REFLEXIONES
ANTE UN NUEVO CAMBIO DE EPOCA
1. INTRODUCCION
Hemos celebrado el Pentecostés y
se abre un tiempo nuevo para todos después de paliar los primeros efectos de la
pandemia y tenernos que enfrentar una etapa de lenta y laboriosa reconstrucción
que va a suponer mucho esfuerzo comunión y solidaridad por parte de todos. La
pandemia ha originado toda una crisis no solo sanitaria sino socioeconómica
difícil de remontar. Es más, ha puesto al descubierto una crisis más profunda
que subyacía y que nos quedaba más oculta. Estamos ante un nuevo cambio de
época que nos pide un cambio de paradigma. La siguiente reflexión tratará de
arrojar luz sobre este cambio de paradigma y de las bases sobre las que llevar
a cabo esta nueva reconstrucción.
Este tiempo de crisis profundo es
a la vez la oportunidad de un tiempo de gran transformación. Esta gran
transformación que pide nuestra humanidad empieza desde dentro de la misma
Iglesia y de nosotros mismos. La presente reflexión quiere profundizar cuáles
serían las bases de esta nueva transformación.
El cristianismo no es una
ideología o religión de prácticas virtuosas, nace de una experiencia viva de fe
de encuentro con el Resucitado. El comienzo del cristianismo corresponde a una
cosmovisión nueva, no es una forma de vida nueva que responde a un ideal sino
una experiencia viva de fe que se traduce en una vida de participación de
comunión con los hermanos. La vida nueva que nace del Espíritu que es comunión
y produce una cosmovisión nueva una conciencia nueva, una inteligencia nueva, una
cultura nueva.
El resurgimiento del cristianismo
supuso un tiempo de gran transformación, de una nueva cosmovisión del hombre,
del mundo y de la sociedad. Diríamos que la humanidad vivió un tiempo Axial de
gran renovación. Este tiempo respondería a un tiempo de enorme creatividad y
una fuerte renovación espiritual. El hombre adquirió una nueva conciencia de su
identidad y el cambio religioso que se produjo constituyó la base de un mundo
nuevo. Las personas fueron capaces de descubrir una nueva espiritualidad basada
en principios sólidos. No estaban interesados en seguir prácticas vacías. No
pusieron el acento en ideologías o doctrinas por fuera, sino que su nueva forma
de ser brotaba desde lo profundo del corazón. La vivencia espiritual se tradujo
en practicar la misericordia y compasión frente a todos los seres humanos. Esta
fue la manera de transformar y salvar al mundo.
Jesús frente a las tradiciones del judaísmo se convirtió en un
innovador. Se convirtió en el nuevo intérprete de la Ley. Afirma que la esencia
de la Ley no era la letra de la Ley, sino su espíritu. Jesús, ser judío propuso
un “Nuevo Camino”. Al principio, parece que no tenía intención de fundar una
nueva religión, pero poco a poco estaba marcando un nuevo entendimiento y un nuevo
Camino. Jesús se propuso a sí mismo como “el Camino”. Era el modelo
paradigmático de sus seguidores. Al imitarlo, disfrutarían de una vida
mejorada. Se declaró no sólo como del Nuevo Mesías, “el Ungido”, Christos, que
fue anunciado, sino también como el Hijo de Dios. Su Padre lo ha enviado para
llevar a cabo su misión para la salvación del mundo.
Su enseñanza estaba totalmente enfocada en el nuevo mandamiento del
amor. Era su propia versión de la Regla de Oro arraigada en el espíritu de la
Nueva Era. Sus seguidores lo miraron como el “Siervo Sufriente” anunciado en el Segundo Isaías. Interpretaron la misión de
Jesús como una Kénosis. Jesús también era un hombre lleno del Espíritu, “ahimsa”.
Su enseñanza sobre el Sermón del Monte fue: "Habéis oído cómo se dijo: ojo
por ojo y diente por diente, pero les digo: no ofrezcan resistencia al hombre
malvado. Por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele
la otra también. Habeis oído cómo se dijo: Debes amar a tu prójimo y odiar a tu
enemigo. Pero yo os digo: ama a tu enemigo"(Cf Mt 5)
2. LOS
ORIGENES DEL CRISTIANISMO
Después de la muerte de Jesús los
discípulos se quedaron perplejos, desconcertados y desorientados. Es la
experiencia de la Resurrección y la venida del Espíritu la que les impulsa a un
nuevo comienzo. No cabe duda que el inicio del cristianismo iba a tener un
claro componente mesiánico, pero pronto quedó en evidencia que sus seguidores
no seguían una ideología sino una persona viva, Cristo, el Señor. Recordemos
que Jesús no aparece fundando iglesia alguna, al menos la institución que hoy
se entiende por ese término. La misma condena de Jesús fue motivada por la
crispación de las autoridades judías de blasfemia y ofender a las tradiciones
religiosas y a las romanas por alterar el orden acusado de sedición y rebeldía.
Jesús aparece más bien como un profeta que anuncia la restauración de Israel y
del Reino de Dios. Jesús congregó en torno a él a un grupo de seguidores
constituidos por doce personas que simbolizan en Nuevo Israel. Jesús fundó una
comunidad que correspondía a la comunidad escatológica del Nuevo Israel, del
mundo nuevo. El propósito de Jesús tampoco fue fundar una nueva religión. Veamos
entonces como se dio paso al nuevo cristianismo y a la nueva Iglesia.
2.1 La pregunta
sobre el Reino
Los judíos esperaban un mesías
que instaurara el Reino de Dios anunciado por los profetas. Los hechos de los
apóstoles nos dejan manifiesto la preocupación de los primeros discípulos acerca
de cuándo llegaría el Reino de Dios. Tras la muerte de Jesús esperaban que la
instauración del Reino con la segunda venida del Mesías no tardaría en
producirse. Sin embargo, no ocurriría así y el primitivo movimiento de
seguidores de Jesús hubo de continuar existiendo y de constituirse poco a poco
como un movimiento religioso con una identidad propia.
La pregunta ya estaba presente en
los primeros apóstoles como refiere los Hechos de los apóstoles. Después de la
Resurrección la preguntan a Jesús Resucitado cuándo iba a establecer el Reino
de Israel a lo que responde: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o
momentos que el Padre ha fijado con su poder” (Hech 1, 7). Al retrasarse la
segunda venida con el paso de los años el grupo de creyentes pese a regirse
como un movimiento profético y carismático fue desarrollando su propio proceso
de estructuración e institucionalización que garantizase su supervivencia.
Jesús como Mesías esperado vino no solo para ofrecer la salvación a los judíos
sino al mundo entero. Los primeros seguidores esperaban la vuelta inmediata de
Jesús y la consiguiente restauración del Reino de Dios. Así lo reflejan sobre
todo la primera carta de Pablo escrita a los Tesalonicenses alrededor escrita
entre el 40-50 d.C.
Esta primera carta de Pablo trataba
de dar respuesta a esta expectación y presenta una comunidad joven apenas
veinte años de la fundación de la Iglesia en Pentecostés. Entre los creyentes
una doble pregunta parece acuciante: ¿Qué va a ser de los difuntos sorprendidos
por la muerte antes de la venida del Señor? Y sobre todo ¿Cuándo tendrá lugar
esa venida? En la carta trata de responder a esas preocupaciones poniendo el
acento en lo verdaderamente importante, tanto para los que mueran antes de la
venida como para los que puedan presenciarla, lo importante es alcanzar la
salvación. Todo lo demás es accesorio y pertenece al misterio.
2.2 Los
primeros testigos de la Resurrección
Los hechos que acontecieron
después de la Resurrección quedaron reflejados en el libro de los Hechos de los
Apóstoles que se escribe alrededor del año 100 d. C. los apóstolos, (mensajeros
o emisarios que van en nombre de otro). La prueba más grande de la Resurrección
es que aquellos apóstoles que habían convivido con Jesús que estaban acobardados
después de la muerte ignominiosa de Jesús, Jesús se aparece a ellos Resucitado
y les promete su Espíritu para que lleven a cabo su misión: “Recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobro vosotros y seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea. En Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hech
2,8). A los cincuenta días de su Resurrección, en la Fiesta de Pentecostés
tiene lugar la irrupción del Espíritu lo que constituye el inicio de la misión
y de la Iglesia (Hech 2, 1-4) Después ellos se lanzan a llevar la Buena Nueva
de Jesús por todas partes. Este grupo interpretaba la muerte y resurrección de
Jesús como el último paso antes de la restauración del Reino, que por otra
parte creían inminente.
El primer anuncio que denominamos
Kerigma anunciaba la muerte y resurrección de Cristo considerado como el Mesías
esperado, el Hijo de Dios. Este grupo de los que habían convivido con Jesús se
interesaron por guardar sus enseñanzas y recuerdos recopilando las palabras,
las historias y el mensaje de Jesús (lo que daría lugar después de ponerlas por
escrito a la denominada fuente Q y a los distintos evangelios). Los evangelios
trataban de sistematizar los diversos relatos que servirían para conformar como
una sabiduría o conducta práctica poniendo por obra las palabras y el mensaje
de Jesús. Sus palabras fueron escritas para que creyendo tengamos vida eterna. El
hecho de que estos anunciaran el Reino de Dios proclamando a Jesús como el
Mesías (“Cristo”) esperado, el Hijo de Dios permitió que muchos otros fuera del
entorno de Judea y dispersos por el Mediterráneo se incorporaran a este
movimiento apostólico.
2.3 El
cristianismo primitivo a manera de un movimiento
El movimiento que se originó en
torno a los apóstoles y seguidores de Jesús podían quedar representados por
tres primeras corrientes, los seguidores en Galilea, los seguidores en
Jerusalén y los judíos de todo el mediterráneo que se denominarían de la
diáspora. Tres figuras quedaban asociados a los tres grupos Pedro con los
galileos, Santiago, pariente de Jesús en Jerusalén y Pablo el apóstol de los
gentiles.
Fuera de Judea dos comunidades
resultaron verdaderamente importantes en los inicios, Damasco y Antioquía. La
primera resulta fundamental por la intensa labor que Pablo hace allí después de
su conversión. Antioquía sería precisamente el lugar de encuentro entre Pedro y
Pablo y donde los seguidores de Jesús comenzaron a llamarse cristianos.
El movimiento primitivo más se
asemejaba a un movimiento mesiánico carismático que aglutino gente del pueblo y
que supo conectar con grupos marginales, mujeres, emigrantes, trabajadores,
esclavos, extranjeros, gentiles. Que poblaban las ciudades con una fuerte
sensación de desarraigo y excluidos de los cultos cívicos o imperiales.
Estos encontraron en el
movimiento del cristianismo primitivo con este carácter inclusivo y no selectivo
la respuesta al sentido de sus vidas. El nuevo movimiento que en un principio
participaba aún de las instituciones del judaísmo tradicional, observancias de
la ley hubo de distanciarse poco a poco para erigirse con una identidad propia.
3. LA
DIFUSION DEL CRISTIANISMO
El movimiento del cristianismo
primitivo que paradójicamente, con la muerte ignominiosa de su líder, no sólo
no desapareció, sino que se difundió rápidamente. Esto da prueba que el
dinamismo no venía de ellos sino del propio Jesús Resucitado y la fuerza de su
Espíritu en ellos. Uno de los factores que contribuyeron a su rápida expansión
fue la propuesta de incorporar a su movimiento a los gentiles lo que impulsó
preferentemente Pablo. Su logro fue establecer comunidades cristianas
extendidas por todo el imperio. El movimiento cristiano se configuró
inicialmente como un movimiento de corte sectario proveniente del judaísmo, que
separándose de este fue un movimiento alternativo a la sociedad reinante. Esto
les permitió generar un tipo de personalidad muy resistente y que daba
respuesta a las demandas de la familia y de los otros grupos sociales de
pertenencia. Su difusión se extendió generando una red de pequeñas comunidades
sobre todo en zonas costeras, estrechamente conectadas entre sí.
Aunque inicialmente el movimiento
tuvo su origen en Galilea se fue expandiendo por otras zonas. Partiendo de
Jerusalén el movimiento cristiano se va extendiendo por Antioquía, Siria,
Capadocia, Galacia, Macedonia, hasta llegar a Roma. Fue en Antioquía cuando a
inicios de los años cuarenta los discípulos recibieron el nombre de “cristianos”
(Hech 11,26). Aquí se configuró un tipo de cristianismo que pronto se difundió
por todas partes del Imperio. Esos se caracterizaban por seguir “el camino”,
las enseñanzas de Jesús.
3.1 la
oposición de los judíos
El judaísmo de la época de Jesús
contaba con una historia de dos mil años en su haber, y en todo este tiempo se
incorporaron ricas prácticas y creencias. Jesús mismo en su vida mortal, como
judío que era practicante de la ley, poco a poco se fue desmarcando del peso de
la ley y de tantas prescripciones judías para adquirir su propia singularidad
(no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre). Aunque había
dicho que no había venido a abrogarla vino a darle cumplimiento (Mt 5, 17) El
aparece no como un reformador de la religión judía sino como el Mesías, el Hijo
de Dios vivo. El Hijo del Hombre es Señor del sábado, (Mt 12, 8). Jesús llevó a
cabo toda una interiorización de la ley para ser libre de la ley y someterse en
todo a la voluntad de Dios.
Jesús mismo va a entrar en
conflicto con los grupos más radicales y fanáticos judíos (escribas y fariseos,
férreos garantes de la ley). Va a sr expulsado de su propia sinagoga y a ser
objeto de crítica y fuerte oposición en quienes se convertirían junto con la
casta sacerdotal, en sus más feroces adversarios. (Jesús mismo los acusa de sepulcros
blanqueados y raza de víboras). Aunque Jesús mostró siempre una actitud de
sincera acogida frente a ellos, poco a poco se convirtieran en sus enemigos
mortales. Finalmente, los propios círculos de las autoridades judías se alían
con las autoridades romanas para darle muerte. Como a los judíos les estaba
negada la sentencia a muerte, la condena a muerte llegaría por parte del
gobernador romano no por infringir la Ley de Moisés hasta el punto de
declararle blasfemo sino acusado de revuelta y querer proclamarse rey.
