viernes, 31 de octubre de 2025

ORACIONES OCTUBRE

 

ORACIONES MES DE OCTUBRE

(Síntesis del proceso)

 



La búsqueda del amor y la felicidad

Quiero empezar con una pequeña historia: Una niña se le acercó a su abuela y le preguntó si era feliz con su vida. La abuela le respondió que hubo de todo, pero sobre todo mucha espera. La niña le preguntó: ¿Qué quieres decir con espera?

Desde pequeños nos convencemos a nosotros mismos de que la vida después será mejor. Tú crees que cuando termines tu carrera y encuentres un trabajo serás más feliz que ahora. Cuando me casé estaba convencida de que por fin iba a encontrar la felicidad, pero luego decidí esperar hasta tener mi propia casa, luego hasta tener mis hijos luego hasta que mis hijos fuesen mayores y luego hasta que me jubilara, convencida de que cada uno de esos deseos era lo único que me faltaba para ser feliz. Y de esta forma la vida pasa ante tus ojos esperando el tren de la felicidad que nunca llega. Entonces la niña le preguntó: ¿Entonces te arrepientes de haber de casado y de tener hijos? La abuela respondió. De haberme casado y de tener hijos no, de lo único que me arrepiento es de no haber sabido vivir más intensamente cada uno de esos momentos y de haberme entristecido por tonterías. La niña le preguntó: entonces, ¿nunca fuiste feliz? La abuela respondió: Hubieron momentos de felicidad, pero me perdí otros muchos por no saber reconocerlos. Y entonces la abuela le dijo a la niña lo que he aprendido después de todos estos años es que la felicidad no llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando sabemos disfrutar de lo que tenemos, no soñando con el mañana sino viviendo el hoy. Atesora cada momento de tu vida y recuerda que el tiempo no espera por nadie. Trabaja como si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubiesen herido y baila como si nadie te hubiese viendo. Ya que no hay mejor momento para la felicidad que justamente este.

 

INTRODUCION

Todos sentimos el deseo y la llamada a ser feliz, a hacernos cargo de la propia vida, a realizarla plenamente y a no desperdiciarla. Este es el primer deseo que Dios tiene para cada uno de nosotros: que nuestro amor no se apague, sino que crezca hasta la entrega de sí. Por eso Jesús se ha hecho cercano y quiere atraernos con lazos de su amor; para sentimos amados y acompañados. Entonces nuestra existencia se convierte en un camino hacia la felicidad, hacia una vida plena y sin fin. Un camino que luego se encarna y se realiza en una opción de vida, en una misión específica y en las múltiples situaciones cotidianas.

No debemos esperar a situaciones ideales. Una vida la vamos plenificando orientando nuestro ser a nuestra vocación esencial: el amor. El amor es la primera vocación compartida por todos los seres humanos pero es necesario no equivocarse en las opciones de vida, al menos en las fundamentales para no errar el camino. Y las primeras señales que debemos seguir son precisamente nuestros deseos, lo que sentimos en nuestro corazón que es bueno para nosotros y, a través de nosotros, para el mundo que nos rodea.

Sin embargo, cada día experimentamos cómo es fácil engañamos a nosotros mismos, porque nuestros deseos no siempre corresponden a la verdad de lo que somos. Es fácil que en nuestro vivir cotidiano los deseos de nuestro corazón sean fruto de una visión parcial, que surjan de heridas o frustraciones, que estén dictados por una búsqueda egoísta de nuestro propio bienestar o, incluso, a veces llamamos deseos a lo que en realidad son ilusiones. Por eso es necesario el discernimiento, comprender, con la gracia de Dios, lo que debemos elegir en nuestra vida, lo que nos conviene. El discernimiento sólo es posible a condición de que nos escuchemos a nosotros mismos y escuchemos la voz de Dios en nosotros, superando la tentación tan actual de seguir nuestro propio interés para hacer coincidir nuestros sentimientos con la verdad absoluta. Se precisa pasar de una mera autorrealización buscando la mera satisfacción de nuestros deseos, a la auto trascendencia ajustándonos a la voluntad de Dios.

Hemos de afrontar el esfuerzo de excavar en nuestro interior, profundizar y purificar nuestros deseos para que coincidan con el proyecto que Dios tiene para nuestra vida. La vocación se reconoce cuando ponemos en diálogo nuestros deseos profundos con la obra que la gracia de Dios realiza en nosotros. Quien nos llama, a quién nos llama, para qué nos llama. Gracias a esta confrontación, la noche de las dudas y de los interrogantes se despeja poco a poco y el Señor nos hace comprender qué elección debemos tomar.

Se trata de una nueva forma de vivir, en Cristo como Cristo, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3). Más allá de la renuncia de no dejarnos arrastrar por falsos ídolos, dioses, supone estar arraigado en su amor y fidelidad, tener el corazón arraigado en Dios. No poner acento en la pérdida sino en la ganancia, nuestra vida centrada e impulsada por su amor.

El Evangelio es buena noticia no mala vieja. Estamos llamados a vivir cimentados en su amor, bogar mar adentro y desplegar las velas las alas del amor, sumergirnos en toda esa corriente de amor. Hemos de poner su unción en todo lo que hacemos y vivimos. Hagámoslo por amor como respuesta a su amor y su fidelidad. (Este el verdadero criterio de discernimiento)

Sacerdotes por puro amor, no hay otra lógica sino la del amor. Atrevámonos a ser de nuevo ungidos, tocados renovados. Atrevámonos a abrir el corazón el tocará y sanará nuestras heridas y nos hará ver la salvación. Ver toda nuestra vida como parte de una historia de amor que el Señor extiende por generaciones. Somos llamados para que la luz de la salvación llegue a los rincones más lúgubres, la de hoy es una segunda llamada una segunda unción dentro de la primera. El Reino de Dios se actualiza hoy para hacer la vida más dichosa, más digna a los más indigentes y vulnerables de la tierra.

Necesitamos repensar nuestro modo de ser discípulos de Cristo tomando el modo de amar, el modo de ser y de vivir de Cristo. La vocación es una cuestión de amor no de cargos u oficios a desempeñar. El sacerdocio solo se comprende a la luz del sacerdocio de Cristo. Es necesaria una nueva mentalidad y nuevos caminos de formación, porque a menudo el sacerdote es educado para ser un líder solitario, un hombre solo al mando del pueblo de Dios. Somos pobres servidores necesitados de Dios y de los otros, somos pequeños y estamos llenos de limitaciones, pero somos discípulos del Maestro. No podemos quedarnos encerrados en aspectos formales o académicos para hacer del sacerdote un mero administrador de ritos y prácticas religiosas.

No hemos de buscar las obras del Señor. Más allá de amarle por lo que nos pueda dar, debe ser amado por él mismo. Con el Señor nunca se pierde nada, el Señor nunca rompe su promesa. El que inició su obra la llevara a cabo aún por caminos tortuosos. Él nos promete que no nos faltará su gracia, su ternura y su amor.

Después de haber comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»

Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»

Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. (Jn 21, 15-17)

 

El epílogo del evangelio de Juan nos da la clave de comprensión e interpretación de donde arranca la vocación y misión del apóstol. La aparición de Jesús se enmarca en el mismo lugar de la primera llamada, a orillas del mar de Galilea, no temas yo te haré llegar a ser pescador de hombres. Se trata como de una segunda llamada dentro de la primera. Esta llamada tiene un nuevo punto de referencia. Antes cuando eras joven ibas donde querías. A partir de ahora será otro quien te guie y te lleve por donde tu no irías. Antes ponías tu confianza en ti mismo, en tus seguridades, ahora debes de dejarte guiar poniendo tu confianza en otro. Después de aparecerse resucitado y de haber partido y compartido el pan y antes de conferirle el encargo la nueva misión de apacentar le llama aparte y le interroga por tres veces a cerca del amor.

Sorprende que el evangelista utilice tres términos diferentes para referirse al amor:

Eros: amor carnal o sensual (domina el instinto, la concupiscencia)

Philia: amor de amistad (domina la razón y la voluntad)

Agapé: amor de comunión (unidad íntima regida por la benevolencia: el Espíritu de amor)

Se trata de una nueva concepción del amor. Expresa la relación de Jesús con sus discípulos.

Las tres preguntas dejan entrever un proceso de purificación y maduración del amor. El amor sensual de atracción necesita de una purificación, se muestra egoísta, vehemente, débil e inseguro. El amor supone un éxtasis, salir de uno mismo para ocuparse y preocuparse por el otro (busca el bien del amado). El amor pide constancia y estabilidad (fidelidad, para siempre). La persona debe amar como persona unitaria más allá de uno mismo. El amor engloba la persona entera (todas las dimensiones). El verdadero amor se da en el don de sí a Dios y a los demás.

Material de apoyo: Erich Fromm, El arte de amar; Amadeo Cencini, Por amor, con amor, en el amor; Vida en comunidad reto y maravilla; La vida fraterna: comunión de santos y pecadores. Luis Rubio Morán, Nuevas vocaciones para un mundo nuevo.

I EL PROCESO DE MADURACION EN EL AMOR

a. La vida en proceso

La vida se vive en camino, es un largo itinerario, es un proyecto que hemos de realizar. No se trata de sobrevivir sino de vivir bien, de ser felices. Todos nos preguntamos como ser felices como llegar a ser hombre. No está pautado, es algo a recorrer, a aprender. Hemos de aprender a vivir, a amar a sufrir, a morir. La vida nunca es algo ya dado, realizado o acabado. Se trata de un proceso integrativo purificación-humanización-divinización donde el que guía el proceso es el Espíritu santificador. Mientras estemos vivos estaremos siempre en una situación precaria, de interacción, de adaptación, de cambio, de no equilibrio, en búsqueda continua, de transformación que genere un nuevo equilibrio.

b. No hay que desperdiciar ninguna etapa de la vida

La vida no se vive sin interferencias, sin cambios. El ser humano reacciona, asimila, rechaza, asume e integra. Hace su propia síntesis y va forjando así su personalidad. Se necesita un centro, un modelo desde donde discernir nuestras opciones y orientaciones. Dios ha revelado en Cristo el modo en que debemos conducirnos en el transcurso de la vida. Se necesita escuchar y seguir las llamadas que brotan del corazón de la propia vida. Uno debe determinar la dirección de fondo el sentido radical de su existencia. Un signo de gran sabiduría es no arrojar por la borda ningún trozo de la vida sino componer y recomponer continuamente en un diseño nuevo lo que ya hemos vivido porque entonces nuestra historia se convierte cada vez más en lugar de encuentro con Dios y con nosotros mismos (Amadeo Cencini) Sucede con frecuencia que sólo cuando volvemos la vista atrás advertimos la presencia de Dios en nuestras vidas (J Henry Newman)

c. La vida una schola amoris

Cada etapa de la vida estamos llamados a vivirla con pleno sentido porque cada etapa presenta una significación peculiar. Cada fase de la vida tiene el privilegio de vivirse con una impronta, un sello característico. Esta búsqueda de sentido se acentúa en la medida que la vida avanza y se agudiza en los momentos de crisis que conlleva cada etapa y sobre todo en la etapa final de la vida. El fin del hombre no es la muerte. La muerte no puede ser vista como algo negativo, como un renunciar impuesto desde fuera sino como el momento decisivo del encuentro con nuestro Creador y autor de la vida. Venimos de Él y caminamos al encuentro con Él. El hombre no es un ser abocado a la muerte sino a la vida, a la Resurrección. El hombre es un ser del encuentro para el encuentro, es un ser hecho para el encuentro y la muerte es el encuentro definitivo.

El amor es la vía más certera para llegar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie conoce la esencia de otro ser si no lo ama. A través del amor se contemplan los rasgos esenciales de la persona amada, toda su potencialidad, aunque no haya sido plenamente revelada. Mediante el amor, la persona que ama capacita al amado a actualizar sus posibilidades ocultas.

d. El amor es un proceso de crecimiento, un camino, un arte a aprender

Hemos de saber que el amor es un proceso de crecimiento lento, un camino integrativo, el aprender a amar es un verdadero arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte.

¿Cuáles son los pasos necesarios para aprender cualquier arte? El proceso de aprender un arte puede dividirse convenientemente en dos partes: una, la teoría y la otra, la práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina, primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano y a las diversas enfermedades. Una vez adquirido todo ese conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente en el arte de la medicina. Sólo llegaré a dominarlo después de mucha práctica, hasta que eventualmente los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi práctica se fundan en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte.

Pero aparte del aprendizaje de la teoría y la práctica, un tercer factor es necesario para llegar a dominar cualquier arte -el dominio de ese arte debe ser un asunto de fundamental importancia; nada en el mundo debe ser más importante que el arte. Esto es válido para la música, la medicina, la carpintería y el amor. Y quizá radique ahí el motivo de que la gente de nuestra cultura, a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones trata de aprender ese arte. No obstante, el profundo anhelo de amor, está casi apagado por dar más importancia al éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos y muy poca a aprender el arte del amor. Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y ¿que reporta el amor si parece que sólo beneficia al alma?

El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su soledad y su «separatidad», de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior. Se precisa excavar en nuestro deseo para dar con el deseo de amar y ser amado. El amor es el deseo más profundo de la persona de forma que cuando no amamos y somos amados la vida pierde sentido. El hambre más profunda del hombre es el hambre de amor. Un pobre no solo tiene hambre material de pan, sino hambre espiritual de amor, de ser reconocido, ser amado (Madre Teresa de Calcuta).

Somos espíritu encarnado (unidad psicosomática), cuerpo y alma. El amor es parte integral de la persona. El amor no es solo espiritual, al igual que el cuerpo, la sexualidad no pertenece a la pura materialidad del ser. No se trata ni de exaltar el cuerpo (la idolatría del cuerpo) ni de la pura espiritualización del amor. Espíritu y cuerpo se compenetran recíprocamente. Todo está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia.

II CRECIMIENTO Y MADURACION EN EL AMOR

El amor transita las distintas fases de la vida humana. Al igual que la vida es un fenómeno dinámico, un proceso de crecimiento, el amor aparece como un deseo, una búsqueda que toca las inclinaciones más hondas de toda persona. El desarrollo del amor supone un camino de crecimiento y maduración de este deseo: éxodo, purificación, elevación. Éxodo como un salir de mi yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí. Purificación de un deseo infirme, imperfecto, inseguro buscando la exclusividad y fidelidad. Elevación en cuanto aspira a lo definitivo y para siempre. El desarrollo es donde se verifica el misterio y que esta ley impresa en el corazón inscrita como promesa se lleve a cumplimiento. De su cumplimiento o realización dependerá nuestra felicidad. Este camino será camino de santidad en cuanto será el Espíritu del amor y la santidad quien lo lleve a término.

Las fases de crecimiento se alternan con periodos de crisis que serán la ocasión de crecer y madurar en el amor. Hemos de saber afrontar y convivir con estas crisis como etapas normales del camino de la vida y la maduración en el amor. No debemos perder nunca la conciencia de una unidad indivisible entre las distintas dimensiones de la persona y entre las distintas etapas o fases de la vida. La vida es unitaria y el individuo una persona íntegra. No hay ninguna fase que sea la mejor y todas están interrelacionadas entre sí. La persona ha de reconocer y aceptar (no suprimir) las propias inconsistencias. El modelo de la integración no es la negación (método defensivo instrumental) con mecanismos de autodefensa sino de saberlas gestionar y caminar hacia la integración con mayor autenticidad.

a. Amor joven: Deseo que nace

Las características de este amor joven responderían a un amor pasional, de sentimiento intenso, fresco y lleno de dinamismo y vitalidad. A su vez puede parecer ingenuo, idealista, seguro de sí. El impulso vital contrasta con la falta de experiencia. El primer amor, amor joven, es apasionado (eros, atracción corporal) requiere de una purificación e integración para pasar al amor de verdadera amistad (philia). El eros degradado a puro placer erótico convierte la persona en puro objeto de mercancía. El eros quiere remontarnos en éxtasis hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos por eso que necesita un camino de elevación y purificación (Benedicto XVI, Dios es amor)

En esta etapa el joven impulsado por una confianza plena en los ideales se ve con la capacidad transformadora de cambiar el mundo. Hay una especie de éxodo, éxtasis, que moviliza toda la persona. Esta opción vital esta movilizada por el yo ideal que trasciende los límites del yo actual. El sujeto siente una profunda atracción por algo verdadero, bello y bueno. Su motivación, más bien del orden estético que ético. Es la de lanzarse a amar como una aventura ante una propuesta de amor altruista. De la fascinación se pasa a la adhesión. La persona debe dar el paso de abandonarse en el otro dejando la pretensión de bastarse así mismo, de ser dueño absoluto de su propia vida. Para desear el bien real hemos de abandonar y dejar el bien aparente.

Esta fase de enamoramiento canaliza las energías de la persona. Si bien es preciso la purificación del deseo pues al principio se mezclan los intereses personales con los de la persona amada. Hemos de dejar los polos de atracción, abandonar los propios gustos y descubrir el sutil engaño de ciertas carencias afectivas que acaban reduciendo la libertad interior. La purificación del deseo lo hace crecer y lo concentra cada vez más en el objeto que desea y espera. La fijación del deseo supone una cierta instrumentalización que pide que la persona amada no sea amada como una cosa sino como una persona. hemos de saber reconocer el deseo de poseer al otro. Se ha de pasar de una relación objetual a una relación personal (paso del eros al philia). Es muy importante cuidar la alteridad como parámetro del desarrollo. Lo que hay que intentar es que surja y crezca cada vez más el deseo de amar con todo el ser y toda la vida. El enamoramiento es catapulta de un amor loco, entrega al amado su yo, lo que tiene y lo que es, lo más profundo de su ser. Como respuesta a esa alteridad la otra persona, el tú, debe ser acogida en toda su persona, desde lo más profundo del ser.  La misma promesa de fidelidad, dar el corazón, significa acogida de la mirada, la palabra y el amor del otro. La disponibilidad (docibilitas), la gratitud y la generosidad mueven a la persona a consolidar los lazos afectivos.

En esta etapa se da la purificación del deseo. Caminar en autenticidad pide el reconocimiento de las limitaciones y carencias afectivas, reconocer la propia inmadurez (reconocer y aceptar lo que de negativo hay en nuestra propia historia). Pide no tener miedo al conocimiento de nosotros mismos, descenso a los infiernos. El conocimiento de sí conlleva el reconocimiento de mis propias inconsistencias, de las áreas más vulnerables de nuestra personalidad. En esta etapa de maduración juega un papel importante el terreno afectivo y sexual. Nadie nace afectivamente maduro. No hay crecimiento alguno que no implica la renuncia y el morir. El amor en esta etapa no responde plenamente a las exigencias de verdadera afectuosa intimidad. La persona todavía se mueve por propio interés y utilitarismo. El amor permanece arraigado al mundo de las emociones, es inconsistente y pide permanencia, estabilidad y pide la aceptación del otro.

b. Amor adulto: Deseo con fuerte oposición

La persona se encuentra en la plenitud de la vida tanto a nivel físico, psíquico, intelectual y espiritual. A menudo la persona se siente muy comprometido, activo, responsable y muy gratificado. Pero esta imagen estereotipada del ideal debe confrontarse con el yo real y actual. A menudo en esta etapa aparecen nuevas dificultades que son causa de una desilusión profunda. Con el paso de los años empieza a no sentir el entusiasmo que le sostuvo en los primeros años. Supone afrontar la soledad como sedienta de intimidad. La persona tendrá la tentación de sublimar este deseo con la actividad. La prueba es el instrumento del que Dios se sirve para destruir los falsos ídolos y apegos para ganar en libertad interior. Uno debe estar dispuesto a buscar a Dios por lo que es y no por sus obras, por lo que nos da. Debe estar dispuesto a la prueba del aparente silencio y ausencia de Dios. Se trata de elegir entre el proyecto de Dios o el proyecto de la criatura. Cuando falta el objeto del deseo este mismo deseo se robustece orientándose en la justa dirección.

Este tiempo supone pasar de una fase de adolescencia-juventud a una fase de juventud-adultez. Se precisa pasar de la auto realización y auto gratificación a la auto trascendencia. Esta crisis conlleva la pérdida del sentido de trascendencia que empobrece todas las relaciones al sentir a Dios ausente y no encontrar la forma de mediar con el que había sido su guía e interlocutor. El núcleo más inconsistente es el que conlleva la pérdida de la relación de intimidad con Dios. Al confiar su maduración a lo que viene de afuera, la opción se vuelve incierta e insegura.

Esta etapa supone una crisis de realismo. La persona vive una identidad insegura e inestable lo que conlleva un sentido de pertenencia igualmente ambiguo. La prueba de la consolidación supone la entrada en la dimensión esponsal que demanda la estabilidad y durabilidad. El amor debe purificarse de las emociones negativas propias de una orientación egoísta. Pide aceptación, confianza y fidelidad para consolidar los lazos afectivos (afectuosa intimidad). Esta integración del sentido nos abre a una nueva percepción del valor de la persona, de la afectividad y del cuerpo. El amor pide una segunda purificación de las emociones y sentimientos negativos. Esto demanda la integración de las demandas externas y la aceptación del otro en su profundo ser.

c. Amor maduro: deseo liberado

Tras la juventud de la primera etapa de la vida adulta en que la persona se adapta a las demandas externas acontece esta etapa de madurez donde la persona precisa dar un giro copernicano. Dejar de orientarse hacia fuera de uno mismo y reencontrarse en la propia interioridad, en busca de una correcta identificación consigo mismo. Generalmente coincide con la crisis de la mitad de la vida que desemboca en un mejor conocimiento propio y en una nueva identificación. La crisis de la mitad de la vida cambia nuestro ritmo vital, aparecen síntomas del deterioro de la memoria, el desgaste, el decaimiento, el cansancio y agotamiento y se muestran más perceptibles el deterioro físico lo que nos sitúa en el horizonte final de la muerte (miedo a morir). Aparece con más evidencia la incapacidad, el límite y la conciencia dolorosa de la propia fragilidad. Se esfuman las ilusiones propias de la juventud y aparece la apatía (tedium vitae), la desilusión. Se debilitan las certezas de nuestras seguridades (crisis de realismo con la consiguiente pérdida de significado) y necesitamos de una nueva reorientación. Sentimos cierta inestabilidad emocional e incertidumbre, soledad, vacío interior y muchas veces se suma a la debilidad psíquica aridez espiritual (crisis de fe).

En esta pérdida de sentido y significado se relativiza todo también el amor. Al relativizar el amor se cae en la mediocridad. El miedo a la muerte lleva a la persona a replegarse, reservarse para sí. Se relativizan los valores que daban consistencia a la vida lo que genera una carencia de pasión. Se intenta reprimir la afectividad con hobbies, distracciones, adicciones que debilitan una relación afectiva madura.

Se precisa de un nuevo nacimiento, una nueva conversión que pase por la muerte a nuestro yo narcisista a un amor oblativo y esponsal. Bajar al fondo de nuestro propio límite y saberlo ofrecer. Se requiere tener coraje para destruir lo viejo y construir algo nuevo. Esto supone estar dispuesto a arriesgarlo todo y perder el miedo a morir. Cuando exponemos nuestra vida al desnudo y más desposeídos nos encontramos, más nos capacitamos para abrirnos a un amor más verdadero. Hemos de nacer al amor desinteresado de total donación al otro (ágape). En el amor esponsal o conyugal se da la unión total con la aceptación total del otro (darse sin reservas y plenamente). Este amor pide autenticidad, constancia y perseverancia para entrar en una comunión más plena y fecunda.

