INDICE DE LAS RELEXIONES
(En torno a mi ciudad natal de Salamanca)
1. Salamanca Cuna de Santos I: Santa Teresa de Jesús
2. Salamanca Cuna de Santos II: La Bakita de Salamanca
3. Salamanca Cuna de Santos III: Fray Luis de León
4. Cosmovisión de las Catedrales
5. Enigmas de la Universidad
6. En torno al Humanismo de Vitoria
7. El Cristo de las Batallas y la Virgen de la Vega
Salamanca Cuna de Santos IV: San Juan de Sahagún
Las Edades de Salamanca
TRAS LAS HUELLAS DE SAN JUAN DE SAHAGUN
1. INTRODUCCION
Estoy todavía en Salamanca, ha
alargado el gobierno las últimas dos semanas de alarma en esta larga
convalecencia de la pandemia del COVID-19. El Señor se complace en alentarnos y
confortarnos con toda clase de detalles. Después de celebrar el Pentecostés
celebramos dos grandes fiestas La Santísima Trinidad y el Corpus Cristi. Entre
medias celebramos la novena a San Juan de Sahagún patrono de Salamanca del 2 al
11 de Junio . Debido a las
restricciones de la pandemia Corporación Municipal ha decidido suspender el
tradicional desfile desde el Ayuntamiento a la catedral, así como se ha
suspendido la tradicional procesión de Corpus Christi. La fiesta se celebra el
día 12 con una misa solemne en la Catedral Vieja presidida por el obispo.
La parroquia de San Juan de Sahagún es
muy significativa para mí y toda mi familia. En la iglesia de San Juan de
Sahagún se celebró el funeral de mi abuelo Ángel Barrado. En las misas
gregorianas que se hicieron después del funeral se conocieron mis padres. Ellos
se casaron en la misma iglesia. En la misma iglesia nos bautizaron a los cuatro
hermanos. Mi nacimiento fue el 6 de Julio en la casa de Defensores de Toledo,
me asistió el doctor Becerro y la comadrona fue la Srta Esperanza. Nací con los
ojos azules y el color de pelo rubio aunque era casi pelón. Me registraron el
ocho de Julio en el Juzgado municipal y me bautizaron el 11 de julio de 1954 a
las 9 de la mañana, en la misma iglesia. El sacerdote que me bautizó fue Rvdo
D. Estanislao Gómez entonces coadjutor de la Parroquia. Mi padrino fue
Alejandro Vigil de la Villa y mi madrina mi tía Angelines Barrado.
Estos son motivos más que suficientes
para honrar las memorias de este santo que es además el patrono de esta ciudad
de Salamanca junto con Santa Teresa de Jesús. Como ya hice unas memorias de
Santa Teresa de Jesús en su quinto centenario que titulé “siguiendo las huellas
de Santa Tersa” quiero aprovechar estos momentos tan especiales con estas
memorias “siguiendo las huellas de San Juan de Sahagún”
2.
SUS
INICIOS
San Juan de Sahagún nace el día 24 de junio de 1430, en
Sahagún, un pequeño pueblo de la provincia de León, en 1430. Sus padres no
tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas en
honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este que iba a ser
su honor y alegría. San Juan de Sahagún debió su nombre a haber nacido el día de San
Juan Bautista, juntamente con el deseo de la familia de perpetuar también con
el apellido el nombre propio de su padre.
Podemos preguntar el sobrenombre de Sahagún
¿de dónde proviene? Sahagún se llamó en lo antiguo San Fagunt. Sabido es que la
ciudad de León fue fundada por la legión séptima gemina de los romanos, en el
imperio del español Trajano; y es tradición. En la ciudad brilló por sus
virtudes cristianas el centurión San Marcelo, padeciendo luego martirio en
Tánger, hacia fines del S. VI. La tradición cuenta que sus esforzados hijos, en
número de doce, siguieron el noble ejemplo de su padre, entre los cuales cupo
la gloria a San Fagunt y Primitivo de derramar su sangre por Cristo en la
antigua y populosa Ceja, colonia romana y ciudad de refugio, que dominaba las
montañas de Liébana, y que prestó su nombre al río de esa campiña.
Así fue que aunque el nombre de pila correspondiente
a su bautismo era Juan González del Castillo Martínez sería luego
mundialmente conocido como San Juan de Sahagún. Juan era hijo mayor, de siete
hermanos, de Juan González del Castrillo y Sancha Martínez, un matrimonio
pudiente. Sus padres Juan González del Castillo y Sancha Martínez no concebían
descendencia, para lograrlo iniciaron una campaña de ayudas a los pobres,
oraciones, novenas, ayunos, modestas aportaciones a iglesias, obras de caridad,
y ofrecimientos y todo cuanto pudieron para tener un hijo. Juan y
Sancha se dieron con fervor y constancia a la oración, al sacrificio y la
práctica de la caridad. A este propósito suplicaban con oraciones y encargaban
misas, y distribuían limosnas a los necesitados, invocando los santos de su
mayor devoción y frecuentando sus iglesias y ermitas en repetidas romerías.
Para que todos sus ejercicios piadosos
alcanzaran el mejor éxito, tomaron como medianera y abogada suya á la Virgen
Santísima, remedio siempre de los afligidos. Su suerte cambió al quedar Sancha encinta de Juan, por
haber llegado a buen puerto las innumerables plegarias elevadas a la Santísima
Virgen María. En una ermita dedicada a la Virgen que había cerca del pueblo
determinaron hacer una novena, acompañada de las misas que solían encargar y de
repartir además limosnas y no olvidarse ellos de la mortificación del ayuno.
Concluido el novenario, conoció Dª Sancha que la Virgen había oído su
oración: tenía ya en sus entrañas al hijo apetecido.
El pequeño Juan fue criado a la sombra protectora del
monasterio de Sahagún. Este hijo que habían tanto deseado, colmaría a sus
padres de dicha ya que encaminó desde muy pronto su vida al sacerdocio y no a
las armas como su padre deseaba. Creciendo este Monasterio al amparo y
beneficiosa sombra de los Monarcas y las desprendidas y piadosas Reinas,
distinguido por los privilegios de los Papas, y dedicados sus monjes a las
vigilias del estudio y al ejercicio de la oración.
El convento de Sahagún era la Casa del
capítulo general para la celebérrima Orden de San Benito de España y hasta
nuestros días se ha conservado la Abadía exenta de Sahagún, con amplio
territorio de jurisdicción propia y buen número de parroquias de ella
dependientes. A la sombra tutelar de San Facundo y su santo hermano, se formó y
desarrolló la población que toma nombre del primero, y enlazada también al
Monasterio erigido a los santos mártires, extendió su fama por todos los
confines de la tierra.
3.
SU PRIMERA EDUCACIÓN
Desde los primeros albores de su razón, mostraba
el joven Juan que era regalo del cielo, y traía un destino muy elevado a esta
tierra. en la escuela, era el encanto a la vez de su maestro y sus venturosos
padres. Sus ojos y todo su rostro no sólo atraían por el candor propio de sus
inocentes años, sino que daban destellos de muy claro ingenio y de la hermosura
de una virtud sorprendente. Aprendió en escaso tiempo a leer y escribir, con
los demás rudimentos de las escuelas primarias de su siglo; crecía la edad y
crecía su gracia, su docilidad de blanda cera, su aplicación y fijeza; y
comenzaba a despertar interés vivísimo, hasta admiración y pasmo por las
muestras de su juicio y sentido, inexplicable en sus cortos años.
Se decía que el joven Juan o se hallaba
recogido en el estudio, o escuchando atento al maestro, o atendiendo a las
indicaciones de su piadosa madre, o lo que era más frecuente, se hallaba quieto
y elevado en la Iglesia, en oración o sirviendo al altar. Los vanos y pueriles
entretenimientos no satisfacían al corazón de aquella privilegiada criatura. Y
el ruido, la gritería, los altercados, la desobediencia é indisciplina
martirizaban su alma bellísima. En tales casos, Juan se mostraba superior á
todos los ruidos, y con razonamientos que serían de oír en boca de un niño,
hacía el oficio de pacificador entre sus compañeros, y sosegaba todo disturbio
y descompostura. Así pensaron que la prenda con que el cielo les había
favorecido, debía destinarse para el santuario, y a fin de prepararle los
caminos oportunos, le pusieron bajo la custodia y dirección de los monjes
benedictinos del famoso Monasterio de San Facundo y Primitivo, que existía en
Sahagún, en compañía de D. Rodrigo del Burgo.
Juan hizo sus primeros estudios en el Monasterio de San Benito de Sahagún. El joven
estudiante se dio primero con ahínco al estudio de la gramática latina y demás
tratados comprendidos en el título de Humanidades; pero sus adelantos en esta
armoniosa lengua, con ser notables, no engendraban tanto pasmo en sus maestros
como los pasos con que adelantaba en la senda de las virtudes, y especialmente
en el amor al recogimiento y al estudio.
Don Juan, que tenía puestos sus sentidos en
hijo, apenas le vio iniciado en los estudios eclesiásticos y con inclinación
tan fuerte hacia la Iglesia, procuró recibiese pronto la primera tonsura y las
órdenes menores. En esto, el santo de Sahagún no hizo sino seguir alegremente
los deseos de su buen padre, y encontrar motivo más poderoso para no separarse
del recinto de los templos, y con devoción creciente servir todos los días al
altar y los demás ejercicios religiosos.
Para reforzar el nuevo estado de clérigo y
favorecer más sus estudios, alcanzó también D. Juan en pro de su hijo la
rectoría de Cordonillos, pueblo que distaba como una legua de Sahagún. D. Juan
cobraba las rentas del beneficio, atendiendo al sostenimiento del capellán que
levantaba las cargas de la rectoría, y con el sobrante favorecía los estudios
también del Santo, según por aquel entonces y en virtud de costumbre
introducida, obraban personas ilustres por su piedad e instrucción. Mientras
tanto, y creciendo en años, el Santo proseguía en su carrera no sólo ya de la
Gramática y Humanidades, sino todo entregado a las investigaciones filosóficas
y al estudio de las verdades teológicas.
Juan se ganó la protección del obispo de
Burgos D. Alfonso de Cartagena, quien
supervisó su educación en la ciudad de Burgos y le nombró secretario canónigo
de la catedral de Burgos. Renuncia
el Santo la Rectoría de Cordonillos y proponerle para ir a Burgos de paje del
limo. Sr. Obispo. Entra San Juan al servicio del Obispo de Burgos, don Alfonso
de Cartagena, quien le ordena de Sacerdote.
Juan es nombrado Canónigo de la Catedral de Burgos,
y favorecido además con otros beneficios. Renuncia San Juan el canonicato y
demás rectorías y beneficios en manos del Sr, Obispo. Se retira el Santo en la
iglesia de Santa Gadea, dado todo a la salvación de las almas. Desde el palacio
del Obispo se dirigía a la iglesia de Santa Águeda de Burgos, o Santa Gradea,
como se llamaba en lo antiguo. Era esta parroquia de las más célebres, por el
juramento que en ella pronunciaban los nobles fidalgos de Castilla, cuando,
bajo el peso de alguna calumnia, para ponerse a cubierto de la infamia, ponían a
Dios por testigo de su inocencia; como lo exigió el Cid Campeador a Alfonso VI
de no haber tomado parte en la muerte infame de D. Sancho su augusto hermano y
predecesor. En Santa Gadea, pues, muy cerca de la morada del Obispo, a la
sombra de la Catedral, decía la santa misa, sirviendo la capilla de Santa
María, con cuya limosna atendía a sus primeras necesidades. Ejerció unos años
ayudando a todos los feligreses, a los pobres, tullidos y necesitados siendo
querido y respetado. Tras la muerte del obispo Don Alfonso de
Cartagena, San Juan de Sahagún resuelve abandonar Burgos y decidió marchar a
Salamanca.
4.
ESTUDIOS DE TEOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
Después de varios años de
sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó como
un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca. Allí estuvo cuatro años
hasta completar todos sus estudios teológicos.
Al abrirse las puertas ele
Salamanca para Juan de Sahagún, se le abría un ancho y dilatado campo. Tras sus múltiples fatigas recogería
luego la copiosa míes de su cosecha. Salamanca sería entonces el teatro de sus
estupendos prodigios, su sepulcro venerado y el espléndido trono de su gloria. Para
Salamanca le llegaba el ángel de la paz, el santificador de sus calles, plazas
y monumentos, el futuro patrono de la ciudad.
Ya hacía tiempo que brillaba
para Salamanca una aurora dichosa de renacimiento, y su luz se derramaba,
coloreada con hermosos matices, por tocio el universo globo. Siglo y medio
llevaba de existencia su Universidad, si bien zozobrando en la vida de sus
comienzos por falta de materiales recursos; pero la Iglesia, que abrigó su cuna
en el mismo regazo de sus claustros catedralicios, prosiguió amparándola,
dándole casa propia por la mano de su Obispo D. Martín, y con la casa luego las
tercias del Obispado, que por la aprobación de los Papas, fueron no sólo la
base, sino el desahogado elemento de su próspera vida.
Los Reyes Alfonso IX y
Fernando III, el Santo, fundadores del Estudio general, señalaron a los
patricios españoles nuevo camino de la inmortalidad y de gloria, cuando por la
empresa de arrojar a la morisma del sucio de la patria, y fragor continuo de
las peleas, no se entendía hubiere más carrera de lustre y esplendor que la de
las armas. Una vez vencidos los árabes
por el ardor de la fe, era justo se les arrebatara la palma de las ciencias, y
de paso que la cruz reinaba enteramente en España, afianzara su trono sobre el
firmísimo pedestal de la sabiduría.