El cristianismo primitivo se
inicia en el círculo de judíos próximos a Jesús. Los discípulos al inicio
conectaron y atrajeron a grupos cercanos al judaísmo prosélitos y temerosos de
Dios, pero con el paso del tiempo el cristianismo fue desprendiéndose
progresivamente de sus orígenes étnicos judaicos. Las autoridades judías
manifestaron su repulsa frente a los seguidores de Jesús. Aunque el origen del
movimiento fue judeocristiano poco a poco fue paulatina la ruptura con las
instituciones y el templo judío. Costó el desvincularse y no caer en la
hegemonía del verdadero pueblo de Israel.
La separación del judaísmo y el
cristianismo como religiones distintas fue un proceso tan largo como complejo
que sólo daría comienzo con la influencia paulina en la transformación de una
secta judía mesiánica en una religión abierta a los no judíos las primeras
menciones al cristianismo como tal proceden de los textos de Ignacio de
Antioquía datados al comienzo del S. II (Ign Magn 10. 1-3), pero esta
diferenciación distó mucho de ser genérica, e incluso en momentos tan tardíos
como en el S. IV (Concilio de Nicea en 325) los líderes del cristianismo
mencionan que parte de su comunidad todavía observaba fiestas y costumbres
judías. La destrucción del Templo de Jerusalén sumió al judaísmo en una
profunda crisis, pero a su vez hizo tambalear los cimientos de la iglesia
cristiana de Jerusalén, que hasta entonces se consideró como “la madre de las
iglesias” de la región oriental del imperio.
3.2 La
persecución sistemática del Imperio Romano
Las autoridades romanas veían en
la nueva religión una molestia para el orden social y la radical
incompatibilidad con el culto al emperador. La marginalidad que viviera el
cristianismo en el seno de la compleja red de la sociedad imperial romana
terminaría por revertir su suerte y pasaría a constituir el eje de la fe del
más poderoso imperio que jamás viera Occidente. La primera Guerra Judeo Romana
(67-73 d. C.) con la destrucción del Templo de Jerusalén y la deportación de un
número considerable de judíos, supuso un cambio radical en el movimiento
cristiano. Las dos guerras judías sumadas a revueltas locales dieron como
resultado la persecución por parte tanto de las autoridades romanas como judías
y la expulsión de los círculos judíos a los nuevos cristianos.
Un punto de inflexión en la
actitud de los romanos frente a los cristianos fue el gran incendio de Roma (64
d. C.). El fuego que devastó la ciudad, dejando solo cuatro de las catorce
regiones de Roma intactas. Nerón acusó a los cristianos y los convirtió en los
chivos expiatorios del desastre. Una inmensa multitud fue acorralada,
arrestada, condenada y ejecutada. Nerón ideó las ejecuciones más horripilantes
y los sometió a las más sofisticadas abominaciones y tormentos. Los cubrió de
alquitrán y los usó como espectáculo de antorchas humanas para iluminar el
cielo nocturno. Como cita el historiador Tácito: “a su aniquilación se unía
también el escarnio. Eran cubiertos por pieles de fieras y morían desgarrados
por las fieras o clavados en cruces y quemados al declinar el día a la manera
de antorchas nocturnas” (Tac. Ann. XV.44) A partir de entonces se acentuó la
persecución de los cristianos. Así lo reflejan los anales del historiador
Tácito (Anales 15. 44, 3-8; 115-120 d. C.). Este brutal escarmiento quedó como
advertencia de lo que forzosamente habría de acontecer a los futuros mártires
cristianos. Entre los primeros mártires destacan las figuras de Esteban (34 d. C.), Santiago de Zebedeo (44 d. C.), Pedro y
Santiago el Mayor (62 d. C.), Pablo (64 d. C.), Ignacio de Antioquía (110 d. C.),
Policarpo (155 d. C.), Justino (162 d. C.)
3.3 Los
mártires semillas de nuevos cristianos
Los primeros cristianos se
enfrentaron como hemos dicho a una persecución implacable, primero por parte de
las autoridades judías y luego por parte de las autoridades romanas. Según nos
narra Lucas en los Hechos de los apóstoles la Iglesia primitiva seguía el
modelo de sufrimiento y martirio asentado por Jesús. Así lo predijo el mismo
Jesús: “seréis entregados a los sanedrines y azotados en las sinagogas” (Mc
13,10). El mismo Pablo lo refleja en sus cartas: los nuevos cristianos
perseveraban en la fe en medio de grandes tribulaciones (1 Tes 1. 6),
compartiendo el sufrimiento ya experimentado por él mismo y otros cristianos (1
Tes 2.14). Así mismo él se presenta testigo de los sufrimientos de Cristo. En
aras del evangelio el mismo había sido apresado, golpeado, azotado y apedreado
(Rm 8,35; 1 Co 4,9; 2 Co 4.8; 6,4; 11,23; 12,10). Pese a ello Pablo indica que
deberían regocijarse a través de su sufrimiento por dar así gloria a Dios como
el mismo Cristo (Rm 12,2; 2 Co 6.10; Fil 2. 17; 4,4-6).
El mismo Pedro dice que se
alegren cuando hayan de sufrir puesto que a través de la prueba de su fe
obtendrán la salvación de sus almas (1 Pe 1.6; 1.9). Pedro asocia el celo por
aquello que es correcto con el padecimiento en aras de la rectitud (1 Pe 3,
13-14), lo que significa responder por el hecho de su fe cristiana… a través de
este sufrimiento pasajero podrán alcanzar una gloria imperecedera y glorificar
a Dios con sus propias vidas (1 Pe 4, 12; 13; 16).
En el libro del Apocalipsis Juan
amplia el tema de la persecución, el sufrimiento y el martirio. El libro que se
produjo en Asia Menor, muy probablemente en Éfeso, se redactó posiblemente en
el marco de ciertas presiones en la época de Domiciano, cuyo celo en el impulso
del culto imperial era bien conocido. El libro del Apocalipsis, escrito a
finales del S. I constituye una sólida evidencia en cuanto a las relaciones existentes
entre los cristianos y el Estado romano en la época, cuanto menos a nivel
ideológico. La represión de Nerón tras el incendio de Roma (64 d. C.) y la
Guerra Judeo Romana con la consiguiente destrucción del templo (70 d. C.)
hicieron crecer las ideas mesiánicas y el menosprecio hacia el Imperio romano.
En el libro del Apocalipsis se
usan repetidamente símiles de marcado aire profético que enlazan con esta
lectura. La iglesia primitiva es colocada en un medio hostil que quiere
perseguirles e eliminarles. Roma es designada con el nombre de Babilonia y la
Bestia como símbolo del Imperio romano. Las siete cabezas son las siete colinas
sobre la que se asienta la mujer (Ap 17.9). La figura de la ramera hace alusión
al carácter idolátrico de la sociedad romana.
El autor del libro del
Apocalipsis refiere al conflicto en toda regla con la Bestia, que representa al
poder imperial de Roma. Juan de Patmos advierte a los cristianos, frente a los
adoradores de la Bestia que habían tomado su marca (Ap 13, 3-4), deberán
afrontar el martirio. La Bestia había de hacer la guerra a los santos y
matarlos (Ap 31.7). Juan indica que
tanto él como sus seguidores están sufriendo grandes tribulaciones (Ap 1,9). En
las cartas que envía a las siete iglesias de Asia (Ap 2.1-3.22), se elogia a
los que han estado sufriendo y les advierte que lo peor está por llegar. Vendrán
los que arrojarán a algunos de ellos a las prisiones y serán maltratados y
expuestos a la muerte. Juan exhorta a los creyentes a mantenerse unidos en la
fe de Cristo y a ser fieles hasta la muerte para conseguir así la corona de
gloria. El martirio ya se había producido en Pérgamo, donde Antipas es descrito
como el testigo/mártir fiel. En el libro del Apocalipsis aparece una multitud
de mártires que han blanqueado sus túnicas con la sangre del Cordero. Ellos
aparecen junto al Cordero como un poderoso ejército y sentados en tronos
participando en el Juicio final (Ap 1.5; 2.10; 2.13)
Del mismo modo el autor de la
Carta a los Hebreos (alrededor del año 100 d. C.), anima a los creyentes a
seguir el ejemplo de sufrimiento de Jesús (Hb 13.12-13). Eusebio de Cesaréa, biógrafo
del emperador Constantino es el autor de la primera Historia Eclesiástica.
Según él la Iglesia se vio sometida a un constante ataque por parte de las
autoridades romanas hasta el tiempo de Constantino.
3.4 El
martirio y la identidad cristiana
De acuerdo con el historiador
Tácito, muchos cristianos fueron arrestados, forzados a revelar los nombres de
otros compañeros y luego sometidos a una serie de ejecuciones para complacer
las multitudes. Muchos fueron pasto de las fieras, otros crucificados o
quemados en una hoguera. El cristianismo era considerado una superstición
peligrosa. Algunos relatos de las Actas de los Mártires relatan el
comportamiento de los mártires frente a sus ejecutores. Los cristianos eran
denunciados de forma anónima, llevados a rastras hasta el procurador o miembros
del tribunal de justicia y después torturados y sentenciados a muerte. Se les
instaba a negar su fe ofreciendo un sacrificio a una estatua o efigie del
emperador maldiciendo a Cristo. Su confesión de fe los llevaba al martirio.
Eran ajusticiados por el simple hecho de confesar su fe no hubiera pruebas de
ningún crimen contra ellos. La confesión de fe “soy cristiano” se convirtió así
en una seña de identidad crucial para la iglesia primitiva.
La confesión de los mártires es
tajante y no deja lugar a dudas “siempre he sido cristiano, soy cristiano y
siempre seré cristiano” (relato del martirio de San Justino C 3,5). De forma
similar se relata en el martirio del anciano Policarpo obispo de Esmirna que
contaba con ochenta y seis años. “durante ochenta y seis años he servido al
Señor y él no me ha hecho ningún daño. ¿Cómo podría entonces blasfemar de mi
rey y salvador? (C 9.3; 12). Una idea similar se recoge en los escritos de
Ignacio de Antioquía: “Dejad que sea entregado a las fieras puesto que a través
de ellas puedo llegar a Dios… Atred a las fieras para que puedan ser mi
sepulcro y que no dejen parte alguna de mi cuerpo… Entonces seré verdaderamente
discípulo de Cristo“ (IgnRom 4. 1-2). Así Ignacio animaba de este modo a imitar
de forma similar a Jesús (IgnPol 6.1; IgnEsm 4.2; IgnEf 1.1; 10.3).
La identidad cristiana se asociaba
así con la imitación de Cristo ofreciendo su vida hasta la muerte. Las
confesiones de fe con la sangre resultaban ser los marcadores más claros de la
identidad cristiana y de los verdaderos discípulos del Señor. Los mártires se
convertían en testigos de fe y lumbreras del mundo hostil. A través de su
propio sufrimiento y muerte emulaban y se identificaban con la propia pasión de
Jesús. Por ello les esperaba también participar en la corona de gloria
reservada para ellos en el cielo. De hecho, se retrata a los mártires como
seguidores tan cercanos del modelo de Cristo que se convierten en una especie
de “segundos Cristos”. Los mártires comparten una intimidad con Cristo y eran
presentados como los discípulos ideales. Seguían a Cristo desde el lugar más
cercano, manifestándole a él en sus propios cuerpos mientras padecían. Así se
convertían en fieles testigos y ofrecían al resto de la comunidad cristiana un
modelo que imitar. Así lo expresaba Tertuliano: “El cristiano es arrancado de
las fauces del demonio por medio de la fe, pero a través del martirio abate al
enemigo de su salvación. Con la fe, el cristiano se libera del diablo y se hace
digno de la corona de la gloria perfecta” (Scorp. 6)
4. LA
PROPAGACION DE LA FE
El movimiento cristiano no quedó
circunscrito a Judea y a Jerusalén. Tras la destrucción de Jerusalén y el
Templo (70 d. C.) se desencadeno una gran huida. La huida a otras zonas de
Palestina y fuera hacia Asia Menor propició el crecimiento de las comunidades
sin control de ningún centro de supervisión. Así entre los años sesenta y
noventa se expandió el movimiento. El cristianismo se extendió progresivamente
a las grandes ciudades como Colosas, Esmirna, Filadelfia, Sardes, Damasco. En
el periodo comprendido entre los inicios y mediados del S. II el cristianismo
estaba presente en provincias de Siria y Asia Menor, y contaba con bastantes
comunidades no solo en Grecia sino en Alejandría, Cartago, y por supuesto en
Roma. La expansión del cristianismo fue espectacular pasando de ser un fenómeno
exótico y curioso por su rareza y novedad a una especie de contagio y difusión
en nuevos espacios geográficos y sociales. El cristianismo, que comenzó siendo
un fenómeno extendido fundamentalmente entre el estamento inferior (más rural),
empezaba a ser admitido entre algunos miembros del superior (más urbano),
especialmente mujeres.
Las características quedan
manifiestas en el relato de los Hechos (Act 4), El grupo de los creyentes se reunían
asiduamente… Los creyentes se aglutinaban en torno al encuentro de Jesús
Resucitado a través de la oración. La comunidad de creyentes lo ponían todo en
común y nada llamaba propio…La adhesión no a una doctrina sino a la persona de
Jesús. El éxito de su propagación fue la clara identidad personal y
comunitaria. Cada uno compartía con los demás sus riquezas de modo que se
creaba una cohesión social entre los distintos estratos sociales.
