan de ella. En conjunto, el efecto producido por la
madre «generosa» no es demasiado diferente del que ejerce la madre egoísta, y
aun puede resultar más nefasto, puesto que la generosidad de la madre impide
que los niños la critiquen.
VI. EL PROCESO DE
SOCIALIZACION. EMERGENCIA DEL NOSOTROS
En el proceso de
maduración de la persona y el camino de maduración en el amor no se trata tanto
de una meta individual, reducido a la mera autorrealización ni tan
siquiera de una felicidad a duo sino más bien de un camino compartido
en el que nadie queda fuera, nadie queda excluido. Es muy importante abrirse a
la integración del nosotros, es decir al proceso de socialización.
Vivimos en un mundo que
ha perdido el sentido y valor de la hospitalidad, la acogida, la amistad, la
familia, la fraternidad, la dimensión social de la persona. Las relaciones
incluso las que parecen más naturales e insustituibles para la vida son
frágiles y muy precarias. Se impone el principio del individuo por encima del
grupo.
Se ha ido perdiendo
este sentido comunitario.
Antiguamente la familia, el barrio, la parroquia, la escuela ofrecían
referencias grupales de mucha importancia en la vida de las personas, pero
estas se han ido derrumbando ante un mundo individualista movido por la
competitividad y productividad. El hombre actual necesita desde su infancia
nuevas referencias a grupos reducidos con relaciones interpersonales intensas y
significativas. Estos grupos cumplen la función de compensar las carencias
en la vida social e incluso en la vida familiar y ofrecer distintos campos de
socialización. La experiencia de solidaridad despierta un anhelo en las
personas que no podemos sofocar. Nunca la solidaridad se vive de modo absoluto
es relativo a las situaciones por las que pasa en personas y grupos es el
resultado final del grupo auténtico armónico es una experiencia de plenitud en
la que se subraya la pertenencia a un nosotros.
a. El camino
comunitario, la experiencia comunitaria del nosotros.
Es muy importante recuperar
el valor y la función de la comunidad. La verdadera comunidad es una
comunidad de amor. No nace solo de que las personas tengan sentimientos los
unos hacia los otros (aunque no pueda haberlos sin ellos), nace de las dos
cosas: de que todos estén en relación mutua con un Centro, Tú primordial,
viviente, y de que todos estén unidos los unos a los otros por lazos de una
viviente reciprocidad. La comunidad de edifica sobre la relación viviente y
recíproca, pero su verdadero constructor es el activo Centro viviente.
La comunidad es una
necesidad humana de primer orden. Somos seres comunitarios. La comunidad
es una referencia vital, es como una estructura intermedia entre el yo y el
nosotros, entre la persona y la sociedad. Viene a ser como el “nudo social”
que nos abre a la sociedad en amplio, al mundo. La comunidad es más que la suma
de intereses individuales. No es el individuo al servicio de la comunidad ni la
comunidad al servicio del individuo. La comunidad es el lugar donde todos
nos ayudamos a trascendernos, nos ponemos todos al servicio de todos en
función de nuestra finalidad última, la realización en el amor.
Se precisa armonizar la
dimensión personal y comunitaria. El hombre es un ser comunitario. No somos
islas sino seres relacionales. El hombre necesita abrirse al proceso de
socialización. En este proceso podemos hablar de la comunidad humana, la
comunidad primaria, la comunidad secundaria.
b. La comunidad humana
Desde que nacemos vivimos
como parte de una comunidad inmersos en una realidad comunitaria que nos
envuelve y precede. Nos conocemos, vivimos y crecemos abiertos al mundo y a la
gente que nos rodea. No nos define la autosuficiencia, nos define la relación. Partimos
de una vivencia comunitaria débil que necesita arraigarse. Nos vamos
socializando en la medida que vamos creciendo. Al principio nos reúne intereses
o afinidades personales. La estructuración comunitaria es muy débil, consiste
en una coincidencia para eventos de nuestro interés. Nos reunimos en asamblea
esporádicamente en un grupo de vecinos, grupo del barrio, grupo de aficionados
al futbol u otro deporte. Son reuniones episódicas. La relación de los
individuos que lo forman es en torno a una búsqueda común. Las acciones comunes
son espontaneas y el nivel de compromiso o de creencias y metas comunes muy
débiles. Las relaciones piden salir de esa precariedad y convertirse en
estables y duraderas.
c. La comunidad
primaria
Se caracteriza por ser un
número más limitado. Los miembros se conocen entre sí. Hay conciencia de
acciones y metas comunes. Así se crea el grupo parroquial, grupo vecinal o
asociación profesional. Su estructuración es débil y liviana. Las relaciones
interpersonales son más intensas y significativas. La comunidad primaria
aglutina a personas con objetivos y metas comunes. Crea relaciones
interpersonales intensas que tienden a perdurar en el tiempo. Es muy importante
el mantenimiento del grupo a través de un clima fraterno.
Nuestra comunidad
primaria se fragua en la comunión y cercanía con la Iglesia local presidida por
el obispo, con la fraternidad sacerdotal del presbiterio, con los consagrados y
los laicos, con nuestras comunidades parroquiales. El ministerio ordenado tiene
una radical forma comunitaria y solo se concibe desde una dimensión
comunitaria.
d. La comunidad extendida
a todos
La dimensión comunitaria
se extiende a todo el pueblo de Dios y a toda la fraternidad universal. Al
estrecharse los vínculos se crea unas relaciones maduras de participación y
corresponsabilidad. El grupo empieza a ser más organizativo. Su estructuración
es más elevada, su duración tiende a prolongarse en el tiempo. Las acciones
comunes adquieren más importancia. Son más planificadas y se fortalecen los
vínculos con compromisos jurídicos y económicos. Las relaciones empiezan a ser
más formales. Responden a unos principios o idearios y metas comunes. Un
presbiterio diocesano, una asociación apostólica, una escuela o colegio.
El sistema organizativo
debe ir más allá de una productividad, mera producción material y ha de estar
centrado en las personas y en el amor. Debe de darse una complementariedad de
roles y funciones que favorezcan la creación y búsqueda en común. Las
relaciones comunitarias piden ser cuidadas para favorecer la comunión. El
discípulo misionero de Cristo cuida, vela, busca, reúne, apacienta, fortalece
los vínculos de unidad con Cristo y los hermanos. Tenemos la tarea de formar
pequeñas comunidades cristianas donde todos nos sintamos miembros vivos del
Cuerpo de Cristo. No se trata de encerrarnos en un grupo sino de ponernos todos
al servicio de la misión. Se hace
necesario la formación de comunidades vivas donde todos se sientan parte de la
comunidad, de la Iglesia y desde la Iglesias signo de unidad con todos los
hombres. La opción preferencial por los más pobres será fermento de unidad y
repercutirá en una fraternidad apostólica más abierta y llena de fecundidad.
Los más pobres no solo son objeto de la evangelización sino agentes de
evangelización. Una Iglesia más pobre que camina al lado de los pobres es signo
de la fuerza humanizadora del Evangelio y es prueba de la universalidad y
catolicidad de la Iglesia. Como hombres de comunión hemos de crear y estrechar
puentes y lazos con todas aquellas personas e instituciones que defiendan el
valor y dignidad de toda persona humana, que trabajan por restablecer la paz,
en favor de un mundo más justo y fraterno.
f. La comunidad como
el lugar de aprender a vivir como hermanos
La comunidad es el
lugar donde se aprende a vivir como hermanos. No se trata solo de funciones
o tareas, se trata de cuidar las personas y la vivencia en común. Entre la
soledad y la solidaridad ocurre de modo progresivo el proceso de afianzamiento
del grupo. Se precisa cuidar de un clima de empatía, transparencia y sinceridad
para vivir en la aceptación cordial de unos con otros. Existe una relación proporcional entre la
madurez del grupo y la madurez de los individuos.
Dios nos llama a vivir
como hermanos en la complementariedad. No nos salvamos solos sino en comunidad.
Dios nos da hermanos con los que compartir el mismo proyecto de vida. La
Iglesia en esta llamada del Papa Francisco a la sinodalidad, está
llamada a ser familia, a caminar como pueblo de Dios sin que nadie queda
excluido. Una iglesia que siente el llamado a ser lo que es misterio de
comunión participación y misión.
g. La comunidad lugar
de la diferencia y la integración
La Trinidad como misterio
de comunión entre las tres personas divinas es el fundamento de la comunidad
humana creada a su imagen. Llevamos en nuestra entraña este ser comunitario
de nuestro Dios, uno en la diferencia de tres personas distintas. Vivir
juntos es aceptarnos en nuestra propia singularidad, individualidad,
diferencia. Diríamos que el ser comunitario es el modo de ser de Dios que ha
dejado impreso en el hombre. Somos seres complementarios que nos
necesitamos. No podemos hablar de una santificación y salvación individual que
no tenga en cuenta a los otros.
La integración del
nosotros no suprime la diferencia entre nosotros. La integración supone
integrar las diferencias positivas y negativas del yo, del otro, de la vida en
general. Presupone la fase de diferenciación, reconocimiento de las diferencias
para aceptar la alteridad del hermano evitando la tentación de querer
homologarlo o tratarlo como rival. Acoger al otro como don, aceptarlo en su
alteridad y diferencia como un bien y no como un mal a evitar o eliminar.
h. La comunidad como lugar
de la misericordia y el perdón
Todos partimos de la
misma certeza somos pecadores que han sido perdonados. La comunidad no es el lugar
de los perfectos sino el lugar donde los pecadores hacen experiencia del amor
de Dios a través del perdón mutuo.
La perfección y santidad a la que somos llamados solo puede realizarse
en la comunión fraterna. Estamos llamados a integrar no solo lo positivo sino
lo negativo, el mal y el pecado del hermano. Solo hay un modo de superar las
divisiones, antagonismos y separaciones. Dios nos llama a perdonarnos como él
nos perdona. Nuestras diferencias pueden articularse y armonizarse perdiendo su
carga dolorosa y destructiva.
La comunidad esta llama a
ser hogar de acogida, perdón y misericordia. Muchos son los que se van
quedando fuera del camino al descubrir sus limitaciones, imperfecciones,
pecados. Al verse tan débiles creen que no pueden ser llamados a la santidad.
Nuestra historia como la historia de salvación recorre momentos de entusiasmo
pero también momentos de cansancios, crisis, tentaciones, caídas.
Imperfecciones. Es precisamente en esos momentos cuando se hace más evidente la
acción de la misericordia restaurándonos y llamándonos una y otra vez a retomar
juntos el camino de santidad.
i. Los conflictos
comunitarios
La comunidad, la socialización,
la solidaridad no se vive siempre de modo armónico. La búsqueda comunitaria en
función de los valores y metas pide también una serie de renuncias. No hay una
vida común que no suponga un cambio del yo al nosotros siendo capaces de pasar
a un segundo plano para que emerja el nosotros.
La comunidad y la
vivencia comunitaria no es fuente de conflictos sino oportunidad de experimentar
el don de la fraternidad. Se nos invita a crecer y madurar en medio de los
retos y conflictos que nos debilitan y empobrecen cayendo en disputas internas,
reproches mutuos, deseos de revancha. Hemos de vencer los dinamismos de
conflicto, la confrontación, la
polarización, el situarnos contra o frente a los que piensan diferente. lo que
nos divide no es la diferencia sino el pecado.
j. La reedificación y
restauración fraterna
La obra de reedificación
solo es posible entre personas que son conscientes de su debilidad y que saben cómo
reconciliarse con ella, porque están convencidas que solo partiendo de ahí se
puede experimentar constantemente la misericordia de Dios. La comunión fraterna
solo se construye desde el reconocimiento de que todos somos pecadores que
hemos sido perdonados y capacitados para ofrecer este ministerio de
reconciliación y restauración. Si todos hemos experimentado la misma
misericordia se hará posible la comunión de los pecadores. La integración pide
el reconocimiento de nuestro mal y el mal del otro. Aceptarlo tratándolo de
mirar con buenos ojos reconciliándonos con ello. Darle una interpretación y
sentido en coherencia con nuestra opción de fondo.
Para construir la
comunidad y reedificarla sin cesar se precisa haber aprendido a mantener una
relación personal madura con el propio mal, con el mal de los demás y con el
mal comunitario. La propia fragilidad y debilidad pueden convertirse en impulso
de renovación y reedificación sobre todo cuando no se trabaja en solitario sino
en equipo, en comunidad.
La soledad, el
sufrimiento, la debilidad, la cruz se hace más llevadera cuando la llevamos
juntos. Cuántas veces se agrava un mal, una enfermedad, un fracaso personal por
no haber tenido al lado a nadie de la comunidad. Un grado de madurez humana y
comunitaria se refleja cuando compartimos el momento de crisis, dificultad, dolor
con muestras de verdadero afecto, compañía, cercanía.
k. Hombres de comunión
Fuimos creados a imagen
de Dios, un Dios que es comunitario, comunidad de personas. Nuestra identidad
se desarrolla como hombres de comunión para crear y restablecer la comunión.
Vivimos bajo ese multiforme conjunto de relaciones que brotan de la Santísima
Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia y toda la fraternidad
universal. En el proyecto salvífico de Dios está el restablecerla unidad de
todo el género humano. El discípulo misionero no desempeña su misión en
solitario sino como parte de la Iglesia al servicio de la misión de la Iglesia.
Se hace urgente animar y activar el dinamismo misionero en todo creyente. El
momento de crisis de falta de vocaciones puede ser la oportunidad de renacer a
una Iglesia sinodal, pluriministerial y misionera, de promover la vocación
misionera de los laicos, facilitar, armonizar distintos carismas, ministerios y
vocaciones que el Espíritu puede suscitar en nuestras comunidades. La misión
del ministro ordenado no es la de absorber todos los carismas sino despertarlos.
Se precisa acompañar, formar, ayudar a crecer en la fe y poder dar testimonio
de ella en los distintos ámbitos de la sociedad.
VII. EL AMOR Y SU
DESINTEGRACIÓN EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
a. La conversión del
corazón frente a la degradación del amor
En la cultura occidental
contemporánea, la compresión del amor parece totalmente falsa. Se supone que el
amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita
aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se
consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados. Se pasa así por
alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad. Amar a alguien
no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un juicio, es una
promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para
la promesa de amarse eternamente.
Un sentimiento comienza y
puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no
implica juicio y decisión? Tomando en cuenta esos puntos de vista, cabe llegar
a la conclusión de que el amor es exclusivamente un acto de la voluntad y un
compromiso, y de que, por lo tanto, en esencia no importa demasiado quiénes son
las dos personas. Sea que el matrimonio haya sido decidido por terceros, o el
resultado de una elección individual, una vez celebrada la boda el acto de la
voluntad debe garantizar la continuación del amor. Tal posición parece no
considerar el carácter paradójico de la naturaleza humana y del amor erótico.
Todos somos Uno; no obstante, cada uno de nosotros es una entidad única e
irrepetible.
Idéntica paradoja se
repite en nuestras relaciones con los otros. En la medida en que todos somos
uno, podemos amar a todos de la misma manera, en el sentido del amor fraternal.
Pero en la medida en que todos también somos diferentes, el amor erótico requiere
ciertos elementos específicos y altamente individuales que existen entre
algunos seres, pero no entre todos.
Ambos puntos de vista,
entonces, el del amor erótico como una atracción completamente individual,
única entre dos personas específicas, y el de que el amor erótico no es otra
cosa que un acto de la voluntad, son verdaderos -o, como sería quizá más exacto,
la verdad no es lo uno ni lo otro-. De ahí que la idea de una relación que
puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea como la idea
de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia.
Si el amor es una
capacidad del carácter maduro, generativo y fecundo, de ello se sigue que la
capacidad de amar de un individuo perteneciente a cualquier cultura dada
depende de la influencia que esa cultura ejerce sobre el carácter de la
persona. Al hablar del amor en la cultura occidental contemporánea, entendemos
preguntar si la estructura social de la civilización occidental y el espíritu
que de ella resulta llevan al desarrollo del amor. Plantear tal interrogante es
contestarlo negativamente. Ningún observador objetivo de nuestra vida
occidental puede dudar de que el amor -fraterno, materno y erótico- es un
fenómeno relativamente raro, y que en su lugar hay cierto número de formas de
pseudoamor, que son, en realidad, otras tantas formas de la desintegración del
amor.
b. Salir de la
mentalidad individualista, consumista y materialista
La sociedad capitalista
se basa en el principio de libertad política, por un lado, y del mercado como
regulador de todas las relaciones económicas, y por lo tanto, sociales, por el
otro. El mercado de productos determina las condiciones que rigen el intercambio
de mercancías, y el mercado del trabajo regula la adquisición y venta de la
mano de obra.