Por esto iba creciendo la
Universidad salmanticense, pues con el aumento de las tercias, se multiplicaban
unas y otras enseñanzas. No sólo los Papas la colmaban de gracias y
privilegios, sino que la Iglesia toda, representada en el Concilio general, la
había encomiado. Pero con todas estas honras y provechos, la Universidad de
Salamanca tenía un enemigo despiadado y batallador en su propia casa, siendo
así que las letras piden ignorada de paz y sosiego, y nada está más reñido con
las ciencias que los apasionamientos y las iras. La nueva y brillante escuela,
que oía bien de lejos el estrépito de las batallas con los moros presenciaba a
diario sangrientas luchas trabadas entre los hijos de Ja misma Salamanca. Los
odios y rencores exacerbados, entre los salmantinos, eran, sin quererlo, el
enemigo y los dardos más peligrosos para la continuación del Estudio.
Salamanca, a mediados del S.
XV, mejor que la morada y asiento de las letras, asemejaba una plaza y castillo
de armas; puesto que además de la angostura y tortuosidad de sus calles, el
espesor y firmeza de sus murallas, cosas comunes á todas las ciudades en el
período de la reconquista, descollaban en cada rúa tantas fortalezas cuantas
eran las casas de los principales, con sus torres de defensa, desafiando a la
Catedral antigua (la denominada la Fortis) construidos en el antiguo alcázar
para el amparo de la ciudad. Pero poco a poco fue llegado el tiempo del reinado
de la paz y asegurado con ella el florecimiento del estudio, de donde, llegando
su renombre y esplendor a la cumbre de las humanas grandezas, los torreones de
las casas se fueron amenguando al lado de los góticos minaretes de la
Universidad, y de las cúpulas de los colegios mayores, y de las soberbias iglesias
de los monasterios, y de las torres de la Catedral nueva, que proclaman, en lo
alto de las nubes, los triunfos de la paz, la religión y el saber.
Juan debió de entrar en la
Universidad en el curso de 1457 que comenzaba en aquellos tiempos el día de San
Lucas y terminaba el primero de Mayo. Lo que sí sabemos con mayor certeza es que
comenzó a estudiar sagrados cánones. Es de notar el esmero y preferencia con
que se cultivaron los estudios canónicos en la Universidad salmanticense, desde
sus más remotos días, que es probable recibieran impulso vivo desde que el
Pontífice Bonifacio VIII honró por manera tan señalada al estudio, enviándole
directamente su libro sexto de las Decretales, Así vemos que de la serie de
cátedras que los historiadores de la Universidad dan como instituidas ya a
principios del siglo XV, enumeran veinticinco, distribuidas del modo siguiente:
seis de cánones, cuatro de leyes, tres de teología, dos de medicina, dos de
lógica, una de astronomía, otra de música, otra de hebreo, otra de caldeo, otra
de arábigo, otra de retórica y dos de gramática.
En 1516 se dieron nuevas
providencias para atender a la Facultad de Teología, disponiéndose a leer á
Santo Tomás, en el convento de Dominicos de San Esteban, y otra de Escoto, en
el convento de Franciscanos. Ningún recuerdo ha permanecido de los primeros
meses en que el nuevo estudiante de cánones vino a ocultarse tras las formas de
modestia. Con motivo de un sermón es invitado San Juan a entrar en el colegio
antiguo de San Bartolomé.
Al principio Juan era bastante desconocido pero un día
fue invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de los
colegios, el Colegio de San Bartolomé . Su predicación agradó tanto que empezó
a ser muy popular entre la gente de la ciudad. La gente empezó a preguntar
quién era este joven sacerdote. La Universidad estaba en pleno apogeo y los
Teólogos y Doctores querían conocerle y oírle hablar.
El Colegio de San Bartolomé
era célebre en la ciudad. (sobre sus ruinas se levanta hoy el Palacio de
Anaya). A principios del S. XV,
ocupando la silla episcopal de Salamanca D. Diego de Anaya, hijo de la ciudad,
concibió el pensamiento de crear un colegio de estudiantes pobres y virtuosos
que, bajo su sombra y amparo, frecuentaran las aulas de la Universidad.
La parroquia de San Sebastián
celebraba la fiesta de su titular (en Enero de 1458), a la cual asistía el
colegio de San Bartolomé, por hallarse enclavado en ella y ejercer en su
iglesia el patronato. Y por la circunstancia de estar presente comunidad de tanto
respeto, la función, así en concurrencia, como en las demás demostraciones de
aparato y brillo, sería de las más solemnes de Salamanca. Estaba encargado del
sermón de fiesta tan principal el presbítero estudiante Juan de Sahagún. Del
sermón de San Sebastián no es menester ponderar nada, lo encarecen y proclaman
mejor sus resultados.
Salieron en extremo prendados
el Rector y los colegiales de San Bartolomé, de aquella doctrina inspirada y
aquella palabra de fuego. Fue un hecho singular el del joven con gracioso y
encendido rostro, exponer los afectos de su alma santa, y hablar el lenguaje de
los maduros años e inculcar los consejos de encanecidos hombres. Todos, de
común asentimiento, aclamaron al orador como un don del cielo y joya
inestimable, y todos trabajaron por llevar a su colegio al estudiante de tan
halagüeñas esperanzas. Juan de Sahagún se vio invitado por comunidad tan
respetable a ingresar en su seno en calidad de capellán interior, el cual cargo
aceptó con el agradecimiento propio de los santos.
El Colegio oía misa al romper
el alba: debían todos los colegiales rezar el oficio de difuntos, y en las
Pascuas, Apóstoles y fiestas de la Virgen, asistir a la misa cantada en la
capilla del colegio, y la capilla de San Bartolomé del claustro de la Catedral,
enterramiento del fundador. Dos veces, por lo menos, al año, estaban obligados a
confesarse todos los moradores del colegio. San Juan de Sahagún ingreso en el
Colegio de San Bartolomé. La gloria del colegio de San Bartolomé acrecentada
por el brillo de santidad de San Juan de Sahagún. Juan de Sahagún santificó los
recintos del memorable colegio, en el cual, de creer a las tradiciones
consignadas en las historias, aparecieron las primeras ráfagas de las
demostraciones maravillosas con que suele Dios esclarecer la virtud de sus
siervos.
Así lo recogen los Anales del
Colegio: “Juan de Sahagún, canonista, fue electo en esta santa casa año de 1450
en 25 de Enero. Fue Capellán de dentro: Y aunque los Capellanes de dentro ni
fuera no se acostumbran escribir en esta crónica de los colegiales, pero este
varón de Dios, por su santidad fue cosa conveniente y razonable que fuera
escrito en este Colegio; porque éste es aquél verdadero israelita, en el cual
no se halló engaño, quien por su bondad y honestidad de su vida y por la
entereza de sus costumbres fue elegido por Capellán de adentro”. Tantos y tan
ilustres nombres salieron del colegio de San Bartolomé, que hubo época en que
los altos destinos de la nación estaban ocupados a la vez por tan renombrados
colegiales, de donde vino la frase: Todo el mundo está lleno de “Bartolos o Bartolomicos”.
El celo de la predicación
obliga a San Juan a salir del colegio de San Bartolomé. No tenemos averiguado
el tiempo que el fervoroso capellán santificó con su estancia el colegio
fundado por D. Diego de Anaya. Los antiguos escritores estampan solamente la
frase de que le habitó por algún tiempo; y los encargados de perpetuar las
glorias del ilustre colegio confiesan su ignorancia respecto de los años de su
capellanía, conjeturando el Marqués de Alventos que no debió de cumplir el
espacio de cuatro años, sino tres á lo más.
El santo capellán se daba con
creciente fervor al cumplimiento de su ministerio; frecuentaba las aulas de la
Universidad siempre con aprovechamiento notable; pero otra solicitud además y
viva ansia entretenía su pensamiento y dominaba su espíritu. El fuego aquel de
la discordia, de que tiene conocimiento el lector, no había manera de
extinguirlo entre las familias rivales de la ciudad, y cada día se lamentaban
más sensibles desgracias de uno y otro bando. Con insistencia incansable
predicaba en una y otra iglesia, y a las veces en las calles y las plazas,
combatiendo los desmanes y ensañamientos del rencor, y convidando.
Predicador tan celoso é
intrépido había de atraerse los enconos de los ruines corazones. Y en manera
alguna consentía el Santo que las iras condensadas contra su persona turbaran
la tranquilidad del colegio, ni menos perjudicaran los altos intereses de fundación
tan provechosa. Por otra parte, una vez dedicado a la predicación, habría de
ser molesto a sus Rectores y la comunidad por las salidas del colegio, y acaso
también por los socios que habían de acompañarle. En tan apurado trance,
sacrificó su descanso y bienestar por el nombre del colegio, y más todavía por
la paz y sosiego público, y se despidió de aquel su venerado superior y
queridos compañeros, de su santa capilla y adorados altares tan exquisitamente
cuidados, y su rinconcito inolvidable de oración y estudio.
Juan se matriculó en Teología en la Universidad,
cursando estudios durante cuatro años, compartiendo estos estudios con las
cocinas fregando y lavando platos en el Colegio de los Agustinos, acabó sus
estudios y siendo ya Doctor seguía desarrollando esta labor que lejos de
avergonzarle le ensalzaba a lo que otros sacerdotes y novicios le imitaban. Todo
el trabajo lo hacía con humildad, penitencia y paciencia expresando su rostro
un gran regocijo en lo que hacía. A pesar de estar totalmente inmóvil rezando
en la misma postura durante largo tiempo.
5.
UN HECHO QUE LE
CAMBIO LA VIDA
Dejado el colegio de San Bartolomé, se
retiró el Santo a la casa de un virtuoso canónigo llamado Pedro Sánchez.
Atacado de una grave enfermedad, hace voto de entrar en religión.
La vida de austeridad y recogimiento
del Santo quizás fuese motivo de engendrarle una dolencia de las más penosas,
así al espíritu como a la carne; la enfermedad podría ser un cólico miserere o peritonitis o cólico
nefrítico llamado mal de piedra. Trascurría su vida orando y dando sermones siendo un
magnifico predicador y escribiendo algunas obras y disertaciones hasta que un
día al acostarse sintió leves molestias, y al poco empezó a sentirse enfermo.
Le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había
más remedio que hacerle una difícil operación quirúrgica (muy riesgosa con los
métodos tan primarios de ese tiempo). Los doctores que le asistieron,
declararon a sus superiores que tenía una dolencia desconocida que no acertaban
a diagnosticar, esta dolencia le apartó de sus quehaceres y de las calles que
tanto gustaba dejándole postrado en cama.
La asistían los médicos Medina y Recio
el viejo, de fama y renombre; quienes, llegados al horrible trance de verle
morir en el más angustioso tormento, le propusieron la resolución consabida,
que aunque de escasa probabilidad parecía la única manera de salvarle. Se había abrazado a aquella cruz el Santo con toda resignación; y para aumento ele su
dolor, permitió Dios que le atormentara la idea de si sería digno de amor u
odio; conviene a saber, si gozaría de la anhelada gracia santificante, o si,
por el contrario, estaría privado de la amistad divina. Volvió los ojos al
cielo y durante el ascenso de su enfermedad pidió consuelos a la religión,
sacando de la fuente de los sacramentos y las exhortaciones del sacerdote el
alivio de la paciencia en el sufrimiento; pero ni la pena se acababa, ni la
idea atormentadora se trocaba en dulce esperanza y deseo vivo de comparecer en
la divina presencia.
Antes por lo mismo y efecto del amargo pensamiento, cobró
miedo y horror a la muerte; y se atrevió a pedir a Dios le esperase y
concediese la vida, para emplearla toda en su servicia, y disponerse de tal
arte y con obras más meritorias a presentarse en su juicio. E hizo voto de que
la vida que había de llevar en lo de adelante, si sanaba, sería la vida de
perfección cristiana, entrando en religión. San Juan rezó y rezó prometiendo a Dios si sanara
redoblar sus esfuerzos en la fe y consagraría su vida como religioso agustino,
lo cuenta él mismo: "lo que pasó aquella noche entre Dios y mi alma El
solo lo sabe y luego, a la mañana, me fui al convento de San Agustín, alumbrado
por el Espíritu Santo y pedí recibir este hábito".
El Santo recibió el beneficio de la
salud como una nueva vida y más largo plazo que el Señor le dispensaba para
aumento de merecimientos; y después de deshacerse en acciones de gratitud, se
la consagró toda entera para su más perfecto servicio. Y adoraba, sumamente
reconocido, los secretos juicios de Dios, y se detenía una y otra vez pensando
en ellos, ponderando cómo de su temor a la muerte, le había infundido alientos
para prometer la vida religiosa, y le había descubierto más amplio campo de
perfección en que ejercitarse; desnudándose, no ya sólo de las afecciones
mundanas, como apego a las riquezas, anhelo de dignidades, regalo de los
deleites, de lo cual tan apartado vivía; sino hasta de la iniciativa, la
elección y gusto en las obras espirituales, que es el holocausto más acabado,
y, por tanto, más agradable a los ojos de Dios. Cierto, que no se puede pasar
adelante sin admirar las trazas de la Providencia, que llenó de angustia y
temor santo el alma de su siervo, para entrarle luego en un ambiente de luz y
serenidad. Sin tan recio golpe, e impulso juntamente hacia la altura de la
perfección cristiana, fuera verosímil que el Santo considerase como sobrado
campo de su celo y su virtud, vivir según sus propias inspiraciones, pollo
mismo que realmente eran todas buenas y excelentes.
La casa donde el Santo padeció la
horrible enfermedad está en la calle Traviesa, y desde donde salió para el
retiro del claustro, se señala todavía en Salamanca, y se ve adornada con una
imagen suya, que en cierto tiempo se rodea de luces, casi enfrente de la
Universidad, y una casa antes de llegar al patio de las escuelas menores desde
las iglesias de la Clerecía y San Isidoro.