Esta etapa pide la superación de la crisis de la dejación y desasimiento. Para ganar en libertad interior la persona debe estar dispuesta de no poner la atención en las obras sino en pasar a concebirse la obra de Dios. Esta etapa supone la entrada en el amor fecundo y generativo. Nos abre a una comunión más profunda que integra toda la realidad del nosotros, la familia.

d. Amor hasta el fin: amor deseado aunque no plenamente realizado

La vida sigue adelante si bien nuestro deterioro psíquico físico va aumentando. El cuerpo envejece antes que la mente y el corazón, necesitamos transitar por la etapa de la enfermedad, ancianidad sin que el amor mengue, sino todo lo contrario crezca. Mas que el tiempo del envejecimiento o decrecimiento debería llamarse el tiempo hacia la plenitud. En general se ve la vejez como una edad residual, mutilada, decadente, como una juventud perdida. Sin embargo, la vejez es el tiempo de la plenitud armónica de la vida.

Hemos de aprender a morir y aprender a envejecer. Son pocos los que saben ser viejos. Envejecer no es fácil ni natural. El tiempo de la ancianidad es el tiempo de hacer síntesis y lograr una integración y unificación de nosotros mismos. El amor hace la síntesis. A esta edad corresponde un amor peculiar. Este amor se caracterizaría por un camino integrativo de las contradicciones y polaridades de la vida. Al final de la vida nos damos cuenta de qué es lo verdadero, lo bello, lo bueno, lo eterno que permanece para siempre. Todo es fugaz y pasajero solo el amor permanece (1 Co 13, 8).

Toda la vida está transida por la sensación de una espera a la vez dolorosa y confiada. La vida solo tiene sentido si se ama incondicionalmente a alguien, a un tú que dará sentido a todo el pasado y a todo el presente y con el que se vivirá un futuro para siempre.  Es aquí donde comienza nuestra espera. Espera dolorosa porque exige separarse del modo de presencia primitiva y confiada porque se desea ardientemente.

Para el célibe se hace la espera también dolorosa y confiada. Dios es ese Tu, radicalmente otro, que responde a esa espera tan humana. Se desea ardientemente a Dios y a la vez uno se percibe a veces tan alejado de los deseos de Dios. Dios más intimo a cada uno que su intimidad más honda. Dios, el radicalmente otro que continuamente invita a salir de uno mismo y a volar cada día más alto hasta en encuentro definitivo con él.

e. Contraste y semejanza

Uno podría renunciar a amar por ver la desproporción entre mi amor tan limitado del que intenta amar y el amor con el que Él nos ama. Que es mi amor en comparación con su amor infinito. Existe la misma desproporción que entre la fuente y el manantial. Más sin embargo se puede hablar también de semejanza.

San Bernardo, en su sermón 83 sobre el Cantar, dice: El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí. El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor.

¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia? Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado.

III. EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN.

Tratemos ahora más detenidamente y ampliamente este proceso evolutivo en relación con otros procesos correlacionados.

a. El proceso de individuación. La emergencia del Yo

La individuación se refiere al proceso mediante el cual una persona se convierte en un individuo único, desarrollando una identidad propia y autónoma. Es un proceso de autodescubrimiento (descubrimiento del yo) que implica integrar aspectos conscientes e inconscientes de la personalidad. Se trata de un proceso que requiere del crecimiento del sujeto y del desarrollo de diferentes capacidades psíquicas, apareciendo a lo largo del desarrollo humano y durando, en realidad, buena parte de la vida.

Este proceso es especialmente relevante y visible durante la adolescencia, momento en que la individuación de la persona le hace capaz de generar su propia identidad, diferenciándose de sus progenitores y empezando a reconocerse a sí mismo como ente propio y único. Para ello es necesario asimismo que exista una pertenencia, una vinculación con el entorno familiar y cultural que permita tener un punto de partida y un ambiente que facilite el proceso. Todo ello permitirá generar proyectos de futuro coherentes con uno mismo, así como la posibilidad de vincularse o desvincularse del mundo de forma sana y sincera.

La individuación es un proceso de crecimiento personal que lleva a la plena realización del ser. Implica la unión de los opuestos, tanto conscientes como inconscientes, para formar una totalidad equilibrada. La individuación conduce a una mayor independencia, autenticidad y capacidad para tomar decisiones propias. La individuación se concibe como un proceso de diferenciación, constitución y particularización de la propia esencia, de tal manera que el sujeto pueda descubrir quién es y permite desarrollar la personalidad.

El proceso de individuación es el proceso mediante el cual un sujeto emerge de su estado de simbiosis con otra entidad, ya sea esta la madre, el contexto social o la propia naturaleza, y se convierte en un individuo autónomo (E. Fromm). La historia de la humanidad y la historia de cada individuo en particular es el reflejo de esta lucha por la liberación de los vínculos que nos encadenan a entidades más grandes, así como del coraje por convertirnos en los seres que nos empeñamos en ser.

El proceso de individuación que supone la conversión en individuos autónomos implica tanto una mayor fortaleza del sujeto que se independiza de su entorno como una mayor soledad, o menor identificación con el mismo. La base de todo este proceso es el ego (S. Freud), a partir del cual iremos avanzando en la comprensión de los aspectos hasta ese momento negados y poco a poco aceptándolos e integrándolos.

En este sentido se van a ir integrando en primer lugar los aspectos personales individuales, trabajándose las experiencias emocionales reprimidas inicialmente ante la consideración de su inadecuación o conflictividad o la vivencia de traumas, para posteriormente integrar también elementos propios del inconsciente colectivo, añadiéndose al desarrollo la elaboración de los arquetipos heredados culturalmente (C. Jung). Asimismo, también se irán desarrollando e integrando los diferentes procesos básicos que configuran la personalidad.

Primero se pasa por una fase en que empieza a nacer el ego (previamente no hay conciencia de individualidad), posteriormente al llegar a la pubertad empieza a haber un alejamiento del entorno y una búsqueda de la identidad, aparece la adaptación a su rol y la integración del yo y finalmente una cuarta etapa en que se da la búsqueda de un significado del sí mismo. Sería en esta última cuando mayor probabilidad hay de que se den los procesos necesarios para terminar de individuarse.

b. La emergencia del Yo frente al Tu eterno

No nos conocemos a nosotros mismos sino a través de sabernos conocidos por Otro (el Tu eterno). Para que pueda darse el descubrimiento del Yo se precisa el reconocimiento de Otro. Nadie puede ser conocido sino en la reciprocidad. El hombre se torna un Yo a través del Tú. Nosotros no nos damos el ser, el nombre. Lo recibimos de otro que nos nombra de una forma única e irrepetible. Somos en cuanto somos nombrados por el que nos da el ser, nuestro Padre (Palabra Primordial). “Tú eres mi hijo muy amado, yo te he engendrado” (Mt 3, 17). El auto conocimiento pide la auto trascendencia.

El Tú viene a mí a través de la gracia; no es buscándolo como lo encuentro (es respuesta a una elección, llamada). Al dirigirle la palabra primordial entro en relación personal, directa, inmediata con él. Esta relación interpersonal significa elegir y ser elegido. Me realizo al contacto con el Tú, al volverme Yo digo Tú. Toda vida verdadera es encuentro.

El Tú eterno se nos presenta entrando en relación con nosotros y es a través de este encuentro primordial como entramos en relación directa con él. Lo que verdaderamente importa es la aceptación de su presencia, reconocer que en él existimos y somos, y descansar en su plenitud. Entonces es él quien actúa. La relación comporta ser elegido y elegir y es a la vez pasión y acción.

Entrar en relación con el Tú del ser eterno no significa desentendernos del mundo descuidándonos de todo sino establecer una relación con el mundo y los otros sobre su verdadero centro. Vivir en su presencia es ver al mundo y a los otros en Dios. No excluir nada, no olvidar nada, incluirlo todo, el mundo entero en el Tú del ser eterno. No captar nada fuera de Dios, sino captarlo todo en él, he aquí la relación completa.

c. La individualidad.

En el pequeño infante, la yoidad apenas se ha desarrollado; él aún se siente uno con su madre, no experimenta el sentimiento de separatidad mientras su madre está presente. Su sensación de soledad es creada por la presencia física de la madre, sus pechos, su piel. Sólo en el grado que el niño desarrolla su sensación de separatidad e individualidad, la presencia física de la madre deja de ser suficiente y surge la necesidad de superar de otras maneras la separatidad.

Resulta difícil conjugar la igualdad y la diferencia. Somos iguales en cuanto naturaleza y dignidad pero sin perder la unicidad de ser cada uno distinto a los demás, únicos e irrepetibles. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto en las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado; salvado de la temible experiencia de la soledad pero sumergido en la masa indiferenciada.

La unión por la conformidad no es intensa y violenta; es calma, dictada por la rutina, y por ello mismo, suele resultar insuficiente para aliviar la angustia de la separatidad. El consenso de todos sirve como prueba de la corrección de «sus» ideas. Puesto que aún tienen necesidad de sentir cierta individualidad, tal necesidad se satisface en lo relativo a diferencias. En un contexto religioso, igualdad significa que todos somos hijos de Dios, que todos compartimos la misma dignidad, naturaleza humano-divina, que todos somos uno.

Esto significaba también que deben respetarse las diferencias entre los individuos, que, si bien es cierto que todos somos uno, también lo es que cada uno de nosotros constituye una entidad única, un cosmos en sí mismo. Tal convicción acerca de la unicidad del individuo se expresa, por ejemplo, en la sentencia talmúdica: «Quien salva una sola vida, es como si hubiera salvado a todo el mundo; quien destruye una sola vida, es como si hubiera destruido a todo el mundo».

Hombres y mujeres son idénticos, no iguales como polos opuestos. La sociedad contemporánea predica el ideal de la igualdad no individualizada, porque necesita átomos humanos, todos idénticos, para hacerlos funcionar en masa, suavemente, sin fricción; todos obedecen las mismas órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que siguen sus propios deseos.

Desde el nacimiento hasta la muerte, todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada y a la separatidad? ¿Se tata del amor como solución madura al problema de la existencia, o nos referimos a esas formas inmaduras de amar que podríamos llamar unión simbiótica?

La unión simbiótica tiene su patrón biológico en la relación entre la madre embarazada y el feto. Son dos y, sin embargo, uno solo. Viven «juntos» (sym-biosis), se necesitan mutuamente. El feto es parte de la madre y recibe de ella cuanto necesita; la madre es su mundo, por así decirlo; lo alimenta, lo protege, pero también su propia vida se ve realzada por él. En la unión simbiótica psíquica, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión.

En un contexto religioso, el objeto de la adoración recibe el nombre de ídolo; en el contexto secular de la relación amorosa masoquista, el mecanismo esencial, de idolatría, es el mismo. La relación masoquista puede estar mezclada con deseo físico, sexual; en tal caso, trátase de una sumisión de la que no sólo participa la mente, sino también todo el cuerpo.

La forma activa de la fusión simbiótica es la dominación, o, para utilizar el término correspondiente a masoquismo, el sadismo. La persona sádica quiere escapar de su soledad y de su sensación de estar aprisionada haciendo de otro individuo una parte de sí misma. Se siente acrecentada y realzada incorporando a otra persona, que la adora.

d. El verdadero amor es dar, es darse

El amor es una actividad que supone dar, no un afecto pasivo de simplemente recibir; y ¿qué es dar? Por simple que parezca la respuesta, está en realidad plena de ambigüedades y complejidades. El malentendido más común consiste en suponer que dar significa renunciar a algo, privarse de algo, sacrificarse. 

La gente cuya orientación fundamental no es productiva, vive el dar como un empobrecimiento, por lo que se niega generalmente a hacerlo. Algunos hacen del dar una virtud, en el sentido de un sacrificio. Sienten que, puesto que es doloroso, se debe dar, y creen que la virtud de dar está en el acto mismo de aceptación del sacrificio.

Para ellos, la norma de que es mejor dar que recibir significa que es mejor sufrir una privación que experimentar alegría. Para el carácter productivo, dar posee un significado totalmente distinto: constituye la más alta expresión de potencia.

En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante, pródigo, vivo.

Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad. Si aplicamos ese principio a diversos fenómenos específicos, advertiremos fácilmente su validez.

¿Qué puede dar una persona a otra? El mayor acto de amor es el de darse así misma, dar lo más precioso que tiene, el don de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él -da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se le da en cambio. Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado al darse mutuamente. Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para ambas. En lo que toca específicamente al amor, eso significa: el amor es un poder que produce amor; la impotencia es la incapacidad de producir amor.

e. Elementos constitutivos del amor

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor. Esos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Que el amor implica cuidado es especialmente evidente en el amor de una madre por su hijo. Ninguna declaración de amor por su parte nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, si deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico; y creemos en su amor si vemos que cuida al niño. Lo mismo ocurre incluso con el amor a los animales y las flores. Si una mujer nos dijera que ama las flores, y viéramos que se olvida de regarlas, no creeríamos en su amor a las flores.

El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior.

La responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser responsable significa estar listo y dispuesto a «responder». La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única.

Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie.

Conocimiento. Hay muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mí mismo y ver a la otra persona en sus propios términos.

Puedo saber, por ejemplo, que una persona está encolerizada, aunque no lo demuestre abiertamente; pero puedo llegar a conocerla más profundamente aún; sé entonces que está angustiada, e inquieta; que se siente sola, que se siente culpable. Sé entonces que su cólera no es más que la manifestación de algo más profundo, y la veo angustiada e inquieta, es decir, como una persona que sufre y no como una persona enojada.

Pero el conocimiento tiene otra relación, más fundamental, en relación con el amor. La necesidad básica de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de la propia separatidad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo específicamente humano, el de conocer el «secreto del hombre». Si bien la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un secreto, el hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo y para sus semejantes.

Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa, y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es «él». En ese anhelo de penetrar en el secreto del hombre, y por lo tanto, en el nuestro, reside una motivación esencial de la persona.

El amor es un camino para conocer «el secreto» que habita en cada persona. El amor es la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos y no conozco nada. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre -por la experiencia de la unión- no mediante algún conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento.

El amor es la única forma de conocimiento, que, en el acto de unión, satisface mi búsqueda. En el acto de amar, de entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre.

El anhelo de conocernos a nosotros mismos y de conocer a nuestros semejantes fue expresado en lema délfico: «Conócete a ti mismo». Tal es la fuente primordial de toda psicología. Pero puesto que deseamos conocer todo el hombre, su más profundo secreto, el conocimiento corriente, el que procede sólo del pensamiento, nunca puede satisfacer dicho deseo. Aunque llegáramos a conocernos muchísimo más, nunca alcanzaríamos el fondo. Seguiríamos siendo un enigma para nosotros mismos, y nuestros semejantes seguirían siéndolo para nosotros. La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras.

Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes. Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura; esto es, en la persona que desarrolla productivamente sus propios poderes, que sólo desea poseer los que ha ganado con su trabajo, que ha renunciado a los sueños narcisistas de omnisciencia y omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo la genuina actividad productiva puede proporcionar.

IV. DISTINTAS FORMAS DE AMOR. El amor de la madre (materno), del padre (paterno), del hijo (filiación)

a. El vínculo de amor que genera la madre

Al nacer, el pequeño infante sentiría miedo de morir si alguien no lo protegiera de cualquier conciencia de la angustia implícita en la separación de la madre y de la existencia intrauterina. Aun después de nacer, el infante es apenas diferente de lo que era antes del nacimiento; no puede reconocer objetos, no tiene aún conciencia de sí mismo, ni del mundo como algo exterior a él. Sólo siente la estimulación positiva del calor y el alimento, y todavía no los distingue de su fuente: la madre. La madre es calor, es alimento, la madre es el estado eufórico de satisfacción y seguridad.

El amor materno es, por su misma naturaleza, incondicional. La madre ama al recién nacido porque es su hijo, no porque el niño satisfaga alguna condición específica ni porque llene sus aspiraciones particulares. (Naturalmente, cuando hablo del amor de la madre y del padre, me refiero a «tipos ideales», al principio materno y al paterno, representados en la persona materna y paterna.)

El amor incondicional corresponde a uno de los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo ser humano; por otra parte, que nos amen por los propios méritos, porque uno se lo merece, siempre crea dudas; quizá no complací a la persona que quiero que me ame, quizás eso, quizás aquello -siempre existe el temor de que el amor desaparezca-. Además, el amor merecido siempre deja un amargo sentimiento de no ser amado por uno mismo, de que sólo se nos ama cuando somos complacientes, de que, en último análisis, no se nos ama, sino que se nos usa. No es extraño, entonces, que todos nos aferremos al anhelo de amor materno, cuando niños y también cuando adultos. La mayoría de los niños tienen la suerte de recibir amor materno.

b. El amor del niño que empieza a crecer y aprender a amar

La realidad exterior, las personas y las cosas, tienen sentido sólo en la medida en que satisfacen o frustran el estado interno del cuerpo. Sólo es real lo que está adentro; lo exterior sólo es real en función de mis necesidades -nunca en función de sus propias cualidades o necesidades.

Cuando el niño crece y se desarrolla, se vuelve capaz de percibir las cosas como son; la satisfacción de ser alimentado se distingue del pezón, el pecho de la madre. Eventualmente, el niño experimenta su sed, la leche que le satisface, el pecho y la madre, como entidades diferentes. Aprende a percibir muchas otras cosas como diferentes, como poseedoras de una existencia propia ese momento empieza a darles nombres. Al mismo tiempo aprende a manejarlas; aprende que el fuego es caliente y doloroso, que el cuerpo de la madre es tibio y placentero, que la mamadera es dura y pesada, que el papel es liviano y se puede rasgar. Aprende a manejar a la gente; que la mamá sonríe cuando él come; que lo alza en sus brazos cuando llora; que lo alaba cuando mueve el vientre.

Todas esas experiencias se cristalizan o integran en la experiencia: me aman por lo que soy o quizá más exactamente, me aman porque soy (hijo-filiación). Tal experiencia de ser amado por la madre es pasiva. No tengo que hacer nada para que me quieran -el amor de la madre es incondicional-.

Todo lo que necesito es ser -ser su hijo-. El amor de la madre significa dicha, paz, no hace falta conseguirlo, ni merecerlo. Pero la cualidad incondicional del amor materno tiene también un aspecto negativo. No sólo es necesario merecerlo, mas también es imposible conseguirlo, producirlo, controlarlo. Si existe, es como una bendición; si no existe, es como si toda la belleza hubiera desaparecido de la vida -y nada puedo hacer para crearla. Para la mayoría de los niños entre los ocho y medio a los diez años, el problema consiste casi exclusivamente -en ser amado por lo que se es-.

Antes de esa edad, el niño aún no ama; responde con gratitud y alegría al amor que se le brinda. A esa altura del desarrollo infantil, aparece en el cuadro un nuevo factor: un nuevo sentimiento de producir amor por medio de la propia actividad. Por primera vez, el niño piensa en dar algo a sus padres, en producir algo -un poema, un dibujo, o lo quiere-. Por primera vez en la vida del niño, la idea del amor se transforma de ser amado a amar, en crear amor. Muchos años transcurren desde ese primer comienzo hasta la madurez del amor. Eventualmente, el niño, que puede ser ahora un adolescente, ha superado su egocentrismo; la otra persona ya no es primariamente un medio para satisfacer sus propias necesidades. Las necesidades de la otra persona son tan importantes como las propias; en realidad, se han vuelto más importantes. Dar es más satisfactorio, más dichoso que recibir; amar, aún más importante que ser amado.

Al amar, ha abandonado la prisión de soledad y aislamiento que representaba el estado de narcisismo y autocentrismo. Siente una nueva sensación de unión, de compartir, de unidad. Más aún, siente la potencia de producir amor -antes que la dependencia de recibir siendo amado- para lo cual debe ser pequeño, indefenso, enfermo -o «bueno»-.

El amor infantil sigue el principio: «Amo porque me aman.» El amor maduro obedece al principio: «Me aman porque amo.» El amor inmaduro dice: «Te amo porque te necesito.» El amor maduro dice: «Te necesito porque te amo.»

c. El vínculo de amor que genera el padre

En estrecha relación con el desarrollo de la capacidad de amar está la evolución del objeto amoroso. En los primeros meses y años de la vida, la relación más estrecha del niño es la que tiene con la madre. Esa relación comienza antes del nacimiento, cuando madre e hijo son aún uno, aunque sean dos. El nacimiento modifica la situación en algunos aspectos, pero no tanto como parecería. El niño, si bien vive ahora fuera del vientre materno, todavía depende por completo de la madre. Pero día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, a explorar el mundo por su cuenta; la relación con la madre pierde algo de su significación vital; en cambio, la relación con el padre se torna cada vez más importante.

Para comprender ese paso de la madre al padre, debemos considerar las esenciales diferencias cualitativas entre el amor materno y el paterno. La relación con el padre es enteramente distinta a la madre. La madre es el hogar de dónde venimos, la naturaleza, el suelo, el océano; el padre no representa un hogar natural de ese tipo.

El padre tiene escasa relación con el niño durante los primeros años de su vida, y su importancia para éste no puede compararse a la de la madre en ese primer período. Pero, si bien el padre no representa el mundo natural, significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, del aprendizaje, de la ley y el orden, de la disciplina. El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo.

En estrecha conexión con esa función, existe otra, vinculada al desarrollo económico-social. Cuando surgió la propiedad privada, y cuando uno de los hijos pudo heredar la propiedad privada, el padre comenzó a seleccionar al hijo a quien legaría su propiedad. Desde luego, elegía al que consideraba mejor dotado para convertirse en su sucesor, el hijo que más se le asemejaba y, en consecuencia, el que prefería.

El amor paterno es condicional. Su principio es «te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con tu deber, porque eres como yo». En el amor condicional del padre encontramos, como en el caso del amor incondicional de la madre, un aspecto negativo y uno positivo. El aspecto negativo consiste en el hecho mismo de que el amor paterno debe ganarse, de que puede perderse si uno no hace lo que de uno se espera. A la naturaleza del amor paterno se debe el hecho de que la obediencia constituya la principal virtud, la desobediencia el principal pecado, cuyo castigo es la pérdida del amor del padre. El aspecto positivo es igualmente importante. Puesto que el amor de mi padre es condicional, es posible hacer algo por conseguirlo; su amor no está fuera de mi control, como ocurre con el de mi madre.

Las actitudes del padre y de la madre hacia el niño corresponden a las propias necesidades de ése. El infante necesita el amor incondicional y el cuidado de la madre, tanto fisiológica como psíquicamente. Después de los seis años, el niño comienza a necesitar el amor del padre, su autoridad y su guía. La función de la madre es darle seguridad en la vida; la del padre, enseñarle, guiarle en la solución de los problemas que le plantea la sociedad particular en la que ha nacido. En el caso ideal, el amor de la madre no trata de impedir que el niño crezca, no intenta hacer una virtud de la desvalidez. La madre debe tener fe en la vida, y, por ende, no ser exageradamente ansiosa y no contagiar al niño su ansiedad. Querer que el niño se torne independiente y llegue a separarse de ella debe ser parte de su vida. El amor paterno debe regirse por principios y expectaciones; debe ser paciente y tolerante, no amenazador y autoritario. Debe darle al niño que crece un sentido cada vez mayor de la competencia, y oportunamente permitirle ser su propia autoridad y dejar de lado la del padre.