Tanto las cosas útiles
como la energía y la habilidad humanas se transforman en artículos que se
intercambian sin utilizar la fuerza y sin fraude en las condiciones del
mercado. Los zapatos, por útiles y necesarios que sean, carecen de valor
económico (valor de intercambio) si no hay demanda de ellos en el mercado; la
energía y la habilidad humanas no tienen valor de intercambio si no existe
demanda en las condiciones existentes en el mercado. El poseedor de capital
puede comprar mano de obra y hacerla trabajar para la provechosa inversión de
su capital. El poseedor de mano de obra debe venderla a los capitalistas según
las condiciones existentes en el mercado, o pasará hambre. Tal estructura
económica se refleja en una jerarquía de valores. El capital domina al trabajo;
las cosas acumuladas, lo que está muerto, tiene más valor que el trabajo, los
poderes humanos, lo que está vivo. ¿Cuál es el resultado? El hombre moderno
está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza.
Nuestra civilización
ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar conscientemente esa
soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y
mecánico, que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más
fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad. En la medida en que la
rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su
desesperación inconsciente por medio de la rutina de la diversión, la
consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del
entretenimiento; y, además, por medio de la satisfacción de comprar siempre
cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras.
La felicidad del hombre
moderno consiste en «divertirse». Divertirse significa la satisfacción de
consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos,
gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. El mundo es
un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un
enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados
-y los eternamente desilusionados-. Nuestro carácter está equipado para
intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos
materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de
consumo.
c. Una experiencia de
vivir juntos que nos vincule y comprometa
Una de las expresiones
más significativas del amor, y en especial del matrimonio con esa estructura
enajenada, es la idea de la pareja o el equipo. En innumerables artículos sobre
el matrimonio feliz, el ideal descrito es el de un equipo que funciona sin
dificultades. Tal descripción no difiere demasiado de la idea de un empleado
que trabaja sin inconvenientes; debe ser «razonablemente independiente»,
cooperativo, tolerante, y al mismo tiempo ambicioso y agresivo. Así, el
consejero matrimonial nos dice que el marido debe «comprender» a su mujer y
ayudarla. Debe comentar favorablemente su nuevo vestido, y un plato sabroso.
Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva cuando él llega a su hogar fatigado
y de mal humor, debe escuchar atentamente sus comentarios sobre sus problemas
en el trabajo, no debe mostrarse enojada sino comprensiva cuando él olvida su
cumpleaños. Ese tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien
aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logran
una «relación central», sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan por
hacer que el otro se sienta mejor.
En ese concepto del amor
y el matrimonio, lo más importante es encontrar un refugio de la sensación de
soledad que, de otro modo, sería intolerable. En el «amor» se encuentra, al
fin, un remedio para la soledad. Se establece una alianza de dos contra el mundo,
y se confunde ese egoísmo á deux con amor de intimidad.
La importancia que se
otorga al espíritu de equipo, la tolerancia mutua, etc., es algo relativamente
reciente. Hoy se parte de un concepto del amor en el que la mutua satisfacción
sexual se supone la base de las relaciones amorosas satisfactorias, y,
especialmente, de un matrimonio feliz. Hoy se cree que una de las causas de los
frecuentes fracasos matrimoniales obedece a que la pareja no ha logrado una
adecuada «adaptación sexual», lo cual se atribuye, a su vez, a la ignorancia
respecto de la conducta sexual «correcta», y, por ende, a una teoría sexual
defectuosa de una o las dos partes.
d. La superación de
los conflictos mediante el dialogo, ayuda mutua, perdón.
Debemos mencionar aquí
otro error muy frecuente: la ilusión de que el amor significa necesariamente la
ausencia de conflicto. Así como la gente cree que el dolor y la tristeza deben
evitarse en todas las circunstancias, supone también que el amor significa la
ausencia de todo conflicto. Y encuentran buenos argumentos en favor de esa idea
en el hecho de que las disputas que observan a diario no son otra cosa que
intercambios destructivos que no producen bien alguno a ninguno de los
interesados.
Pero el motivo de ello
está en el hecho de que los «conflictos» de la mayoría de la gente constituyen,
en realidad, intentos de evitar los verdaderos conflictos reales. Son
desacuerdos sobre asuntos secundarios o superficiales que, por su misma índole,
no contribuyen a aclarar ni a solucionar nada. Los conflictos reales entre dos
personas, los que no sirven para ocultar o proyectar, sino que se experimentan
en un nivel profundo de la realidad interior a la que pertenecen, no son
destructivos. Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de la que ambas
personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza. Y eso nos lleva a
destacar algo que ya dijimos antes.
El amor sólo es posible
cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias,
por lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el
centro de su existencia. Sólo en esa «experiencia central» está la realidad humana,
sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor. Experimentado en esa
forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse,
crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es
secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan
desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno
consigo mismo y no al huir de sí mismos. Sólo hay una prueba de la presencia de
amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las
personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce al amor.
La unidad debe prevalecer
sobre el conflicto. El conflicto pide la reconciliación a través del diálogo y
el perdón. Hemos de aprender a vencer el mal con el bien y perseverar en medio
de la incomprensión o del rechazo. Todos estamos en camino. Nadie es perfecto,
todos somos pecadores que hemos sido perdonados. La misericordia sobrepasa la
mera justicia. No hemos de devolver mal por mal sino vencer el mal con el bien
no teniendo otra deuda que la del amor. El perdón restablece y genera la
concordia. Cuando Dios nos perdona no se contenta con cancelar la pena y la
culpa sino que suscita en nosotros la capacidad de practicar la misericordia.
Cuanto mayor es la misericordia recibida tanto mayor es la fuerza creadora que
nos hace misericordiosos. Ser misericordiosos, amarnos como nos ama Cristo no
es tanto un mandato que nace desde la exigencia sino un don que nos da, una
invitación a entrar en nueva forma de ser y de amar. Ser con-cordes con Él.
e. La causa del
declive moral. El eclipse de Dios. La desintegración del amor
Se ha perdido el origen y
la fuente genuina del amor que nace del amor a Dios. Se dice que estamos en presencia de un
renacimiento religioso (más bien pseudo religioso) en nuestra época. Nada
podría estar más lejos de la verdad. Lo que presenciamos (si bien hay
excepciones) es una regresión a un concepto idolátrico de Dios, y una
transformación del amor a Dios en una relación correspondiente a una estructura
caracterológica enajenada. Es fácil comprobar tal declive o regresión.
La causa del declive
moral viene del eclipse de Dios. La gente está angustiada, carece de principios
o fe, no la mueve otra finalidad que la de seguir adelante confiando en las
propias fuerzas y seguridades. Falsos apoyos que fácilmente llevan al
abatimiento, la depresión y la desesperación.
El hombre postmoderno se
ha convertido en un ser tecnócrata que ha perdido su significado religioso
original y se ha adaptado a la cultura enajenada del éxito. En el renacimiento pseudoreligioso
de los últimos tiempos, la creencia en Dios a nuestra medida se ha convertido
en un recurso psicológico cuya finalidad es el hacer al individuo más apto para
la pugna competitiva.
En el mejor de los casos
se crean formas alternativas de una espiritualidad light que recomiendan la
creencia en Dios y las plegarias como un medio de aumentar la propia habilidad
para alcanzar el éxito. Así como los psiquiatras modernos recomiendan la
felicidad del empleado, para ganar la simpatía de los compradores, del mismo
modo algunos maestros espirituales aconsejan acudir a Dios para tener más
éxito. «Haz de Dios tu socio» significa hacer de Dios un socio en los negocios,
antes que hacerse uno con El en el amor, la justicia y la verdad.
Dios Padre nos envió a su
Hijo para enseñarnos el camino del amor. Nos abrió el camino no solo dándonos
un ejemplo sino haciéndonos partícipes de su mismo amor con el Don de su
Espíritu. La vuelta al Dios verdadero, la conversión del corazón es el camino
que se nos abre a todos para aprender a amar.
VIII. LA PRÁCTICA DEL
AMOR
Amar es una experiencia
personal que no se aprende solo en teoría sino en la práctica; en realidad, no
existe nadie que no haya tenido esa experiencia, por lo menos en una forma
rudimentaria, cuando niño, adolescente o adulto. Lo que un examen de la
práctica del amor puede hacer es considerar las premisas del arte de amar, los
enfoques, por así decirlo, de la cuestión, y la práctica de esas premisas y
esos enfoques. Los pasos hacia la meta sólo puede darlos uno mismo, y el examen
concluye antes de que se dé el paso decisivo. Sin embargo, creo que el examen
de los enfoques puede resultar útil para el dominio del arte -por lo menos para
quienes han dejado de esperar «recetas»- La práctica de cualquier arte tiene
ciertos requisitos generales, independientes por completo de que el arte en
cuestión sea la carpintería, la medicina o el arte de amar.
Una actitud,
indispensable para la práctica del arte de amar, que hasta ahora sólo hemos
mencionado de modo implícito, debe examinarse explícitamente ahora, pues es
fundamental: la práctica. He dicho antes que actividad no significa
«hacer algo», sino una actividad interior, el uso productivo de los talentos y
capacidades recibidas.
El amor es una actividad
que pide poner en práctica; si amo, estoy en un constante estado de
preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Porque seré
incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso, si no
estoy en un constante estado de conciencia, alerta y actividad. El dormir es la
única situación apropiada para la inactividad; en el estado de vigilia no debe
haber lugar para ella. La situación paradójica de multitud de individuos hoy en
día es que están semidormidos durante el día, y semi despiertos cuando duermen
o cuando quieren dormir. Estar plenamente despierto es la condición para no
aburrirnos o aburrir a los demás -y sin duda no estar o no ser aburrido es una
de las condiciones fundamentales para amar-.
Ser activo en el
pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día,
evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo,
acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la
práctica del arte de amar. Es una ilusión creer que se puede dividir la vida en
forma tal que uno sea productivo en la esfera del amor e improductivo en las
demás. La productividad no permite una tal división del trabajo. La capacidad
de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada
vitalidad, que sólo puede ser el resultado de una orientación productiva y
activa en muchas otras esferas de la vida.
Si no se es productivo en
otros aspectos, tampoco se es productivo en el amor. El examen del arte de amar
no puede limitarse al dominio personal de la adquisición y desarrollo de las
características y aptitudes que hemos descrito. Está inseparablemente relacionado
con la práctica social. Si amar significa tener una actitud de amor hacia
todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no
sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para
con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios,
la profesión. No hay una «división del trabajo» entre el amor a los nuestros y
el amor a los ajenos. Por el contrario, la condición para la existencia del
primero es la existencia del segundo. Comprender esto seriamente sin duda
implica un cambio bastante drástico con respecto a las relaciones sociales
acostumbradas.
a. Nuestra verdadera
vocación es el amor.
Fuimos creados por el
amor y para el amor y el hombre solo se realiza amando. Nacimos y existimos
para amar. Al final de la vida
solo se nos examinará del amor. Si bien se habla mucho del ideal religioso del amor
al prójimo, nuestras relaciones están de hecho determinadas, en el mejor de
los casos, por el principio de equidad. Equidad significa no engañar ni hacer
trampas en el intercambio de artículos y servicios, o en el intercambio de
sentimientos. «Te doy tanto como tú me das», así en los bienes materiales como
en el amor, es la máxima ética predominante en la sociedad capitalista.
Hasta podría decirse que
el desarrollo de una ética de la equidad es la contribución ética particular de
la sociedad capitalista. Las razones de tal situación radican en la naturaleza
misma de la sociedad capitalista. En las sociedades precapitalistas, el
intercambio de mercaderías estaba determinado por la fuerza directa, por la
tradición, o por lazos personales de amor o amistad. En el capitalismo, el
factor que todo lo determina en el intercambio es el mercado. Se trate del
mercado de productos, del laboral o del de servicios, cada persona trueca lo
que tiene para vender por lo que quiere conseguir en las condiciones del
mercado, sin recurrir a la fuerza o al fraude.
La ética de la equidad se
presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima «haz
a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti» puede interpretarse como
«sé equitativo en tu intercambio con los demás». Pero, en realidad, se formuló
originalmente con la versión bíblica «Ama a tu prójimo como a ti mismo».
Por cierto, la norma judeocristiana de amor fraternal es totalmente diferente
de la ética de la equidad. Significa amar al prójimo, es decir, sentirse
responsable por él y uno con él, mientras que la ética equitativa significa no
sentirse responsable y unido, sino distante y separado; significa respetar los
derechos del prójimo, pero no amarlo. No es un accidente el que la Regla Dorada
se haya convertido en la más popular de las máximas religiosas actuales;
obedece ello a que es susceptible de interpretarse en términos de una ética
equitativa que todos comprenden y están dispuestos a practicar. Pero la
práctica del amor debe comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y
amor.
Si el hombre quiere ser
capaz de amar, debe colocarse en lugar del otro. La sociedad de consumo movido
por la máquina económica nos sitúa en consumidores de un producto donde el otro
termina siendo un objeto descartable (usar y tirar), en lugar de ponernos a su
servicio. Debemos capacitarnos para compartir con los otros la experiencia, el
trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos solo sus beneficios. La
sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del
hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella.
Si es verdad que el amor
es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana,
entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la
larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de
la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es «predicar», por la sencilla
razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser
humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista.
Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente
y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en
la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e
individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza
misma del hombre.
b. La práctica del
arte de amar requiere la práctica de la fe.
La fe es una convicción
arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. La fe no es primariamente
una creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras
convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra toda la
personalidad, y no una creencia específica. La fe racional arraiga en la
actividad productiva intelectual y emocional.
El proceso del
pensamiento creador suele comenzar con la fe que tenemos en las potencialidades
de los otros. La forma más rudimentaria en que se manifiesta es la fe que tiene
la madre en su hijo recién nacido: en que vivirá, crecerá, caminará y hablará.
Sin embargo, el desarrollo del niño en ese sentido se produce con tal
regularidad que parecería que no es necesaria la fe para estar seguro de él.
Algo distinto ocurre con las potencialidades que pueden no desarrollarse: las
de amar, ser feliz, utilizar la razón, y otras más específicas, el talento
artístico, por ejemplo. Son las semillas que crecen y se manifiestan si se dan
las condiciones apropiadas para su desarrollo, y que pueden ahogarse cuando
éstas faltan.
De tales condiciones, una
de las más importantes es que la persona de mayor influencia en la vida del
niño tenga fe en esas potencialidades. La presencia de dicha fe es lo que
determina la diferencia entre educación y manipulación. Educación significa
ayudar al niño a realizar sus potencialidades. (La raíz de la palabra educación
es e-ducere, literalmente, extraer algo que existía potencialmente.)
Lo contrario de la
educación es la manipulación, que se basa en la ausencia de fe, en el
desarrollo de las potencialidades y en la convicción de que un niño será como
corresponde sólo si los adultos le inculcan lo que es deseable y suprimen lo
que parece indeseable. No hay necesidad de tener fe en la robótica o
inteligencia artificial puesto que no hay vida en los objetos.
La fe en los demás
culmina en la fe en la humanidad. Al igual que la fe en el niño, se basa en la
idea de que las potencialidades del hombre son tales que, dadas las condiciones
apropiadas, podrá construir un orden social gobernado por los principios de igualdad,
justicia y amor.
El hombre no ha logrado
aún construir ese orden, y, por lo tanto, la convicción de que puede hacerlo
necesita fe. Pero como toda fe racional, tampoco ésa es una mera expresión de
deseos, sino que se basa en la evidencia de los logros del pasado de la raza
humana y en la experiencia interior de cada individuo en su propia experiencia
de la razón y el amor. Mientras que la fe irracional arraiga en la sumisión a
un poder que se considera avasalladoramente poderoso, omnisapiente y
omnipotente, y en la abdicación del poder y la fuerza propios, la fe racional
se basa en la experiencia opuesta.
Tener fe es abrirnos a
nuestro ser trascendentes y descubrir que somos seres incompletos, necesitados
de Dios. La fe es una actitud que requiere coraje, la capacidad de correr un
riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien
insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida
no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la
distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte
en un prisionero. Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a
ciertos valores fundamental importancia -y de dar el salto y apostar todo a
esos valores-.
Requiere fe criar a un
niño; se necesita fe para dormirse, para comenzar cualquier tarea. Pero todos
estamos acostumbrados a tener ese tipo de fe. Quien no la posee, sufre enorme
angustia por su hijo, por su insomnio, o por su incapacidad para realizar cualquier
trabajo productivo; o es suspicaz, se abstiene de acercarse a nadie, o es
hipocondríaco o incapaz de hacer planes a largo plazo. Mantener la propia
opinión sobre una persona, aunque la opinión pública o algunos hechos
imprevistos parezcan invalidarla, mantener las propias convicciones aunque
éstas no sean populares: todo eso requiere fe y coraje. Tomar las dificultades,
los reveses y penas de la vida como un desafío cuya superación nos hace más
fuertes, y no como un injusto castigo que no tendríamos que recibir nosotros,
requiere fe y coraje.
