domingo, 7 de junio de 2020

Reflexiones ante un nuevo cambio de época


REFLEXIONES 

ANTE UN NUEVO CAMBIO DE EPOCA



1.       INTRODUCCION

Hemos celebrado el Pentecostés y se abre un tiempo nuevo para todos después de paliar los primeros efectos de la pandemia y tenernos que enfrentar una etapa de lenta y laboriosa reconstrucción que va a suponer mucho esfuerzo comunión y solidaridad por parte de todos. La pandemia ha originado toda una crisis no solo sanitaria sino socioeconómica difícil de remontar. Es más, ha puesto al descubierto una crisis más profunda que subyacía y que nos quedaba más oculta. Estamos ante un nuevo cambio de época que nos pide un cambio de paradigma. La siguiente reflexión tratará de arrojar luz sobre este cambio de paradigma y de las bases sobre las que llevar a cabo esta nueva reconstrucción.

Este tiempo de crisis profundo es a la vez la oportunidad de un tiempo de gran transformación. Esta gran transformación que pide nuestra humanidad empieza desde dentro de la misma Iglesia y de nosotros mismos. La presente reflexión quiere profundizar cuáles serían las bases de esta nueva transformación.

El cristianismo no es una ideología o religión de prácticas virtuosas, nace de una experiencia viva de fe de encuentro con el Resucitado. El comienzo del cristianismo corresponde a una cosmovisión nueva, no es una forma de vida nueva que responde a un ideal sino una experiencia viva de fe que se traduce en una vida de participación de comunión con los hermanos. La vida nueva que nace del Espíritu que es comunión y produce una cosmovisión nueva una conciencia nueva, una inteligencia nueva, una cultura nueva.

El resurgimiento del cristianismo supuso un tiempo de gran transformación, de una nueva cosmovisión del hombre, del mundo y de la sociedad. Diríamos que la humanidad vivió un tiempo Axial de gran renovación. Este tiempo respondería a un tiempo de enorme creatividad y una fuerte renovación espiritual. El hombre adquirió una nueva conciencia de su identidad y el cambio religioso que se produjo constituyó la base de un mundo nuevo. Las personas fueron capaces de descubrir una nueva espiritualidad basada en principios sólidos. No estaban interesados en seguir prácticas vacías. No pusieron el acento en ideologías o doctrinas por fuera, sino que su nueva forma de ser brotaba desde lo profundo del corazón. La vivencia espiritual se tradujo en practicar la misericordia y compasión frente a todos los seres humanos. Esta fue la manera de transformar y salvar al mundo.

Jesús frente a las tradiciones del judaísmo se convirtió en un innovador. Se convirtió en el nuevo intérprete de la Ley. Afirma que la esencia de la Ley no era la letra de la Ley, sino su espíritu. Jesús, ser judío propuso un “Nuevo Camino”. Al principio, parece que no tenía intención de fundar una nueva religión, pero poco a poco estaba marcando un nuevo entendimiento y un nuevo Camino. Jesús se propuso a sí mismo como “el Camino”. Era el modelo paradigmático de sus seguidores. Al imitarlo, disfrutarían de una vida mejorada. Se declaró no sólo como del Nuevo Mesías, “el Ungido”, Christos, que fue anunciado, sino también como el Hijo de Dios. Su Padre lo ha enviado para llevar a cabo su misión para la salvación del mundo.

Su enseñanza estaba totalmente enfocada en el nuevo mandamiento del amor. Era su propia versión de la Regla de Oro arraigada en el espíritu de la Nueva Era. Sus seguidores lo miraron como el “Siervo Sufriente” anunciado en el  Segundo Isaías. Interpretaron la misión de Jesús como una Kénosis. Jesús también era un hombre lleno del Espíritu, “ahimsa”. Su enseñanza sobre el Sermón del Monte fue: "Habéis oído cómo se dijo: ojo por ojo y diente por diente, pero les digo: no ofrezcan resistencia al hombre malvado. Por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele la otra también. Habeis oído cómo se dijo: Debes amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo. Pero yo os digo: ama a tu enemigo"(Cf Mt 5)




2.       LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO

Después de la muerte de Jesús los discípulos se quedaron perplejos, desconcertados y desorientados. Es la experiencia de la Resurrección y la venida del Espíritu la que les impulsa a un nuevo comienzo. No cabe duda que el inicio del cristianismo iba a tener un claro componente mesiánico, pero pronto quedó en evidencia que sus seguidores no seguían una ideología sino una persona viva, Cristo, el Señor. Recordemos que Jesús no aparece fundando iglesia alguna, al menos la institución que hoy se entiende por ese término. La misma condena de Jesús fue motivada por la crispación de las autoridades judías de blasfemia y ofender a las tradiciones religiosas y a las romanas por alterar el orden acusado de sedición y rebeldía. Jesús aparece más bien como un profeta que anuncia la restauración de Israel y del Reino de Dios. Jesús congregó en torno a él a un grupo de seguidores constituidos por doce personas que simbolizan en Nuevo Israel. Jesús fundó una comunidad que correspondía a la comunidad escatológica del Nuevo Israel, del mundo nuevo. El propósito de Jesús tampoco fue fundar una nueva religión. Veamos entonces como se dio paso al nuevo cristianismo y a la nueva Iglesia.

2.1 La pregunta sobre el Reino

Los judíos esperaban un mesías que instaurara el Reino de Dios anunciado por los profetas. Los hechos de los apóstoles nos dejan manifiesto la preocupación de los primeros discípulos acerca de cuándo llegaría el Reino de Dios. Tras la muerte de Jesús esperaban que la instauración del Reino con la segunda venida del Mesías no tardaría en producirse. Sin embargo, no ocurriría así y el primitivo movimiento de seguidores de Jesús hubo de continuar existiendo y de constituirse poco a poco como un movimiento religioso con una identidad propia.

La pregunta ya estaba presente en los primeros apóstoles como refiere los Hechos de los apóstoles. Después de la Resurrección la preguntan a Jesús Resucitado cuándo iba a establecer el Reino de Israel a lo que responde: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder” (Hech 1, 7). Al retrasarse la segunda venida con el paso de los años el grupo de creyentes pese a regirse como un movimiento profético y carismático fue desarrollando su propio proceso de estructuración e institucionalización que garantizase su supervivencia. Jesús como Mesías esperado vino no solo para ofrecer la salvación a los judíos sino al mundo entero. Los primeros seguidores esperaban la vuelta inmediata de Jesús y la consiguiente restauración del Reino de Dios. Así lo reflejan sobre todo la primera carta de Pablo escrita a los Tesalonicenses alrededor escrita entre el 40-50 d.C.

Esta primera carta de Pablo trataba de dar respuesta a esta expectación y presenta una comunidad joven apenas veinte años de la fundación de la Iglesia en Pentecostés. Entre los creyentes una doble pregunta parece acuciante: ¿Qué va a ser de los difuntos sorprendidos por la muerte antes de la venida del Señor? Y sobre todo ¿Cuándo tendrá lugar esa venida? En la carta trata de responder a esas preocupaciones poniendo el acento en lo verdaderamente importante, tanto para los que mueran antes de la venida como para los que puedan presenciarla, lo importante es alcanzar la salvación. Todo lo demás es accesorio y pertenece al misterio.

2.2 Los primeros testigos de la Resurrección

Los hechos que acontecieron después de la Resurrección quedaron reflejados en el libro de los Hechos de los Apóstoles que se escribe alrededor del año 100 d. C. los apóstolos, (mensajeros o emisarios que van en nombre de otro). La prueba más grande de la Resurrección es que aquellos apóstoles que habían convivido con Jesús que estaban acobardados después de la muerte ignominiosa de Jesús, Jesús se aparece a ellos Resucitado y les promete su Espíritu para que lleven a cabo su misión: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobro vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea. En Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hech 2,8). A los cincuenta días de su Resurrección, en la Fiesta de Pentecostés tiene lugar la irrupción del Espíritu lo que constituye el inicio de la misión y de la Iglesia (Hech 2, 1-4) Después ellos se lanzan a llevar la Buena Nueva de Jesús por todas partes. Este grupo interpretaba la muerte y resurrección de Jesús como el último paso antes de la restauración del Reino, que por otra parte creían inminente.

El primer anuncio que denominamos Kerigma anunciaba la muerte y resurrección de Cristo considerado como el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Este grupo de los que habían convivido con Jesús se interesaron por guardar sus enseñanzas y recuerdos recopilando las palabras, las historias y el mensaje de Jesús (lo que daría lugar después de ponerlas por escrito a la denominada fuente Q y a los distintos evangelios). Los evangelios trataban de sistematizar los diversos relatos que servirían para conformar como una sabiduría o conducta práctica poniendo por obra las palabras y el mensaje de Jesús. Sus palabras fueron escritas para que creyendo tengamos vida eterna. El hecho de que estos anunciaran el Reino de Dios proclamando a Jesús como el Mesías (“Cristo”) esperado, el Hijo de Dios permitió que muchos otros fuera del entorno de Judea y dispersos por el Mediterráneo se incorporaran a este movimiento apostólico.

2.3 El cristianismo primitivo a manera de un movimiento

El movimiento que se originó en torno a los apóstoles y seguidores de Jesús podían quedar representados por tres primeras corrientes, los seguidores en Galilea, los seguidores en Jerusalén y los judíos de todo el mediterráneo que se denominarían de la diáspora. Tres figuras quedaban asociados a los tres grupos Pedro con los galileos, Santiago, pariente de Jesús en Jerusalén y Pablo el apóstol de los gentiles.

Fuera de Judea dos comunidades resultaron verdaderamente importantes en los inicios, Damasco y Antioquía. La primera resulta fundamental por la intensa labor que Pablo hace allí después de su conversión. Antioquía sería precisamente el lugar de encuentro entre Pedro y Pablo y donde los seguidores de Jesús comenzaron a llamarse cristianos.

El movimiento primitivo más se asemejaba a un movimiento mesiánico carismático que aglutino gente del pueblo y que supo conectar con grupos marginales, mujeres, emigrantes, trabajadores, esclavos, extranjeros, gentiles. Que poblaban las ciudades con una fuerte sensación de desarraigo y excluidos de los cultos cívicos o imperiales.

Estos encontraron en el movimiento del cristianismo primitivo con este carácter inclusivo y no selectivo la respuesta al sentido de sus vidas. El nuevo movimiento que en un principio participaba aún de las instituciones del judaísmo tradicional, observancias de la ley hubo de distanciarse poco a poco para erigirse con una identidad propia.





3.       LA DIFUSION DEL CRISTIANISMO

El movimiento del cristianismo primitivo que paradójicamente, con la muerte ignominiosa de su líder, no sólo no desapareció, sino que se difundió rápidamente. Esto da prueba que el dinamismo no venía de ellos sino del propio Jesús Resucitado y la fuerza de su Espíritu en ellos. Uno de los factores que contribuyeron a su rápida expansión fue la propuesta de incorporar a su movimiento a los gentiles lo que impulsó preferentemente Pablo. Su logro fue establecer comunidades cristianas extendidas por todo el imperio. El movimiento cristiano se configuró inicialmente como un movimiento de corte sectario proveniente del judaísmo, que separándose de este fue un movimiento alternativo a la sociedad reinante. Esto les permitió generar un tipo de personalidad muy resistente y que daba respuesta a las demandas de la familia y de los otros grupos sociales de pertenencia. Su difusión se extendió generando una red de pequeñas comunidades sobre todo en zonas costeras, estrechamente conectadas entre sí.

Aunque inicialmente el movimiento tuvo su origen en Galilea se fue expandiendo por otras zonas. Partiendo de Jerusalén el movimiento cristiano se va extendiendo por Antioquía, Siria, Capadocia, Galacia, Macedonia, hasta llegar a Roma. Fue en Antioquía cuando a inicios de los años cuarenta los discípulos recibieron el nombre de “cristianos” (Hech 11,26). Aquí se configuró un tipo de cristianismo que pronto se difundió por todas partes del Imperio. Esos se caracterizaban por seguir “el camino”, las enseñanzas de Jesús.