Eventualmente, la persona madura llega a la etapa en que hace suya la figura del padre y de la madre. Tiene, por así decirlo, una conciencia materna y paterna. La conciencia materna dice: «No hay ningún delito, ningún crimen, que pueda privarte de mi amor, de mi deseo de que vivas y seas feliz.» La conciencia paterna dice: «Obraste mal, no puedes dejar de aceptar las consecuencias de tu mala acción, y, especialmente, debes cambiar si quieres que te aprecie.»

d. La madurez en el amor

La persona madura se ha liberado de las figuras exteriores de la madre y el padre, y las ha erigido en su interior. La persona madura ama tanto con la conciencia materna como con la paterna, a pesar de que ambas parecen contradecirse mutuamente. Si un individuo conservara sólo la conciencia paterna, se tornaría áspero e inhumano. Si retuviera únicamente la conciencia materna, podría perder su criterio y obstaculizar su propio desarrollo o el de los demás.

En la pubertad la persona necesita hacer síntesis del amor materno y paterno. En esa evolución de la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y su eventual síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez. El fracaso de dicho desarrollo constituye la causa básica de la neurosis. (Según S. Freud el complejo de Edipo refleja la no resolución de esta integración en esta etapa).

V. EL PROCESO DE PERSONALIZACION.

a. El proceso de personalización. Emergencia del TÚ

Es vital para la persona crecer en el marco de relaciones vitales donde no se consideran las otros como meros objetos sino como verdaderas personas. Los otros no son meros objetos de la satisfacción de mis deseos sino personas dignas de todo amor siendo conocidas y reconocidas como un verdadero tú.

Cuanto más fuerte es el Yo desde la dualidad con el Tú primordial, tanto más personal es el hombre, conoce su particular modo de ser. Si nos mantenemos encerrados en nosotros mismos, contemplándonos a nosotros mismos, ocupándonos de nosotros mismos nos delimitamos por relación a lo que no somos y perdemos nuestra humanidad.

Las relaciones para que sean verdaderas y auténticas precisan liberarse de la voluntad de domino de aprovechamiento y de poder. Estos impulsos nos apartan del ser y hacen incapaces de reconocer el Tú con toda su pureza. Una verdadera relación participa del otro como un ser digno de ser reconocido y amado tal cual es. Toda persona nos brinda la posibilidad de una presencia en la que participo de su ser sin querer apropiármela. Allí donde hay apropiación egoísta, donde falta el reconocimiento y la participación no hay realidad. La participación es tanto más perfecta cuanto más directo es el reconocimiento del tú. La relación personal es donde nace y crece el deseo de una relación más y más elevada, el deseo de la participación total en el ser. La persona merece ser reconocida y amada por lo que es. La persona adquiere así conciencia de sí misma como siendo así y no de otro modo.

b. El amor hacia los otros

La persona ha de pasar a amar a los otros no como objetos amorosos sino como personas dignas de ser amadas por lo que son. El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un «objeto» amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egoísmo ampliado. Sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad.

En realidad, llegan a creer que el hecho de que no amen sino a una determinada persona prueba la intensidad de su amor. Se trata aquí de la misma falacia que mencionamos antes. Como no comprenden que el amor es una actividad, un poder del alma, creen que lo único necesario es encontrar un objeto adecuado -y que después todo viene solo-. Puede compararse esa actitud con la de un hombre que quiere pintar, pero que en lugar de aprender el arte sostiene que debe esperar el objeto adecuado, y que pintará maravillosamente bien cuando lo encuentre. Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle a alguien «Te amo», debo poder decir «Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo».

Decir que el amor es una orientación que se refiere a todos y no a uno no implica, empero, la idea de que no hay diferencias entre los diversos tipos de amor, que dependen de la clase de objeto que se ama. Existen diferentes formas de amor:

c. El amor fraternal.

La forma más básica del amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor fraternal. Por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida.

A esta clase de amor se refiere la regla de oro: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad. Esta relación de centro a centro -en lugar de la de periferia a periferia- es una «relación central».

El amor fraternal es amor entre iguales: pero, sin duda, aun como iguales no somos siempre «iguales»; en la medida en que somos humanos, todos necesitamos ayuda. Hoy yo, mañana tú. Esa necesidad de ayuda, empero, no significa que uno sea desvalido y el otro poderoso. La desvalidez es una condición transitoria; la capacidad de pararse y caminar sobre los propios pies es común y permanente. Sin embargo, el amor al desvalido, al pobre y al desconocido son el comienzo del amor fraternal. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a sus vástagos y los protegen. El desvalido ama a su dueño, puesto que su vida depende de él; el niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.

d. El amor materno.

Nos hemos referido ya a la naturaleza del amor materno anteriormente, al hablar de la diferencia entre el amor materno y el paterno. El amor materno, como dijimos, es una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades. Pero debemos hacer aquí una importante adición a tal descripción. La afirmación de la vida del niño presenta dos aspectos: uno es el cuidado y la responsabilidad absolutamente necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento. El otro aspecto va más allá de la mera conservación. Es la actitud que inculca en el niño el amor a la vida, que crea en él el sentimiento de ser una criatura parte de esta tierra llamado a germinarla, fecundarla, hacerla florecer. El paso de la niñez al ser adulto se da en cuanto necesita pasar de ser mero receptor a ser protagonista, sentirse creador, ser alguien que se trasciende en su propia actividad, Hay muchas formas de alcanzar esa satisfacción en la creación; la más natural, y también la más fácil de lograr, es el amor y el cuidado de la madre por su creación.

En contraste con el amor fraternal y el erótico, que se dan entre iguales, la relación entre madre e hijo es, por su misma naturaleza, de desigualdad, en la que uno necesita toda la ayuda y la otra la proporciona. Y es precisamente por su carácter altruista y generoso que el amor materno ha sido considerado la forma más elevada de amor, y el más sagrado de todos los vínculos emocionales. Parece, sin embargo, que la verdadera realización del amor materno no está en el amor de la madre al pequeño bebé, sino en su amor por el niño que crece. En realidad, la vasta mayoría de las madres ama a sus hijos mientras éstos son pequeños y dependen por completo de ellas.

La mayoría de las mujeres desea tener hijos, son felices con el recién nacido y vehementes en sus cuidados. Ello ocurre a pesar del hecho de que no «obtienen» nada del niño a cambio, excepto una sonrisa o una expresión de satisfacción en su rostro. Se supone que esa actitud de amor está parcialmente arraigada en un ámbito instintivo que se encuentra tanto en los animales como en la mujer. Pero cualquiera sea la gravitación de ese factor, también existen factores psicológicos específicamente humanos que determinan este tipo de amor maternal.

La madre se trasciende en el niño; su amor por él da sentido y significación a su vida. (En la incapacidad misma del varón para satisfacer su necesidad de trascendencia concibiendo hijos reside su impulso a trascenderse por medio de la creación de cosas hechas por el hombre y de ideas.)

Pero el niño debe crecer. Debe emerger del vientre materno, del pecho de la madre; eventualmente, debe convertirse en un ser humano completamente separado. La esencia misma del amor materno es cuidar de que el niño crezca, y esto significa desear que el niño se separe de ella. Ahí radica la diferencia básica con respecto al amor erótico. En este último, dos seres que estaban separados se convierten en uno solo.

En el amor materno, dos seres que estaban unidos se separan. La madre debe no sólo tolerar, sino también desear y alentar la separación del niño. Sólo en esa etapa el amor materno se convierte en una tarea sumamente difícil, que requiere generosidad y capacidad de dar todo sin desear nada, salvo la felicidad del ser amado. También es en esa etapa donde muchas madres fracasan en su tarea de amor materno.

e. El amor erótico.

El amor fraterno es amor entre hermanos; el amor materno es amor por el desvalido. Diferentes como son entre sí, tienen en común el hecho de que, por su misma naturaleza, no están restringidos a una sola persona. Si amo a mi hermano, amo a todos mis hermanos; si amo a mi hijo, amo a todos mis hijos; no, más aún, amo a todos los niños, a todos los que necesitan mi ayuda. En contraste con ambos tipos de amor está el amor erótico: el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe.

En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de «enamorarse», el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero, como señalamos antes, tal experiencia de repentina intimidad es, por su misma naturaleza, de corta duración. Cuando el desconocido se ha convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay más barreras que superar, ningún súbito acercamiento que lograr. Se llega a conocer a la persona «amada» tan bien como a uno mismo. O, quizá, sería mejor decir tan poco. Si la experiencia de la otra persona fuera más profunda, si se pudiera experimentar la infinitud de su personalidad, nunca nos resultaría tan familiar -y el milagro de salvar las barreras podría renovarse a diario-. Pero para la mayoría de la gente, su propia persona, tanto como las otras, resulta rápidamente explorada y agotada.

Para ellos, la intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual. Puesto que experimentan la separatidad de la otra persona fundamentalmente como separatidad física, la unión física significa superar la separatidad.

Existen, además, otros factores que para mucha gente significan una superación de la separatidad. Hablar de la propia vida, de las esperanzas y angustias, mostrar los propios aspectos infantiles, establecer un interés común frente al mundo se consideran formas de salvar la separatidad. Aun la exhibición de enojo, odio, de la absoluta falta de inhibición, se consideran pruebas de intimidad, y ello puede explicar la atracción pervertida que sienten los integrantes de muchos matrimonios que sólo parecen íntimos cuando están en la cama o cuando dan rienda suelta a su odio y a su rabia recíprocos.

Pero la intimidad de este tipo tiende a disminuir cada vez más a medida que transcurre el tiempo. El resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido. Este se transforma nuevamente en una persona «íntima», la experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa, para tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva conquista, un nuevo amor -siempre con la ilusión de que de nuevo amor será distinto de los anteriores-. El carácter engañoso del deseo sexual contribuye al mantenimiento de tales ilusiones.

En el amor erótico hay una exclusividad que falta en el amor fraterno y en el materno. Ese carácter exclusivo requiere un análisis más amplio. La exclusividad del amor erótico suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva. Es frecuente encontrar dos personas «enamoradas» la una de la otra que no sienten amor por nadie más. Su amor es, en realidad, un egoismo á deux; son dos seres que se identifican el uno con el otro, y que resuelven el problema de la separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Tienen la vivencia de superar la separatidad, pero, puesto que están separados del resto de la humanidad, siguen estándolo entre sí y enajenados de sí mismos; su experiencia de unión no es más que ilusión.

Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos. El amor debe ser esencialmente un acto de la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida a la de la otra persona. Ese es, sin duda, el razonamiento que sustenta la idea de la indisolubilidad del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio tradicional, en las que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien las elige por ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente.

e. El amor a sí mismo.

Sería mejor abandonar el ambiguo término «amor a sí mismo» y reemplazarlo por «autoafirmación natural», o «autoaceptación paradójica». En el término «amor a sí mismo», el elemento paradójico en amor a si mismo está mucho más claramente contenido. Se expresa el hecho de que el amor es una actitud que es la misma hacia todos los objetos, incluyéndome a mí mismo. Tampoco debe olvidarse que ese término, en el sentido en que se lo usa aquí, tiene una historia.

La idea expresada en la regla de oro «Ama a tu prójimo como a ti mismo», implica que el respeto por la propia integridad y unicidad, el amor y la comprensión del propio sí mismo, no pueden separarse del respeto, el amor y la comprensión del otro individuo. El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser.

Mi propia persona debe ser un objeto de mi amor al igual que lo es otra persona. La afirmación de la vida, felicidad, crecimiento y libertad propios está arraigada en la propia capacidad de amar, esto es, en el cuidado, el respeto, la responsabilidad y el conocimiento. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a sí mismo; si sólo ama a los demás, no puede amar en absoluto.

Dando por establecido que el amor a sí mismo y a los demás es conjuntivo, ¿cómo explicamos el egoísmo, que excluye evidentemente toda genuina preocupación por los demás? La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él; carece de interés en las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar. ¿No prueba eso que la preocupación por los demás y por uno mismo son alternativas inevitables? Sería así si el egoísmo y el autoamor fueran idénticos. Pero tal suposición es precisamente la falacia que ha llevado a tantas conclusiones erróneas con respecto a nuestros problemas. El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad, se odia. Tal falta de cariño y cuidado por sí mismo, que no es sino la expresión de su falta de productividad, lo deja vacío y frustrado. Se siente necesariamente infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las satisfacciones que él se impide obtener. Parece preocuparse demasiado por sí mismo, pero, en realidad, sólo realiza un fracasado intento de disimular y compensar su incapacidad de cuidar de su verdadero ser.

La naturaleza de esa generosidad se torna particularmente evidente en su efecto sobre los demás y, con mucha frecuencia en nuestra cultura, en el efecto que la madre «generosa» ejerce sobre sus hijos. Ella cree que, a través de su generosidad, sus hijos experimentarán lo que significa ser amado y aprenderán, a su vez, a amar. Sin embargo, el efecto de su generosidad no corresponde en absoluto a sus expectaciones.

Los niños no demuestran la felicidad de personas convencidas de que se los ama; están angustiados, tensos, temerosos de la desaprobación de la madre y ansiosos de responder a sus expectativas. Habitualmente, se sienten afectados por la oculta hostilidad de la madre contra la vida, que sienten, pero sin percibirla con claridad, y, eventualmente, se empapan de ella. En conjunto, el efecto producido por la madre «generosa» no es demasiado diferente del que ejerce la madre egoísta, y aun puede resultar más nefasto, puesto que la generosidad de la madre impide que los niños la critiquen.

VI. EL PROCESO DE SOCIALIZACION. EMERGENCIA DEL NOSOTROS

En el proceso de maduración de la persona y el camino de maduración en el amor no se trata tanto de una meta individual, reducido a la mera autorrealización ni tan siquiera de una felicidad a duo sino más bien de un camino compartido en el que nadie queda fuera, nadie queda excluido. Es muy importante abrirse a la integración del nosotros, es decir al proceso de socialización.

Vivimos en un mundo que ha perdido el sentido y valor de la hospitalidad, la acogida, la amistad, la familia, la fraternidad, la dimensión social de la persona. Las relaciones incluso las que parecen más naturales e insustituibles para la vida son frágiles y muy precarias. Se impone el principio del individuo por encima del grupo.

Se ha ido perdiendo este sentido comunitario. Antiguamente la familia, el barrio, la parroquia, la escuela ofrecían referencias grupales de mucha importancia en la vida de las personas, pero estas se han ido derrumbando ante un mundo individualista movido por la competitividad y productividad. El hombre actual necesita desde su infancia nuevas referencias a grupos reducidos con relaciones interpersonales intensas y significativas. Estos grupos cumplen la función de compensar las carencias en la vida social e incluso en la vida familiar y ofrecer distintos campos de socialización. La experiencia de solidaridad despierta un anhelo en las personas que no podemos sofocar. Nunca la solidaridad se vive de modo absoluto es relativo a las situaciones por las que pasa en personas y grupos es el resultado final del grupo auténtico armónico es una experiencia de plenitud en la que se subraya la pertenencia a un nosotros.

a. El camino comunitario, la experiencia comunitaria del nosotros.

Es muy importante recuperar el valor y la función de la comunidad. La verdadera comunidad es una comunidad de amor. No nace solo de que las personas tengan sentimientos los unos hacia los otros (aunque no pueda haberlos sin ellos), nace de las dos cosas: de que todos estén en relación mutua con un Centro, Tú primordial, viviente, y de que todos estén unidos los unos a los otros por lazos de una viviente reciprocidad. La comunidad de edifica sobre la relación viviente y recíproca, pero su verdadero constructor es el activo Centro viviente.

La comunidad es una necesidad humana de primer orden. Somos seres comunitarios. La comunidad es una referencia vital, es como una estructura intermedia entre el yo y el nosotros, entre la persona y la sociedad. Viene a ser como el “nudo social” que nos abre a la sociedad en amplio, al mundo. La comunidad es más que la suma de intereses individuales. No es el individuo al servicio de la comunidad ni la comunidad al servicio del individuo. La comunidad es el lugar donde todos nos ayudamos a trascendernos, nos ponemos todos al servicio de todos en función de nuestra finalidad última, la realización en el amor.

Se precisa armonizar la dimensión personal y comunitaria. El hombre es un ser comunitario. No somos islas sino seres relacionales. El hombre necesita abrirse al proceso de socialización. En este proceso podemos hablar de la comunidad humana, la comunidad primaria, la comunidad secundaria.

b. La comunidad humana

Desde que nacemos vivimos como parte de una comunidad inmersos en una realidad comunitaria que nos envuelve y precede. Nos conocemos, vivimos y crecemos abiertos al mundo y a la gente que nos rodea. No nos define la autosuficiencia, nos define la relación. Partimos de una vivencia comunitaria débil que necesita arraigarse. Nos vamos socializando en la medida que vamos creciendo. Al principio nos reúne intereses o afinidades personales. La estructuración comunitaria es muy débil, consiste en una coincidencia para eventos de nuestro interés. Nos reunimos en asamblea esporádicamente en un grupo de vecinos, grupo del barrio, grupo de aficionados al futbol u otro deporte. Son reuniones episódicas. La relación de los individuos que lo forman es en torno a una búsqueda común. Las acciones comunes son espontaneas y el nivel de compromiso o de creencias y metas comunes muy débiles. Las relaciones piden salir de esa precariedad y convertirse en estables y duraderas.

c. La comunidad primaria

Se caracteriza por ser un número más limitado. Los miembros se conocen entre sí. Hay conciencia de acciones y metas comunes. Así se crea el grupo parroquial, grupo vecinal o asociación profesional. Su estructuración es débil y liviana. Las relaciones interpersonales son más intensas y significativas. La comunidad primaria aglutina a personas con objetivos y metas comunes. Crea relaciones interpersonales intensas que tienden a perdurar en el tiempo. Es muy importante el mantenimiento del grupo a través de un clima fraterno.

Nuestra comunidad primaria se fragua en la comunión y cercanía con la Iglesia local presidida por el obispo, con la fraternidad sacerdotal del presbiterio, con los consagrados y los laicos, con nuestras comunidades parroquiales. El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y solo se concibe desde una dimensión comunitaria.

d. La comunidad extendida a todos

La dimensión comunitaria se extiende a todo el pueblo de Dios y a toda la fraternidad universal. Al estrecharse los vínculos se crea unas relaciones maduras de participación y corresponsabilidad. El grupo empieza a ser más organizativo. Su estructuración es más elevada, su duración tiende a prolongarse en el tiempo. Las acciones comunes adquieren más importancia. Son más planificadas y se fortalecen los vínculos con compromisos jurídicos y económicos. Las relaciones empiezan a ser más formales. Responden a unos principios o idearios y metas comunes. Un presbiterio diocesano, una asociación apostólica, una escuela o colegio.

El sistema organizativo debe ir más allá de una productividad, mera producción material y ha de estar centrado en las personas y en el amor. Debe de darse una complementariedad de roles y funciones que favorezcan la creación y búsqueda en común. Las relaciones comunitarias piden ser cuidadas para favorecer la comunión. El discípulo misionero de Cristo cuida, vela, busca, reúne, apacienta, fortalece los vínculos de unidad con Cristo y los hermanos. Tenemos la tarea de formar pequeñas comunidades cristianas donde todos nos sintamos miembros vivos del Cuerpo de Cristo. No se trata de encerrarnos en un grupo sino de ponernos todos al servicio de la misión.  Se hace necesario la formación de comunidades vivas donde todos se sientan parte de la comunidad, de la Iglesia y desde la Iglesias signo de unidad con todos los hombres. La opción preferencial por los más pobres será fermento de unidad y repercutirá en una fraternidad apostólica más abierta y llena de fecundidad. Los más pobres no solo son objeto de la evangelización sino agentes de evangelización. Una Iglesia más pobre que camina al lado de los pobres es signo de la fuerza humanizadora del Evangelio y es prueba de la universalidad y catolicidad de la Iglesia. Como hombres de comunión hemos de crear y estrechar puentes y lazos con todas aquellas personas e instituciones que defiendan el valor y dignidad de toda persona humana, que trabajan por restablecer la paz, en favor de un mundo más justo y fraterno.

f. La comunidad como el lugar de aprender a vivir como hermanos

La comunidad es el lugar donde se aprende a vivir como hermanos. No se trata solo de funciones o tareas, se trata de cuidar las personas y la vivencia en común. Entre la soledad y la solidaridad ocurre de modo progresivo el proceso de afianzamiento del grupo. Se precisa cuidar de un clima de empatía, transparencia y sinceridad para vivir en la aceptación cordial de unos con otros.  Existe una relación proporcional entre la madurez del grupo y la madurez de los individuos.

Dios nos llama a vivir como hermanos en la complementariedad. No nos salvamos solos sino en comunidad. Dios nos da hermanos con los que compartir el mismo proyecto de vida. La Iglesia en esta llamada del Papa Francisco a la sinodalidad, está llamada a ser familia, a caminar como pueblo de Dios sin que nadie queda excluido. Una iglesia que siente el llamado a ser lo que es misterio de comunión participación y misión.

g. La comunidad lugar de la diferencia y la integración

La Trinidad como misterio de comunión entre las tres personas divinas es el fundamento de la comunidad humana creada a su imagen. Llevamos en nuestra entraña este ser comunitario de nuestro Dios, uno en la diferencia de tres personas distintas. Vivir juntos es aceptarnos en nuestra propia singularidad, individualidad, diferencia. Diríamos que el ser comunitario es el modo de ser de Dios que ha dejado impreso en el hombre. Somos seres complementarios que nos necesitamos. No podemos hablar de una santificación y salvación individual que no tenga en cuenta a los otros.

La integración del nosotros no suprime la diferencia entre nosotros. La integración supone integrar las diferencias positivas y negativas del yo, del otro, de la vida en general. Presupone la fase de diferenciación, reconocimiento de las diferencias para aceptar la alteridad del hermano evitando la tentación de querer homologarlo o tratarlo como rival. Acoger al otro como don, aceptarlo en su alteridad y diferencia como un bien y no como un mal a evitar o eliminar.

h. La comunidad como lugar de la misericordia y el perdón

Todos partimos de la misma certeza somos pecadores que han sido perdonados. La comunidad no es el lugar de los perfectos sino el lugar donde los pecadores hacen experiencia del amor de Dios a través del perdón mutuo.  La perfección y santidad a la que somos llamados solo puede realizarse en la comunión fraterna. Estamos llamados a integrar no solo lo positivo sino lo negativo, el mal y el pecado del hermano. Solo hay un modo de superar las divisiones, antagonismos y separaciones. Dios nos llama a perdonarnos como él nos perdona. Nuestras diferencias pueden articularse y armonizarse perdiendo su carga dolorosa y destructiva.