La práctica de la fe y el
valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria. El primer paso
consiste en observar cuándo y dónde se pierde la fe, analizar las
racionalizaciones que se usan para soslayar esa pérdida de fe, reconocer cuándo
se actúa cobardemente y cómo se lo racionaliza. Reconocer cómo cada traición a
la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y
así en adelante, en un círculo vicioso. Entonces reconoceremos también que
mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque
habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin
garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la
persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también
tiene poco amor.
c. La espiritualidad
de la comunión, un nuevo paradigma para tiempos nuevos
Nadie puede realizarse,
ni santificarse, ni salvarse por sí solo. Dios llama al hombre a hacerlo en
comunidad. Es en la vida en comunidad como el hombre descubre la profunda
herida que hay en cada ser y donde aprende a aceptarla. En la comunidad no se
es ya hermanos sino que se aprende a ser hermanos. Estamos llamados a
crear comunidades de acogida de perdón y misericordia. El primer paso es
aprender a comunicarse. Para ser verdaderamente hermanos hay que conocerse y
amarse.
Recogemos las palabras del Papa Juan Pablo II: Hacer de
la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran
desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser
fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del
mundo.
¿Qué significa todo esto
en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero
sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar
iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la
comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde
se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las
personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias
y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una
mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en
nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos
que están a nuestro lado.
Espiritualidad de la
comunión significa, además,
capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico
y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y
sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle
una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también
capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y
valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el
hermano que lo ha recibido directamente.
En fin, espiritualidad
de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la
carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones
egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de
hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este
camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión.
Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de
expresión y crecimiento. (NMI 43)
El modo sinodal es el
camino que Dios quiere y espera de la Iglesia del tercer milenio. Debemos ser y
vivir en una iglesia sinodal que busca vivir la fe en comunión, participación y
misión. Una Iglesia abierta a todos, que escucha, dialoga y acoge, donde la
misericordia y la solidaridad son valores centrales. (documento sobre la
sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia)
d. Crecer y caminar
juntos
Debemos caminar juntos,
escuchando a todos y promoviendo la comunión. La participación y misión. Vivir
es comunicarse. Hemos de aprender a comunicarnos. La comunicación nos abre a la
comunión. Aprendemos a comunicarnos para crecer juntos para llegar a ser
hermanos. La comunitariedad es un rasgo del amor que precisa crecimiento y
desarrollo. El amor supone cuidado, respeto, conocimiento, compromiso,
responsabilidad. Constituye un síndrome de actitudes que se encuentran en la
persona madura. Supone caminar juntos en la escucha, el respeto, reciprocidad,
comunión.
La palabra sinodo (syno-dvs)
significa camino, caminar juntos. La Iglesia sinodal es una Iglesia en camino.
Caminar juntos es un ejercicio de necesidad y una experiencia de belleza. La
necesidad nace de la exigencia de fortalecer las sinergias en todos los ámbitos
de la vida y la misión.
e. La acogida, empatía,
estima, amistad
Las relaciones
interpersonales precisan de un marco de referencia es el mismo Dios que nos
llama a la comunión interpersonal. La tierra antes de ser sembrada ha sido
preparada. Para que la palabra se manifieste en toda su belleza primero hay que
saber escuchar. La comunidad no está hecha se va haciendo con el compartir de
todos. Los hermanos no se eligen, sino que se aceptan como don de Dios y
compañeros de camino. Una relación de amistad recíproca supone abrirnos. Si no
permitimos al hermano que entre en mi vida difícilmente podré disponerme a
entrar en la suya.
Hemos de dar espacio a
todos y estar dispuestos a que todos encuentren su lugar. Hemos de buscar con
creatividad que cada persona pueda dar lo mejor de sí misma. La comunidad es
lugar de encuentro y crecimiento. Podemos juntos ir conociéndonos y haciéndonos
en comunidad. Podemos cambiar con la ayuda mutua, podemos recuperarnos
positivamente de los errores.
f. La escucha y
comunicación en el Espíritu
Compartir en el Espíritu
es un arte que debemos todos aprender. Se trata de buscar formas que permitan
que todos puedan aprender poco a poco a hacerlo para que ayuden a cada hermano
y a la edificación de todos. Antes de
comunicar se precisa escuchar, hacer silencio para poder contactar con la
realidad del otro, para hacer sitio al otro. El silencio interior permite
lograr la unidad de mente, corazón y voluntad que me perita mantener la verdad
de ser ante la verdad del otro y Dios.
No se trata de comunicar
lo primero que nos viene a la cabeza sino de abrir el corazón y comunicar desde
el corazón. No es una comunicación que se da de manera superficial sino a nivel
más profundo. Para entrar en el corazón. la interioridad del otro hay que
entrar a pie descalzo. Se trata de entrar con delicadeza en la vida del otro
sin que el otro se sienta juzgado sino amado. No se trata de indagar movido por
la curiosidad en su más recóndito secreto sino de dar el espacio para dejar que
el otro se abra con confianza desde lo que es.
g. El diálogo sincero
y respetuoso
El método de
discernimiento y diálogo utilizado en la tradición y la práctica de la
sinodalidad es el de la conversación en el Espíritu. Consiste en una
experiencia de escucha profunda y oración donde cada uno comparte su
experiencia desde un ambiente de respeto y confianza donde cada voz sea
escuchada y valorada. La conversación espiritual se centra en la calidad
de la capacidad de escucha así como en la calidad de las palabras
pronunciadas. Se centra en la persona a la que escuchamos, en nosotros mismos y
en lo que sentimos a nivel de sintonía espiritual.
Sigue toda una
metodología: Primero cada uno ora lo que va a tratar buscando la guía del
Espíritu Santo. Luego cada persona comparte sin interrupciones y debates. Luego
se crea un espacio de silencio para que cada uno pueda integrar lo compartido y
atender a los movimientos internos que surjan. Después los participantes
comparten lo que ha surgido en silencio y se busca identificar las
convergencias, intuiciones y posibles pasos a seguir desde la escucha al
Espíritu.
Respetar de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere:
mirar), es la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de
su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona
crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia
de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí
misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra
persona, me siento uno con ella, pero con ella, tal cual es, no como yo
necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es
posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin
tener que dominar ni explotar a nadie.
h. Cercanía con los
pobres y vulnerables
Estamos llamados a
redescubrir el valor de la dignidad de toda persona humana sobre todo en el
corazón de los más pobres y afligidos. Hemos de combatir toda forma de
exclusión, marginación y discriminación. La comunión ha de extenderse a toda la
humanidad especialmente a los más vulnerables. Estamos llamados a ser,
siguiendo el ejemplo de Cristo, una Iglesia samaritana, casa y hogar de
misericordia. Movidos por la compasión somos llamados a estrechar vínculos a
crear lazo a extender los brazos ante los más heridos para curar y sanar sus
heridas, especialmente las del corazón. abrir nuestro corazón a los más pobres,
necesitados y marginados de nuestra sociedad. Los pobres merecen ser amados
para que se sientan protagonistas de la vida y misión de la Iglesia.
Aunque la humanidad ha
desarrollado la ciencia y la técnica para responder a grandes desafíos podemos
decir que somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más débiles y
frágiles, tantos que han quedado marginados y descartados.
i. La
complementariedad, participación, corresponsabilidad
La Iglesia sinodal es una
Iglesia participativa y corresponsable. Las mejores relaciones de comunicación
no es la sumisión sin interacción sino la participación desde la inclusión de
todos. No debemos quedarnos a comunicar nuestro punto visión desde planes e
intereses propios sin ninguna referencia a la interacción del otro. Las mejores
relaciones de comunicación son las complementarias, en las que cada uno recibe
y da, está dispuesto a ayudar y ser ayudado. Estas relaciones suponen
reciprocidad. Cada uno es consciente de lo que es y de lo que puede dar. Se es
consciente de la necesidad del otro. Así se aprende a trabajar juntos en un dar
y recibir, integrando las riquezas de cada uno. Se va aprendiendo a comunicar
desde la igualdad, reconociéndose mutuamente como personas dignas de crédito,
capaces de crear sentido y de buscar verdad.
j. El discernimiento
comunitario
Sin un hábito de
discernimiento, auto examen en oración, de conocimiento de uno mismo y de cómo
Dios está presente en la propia vida, no se puede escuchar ni hablar desde el
corazón. El discernimiento supone la búsqueda atenta y sincera de la voluntad
de Dios. La toma de decisiones tanto a nivel personal como comunitario precisa
de oración y discernimiento. El ejercicio de discernimiento esta en el centro
de los procesos de una Iglesia sinodal. El discernimiento comunitario es la
búsqueda sincera de la voluntad de Dios para la toma de decisiones que afectan
a cada persona o la comunidad. Implica la oración y la escucha atenta al
Espíritu buscando el querer y sentir de Dios. Escuchar la voz de Dios en
diálogo sincero con Dios y los hermanos.
El discernimiento compete
a todos, incluye a todos, cada uno en su contexto comunitario. A todos nos toca
discernir nuestra conducta para que sea conforme al llamamiento. No se hace
sobre la intención o el sentimiento sino sobre la conducta. Se trata de ordenar
la vida y por eso abarca toda la vida. El discernimiento cambia la praxis de
nuestro comportamiento según el bien común. El discernimiento va de la mano del
acompañamiento. Busca promover, animar, fortalecer el amor fraterno.
k. La humildad y la gratuidad
La humildad y la gratuidad
es el caldo de cultivo (el humus) donde crece el amor y la comunión.
Todo nace de Dios como don recibido gratuitamente por amor. La comunión no se
crea desde la imposición o la exigencia sino que nace del propio dinamismo del
amor. Solo la persona que se siente amada y agraciada gratuitamente por Dios es
capaz de amar gratuitamente. La comunión crece y se sostiene en el amor de Dios
y los hermanos. Que bello que los hermanos vivan unidos, el Señor manda su
bendición la vida para siempre (Sal 133) donde la comunidad es viva allí
esta Dios. Ubi caritat et amor, Deus ibi est. Si nos amamos es porque
Dios está presente, en el centro de nuestras relaciones. La comunidad se
convierte en fuente inagotable de vida desde unas relaciones interpersonales
fraternas. Una de las características de la convivencia fraterna es la gratuidad.
La comunión brota al ser
conscientes del don que hemos recibido, de haber sido amados inmerecidamente
mucho más de lo que esperábamos. Se trata de un don, un regalo que supera lo
debido que comunica más de lo esperado del que se siente inmensamente agraciado
y no puede sino corresponder al amor con el que es amado. El verdadero
discípulo misionero de Cristo hunde sus raíces en ese don totalmente inmerecido
y es movido no por intereses privados, exiguos y mezquinos sino por el mismo
amor recibido gratuitamente de Dios.
l. La interculturalidad
La coexistencia de
diferentes culturas es un reto y una maravilla. Hemos de saber integrar
diferentes puntos de vista y modos de ser entrando en los pies del otro. Se
trata de crear un ambiente de confianza donde cada uno pueda compartir
libremente y sin miedo sin prejuicios ni estereotipos. Las diferentes lenguas,
tradiciones y costumbres nos enriquecen. La diversidad cultural es fuente de
riqueza. Juntos estamos llamados a promocionar la cultura de la inclusión y no
la de la exclusión y marginación. La interculturalidad presenta retos y
desafíos en los procesos de aprendizaje y formativos. No debemos tener miedo a
equivocarnos y cometer errores, juntos podemos aprender a facilitar la
comunicación desde el respeto y el diálogo.
m. La fraternidad
universal
Hemos de aprender a amar
y disfrutar de la humanidad y de la tierra. Hemos de aprender a respetar los
derechos fundamentales y la dignidad de todos los seres de esta tierra. En un mundo
cada vez más conectado y globalizado hemos de buscar fomentar un mundo más
sostenible e inclusivo. Hemos de evitar las malas formas, todo tipo de agresión
u ofensa promoviendo la paz y no la violencia, manteniendo siempre la armonía.
Hemos de pasar de una cultura individual a una cultura colectiva en comunidad
desde la inclusión y la participación. Hemos de aprender a interactuar
positivamente en un ambiente de libertad, confianza y creatividad.
La encíclica del Papa
Francisco Fratelli tutti (FT)nos hace un buen resumen de esta aspiración
profunda en el hombre y el mundo de hoy: “Un ser humano sólo se desarrolla
plenamente en la entrega sincera a los demás, no sólo a los más cercanos sino a
los mas extraños y desfavorecidos. El amor se extiende más allá de las
fronteras. Hemos de salir de nuestros círculos cerrados de nuestros intereses
propios para buscar y promover el bien común. Necesitamos desarrollar esta
conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT)
Ante la espiral de
guerras y las sombras de un mundo cada vez más cerrado en conflictos
anacrónicos y agresivos que parecían superados, globalización con la imposición
de un modelo cultural único, polarización política, populismos y nacionalismos
regresivos, cultura individualista, materialista donde tantos quedan
descartados y marginados, amenaza de los migrantes, crecimiento de la pobreza y
diversas formas de injusticia y esclavitud no debemos de cesar en nuestro
empeño de construir una fraternidad universal.
Se hace necesario
promover la paz desde el diálogo y la amistad social. El diálogo social supone
la capacidad de respetar el punto de vista del otro desde la pluralidad de
puntos de vistas y creencias. Se hace necesario promover el diálogo
interreligioso. Las religiones deben ponerse al servicio de la fraternidad
universal. Las religiones no pueden ser fuente de confrontación sino de
comunión a partir de la valoración de la dignidad de cada persona como criatura
de Dios.
IX EPILOGO DE TODAS
ESTAS ORACIOES: RENOVARSE O MORIR
a. El alborear de un
tiempo nuevo
Han pasado seis meses
desde mi regreso de Filipinas a España. Estamos en el año jubilar y todo es te
tiempo que comenzó con la vivencia de la Pascua ha sido un tiempo de renovación
guiado por el Espíritu del Señor. He ido haciendo un proceso integrativo de
reconciliación interior abierto a los signos de los tiempos que vivimos. Abrimos
el tercer milenio con el Gran Jubileo del año 2000 con la invitación de abrid
las puertas a Cristo y a los 25 años hemos celebrado el Jubileo de la
esperanza. A los 2025 años de la encarnación, en pleno año jubilar se nos
exhorta a volver nuestra mirada a Cristo. Somos hijos de nuestro tiempo y es
fácil caer en la mudaneidad, la desilusión, derrotismo, fatalismo. Frente a la crisis
epocal que atravesamos no podemos dejarnos llevar por una visión
apocalíptica y catastrofista frente al futuro sino abrirnos a un nuevo
paradigma. No tenemos otra fuente de esperanza sino Cristo, el fundamento
de nuestra fe, el Alfa y la Omega de la historia de la humanidad y del cosmos. En
medio de nuestro mundo herido, roto, dividido se nos invita a la conversión, a
ponernos en camino como peregrinos y testigos de esperanza. Nuestra esperanza
nace del amor y se funda en el amor que brota del corazón traspasado y
resucitado del Señor. El es nuestra esperanza y nuestra fortaleza. Nada ni
nadie podrá separarnos de su amor (Rm 8, 35)
Nos acogemos a su
misericordia y su fidelidad. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rm
5, 20). Aunque haya mucho de arrepentirse no podemos quedarnos en lamentos que
nos lleven al desánimo o desesperación. Es una llamada a mirar el futuro con
esperanza. Hemos de buscar y percibir la novedad que se oculta bajo los signos
de los tiempos que nos toca vivir. El nuevo milenio o nos trae un tiempo nuevo,
una nueva era, una nueva evangelización o será viejo, sin luz, sin sabor
cristiano y sin horizonte salvífico.
Frente a una
descristianización de la civilización moderna o postmoderna donde reina el
agnosticismo, la increencia, donde muchos se declaran ateos o no practicantes,
no basta una pastoral de mantenimiento de una fe tradicional, sociológica, una
evangelización o catequesis superficial sacramental que no llega a
personalizarse se hace urgente una nueva evangelización.
b. Un nuevo paradigma.