3.1 la oposición de los judíos

El judaísmo de la época de Jesús contaba con una historia de dos mil años en su haber, y en todo este tiempo se incorporaron ricas prácticas y creencias. Jesús mismo en su vida mortal, como judío que era practicante de la ley, poco a poco se fue desmarcando del peso de la ley y de tantas prescripciones judías para adquirir su propia singularidad (no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre). Aunque había dicho que no había venido a abrogarla vino a darle cumplimiento (Mt 5, 17) El aparece no como un reformador de la religión judía sino como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. El Hijo del Hombre es Señor del sábado, (Mt 12, 8). Jesús llevó a cabo toda una interiorización de la ley para ser libre de la ley y someterse en todo a la voluntad de Dios.

Jesús mismo va a entrar en conflicto con los grupos más radicales y fanáticos judíos (escribas y fariseos, férreos garantes de la ley). Va a sr expulsado de su propia sinagoga y a ser objeto de crítica y fuerte oposición en quienes se convertirían junto con la casta sacerdotal, en sus más feroces adversarios. (Jesús mismo los acusa de sepulcros blanqueados y raza de víboras). Aunque Jesús mostró siempre una actitud de sincera acogida frente a ellos, poco a poco se convirtieran en sus enemigos mortales. Finalmente, los propios círculos de las autoridades judías se alían con las autoridades romanas para darle muerte. Como a los judíos les estaba negada la sentencia a muerte, la condena a muerte llegaría por parte del gobernador romano no por infringir la Ley de Moisés hasta el punto de declararle blasfemo sino acusado de revuelta y querer proclamarse rey.

El cristianismo primitivo se inicia en el círculo de judíos próximos a Jesús. Los discípulos al inicio conectaron y atrajeron a grupos cercanos al judaísmo prosélitos y temerosos de Dios, pero con el paso del tiempo el cristianismo fue desprendiéndose progresivamente de sus orígenes étnicos judaicos. Las autoridades judías manifestaron su repulsa frente a los seguidores de Jesús. Aunque el origen del movimiento fue judeocristiano poco a poco fue paulatina la ruptura con las instituciones y el templo judío. Costó el desvincularse y no caer en la hegemonía del verdadero pueblo de Israel.

La separación del judaísmo y el cristianismo como religiones distintas fue un proceso tan largo como complejo que sólo daría comienzo con la influencia paulina en la transformación de una secta judía mesiánica en una religión abierta a los no judíos las primeras menciones al cristianismo como tal proceden de los textos de Ignacio de Antioquía datados al comienzo del S. II (Ign Magn 10. 1-3), pero esta diferenciación distó mucho de ser genérica, e incluso en momentos tan tardíos como en el S. IV (Concilio de Nicea en 325) los líderes del cristianismo mencionan que parte de su comunidad todavía observaba fiestas y costumbres judías. La destrucción del Templo de Jerusalén sumió al judaísmo en una profunda crisis, pero a su vez hizo tambalear los cimientos de la iglesia cristiana de Jerusalén, que hasta entonces se consideró como “la madre de las iglesias” de la región oriental del imperio.

3.2 La persecución sistemática del Imperio Romano

Las autoridades romanas veían en la nueva religión una molestia para el orden social y la radical incompatibilidad con el culto al emperador. La marginalidad que viviera el cristianismo en el seno de la compleja red de la sociedad imperial romana terminaría por revertir su suerte y pasaría a constituir el eje de la fe del más poderoso imperio que jamás viera Occidente. La primera Guerra Judeo Romana (67-73 d. C.) con la destrucción del Templo de Jerusalén y la deportación de un número considerable de judíos, supuso un cambio radical en el movimiento cristiano. Las dos guerras judías sumadas a revueltas locales dieron como resultado la persecución por parte tanto de las autoridades romanas como judías y la expulsión de los círculos judíos a los nuevos cristianos.

Un punto de inflexión en la actitud de los romanos frente a los cristianos fue el gran incendio de Roma (64 d. C.). El fuego que devastó la ciudad, dejando solo cuatro de las catorce regiones de Roma intactas. Nerón acusó a los cristianos y los convirtió en los chivos expiatorios del desastre. Una inmensa multitud fue acorralada, arrestada, condenada y ejecutada. Nerón ideó las ejecuciones más horripilantes y los sometió a las más sofisticadas abominaciones y tormentos. Los cubrió de alquitrán y los usó como espectáculo de antorchas humanas para iluminar el cielo nocturno. Como cita el historiador Tácito: “a su aniquilación se unía también el escarnio. Eran cubiertos por pieles de fieras y morían desgarrados por las fieras o clavados en cruces y quemados al declinar el día a la manera de antorchas nocturnas” (Tac. Ann. XV.44) A partir de entonces se acentuó la persecución de los cristianos. Así lo reflejan los anales del historiador Tácito (Anales 15. 44, 3-8; 115-120 d. C.). Este brutal escarmiento quedó como advertencia de lo que forzosamente habría de acontecer a los futuros mártires cristianos. Entre los primeros mártires destacan las figuras de Esteban (34 d. C.), Santiago de Zebedeo (44 d. C.), Pedro y Santiago el Mayor (62 d. C.), Pablo (64 d. C.), Ignacio de Antioquía (110 d. C.), Policarpo (155 d. C.), Justino (162 d. C.)

3.3 Los mártires semillas de nuevos cristianos

Los primeros cristianos se enfrentaron como hemos dicho a una persecución implacable, primero por parte de las autoridades judías y luego por parte de las autoridades romanas. Según nos narra Lucas en los Hechos de los apóstoles la Iglesia primitiva seguía el modelo de sufrimiento y martirio asentado por Jesús. Así lo predijo el mismo Jesús: “seréis entregados a los sanedrines y azotados en las sinagogas” (Mc 13,10). El mismo Pablo lo refleja en sus cartas: los nuevos cristianos perseveraban en la fe en medio de grandes tribulaciones (1 Tes 1. 6), compartiendo el sufrimiento ya experimentado por él mismo y otros cristianos (1 Tes 2.14). Así mismo él se presenta testigo de los sufrimientos de Cristo. En aras del evangelio el mismo había sido apresado, golpeado, azotado y apedreado (Rm 8,35; 1 Co 4,9; 2 Co 4.8; 6,4; 11,23; 12,10). Pese a ello Pablo indica que deberían regocijarse a través de su sufrimiento por dar así gloria a Dios como el mismo Cristo (Rm 12,2; 2 Co 6.10; Fil 2. 17; 4,4-6).

El mismo Pedro dice que se alegren cuando hayan de sufrir puesto que a través de la prueba de su fe obtendrán la salvación de sus almas (1 Pe 1.6; 1.9). Pedro asocia el celo por aquello que es correcto con el padecimiento en aras de la rectitud (1 Pe 3, 13-14), lo que significa responder por el hecho de su fe cristiana… a través de este sufrimiento pasajero podrán alcanzar una gloria imperecedera y glorificar a Dios con sus propias vidas (1 Pe 4, 12; 13; 16).

En el libro del Apocalipsis Juan amplia el tema de la persecución, el sufrimiento y el martirio. El libro que se produjo en Asia Menor, muy probablemente en Éfeso, se redactó posiblemente en el marco de ciertas presiones en la época de Domiciano, cuyo celo en el impulso del culto imperial era bien conocido. El libro del Apocalipsis, escrito a finales del S. I constituye una sólida evidencia en cuanto a las relaciones existentes entre los cristianos y el Estado romano en la época, cuanto menos a nivel ideológico. La represión de Nerón tras el incendio de Roma (64 d. C.) y la Guerra Judeo Romana con la consiguiente destrucción del templo (70 d. C.) hicieron crecer las ideas mesiánicas y el menosprecio hacia el Imperio romano.

En el libro del Apocalipsis se usan repetidamente símiles de marcado aire profético que enlazan con esta lectura. La iglesia primitiva es colocada en un medio hostil que quiere perseguirles e eliminarles. Roma es designada con el nombre de Babilonia y la Bestia como símbolo del Imperio romano. Las siete cabezas son las siete colinas sobre la que se asienta la mujer (Ap 17.9). La figura de la ramera hace alusión al carácter idolátrico de la sociedad romana.

El autor del libro del Apocalipsis refiere al conflicto en toda regla con la Bestia, que representa al poder imperial de Roma. Juan de Patmos advierte a los cristianos, frente a los adoradores de la Bestia que habían tomado su marca (Ap 13, 3-4), deberán afrontar el martirio. La Bestia había de hacer la guerra a los santos y matarlos (Ap 31.7).  Juan indica que tanto él como sus seguidores están sufriendo grandes tribulaciones (Ap 1,9). En las cartas que envía a las siete iglesias de Asia (Ap 2.1-3.22), se elogia a los que han estado sufriendo y les advierte que lo peor está por llegar. Vendrán los que arrojarán a algunos de ellos a las prisiones y serán maltratados y expuestos a la muerte. Juan exhorta a los creyentes a mantenerse unidos en la fe de Cristo y a ser fieles hasta la muerte para conseguir así la corona de gloria. El martirio ya se había producido en Pérgamo, donde Antipas es descrito como el testigo/mártir fiel. En el libro del Apocalipsis aparece una multitud de mártires que han blanqueado sus túnicas con la sangre del Cordero. Ellos aparecen junto al Cordero como un poderoso ejército y sentados en tronos participando en el Juicio final (Ap 1.5; 2.10; 2.13)

Del mismo modo el autor de la Carta a los Hebreos (alrededor del año 100 d. C.), anima a los creyentes a seguir el ejemplo de sufrimiento de Jesús (Hb 13.12-13). Eusebio de Cesaréa, biógrafo del emperador Constantino es el autor de la primera Historia Eclesiástica. Según él la Iglesia se vio sometida a un constante ataque por parte de las autoridades romanas hasta el tiempo de Constantino.

3.4 El martirio y la identidad cristiana

De acuerdo con el historiador Tácito, muchos cristianos fueron arrestados, forzados a revelar los nombres de otros compañeros y luego sometidos a una serie de ejecuciones para complacer las multitudes. Muchos fueron pasto de las fieras, otros crucificados o quemados en una hoguera. El cristianismo era considerado una superstición peligrosa. Algunos relatos de las Actas de los Mártires relatan el comportamiento de los mártires frente a sus ejecutores. Los cristianos eran denunciados de forma anónima, llevados a rastras hasta el procurador o miembros del tribunal de justicia y después torturados y sentenciados a muerte. Se les instaba a negar su fe ofreciendo un sacrificio a una estatua o efigie del emperador maldiciendo a Cristo. Su confesión de fe los llevaba al martirio. Eran ajusticiados por el simple hecho de confesar su fe no hubiera pruebas de ningún crimen contra ellos. La confesión de fe “soy cristiano” se convirtió así en una seña de identidad crucial para la iglesia primitiva.

La confesión de los mártires es tajante y no deja lugar a dudas “siempre he sido cristiano, soy cristiano y siempre seré cristiano” (relato del martirio de San Justino C 3,5). De forma similar se relata en el martirio del anciano Policarpo obispo de Esmirna que contaba con ochenta y seis años. “durante ochenta y seis años he servido al Señor y él no me ha hecho ningún daño. ¿Cómo podría entonces blasfemar de mi rey y salvador? (C 9.3; 12). Una idea similar se recoge en los escritos de Ignacio de Antioquía: “Dejad que sea entregado a las fieras puesto que a través de ellas puedo llegar a Dios… Atred a las fieras para que puedan ser mi sepulcro y que no dejen parte alguna de mi cuerpo… Entonces seré verdaderamente discípulo de Cristo“ (IgnRom 4. 1-2). Así Ignacio animaba de este modo a imitar de forma similar a Jesús (IgnPol 6.1; IgnEsm 4.2; IgnEf 1.1; 10.3).