4.1 La
primacía de la gracia
Acontece en las religiones que
para acceder al culto de una religión la gente se tiene que hacer apta con toda
una serie de ritos de iniciación y purificación. Es vía del sacrificio y de la ascesis
como se lleva a cabo en la mayoría de las religiones (incluida el judaísmo). El
cristianismo iba a proponer una inusitada novedad. La salvación es don gratuito
de Dios que hemos recibido por medio de Jesucristo (Rm 3, 24). No se necesita
hacer nada para merecerlo. Cristo nos abrió a todos una vida nueva con la
ofrenda de su vida y es su sacrificio lo que nos hace agradables y aceptos a
Dios. La salvación nos viene gratuitamente por la fe en Jesucristo, no viene
por la observancia de la ley. La salvación se recibe mediante la fe por pura
gracia y no por méritos ni las obras, de otro modo no sería gracia (Rm 5,15).
Así que desde ahora incluso los que eran judíos por nacimiento quedaban libres
de las prácticas y todas las prescripciones judías en torno a la circuncisión,
el sábado, los ritos de purificación y demás observancias judías.
El liberarse de la prescripción
de la circuncisión y todas las prácticas de pureza fue un proceso gradual. Los
cristianos del entorno judaizante de Jerusalén han de vencer sus principios
conservadores para abrirse a la novedad de un espíritu nuevo, una nueva forma
de entender. El primer concilio de Jerusalén tiene como objeto resolver estas
diferencias y abrirse a la primacía de la gracia (Gal 2, 2-10; Hch 15, 1-33). Los
cristianos judaizantes vivían ligados al templo y por tanto ponían reticencias
a la entrada de paganos y gentiles a la comunidad.
En el entorno judaizante, que fue
el entorno también de Jesús, tenían mucha fuerza todas las normas de pureza.
Estas determinaban si una persona era aceptable o no para los judíos y, más
importante todavía, para Dios. Las normas de pureza terminaros siendo unas
normas de selección y exclusión de personas. Si alguien era considerado impuro
debía de regenerarse tras un periodo de reclusión y purificación. En ese
periodo no podía tener contacto con otras personas. Solo los alimentos
considerados puros podían ser preparados y consumidos. También se consideraba
muy importante evitar el contacto con la sangre de un cadáver para no
contaminarse. Así poco a poco tuvieron que resolver las discrepancias entre los
denominados helenistas y los más ortodoxos.
4.2 La
primacía de la caridad
El amor era el rasgo
característico y propio de los cristianos. Entre ellos se denominaban hermanos
y su amor superaba toda estratificación social del mundo antiguo. Cada uno
compartía con los demás sus riquezas de modo que se creaba una cohesión social
entre los distintos estratos sociales. el amor se difundía, rompía barreras y
penetraba en todos los estratos sociales sobre todo en los más marginados y
vulnerables. Se practicaba la hospitalidad no solo entre los cristianos sino
con los extranjeros. A penas se veía un forastero se le acogía y se le
introducía en casa alegrándose por él como un verdadero hermano.
Es
precisamente esta misericordia y capacidad de perdón la que hacía a los
cristianos no caer en el abismo de una violencia generalizada. El Apóstol
escribía a los Colosenses: "Revestíos, pues, como elegidos de Dios,
santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre,
paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente,
si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó,
perdonaos también vosotros" (Col 3, 12-13). Tener misericordia significa
apiadarse (misereor) en el corazón (cordis) con respecto al
propio enemigo, comprender de qué masa estamos hechos todos y por lo tanto
perdonar. Los que habían vividos enfrentados en la lucha empezaban a abrazarse
los unos de los otros. Ya no sería necesario ningún muro de división entre
ellos (Ef 5,4).
4.3 Una
nueva forma de vida
La identidad del cristianismo
primitivo correspondía a una nueva forma de vivir, seguimiento de Cristo,
caracterizado por la ética del amor. El testimonio de sus vidas fue realmente
impactante y su forma de vida tuvo un gran impacto. El cristianismo empezó a
ganar adeptos en todas partes. Sus seguidores incluían personas de toda edad y
clase social. Los templos permanecían desiertos y nadie compraba carne para los
sacrificios. Plinio describe el cristianismo como contagioso. Otros como Tácito
los tildaba de raza de personas odiadas por sus abominaciones pero que mientras
les atacaban no respondían con violencia. Aunque al principio no hubo una
prohibición explícita de la religión cristiana, poco a poco los cristianos
empezaron a ser considerados como enemigos del estado y del poder imperial y
como consecuencia a crecer más las persecuciones (110 d. C.). Hacia mediados
del S. II, la amenaza era manifiesta y los cristianos empezaron a sentir su
alienación social y a sufrir no solo un trato injusto sino hostil por las
autoridades romanas. Los cristianos eran arrestados y condenados a muerte
simplemente por su nombre no por la maldad de sus actos. Inmediatamente se
exclamaba: ¡Cristianos a los leones!
Según las actas de los mártires,
los cristianos que eran acusados eran interrogados por tres veces. Eran
instigados a ofrecer sacrificio a la imagen del emperador y maldecir a Cristo.
Eran advertidos que de no dar culto al emperador les esperaba un castigo de
muerte. Los que se reafirmaban eran sometidos a crueles castigos y ejecutados.
Hacia el año 196 Tertuliano expresaba que el odio de los romanos hacia los
cristianos era tal que cualquier excusa era buena para perseguirlos. Destaca
las actas de los mártires escilitanos (155 d. C.) que alude a un gran número
de mártires de Cartago. Hacia mediados del S. II los cristianos comenzaron a
registrar las muertes de los mártires. La muerte era considerada como el paso a
la verdadera vida. los cristianos como ciudadanos del cielo pasan tiempo en la
tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Este aspecto provocaba el
asombro de sus contemporáneos al ver que la muerte era un acontecimiento alegre
y no luctuoso tal como lo comenta Arístedes: “Si un justo pasa de este mundo,
se alegran y dan gracias a Dios y acompañan el cadáver, como si emigrase de un
lugar a otro” (Apología 15.9)
4.4 La
impronta carismática
Lo primero que sale a relucir en
el libro de los Hechos de los Apóstoles que narra el dinamismo de aquellos
primeros creyentes es la presencia del Espíritu. No son un grupo de personas
movidas por su propia fuerza o iniciativa, sino por la fuerza del Espíritu
Santo (Hch 2, 16-21). Esta presencia del Espíritu que había acompañado a Jesús
durante toda su vida y que él mismo había prometido a los discípulos antes de
subir al cielo (Hch 1,8) se hace presente en el comienzo de la primitiva
iglesia. En realidad, el Espíritu es el verdadero protagonista de los hechos y
de la misión de la Iglesia. El Espíritu es el que está siempre alentando a los
primeros apóstoles y creyentes. El Espíritu es el que mueve a los discípulos a
dar testimonio de Jesús. El Espíritu es el primer artífice de la misión. Los
discípulos no dicen su propia palabra, sino que dan testimonio del
acontecimiento central, la muerte y resurrección de Jesús. Este kerigma es el
mensaje central que proclaman con alegría, sin miedo, con valentía (parresía).
El Espíritu, a pesar de las muchas persecuciones y dificultades que los
acompañan desde el principio, nunca los abandona.
La estructura de la primitiva iglesia
es fundamentalmente carismática. Un mismo Espíritu que repartía sus dones o
carismas entre todos. Todos se guiaban bajo un mismo Espíritu, apóstoles,
profetas, maestros, todos eran hombres llenos del Espíritu. Separándose de
corte ritual e institucional del judaísmo anclado al templo y la dinastía
sacerdotal el movimiento de las nuevas comunidades tenían más bien un corte
carismático y misionera. La figura de los pesbíteros, ancianos y de los
epíscopos era no tanto de liderazgo como de supervisor.
5. LA
DIMENSION MISIONERA
La Iglesia que nos presenta el
libro de lis Hechos de los Apóstoles es una iglesia misionera. La primitiva
iglesia es movida por el Espíritu Santo. El Espíritu es el que impulsa a los
discípulos a dar testimonio de Jesús. Entre todos destaca la figura de Pablo.
La obra misionera de Pablo está orientada a llevar el mensaje de Jesús hasta
los más escondidos rincones del imperio romano. Los viajes misioneros de Pablo son
una serie de viajes relatados por el libro de los Hechos de los apóstoles que realizó
el apóstol Pablo con el fin de evangelizar y
extender el cristianismo
Los predicadores o misioneros
itinerantes al estilo de Pablo, Bartolomé etc, aprovecharon la facilidad de las
comunicaciones y la globalización cultural generada por el helenismo y el
imperio romano. Los misioneros itinerantes eran tenidos con gran estima. Se les
acogía en sus casas y se les daba de comer según la norma evangélica.
Al apóstol Pedro le había sido
encomendado el evangelio de la circuncisión, mientras que a Pablo el de la
incircuncisión (Ga 2:7). De esta manera
mientras que Pedro y los otros apóstoles se concentraron mayormente en predicar
a los judíos en Jerusalén y otras zonas próximas, Pablo se dirigió al mundo
gentil. Su llamado y don como apóstol de los gentiles le llevó a desarrollar
una amplia tarea pionera desde Jerusalén hasta Ilírico. Sin duda muchos otros
participaron en la evangelización a los gentiles, pero ninguno con un plan
estratégico global como el que Pablo concibió y ejecutó con su especial
energía. Tal energía era fruto de su convicción de ser un agente clave en la
historia de la salvación, un instrumento escogido en manos del Señor para
llevar a los gentiles a la obediencia a la fe.
Ahora bien, aunque era consciente
de su llamamiento a servir al evangelio entre los gentiles, esto no quería
decir que no predicara también a los judíos. De hecho, en el desarrollo de su
misión siempre aplicó la misma norma: "al judío primeramente, y también al
griego" (Rm 1,16). Esto orden era
debido a que, si bien todos ellos sólo podrían encontrar la justificación por
la fe en Cristo, sin embargo, los judíos tenían prioridad en función de los
pactos que Dios había hecho con sus padres.
Por lo tanto, cuando Pablo llegaba
a una nueva ciudad, el primer lugar a donde se dirigía era a la sinagoga judía,
y dada su condición de rabino procedente de Jerusalén, siempre encontraba las
puertas abiertas. Allí predicaba a los judíos, primeramente, pero no sólo a
ellos, sino también a un grupo de gentiles temerosos del Dios de Israel que
también asistía a las reuniones de la sinagoga.
Estos gentiles eran temerosos de
Dios que estaban familiarizados con las Escrituras del Antiguo Testamento, pero
que no podían compartir los privilegios del pueblo de Dios a no ser que se
hicieran prosélitos del judaísmo. Pero el evangelio que Pablo predicaba les
aseguraba que la esperanza de Israel se había cumplido en Jesús, y que mediante
la fe en él podían recibir la gracia salvadora de Dios en igualdad de
condiciones con los creyentes judíos, y ser miembros de la iglesia, la nueva
comunidad mesiánica del pueblo de Dios, sin distinción alguna con los creyentes
judíos. Muchos de los gentiles temerosos de Dios abrazaban el evangelio, lo que
inmediatamente ocasionaba el rechazo de los judíos y la ruptura de la sinagoga
con Pablo. Esta situación se repitió constantemente en casi todos los lugares a
los que el apóstol llegó predicando, creándole muchas situaciones conflictivas,
pero al mismo tiempo, también es cierto que rápidamente se formaban grupos de
creyentes entre los que había numerosos gentiles. Estos eran una cabeza de
puente preparada providencialmente por Dios para acceder a un círculo más
amplio de gentiles en cada ciudad.
Los judíos vieron en Pablo a un
peligroso hereje que dividía sus sinagogas allí a donde llegaba, por lo que le
declararon la guerra. Este tipo de situaciones explica el porqué se dividió el
campo de misión entre judíos y gentiles.
5.1 los
viajes de Pablo
Pablo afirma que se esforzó en
predicar el evangelio donde Cristo no hubiese sido nombrado, para no edificar
sobre fundamento ajeno. Él sentía la urgencia de avanzar hacia donde no habían
llegado las buenas nuevas del evangelio. Así pues, el apóstol fue desde
Jerusalén, y por los alrededores hasta los confines del imperio, llenándolo
todo del evangelio de Cristo. Por supuesto esto no significa que Pablo había
"saturado" toda la región con el evangelio. Su estrategia consistía
en evangelizar ciudades populosas e influyentes, y fundar iglesias allí, y
luego dejar a otros la tarea de irradiar el evangelio hacia las poblaciones
vecinas. De modo que debemos entender su declaración de haber completado la
predicación del evangelio como una afirmación de haber llevado a cabo esa
predicación pionera y precursora que consideraba como la misión apostólica
especial que le correspondía cumplir a él.
Cuando las iglesias habían
recibido la enseñanza suficiente para entender su posición y responsabilidad
cristiana, el apóstol se trasladaba a otro lugar para continuar la misma clase
de trabajo. De esta manera Pablo recorrió las principales vías romanas de
comunicación estableciendo iglesias en centros estratégicos. A partir de tales
centros, el mensaje sería esparcido; de este modo, Tesalónica sirvió de base
para la posterior evangelización de Macedonia; Corinto para la de Acaya, y
Éfeso para la de Asia.
Los viajes de Pablo son oficialmente
tres viajes misioneros, al que se suele incluir un cuarto viaje que es la
travesía que lo lleva apresado a Roma en dónde moriría.
