miércoles, 10 de junio de 2020

Tras las huellas de San Juan de Sahagún

INDICE DE LAS RELEXIONES

(En torno a mi ciudad natal de Salamanca)


1.    Salamanca Cuna de Santos I: Santa Teresa de Jesús

2.     Salamanca Cuna de Santos II: La Bakita de Salamanca

3.     Salamanca Cuna de Santos III: Fray Luis de León

4.    Cosmovisión de las Catedrales

5.    Enigmas de la Universidad

6.    En torno al Humanismo de Vitoria

7.    El Cristo de las Batallas y la Virgen de la Vega 

      Salamanca Cuna de Santos IV: San Juan de Sahagún 

      Las Edades de Salamanca




TRAS LAS HUELLAS DE SAN JUAN DE SAHAGUN



1.       INTRODUCCION

Estoy todavía en Salamanca, ha alargado el gobierno las últimas dos semanas de alarma en esta larga convalecencia de la pandemia del COVID-19. El Señor se complace en alentarnos y confortarnos con toda clase de detalles. Después de celebrar el Pentecostés celebramos dos grandes fiestas La Santísima Trinidad y el Corpus Cristi. Entre medias celebramos la novena a San Juan de Sahagún patrono de Salamanca del 2 al 11 de Junio . Debido a las restricciones de la pandemia Corporación Municipal ha decidido suspender el tradicional desfile desde el Ayuntamiento a la catedral, así como se ha suspendido la tradicional procesión de Corpus Christi. La fiesta se celebra el día 12 con una misa solemne en la Catedral Vieja presidida por el obispo. 

La parroquia de San Juan de Sahagún es muy significativa para mí y toda mi familia. En la iglesia de San Juan de Sahagún se celebró el funeral de mi abuelo Ángel Barrado. En las misas gregorianas que se hicieron después del funeral se conocieron mis padres. Ellos se casaron en la misma iglesia. En la misma iglesia nos bautizaron a los cuatro hermanos. Mi nacimiento fue el 6 de Julio en la casa de Defensores de Toledo, me asistió el doctor Becerro y la comadrona fue la Srta Esperanza. Nací con los ojos azules y el color de pelo rubio aunque era casi pelón. Me registraron el ocho de Julio en el Juzgado municipal y me bautizaron el 11 de julio de 1954 a las 9 de la mañana, en la misma iglesia. El sacerdote que me bautizó fue Rvdo D. Estanislao Gómez entonces coadjutor de la Parroquia. Mi padrino fue Alejandro Vigil de la Villa y mi madrina mi tía Angelines Barrado.

Estos son motivos más que suficientes para honrar las memorias de este santo que es además el patrono de esta ciudad de Salamanca junto con Santa Teresa de Jesús. Como ya hice unas memorias de Santa Teresa de Jesús en su quinto centenario que titulé “siguiendo las huellas de Santa Tersa” quiero aprovechar estos momentos tan especiales con estas memorias “siguiendo las huellas de San Juan de Sahagún”



2.      

SUS INICIOS

San Juan de Sahagún nace el día 24 de junio de 1430, en Sahagún, un pequeño pueblo de la provincia de León, en 1430. Sus padres no tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este que iba a ser su honor y alegría. San Juan de Sahagún debió su nombre a haber nacido el día de San Juan Bautista, juntamente con el deseo de la familia de perpetuar también con el apellido el nombre propio de su padre.

Podemos preguntar el sobrenombre de Sahagún ¿de dónde proviene? Sahagún se llamó en lo antiguo San Fagunt. Sabido es que la ciudad de León fue fundada por la legión séptima gemina de los romanos, en el imperio del español Trajano; y es tradición. En la ciudad brilló por sus virtudes cristianas el centurión San Marcelo, padeciendo luego martirio en Tánger, hacia fines del S. VI. La tradición cuenta que sus esforzados hijos, en número de doce, siguieron el noble ejemplo de su padre, entre los cuales cupo la gloria a San Fagunt y Primitivo de derramar su sangre por Cristo en la antigua y populosa Ceja, colonia romana y ciudad de refugio, que dominaba las montañas de Liébana, y que prestó su nombre al río de esa campiña.

Así fue que aunque el nombre de pila correspondiente a su bautismo era Juan González del Castillo Martínez sería luego mundialmente conocido como San Juan de Sahagún. Juan era hijo mayor, de siete hermanos, de Juan González del Castrillo y Sancha Martínez, un matrimonio pudiente. Sus padres Juan González del Castillo y Sancha Martínez no concebían descendencia, para lograrlo iniciaron una campaña de ayudas a los pobres, oraciones, novenas, ayunos, modestas aportaciones a iglesias, obras de caridad, y ofrecimientos y todo cuanto pudieron para tener un hijo. Juan y Sancha se dieron con fervor y constancia a la oración, al sacrificio y la práctica de la caridad. A este propósito suplicaban con oraciones y encargaban misas, y distribuían limosnas a los necesitados, invocando los santos de su mayor devoción y frecuentando sus iglesias y ermitas en repetidas romerías.

Para que todos sus ejercicios piadosos alcanzaran el mejor éxito, tomaron como medianera y abogada suya á la Virgen Santísima, remedio siempre de los afligidos. Su suerte cambió al quedar Sancha encinta de Juan, por haber llegado a buen puerto las innumerables plegarias elevadas a la Santísima Virgen María. En una ermita dedicada a la Virgen que había cerca del pueblo determinaron hacer una novena, acompañada de las misas que solían encargar y de repartir además limosnas y no olvidarse ellos de la mortificación del ayuno. Concluido el novenario, conoció Dª Sancha que la Virgen había oído su oración: tenía ya en sus entrañas al hijo apetecido.

El pequeño Juan fue criado a la sombra protectora del monasterio de Sahagún. Este hijo que habían tanto deseado, colmaría a sus padres de dicha ya que encaminó desde muy pronto su vida al sacerdocio y no a las armas como su padre deseaba. Creciendo este Monasterio al amparo y beneficiosa sombra de los Monarcas y las desprendidas y piadosas Reinas, distinguido por los privilegios de los Papas, y dedicados sus monjes a las vigilias del estudio y al ejercicio de la oración.

El convento de Sahagún era la Casa del capítulo general para la celebérrima Orden de San Benito de España y hasta nuestros días se ha conservado la Abadía exenta de Sahagún, con amplio territorio de jurisdicción propia y buen número de parroquias de ella dependientes. A la sombra tutelar de San Facundo y su santo hermano, se formó y desarrolló la población que toma nombre del primero, y enlazada también al Monasterio erigido a los santos mártires, extendió su fama por todos los confines de la tierra.




3.       SU PRIMERA EDUCACIÓN

Desde los primeros albores de su razón, mostraba el joven Juan que era regalo del cielo, y traía un destino muy elevado a esta tierra. en la escuela, era el encanto a la vez de su maestro y sus venturosos padres. Sus ojos y todo su rostro no sólo atraían por el candor propio de sus inocentes años, sino que daban destellos de muy claro ingenio y de la hermosura de una virtud sorprendente. Aprendió en escaso tiempo a leer y escribir, con los demás rudimentos de las escuelas primarias de su siglo; crecía la edad y crecía su gracia, su docilidad de blanda cera, su aplicación y fijeza; y comenzaba a despertar interés vivísimo, hasta admiración y pasmo por las muestras de su juicio y sentido, inexplicable en sus cortos años.

Se decía que el joven Juan o se hallaba recogido en el estudio, o escuchando atento al maestro, o atendiendo a las indicaciones de su piadosa madre, o lo que era más frecuente, se hallaba quieto y elevado en la Iglesia, en oración o sirviendo al altar. Los vanos y pueriles entretenimientos no satisfacían al corazón de aquella privilegiada criatura. Y el ruido, la gritería, los altercados, la desobediencia é indisciplina martirizaban su alma bellísima. En tales casos, Juan se mostraba superior á todos los ruidos, y con razonamientos que serían de oír en boca de un niño, hacía el oficio de pacificador entre sus compañeros, y sosegaba todo disturbio y descompostura. Así pensaron que la prenda con que el cielo les había favorecido, debía destinarse para el santuario, y a fin de prepararle los caminos oportunos, le pusieron bajo la custodia y dirección de los monjes benedictinos del famoso Monasterio de San Facundo y Primitivo, que existía en Sahagún, en compañía de D. Rodrigo del Burgo.

Juan hizo sus primeros estudios en el Monasterio de San Benito de Sahagún. El joven estudiante se dio primero con ahínco al estudio de la gramática latina y demás tratados comprendidos en el título de Humanidades; pero sus adelantos en esta armoniosa lengua, con ser notables, no engendraban tanto pasmo en sus maestros como los pasos con que adelantaba en la senda de las virtudes, y especialmente en el amor al recogimiento y al estudio.

Don Juan, que tenía puestos sus sentidos en hijo, apenas le vio iniciado en los estudios eclesiásticos y con inclinación tan fuerte hacia la Iglesia, procuró recibiese pronto la primera tonsura y las órdenes menores. En esto, el santo de Sahagún no hizo sino seguir alegremente los deseos de su buen padre, y encontrar motivo más poderoso para no separarse del recinto de los templos, y con devoción creciente servir todos los días al altar y los demás ejercicios religiosos.

Para reforzar el nuevo estado de clérigo y favorecer más sus estudios, alcanzó también D. Juan en pro de su hijo la rectoría de Cordonillos, pueblo que distaba como una legua de Sahagún. D. Juan cobraba las rentas del beneficio, atendiendo al sostenimiento del capellán que levantaba las cargas de la rectoría, y con el sobrante favorecía los estudios también del Santo, según por aquel entonces y en virtud de costumbre introducida, obraban personas ilustres por su piedad e instrucción. Mientras tanto, y creciendo en años, el Santo proseguía en su carrera no sólo ya de la Gramática y Humanidades, sino todo entregado a las investigaciones filosóficas y al estudio de las verdades teológicas.

Juan se ganó la protección del obispo de Burgos D. Alfonso de Cartagena, quien supervisó su educación en la ciudad de Burgos y le nombró secretario canónigo de la catedral de Burgos. Renuncia el Santo la Rectoría de Cordonillos y proponerle para ir a Burgos de paje del limo. Sr. Obispo. Entra San Juan al servicio del Obispo de Burgos, don Alfonso de Cartagena, quien le ordena de Sacerdote.

Juan es nombrado Canónigo de la Catedral de Burgos, y favorecido además con otros beneficios. Renuncia San Juan el canonicato y demás rectorías y beneficios en manos del Sr, Obispo. Se retira el Santo en la iglesia de Santa Gadea, dado todo a la salvación de las almas. Desde el palacio del Obispo se dirigía a la iglesia de Santa Águeda de Burgos, o Santa Gradea, como se llamaba en lo antiguo. Era esta parroquia de las más célebres, por el juramento que en ella pronunciaban los nobles fidalgos de Castilla, cuando, bajo el peso de alguna calumnia, para ponerse a cubierto de la infamia, ponían a Dios por testigo de su inocencia; como lo exigió el Cid Campeador a Alfonso VI de no haber tomado parte en la muerte infame de D. Sancho su augusto hermano y predecesor. En Santa Gadea, pues, muy cerca de la morada del Obispo, a la sombra de la Catedral, decía la santa misa, sirviendo la capilla de Santa María, con cuya limosna atendía a sus primeras necesidades. Ejerció unos años ayudando a todos los feligreses, a los pobres, tullidos y necesitados siendo querido y respetado. Tras la muerte del obispo Don Alfonso de Cartagena, San Juan de Sahagún resuelve abandonar Burgos y decidió marchar a Salamanca.