Sano ya de su enfermedad, y no sabemos
si mientras se restablecía por completo, o andaba los pasos de cumplir su voto
y meditaba dónde realizarle, le ocurrió hallarse con un pobre en suma desnudez,
qué le pidió vestido con que cubrirse. Viva impresión causó al Santo la
desnudez y desamparo del pobre, y, dispuesto a remediarle y darle su vestido
propio, dudó si le daría el pardillo de entre semana, o el azul de día de
fiesta. Pero al fin, recordando que la caridad hecha a los pobres la toma
Jesucristo como hecha a él mismo, dijo para sí: a Dios se le ofrece siempre lo
mejor. Y entregó al pobre su vestido de fiesta.
Juan recuperó plenamente la salud y entró a formar
parte activa en la Comunidad de Religiosos Agustinos. Era el 18 de junio de
1463 fecha que adopta el nombre de Fray Juan de Sahagún. Dios así le concedió
la salud y Juan entró de religioso agustino como había prometido.
6.
ENTRADA COMO RELIGIOSO EN LA ORDEN DE LOS AGUSTINOS
Viste San Juan el hábito religioso en
el convento de Agustinos de Salamanca (1463). ¿Qué razones movieron a San Juan
para elegir el instituto y convento de San Agustín de Salamanca? No será
difícil conjeturarlo, teniendo presente la fama de santidad de que gozaba aquel
venerando convento, debido a la observancia rigurosa dulcemente hermanada con
el cultivo de las letras. La mortífera peste de mediados del S. XIV, arrebató la
vida de la mayor parte de los religiosos, y al hallarse los sobrevivientes sin
brazos para largas atenciones, sin guías apenas ni maestros, aflojaron en el
rigor de las prácticas religiosas, hasta reponerse de tanta pérdida bien
entrado el S. XV favorecidos de la mano de Dios, que les mandó sus santos
reformadores. El convento de los agustinos tenía el sobrenombre del “Convento
de los Santos”, con el cual fue siempre conocido en la Historia. Tal atractivo
y eficacia ejerció el buen ejemplo del retiro de los santos, que le siguieron
los pasos los conventos de Dueñas y Las Arenas, e inmediatamente el renombrado
de Salamanca.
El convento de Agustinos de Salamanca
resplandecía entonces entre los fervores de la reforma, habiéndole ocurrido
que, por consagrarse con todo afán a la práctica de la virtud. La virtud y el
estudio habían sido el imán de Juan de Sahagún todo el curso de su vida, y allí
donde los veía resplandecer en fraternal concordia, se inclinó su corazón, para
rendirse y consagrarse a su servicio. El Venerable Padre Fray Juan de Salamanca,
por largos períodos Superior del convento, a quien debía de conocer y estimar
grandemente el santo predicador, tuvo la dicha de imponerle el hábito el 18 de
Junio de 1463. Sobre treinta y tres años contaría Juan de Sahagún, llenos de
merecimientos, gastados, como sabe el lector, en larga carrera de estudios y
predicaciones, de renuncia de beneficios y dignidades, cuando doblaba su cuello
al yugo de la obediencia y la humildad, y debía reputarse como el más ignaro
aprendiz en los ejercicios religiosos, para solamente escuchar y practicar los
que su Maestro señalare. Tuvo en buena suerte por guía espiritual al
discretísimo Padre Fray Juan de Arenas.
En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en
obediencia y en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos. El
convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero
desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. De Fray
Juan sabemos las vigilias fatigosas y prolongados ayunos y tanta oculta aunque
discreta manera de penitencia y mortificación, a que el Santo estaría dedicado
en este tiempo de su noviciado y prueba. Y para sus años, para sus méritos y
estado de sacerdote, no era la más desabrida é ingrata labor el ejercicio de la
oración o el estudio, ni aun el ayuno y otros géneros de asperezas: en el
sacrificio del amor propio y el rendimiento del juicio, en muchas maneras de
humillaciones es donde se esconde la piedra de toque de los verdaderos
noviciados.
De los rasgos y ejercicios admirables
de virtud, que el santo novicio practicó indudablemente durante su prueba
religiosa, apenas existe memoria; sólo campeó y ha descollado una
circunstancia, rara por cierto, pero que habla por todas las que se olvidaron.
Cuatro compañeros tuvo en el noviciado, oscuros por de pronto y de escasa edad;
y teniendo necesidad de emplear a los novicios en servicio de la casa, tocó al
famoso predicador y bachiller Sahagún, el humilde oficio de refitolero.
Conviene resaltar un hecho que quedó grabado en la
memoria de todos. En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer
corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor, lo hacía todo con gran
humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad, y
todavía se conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco de
vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino. Cuentan que la vasija que aún
se conserva, tenía que rellenarla en la cocina pero Juan sirvió a muchos
comensales sin que se agotara el vino, dándose cuenta los presentes quedaron
maravillados.
En el convento de los Reverendos Padres Agustinos en
Salamanca el reconocimiento de la comunidad se hizo patente. Juan de Sahagún
era muy elocuente y sus sermones y homilías causaban honda impresión en los
feligreses y novicios. El santo novicio, más por el milagro de sus
virtudes que por el prodigio del aumento del vino, fue admitido a la profesión
solemne, la cual fue rubricada de su mano en presencia del venerable P. Juan de
Salamanca en el día del Santo Patriarca 28 de Agosto de 1464, quedando
incorporado a ]a Orden Agustiniana de modo tan estrecho e irrevocable. Extraña a
sus biógrafos no profesara el Santo al año del noviciado, cuando parece
disfrutó de buena salud; pero como sucede ahora con frecuencia, bien pudo
dilatarse por solo devoción y respeto al Santo Patriarca, una vez que se eligió
para su profesión el día de San Agustín.
7.
SUS RASGOS MÁS DESTACADOS
El santo novicio ganó así el afecto de
todos los religiosos, lo que acompañado del adelanto en sus años, su estado
sacerdotal y títulos en las letras, hacían que siendo todavía novicio, según
escribe el Venerable Padre Sevilla, fuese tan grato a todos que le miraban como
Padre y como su propio Prelado.
Cimentado en profunda humildad y
ardiendo su corazón en las llamas de la caridad más viva; dotado además de
clara inteligencia y natural suave, perseveró siempre en la conversación y
trato con religiosos y seglares, siendo muy grato a todos. Apenas entendía que
había sido pesado o enojoso a algún hermano, luego se hincaba de rodillas y le
pedía perdón; y no se levantaba del suelo mientras no oyese palabras de paz y
contento, ni se retiraba de su presencia mientras no viese su rostro bañado de
nuevo de alegría.
Si por el contrario acaecía que
trataban de probarle la paciencia, o por cualquier motivo dirigían a él
palabras mortificantes y desabridas, nunca se descomponía ni alteraba, ni
manifestaba desagrado por ello, hasta hacía empeño entonces en mostrar cara más
jovial, y decir palabras más cariñosas y placenteras: «no se hallará persona
que de él diga que le vio alterado é mostrar una sola impaciencia, asegura el
P. Sevilla. Mantenía agradablemente la conversación con los religiosos de entendimiento
agudo y discreto, y gozaba en las pláticas espirituales de sencillez y
franqueza, sintiendo fuerte repugnancia y horror a toda afectación y disimulo, a
las palabras ambiguas y políticas de estudiada y mentirosa forma: lo espontáneo
e ingenioso, lo recto y noble aunque sencillo y modesto, encaminado al bien y
la caridad fraterna, era el embeleso de su alma, bien intencionada siempre,
ingenua y bondadosa.
Juan de Sahagún acrecentaba su fama, estudiaba la
Biblia y trasmitía sus conclusiones, rezaba horas y horas y daba sermones en
cualquier parte, la gente se embobaba embelesada y aquellos que no llevaban una
vida ordenada y no tenían un comportamiento adecuado cambiaban de actitud al
escucharle. En realidad, era un hombre carismático, amable, visitaba enfermos,
unía las familias desarraigadas, asistía a los moribundos y ayudaba a los
pobres.
En la confesión adquirió fama de santidad, no entendía
la hipocresía de aquellas adulteras que se confesaba para que las vieran y
luego pecaban. San Juan les daba charlas y reprimendas, pero con su cariñosa
actitud la gente quedaba prendada y salían con el propósito de enmendar sus
vidas y reformar sus vicios, tal era que los hombres abandonaban sus amantes, y
volvían a sus casas con sus mujeres.
Sus homilías eran muy largas y gustaba de recrearse
pues veía a Dios en sus Eucaristías. Celebraba la Eucaristía con verdadera
unción y devoción. La gente acudía cuando daba misa y se agolpaba para
escucharle. San Juan fue verdaderamente un exponente de santidad.
Los biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una
gran amabilidad con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y muy amigo de
dedicar largos ratos a la oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían:
"parece un ángel". El estudio que más le agradaba era el de la
Sagrada Biblia, para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces
gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias
desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.
Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy
rígido con los que no querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar,
sin tener propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó a muchos
que estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con
él era empezar a enmendarse.
Otro defecto que le criticaban sus superiores era que
tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa. Pero para ello había una
explicación: y es que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía
y al verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de
proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas
porque les parecían más fervorosas que las de otros sacerdotes.
San Juan de Sahagún predicaba muy fuerte contra los ricos
que explotan a los pobres. Y una vez un rico, amargado por estas predicaciones,
pagó a dos delincuentes para que atalayaran al santo y le dieran una paliza.
Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no fueron
capaces de mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había
invadido un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo. En un
pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a
los campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron volver a
predicar en ese pueblo.
8.
SU PÚBLICO Y SUS PREFERIDOS
Son muchas las heroicas muestras de su
paciencia, de que tiene tan abundantes testimonios en las calles y plazas, en
las iglesias y hospitales, en las cárceles y las humildes casas de las viudas y
los huérfanos, así como en los palacios de los magnates. Para mantener la moral
y las buenas costumbres no ahorró esfuerzo a en denunciar los excesos y abusos
de los poderosos defendiendo a la gente humilde.
Existía por aquellos tiempos la detestable
costumbre de presentarse las mujeres con vestidos muy escotados, causando
tamaña desenvoltura grandes escándalos, y ocasión de ruina a buen número de
almas. Los siervos de Dios sentían esta profanidad a la par de muerte, y con abundantes
lágrimas suplicaban al cielo el remedio de tanto daño. Encendido en el deseo de
estirpar tan livianos trajes, predicaba oportuna e importunamente contra ellos;
pero como la fuerza de la costumbre parecía una cadena insuperable, que
arrastra a todos y muy especialmente a las doncellas, por no aparecer
singulares y ridículas, los esfuerzos de los predicadores se estrellaban en la
vanidad y escasa resolución de las mujeres.
Con el celo santo que ardía en el pecho del
apóstol de Salamanca, y el amor acendrado que profesaba a la pureza, puso a las
claras, y en abultado relieve, la liviandad que aquellos escotes demostraban, y
las conquistas que el infierno conseguía de la impudencia de unas damas
católicas. Burlándose dos mujeres de la predicación del venerable Padre,
acostumbradas a oírle, no con la mira de su provecho espiritual, sino por
esparcimiento y recreo, se encaminaron al sermón diciendo: "vamos a oír las
chocarrerías de Fray Juan".
No se limitaba a exhortar a la paz y suavidad
de trato con nuestros prójimos, a los caballeros y principales de la ciudad de
Salamanca. Importaba mucho al celoso agustino reducir a costumbres cristianas y
pacificas a todos los comarcanos; y así tan pronto dejaba oír su fervorosa
predicación dentro del recinto de Salamanca.
Entre todos los sucesos más sobresaliente y
admirable es el ocurrido con el primer Duque de Alba. Tenía tanta audacia en su
predicación, que tenía, y osaba decir la verdad en los tiempos y lugares que
convenia, y guardando las circunstancias que conviene a los Predicadores, en
tal manera que no temía muerte, ni amenazas, ni otro peligro alguno. En su
predicación arremetía contra los Señores que tenían vasallos, y eran obligados a
restituciones, y sustentaban, y favorecían, y defendían los malos hombres, y
molestaban a sus vasallos, y tiranizaban, y los robaban, y así sustentaban los bandos.
Una predicación en donde expuso los abusos del Duque
de Alba produjo gran alboroto. Salió el Duque con los Caballeros a hablar a
las vistas de su casa, o corredores, que salen sobre el río de Tormes; estando
allí delante todos los Caballeros y gentes, que le acompañaban, mandó llamar al
bendito Padre Fray Juan de Sahagún. El cual puesto delante del Señor Duque, le dijo
delante de todos: Padre, bien habéis dado licencia a vuestra lengua, y habéis tenido
en vuestra predicación un trato descortés; él le dijo muchas palabras enojosas,
y con mucha indignación; en tal manera, que me certificaron los Caballeros que estaba
con tanto enojo que le veían lanzar espumas por la boca, y andar paseando por
los corredores y temieron que lo lanzara por los corredores abajo, y lo
despeñara.
Entre todas las palabras, que el Duque habló
al Padre Fray Juan de Sahagún, le dijo estas palabras formales. Ahora pues Padre
no tenéis rienda en vuestro hablar, ni castigáis vuestra lengua, no será mucho
que os castiguen cuando menos penséis en los caminos. Dichas estas palabras,
según dijeron los Caballeros el Padre Fray Juan de Sahagún, antes que más
hablase, respondió al Duque casi por modo de pregunta, casi como quien
pregunta: ¿Señor, quien me ha de salir al camino? Yo os prometo que con este
Breviario yo le dé tantos golpes que él tenga por bien de librarse de mis
manos. Cuenta la tradición que el Duque mandó a dos escuderos que le
aprendiesen por el camino, pero fray Juan levantó el libro de oraciones y con
él desarmó a los atacantes.