La comunidad esta llama a ser hogar de acogida, perdón y misericordia. Muchos son los que se van quedando fuera del camino al descubrir sus limitaciones, imperfecciones, pecados. Al verse tan débiles creen que no pueden ser llamados a la santidad. Nuestra historia como la historia de salvación recorre momentos de entusiasmo pero también momentos de cansancios, crisis, tentaciones, caídas. Imperfecciones. Es precisamente en esos momentos cuando se hace más evidente la acción de la misericordia restaurándonos y llamándonos una y otra vez a retomar juntos el camino de santidad.

i. Los conflictos comunitarios

La comunidad, la socialización, la solidaridad no se vive siempre de modo armónico. La búsqueda comunitaria en función de los valores y metas pide también una serie de renuncias. No hay una vida común que no suponga un cambio del yo al nosotros siendo capaces de pasar a un segundo plano para que emerja el nosotros.

Vivimos en un mundo marcado por el individualismo, la búsqueda de una autorrealización, el egoísmo el hedonismo. Hemos de crecer para saber afrontar y hacer frente a los conflictos comunitarios. No estamos exentos de búsquedas individuales de hacer carrera, liderazgos, de figurar, de controlar y dominar a los otros. La orientación centrífuga de la propia autorrealización tiende a separarnos y dividirnos.

La comunidad y la vivencia comunitaria no es fuente de conflictos sino oportunidad de experimentar el don de la fraternidad. Se nos invita a crecer y madurar en medio de los retos y conflictos que nos debilitan y empobrecen cayendo en disputas internas, reproches mutuos, deseos de revancha. Hemos de vencer los dinamismos de conflicto, la confrontación,  la polarización, el situarnos contra o frente a los que piensan diferente. lo que nos divide no es la diferencia sino el pecado.

j. La reedificación y restauración fraterna

La obra de reedificación solo es posible entre personas que son conscientes de su debilidad y que saben cómo reconciliarse con ella, porque están convencidas que solo partiendo de ahí se puede experimentar constantemente la misericordia de Dios. La comunión fraterna solo se construye desde el reconocimiento de que todos somos pecadores que hemos sido perdonados y capacitados para ofrecer este ministerio de reconciliación y restauración. Si todos hemos experimentado la misma misericordia se hará posible la comunión de los pecadores. La integración pide el reconocimiento de nuestro mal y el mal del otro. Aceptarlo tratándolo de mirar con buenos ojos reconciliándonos con ello. Darle una interpretación y sentido en coherencia con nuestra opción de fondo.

Para construir la comunidad y reedificarla sin cesar se precisa haber aprendido a mantener una relación personal madura con el propio mal, con el mal de los demás y con el mal comunitario. La propia fragilidad y debilidad pueden convertirse en impulso de renovación y reedificación sobre todo cuando no se trabaja en solitario sino en equipo, en comunidad.

La soledad, el sufrimiento, la debilidad, la cruz se hace más llevadera cuando la llevamos juntos. Cuántas veces se agrava un mal, una enfermedad, un fracaso personal por no haber tenido al lado a nadie de la comunidad. Un grado de madurez humana y comunitaria se refleja cuando compartimos el momento de crisis, dificultad, dolor con muestras de verdadero afecto, compañía, cercanía.

k. Hombres de comunión

Fuimos creados a imagen de Dios, un Dios que es comunitario, comunidad de personas. Nuestra identidad se desarrolla como hombres de comunión para crear y restablecer la comunión. Vivimos bajo ese multiforme conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia y toda la fraternidad universal. En el proyecto salvífico de Dios está el restablecerla unidad de todo el género humano. El discípulo misionero no desempeña su misión en solitario sino como parte de la Iglesia al servicio de la misión de la Iglesia. Se hace urgente animar y activar el dinamismo misionero en todo creyente. El momento de crisis de falta de vocaciones puede ser la oportunidad de renacer a una Iglesia sinodal, pluriministerial y misionera, de promover la vocación misionera de los laicos, facilitar, armonizar distintos carismas, ministerios y vocaciones que el Espíritu puede suscitar en nuestras comunidades. La misión del ministro ordenado no es la de absorber todos los carismas sino despertarlos. Se precisa acompañar, formar, ayudar a crecer en la fe y poder dar testimonio de ella en los distintos ámbitos de la sociedad.

VII. EL AMOR Y SU DESINTEGRACIÓN EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

a. La conversión del corazón frente a la degradación del amor

En la cultura occidental contemporánea, la compresión del amor parece totalmente falsa. Se supone que el amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados. Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente.

Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión? Tomando en cuenta esos puntos de vista, cabe llegar a la conclusión de que el amor es exclusivamente un acto de la voluntad y un compromiso, y de que, por lo tanto, en esencia no importa demasiado quiénes son las dos personas. Sea que el matrimonio haya sido decidido por terceros, o el resultado de una elección individual, una vez celebrada la boda el acto de la voluntad debe garantizar la continuación del amor. Tal posición parece no considerar el carácter paradójico de la naturaleza humana y del amor erótico. Todos somos Uno; no obstante, cada uno de nosotros es una entidad única e irrepetible.

Idéntica paradoja se repite en nuestras relaciones con los otros. En la medida en que todos somos uno, podemos amar a todos de la misma manera, en el sentido del amor fraternal. Pero en la medida en que todos también somos diferentes, el amor erótico requiere ciertos elementos específicos y altamente individuales que existen entre algunos seres, pero no entre todos.

Ambos puntos de vista, entonces, el del amor erótico como una atracción completamente individual, única entre dos personas específicas, y el de que el amor erótico no es otra cosa que un acto de la voluntad, son verdaderos -o, como sería quizá más exacto, la verdad no es lo uno ni lo otro-. De ahí que la idea de una relación que puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es tan errónea como la idea de que tal relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia.

Si el amor es una capacidad del carácter maduro, generativo y fecundo, de ello se sigue que la capacidad de amar de un individuo perteneciente a cualquier cultura dada depende de la influencia que esa cultura ejerce sobre el carácter de la persona. Al hablar del amor en la cultura occidental contemporánea, entendemos preguntar si la estructura social de la civilización occidental y el espíritu que de ella resulta llevan al desarrollo del amor. Plantear tal interrogante es contestarlo negativamente. Ningún observador objetivo de nuestra vida occidental puede dudar de que el amor -fraterno, materno y erótico- es un fenómeno relativamente raro, y que en su lugar hay cierto número de formas de pseudoamor, que son, en realidad, otras tantas formas de la desintegración del amor.

b. Salir de la mentalidad individualista, consumista y materialista

La sociedad capitalista se basa en el principio de libertad política, por un lado, y del mercado como regulador de todas las relaciones económicas, y por lo tanto, sociales, por el otro. El mercado de productos determina las condiciones que rigen el intercambio de mercancías, y el mercado del trabajo regula la adquisición y venta de la mano de obra.

Tanto las cosas útiles como la energía y la habilidad humanas se transforman en artículos que se intercambian sin utilizar la fuerza y sin fraude en las condiciones del mercado. Los zapatos, por útiles y necesarios que sean, carecen de valor económico (valor de intercambio) si no hay demanda de ellos en el mercado; la energía y la habilidad humanas no tienen valor de intercambio si no existe demanda en las condiciones existentes en el mercado. El poseedor de capital puede comprar mano de obra y hacerla trabajar para la provechosa inversión de su capital. El poseedor de mano de obra debe venderla a los capitalistas según las condiciones existentes en el mercado, o pasará hambre. Tal estructura económica se refleja en una jerarquía de valores. El capital domina al trabajo; las cosas acumuladas, lo que está muerto, tiene más valor que el trabajo, los poderes humanos, lo que está vivo. ¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza.

Nuestra civilización ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar conscientemente esa soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad. En la medida en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su desesperación inconsciente por medio de la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento; y, además, por medio de la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras.

La felicidad del hombre moderno consiste en «divertirse». Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados -y los eternamente desilusionados-. Nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo.

c. Una experiencia de vivir juntos que nos vincule y comprometa

Una de las expresiones más significativas del amor, y en especial del matrimonio con esa estructura enajenada, es la idea de la pareja o el equipo. En innumerables artículos sobre el matrimonio feliz, el ideal descrito es el de un equipo que funciona sin dificultades. Tal descripción no difiere demasiado de la idea de un empleado que trabaja sin inconvenientes; debe ser «razonablemente independiente», cooperativo, tolerante, y al mismo tiempo ambicioso y agresivo. Así, el consejero matrimonial nos dice que el marido debe «comprender» a su mujer y ayudarla. Debe comentar favorablemente su nuevo vestido, y un plato sabroso. Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva cuando él llega a su hogar fatigado y de mal humor, debe escuchar atentamente sus comentarios sobre sus problemas en el trabajo, no debe mostrarse enojada sino comprensiva cuando él olvida su cumpleaños. Ese tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logran una «relación central», sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor.

En ese concepto del amor y el matrimonio, lo más importante es encontrar un refugio de la sensación de soledad que, de otro modo, sería intolerable. En el «amor» se encuentra, al fin, un remedio para la soledad. Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoísmo á deux con amor de intimidad.

La importancia que se otorga al espíritu de equipo, la tolerancia mutua, etc., es algo relativamente reciente. Hoy se parte de un concepto del amor en el que la mutua satisfacción sexual se supone la base de las relaciones amorosas satisfactorias, y, especialmente, de un matrimonio feliz. Hoy se cree que una de las causas de los frecuentes fracasos matrimoniales obedece a que la pareja no ha logrado una adecuada «adaptación sexual», lo cual se atribuye, a su vez, a la ignorancia respecto de la conducta sexual «correcta», y, por ende, a una teoría sexual defectuosa de una o las dos partes.

d. La superación de los conflictos mediante el dialogo, ayuda mutua, perdón.

Debemos mencionar aquí otro error muy frecuente: la ilusión de que el amor significa necesariamente la ausencia de conflicto. Así como la gente cree que el dolor y la tristeza deben evitarse en todas las circunstancias, supone también que el amor significa la ausencia de todo conflicto. Y encuentran buenos argumentos en favor de esa idea en el hecho de que las disputas que observan a diario no son otra cosa que intercambios destructivos que no producen bien alguno a ninguno de los interesados.

Pero el motivo de ello está en el hecho de que los «conflictos» de la mayoría de la gente constituyen, en realidad, intentos de evitar los verdaderos conflictos reales. Son desacuerdos sobre asuntos secundarios o superficiales que, por su misma índole, no contribuyen a aclarar ni a solucionar nada. Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven para ocultar o proyectar, sino que se experimentan en un nivel profundo de la realidad interior a la que pertenecen, no son destructivos. Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de la que ambas personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza. Y eso nos lleva a destacar algo que ya dijimos antes.

El amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias, por lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el centro de su existencia. Sólo en esa «experiencia central» está la realidad humana, sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor. Experimentado en esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos. Sólo hay una prueba de la presencia de amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce al amor.

La unidad debe prevalecer sobre el conflicto. El conflicto pide la reconciliación a través del diálogo y el perdón. Hemos de aprender a vencer el mal con el bien y perseverar en medio de la incomprensión o del rechazo. Todos estamos en camino. Nadie es perfecto, todos somos pecadores que hemos sido perdonados. La misericordia sobrepasa la mera justicia. No hemos de devolver mal por mal sino vencer el mal con el bien no teniendo otra deuda que la del amor. El perdón restablece y genera la concordia. Cuando Dios nos perdona no se contenta con cancelar la pena y la culpa sino que suscita en nosotros la capacidad de practicar la misericordia. Cuanto mayor es la misericordia recibida tanto mayor es la fuerza creadora que nos hace misericordiosos. Ser misericordiosos, amarnos como nos ama Cristo no es tanto un mandato que nace desde la exigencia sino un don que nos da, una invitación a entrar en nueva forma de ser y de amar. Ser con-cordes con Él.

e. La causa del declive moral. El eclipse de Dios. La desintegración del amor

Se ha perdido el origen y la fuente genuina del amor que nace del amor a Dios.  Se dice que estamos en presencia de un renacimiento religioso (más bien pseudo religioso) en nuestra época. Nada podría estar más lejos de la verdad. Lo que presenciamos (si bien hay excepciones) es una regresión a un concepto idolátrico de Dios, y una transformación del amor a Dios en una relación correspondiente a una estructura caracterológica enajenada. Es fácil comprobar tal declive o regresión.

La causa del declive moral viene del eclipse de Dios. La gente está angustiada, carece de principios o fe, no la mueve otra finalidad que la de seguir adelante confiando en las propias fuerzas y seguridades. Falsos apoyos que fácilmente llevan al abatimiento, la depresión y la desesperación.

El hombre postmoderno se ha convertido en un ser tecnócrata que ha perdido su significado religioso original y se ha adaptado a la cultura enajenada del éxito. En el renacimiento pseudoreligioso de los últimos tiempos, la creencia en Dios a nuestra medida se ha convertido en un recurso psicológico cuya finalidad es el hacer al individuo más apto para la pugna competitiva.

En el mejor de los casos se crean formas alternativas de una espiritualidad light que recomiendan la creencia en Dios y las plegarias como un medio de aumentar la propia habilidad para alcanzar el éxito. Así como los psiquiatras modernos recomiendan la felicidad del empleado, para ganar la simpatía de los compradores, del mismo modo algunos maestros espirituales aconsejan acudir a Dios para tener más éxito. «Haz de Dios tu socio» significa hacer de Dios un socio en los negocios, antes que hacerse uno con El en el amor, la justicia y la verdad.

Dios Padre nos envió a su Hijo para enseñarnos el camino del amor. Nos abrió el camino no solo dándonos un ejemplo sino haciéndonos partícipes de su mismo amor con el Don de su Espíritu. La vuelta al Dios verdadero, la conversión del corazón es el camino que se nos abre a todos para aprender a amar.

VIII. LA PRÁCTICA DEL AMOR

Amar es una experiencia personal que no se aprende solo en teoría sino en la práctica; en realidad, no existe nadie que no haya tenido esa experiencia, por lo menos en una forma rudimentaria, cuando niño, adolescente o adulto. Lo que un examen de la práctica del amor puede hacer es considerar las premisas del arte de amar, los enfoques, por así decirlo, de la cuestión, y la práctica de esas premisas y esos enfoques. Los pasos hacia la meta sólo puede darlos uno mismo, y el examen concluye antes de que se dé el paso decisivo. Sin embargo, creo que el examen de los enfoques puede resultar útil para el dominio del arte -por lo menos para quienes han dejado de esperar «recetas»- La práctica de cualquier arte tiene ciertos requisitos generales, independientes por completo de que el arte en cuestión sea la carpintería, la medicina o el arte de amar.

Una actitud, indispensable para la práctica del arte de amar, que hasta ahora sólo hemos mencionado de modo implícito, debe examinarse explícitamente ahora, pues es fundamental: la práctica. He dicho antes que actividad no significa «hacer algo», sino una actividad interior, el uso productivo de los talentos y capacidades recibidas.

El amor es una actividad que pide poner en práctica; si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Porque seré incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso, si no estoy en un constante estado de conciencia, alerta y actividad. El dormir es la única situación apropiada para la inactividad; en el estado de vigilia no debe haber lugar para ella. La situación paradójica de multitud de individuos hoy en día es que están semidormidos durante el día, y semi despiertos cuando duermen o cuando quieren dormir. Estar plenamente despierto es la condición para no aburrirnos o aburrir a los demás -y sin duda no estar o no ser aburrido es una de las condiciones fundamentales para amar-.

Ser activo en el pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día, evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo, acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la práctica del arte de amar. Es una ilusión creer que se puede dividir la vida en forma tal que uno sea productivo en la esfera del amor e improductivo en las demás. La productividad no permite una tal división del trabajo. La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada vitalidad, que sólo puede ser el resultado de una orientación productiva y activa en muchas otras esferas de la vida.

Si no se es productivo en otros aspectos, tampoco se es productivo en el amor. El examen del arte de amar no puede limitarse al dominio personal de la adquisición y desarrollo de las características y aptitudes que hemos descrito. Está inseparablemente relacionado con la práctica social. Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión. No hay una «división del trabajo» entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Por el contrario, la condición para la existencia del primero es la existencia del segundo. Comprender esto seriamente sin duda implica un cambio bastante drástico con respecto a las relaciones sociales acostumbradas.

a. Nuestra verdadera vocación es el amor.

Fuimos creados por el amor y para el amor y el hombre solo se realiza amando. Nacimos y existimos para amar. Al final de la vida solo se nos examinará del amor. Si bien se habla mucho del ideal religioso del amor al prójimo, nuestras relaciones están de hecho determinadas, en el mejor de los casos, por el principio de equidad. Equidad significa no engañar ni hacer trampas en el intercambio de artículos y servicios, o en el intercambio de sentimientos. «Te doy tanto como tú me das», así en los bienes materiales como en el amor, es la máxima ética predominante en la sociedad capitalista.

Hasta podría decirse que el desarrollo de una ética de la equidad es la contribución ética particular de la sociedad capitalista. Las razones de tal situación radican en la naturaleza misma de la sociedad capitalista. En las sociedades precapitalistas, el intercambio de mercaderías estaba determinado por la fuerza directa, por la tradición, o por lazos personales de amor o amistad. En el capitalismo, el factor que todo lo determina en el intercambio es el mercado. Se trate del mercado de productos, del laboral o del de servicios, cada persona trueca lo que tiene para vender por lo que quiere conseguir en las condiciones del mercado, sin recurrir a la fuerza o al fraude.

La ética de la equidad se presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima «haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti» puede interpretarse como «sé equitativo en tu intercambio con los demás». Pero, en realidad, se formuló originalmente con la versión bíblica «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Por cierto, la norma judeocristiana de amor fraternal es totalmente diferente de la ética de la equidad. Significa amar al prójimo, es decir, sentirse responsable por él y uno con él, mientras que la ética equitativa significa no sentirse responsable y unido, sino distante y separado; significa respetar los derechos del prójimo, pero no amarlo. No es un accidente el que la Regla Dorada se haya convertido en la más popular de las máximas religiosas actuales; obedece ello a que es susceptible de interpretarse en términos de una ética equitativa que todos comprenden y están dispuestos a practicar. Pero la práctica del amor debe comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y amor.

Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en lugar del otro. La sociedad de consumo movido por la máquina económica nos sitúa en consumidores de un producto donde el otro termina siendo un objeto descartable (usar y tirar), en lugar de ponernos a su servicio. Debemos capacitarnos para compartir con los otros la experiencia, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos solo sus beneficios. La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella.

Si es verdad que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es «predicar», por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.

b. La práctica del arte de amar requiere la práctica de la fe.

La fe es una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. La fe no es primariamente una creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra toda la personalidad, y no una creencia específica. La fe racional arraiga en la actividad productiva intelectual y emocional.

El proceso del pensamiento creador suele comenzar con la fe que tenemos en las potencialidades de los otros. La forma más rudimentaria en que se manifiesta es la fe que tiene la madre en su hijo recién nacido: en que vivirá, crecerá, caminará y hablará. Sin embargo, el desarrollo del niño en ese sentido se produce con tal regularidad que parecería que no es necesaria la fe para estar seguro de él. Algo distinto ocurre con las potencialidades que pueden no desarrollarse: las de amar, ser feliz, utilizar la razón, y otras más específicas, el talento artístico, por ejemplo. Son las semillas que crecen y se manifiestan si se dan las condiciones apropiadas para su desarrollo, y que pueden ahogarse cuando éstas faltan.

De tales condiciones, una de las más importantes es que la persona de mayor influencia en la vida del niño tenga fe en esas potencialidades. La presencia de dicha fe es lo que determina la diferencia entre educación y manipulación. Educación significa ayudar al niño a realizar sus potencialidades. (La raíz de la palabra educación es e-ducere, literalmente, extraer algo que existía potencialmente.)

Lo contrario de la educación es la manipulación, que se basa en la ausencia de fe, en el desarrollo de las potencialidades y en la convicción de que un niño será como corresponde sólo si los adultos le inculcan lo que es deseable y suprimen lo que parece indeseable. No hay necesidad de tener fe en la robótica o inteligencia artificial puesto que no hay vida en los objetos.

La fe en los demás culmina en la fe en la humanidad. Al igual que la fe en el niño, se basa en la idea de que las potencialidades del hombre son tales que, dadas las condiciones apropiadas, podrá construir un orden social gobernado por los principios de igualdad, justicia y amor.

El hombre no ha logrado aún construir ese orden, y, por lo tanto, la convicción de que puede hacerlo necesita fe. Pero como toda fe racional, tampoco ésa es una mera expresión de deseos, sino que se basa en la evidencia de los logros del pasado de la raza humana y en la experiencia interior de cada individuo en su propia experiencia de la razón y el amor. Mientras que la fe irracional arraiga en la sumisión a un poder que se considera avasalladoramente poderoso, omnisapiente y omnipotente, y en la abdicación del poder y la fuerza propios, la fe racional se basa en la experiencia opuesta.

Tener fe es abrirnos a nuestro ser trascendentes y descubrir que somos seres incompletos, necesitados de Dios. La fe es una actitud que requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte en un prisionero. Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia -y de dar el salto y apostar todo a esos valores-.

Requiere fe criar a un niño; se necesita fe para dormirse, para comenzar cualquier tarea. Pero todos estamos acostumbrados a tener ese tipo de fe. Quien no la posee, sufre enorme angustia por su hijo, por su insomnio, o por su incapacidad para realizar cualquier trabajo productivo; o es suspicaz, se abstiene de acercarse a nadie, o es hipocondríaco o incapaz de hacer planes a largo plazo. Mantener la propia opinión sobre una persona, aunque la opinión pública o algunos hechos imprevistos parezcan invalidarla, mantener las propias convicciones aunque éstas no sean populares: todo eso requiere fe y coraje. Tomar las dificultades, los reveses y penas de la vida como un desafío cuya superación nos hace más fuertes, y no como un injusto castigo que no tendríamos que recibir nosotros, requiere fe y coraje.

La práctica de la fe y el valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria. El primer paso consiste en observar cuándo y dónde se pierde la fe, analizar las racionalizaciones que se usan para soslayar esa pérdida de fe, reconocer cuándo se actúa cobardemente y cómo se lo racionaliza. Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y así en adelante, en un círculo vicioso. Entonces reconoceremos también que mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor.

c. La espiritualidad de la comunión, un nuevo paradigma para tiempos nuevos

Nadie puede realizarse, ni santificarse, ni salvarse por sí solo. Dios llama al hombre a hacerlo en comunidad. Es en la vida en comunidad como el hombre descubre la profunda herida que hay en cada ser y donde aprende a aceptarla. En la comunidad no se es ya hermanos sino que se aprende a ser hermanos. Estamos llamados a crear comunidades de acogida de perdón y misericordia. El primer paso es aprender a comunicarse. Para ser verdaderamente hermanos hay que conocerse y amarse.

Recogemos  las palabras del Papa Juan Pablo II: Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.

Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.

En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento. (NMI 43)

El modo sinodal es el camino que Dios quiere y espera de la Iglesia del tercer milenio. Debemos ser y vivir en una iglesia sinodal que busca vivir la fe en comunión, participación y misión. Una Iglesia abierta a todos, que escucha, dialoga y acoge, donde la misericordia y la solidaridad son valores centrales. (documento sobre la sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia)

d. Crecer y caminar juntos

Debemos caminar juntos, escuchando a todos y promoviendo la comunión. La participación y misión. Vivir es comunicarse. Hemos de aprender a comunicarnos. La comunicación nos abre a la comunión. Aprendemos a comunicarnos para crecer juntos para llegar a ser hermanos. La comunitariedad es un rasgo del amor que precisa crecimiento y desarrollo. El amor supone cuidado, respeto, conocimiento, compromiso, responsabilidad. Constituye un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura. Supone caminar juntos en la escucha, el respeto, reciprocidad, comunión.