4.       ESTUDIOS DE TEOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Después de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus estudios teológicos.
Al abrirse las puertas ele Salamanca para Juan de Sahagún, se le abría un ancho y dilatado  campo. Tras sus múltiples fatigas recogería luego la copiosa míes de su cosecha. Salamanca sería entonces el teatro de sus estupendos prodigios, su sepulcro venerado y el espléndido trono de su gloria. Para Salamanca le llegaba el ángel de la paz, el santificador de sus calles, plazas y monumentos, el futuro patrono de la ciudad.
Ya hacía tiempo que brillaba para Salamanca una aurora dichosa de renacimiento, y su luz se derramaba, coloreada con hermosos matices, por tocio el universo globo. Siglo y medio llevaba de existencia su Universidad, si bien zozobrando en la vida de sus comienzos por falta de materiales recursos; pero la Iglesia, que abrigó su cuna en el mismo regazo de sus claustros catedralicios, prosiguió amparándola, dándole casa propia por la mano de su Obispo D. Martín, y con la casa luego las tercias del Obispado, que por la aprobación de los Papas, fueron no sólo la base, sino el desahogado elemento de su próspera vida.
Los Reyes Alfonso IX y Fernando III, el Santo, fundadores del Estudio general, señalaron a los patricios españoles nuevo camino de la inmortalidad y de gloria, cuando por la empresa de arrojar a la morisma del sucio de la patria, y fragor continuo de las peleas, no se entendía hubiere más carrera de lustre y esplendor que la de las armas.  Una vez vencidos los árabes por el ardor de la fe, era justo se les arrebatara la palma de las ciencias, y de paso que la cruz reinaba enteramente en España, afianzara su trono sobre el firmísimo pedestal de la sabiduría.
Por esto iba creciendo la Universidad salmanticense, pues con el aumento de las tercias, se multiplicaban unas y otras enseñanzas. No sólo los Papas la colmaban de gracias y privilegios, sino que la Iglesia toda, representada en el Concilio general, la había encomiado. Pero con todas estas honras y provechos, la Universidad de Salamanca tenía un enemigo despiadado y batallador en su propia casa, siendo así que las letras piden ignorada de paz y sosiego, y nada está más reñido con las ciencias que los apasionamientos y las iras. La nueva y brillante escuela, que oía bien de lejos el estrépito de las batallas con los moros presenciaba a diario sangrientas luchas trabadas entre los hijos de Ja misma Salamanca. Los odios y rencores exacerbados, entre los salmantinos, eran, sin quererlo, el enemigo y los dardos más peligrosos para la continuación del Estudio.
Salamanca, a mediados del S. XV, mejor que la morada y asiento de las letras, asemejaba una plaza y castillo de armas; puesto que además de la angostura y tortuosidad de sus calles, el espesor y firmeza de sus murallas, cosas comunes á todas las ciudades en el período de la reconquista, descollaban en cada rúa tantas fortalezas cuantas eran las casas de los principales, con sus torres de defensa, desafiando a la Catedral antigua (la denominada la Fortis) construidos en el antiguo alcázar para el amparo de la ciudad. Pero poco a poco fue llegado el tiempo del reinado de la paz y asegurado con ella el florecimiento del estudio, de donde, llegando su renombre y esplendor a la cumbre de las humanas grandezas, los torreones de las casas se fueron amenguando al lado de los góticos minaretes de la Universidad, y de las cúpulas de los colegios mayores, y de las soberbias iglesias de los monasterios, y de las torres de la Catedral nueva, que proclaman, en lo alto de las nubes, los triunfos de la paz, la religión y el saber.
Juan debió de entrar en la Universidad en el curso de 1457 que comenzaba en aquellos tiempos el día de San Lucas y terminaba el primero de Mayo. Lo que sí sabemos con mayor certeza es que comenzó a estudiar sagrados cánones. Es de notar el esmero y preferencia con que se cultivaron los estudios canónicos en la Universidad salmanticense, desde sus más remotos días, que es probable recibieran impulso vivo desde que el Pontífice Bonifacio VIII honró por manera tan señalada al estudio, enviándole directamente su libro sexto de las Decretales, Así vemos que de la serie de cátedras que los historiadores de la Universidad dan como instituidas ya a principios del siglo XV, enumeran veinticinco, distribuidas del modo siguiente: seis de cánones, cuatro de leyes, tres de teología, dos de medicina, dos de lógica, una de astronomía, otra de música, otra de hebreo, otra de caldeo, otra de arábigo, otra de retórica y dos de gramática.
En 1516 se dieron nuevas providencias para atender a la Facultad de Teología, disponiéndose a leer á Santo Tomás, en el convento de Dominicos de San Esteban, y otra de Escoto, en el convento de Franciscanos. Ningún recuerdo ha permanecido de los primeros meses en que el nuevo estudiante de cánones vino a ocultarse tras las formas de modestia. Con motivo de un sermón es invitado San Juan a entrar en el colegio antiguo de San Bartolomé.
Al principio Juan era bastante desconocido pero un día fue invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de los colegios, el Colegio de San Bartolomé . Su predicación agradó tanto que empezó a ser muy popular entre la gente de la ciudad. La gente empezó a preguntar quién era este joven sacerdote. La Universidad estaba en pleno apogeo y los Teólogos y Doctores querían conocerle y oírle hablar.

El Colegio de San Bartolomé era célebre en la ciudad. (sobre sus ruinas se levanta hoy el Palacio de Anaya). A principios del S. XV, ocupando la silla episcopal de Salamanca D. Diego de Anaya, hijo de la ciudad, concibió el pensamiento de crear un colegio de estudiantes pobres y virtuosos que, bajo su sombra y amparo, frecuentaran las aulas de la Universidad.
La parroquia de San Sebastián celebraba la fiesta de su titular (en Enero de 1458), a la cual asistía el colegio de San Bartolomé, por hallarse enclavado en ella y ejercer en su iglesia el patronato. Y por la circunstancia de estar presente comunidad de tanto respeto, la función, así en concurrencia, como en las demás demostraciones de aparato y brillo, sería de las más solemnes de Salamanca. Estaba encargado del sermón de fiesta tan principal el presbítero estudiante Juan de Sahagún. Del sermón de San Sebastián no es menester ponderar nada, lo encarecen y proclaman mejor sus resultados.
Salieron en extremo prendados el Rector y los colegiales de San Bartolomé, de aquella doctrina inspirada y aquella palabra de fuego. Fue un hecho singular el del joven con gracioso y encendido rostro, exponer los afectos de su alma santa, y hablar el lenguaje de los maduros años e inculcar los consejos de encanecidos hombres. Todos, de común asentimiento, aclamaron al orador como un don del cielo y joya inestimable, y todos trabajaron por llevar a su colegio al estudiante de tan halagüeñas esperanzas. Juan de Sahagún se vio invitado por comunidad tan respetable a ingresar en su seno en calidad de capellán interior, el cual cargo aceptó con el agradecimiento propio de los santos.
El Colegio oía misa al romper el alba: debían todos los colegiales rezar el oficio de difuntos, y en las Pascuas, Apóstoles y fiestas de la Virgen, asistir a la misa cantada en la capilla del colegio, y la capilla de San Bartolomé del claustro de la Catedral, enterramiento del fundador. Dos veces, por lo menos, al año, estaban obligados a confesarse todos los moradores del colegio. San Juan de Sahagún ingreso en el Colegio de San Bartolomé. La gloria del colegio de San Bartolomé acrecentada por el brillo de santidad de San Juan de Sahagún. Juan de Sahagún santificó los recintos del memorable colegio, en el cual, de creer a las tradiciones consignadas en las historias, aparecieron las primeras ráfagas de las demostraciones maravillosas con que suele Dios esclarecer la virtud de sus siervos.
Así lo recogen los Anales del Colegio: “Juan de Sahagún, canonista, fue electo en esta santa casa año de 1450 en 25 de Enero. Fue Capellán de dentro: Y aunque los Capellanes de dentro ni fuera no se acostumbran escribir en esta crónica de los colegiales, pero este varón de Dios, por su santidad fue cosa conveniente y razonable que fuera escrito en este Colegio; porque éste es aquél verdadero israelita, en el cual no se halló engaño, quien por su bondad y honestidad de su vida y por la entereza de sus costumbres fue elegido por Capellán de adentro”. Tantos y tan ilustres nombres salieron del colegio de San Bartolomé, que hubo época en que los altos destinos de la nación estaban ocupados a la vez por tan renombrados colegiales, de donde vino la frase: Todo el mundo está lleno de “Bartolos o Bartolomicos”.
El celo de la predicación obliga a San Juan a salir del colegio de San Bartolomé. No tenemos averiguado el tiempo que el fervoroso capellán santificó con su estancia el colegio fundado por D. Diego de Anaya. Los antiguos escritores estampan solamente la frase de que le habitó por algún tiempo; y los encargados de perpetuar las glorias del ilustre colegio confiesan su ignorancia respecto de los años de su capellanía, conjeturando el Marqués de Alventos que no debió de cumplir el espacio de cuatro años, sino tres á lo más.
El santo capellán se daba con creciente fervor al cumplimiento de su ministerio; frecuentaba las aulas de la Universidad siempre con aprovechamiento notable; pero otra solicitud además y viva ansia entretenía su pensamiento y dominaba su espíritu. El fuego aquel de la discordia, de que tiene conocimiento el lector, no había manera de extinguirlo entre las familias rivales de la ciudad, y cada día se lamentaban más sensibles desgracias de uno y otro bando. Con insistencia incansable predicaba en una y otra iglesia, y a las veces en las calles y las plazas, combatiendo los desmanes y ensañamientos del rencor, y convidando.
Predicador tan celoso é intrépido había de atraerse los enconos de los ruines corazones. Y en manera alguna consentía el Santo que las iras condensadas contra su persona turbaran la tranquilidad del colegio, ni menos perjudicaran los altos intereses de fundación tan provechosa. Por otra parte, una vez dedicado a la predicación, habría de ser molesto a sus Rectores y la comunidad por las salidas del colegio, y acaso también por los socios que habían de acompañarle. En tan apurado trance, sacrificó su descanso y bienestar por el nombre del colegio, y más todavía por la paz y sosiego público, y se despidió de aquel su venerado superior y queridos compañeros, de su santa capilla y adorados altares tan exquisitamente cuidados, y su rinconcito inolvidable de oración y estudio.
Juan se matriculó en Teología en la Universidad, cursando estudios durante cuatro años, compartiendo estos estudios con las cocinas fregando y lavando platos en el Colegio de los Agustinos, acabó sus estudios y siendo ya Doctor seguía desarrollando esta labor que lejos de avergonzarle le ensalzaba a lo que otros sacerdotes y novicios le imitaban. Todo el trabajo lo hacía con humildad, penitencia y paciencia expresando su rostro un gran regocijo en lo que hacía. A pesar de estar totalmente inmóvil rezando en la misma postura durante largo tiempo.




5.        UN HECHO QUE LE CAMBIO LA VIDA

Dejado el colegio de San Bartolomé, se retiró el Santo a la casa de un virtuoso canónigo llamado Pedro Sánchez. Atacado de una grave enfermedad, hace voto de entrar en religión.

La vida de austeridad y recogimiento del Santo quizás fuese motivo de engendrarle una dolencia de las más penosas, así al espíritu como a la carne; la enfermedad podría ser un cólico miserere o peritonitis o cólico nefrítico llamado mal de piedra. Trascurría su vida orando y dando sermones siendo un magnifico predicador y escribiendo algunas obras y disertaciones hasta que un día al acostarse sintió leves molestias, y al poco empezó a sentirse enfermo. Le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio que hacerle una difícil operación quirúrgica (muy riesgosa con los métodos tan primarios de ese tiempo). Los doctores que le asistieron, declararon a sus superiores que tenía una dolencia desconocida que no acertaban a diagnosticar, esta dolencia le apartó de sus quehaceres y de las calles que tanto gustaba dejándole postrado en cama.

La asistían los médicos Medina y Recio el viejo, de fama y renombre; quienes, llegados al horrible trance de verle morir en el más angustioso tormento, le propusieron la resolución consabida, que aunque de escasa probabilidad parecía la única manera de salvarle. Se había abrazado a aquella cruz el Santo con toda resignación; y para aumento ele su dolor, permitió Dios que le atormentara la idea de si sería digno de amor u odio; conviene a saber, si gozaría de la anhelada gracia santificante, o si, por el contrario, estaría privado de la amistad divina. Volvió los ojos al cielo y durante el ascenso de su enfermedad pidió consuelos a la religión, sacando de la fuente de los sacramentos y las exhortaciones del sacerdote el alivio de la paciencia en el sufrimiento; pero ni la pena se acababa, ni la idea atormentadora se trocaba en dulce esperanza y deseo vivo de comparecer en la divina presencia. 
Antes por lo mismo y efecto del amargo pensamiento, cobró miedo y horror a la muerte; y se atrevió a pedir a Dios le esperase y concediese la vida, para emplearla toda en su servicia, y disponerse de tal arte y con obras más meritorias a presentarse en su juicio. E hizo voto de que la vida que había de llevar en lo de adelante, si sanaba, sería la vida de perfección cristiana, entrando en religión. San Juan rezó y rezó prometiendo a Dios si sanara redoblar sus esfuerzos en la fe y consagraría su vida como religioso agustino, lo cuenta él mismo: "lo que pasó aquella noche entre Dios y mi alma El solo lo sabe y luego, a la mañana, me fui al convento de San Agustín, alumbrado por el Espíritu Santo y pedí recibir este hábito".

El Santo recibió el beneficio de la salud como una nueva vida y más largo plazo que el Señor le dispensaba para aumento de merecimientos; y después de deshacerse en acciones de gratitud, se la consagró toda entera para su más perfecto servicio. Y adoraba, sumamente reconocido, los secretos juicios de Dios, y se detenía una y otra vez pensando en ellos, ponderando cómo de su temor a la muerte, le había infundido alientos para prometer la vida religiosa, y le había descubierto más amplio campo de perfección en que ejercitarse; desnudándose, no ya sólo de las afecciones mundanas, como apego a las riquezas, anhelo de dignidades, regalo de los deleites, de lo cual tan apartado vivía; sino hasta de la iniciativa, la elección y gusto en las obras espirituales, que es el holocausto más acabado, y, por tanto, más agradable a los ojos de Dios. Cierto, que no se puede pasar adelante sin admirar las trazas de la Providencia, que llenó de angustia y temor santo el alma de su siervo, para entrarle luego en un ambiente de luz y serenidad. Sin tan recio golpe, e impulso juntamente hacia la altura de la perfección cristiana, fuera verosímil que el Santo considerase como sobrado campo de su celo y su virtud, vivir según sus propias inspiraciones, pollo mismo que realmente eran todas buenas y excelentes.

La casa donde el Santo padeció la horrible enfermedad está en la calle Traviesa, y desde donde salió para el retiro del claustro, se señala todavía en Salamanca, y se ve adornada con una imagen suya, que en cierto tiempo se rodea de luces, casi enfrente de la Universidad, y una casa antes de llegar al patio de las escuelas menores desde las iglesias de la Clerecía y San Isidoro.