Cuando el Duque cayó enfermo el mismo Fray
Juan fue a verle a tratar de reconciliarle: Señor, le diré porqué subo en el
pulpito, o porque me pongo a predicar. ¿Qué es lo que cree, por decir la
verdad, o por decir lisonjas, é complacer a los oyentes? Sepa vuestra señoría
que al predicador conviene hablar la verdad, é morir por ella, y reprender los
vicios, ensalzar las virtudes. Y diciendo estas palabras y otras muchas en
favor de la predicación, se despidió del Duque en la mejor forma que pudo. Fue su
compañero, Pedro de Monroy, pariente de los Monroyes de Salamanca, quien dijo
que después de su visita que el Duque sanó cuando Fray Juan le perdonó.
Su conducta acabó por hacer mella en el Duque
que luego se fue para él, é se hincó de rodillas delante de él, y con lágrimas
le demandó perdón, le rogó que rogase a Dios por él; y culpándose mucho, y
arrepintiéndose de su culpa, se propuso enmendar, luego le rogó muy
afectuosamente, que en adelante tomase cargo de predicar, y reprendiera de las
culpas, y males, y les pusiera en el camino de salvación.
No obstante, sus preferidos eran los huérfanos, los
enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos recogía limosnas y buscaba
albergues o asilos. A las muchachas en peligro les conseguía familias dignas
que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran. Su caridad era ferviente y
no cesaba de predicar la paz y reconciliar las familias desavenidas, reduciendo
por la eficacia de sus exhortaciones hoy un caballero, mañana una casa entera, e
insistiendo constante en sus penitencias y oraciones, para aplacar la ira del
Señor y atraer sus misericordias hacia este pueblo desgarrado. La fama de sus
prodigios daba una fuerza incontrastable a sus palabras, y los pechos más duros
se iban rindiendo al poder maravilloso del divino mensajero.
Pero aún por otro lado ejercía avasallador ascendiente
en todos los corazones. Era su pecho horno encendido de caridad; y como las
llamas del fuego material todo lo invaden, a todo acometen, hasta calcinar las
piedras y derretir los metales; así también los anhelos ardorosos de la caridad
se extienden a cuanto se les acerca y avecina. El venerable agustino era el
padre de los huérfanos, consuelo de las viudas, alivio de los enfermos,
consejero de los atribulados y remedio de todos los pobres.
Cuando fue Prior del convento podía ejercitar
largas obras de caridad. Mas terminado su trienio, no desamparó a sus
desvalidos. En verdad, declara el Padre Sevilla, que su oficio no era otro sino
«visitar a las personas viudas, y menesterosas, y a los enfermos, y a los que
padecían menguas y aflicciones, a los cuales consolaba con palabras muy dulces y
sabrosas, y andaba por la ciudad importunando a los que podían que les hicieran
limosnas , y así los remediaba en sus necesidades y menguas y aflicciones.
En las fiestas y domingos visitaba los
hospitales y las casas de los pobres; y con tal candor y naturalidad, observa
el Cardenal Antoniani, practicaba todo este numeroso linaje de obras piadosas,
que aun en su rostro y porte exterior resplandecía la pureza y rectitud de
miras, sin que a nadie pudiera ocurrir se afanaba el Santo más que por la
gloria de Dios y el aprovechamiento de los prójimos. Cuantas veces predicaba en
la iglesia de San Lázaro. que estaba a las puertas del río y cercana a las
casas de mancebía, lo cual debía ser con frecuencia, las llamaba a sus
sermones, y hacía que los Gobernadores le presentasen a las rebeldes.
9. SU LABOR DE PACIFICADOR EN LA LUCHA DE
LOS BANDOS
El tiempo de San Juan de Sahagún fue un tiempo de
fuertes enfrentamientos. Trascurría el tiempo de la boda de Isabel de Castilla
con Fernando de Aragón. La coronación de Isabel como reina de Castilla no tuvo
aceptación general. Hubo nobles y ciudades castellanas que no la acataron. Para
ellos la heredera legítima era Juana la Beltraneja. En Salamanca, las familias
del Bando de Santo Tomé se decantaron por Juana y las de San Benito se
encuadraron en el partido isabelino. La situación de Salamanca , tan próxima a
la frontera con Portugal pedía la pacificación de los bandos. Isabel y Fernando
la subrayaron como una de las prioridades. San Juan de Sahagún se levantaría
como el pacificador de los Bandos. Pasemos a describir los hechos.
¿Quién podía imaginar que mientras San Juan de Sahagún
se daba a la oración y ejercicios de la humildad, aunque no resonase en los
templos su voz vibrante, tal huracán de odios y volcanes de ira y venganza
habían de estallar en la estudiosa Salamanca?
Pasamos a relatar uno de los hechos que ocurrieron
que levantó la lucha de los bandos. El origen de este
enfrentamiento, aparte de que existieran previamente rencillas de menor calado
entre las familias pudientes, ocurrió en el año 1464 o 1465. En el juego de
pelota hubo una disputa entre los hermanos Manzano y el hijo menor de los
Enríquez, hijo de María Rodríguez de Monroy, entonces ya viuda de Enrique Enríquez de Sevilla. La
discusión se enzarzó y los Manzano mataron al hijo de María; temiendo la
venganza del hermano mayor, lo esperaron escondidos y le dieron muerte también,
huyendo de la ciudad. Al enterarse del suceso, la madre de estos, acompañada de
20 hombres de armas, persiguió a los asesinos de sus hijos hasta encontrarlos
en una posada cerca de la ciudad de Viseu en Portugal. Allí sus hombres
rodearon la casa, los prendieron y los ejecutaron. María mandó que les
decapitasen después de muertos y regresó a su casa con las cabezas, que
depositó en las tumbas de sus hijos enterrados en la iglesia de santo Tomé,
hechos que la hicieron acreedora del sobrenombre de Doña María la Brava.
Las familias nobles de la ciudad entonces se
dividieron en dos Bandos: uno era el bando de Santo Tomé, que encabezaban los
Enríquez y, por tanto, María la Brava, llamado así por
la iglesia de Santo Tomé (hoy desaparecida) que estaba frente a la casa de los
Enríquez (conocida ahora como casa de doña María la Brava), en la actual plaza de los Bandos. El bando contrario era el de San Benito (la iglesia
que le dio nombre aún existe). La plaza del Corrillo separaba las zonas de ambos y se fue
convirtiendo en tierra de nadie, que ningún transeúnte se atrevía a cruzar; por
esa razón crecía la hierba y se llamó el Corrillo de la Hierba.
A Doña María la Brava se le abrió un
camino muy hondo, que salvaría luego con la penitencia y las lágrimas, que
según la historia no derramó por sus hijos; en cambio corrieron enrojecidos
torrentes, y los linajes ilustres y acaudalados de Salamanca, quedaron
separados unos de otros por un ancho reguero de sangre.
El drama sangriento que había puesto
espanto en toda la comarca, hubo de conmover hondamente a todos los sacerdotes
y personas piadosas, cuanto más a los religiosos; pero donde resonó más viva y
lastimosamente fue en el alma de Juan de Sahagún, el elegido por Dios para
detener los ímpetus de aquellas discordias. Debía él sentirse aguijoneado y
movido por fuerza secreta; más consideró como llamamiento más claro y seguro el
que los superiores, descargándole de otra tarea, le señalaran la penosa y ardua
de la predicación, como campo principal de su celo y su observancia. Otras
veces, con palabras de suavidad y ternura con lágrimas del corazón, rogaba a
los principales caballeros perdonasen a sus contrarios, y reconciliaba las
familias, gastando el día entero, sin acordarse devolver a casa, ni aun para
tomar alimento; lo que presumo liaría años adelante, en tiempo, sobre' todo,
como habrá ocasión de observar, en que ejercía el cargo de Prior.
Por aquella época los dos partidos rivales en el
Consistorio Municipal, los líderes de ambos se despedazaban verbal y
públicamente y representaban cada uno a distintas familias y linajes. Estas
disputas traían muertes, venganzas y rencores.
La Salamanca del
siglo XV era una ciudad sin ley. Las reglas se imponían a golpe de espada.
Mientras el pueblo llano centraba sus esfuerzos en sobrevivir, la nobleza
salmantina se aliaba en dos bandos enfrentados. El bando de santo Tomé (en
torno a la plazuela de los Bandos, antigua plaza de santo Tomé) y el bando de
san Benito. La rivalidad se cimentaba en desencuentros políticos y de reparto
de posiciones de poder en la ciudad. Eran habituales combates, muertes, y
emboscadas. Este ambiente de guerrillas empapó la arquitectura de la época:
palacios fortificados, ventanas escasas y protegidas, y torres defensivas. El
territorio de uno y otro bando lo marcaba el Corrillo, que en aquella época se
conocía como el Corrillo de la Hierba. Era tan peligroso traspasar ese límite,
que la hierba crecía a sus anchas en la zona sin que nadie se atreviera a poner
un pie sobre ella.
Fray Juan de Sahagún se hace
famoso enseguida. Su oratoria atrae a gentes de todas clases a los sermones de
sus misas. Es corriente escuchar decir a los salmantinos de entonces: “Vamos a
oír al fraile gracioso”. Pero fray Juan no solo hace gala de sentido del humor,
también critica sin piedad, reprocha, y exhorta a la Nobleza a detener la
escalada violenta que despliegan por la ciudad. Los nobles intentan silenciar
con amenazas al fraile. Pero lejos de acobardarse, fray Juan lleva su actitud
crítica más allá de los púlpitos hasta las mismas puertas de las casas de los
nobles. Estorbando incluso físicamente enfrentamientos y evitando así algunas
muertes.
Juan era un predicador muy elocuente y sus sermones
empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se
atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró
que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un pacto de paz, y
se acabaron la violencia y los insultos.
Al enterarse San Juan de Sahagún de las contiendas
entre los dos “Bandos”, hablo con ellos, les expuso la forma de vivir, la poca
importancia de los bienes terrenales, la importancia del alma y del amor, a lo
que ambos discrepantes se acongojaron viendo su mirada limpia y serena y
arrepentidos abrazaron siendo un preámbulo de amistad y respeto. Aquellas
familias entre los que contaban los Maldonados, Gil, González, Anayas,
Acebedos, Nietos, Arias, Lozano, y otras relevantes firmaron un documento
público, que avalaba la paz entre todos dando fín a las disputas. Para prueba y
reconocimiento histórico existe la Plaza de la Concordia en Salamanca donde se
firmó este acuerdo.
Fray Juan hace gala además de
una enorme intuición profética que utiliza para intentar reconducir la
violencia de la Salamanca nobiliaria. No hemos encontrado datos de las
profecías que al respecto realizó el santo, pero seguramente fueron
amedrentando a los nobles y convenciéndoles de que el fraile tenía más poder
del que imaginaban. Entre los hechos asombrosos que se atribuyen al fraile,
corre de boca en boca por toda Salamanca que al salir de la iglesia de san
Martín, dos hombres se han ido hacia él con el encargo de apalearlo. Nada más
blandir los palos, los brazos de ambos se han quedado paralizados y al instante
se han visto atacados de convulsiones que les recorrían el cuerpo.
Arrepentidos, pero sobre todo aterrados, han implorado perdón al fraile y ya
recuperados han huido a lo más oculto de sus casas.
Fueron luchas internas que aterrorizaron a los
habitantes y que contribuyeron en gran parte a que Salamanca no pudiera
prosperar durante bastantes años. Familias como los Enríquez, Solís, Maldonado
y Manzano, más sus seguidores, continuaron una verdadera guerra de venganzas,
con duelos y encontronazos por las calles de la ciudad.
Estos enfrentamientos se prolongaron durante más de
una década desde el episodio protagonizado por los Manzano y los Enríquez. A lo
largo de esos años, el predicador agustino Juan de Sahagún trató por
todos los medios de conseguir la concordia y consiguió, por fin, que los bandos
firmaran un pacto de paz y de concordia el último día de septiembre de 1476. El acontecimiento
tuvo lugar en una casa de la calle de San Pablo , que a partir de aquel momento
pasó a llamarse casa de la Concordia. Firmaron entre otros
representantes de las familias de apellidos ilustres, los Maldonado, Acebedo,
Nieto, Anaya, Enríquez, etc. También la plaza que había frente a la casa pasó a
llamarse plaza de la Concordia.
Con la mediación de fray Juan
se alcanzó la concordia de los bandos. El documento se firmó en el número 84 de
la calle de san Pablo. En la entonces conocida como Casa de las Batallas, que
paso a denominarse Casa de la Concordia.
Diez años después de los sangrientos sucesos ocurridos
con Dª María la Brava, tiempo en
que la paz del sepulcro se impuso a esta señora, y crecido número de amigos y
rivales, y el ardor de los antiguos mancebos se cambiaba en madurez de juicio;
y era llegada la hora de recoger el fruto de las lágrimas y penitencias, de las
suplicas y las predicaciones , de los viajes y desvelos, de las persecuciones y
de las injurias, de los rasgos heroicos de caridad y el brillo deslumbrador de
los milagros de un varón y mensajero de Dios, consagró enteramente a la dicha y
pacificación de Salamanca uno un caballero, ya no una ilustre familia, sino
grupos de ellos, en nombre y representación de los contrarios bandos, invocando
a Dios y interponiendo el juramento, darán testimonio público de su concordia;
y abrirán la era de paz para este pueblo, que es al propio tiempo la era de su
grandeza y renombre.
Los Bandos firmaron un pacto y repiten de nuevo el
juramento, y fechan la escritura a finales de Septiembre. Firman los
Maldonados, Acebedos, Nietos, Anayas, Arias, Enríquez y otros apellidos
ilustres, hasta veintidós: entre ellos el Dean y el Arcediano de Caniaces, la
mayor parte del bando de San Benito. En Salamanca se enseña la casa, donde
opinan algunos autores que se establecieron y juraron estas paces de los
bandos; y fue al cabo de la calle de San Pablo, y salida de la ciudad, en la
vivienda del guerrero Alvaro de Paz, Dean de Salamanca; la cual cedió al
Cabildo, y fue llamada en antiguos documentos Casa de las Batallas, que hoy ha
dado en llamarse Casa de la Concordia. En 1873 hubo de reedificarse la fachada,
para ensanchar la calle; y se conservó con todo esmero cuanto de notable
mantenía, que era el plateresco arco adintelado de una ventana con el escudo de
los Paces, y el arco de la puerta principal, donde se lee esta antigua
inscripción: Ira odium, general, concordia nutrit amorem.