Una nueva evangelización
La llamada a una nueva
evangelización acuñada por el papa San Juan Pablo II en el V Centenerario de la
llegada del Evangelio al continente americano (Haití 1983) es el horizonte que
había abierto el papa Pablo VI después del Sínodo la evangelización en el mundo,
con la exhortación Evangelii nuntiandi (Puebla 1974). La nueva
evangelización atañe a toda la Iglesia puesta en modo sinodal, de salida y en
modo de comunión, participación y misión. La nueva evangelización encierra todo
un cambio de paradigma, un nuevo modo de ser, nuevos evangelizadores (que atañe
a todo bautizado), nueva no tanto en contenidos sino nueva en los métodos,
ardor y expresiones, lenguajes.
c. Discípulos
misioneros para una nueva evangelización
La nueva evangelización no
debe ser entendida como segunda o posterior en orden cronológico sino una
evangelización nueva, de otro estilo, de otra calidad, de otro orden, en otra
línea. No puede haber evangelizadores nuevos sin estructuras nuevas, una
Iglesia nueva. La nueva evangelización debe constituir el primer proyecto a
escala de Iglesia universal. La nueva evangelización requiere la participación
de todos. La nueva evangelización requiere la participación de todos, o, la
hace la Iglesia entera o no se hará. La nueva evangelización hace una Iglesia
nueva. De ahí que sea el proyecto necesario y urgente para todas partes y para
todos. La llamada evangelizadora es despertadora del papel del laicado, nuevas
vocaciones, nuevos carismas, nuevos ministerios, nuevos movimientos. Una misión
no entendida solo ad-gentes sino inter-gentes en medio de este
mundo secular.
Toda la Iglesia es
secular, tiene una dimensión secular. No es una Iglesia en sí y para sí sino al
servicio del mundo y para el mundo.
Pertenece al mundo y hace presente en el mundo el reino de Dios. Esta
dimensión secular es vivida por los diferentes miembros de la Iglesia. Los
laicos son llamados tanto en su modo de vivir como en su actuación a
visibilizar el reino de Dios. El mundo es para ellos el lugar propio y su
específico lugar eclesial. Son enviados
a transformar el mundo en un hogar para todos. La vocación misionera universal
arranca del propio bautismo. Se trata de una evangelización integral de
múltiples dimensiones que conlleva la comunión (dimensión real: koinonía-diakonía),
el testimonio (dimensión profética: martiría), la liturgia (dimensión
sacerdotal: leiturgía)
d. Sacerdotes nuevos para
un mundo nuevo
El cambio de paradigma
afecta a la comprensión y vivencia del sacerdocio. La crisis epocal ha generado
una crisis de sentido, fruto del clericalismo, de la crisis de vocaciones que
parecen abocarnos a un futuro sin salida. Los nuevos tiempos piden una
transformación en la comprensión y vivencia del sacerdocio. El sacerdocio se ha
comprendido encerrado en sí mismo bajo una élite de segregación y
empoderamiento bajo un excesivo clericalismo. La crisis actual lo ha despojado
del poder, títulos, honores, privilegios para vivir el seguimiento de Cristo
siervo, para servir a todo el pueblo de Dios. Sacerdotes ministros de comunión
que viven en comunión y para la comunión. El ministerio ordenado está al
servicio del sacerdocio común de todo el pueblo de Dios. Discípulos misioneros
que despiertan y animan la vocación misionera de todos los bautizados. El
sacerdote debe ser hombre de la comunión que promueva una iglesia dialogal y
tolerante, una iglesia diaconal, ministerial, sierva servidora, una iglesia
martirial, testimonial y profética, una Iglesia apostólica y misionera de forma
que todos los fieles vivan su dimensión misionera. Es la era de la
participación del laicado como protagonistas de la nueva evangelización.
Ante la pérdida y
superación de los modelos viejos imbuidos de poder, prestigio, triunfo, de las
regalías del pasado (imperium christianum), un sacerdocio
veterotestamentario asociado al culto, hemos de recuperar la dimensión
ontológico-existencial del sacerdocio de Cristo, siervo y pastor. Participamos
del único sacerdocio, el de Cristo. No podemos suplantar ni arrogarnos tal
dignidad. Actuamos en nombre de Cristo, como ministros, administradores y
dispensadores del misterio de Dios. A nosotros nos coloca no en primer lugar
sino en el último lugar (2 Co 4,9). Supone un pasar de dominadores a siervos;
de maestros dirigentes a hombres de Espíritu que escucha la voz de Espíritu que
actúa en todos; de propietarios residentes a misioneros itinerantes. De una
forma aislada de vivir el ministerio a una forma comunitaria. Hoy más que nunca
se ha de recuperar la comunitariedad, colegialidad y fraternidad como una dimensión
vital del ministerio ordenado. El ministerio es encomendado colegialmente y ha
de vivirse en comunión fraterna con sus hermanos sacerdotes (presbiterio) y con
todos
e. Iglesia nueva para
un mundo nuevo
La Iglesia como germen de
un reino nuevo para un mundo nuevo. La identidad de la Iglesia como misterio de
comunión y misión conlleva recuperar la única y común misión de la Iglesia.
Pasar de estructuras de mantenimiento en guetos aislados y cerrados, segregados
del mundo, a nuevas formas de estar presentes en el mundo. La Iglesia no puede
ser comprendida como centro del mundo (autorreferencial) sino abierta y
para el mundo (llevar el mensaje de salvación al mundo). Supone una Iglesia en
salida hacia afuera y no hacia dentro. La autorreferencialidad acentúa
la práctica sacramental la búsqueda de la salvación y santificación como
méritos y prácticas externas. La Iglesia no está al servicio de ella misma sino
de servir al mundo, para el que ha sido enviada. Iglesia debe estrechar puentes
de diálogo como fermento de unidad, signo de fraternidad, cultura de solidaridad
promoviendo la paz.
Lo que la Iglesia debe
expresar como signo y sacramento es la comunión, fraternidad universal. La
forma que mejor define y expresa la condición más profunda de la Iglesia es el
ser y formar un solo corazón y un solo espíritu, vivir y luchar por la paz y la
justicia, por la reconciliación entre los que se viven separados y divididos.
La comunión es el signo y sacramento más fuerte del reino de Dios, es el nombre
de la salvación. La Iglesia ha de ser la casa de puertas abiertas a todos (pasar
de la exclusión a la inclusión). La Iglesia debe ser la casa común, el
hogar, la familia donde todos se sientan hijos y hermanos. Que nadie se sienta
extraño o rechazado sea cual sea su rango, raza o condición social. Que no haya
acepción de personas ni favoritismos.
El drama de nuestro mundo
y nuestra historia es un mundo roto. Esta ruptura tiene su raíz en el pecado,
un hombre roto por el aislamiento (egocentrismo). La condición
fundamental del hombre es la comunión. La persona no se realiza ni se santifica
ni se salva aisladamente sino en comunión. Debe abrirse al Tu primordial, al
otro tú y al nosotros. Se precisa salir de la egomanía para vivir en la
koinonía
f. Proceso de
conversión
Este nuevo despertar solo
será posible con hombres nuevos que se dejan renovar por el Espíritu. No nos
abriremos a un mundo nuevo sin esta renovación interior. La vida se vive en permanente
proceso de conversión. No se llega a una obra totalmente acabada. En la
vida interior avanzamos como por estadios de modo que a un abandono sigue otro
y así sucesivamente. Avanzamos hasta llegar al momento definitivo del abandono
final en las manos de Dios. Todas las etapas forman parte de un proceso de
conversión (intelectual, moral, religiosa) que nos lleva a desechar los falsos
ídolos y elegir y optar por el bien real. Hemos de saber relativizar valores
que serían legítimos para optar por valores trascendentes de un orden mayor.
Se trata de una vida en conversión
permanente, en permanente lucha o dialéctica entre el bien y el mal. Estas
muertes, crisis son parte del proceso de crecimiento. Es necesario una
clase de muerte para abrirnos a un nuevo nacimiento. La crisis o la prueba
no busca tanto verificar si amamos a Dios cuanto si es Dios el amor de mi vida.
A través de la prueba somos purificados. La prueba consigue crear
espacios para que sean ocupados por Dios. Es necesario derribar los falsos
apoyos para construir un estilo de vida más coherente y consistente con nuestra
opción fundamental. A través de la crisis nos abrimos a una reestructuración de
la propia personalidad.
La crisis es
considerada como una visitación del Señor. La situación de desierto conlleva una bendición, la entrada en un nuevo
horizonte donde reconstruir la vocación. La promesa de bendición se expresa por
boca del profeta. Te llevaré al desierto y hablaré a tu corazón (Os 2, 16). Con
amor eterno te he amado y he reservado gracia para ti. De nuevo te deificaré y
serás edificada (Jer 31, 1-4)
g. El proceso de
crecimiento integral
El proceso de
crecimiento integral podría
resumirse como un proceso unitivo-integrativo de toda la persona. Las
reflexiones de las oraciones han seguido el hilo conductor del proceso de
crecimiento integral:
Mes de mayo: activar
los dinamismos, excavar el deseo, volver el corazón.
Mes de junio: conocerse,
dejarnos tocar y abrazar en nuestras propias debilidades
Mes de julio: comprenderse,
indagar una comprensión más profunda de la propia personalidad
Mes de agosto: comprometerse,
abriendo nuevos dinamismos respondiendo a las necesidades más profundas
Mes de septiembre: conformarse
a Cristo Pastor y Siervo
Mes de octubre: síntesis
del proceso.
El proceso de
crecimiento integral es un
proceso de reconciliación y unificación hacia la unión con Cristo, con los
hermanos, con todo lo creado. Toman parte las diversas dimensiones de la
persona, tanto física, psíquica y espiritual. Forma parte a su vez del proceso
de individuación, personalización, socialización de la persona. Podría decirse
que todo queda involucrado proceso de integración, humanización, santificación,
divinización, guiado por el Espíritu. Como síntesis del proceso de crecimiento
de la persona en su integridad nos lleva a un proceso de maduración en el amor.
h. La primera etapa (conocerse) Se precisa docilidad, una
apertura de corazón, caminar con autenticidad y transparencia. Se precisa de un
buen acompañamiento que nos ayude a abrir lo que llevamos en el corazón. Se
precisa soltar amarras y bogar mar adentro, no aferrarse a aquello que nos ha
hecho sentir seguro durante tanto tiempo. No temer a mostrar nuestra fragilidad
aquello que nos hace sentir inseguros. Se confronta el yo ideal con el yo real.
Es necesario el desierto, aunque cueste y se experimente dolor, porque ese
dolor cura. Se precisa de un éxodo, salir de nuestros límites y seguridades
para llevarnos a amar más, traspasando el umbral de lo razonable y lógico y
corriendo el riesgo de abandonarse al misterio. No podemos progresar en la vida
espiritual sin afrontar el mal objetivo y las contradicciones de la propia
personalidad. El desierto pone en evidencia la vaciedad de muchos
planteamientos. Salir de nuestros límites implica dar a Dios de renovar y hacer
nuevas todas las cosas.
i. La segunda etapa (comprenderse) hemos de tratar de excavar
nuestro deseo para adquirir una comprensión más profunda de nuestra propia
personalidad para ordenar nuestra vida y construir nuestra identidad sacerdotal
no desde una perspectiva egocéntrica (autorrealización) sino a través de la
donación, la entrega de sí y el servicio. El sacerdocio debe construirse a
través de valores fundamentales y trascendentes. En definitiva, se trata de una
opción fundamental una orientación del yo hacia el Tú de Dios en forma de
entrega personal u oblación. Es importante la internalización de los valores
fundamentales para ganar en libertad interior. El grado de libertad se da en la
medida que voy liberándome de apegos y gratificaciones, mecanismos de
autoengaño y autojustificación, que impidan orientar mi realización en Cristo.
j. La tercera etapa (configurarse) a través de la purificación se nos
invita a entrar en un conocimiento mayor de Cristo y su plan y proyecto sobre
mi vida. La clave del seguimiento es la humildad (caminar en verdad). Nos
alejamos de Dios cuando nos mueve el orgullo y la prepotencia (vivir para la
galería queriendo ser visto, admirado y reconocido por los otros, buscando mi
propia gloria). Dios construye a través de un camino de purificación y
empobrecimiento. Cuando nos experimentamos pobres, débiles, pecadores es cuando
Dios se hace fuerte. Para seguir a Cristo pobre es necesario descender al fondo
de nuestra pobreza. No se trata tanto de subir sino de bajar. Lo que importa es
que caminemos con lo que somos, pobreza de espíritu, teniendo a Cristo como
nuestra riqueza y fortaleza. No hay verdadera santidad sin humildad, sin ese
descenso al corazón de nuestra pobreza. Allí precisamente descubriremos el
verdadero rostro de Dios, al Dios desarmante y desarmado, desnudo y pobre que
se abaja a abrazar nuestra desnudez y curar con besos nuestras heridas. Bajar
con Cristo hasta lo hondo de mi pobreza, hasta la profundidad de mis heridas
tornará mi tristeza y dolor en alegría. Esta es la gran paradoja evangélica: el
que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado.
SINTESIS: LA SERIE DE ORACIONES
DE ESTE MES DE OCTUBRE
La serie de oraciones de
este mes de octubre tratan de adentrarnos en nuestro ministerio a la luz del
ministerio de Cristo. Dos son las imágenes que resaltan las figuras del Siervo
y del Buen Pastor prefiguradas a través de los profetas, principalmente Isaías
y a las que se refiere el mismo Jesús como cumplimiento de sus promesas: Yo Soy
(ego eimi) Estas oraciones nos ayudan a responder principalmente a tres
preguntas: quién nos llama, a quién llama, para que nos llama.
DIA 1: PRIMER POEMA: CRISTO SERVIDOR (Is 61, 1-11; Lc
4, 14-30)
Quiero comenzar esta
serie de oraciones centradas en Jesús, Pastor y Siervo llamado a llevar a
cumplimiento el designio de Dios con este discurso programático al
comienzo de su ministerio. Jesús se presenta como el ungido de Dios guiado por
el Espíritu y hace suya el pasaje del profeta Isaías. Proclama la palabra y
dice esta escritura se ha cumplido hoy. El pasaje se refiere a la misión del
profeta que ha recibido el encargo de Dios.
Hace alusión al mesías
esperado y a un mesianismo nuevo, no de condena sino de consolación y
liberación. Habla de un tiempo de gracia y no de desgracias, habla de
reconstrucción y no de destrucción, habla de curación y sanación no de afrenta
y de muerte, habla de liberación y salvación no de condenación. Viene no
revestido de poder sino revestido de debilidad. No empuñara las armas de la
guerra. No se parará hasta restablecer esta alianza de amor.
Jesús vive su ministerio
inmerso en la gran paradoja humana. Este será un signo de contradicción,
puesto para descubrir los más íntimos pensamientos del corazón. Lo esperaban un
guerrero y vino pobre desarmado de poder envuelto en debilidad y flaqueza
empatizando con los pobres, afligidos, los que lloran (la raza bendita de
Yahveh). Será piedra de escándalo. Su mensaje en un principio alabado será
rechazado por el pueblo.
También nosotros somos
siervos en el Siervo, seremos llamados sacerdotes de Yahveh, ministros de
nuestro Dios. No hemos de escandalizarnos de la gran paradoja. Somos
reveladores del gran misterio de Dios. Portadores de un mensaje de liberación reconociendo
nuestra fragilidad y nuestros límites, presentándonos y sabiéndonos pobres
servidores. Hombres de Dios en un mundo alejado de Dios. No vivimos para
nosotros mismos sino para Dios. Reverenciamos el misterio en el que vivimos. No
somos mesías somos mediadores que apuntan a Dios. Nuestro mensaje no es nuestro
sino de Dios. El fruto de nuestro ministerio no está en los éxitos, números,
resultados. No es una empresa humana. No contamos con nuestras fuerzas y
habilidades sino con la ayuda de Dios. Somos pobres servidores en manos de Dios.
El pasaje es colofón de
los cánticos del Siervo (Is 42, 1; 42, 7; 49,9; 50, 4-11) que iremos meditando
a continuación. Expresan la figura del Siervo como el enviado de Dios que
cumple sus promesas mesiánicas (La llegada del mesías) enviado para anunciar la
salvación, el mensaje de consolación, para establecer una alianza eterna, para
congregar a su pueblo disperso, para expiar con su muerte los pecados del
pueblo y será glorificado por Dios.
DIA 2: PRIMER CANTICO DEL SIERVO (Is 42, 1-7)
Los cánticos del Siervo
correspondiente al segundo libro de Isaías abren el libro de la consolación. Es
un personaje anónimo con el que se identificara Jesús. Esta escritura se cumple
en mí (Lc 4, 21 ).
Este es mi siervo, mi
elegido en quien me complazco. Son las palabras que se escuchan del cielo en el
bautismo de Jesús (Mt 3, 17). He puesto mi espíritu sobre él para enseñar y
proclamar a todos la salvación. Su misión no será de juicio o condena sino de
consolación. No vociferará ni alzará la voz. Viene a alentar e infundir aliento
y esperanza frente a la oposición. La caña quebrada no partirá ni la mecha
mortecina apagará. Frente al rechazo de muchos no se bajará los brazos, no
desmayará.