La identidad cristiana se asociaba así con la imitación de Cristo ofreciendo su vida hasta la muerte. Las confesiones de fe con la sangre resultaban ser los marcadores más claros de la identidad cristiana y de los verdaderos discípulos del Señor. Los mártires se convertían en testigos de fe y lumbreras del mundo hostil. A través de su propio sufrimiento y muerte emulaban y se identificaban con la propia pasión de Jesús. Por ello les esperaba también participar en la corona de gloria reservada para ellos en el cielo. De hecho, se retrata a los mártires como seguidores tan cercanos del modelo de Cristo que se convierten en una especie de “segundos Cristos”. Los mártires comparten una intimidad con Cristo y eran presentados como los discípulos ideales. Seguían a Cristo desde el lugar más cercano, manifestándole a él en sus propios cuerpos mientras padecían. Así se convertían en fieles testigos y ofrecían al resto de la comunidad cristiana un modelo que imitar. Así lo expresaba Tertuliano: “El cristiano es arrancado de las fauces del demonio por medio de la fe, pero a través del martirio abate al enemigo de su salvación. Con la fe, el cristiano se libera del diablo y se hace digno de la corona de la gloria perfecta” (Scorp. 6)





4.       LA PROPAGACION DE LA FE

El movimiento cristiano no quedó circunscrito a Judea y a Jerusalén. Tras la destrucción de Jerusalén y el Templo (70 d. C.) se desencadeno una gran huida. La huida a otras zonas de Palestina y fuera hacia Asia Menor propició el crecimiento de las comunidades sin control de ningún centro de supervisión. Así entre los años sesenta y noventa se expandió el movimiento. El cristianismo se extendió progresivamente a las grandes ciudades como Colosas, Esmirna, Filadelfia, Sardes, Damasco. En el periodo comprendido entre los inicios y mediados del S. II el cristianismo estaba presente en provincias de Siria y Asia Menor, y contaba con bastantes comunidades no solo en Grecia sino en Alejandría, Cartago, y por supuesto en Roma. La expansión del cristianismo fue espectacular pasando de ser un fenómeno exótico y curioso por su rareza y novedad a una especie de contagio y difusión en nuevos espacios geográficos y sociales. El cristianismo, que comenzó siendo un fenómeno extendido fundamentalmente entre el estamento inferior (más rural), empezaba a ser admitido entre algunos miembros del superior (más urbano), especialmente mujeres.

Las características quedan manifiestas en el relato de los Hechos (Act 4), El grupo de los creyentes se reunían asiduamente… Los creyentes se aglutinaban en torno al encuentro de Jesús Resucitado a través de la oración. La comunidad de creyentes lo ponían todo en común y nada llamaba propio…La adhesión no a una doctrina sino a la persona de Jesús. El éxito de su propagación fue la clara identidad personal y comunitaria. Cada uno compartía con los demás sus riquezas de modo que se creaba una cohesión social entre los distintos estratos sociales.

4.1 La primacía de la gracia

Acontece en las religiones que para acceder al culto de una religión la gente se tiene que hacer apta con toda una serie de ritos de iniciación y purificación. Es vía del sacrificio y de la ascesis como se lleva a cabo en la mayoría de las religiones (incluida el judaísmo). El cristianismo iba a proponer una inusitada novedad. La salvación es don gratuito de Dios que hemos recibido por medio de Jesucristo (Rm 3, 24). No se necesita hacer nada para merecerlo. Cristo nos abrió a todos una vida nueva con la ofrenda de su vida y es su sacrificio lo que nos hace agradables y aceptos a Dios. La salvación nos viene gratuitamente por la fe en Jesucristo, no viene por la observancia de la ley. La salvación se recibe mediante la fe por pura gracia y no por méritos ni las obras, de otro modo no sería gracia (Rm 5,15). Así que desde ahora incluso los que eran judíos por nacimiento quedaban libres de las prácticas y todas las prescripciones judías en torno a la circuncisión, el sábado, los ritos de purificación y demás observancias judías.

El liberarse de la prescripción de la circuncisión y todas las prácticas de pureza fue un proceso gradual. Los cristianos del entorno judaizante de Jerusalén han de vencer sus principios conservadores para abrirse a la novedad de un espíritu nuevo, una nueva forma de entender. El primer concilio de Jerusalén tiene como objeto resolver estas diferencias y abrirse a la primacía de la gracia (Gal 2, 2-10; Hch 15, 1-33). Los cristianos judaizantes vivían ligados al templo y por tanto ponían reticencias a la entrada de paganos y gentiles a la comunidad.

En el entorno judaizante, que fue el entorno también de Jesús, tenían mucha fuerza todas las normas de pureza. Estas determinaban si una persona era aceptable o no para los judíos y, más importante todavía, para Dios. Las normas de pureza terminaros siendo unas normas de selección y exclusión de personas. Si alguien era considerado impuro debía de regenerarse tras un periodo de reclusión y purificación. En ese periodo no podía tener contacto con otras personas. Solo los alimentos considerados puros podían ser preparados y consumidos. También se consideraba muy importante evitar el contacto con la sangre de un cadáver para no contaminarse. Así poco a poco tuvieron que resolver las discrepancias entre los denominados helenistas y los más ortodoxos.

4.2 La primacía de la caridad

El amor era el rasgo característico y propio de los cristianos. Entre ellos se denominaban hermanos y su amor superaba toda estratificación social del mundo antiguo. Cada uno compartía con los demás sus riquezas de modo que se creaba una cohesión social entre los distintos estratos sociales. el amor se difundía, rompía barreras y penetraba en todos los estratos sociales sobre todo en los más marginados y vulnerables. Se practicaba la hospitalidad no solo entre los cristianos sino con los extranjeros. A penas se veía un forastero se le acogía y se le introducía en casa alegrándose por él como un verdadero hermano.

Es precisamente esta misericordia y capacidad de perdón la que hacía a los cristianos no caer en el abismo de una violencia generalizada. El Apóstol escribía a los Colosenses:  "Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros" (Col 3, 12-13). Tener misericordia significa apiadarse (misereor) en el corazón (cordis) con respecto al propio enemigo, comprender de qué masa estamos hechos todos y por lo tanto perdonar. Los que habían vividos enfrentados en la lucha empezaban a abrazarse los unos de los otros. Ya no sería necesario ningún muro de división entre ellos (Ef 5,4).

4.3 Una nueva forma de vida

La identidad del cristianismo primitivo correspondía a una nueva forma de vivir, seguimiento de Cristo, caracterizado por la ética del amor. El testimonio de sus vidas fue realmente impactante y su forma de vida tuvo un gran impacto. El cristianismo empezó a ganar adeptos en todas partes. Sus seguidores incluían personas de toda edad y clase social. Los templos permanecían desiertos y nadie compraba carne para los sacrificios. Plinio describe el cristianismo como contagioso. Otros como Tácito los tildaba de raza de personas odiadas por sus abominaciones pero que mientras les atacaban no respondían con violencia. Aunque al principio no hubo una prohibición explícita de la religión cristiana, poco a poco los cristianos empezaron a ser considerados como enemigos del estado y del poder imperial y como consecuencia a crecer más las persecuciones (110 d. C.). Hacia mediados del S. II, la amenaza era manifiesta y los cristianos empezaron a sentir su alienación social y a sufrir no solo un trato injusto sino hostil por las autoridades romanas. Los cristianos eran arrestados y condenados a muerte simplemente por su nombre no por la maldad de sus actos. Inmediatamente se exclamaba: ¡Cristianos a los leones!

Según las actas de los mártires, los cristianos que eran acusados eran interrogados por tres veces. Eran instigados a ofrecer sacrificio a la imagen del emperador y maldecir a Cristo. Eran advertidos que de no dar culto al emperador les esperaba un castigo de muerte. Los que se reafirmaban eran sometidos a crueles castigos y ejecutados. Hacia el año 196 Tertuliano expresaba que el odio de los romanos hacia los cristianos era tal que cualquier excusa era buena para perseguirlos. Destaca las actas de los mártires escilitanos (155 d. C.) que alude a un gran número de mártires de Cartago. Hacia mediados del S. II los cristianos comenzaron a registrar las muertes de los mártires. La muerte era considerada como el paso a la verdadera vida. los cristianos como ciudadanos del cielo pasan tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Este aspecto provocaba el asombro de sus contemporáneos al ver que la muerte era un acontecimiento alegre y no luctuoso tal como lo comenta Arístedes: “Si un justo pasa de este mundo, se alegran y dan gracias a Dios y acompañan el cadáver, como si emigrase de un lugar a otro” (Apología 15.9)

4.4 La impronta carismática

Lo primero que sale a relucir en el libro de los Hechos de los Apóstoles que narra el dinamismo de aquellos primeros creyentes es la presencia del Espíritu. No son un grupo de personas movidas por su propia fuerza o iniciativa, sino por la fuerza del Espíritu Santo (Hch 2, 16-21). Esta presencia del Espíritu que había acompañado a Jesús durante toda su vida y que él mismo había prometido a los discípulos antes de subir al cielo (Hch 1,8) se hace presente en el comienzo de la primitiva iglesia. En realidad, el Espíritu es el verdadero protagonista de los hechos y de la misión de la Iglesia. El Espíritu es el que está siempre alentando a los primeros apóstoles y creyentes. El Espíritu es el que mueve a los discípulos a dar testimonio de Jesús. El Espíritu es el primer artífice de la misión. Los discípulos no dicen su propia palabra, sino que dan testimonio del acontecimiento central, la muerte y resurrección de Jesús. Este kerigma es el mensaje central que proclaman con alegría, sin miedo, con valentía (parresía). El Espíritu, a pesar de las muchas persecuciones y dificultades que los acompañan desde el principio, nunca los abandona.

La estructura de la primitiva iglesia es fundamentalmente carismática. Un mismo Espíritu que repartía sus dones o carismas entre todos. Todos se guiaban bajo un mismo Espíritu, apóstoles, profetas, maestros, todos eran hombres llenos del Espíritu. Separándose de corte ritual e institucional del judaísmo anclado al templo y la dinastía sacerdotal el movimiento de las nuevas comunidades tenían más bien un corte carismático y misionera. La figura de los pesbíteros, ancianos y de los epíscopos era no tanto de liderazgo como de supervisor.




5.       LA DIMENSION MISIONERA

La Iglesia que nos presenta el libro de lis Hechos de los Apóstoles es una iglesia misionera. La primitiva iglesia es movida por el Espíritu Santo. El Espíritu es el que impulsa a los discípulos a dar testimonio de Jesús. Entre todos destaca la figura de Pablo. La obra misionera de Pablo está orientada a llevar el mensaje de Jesús hasta los más escondidos rincones del imperio romano. Los viajes misioneros de Pablo son una serie de viajes relatados por el libro de los Hechos de los apóstoles que realizó el apóstol Pablo con el fin de evangelizar y extender el cristianismo

Los predicadores o misioneros itinerantes al estilo de Pablo, Bartolomé etc, aprovecharon la facilidad de las comunicaciones y la globalización cultural generada por el helenismo y el imperio romano. Los misioneros itinerantes eran tenidos con gran estima. Se les acogía en sus casas y se les daba de comer según la norma evangélica.

Al apóstol Pedro le había sido encomendado el evangelio de la circuncisión, mientras que a Pablo el de la incircuncisión (Ga 2:7). De esta manera mientras que Pedro y los otros apóstoles se concentraron mayormente en predicar a los judíos en Jerusalén y otras zonas próximas, Pablo se dirigió al mundo gentil. Su llamado y don como apóstol de los gentiles le llevó a desarrollar una amplia tarea pionera desde Jerusalén hasta Ilírico. Sin duda muchos otros participaron en la evangelización a los gentiles, pero ninguno con un plan estratégico global como el que Pablo concibió y ejecutó con su especial energía. Tal energía era fruto de su convicción de ser un agente clave en la historia de la salvación, un instrumento escogido en manos del Señor para llevar a los gentiles a la obediencia a la fe.

Ahora bien, aunque era consciente de su llamamiento a servir al evangelio entre los gentiles, esto no quería decir que no predicara también a los judíos. De hecho, en el desarrollo de su misión siempre aplicó la misma norma: "al judío primeramente, y también al griego" (Rm 1,16). Esto orden era debido a que, si bien todos ellos sólo podrían encontrar la justificación por la fe en Cristo, sin embargo, los judíos tenían prioridad en función de los pactos que Dios había hecho con sus padres.