Sano ya de su enfermedad, y no sabemos si mientras se restablecía por completo, o andaba los pasos de cumplir su voto y meditaba dónde realizarle, le ocurrió hallarse con un pobre en suma desnudez, qué le pidió vestido con que cubrirse. Viva impresión causó al Santo la desnudez y desamparo del pobre, y, dispuesto a remediarle y darle su vestido propio, dudó si le daría el pardillo de entre semana, o el azul de día de fiesta. Pero al fin, recordando que la caridad hecha a los pobres la toma Jesucristo como hecha a él mismo, dijo para sí: a Dios se le ofrece siempre lo mejor. Y entregó al pobre su vestido de fiesta.
Juan recuperó plenamente la salud y entró a formar parte activa en la Comunidad de Religiosos Agustinos. Era el 18 de junio de 1463 fecha que adopta el nombre de Fray Juan de Sahagún. Dios así le concedió la salud y Juan entró de religioso agustino como había prometido.




6.       ENTRADA COMO RELIGIOSO EN LA ORDEN DE LOS AGUSTINOS

Viste San Juan el hábito religioso en el convento de Agustinos de Salamanca (1463). ¿Qué razones movieron a San Juan para elegir el instituto y convento de San Agustín de Salamanca? No será difícil conjeturarlo, teniendo presente la fama de santidad de que gozaba aquel venerando convento, debido a la observancia rigurosa dulcemente hermanada con el cultivo de las letras. La mortífera peste de mediados del S. XIV, arrebató la vida de la mayor parte de los religiosos, y al hallarse los sobrevivientes sin brazos para largas atenciones, sin guías apenas ni maestros, aflojaron en el rigor de las prácticas religiosas, hasta reponerse de tanta pérdida bien entrado el S. XV favorecidos de la mano de Dios, que les mandó sus santos reformadores. El convento de los agustinos tenía el sobrenombre del “Convento de los Santos”, con el cual fue siempre conocido en la Historia. Tal atractivo y eficacia ejerció el buen ejemplo del retiro de los santos, que le siguieron los pasos los conventos de Dueñas y Las Arenas, e inmediatamente el renombrado de Salamanca.

El convento de Agustinos de Salamanca resplandecía entonces entre los fervores de la reforma, habiéndole ocurrido que, por consagrarse con todo afán a la práctica de la virtud. La virtud y el estudio habían sido el imán de Juan de Sahagún todo el curso de su vida, y allí donde los veía resplandecer en fraternal concordia, se inclinó su corazón, para rendirse y consagrarse a su servicio. El Venerable Padre Fray Juan de Salamanca, por largos períodos Superior del convento, a quien debía de conocer y estimar grandemente el santo predicador, tuvo la dicha de imponerle el hábito el 18 de Junio de 1463. Sobre treinta y tres años contaría Juan de Sahagún, llenos de merecimientos, gastados, como sabe el lector, en larga carrera de estudios y predicaciones, de renuncia de beneficios y dignidades, cuando doblaba su cuello al yugo de la obediencia y la humildad, y debía reputarse como el más ignaro aprendiz en los ejercicios religiosos, para solamente escuchar y practicar los que su Maestro señalare. Tuvo en buena suerte por guía espiritual al discretísimo Padre Fray Juan de Arenas.

En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos. El convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. De Fray Juan sabemos las vigilias fatigosas y prolongados ayunos y tanta oculta aunque discreta manera de penitencia y mortificación, a que el Santo estaría dedicado en este tiempo de su noviciado y prueba. Y para sus años, para sus méritos y estado de sacerdote, no era la más desabrida é ingrata labor el ejercicio de la oración o el estudio, ni aun el ayuno y otros géneros de asperezas: en el sacrificio del amor propio y el rendimiento del juicio, en muchas maneras de humillaciones es donde se esconde la piedra de toque de los verdaderos noviciados.

De los rasgos y ejercicios admirables de virtud, que el santo novicio practicó indudablemente durante su prueba religiosa, apenas existe memoria; sólo campeó y ha descollado una circunstancia, rara por cierto, pero que habla por todas las que se olvidaron. Cuatro compañeros tuvo en el noviciado, oscuros por de pronto y de escasa edad; y teniendo necesidad de emplear a los novicios en servicio de la casa, tocó al famoso predicador y bachiller Sahagún, el humilde oficio de refitolero.

Conviene resaltar un hecho que quedó grabado en la memoria de todos. En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor, lo hacía todo con gran humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad, y todavía se conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino. Cuentan que la vasija que aún se conserva, tenía que rellenarla en la cocina pero Juan sirvió a muchos comensales sin que se agotara el vino, dándose cuenta los presentes quedaron maravillados.

En el convento de los Reverendos Padres Agustinos en Salamanca el reconocimiento de la comunidad se hizo patente. Juan de Sahagún era muy elocuente y sus sermones y homilías causaban honda impresión en los feligreses y novicios. El santo novicio, más por el milagro de sus virtudes que por el prodigio del aumento del vino, fue admitido a la profesión solemne, la cual fue rubricada de su mano en presencia del venerable P. Juan de Salamanca en el día del Santo Patriarca 28 de Agosto de 1464, quedando incorporado a ]a Orden Agustiniana de modo tan estrecho e irrevocable. Extraña a sus biógrafos no profesara el Santo al año del noviciado, cuando parece disfrutó de buena salud; pero como sucede ahora con frecuencia, bien pudo dilatarse por solo devoción y respeto al Santo Patriarca, una vez que se eligió para su profesión el día de San Agustín.




7.       SUS RASGOS MÁS DESTACADOS

El santo novicio ganó así el afecto de todos los religiosos, lo que acompañado del adelanto en sus años, su estado sacerdotal y títulos en las letras, hacían que siendo todavía novicio, según escribe el Venerable Padre Sevilla, fuese tan grato a todos que le miraban como Padre y como su propio Prelado.
Cimentado en profunda humildad y ardiendo su corazón en las llamas de la caridad más viva; dotado además de clara inteligencia y natural suave, perseveró siempre en la conversación y trato con religiosos y seglares, siendo muy grato a todos. Apenas entendía que había sido pesado o enojoso a algún hermano, luego se hincaba de rodillas y le pedía perdón; y no se levantaba del suelo mientras no oyese palabras de paz y contento, ni se retiraba de su presencia mientras no viese su rostro bañado de nuevo de alegría.

Si por el contrario acaecía que trataban de probarle la paciencia, o por cualquier motivo dirigían a él palabras mortificantes y desabridas, nunca se descomponía ni alteraba, ni manifestaba desagrado por ello, hasta hacía empeño entonces en mostrar cara más jovial, y decir palabras más cariñosas y placenteras: «no se hallará persona que de él diga que le vio alterado é mostrar una sola impaciencia, asegura el P. Sevilla. Mantenía agradablemente la conversación con los religiosos de entendimiento agudo y discreto, y gozaba en las pláticas espirituales de sencillez y franqueza, sintiendo fuerte repugnancia y horror a toda afectación y disimulo, a las palabras ambiguas y políticas de estudiada y mentirosa forma: lo espontáneo e ingenioso, lo recto y noble aunque sencillo y modesto, encaminado al bien y la caridad fraterna, era el embeleso de su alma, bien intencionada siempre, ingenua y bondadosa.
Juan de Sahagún acrecentaba su fama, estudiaba la Biblia y trasmitía sus conclusiones, rezaba horas y horas y daba sermones en cualquier parte, la gente se embobaba embelesada y aquellos que no llevaban una vida ordenada y no tenían un comportamiento adecuado cambiaban de actitud al escucharle. En realidad, era un hombre carismático, amable, visitaba enfermos, unía las familias desarraigadas, asistía a los moribundos y ayudaba a los pobres.

En la confesión adquirió fama de santidad, no entendía la hipocresía de aquellas adulteras que se confesaba para que las vieran y luego pecaban. San Juan les daba charlas y reprimendas, pero con su cariñosa actitud la gente quedaba prendada y salían con el propósito de enmendar sus vidas y reformar sus vicios, tal era que los hombres abandonaban sus amantes, y volvían a sus casas con sus mujeres.
Sus homilías eran muy largas y gustaba de recrearse pues veía a Dios en sus Eucaristías. Celebraba la Eucaristía con verdadera unción y devoción. La gente acudía cuando daba misa y se agolpaba para escucharle. San Juan fue verdaderamente un exponente de santidad.

Los biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una gran amabilidad con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos ratos a la oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían: "parece un ángel". El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada Biblia, para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.
Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar, sin tener propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó a muchos que estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con él era empezar a enmendarse.

Otro defecto que le criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa. Pero para ello había una explicación: y es que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más fervorosas que las de otros sacerdotes.

San Juan de Sahagún predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres. Y una vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para que atalayaran al santo y le dieran una paliza. Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no fueron capaces de mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había invadido un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo. En un pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a los campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron volver a predicar en ese pueblo.




8.       SU PÚBLICO Y SUS PREFERIDOS

Son muchas las heroicas muestras de su paciencia, de que tiene tan abundantes testimonios en las calles y plazas, en las iglesias y hospitales, en las cárceles y las humildes casas de las viudas y los huérfanos, así como en los palacios de los magnates. Para mantener la moral y las buenas costumbres no ahorró esfuerzo a en denunciar los excesos y abusos de los poderosos defendiendo a la gente humilde.

Existía por aquellos tiempos la detestable costumbre de presentarse las mujeres con vestidos muy escotados, causando tamaña desenvoltura grandes escándalos, y ocasión de ruina a buen número de almas. Los siervos de Dios sentían esta profanidad a la  par de muerte, y con abundantes lágrimas suplicaban al cielo el remedio de tanto daño. Encendido en el deseo de estirpar tan livianos trajes, predicaba oportuna e importunamente contra ellos; pero como la fuerza de la costumbre parecía una cadena insuperable, que arrastra a todos y muy especialmente a las doncellas, por no aparecer singulares y ridículas, los esfuerzos de los predicadores se estrellaban en la vanidad y escasa resolución de las mujeres.

Con el celo santo que ardía en el pecho del apóstol de Salamanca, y el amor acendrado que profesaba a la pureza, puso a las claras, y en abultado relieve, la liviandad que aquellos escotes demostraban, y las conquistas que el infierno conseguía de la impudencia de unas damas católicas. Burlándose dos mujeres de la predicación del venerable Padre, acostumbradas a oírle, no con la mira de su provecho espiritual, sino por esparcimiento y recreo, se encaminaron al sermón diciendo: "vamos a oír las chocarrerías de Fray Juan".

No se limitaba a exhortar a la paz y suavidad de trato con nuestros prójimos, a los caballeros y principales de la ciudad de Salamanca. Importaba mucho al celoso agustino reducir a costumbres cristianas y pacificas a todos los comarcanos; y así tan pronto dejaba oír su fervorosa predicación dentro del recinto de Salamanca.

Entre todos los sucesos más sobresaliente y admirable es el ocurrido con el primer Duque de Alba. Tenía tanta audacia en su predicación, que tenía, y osaba decir la verdad en los tiempos y lugares que convenia, y guardando las circunstancias que conviene a los Predicadores, en tal manera que no temía muerte, ni amenazas, ni otro peligro alguno. En su predicación arremetía contra los Señores que tenían vasallos, y eran obligados a restituciones, y sustentaban, y favorecían, y defendían los malos hombres, y molestaban a sus vasallos, y tiranizaban, y los robaban,  y así sustentaban los bandos.

Una predicación en donde expuso los abusos del Duque de Alba produjo gran alboroto. Salió el Duque con los Caballeros a hablar a las vistas de su casa, o corredores, que salen sobre el río de Tormes; estando allí delante todos los Caballeros y gentes, que le acompañaban, mandó llamar al bendito Padre Fray Juan de Sahagún. El cual puesto delante del Señor Duque, le dijo delante de todos: Padre, bien habéis dado licencia a vuestra lengua, y habéis tenido en vuestra predicación un trato descortés; él le dijo muchas palabras enojosas, y con mucha indignación; en tal manera, que me certificaron los Caballeros que estaba con tanto enojo que le veían lanzar espumas por la boca, y andar paseando por los corredores y temieron que lo lanzara por los corredores abajo, y lo despeñara.

Entre todas las palabras, que el Duque habló al Padre Fray Juan de Sahagún, le dijo estas palabras formales. Ahora pues Padre no tenéis rienda en vuestro hablar, ni castigáis vuestra lengua, no será mucho que os castiguen cuando menos penséis en los caminos. Dichas estas palabras, según dijeron los Caballeros el Padre Fray Juan de Sahagún, antes que más hablase, respondió al Duque casi por modo de pregunta, casi como quien pregunta: ¿Señor, quien me ha de salir al camino? Yo os prometo que con este Breviario yo le dé tantos golpes que él tenga por bien de librarse de mis manos. Cuenta la tradición que el Duque mandó a dos escuderos que le aprendiesen por el camino, pero fray Juan levantó el libro de oraciones y con él desarmó a los atacantes.