Este mi Siervo a quien yo
sostengo. Yo que lo formé y le así de la mano no lo soltaré. Lo he destinado a
ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos,
sacar de la oscuridad a los que viven en tinieblas, para dar la libertad a los
presos.
Está claro que somos
destinados a una misión imposible para los hombres si no es bajo la asistencia
de Dios (la guía y la unción del Espíritu). Cada vez uno se hace más consciente
de la distancia entre el que llama y a quien llama. Su llamada supera nuestra
capacidad. Nuestro sacerdocio esta inserto en Cristo, es participación del
sacerdocio de Cristo. Hemos sido llamados para prolongar su sacerdocio entre
los hombres, nuestros hermanos. A los que llamó los purifico, capacitó y santificó
para ser ministros de esta nueva alianza. Formados a su imagen para ser
servidores de Dios y de los hermanos.
Esta es la paradoja de
nuestro ministerio Llamados a algo muy grande que excede nuestra capacidad y, a
la vez, constatar que somos pobres servidores muy pequeños. Nuestra firmeza la
encontramos en el “no temas yo el que te he formado y llamado te asisto con mi
mano”.
Nos llamas como servidor
de los pobres y a no temer el rechazo de los poderosos Romper los yugos de la opresión desde la
humildad alentando a los débiles y vacilantes, abajado a los más pequeños.
Mendigo de manos suplicantes. pobres que distribuye oro a manos llenas lo que
recibimos de Dios. Servidor humilde a imagen del siervo Jesús, amante de lo más
humilde, acostumbrado al sufrimiento.
Pablo resume esta
paradoja: A nosotros, sus ministros, sus servidores dios nos ha asignado el
último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el
mundo. Nosotros, necios por seguir a Cristo, vosotros sabios en Cristo. Débiles
nosotros mas vosotros fuertes. Vosotros llenos de gloria, más nosotros despreciados.
Si nos insultan bendecimos. Si nos persiguen lo soportamos. Si nos difaman
respondemos con bondad. Hemos venido a ser como la basura del mundo y el
desecho de todos (1 Co 4, 9- 13).
DIA 3: SEGUNDO CANTICO DEL SIERVO ( Is 49, 1-9)
“Desde el seno materno me
llamó”. Si bien ha habido un encuentro fundante al inicio de la vocación, la
llamada del Señor se remonta más allá del seno materno, desde toda la
eternidad. Con amor eterno te he amado, recordé tu nombre y te llamé según la
imagen de mi Hijo para que fueras mi siervo.
Tu aflicción y
humillación las convertiré en gozo. “No digas en vano me he fatigado mi vigor
se ha gastado”. La llamada de mi amor es constante y se extiende por toda la
eternidad. Te pongo como luz de las gentes, una luz que brillará por toda la eternidad.
La vida de los elegidos serán como estrellas, lumbreras que brillen por la
eternidad.
Te he constituido
restaurador reparador de las heredades desoladas, para hacer volver a los
desterrados y establecer una alianza de amor con los que estaban divididos,
para dar libertad a los que se encontraban esclavos. La promesa empieza en
nuestra propia vida reparando y curando nuestras heridas, sanando nuestros
temores, renovándonos la esperanza
Estamos llamados a
renovar y actualizar su llamada porque el vive llamándonos. Es propio del amor
comunicarse y su llamada de amor que se remonta al principio de los tiempos no
tiene fin. La llamada la vivimos como recuerdo, presencia y promesa. La llamada
en cada etapa de la vida tiene matices nuevos. Si bien recordamos los momentos
donde despuntó como “el amanecer” con pasión cargada de ilusión también a veces
la descubriremos en medio del dolor, la humillación, en “el atardecer” de la
vida, en el aparente ocaso. Estamos llamados a actualizar su llamada en nuestra
pobreza y debilidad.
Los tiempos que nos tocan
vivir son tiempos revueltos llenos de cansancios, desencantos, aparentes
fracasos. También ahí se consolida nuestro llamamiento y elección. Dios cumple
sus promesas. No debemos dudar de su llamado (es firme e irrevocable) y de
perder la esperanza. Redoblad vuestra confianza en el Señor (se quién me llamó,
de quien me fie y estoy seguro) aunque la misión comporte persecución, no os
asustéis alegraos de poder compartir los sufrimientos de Cristo. La dificultad
nos llena de alegría, la tribulación engendra entereza y un hombre así merece
la aprobación de Dios (Rm 5, 3-4).
DIA 4: TERCER CANTICO DEL SIERVO ( Is 50, 4-9)
Una de las actitudes que encontramos
en la vida de Jesús es la actitud orante. Cada mañana, antes de amanecer, se
retiraba a un lugar a solas para orar (Lc 4, 42). Cada mañana despierta mi oído
para escuchar como discípulo. Antes que ser maestros hemos de ser discípulos.
Jesús declara que no habla por su cuenta. El Padre me dice loque debo decir y
enseñar (Jn 12, 49).
Para que lleve al cansado
una palabra alentadora. Jesús sentía compasión de la gente porque andaban
extraviados como ovejas sin pastor y
proclamaba la Buena Nueva del Reino, curando yoda enfermedad y dolencia.
Jesús no solo enseña lo que ha oído de su Padre sino como lo ha oído. Encarna
los sentimientos del Padre con los más débiles, vulnerables y necesitados.
No me eché atrás ante los
que me insultaban y se reían de mí. Se vuelve a repetir el tema recurrente de
que el ministerio será motivo de mofa y contradicción. El Siervo soportará las
contradicciones y persecuciones. Así previene a sus discípulos ningún siervo es
superior a su amo (Jn 15, 18-20). Si el mundo os odia, recordad que primero me
odió a mí. Pero ánimo yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
Sabiendo que no quedaría
avergonzado que junto a mí está el que me ayuda. Así también lo manifiesta
Jesús. Sobre todo en el momento de mayor turbación cuando todos le abandonan.
No estoy solo porque el Padre está conmigo (Jn 16, 32). Es por lo que exhorta a
sus discípulos. Llorareis, gemiréis, mientras que los del mundo. Se alegrarán.
Estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Una alegría
que nadie podrá quitaros.
DIA 5: CUARTO CANTICO DEL SIERVO ( Is 52, 13-53, 12)
Este cántico es una
profecía que describe al Siervo Sufriente, desfigurado, herido. Puede
considerarse la más cruda y detallada profecía de su Pasión. Así lo reconoce el
evangelio cumpliendo lo que había anunciado Isaías: él tomó sobre sí nuestras
debilidades y cargó con nuestras necesidades (Mt 8, 17). Y así lo reconoce la
primera comunidad de creyentes Cristo padeció por nosotros aún no cometiendo
pecado ni encontrarse mentira en sus labios. Cuando lo injuriaban no respondía
con injurias sino que aguantaba el sufrimiento sin amenazas de venganza… hemos
sido salvados a costa de sus heridas (1 Pe 2, 24). Se trata de una profecía de
un Mesías que solo entendieron a la luz de Cristo.
Por las fatigas de su
alma sus siervos verán la luz y
se saciarán de su conocimiento. Él pasó por las tinieblas y sufrió el aparente
abandono de Dios, pero no dejó de confiar en Dios. Él atrajo en pos de sí a
quienes andábamos dispersos. Este misterio se esclareció a la luz de Cristo.
Gran paradoja que quedó encubierta ¿El brazo de Yahveh a quién y cómo se
revelo?
Un herido que nos cura. El fue herido por nuestras rebeldías y molido
por nuestras culpas. Con sus cardenales fuimos curados. Él soportó el castigo
que nos trae la paz.
Un inocente que sufre
y nos consuela. A pesar de su
dolor los soporta sin quejarse y se ofrece en expiación. Uno traspasado por
el mal que no responde con el mal ni con venganza antes al contrario se
ponía en manos de Dios. Un inocente que se ofrece como víctima cargando con
nuestras culpas y pecados. Se ofreció como Cordero al degüello. El
intercedió por los rebeldes y con su sufrimiento justificará a muchos.
Uno que es humillado y
finalmente será ensalzado. Por
darse en expiación consiguió una descendencia numerosa sometiéndose a lo que le
complacía a Dios. por eso lo glorificó y dispuso ser contado entre los grandes
y reconocido el Señor. Mi Siervo, al despojarse de sí mismo y tomar la
condición de Siervo y someterse hasta la muerte de cruz, será ensalzado. Dios
lo exaltó y le otorgó el nombre que esta sobre todo nombre
También para nosotros
encierra una profunda enseñanza. Comprender que la humillación no es un castigo
divino antes al contrario nuestro sufrimiento nos asemeja a Cristo (1 Pe 2, 21)
porque hemos sido llamados a seguir las
huellas de Cristo crucificado Hemos sido llamados a conformarnos e
identificarnos con él. Tengamos entre nosotros los mismos sentimientos de
Cristo (Fil 2, 1- 11).
DIA 6: SEGUNDO POEMA DEL TERCER ISAIAS: LA RESTAURACION
(Is 62, 1-9)
Este poema resalta el
tema del anuncio de la salvación de la liberación a todo un pueblo oprimido por
el pecado (tercera parte del libro de Isaías). Alegres mensajeros del evangelio
clamad con voz poderosa. Consolad, consolad a mi pueblo. Dios nos ha llamado
con una misión, nos necesita para llevar a cabo su misma misión. Prolongar su
misión de amor para que su salvación llegue a todos los confines de la tierra.
Como un pastor sale al
encuentro de sus ovejas perdidas y dispersas y recoge en brazos y lleva sobre
sus hombros a las heridas así os confortaré yo. No he de callar hasta que su
salvación brille como una antorcha y las naciones vean mi reino de amor y de
justicia. Vosotros sois la luz del mundo para que mi salvación brille hasta los
rincones más lúgubres y oscuros de la tierra.
Nos llama con un nombre
nuevo, reparador de brechas, de ruinas desoladas. No descansaré hasta
que te restablezcas. Dios se compadece con todos los que se encuentran
desheredados, despojados de toda dignidad. Ellos descubrirán el resplandor de
mi amor. No dirán de ti abandonada ni a tu tierra desolada. De ti se dirá, mi
hijo, en quien me complazco, cambiaré tu luto en regocijo.
Estableceré con vosotros una
alianza de amor eterno. Se desposará contigo tu hacedor y edificador. Te daré
de comer manjares exquisitos, de beber el mosto de los atrios sagrados y te
haré participar del banquete de mi Reino.
DIA 7: CONCLUSION DEL TERCER ISAIAS (Is 62, 10-12; Lc
9, 1-6; 10, 1- 12)
La conclusión de este
segundo poema mantiene semejanzas con la instrucción de Jesús a sus primeros
discípulos. Él los envía por delante con la contraseña de preparar los caminos.
Preparad el camino al Señor. Anunciad el Reino de Dios está cerca de vosotros. Mirad
que viene su salvación.
Abrid un camino. Salid
por los caminos en busca de las ovejas perdidas y no os detengáis porque la
mies es mucha y los obreros pocos. Aunque encontréis rechazo no temáis, no
callar hasta ver instaurada la justicia y la fraternidad.
Reparad el camino, reparad y sanad los corazones heridos y
desgarrados atended a los desvalidos, aliviando el dolor de los afligidos, curando
a los enfermos. La raíz del mal es el pecado.
Limpiadlo de piedras, eliminando los obstáculos, os envio como
corderos en medio de lobos, responded con la paz no con la guerra. Allí donde
entréis decid primero: paz a esta casa. Si no os reciben no pleiteéis sino
sacudid el polvo de vuestras sandalias y devolved la paz.
Su salario le acompaña
y su paga lo precede. El pago es
la gratuidad, gratis lo recibisteis dadlo gratis. No llevéis nada para el
camino. Seréis llamados hermanos miembros de un mismo pueblo, pueblo
santo, familia de Dios
Vivimos en una sociedad
que se ha alejado de Dios. Son muchos los que han abandonado los templos que se
han convertido más en museos que en casas de oración. Hoy también, más que
nunca, Jesús nos envía a las periferias. Además de esta indiferencia religiosa
crecen los enfrentamientos y conflictos hasta una escalada mundial (una
solapada tercera guerra mundial). Cuánto más necesitamos derribar barreas y
restablecer la paz y abrir caminos nuevos que faciliten el diálogo y la
comunión.
DIA 8: UNO QUE VA DELANTE GUIANDO AL PUEBLO (Nm 27,
15-21)
El Antiguo Testamento es
la pedagogía con la que Dios ha ido preparando y guiando a su pueblo. Tras los
grandes profetas como Moisés, encarga que se instituyan pastores y guías del
pueblo. Así habló Dios a Moisés: toma a personas de entre el pueblo: Es deseo
de Yahveh poner a un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga delante
de ellos, que los haga salir con mano extendida. Tras imponerle las manos y
recibir el Espíritu comunique a tos su dignidad.
La llamada no es algo
personal sino una llamada refrendada por la comunidad para servir a todo el
pueblo de Dios. La comunidad lo presenta y el obispo lo instituye y confirma
asignándole una porción del pueblo de Dios. Este servicio tiene que vivirse en
colegialidad y comunión con los responsables de la Iglesia local.
Jesús previene a sus
discípulos de la tentación de ejercer dominio sobre los demás. Los gobernantes
y poderosos usan de su autoridad para someter a los otros. No debe ser así
entre vosotros. El mayor entre vosotros debe hacerse el servidor de todos de la
misma manera que el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para
servir y dar su vida para la salvación de muchos (Mt 20, 25-28 ). Este servicio
debe ser entendido no como un liderazgo, un poder o privilegio. No para ponerse
como jefes por encima de los otros sino como servidores al servicio de los demás.
El sacerdocio ministerial ha de desplegar la dignidad del sacerdocio común de
los fieles.
DIA 9: MI PUEBLO
VAGA ERRANTE SIN PASTOR (1Re 22, 17; Mt 26, 31; Mc 14, 27)
He visto todo Israel
disperso por los montes como ovejas sin pastor. No tienen pastor volverán cada
cual a su casa. Jesús predice también, en la noche del arresto, como cuando el
pastor es atacado las ovejas se dispersan. Herirán al Pastor y se dispersarán
las ovejas (Mt 26, 31)
Pedro se adelanta a decir
que el nunca se escandalizará, pero Jesús le insiste de cierto te digo que esta
noche antes que cante el gallo me negarás tres veces. Pedro de nuevo dice
aunque tenga que morir contigo yo no te negaré. Entonces Jesús de nuevo le dice
he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Cuando vuelvas confirma en la
fe a tus hermanos (Lc 23, 32).
También nosotros nos experimentaremos
probados hasta el punto de avergonzarnos de confesar a Jesús. Pero Jesús no se
avergüenza ni retira su mirada de nosotros. Nuestra fidelidad no la aseguramos
por nuestras fuerzas o méritos se construye bajo la fidelidad de Dios. aun
cuando somos infieles el permanece fiel porque no puede negarse así mismo. (2
Tim 2, 13) De ahí nace el coraje para seguir adelante.
Cuando vuelvas confirma,
fortalece la fe de tus hermanos. Nuestra tarea es la de ayudar a quienes se
sienten probados o estén pasando por dificultades a no bajar los brazos sino
una y otra vez volver la mirada al Señor. También nosotros podemos salir
fortalecidos de la humillación y de la prueba para poder fortalecer a los que
se sienten probados. De la misma manera que el Señor oró por Pedro así nosotros
debemos orar los unos por los otros para que nuestra fe no desfallezca.
DIA 10: RECOGE EN BRAZOS A LOS CORDERITOS (Is 40, 9-11)
Esta cantata es una
obertura del libro de la Consolación de Isaías donde se presenta la
restauración del pueblo después del destierro se prepara un nuevo éxodo vuelta
a la tierra (de Babilonia a Jerusalén). Se fueron con lágrimas y regresan entre
cantares. Se presenta la figura del centinela, súbete a lo alto del monte
alegre mensajero y proclama con voz poderosa el Señor Yahveh viene con poder. Ved
que su salario lo acompaña y su paga lo precede. Se presenta la exaltación de
la grandeza divina comparada con la debilidad del hombre. No vence el rey por
su gran ejército. Como un pastor pastorea su rebaño. La figura del buen pastor
es presentada por Isaías y Ezequiel referida a Dios. Cristo la encarna diciendo
Yo soy el buen pastor. Él recoge en brazos a los corderitos y en el seno los
lleva y trata con cuidado a las paridas.