La palabra sinodo (syno-dvs) significa camino, caminar juntos. La Iglesia sinodal es una Iglesia en camino. Caminar juntos es un ejercicio de necesidad y una experiencia de belleza. La necesidad nace de la exigencia de fortalecer las sinergias en todos los ámbitos de la vida y la misión.

e. La acogida, empatía, estima, amistad

Las relaciones interpersonales precisan de un marco de referencia es el mismo Dios que nos llama a la comunión interpersonal. La tierra antes de ser sembrada ha sido preparada. Para que la palabra se manifieste en toda su belleza primero hay que saber escuchar. La comunidad no está hecha se va haciendo con el compartir de todos. Los hermanos no se eligen, sino que se aceptan como don de Dios y compañeros de camino. Una relación de amistad recíproca supone abrirnos. Si no permitimos al hermano que entre en mi vida difícilmente podré disponerme a entrar en la suya.

Hemos de dar espacio a todos y estar dispuestos a que todos encuentren su lugar. Hemos de buscar con creatividad que cada persona pueda dar lo mejor de sí misma. La comunidad es lugar de encuentro y crecimiento. Podemos juntos ir conociéndonos y haciéndonos en comunidad. Podemos cambiar con la ayuda mutua, podemos recuperarnos positivamente de los errores.

f. La escucha y comunicación en el Espíritu

Compartir en el Espíritu es un arte que debemos todos aprender. Se trata de buscar formas que permitan que todos puedan aprender poco a poco a hacerlo para que ayuden a cada hermano y a la edificación de todos.  Antes de comunicar se precisa escuchar, hacer silencio para poder contactar con la realidad del otro, para hacer sitio al otro. El silencio interior permite lograr la unidad de mente, corazón y voluntad que me perita mantener la verdad de ser ante la verdad del otro y Dios.

No se trata de comunicar lo primero que nos viene a la cabeza sino de abrir el corazón y comunicar desde el corazón. No es una comunicación que se da de manera superficial sino a nivel más profundo. Para entrar en el corazón. la interioridad del otro hay que entrar a pie descalzo. Se trata de entrar con delicadeza en la vida del otro sin que el otro se sienta juzgado sino amado. No se trata de indagar movido por la curiosidad en su más recóndito secreto sino de dar el espacio para dejar que el otro se abra con confianza desde lo que es.

g. El diálogo sincero y respetuoso

El método de discernimiento y diálogo utilizado en la tradición y la práctica de la sinodalidad es el de la conversación en el Espíritu. Consiste en una experiencia de escucha profunda y oración donde cada uno comparte su experiencia desde un ambiente de respeto y confianza donde cada voz sea escuchada y valorada. La conversación espiritual se centra en la calidad de la capacidad de escucha así como en la calidad de las palabras pronunciadas. Se centra en la persona a la que escuchamos, en nosotros mismos y en lo que sentimos a nivel de sintonía espiritual.

Sigue toda una metodología: Primero cada uno ora lo que va a tratar buscando la guía del Espíritu Santo. Luego cada persona comparte sin interrupciones y debates. Luego se crea un espacio de silencio para que cada uno pueda integrar lo compartido y atender a los movimientos internos que surjan. Después los participantes comparten lo que ha surgido en silencio y se busca identificar las convergencias, intuiciones y posibles pasos a seguir desde la escucha al Espíritu.

Respetar de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere: mirar), es la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella, tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie.

h. Cercanía con los pobres y vulnerables

Estamos llamados a redescubrir el valor de la dignidad de toda persona humana sobre todo en el corazón de los más pobres y afligidos. Hemos de combatir toda forma de exclusión, marginación y discriminación. La comunión ha de extenderse a toda la humanidad especialmente a los más vulnerables. Estamos llamados a ser, siguiendo el ejemplo de Cristo, una Iglesia samaritana, casa y hogar de misericordia. Movidos por la compasión somos llamados a estrechar vínculos a crear lazo a extender los brazos ante los más heridos para curar y sanar sus heridas, especialmente las del corazón. abrir nuestro corazón a los más pobres, necesitados y marginados de nuestra sociedad. Los pobres merecen ser amados para que se sientan protagonistas de la vida y misión de la Iglesia.

Aunque la humanidad ha desarrollado la ciencia y la técnica para responder a grandes desafíos podemos decir que somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más débiles y frágiles, tantos que han quedado marginados y descartados.

i. La complementariedad, participación, corresponsabilidad

La Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. Las mejores relaciones de comunicación no es la sumisión sin interacción sino la participación desde la inclusión de todos. No debemos quedarnos a comunicar nuestro punto visión desde planes e intereses propios sin ninguna referencia a la interacción del otro. Las mejores relaciones de comunicación son las complementarias, en las que cada uno recibe y da, está dispuesto a ayudar y ser ayudado. Estas relaciones suponen reciprocidad. Cada uno es consciente de lo que es y de lo que puede dar. Se es consciente de la necesidad del otro. Así se aprende a trabajar juntos en un dar y recibir, integrando las riquezas de cada uno. Se va aprendiendo a comunicar desde la igualdad, reconociéndose mutuamente como personas dignas de crédito, capaces de crear sentido y de buscar verdad.

j. El discernimiento comunitario

Sin un hábito de discernimiento, auto examen en oración, de conocimiento de uno mismo y de cómo Dios está presente en la propia vida, no se puede escuchar ni hablar desde el corazón. El discernimiento supone la búsqueda atenta y sincera de la voluntad de Dios. La toma de decisiones tanto a nivel personal como comunitario precisa de oración y discernimiento. El ejercicio de discernimiento esta en el centro de los procesos de una Iglesia sinodal. El discernimiento comunitario es la búsqueda sincera de la voluntad de Dios para la toma de decisiones que afectan a cada persona o la comunidad. Implica la oración y la escucha atenta al Espíritu buscando el querer y sentir de Dios. Escuchar la voz de Dios en diálogo sincero con Dios y los hermanos.

El discernimiento compete a todos, incluye a todos, cada uno en su contexto comunitario. A todos nos toca discernir nuestra conducta para que sea conforme al llamamiento. No se hace sobre la intención o el sentimiento sino sobre la conducta. Se trata de ordenar la vida y por eso abarca toda la vida. El discernimiento cambia la praxis de nuestro comportamiento según el bien común. El discernimiento va de la mano del acompañamiento. Busca promover, animar, fortalecer el amor fraterno.

k. La humildad y la gratuidad

La humildad y la gratuidad es el caldo de cultivo (el humus) donde crece el amor y la comunión. Todo nace de Dios como don recibido gratuitamente por amor. La comunión no se crea desde la imposición o la exigencia sino que nace del propio dinamismo del amor. Solo la persona que se siente amada y agraciada gratuitamente por Dios es capaz de amar gratuitamente. La comunión crece y se sostiene en el amor de Dios y los hermanos. Que bello que los hermanos vivan unidos, el Señor manda su bendición la vida para siempre (Sal 133) donde la comunidad es viva allí esta Dios. Ubi caritat et amor, Deus ibi est. Si nos amamos es porque Dios está presente, en el centro de nuestras relaciones. La comunidad se convierte en fuente inagotable de vida desde unas relaciones interpersonales fraternas. Una de las características de la convivencia fraterna es la gratuidad.

La comunión brota al ser conscientes del don que hemos recibido, de haber sido amados inmerecidamente mucho más de lo que esperábamos. Se trata de un don, un regalo que supera lo debido que comunica más de lo esperado del que se siente inmensamente agraciado y no puede sino corresponder al amor con el que es amado. El verdadero discípulo misionero de Cristo hunde sus raíces en ese don totalmente inmerecido y es movido no por intereses privados, exiguos y mezquinos sino por el mismo amor recibido gratuitamente de Dios.

l. La interculturalidad

La coexistencia de diferentes culturas es un reto y una maravilla. Hemos de saber integrar diferentes puntos de vista y modos de ser entrando en los pies del otro. Se trata de crear un ambiente de confianza donde cada uno pueda compartir libremente y sin miedo sin prejuicios ni estereotipos. Las diferentes lenguas, tradiciones y costumbres nos enriquecen. La diversidad cultural es fuente de riqueza. Juntos estamos llamados a promocionar la cultura de la inclusión y no la de la exclusión y marginación. La interculturalidad presenta retos y desafíos en los procesos de aprendizaje y formativos. No debemos tener miedo a equivocarnos y cometer errores, juntos podemos aprender a facilitar la comunicación desde el respeto y el diálogo.

m. La fraternidad universal

Hemos de aprender a amar y disfrutar de la humanidad y de la tierra. Hemos de aprender a respetar los derechos fundamentales y la dignidad de todos los seres de esta tierra. En un mundo cada vez más conectado y globalizado hemos de buscar fomentar un mundo más sostenible e inclusivo. Hemos de evitar las malas formas, todo tipo de agresión u ofensa promoviendo la paz y no la violencia, manteniendo siempre la armonía. Hemos de pasar de una cultura individual a una cultura colectiva en comunidad desde la inclusión y la participación. Hemos de aprender a interactuar positivamente en un ambiente de libertad, confianza y creatividad.

La encíclica del Papa Francisco Fratelli tutti (FT)nos hace un buen resumen de esta aspiración profunda en el hombre y el mundo de hoy: “Un ser humano sólo se desarrolla plenamente en la entrega sincera a los demás, no sólo a los más cercanos sino a los mas extraños y desfavorecidos. El amor se extiende más allá de las fronteras. Hemos de salir de nuestros círculos cerrados de nuestros intereses propios para buscar y promover el bien común. Necesitamos desarrollar esta conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT)

Ante la espiral de guerras y las sombras de un mundo cada vez más cerrado en conflictos anacrónicos y agresivos que parecían superados, globalización con la imposición de un modelo cultural único, polarización política, populismos y nacionalismos regresivos, cultura individualista, materialista donde tantos quedan descartados y marginados, amenaza de los migrantes, crecimiento de la pobreza y diversas formas de injusticia y esclavitud no debemos de cesar en nuestro empeño de construir una fraternidad universal.

Se hace necesario promover la paz desde el diálogo y la amistad social. El diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro desde la pluralidad de puntos de vistas y creencias. Se hace necesario promover el diálogo interreligioso. Las religiones deben ponerse al servicio de la fraternidad universal. Las religiones no pueden ser fuente de confrontación sino de comunión a partir de la valoración de la dignidad de cada persona como criatura de Dios.

 

IX EPILOGO DE TODAS ESTAS ORACIOES: RENOVARSE O MORIR

a. El alborear de un tiempo nuevo

Han pasado seis meses desde mi regreso de Filipinas a España. Estamos en el año jubilar y todo es te tiempo que comenzó con la vivencia de la Pascua ha sido un tiempo de renovación guiado por el Espíritu del Señor. He ido haciendo un proceso integrativo de reconciliación interior abierto a los signos de los tiempos que vivimos. Abrimos el tercer milenio con el Gran Jubileo del año 2000 con la invitación de abrid las puertas a Cristo y a los 25 años hemos celebrado el Jubileo de la esperanza. A los 2025 años de la encarnación, en pleno año jubilar se nos exhorta a volver nuestra mirada a Cristo. Somos hijos de nuestro tiempo y es fácil caer en la mudaneidad, la desilusión, derrotismo, fatalismo. Frente a la crisis epocal que atravesamos no podemos dejarnos llevar por una visión apocalíptica y catastrofista frente al futuro sino abrirnos a un nuevo paradigma. No tenemos otra fuente de esperanza sino Cristo, el fundamento de nuestra fe, el Alfa y la Omega de la historia de la humanidad y del cosmos. En medio de nuestro mundo herido, roto, dividido se nos invita a la conversión, a ponernos en camino como peregrinos y testigos de esperanza. Nuestra esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del corazón traspasado y resucitado del Señor. El es nuestra esperanza y nuestra fortaleza. Nada ni nadie podrá separarnos de su amor (Rm 8, 35)

Nos acogemos a su misericordia y su fidelidad. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rm 5, 20). Aunque haya mucho de arrepentirse no podemos quedarnos en lamentos que nos lleven al desánimo o desesperación. Es una llamada a mirar el futuro con esperanza. Hemos de buscar y percibir la novedad que se oculta bajo los signos de los tiempos que nos toca vivir. El nuevo milenio o nos trae un tiempo nuevo, una nueva era, una nueva evangelización o será viejo, sin luz, sin sabor cristiano y sin horizonte salvífico.

Frente a una descristianización de la civilización moderna o postmoderna donde reina el agnosticismo, la increencia, donde muchos se declaran ateos o no practicantes, no basta una pastoral de mantenimiento de una fe tradicional, sociológica, una evangelización o catequesis superficial sacramental que no llega a personalizarse se hace urgente una nueva evangelización.

b. Un nuevo paradigma. Una nueva evangelización

La llamada a una nueva evangelización acuñada por el papa San Juan Pablo II en el V Centenerario de la llegada del Evangelio al continente americano (Haití 1983) es el horizonte que había abierto el papa Pablo VI después del Sínodo la evangelización en el mundo, con la exhortación Evangelii nuntiandi (Puebla 1974). La nueva evangelización atañe a toda la Iglesia puesta en modo sinodal, de salida y en modo de comunión, participación y misión. La nueva evangelización encierra todo un cambio de paradigma, un nuevo modo de ser, nuevos evangelizadores (que atañe a todo bautizado), nueva no tanto en contenidos sino nueva en los métodos, ardor y expresiones, lenguajes.

c. Discípulos misioneros para una nueva evangelización

La nueva evangelización no debe ser entendida como segunda o posterior en orden cronológico sino una evangelización nueva, de otro estilo, de otra calidad, de otro orden, en otra línea. No puede haber evangelizadores nuevos sin estructuras nuevas, una Iglesia nueva. La nueva evangelización debe constituir el primer proyecto a escala de Iglesia universal. La nueva evangelización requiere la participación de todos. La nueva evangelización requiere la participación de todos, o, la hace la Iglesia entera o no se hará. La nueva evangelización hace una Iglesia nueva. De ahí que sea el proyecto necesario y urgente para todas partes y para todos. La llamada evangelizadora es despertadora del papel del laicado, nuevas vocaciones, nuevos carismas, nuevos ministerios, nuevos movimientos. Una misión no entendida solo ad-gentes sino inter-gentes en medio de este mundo secular.

Toda la Iglesia es secular, tiene una dimensión secular. No es una Iglesia en sí y para sí sino al servicio del mundo y para el mundo.  Pertenece al mundo y hace presente en el mundo el reino de Dios. Esta dimensión secular es vivida por los diferentes miembros de la Iglesia. Los laicos son llamados tanto en su modo de vivir como en su actuación a visibilizar el reino de Dios. El mundo es para ellos el lugar propio y su específico lugar eclesial.  Son enviados a transformar el mundo en un hogar para todos. La vocación misionera universal arranca del propio bautismo. Se trata de una evangelización integral de múltiples dimensiones que conlleva la comunión (dimensión real: koinonía-diakonía), el testimonio (dimensión profética: martiría), la liturgia (dimensión sacerdotal: leiturgía)

d. Sacerdotes nuevos para un mundo nuevo

El cambio de paradigma afecta a la comprensión y vivencia del sacerdocio. La crisis epocal ha generado una crisis de sentido, fruto del clericalismo, de la crisis de vocaciones que parecen abocarnos a un futuro sin salida. Los nuevos tiempos piden una transformación en la comprensión y vivencia del sacerdocio. El sacerdocio se ha comprendido encerrado en sí mismo bajo una élite de segregación y empoderamiento bajo un excesivo clericalismo. La crisis actual lo ha despojado del poder, títulos, honores, privilegios para vivir el seguimiento de Cristo siervo, para servir a todo el pueblo de Dios. Sacerdotes ministros de comunión que viven en comunión y para la comunión. El ministerio ordenado está al servicio del sacerdocio común de todo el pueblo de Dios. Discípulos misioneros que despiertan y animan la vocación misionera de todos los bautizados. El sacerdote debe ser hombre de la comunión que promueva una iglesia dialogal y tolerante, una iglesia diaconal, ministerial, sierva servidora, una iglesia martirial, testimonial y profética, una Iglesia apostólica y misionera de forma que todos los fieles vivan su dimensión misionera. Es la era de la participación del laicado como protagonistas de la nueva evangelización.

Ante la pérdida y superación de los modelos viejos imbuidos de poder, prestigio, triunfo, de las regalías del pasado (imperium christianum), un sacerdocio veterotestamentario asociado al culto, hemos de recuperar la dimensión ontológico-existencial del sacerdocio de Cristo, siervo y pastor. Participamos del único sacerdocio, el de Cristo. No podemos suplantar ni arrogarnos tal dignidad. Actuamos en nombre de Cristo, como ministros, administradores y dispensadores del misterio de Dios. A nosotros nos coloca no en primer lugar sino en el último lugar (2 Co 4,9). Supone un pasar de dominadores a siervos; de maestros dirigentes a hombres de Espíritu que escucha la voz de Espíritu que actúa en todos; de propietarios residentes a misioneros itinerantes. De una forma aislada de vivir el ministerio a una forma comunitaria. Hoy más que nunca se ha de recuperar la comunitariedad, colegialidad y fraternidad como una dimensión vital del ministerio ordenado. El ministerio es encomendado colegialmente y ha de vivirse en comunión fraterna con sus hermanos sacerdotes (presbiterio) y con todos

e. Iglesia nueva para un mundo nuevo

La Iglesia como germen de un reino nuevo para un mundo nuevo. La identidad de la Iglesia como misterio de comunión y misión conlleva recuperar la única y común misión de la Iglesia. Pasar de estructuras de mantenimiento en guetos aislados y cerrados, segregados del mundo, a nuevas formas de estar presentes en el mundo. La Iglesia no puede ser comprendida como centro del mundo (autorreferencial) sino abierta y para el mundo (llevar el mensaje de salvación al mundo). Supone una Iglesia en salida hacia afuera y no hacia dentro. La autorreferencialidad acentúa la práctica sacramental la búsqueda de la salvación y santificación como méritos y prácticas externas. La Iglesia no está al servicio de ella misma sino de servir al mundo, para el que ha sido enviada. Iglesia debe estrechar puentes de diálogo como fermento de unidad, signo de fraternidad, cultura de solidaridad promoviendo la paz.

Lo que la Iglesia debe expresar como signo y sacramento es la comunión, fraternidad universal. La forma que mejor define y expresa la condición más profunda de la Iglesia es el ser y formar un solo corazón y un solo espíritu, vivir y luchar por la paz y la justicia, por la reconciliación entre los que se viven separados y divididos. La comunión es el signo y sacramento más fuerte del reino de Dios, es el nombre de la salvación. La Iglesia ha de ser la casa de puertas abiertas a todos (pasar de la exclusión a la inclusión). La Iglesia debe ser la casa común, el hogar, la familia donde todos se sientan hijos y hermanos. Que nadie se sienta extraño o rechazado sea cual sea su rango, raza o condición social. Que no haya acepción de personas ni favoritismos.

El drama de nuestro mundo y nuestra historia es un mundo roto. Esta ruptura tiene su raíz en el pecado, un hombre roto por el aislamiento (egocentrismo). La condición fundamental del hombre es la comunión. La persona no se realiza ni se santifica ni se salva aisladamente sino en comunión. Debe abrirse al Tu primordial, al otro tú y al nosotros. Se precisa salir de la egomanía para vivir en la koinonía

f. Proceso de conversión

Este nuevo despertar solo será posible con hombres nuevos que se dejan renovar por el Espíritu. No nos abriremos a un mundo nuevo sin esta renovación interior. La vida se vive en permanente proceso de conversión. No se llega a una obra totalmente acabada. En la vida interior avanzamos como por estadios de modo que a un abandono sigue otro y así sucesivamente. Avanzamos hasta llegar al momento definitivo del abandono final en las manos de Dios. Todas las etapas forman parte de un proceso de conversión (intelectual, moral, religiosa) que nos lleva a desechar los falsos ídolos y elegir y optar por el bien real. Hemos de saber relativizar valores que serían legítimos para optar por valores trascendentes de un orden mayor.

Se trata de una vida en conversión permanente, en permanente lucha o dialéctica entre el bien y el mal. Estas muertes, crisis son parte del proceso de crecimiento. Es necesario una clase de muerte para abrirnos a un nuevo nacimiento. La crisis o la prueba no busca tanto verificar si amamos a Dios cuanto si es Dios el amor de mi vida. A través de la prueba somos purificados. La prueba consigue crear espacios para que sean ocupados por Dios. Es necesario derribar los falsos apoyos para construir un estilo de vida más coherente y consistente con nuestra opción fundamental. A través de la crisis nos abrimos a una reestructuración de la propia personalidad.

La crisis es considerada como una visitación del Señor. La situación de desierto conlleva una bendición, la entrada en un nuevo horizonte donde reconstruir la vocación. La promesa de bendición se expresa por boca del profeta. Te llevaré al desierto y hablaré a tu corazón (Os 2, 16). Con amor eterno te he amado y he reservado gracia para ti. De nuevo te deificaré y serás edificada (Jer 31, 1-4)

g. El proceso de crecimiento integral

El proceso de crecimiento integral podría resumirse como un proceso unitivo-integrativo de toda la persona. Las reflexiones de las oraciones han seguido el hilo conductor del proceso de crecimiento integral:

Mes de mayo: activar los dinamismos, excavar el deseo, volver el corazón.

Mes de junio: conocerse, dejarnos tocar y abrazar en nuestras propias debilidades

Mes de julio: comprenderse, indagar una comprensión más profunda de la propia personalidad

Mes de agosto: comprometerse, abriendo nuevos dinamismos respondiendo a las necesidades más profundas

Mes de septiembre: conformarse a Cristo Pastor y Siervo

Mes de octubre: síntesis del proceso.