Cuando el Duque cayó enfermo el mismo Fray Juan fue a verle a tratar de reconciliarle: Señor, le diré porqué subo en el pulpito, o porque me pongo a predicar. ¿Qué es lo que cree, por decir la verdad, o por decir lisonjas, é complacer a los oyentes? Sepa vuestra señoría que al predicador conviene hablar la verdad, é morir por ella, y reprender los vicios, ensalzar las virtudes. Y diciendo estas palabras y otras muchas en favor de la predicación, se despidió del Duque en la mejor forma que pudo. Fue su compañero, Pedro de Monroy, pariente de los Monroyes de Salamanca, quien dijo que después de su visita que el Duque sanó cuando Fray Juan le perdonó.

Su conducta acabó por hacer mella en el Duque que luego se fue para él, é se hincó de rodillas delante de él, y con lágrimas le demandó perdón, le rogó que rogase a Dios por él; y culpándose mucho, y arrepintiéndose de su culpa, se propuso enmendar, luego le rogó muy afectuosamente, que en adelante tomase cargo de predicar, y reprendiera de las culpas, y males, y les pusiera en el camino de salvación.
No obstante, sus preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en peligro les conseguía familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran. Su caridad era ferviente y no cesaba de predicar la paz y reconciliar las familias desavenidas, reduciendo por la eficacia de sus exhortaciones hoy un caballero, mañana una casa entera, e insistiendo constante en sus penitencias y oraciones, para aplacar la ira del Señor y atraer sus misericordias hacia este pueblo desgarrado. La fama de sus prodigios daba una fuerza incontrastable a sus palabras, y los pechos más duros se iban rindiendo al poder maravilloso del divino mensajero.

Pero aún por otro lado ejercía avasallador ascendiente en todos los corazones. Era su pecho horno encendido de caridad; y como las llamas del fuego material todo lo invaden, a todo acometen, hasta calcinar las piedras y derretir los metales; así también los anhelos ardorosos de la caridad se extienden a cuanto se les acerca y avecina. El venerable agustino era el padre de los huérfanos, consuelo de las viudas, alivio de los enfermos, consejero de los atribulados y remedio de todos los pobres.

Cuando fue Prior del convento podía ejercitar largas obras de caridad. Mas terminado su trienio, no desamparó a sus desvalidos. En verdad, declara el Padre Sevilla, que su oficio no era otro sino «visitar a las personas viudas, y menesterosas, y a los enfermos, y a los que padecían menguas y aflicciones, a los cuales consolaba con palabras muy dulces y sabrosas, y andaba por la ciudad importunando a los que podían que les hicieran limosnas , y así los remediaba en sus necesidades y menguas y aflicciones.

En las fiestas y domingos visitaba los hospitales y las casas de los pobres; y con tal candor y naturalidad, observa el Cardenal Antoniani, practicaba todo este numeroso linaje de obras piadosas, que aun en su rostro y porte exterior resplandecía la pureza y rectitud de miras, sin que a nadie pudiera ocurrir se afanaba el Santo más que por la gloria de Dios y el aprovechamiento de los prójimos. Cuantas veces predicaba en la iglesia de San Lázaro. que estaba a las puertas del río y cercana a las casas de mancebía, lo cual debía ser con frecuencia, las llamaba a sus sermones, y hacía que los Gobernadores le presentasen a las rebeldes.





9.       SU LABOR DE PACIFICADOR EN LA LUCHA DE LOS BANDOS
El tiempo de San Juan de Sahagún fue un tiempo de fuertes enfrentamientos. Trascurría el tiempo de la boda de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón. La coronación de Isabel como reina de Castilla no tuvo aceptación general. Hubo nobles y ciudades castellanas que no la acataron. Para ellos la heredera legítima era Juana la Beltraneja. En Salamanca, las familias del Bando de Santo Tomé se decantaron por Juana y las de San Benito se encuadraron en el partido isabelino. La situación de Salamanca , tan próxima a la frontera con Portugal pedía la pacificación de los bandos. Isabel y Fernando la subrayaron como una de las prioridades. San Juan de Sahagún se levantaría como el pacificador de los Bandos. Pasemos a describir los hechos.

¿Quién podía imaginar que mientras San Juan de Sahagún se daba a la oración y ejercicios de la humildad, aunque no resonase en los templos su voz vibrante, tal huracán de odios y volcanes de ira y venganza habían de estallar en la estudiosa Salamanca?
Pasamos a relatar uno de los hechos que ocurrieron que levantó la lucha de los bandos. El origen de este enfrentamiento, aparte de que existieran previamente rencillas de menor calado entre las familias pudientes, ocurrió en el año 1464 o 1465. En el juego de pelota hubo una disputa entre los hermanos Manzano y el hijo menor de los Enríquez, hijo de María Rodríguez de Monroy, entonces ya viuda de Enrique Enríquez de Sevilla. La discusión se enzarzó y los Manzano mataron al hijo de María; temiendo la venganza del hermano mayor, lo esperaron escondidos y le dieron muerte también, huyendo de la ciudad. Al enterarse del suceso, la madre de estos, acompañada de 20 hombres de armas, persiguió a los asesinos de sus hijos hasta encontrarlos en una posada cerca de la ciudad de Viseu en Portugal. Allí sus hombres rodearon la casa, los prendieron y los ejecutaron. María mandó que les decapitasen después de muertos y regresó a su casa con las cabezas, que depositó en las tumbas de sus hijos enterrados en la iglesia de santo Tomé, hechos que la hicieron acreedora del sobrenombre de Doña María la Brava.
Las familias nobles de la ciudad entonces se dividieron en dos Bandos: uno era el bando de Santo Tomé, que encabezaban los Enríquez y, por tanto, María la Brava, llamado así por la iglesia de Santo Tomé (hoy desaparecida) que estaba frente a la casa de los Enríquez (conocida ahora como casa de doña María la Brava), en la actual plaza de los Bandos. El bando contrario era el de San Benito (la iglesia que le dio nombre aún existe). La plaza del Corrillo separaba las zonas de ambos y se fue convirtiendo en tierra de nadie, que ningún transeúnte se atrevía a cruzar; por esa razón crecía la hierba y se llamó el Corrillo de la Hierba.
A Doña María la Brava se le abrió un camino muy hondo, que salvaría luego con la penitencia y las lágrimas, que según la historia no derramó por sus hijos; en cambio corrieron enrojecidos torrentes, y los linajes ilustres y acaudalados de Salamanca, quedaron separados unos de otros por un ancho reguero de sangre.

El drama sangriento que había puesto espanto en toda la comarca, hubo de conmover hondamente a todos los sacerdotes y personas piadosas, cuanto más a los religiosos; pero donde resonó más viva y lastimosamente fue en el alma de Juan de Sahagún, el elegido por Dios para detener los ímpetus de aquellas discordias. Debía él sentirse aguijoneado y movido por fuerza secreta; más consideró como llamamiento más claro y seguro el que los superiores, descargándole de otra tarea, le señalaran la penosa y ardua de la predicación, como campo principal de su celo y su observancia. Otras veces, con palabras de suavidad y ternura con lágrimas del corazón, rogaba a los principales caballeros perdonasen a sus contrarios, y reconciliaba las familias, gastando el día entero, sin acordarse devolver a casa, ni aun para tomar alimento; lo que presumo liaría años adelante, en tiempo, sobre' todo, como habrá ocasión de observar, en que ejercía el cargo de Prior.

Por aquella época los dos partidos rivales en el Consistorio Municipal, los líderes de ambos se despedazaban verbal y públicamente y representaban cada uno a distintas familias y linajes. Estas disputas traían muertes, venganzas y rencores.

La Salamanca del siglo XV era una ciudad sin ley. Las reglas se imponían a golpe de espada. Mientras el pueblo llano centraba sus esfuerzos en sobrevivir, la nobleza salmantina se aliaba en dos bandos enfrentados. El bando de santo Tomé (en torno a la plazuela de los Bandos, antigua plaza de santo Tomé) y el bando de san Benito. La rivalidad se cimentaba en desencuentros políticos y de reparto de posiciones de poder en la ciudad. Eran habituales combates, muertes, y emboscadas. Este ambiente de guerrillas empapó la arquitectura de la época: palacios fortificados, ventanas escasas y protegidas, y torres defensivas. El territorio de uno y otro bando lo marcaba el Corrillo, que en aquella época se conocía como el Corrillo de la Hierba. Era tan peligroso traspasar ese límite, que la hierba crecía a sus anchas en la zona sin que nadie se atreviera a poner un pie sobre ella.

Fray Juan de Sahagún se hace famoso enseguida. Su oratoria atrae a gentes de todas clases a los sermones de sus misas. Es corriente escuchar decir a los salmantinos de entonces: “Vamos a oír al fraile gracioso”. Pero fray Juan no solo hace gala de sentido del humor, también critica sin piedad, reprocha, y exhorta a la Nobleza a detener la escalada violenta que despliegan por la ciudad. Los nobles intentan silenciar con amenazas al fraile. Pero lejos de acobardarse, fray Juan lleva su actitud crítica más allá de los púlpitos hasta las mismas puertas de las casas de los nobles. Estorbando incluso físicamente enfrentamientos y evitando así algunas muertes.
Juan era un predicador muy elocuente y sus sermones empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un pacto de paz, y se acabaron la violencia y los insultos.
Al enterarse San Juan de Sahagún de las contiendas entre los dos “Bandos”, hablo con ellos, les expuso la forma de vivir, la poca importancia de los bienes terrenales, la importancia del alma y del amor, a lo que ambos discrepantes se acongojaron viendo su mirada limpia y serena y arrepentidos abrazaron siendo un preámbulo de amistad y respeto. Aquellas familias entre los que contaban los Maldonados, Gil, González, Anayas, Acebedos, Nietos, Arias, Lozano, y otras relevantes firmaron un documento público, que avalaba la paz entre todos dando fín a las disputas. Para prueba y reconocimiento histórico existe la Plaza de la Concordia en Salamanca donde se firmó este acuerdo.
Fray Juan hace gala además de una enorme intuición profética que utiliza para intentar reconducir la violencia de la Salamanca nobiliaria. No hemos encontrado datos de las profecías que al respecto realizó el santo, pero seguramente fueron amedrentando a los nobles y convenciéndoles de que el fraile tenía más poder del que imaginaban. Entre los hechos asombrosos que se atribuyen al fraile, corre de boca en boca por toda Salamanca que al salir de la iglesia de san Martín, dos hombres se han ido hacia él con el encargo de apalearlo. Nada más blandir los palos, los brazos de ambos se han quedado paralizados y al instante se han visto atacados de convulsiones que les recorrían el cuerpo. Arrepentidos, pero sobre todo aterrados, han implorado perdón al fraile y ya recuperados han huido a lo más oculto de sus casas.
Fueron luchas internas que aterrorizaron a los habitantes y que contribuyeron en gran parte a que Salamanca no pudiera prosperar durante bastantes años. Familias como los Enríquez, Solís, Maldonado y Manzano, más sus seguidores, continuaron una verdadera guerra de venganzas, con duelos y encontronazos por las calles de la ciudad.
Estos enfrentamientos se prolongaron durante más de una década desde el episodio protagonizado por los Manzano y los Enríquez. A lo largo de esos años, el predicador agustino Juan de Sahagún trató por todos los medios de conseguir la concordia y consiguió, por fin, que los bandos firmaran un pacto de paz y de concordia el último día de septiembre de 1476. El acontecimiento tuvo lugar en una casa de la calle de San Pablo , que a partir de aquel momento pasó a llamarse casa de la Concordia. Firmaron entre otros representantes de las familias de apellidos ilustres, los Maldonado, Acebedo, Nieto, Anaya, Enríquez, etc. También la plaza que había frente a la casa pasó a llamarse plaza de la Concordia.
Con la mediación de fray Juan se alcanzó la concordia de los bandos. El documento se firmó en el número 84 de la calle de san Pablo. En la entonces conocida como Casa de las Batallas, que paso a denominarse Casa de la Concordia.
Diez años después de los sangrientos sucesos ocurridos con Dª María la Brava, tiempo en que la paz del sepulcro se impuso a esta señora, y crecido número de amigos y rivales, y el ardor de los antiguos mancebos se cambiaba en madurez de juicio; y era llegada la hora de recoger el fruto de las lágrimas y penitencias, de las suplicas y las predicaciones , de los viajes y desvelos, de las persecuciones y de las injurias, de los rasgos heroicos de caridad y el brillo deslumbrador de los milagros de un varón y mensajero de Dios, consagró enteramente a la dicha y pacificación de Salamanca uno un caballero, ya no una ilustre familia, sino grupos de ellos, en nombre y representación de los contrarios bandos, invocando a Dios y interponiendo el juramento, darán testimonio público de su concordia; y abrirán la era de paz para este pueblo, que es al propio tiempo la era de su grandeza y renombre.
Los Bandos firmaron un pacto y repiten de nuevo el juramento, y fechan la escritura a finales de Septiembre. Firman los Maldonados, Acebedos, Nietos, Anayas, Arias, Enríquez y otros apellidos ilustres, hasta veintidós: entre ellos el Dean y el Arcediano de Caniaces, la mayor parte del bando de San Benito. En Salamanca se enseña la casa, donde opinan algunos autores que se establecieron y juraron estas paces de los bandos; y fue al cabo de la calle de San Pablo, y salida de la ciudad, en la vivienda del guerrero Alvaro de Paz, Dean de Salamanca; la cual cedió al Cabildo, y fue llamada en antiguos documentos Casa de las Batallas, que hoy ha dado en llamarse Casa de la Concordia. En 1873 hubo de reedificarse la fachada, para ensanchar la calle; y se conservó con todo esmero cuanto de notable mantenía, que era el plateresco arco adintelado de una ventana con el escudo de los Paces, y el arco de la puerta principal, donde se lee esta antigua inscripción: Ira odium, general, concordia nutrit amorem.