Por lo tanto, cuando Pablo llegaba a una nueva ciudad, el primer lugar a donde se dirigía era a la sinagoga judía, y dada su condición de rabino procedente de Jerusalén, siempre encontraba las puertas abiertas. Allí predicaba a los judíos, primeramente, pero no sólo a ellos, sino también a un grupo de gentiles temerosos del Dios de Israel que también asistía a las reuniones de la sinagoga.

Estos gentiles eran temerosos de Dios que estaban familiarizados con las Escrituras del Antiguo Testamento, pero que no podían compartir los privilegios del pueblo de Dios a no ser que se hicieran prosélitos del judaísmo. Pero el evangelio que Pablo predicaba les aseguraba que la esperanza de Israel se había cumplido en Jesús, y que mediante la fe en él podían recibir la gracia salvadora de Dios en igualdad de condiciones con los creyentes judíos, y ser miembros de la iglesia, la nueva comunidad mesiánica del pueblo de Dios, sin distinción alguna con los creyentes judíos. Muchos de los gentiles temerosos de Dios abrazaban el evangelio, lo que inmediatamente ocasionaba el rechazo de los judíos y la ruptura de la sinagoga con Pablo. Esta situación se repitió constantemente en casi todos los lugares a los que el apóstol llegó predicando, creándole muchas situaciones conflictivas, pero al mismo tiempo, también es cierto que rápidamente se formaban grupos de creyentes entre los que había numerosos gentiles. Estos eran una cabeza de puente preparada providencialmente por Dios para acceder a un círculo más amplio de gentiles en cada ciudad.

Los judíos vieron en Pablo a un peligroso hereje que dividía sus sinagogas allí a donde llegaba, por lo que le declararon la guerra. Este tipo de situaciones explica el porqué se dividió el campo de misión entre judíos y gentiles.

5.1 los viajes de Pablo

Pablo afirma que se esforzó en predicar el evangelio donde Cristo no hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno. Él sentía la urgencia de avanzar hacia donde no habían llegado las buenas nuevas del evangelio. Así pues, el apóstol fue desde Jerusalén, y por los alrededores hasta los confines del imperio, llenándolo todo del evangelio de Cristo. Por supuesto esto no significa que Pablo había "saturado" toda la región con el evangelio. Su estrategia consistía en evangelizar ciudades populosas e influyentes, y fundar iglesias allí, y luego dejar a otros la tarea de irradiar el evangelio hacia las poblaciones vecinas. De modo que debemos entender su declaración de haber completado la predicación del evangelio como una afirmación de haber llevado a cabo esa predicación pionera y precursora que consideraba como la misión apostólica especial que le correspondía cumplir a él.

Cuando las iglesias habían recibido la enseñanza suficiente para entender su posición y responsabilidad cristiana, el apóstol se trasladaba a otro lugar para continuar la misma clase de trabajo. De esta manera Pablo recorrió las principales vías romanas de comunicación estableciendo iglesias en centros estratégicos. A partir de tales centros, el mensaje sería esparcido; de este modo, Tesalónica sirvió de base para la posterior evangelización de Macedonia; Corinto para la de Acaya, y Éfeso para la de Asia.

Los viajes de Pablo son oficialmente tres viajes misioneros, al que se suele incluir un cuarto viaje que es la travesía que lo lleva apresado a Roma en dónde moriría.

5.1.1         Primer viaje

El primero de ellos, según el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, ​ fue iniciado por Pablo y BernabéJuan Marcos, quien era sobrino de este último, también emprendió el viaje, el cual comenzó aproximadamente entre los años 47 a 48 d. C. Embarcaron en Seleucia, que era el puerto de la ciudad de Antioquía de Siria, Seleucia distaba pocos kilómetros de Antioquía; de allí se dirigieron por barco a Chipre, realizaron su tarea misional en la costa oriental de la isla, en una ciudad llamada Salamina, se cree que estaba a pocos kilómetros de la hoy ciudad de Famagusta; de la costa oriental cruzaron la isla hasta la costa occidental, hacia una ciudad llamada Pafos; de allí embarcaron hacia la costa del Asia Menor hasta la ciudad de Perge, en Panfilia, posiblemente pasando por la ciudad de Atalía, muy cercana a Perge y al puerto de esta ciudad, que por entonces era una provincia del imperio Romano; de allí, sólo con Bernabé, se dirigió a la ciudad de Antioquía de Pisidia se fue en barco también . Se asentaron un tiempo en esta ciudad, y de allí partieron para la ciudad de Iconio, capital de Licaonia que pertenecía a la provincia romana de Galacia; por allí pasaba una ruta principal que unía la importante ciudad de Éfeso con Siria. Desde allí se dirigieron hacia la ciudad de Listra, también en la región de Licaonia. Pablo y Bernabé partieron de Listra a Derbe, y desde esta ciudad regresaron sobre sus pasos a Listra, luego a Iconio y después a Antioquía de Pisidia; de allí fueron a Perge, y de Perge al puerto de Atalia, donde se embarcaron para Antioquía.

5.1.2  El segundo viaje

El segundo viaje empezó por vía terrestre, Pablo lo realizó junto a otro discípulo llamado Silas o Silvano; salieron de Jerusalén, de allí fueron a Cesarea, luego a Tolemaida, y pasaron por Tiro y Sidón para llegar a Siria y de allí al Asia Menor, arribando a Antioquía; desde allí fueron a Tarso, ciudad natal de Pablo; este viaje comenzó alrededor de los años 49 a 52. Ya en Asia Menor, llegaron a la ciudad de Derbe, y luego a Listra; allí se les unió Timoteo, y se dirigieron a Troas, ciudad junto al mar Egeo. La ruta clásica de la época era pasar por las siguientes ciudades para llegar desde Listra a Troas: Iconio, Antioquía y Dorylaeum; en Troas se unió Lucas al grupo, y se dirigieron a Macedonia, haciendo pie en la ciudad de Neápolis para luego llegar a Filipos, de donde, atravesando por Anfípolis y Apolonia de Iliria, se dirigieron a Tesalónica. De Tesalónica, donde estuvieron un tiempo, fueron a Berea, luego a Atenas y a Corinto, después fueron a Cencreas, ​ de donde por mar fueron a Éfeso y de allí a Cesarea, y luego a Jerusalén, lugar en el que finalizó este segundo viaje.

5.1.3 Tercer viaje

El tercer viaje fue alrededor de los años 53 a 56; partió Pablo por tierra desde Antioquía hacia Tarso, pasando por Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia; de allí fue a Éfeso; de Éfeso partió por mar hacia Aso (Misia); de Aso fue hacia Macedonia pasando por NeápolisFilipos y Anfípolis; por mar fue Corinto, y luego, por tierra, fue a AtenasBerea y Tesalónica, volviendo por el mismo camino hasta Éfeso; desde esta ciudad fue por mar a Mileto y Patara, y de allí volvió, parando en Tiro y Cesarea, a Jerusalén, en el año 56 a 57.

5.1.4   Cuarto viaje: viaje de la cautividad

Partieron del puerto de Cesarea Marítima, arribando en una jornada al puerto de Sidón; desde esta ciudad, donde permanecieron varios días, se dirigieron, costeando entre Chipre y Cilicia, a Mira; esta travesía duró unos quince días. Desde Mira, re emprendieron el viaje hacia Creta, arribando en el puerto de Lasea (Puerto Hermoso). Pablo fue embarcado junto a otros prisioneros rumbo a Italia. En la escala en Sidón se le permitió visitar a sus amigos y ser atendido por ellos. Después de quince días de navegación, llegaron a Mira, y allí tomaron una nave alejandrina, llegando finalmente a Puerto Bonito (Creta). El centurión Julio, a pesar de las advertencias del Apóstol, avezado en estas lides, tomó la decisión de partir, tomando en consideración la opinión del piloto y el patrón, partidarios de invernar en el puerto de Fenice, al parecer mejor preparado para pasar allí el invierno.

5.2 las cartas pastorales

Las cartas más importantes son las de Pablo a las distintas comunidades que va fundando. De estas cartas cuatro son personales (a Filemón, a Tito, Primera y Segunda a Timoteo), mientras que el resto son colectivas (Primera y Segunda a los Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los Corintios, a los Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios).
Las cartas paulinas son un conjunto de trece cartas (epístolas) escritas o atribuidas a San Pablo y redactadas en el siglo I. Se trata de un corpus de escritos representativos del llamado cristianismo paulino, una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar el canon bíblico. ​ Las cartas paulinas fueron aceptadas unánimemente por todas las eklesias y son para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible de pensamiento y de espiritualidad.
Las llamadas cartas auténticas (Carta a los romanosPrimera y Segunda carta a los corintiosCarta a los gálatasCarta a los filipensesPrimera carta a los tesalonicenses, probablemente la más antigua, y la Carta a Filemón), dirigidas a creyentes cristianos de las eklesias que el Apóstol fundó durante sus viajes misioneros después de su conversión, conforman la sección más antigua del corpus del Nuevo Testamento: la crítica textual moderna sostiene de forma prácticamente unánime que fueron escritas por la mano del Apóstol apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús de Nazaret. ​
De estas cartas cuatro son personales (a Filemón, a Tito, Primera y Segunda a Timoteo), mientras que el resto son colectivas (Primera y Segunda a los Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los Corintios, a los Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios), esto es, no dirigidas a una persona en particular sino a la comunidad eclesiástica de manera colectiva.
Con respecto a la Carta a los Hebreos, la crítica bíblica actual señala que el autor no es propiamente Pablo. De hecho, en su texto no se indica ni el remitente ni los destinatarios y, en el siglo II, Ireneo de Lyon dijo que la mentalidad era paulina pero que la pluma sólo Dios lo sabe. El objetivo de estas cartas es dar instrucciones a los cristianos sobre el modo de comportarse y responder a sus inquietudes. En general el autor da ánimos a sus lectores y responde a sus preguntas o preocupaciones (Tesalonicenses y Corintios), en ocasiones los reprende (Gálatas y 2 Corintios) y a veces les escribe como muestra de agradecimiento por su comportamiento (Filipenses). En las llamadas propiamente cartas pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) el tema central es la organización interna de la iglesia (obispos, presbíteros, diáconos, etc.)
Además de estas cartas, se cree que Pablo hizo otros escritos que se acabaron perdiendo. Por ejemplo, en la Primera Carta a los Corintios Pablo parece que alude a una carta anterior (1 Corintios 5:9)
Las cartas tuvieron por función inmediata abordar problemas resultantes de situaciones concretas. Es muy verosímil que las comunidades a las cuales estas cartas estuvieron dirigidas las hayan atesorado, y que prontamente las compartieran con otras comunidades paulinas. ​ Así, resulta altamente probable que hacia fines del siglo I estos escritos ya existieran como corpus, resultante del trabajo de una escuela paulina que recopiló sus cartas para conformar el legado escrito del Apóstol. ​
La manera de compartir la información entre comunidades se hacía a través de estas cartas que se dirigían a las comunidades. A través de las cartas se alentaba a los creyentes a mantenerse firmes en la fe y evitar las conductas degradantes. Las cartas ayudaban a mantener la unidad, evitar las discusiones estériles y las disensiones. Las cartas pastorales permiten documentar la figura relevante de los episcopos el proceso de consolidación de estos.

A través de las cartas pastorales y del libro de los Hechos de los apóstoles se deja ver como las comunidades iban creciendo y estructurándose. En cada asamblea, ekklesia, fueron resurgiendo e identificando figuras relevantes que cuidaban del orden y salvaguardaban la unidad interna y con las otras iglesias. Los episcopos y diáconos eran nombrados a mano alzada. El cargo no solo conllevaba la organización general, también añadía a sus funciones de supervisión las gestiones de la vida normal de las comunidades. Había a su vez otros cargos que ejercían diversas diaconías o ministerios al servicio de la comunidad. Así surgieron profetas, maestros, catequistas, predicadores itinerantes, etc.