5.1.1
Primer
viaje
El primero de ellos, según el
relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, fue
iniciado por Pablo y Bernabé. Juan Marcos, quien era sobrino de
este último, también emprendió el viaje, el cual comenzó aproximadamente entre
los años 47 a 48 d. C. Embarcaron
en Seleucia, que era el puerto de la ciudad de Antioquía de Siria, Seleucia distaba pocos kilómetros de
Antioquía; de allí se dirigieron por barco a Chipre,
realizaron su tarea misional en la costa oriental de la isla, en una ciudad
llamada Salamina, se cree que estaba a pocos kilómetros de la
hoy ciudad de Famagusta; de la costa oriental cruzaron la isla hasta
la costa occidental, hacia una ciudad llamada Pafos; de allí embarcaron
hacia la costa del Asia Menor hasta la ciudad de Perge, en Panfilia,
posiblemente pasando por la ciudad de Atalía,
muy cercana a Perge y al puerto de esta ciudad, que por entonces era una
provincia del imperio Romano; de allí, sólo con Bernabé, se dirigió a
la ciudad de Antioquía de Pisidia se fue en
barco también . Se asentaron un tiempo en esta ciudad, y de allí partieron para
la ciudad de Iconio,
capital de Licaonia que pertenecía a la provincia romana
de Galacia;
por allí pasaba una ruta principal que unía la importante ciudad de Éfeso con Siria. Desde allí se
dirigieron hacia la ciudad de Listra,
también en la región de Licaonia. Pablo y Bernabé partieron de Listra a Derbe, y desde esta ciudad
regresaron sobre sus pasos a Listra, luego a Iconio y después a Antioquía de
Pisidia; de allí fueron a Perge, y de Perge al puerto de Atalia, donde se
embarcaron para Antioquía.
5.1.2 El
segundo viaje
El segundo viaje empezó por vía
terrestre, Pablo lo realizó junto a otro discípulo llamado Silas o Silvano;
salieron de Jerusalén, de allí fueron a Cesarea, luego a Tolemaida, y pasaron
por Tiro y Sidón para
llegar a Siria y de allí al Asia Menor, arribando a Antioquía; desde allí
fueron a Tarso, ciudad natal de Pablo; este viaje comenzó
alrededor de los años 49 a 52. Ya en Asia Menor, llegaron
a la ciudad de Derbe, y luego a Listra; allí se les unió Timoteo,
y se dirigieron a Troas,
ciudad junto al mar Egeo. La ruta clásica de la época era pasar por las
siguientes ciudades para llegar desde Listra a Troas: Iconio,
Antioquía y Dorylaeum; en Troas se unió Lucas al grupo, y se
dirigieron a Macedonia, haciendo pie en la
ciudad de Neápolis para
luego llegar a Filipos, de donde, atravesando por Anfípolis y Apolonia de Iliria, se dirigieron
a Tesalónica. De Tesalónica, donde estuvieron un tiempo,
fueron a Berea, luego a Atenas y a Corinto, después fueron a Cencreas,
de donde por mar fueron a Éfeso y de allí a Cesarea, y luego a Jerusalén,
lugar en el que finalizó este segundo viaje.
5.1.3 Tercer viaje
El tercer viaje fue alrededor de
los años 53 a 56; partió Pablo por tierra
desde Antioquía hacia Tarso, pasando por Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia; de allí fue
a Éfeso;
de Éfeso partió por mar hacia Aso
(Misia); de Aso fue hacia Macedonia pasando por Neápolis, Filipos y Anfípolis;
por mar fue Corinto, y luego, por tierra, fue a Atenas, Berea y
Tesalónica, volviendo por el mismo camino hasta Éfeso; desde esta ciudad fue
por mar a Mileto y Patara,
y de allí volvió, parando en Tiro y
Cesarea, a Jerusalén, en el año 56 a 57.
5.1.4 Cuarto
viaje: viaje de la cautividad
Partieron del puerto de Cesarea
Marítima, arribando en una jornada al puerto de Sidón;
desde esta ciudad, donde permanecieron varios días, se dirigieron, costeando
entre Chipre y Cilicia,
a Mira;
esta travesía duró unos quince días. Desde Mira, re emprendieron el viaje
hacia Creta,
arribando en el puerto de Lasea (Puerto Hermoso). Pablo
fue embarcado junto a otros prisioneros rumbo a Italia.
En la escala en Sidón se le permitió visitar a sus amigos y ser atendido por
ellos. Después de quince días de navegación, llegaron a Mira, y allí tomaron
una nave alejandrina, llegando finalmente a Puerto Bonito (Creta).
El centurión Julio,
a pesar de las advertencias del Apóstol, avezado en estas lides, tomó la
decisión de partir, tomando en consideración la opinión del piloto y el patrón,
partidarios de invernar en el puerto de Fenice,
al parecer mejor preparado para pasar allí el invierno.
5.2 las
cartas pastorales
Las cartas más importantes son las de Pablo a las distintas
comunidades que va fundando. De estas cartas cuatro son personales (a Filemón,
a Tito, Primera y Segunda a Timoteo), mientras que el resto son colectivas
(Primera y Segunda a los Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los
Corintios, a los Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios).
Las cartas
paulinas son un conjunto de trece cartas (epístolas)
escritas o atribuidas a San Pablo y
redactadas en el siglo I. Se trata de un corpus de escritos
representativos del llamado cristianismo paulino, una de las cuatro
corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar
el canon
bíblico. Las cartas paulinas
fueron aceptadas unánimemente por todas las eklesias y
son para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible
de pensamiento y de espiritualidad.
Las
llamadas cartas auténticas (Carta a los romanos, Primera y Segunda carta a los corintios, Carta a los gálatas, Carta a los filipenses, Primera carta a los tesalonicenses, probablemente la más antigua,
y la Carta a Filemón),
dirigidas a creyentes cristianos de las eklesias que
el Apóstol fundó durante sus viajes misioneros después de su conversión,
conforman la sección más antigua del corpus del Nuevo
Testamento: la crítica textual moderna
sostiene de forma prácticamente unánime que fueron escritas por la mano del
Apóstol apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús de Nazaret.
De
estas cartas cuatro son personales (a Filemón, a Tito, Primera y Segunda a
Timoteo), mientras que el resto son colectivas (Primera y Segunda a los
Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los Corintios, a los
Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios), esto es, no
dirigidas a una persona en particular sino a la comunidad eclesiástica de
manera colectiva.
Con
respecto a la Carta a los Hebreos,
la crítica bíblica actual señala que el autor no es propiamente Pablo. De
hecho, en su texto no se indica ni el remitente ni los destinatarios y, en el
siglo II, Ireneo
de Lyon dijo que la mentalidad
era paulina pero que la pluma sólo Dios lo sabe. El objetivo de estas cartas es
dar instrucciones a los cristianos sobre el modo de comportarse y responder a
sus inquietudes. En general el autor da ánimos a sus lectores y responde a sus
preguntas o preocupaciones (Tesalonicenses y Corintios), en ocasiones los
reprende (Gálatas y 2 Corintios) y a veces les escribe como muestra de
agradecimiento por su comportamiento (Filipenses). En las llamadas propiamente cartas
pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) el tema central es la organización interna de
la iglesia (obispos, presbíteros, diáconos, etc.)
Además
de estas cartas, se cree que Pablo hizo otros escritos que se acabaron
perdiendo. Por ejemplo, en la Primera Carta a los Corintios Pablo parece que
alude a una carta anterior (1 Corintios 5:9)
Las
cartas tuvieron por función inmediata abordar problemas resultantes de
situaciones concretas. Es muy verosímil que las comunidades a las cuales estas
cartas estuvieron dirigidas las hayan atesorado, y que prontamente las
compartieran con otras comunidades paulinas. Así, resulta altamente probable
que hacia fines del siglo I estos escritos ya existieran como corpus,
resultante del trabajo de una escuela paulina que recopiló sus cartas para
conformar el legado escrito del Apóstol.
La manera de compartir la
información entre comunidades se hacía a través de estas cartas que se dirigían
a las comunidades. A través de las cartas se alentaba a los creyentes a
mantenerse firmes en la fe y evitar las conductas degradantes. Las cartas
ayudaban a mantener la unidad, evitar las discusiones estériles y las
disensiones. Las cartas pastorales permiten documentar la figura relevante de
los episcopos el proceso de consolidación de estos.
A través de las cartas pastorales
y del libro de los Hechos de los apóstoles se deja ver como las comunidades
iban creciendo y estructurándose. En cada asamblea, ekklesia, fueron
resurgiendo e identificando figuras relevantes que cuidaban del orden y
salvaguardaban la unidad interna y con las otras iglesias. Los episcopos y
diáconos eran nombrados a mano alzada. El cargo no solo conllevaba la
organización general, también añadía a sus funciones de supervisión las
gestiones de la vida normal de las comunidades. Había a su vez otros cargos que
ejercían diversas diaconías o ministerios al servicio de la comunidad. Así
surgieron profetas, maestros, catequistas, predicadores itinerantes, etc.
6. LA
NOVEDAD DE LA VIDA CRISTIANA
El bautismo suponía no solo la
incorporación a la comunidad sino a un nuevo cambio de vida. el bautismo era el
renacimiento a una vida nueva en Cristo Jesús. Todas las acciones quedaban
regidas por Cristo, el Señor, y la existencia terrena cobraba una nueva
dimensión. Ya no se ceñía solo a este mundo, sino que estaba orientada a una
vida futura y eterna. Si alguien se sentía atraído por el cristianismo y
deseaba formar parte de él, debía de pasar unos dos o tres años de iniciación mistagógica o catecumenado, un proceso en el que era acompañado por algunos hermanos que le
introducían en la doctrina y en la práctica de las nuevas virtudes. Tras ese
tiempo, había unos escrutinios para verificar que el candidato había dado
signos de cambio de vida. pasados los escrutinios era presentado a la comunidad
y bautizado por los pesbíteros. Así los neófitos eran incorporados como
miembros de pleno derecho a la asamblea cristiana.
La iniciación cristiana suponía
un verdadero nacimiento, un despertar a la vida tras la muerte en las aguas
bautismales. Por el bautismo muere el individuo y nace la persona, muere el
hombre viejo y nace el nuevo, muere una vida unida a la sangre de los
progenitores y nace una vida nueva unida a la sangre de Cristo. En el bautismo
muere el yo con su ansia de autoafirmarse y resucita el hermano entre los
hermanos, miembro del Cuerpo de Cristo. Muere el yo como una expresión de la
naturaleza humana herida por el pecado y resucita la persona que con el amor
recibido de Dios ama a través de su naturaleza humana, transfigurando así lo
humano en lo divino. Los neófitos que tras el bautismo entraban a formar parte
de la iglesia pasaban a entenderse y vivirse en este misterio de comunión,
comunión con el Cuerpo eucarístico.
A partir de entonces su vida
consistiría en orar, trabajar, practicar las virtudes cristianas y reunirse con
los hermanos el domingo para la eucaristía. Esta se celebraba generalmente en
casa de algún miembro que poseyera un espacio adecuado, una estancia amplia o
un lugar ajardinado. La eucaristía resultaba ser el centro de la vida cristiana
y de la comunidad. La comunión era vínculo de unidad y establecía una comunión
no solo espiritual sino material con todos los creyentes. Asi lo refleja
Justino: “los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da
lo que le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a
huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están
necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en
una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad (Primera
Apología 67.6)
Hay un texto anónimo Discurso
a Diogneto de la mitad del S. II que recoge la idea que los cristianos de
este tiempo tenían sobre sí mismos: una comunidad que compartía la vida con sus
contemporáneos, pero cuyo comportamiento contrastaba con el modo de pensar y
actuar de su época. “los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni
por su tierra ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan
ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de
vida aparte de los demás…sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según
la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás
genero de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor
de peculiar conducta admirable y por confesión de todos sorprendente (Discurso
a Diogneto 5.1-2.4). Conscientes de poseer una nueva forma de vida opuesta
en muchos casos a la sociedad en que vivían, los cristianos se consideraban
como el alma del mundo y la trabazón del mismo (Discurso a Diogneto, 6)
El cristianismo se iba
extendiendo por la cuenca mediterránea a pesar de las persecuciones e iba
suscitando numerosas adhesiones. Eran muchos los que se sentían atraídos por la
novedad de vida de las comunidades. Se consideraban como luz del mundo y sal de
la tierra. Lo que el alma le es al cuerpo así los cristianos le son al mundo. A
la vez que los cristianos vivían integrados en el mundo, había una serie de
comportamientos claramente contrapuestos al espíritu de su tiempo y que resultaban
de alguna forma sorprendente para sus contemporáneos. Así se recoge en otro
texto similar de Arístides de Atenas: “Se abstienen de toda unión ilegítima y
de toda impureza. Se aman unos a otros y no desprecian a las viudas y libran al
huérfano del que lo tratan con violencia. El que tiene da con generosidad y sin
envidia al que no tiene. Apenas ven a un forastero, lo introducen en sus
propias casas y se alegran por él como por un verdadero hermano (Apología
15.2.4.7).
6.1 El
valor de la comunidad
La vida en comunidad es unos de
los rasgos más significantes de la vida cristiana. En el libro de los Hechos de
los Apóstoles aparecen una serie de sumarios o resúmenes de la vida comunitaria
de los primeros cristianos (Hech 2, 42-47; 4, 32-35). En ellos se refleja el
ímpetu de la vivencia comunitaria de ese primer tiempo. Los rasgos
característicos de esta vivencia comunitaria eran la enseñanza de los
apóstoles, la oración común, la eucaristía y la comunión de bienes. La comunión
de vida se conecta con la comunión de bienes, no había entre ellos ninguno que
pasara necesidad.
La nueva ética del amor tenía un
marcado carácter comunitario con una exigencia absoluta a la pertenencia
comunitaria, la igualdad y el reparto de bienes. Esto facilitó el intercambio de
personas, bienes, dones y servicios entre las comunidades. El cristianismo
introducía una nueva moral familiar y comunitaria basada en el respeto mutuo.