10. SU ESFUEZO
POR LA RECONCILIACION Y LA JUSTICIA SOCIAL
Fray Juan hizo suya la labor de restauración del
declive moral de la ciudad poniendo fin a las violencias, robos, usurpaciones,
agresiones y abusos generalmente que provenían de las clases nobles. Uno de sus
enfrentamientos más sonados lo mantuvo como hemos contado con el Duque de Alba,
García Álvarez de Toledo, y su aristocrática clientela, que asaltaban pueblos y
robaban el ganado a los campesinos.
La distribución de la pobreza y la riqueza le
preocupaba, los maestros albañiles pagaban mal y tarde a los obreros y los
terratenientes tenían brazos a cambio de jergón en chozos y unas migajas de
pan, tal campaña hizo que en los pueblos latifundistas donde gobernaba un noble
o señor no le dejan entrar y cuentan que un terrateniente envió dos mocetones
para que pegaran una buena paliza a nuestro Santo. Estos, envalentonados por
tan fácil trabajo de pegar a un cura, le emboscaron a lo que Juan les miró
sonriente, en su mirada había un calor y tanto afecto que se sintieron
aterrados y fueron incapaces de controlar sus temblores, preguntándoles San
Juan por sus temores, confesaron que le iban a golpear y no pudieron ni mover
un dedo asistidos de un una gran congoja. San Juan los consoló y les ordenó que
se marcharan y enmendaran. Al volver junto a su amo, este se sintió indispuesto
y moribundo mandando llamar al santo para que le perdonara, llegado este de
vuelta el enfermo sanó.
Un hombre que tenía una amante al escuchar los
sermones de San Juan de Sahagún en la en la iglesia de San Blas, decidió
apartarse totalmente de aquella, mala y diabólica mujer la cual despechada
exclamó: "ya verá el tal predicador, yo haré que no termine con vida este
año". y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar.
Las sequías imperaban, el incipiente verano era
asfixiante y llevaba mucho tiempo sin llover, las cosechas se perdían, San Juan
viéndose en brazos de la muerte, dijo que apenas llegara al cielo pediría al
Santo Padre agua para su querida Salamanca, nada más morir empezó una época de
abundantes lluvias que arreglaron las cosechas.
A su muerte dejaba la ciudad de Salamanca
completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovadas de
manera admirable. San Juan dejo dicho : Sepan que si Dios no da herederos, que
es, porque el Señor quiere que lo sean los pobres. Su humanidad será
irrepetible, venerado por Salamanca, sus Artes y su Universidad, muestran
Orgullosas su Patronazgo y le rinden un perpetuo Homenaje. Muchas personas y
vecinos de toda España han seguido los consejos de San Juan y han dejado sus
bienes a los pobres.
11. SU
INTERCESION FRENTE A LA PESTE NEGRA
Fray Juan hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus
oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida del santo, de la
peste negra, que azotaba a otras regiones cercanas. Fray Juan
con sus rezos
rogó al Señor que librara a la ciudad de Salamanca de la peste negra mientras
el viviera, la cual ni apareció por la ciudad en ese tiempo. La peste negra se
difundió por toda Europa. La peste ocasionó una gran hambruna y provocó en la
segunda mitad del S. XIV una gran crisis demográfica. El problema se agravó en
el S. XV con el rebrote de la peste y su inevitable mortandad.
Las congregaciones religiosas como dominicos,
franciscano y agustinos acusaron dicha crisis. El Hospital de Estudio fue
creado por iniciativa del obispo Lope de Barrientos para intentar solventar la
crisis sanitaria. Fue construido donde se encontraba el Midrás, o lugar de
estudio de la Torá de la comunidad judía, en la calle de libreros, al lado del
Patio de Escuelas Menores. Fue puesto bajo la advocación de Santo Tomás de
Aquino y contó con una capacidad de doce camas bajo la supervisión y cuidados
del catedrático de Prima de Medicina. El párroco de San Isidro se encargaba de
administrar los últimos sacramentos a los moribundos. Los pacientes que
fallecían en el Hospital tenían indulgencia plenaria. Hubo otros hospitales el
de la Cruz, fundado por los Hermanos de la penitencia, el de la Misericordia,
el del Rosario vinculados a distintas cofradías.
La peste fue tan mortífera que el legado pontificio
facultó a los clérigos para absolver de toda culpa a los contagiados. Las
explicaciones sobre su aparición fueron fantásticas: Para los astrónomos y
estrelleros se debía a la conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en Piscis, o a
los eclipses. Para los fieles y muchos clérigos era un castigo divino por los
pecados de los hombres; para los científicos se debía a la contaminación y
corrupción del aire y del agua. Par los ignorantes la propagaban los judíos
envenenando las aguas y el aire.
Por aquel entonces creció la devoción a la Virgen de
la Vega y al Cristo de los Milagros también llamado Cristo de las batallas para
que los protegiese de la peste. Hay una leyenda que cuenta que cuando los
judíos se vieron también perseguidos la sinagoga que frecuentaban pasó a
llamarse de la Vera Cruz y muchos se convirtieron. La calle de los perdones
debe su nombre al dominico San Vicente Ferrer. Tras predicar en San Juan de
Bárbalos fue tal la avalancha de judíos que querían convertirse al cristianismo
que tuvieron que habilitar confesionarios en la calle. Tras las predicaciones
de San Vicente Ferrer, los mercedarios fundaron el convento de la Vera Cruz
sobre la sinagoga. Una lápida así lo recuerda: “Esta es la puerta de Dios: por
ella entrarán los justos”.
Dios providente quiso enviar a dos santos a la ciudad.
Uno fue San Vicente Ferrer. El otro San Juan de Sahagún. Las conversiones de San
Vicente Ferrer marcaron el declive de la población judía en la judería, la
aljama, de Salamanca. El santo valenciano consiguió del Rey Juan II que se
separase en diferentes barrios a judíos y moros. Os judíos deberían llevar unos
tabardos con una señal roja y los mudéjares caperuzas verdes con una luna
clara. Gran cantidad de conversos y judíos abandonaron la judería y se
marcharon a vivir a los pueblos de alrededores.
La insalubridad era extrema; el agua potable a la
ciudad la suministraban aguadores con caballerías y carros. Las mujeres
vertedoras recogían las aguas sucias de los hogares nobles en grandes vasijas
de barro y las vertían en los arroyos que cruzaban la ciudad, Santo Domingo y
los Milagros para desaguar finalmente en el Tormes. El resto de vecinos las
arrojaban a las puertas de sus casas al grito de. “Agua va”.
La crisis provocad por la peste negra provocó una
caída de las rentas de la nobleza y de los eclesiásticos. Para evitarlo los
caballeros recurrieron a la violencia con robos de cosechas y usurpaciones de
tierras, especialmente los comunales y ejidos de los pueblos.
La fiebre hemorrágica conocida como tifus
negro, fue una fiebre hemorrágica viral que se extendió por todo el continente Europeo. En
este ambiente de crisis tan profunda fue en el que apareció el gran santo San
Juan de Sahagún que se convertiría en el patrono de la ciudad de Salamanca.
12. SUS MUCHOS
MILAGROS
Fray Juan, cual caballero
andante o héroe del Medievo que viene a ser lo mismo, prestaba su ayuda a
todo el que la solicitara. Era tanta la fama que alcanzó en la ciudad, que su
superior de la orden de los agustinos, ocultando seguramente algo de envidia
bajo la excusa de la discreción, le ordenó que limitara sus actuaciones
espectaculares.
Sus milagros se extendían, no tenía preferencias, los
huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos, eran tan importantes
como los ricos y caciques, amaba a todos por igual y ayudaba a los desvalidos,
desprotegidos y débiles, recogía limosnas y buscaba albergues o asilos a las
lozanas y adolescentes muchachas desprotegidas y en peligro, a las que alojaba
con familias honradas, para que las protegieran y educaran en la fe
Los rasgos de caridad del venerado
agustino, y los prodigios innumerables en favor de los pobres, se han grabado
tan hondamente en el agradecido corazón del pueblo, que forman el asunto y la
materia de las relaciones populares; por lo que son de oír de labios de esta
gente sencilla los estupendos milagros, bautizados con los títulos de las
calles de Salamanca. Cuentan que realizó más de doscientos milagros. Pasamos a relatar entre
ellos los más célebres:
Uno
de los famosos y más renombrados en esta ciudad que
aconteció en el año 1475, es el del Pozo Amarillo,
conforme se intitula la calle donde tuvo lugar. En un ancho y profundo pozo se
había caído un niño, sin que su desolada madre, al advertirlo y asomarse al
brocal, pudiera prestar socorro a aquel pedazo de sus entrañas. San Juan de Sahagún pasó por allí y con ayuda
del cordón de su sotana asomándose al brocal lo alargo al zagal, rogándole que
se asiera. Al no llegar este a alcanzarlo San Juan hizo subir el nivel de agua
hasta que el crío, llorando logró llegar a la boca del pozo y salir mojado y
asustado con gran alegría de su madre, las gentes aplaudían y el Santo se
escabulló entrando en el mercado y poniéndose un cesto a la cabeza para
despistarlos, siendo rodeado de niños que le seguían y este sonriendo estuvo
haciéndoles saltos y burlas, lo que les causo gran regocijo. Acudieron allí diversas gentes, a las
voces de ¡milagro! ¡milagro! y ¡el Santo Fray Juan! la calle era un enjambre de
personas y murmullos. Todos le querían besar el hábito, y en fuerza de tanta
devoción llevárselo también en pedazos y reliquias. Especialmente rompieron á
una todas las lenguas llamándole ¡santo, santo! y clamando sin cesar, y sin
dejarle mover ¡milagro, milagro! convirtiendo el día en fiesta
y bailes. En la actualidad existe una placa conmemorando el milagro.
En otra ocasión caminando por
una calle de Salamanca, San Juan de Sahagún fue alertado por los gritos de la
muchedumbre. El algarabío era por los derrotes de un toro bravo que correteaba
por las calles escapado de su chiquero. El animal embestía a todo aquel que por
allí pasaba San Juan de Sahagún se plantó ante él y le dijo “Tente Necio”
(¡detente necio!), a lo que el toro se quedó manso y no opuso resistencia a su
retorno al corral, cual oveja se tratara. Actualmente,
la calle donde ocurrieron estos hechos recibe el nombre de Tentenecio.
En otra ocasión cierto día que estaba
trabajando un albañil en la construcción de una casa, zozobró en el andamio y
se cayó de él, pero no sin exclamar al mismo tiempo: ¡Válgame Fray Juan! Lo oyó
el Santo, que a la sazón atravesaba aquel sitio, y le contestó, diciendo:
espera un poco, que voy a pedir licencia. Y mientras llegó el bondadoso Padre
con la licencia de su Prelado, el albañil se mantuvo en el aire, bajando
después al suelo suavemente como en palmas de los ángeles. No habrá mujer en la
calle de Pallideras (hoy Padilleros), donde es fama que se obró el milagro, que
ignore el prodigio estupendo, y no lo cuente con abundantes señales a sus
hijos.
Las ayudas que Fray Juan
prestaba a la gente no siempre eran tan espectaculares. Así se cita a un bedel
que se hacía cargo de la librería de la universidad, y al que robaron un libro
de mucho valor. Angustiado porque aquello pudiera costarle el puesto acudió al
fraile. Fray Juan ofició misa y a su término un hombre dejó anónimamente el
libro robado en el altar.
Otro milagro le acaeció con
un bedel de las escuelas de Salamanca, y fue así. Como al bedel (que es oficio
de portero en las Universidades), le pertenecía tener cargo de la librería en
la Universidad de Salamanca, una vez le hurtaron un libro que valía mucho y
temiendo el peligro que le podía venir, fue al Padre Fray Juan de Sahagún, en
quien tenía mucha devoción, y le dijo lo que le había acaecido, y como le
habían hurtado un libro de gran precio. Le pidió que si otro día podría decir
misa por él, para Dios le deparase el libro. El santo varón consolándolo, le
dio buenas esperanzas, y prometió que rogaría a Dios con mucha devoción que lo
sacase de aquel atolladero. Así fue como el día, que el siervo de Dios dijo
misa, llegó uno, y puso en el altar el libro, y se fue. Acabada la misa, dijo
el santo varón al ayudador que tomase aquel libro y lo llevase a la sacristía;
y dio gracias a Dios por la merced que le había hecho en darle vida y salud
para celebrar tan altos misterios, y porque había aparecido el libro. Entonces
envió a llamar al bedel y le dio el libro, por el cual estaba tan congojado.
En otra ocasión se hallaba una
mujer consumida de pena, y devorando en su pecho el desaire e infidelidad de un
hombre, que después de las relaciones entabladas y la promesa formal de tomarla
por esposa, la había desamparado y fue en busca de otra, con la cual se había
unido en matrimonio. Y le pareció a la agraviada mujer que descansaría en su
amargura, manifestándoselo al Santo, y pidiéndole consuelo. No dejaría de
aprovechar el bendito Padre la ocasión para recomendar la amistad con Dios, que
no falta en sus promesas, siendo así que dejamos al Señor tan fiel cumplidor de
su palabra, y hacemos aprecio de las veleidosas y informales criaturas. El
Santo vaticinó a la desconsolada mujer la manera cómo el Señor había de
castigar aquel agravio y ligereza, diciéndole que por sus ojos vería la acción
de Dios por los malos tratos de aquel hombre. Y en efecto así fue, el falso
amante cayó en la dura cautividad de los moros; y después de experimentar la
pesadez de las cadenas y la oscuridad de las mazmorras, con tantos otros malos
tratamientos, cuando fue rescatado de la servidumbre, y respiraba el aire de la
libertad, murió de muerte inesperada y repentina.