6.       LA NOVEDAD DE LA VIDA CRISTIANA

El bautismo suponía no solo la incorporación a la comunidad sino a un nuevo cambio de vida. el bautismo era el renacimiento a una vida nueva en Cristo Jesús. Todas las acciones quedaban regidas por Cristo, el Señor, y la existencia terrena cobraba una nueva dimensión. Ya no se ceñía solo a este mundo, sino que estaba orientada a una vida futura y eterna. Si alguien se sentía atraído por el cristianismo y deseaba formar parte de él, debía de pasar unos dos o tres años de iniciación mistagógica o catecumenado, un proceso en el que era acompañado por algunos hermanos que le introducían en la doctrina y en la práctica de las nuevas virtudes. Tras ese tiempo, había unos escrutinios para verificar que el candidato había dado signos de cambio de vida. pasados los escrutinios era presentado a la comunidad y bautizado por los pesbíteros. Así los neófitos eran incorporados como miembros de pleno derecho a la asamblea cristiana.

La iniciación cristiana suponía un verdadero nacimiento, un despertar a la vida tras la muerte en las aguas bautismales. Por el bautismo muere el individuo y nace la persona, muere el hombre viejo y nace el nuevo, muere una vida unida a la sangre de los progenitores y nace una vida nueva unida a la sangre de Cristo. En el bautismo muere el yo con su ansia de autoafirmarse y resucita el hermano entre los hermanos, miembro del Cuerpo de Cristo. Muere el yo como una expresión de la naturaleza humana herida por el pecado y resucita la persona que con el amor recibido de Dios ama a través de su naturaleza humana, transfigurando así lo humano en lo divino. Los neófitos que tras el bautismo entraban a formar parte de la iglesia pasaban a entenderse y vivirse en este misterio de comunión, comunión con el Cuerpo eucarístico.

A partir de entonces su vida consistiría en orar, trabajar, practicar las virtudes cristianas y reunirse con los hermanos el domingo para la eucaristía. Esta se celebraba generalmente en casa de algún miembro que poseyera un espacio adecuado, una estancia amplia o un lugar ajardinado. La eucaristía resultaba ser el centro de la vida cristiana y de la comunidad. La comunión era vínculo de unidad y establecía una comunión no solo espiritual sino material con todos los creyentes. Asi lo refleja Justino: “los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad (Primera Apología 67.6)

Hay un texto anónimo Discurso a Diogneto de la mitad del S. II que recoge la idea que los cristianos de este tiempo tenían sobre sí mismos: una comunidad que compartía la vida con sus contemporáneos, pero cuyo comportamiento contrastaba con el modo de pensar y actuar de su época. “los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás…sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás genero de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta admirable y por confesión de todos sorprendente (Discurso a Diogneto 5.1-2.4). Conscientes de poseer una nueva forma de vida opuesta en muchos casos a la sociedad en que vivían, los cristianos se consideraban como el alma del mundo y la trabazón del mismo (Discurso a Diogneto, 6)

El cristianismo se iba extendiendo por la cuenca mediterránea a pesar de las persecuciones e iba suscitando numerosas adhesiones. Eran muchos los que se sentían atraídos por la novedad de vida de las comunidades. Se consideraban como luz del mundo y sal de la tierra. Lo que el alma le es al cuerpo así los cristianos le son al mundo. A la vez que los cristianos vivían integrados en el mundo, había una serie de comportamientos claramente contrapuestos al espíritu de su tiempo y que resultaban de alguna forma sorprendente para sus contemporáneos. Así se recoge en otro texto similar de Arístides de Atenas: “Se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza. Se aman unos a otros y no desprecian a las viudas y libran al huérfano del que lo tratan con violencia. El que tiene da con generosidad y sin envidia al que no tiene. Apenas ven a un forastero, lo introducen en sus propias casas y se alegran por él como por un verdadero hermano (Apología 15.2.4.7).

6.1 El valor de la comunidad

La vida en comunidad es unos de los rasgos más significantes de la vida cristiana. En el libro de los Hechos de los Apóstoles aparecen una serie de sumarios o resúmenes de la vida comunitaria de los primeros cristianos (Hech 2, 42-47; 4, 32-35). En ellos se refleja el ímpetu de la vivencia comunitaria de ese primer tiempo. Los rasgos característicos de esta vivencia comunitaria eran la enseñanza de los apóstoles, la oración común, la eucaristía y la comunión de bienes. La comunión de vida se conecta con la comunión de bienes, no había entre ellos ninguno que pasara necesidad.

La nueva ética del amor tenía un marcado carácter comunitario con una exigencia absoluta a la pertenencia comunitaria, la igualdad y el reparto de bienes. Esto facilitó el intercambio de personas, bienes, dones y servicios entre las comunidades. El cristianismo introducía una nueva moral familiar y comunitaria basada en el respeto mutuo. El amor entre los hermanos era el distintivo propio y más característico. Otro testimonio que recoge esta inclusión de todos es de Plinio el Joven decía que los cristianos eran de ambos sexos y de todas las edades y condiciones sociales. (Cartas 10.96.9). Se trataba de una nueva forma de entender las diferencias entre hombre y mujer, amo y esclavo, rico y pobre, que quedaban abolidas por la igualdad de todos como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Los cristianos proponían un trato de hermanos entre ellos. La clave era un amor sin distinción, todos eran iguales en dignidad en Cristo Jesús. No olvidemos que las mujeres, las viudas y los huérfanos eran colectivos muy frágiles y marginados. Era grande los sectores de exclusión y de pobreza. Los que se incorporaban a la comunidad pronto se convertían en miembros activos del servicio comunitario dedicándose al cuidado de los más necesitados, sobre todo de los enfermos.

No podemos sin embargo caer en idealizar esta forma de vida. Por supuesto que en la primera comunidad cristiana y en las consiguientes comunidades hubo fricciones, altercados, divisiones pero por encima de todo se dio el perdón y la reconciliación. La comunidad estaba dirigida por el obispo con la ayuda de presbíteros y diáconos.

6.2 El paso de las comunidades a la Iglesia

Las comunidades que funcionaban como asambleas independientes, eklesias, poco a poco sintieron la necesidad de unificarse sin perder esta diversidad. Este fue un verdadero reto para el cristianismo primitivo. Las comunidades fundadas por los apóstoles guardaban su propia idiosincrasia unas con rastro judaizante, otras más abiertas al mundo gentil. Las había con la impronta paulina, otras de procedencia joánica, otras de procedencia petrina. Otras nacidas en torno a nuevas figuras como San Policarpo o San Ignacio de Antioquia obispos de las comunidades de Siria. Poco a poco se desplaza el centro gravitatorio de Jerusalén a Roma que empezó a denominarse la Gran Iglesia. Al movimiento carismático inicial del 30 al 70 le siguió otro movimiento más institucional del 70 al 120 y otro más preocupado de la ortodoxia durante el S. II, hasta su consolidación en el S. III. Y finalmente su extraordinaria difusión después de Constantino.
Una estructura de iglesia de presbíteros y episcopos plurales persistió en Roma hasta mediados del siglo II, cuando se adoptó la estructura de un solo obispo y presbíteros plurales, ​ y que los escritores posteriores aplicaron retrospectivamente el término "obispo de Roma" a los miembros más prominentes en el período anterior y también a Pedro mismo. Cristo designa a Pedro como la "roca" sobre la cual se edificará la iglesia de Cristo. La Iglesia católica enseña que la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, en un evento conocido como Pentecostés, marcó el comienzo del ministerio público de la Iglesia. ​ Los católicos sostienen que San Pedro fue el primer obispo de Roma y el consagrador de la línea de la sucesión apostólica (Linus) como su próximo obispo, comenzando así la línea ininterrumpida
Según algunos historiadores, la Iglesia cristiana primitiva no estaba muy organizada, lo que llevaba a la aparición de diversas interpretaciones de las creencias cristianas. ​ En parte para asegurar una mayor coherencia en sus enseñanzas, para finales del siglo II, las comunidades cristianas habían desarrollado una jerarquía más estructurada, con un episcopo central que tenía autoridad sobre el clero en su ciudad, conduciendo al desarrollo del episcopado. La organización de la Iglesia poco a poco (sobre todo a partir de Constantino), comenzó a imitar la del Imperio; los obispos en ciudades políticamente importantes ejercían una mayor autoridad sobre los obispos de ciudades cercanas. ​ Las iglesias de AntioquíaAlejandría y Roma ocuparon los puestos más altos. A partir del siglo II, los obispos a menudo se reunían en sínodos regionales para resolver cuestiones doctrinales y políticas. En el siglo III, el obispo de Roma comenzó a actuar como un tribunal de apelaciones por problemas que otros obispos no pudieron resolver. ​
La doctrina se perfeccionó aún más gracias a una serie de teólogos influyentes, conocidos colectivamente como los padres de la Iglesia. Desde el año 100 en adelante, los padres apostólicos como Ignacio de Antioquía e Ireneo de Lyon definieron la enseñanza católica en oposición al gnosticismo y otras corrientes. En los primeros siglos de su existencia, la Iglesia formó sus enseñanzas y tradiciones en un todo sistemático bajo la influencia de los padres apologistas como el papa Clemente I, Justino Mártir y Agustín de Hipona.

6.3 La unidad en la fe: el Credo

A pesar de la gran variedad y diversidad de cristianos hemos de decir que en los dos primeros siglos reinaba gran unidad. Las primeras discrepancias surgirán entre los grupos judaizantes y helenizantes.  Los primeros se caracterizaban por la lengua judía y su arraigo todavía a las tradiciones judaizantes. El segundo de lengua griega de origen pagano y con mentalidad más abierta. Los primeros encabezados por Pedro querían que los nuevos conversos habrían de circuncidarse según la ley de Moisés. Pablo disputará para que los nuevos conversos no tengan que cumplir las normas de pureza y culto según la ley antigua.

Mientras la iglesia de Jerusalén se gobernaba por el modelo judío (un sinedrio de ancianos y un jefe espiritual), la estructuración de las comunidades gentiles o pagano cristianas era más carismática (maestros y profetas). Más sin embargo a pesar de ser diversas iglesias o comunidades todos formaban parte de una misma Iglesia, una sola comunidad universal que era la Iglesia de Cristo, la Iglesia de Dios. Para garantizar la unidad se va haciendo firme el concepto de la tradición y de la sucesión apostólica.

La Iglesia ha de hacer frente a dos problemas que surgen dentro de la Iglesia las heterodoxias y las herejías. Los heterodoxos eran los que no conservaban el depósito de la fe. No era fácil las distintas nociones en cuanto a entender la naturaleza de Jesús que dieron lugar a distintas cristologías. Admitiendo las distintas orientaciones, escuelas y la diversidad de comunidades se hacía cada vez más urgente la necesidad de vigilar por la ortodoxia de la fe frente a los falsos maestros y riesgos de falsas doctrinas. Paralelo fue el desarrollo de los textos que formarían el cánon de los evangelios y otros textos sagrados. Tras el primer concilio de Jerusalén (64 d. C.), y el concilio de Nicea (325 d. C.) se abrió un largo camino a la ortodoxia. A finales del S. I había ya un primitivo credo usado con fórmulas tradicionales. El llamado Símbolo de los apóstoles se remonta a los años 50 del S.I. Se trata de un memorándum con las ideas básicas de la doctrina cristiana que poco a poco terminará por constituir el credo. El Credo se definió en Nicea conocido como el credo niceno y el cuerpo básico de cánon paulino fue constituido prácticamente en el concilio (325 d. C.), el Apocalipsis (367 d. C.), la carta a los Hebreos (400 d.C.), y poco años más tarde las cartas de Pedro, Santiago, Judas.