El amor entre los hermanos era el distintivo propio y más característico. Otro
testimonio que recoge esta inclusión de todos es de Plinio el Joven decía que
los cristianos eran de ambos sexos y de todas las edades y condiciones
sociales. (Cartas 10.96.9). Se trataba de una nueva forma de entender las
diferencias entre hombre y mujer, amo y esclavo, rico y pobre, que quedaban
abolidas por la igualdad de todos como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Los
cristianos proponían un trato de hermanos entre ellos. La clave era un amor sin
distinción, todos eran iguales en dignidad en Cristo Jesús. No olvidemos que
las mujeres, las viudas y los huérfanos eran colectivos muy frágiles y
marginados. Era grande los sectores de exclusión y de pobreza. Los que se
incorporaban a la comunidad pronto se convertían en miembros activos del
servicio comunitario dedicándose al cuidado de los más necesitados, sobre todo
de los enfermos.
No podemos sin embargo caer en
idealizar esta forma de vida. Por supuesto que en la primera comunidad
cristiana y en las consiguientes comunidades hubo fricciones, altercados,
divisiones pero por encima de todo se dio el perdón y la reconciliación. La
comunidad estaba dirigida por el obispo con la ayuda de presbíteros y diáconos.
6.2 El paso
de las comunidades a la Iglesia
Las comunidades que funcionaban
como asambleas independientes, eklesias, poco a poco sintieron la
necesidad de unificarse sin perder esta diversidad. Este fue un verdadero reto
para el cristianismo primitivo. Las comunidades fundadas por los apóstoles
guardaban su propia idiosincrasia unas con rastro judaizante, otras más abiertas
al mundo gentil. Las había con la impronta paulina, otras de procedencia
joánica, otras de procedencia petrina. Otras nacidas en torno a nuevas figuras
como San Policarpo o San Ignacio de Antioquia obispos de las comunidades de
Siria. Poco a poco se desplaza el centro gravitatorio de Jerusalén a Roma que
empezó a denominarse la Gran Iglesia. Al movimiento carismático inicial del 30
al 70 le siguió otro movimiento más institucional del 70 al 120 y otro más
preocupado de la ortodoxia durante el S. II, hasta su consolidación en el S.
III. Y finalmente su extraordinaria difusión después de Constantino.
Una estructura de iglesia de presbíteros y episcopos plurales
persistió en Roma hasta mediados del siglo II, cuando se adoptó la estructura
de un solo obispo y presbíteros plurales, y que los escritores posteriores
aplicaron retrospectivamente el término "obispo de Roma" a los
miembros más prominentes en el período anterior y también a Pedro mismo. Cristo
designa a Pedro como la "roca" sobre la cual se edificará la iglesia
de Cristo. La Iglesia católica enseña que la venida
del Espíritu Santo sobre los
apóstoles, en un evento conocido como Pentecostés, marcó el comienzo del
ministerio público de la Iglesia. Los católicos sostienen que San
Pedro fue el primer obispo de Roma y el consagrador de la línea de la
sucesión apostólica (Linus) como su próximo
obispo, comenzando así la línea ininterrumpida
Según algunos historiadores, la Iglesia
cristiana primitiva no estaba muy organizada, lo que llevaba a la aparición de
diversas interpretaciones de las creencias cristianas. En parte
para asegurar una mayor coherencia en sus enseñanzas, para finales del siglo
II,
las comunidades cristianas habían desarrollado una jerarquía más estructurada,
con un episcopo central que tenía
autoridad sobre el clero en su ciudad, conduciendo al desarrollo del
episcopado. La
organización de la Iglesia poco a poco (sobre todo a partir de Constantino), comenzó
a imitar la del Imperio; los obispos en ciudades políticamente importantes
ejercían una mayor autoridad sobre los obispos de ciudades cercanas. Las iglesias de Antioquía, Alejandría y Roma ocuparon los
puestos más altos. A
partir del siglo
II,
los obispos a menudo se reunían en sínodos regionales para resolver cuestiones
doctrinales y políticas. En el siglo III, el obispo de Roma comenzó a actuar
como un tribunal de apelaciones por problemas que otros obispos no pudieron
resolver.
La
doctrina se perfeccionó aún más gracias a una serie de teólogos influyentes,
conocidos colectivamente como los padres de la Iglesia.
Desde el año 100 en adelante, los padres apostólicos como Ignacio de Antioquía e Ireneo
de Lyon definieron la enseñanza
católica en oposición al gnosticismo y
otras corrientes. En los primeros siglos de su existencia, la Iglesia formó sus
enseñanzas y tradiciones en un todo sistemático bajo la influencia de los
padres apologistas como el papa Clemente I, Justino Mártir y Agustín de Hipona.
6.3 La unidad
en la fe: el Credo
A pesar de la gran variedad y
diversidad de cristianos hemos de decir que en los dos primeros siglos reinaba
gran unidad. Las primeras discrepancias surgirán entre los grupos judaizantes y
helenizantes. Los primeros se caracterizaban
por la lengua judía y su arraigo todavía a las tradiciones judaizantes. El
segundo de lengua griega de origen pagano y con mentalidad más abierta. Los
primeros encabezados por Pedro querían que los nuevos conversos habrían de
circuncidarse según la ley de Moisés. Pablo disputará para que los nuevos
conversos no tengan que cumplir las normas de pureza y culto según la ley
antigua.
Mientras la iglesia de Jerusalén
se gobernaba por el modelo judío (un sinedrio de ancianos y un jefe
espiritual), la estructuración de las comunidades gentiles o pagano cristianas
era más carismática (maestros y profetas). Más sin embargo a pesar de ser
diversas iglesias o comunidades todos formaban parte de una misma Iglesia, una
sola comunidad universal que era la Iglesia de Cristo, la Iglesia de Dios. Para
garantizar la unidad se va haciendo firme el concepto de la tradición y de la
sucesión apostólica.
La Iglesia ha de hacer frente a
dos problemas que surgen dentro de la Iglesia las heterodoxias y las herejías. Los
heterodoxos eran los que no conservaban el depósito de la fe. No era fácil las
distintas nociones en cuanto a entender la naturaleza de Jesús que dieron lugar
a distintas cristologías. Admitiendo las distintas orientaciones, escuelas y la
diversidad de comunidades se hacía cada vez más urgente la necesidad de vigilar
por la ortodoxia de la fe frente a los falsos maestros y riesgos de falsas
doctrinas. Paralelo fue el desarrollo de los textos que formarían el cánon de
los evangelios y otros textos sagrados. Tras el primer concilio de Jerusalén (64
d. C.), y el concilio de Nicea (325 d. C.) se abrió un largo camino a la
ortodoxia. A finales del S. I había ya un primitivo credo usado con fórmulas
tradicionales. El llamado Símbolo de los apóstoles se remonta a los años 50 del
S.I. Se trata de un memorándum con las ideas básicas de la doctrina cristiana
que poco a poco terminará por constituir el credo. El Credo se definió en Nicea
conocido como el credo niceno y el cuerpo básico de cánon paulino fue
constituido prácticamente en el concilio (325 d. C.), el Apocalipsis (367 d.
C.), la carta a los Hebreos (400 d.C.), y poco años más tarde las cartas de
Pedro, Santiago, Judas.
6.4 El
primer Concilio de Jerusalén
El primer concilio de Jerusalén ocurrió cerca del año 49-50 d.C.,
durante la etapa apostólica, es decir, luego de la crucifixión de Jesús de Nazaret . El libro de los Hechos de los Apóstoles narra uno de
los acontecimientos que más ha influido en la misión de la Iglesia universal y
que ha sido interpretado por muchos estudiosos como una referencia permanente
para todos los sínodos posteriores. En este encuentro sinodal celebrado en
Jerusalén, la Iglesia tiene que clarificar su vocación a la luz de la
resurrección de Jesucristo, en un momento delicado de su misión.
El relato del libro de los Hechos nos presenta una
crisis en la primitiva Iglesia que nació y terminó en Antioquía, pero que tuvo
su momento más álgido en Jerusalén. Un grupo de personas del partido fariseo
había abrazado la fe cristiana, pero no cesa de sembrar el desconcierto y la
confusión en el seno de la comunidad pues opina que todos deben someterse al
rito de la circuncisión para obtener la salvación (Cfr. Hch 15, 1-35).
El Concilio se realizó pues como
consecuencia de acaloradas discusiones acerca del carácter que el cristianismo
debía mantener entre los gentiles. la Iglesia, que se consideraba como el
verdadero Israel, esperaba que
el cristianismo continuara según las normas del Antiguo
Testamento. Sin embargo, la conversión
de multitudes de gentiles (se refiere a personas no judías), hizo surgir al
menos dos inquietudes. La primera si era legitimo el directo acercamiento
de San Pablo de
Tarso y Bernabé a los paganos si estos no cumplían los
requisitos del judaísmo. La segunda si debía procederse en base a una norma
conveniente o en base a la Ley de Dios.
Estas preguntas surgieron por que los cristianos
gentiles no realizaban ciertas prácticas como la circuncisión (Gn 17:9-14), además de que la práctica de comer
juntos judíos y gentiles en las iglesias de Antioquia y Galacia, escandalizaba a
los judíos de Jerusalén, y hacia más difícil su evangelización.
El Concilio fue presidido por Santiago (hermano de
Jesús de Nazaret) y los apóstoles Simón Pedro y San Juan, quienes eran
los líderes de la Iglesia de Jerusalén, junto a otros ancianos de la misma. La
Iglesia de Antioquia de Siria la representaban Bernabé, Pablo de
Tarso y Tito. En el concilio
se acordó que los gentiles cristianos no pasaran al judaísmo como medio de
obtener la salvación de Dios y cumplieran con las prácticas de no comer sangre,
ni carne de animal sacrificado o ahogado, y no ser fornicarios (promiscuidad
sexual). En el mismo concilio fueron confirmados Bernabé y Pablo de Tarso,
como apóstoles de los gentiles.
El Concilio decidió que los gentiles convertidos al
cristianismo no estaban obligados a mantener la mayor parte de la Ley de Moisés, incluyendo las normas relativas a la circuncisión
de los varones. El Concilio hizo, sin
embargo, conservar las prohibiciones de comer sangre, la carne que contiene la
sangre, la carne de los animales muertos no adecuadamente, y sobre la
fornicación y la idolatría, lo que a veces es referido como el Decreto
Apostólico o Cuadrilateral de Jerusalén.
El Concilio de Jerusalén suele fecharse en torno al
año 50 d. C., unos veinte años después de la crucifixión de Jesús, que se fecha entre el 26 y el 36 d. C. La reunión
fue llamada para debatir si los gentiles varones que se estaban convirtiendo en
seguidores de Jesús, estaban obligados a circuncidarse. Sin embargo, la
circuncisión era considerada repulsiva durante el período de helenización
del Mediterráneo Oriental.
En ese momento, la mayoría de los seguidores de Jesús
(que los historiadores se refieren como judeocristianos) eran judíos de nacimiento, e incluso conversos, que
consideraban al
cristianismo primitivo como parte del judaísmo. Según algunos estudiosos los judeocristianos
afirmaban todos los aspectos del entonces contemporáneo judaísmo del Segundo
Templo con la adición de la creencia de que Jesús era el Mesías. A menos que
los varones fueran circuncidados, no podían ser del pueblo de Dios. La reunión
fue convocada para decidir si la circuncisión para los gentiles conversos era requisito
para ser miembro de la comunidad, ya que ciertas personas estaban enseñando que "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos". (Hech 15:1-2). La circuncisión como mandato es asociada con Abraham, pero se
cita como el "rito de Moisés" porque Moisés es considerado el dador tradicional
de la ley en su conjunto. El mandato de la circuncisión se hizo más oficial y
obligatorio en la Ley del Pacto Mosaico.
El propósito de la reunión, según Hechos, era resolver
un desacuerdo en Antioquía, que tenía implicaciones más amplias que simplemente
la circuncisión, puesto que la circuncisión es la señal "eterna" de la Alianza
que Dios hizo con Abraham (Gén 17:9-14). Algunos de los fariseos que se habían
convertido en creyentes, insistieron en que “es necesario circuncidarlos, y
mandarles a los creyentes] que guarden la ley de Moisés” (Hech 15:5)
El principal problema que se abordó estaba relacionado
con el requisito de la circuncisión, como el autor de los Hechos se refiere,
pero otros asuntos importantes surgieron también, como el Decreto Apostólico
indica. La disputa fue entre aquellos, como los seguidores de los “Pilares de
la Iglesia”, liderados por Santiago, que creían,
tras su interpretación de “la Gran Comisión”, que la iglesia debía observar
la Torá, es decir, las reglas del judaísmo tradicional, los
del apóstol Pablo, que creían que no había tal necesidad.
En el Concilio, siguiendo el consejo ofrecido
por Simón Pedro (Hech 15:7-11), el apóstol Santiago presentó una propuesta, que fue aceptada por la
Iglesia y conocida como el Decreto Apostólico: “Por lo cual yo juzgo que no se
inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que
se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y
de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo
predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo”.
El relato de los Hechos, (Hch 15:23-29), establece el
contenido de la carta por escrito de conformidad con la propuesta de Santiago. La
versión occidental de los Hechos añade la forma negativa de la Regla de Oro: “cualquier
cosa que vosotros no habríais hecho a vosotros mismos, no lo hagas a otro”.
Se trata de determinadas cuestiones más amplias que la
de la circuncisión, particularmente cuestiones alimenticias, pero también la
fornicación, la idolatría y la sangre, así como la aplicación de la ley bíblica
a los no judíos. Los Apóstoles y los ancianos declararon en el Concilio: “Porque
ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga
más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos,
de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis,
bien haréis. Pasadlo bien” (Hech 15:28-29). Este Decreto Apostólico fue
considerado vinculante para todas las otras congregaciones cristianas locales
en otras regiones.