La
verdad es que no hay autor, que haya descrito los milagros de San Juan de Sahagún,
que no concluya advirtiendo que no los apunta todos. El primer biógrafo indica:
“Estos, y otros muchos milagros, muy ilustre señor, obró nuestro eterno Dios en
la sepultura del bienaventurado P. Fr. Juan de Sahagún, y por su intercesión;
los cuales se mostrarán en forma que haga fe que en su tiempo debido, sin otros
muchos, é infinitos que se dejaron sin autorizar por culpa del Notario, que no
los asiento luego que los tomó en su registro, y los puso a mal recaudo; los cuales
yo vi por mis propios ojos, y daré fe de ellos cuando me fuere preguntado. De
los cuales muchos de ellos fueron muy maravillosos en los ojos de las gentes”.
El
Beato Alonso de Orozco refiere treinta y cinco milagros que obró nuestro Señor
por el Santo después de su muerte, añadiendo que no relacionaba otros muchos,
ya porque no estaban todos autorizados, ya por no parecer prolijo. El P.
Jerónimo Komán escribe: “pareció que al orden del decir pertenecía hacer
memoria de los muchos milagros que nuestro Señor hizo por este su siervo
después que pasó de este mundo, pues de los que hizo en vida se ha dicho lo que
permite esta mi brevedad; y aunque es verdad que están tomados por testimonio
cuasi doscientos milagros, no haremos tan larga narración de ellos”.
La interpretación que hacen
los biógrafos del santo es que fray Juan prefería vivir en el territorio de la
humillación que en el de la aclamación. Fuera así o no, lo cierto es que el
fraile parece querer borrar de las mentes de los salmantinos la hazaña
realizada. Prefiere asumir una identidad falsa; que la gente le conozca como el
fraile loco antes que, como el fraile santo, o el fraile heroico. Tomás Cámara
y Castro, biógrafo del santo, se hace eco de alguno de ellos y agrega que se dice que, incluso tras su muerte, Fray Juan continuó
obrando milagros en torno a su sepultura, instalada en el convento del que fue
prior.
SU MUERTE MISTERIOSA
Como todo verdadero profeta San Juan
de Sahagún tuvo muchos seguidores y muchos perseguidores. Sus detractores le
mandaron a decir que mirara cómo predicaba y se abstuviera de echarles en cara
sus demasías; pero el Padre comenzaba luego sus sermones, manifestando las
amenazas que le habían dirigido; y advertía, con serenidad y gracia , que no se
molestase nadie con semejantes avisos, los cuales nada le intimidaban ni
detenían; ya porque creía indignos del oficio de predicador a los pusilánimes y
medrosos ante los respetos humanos, ya porque él se holgaría mucho en derramar
su sangre en defensa de la verdad, y por el reposo y felicidad de un pueblo y
una Escuela tan insignes.
Sus detractores no vacilaron en poner
asechanzas a la vida del Santo; y así, al salir éste un día de predicar de la
parroquia de San Martín, envió dos criados, que camino del monasterio de
Agustinos, molieran al religioso a palos. Apercibidos y bien colocados se
hallaban los criados, para descargar sus golpes sobre Fray Juan; y al
arremeterle ya, y levantar en alto los garrotes, quedaron sus brazos como
suspensas aspas de molino, temblando de pavor y susto, y discurriendo el extremecimiento
y las convulsiones por todo el cuerpo.
Ocurrió en una ocasión que al poner en
evidencia desde el púlpito la inmoral relación que la marquesa Isabel mantenía con
un apasionado noble llamado Iñigo, esta relación acabó en ruptura y la marquesa
juró vengarse. Contrató a un sicario, asesino pagado a sueldo, para envenenar
al fraile. Fray Juan falleció el 11 de junio 1479. Tal como él mismo había
vaticinado que ocurriría, momentos después del fallecimiento comienza a llover
torrencialmente. Las circunstancias exactas de su muerte aún hoy se desconocen,
aunque la hipótesis más probable es que muriera envenenado por orden de aquella
mujer noble, de la que conocía relaciones adúlteras con aquel joven de la
ciudad.
Dicen que el joven abandonó la relación
con esta mujer tras escuchar a Fray Juan predicar en uno de sus sermones y
ella, en represalia por esta pérdida, ordenó a un médico echar un potente
veneno en los alimentos del monje. Otra de las hipótesis es que Fray Juan acabó
muriendo a manos de algún miembro de una de las familias enfrentadas en la
Contienda de los Bandos, en las que él había estado mediando durante largos
años desde el púlpito, pero esta versión de los hechos no ha tenido tanta
preponderancia en la historia.
El caso fue que coronamiento de toda su
obra fue sellado con una santa muerte. El mismo profetizó su gloriosa muerte un
año antes de salir de esta vida. En cierta ocasión dijo desde el púlpito:
Alguno está aquí que antes de un año morirá; y añadió luego: Vosotros decís que
predica bien Fr. Juan de Sahagún; pues yo os digo que antes de diez años
predicará mejor: por lo cual, todos entendieron que hablaba de sí propio. Y con
efecto, a su tiempo veremos qué linaje maravilloso de predicación usó a los
diez años después de muerto.
Antes de que se cumpliera este
vaticinio, providencialmente dispuso Dios terminara el Santo el bienio de su
priorato, en principio de Mayo ele 1479, y quedara sin oficio y bajo la
obediencia de su antiguo confesor el Venerable P. Espinosa; para que así se
conocieran los secretos portentosos de los regalos que recibía en el altar,
durante el santo sacrificio de la misa. No lo consintió su bondad, para que
nosotros tomáramos parte en el agradecimiento y la alabanza, como podemos
participar de notable aprovechamiento en nuestro espíritu, pensando maduramente
en los excesos de las divinas magnificencias.
Su principal biógrafo el Venerable P. Sevilla, escribe: “ Creemos en
verdad que le mataron por por predicar la verdad, dándole en su comer un veneno
con que muriese. Esto afirma ser así, porque oí decir a muchos que habían oído a
una persona cuyos vicios él perseguía, que juraba a tal, que ella haría que no
cumpliera el año. Y así fue, que murió secándose todo, con señales que todos
afirmaron que le habían dado con que muriese”.
No menos explícito y claro manifiesta
su parecer el Santo Orozco: “Los médicos que le curaban afirmaban que aquella
enfermedad le había venido por haberle dado algunas cosas ponzoñosas a comer.
Esto decían por grandes señales que en la enfermedad veían”. Así que no parece
vacilar en considerarle mártir, porque según a continuación observa: “conclusión
es de teólogos que dar la vida por conseguir virtud cristiana es martirio. Y
fúndase en aquellas palabras de nuestro Salvador, el cual dijo: Bienaventurados
son los que padecen por la justicia. Cada una virtud es protestación de nuestra
santa fe y acto de justicia. Luego muriendo el bienaventurado Sahagún, por
quitar de pecado mortal al hombre que apartó de aquella mujer perdida, fue
padecer y morir por la justicia. ¡Oh bienaventurado Santo! ¡Oh predicador
glorioso, imitador de aquel gran Precursor San Juan, el cual, por defender la
castidad, y remediar aquel gran escándalo, dio la vida!”
Lo más probable según cuentan los biógrafos es que
ambas hipótesis podrían relacionarse. Juan predijo su muerte cuando Salamanca
sufría la sequía de un terrible verano. Juan anunció que con su muerte
llegarían lluvias abundantes. Y así sucedió en aquel mismo año de 1479, el
santo predicador murió de sólo 49 años. A su muerte, dejaba la ciudad de
Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes
renovada de manera admirable.
Aquella preciosa vida, acabada por las fatigas
apostólicas, fue coronada con el martirio continuado sacrificio de amor, en el
ofrecimiento y dedicatoria de sus penas, como fragancia desprendida del
incienso derramado en las brasas. Desfallecía poco a poco el cuerpo, y se alentaba
más y más el espíritu con los atisbos y cercanos vislumbres de la
bienaventuranza eterna. Cuanto era mayor el desmayo de la vitalidad física, la
energía del alma se desplegaba, deshaciéndose en los suspiros inextinguibles de
ver la hermosura de Dios, que experimentan los justos en vísperas de celebrar
el eterno desposorio.
El amigo de Dios acabó su santa vida, con las
palabras con que el hijo de Dios espiró en la cruz, diciendo: Padre, en
vuestras manos encomiendo mi espíritu. Vos criasteis mi alma a vuestra imagen y
similitud. Vos mi Dios, la redimisteis con vuestra preciosa sangre. Vos la
recibid en vuestro amparo para la glorificar en el cielo. Con tal fe, esperanza
y caridad perfecta acabó el siervo de Dios Fr. Juan de Sahagún su santa vida.
Los religiosos hacían sentimiento, porque
perdían un Padre tan santo, y que era consuelo de todo aquel convento. Los
ciudadanos de Salamanca lloraban, porque les faltaba un tan excelente
predicador y médico espiritual, que remedió a sus conciencias. Mas los ángeles
cantaban alabanzas a Cristo, por tener aquella ánima santa en su compañía.
Descansó en paz el Santo Fr. Juan de Sahagún,
en el monasterio de San Agustín de Salamanca el día 11 de Junio de 1479.
Colocaron el sagrado cuerpo en una litera en la iglesia a la vista del pueblo:
acudió toda la ciudad con ostensibles muestras de veneración a contemplarle,
queriendo todos llevar por reliquias pedacitos de su hábito, el cual rompieron;
y jura un testigo que él estuvo muy tentado de arrebatarle un dedo, pero
previendo esta contingencia los religiosos por la concurrencia numerosa de
fieles, levantaron su cuerpo y le llevaron a la capilla mayor, defendida por
una reja, que cerraron con llave.
A fin de que toda la ciudad conociera que
tenía un abogado más en el cielo, plugo al Señor regocijarla mandando copiosa
lluvia a los agostados campos, como el Santo en su enfermedad había pedido para
remedio de los pobres, uniéndose en espíritu a las públicas rogativas que en
Salamanca se hacían por el agua. Todos bendecían y alababan al Señor por este beneficio,
y confesaban que por los merecimientos del bendito Padre Sahagún les enviaba
Jesucristo el consuelo de la abundante lluvia. ¡Oh, cuántos prodigios y cuántas
maravillas en favor de esta ciudad y los devotos de otros lugares había de
obrar Dios por intercesión de su siervo!
Se dice que después de muerto
la gente siguió acudiendo a él. Venían las gentes de diferentes lugares al
convento agustino de Salamanca, donde primero se enterró, a pedir favores al
santo. Entre los milagros realizados se citan varios, incluso la resurrección
de un muerto, la curación de un niño atropellado por un carro de bueyes, la
recuperación de tullidos, y tantos otros.
14. PROCESO DE
BEATIFICACION Y CANONIZACION
Después
de celebradas las solemnes exequias se enterró el cadáver del bendito Padre
Sahagún, debajo del coro del convento de San Agustín de Salamanca. Mas como
fuera opinión unánime el reverenciarle por varón santo, las personas acudían a
su sepulcro en las enfermedades y tribulaciones, volviendo siempre consoladas o
remediadas; y hasta tal punto aumentaba su devoción en el pueblo, que su
sepultura y en la capilla donde se hallaba, se llenaba de paños y recuerdos. Muchos
eran los que, tocando su sepulcro, hallaban su curación.
Así
lo narra el venerable padre Sevilla, Prior del convento de Salamanca. No quiso
permitir la divina clemencia que la santidad de este santo varón se ocultase, más
que resplandeciese y se manifestase a todos; y así, ordenándolo el mismo Dios,
acaeció que siendo yo Prior del mismo convento de nuestro Padre Santo Agustín
de Salamanca, que un sábado, víspera de los bienaventurados Apóstoles San Pedro
y San Pablo, que fueron 28 días del mes de Junio, año del nacimiento de nuestro
Salvador Jesucristo de 1488, estando yo en el coro con los religiosos diciendo
completas, y diciendo el primer salmo de completas, Cum invocarem, etc,
vino a mí el portero Hernando de Salamanca y me dijo estas palabras:
«Padre, allí os llaman con grande prisa, que está toda la iglesia dando voces para
que usted salga allá. Yo oyendo esto, dejé el coro y salí a la Iglesia con
ciertos religiosos; y hallé la Iglesia llena de gente, y fui hacia ellos.
Entonces vi una doncella en medio de ellos, que se decía Beatriz, hija de Juan
de Cuerva y de Violante de Sese, vecinos de la villa de Cuellar, cuya edad
seria de veintitrés años; la cual había venido desde Alburquerque con una mano
manca y tullida a la sepultura del bendito Padre, para alcanzar sanidad. La
cual entró en la sepultura y luego sanó.
Entre
otros muchos milagros, que se hicieron en la sepultura del bienaventurado Fray Juan de Sahagún, fue el de Bernal Soguero, que hacía cuarenta y cinco años
que nació mudo y sordo; y entrando en la sepultura, el martes 15 del mes de
Julio del año de 1488, luego habló y oyó. De esto fueron muchos testigos de cómo
era mudo, y sordo. También vimos venir a la sepultura una moza, que se decía
Sancha, y era criada de Juan de Salamanca, vecino de la ciudad de Zamora. La
cual jurada, y preguntada, dijo que ella naciera derrengada, y quebrada por
medio el cuerpo, y tal que andaba muy feamente, y con grande pena. La cual
entró en la sepultura, en lunes 28 de Julio del año 1488, y salió libre, o sana
de la sepultura sin mal alguno. La cual era de 22 años de edad y desde entonces
había estado tullida.