10.   SU ESFUEZO POR LA RECONCILIACION Y LA JUSTICIA SOCIAL

Fray Juan hizo suya la labor de restauración del declive moral de la ciudad poniendo fin a las violencias, robos, usurpaciones, agresiones y abusos generalmente que provenían de las clases nobles. Uno de sus enfrentamientos más sonados lo mantuvo como hemos contado con el Duque de Alba, García Álvarez de Toledo, y su aristocrática clientela, que asaltaban pueblos y robaban el ganado a los campesinos.

La distribución de la pobreza y la riqueza le preocupaba, los maestros albañiles pagaban mal y tarde a los obreros y los terratenientes tenían brazos a cambio de jergón en chozos y unas migajas de pan, tal campaña hizo que en los pueblos latifundistas donde gobernaba un noble o señor no le dejan entrar y cuentan que un terrateniente envió dos mocetones para que pegaran una buena paliza a nuestro Santo. Estos, envalentonados por tan fácil trabajo de pegar a un cura, le emboscaron a lo que Juan les miró sonriente, en su mirada había un calor y tanto afecto que se sintieron aterrados y fueron incapaces de controlar sus temblores, preguntándoles San Juan por sus temores, confesaron que le iban a golpear y no pudieron ni mover un dedo asistidos de un una gran congoja. San Juan los consoló y les ordenó que se marcharan y enmendaran. Al volver junto a su amo, este se sintió indispuesto y moribundo mandando llamar al santo para que le perdonara, llegado este de vuelta el enfermo sanó.

Un hombre que tenía una amante al escuchar los sermones de San Juan de Sahagún en la en la iglesia de San Blas, decidió apartarse totalmente de aquella, mala y diabólica mujer la cual despechada exclamó: "ya verá el tal predicador, yo haré que no termine con vida este año". y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar.

Las sequías imperaban, el incipiente verano era asfixiante y llevaba mucho tiempo sin llover, las cosechas se perdían, San Juan viéndose en brazos de la muerte, dijo que apenas llegara al cielo pediría al Santo Padre agua para su querida Salamanca, nada más morir empezó una época de abundantes lluvias que arreglaron las cosechas.

A su muerte dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovadas de manera admirable. San Juan dejo dicho : Sepan que si Dios no da herederos, que es, porque el Señor quiere que lo sean los pobres. Su humanidad será irrepetible, venerado por Salamanca, sus Artes y su Universidad, muestran Orgullosas su Patronazgo y le rinden un perpetuo Homenaje. Muchas personas y vecinos de toda España han seguido los consejos de San Juan y han dejado sus bienes a los pobres.



11.   SU INTERCESION FRENTE A LA PESTE NEGRA

Fray Juan hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida del santo, de la peste negra, que azotaba a otras regiones cercanas. Fray Juan con sus rezos rogó al Señor que librara a la ciudad de Salamanca de la peste negra mientras el viviera, la cual ni apareció por la ciudad en ese tiempo. La peste negra se difundió por toda Europa. La peste ocasionó una gran hambruna y provocó en la segunda mitad del S. XIV una gran crisis demográfica. El problema se agravó en el S. XV con el rebrote de la peste y su inevitable mortandad.

Las congregaciones religiosas como dominicos, franciscano y agustinos acusaron dicha crisis. El Hospital de Estudio fue creado por iniciativa del obispo Lope de Barrientos para intentar solventar la crisis sanitaria. Fue construido donde se encontraba el Midrás, o lugar de estudio de la Torá de la comunidad judía, en la calle de libreros, al lado del Patio de Escuelas Menores. Fue puesto bajo la advocación de Santo Tomás de Aquino y contó con una capacidad de doce camas bajo la supervisión y cuidados del catedrático de Prima de Medicina. El párroco de San Isidro se encargaba de administrar los últimos sacramentos a los moribundos. Los pacientes que fallecían en el Hospital tenían indulgencia plenaria. Hubo otros hospitales el de la Cruz, fundado por los Hermanos de la penitencia, el de la Misericordia, el del Rosario vinculados a distintas cofradías.

La peste fue tan mortífera que el legado pontificio facultó a los clérigos para absolver de toda culpa a los contagiados. Las explicaciones sobre su aparición fueron fantásticas: Para los astrónomos y estrelleros se debía a la conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en Piscis, o a los eclipses. Para los fieles y muchos clérigos era un castigo divino por los pecados de los hombres; para los científicos se debía a la contaminación y corrupción del aire y del agua. Par los ignorantes la propagaban los judíos envenenando las aguas y el aire.

Por aquel entonces creció la devoción a la Virgen de la Vega y al Cristo de los Milagros también llamado Cristo de las batallas para que los protegiese de la peste. Hay una leyenda que cuenta que cuando los judíos se vieron también perseguidos la sinagoga que frecuentaban pasó a llamarse de la Vera Cruz y muchos se convirtieron. La calle de los perdones debe su nombre al dominico San Vicente Ferrer. Tras predicar en San Juan de Bárbalos fue tal la avalancha de judíos que querían convertirse al cristianismo que tuvieron que habilitar confesionarios en la calle. Tras las predicaciones de San Vicente Ferrer, los mercedarios fundaron el convento de la Vera Cruz sobre la sinagoga. Una lápida así lo recuerda: “Esta es la puerta de Dios: por ella entrarán los justos”.

Dios providente quiso enviar a dos santos a la ciudad. Uno fue San Vicente Ferrer. El otro San Juan de Sahagún. Las conversiones de San Vicente Ferrer marcaron el declive de la población judía en la judería, la aljama, de Salamanca. El santo valenciano consiguió del Rey Juan II que se separase en diferentes barrios a judíos y moros. Os judíos deberían llevar unos tabardos con una señal roja y los mudéjares caperuzas verdes con una luna clara. Gran cantidad de conversos y judíos abandonaron la judería y se marcharon a vivir a los pueblos de alrededores.

La insalubridad era extrema; el agua potable a la ciudad la suministraban aguadores con caballerías y carros. Las mujeres vertedoras recogían las aguas sucias de los hogares nobles en grandes vasijas de barro y las vertían en los arroyos que cruzaban la ciudad, Santo Domingo y los Milagros para desaguar finalmente en el Tormes. El resto de vecinos las arrojaban a las puertas de sus casas al grito de. “Agua va”.

La crisis provocad por la peste negra provocó una caída de las rentas de la nobleza y de los eclesiásticos. Para evitarlo los caballeros recurrieron a la violencia con robos de cosechas y usurpaciones de tierras, especialmente los comunales y ejidos de los pueblos.
La fiebre hemorrágica conocida como tifus negro, fue una fiebre hemorrágica viral que se extendió por todo el continente Europeo. En este ambiente de crisis tan profunda fue en el que apareció el gran santo San Juan de Sahagún que se convertiría en el patrono de la ciudad de Salamanca.




12.   SUS MUCHOS MILAGROS

Fray Juan, cual caballero andante o héroe del Medievo que viene a ser lo mismo, prestaba su ayuda a todo el que la solicitara. Era tanta la fama que alcanzó en la ciudad, que su superior de la orden de los agustinos, ocultando seguramente algo de envidia bajo la excusa de la discreción, le ordenó que limitara sus actuaciones espectaculares.
Sus milagros se extendían, no tenía preferencias, los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos, eran tan importantes como los ricos y caciques, amaba a todos por igual y ayudaba a los desvalidos, desprotegidos y débiles, recogía limosnas y buscaba albergues o asilos a las lozanas y adolescentes muchachas desprotegidas y en peligro, a las que alojaba con familias honradas, para que las protegieran y educaran en la fe

Los rasgos de caridad del venerado agustino, y los prodigios innumerables en favor de los pobres, se han grabado tan hondamente en el agradecido corazón del pueblo, que forman el asunto y la materia de las relaciones populares; por lo que son de oír de labios de esta gente sencilla los estupendos milagros, bautizados con los títulos de las calles de Salamanca. Cuentan que realizó más de doscientos milagros. Pasamos a relatar entre ellos los más célebres:

Uno de los famosos y más renombrados en esta ciudad que aconteció en el año 1475, es el del Pozo Amarillo, conforme se intitula la calle donde tuvo lugar. En un ancho y profundo pozo se había caído un niño, sin que su desolada madre, al advertirlo y asomarse al brocal, pudiera prestar socorro a aquel pedazo de sus entrañas.  San Juan de Sahagún pasó por allí y con ayuda del cordón de su sotana asomándose al brocal lo alargo al zagal, rogándole que se asiera. Al no llegar este a alcanzarlo San Juan hizo subir el nivel de agua hasta que el crío, llorando logró llegar a la boca del pozo y salir mojado y asustado con gran alegría de su madre, las gentes aplaudían y el Santo se escabulló entrando en el mercado y poniéndose un cesto a la cabeza para despistarlos, siendo rodeado de niños que le seguían y este sonriendo estuvo haciéndoles saltos y burlas, lo que les causo gran regocijo. Acudieron allí diversas gentes, a las voces de ¡milagro! ¡milagro! y ¡el Santo Fray Juan! la calle era un enjambre de personas y murmullos. Todos le querían besar el hábito, y en fuerza de tanta devoción llevárselo también en pedazos y reliquias. Especialmente rompieron á una todas las lenguas llamándole ¡santo, santo! y clamando sin cesar, y sin dejarle mover ¡milagro, milagro! convirtiendo el día en fiesta y bailes. En la actualidad existe una placa conmemorando el milagro.
En otra ocasión caminando por una calle de Salamanca, San Juan de Sahagún fue alertado por los gritos de la muchedumbre. El algarabío era por los derrotes de un toro bravo que correteaba por las calles escapado de su chiquero. El animal embestía a todo aquel que por allí pasaba San Juan de Sahagún se plantó ante él y le dijo “Tente Necio” (¡detente necio!), a lo que el toro se quedó manso y no opuso resistencia a su retorno al corral, cual oveja se tratara. Actualmente, la calle donde ocurrieron estos hechos recibe el nombre de Tentenecio.
En otra ocasión cierto día que estaba trabajando un albañil en la construcción de una casa, zozobró en el andamio y se cayó de él, pero no sin exclamar al mismo tiempo: ¡Válgame Fray Juan! Lo oyó el Santo, que a la sazón atravesaba aquel sitio, y le contestó, diciendo: espera un poco, que voy a pedir licencia. Y mientras llegó el bondadoso Padre con la licencia de su Prelado, el albañil se mantuvo en el aire, bajando después al suelo suavemente como en palmas de los ángeles. No habrá mujer en la calle de Pallideras (hoy Padilleros), donde es fama que se obró el milagro, que ignore el prodigio estupendo, y no lo cuente con abundantes señales a sus hijos.

Las ayudas que Fray Juan prestaba a la gente no siempre eran tan espectaculares. Así se cita a un bedel que se hacía cargo de la librería de la universidad, y al que robaron un libro de mucho valor. Angustiado porque aquello pudiera costarle el puesto acudió al fraile. Fray Juan ofició misa y a su término un hombre dejó anónimamente el libro robado en el altar.
Otro milagro le acaeció con un bedel de las escuelas de Salamanca, y fue así. Como al bedel (que es oficio de portero en las Universidades), le pertenecía tener cargo de la librería en la Universidad de Salamanca, una vez le hurtaron un libro que valía mucho y temiendo el peligro que le podía venir, fue al Padre Fray Juan de Sahagún, en quien tenía mucha devoción, y le dijo lo que le había acaecido, y como le habían hurtado un libro de gran precio. Le pidió que si otro día podría decir misa por él, para Dios le deparase el libro. El santo varón consolándolo, le dio buenas esperanzas, y prometió que rogaría a Dios con mucha devoción que lo sacase de aquel atolladero. Así fue como el día, que el siervo de Dios dijo misa, llegó uno, y puso en el altar el libro, y se fue. Acabada la misa, dijo el santo varón al ayudador que tomase aquel libro y lo llevase a la sacristía; y dio gracias a Dios por la merced que le había hecho en darle vida y salud para celebrar tan altos misterios, y porque había aparecido el libro. Entonces envió a llamar al bedel y le dio el libro, por el cual estaba tan congojado.
En otra ocasión se hallaba una mujer consumida de pena, y devorando en su pecho el desaire e infidelidad de un hombre, que después de las relaciones entabladas y la promesa formal de tomarla por esposa, la había desamparado y fue en busca de otra, con la cual se había unido en matrimonio. Y le pareció a la agraviada mujer que descansaría en su amargura, manifestándoselo al Santo, y pidiéndole consuelo. No dejaría de aprovechar el bendito Padre la ocasión para recomendar la amistad con Dios, que no falta en sus promesas, siendo así que dejamos al Señor tan fiel cumplidor de su palabra, y hacemos aprecio de las veleidosas y informales criaturas. El Santo vaticinó a la desconsolada mujer la manera cómo el Señor había de castigar aquel agravio y ligereza, diciéndole que por sus ojos vería la acción de Dios por los malos tratos de aquel hombre. Y en efecto así fue, el falso amante cayó en la dura cautividad de los moros; y después de experimentar la pesadez de las cadenas y la oscuridad de las mazmorras, con tantos otros malos tratamientos, cuando fue rescatado de la servidumbre, y respiraba el aire de la libertad, murió de muerte inesperada y repentina.
La verdad es que no hay autor, que haya descrito los milagros de San Juan de Sahagún, que no concluya advirtiendo que no los apunta todos. El primer biógrafo indica: “Estos, y otros muchos milagros, muy ilustre señor, obró nuestro eterno Dios en la sepultura del bienaventurado P. Fr. Juan de Sahagún, y por su intercesión; los cuales se mostrarán en forma que haga fe que en su tiempo debido, sin otros muchos, é infinitos que se dejaron sin autorizar por culpa del Notario, que no los asiento luego que los tomó en su registro, y los puso a mal recaudo; los cuales yo vi por mis propios ojos, y daré fe de ellos cuando me fuere preguntado. De los cuales muchos de ellos fueron muy maravillosos en los ojos de las gentes”. 
El Beato Alonso de Orozco refiere treinta y cinco milagros que obró nuestro Señor por el Santo después de su muerte, añadiendo que no relacionaba otros muchos, ya porque no estaban todos autorizados, ya por no parecer prolijo. El P. Jerónimo Komán escribe: “pareció que al orden del decir pertenecía hacer memoria de los muchos milagros que nuestro Señor hizo por este su siervo después que pasó de este mundo, pues de los que hizo en vida se ha dicho lo que permite esta mi brevedad; y aunque es verdad que están tomados por testimonio cuasi doscientos milagros, no haremos tan larga narración de ellos”.
La interpretación que hacen los biógrafos del santo es que fray Juan prefería vivir en el territorio de la humillación que en el de la aclamación. Fuera así o no, lo cierto es que el fraile parece querer borrar de las mentes de los salmantinos la hazaña realizada. Prefiere asumir una identidad falsa; que la gente le conozca como el fraile loco antes que, como el fraile santo, o el fraile heroico. Tomás Cámara y Castro, biógrafo del santo, se hace eco de alguno de ellos y agrega que se dice que, incluso tras su muerte, Fray Juan continuó obrando milagros en torno a su sepultura, instalada en el convento del que fue prior.