El escritor de los Hechos relata una reafirmación por Santiago
y los ancianos de Jerusalén de los contenidos de la carta con motivo de la
última visita de Pablo a Jerusalén, inmediatamente antes de la detención de
Pablo en el templo, relatando: “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos
recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Santiago,
y se hallaban reunidos todos los ancianos”. Los ancianos entonces procedieron a
notificar a Pablo de lo que parece haber sido una preocupación común entre los
creyentes judíos, que él estaba enseñando a los judíos de la diáspora
convertidos al cristianismo “a apostatar de Moisés, diciéndoles que no
circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres”. Recuerdan a la asamblea, diciendo
«en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito
determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo
sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación». En opinión
de algunos estudiosos, el recordatorio de Santiago y los ancianos aquí es una
expresión de la preocupación de que Pablo no estaba enseñando plenamente la
decisión de la carta del Concilio de Jerusalén a los gentiles, sobre todo en
lo que se refiere a la carne kosher no estrangulada, que
contrasta con el asesoramiento de Pablo a los gentiles en Corinto, “de todo lo
que se vende en la carnicería, comed” (1 Co 10:25).
6.5 La
práctica de la sinolidad
El significado de la palabra “sínodo” es “camino”,
caminar juntos. Con la entrada de Jesús en el mundo, Dios inaugura la nueva
Alianza. La vida y las enseñanzas de Jesús revelan que Dios es comunión de amor
y quiere abrazar con su amor a toda la humanidad. Es más, Jesús invita a sus
seguidores a permanecer en comunión de vida y de amor con el Padre, acogiendo
la acción del Espíritu y practicando el mandamiento nuevo del amor. De este
modo será posible avanzar juntos como el nuevo Pueblo de Dios, como el Pueblo
de la nueva Alianza (Cfr. Jn 15, 12-15).
Para expresar esta comunión entre todos los bautizados,
tanto en la vida como en la actividad pastoral, los primeros cristianos
comenzaron a utilizar la palabra griega “synodos”, compuesta por la preposición
“syn” (con) y por el sustantivo “odós” (camino, reunión o congregación).
Con ella querían indicar que los cristianos tienen
que caminar juntos y peregrinar en comunión con sus hermanos en la fe,
experimentando en todo momento la presencia de Dios en medio de ellos a lo
largo del camino. Esta visión de las primeras comunidades cristianas nos
permite descubrir que el significado del sínodo está íntimamente asociado a los
contenidos fundamentales de la Revelación pues, además de indicarnos el camino
que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios, el sínodo orienta siempre
la vida del cristiano hacía Jesucristo, que se presenta a sí mismo como “el
camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
El camino sinodal abrió un camino de comunión para
toda la Iglesia, el camino que quiere recorrer durante su peregrinación por
este mundo hacia la Jerusalén celestial. Este camino tiene que estar bien
fundamentado en la comunión con Dios y con los hermanos, pues todos los
cristianos, por el sacramento del bautismo, son constituidos miembros de un
cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, y, por pura gracia, entran a formar parte de la
gran familia de los hijos de Dios.
La relevancia e importancia del Sínodo fue
fundamental. El Sínodo no solo dio respuesta a la cuestión que se debatía sino
que abrió una forma de abordar las discusiones que puedan surgir La cuestión en
cuestión quizás hoy podría parecernos secundaria, pero en aquel momento era
sumamente importante. Si la circuncisión era necesaria para alcanzar la
salvación, como afirmaban los fariseos, la fe en Jesucristo era inútil y su
venida al mundo no habría cambiado nada. Además, las promesas de Dios no se
habrían realizado, la muerte de Jesús no tendría valor redentor y el Evangelio
carecería de sentido. ¿Para qué continuar anunciando la buena noticia de la
salvación de Dios en Cristo Jesús a todos los hombres? Ante la gravedad del
problema y la posible división de la comunidad cristiana, Pablo, Bernabé y
algunos miembros de la comunidad son enviados a la Iglesia madre de Jerusalén
para consultar a los apóstoles y presbíteros. Después de examinar el asunto,
Pedro zanja el problema afirmando: “No; creemos que lo mismo ellos que nosotros
nos salvamos por la gracia del Señor Jesús” (Hch 15, 11).
Para confirmar en la fe verdadera a los afectados,
los apóstoles y presbíteros eligen a algunos miembros de la Iglesia de Jerusalén
que acompañarán a Pablo y Bernabé a Antioquía. Los envían con una carta, en la
que se decía: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más
cargas que las indispensables, que os abstengáis de carne sacrificada a los
ídolos, de sangre de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en
apartaros de todo esto.” (Hch 15, 29).
En la asamblea o sínodo de Jerusalén no hubo
vencedores ni vencidos, pues deciden sobre los conflictos internos de la
comunidad, teniendo en cuenta la Palabra de Dios. Desde entonces, se afianzó en
los creyentes la fe en Jesucristo resucitado y en la acción del Espíritu Santo,
que conduce la misión y las enseñanzas de la Iglesia por encima de
planteamientos humanos y culturales. El primer sínodo de Jerusalén abrió un
camino para toda la Iglesia al haber defendido desde el primer momento la
unidad, apoyándose en la fe y en la caridad.
6.6 La Didaché
Además de los evangelios y los
textos de las cartas también se vio la necesidad de poner por escrito y formular
la Doctrina de los doce apóstoles, la llamada Didaché y la Tradición
apostólica, atribuida a Hipólito. Esta doctrina incluía una serie de normas
rituales y doctrinales que recogían la práctica de las comunidades. Tenían un
valor pedagógico, litúrgico y sacramental. Recogían instrucciones catequéticas
para enseñar el credo, para los procesos de iniciación, llevar a cabo los
bautismos, las eucaristías, las practicas funerarias. Se recogían no solo cuestiones
referente a las costumbres familiares sino sociales. Se prevenía del riesgo e inducía
la actitud que habían de tener respecto a los espectáculos teatrales, juegos
circenses, luchas de gladiadores o fieras. Estas diversiones, que formaban
parte indisoluble de la sociedad del momento, eran prohibidas entre los
cristianos. Dichas prácticas eran consideradas indecorosas y no propias de un
cristiano. La Didaché regulaba otras prácticas de piedad, así documenta que el
padrenuestro se rezaba tres veces al día; por otro lado, se bendecían las
comidas antes de tomarlas.
El verdadero motor de la vida cristiana era la
practica asidua de la eucaristía. La reunión tenía lugar el domingo, día del
sol, que como no era festivo sino día ordinario de trabajo solía hacerse o bien
de madrugada antes del trabajo o por la tarde al fin del trabajo. Se regulaba
su práctica leyendo los escritos de los profetas, las cartas de los apóstoles y
los evangelios seguidos de una exhortación del presbítero o presidente de la
asamblea a modo de homilía. Luego se procedía a elevar las preces y al
ofertorio del pan y el vino para su consagración. La comunión se daba a los
presentes y era llevada a los ausentes por medio de los diáconos.
La
doctrina se perfeccionó aún más gracias a una serie de teólogos influyentes,
conocidos colectivamente como los padres de la Iglesia.
Desde el año 100 en adelante, los padres apostólicos como Ignacio de Antioquía e Ireneo
de Lyon definieron la enseñanza
católica en oposición al gnosticismo y
otras corrientes. En los primeros siglos de su existencia, la Iglesia formó sus
enseñanzas y tradiciones en un todo sistemático bajo la influencia de los
padres apologistas como el papa Clemente I, Justino Mártir y Agustín de Hipona.
La Didaché fue ampliándose a lo
largo del tiempo hasta consolidarse en el S. VI. La Didaché hacía también
referencia a normas de organización y se hacía salvaguardar por los episcopos. Los
episcopos serían los máximos artífices de la ortodoxia y la unidad interna de
cada asamblea según la tradición heredada. Había una triple organización,
jerárquica, territorial y personal. Con la primera se describe la estructura de
cargos en las diversas poblaciones y provincias; con la segunda se evidencia el
prestigio que fueron alcanzando algunos personajes más allá de sus límites
territoriales. En tercer lugar, se recogen quienes serían protagonistas y
antagonistas de las discusiones teológicas y morales. Poco a poco se hizo
relevante la figura del sucesor de Pedro y sucesores de los apóstoles (sucesión
apostólica) para garantizar la unida de la Iglesia. También se daban normas
sobre los misioneros itinerantes para no ser gravosos para nadie. Si querían
establecerse en la comunidad debían de trabajar para no convertirse en un
“traficante de Cristo”.
7. LA
CRISIS DE LA CRISTIANIZACION DEL IMPERIO
El
emperador Constantino I establece los derechos de la Iglesia en el año 315.
Cuando Constantino se convirtió en emperador del Imperio romano de Occidente en
el 312, atribuyó su victoria al Dios cristiano. Muchos soldados en su ejército
eran cristianos, y su ejército era la base de su poder. Con Licinio, (emperador
romano de Oriente), publicó el Edicto de Milán, que ordenó la tolerancia de
todas las religiones en el imperio. El edicto tuvo poco efecto en las actitudes
de las personas. Las nuevas leyes se hacen a mano para codificar algunas
creencias y prácticas cristianas. el mayor efecto de Constantino al
cristianismo era su patrocinio.
Durante
el reinado de Constantino, aproximadamente la mitad de los que se identificaron
como cristianos no se adhirió a la versión de la corriente principal de la fe.
Constantino temía que la desunión sería desagradar a Dios y dar lugar a
problemas para el imperio, por lo que tomó medidas militares y judiciales para
eliminar algunas sectas. Para resolver otras disputas, Constantino comenzó la
práctica de invocar concilios ecuménicos para determinar interpretaciones
vinculantes de doctrina de la Iglesia.
La conversión de Constantino, emperador de Roma, y el establecimiento
del cristianismo como religión del imperio tendría grandes consecuencias. Una
positiva es la expansión del cristianismo.
La otra es la decadencia de la fe y degradación de las costumbres. El concilio
de Nicea señala la importancia de una verdadera adhesión a la fe y a la
formación a través de un proceso
catecumenal para tratar de responder a esta crisis.
La
Iglesia se institucionaliza y el cristianismo pasa a ser una religión (la del
Estado Imperial). La organización de la Iglesia comenzó
a imitar la del Imperio; los obispos en ciudades políticamente importantes
ejercían una mayor autoridad sobre los obispos de ciudades cercanas. Las iglesias de Antioquía, Alejandría y Roma ocuparon los
puestos más altos. A partir del siglo II, los obispos a menudo se reunían
en sínodos regionales para
resolver cuestiones doctrinales y políticas. En el siglo III, el obispo de Roma
comenzó a actuar como un tribunal de apelaciones por problemas que otros
obispos no pudieron resolver.
Esta crisis institucional viendo la forma de conjugar el poder civil y
el religioso, la figura del emperador y del papa, prepara otra gran crisis con
la caída del Imperio Romano. Es la
entrada al nuevo paganismo de los bárbaros. El colapso del Imperio Romano con
la mitigación del cristianismo es muy bien analizado por San Agustín es su
Obra, Las dos Ciudades.
En El S. IV se produjo la
conversión del Imperio Romano a través de su emperador Constantino. La entrada
del cristianismo en el imperio romano supuso una encrucijada peligrosa que
tendría graves consecuencias. Al principio parecía un acontecimiento que daría
la posibilidad de lograr una expansión universal del cristianismo, y en verdad
así fue pero con un grave costo.
Fue demasiada gente la que entro
a tomar parte de la Iglesia y no era posible transmitir la experiencia de la
vida nueva, de la vida en comunión como cuerpo eucarístico. El cristianismo
paso a convertirse en una religión y esto traería graves consecuencias.
Eran tantas las personas que de
repente pasaron a tomar parte de la Iglesia que se perdió esta iniciación
cristiana, esta iniciación mistagógica. La iglesia se institucionaliza y el
cristianismo se convierte en la religión del Imperio. El cristianismo no nació
como una religión sino como un movimiento carismático fruto del Espíritu. Esta
fue la gran tragedia y la trampa mortal en la que cae el cristianismo, el
Imperio asume el cristianismo y promueve una institucionalización para convertirla
en la religión del Imperio. Diríamos que fue la tentación del poder.
¿Cómo ocurre esto?. Se busca un
pensamiento una ideología correspondiente al mundo clásico que fuera conciso,
preciso, claro resumir la vida cristiana. Se busca una doctrina universal para
tener un ideal. La doctrina se convertía en normativa y se pasó a un enfoque
jurídico, ético, moral. El cristianismo se institucionaliza como una religión.
Se pasó de la experiencia vital a la doctrina y de la fe a la religión. Fue el
comienzo de la descristianización y de la secularización.
8. NOS
ENFRENTAMOS HOY EN UN CAMBIO EPOCAL, UN CAMBIO DE PARADIGMA
La humanidad ha pasado por
diversas crisis que han originado diversos cambios de paradigma. Después
de los tres primeros siglos del cristianismo, con la cristianización del
imperio, se produjo una gran crisis y cambio de paradigma. El cristianismo al
adaptarse al mundo pagano en lugar de transformarlo poco a poco perdería su
vigor. Hoy también estamos atravesando por un cambio epocal. Vamos a tratar de
analizar cuál es la crisis que estamos atravesando y qué cambio de
paradigma. Para ello hemos de intentar buscar los antecedentes que han ido
provocando este cambio de época.
Simplificando hasta la Edad Media
se vivió una preponderancia del sentido religioso y del orden del mundo desde
las bases del cristianismo y desde la esfera divina. Esta teocracia va a dar
paso a una democracia reclamando la autonomía temporal y la separación del
poder religioso y el poder civil.
A finales de la Edad Media se dio
otro hecho que iba a cambiar el rumbo de occidente. Cuando los mongoles asediaban
Cafa y intentaban acabar con el poderío de Bizancio en Constantinopla ocurrió
algo inesperado la propagación de la peste negra. Se trataba de una peste
bubónica contraída por pugas infectadas que portaban las ratas. La peste se
propagó y se extendió rápidamente. Entre 1347 y 1356 la peste negra acabó con
un tercio de la población de Europa muriendo 25 millones de personas. Europa
asolada se enfrentaba a una nueva reconstrucción.