 

El proceso de crecimiento integral es un proceso de reconciliación y unificación hacia la unión con Cristo, con los hermanos, con todo lo creado. Toman parte las diversas dimensiones de la persona, tanto física, psíquica y espiritual. Forma parte a su vez del proceso de individuación, personalización, socialización de la persona. Podría decirse que todo queda involucrado proceso de integración, humanización, santificación, divinización, guiado por el Espíritu. Como síntesis del proceso de crecimiento de la persona en su integridad nos lleva a un proceso de maduración en el amor.

h. La primera etapa (conocerse) Se precisa docilidad, una apertura de corazón, caminar con autenticidad y transparencia. Se precisa de un buen acompañamiento que nos ayude a abrir lo que llevamos en el corazón. Se precisa soltar amarras y bogar mar adentro, no aferrarse a aquello que nos ha hecho sentir seguro durante tanto tiempo. No temer a mostrar nuestra fragilidad aquello que nos hace sentir inseguros. Se confronta el yo ideal con el yo real. Es necesario el desierto, aunque cueste y se experimente dolor, porque ese dolor cura. Se precisa de un éxodo, salir de nuestros límites y seguridades para llevarnos a amar más, traspasando el umbral de lo razonable y lógico y corriendo el riesgo de abandonarse al misterio. No podemos progresar en la vida espiritual sin afrontar el mal objetivo y las contradicciones de la propia personalidad. El desierto pone en evidencia la vaciedad de muchos planteamientos. Salir de nuestros límites implica dar a Dios de renovar y hacer nuevas todas las cosas.

i. La segunda etapa (comprenderse) hemos de tratar de excavar nuestro deseo para adquirir una comprensión más profunda de nuestra propia personalidad para ordenar nuestra vida y construir nuestra identidad sacerdotal no desde una perspectiva egocéntrica (autorrealización) sino a través de la donación, la entrega de sí y el servicio. El sacerdocio debe construirse a través de valores fundamentales y trascendentes. En definitiva, se trata de una opción fundamental una orientación del yo hacia el Tú de Dios en forma de entrega personal u oblación. Es importante la internalización de los valores fundamentales para ganar en libertad interior. El grado de libertad se da en la medida que voy liberándome de apegos y gratificaciones, mecanismos de autoengaño y autojustificación, que impidan orientar mi realización en Cristo.

j. La tercera etapa (configurarse) a través de la purificación se nos invita a entrar en un conocimiento mayor de Cristo y su plan y proyecto sobre mi vida. La clave del seguimiento es la humildad (caminar en verdad). Nos alejamos de Dios cuando nos mueve el orgullo y la prepotencia (vivir para la galería queriendo ser visto, admirado y reconocido por los otros, buscando mi propia gloria). Dios construye a través de un camino de purificación y empobrecimiento. Cuando nos experimentamos pobres, débiles, pecadores es cuando Dios se hace fuerte. Para seguir a Cristo pobre es necesario descender al fondo de nuestra pobreza. No se trata tanto de subir sino de bajar. Lo que importa es que caminemos con lo que somos, pobreza de espíritu, teniendo a Cristo como nuestra riqueza y fortaleza. No hay verdadera santidad sin humildad, sin ese descenso al corazón de nuestra pobreza. Allí precisamente descubriremos el verdadero rostro de Dios, al Dios desarmante y desarmado, desnudo y pobre que se abaja a abrazar nuestra desnudez y curar con besos nuestras heridas. Bajar con Cristo hasta lo hondo de mi pobreza, hasta la profundidad de mis heridas tornará mi tristeza y dolor en alegría. Esta es la gran paradoja evangélica: el que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado.

 

SINTESIS: LA SERIE DE ORACIONES DE ESTE MES DE OCTUBRE

La serie de oraciones de este mes de octubre tratan de adentrarnos en nuestro ministerio a la luz del ministerio de Cristo. Dos son las imágenes que resaltan las figuras del Siervo y del Buen Pastor prefiguradas a través de los profetas, principalmente Isaías y a las que se refiere el mismo Jesús como cumplimiento de sus promesas: Yo Soy (ego eimi) Estas oraciones nos ayudan a responder principalmente a tres preguntas: quién nos llama, a quién llama, para que nos llama.



 

DIA 1: PRIMER POEMA: CRISTO SERVIDOR (Is 61, 1-11; Lc 4, 14-30)

Quiero comenzar esta serie de oraciones centradas en Jesús, Pastor y Siervo llamado a llevar a cumplimiento el designio de Dios con este discurso programático al comienzo de su ministerio. Jesús se presenta como el ungido de Dios guiado por el Espíritu y hace suya el pasaje del profeta Isaías. Proclama la palabra y dice esta escritura se ha cumplido hoy. El pasaje se refiere a la misión del profeta que ha recibido el encargo de Dios.

Hace alusión al mesías esperado y a un mesianismo nuevo, no de condena sino de consolación y liberación. Habla de un tiempo de gracia y no de desgracias, habla de reconstrucción y no de destrucción, habla de curación y sanación no de afrenta y de muerte, habla de liberación y salvación no de condenación. Viene no revestido de poder sino revestido de debilidad. No empuñara las armas de la guerra. No se parará hasta restablecer esta alianza de amor.

Jesús vive su ministerio inmerso en la gran paradoja humana. Este será un signo de contradicción, puesto para descubrir los más íntimos pensamientos del corazón. Lo esperaban un guerrero y vino pobre desarmado de poder envuelto en debilidad y flaqueza empatizando con los pobres, afligidos, los que lloran (la raza bendita de Yahveh). Será piedra de escándalo. Su mensaje en un principio alabado será rechazado por el pueblo.

También nosotros somos siervos en el Siervo, seremos llamados sacerdotes de Yahveh, ministros de nuestro Dios. No hemos de escandalizarnos de la gran paradoja. Somos reveladores del gran misterio de Dios. Portadores de un mensaje de liberación reconociendo nuestra fragilidad y nuestros límites, presentándonos y sabiéndonos pobres servidores. Hombres de Dios en un mundo alejado de Dios. No vivimos para nosotros mismos sino para Dios. Reverenciamos el misterio en el que vivimos. No somos mesías somos mediadores que apuntan a Dios. Nuestro mensaje no es nuestro sino de Dios. El fruto de nuestro ministerio no está en los éxitos, números, resultados. No es una empresa humana. No contamos con nuestras fuerzas y habilidades sino con la ayuda de Dios. Somos pobres servidores en manos de Dios.

El pasaje es colofón de los cánticos del Siervo (Is 42, 1; 42, 7; 49,9; 50, 4-11) que iremos meditando a continuación. Expresan la figura del Siervo como el enviado de Dios que cumple sus promesas mesiánicas (La llegada del mesías) enviado para anunciar la salvación, el mensaje de consolación, para establecer una alianza eterna, para congregar a su pueblo disperso, para expiar con su muerte los pecados del pueblo y será glorificado por Dios.


DIA 2: PRIMER CANTICO DEL SIERVO (Is 42, 1-7)

Los cánticos del Siervo correspondiente al segundo libro de Isaías abren el libro de la consolación. Es un personaje anónimo con el que se identificara Jesús. Esta escritura se cumple en mí (Lc 4, 21 ).

Este es mi siervo, mi elegido en quien me complazco. Son las palabras que se escuchan del cielo en el bautismo de Jesús (Mt 3, 17). He puesto mi espíritu sobre él para enseñar y proclamar a todos la salvación. Su misión no será de juicio o condena sino de consolación. No vociferará ni alzará la voz. Viene a alentar e infundir aliento y esperanza frente a la oposición. La caña quebrada no partirá ni la mecha mortecina apagará. Frente al rechazo de muchos no se bajará los brazos, no desmayará.

Este mi Siervo a quien yo sostengo. Yo que lo formé y le así de la mano no lo soltaré. Lo he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la oscuridad a los que viven en tinieblas, para dar la libertad a los presos.

Está claro que somos destinados a una misión imposible para los hombres si no es bajo la asistencia de Dios (la guía y la unción del Espíritu). Cada vez uno se hace más consciente de la distancia entre el que llama y a quien llama. Su llamada supera nuestra capacidad. Nuestro sacerdocio esta inserto en Cristo, es participación del sacerdocio de Cristo. Hemos sido llamados para prolongar su sacerdocio entre los hombres, nuestros hermanos. A los que llamó los purifico, capacitó y santificó para ser ministros de esta nueva alianza. Formados a su imagen para ser servidores de Dios y de los hermanos.

Esta es la paradoja de nuestro ministerio Llamados a algo muy grande que excede nuestra capacidad y, a la vez, constatar que somos pobres servidores muy pequeños. Nuestra firmeza la encontramos en el “no temas yo el que te he formado y llamado te asisto con mi mano”.

Nos llamas como servidor de los pobres y a no temer el rechazo de los poderosos  Romper los yugos de la opresión desde la humildad alentando a los débiles y vacilantes, abajado a los más pequeños. Mendigo de manos suplicantes. pobres que distribuye oro a manos llenas lo que recibimos de Dios. Servidor humilde a imagen del siervo Jesús, amante de lo más humilde, acostumbrado al sufrimiento.

Pablo resume esta paradoja: A nosotros, sus ministros, sus servidores dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo. Nosotros, necios por seguir a Cristo, vosotros sabios en Cristo. Débiles nosotros mas vosotros fuertes. Vosotros llenos de gloria, más nosotros despreciados. Si nos insultan bendecimos. Si nos persiguen lo soportamos. Si nos difaman respondemos con bondad. Hemos venido a ser como la basura del mundo y el desecho de todos (1 Co 4, 9- 13).

 


DIA 3: SEGUNDO CANTICO DEL SIERVO ( Is 49, 1-9)

“Desde el seno materno me llamó”. Si bien ha habido un encuentro fundante al inicio de la vocación, la llamada del Señor se remonta más allá del seno materno, desde toda la eternidad. Con amor eterno te he amado, recordé tu nombre y te llamé según la imagen de mi Hijo para que fueras mi siervo.

Tu aflicción y humillación las convertiré en gozo. “No digas en vano me he fatigado mi vigor se ha gastado”. La llamada de mi amor es constante y se extiende por toda la eternidad. Te pongo como luz de las gentes, una luz que brillará por toda la eternidad. La vida de los elegidos serán como estrellas, lumbreras que brillen por la eternidad.

Te he constituido restaurador reparador de las heredades desoladas, para hacer volver a los desterrados y establecer una alianza de amor con los que estaban divididos, para dar libertad a los que se encontraban esclavos. La promesa empieza en nuestra propia vida reparando y curando nuestras heridas, sanando nuestros temores, renovándonos la esperanza

Estamos llamados a renovar y actualizar su llamada porque el vive llamándonos. Es propio del amor comunicarse y su llamada de amor que se remonta al principio de los tiempos no tiene fin. La llamada la vivimos como recuerdo, presencia y promesa. La llamada en cada etapa de la vida tiene matices nuevos. Si bien recordamos los momentos donde despuntó como “el amanecer” con pasión cargada de ilusión también a veces la descubriremos en medio del dolor, la humillación, en “el atardecer” de la vida, en el aparente ocaso. Estamos llamados a actualizar su llamada en nuestra pobreza y debilidad.

Los tiempos que nos tocan vivir son tiempos revueltos llenos de cansancios, desencantos, aparentes fracasos. También ahí se consolida nuestro llamamiento y elección. Dios cumple sus promesas. No debemos dudar de su llamado (es firme e irrevocable) y de perder la esperanza. Redoblad vuestra confianza en el Señor (se quién me llamó, de quien me fie y estoy seguro) aunque la misión comporte persecución, no os asustéis alegraos de poder compartir los sufrimientos de Cristo. La dificultad nos llena de alegría, la tribulación engendra entereza y un hombre así merece la aprobación de Dios (Rm 5, 3-4).


DIA 4: TERCER CANTICO DEL SIERVO ( Is 50, 4-9)

Una de las actitudes que encontramos en la vida de Jesús es la actitud orante. Cada mañana, antes de amanecer, se retiraba a un lugar a solas para orar (Lc 4, 42). Cada mañana despierta mi oído para escuchar como discípulo. Antes que ser maestros hemos de ser discípulos. Jesús declara que no habla por su cuenta. El Padre me dice loque debo decir y enseñar (Jn 12, 49).

Para que lleve al cansado una palabra alentadora. Jesús sentía compasión de la gente porque andaban extraviados como ovejas sin pastor y  proclamaba la Buena Nueva del Reino, curando yoda enfermedad y dolencia. Jesús no solo enseña lo que ha oído de su Padre sino como lo ha oído. Encarna los sentimientos del Padre con los más débiles, vulnerables y necesitados.

No me eché atrás ante los que me insultaban y se reían de mí. Se vuelve a repetir el tema recurrente de que el ministerio será motivo de mofa y contradicción. El Siervo soportará las contradicciones y persecuciones. Así previene a sus discípulos ningún siervo es superior a su amo (Jn 15, 18-20). Si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí. Pero ánimo yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).

Sabiendo que no quedaría avergonzado que junto a mí está el que me ayuda. Así también lo manifiesta Jesús. Sobre todo en el momento de mayor turbación cuando todos le abandonan. No estoy solo porque el Padre está conmigo (Jn 16, 32). Es por lo que exhorta a sus discípulos. Llorareis, gemiréis, mientras que los del mundo. Se alegrarán. Estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Una alegría que nadie podrá quitaros.


DIA 5: CUARTO CANTICO DEL SIERVO ( Is 52, 13-53, 12)

Este cántico es una profecía que describe al Siervo Sufriente, desfigurado, herido. Puede considerarse la más cruda y detallada profecía de su Pasión. Así lo reconoce el evangelio cumpliendo lo que había anunciado Isaías: él tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó con nuestras necesidades (Mt 8, 17). Y así lo reconoce la primera comunidad de creyentes Cristo padeció por nosotros aún no cometiendo pecado ni encontrarse mentira en sus labios. Cuando lo injuriaban no respondía con injurias sino que aguantaba el sufrimiento sin amenazas de venganza… hemos sido salvados a costa de sus heridas (1 Pe 2, 24). Se trata de una profecía de un Mesías que solo entendieron a la luz de Cristo.

Por las fatigas de su alma sus siervos verán la luz y se saciarán de su conocimiento. Él pasó por las tinieblas y sufrió el aparente abandono de Dios, pero no dejó de confiar en Dios. Él atrajo en pos de sí a quienes andábamos dispersos. Este misterio se esclareció a la luz de Cristo. Gran paradoja que quedó encubierta ¿El brazo de Yahveh a quién y cómo se revelo?

Un herido que nos cura. El fue herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas. Con sus cardenales fuimos curados. Él soportó el castigo que nos trae la paz.

Un inocente que sufre y nos consuela. A pesar de su dolor los soporta sin quejarse y se ofrece en expiación. Uno traspasado por el mal que no responde con el mal ni con venganza antes al contrario se ponía en manos de Dios. Un inocente que se ofrece como víctima cargando con nuestras culpas y pecados. Se ofreció como Cordero al degüello. El intercedió por los rebeldes y con su sufrimiento justificará a muchos.

Uno que es humillado y finalmente será ensalzado. Por darse en expiación consiguió una descendencia numerosa sometiéndose a lo que le complacía a Dios. por eso lo glorificó y dispuso ser contado entre los grandes y reconocido el Señor. Mi Siervo, al despojarse de sí mismo y tomar la condición de Siervo y someterse hasta la muerte de cruz, será ensalzado. Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que esta sobre todo nombre

También para nosotros encierra una profunda enseñanza. Comprender que la humillación no es un castigo divino antes al contrario nuestro sufrimiento nos asemeja a Cristo (1 Pe 2, 21) porque hemos sido llamados  a seguir las huellas de Cristo crucificado Hemos sido llamados a conformarnos e identificarnos con él. Tengamos entre nosotros los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2, 1- 11).


 

DIA 6: SEGUNDO POEMA DEL TERCER ISAIAS: LA RESTAURACION (Is 62, 1-9)

Este poema resalta el tema del anuncio de la salvación de la liberación a todo un pueblo oprimido por el pecado (tercera parte del libro de Isaías). Alegres mensajeros del evangelio clamad con voz poderosa. Consolad, consolad a mi pueblo. Dios nos ha llamado con una misión, nos necesita para llevar a cabo su misma misión. Prolongar su misión de amor para que su salvación llegue a todos los confines de la tierra.

Como un pastor sale al encuentro de sus ovejas perdidas y dispersas y recoge en brazos y lleva sobre sus hombros a las heridas así os confortaré yo. No he de callar hasta que su salvación brille como una antorcha y las naciones vean mi reino de amor y de justicia. Vosotros sois la luz del mundo para que mi salvación brille hasta los rincones más lúgubres y oscuros de la tierra.

Nos llama con un nombre nuevo, reparador de brechas, de ruinas desoladas. No descansaré hasta que te restablezcas. Dios se compadece con todos los que se encuentran desheredados, despojados de toda dignidad. Ellos descubrirán el resplandor de mi amor. No dirán de ti abandonada ni a tu tierra desolada. De ti se dirá, mi hijo, en quien me complazco, cambiaré tu luto en regocijo.

Estableceré con vosotros una alianza de amor eterno. Se desposará contigo tu hacedor y edificador. Te daré de comer manjares exquisitos, de beber el mosto de los atrios sagrados y te haré participar del banquete de mi Reino.




DIA 7: CONCLUSION DEL TERCER ISAIAS (Is 62, 10-12; Lc 9, 1-6; 10, 1- 12)

La conclusión de este segundo poema mantiene semejanzas con la instrucción de Jesús a sus primeros discípulos. Él los envía por delante con la contraseña de preparar los caminos. Preparad el camino al Señor. Anunciad el Reino de Dios está cerca de vosotros. Mirad que viene su salvación.

Abrid un camino. Salid por los caminos en busca de las ovejas perdidas y no os detengáis porque la mies es mucha y los obreros pocos. Aunque encontréis rechazo no temáis, no callar hasta ver instaurada la justicia y la fraternidad.

Reparad el camino, reparad y sanad los corazones heridos y desgarrados atended a los desvalidos, aliviando el dolor de los afligidos, curando a los enfermos. La raíz del mal es el pecado.

Limpiadlo de piedras, eliminando los obstáculos, os envio como corderos en medio de lobos, responded con la paz no con la guerra. Allí donde entréis decid primero: paz a esta casa. Si no os reciben no pleiteéis sino sacudid el polvo de vuestras sandalias y devolved la paz.

Su salario le acompaña y su paga lo precede. El pago es la gratuidad, gratis lo recibisteis dadlo gratis. No llevéis nada para el camino. Seréis llamados hermanos miembros de un mismo pueblo, pueblo santo, familia de Dios

Vivimos en una sociedad que se ha alejado de Dios. Son muchos los que han abandonado los templos que se han convertido más en museos que en casas de oración. Hoy también, más que nunca, Jesús nos envía a las periferias. Además de esta indiferencia religiosa crecen los enfrentamientos y conflictos hasta una escalada mundial (una solapada tercera guerra mundial). Cuánto más necesitamos derribar barreas y restablecer la paz y abrir caminos nuevos que faciliten el diálogo y la comunión.

 


DIA 8: UNO QUE VA DELANTE GUIANDO AL PUEBLO (Nm 27, 15-21)

El Antiguo Testamento es la pedagogía con la que Dios ha ido preparando y guiando a su pueblo. Tras los grandes profetas como Moisés, encarga que se instituyan pastores y guías del pueblo. Así habló Dios a Moisés: toma a personas de entre el pueblo: Es deseo de Yahveh poner a un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga delante de ellos, que los haga salir con mano extendida. Tras imponerle las manos y recibir el Espíritu comunique a tos su dignidad.

La llamada no es algo personal sino una llamada refrendada por la comunidad para servir a todo el pueblo de Dios. La comunidad lo presenta y el obispo lo instituye y confirma asignándole una porción del pueblo de Dios. Este servicio tiene que vivirse en colegialidad y comunión con los responsables de la Iglesia local.

Jesús previene a sus discípulos de la tentación de ejercer dominio sobre los demás. Los gobernantes y poderosos usan de su autoridad para someter a los otros. No debe ser así entre vosotros. El mayor entre vosotros debe hacerse el servidor de todos de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida para la salvación de muchos (Mt 20, 25-28 ). Este servicio debe ser entendido no como un liderazgo, un poder o privilegio. No para ponerse como jefes por encima de los otros sino como servidores al servicio de los demás. El sacerdocio ministerial ha de desplegar la dignidad del sacerdocio común de los fieles.

 


DIA 9:  MI PUEBLO VAGA ERRANTE SIN PASTOR (1Re 22, 17; Mt 26, 31; Mc 14, 27)

He visto todo Israel disperso por los montes como ovejas sin pastor. No tienen pastor volverán cada cual a su casa. Jesús predice también, en la noche del arresto, como cuando el pastor es atacado las ovejas se dispersan. Herirán al Pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26, 31)

Pedro se adelanta a decir que el nunca se escandalizará, pero Jesús le insiste de cierto te digo que esta noche antes que cante el gallo me negarás tres veces. Pedro de nuevo dice aunque tenga que morir contigo yo no te negaré. Entonces Jesús de nuevo le dice he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Cuando vuelvas confirma en la fe a tus hermanos (Lc 23, 32).

También nosotros nos experimentaremos probados hasta el punto de avergonzarnos de confesar a Jesús. Pero Jesús no se avergüenza ni retira su mirada de nosotros. Nuestra fidelidad no la aseguramos por nuestras fuerzas o méritos se construye bajo la fidelidad de Dios. aun cuando somos infieles el permanece fiel porque no puede negarse así mismo. (2 Tim 2, 13) De ahí nace el coraje para seguir adelante.

Cuando vuelvas confirma, fortalece la fe de tus hermanos. Nuestra tarea es la de ayudar a quienes se sienten probados o estén pasando por dificultades a no bajar los brazos sino una y otra vez volver la mirada al Señor. También nosotros podemos salir fortalecidos de la humillación y de la prueba para poder fortalecer a los que se sienten probados. De la misma manera que el Señor oró por Pedro así nosotros debemos orar los unos por los otros para que nuestra fe no desfallezca.



 

DIA 10: RECOGE EN BRAZOS A LOS CORDERITOS (Is 40, 9-11)

Esta cantata es una obertura del libro de la Consolación de Isaías donde se presenta la restauración del pueblo después del destierro se prepara un nuevo éxodo vuelta a la tierra (de Babilonia a Jerusalén). Se fueron con lágrimas y regresan entre cantares. Se presenta la figura del centinela, súbete a lo alto del monte alegre mensajero y proclama con voz poderosa el Señor Yahveh viene con poder. Ved que su salario lo acompaña y su paga lo precede. Se presenta la exaltación de la grandeza divina comparada con la debilidad del hombre. No vence el rey por su gran ejército. Como un pastor pastorea su rebaño. La figura del buen pastor es presentada por Isaías y Ezequiel referida a Dios. Cristo la encarna diciendo Yo soy el buen pastor. Él recoge en brazos a los corderitos y en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas.

Nosotros como mensajeros somos heraldos del evangelio que anuncian en Cristo la llegada del Mesías y de su Reino. Como dice san Juan el Bautista yo no soy el mesías sino quien va por delante. Él es más fuerte que yo. El que viene de arriba está por encima de todos. Mi misión es apuntar y señalar el que viene a salvarnos. No soy la luz sino que vine a dar testimonio de la luz. Yo no soy digno ni de desatar las correas de sus sandalias (Mt 3, 11). Conviene que él crezca y yo disminuya. Nosotros no somos la fuente de la luz sino testigos de la luz. Hablamos lo que hemos escuchado de Dios y damos testimonio de lo que hemos visto y oído (Jn 3, 28-34)

 


DIA 11: SOMOS MENSAJEROS DEL EVANGELIO, TESTIGOS DE SU PODER (Is 44, 24-48; 1 Co 1, 18-31)

Anunciamos un mensaje que no es nuestro no con sabiduría humana sino con el poder de Dios. En cambio a los orgullosos convertiré su ciencia en necedad. Así dice el Señor yo confirmo la palabra de mi siervo y hago que se cumpla el proyecto de mis mensajeros.

Nuestro mensaje no es nuestro hablamos en nombre de Cristo y predicamos su evangelio desde nuestra pequeñez y debilidad. Damos a conocer el misterio de Dios guiados por el Espíritu de Dios que todo lo sondea, penetra y conoce. No con palabras aprendidas de la sabiduría humana sino aprendidas del Espíritu.