Nosotros como mensajeros
somos heraldos del evangelio que anuncian en Cristo la llegada del Mesías y de
su Reino. Como dice san Juan el Bautista yo no soy el mesías sino quien va por
delante. Él es más fuerte que yo. El que viene de arriba está por encima de
todos. Mi misión es apuntar y señalar el que viene a salvarnos. No soy la luz
sino que vine a dar testimonio de la luz. Yo no soy digno ni de desatar las
correas de sus sandalias (Mt 3, 11). Conviene que él crezca y yo disminuya.
Nosotros no somos la fuente de la luz sino testigos de la luz. Hablamos lo que
hemos escuchado de Dios y damos testimonio de lo que hemos visto y oído (Jn 3,
28-34)
DIA 11: SOMOS MENSAJEROS DEL EVANGELIO, TESTIGOS DE SU
PODER (Is 44, 24-48; 1 Co 1, 18-31)
Anunciamos un mensaje que
no es nuestro no con sabiduría humana sino con el poder de Dios. En cambio a
los orgullosos convertiré su ciencia en necedad. Así dice el Señor yo confirmo
la palabra de mi siervo y hago que se cumpla el proyecto de mis mensajeros.
Nuestro mensaje no es
nuestro hablamos en nombre de Cristo y predicamos su evangelio desde nuestra
pequeñez y debilidad. Damos a conocer el misterio de Dios guiados por el
Espíritu de Dios que todo lo sondea, penetra y conoce. No con palabras
aprendidas de la sabiduría humana sino aprendidas del Espíritu.
Jerusalén será
reconstruida. Yo levantaré las ruinas deshabitadas. Levantaré mi templo nuevo
poniendo a Cristo conocimiento y fundamento. Conforme a la gracia recibida como
buen arquitecto puse el cimiento de vuestra fe en Cristo. Nadie puede poner
otro cimiento que el ya puesto Jesucristo (1 Co 3, 10)
Cristo nos envía a
predicar el evangelio. El mensaje de la Cruz es locura y necedad. Destruiré la
sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes,
porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la
debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres. Nuestra predicación
no se basa en criterios humanos es una necedad para los que lo rechazan más
para los que lo acogen es fuerza y sabiduría de Dios (1 Co 1, 18-25)
Por eso mirad quienes
habéis sido llamados, ha escogido Dios lo necio del mundo para confundir a los
sabios y lo débil del mundo para confundir a los fuertes. (1 Co 1, 26-31) por
eso me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso para que vuestra fe se fundase no en sabiduría de
los hombres sino en el poder de Dios (1 Co 2, 1-16 )
DIA 12: LA DIGNIDAD DE SUS SIERVOS (Is 56, 6-11; Ez 34,
1-8; Jn 10, 7-13)
Sus servidores servirán
al Señor y a él darán gloria. No buscarán su propia gloria, no se apacentarán
así mismos buscando su provecho, no serán perros voraces que espanten mi rebaño
a gritos de alaridos.
Los adheridos a Yahveh
para su ministerio amarán al Señor y serán sus servidores. Apacentarán con
mansedumbre mi rebaño disperso, los atraerán a mi monte santo y les alegraré en
mi Casa de oración que congregará a todos los pueblos. Venid a comer manjares
suculentos. Los alimentaré con el pasto de un verdadero alimento y los alegraré
con un mosto exquisito.
Jesús hace alusión a los
falsos pastores que se apacientan así mismos y buscan su propia gloria y
alabanza. Se aprovechan de las ovejas, se toman la leche y se visten con su
lana. Son guías de ciegos, ladrones y salteadores que van a robar, matar y
destruir. Dominan con violencia y dureza al rebaño. Cuando ven venir al lobo
abandona a las ovejas y huye porque no le importa la suerte de las ovejas (Jn
10, 7-13).
Los buenos guías del
rebaño seguirán al Buen Pastor que fortalece a las débiles, cuida de las
enfermas, recobra al buen camino a la descarriada. Nosotros estamos llamados a
ser como los lazarillos que llevan los hombres al encuentro del Señor.
¿Qué nos mueve a ser
sacerdotes? Nada puede movernos que no sea su amor. Hoy día somos tentados por
la falta de motivación, de sentido, de reconocimiento. No es fácil vivir
nuestro ministerio pasando desapercibidos, despojados de toda relevancia e
influencia con una sensación de inutilidad y de fracaso. Pero esto no ha de ser
motivo de desilusión y desánimo. La fuente de nuestra fe y esperanza no está
puesta en nosotros en nuestros resultados sino en Cristo Jesucristo vive y
sigue estando presente y encaminando la historia a través de caminos tortuosos.
No podemos poner en duda su amor y fidelidad. Se trata de amar a Cristo movidos
por su amor. Todo se resume en confiar y dejarnos guiar por su amor, más allá
de nuestras debilidades y dificultades.
DIA 13: PASTORES CONVERTIOS, VOLVEOS A MÍ (Jer 2, 1-13;
Ap 2, 1-7)
Así dice el Señor. De ti
recuerdo tu amor juvenil (jesed), aquel seguirme por el desierto. Pero
no quisieron oír mi voz y se fueron en pos de la vanidad adorando ídolos que no
pueden salvar. Se fueron tras dioses inútiles mientras mi pueblo se dispersaba.
Mi pueblo cambió mi gloria por dioses inútiles. Por eso continuaré litigando
con ellos para que vuelvan a mí. Date cuenta arrepiéntete mira donde has caído
y vuélvete a mí. Doble mal ha hecho mi pueblo dejaron la fuente de la vida para
excavarse cisternas incapaces de retener agua. (Jer 2, 1-5; 2, 13)
Recuerda la exhortación a
la iglesia de Éfeso. Conozco tus fatigas y lo que has sufrido a causa de mi
nombre. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes, date cuenta de
dónde has caído, arrepiéntete y vuélvete hacia mí (Ap 2, 1-7)
El Tiempo de crisis que
vivimos es una oportunidad de convertirse en tiempo de Kairós, tiempo
de gracia. Supone un tiempo de discernimiento y purificación para encontrar
nuevas formas de vivir nuestro ministerio, reforzando nuestra comunión
con Dios y los hermanos, una vida más auténtica, más fraterna y comunional. Ponernos al servicio de
los más débiles y vulnerables no con afán de ganancia sino fruto del amor
compasivo de Dios. Recuperar el gusto de la oración y la vida fraterna, el
gusto de ser para el pueblo, cercanía con los hermanos.
Hemos de derribar las
barreras y crear puentes. Cuando nos aislamos nos axfisiamos. Cuando nos
encerramos en nosotros mismos y nos aislamos, nos perdemos
buscando satisfacer con la idolatría de pasiones inútiles que envenenan el
alma. Conversión al amor. De ti recuerdo el amor primero, tu seguirme en medio
del desierto. Volveos a mí la fuente de aguas vivas y rejuvenecerá vuestra
alma.
DIA 14: OS DARE PASTORES SEGÚN MI CORAZON (Jer 3, 14-17;
Jn 21, 15- 17)
Prosigue el poema de
restauración. Con la restauración mesiánica los profetas anuncian la unidad
futura del Reino de Dios donde tomarán parte todos los pueblos de la tierra. el
Señor promete dar a su pueblo nuevos pastores. Yo vuestro Señor os iré
recogiendo uno a uno y os traeré a Sión. Dios se compara como el pastor de
Israel que recogerá su pueblo disperso. Nos habla de su exquisito cuidado de ir
recogiendo uno por uno. Con la llegada del Reino en Jesús confía a los
apóstoles “de nuevo” la misión, pero esta vez ungidos con su Espíritu de amor.
A una “segunda llamada” le sigue “una segunda misión” no apoyada en sus
seguridades sino en su amor. Llama a la misión con “una triple investidura” que
fortalezca la debilidad de sentir su inmerecida y no adecuada respuesta que les
llevó a la negación. Después de la resurrección envía Jesús a sus discípulos
derramando sobre ellos su Espíritu de amor.
Os pondré pastores según
mi corazón. La promesa de dar pastores según mi corazón habla de su deseo de
que los pastores apacentarán guiados por su amor. Por tres veces pide a Pedro
que sea consciente de su misericordia. En lugar de rechazarle e increparla su
negación por tres veces repite apacienta, cuida de tus hermanos (Jn 21, 15-
17). Así lo había predicho cuando vuelvas confirmarás y fortalecerás a tus
hermanos (Lc 23, 32). Apacienta con mi mismo amor.
Que os den pasto de
conocimiento y prudencia. No os guiarán hablando de lo que saben de mí sino que
Yo mismo les daré conocimiento de lo que tienen que hablar y como actuar en mi
nombre, movidos por mi mismo amor.
Llamarán a Jerusalén
Trono de Yahveh, lugar donde morará el Señor. Se incorporarán a ella todas las
naciones. Su misión no se reducirá a las ovejas perdidas del pueblo de Israel
sino que se extenderá a todos los pueblos de la tierra.
También nosotros, a pesar
de haber caído, de experimentar nuestra infidelidad e indignidad, de sentirnos
no capacitados, somos “de nuevo llamados”. Pobres pecadores que hemos sido
redimidos y “de nuevo enviados” apoyados y guiados ahora por su mismo Espíritu
de amor.
DIA 15: HAN SIDO TORPES LOS PASTORES SIGUIENDO SU PROPIO CAMINO (Jer 10, 17-22; Os 2, 16-22)
El sufrimiento y la
humillación les hará volver a Dios. la perversión del corazón les llevó a sentir la desolación trocaran su
morada en guarida de chacales. Voy a hondear a los moradores del país de modo
que den conmigo. Reprocha a los pastores que no obraron cuerdamente, por eso el
rabaño quedó disperso.
Pero el Señor no les deja
abandonados. Voy de nuevo a seducirte, te llevaré al desierto y hablaré al
corazón y tu responderás de nuevo como en los días de tu juventud. Quitaré de
su boca y su corazón los falsos ídolos-amantes (Baales-dueños) y pactaré
de nuevo mi alianza de amor. Entonces conoceréis donde caísteis y mi infinito
amor y compasión (Os 2, 16-22) convertiré el valle de Akor, valle del lamento y
la desgracia en puerta de esperanza.
También nosotros estamos
llamados a la conversión, volver a Dios de corazón. Él convertirá este tiempo
de desgracia en un tiempo de gracia (Kairos). Dios volverá de nuevo a
habitar en medio de su pueblo para colmarle de bendiciones. Dios establecerá un
pacto alianza nueva que de acceso a todas las naciones.
El tiempo de
individualismo, de indiferencia, de vacío existencial, de esterilidad, de
sinsentido que atraviesa nuestra humanidad (un hombre herido en un mundo herido
que ha perdido el corazón) será convertido en un tiempo de gracia y renovación.
Se abren una puerta de esperanza, nuevos caminos nuevas formas de atención
pastoral fomentando la comunión con Dios y la fraternidad y paternidad
espiritual con nuevas formas de inclusión y de corresponsabilidad.
DIA 16: ORACULO MESIANICO SOBRE NUEVOS TIEMPOS (Jer 23, 1-4)
Pone sobre aviso a los
pastores. Cuidado con los pastores que dejaron perderse y apartarse las ovejas.
Habéis dispersado las ovejas, las tratasteis con dureza, las empujasteis y no
las atendisteis. Quedaron medrosas y asustadas. Voy a recoger a mis ovejas, mi
pequeño resto y las haré tornar de nuevo. Las ovejas que se dispersaron serán
congregados de nuevo, criarán y se multiplicarán y pondré al frente de ellas
pastores que las apacienten con cariño.
El ministerio sacerdotal
se encuentra con el desafío de hacer frente a una profunda transformación.
Sentimos la falta de vocaciones sacerdotales y muchos sacerdotes son ya mayores
¿De dónde puede venir el renuevo? Nuestra misión y acción pastoral no debe
quedar reducida al sostenimiento de viejas estructuras decadentes. Se hace
preciso concebir la misión desde una participación y corresponsabilidad con los
laicos. No debe desmoralizarnos que el pueblo haya quedado reducido a un
pequeño resto. Este resto puede convertirse en germen de un orden nuevo. El
papa Benedicto hace un oráculo o profecía del futuro de la Iglesia. La Iglesia
del futuro será más pequeña, más pobre, humilde y sencilla. Esto será ocasión
para promover una sinodalidad caminando con todo el pueblo de Dios.
Ponernos a caminar juntos
con quienes se sienten llamados al cuidado de la vida, defendiendo el derecho
de los más heridos y vulnerables. Pastores heridos que salen al encuentro de un
hombre y un mundo herido devolviendo la paz la dignidad y la esperanza a los
que la han perdido.
DIA 17: YO SOY EL BUEN PASTOR (Sal 23, 1- 6; Jn 10, 1-18;)
Jesús es quien lleva a
cumplimiento la promesa de darnos un pastor según el corazón del Padre. No hago
mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Jesús mismo se apropia el
nombre del Buen Pastor. A la vez asocia a la imagen del pastor la figura
de la puerta y del pasto. El que entra por mí se encontrará
seguro. En mí encontrará pasto
El conoce a sus ovejas
las llama a cada una por su nombre, las ovejas escuchan su voz y le siguen. Las
saca de sus lúgubres cavernas y va delante de ellas, ellas e siguen porque
conocen su voz. La distinguen de los extraños que se acercaron para robar,
matar y destruir. Yo he venido para dar vida, para quienes me escuchen y sigan
tengan vida. Yo doy mi vida por mis ovejas. Nadie me quita la vida soy yo quien
la da voluntariamente.
También tengo ovejas que
no son de este redil, también a estas las tengo que conducir de forma que sean
congregadas en un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor. Esta es la misión
que mi Padre me ha confiado.
También nosotros somos
ovejas antes que pastores. Él nos llama y nos conoce por nuestro nombre. Estamos llamados a ponernos a la escucha de
sus palabras. En él encontramos el verdadero pasto, la verdadera comida con el
que alimentar el rebaño. El llamamiento a ser pastores es sin suplantar al
verdadero pastor. El pastor que se ha hecho pasto, pan partido para que
tengamos vida.
Todos podemos hacer
nuestras las palabras del salmo: él es nuestro pastor, nos apacienta en verdes
pastos, hacia las aguas del reposo donde conforta mi alma. Aunque pase por
valles tenebrosos no temeré ningún mal porque él va conmigo. Su vara y su
cayado me sosiegan. Su cayado me da apoyo y su vara me protege. El prepara una
mesa y unge con óleo mi cabeza. Su presencia, su amor y su gracia me
acompañarán todos los días de mi vida. Moraré en su presencia a lo largo de los
días.
El salmo leído de una
forma sacramental hace alusión y relación con la eucaristía. El banquete del
Reino donde el buen pastor se nos da como pasto y alimento para que tengamos
vida. La vida no sale de nosotros mismos sino que nos viene de él. El pastor
que nos alimenta con su Cuerpo y con su sangre es verdadera comida y bebida
donde nos conforta y fortalece para poder fortalecer a los que se sienten
perdidos y extraviados.
DIA 18: REUNIRA Y GUARDADARA COMO PASTOR EN SU REGAZO (Jer 31, 10-24; Jn 20, 17)
Este relato es parte del
libro de la consolación de Jeremías. Forma parte de la promesa de restauración.
Esta promesa se cumple tras la resurrección de Cristo donde Cristo renueva la
llamada y la misión después de la crisis de su pasión y muerte. Los discípulos
se habían dispersado llenos de miedo y temor. Él les saldrá de nuevo al
encuentro. Volved a Galilea, allí recordareis el primer amor (Jn 20, 17).
Mirad que vuelvo a
vosotros victorioso tras haber vencido a la muerte. No digas grande es mi
quebranto, mi mal es sin remedio y mi herida incurable y son enormes mis
pecados. No quedarás desahuciado. Para tu herida hay cura y remedio. Yo haré
que tengas remedio y alivio. No temas siervo mío ni desmayes mi pequeño
gusanillo. Mira que yo acudo a ti para salvarte.
Cuantas personas han
quedado en la cuneta, considerando su vida malgastada e inútil. Cuántos se
viven olvidados, marginados, rechazados. También estos son objeto de la
predilección de Dios. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Salir
al encuentro del que se siente solo y desamparado. Jesús hace fiesta por un
pecador que se convierte que por 99 que no necesitan de conversión. No somos la
comunidad perfecta no nos sentimos hermanos. El Señor nos llama a aprender a
ser hermanos, a recibirnos, acogernos aceptarnos con nuestras debilidades y
caminar juntos. La comunidad lugar de perdón y de fiesta. Recuperar el gusto de
sentirnos hermanos, de compartir nuestros dolores y alegrías, de convivir, de
estar juntos.