  
SU MUERTE MISTERIOSA
Como todo verdadero profeta San Juan de Sahagún tuvo muchos seguidores y muchos perseguidores. Sus detractores le mandaron a decir que mirara cómo predicaba y se abstuviera de echarles en cara sus demasías; pero el Padre comenzaba luego sus sermones, manifestando las amenazas que le habían dirigido; y advertía, con serenidad y gracia , que no se molestase nadie con semejantes avisos, los cuales nada le intimidaban ni detenían; ya porque creía indignos del oficio de predicador a los pusilánimes y medrosos ante los respetos humanos, ya porque él se holgaría mucho en derramar su sangre en defensa de la verdad, y por el reposo y felicidad de un pueblo y una Escuela tan insignes.

Sus detractores no vacilaron en poner asechanzas a la vida del Santo; y así, al salir éste un día de predicar de la parroquia de San Martín, envió dos criados, que camino del monasterio de Agustinos, molieran al religioso a palos. Apercibidos y bien colocados se hallaban los criados, para descargar sus golpes sobre Fray Juan; y al arremeterle ya, y levantar en alto los garrotes, quedaron sus brazos como suspensas aspas de molino, temblando de pavor y susto, y discurriendo el extremecimiento y las convulsiones por todo el cuerpo.

Ocurrió en una ocasión que al poner en evidencia desde el púlpito la inmoral relación que la marquesa Isabel mantenía con un apasionado noble llamado Iñigo, esta relación acabó en ruptura y la marquesa juró vengarse. Contrató a un sicario, asesino pagado a sueldo, para envenenar al fraile. Fray Juan falleció el 11 de junio 1479. Tal como él mismo había vaticinado que ocurriría, momentos después del fallecimiento comienza a llover torrencialmente. Las circunstancias exactas de su muerte aún hoy se desconocen, aunque la hipótesis más probable es que muriera envenenado por orden de aquella mujer noble, de la que conocía relaciones adúlteras con aquel joven de la ciudad.

Dicen que el joven abandonó la relación con esta mujer tras escuchar a Fray Juan predicar en uno de sus sermones y ella, en represalia por esta pérdida, ordenó a un médico echar un potente veneno en los alimentos del monje. Otra de las hipótesis es que Fray Juan acabó muriendo a manos de algún miembro de una de las familias enfrentadas en la Contienda de los Bandos, en las que él había estado mediando durante largos años desde el púlpito, pero esta versión de los hechos no ha tenido tanta preponderancia en la historia.

El caso fue que coronamiento de toda su obra fue sellado con una santa muerte. El mismo profetizó su gloriosa muerte un año antes de salir de esta vida. En cierta ocasión dijo desde el púlpito: Alguno está aquí que antes de un año morirá; y añadió luego: Vosotros decís que predica bien Fr. Juan de Sahagún; pues yo os digo que antes de diez años predicará mejor: por lo cual, todos entendieron que hablaba de sí propio. Y con efecto, a su tiempo veremos qué linaje maravilloso de predicación usó a los diez años después de muerto.

Antes de que se cumpliera este vaticinio, providencialmente dispuso Dios terminara el Santo el bienio de su priorato, en principio de Mayo ele 1479, y quedara sin oficio y bajo la obediencia de su antiguo confesor el Venerable P. Espinosa; para que así se conocieran los secretos portentosos de los regalos que recibía en el altar, durante el santo sacrificio de la misa. No lo consintió su bondad, para que nosotros tomáramos parte en el agradecimiento y la alabanza, como podemos participar de notable aprovechamiento en nuestro espíritu, pensando maduramente en los excesos de las divinas magnificencias.

Su principal biógrafo  el Venerable P. Sevilla, escribe: “ Creemos en verdad que le mataron por por predicar la verdad, dándole en su comer un veneno con que muriese. Esto afirma ser así, porque oí decir a muchos que habían oído a una persona cuyos vicios él perseguía, que juraba a tal, que ella haría que no cumpliera el año. Y así fue, que murió secándose todo, con señales que todos afirmaron que le habían dado con que muriese”. 

No menos explícito y claro manifiesta su parecer el Santo Orozco: “Los médicos que le curaban afirmaban que aquella enfermedad le había venido por haberle dado algunas cosas ponzoñosas a comer. Esto decían por grandes señales que en la enfermedad veían”. Así que no parece vacilar en considerarle mártir, porque según a continuación observa: “conclusión es de teólogos que dar la vida por conseguir virtud cristiana es martirio. Y fúndase en aquellas palabras de nuestro Salvador, el cual dijo: Bienaventurados son los que padecen por la justicia. Cada una virtud es protestación de nuestra santa fe y acto de justicia. Luego muriendo el bienaventurado Sahagún, por quitar de pecado mortal al hombre que apartó de aquella mujer perdida, fue padecer y morir por la justicia. ¡Oh bienaventurado Santo! ¡Oh predicador glorioso, imitador de aquel gran Precursor San Juan, el cual, por defender la castidad, y remediar aquel gran escándalo, dio la vida!”

Lo más probable según cuentan los biógrafos es que ambas hipótesis podrían relacionarse. Juan predijo su muerte cuando Salamanca sufría la sequía de un terrible verano. Juan anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes. Y así sucedió en aquel mismo año de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años. A su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable.

Aquella preciosa vida, acabada por las fatigas apostólicas, fue coronada con el martirio continuado sacrificio de amor, en el ofrecimiento y dedicatoria de sus penas, como fragancia desprendida del incienso derramado en las brasas. Desfallecía poco a poco el cuerpo, y se alentaba más y más el espíritu con los atisbos y cercanos vislumbres de la bienaventuranza eterna. Cuanto era mayor el desmayo de la vitalidad física, la energía del alma se desplegaba, deshaciéndose en los suspiros inextinguibles de ver la hermosura de Dios, que experimentan los justos en vísperas de celebrar el eterno desposorio.
El amigo de Dios acabó su santa vida, con las palabras con que el hijo de Dios espiró en la cruz, diciendo: Padre, en vuestras manos encomiendo mi espíritu. Vos criasteis mi alma a vuestra imagen y similitud. Vos mi Dios, la redimisteis con vuestra preciosa sangre. Vos la recibid en vuestro amparo para la glorificar en el cielo. Con tal fe, esperanza y caridad perfecta acabó el siervo de Dios Fr. Juan de Sahagún su santa vida.

Los religiosos hacían sentimiento, porque perdían un Padre tan santo, y que era consuelo de todo aquel convento. Los ciudadanos de Salamanca lloraban, porque les faltaba un tan excelente predicador y médico espiritual, que remedió a sus conciencias. Mas los ángeles cantaban alabanzas a Cristo, por tener aquella ánima santa en su compañía.

Descansó en paz el Santo Fr. Juan de Sahagún, en el monasterio de San Agustín de Salamanca el día 11 de Junio de 1479. Colocaron el sagrado cuerpo en una litera en la iglesia a la vista del pueblo: acudió toda la ciudad con ostensibles muestras de veneración a contemplarle, queriendo todos llevar por reliquias pedacitos de su hábito, el cual rompieron; y jura un testigo que él estuvo muy tentado de arrebatarle un dedo, pero previendo esta contingencia los religiosos por la concurrencia numerosa de fieles, levantaron su cuerpo y le llevaron a la capilla mayor, defendida por una reja, que cerraron con llave.

A fin de que toda la ciudad conociera que tenía un abogado más en el cielo, plugo al Señor regocijarla mandando copiosa lluvia a los agostados campos, como el Santo en su enfermedad había pedido para remedio de los pobres, uniéndose en espíritu a las públicas rogativas que en Salamanca se hacían por el agua. Todos bendecían y alababan al Señor por este beneficio, y confesaban que por los merecimientos del bendito Padre Sahagún les enviaba Jesucristo el consuelo de la abundante lluvia. ¡Oh, cuántos prodigios y cuántas maravillas en favor de esta ciudad y los devotos de otros lugares había de obrar Dios por intercesión de su siervo!

Se dice que después de muerto la gente siguió acudiendo a él. Venían las gentes de diferentes lugares al convento agustino de Salamanca, donde primero se enterró, a pedir favores al santo. Entre los milagros realizados se citan varios, incluso la resurrección de un muerto, la curación de un niño atropellado por un carro de bueyes, la recuperación de tullidos, y tantos otros.