6.4 El primer Concilio de Jerusalén
El primer concilio de Jerusalén ocurrió cerca del año 49-50 d.C., durante la etapa apostólica, es decir, luego de la crucifixión de Jesús de Nazaret . El libro de los Hechos de los Apóstoles narra uno de los acontecimientos que más ha influido en la misión de la Iglesia universal y que ha sido interpretado por muchos estudiosos como una referencia permanente para todos los sínodos posteriores. En este encuentro sinodal celebrado en Jerusalén, la Iglesia tiene que clarificar su vocación a la luz de la resurrección de Jesucristo, en un momento delicado de su misión.
El relato del libro de los Hechos nos presenta una crisis en la primitiva Iglesia que nació y terminó en Antioquía, pero que tuvo su momento más álgido en Jerusalén. Un grupo de personas del partido fariseo había abrazado la fe cristiana, pero no cesa de sembrar el desconcierto y la confusión en el seno de la comunidad pues opina que todos deben someterse al rito de la circuncisión para obtener la salvación (Cfr. Hch 15, 1-35).
El Concilio se realizó pues como consecuencia de acaloradas discusiones acerca del carácter que el cristianismo debía mantener entre los gentiles. la Iglesia, que se consideraba como el verdadero Israel, esperaba que el cristianismo continuara según las normas del Antiguo Testamento. Sin embargo, la conversión de multitudes de gentiles (se refiere a personas no judías), hizo surgir al menos dos inquietudes. La primera si era legitimo el directo acercamiento de San Pablo de Tarso y Bernabé a los paganos si estos no cumplían los requisitos del judaísmo. La segunda si debía procederse en base a una norma conveniente o en base a la Ley de Dios.
Estas preguntas surgieron por que los cristianos gentiles no realizaban ciertas prácticas como la circuncisión (Gn 17:9-14), además de que la práctica de comer juntos judíos y gentiles en las iglesias de Antioquia y Galacia, escandalizaba a los judíos de Jerusalén, y hacia más difícil su evangelización.
El Concilio fue presidido por Santiago (hermano de Jesús de Nazaret) y los apóstoles Simón Pedro y San Juan, quienes eran los líderes de la Iglesia de Jerusalén, junto a otros ancianos de la misma. La Iglesia de Antioquia de Siria la representaban Bernabé, Pablo de Tarso y Tito. En el concilio se acordó que los gentiles cristianos no pasaran al judaísmo como medio de obtener la salvación de Dios y cumplieran con las prácticas de no comer sangre, ni carne de animal sacrificado o ahogado, y no ser fornicarios (promiscuidad sexual). En el mismo concilio fueron confirmados Bernabé y Pablo de Tarso, como apóstoles de los gentiles.
El Concilio decidió que los gentiles convertidos al cristianismo no estaban obligados a mantener la mayor parte de la Ley de Moisés, incluyendo las normas relativas a la circuncisión de los varones. El Concilio hizo, sin embargo, conservar las prohibiciones de comer sangre, la carne que contiene la sangre, la carne de los animales muertos no adecuadamente, y sobre la fornicación y la idolatría, lo que a veces es referido como el Decreto Apostólico o Cuadrilateral de Jerusalén.
El Concilio de Jerusalén suele fecharse en torno al año 50 d. C., unos veinte años después de la crucifixión de Jesús, que se fecha entre el 26 y el 36 d. C. La reunión fue llamada para debatir si los gentiles varones que se estaban convirtiendo en seguidores de Jesús, estaban obligados a circuncidarse. Sin embargo, la circuncisión era considerada repulsiva durante el período de helenización del Mediterráneo Oriental. ​
En ese momento, la mayoría de los seguidores de Jesús (que los historiadores se refieren como judeocristianos) eran judíos de nacimiento, e incluso conversos, que consideraban al cristianismo primitivo como parte del judaísmo. Según algunos estudiosos los judeocristianos afirmaban todos los aspectos del entonces contemporáneo judaísmo del Segundo Templo con la adición de la creencia de que Jesús era el Mesías. ​ A menos que los varones fueran circuncidados, no podían ser del pueblo de Dios. La reunión fue convocada para decidir si la circuncisión para los gentiles conversos era requisito para ser miembro de la comunidad, ya que ciertas personas estaban enseñando que "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos". (Hech 15:1-2). La circuncisión como mandato es asociada con Abraham, pero se cita como el "rito de Moisés" porque Moisés es considerado el dador tradicional de la ley en su conjunto. El mandato de la circuncisión se hizo más oficial y obligatorio en la Ley del Pacto Mosaico.
El propósito de la reunión, según Hechos, era resolver un desacuerdo en Antioquía, que tenía implicaciones más amplias que simplemente la circuncisión, puesto que la circuncisión es la señal "eterna" de la Alianza que Dios hizo con Abraham (Gén 17:9-14​). Algunos de los fariseos que se habían convertido en creyentes, insistieron en que “es necesario circuncidarlos, y mandarles a los creyentes] que guarden la ley de Moisés” (Hech 15:5)
El principal problema que se abordó estaba relacionado con el requisito de la circuncisión, como el autor de los Hechos se refiere, pero otros asuntos importantes surgieron también, como el Decreto Apostólico indica. La disputa fue entre aquellos, como los seguidores de los “Pilares de la Iglesia”, liderados por Santiago, que creían, tras su interpretación de “la Gran Comisión”, que la iglesia debía observar la Torá, es decir, las reglas del judaísmo tradicional, los del apóstol Pablo, que creían que no había tal necesidad.
En el Concilio, siguiendo el consejo ofrecido por Simón Pedro (Hech 15:7-11​), el apóstol Santiago presentó una propuesta, que fue aceptada por la Iglesia y conocida como el Decreto Apostólico: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo”.
El relato de los Hechos, (Hch 15:23-29), establece el contenido de la carta por escrito de conformidad con la propuesta de Santiago. La versión occidental de los Hechos añade la forma negativa de la Regla de Oro: “cualquier cosa que vosotros no habríais hecho a vosotros mismos, no lo hagas a otro”.
Se trata de determinadas cuestiones más amplias que la de la circuncisión, particularmente cuestiones alimenticias, pero también la fornicación, la idolatría y la sangre, así como la aplicación de la ley bíblica a los no judíos. Los Apóstoles y los ancianos declararon en el Concilio: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien” (Hech 15:28-29​). Este Decreto Apostólico fue considerado vinculante para todas las otras congregaciones cristianas locales en otras regiones.
El escritor de los Hechos relata una reafirmación por Santiago y los ancianos de Jerusalén de los contenidos de la carta con motivo de la última visita de Pablo a Jerusalén, inmediatamente antes de la detención de Pablo en el templo, relatando: “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Santiago, y se hallaban reunidos todos los ancianos”. Los ancianos entonces procedieron a notificar a Pablo de lo que parece haber sido una preocupación común entre los creyentes judíos, que él estaba enseñando a los judíos de la diáspora convertidos al cristianismo “a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres”. Recuerdan a la asamblea, diciendo «en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación». En opinión de algunos estudiosos, el recordatorio de Santiago y los ancianos aquí es una expresión de la preocupación de que Pablo no estaba enseñando plenamente la decisión de la carta del Concilio de Jerusalén a los gentiles, ​ sobre todo en lo que se refiere a la carne kosher no estrangulada, ​ que contrasta con el asesoramiento de Pablo a los gentiles en Corinto, “de todo lo que se vende en la carnicería, comed” (1 Co 10:25​).

6.5 La práctica de la sinolidad

El significado de la palabra “sínodo” es “camino”, caminar juntos. Con la entrada de Jesús en el mundo, Dios inaugura la nueva Alianza. La vida y las enseñanzas de Jesús revelan que Dios es comunión de amor y quiere abrazar con su amor a toda la humanidad. Es más, Jesús invita a sus seguidores a permanecer en comunión de vida y de amor con el Padre, acogiendo la acción del Espíritu y practicando el mandamiento nuevo del amor. De este modo será posible avanzar juntos como el nuevo Pueblo de Dios, como el Pueblo de la nueva Alianza (Cfr. Jn 15, 12-15).
Para expresar esta comunión entre todos los bautizados, tanto en la vida como en la actividad pastoral, los primeros cristianos comenzaron a utilizar la palabra griega “synodos”, compuesta por la preposición “syn” (con) y por el sustantivo “odós” (camino, reunión o congregación).
Con ella querían indicar que los cristianos tienen que caminar juntos y peregrinar en comunión con sus hermanos en la fe, experimentando en todo momento la presencia de Dios en medio de ellos a lo largo del camino. Esta visión de las primeras comunidades cristianas nos permite descubrir que el significado del sínodo está íntimamente asociado a los contenidos fundamentales de la Revelación pues, además de indicarnos el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios, el sínodo orienta siempre la vida del cristiano hacía Jesucristo, que se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
El camino sinodal abrió un camino de comunión para toda la Iglesia, el camino que quiere recorrer durante su peregrinación por este mundo hacia la Jerusalén celestial. Este camino tiene que estar bien fundamentado en la comunión con Dios y con los hermanos, pues todos los cristianos, por el sacramento del bautismo, son constituidos miembros de un cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, y, por pura gracia, entran a formar parte de la gran familia de los hijos de Dios.
La relevancia e importancia del Sínodo fue fundamental. El Sínodo no solo dio respuesta a la cuestión que se debatía sino que abrió una forma de abordar las discusiones que puedan surgir La cuestión en cuestión quizás hoy podría parecernos secundaria, pero en aquel momento era sumamente importante. Si la circuncisión era necesaria para alcanzar la salvación, como afirmaban los fariseos, la fe en Jesucristo era inútil y su venida al mundo no habría cambiado nada. Además, las promesas de Dios no se habrían realizado, la muerte de Jesús no tendría valor redentor y el Evangelio carecería de sentido. ¿Para qué continuar anunciando la buena noticia de la salvación de Dios en Cristo Jesús a todos los hombres? Ante la gravedad del problema y la posible división de la comunidad cristiana, Pablo, Bernabé y algunos miembros de la comunidad son enviados a la Iglesia madre de Jerusalén para consultar a los apóstoles y presbíteros. Después de examinar el asunto, Pedro zanja el problema afirmando: “No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús” (Hch 15, 11).
Para confirmar en la fe verdadera a los afectados, los apóstoles y presbíteros eligen a algunos miembros de la Iglesia de Jerusalén que acompañarán a Pablo y Bernabé a Antioquía. Los envían con una carta, en la que se decía: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables, que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto.” (Hch 15, 29).
En la asamblea o sínodo de Jerusalén no hubo vencedores ni vencidos, pues deciden sobre los conflictos internos de la comunidad, teniendo en cuenta la Palabra de Dios. Desde entonces, se afianzó en los creyentes la fe en Jesucristo resucitado y en la acción del Espíritu Santo, que conduce la misión y las enseñanzas de la Iglesia por encima de planteamientos humanos y culturales. El primer sínodo de Jerusalén abrió un camino para toda la Iglesia al haber defendido desde el primer momento la unidad, apoyándose en la fe y en la caridad.

6.6 La Didaché

Además de los evangelios y los textos de las cartas también se vio la necesidad de poner por escrito y formular la Doctrina de los doce apóstoles, la llamada Didaché y la Tradición apostólica, atribuida a Hipólito. Esta doctrina incluía una serie de normas rituales y doctrinales que recogían la práctica de las comunidades. Tenían un valor pedagógico, litúrgico y sacramental. Recogían instrucciones catequéticas para enseñar el credo, para los procesos de iniciación, llevar a cabo los bautismos, las eucaristías, las practicas funerarias. Se recogían no solo cuestiones referente a las costumbres familiares sino sociales. Se prevenía del riesgo e inducía la actitud que habían de tener respecto a los espectáculos teatrales, juegos circenses, luchas de gladiadores o fieras. Estas diversiones, que formaban parte indisoluble de la sociedad del momento, eran prohibidas entre los cristianos. Dichas prácticas eran consideradas indecorosas y no propias de un cristiano. La Didaché regulaba otras prácticas de piedad, así documenta que el padrenuestro se rezaba tres veces al día; por otro lado, se bendecían las comidas antes de tomarlas. 