Jerusalén será reconstruida. Yo levantaré las ruinas deshabitadas. Levantaré mi templo nuevo poniendo a Cristo conocimiento y fundamento. Conforme a la gracia recibida como buen arquitecto puse el cimiento de vuestra fe en Cristo. Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto Jesucristo (1 Co 3, 10)

Cristo nos envía a predicar el evangelio. El mensaje de la Cruz es locura y necedad. Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes, porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres. Nuestra predicación no se basa en criterios humanos es una necedad para los que lo rechazan más para los que lo acogen es fuerza y sabiduría de Dios (1 Co 1, 18-25)

Por eso mirad quienes habéis sido llamados, ha escogido Dios lo necio del mundo para confundir a los sabios y lo débil del mundo para confundir a los fuertes. (1 Co 1, 26-31) por eso me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso para  que vuestra fe se fundase no en sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios (1 Co 2, 1-16 )

 


DIA 12: LA DIGNIDAD DE SUS SIERVOS (Is 56, 6-11; Ez 34, 1-8; Jn 10, 7-13)

Sus servidores servirán al Señor y a él darán gloria. No buscarán su propia gloria, no se apacentarán así mismos buscando su provecho, no serán perros voraces que espanten mi rebaño a gritos de alaridos.

Los adheridos a Yahveh para su ministerio amarán al Señor y serán sus servidores. Apacentarán con mansedumbre mi rebaño disperso, los atraerán a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración que congregará a todos los pueblos. Venid a comer manjares suculentos. Los alimentaré con el pasto de un verdadero alimento y los alegraré con un mosto exquisito.

Jesús hace alusión a los falsos pastores que se apacientan así mismos y buscan su propia gloria y alabanza. Se aprovechan de las ovejas, se toman la leche y se visten con su lana. Son guías de ciegos, ladrones y salteadores que van a robar, matar y destruir. Dominan con violencia y dureza al rebaño. Cuando ven venir al lobo abandona a las ovejas y huye porque no le importa la suerte de las ovejas (Jn 10, 7-13).

Los buenos guías del rebaño seguirán al Buen Pastor que fortalece a las débiles, cuida de las enfermas, recobra al buen camino a la descarriada. Nosotros estamos llamados a ser como los lazarillos que llevan los hombres al encuentro del Señor.

¿Qué nos mueve a ser sacerdotes? Nada puede movernos que no sea su amor. Hoy día somos tentados por la falta de motivación, de sentido, de reconocimiento. No es fácil vivir nuestro ministerio pasando desapercibidos, despojados de toda relevancia e influencia con una sensación de inutilidad y de fracaso. Pero esto no ha de ser motivo de desilusión y desánimo. La fuente de nuestra fe y esperanza no está puesta en nosotros en nuestros resultados sino en Cristo Jesucristo vive y sigue estando presente y encaminando la historia a través de caminos tortuosos. No podemos poner en duda su amor y fidelidad. Se trata de amar a Cristo movidos por su amor. Todo se resume en confiar y dejarnos guiar por su amor, más allá de nuestras debilidades y dificultades.



 

DIA 13: PASTORES CONVERTIOS, VOLVEOS A MÍ (Jer 2, 1-13; Ap 2, 1-7)

Así dice el Señor. De ti recuerdo tu amor juvenil (jesed), aquel seguirme por el desierto. Pero no quisieron oír mi voz y se fueron en pos de la vanidad adorando ídolos que no pueden salvar. Se fueron tras dioses inútiles mientras mi pueblo se dispersaba. Mi pueblo cambió mi gloria por dioses inútiles. Por eso continuaré litigando con ellos para que vuelvan a mí. Date cuenta arrepiéntete mira donde has caído y vuélvete a mí. Doble mal ha hecho mi pueblo dejaron la fuente de la vida para excavarse cisternas incapaces de retener agua. (Jer 2, 1-5; 2, 13)

Recuerda la exhortación a la iglesia de Éfeso. Conozco tus fatigas y lo que has sufrido a causa de mi nombre. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes, date cuenta de dónde has caído, arrepiéntete y vuélvete hacia mí (Ap 2, 1-7)

El Tiempo de crisis que vivimos es una oportunidad de convertirse en tiempo de Kairós, tiempo de gracia. Supone un tiempo de discernimiento y purificación para encontrar nuevas formas de vivir nuestro ministerio, reforzando nuestra comunión con Dios y los hermanos, una vida más auténtica, más  fraterna y comunional. Ponernos al servicio de los más débiles y vulnerables no con afán de ganancia sino fruto del amor compasivo de Dios. Recuperar el gusto de la oración y la vida fraterna, el gusto de ser para el pueblo, cercanía con los hermanos.

Hemos de derribar las barreras y crear puentes. Cuando nos aislamos nos axfisiamos. Cuando nos encerramos en nosotros mismos y nos aislamos, nos perdemos buscando satisfacer con la idolatría de pasiones inútiles que envenenan el alma. Conversión al amor. De ti recuerdo el amor primero, tu seguirme en medio del desierto. Volveos a mí la fuente de aguas vivas y rejuvenecerá vuestra alma.


 

DIA 14: OS DARE PASTORES SEGÚN MI CORAZON (Jer 3, 14-17; Jn 21, 15- 17)

Prosigue el poema de restauración. Con la restauración mesiánica los profetas anuncian la unidad futura del Reino de Dios donde tomarán parte todos los pueblos de la tierra. el Señor promete dar a su pueblo nuevos pastores. Yo vuestro Señor os iré recogiendo uno a uno y os traeré a Sión. Dios se compara como el pastor de Israel que recogerá su pueblo disperso. Nos habla de su exquisito cuidado de ir recogiendo uno por uno. Con la llegada del Reino en Jesús confía a los apóstoles “de nuevo” la misión, pero esta vez ungidos con su Espíritu de amor. A una “segunda llamada” le sigue “una segunda misión” no apoyada en sus seguridades sino en su amor. Llama a la misión con “una triple investidura” que fortalezca la debilidad de sentir su inmerecida y no adecuada respuesta que les llevó a la negación. Después de la resurrección envía Jesús a sus discípulos derramando sobre ellos su Espíritu de amor.

Os pondré pastores según mi corazón. La promesa de dar pastores según mi corazón habla de su deseo de que los pastores apacentarán guiados por su amor. Por tres veces pide a Pedro que sea consciente de su misericordia. En lugar de rechazarle e increparla su negación por tres veces repite apacienta, cuida de tus hermanos (Jn 21, 15- 17). Así lo había predicho cuando vuelvas confirmarás y fortalecerás a tus hermanos (Lc 23, 32). Apacienta con mi mismo amor.

Que os den pasto de conocimiento y prudencia. No os guiarán hablando de lo que saben de mí sino que Yo mismo les daré conocimiento de lo que tienen que hablar y como actuar en mi nombre, movidos por mi mismo amor.

Llamarán a Jerusalén Trono de Yahveh, lugar donde morará el Señor. Se incorporarán a ella todas las naciones. Su misión no se reducirá a las ovejas perdidas del pueblo de Israel sino que se extenderá a todos los pueblos de la tierra.

También nosotros, a pesar de haber caído, de experimentar nuestra infidelidad e indignidad, de sentirnos no capacitados, somos “de nuevo llamados”. Pobres pecadores que hemos sido redimidos y “de nuevo enviados” apoyados y guiados ahora por su mismo Espíritu de amor.


DIA 15: HAN SIDO TORPES LOS PASTORES SIGUIENDO SU PROPIO CAMINO (Jer 10, 17-22; Os 2, 16-22)

El sufrimiento y la humillación les hará volver a Dios. la perversión del corazón  les llevó a sentir la desolación trocaran su morada en guarida de chacales. Voy a hondear a los moradores del país de modo que den conmigo. Reprocha a los pastores que no obraron cuerdamente, por eso el rabaño quedó disperso.

Pero el Señor no les deja abandonados. Voy de nuevo a seducirte, te llevaré al desierto y hablaré al corazón y tu responderás de nuevo como en los días de tu juventud. Quitaré de su boca y su corazón los falsos ídolos-amantes (Baales-dueños) y pactaré de nuevo mi alianza de amor. Entonces conoceréis donde caísteis y mi infinito amor y compasión (Os 2, 16-22) convertiré el valle de Akor, valle del lamento y la desgracia en puerta de esperanza.

También nosotros estamos llamados a la conversión, volver a Dios de corazón. Él convertirá este tiempo de desgracia en un tiempo de gracia (Kairos). Dios volverá de nuevo a habitar en medio de su pueblo para colmarle de bendiciones. Dios establecerá un pacto alianza nueva que de acceso a todas las naciones.

El tiempo de individualismo, de indiferencia, de vacío existencial, de esterilidad, de sinsentido que atraviesa nuestra humanidad (un hombre herido en un mundo herido que ha perdido el corazón) será convertido en un tiempo de gracia y renovación. Se abren una puerta de esperanza, nuevos caminos nuevas formas de atención pastoral fomentando la comunión con Dios y la fraternidad y paternidad espiritual con nuevas formas de inclusión y de corresponsabilidad.

 


DIA 16: ORACULO MESIANICO SOBRE NUEVOS TIEMPOS (Jer 23, 1-4)

Pone sobre aviso a los pastores. Cuidado con los pastores que dejaron perderse y apartarse las ovejas. Habéis dispersado las ovejas, las tratasteis con dureza, las empujasteis y no las atendisteis. Quedaron medrosas y asustadas. Voy a recoger a mis ovejas, mi pequeño resto y las haré tornar de nuevo. Las ovejas que se dispersaron serán congregados de nuevo, criarán y se multiplicarán y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten con cariño.

El ministerio sacerdotal se encuentra con el desafío de hacer frente a una profunda transformación. Sentimos la falta de vocaciones sacerdotales y muchos sacerdotes son ya mayores ¿De dónde puede venir el renuevo? Nuestra misión y acción pastoral no debe quedar reducida al sostenimiento de viejas estructuras decadentes. Se hace preciso concebir la misión desde una participación y corresponsabilidad con los laicos. No debe desmoralizarnos que el pueblo haya quedado reducido a un pequeño resto. Este resto puede convertirse en germen de un orden nuevo. El papa Benedicto hace un oráculo o profecía del futuro de la Iglesia. La Iglesia del futuro será más pequeña, más pobre, humilde y sencilla. Esto será ocasión para promover una sinodalidad caminando con todo el pueblo de Dios.

Ponernos a caminar juntos con quienes se sienten llamados al cuidado de la vida, defendiendo el derecho de los más heridos y vulnerables. Pastores heridos que salen al encuentro de un hombre y un mundo herido devolviendo la paz la dignidad y la esperanza a los que la han perdido.

 



DIA 17: YO SOY EL BUEN PASTOR (Sal 23, 1- 6; Jn 10, 1-18;)

Jesús es quien lleva a cumplimiento la promesa de darnos un pastor según el corazón del Padre. No hago mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Jesús mismo se apropia el nombre del Buen Pastor. A la vez asocia a la imagen del pastor la figura de la puerta y del pasto. El que entra por mí se encontrará seguro. En mí encontrará pasto

El conoce a sus ovejas las llama a cada una por su nombre, las ovejas escuchan su voz y le siguen. Las saca de sus lúgubres cavernas y va delante de ellas, ellas e siguen porque conocen su voz. La distinguen de los extraños que se acercaron para robar, matar y destruir. Yo he venido para dar vida, para quienes me escuchen y sigan tengan vida. Yo doy mi vida por mis ovejas. Nadie me quita la vida soy yo quien la da voluntariamente.

También tengo ovejas que no son de este redil, también a estas las tengo que conducir de forma que sean congregadas en un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor. Esta es la misión que mi Padre me ha confiado.

También nosotros somos ovejas antes que pastores. Él nos llama y nos conoce por nuestro nombre.  Estamos llamados a ponernos a la escucha de sus palabras. En él encontramos el verdadero pasto, la verdadera comida con el que alimentar el rebaño. El llamamiento a ser pastores es sin suplantar al verdadero pastor. El pastor que se ha hecho pasto, pan partido para que tengamos vida.

Todos podemos hacer nuestras las palabras del salmo: él es nuestro pastor, nos apacienta en verdes pastos, hacia las aguas del reposo donde conforta mi alma. Aunque pase por valles tenebrosos no temeré ningún mal porque él va conmigo. Su vara y su cayado me sosiegan. Su cayado me da apoyo y su vara me protege. El prepara una mesa y unge con óleo mi cabeza. Su presencia, su amor y su gracia me acompañarán todos los días de mi vida. Moraré en su presencia a lo largo de los días.

El salmo leído de una forma sacramental hace alusión y relación con la eucaristía. El banquete del Reino donde el buen pastor se nos da como pasto y alimento para que tengamos vida. La vida no sale de nosotros mismos sino que nos viene de él. El pastor que nos alimenta con su Cuerpo y con su sangre es verdadera comida y bebida donde nos conforta y fortalece para poder fortalecer a los que se sienten perdidos y extraviados.


DIA 18: REUNIRA Y GUARDADARA COMO PASTOR EN SU REGAZO (Jer 31, 10-24; Jn 20, 17)

Este relato es parte del libro de la consolación de Jeremías. Forma parte de la promesa de restauración. Esta promesa se cumple tras la resurrección de Cristo donde Cristo renueva la llamada y la misión después de la crisis de su pasión y muerte. Los discípulos se habían dispersado llenos de miedo y temor. Él les saldrá de nuevo al encuentro. Volved a Galilea, allí recordareis el primer amor (Jn 20, 17).

Mirad que vuelvo a vosotros victorioso tras haber vencido a la muerte. No digas grande es mi quebranto, mi mal es sin remedio y mi herida incurable y son enormes mis pecados. No quedarás desahuciado. Para tu herida hay cura y remedio. Yo haré que tengas remedio y alivio. No temas siervo mío ni desmayes mi pequeño gusanillo. Mira que yo acudo a ti para salvarte.

Cuantas personas han quedado en la cuneta, considerando su vida malgastada e inútil. Cuántos se viven olvidados, marginados, rechazados. También estos son objeto de la predilección de Dios. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Salir al encuentro del que se siente solo y desamparado. Jesús hace fiesta por un pecador que se convierte que por 99 que no necesitan de conversión. No somos la comunidad perfecta no nos sentimos hermanos. El Señor nos llama a aprender a ser hermanos, a recibirnos, acogernos aceptarnos con nuestras debilidades y caminar juntos. La comunidad lugar de perdón y de fiesta. Recuperar el gusto de sentirnos hermanos, de compartir nuestros dolores y alegrías, de convivir, de estar juntos.

Serás reedificada y restablecida. Yo seré vuestro Dios y vosotros mi pueblo. Subo a mi Padre vuestro Padre. Tu restableces la fraternidad y nos haces sentir no extraños sino hermanos. Jesús va a continuar su misión contando con aquellos hombres apocados y temblorosas llamándoles de nuevo, renovándoles el amor primero. El segundo amor era un amor será más maduro, probado en el sufrimiento.


DIA 19: ESTABAN DESALENTADOS COMO QUIEN NO TIENE PASTOR (Mt 9, 35-38)

Jesús responde a las promesas de los profetas (Ez 34, 5). Os daré pastores según mi corazón (Jer 3, 15). Nuestro modelo sacerdotal no puede ser otro que el del buen Pastor.

Vemos a Jesús con la conciencia de enviado y puesto en camino. Dios no nos llama para nuestro propio perfeccionamiento sino para ponernos al servicio de nuestros hermanos. Vemos a Jesús recorriendo las aldeas aparece en búsqueda de los más alejados y abatidos. Que importante esta actitud de estar, acompañar, con humildad, sencillez, desde la gratuidad de manera que las personas sientan la presencia cercana del pastor que se hace compañero (el que comparte el pan) y amigo.

Movido por compasión porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Jesús pide a sus discípulos configurarse con los sentimientos del Buen Pastor llenos de compasión y misericordia. Enseñando y proclamando la Buena Nueva recuperando el gozo por evangelizar. Curando de toda enfermedad y dolencia. Se pone al cuidado de la vida de las personas en todas sus dimensiones. Abiertos y dispuestos a escuchar, comprender, sanar, perdonar, consolar.

Al ver la multitud dijo a los discípulos: la mies es abundante y los obreros pocos, rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Hoy de nuevo somos objeto de su oración y su elección.

Vivimos en tiempos de crisis y de conversión. Faltan vocaciones y se reduce el número de personas que acuden a las iglesia. Hemos de pasar de una Iglesia autorreferencial a una iglesia misionera. No podemos quedarnos encerrando manteniendo las viejas estructuras Necesitamos salir de una iglesia encerrada en derivas clericales siguiendo la mundanidad del autoritarismo buscando el poder y los privilegios que nos alejan de la gente y nos anquilosan y desgastan. Hemos de vivir en camino, en salida al encuentro de nuestros hermanos especialmente los más pobres, vulnerables y necesitados. Es preciso retomar nuestro centro y volver una y otra vez al que es el principio y fuente de nuestra vida sacerdotal, discípulos misioneros movidos por la caridad de Cristo.


 

DIA 20: SALID EN BUSCA DE LAS PERDIDAS (Mt 10, 1-10)

En este discurso apostólico vemos a Jesús dando instrucciones a los discípulos que envía a predicar. Vemos primero como ora por ellos y como les llama a cada uno por su nombre para que estén con él y enviarles a predicar (Mc 3, 13). A los que llama los unge con su poder (Espíritu) para curar y sanar de toda dolencia y les dice id y proclamad que el Reino de Dios está cerca, gratis lo recibisteis, dadlo gratis. A ellos les dice que se dirijan a las ovejas perdidas, no llevéis nada para el camino, ni plata, ni alforja, ni dos túnicas ni bastón. Dios será vuestro sustento y proveerá de lo que necesitéis.

El anuncio del Evangelio lleva a los hombres a ese reconocimiento de su dignidad profunda de hijos de Dios. Quiso unir su Espíritu al nuestro para dar testimonio que somos hijos de Dios. Su Espíritu nos une a sus sentimientos para participar de esta relación del Hijo con el Padre. Su deseo es que nos mantengamos en esa comunión con él, en él, por él y desde él seamos enviados. No hemos de quedarnos en la letra, en actividades externas en reformas estructurales vacías de Evangelio.

Cristo se revistió de pobreza y debilidad para que la fuerza de su poder no de mostrará en habilidades humanas. Tomó sobre si nuestra condición humana, nuestra flaqueza y debilidad. Eligió a pobres pecadores. No utilicemos otras armas que las que empuñaron los apóstoles siguiendo el mandato del Señor. Ellos hombres incultos, iletrados pero urgidos por el amor de Cristo. No podemos servir a Dios y al dinero. Nosotros no hemos de perder el fermento evangélico.


DIA 21: APACIENTA A MIS OVEJAS (Jn 21, 15-19)

Los discípulos durante la vida terrena de Jesús fueron preparados, recibieron la instrucción, pero necesitaban de la unción. Jesús se los prometió. Os enviaré y daré el Espíritu que vine de lo alto. Seris fortalecidos para llevar a cabo mi misión. Los discípulos necesitaban esta unción del Espíritu (Jn 20, 22).

Durante la comida los discípulos lo reconocen en la fracción del pan. Terminada la comida toma a parte a Pedro y le interpela con una sola pregunta ¿me amas? ¿reconoces el hasta donde de mi amor? La misión es cuestión de amor. Pedro se descubre pobre, desnudo, infiel. Por tres veces ha negado que lo conocía y por tres veces Jesús queriendo fortalecer su herida le vuelve a preguntar ¿me amas?, si me amas apacienta. Seremos misericordiosos con los demás si nos hemos dejado tocar y transformar por la misericordia divina.

No podemos apacentar si no somos movidos por su amor. Antes estabas seguro de ti mismo desde ahora extenderás tus manos y será otro el que te conducirá. Sígueme. Jesús nos llama a adoptar el camino del servidor. No ejercer nuestro ministerio desde el poder y por la fuerza queriendo dominar y controlar sino desde la debilidad como pobres necesitados buscando la ayuda y la colaboración de los demás.

En medio de nuestro mundo roto y herido caminar contando con nuestra debilidad. El camino de santidad abierto para los imperfectos y vulnerables. Inclinarse con compasión a los más pobres y necesitados. Sacerdotes pobres de corazón para abrir caminos de santidad a los más pobres.

 


DIA 22: ENVIADO A RESCATAR LAS OVEJAS PERDIDAS (Mt 15, 21-28)

La conciencia de la universalidad de su misión fue creciendo en Jesús progresivamente. En este pasaje vemos como Jesús cambia de actitud ante el ruego de una persona pagana.

Sorprende ver a Jesús fuera del territorio de la demarcación judía en tierras paganas. El papa Francisco insiste una y otra vez de ir a las periferias. Una mujer cananea que había salido de aquel territorio se le acercó gritando Señor, hijo de David mi hija esta malamente endemoniada.

En un principio Jesús no le responde. No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Los mismos discípulos piden que la despida. Ella no obstante se acercó y se postró ante él y le rogó ¡Señor socórreme!

Jesús inicia un diálogo con ella. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. Ella repuso, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Jesús se deja interpelar hasta corregir por aquella mujer que insiste hasta hacerle cambiar de actitud.

Jesús termina alabando su actitud y respondiendo a su deseo. Mujer, grande es tu fe. Que suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija. La palabra mujer recuerda el pasaje de las bodas de Caná cuando responde a su madre: mujer qué tengo que ver todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4). En ambos casos Jesús cambia de actitud y termina descubriendo que es voluntad del Padre que lo haga.

La Iglesia precisa esta actitud de diálogo interreligioso sin imposición buscando puentes para derribar las barreras de los prejuicios que nos separan. No debemos a nadie privarle de la gracia y la misericordia divina. La propuesta de la intervención divina es para todos. Muchos han quedado al borde del camino despojados de derechos. Jesús abre la puerta de la salvación a todos. El evangelio es Buena Noticia del inmenso rebaño de almas olvidadas e ignoradas. Ante Dios no hay prejuicios farisaicos, diferencias de justos y pecadores. Todos somos sus hijos. La salvación es gratuita y la misericordia ha de estar siempre presente.


DIA 23: SEGUIR EL MODELO DEL SERVIDOR (Fil 2, 1-11)

Quizás hayamos perdido la novedad de la radicalidad evangélica. Doblo mis rodillas ante el Padre para que fortalecidos por la acción del Espíritu que Cristo habite en vuestros corazones y arraigados y cimentados en el amor podáis conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento y así os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios (Ef 3, 14-21) Movido por la acción del Espíritu con toda persuasión nacida del amor, movido por toda comunión en el Espíritu exhorta: Si de verdad queréis colmar mi alegría tened todos el mismo sentir, los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

Seguid su Espíritu y conformaos a él el cual siendo Dios se abajó haciéndose semejante a nosotros y se humilló a sí mismo hasta someterse hasta la muerte y muerte de Cruz.

Si el primer pecado nos vino por la soberbia del primer hombre Adán queriendo usurpar ser igual a Dios, Jesús quiso restaurar nuestra condición de hijos exaltando al nuevo hombre movido por someterse a la voluntad divina. Nada hagáis movidos por la vanagloria, la ambición y la rivalidad, sino que con la humildad de Cristo vivir para los demás considerando a los demás como superiores a sí mismo. Servir a Cristo nos lleve a servir a los hermanos sobre todo a los más necesitados.