14.   PROCESO DE BEATIFICACION Y CANONIZACION

Después de celebradas las solemnes exequias se enterró el cadáver del bendito Padre Sahagún, debajo del coro del convento de San Agustín de Salamanca. Mas como fuera opinión unánime el reverenciarle por varón santo, las personas acudían a su sepulcro en las enfermedades y tribulaciones, volviendo siempre consoladas o remediadas; y hasta tal punto aumentaba su devoción en el pueblo, que su sepultura y en la capilla donde se hallaba, se llenaba de paños y recuerdos. Muchos eran los que, tocando su sepulcro, hallaban su curación.
Así lo narra el venerable padre Sevilla, Prior del convento de Salamanca. No quiso permitir la divina clemencia que la santidad de este santo varón se ocultase, más que resplandeciese y se manifestase a todos; y así, ordenándolo el mismo Dios, acaeció que siendo yo Prior del mismo convento de nuestro Padre Santo Agustín de Salamanca, que un sábado, víspera de los bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo, que fueron 28 días del mes de Junio, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de 1488, estando yo en el coro con los religiosos diciendo completas, y diciendo el primer salmo de completas, Cum invocarem, etc, vino a mí el portero Hernando de Salamanca y me dijo estas palabras: «Padre, allí os llaman con grande prisa, que está toda la iglesia dando voces para que usted salga allá. Yo oyendo esto, dejé el coro y salí a la Iglesia con ciertos religiosos; y hallé la Iglesia llena de gente, y fui hacia ellos. Entonces vi una doncella en medio de ellos, que se decía Beatriz, hija de Juan de Cuerva y de Violante de Sese, vecinos de la villa de Cuellar, cuya edad seria de veintitrés años; la cual había venido desde Alburquerque con una mano manca y tullida a la sepultura del bendito Padre, para alcanzar sanidad. La cual entró en la sepultura y luego sanó.
Entre otros muchos milagros, que se hicieron en la sepultura del bienaventurado Fray Juan de Sahagún, fue el de Bernal Soguero, que hacía cuarenta y cinco años que nació mudo y sordo; y entrando en la sepultura, el martes 15 del mes de Julio del año de 1488, luego habló y oyó. De esto fueron muchos testigos de cómo era mudo, y sordo. También vimos venir a la sepultura una moza, que se decía Sancha, y era criada de Juan de Salamanca, vecino de la ciudad de Zamora. La cual jurada, y preguntada, dijo que ella naciera derrengada, y quebrada por medio el cuerpo, y tal que andaba muy feamente, y con grande pena. La cual entró en la sepultura, en lunes 28 de Julio del año 1488, y salió libre, o sana de la sepultura sin mal alguno. La cual era de 22 años de edad y desde entonces había estado tullida.
El miércoles 6 de Agosto del mismo año, vimos venir a la sepultura a uno, que se llamaba Juan de Mondragon; el cual jurado, y preguntado, dijo, que hacía cinco años que se tulleciera de los brazos, y manos, y de los pies, y de los tobillos abajo, que no podía andar, salvo muy poco, y con grandes dolores, y mucha pena; que no podía abrir las manos, ni hacer cosa alguna con ellas; ni se calzaba, ni se podía vestir; salvo que su mujer, e hijos lo vestían, y calzaban; y entrando en la sepultura, salió sano, y libre sin mal alguno.
El mismo día, 6 de Agosto del dicho año de 1488, vimos venir a la sepultura del bendito Padre Fray Juan de Sahagún a Inés, hija de Rodrigo Alonso, vecina de las Garrobillas. La cual jurada y preguntada, dijo que ella había nacido tullida de ambos brazos, y de todo el cuerpo; y de las manos, desde que naciera; que podía hacer treinta años que era tullida. La cual no podía hacer cosa alguna, ni dar, ni obrar de manos, ni cosa alguna. La cual venida a la sepultura, los que la traían, la metieron; y como entró en la sepultura, luego salió de ella libre, y sana sin lesión alguna. De lo cual dieron fe, que vieron a la dicha Inés tullida, y tan lisiada, y quedó también curada
Después de un sinfín de informaciones y procesos de las virtudes y milagros del Santo Fr. Juan de Sahagún y Breve de su beatificación. El padre Orozco,  para enlazar la áurea cadena de tan incalculables señales del cielo, escribe así en la crónica de los santos de su orden hablando del taumaturgo salmantino: “Después de la muerte de este santo religioso, excede de doscientos el número de milagros que fueron vistos ante su sepulcro”.
Todas las informaciones de la vida y milagros del bendito P. Sahagún, en las que intervino la autoridad del Ordinario, a la sazón el Obispo de Salamanca Ilmo. Sr. Bobadilla, comenzaron en 1525 y se habían cerrado para el año 1528. La gestión del Gran Capitán debió de limitarse a la presentación de la memoria escrita por el P. Sevilla; y así fue menester que el General de la Orden, el Cardenal Rodulfo, Protector de la misma, y la Majestad de Carlos V, instaran de nuevo a su beatitud Paulo III, a fin de proceder a la beatificación del venerable Padre; el cual Papa envió remisorias, para la formación de los procesos apostólicos, al Cardenal de Toledo, al Obispo de Salamanca y al de Balneoregio para que ellos, o cada uno de por sí, los instruyeran en la forna Prescripta, en Breve dado de 22 de Agosto de 1542.
El Obispo de Salamanca unió al proceso antiguo de 1525, instruido con autoridad del Ordinario, el que él formó por comisión apostólica, y se mandó todo debidamente autenticado a conocimiento de Su Santidad. Instó Pio V a su Majestad Felipe II, en virtud de vida tan esclarecida y milagros tan estupendos; y hubo de insistir con Gregorio XIII, quien concedió indulgencia plenaria, por diez años, a los que visitaren la capilla y altar del Santo el día 11 de Junio. Así se fue tratando siempre con mucho espacio, observa Antolínez, por el gran descuido y flojedad de la orden de San Agustín, que no acababa de enviar persona que asistiese en Roma a tratar de ella, sino cuando iban los religiosos a los capítulos generales, que apenas concluidos, se volvían a sus provincias. En 1596, instando Felipe II á Clemente VIII, renovó este Pontífice las indulgencias de su Predecesor Gregorio XIII. Los mismos Purpurados examinaron los procesos con detenimiento, dando informe favorable, y el Cardenal Antoniani compuso una vida del Santo en latín, elocuente, muy concisa e interesante, dando su dictamen en 24 de Agosto del año 1600.
El Papa Clemente VIII redactó un documento para perpetua memoria. El 19 de Junio de 1961. No es decible el júbilo con que toda la Religión Agustiniana leyó este apetecido documento: apenas llegado a Salamanca, y puestos de acuerdo la autoridad eclesiástica, ciudad, universidad, el colegio de San Bartolomé y el convento de San Agustín, celebraron muy solemne fiesta en hacimiento de gracias. Después, en 24 de Mayo siguiente, acordó la Universidad, en claustro pleno, a fin de honrar la memoria de su ilustre hijo, celebrar como fiesta el día de San Juan de Sahagún. Cinco días después, reunida la ciudad en consistorio, oyó la instancia del R. P. Antolínez, Prior de San Agustín, exponiendo que por las virtudes del Santo sonaba el nombre de Salamanca en el calendario romano, cantándose Salmanticce in Hispania, depositio Beati Joannis de Sahagun, etc., y que por consiguiente debía también celebrar de fiesta el día de su predicador y apóstol.
El consistorio del 5 Junio de 1602, acordó tener como feriado el día del bienaventurado Sahagún, declarándole patrón de la ciudad y hacer juramento de asistir a su fiesta en el monasterio de San Agustín. Lo cual tuvo fidelísimo cumplimiento en 8 de Junio siguiente, en el cual, habiendo acudido las comisiones de la ciudad, acompañadas de mucha gente noble al convento de Agustinos, hincados de rodillas al pie del altar del Beato Juan de Sahagún, y puestas sus manos en los Santos Evangelios, pronunciaron el juramento y voto, del tenor siguiente: Voto de la Ciudad de Salamanca:
“Prometemos y juramos por Dios nuestro Señor, y Santa María su bendita madre, y por los Santos cuatro Evangelios, y Cruz en que corporalmente ponemos nuestras manos derechas, que desde el presente día en adelante para todo el tiempo del mundo y siempre jamás habremos y tendremos, y esta ciudad de Salamanca habrá y tendrá por día de fiesta y feriado el que se contare doce de Junio de cada un año, en que la Beatitud del Papa Clemente VI por su breve especial ha mandado celebrar su fiesta. Voto y juramento de la ciudad de Salamanca y la villa de Sahagún aclamándole por su Patrono”.
Lágrimas de gozo derramaban en abundancia los circunstantes, viendo la manera con que el Señor honraba a su siervo; y para que el acto solemne verificado en San Agustín llegara a conocimiento de toda la ciudad, y supiera que tenía nombrado patrón y abogado en el cielo, dieron pregones por todas las calles y plazas; y la víspera de la fiesta, que estaba tan vecina, se encendieron luminarias en todas las viviendas, y hubo juegos de comparsas, músicas y. gran algazara al toque de campanas.
En el año 1601, más de un siglo después, es beatificado por el entonces papa Clemente VIII, y en 1691 es canonizado por Inocencio XII. Si el primer enterramiento fue debajo del coro del convento de San Agustín de Salamanca, al ser muy frecuentado el sepulcro y queriendo asegurar las santas reliquias se encerraron en un arca de piedra.
Se decidió labrar al Santo una más amplia y rica capilla y decoroso tabernáculo. El colegio de San Bartolomé se mostró en esta obra tan espléndido como de costumbre, mayormente en obsequio del más ilustre de sus colegiales. En 7 de Agosto de 1569 se pensó en trasladar al Santo á lugar más honorífico, y exponerle a la pública veneración con autoridad del Ordinario; por lo que sacada del archivo la Memoria del P. Castro, acerca de las reliquias y sepultura del bienaventurado Padre Sahagún. Con la devoción que es de suponer colocó las santas reliquias en una arca nueva de nogal, de dos llaves, y se llevó al altar del crucifijo, a la parte del pulpito, fuera de la reja de la capilla Mayor. La traslación se verificó en viernes, 17 de Enero de 1578. Después de su canonización se extendió la fama de santidad por todo el orbe. Declarado patrono de la ciudad de Salamanca y se trasladó finalmente se la urna con sus reliquias a la Catedral Nueva.
El nombre del bienaventurado Padre Sahagún: erigido tenía altar con autorización pontificia, y señalado día de fiesta para mayor reverencia de su glorioso sepulcro; pero este culto, como tributado por sola beatificación, es limitado, así por lo que hace al lugar, como también Por lo que hace a la naturaleza de la misma veneración. El culto de los Beatos lo concede como privilegio la Santa Sede a determinadas Iglesias y señala los límites en que ha de contenerse; el culto de los Santos es generalmente mandado para todo el orbe católico y sin la tasa de los beatificados; y se obtiene, mediante el solemnísimo acto de la canonización, en que los Papas definitivamente declaran gozar de la bienaventuranza el Santo, y ser digno de la veneración pública de los fieles. Y atendida la devoción que se había despertado por las fiestas-pasadas al bendito Padre, era razón no se dejara piedra por mover para alcanzarle la suprema gloria en la tierra.
Pero a poco descansó en paz Clemente VIII sin resolver tan alto asunto, y lo mismo León XI, a quien sucedió Paulo V, por ordenación del cual se instruyeron nuevos procesos con autoridad apostólica en Salamanca y Sahagún en 1622 y 1623. Cuando el nuevo proceso y la fama de tanta maravilla llegaban a Roma, la Santidad de Urbano VIII, se sirvió publicar especiales decretos relativos a la beatificación y canonización de los Siervos de Dios, haciéndolas más arduas y difíciles, y erizándolas de amplias y exquisitas investigaciones, señalando los trámites porque, según que el venerable se le hubiera tributado culto en lo antiguo o no, debían pasar sus causas, y prohibiendo en lo sucesivo venerar a nadie sin facultad pontificia. Clemente IX confirmó el decreto de la Sagrada Congregación de 1668 disponiendo que, en virtud de haber sido aprobados los antiguos procesos sobre las virtudes, podía procederse al examen de lo concerniente a los sucesos posteriores a la veneración permitida. Y Clemente X, en la Congregación celebrada en su presencia el 18 de Marzo de 1672, aprobó el informe de los Emmos. Cardenales sobre que, posteriormente al a veneración concedida al Beato, continuaba la fama de santidad y devoción de los pueblos y la voz de los milagros, y que, elegidos entre muchos ocho milagros, dos de ellos se declararan indudablemente concluyentes y manifiestos.
Alejandro VIII celebró el Consistorio secreto de Cardenales pidiendo su parecer para dicha canonización, que fue favorable. Y en otro público Consistorio, asistiendo además los Patriarcas y Obispos residentes en Roma, leído el resumen de sus virtudes heroicas y milagros estrepitosos, se obtuvo igual y feliz éxito. Ordenadas entonces las rogativas y ayunos para pedir todavía a Dios luz y acierto, convocó Su Santidad el último Consistorio semipúblico, compuesto de los Enmos Cardenales, los Patriarcas, Arzobispos y Obispos que se hallaban en Roma, presentes los Notarios de la Santa Sede y Auditores de las causas del Palacio Apostólico, y de cuanto se expuso y relató, se votó unánimemente que la canonización del Beato Juan de Sahagún redundaría en grande gloría de Dios y esplendor de la Iglesia católica. Y estando todo cumplido, cuanto los sagrados cánones y decretos apostólicos exigen para estas gravísimas causas, señaló el Padre Santo el 16 de Octubre de 1690, segundo de su Pontificado, para proceder a la tan suspirada canonización. Lo que, gracias a Dios, tuvo lugar en dicho día con toda pompa y magnificencia, declarando el Vicario infalible de Jesucristo que el bienaventurado Juan de Sahagún era Santo, y que por tanto debía ser venerado en toda la Iglesia católica.
El 16 de Octubre de 1690 se celebró en Roma el fausto acontecimiento de la canonización suspirada, y llegaron con la noticia para el Rey en 18 ele Diciembre del mismo año, y el Prior de Salamanca recibió la estafeta ordinaria el domingo 24, víspera de la Pascua de Navidad. Fallecido Alejandro VIII el día primero de Febrero de 1691, publicó la Bula de canonización su suceso Inocencio XII el 15 de Julio de 1691.
La noticia de la canonización fue recibida con gran júbilo en la ciudad de Salamanca. Por la noche apareció toda la ciudad iluminada: en la Plaza Mayor se contaron tres mil cuatrocientas hachas: hasta la cima de los tejados se divisaban los faroles, y las hogueras y luminarias de las calles eran innumerables. Se repitió el toque general de campanas, y aquella noche, siempre animada y divertida, se trocó en clara luz y día venturoso, discurriendo gozosísimos los fieles por calles y plazas, y mayormente por la lonja y iglesia de San Agustín, no cesando en todo el tiempo los fuegos, cajas y clarines y músicas concertadas. El día 25 salió por las calles improvisada mascarada que representaba numeroso congreso eclesiástico y el colegio cardenalicio: el día 26 los gremios de Salamanca ordenaron muy costosa y rara mogiganga de aves y cuadrúpedos en alternativas parejas, que con motes y letreros apropiados se llegaban a saludar a San Juan. Desde el año 1868, San Juan de Sahagún es considerado patrón de la ciudad de Salamanca. Por ello, el 12 de Junio, la ciudad rinde homenaje a uno de los personajes más insignes de su historia.
Así resumiendo todo el proceso San Juan de Sahagún fue beatificado por el papa Clemente VIII en 1601. Fue canonizado por el papa Alejandro VIII en 1691 y su festividad se conmemora el 12 de Junio. San Juan de Sahagún es el patrón de Salamanca desde 1868 y de su ciudad natal Sahagún que le da el sobrenombre. El obispo de Salamanca entre 1885 y 1904 Tomás Cámara y Castro publicó en 1891 una biografía sobre San Juan de Sahagún llamada Vida de san Juan de Sahagún del Orden de San Agustín, patrono de Salamanca que hemos utilizado en esta memorias.