El verdadero motor de la vida cristiana era la practica asidua de la eucaristía. La reunión tenía lugar el domingo, día del sol, que como no era festivo sino día ordinario de trabajo solía hacerse o bien de madrugada antes del trabajo o por la tarde al fin del trabajo. Se regulaba su práctica leyendo los escritos de los profetas, las cartas de los apóstoles y los evangelios seguidos de una exhortación del presbítero o presidente de la asamblea a modo de homilía. Luego se procedía a elevar las preces y al ofertorio del pan y el vino para su consagración. La comunión se daba a los presentes y era llevada a los ausentes por medio de los diáconos.
La doctrina se perfeccionó aún más gracias a una serie de teólogos influyentes, conocidos colectivamente como los padres de la Iglesia. Desde el año 100 en adelante, los padres apostólicos como Ignacio de Antioquía e Ireneo de Lyon definieron la enseñanza católica en oposición al gnosticismo y otras corrientes. En los primeros siglos de su existencia, la Iglesia formó sus enseñanzas y tradiciones en un todo sistemático bajo la influencia de los padres apologistas como el papa Clemente I, Justino Mártir y Agustín de Hipona.
La Didaché fue ampliándose a lo largo del tiempo hasta consolidarse en el S. VI. La Didaché hacía también referencia a normas de organización y se hacía salvaguardar por los episcopos. Los episcopos serían los máximos artífices de la ortodoxia y la unidad interna de cada asamblea según la tradición heredada. Había una triple organización, jerárquica, territorial y personal. Con la primera se describe la estructura de cargos en las diversas poblaciones y provincias; con la segunda se evidencia el prestigio que fueron alcanzando algunos personajes más allá de sus límites territoriales. En tercer lugar, se recogen quienes serían protagonistas y antagonistas de las discusiones teológicas y morales. Poco a poco se hizo relevante la figura del sucesor de Pedro y sucesores de los apóstoles (sucesión apostólica) para garantizar la unida de la Iglesia. También se daban normas sobre los misioneros itinerantes para no ser gravosos para nadie. Si querían establecerse en la comunidad debían de trabajar para no convertirse en un “traficante de Cristo”.





7.       LA CRISIS DE LA CRISTIANIZACION DEL IMPERIO

El emperador Constantino I establece los derechos de la Iglesia en el año 315. Cuando Constantino se convirtió en emperador del Imperio romano de Occidente en el 312, atribuyó su victoria al Dios cristiano. Muchos soldados en su ejército eran cristianos, y su ejército era la base de su poder. Con Licinio, (emperador romano de Oriente), publicó el Edicto de Milán, que ordenó la tolerancia de todas las religiones en el imperio. El edicto tuvo poco efecto en las actitudes de las personas. Las nuevas leyes se hacen a mano para codificar algunas creencias y prácticas cristianas. el mayor efecto de Constantino al cristianismo era su patrocinio.
Durante el reinado de Constantino, aproximadamente la mitad de los que se identificaron como cristianos no se adhirió a la versión de la corriente principal de la fe. Constantino temía que la desunión sería desagradar a Dios y dar lugar a problemas para el imperio, por lo que tomó medidas militares y judiciales para eliminar algunas sectas. Para resolver otras disputas, Constantino comenzó la práctica de invocar concilios ecuménicos para determinar interpretaciones vinculantes de doctrina de la Iglesia.
La conversión de Constantino, emperador de Roma, y el establecimiento del cristianismo como religión del imperio tendría grandes consecuencias. Una positiva es la expansión del cristianismo.  La otra es la decadencia de la fe y degradación de las costumbres. El concilio de Nicea señala la importancia de una verdadera adhesión a la fe y a la formación a través de un  proceso catecumenal para tratar de responder a esta crisis.
La Iglesia se institucionaliza y el cristianismo pasa a ser una religión (la del Estado Imperial). La organización de la Iglesia comenzó a imitar la del Imperio; los obispos en ciudades políticamente importantes ejercían una mayor autoridad sobre los obispos de ciudades cercanas. ​ Las iglesias de AntioquíaAlejandría y Roma ocuparon los puestos más altos. A partir del siglo II, los obispos a menudo se reunían en sínodos regionales para resolver cuestiones doctrinales y políticas. En el siglo III, el obispo de Roma comenzó a actuar como un tribunal de apelaciones por problemas que otros obispos no pudieron resolver.
Esta crisis institucional viendo la forma de conjugar el poder civil y el religioso, la figura del emperador y del papa, prepara otra gran crisis con la caída del Imperio Romano.  Es la entrada al nuevo paganismo de los bárbaros. El colapso del Imperio Romano con la mitigación del cristianismo es muy bien analizado por San Agustín es su Obra, Las dos Ciudades.

En El S. IV se produjo la conversión del Imperio Romano a través de su emperador Constantino. La entrada del cristianismo en el imperio romano supuso una encrucijada peligrosa que tendría graves consecuencias. Al principio parecía un acontecimiento que daría la posibilidad de lograr una expansión universal del cristianismo, y en verdad así fue pero con un grave costo.

Fue demasiada gente la que entro a tomar parte de la Iglesia y no era posible transmitir la experiencia de la vida nueva, de la vida en comunión como cuerpo eucarístico. El cristianismo paso a convertirse en una religión y esto traería graves consecuencias.

Eran tantas las personas que de repente pasaron a tomar parte de la Iglesia que se perdió esta iniciación cristiana, esta iniciación mistagógica. La iglesia se institucionaliza y el cristianismo se convierte en la religión del Imperio. El cristianismo no nació como una religión sino como un movimiento carismático fruto del Espíritu. Esta fue la gran tragedia y la trampa mortal en la que cae el cristianismo, el Imperio asume el cristianismo y promueve una institucionalización para convertirla en la religión del Imperio. Diríamos que fue la tentación del poder.
¿Cómo ocurre esto?. Se busca un pensamiento una ideología correspondiente al mundo clásico que fuera conciso, preciso, claro resumir la vida cristiana. Se busca una doctrina universal para tener un ideal. La doctrina se convertía en normativa y se pasó a un enfoque jurídico, ético, moral. El cristianismo se institucionaliza como una religión. Se pasó de la experiencia vital a la doctrina y de la fe a la religión. Fue el comienzo de la descristianización y de la secularización.




8.       NOS ENFRENTAMOS HOY EN UN CAMBIO EPOCAL, UN CAMBIO DE PARADIGMA

La humanidad ha pasado por diversas crisis que han originado diversos cambios de paradigma. Después de los tres primeros siglos del cristianismo, con la cristianización del imperio, se produjo una gran crisis y cambio de paradigma. El cristianismo al adaptarse al mundo pagano en lugar de transformarlo poco a poco perdería su vigor. Hoy también estamos atravesando por un cambio epocal. Vamos a tratar de analizar cuál es la crisis que estamos atravesando y qué cambio de paradigma. Para ello hemos de intentar buscar los antecedentes que han ido provocando este cambio de época.

Simplificando hasta la Edad Media se vivió una preponderancia del sentido religioso y del orden del mundo desde las bases del cristianismo y desde la esfera divina. Esta teocracia va a dar paso a una democracia reclamando la autonomía temporal y la separación del poder religioso y el poder civil.
A finales de la Edad Media se dio otro hecho que iba a cambiar el rumbo de occidente. Cuando los mongoles asediaban Cafa y intentaban acabar con el poderío de Bizancio en Constantinopla ocurrió algo inesperado la propagación de la peste negra. Se trataba de una peste bubónica contraída por pugas infectadas que portaban las ratas. La peste se propagó y se extendió rápidamente. Entre 1347 y 1356 la peste negra acabó con un tercio de la población de Europa muriendo 25 millones de personas. Europa asolada se enfrentaba a una nueva reconstrucción.

Después de la Edad Media con el renacimiento se dio un cambio de paradigma que tendría como resultado la descristianización de occidente, la mundanización y paganización del mundo cristiano. El papel de la Iglesia dejó de ser preponderante y hubo de adaptarse al mundo secular. El cambio de paradigma lo podríamos expresar como el liberalismo y el principio laical que originaría una nueva conciencia y sistema de pensamiento. El principio laical declara la autonomía de la razón frente a la fe. Esta autonomía da paso a una progresiva incredulidad y pérdida de la fe. Poco a poco la sociedad se vuelve crítica ante el poder papal se pierde credibilidad en la Iglesia y se pierde el valor normativo de la Iglesia, la conciencia del bien y del mal y se cae en un relativismo moral.

Durante los S. XV, XVI y XVII la reforma protestante por un lado y el renacimiento por otro inicia todo un cambio que después a partir del s. XVIII con la revolución francesa y la ilustración y el despotismo ilustrado acabarían por consolidar este nuevo paradigma. Bajo un gran clamor crítico de necesidad de renovación y de hegemonía de la libertad y la razón, se alza así un nuevo orden laical separado del orden divino, se pierde una concepción religiosa y trascendente de la vida y se proponen nuevos principios éticos para la educación y el progreso.

Como haría en principio la reforma, la ilustración lleva a cabo un gran asalto contra la cristiandad. Se radicaliza la autonomía del pensamiento desmarcándose de los principios que había mantenido el cristianismo. La razón se impone con audacia crítica relegando la esfera de lo divino y poniendo al hombre como medida de todas las cosas. El nuevo paradigma reclama una política sin derecho divino y una moral sin normas. Se establece una civilización fundada en la idea del derecho y no del deber. (Cf. Paul Azar, Crisis de la conciencia europea; El pensamiento europeo en el S. XVIII)

El cambio de paradigma que trae el liberalismo y la secularización conlleva la paulatina descristianización de occidente y la nueva paganización de los pueblos cristianos. El punto de partida es la concepción del principio de realidad. Se parte del mundo visible y la medida de las cosas del mundo se arreglan mirando al mundo y no mirando al cielo. El hombre debe liberarse y no dejarse alienar por la religión a partir de “los tres jinetes de la Apocalipsis”: Freud, Nietche y Marx. El mundo secular ha de construirse prescindiendo de Dios (Nietche : “Dios ha muerto”). La hipótesis de un Dios Señor del cielo y tierra es innecesaria, perversa y dañina. Se cae en un agnosticismo y se establece un orden temporal prescindiendo de Dios exaltando el poderío del hombre. La insensatez del hombre es tal que llega a creerse valer por sí mismo prescindiendo de Dios (El mito de Prometeo). Entre el Reino de Dios y los reinos temporales se establece una franja infranqueable. La hegemonía del orden y poder temporal se alza frente a toda injerencia de la religión.



      
9.       REFLEXIONES ANTE UN NUEVO CAMBIO DE EPOCA

El renacimiento supone la vuelta al mundo clásico la exaltación del hombre en un humanismo que exalta la razón. Es la puerta de entrada a la modernidad, de nuevo el triunfo de la razón y de la creatividad humana. El renacimiento produjo un cambio de cosmovisión respondiendo a una época crítica, primado de la idea, el individuo, la inteligencia, la doctrina. La cosmovisión es crítica. A través de las ideas al mundo. La vida cristiana se amolda a criterios ideales y pragmáticos de prácticas vacías. La religión cae en un perfeccionismo cuyo objetivo es salvarse así mismo.

La exaltación del individuo lleva a un ocultamiento, eclipse de la persona y de la comunión como elemento esencial y constitutivo. Desaparece la vida de comunión y aparece el individuo que se corrige y se perfecciona según el ideal propuesto y enseñado. La realidad se concentra en la elaboración intelectual, y se cree que la vida debe seguir a la idea, al ideal. Se cree que primero debe ser la doctrina y que a la doctrina sigue la práctica. Este principio es falso primero debe ser la experiencia de fe y vida y de ahí la praxis cristiana. Las leyes y las ideas seguirán a la vida. Debería ser al revés, la vida nueva del Resucitado debería producir una nueva cultura y cosmovisión, una nueva cultura, una inteligencia nueva. Sin embargo, se produjo lo contrario. Los cristianos tomaron como criterio el ideal universal y el individuo es revestido de perfección.

Como resumen el modelo de cosmovisión heredado del pasado esta trasnochado. La edad crítica de la razón nos ha llevado a una cultura muerta, de la muerte, no del primado de la vida. El individuo se puso de nuevo en el pedestal, en el epicentro de la modernidad. La cosmovisión de la edad crítica de la razón con el primado de la idea, de la razón, de la estructura intelectual pide ser cambiado. Hoy podíamos decir que asistimos de nuevo a la realidad trágica que ocurrió en otro tiempo en la Iglesia, la descristianización, la secularización. A lo largo de los siglos se ha producido una verdadera sustitución del cristianismo como una experiencia viva de fe a convertirse en una religión. En el pedestal de nuestra Iglesia hemos levantado el pedestal de un dios pagano. Hemos convertido el cristianismo en una religión y hemos tratado de explicarlo con el pensamiento humano.