Después de la Edad Media con el
renacimiento se dio un cambio de paradigma que tendría como resultado la
descristianización de occidente, la mundanización y paganización del mundo
cristiano. El papel de la Iglesia dejó de ser preponderante y hubo de adaptarse
al mundo secular. El cambio de paradigma lo podríamos expresar como el liberalismo
y el principio laical que originaría una nueva conciencia y sistema de
pensamiento. El principio laical declara la autonomía de la razón frente a la
fe. Esta autonomía da paso a una progresiva incredulidad y pérdida de la fe.
Poco a poco la sociedad se vuelve crítica ante el poder papal se pierde
credibilidad en la Iglesia y se pierde el valor normativo de la Iglesia, la
conciencia del bien y del mal y se cae en un relativismo moral.
Durante los S. XV, XVI y XVII la
reforma protestante por un lado y el renacimiento por otro inicia todo un
cambio que después a partir del s. XVIII con la revolución francesa y la
ilustración y el despotismo ilustrado acabarían por consolidar este nuevo paradigma.
Bajo un gran clamor crítico de necesidad de renovación y de hegemonía de la
libertad y la razón, se alza así un nuevo orden laical separado del orden
divino, se pierde una concepción religiosa y trascendente de la vida y se
proponen nuevos principios éticos para la educación y el progreso.
Como haría en principio la
reforma, la ilustración lleva a cabo un gran asalto contra la cristiandad. Se
radicaliza la autonomía del pensamiento desmarcándose de los principios que
había mantenido el cristianismo. La razón se impone con audacia crítica
relegando la esfera de lo divino y poniendo al hombre como medida de todas las
cosas. El nuevo paradigma reclama una política sin derecho divino y una moral
sin normas. Se establece una civilización fundada en la idea del derecho y no
del deber. (Cf. Paul Azar, Crisis de la conciencia europea; El pensamiento
europeo en el S. XVIII)
El cambio de paradigma que trae
el liberalismo y la secularización conlleva la paulatina descristianización de
occidente y la nueva paganización de los pueblos cristianos. El punto de
partida es la concepción del principio de realidad. Se parte del mundo visible
y la medida de las cosas del mundo se arreglan mirando al mundo y no mirando al
cielo. El hombre debe liberarse y no dejarse alienar por la religión a partir
de “los tres jinetes de la Apocalipsis”: Freud, Nietche y Marx. El mundo
secular ha de construirse prescindiendo de Dios (Nietche : “Dios ha muerto”).
La hipótesis de un Dios Señor del cielo y tierra es innecesaria, perversa y
dañina. Se cae en un agnosticismo y se establece un orden temporal prescindiendo
de Dios exaltando el poderío del hombre. La insensatez del hombre es tal que
llega a creerse valer por sí mismo prescindiendo de Dios (El mito de Prometeo).
Entre el Reino de Dios y los reinos temporales se establece una franja
infranqueable. La hegemonía del orden y poder temporal se alza frente a toda
injerencia de la religión.
9. REFLEXIONES
ANTE UN NUEVO CAMBIO DE EPOCA
El renacimiento supone la vuelta
al mundo clásico la exaltación del hombre en un humanismo que exalta la razón.
Es la puerta de entrada a la modernidad, de nuevo el triunfo de la razón y de
la creatividad humana. El renacimiento produjo un cambio de cosmovisión
respondiendo a una época crítica, primado de la idea, el individuo, la
inteligencia, la doctrina. La cosmovisión es crítica. A través de las ideas al
mundo. La vida cristiana se amolda a criterios ideales y pragmáticos de
prácticas vacías. La religión cae en un perfeccionismo cuyo objetivo es
salvarse así mismo.
La exaltación del individuo lleva
a un ocultamiento, eclipse de la persona y de la comunión como elemento
esencial y constitutivo. Desaparece la vida de comunión y aparece el individuo
que se corrige y se perfecciona según el ideal propuesto y enseñado. La realidad
se concentra en la elaboración intelectual, y se cree que la vida debe seguir a
la idea, al ideal. Se cree que primero debe ser la doctrina y que a la doctrina
sigue la práctica. Este principio es falso primero debe ser la experiencia de
fe y vida y de ahí la praxis cristiana. Las leyes y las ideas seguirán a la vida.
Debería ser al revés, la vida nueva del Resucitado debería producir una nueva
cultura y cosmovisión, una nueva cultura, una inteligencia nueva. Sin embargo,
se produjo lo contrario. Los cristianos tomaron como criterio el ideal
universal y el individuo es revestido de perfección.
Como resumen el modelo de
cosmovisión heredado del pasado esta trasnochado. La edad crítica de la razón
nos ha llevado a una cultura muerta, de la muerte, no del primado de la vida.
El individuo se puso de nuevo en el pedestal, en el epicentro de la modernidad.
La cosmovisión de la edad crítica de la razón con el primado de la idea, de la
razón, de la estructura intelectual pide ser cambiado. Hoy podíamos decir que asistimos
de nuevo a la realidad trágica que ocurrió en otro tiempo en la Iglesia, la
descristianización, la secularización. A lo largo de los siglos se ha producido
una verdadera sustitución del cristianismo como una experiencia viva de fe a
convertirse en una religión. En el pedestal de nuestra Iglesia hemos levantado
el pedestal de un dios pagano. Hemos convertido el cristianismo en una religión
y hemos tratado de explicarlo con el pensamiento humano.
También el cristianismo y la
Iglesia se encuentra ante un gran reto y una gran encrucijada. Necesita un
verdadero cambio de paradigma. El Vaticano II supuso un acontecimiento de
verdadera renovación. Los modelos cristianos y de vida consagrada y de
formación sacerdotal eran caducos y trasnochados.
Nuestra época precisa de una nueva
cosmovisión, una cosmovisión menos crítica y más orgánica, volver al primado de
la vida nueva de la comunión. Es el Espíritu que nos abre a la comunión como
participación de la vida divina. El individuo no tiene acceso a la vida divina
sino en participación, en relación. Se trata del paso del individuo a la
comunión.
10.
LA
CRISIS DEL TIEMPO ACTUAL
La crisis de la postmodernidad de este tercer milenio se debe a varios y
complejos factores. Vamos a tratar sólo de apuntar algunos aspectos relevantes.
10.1 Crisis de comprensión vital
Nuestro tiempo vive una crisis de
comprensión vital. Vivimos sometidos a gran activismo, en muchos casos por un
exceso de trabajo y gran carga de responsabilidad. El trabajo se acumula y las
exigencias se hacen cada vez más grandes. Detrás de las tareas aparecen otras
nuevas en una carrera que parece no tener fin. Se da una sensación de fatiga y
de pérdida de motivaciones. La persona se vuelve escéptica. El impulso
ascendente se ralentiza y vivimos sometido a responder a lo inmediato perdiendo
profundidad y equilibrio. Se crece en actividad y se decrece en una comprensión
más vital fruto de una maduración espiritual
10.2 Crisis de identidad y de sentido
Diríamos que la humanidad está pasando por un desencanto del mundo que la
postmodernidad prometía. Vivimos la paradoja de un progreso que ha dejado atrás
a gran parte de sectores excluidos y marginados. Crecen las distancias entre
países pobres y ricos, desarrollados y desprotegidos. Se vive un fuerte
individualismo y desarraigo, crisis de identidad y de sentido. Se tiende a
desconectarse del pasado y a vivir el presente respondiendo a lo inmediato. A
pesar del gran avance en comunicaciones se vive un mundo en cierta medida
desconectado de la realidad. Quedaron atrás las falsas falacias que prometía la
ilustración y las lumbreras del llamado siglo de las luces quedaron convertidas
en luciérnagas. Vivimos en un tiempo desesperanzado con una fuerte incredulidad
frente a todo lo institucional tanto en el plano político como religioso. La
globalización nos ha adentrado en un pensamiento débil con falta de juicio
crítico y constructivo. La política ha caído en un juego de populismos y
nacionalismos y crece el clima de disensión, radicalismos y racismos.
10.3 Crisis de la dejación y el
desasimiento
Se acentúa el sentimiento de lo
que es caduco y pasajero junto a la vivencia de los límites. La denominamos
crisis de la dejación porque supone todo un proceso de desasimiento para
quedarse con los valores que perduran. Se hace más perceptible lo pasajero de
la vida. Por otra parte, se alcanza una visión de conjunto de las posibilidades
reales, la medida de lo que dan de sí las propias capacidades. Al contraste con
lo pasajero se hace más relevante lo definitivo, lo duradero, lo eterno. De
estas experiencias procede la capacidad de distinguir entre lo importante y lo
que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico entre el conjunto global de la
existencia y la relevancia intrínseca de los distintos elementos que la
configuran.
En medio de esta crisis somos
invitados a una gran transformación. Los moldes y las respuestas que
teníamos dejan de ser relevantes. No podemos vivir apegados a nuestros ídolos,
sentados sobre nuestros comodines y respondiendo a las expectativas de los
otros, no llegaremos a encontrarnos con nosotros mismos. El encuentro con nuestro
verdadero ser solo se da desde un camino interior de autenticidad desde el
encuentro con el verdadero Dios.
11. ASPECTOS
RELEVANTES DE UNA COSMOVISION NUEVA
Como resumen diríamos que la
cosmovisión de la primera iglesia era una cosmovisión no crítica del mundo
filosófico de las ideas o ideologías del pasado, sino orgánica, respondía a una
experiencia viva con el primado de la vida. Había una simbiosis entre la fe el
culto, la liturgia y la vida. La atracción de los primeros cristianos respondía
a esta una unidad. Intentaremos ver algunos aspectos que pueden validarlo.
11.1 EL
MODELO DE PABLO APÓSTOL DE LOS GENTILES
Vivimos en medio de unos valores
paganos, de un nuevo paganismo. Mucho podemos aprender del modelo de Pablo de
Tarso. La Iglesia tiene que salir de la auto referencialidad y vivir hacia
fuera recuperando la itinerancia y la dimensión misionera. La Iglesia es
esencialmente misionera. Si la Iglesia pierde su dimensión misionera pierde su
razón de ser.
11,1.1
Vivir descentrados de nosotros.
Aunque no lo conoció históricamente lo
conoció en la fe. Toda su vida estuvo centrada en Jesús. El
éxito de la obra misionera está precisamente en esta relación con Jesús. No se puede
anunciar el Evangelio confiados en nuestra propia sabiduría ni elocuencia. Su
obra fue impulsada por el Espíritu Santo. Debemos ser conscientes que no es en
nuestras fuerzas que las personas van a aceptar el mensaje de salvación.
Tenemos que recordar siempre que quien actúa es el Espíritu Santo. El poder que actúa en nosotros es el mismo que resucitó a Jesús de
los muertos y es el único que puede traer la salvación al mundo entero.
11.1.2
Vivir confiando en la fuerza de Dios en medio de nuestra debilidad
Pablo fue testigo del poder de Dios
en la debilidad: “Por eso me regocijo en debilidades, insultos,
privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando
soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Co 12:10). Por tanto, mi predicación y mi servicio
no es para mí motivo de orgullo. No me atreveré a hablar de nada sino de lo que
Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a
Dios. Lo ha hecho es por el poder del Espíritu de Dios. Debemos ser
humildes en nuestro servicio a Dios, de forma que nuestro único orgullo es
sabernos en manos de Dios.
11.1.3 Apertura y dialogo con todos, Inter-religiosidad
La capacidad para identificarse
con toda clase de personas se hizo cercano y servidor de todos para acercar a
Dios todos. Pablo amaba a los judíos y se identificó todo cuanto pudo con
ellos. Nunca llegó a cortar los lazos con el judaísmo. Pero, por otro lado,
cuando estaba con los gentiles se adaptaba a ellos sin observar las costumbres
judías. Aquel que había sido hebreo de hebreos y fariseo estricto había sufrido
una revolución espiritual y era un hombre completamente libre que podía
identificarse por amor con las personas más diversas.
11.1.4 Gran esfuerzo por la inculturización
La predicación era el principal
medio de comunicación del mensaje que Pablo utilizaba, y siempre se expresaba
adaptándose a su auditorio, tanto en el lenguaje que usaba como en los
conceptos que expresaba. Se esforzaba en entender la mente de su auditorio y
les hablaba de tal manera que le pudieran comprender. Cuando predicaba en las
sinagogas judías hablaba como un rabino, usando las Escrituras con absoluta
soltura y profundidad. Ante un grupo de filósofos en Atenas, les presentó el
evangelio respondiendo a sus necesidades intelectuales y citando a poetas
griegos que ellos conocían perfectamente. Pero también podía adaptarse y
predicar ante un grupo de paganos ignorantes.
11.1.5 Impulso misionero que le hizo itinerante hasta las periferias
Pablo puede ser considerado el
primer gran misionero, su contribución en la difusión del mensaje del Evangelio
en toda la cuenca del Mediterráneo, no tiene igual. Su propia vida, de hecho,
es un testimonio de la grandeza divina, del poder salvador de la Gracia. Conoció
la persecución y el encarcelamiento, por los judíos y los romanos, pero nunca
se detuvo, animado por un celo inagotable, por una sed de verdad contagiosa. Su
misión lo llevó al martirio, en Roma.
11.2 EL
MODELO DE LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
Los cristianos de los primeros siglos
entraron en el mundo cultural no adoptando los patrones y modelos clásicos propios
de la filosofía griega, sino teniendo una cosmovisión nueva y original.
11.2.1 Una comunidad centrada en Cristo
La vida cristiana no tiene que
ver con un ascetismo o ideal de perfección, con la realización de un ideal
perfecto sino desde una vida eucarística y transfigurada en Cristo de una forma
eucarística y pascual. Para los cristianos de los primeros siglos la base de la
novedad de vida era el mismo Cristo, una experiencia viva de encuentro personal
con el Viviente. La proclamación del evangelio era una transmisión viva de fe.