Serás reedificada y
restablecida. Yo seré vuestro Dios y vosotros mi pueblo. Subo a mi Padre
vuestro Padre. Tu restableces la fraternidad y nos haces sentir no extraños
sino hermanos. Jesús va a continuar su misión contando con aquellos hombres
apocados y temblorosas llamándoles de nuevo, renovándoles el amor primero. El
segundo amor era un amor será más maduro, probado en el sufrimiento.
DIA 19: ESTABAN DESALENTADOS COMO QUIEN NO TIENE PASTOR (Mt 9, 35-38)
Jesús responde a las
promesas de los profetas (Ez 34, 5). Os daré pastores según mi corazón (Jer 3,
15). Nuestro modelo sacerdotal no puede ser otro que el del buen Pastor.
Vemos a Jesús con la
conciencia de enviado y puesto en camino. Dios no nos llama para nuestro propio
perfeccionamiento sino para ponernos al servicio de nuestros hermanos. Vemos a
Jesús recorriendo las aldeas aparece en búsqueda de los más alejados y abatidos.
Que importante esta actitud de estar, acompañar, con humildad, sencillez, desde
la gratuidad de manera que las personas sientan la presencia cercana del pastor
que se hace compañero (el que comparte el pan) y amigo.
Movido por compasión
porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Jesús pide
a sus discípulos configurarse con los sentimientos del Buen Pastor llenos de
compasión y misericordia. Enseñando y proclamando la Buena Nueva recuperando el
gozo por evangelizar. Curando de toda enfermedad y dolencia. Se pone al cuidado
de la vida de las personas en todas sus dimensiones. Abiertos y dispuestos a
escuchar, comprender, sanar, perdonar, consolar.
Al ver la multitud dijo a
los discípulos: la mies es abundante y los obreros pocos, rogad al dueño de la
mies que envíe obreros a su mies. Hoy de nuevo somos objeto de su oración y su
elección.
Vivimos en tiempos de
crisis y de conversión. Faltan vocaciones y se reduce el número de personas que
acuden a las iglesia. Hemos de pasar de una Iglesia autorreferencial a una
iglesia misionera. No podemos quedarnos encerrando manteniendo las viejas
estructuras Necesitamos salir de una iglesia encerrada en derivas clericales
siguiendo la mundanidad del autoritarismo buscando el poder y los privilegios
que nos alejan de la gente y nos anquilosan y desgastan. Hemos de vivir en
camino, en salida al encuentro de nuestros hermanos especialmente los más
pobres, vulnerables y necesitados. Es preciso retomar nuestro centro y volver
una y otra vez al que es el principio y fuente de nuestra vida sacerdotal,
discípulos misioneros movidos por la caridad de Cristo.
DIA 20: SALID EN BUSCA DE LAS PERDIDAS (Mt 10, 1-10)
En este discurso
apostólico vemos a Jesús dando instrucciones a los discípulos que envía a
predicar. Vemos primero como ora por ellos y como les llama a cada uno por su
nombre para que estén con él y enviarles a predicar (Mc 3, 13). A los que llama
los unge con su poder (Espíritu) para curar y sanar de toda dolencia y les dice
id y proclamad que el Reino de Dios está cerca, gratis lo recibisteis, dadlo
gratis. A ellos les dice que se dirijan a las ovejas perdidas, no llevéis nada
para el camino, ni plata, ni alforja, ni dos túnicas ni bastón. Dios será
vuestro sustento y proveerá de lo que necesitéis.
El anuncio del Evangelio
lleva a los hombres a ese reconocimiento de su dignidad profunda de hijos de
Dios. Quiso unir su Espíritu al nuestro para dar testimonio que somos hijos de
Dios. Su Espíritu nos une a sus sentimientos para participar de esta relación
del Hijo con el Padre. Su deseo es que nos mantengamos en esa comunión con él,
en él, por él y desde él seamos enviados. No hemos de quedarnos en la letra, en
actividades externas en reformas estructurales vacías de Evangelio.
Cristo se revistió de
pobreza y debilidad para que la fuerza de su poder no de mostrará en
habilidades humanas. Tomó sobre si nuestra condición humana, nuestra flaqueza y
debilidad. Eligió a pobres pecadores. No utilicemos otras armas que las que
empuñaron los apóstoles siguiendo el mandato del Señor. Ellos hombres incultos,
iletrados pero urgidos por el amor de Cristo. No podemos servir a Dios y al
dinero. Nosotros no hemos de perder el fermento evangélico.
DIA 21: APACIENTA A MIS OVEJAS (Jn 21, 15-19)
Los discípulos durante la
vida terrena de Jesús fueron preparados, recibieron la instrucción, pero
necesitaban de la unción. Jesús se los prometió. Os enviaré y daré el Espíritu
que vine de lo alto. Seris fortalecidos para llevar a cabo mi misión. Los
discípulos necesitaban esta unción del Espíritu (Jn 20, 22).
Durante la comida los
discípulos lo reconocen en la fracción del pan. Terminada la comida toma a
parte a Pedro y le interpela con una sola pregunta ¿me amas? ¿reconoces el
hasta donde de mi amor? La misión es cuestión de amor. Pedro se descubre pobre,
desnudo, infiel. Por tres veces ha negado que lo conocía y por tres veces Jesús
queriendo fortalecer su herida le vuelve a preguntar ¿me amas?, si me amas
apacienta. Seremos misericordiosos con los demás si nos hemos dejado tocar y
transformar por la misericordia divina.
No podemos apacentar si
no somos movidos por su amor. Antes estabas seguro de ti mismo desde ahora
extenderás tus manos y será otro el que te conducirá. Sígueme. Jesús nos llama
a adoptar el camino del servidor. No ejercer nuestro ministerio desde el poder
y por la fuerza queriendo dominar y controlar sino desde la debilidad como
pobres necesitados buscando la ayuda y la colaboración de los demás.
En medio de nuestro mundo
roto y herido caminar contando con nuestra debilidad. El camino de santidad
abierto para los imperfectos y vulnerables. Inclinarse con compasión a los más
pobres y necesitados. Sacerdotes pobres de corazón para abrir caminos de santidad
a los más pobres.
DIA 22: ENVIADO A RESCATAR LAS OVEJAS PERDIDAS (Mt 15, 21-28)
La conciencia de la
universalidad de su misión fue creciendo en Jesús progresivamente. En este
pasaje vemos como Jesús cambia de actitud ante el ruego de una persona pagana.
Sorprende ver a Jesús
fuera del territorio de la demarcación judía en tierras paganas. El papa
Francisco insiste una y otra vez de ir a las periferias. Una mujer cananea que
había salido de aquel territorio se le acercó gritando Señor, hijo de David mi
hija esta malamente endemoniada.
En un principio Jesús no
le responde. No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. Los mismos discípulos piden que la despida. Ella no obstante se acercó
y se postró ante él y le rogó ¡Señor socórreme!
Jesús inicia un diálogo
con ella. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. Ella
repuso, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus
amos. Jesús se deja interpelar hasta corregir por aquella mujer que insiste
hasta hacerle cambiar de actitud.
Jesús termina alabando su
actitud y respondiendo a su deseo. Mujer, grande es tu fe. Que suceda como
deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija. La palabra mujer recuerda
el pasaje de las bodas de Caná cuando responde a su madre: mujer qué tengo que
ver todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4). En ambos casos Jesús cambia de
actitud y termina descubriendo que es voluntad del Padre que lo haga.
La Iglesia precisa esta
actitud de diálogo interreligioso sin imposición buscando puentes para derribar
las barreras de los prejuicios que nos separan. No debemos a nadie privarle de
la gracia y la misericordia divina. La propuesta de la intervención divina es
para todos. Muchos han quedado al borde del camino despojados de derechos.
Jesús abre la puerta de la salvación a todos. El evangelio es Buena Noticia del
inmenso rebaño de almas olvidadas e ignoradas. Ante Dios no hay prejuicios
farisaicos, diferencias de justos y pecadores. Todos somos sus hijos. La
salvación es gratuita y la misericordia ha de estar siempre presente.
DIA 23: SEGUIR EL MODELO DEL SERVIDOR (Fil 2, 1-11)
Quizás hayamos perdido la
novedad de la radicalidad evangélica. Doblo mis rodillas ante el Padre para que
fortalecidos por la acción del Espíritu que Cristo habite en vuestros corazones
y arraigados y cimentados en el amor podáis conocer el amor de Cristo que
excede a todo conocimiento y así os vayáis llenando hasta la total plenitud de
Dios (Ef 3, 14-21) Movido por la acción del Espíritu con toda persuasión nacida
del amor, movido por toda comunión en el Espíritu exhorta: Si de verdad queréis
colmar mi alegría tened todos el mismo sentir, los mismos sentimientos de
Cristo Jesús.
Seguid su Espíritu y
conformaos a él el cual siendo Dios se abajó haciéndose semejante a nosotros y
se humilló a sí mismo hasta someterse hasta la muerte y muerte de Cruz.
Si el primer pecado nos
vino por la soberbia del primer hombre Adán queriendo usurpar ser igual a Dios,
Jesús quiso restaurar nuestra condición de hijos exaltando al nuevo hombre
movido por someterse a la voluntad divina. Nada hagáis movidos por la vanagloria,
la ambición y la rivalidad, sino que con la humildad de Cristo vivir para los
demás considerando a los demás como superiores a sí mismo. Servir a Cristo nos
lleve a servir a los hermanos sobre todo a los más necesitados.
Todos somos más o menos
orgullosos y tenemos necesidad de caer de rodillas suplicando como los pobres.
No intentemos ganar a Dios con autosuficiencia ni subidos al orgullo de querer
igualarnos a Dios a través de nuestra inteligencia y poder. Dios derriba a los
poderosos de sus tronos. El seguimiento es cuestión de atracción, de amor.
Cristo adoptó el camino de la sumisión y humilde obediencia. No hay otro camino
para buscar y dar con Dios que no sea el camino de la humildad que libera el
corazón del orgullo por el amor propio y lo transforma en un corazón pobre y
sencillo.
DIA 24: POBRES, HUMILDES, MANSOS SIGUIENDO EL EJEMPLO DEL BUEN PASTOR (Mt 11, 25-30)
Te doy gracias Padre
porque has querido revelar los secretos de tu corazón a los pobres y sencillos.
El gran obstáculo para que Dios actúe es en mantenernos en nuestro orgullo. Aprended
de mí que soy manso sencillo y humilde de corazón.
La misión no es cosa
nuestra, es acción de Dios. La misión la vivimos envueltos en flaqueza. Hombres
frágiles y vulnerables pero acaparados por el amor de Cristo. No tener miedo a
aparecer débiles en lugar de fuertes, desarmados como los niños que han puesto
su confianza en el Señor. No escandalizarnos del escándalo de la cruz sino
saberla abrazar como la abrazó el Señor. Quiso Dios salvar el mundo a través de
la locura de la cruz. Aceptemos la cruz no con resignación sino con amor.
La misión no es cuestión
de hacer grandes cosas supone dejar actuar y revelar a Dios desde nuestra
pobreza. No se puede tocar los corazones si nuestro corazón no está arraigado
en Cristo. Se trata de transparentar a Dios en nuestras vidas, desapareciendo
en su persona. que él crezca y que yo disminuya.
Evangelizar desde un
corazón pobre es tener la osadía de desarmarse de toda pretensión que no sea la
nacida del amor a Cristo y a los hermanos. Tener como única arma que la Palabra
desnuda y el corazón herido para sentir el dolor de los hermanos. Heridos por
la vida de sus heridas tocadas por el corazón de Cristo ofrecerán sus vidas.
Testigos de la gracia que acoge y agracia a los más débiles. Movidos por la
misericordia divina irradiaran la paz y la alegría evangélica en medio de la
debilidad, flaqueza, contradicción. Fortalecidos en su fragilidad serán fuertes
en su debilidad sintiendo compasión por los mas vulnerables y extraviados.
DIA 25: PASTORES EN BUSCA DE LOS PERDIDOS (Lc 15, 1-7)
Lucas quiso poner en el
centro del evangelio estas parábolas referentes a la misericordia divina.
Inicia la parábola del buen pastor que sale en busca de la oveja perdida.
Contrasta que deja las noventa y nueve seguras en el redil y va en busca de
aquella que está perdida y extraviada. Nos interpela con la pregunta ¿quién de
vosotros no echara de menos la que le falta y ser irá en su busca dejando el
resto? Lo más lógico es quedarse con las que tiene en lugar seguro y no salir
en busca de la perdida. Así nos descubre lo que nos cuesta salir de nuestras
seguridades y emprender caminos nuevos en busca de los que se encuentran fuera
y extraviados. Pero precisamente para esto he sido enviado.
Sorprende además la
actitud del buen pastor. No cesa en su búsqueda hasta encontrarla. Y cuando la
encuentra no la conduce a golpes o por la fuerza sino con infinita
misericordia. La pone sobre sus hombres y la carga y la lleva al redil y dice
hagamos una fiesta porque encontré a la oveja perdida. Habrá más alegría por un
pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan de
conversión.
Una nueva
evangelización nos pide una
conversión pastoral que sea capaz de abandonar nuestras formas
tradicionales de mantenimiento y capaz de arriesgar por los marginados y
extraviados. Sin duda los jóvenes muchos de ellos se encuentran alejados,
extraviados. No hemos de quedarnos sentados esperando a que vuelvan. Hemos de
ser nosotros los que salgan en su búsqueda. Una Iglesia en salida a las
periferias existenciales donde transitan tantos hermanos carentes de sentido,
fe y esperanza, Pastores con olor a oveja que no tengan miedo de embarrarse y
hacerse uno con los hermanos más desfavorecidos y despojados.
Hemos de dejar de
lamentarnos en que las iglesias están vacías de jóvenes. Salir y ponernos en
actitud de búsqueda para tender puentes y propiciar nuevos encuentros
contagiando la alegría del evangelio viendo que Dios es el primero en hacer
fiesta ante el regreso de los que se sentían perdidos. El testimonio de la
propia conversión personal suscitara la adhesión a Cristo.
DIA 26: SIERVOS HUMILDES (Jn 13, 3-5; 12-17; Lc 17, 7- 10)
Jesús antes de darles una
enseñanza como buen Maestro se adelanta a ponerla por obra. Jesús quiere
instituir un mandamiento nuevo, distintivo de sus discípulos. Así desconcierta
a sus discípulos cuando, antes de la última, cena adopta la actitud del siervo.
Jesús les previene de la tentación del poder, dominio. Jesús insiste que el que
quiera ser grande se haga el servidor de todos.
Ellos discutían sobre
quien ocuparía el primer puesto en el banquete del Reino y repetidamente por
medio de parábolas presenta un banquete al que son invitados los pobres.
Se levanta de la mesa, se
quita sus vestidos y tomando una toalla se la ciñó. Toma el último lugar y
adopta la función del servidor. En principio no resulta atractivo el tomar el
último lugar del que sirve. Toda la encarnación es el descenso de Dios a
nuestra pobreza. Cargó sobre sus hombros nuestra debilidad y pecado. Ver a Dios
abajarse hasta nuestra miseria a curar y sanar nuestras heridas.
Se puso a lavar los pies
de los discípulos y a secárselos con la toalla. Lavar los pies es el humilde
servicio de la caridad. Lava con sus lágrimas, las cura derramando el suave
perfume de su misericordia. Luego les preguntó ¿Comprendéis lo que he hecho con
vosotros?
Si yo el Señor y el
Maestro os he lavado los pies también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros. No es más el siervo que su amo. Os he dado ejemplo para que también vosotros
hagáis como yo he hecho. El acto de lavar los pies expresa el humilde servicio
de la caridad, de acogernos y aceptarnos en nuestra debilidad y pobreza.
Después les anima a
que sigan su ejemplo. Dichosos
vosotros si lo cumplís. Prestaos el humilde servicio de la caridad aceptándoos
mutuamente. Vivid como siervos agradecidos a los que el amo después de servir los
sienta a la mesa. El servicio no es denigrante, humillante antes al contrario
es el distintivo de los que tienen acceso al banquete del Reino.
El mandamiento nuevo
no es una imposición sino una revelación e invitación nacida del amor. Cuando deis un banquete invitad a los pobres, a
los que no tienen para pagaros. Cuando hayáis hecho lo que el Señor os mandó
decid somos siervos indignos hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17, 10) Seréis
objeto de la paradoja evangélica. A los que sirven el Señor se pondrá a servir
uno por uno en el banquete de su Reino (Lc 12, 37)
Después de anunciarles su
Pasión se acerca la madre de los hijos de Zebedeo y le pide a Jesús. Manda que
estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en el
banquete de tu Reino. Jesús se dirige no solo a la madre sino a los discípulos
diciendo. No sabéis lo que pedís, les sorprende con otra pregunta que no comprenden
¿podéis beber la copa que yo voy a beber?