El
miércoles 6 de Agosto del mismo año, vimos venir a la sepultura a uno, que se
llamaba Juan de Mondragon; el cual jurado, y preguntado, dijo, que hacía cinco
años que se tulleciera de los brazos, y manos, y de los pies, y de los tobillos
abajo, que no podía andar, salvo muy poco, y con grandes dolores, y mucha pena;
que no podía abrir las manos, ni hacer cosa alguna con ellas; ni se calzaba, ni
se podía vestir; salvo que su mujer, e hijos lo vestían, y calzaban; y entrando
en la sepultura, salió sano, y libre sin mal alguno.
El
mismo día, 6 de Agosto del dicho año de 1488, vimos venir a la sepultura del
bendito Padre Fray Juan de Sahagún a Inés, hija de Rodrigo Alonso, vecina de las
Garrobillas. La cual jurada y preguntada, dijo que ella había nacido tullida de
ambos brazos, y de todo el cuerpo; y de las manos, desde que naciera; que podía
hacer treinta años que era tullida. La cual no podía hacer cosa alguna, ni dar,
ni obrar de manos, ni cosa alguna. La cual venida a la sepultura, los que la
traían, la metieron; y como entró en la sepultura, luego salió de ella libre, y
sana sin lesión alguna. De lo cual dieron fe, que vieron a la dicha Inés tullida,
y tan lisiada, y quedó también curada
Después
de un sinfín de informaciones y procesos de las virtudes y milagros del Santo
Fr. Juan de Sahagún y Breve de su beatificación. El padre Orozco, para enlazar la áurea cadena de tan incalculables
señales del cielo, escribe así en la crónica de los santos de su orden hablando
del taumaturgo salmantino: “Después de la muerte de este santo religioso,
excede de doscientos el número de milagros que fueron vistos ante su sepulcro”.
Todas
las informaciones de la vida y milagros del bendito P. Sahagún, en las que
intervino la autoridad del Ordinario, a la sazón el Obispo de Salamanca Ilmo.
Sr. Bobadilla, comenzaron en 1525 y se habían cerrado para el año 1528. La
gestión del Gran Capitán debió de limitarse a la presentación de la memoria
escrita por el P. Sevilla; y así fue menester que el General de la Orden, el
Cardenal Rodulfo, Protector de la misma, y la Majestad de Carlos V, instaran de
nuevo a su beatitud Paulo III, a fin de proceder a la beatificación del
venerable Padre; el cual Papa envió remisorias, para la formación de los
procesos apostólicos, al Cardenal de Toledo, al Obispo de Salamanca y al de
Balneoregio para que ellos, o cada uno de por sí, los instruyeran en la forna
Prescripta, en Breve dado de 22 de Agosto de 1542.
El
Obispo de Salamanca unió al proceso antiguo de 1525, instruido con autoridad
del Ordinario, el que él formó por comisión apostólica, y se mandó todo
debidamente autenticado a conocimiento de Su Santidad. Instó Pio V a su
Majestad Felipe II, en virtud de vida tan esclarecida y milagros tan estupendos;
y hubo de insistir con Gregorio XIII, quien concedió indulgencia plenaria, por
diez años, a los que visitaren la capilla y altar del Santo el día 11 de Junio.
Así se fue tratando siempre con mucho espacio, observa Antolínez, por el gran
descuido y flojedad de la orden de San Agustín, que no acababa de enviar
persona que asistiese en Roma a tratar de ella, sino cuando iban los religiosos
a los capítulos generales, que apenas concluidos, se volvían a sus provincias.
En 1596, instando Felipe II á Clemente VIII, renovó este Pontífice las
indulgencias de su Predecesor Gregorio XIII. Los mismos Purpurados examinaron
los procesos con detenimiento, dando informe favorable, y el Cardenal Antoniani
compuso una vida del Santo en latín, elocuente, muy concisa e interesante,
dando su dictamen en 24 de Agosto del año 1600.
El
Papa Clemente VIII redactó un documento para perpetua memoria. El 19 de Junio
de 1961. No es decible el júbilo con que toda la Religión Agustiniana leyó este
apetecido documento: apenas llegado a Salamanca, y puestos de acuerdo la
autoridad eclesiástica, ciudad, universidad, el colegio de San Bartolomé y el
convento de San Agustín, celebraron muy solemne fiesta en hacimiento de
gracias. Después, en 24 de Mayo siguiente, acordó la Universidad, en claustro
pleno, a fin de honrar la memoria de su ilustre hijo, celebrar como fiesta el
día de San Juan de Sahagún. Cinco días después, reunida la ciudad en
consistorio, oyó la instancia del R. P. Antolínez, Prior de San Agustín,
exponiendo que por las virtudes del Santo sonaba el nombre de Salamanca en el
calendario romano, cantándose Salmanticce in Hispania, depositio Beati
Joannis de Sahagun, etc., y que por consiguiente debía también celebrar de
fiesta el día de su predicador y apóstol.
El
consistorio del 5 Junio de 1602, acordó tener como feriado el día del
bienaventurado Sahagún, declarándole patrón de la ciudad y hacer juramento de
asistir a su fiesta en el monasterio de San Agustín. Lo cual tuvo fidelísimo
cumplimiento en 8 de Junio siguiente, en el cual, habiendo acudido las
comisiones de la ciudad, acompañadas de mucha gente noble al convento de
Agustinos, hincados de rodillas al pie del altar del Beato Juan de Sahagún, y
puestas sus manos en los Santos Evangelios, pronunciaron el juramento y voto,
del tenor siguiente: Voto de la Ciudad de Salamanca:
“Prometemos
y juramos por Dios nuestro Señor, y Santa María su bendita madre, y por los
Santos cuatro Evangelios, y Cruz en que corporalmente ponemos nuestras manos
derechas, que desde el presente día en adelante para todo el tiempo del mundo y
siempre jamás habremos y tendremos, y esta ciudad de Salamanca habrá y tendrá
por día de fiesta y feriado el que se contare doce de Junio de cada un año, en
que la Beatitud del Papa Clemente VI por su breve especial ha mandado celebrar
su fiesta. Voto y juramento de la ciudad de Salamanca y la villa de Sahagún
aclamándole por su Patrono”.
Lágrimas
de gozo derramaban en abundancia los circunstantes, viendo la manera con que el
Señor honraba a su siervo; y para que el acto solemne verificado en San Agustín
llegara a conocimiento de toda la ciudad, y supiera que tenía nombrado patrón y
abogado en el cielo, dieron pregones por todas las calles y plazas; y la
víspera de la fiesta, que estaba tan vecina, se encendieron luminarias en todas
las viviendas, y hubo juegos de comparsas, músicas y. gran algazara al toque de
campanas.
En
el año 1601, más de un siglo después, es beatificado por el entonces papa
Clemente VIII, y en 1691 es canonizado por Inocencio XII. Si el primer
enterramiento fue debajo del coro del convento de San Agustín de Salamanca, al
ser muy frecuentado el sepulcro y queriendo asegurar las santas reliquias se
encerraron en un arca de piedra.
Se
decidió labrar al Santo una más amplia y rica capilla y decoroso tabernáculo.
El colegio de San Bartolomé se mostró en esta obra tan espléndido como de
costumbre, mayormente en obsequio del más ilustre de sus colegiales. En 7 de
Agosto de 1569 se pensó en trasladar al Santo á lugar más honorífico, y exponerle
a la pública veneración con autoridad del Ordinario; por lo que sacada del
archivo la Memoria del P. Castro, acerca de las reliquias y sepultura del
bienaventurado Padre Sahagún. Con la devoción que es de suponer colocó las
santas reliquias en una arca nueva de nogal, de dos llaves, y se llevó al altar
del crucifijo, a la parte del pulpito, fuera de la reja de la capilla Mayor. La
traslación se verificó en viernes, 17 de Enero de 1578. Después de su
canonización se extendió la fama de santidad por todo el orbe. Declarado
patrono de la ciudad de Salamanca y se trasladó finalmente se la urna con sus
reliquias a la Catedral Nueva.
El
nombre del bienaventurado Padre Sahagún: erigido tenía altar con autorización
pontificia, y señalado día de fiesta para mayor reverencia de su glorioso
sepulcro; pero este culto, como tributado por sola beatificación, es limitado,
así por lo que hace al lugar, como también Por lo que hace a la naturaleza de
la misma veneración. El culto de los Beatos lo concede como privilegio la Santa
Sede a determinadas Iglesias y señala los límites en que ha de contenerse; el
culto de los Santos es generalmente mandado para todo el orbe católico y sin la
tasa de los beatificados; y se obtiene, mediante el solemnísimo acto de la
canonización, en que los Papas definitivamente declaran gozar de la
bienaventuranza el Santo, y ser digno de la veneración pública de los fieles. Y
atendida la devoción que se había despertado por las fiestas-pasadas al bendito
Padre, era razón no se dejara piedra por mover para alcanzarle la suprema
gloria en la tierra.
Pero
a poco descansó en paz Clemente VIII sin resolver tan alto asunto, y lo mismo
León XI, a quien sucedió Paulo V, por ordenación del cual se instruyeron nuevos
procesos con autoridad apostólica en Salamanca y Sahagún en 1622 y 1623. Cuando
el nuevo proceso y la fama de tanta maravilla llegaban a Roma, la Santidad de
Urbano VIII, se sirvió publicar especiales decretos relativos a la
beatificación y canonización de los Siervos de Dios, haciéndolas más arduas y
difíciles, y erizándolas de amplias y exquisitas investigaciones, señalando los
trámites porque, según que el venerable se le hubiera tributado culto en lo
antiguo o no, debían pasar sus causas, y prohibiendo en lo sucesivo venerar a
nadie sin facultad pontificia. Clemente IX confirmó el decreto de la Sagrada
Congregación de 1668 disponiendo que, en virtud de haber sido aprobados los
antiguos procesos sobre las virtudes, podía procederse al examen de lo
concerniente a los sucesos posteriores a la veneración permitida. Y Clemente X,
en la Congregación celebrada en su presencia el 18 de Marzo de 1672, aprobó el
informe de los Emmos. Cardenales sobre que, posteriormente al a veneración
concedida al Beato, continuaba la fama de santidad y devoción de los pueblos y
la voz de los milagros, y que, elegidos entre muchos ocho milagros, dos de
ellos se declararan indudablemente concluyentes y manifiestos.
Alejandro
VIII celebró el Consistorio secreto de Cardenales pidiendo su parecer para
dicha canonización, que fue favorable. Y en otro público Consistorio,
asistiendo además los Patriarcas y Obispos residentes en Roma, leído el resumen
de sus virtudes heroicas y milagros estrepitosos, se obtuvo igual y feliz
éxito. Ordenadas entonces las rogativas y ayunos para pedir todavía a Dios luz
y acierto, convocó Su Santidad el último Consistorio semipúblico, compuesto de
los Enmos Cardenales, los Patriarcas, Arzobispos y Obispos que se hallaban en
Roma, presentes los Notarios de la Santa Sede y Auditores de las causas del
Palacio Apostólico, y de cuanto se expuso y relató, se votó unánimemente que la
canonización del Beato Juan de Sahagún redundaría en grande gloría de Dios y
esplendor de la Iglesia católica. Y estando todo cumplido, cuanto los sagrados
cánones y decretos apostólicos exigen para estas gravísimas causas, señaló el
Padre Santo el 16 de Octubre de 1690, segundo de su Pontificado, para proceder a la tan suspirada canonización. Lo que, gracias a Dios, tuvo lugar en dicho
día con toda pompa y magnificencia, declarando el Vicario infalible de
Jesucristo que el bienaventurado Juan de Sahagún era Santo, y que por tanto
debía ser venerado en toda la Iglesia católica.
El
16 de Octubre de 1690 se celebró en Roma el fausto acontecimiento de la
canonización suspirada, y llegaron con la noticia para el Rey en 18 ele
Diciembre del mismo año, y el Prior de Salamanca recibió la estafeta ordinaria
el domingo 24, víspera de la Pascua de Navidad. Fallecido Alejandro VIII el día
primero de Febrero de 1691, publicó la Bula de canonización su suceso Inocencio
XII el 15 de Julio de 1691.
La
noticia de la canonización fue recibida con gran júbilo en la ciudad de
Salamanca. Por la noche apareció toda la ciudad iluminada: en la Plaza Mayor se
contaron tres mil cuatrocientas hachas: hasta la cima de los tejados se
divisaban los faroles, y las hogueras y luminarias de las calles eran
innumerables. Se repitió el toque general de campanas, y aquella noche, siempre
animada y divertida, se trocó en clara luz y día venturoso, discurriendo
gozosísimos los fieles por calles y plazas, y mayormente por la lonja y iglesia
de San Agustín, no cesando en todo el tiempo los fuegos, cajas y clarines y
músicas concertadas. El día 25 salió por las calles improvisada mascarada que
representaba numeroso congreso eclesiástico y el colegio cardenalicio: el día
26 los gremios de Salamanca ordenaron muy costosa y rara mogiganga de aves y
cuadrúpedos en alternativas parejas, que con motes y letreros apropiados se
llegaban a saludar a San Juan. Desde el año 1868, San Juan de Sahagún es
considerado patrón de la ciudad de Salamanca. Por
ello, el 12 de Junio, la ciudad rinde homenaje a uno de los personajes más
insignes de su historia.
Así resumiendo todo el
proceso San Juan de Sahagún fue beatificado por el papa Clemente VIII en 1601. Fue canonizado por el papa Alejandro VIII en 1691 y su festividad se conmemora
el 12 de Junio. San Juan de Sahagún es el patrón de Salamanca desde
1868 y de su ciudad natal Sahagún que le da el sobrenombre. El obispo de
Salamanca entre 1885 y 1904 Tomás Cámara y Castro publicó
en 1891 una biografía sobre San Juan de Sahagún llamada Vida de san
Juan de Sahagún del Orden de San Agustín, patrono de Salamanca que
hemos utilizado en esta memorias.
15.