11.2.2 Unidad orgánica entre fe y vida
Esta unidad entre fe y vida era
la fuerza integradora. No seguían una ideología, ni una ley, ni un sistema,
sino a una persona viva. Esa experiencia personal les movía a propagar la fe no
como proselitismo sino como una cuestión de amor. La fe y el amor era el
principio de unidad de la persona y del cuerpo de la comunidad. Cristo vivo en
medio de ellos. Los cristianos participando en la eucaristía expresan esa
unidad orgánica en la comunión, comunión de mundos distintos, de tiempos y
modos diferentes de lo humano y lo divino, de lo histórico y lo escatológico.
Todo en la realidad de la persona de Cristo.
En los primeros cristianos se da
esta unidad orgánica entre la fe y la vida, entre la fe y el anuncio, entre la
fe y la liturgia. Era la vida nueva en Cristo, lo que mantenía el vínculo de unidad
entre lo humano y lo divino, unidad de la humanidad injertada en el Cuerpo de
Cristo.
11.2.3
Fortaleciendo los vínculos comunitarios
El individuo pasa de ser un ser
aislado a un yo construido a través de las relaciones intra trinitarias.
Recibimos una vida que es amor y nos lleva a amar. La experiencia de fe comporta
la vida. Somos comunión y existimos para la comunión. Uno se descubre
entretejido en un organismo que es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo, la
Iglesia es un organismo vivo donde se vive una nueva existencia en Cristo.
Hemos de volver a fortalecer los
vínculos empezando por la propia familia y de recuperar el sentido comunitario
y el valor de la comunidad. La humanidad ha de concebirse como una gran familia
donde se dé un verdadero reparto y distribución de bienes. Los primeros
cristianos eran como el alma del mundo y todo lo ponían en común rompiendo las
barreras de la marginación y la exclusión. Hemos de promover la integración de
los sectores de marginación y exclusión social.
11.2.4 Creciendo en medio de fuerte oposición
El despertar del cristianismo se
dio en un contexto de fuerte persecución. El contexto de ataque o persecución
que hoy podemos experimentar los cristianos no debe de atemorizarnos,
amedrentarnos. Las dificultades que hemos podido experimentar en este tiempo de
pandemia y este tiempo de recuperación en este momento de crisis no debe de
aislarnos. Este tiempo de dificultad lo debemos vivir como una oportunidad de
una iglesia que no se refugia en sí misma. Todo lo contrario, una iglesia en
salida que sale al encuentro de la necesidad de los hermanos.
Hemos de volver a recuperar la
experiencia de vida y la unidad entre fe y vida. El tiempo que vivimos es de
una gran desintegración. Hemos de volver a recuperar el diálogo entre la fe y
el mudo, entre la fe y la cultura, pero de forma que no quedemos sumergidos por
los valores del mundo.
La causa del ateísmo moderno no
hay que ponerla solo en los factores externos sino en los factores internos (Cf
GS 19). El atractivo del cristianismo primitivo era el valor testimonial y de
atracción: mirar cómo se aman. Las divisiones entre los propios cristianos es
un factor que acrecienta la incredulidad.
11.2.5
Un camino sinodal
Se ha de promover el camino
sinodal en el ser iglesia y dar protagonismo a los laicos como los agentes
transformadores de la sociedad comprometiéndose por el compromiso de la
justicia, la igualdad, la unidad y la paz. El primer Concilio de Jerusalén es el primero entre “los
antiguos consejos pre ecuménicos”, por lo cual es considerado por los católicos
y ortodoxos como un prototipo y precursor de los Concilios Ecuménicos
posteriores y una parte clave de la ética cristiana.
Desde los primeros momentos de la historia de la
Iglesia, con la palabra sínodo son designadas las asambleas eclesiales
convocadas en las diócesis para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y
bajo la iluminación del Espíritu Santo, aquellas cuestiones de tipo doctrinal,
litúrgico o pastoral sobre las que era preciso tomar decisiones. El primer
sínodo de Jerusalén abrió un camino para toda la Iglesia al haber defendido
desde el primer momento la unidad, apoyándose en la fe y en la caridad. Hoy la
Iglesia debe seguir siendo vínculo de unidad entre las distintas culturas y
nacionalidades.
La celebración de los sínodos en la Iglesia nos
permite elevar la mirada y volver el corazón a nuestros orígenes pues, como nos
recuerda la Palabra de Dios, los cristianos, los seguidores de Jesús, eran
reconocidos y designados desde los primeros momentos como “los discípulos del
camino” (Hch 9, 2). Ellos eran los que, después de escuchar la llamada de
Jesús, le seguían porque habían descubierto en Él el verdadero “Camino” y, en
el seguimiento, acogían también sus enseñanzas.
En los tiempos del Concilio Vaticano
II (1960) se vio la necesidad de una reforma en la iglesia y de una recepción
de la modernidad con su perspectiva de libertad, derechos humanos,
democracia, libertad religiosa, diálogo con otras Iglesias cristianas y con
otras religiones, y así fue posible superar una eclesiología católica conservadora
y exclusivista. Hoy, el camino sinodal en la Iglesia promovido por el papa
Francisco va a ser una señal de esperanza para otras Iglesias locales, con el
fin de que ellas mismas tengan el coraje de seguir adelante en la perspectiva
de una Iglesia en salida, en servicio del Evangelio de Jesucristo y de una Iglesia
en diálogo con el mundo para promover una convivencia en libertad, paz y
justicia.
12. CONCLUSION
La humanidad ha vivido una serie sucesiva de crisis y de transformaciones,
después de un tiempo de una gran crisis surge un período de gran
transformación. Precisamente estamos asistiendo a un tiempo de gran
transformación.
La humanidad ha pasado por toda
una serie de crisis. Las épocas culturales se suceden las unas a las otras tras
una cosmovisión orgánica se pasa a una cosmovisión crítica. Cuando se pasa a
una nueva cultura no se acepta la anterior y se afirma otra nueva, no valen los
moldes antiguos. Hoy se habla de la necesidad de una verdadera Primavera, de un
Nuevo Pentecostés de una vuelta a los orígenes. Necesitamos abrirnos al
Espíritu de Cristo Resucitado, el que hace todo nuevo, al que hace nuevas todas
las cosas. Se precisa un nuevo Pentecostés para pasar a vivir la vida nueva
como resucitados en Cristo y guiados por su Espíritu de Amor.
Los cristianos estamos llamados a
ser epifanía de una vida nueva cultura, un nuevo orden, una nueva cosmovisión a
través de un testimonio de comunión. Se ha perdido algo esencial la comunión y
se ha adoptado un modelo pagano que nos ha dejado la secularización. Se
necesita volver a la vida en el Espíritu a la cultura nueva, civilización nueva
del amor, con el primado de la vida y del amor.
Hemos perdido el sabor a vida
nueva, el sabor de comunión, el sabor de una vida cristiana que no son
dogmatismos ni moralismos, sino creatividad en el Espíritu, viviendo creaturas
nuevas guiados por el Espíritu. El Espíritu es el agente de comunión. La vida
nueva de comunión la recibimos del Padre y del Hijo en el Espíritu. La comunión
que recibimos de Dios y no es obra ni elaboración nuestra debe extenderse a
todas las dimensiones de la vida de la humanidad y del cosmos como un fuego
vital a través del Espíritu que nos ha sido dado. Es la hora del Espíritu. Es
nuestro tiempo. La celebración de este Pentecostés después de este tiempo de
pandemia es una llamada a dejarnos renovar por el Espíritu de Cristo para vivir
una vida nueva que atraiga que fascine que seduzca con el amor de Dios a los
hombres del mundo de hoy.
Debemos aprender de la historia. En nuestro tiempo las
religiones se han convertido en una fuente más de división que de comunión. La
religión bajo el fanatismo y la tentación fundamentalista ha absorto la
violencia de nuestro tiempo y desarrollado una visión polarizada que divide a
la humanidad en una lucha hostil. Personas de todo el mundo están recurriendo
al terrorismo de inspiración religiosa. Como resultado, la religión ha estado
implicada en algunos de los episodios más oscuros de la historia reciente. Debemos promover el respeto del diálogo y el entendimiento mutuo. Debemos buscar una y otra vez los principios comunes como fuente de
comunión para promover la paz y la
unidad en nuestro tiempo presente. Nuestro tiempo atraviesa un tiempo de
crisis y esto es cierto, pero al mismo tiempo es una oportunidad para crecer
hacia una transformación más profunda. Nuestra gran crisis puede ser al mismo
tiempo de buscar nuevos caminos. Si es cierto que este tiempo presente se
caracteriza por un tiempo de extraordinarias inventos y progresos en las
ciencias al mismo tiempo notamos una crisis espiritual más profunda. En el
corazón de tantos logros brillantes de nuestra cultura moderna sentimos una
autodestrucción nihilista.
Nunca más debemos repetir los dramáticos
acontecimientos de NagasaKy Hyroshima de la guerra mundial. Hitler, Stalin,
Sadam Husseim, etc. fueron las grandes sombras de los fanáticos de nuestro
tiempo. Debemos evitar todo tipo de fanatisimo, exclusión, terrorismo. El
holocausto de Auschwitz, las masacres de Ruanda de Bosnia, el ataque terrorista
de las torres gemelas, son las oscuras epifanías de una falta de sentido, de un
horizonte y paraíso perdido, hemos
perdido la sagrada inviolabilidad del ser humano.
El documento Gadium
y spes del Vaticano II presenta
el desequilibrio del mundo moderno: En medio de tantos progresos, el hombre
anhela una vida plena y digna de todo ser humano.Mientras tanto, hay una
creciente convicción en la capacidad de la humanidad para fortalecer su dominio
sobre la humanidad al mismo tiempo hay muchas personas que viven de maneras
inhumanas sufriendo injusticias y privaciones de los bienes comunes. Debemos
descubrir las luces y las sombras de nuestro mundo moderno, la dicotomía de un
mundo que es a la vez poderoso y débil, capaz de hacer grandes cosas y a la vez
las cosas horribles. El hombre moderno está creciendo con la conciencia de que
las fuerzas que ha desarrollado pueden también llevarlo a destruirse a sí
mismo. Este es el gran dilema del mundo moderno. (Vaticano II, GS 8,9)
Hemos de cuestionarnos ¿Por qué surgir del fundamentalismo y los
movimientos fanáticos? ¿Por qué la pérdida de credibilidad en las instituciones
perennes? ¿Por qué la pérdida de confianza en las religiones cuando parecen ser
una fuente de confrontación en lugar de comunión entre nosotros? Al final, las
doctrinas y la práctica religiosas tradicionales que en el pasado parecen
fuertes parecen ser tan débiles e incluso irrelevantes. En primer lugar, es
necesario un autoexamen, una autocrítica en lugar de simplemente “mirar hacia el otro lado". Debemos examinar
nuestro propio comportamiento para ser
conscientes de lo que estamos viviendo, para reconocer cómo estamos colaborando
en esta cultura de división, confrontación, violencia y muerte, para tomar esta
conciencia global. La reforma y
el cambio debe comenzar desde dentro y hacia fuera. No podemos esperar reformar
a los demás hasta que nos hayamos reformado por dentro. Cuando empezamos a
cambiar por dentro empieza a cambiar nuestra conciencia nuestra visión del
mundo. Empezamos a ser centinelas de un nuevo amanecer.
Necesitamos enfrentar nuestra realidad para descubrir nuestro verdadero ser
para ser conscientes de lo que estamos viviendo, para despertar a una conciencia
global y para poder sacrificarnos y morir a nuestra pretensión de ser señores y
dueños del mundo, para reconocernos siervos y administradores del único Señor y
para discernir cuál es la voluntad y la llamada de nuestro Dios. Este tiempo de
crisis tan profunda requiere una experiencia trascendente más profunda. Tenemos
que explorar otra forma nueva de ser cristianos no tanto de una religión sino
de una profunda experiencia religiosa y una profunda transformación humana.
Necesitamos una fe más innovadora que iluminará con una nueva luz las
realidades del propio mundo. Existe la certeza de que en tiempos de crisis
espiritual la humanidad da marcha atrás para buscar las verdades de una manera
más profunda.
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, este mundo está
perdiendo la fe en Dios y la fe en la Iglesia, muchos se preguntan dónde está
Dios en medio de ese mundo y esta pandemia. Dios está vivo está presente en el
mundo y en la historia está presente en la Iglesia, en cada uno de nosotros. La
Iglesia no es una institución humana, no es obra de los hombres, es obra de
Dios es obra del Espíritu. La Iglesia es don de Dios y es misionera. La Iglesia
se vive en camino en salida. Hemos de abrirnos a la presencia de Dios en la
Iglesia y en el mundo, entrar en su corriente de amor y abrirnos a llevar a
cabo so obra de salvación para todos los hombres. El camino a recorrer no es
otro que el camino del amor y de la misericordia de Dios. Este es el camino de
encontrar a Dios y de encontrarnos a nosotros mismos de vivirnos como
verdaderos hermanos miembros de la gran familia de Dios. En la situación de
crisis que vivimos Dios nos abre a una gran transformación movidos por el
Espíritu Santo. Saldremos de esta crisis con Dios. La Iglesia necesita salir de
nosotros mismos y volver a ser la iglesia comunidad, la iglesia misionera en
salida abierta al mundo.
PD: Esta reflexión se publicó en la Solemnidad de la Santísima
Trinidad, 7 de Junio 2020
BIBLIOGRAFIA BASICA
Arqueología e Historia, El
Jesús Histórico, n. 18
Arqueología e Historia, Los
primeros cristianos, n. 30
Rainiero Cantalamesa, Los
orígenes del Cristianismo
Jean
Danielou, los orígenes del cristianismo latino
P. Evdokimov, La teología de la belleza, Paoline, Milán, 1971
Karem Armstrong, The Great Transformation
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