15.   EL TRASLADO DE LAS RELIQUIAS A LA CATEDRAL NUEVA

El 28 de agosto de 1692, la ciudad de Salamanca costeó dignísima urna de plata, destacándose la generosidad del Colegio mayor de San Bartolomé, que por este motivo guardó una de sus llaves. En ella se cinceló esta inscripción: “Esta urna de plata mando hacer la muy noble ciudad de Salamanca a su costa, en la cual se trasladó el cuerpo de su glorioso Patrón San Juan de Sahagún, el 10 de septiembre del año del Señor de mil seiscientos noventa y uno, que fue en el que se celebró su canonización, con las fiestas mayores que fue posible, y volvió a revalidarse con voto solemne el que había hecho de tenerle por su Patrón y guardarle su día”.

El año 1782 se le añadió la base o peana de plata, quedando la urna desde entonces como hoy la podemos contemplar en la capilla mayor de la catedral Nueva. En muchas ocasiones esta urna se llevó en procesión por las calles de la ciudad, para pedir la lluvia, para lograr protección o para suplicar el cese de la peste.

El 21 de septiembre de 1809, en plena guerra de la Independencia, se trasladó precipitadamente a la Catedral junto con la urna que contiene los restos de Santo Tomás de Villanueva, pues los agustinos habían sido expulsados de su convento. Los franceses se hicieron fuertes en el convento de San Vicente de monjes benedictinos, en la Peña Celestina, y desde allí amenazaban destruir, como después hicieron con muchas joyas del arte salmantino. Fue el tiempo en que fueron destruidos el convento de San Agustín, los colegios mayores de Cuenca y Oviedo, el colegio del Rey, la Merced y el Trilingüe. Ambas urnas estuvieron colocadas en la capilla del Santísimo Cristo de las Batallas, en la catedral Nueva, hasta que volvieron con los agustinos, que destruido su convento, se cobijaron en la casa de los señores de Villasdardo.

En 1821 volvieron a la catedral al ser suprimidas las órdenes religiosas, hasta que en 1824 retornaron al convento de los agustinos. Por último, cuando en 1835 se decreta la exclaustración de los religiosos y sus bienes, se traen definitivamente a la catedral Nueva, donde han estado hasta hoy, a ambos lados del tabernáculo en la capilla Mayor. En el mes de junio de 1979, V centenario de la muerte de San Juan de Sahagún, como había sido tradicional cada siglo al cumplirse ese centenario, se procedió a la apertura de la urna que contiene sus restos.

Alzada sin dificultad la cubierta de plata que remata este sarcófago, dentro se halló un arca de hierro forjado, cerrado con tres llaves. Una la guarda el Ayuntamiento de la ciudad y era la que poseía el colegio de San Bartolomé, que al ser suprimido por Carlos III en el S. XVIII, hizo que el Consejo de Castilla la encomendase al Ayuntamiento para su custodia. Otra llave se guardaba bajo la tutela del obispo de Salamanca. Y la tercera pertenece a la orden de los Agustinos, que guardan en el monasterio del Escorial.

Abierta esta urna de hierro se halló en su interior otra de madera, forrada con badana granate y orlada con galones de oro. Dos llaves doradas la cierran. Abierta se encontró un rico paño de seda bordado em oro y aljófar del S. XVI. Un paño de lana cubre los restos mortales del santo. Se comprobó el magnífico estado de conservación del cráneo, vertebras y costillas, los huesos de los brazos, las manos y los pies y los huesos restantes de un hombre de elevada estatura. Estas reliquias fueron veneradas por las autoridades presente, el cabildo de la Catedral, los fieles asistentes, entregándosele un hueso del brazo del santo al párroco de San Juan de Sahagún para que los fieles de esta iglesia, a él dedicada, lo pudieran venerar.




16.   SUS HUELLAS EN DISTINTOS LUGARES EN SALAMANCA

San Juan de Sahagún fue conocido por su intervención en la vida de la ciudad y su mayor logro fue conseguir apaciguar la querella que enfrentaba a dos bandos de familias nobles que durante cuarenta años se disputaban en Salamanca, con muchas muertes por ambas partes. La Plaza de los Bandos de Salamanca conmemora este hecho. La figura de San Juan de Sahagún está muy presente en la ciudad de Salamanca, aunque a menudo pasa desapercibida. Vamos a reseñar algunos de los lugares relacionados con la vida del Santo:

En la plaza de los Bandos aún se conserva la casa de María Rodríguez Monroy viuda de Enrique Enríquez de Sevilla, conocida como María la Brava, la que ocasionó una de las disputas entre los bandos tras la muerte de su hijo Enrique. 




La Casa de las batallas o Casa de la Concordia, la cual cedió al Cabildo, y fue llamada en antiguos documentos Casa de las Batallas, que hoy ha dado en llamarse Casa de la Concordia. En 1873 hubo de reedificarse la fachada, para ensanchar la calle; y se conservó con todo esmero cuanto de notable mantenía, que era el plateresco arco adintelado de una ventana con el escudo de los Paces, y el arco de la puerta principal, donde se lee esta antigua inscripción: Ira odium, general, concordia nutrit amorem. Lema que se sospecha tomara D. Álvaro después de firmar las paces, o pensamiento que simbolizara la pacificación acordada en aquella histórica casa.

La Iglesia, en la persona de San Juan de Sahagún, fue la encargada de reunir a las dos partes el 30 de Noviembre de 1476 en la Casa de la Concordia. Si embargo, solamente firmaron esta Concordia veintiséis caballeros, casi todos del bando de San Benito. Necesitarían de otro pacto posterior pero, no obstante, al menos logró que no se agravase el conflicto. Esta Concordia detuvo los enfrentamientos entre los bandos y disminuyó duelos y venganzas. Tal Concordia no la vería plenamente realizada Fray Juan pero fue su más insigne promotor.





El convento de los Agustinos: Tras ser colegial del Colegio Mayor de San Bartolomé, devino fraile agustino en el famoso convento que esta Orden tenía en Salamanca. Pero este convento fue destruido en la guerra de la Independencia.




El colegio de San Bartolomé: El Colegio Mayor de San Bartolomé, también conocido antiguamente como Colegio Mayor de Anaya o Colegio Viejo, es un colegio mayor adscrito a la Universidad de Salamanca y ubicado en la plaza de Anaya. El colegio de San Bartolomé fue fundado en 1401 por don Diego de Anaya, como colegio mayor adscrito a la Universidad de Salamanca y fue el modelo para los otros cinco colegios clásicos de España y para otros en la América española. El mismo Anaya redactó en 1405 sus primeros estatutos. ​ El color del manto y de la beca de los colegiales era pardo.
Si al principio era una fundación para permitir el estudio de mozos inteligentes y pobres en recursos, pagando sus estudios mediante una beca, el prestigio que daba haber estudiado en este u otro de los Colegios mayores de Salamanca, hizo que hacia finales del S. XVI, sus plazas fueran ocupadas por hijos de familias nobles o acomodadas, lo que rebajó notablemente el nivel de los estudios. El medio de que se valieron los colegiales para limitar el acceso únicamente a los nobles, fue exigir "limpieza de sangre", lo que, si bien parecía pensado para evitar la entrada de descendientes de judeoconversos, en realidad impedía la entrada de aspirantes humildes, que no tenían archivos familiares para demostrar su limpieza de sangre. Para los estudiantes modestos, a menudo criados de los nobles, se construyó una hospedería aneja.

Anejos tenía otros dos Colegios Menores: el de Burgos (1520), desaparecido en la segunda mitad del siglo XVII, y el de San Pedro y San Pablo (suprimido en marzo de 1563, por acuerdo de los propios colegiales). El colegio se extingue en 1798 y, aunque tiene un breve renacimiento hacia el 1840, como Colegio Científico, posteriormente su sede se destinó a ampliación de las aulas de la Universidad y actualmente es la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca. El Colegio de San Bartolomé es refundado como residencia universitaria el 19 de febrero de 1942 y posteriormente, el 16 de diciembre de 2011 retoma el status de colegio mayor. Actualmente ocupa un edificio de construcción reciente, situado junto al campus Miguel de Unamuno.




La Iglesia de San Sebastián, forma parte del complejo arquitectónico con el Colegio de San Bartolomé. Era la capilla del colegio. Fue en 1437 cuando fue anexionada al colegio. Sin embargo, la traza actual es del S. XVIII. Como dato curioso tiene dos fachadas y dos puertas. La principal orientada hacia el mediodía es barroca con una hornacina sobre el entablamento con la estatua de San Sebastián. La otra portada de naciente, forma un ángulo con el palacio de Anaya y en su hornacina se halla la imagen de San Juan de Sahagún, que fue colegial del colegio de San Bartolomé.





El Hospital del Estudio, es el edificio más antiguo del Patio de Escuelas. Fue construido en el S. XV como hospital de campaña sobre la Midrás, lugar de estudio de la Torá, de la antigua judería. Del antiguo edificio sólo se conserva la portada y las ventanas de la capilla en el exterior, y en el interior el zaguán, la escalera y la capilla. En la portada se ubica la imagen de Santo Tomás de Aquino. En las enjutas se sitúan los relieves de la Virgen y el arcángel san Gabriel, conforman la escena de la Anunciación. En la parte superior aparecen tres escudos. El central corresponde al reino de Castilla y los laterales unen los propios de Castila y Aragón. Estos escudos simbolizan la protección real de la que gozaba la institución.



La Iglesia de San Juan de Sahagún, que se erigió en su honor a finales del siglo XIX. La iglesia es de estilo neorrománico, está dedicada a San Juan de Sahagún patrón de la ciudad. Su fachada principal se encuentra en la calle Toro. La Iglesia de San Juan de Sahagún, del arquitecto Joaquín de Vargas, se construyó en el año 1896, en un estilo que recuerda al románico de la Catedral Vieja en su interior, y, más concretamente, a la Torre del Gallo, en su fachada exterior. La mandó construir el Obispo Cámara. Debajo del altar mayor esta la urna de plata que contiene una parte de un brazo de las reliquias del santo. En la parte trasera de la Iglesia puede verse una escultura que representa al Santo. Ya dije en la introducción que esta Iglesia ha tenido una parte muy relevante en la historia de mi familia. Tan solo quiero recoger como hecho significativo la pila bautismal. En ella fuimos bautizados los cuatro hermanos de mi familia.





















Bajo relieve en la Calle Traviesa, en la casa donde vivió San Juan de Sahagún antes de entrar al Convento. Esta casa de la calle Traviesa tiene una enorme significación para mí. Cuando los misioneros fundamos una casa en Salamanca en 1983 vinimos precisamente a fundarla al lado de esta casa en la calle Traviesa donde mi familia mantenía la casa que había pertenecido a mis abuelos maternos y en donde creció mi madre y mi tía.




Capilla Mayor de la Catedral Nueva, donde se encuentra la urna de plata con las reliquias del Santo. Como ya contamos en el traslado de las reliquias estas finalmente se dejaron en la capilla del altar mayor de la Catedral Nueva en 1835.







Monumento en la Calle Pozo Amarillo, que representa el milagro de la salvación del niño caído al pozo. Debajo se halla empotrada una gran lápida que dice: “Habiendo caído un niño a un pozo su madre ansiada ocurrió al bienaventurado San Juan de Sahagún que a la sazón se hallaba no lejos. Llegó el santo, y largando la correa del hábito, con maravillosa a atracción creció el agua restituyendo al inocente zagal sin lesión alguna, y porque entre la admiración al milagro, la gloria del autor, en el concurso y aplauso del pueblo que le seguía no ensoberbeciese al ministro cargóse por la calle de una cesta de peces, y diciendo a voces mira el tonto divertía con apariencias de simple aclamaciones de santo. La devota la ciudad de Salamanca dedicó a la santa humildad de su patrón esta memoria”.


          

Calle Tentenecio, donde sucedió el otro milagro relatado más arriba. Cuenta la tradición que un toro que se había escapado de un encierro corría a lo largo de la calle de Libreros bajando hacia el cauce del río. Fray Juan lo detuvo al pie de la puerta de los Carros de la Catedral vieja con su famoso grito: Detente necio. Desde entonces la calle paso a denominarse: “Tente necio”

























Medallón del Santo en la Plaza Mayor, en el pabellón de Petrineros (el que queda situado a la izquierda si nos colocamos mirando al Ayuntamiento).























PD: Dicen en esta tierra un dicho popular: “Tres días hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Estas memorias fueron publicadas el jueves 11 de Junio del 2020 Solemnidad del Corpus Christi, último día de la novena y víspera de  la Fiesta de San Juan de Sahagún patrono de Salamanca.



BIBLIOGRAFÍA

Vida de San Juan de Sahagún del Orden de San Agustín patrono de Salamanca. Tomás Cámara y Castro. Salamanca. Imprenta Calatrava. 1891
Sinopsis de vida de San Juan de Sahagún, de la orden de San Agustín, patrono de Salamanca.
San Juan de Sahagún, pacificador y patrón de Salamanca, Félix Carmona Moreno OSA
Historia ilustrad de Salamanca. Rubén Martín Vaquero, Tomás González Blázquez, Antonio Varas de la Rosa. Salamanca. Artes Gráficas, SLU, 2018
La Catedral Nueva de Salamanca, Daniel Sánchez y Sánchez. Josmar SA, Salamanca 1993
Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca. Gil González Dávila. Salamanca. Imprenta Artus Tabernial. 1606
Toponímia urbana en la Salamanca de los Siglos de Oro. José Luís Herrero.




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