Los otros discípulos
estaban también indignados contra los dos hermanos que pretendían los primeros
puestos. Jesús dirigiéndose a todos les dice. Los jefes de las naciones las
dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de
ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros se haga el
servidor de todos. De la misma forma que el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.
Se trata de una verdadera
inversión de valores y actitudes no adoptar el puesto de jefes dominando como
señores absolutos sino adoptar el puesto del servidor no de dominio sino de
humilde servicio.
También nosotros asistimos
a una verdadera metamorfosis y transformación a la hora de concebir el
sacerdocio. Nos formaron sacerdotes para ser líderes del pueblo y pronto
quedamos fascinados por los primeros puestos, puestos de reconocimiento e
instancias de poder que nos daban gloria y honor. No debe ser así entre
vosotros.
A veces Dios permite que
seamos despojados de todo afán de vanagloria. En la actualidad el sacerdocio
vive una crisis de identidad fruto del clericalismo y secularismo. Nuestro
ateísmo práctico deja de lado a lo que el mundo considera inútil. Hemos quedado
relegados a una función sin sentido, sin reconocimiento despojados de honores.
Es una llamada a vivir con más radicalidad evangélica y autenticidad para no
adueñarnos de lo que administramos. No somos dueños y señores sino meros administradores. No somos nosotros los
protagonistas. Cristo es el sumo y único sacerdote y nosotros participamos de
su sacerdocio no suplantándolo sino transparentándolo. El quien vive y actúa en
nosotros.
Hoy de nuevo nos pregunta
el Señor ¿Estáis dispuestos a beber la copa que yo he de beber? Esperaban a un
mesías en un mesianismo en la línea de la espectacularidad y la gloria. Abandonemos
criterios mundanos (de carrerismo y protagonismo) de hacer carrera para tomar
los primeros puestos, tomar protagonismo huyendo de lo que significa el
servicio humilde de quien pasa desapercibido. Sigamos al Señor humillado. Jesús
fue no reconocido, rechazado, expulsado, marginado sentenciado a la muerte más
ignominiosa pero voluntariamente se ofreció en rescate por muchos.
DIA 28: EL MESIANISMO DEL SIERVO SUFRIENTE (Mt 8, 17; 12, 15-21)
Jesús se retira al
desierto donde es tentado por el diablo. El diablo le invita a un mesianismo
espectacular lleno de honor, reconocimiento, gloria. El adopta un mesianismo desarmante
y desarmado, humilde, que busca la gloria de Dios y no la suya propia (Mt 4,
1-11). Solo a Dios darás gloria. Jesús reconoce su mesianismo en la figura del
siervo sufriente que da su vida en rescate por todos. No he venido a hacer mi
voluntad ni buscar mi gloria sino a hacer lo que le complace a mi Padre. Tomó
sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Este es mi
siervo, mi elegido al que comunico mi Espíritu para que anuncie a los pobres la
Buena Nueva del Reino curando, sanando los corazones desgarrados para todos
conozcan la predilección amorosa de Dios.
No se trata de ser
grandes sino de ser pequeños, pobres y humildes de corazón que vayan al
encuentro de los heridos y desamparados. No con gritos no con la dureza y el
rigor de la ley, no romperá la caña quebrada ni apagará el pábilo vacilante.
Las tratará una a una con misericordia. Nuestro ministerio es un ministerio de
misericordia al servicio de los más pobres y vulnerables.
La renovación de la
Iglesia vendrá a través de la debilidad, de la aceptación de la paradoja
evangélica. En lugar de querer ser grandes optar por querer ser pequeños,
hacerse pequeños como los niños. El pobre de corazón nos recuerda la ley
fundamental del Reino, la de la debilidad sobre la cual reposa la mirada
infinitamente misericordiosa del Padre.
No hemos de temer el ser
rechazados y no reconocidos incluso perseguidos. La iglesia paradójicamente
volverá a ser una comunidad pequeña de débiles, pobres, humildes pecadores que
se reconozcan de tal forma amados y perdonados que abrirá sus puertas a los más
pobres y abandonados. Los pobres nos evangelizan.
El gran obstáculo para la
santidad sacerdotal es el orgullo. Dios busca en sus servidores la humildad y
la simplicidad de corazón. Se nos da la libertad de elegir, de optar a quien
queremos servir. Donde esta vuestro tesoro allí estará vuestro corazón.
disciernes donde pones el corazón. Nadie puede servir a Dios y a los ídolos.
Porque odiará a uno y querrá al otro. No podéis servir al mismo tiempo a Dios y
a los ídolos. Se ponen en contraste las riquezas de este mundo y las riquezas y
gloria del cielo. Ancho es el camino que lleva a la perdición pocos los que se
deciden a hacer la voluntad de Dios. Los verdaderos discípulos no son los que
dicen Señor con la boca pero no de corazón.
Vivamos como pobres
servidores en manos de Dios buscando su Reino y confiando en su providencia. A
vuestro Felices los pobres de espíritu. Al Padre le ha parecido bien daros el
Reino. No hemos de pretender cambiarlo todo ni llegar a todo. Cada día tiene su
afán y le basta su contrariedad. Saber entregar a Dios el esfuerzo de cada día
sabiendo que el completará el resto.
Somos profetas de un
reino, de un mundo nuevo que no es nuestro. El reino va más allá de nuestros
esfuerzos y obligaciones. Durante nuestra vida realizamos una minúscula parte
de una obra que no es nuestra es la obra y la misión de Dios. plantamos semillas
que un día crecerán, regamos semillas ya plantadas que otros continuarán, al
darnos cuenta de ello, aunque nuestra obra la veamos incompleta e inacabada
será ocasión para confiar que su gracia haga el resto.
Es posible que no veamos
el resultado final de una obra completa y acabada, pero esto nos facilitará el
reconocer que no somos los dueños ni los jefes de la obra sino meros albañiles
que han puesto lo mejor de sí. (Oración atribuida a Mons. Oscar Romero)
DIA 30: MARIA LA SERVIDORA DEL SEÑOR (Lc 1, 26-38)
María es el mejor ejemplo
de la servidora del Señor. Así se presenta ante quien le llama. He aquí la
servidora del Señor. Que se haga en mí según su Palabra. La declara dichosa por
creer y adherirse a aquello que el Señor le propone. No confía en sus fuerzas,
sino que confía en Dios nada hay imposible para él. No se cree segura de sí, de
que ella podrá hacerlo por sí sola. Se confía en el Señor. El Espíritu vendrá
sobre ti y te cubrirá y te asistirá con su poder. Ella se considera indigna y
turbada ante la propuesta que le hace el Señor. María se conturbó y discurría
lo que significaría aquella propuesta. Ella escucha al mensajero que le dice no
temas María porque has hallado gracia delante de Dios
La propuesta de Dios
abarca toda su vida, la propone ser esposa y madre y lo acepta con todo su ser.
Como parte de los anawim se fía del Señor cumple su promesa. No se llamará
de ti la desolada sino la desposada. Tu serás esposa y madre, tendrás marido y
darás a luz. Una virgen convertida en esposa y madre por obra del Espíritu de
Dios y que dará a luz al Hijo de Dios.
María e siente conocida
(de que pronuncie su nombre) y profundamente amada. Concebirás. Antes de
engendrar al Hijo en su vientre por obra del Espíritu Santo lo concibe en su
mente y corazón creyendo.
Jesús más adelante dará
razón de esto. Ante el elogio que hacen de su Madre: Feliz el vientre que te
engendró, felices los pechos que te criaron responde más felices los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumple, Esos son mi madre y mis hermanos (Lc
8, 20-21)
Todos estamos llamados a
ser bendecidos por el Señor. Felices los que escuchan la palabra de Dios y la
ponen por obra. Este es el distintivo de los verdaderos servidores que pasarán
a ser su madre y sus hermanos. Engendrar con María y como María en nuestra
mente y corazón acogiendo la Palabra y proclamarla a los hermanos.
DIA 31: ALGUNAS MUJERES ACOMPAÑARON A JESUS Y LE SERVIAN (Lc
8, 1-3)
Jesús envió a los doce
(Lc 9, 1-6) y luego a los setenta y dos (Lc 10, 1-16). En la misión nos dice
Lucas que se unieron algunas mujeres que le acompañaban. Estas mujeres habían
experimentado su amor y su perdón. Habían sido curadas entre ellas nombra a la
Magdalena, Juana, Susana. Ellas y otras muchas les servían con sus bienes.
Estaban tan unidas a él que permanecieron a su lado con María su Madre hasta el
pie de la cruz (Jn 19, 25)
La misión no parece
reducirla ni a su persona ni a sus discípulos más íntimos. Jesús amplia el
círculo de esa pequeña comunidad que evangeliza por si misma con su forma de
vivir al lado del Maestro y al servicio de su misión. Las mujeres que en su
tiempo estaban relegadas y marginadas se sienten acogidas por Jesús. Jesús
lleno de gozo en el Espíritu Santo bendice al Padre por parecerle bien revelar
los secretos del Reino a los pobres y pequeños (Lc 10, 21-22).
María Magdalena será la
primera con algunas mujeres en anunciar la Resurrección del Señor. Ella fue
enviada por el mismo Jesús a los discípulos. Fue y dijo a los discípulos que
había visto al Señor y lo que le había dicho. (Jn 19, 17-18)
También hoy debemos de saber incluir en nuestras comunidades a mujeres que se dispongan a seguir y servir al Señor. Hemos de despertar la identidad misionera en todo bautizado (sacerdote, profeta y rey). Hemos de contar con los más pobres porque ellos nos evangelizan con su propio testimonio.
Conclusión
“Estamos seguros de
que Dios todo lo encamina para el bien de los que le aman, de los que fueron
elegidos conforme a su designio. A quienes Dios conoció de antemano, los
destino a reproducir la imagen de su Hijo, y a quienes eligió, los llamó y los
restableció en su amistad para hacerlos partícipes de su gloria”. (Rm 8, 28- 30)
Si tuviera que resumir
todo este tiempo diría que ha sido un tiempo de renovación, de gracia (Kairos).
Dios todo lo encamina para bien de los que hemos sido llamados (Rm 8, 28). No
fuimos llamados para vivir en el caos, la confusión, la oscuridad, la
desesperación, fuimos llamados a experimentar la salvación. La fuerza
transformadora del Espíritu en nosotros.
En el Jubileo de la
esperanza, este mes de octubre, que iniciamos con la fiesta de Teresita de
Liseaux patrona de los misioneros, ha tenido lugar la celebración del Domund y
el Jubileo de los misioneros. El Papa León califica la crisis epocal con un
periodo extraordinario y ha invitado a abrirnos a una nueva época Misionera.
Nos sentimos identificados e interpelados con esta llamada a renovar el fuego
de la vocación misionera. El Espíritu nos mueve a continuar la misión de
Cristo. Reaviva en nosotros la conciencia de la vocación misionera y el deseo
de llevar a todos la alegría y la consolación del Evangelio, especialmente a
las personas más heridas y vulnerables para que su salvación llegue a todos.
Miremos nuestro mundo
desde Cristo con una renovada esperanza. Hay una nueva etapa que se nos abre,
una vida nueva que nos espera, una nueva época misionera. Cristo
Resucitado es la fuente de nuestra esperanza. Jesús se muestra desnudo, herido
y desarmado. Jesús Resucitado les muestras sus heridas resplandecientes,
transfiguradas, a través de la misericordia hecha acogida, la solidaridad la
compasión. Se muestra a sus discípulos no reprochándoles o echándoles en cara
su infidelidad e incredulidad sino con palabras de aliento y de confianza. No temáis,
yo he vencido al mundo. Recibid el don de mi Espíritu, contad con mi fuerza
capaz de prender el fuego en el pábilo vacilante. Quienes se han sentido
curados y confortados sienten el ardor misionero de acercar el mensaje de
salvación a todos
Este proceso de integración de toda la persona, es
fundamentalmente un proceso dirigido al interior de la persona, lo que a nivel
psicológico se denomina “yo integral”. Este “yo integral” (el yo físico, el yo
psíquico, el yo racional, el yo espiritual) tiene en cuenta todas las
dimensiones de la persona que han de relacionarse armónicamente, la dimensión
físico-corporal (las necesidades, los impulsos, los instintos); la dimensión
psíquico-afectiva (las conductas, las emociones, los sentimientos); la dimensión
racional-espiritual (las motivaciones, las creencias, los valores). La persona
va madurando a lo largo del tiempo en cada una de estas dimensiones tanto en la
dimensión intrapersonal (hacia dentro, consigo mismo), como en la dimensión
interpersonal, en relación con los demás, amasado y fraguado desde la relación
con Dios (dimensión espiritual).
Si hago síntesis de lo
que han sido estos meses diría que he tratado de profundizar en este proceso
de maduración personal para enraizarme y salir más fortalecido en el
desempeño de mi vocación y misión.
Resumiría todo este
proceso llevado a cabo en estos meses a través de sucesivas etapas de
crecimiento:
Mes de Mayo: Etapa preparatoria. Renacer,
despertar al amor; Etapa previa de preparación
Mes de Junio: Etapa purgativa: Conocerse,
conocimiento de la persona en su integridad
Mes de Agosto: Etapa iluminativa: Comprenderse y
amarse como somos conocidos y amados
Mes de Septiembre: Etapa unitiva: Apropiando el modelo. Identificarse
con Cristo Siervo y Pastor
Mes de Octubre: Etapa de proyección. Proyectarse. Síntesis
del proceso
Este camino llevado
durante estos meses me ha ayudado a recorrer un camino en el crecimiento
integral de mi persona. Este camino lo resumiría como un proceso de conocimiento
y maduración en el amor. Todo este tiempo Dios me lo preparó para crecer en el
amor y la amistad con él y los hermanos, como oportunidad para configurarme más
con él y así poder reproducir en mí su imagen y desempeñar más feliz mi
vocación y misión. Aunque es un camino que dura toda la vida este proceso se
hace más necesario cuando aparecen fragilidades y se hace más patente el
declive físico-psíquico.
Esto no lo puede realizar
uno solo necesita de los demás. Necesita de todo un camino interior donde en
oración damos espacio a que el Espíritu vaya haciendo este camino de
integración renovación y sanación interior. Se precisa de esta docilidad al
Espíritu para dejarse transformar por él. En este camino es fundamental la
transparencia. También la apertura y el acompañamiento espiritual ha sido de
gran ayuda. A esto se añade la ayuda
terapéutica facilitada por los psicólogos para comprender mejor los dinamismos
psicológicos que entran en juego y saber gestionarlos.
En un clima fraterno he
participado en la casa de formaciones, compartires y acompañamiento que han
ayudado a hacer este camino de integración.
Al cuidado espiritual se suma las revisiones médicas para cuidar la
propia salud. Además de los médicos clínicos han intervenido otros
profesionales como nutricionistas para poner atención a la alimentación o los
preparadores físicos con sus ejercicios. Todo ha sido propicio, los espacios
celebrativos compartidos como la eucaristía y la hora santa, la intercesión y
celebración con las hermanas contemplativas, los paseos por los campos de
naranjas y el cuidado continuo de las personas de la casa disponibles en todo
momento.
Por ello quiero agradecer
a todos aquellos que ha hecho posible vivir todo este proceso, al equipo
directivo de los sacerdotes operarios del centro de Mosén Sol, los distintos
compañeros sacerdotes de distintos países, por la ayuda fraterna que me han
proporcionado, por la ayuda de tantas personas implicadas en los distintos
niveles de acompañamiento, espiritual, psicológico del Instituto de psicólogos
de la Gestalt, los médicos del centro de salud de Alquerías y el Hospital de la
Plana y provincial de Castellón, los fisioterapeutas y preparadores físicos,
los nutricionistas, las hermanas contemplativas, carmelitas descalzas del
Monasterio del Sagrado Corazón, y todos los que nos han mantenido desde su
oración, gracias a todos.
Termino con la oración
del Papa León en el domingo del Domund:
Padre bueno, haznos
"gente de esperanza germen de una primavera nueva",
danos una mirada
siempre llena de esperanza
para compartir con
todos.
Ayúdanos a mantener
encendida
la llama de esa esperanza,
para que se
convierta en una gran hoguera
que ilumine y dé
calor
a un mundo abrumado
por densas sombras.
Te pedimos por todos
los misioneros y misioneras
que, siguiendo tu
llamada,
han ido a otras
naciones para dar a conocer
el amor que nos has
tenido en Cristo.
Haz de todos
nosotros
misioneros de
esperanza entre los pueblos,
impulsados a
acoger, como Él y con Él,
el clamor de la
humanidad.
Te lo rogamos por
medio de María,
Madre de
Jesucristo, nuestra esperanza.


































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