Todos somos más o menos orgullosos y tenemos necesidad de caer de rodillas suplicando como los pobres. No intentemos ganar a Dios con autosuficiencia ni subidos al orgullo de querer igualarnos a Dios a través de nuestra inteligencia y poder. Dios derriba a los poderosos de sus tronos. El seguimiento es cuestión de atracción, de amor. Cristo adoptó el camino de la sumisión y humilde obediencia. No hay otro camino para buscar y dar con Dios que no sea el camino de la humildad que libera el corazón del orgullo por el amor propio y lo transforma en un corazón pobre y sencillo.



DIA 24: POBRES, HUMILDES, MANSOS SIGUIENDO EL EJEMPLO DEL BUEN PASTOR (Mt 11, 25-30)

Te doy gracias Padre porque has querido revelar los secretos de tu corazón a los pobres y sencillos. El gran obstáculo para que Dios actúe es en mantenernos en nuestro orgullo. Aprended de mí que soy manso sencillo y humilde de corazón.

La misión no es cosa nuestra, es acción de Dios. La misión la vivimos envueltos en flaqueza. Hombres frágiles y vulnerables pero acaparados por el amor de Cristo. No tener miedo a aparecer débiles en lugar de fuertes, desarmados como los niños que han puesto su confianza en el Señor. No escandalizarnos del escándalo de la cruz sino saberla abrazar como la abrazó el Señor. Quiso Dios salvar el mundo a través de la locura de la cruz. Aceptemos la cruz no con resignación sino con amor.

La misión no es cuestión de hacer grandes cosas supone dejar actuar y revelar a Dios desde nuestra pobreza. No se puede tocar los corazones si nuestro corazón no está arraigado en Cristo. Se trata de transparentar a Dios en nuestras vidas, desapareciendo en su persona. que él crezca y que yo disminuya.

Evangelizar desde un corazón pobre es tener la osadía de desarmarse de toda pretensión que no sea la nacida del amor a Cristo y a los hermanos. Tener como única arma que la Palabra desnuda y el corazón herido para sentir el dolor de los hermanos. Heridos por la vida de sus heridas tocadas por el corazón de Cristo ofrecerán sus vidas. Testigos de la gracia que acoge y agracia a los más débiles. Movidos por la misericordia divina irradiaran la paz y la alegría evangélica en medio de la debilidad, flaqueza, contradicción. Fortalecidos en su fragilidad serán fuertes en su debilidad sintiendo compasión por los mas vulnerables y extraviados.

 

 


DIA 25: PASTORES EN BUSCA DE LOS PERDIDOS (Lc 15, 1-7)

Lucas quiso poner en el centro del evangelio estas parábolas referentes a la misericordia divina. Inicia la parábola del buen pastor que sale en busca de la oveja perdida. Contrasta que deja las noventa y nueve seguras en el redil y va en busca de aquella que está perdida y extraviada. Nos interpela con la pregunta ¿quién de vosotros no echara de menos la que le falta y ser irá en su busca dejando el resto? Lo más lógico es quedarse con las que tiene en lugar seguro y no salir en busca de la perdida. Así nos descubre lo que nos cuesta salir de nuestras seguridades y emprender caminos nuevos en busca de los que se encuentran fuera y extraviados. Pero precisamente para esto he sido enviado.

Sorprende además la actitud del buen pastor. No cesa en su búsqueda hasta encontrarla. Y cuando la encuentra no la conduce a golpes o por la fuerza sino con infinita misericordia. La pone sobre sus hombres y la carga y la lleva al redil y dice hagamos una fiesta porque encontré a la oveja perdida. Habrá más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan de conversión.

Una nueva evangelización nos pide una conversión pastoral que sea capaz de abandonar nuestras formas tradicionales de mantenimiento y capaz de arriesgar por los marginados y extraviados. Sin duda los jóvenes muchos de ellos se encuentran alejados, extraviados. No hemos de quedarnos sentados esperando a que vuelvan. Hemos de ser nosotros los que salgan en su búsqueda. Una Iglesia en salida a las periferias existenciales donde transitan tantos hermanos carentes de sentido, fe y esperanza, Pastores con olor a oveja que no tengan miedo de embarrarse y hacerse uno con los hermanos más desfavorecidos y despojados.

Hemos de dejar de lamentarnos en que las iglesias están vacías de jóvenes. Salir y ponernos en actitud de búsqueda para tender puentes y propiciar nuevos encuentros contagiando la alegría del evangelio viendo que Dios es el primero en hacer fiesta ante el regreso de los que se sentían perdidos. El testimonio de la propia conversión personal suscitara la adhesión a Cristo.

 


DIA 26: SIERVOS HUMILDES (Jn 13, 3-5; 12-17; Lc 17, 7- 10)

Jesús antes de darles una enseñanza como buen Maestro se adelanta a ponerla por obra. Jesús quiere instituir un mandamiento nuevo, distintivo de sus discípulos. Así desconcierta a sus discípulos cuando, antes de la última, cena adopta la actitud del siervo. Jesús les previene de la tentación del poder, dominio. Jesús insiste que el que quiera ser grande se haga el servidor de todos.

Ellos discutían sobre quien ocuparía el primer puesto en el banquete del Reino y repetidamente por medio de parábolas presenta un banquete al que son invitados los pobres.

Se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y tomando una toalla se la ciñó. Toma el último lugar y adopta la función del servidor. En principio no resulta atractivo el tomar el último lugar del que sirve. Toda la encarnación es el descenso de Dios a nuestra pobreza. Cargó sobre sus hombros nuestra debilidad y pecado. Ver a Dios abajarse hasta nuestra miseria a curar y sanar nuestras heridas.

Se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla. Lavar los pies es el humilde servicio de la caridad. Lava con sus lágrimas, las cura derramando el suave perfume de su misericordia. Luego les preguntó ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?

Si yo el Señor y el Maestro os he lavado los pies también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. No es más el siervo que su amo. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho. El acto de lavar los pies expresa el humilde servicio de la caridad, de acogernos y aceptarnos en nuestra debilidad y pobreza.

Después les anima a que sigan su ejemplo. Dichosos vosotros si lo cumplís. Prestaos el humilde servicio de la caridad aceptándoos mutuamente. Vivid como siervos agradecidos a los que el amo después de servir los sienta a la mesa. El servicio no es denigrante, humillante antes al contrario es el distintivo de los que tienen acceso al banquete del Reino.

El mandamiento nuevo no es una imposición sino una revelación e invitación nacida del amor. Cuando deis un banquete invitad a los pobres, a los que no tienen para pagaros. Cuando hayáis hecho lo que el Señor os mandó decid somos siervos indignos hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17, 10) Seréis objeto de la paradoja evangélica. A los que sirven el Señor se pondrá a servir uno por uno en el banquete de su Reino (Lc 12, 37)


 

 DIA 27: SERVIDOR DE TODOS (Mt 20, 20-28)

Después de anunciarles su Pasión se acerca la madre de los hijos de Zebedeo y le pide a Jesús. Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en el banquete de tu Reino. Jesús se dirige no solo a la madre sino a los discípulos diciendo. No sabéis lo que pedís, les sorprende con otra pregunta que no comprenden ¿podéis beber la copa que yo voy a beber?

Los otros discípulos estaban también indignados contra los dos hermanos que pretendían los primeros puestos. Jesús dirigiéndose a todos les dice. Los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros se haga el servidor de todos. De la misma forma que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

Se trata de una verdadera inversión de valores y actitudes no adoptar el puesto de jefes dominando como señores absolutos sino adoptar el puesto del servidor no de dominio sino de humilde servicio.

También nosotros asistimos a una verdadera metamorfosis y transformación a la hora de concebir el sacerdocio. Nos formaron sacerdotes para ser líderes del pueblo y pronto quedamos fascinados por los primeros puestos, puestos de reconocimiento e instancias de poder que nos daban gloria y honor. No debe ser así entre vosotros.

A veces Dios permite que seamos despojados de todo afán de vanagloria. En la actualidad el sacerdocio vive una crisis de identidad fruto del clericalismo y secularismo. Nuestro ateísmo práctico deja de lado a lo que el mundo considera inútil. Hemos quedado relegados a una función sin sentido, sin reconocimiento despojados de honores. Es una llamada a vivir con más radicalidad evangélica y autenticidad para no adueñarnos de lo que administramos. No somos dueños y señores sino meros  administradores. No somos nosotros los protagonistas. Cristo es el sumo y único sacerdote y nosotros participamos de su sacerdocio no suplantándolo sino transparentándolo. El quien vive y actúa en nosotros.

Hoy de nuevo nos pregunta el Señor ¿Estáis dispuestos a beber la copa que yo he de beber? Esperaban a un mesías en un mesianismo en la línea de la espectacularidad y la gloria. Abandonemos criterios mundanos (de carrerismo y protagonismo) de hacer carrera para tomar los primeros puestos, tomar protagonismo huyendo de lo que significa el servicio humilde de quien pasa desapercibido. Sigamos al Señor humillado. Jesús fue no reconocido, rechazado, expulsado, marginado sentenciado a la muerte más ignominiosa pero voluntariamente se ofreció en rescate por muchos.


 

DIA 28: EL MESIANISMO DEL SIERVO SUFRIENTE (Mt 8, 17; 12, 15-21)

Jesús se retira al desierto donde es tentado por el diablo. El diablo le invita a un mesianismo espectacular lleno de honor, reconocimiento, gloria. El adopta un mesianismo desarmante y desarmado, humilde, que busca la gloria de Dios y no la suya propia (Mt 4, 1-11). Solo a Dios darás gloria. Jesús reconoce su mesianismo en la figura del siervo sufriente que da su vida en rescate por todos. No he venido a hacer mi voluntad ni buscar mi gloria sino a hacer lo que le complace a mi Padre. Tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Este es mi siervo, mi elegido al que comunico mi Espíritu para que anuncie a los pobres la Buena Nueva del Reino curando, sanando los corazones desgarrados para todos conozcan la predilección amorosa de Dios.

No se trata de ser grandes sino de ser pequeños, pobres y humildes de corazón que vayan al encuentro de los heridos y desamparados. No con gritos no con la dureza y el rigor de la ley, no romperá la caña quebrada ni apagará el pábilo vacilante. Las tratará una a una con misericordia. Nuestro ministerio es un ministerio de misericordia al servicio de los más pobres y vulnerables.

La renovación de la Iglesia vendrá a través de la debilidad, de la aceptación de la paradoja evangélica. En lugar de querer ser grandes optar por querer ser pequeños, hacerse pequeños como los niños. El pobre de corazón nos recuerda la ley fundamental del Reino, la de la debilidad sobre la cual reposa la mirada infinitamente misericordiosa del Padre.

No hemos de temer el ser rechazados y no reconocidos incluso perseguidos. La iglesia paradójicamente volverá a ser una comunidad pequeña de débiles, pobres, humildes pecadores que se reconozcan de tal forma amados y perdonados que abrirá sus puertas a los más pobres y abandonados. Los pobres nos evangelizan.


 

 DIA 29:  SERVIDORES EN MANOS DE DIOS (Mt 6, 24- 34)

El gran obstáculo para la santidad sacerdotal es el orgullo. Dios busca en sus servidores la humildad y la simplicidad de corazón. Se nos da la libertad de elegir, de optar a quien queremos servir. Donde esta vuestro tesoro allí estará vuestro corazón. disciernes donde pones el corazón. Nadie puede servir a Dios y a los ídolos. Porque odiará a uno y querrá al otro. No podéis servir al mismo tiempo a Dios y a los ídolos. Se ponen en contraste las riquezas de este mundo y las riquezas y gloria del cielo. Ancho es el camino que lleva a la perdición pocos los que se deciden a hacer la voluntad de Dios. Los verdaderos discípulos no son los que dicen Señor con la boca pero no de corazón.

Vivamos como pobres servidores en manos de Dios buscando su Reino y confiando en su providencia. A vuestro Felices los pobres de espíritu. Al Padre le ha parecido bien daros el Reino. No hemos de pretender cambiarlo todo ni llegar a todo. Cada día tiene su afán y le basta su contrariedad. Saber entregar a Dios el esfuerzo de cada día sabiendo que el completará el resto.

Somos profetas de un reino, de un mundo nuevo que no es nuestro. El reino va más allá de nuestros esfuerzos y obligaciones. Durante nuestra vida realizamos una minúscula parte de una obra que no es nuestra es la obra y la misión de Dios. plantamos semillas que un día crecerán, regamos semillas ya plantadas que otros continuarán, al darnos cuenta de ello, aunque nuestra obra la veamos incompleta e inacabada será ocasión para confiar que su gracia haga el resto.

Es posible que no veamos el resultado final de una obra completa y acabada, pero esto nos facilitará el reconocer que no somos los dueños ni los jefes de la obra sino meros albañiles que han puesto lo mejor de sí. (Oración atribuida a Mons. Oscar Romero)

 


DIA 30: MARIA LA SERVIDORA DEL SEÑOR (Lc 1, 26-38)

María es el mejor ejemplo de la servidora del Señor. Así se presenta ante quien le llama. He aquí la servidora del Señor. Que se haga en mí según su Palabra. La declara dichosa por creer y adherirse a aquello que el Señor le propone. No confía en sus fuerzas, sino que confía en Dios nada hay imposible para él. No se cree segura de sí, de que ella podrá hacerlo por sí sola. Se confía en el Señor. El Espíritu vendrá sobre ti y te cubrirá y te asistirá con su poder. Ella se considera indigna y turbada ante la propuesta que le hace el Señor. María se conturbó y discurría lo que significaría aquella propuesta. Ella escucha al mensajero que le dice no temas María porque has hallado gracia delante de Dios

La propuesta de Dios abarca toda su vida, la propone ser esposa y madre y lo acepta con todo su ser. Como parte de los anawim se fía del Señor cumple su promesa. No se llamará de ti la desolada sino la desposada. Tu serás esposa y madre, tendrás marido y darás a luz. Una virgen convertida en esposa y madre por obra del Espíritu de Dios y que dará a luz al Hijo de Dios.

María e siente conocida (de que pronuncie su nombre) y profundamente amada. Concebirás. Antes de engendrar al Hijo en su vientre por obra del Espíritu Santo lo concibe en su mente y corazón creyendo.  

Jesús más adelante dará razón de esto. Ante el elogio que hacen de su Madre: Feliz el vientre que te engendró, felices los pechos que te criaron responde más felices los que escuchan la Palabra de Dios y la cumple, Esos son mi madre y mis hermanos (Lc 8, 20-21)               

Todos estamos llamados a ser bendecidos por el Señor. Felices los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra. Este es el distintivo de los verdaderos servidores que pasarán a ser su madre y sus hermanos. Engendrar con María y como María en nuestra mente y corazón acogiendo la Palabra y proclamarla a los hermanos.


 

 

DIA 31: ALGUNAS MUJERES ACOMPAÑARON A JESUS Y LE SERVIAN (Lc 8, 1-3)

Jesús envió a los doce (Lc 9, 1-6) y luego a los setenta y dos (Lc 10, 1-16). En la misión nos dice Lucas que se unieron algunas mujeres que le acompañaban. Estas mujeres habían experimentado su amor y su perdón. Habían sido curadas entre ellas nombra a la Magdalena, Juana, Susana. Ellas y otras muchas les servían con sus bienes. Estaban tan unidas a él que permanecieron a su lado con María su Madre hasta el pie de la cruz (Jn 19, 25)

La misión no parece reducirla ni a su persona ni a sus discípulos más íntimos. Jesús amplia el círculo de esa pequeña comunidad que evangeliza por si misma con su forma de vivir al lado del Maestro y al servicio de su misión. Las mujeres que en su tiempo estaban relegadas y marginadas se sienten acogidas por Jesús. Jesús lleno de gozo en el Espíritu Santo bendice al Padre por parecerle bien revelar los secretos del Reino a los pobres y pequeños (Lc 10, 21-22).

María Magdalena será la primera con algunas mujeres en anunciar la Resurrección del Señor. Ella fue enviada por el mismo Jesús a los discípulos. Fue y dijo a los discípulos que había visto al Señor y lo que le había dicho. (Jn 19, 17-18)

También hoy debemos de saber incluir en nuestras comunidades a mujeres que se dispongan a seguir y servir al Señor. Hemos de despertar la identidad misionera en todo bautizado (sacerdote, profeta y rey). Hemos de contar con los más pobres porque ellos nos evangelizan con su propio testimonio.

 

 


Conclusión

“Estamos seguros de que Dios todo lo encamina para el bien de los que le aman, de los que fueron elegidos conforme a su designio. A quienes Dios conoció de antemano, los destino a reproducir la imagen de su Hijo, y a quienes eligió, los llamó y los restableció en su amistad para hacerlos partícipes de su gloria”. (Rm 8, 28- 30)

Si tuviera que resumir todo este tiempo diría que ha sido un tiempo de renovación, de gracia (Kairos). Dios todo lo encamina para bien de los que hemos sido llamados (Rm 8, 28). No fuimos llamados para vivir en el caos, la confusión, la oscuridad, la desesperación, fuimos llamados a experimentar la salvación. La fuerza transformadora del Espíritu en nosotros.

En el Jubileo de la esperanza, este mes de octubre, que iniciamos con la fiesta de Teresita de Liseaux patrona de los misioneros, ha tenido lugar la celebración del Domund y el Jubileo de los misioneros. El Papa León califica la crisis epocal con un periodo extraordinario y ha invitado a abrirnos a una nueva época Misionera. Nos sentimos identificados e interpelados con esta llamada a renovar el fuego de la vocación misionera. El Espíritu nos mueve a continuar la misión de Cristo. Reaviva en nosotros la conciencia de la vocación misionera y el deseo de llevar a todos la alegría y la consolación del Evangelio, especialmente a las personas más heridas y vulnerables para que su salvación llegue a todos.

Miremos nuestro mundo desde Cristo con una renovada esperanza. Hay una nueva etapa que se nos abre, una vida nueva que nos espera, una nueva época misionera. Cristo Resucitado es la fuente de nuestra esperanza. Jesús se muestra desnudo, herido y desarmado. Jesús Resucitado les muestras sus heridas resplandecientes, transfiguradas, a través de la misericordia hecha acogida, la solidaridad la compasión. Se muestra a sus discípulos no reprochándoles o echándoles en cara su infidelidad e incredulidad sino con palabras de aliento y de confianza. No temáis, yo he vencido al mundo. Recibid el don de mi Espíritu, contad con mi fuerza capaz de prender el fuego en el pábilo vacilante. Quienes se han sentido curados y confortados sienten el ardor misionero de acercar el mensaje de salvación a todos

A través del encuentro con el Resucitado el hombre tiene la capacidad de contemplar su propia vida como sujeto de amor y benevolencia por parte de Dios. La experiencia de su amor nos reconcilia y nos  unifica integrando toda la personalidad como un todo.

Este proceso de integración de toda la persona, es fundamentalmente un proceso dirigido al interior de la persona, lo que a nivel psicológico se denomina “yo integral”. Este “yo integral” (el yo físico, el yo psíquico, el yo racional, el yo espiritual) tiene en cuenta todas las dimensiones de la persona que han de relacionarse armónicamente, la dimensión físico-corporal (las necesidades, los impulsos, los instintos); la dimensión psíquico-afectiva (las conductas, las emociones, los sentimientos); la dimensión racional-espiritual (las motivaciones, las creencias, los valores). La persona va madurando a lo largo del tiempo en cada una de estas dimensiones tanto en la dimensión intrapersonal (hacia dentro, consigo mismo), como en la dimensión interpersonal, en relación con los demás, amasado y fraguado desde la relación con Dios (dimensión espiritual).

Si hago síntesis de lo que han sido estos meses diría que he tratado de profundizar en este proceso de maduración personal para enraizarme y salir más fortalecido en el desempeño de mi vocación y misión.

Resumiría todo este proceso llevado a cabo en estos meses a través de sucesivas etapas de crecimiento:

Mes de Mayo:                Etapa preparatoria. Renacer, despertar al amor; Etapa previa de preparación

Mes de Junio:                 Etapa purgativa: Conocerse, conocimiento de la persona en su integridad

Mes de Agosto:              Etapa iluminativa: Comprenderse y amarse como somos conocidos y amados

Mes de Septiembre:      Etapa unitiva: Apropiando el modelo. Identificarse con Cristo Siervo y Pastor

Mes de Octubre:            Etapa de proyección. Proyectarse. Síntesis del proceso

Este camino llevado durante estos meses me ha ayudado a recorrer un camino en el crecimiento integral de mi persona. Este camino lo resumiría como un proceso de conocimiento y maduración en el amor. Todo este tiempo Dios me lo preparó para crecer en el amor y la amistad con él y los hermanos, como oportunidad para configurarme más con él y así poder reproducir en mí su imagen y desempeñar más feliz mi vocación y misión. Aunque es un camino que dura toda la vida este proceso se hace más necesario cuando aparecen fragilidades y se hace más patente el declive físico-psíquico.

Esto no lo puede realizar uno solo necesita de los demás. Necesita de todo un camino interior donde en oración damos espacio a que el Espíritu vaya haciendo este camino de integración renovación y sanación interior. Se precisa de esta docilidad al Espíritu para dejarse transformar por él. En este camino es fundamental la transparencia. También la apertura y el acompañamiento espiritual ha sido de gran ayuda.  A esto se añade la ayuda terapéutica facilitada por los psicólogos para comprender mejor los dinamismos psicológicos que entran en juego y saber gestionarlos.

En un clima fraterno he participado en la casa de formaciones, compartires y acompañamiento que han ayudado a hacer este camino de integración.  Al cuidado espiritual se suma las revisiones médicas para cuidar la propia salud. Además de los médicos clínicos han intervenido otros profesionales como nutricionistas para poner atención a la alimentación o los preparadores físicos con sus ejercicios. Todo ha sido propicio, los espacios celebrativos compartidos como la eucaristía y la hora santa, la intercesión y celebración con las hermanas contemplativas, los paseos por los campos de naranjas y el cuidado continuo de las personas de la casa disponibles en todo momento.

Por ello quiero agradecer a todos aquellos que ha hecho posible vivir todo este proceso, al equipo directivo de los sacerdotes operarios del centro de Mosén Sol, los distintos compañeros sacerdotes de distintos países, por la ayuda fraterna que me han proporcionado, por la ayuda de tantas personas implicadas en los distintos niveles de acompañamiento, espiritual, psicológico del Instituto de psicólogos de la Gestalt, los médicos del centro de salud de Alquerías y el Hospital de la Plana y provincial de Castellón, los fisioterapeutas y preparadores físicos, los nutricionistas, las hermanas contemplativas, carmelitas descalzas del Monasterio del Sagrado Corazón, y todos los que nos han mantenido desde su oración, gracias a todos.




Termino con la oración del Papa León en el domingo del Domund:

Padre bueno, haznos "gente de esperanza germen de una primavera nueva",

danos una mirada siempre llena de esperanza

para compartir con todos.

Ayúdanos a mantener encendida

la llama de esa esperanza,

para que se convierta en una gran hoguera

que ilumine y dé calor

a un mundo abrumado por densas sombras.

 

Te pedimos por todos los misioneros y misioneras

que, siguiendo tu llamada,

han ido a otras naciones para dar a conocer

el amor que nos has tenido en Cristo.

 

Haz de todos nosotros

misioneros de esperanza entre los pueblos,

impulsados a acoger, como Él y con Él,

el clamor de la humanidad.

Te lo rogamos por medio de María,

Madre de Jesucristo, nuestra esperanza.

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