EL TRASLADO DE LAS RELIQUIAS A LA CATEDRAL
NUEVA
El 28 de agosto de 1692, la ciudad de Salamanca costeó dignísima
urna de plata, destacándose la generosidad del Colegio mayor de San Bartolomé,
que por este motivo guardó una de sus llaves. En ella se cinceló esta
inscripción: “Esta urna de plata mando hacer la muy noble ciudad de
Salamanca a su costa, en la cual se trasladó el cuerpo de su glorioso Patrón
San Juan de Sahagún, el 10 de septiembre del año del Señor de mil seiscientos
noventa y uno, que fue en el que se celebró su canonización, con las fiestas
mayores que fue posible, y volvió a revalidarse con voto solemne el que había
hecho de tenerle por su Patrón y guardarle su día”.
El año 1782 se le añadió la base o peana de plata, quedando la
urna desde entonces como hoy la podemos contemplar en la capilla mayor de la
catedral Nueva. En muchas ocasiones esta urna se llevó en procesión por las
calles de la ciudad, para pedir la lluvia, para lograr protección o para
suplicar el cese de la peste.
El 21 de septiembre de 1809, en plena guerra de la Independencia,
se trasladó precipitadamente a la Catedral junto con la urna que contiene los
restos de Santo Tomás de Villanueva, pues los agustinos habían sido expulsados
de su convento. Los franceses se hicieron fuertes en el convento de San Vicente
de monjes benedictinos, en la Peña Celestina, y desde allí amenazaban destruir,
como después hicieron con muchas joyas del arte salmantino. Fue el tiempo en
que fueron destruidos el convento de San Agustín, los colegios mayores de Cuenca
y Oviedo, el colegio del Rey, la Merced y el Trilingüe. Ambas urnas estuvieron
colocadas en la capilla del Santísimo Cristo de las Batallas, en la catedral
Nueva, hasta que volvieron con los agustinos, que destruido su convento, se
cobijaron en la casa de los señores de Villasdardo.
En 1821 volvieron a la catedral al ser suprimidas las órdenes
religiosas, hasta que en 1824 retornaron al convento de los agustinos. Por
último, cuando en 1835 se decreta la exclaustración de los religiosos y sus
bienes, se traen definitivamente a la catedral Nueva, donde han estado hasta
hoy, a ambos lados del tabernáculo en la capilla Mayor. En el mes de junio de 1979, V centenario de la muerte de San Juan
de Sahagún, como había sido tradicional cada siglo al cumplirse ese centenario,
se procedió a la apertura de la urna que contiene sus restos.
Alzada sin dificultad la cubierta de plata que remata este
sarcófago, dentro se halló un arca de hierro forjado, cerrado con tres llaves.
Una la guarda el Ayuntamiento de la ciudad y era la que poseía el colegio de
San Bartolomé, que al ser suprimido por Carlos III en el S. XVIII, hizo que el
Consejo de Castilla la encomendase al Ayuntamiento para su custodia. Otra llave
se guardaba bajo la tutela del obispo de Salamanca. Y la tercera pertenece a la
orden de los Agustinos, que guardan en el monasterio del Escorial.
Abierta esta urna de hierro se halló en su interior otra de
madera, forrada con badana granate y orlada con galones de oro. Dos llaves
doradas la cierran. Abierta se encontró un rico paño de seda bordado em oro y
aljófar del S. XVI. Un paño de lana cubre los restos mortales del santo. Se
comprobó el magnífico estado de conservación del cráneo, vertebras y costillas,
los huesos de los brazos, las manos y los pies y los huesos restantes de un
hombre de elevada estatura. Estas reliquias fueron veneradas por las
autoridades presente, el cabildo de la Catedral, los fieles asistentes,
entregándosele un hueso del brazo del santo al párroco de San Juan de Sahagún
para que los fieles de esta iglesia, a él dedicada, lo pudieran venerar.
16. SUS
HUELLAS EN DISTINTOS LUGARES EN SALAMANCA
San Juan de Sahagún fue conocido por
su intervención en la vida de la ciudad y su mayor logro fue conseguir
apaciguar la querella que enfrentaba a dos bandos de
familias nobles que durante cuarenta años se disputaban en Salamanca, con
muchas muertes por ambas partes. La Plaza de los Bandos de
Salamanca conmemora este hecho. La figura de San Juan de Sahagún está muy presente en
la ciudad de Salamanca, aunque a menudo pasa desapercibida. Vamos a reseñar
algunos de los lugares relacionados con la vida del Santo:
En la plaza de los Bandos aún se conserva la casa de María Rodríguez Monroy viuda de Enrique Enríquez de Sevilla, conocida como María la Brava, la que ocasionó una de las disputas entre los bandos tras la muerte de su hijo Enrique.
La Casa de las batallas o Casa de la Concordia, la cual cedió al Cabildo, y fue llamada en antiguos documentos Casa de las Batallas, que hoy ha dado en llamarse Casa de la Concordia. En 1873 hubo de reedificarse la fachada, para ensanchar la calle; y se conservó con todo esmero cuanto de notable mantenía, que era el plateresco arco adintelado de una ventana con el escudo de los Paces, y el arco de la puerta principal, donde se lee esta antigua inscripción: Ira odium, general, concordia nutrit amorem. Lema que se sospecha tomara D. Álvaro después de firmar las paces, o pensamiento que simbolizara la pacificación acordada en aquella histórica casa.
La Iglesia, en la persona de San Juan de Sahagún, fue la encargada de reunir a las dos partes el 30 de Noviembre de 1476 en la Casa de la Concordia. Si embargo, solamente firmaron esta Concordia veintiséis caballeros, casi todos del bando de San Benito. Necesitarían de otro pacto posterior pero, no obstante, al menos logró que no se agravase el conflicto. Esta Concordia detuvo los enfrentamientos entre los bandos y disminuyó duelos y venganzas. Tal Concordia no la vería plenamente realizada Fray Juan pero fue su más insigne promotor.
El convento de los Agustinos: Tras ser
colegial del Colegio Mayor de San Bartolomé, devino
fraile agustino en el famoso convento que esta
Orden tenía en Salamanca. Pero este convento fue destruido en la guerra de la
Independencia.
El colegio de San Bartolomé: El Colegio Mayor
de San Bartolomé, también conocido antiguamente como Colegio Mayor de
Anaya o Colegio Viejo, es un colegio mayor adscrito a
la Universidad
de Salamanca y ubicado en la plaza de Anaya. El colegio de San Bartolomé fue
fundado en 1401 por don Diego de Anaya, como colegio mayor adscrito a
la Universidad
de Salamanca y fue el modelo para los otros cinco colegios clásicos de España y
para otros en la América española. El mismo Anaya redactó en 1405 sus primeros
estatutos. El color del manto y de la beca de los
colegiales era pardo.
Si al principio era una fundación para permitir el
estudio de mozos inteligentes y pobres en recursos, pagando sus estudios
mediante una beca, el prestigio que
daba haber estudiado en este u otro de los Colegios mayores de Salamanca, hizo
que hacia finales del S. XVI, sus plazas fueran ocupadas por hijos de familias
nobles o acomodadas, lo que rebajó notablemente el nivel de los estudios. El
medio de que se valieron los colegiales para limitar el acceso únicamente a los
nobles, fue exigir "limpieza de sangre", lo que, si bien parecía
pensado para evitar la entrada de descendientes de judeoconversos, en realidad
impedía la entrada de aspirantes humildes, que no tenían archivos familiares
para demostrar su limpieza de sangre. Para los estudiantes modestos, a menudo
criados de los nobles, se construyó una hospedería aneja.
Anejos tenía otros dos Colegios Menores: el de Burgos (1520), desaparecido en la
segunda mitad del siglo XVII, y el de San Pedro y San Pablo (suprimido en marzo de 1563, por acuerdo de los propios colegiales). El colegio se extingue en 1798 y, aunque tiene un breve renacimiento hacia el 1840, como Colegio Científico, posteriormente su sede se destinó a ampliación
de las aulas de la Universidad y actualmente es la Facultad de Filología de
la Universidad
de Salamanca. El Colegio de San Bartolomé es refundado como residencia
universitaria el 19 de febrero de 1942 y posteriormente, el 16 de diciembre de 2011 retoma el status de colegio mayor. Actualmente ocupa un
edificio de construcción reciente, situado junto al campus Miguel de Unamuno.
La Iglesia de San Sebastián, forma parte del
complejo arquitectónico con el Colegio de San Bartolomé. Era la capilla del
colegio. Fue en 1437 cuando fue anexionada al colegio. Sin embargo, la traza
actual es del S. XVIII. Como dato curioso tiene dos fachadas y dos puertas. La
principal orientada hacia el mediodía es barroca con una hornacina sobre el
entablamento con la estatua de San Sebastián. La otra portada de naciente,
forma un ángulo con el palacio de Anaya y en su hornacina se halla la imagen de
San Juan de Sahagún, que fue colegial del colegio de San Bartolomé.
El Hospital del Estudio, es el edificio más
antiguo del Patio de Escuelas. Fue construido en el S. XV como hospital de
campaña sobre la Midrás, lugar de estudio de la Torá, de la antigua judería.
Del antiguo edificio sólo se conserva la portada y las ventanas de la capilla
en el exterior, y en el interior el zaguán, la escalera y la capilla. En la
portada se ubica la imagen de Santo Tomás de Aquino. En las enjutas se sitúan
los relieves de la Virgen y el arcángel san Gabriel, conforman la escena de la
Anunciación. En la parte superior aparecen tres escudos. El central corresponde
al reino de Castilla y los laterales unen los propios de Castila y Aragón.
Estos escudos simbolizan la protección real de la que gozaba la institución.
La Iglesia de San Juan de Sahagún, que se erigió en su
honor a finales del siglo XIX. La iglesia es de estilo neorrománico, está dedicada a San Juan de Sahagún patrón de la ciudad. Su fachada principal se encuentra
en la calle Toro. La Iglesia de San Juan de Sahagún, del arquitecto Joaquín de Vargas, se construyó en el año 1896, en un estilo que recuerda al románico de la Catedral Vieja en su interior, y, más concretamente, a la Torre del
Gallo, en su fachada exterior. La mandó construir el Obispo Cámara. Debajo del altar mayor
esta la urna de plata que contiene una parte de un brazo de las reliquias del
santo. En la parte trasera de la Iglesia puede verse una escultura que
representa al Santo. Ya dije en la introducción que esta Iglesia ha tenido una
parte muy relevante en la historia de mi familia. Tan solo quiero recoger como
hecho significativo la pila bautismal. En ella fuimos bautizados los cuatro
hermanos de mi familia.
Bajo relieve en la Calle Traviesa, en la casa donde
vivió San Juan de Sahagún antes de entrar al Convento. Esta casa de la calle
Traviesa tiene una enorme significación para mí. Cuando los misioneros fundamos
una casa en Salamanca en 1983 vinimos precisamente a fundarla al lado de esta
casa en la calle Traviesa donde mi familia mantenía la casa que había
pertenecido a mis abuelos maternos y en donde creció mi madre y mi tía.
Capilla Mayor de la Catedral Nueva, donde se encuentra la
urna de plata con las reliquias del Santo. Como ya contamos en el traslado de
las reliquias estas finalmente se dejaron en la capilla del altar mayor de la
Catedral Nueva en 1835.
Monumento en la Calle Pozo Amarillo, que representa el
milagro de la salvación del niño caído al pozo. Debajo se halla empotrada una gran
lápida que dice: “Habiendo caído un niño a un pozo su madre ansiada ocurrió
al bienaventurado San Juan de Sahagún que a la sazón se hallaba no lejos. Llegó
el santo, y largando la correa del hábito, con maravillosa a atracción creció
el agua restituyendo al inocente zagal sin lesión alguna, y porque entre la
admiración al milagro, la gloria del autor, en el concurso y aplauso del pueblo
que le seguía no ensoberbeciese al ministro cargóse por la calle de una cesta
de peces, y diciendo a voces mira el tonto divertía con apariencias de simple
aclamaciones de santo. La devota la ciudad de Salamanca dedicó a la santa
humildad de su patrón esta memoria”.
Calle Tentenecio, donde sucedió el otro milagro relatado más arriba.
Cuenta la tradición que un toro que se había escapado de un encierro corría a
lo largo de la calle de Libreros bajando hacia el cauce del río. Fray Juan lo
detuvo al pie de la puerta de los Carros de la Catedral vieja con su famoso
grito: Detente necio. Desde entonces la calle paso a denominarse: “Tente necio”
Medallón del Santo en la Plaza Mayor, en el pabellón de
Petrineros (el que queda situado a la izquierda si nos colocamos mirando al
Ayuntamiento).
PD: Dicen en esta tierra un dicho
popular: “Tres días hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo,
Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Estas memorias fueron publicadas el jueves
11 de Junio del 2020 Solemnidad del Corpus Christi, último día de la novena y
víspera de la Fiesta de San Juan de
Sahagún patrono de Salamanca.
BIBLIOGRAFÍA
Vida de San
Juan de Sahagún del Orden de San Agustín patrono de Salamanca. Tomás Cámara y Castro. Salamanca. Imprenta Calatrava. 1891
Sinopsis de vida de San
Juan de Sahagún, de la orden de San Agustín, patrono de Salamanca.
San Juan de Sahagún, pacificador y
patrón de Salamanca, Félix Carmona Moreno OSA
Historia ilustrad de Salamanca. Rubén
Martín Vaquero, Tomás González Blázquez, Antonio Varas de la Rosa. Salamanca.
Artes Gráficas, SLU, 2018
La Catedral
Nueva de Salamanca, Daniel Sánchez y
Sánchez. Josmar SA, Salamanca 1993
Historia de
las antigüedades de la ciudad de Salamanca. Gil González
Dávila. Salamanca. Imprenta Artus Tabernial. 1606
Toponímia
urbana en la Salamanca de los Siglos de Oro. José Luís
Herrero.
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