También el cristianismo y la Iglesia se encuentra ante un gran reto y una gran encrucijada. Necesita un verdadero cambio de paradigma. El Vaticano II supuso un acontecimiento de verdadera renovación. Los modelos cristianos y de vida consagrada y de formación sacerdotal eran caducos y trasnochados.
Nuestra época precisa de una nueva cosmovisión, una cosmovisión menos crítica y más orgánica, volver al primado de la vida nueva de la comunión. Es el Espíritu que nos abre a la comunión como participación de la vida divina. El individuo no tiene acceso a la vida divina sino en participación, en relación. Se trata del paso del individuo a la comunión.




10.   LA CRISIS DEL TIEMPO ACTUAL

La crisis de la postmodernidad de este tercer milenio se debe a varios y complejos factores. Vamos a tratar sólo de apuntar algunos aspectos relevantes.

10.1 Crisis de comprensión vital

Nuestro tiempo vive una crisis de comprensión vital. Vivimos sometidos a gran activismo, en muchos casos por un exceso de trabajo y gran carga de responsabilidad. El trabajo se acumula y las exigencias se hacen cada vez más grandes. Detrás de las tareas aparecen otras nuevas en una carrera que parece no tener fin. Se da una sensación de fatiga y de pérdida de motivaciones. La persona se vuelve escéptica. El impulso ascendente se ralentiza y vivimos sometido a responder a lo inmediato perdiendo profundidad y equilibrio. Se crece en actividad y se decrece en una comprensión más vital fruto de una maduración espiritual

10.2 Crisis de identidad y de sentido

Diríamos que la humanidad está pasando por un desencanto del mundo que la postmodernidad prometía. Vivimos la paradoja de un progreso que ha dejado atrás a gran parte de sectores excluidos y marginados. Crecen las distancias entre países pobres y ricos, desarrollados y desprotegidos. Se vive un fuerte individualismo y desarraigo, crisis de identidad y de sentido. Se tiende a desconectarse del pasado y a vivir el presente respondiendo a lo inmediato. A pesar del gran avance en comunicaciones se vive un mundo en cierta medida desconectado de la realidad. Quedaron atrás las falsas falacias que prometía la ilustración y las lumbreras del llamado siglo de las luces quedaron convertidas en luciérnagas. Vivimos en un tiempo desesperanzado con una fuerte incredulidad frente a todo lo institucional tanto en el plano político como religioso. La globalización nos ha adentrado en un pensamiento débil con falta de juicio crítico y constructivo. La política ha caído en un juego de populismos y nacionalismos y crece el clima de disensión, radicalismos y racismos.

10.3 Crisis de la dejación y el desasimiento

Se acentúa el sentimiento de lo que es caduco y pasajero junto a la vivencia de los límites. La denominamos crisis de la dejación porque supone todo un proceso de desasimiento para quedarse con los valores que perduran. Se hace más perceptible lo pasajero de la vida. Por otra parte, se alcanza una visión de conjunto de las posibilidades reales, la medida de lo que dan de sí las propias capacidades. Al contraste con lo pasajero se hace más relevante lo definitivo, lo duradero, lo eterno. De estas experiencias procede la capacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico entre el conjunto global de la existencia y la relevancia intrínseca de los distintos elementos que la configuran.

En medio de esta crisis somos invitados a una gran transformación. Los moldes y las respuestas que teníamos dejan de ser relevantes. No podemos vivir apegados a nuestros ídolos, sentados sobre nuestros comodines y respondiendo a las expectativas de los otros, no llegaremos a encontrarnos con nosotros mismos. El encuentro con nuestro verdadero ser solo se da desde un camino interior de autenticidad desde el encuentro con el verdadero Dios.



11.   ASPECTOS RELEVANTES DE UNA COSMOVISION NUEVA

Como resumen diríamos que la cosmovisión de la primera iglesia era una cosmovisión no crítica del mundo filosófico de las ideas o ideologías del pasado, sino orgánica, respondía a una experiencia viva con el primado de la vida. Había una simbiosis entre la fe el culto, la liturgia y la vida. La atracción de los primeros cristianos respondía a esta una unidad. Intentaremos ver algunos aspectos que pueden validarlo.

11.1 EL MODELO DE PABLO APÓSTOL DE LOS GENTILES

Vivimos en medio de unos valores paganos, de un nuevo paganismo. Mucho podemos aprender del modelo de Pablo de Tarso. La Iglesia tiene que salir de la auto referencialidad y vivir hacia fuera recuperando la itinerancia y la dimensión misionera. La Iglesia es esencialmente misionera. Si la Iglesia pierde su dimensión misionera pierde su razón de ser.

11,1.1 Vivir descentrados de nosotros.

Aunque no lo conoció históricamente lo conoció en la fe. Toda su vida estuvo centrada en Jesús. El éxito de la obra misionera está precisamente en esta relación con Jesús. No se puede anunciar el Evangelio confiados en nuestra propia sabiduría ni elocuencia. Su obra fue impulsada por el Espíritu Santo. Debemos ser conscientes que no es en nuestras fuerzas que las personas van a aceptar el mensaje de salvación. Tenemos que recordar siempre que quien actúa es el Espíritu Santo. El poder que actúa en nosotros es el mismo que resucitó a Jesús de los muertos y es el único que puede traer la salvación al mundo entero.

11.1.2 Vivir confiando en la fuerza de Dios en medio de nuestra debilidad

Pablo fue testigo del poder de Dios en la debilidad: “Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Co 12:10). Por tanto, mi predicación y mi servicio no es para mí motivo de orgullo. No me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a Dios. Lo ha hecho es por el poder del Espíritu de Dios. Debemos ser humildes en nuestro servicio a Dios, de forma que nuestro único orgullo es sabernos en manos de Dios.

11.1.3 Apertura y dialogo con todos, Inter-religiosidad

La capacidad para identificarse con toda clase de personas se hizo cercano y servidor de todos para acercar a Dios todos. Pablo amaba a los judíos y se identificó todo cuanto pudo con ellos. Nunca llegó a cortar los lazos con el judaísmo. Pero, por otro lado, cuando estaba con los gentiles se adaptaba a ellos sin observar las costumbres judías. Aquel que había sido hebreo de hebreos y fariseo estricto había sufrido una revolución espiritual y era un hombre completamente libre que podía identificarse por amor con las personas más diversas.

11.1.4 Gran esfuerzo por la inculturización

La predicación era el principal medio de comunicación del mensaje que Pablo utilizaba, y siempre se expresaba adaptándose a su auditorio, tanto en el lenguaje que usaba como en los conceptos que expresaba. Se esforzaba en entender la mente de su auditorio y les hablaba de tal manera que le pudieran comprender. Cuando predicaba en las sinagogas judías hablaba como un rabino, usando las Escrituras con absoluta soltura y profundidad. Ante un grupo de filósofos en Atenas, les presentó el evangelio respondiendo a sus necesidades intelectuales y citando a poetas griegos que ellos conocían perfectamente. Pero también podía adaptarse y predicar ante un grupo de paganos ignorantes.

11.1.5 Impulso misionero que le hizo itinerante hasta las periferias

Pablo puede ser considerado el primer gran misionero, su contribución en la difusión del mensaje del Evangelio en toda la cuenca del Mediterráneo, no tiene igual. Su propia vida, de hecho, es un testimonio de la grandeza divina, del poder salvador de la Gracia. Conoció la persecución y el encarcelamiento, por los judíos y los romanos, pero nunca se detuvo, animado por un celo inagotable, por una sed de verdad contagiosa. Su misión lo llevó al martirio, en Roma.

11.2 EL MODELO DE LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA

Los cristianos de los primeros siglos entraron en el mundo cultural no adoptando los patrones y modelos clásicos propios de la filosofía griega, sino teniendo una cosmovisión nueva y original.

11.2.1 Una comunidad centrada en Cristo

La vida cristiana no tiene que ver con un ascetismo o ideal de perfección, con la realización de un ideal perfecto sino desde una vida eucarística y transfigurada en Cristo de una forma eucarística y pascual. Para los cristianos de los primeros siglos la base de la novedad de vida era el mismo Cristo, una experiencia viva de encuentro personal con el Viviente. La proclamación del evangelio era una transmisión viva de fe.

11.2.2 Unidad orgánica entre fe y vida

Esta unidad entre fe y vida era la fuerza integradora. No seguían una ideología, ni una ley, ni un sistema, sino a una persona viva. Esa experiencia personal les movía a propagar la fe no como proselitismo sino como una cuestión de amor. La fe y el amor era el principio de unidad de la persona y del cuerpo de la comunidad. Cristo vivo en medio de ellos. Los cristianos participando en la eucaristía expresan esa unidad orgánica en la comunión, comunión de mundos distintos, de tiempos y modos diferentes de lo humano y lo divino, de lo histórico y lo escatológico. Todo en la realidad de la persona de Cristo.

En los primeros cristianos se da esta unidad orgánica entre la fe y la vida, entre la fe y el anuncio, entre la fe y la liturgia. Era la vida nueva en Cristo, lo que mantenía el vínculo de unidad entre lo humano y lo divino, unidad de la humanidad injertada en el Cuerpo de Cristo.

                               11.2.3 Fortaleciendo los vínculos comunitarios  
             
El individuo pasa de ser un ser aislado a un yo construido a través de las relaciones intra trinitarias. Recibimos una vida que es amor y nos lleva a amar. La experiencia de fe comporta la vida. Somos comunión y existimos para la comunión. Uno se descubre entretejido en un organismo que es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo, la Iglesia es un organismo vivo donde se vive una nueva existencia en Cristo.

Hemos de volver a fortalecer los vínculos empezando por la propia familia y de recuperar el sentido comunitario y el valor de la comunidad. La humanidad ha de concebirse como una gran familia donde se dé un verdadero reparto y distribución de bienes. Los primeros cristianos eran como el alma del mundo y todo lo ponían en común rompiendo las barreras de la marginación y la exclusión. Hemos de promover la integración de los sectores de marginación y exclusión social.

11.2.4 Creciendo en medio de fuerte oposición

El despertar del cristianismo se dio en un contexto de fuerte persecución. El contexto de ataque o persecución que hoy podemos experimentar los cristianos no debe de atemorizarnos, amedrentarnos. Las dificultades que hemos podido experimentar en este tiempo de pandemia y este tiempo de recuperación en este momento de crisis no debe de aislarnos. Este tiempo de dificultad lo debemos vivir como una oportunidad de una iglesia que no se refugia en sí misma. Todo lo contrario, una iglesia en salida que sale al encuentro de la necesidad de los hermanos.

Hemos de volver a recuperar la experiencia de vida y la unidad entre fe y vida. El tiempo que vivimos es de una gran desintegración. Hemos de volver a recuperar el diálogo entre la fe y el mudo, entre la fe y la cultura, pero de forma que no quedemos sumergidos por los valores del mundo.
La causa del ateísmo moderno no hay que ponerla solo en los factores externos sino en los factores internos (Cf GS 19). El atractivo del cristianismo primitivo era el valor testimonial y de atracción: mirar cómo se aman. Las divisiones entre los propios cristianos es un factor que acrecienta la incredulidad.

                               11.2.5 Un camino sinodal

Se ha de promover el camino sinodal en el ser iglesia y dar protagonismo a los laicos como los agentes transformadores de la sociedad comprometiéndose por el compromiso de la justicia, la igualdad, la unidad y la paz. El primer Concilio de Jerusalén es el primero entre “los antiguos consejos pre ecuménicos”, por lo cual es considerado por los católicos y ortodoxos como un prototipo y precursor de los Concilios Ecuménicos posteriores y una parte clave de la ética cristiana.
Desde los primeros momentos de la historia de la Iglesia, con la palabra sínodo son designadas las asambleas eclesiales convocadas en las diócesis para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y bajo la iluminación del Espíritu Santo, aquellas cuestiones de tipo doctrinal, litúrgico o pastoral sobre las que era preciso tomar decisiones. El primer sínodo de Jerusalén abrió un camino para toda la Iglesia al haber defendido desde el primer momento la unidad, apoyándose en la fe y en la caridad. Hoy la Iglesia debe seguir siendo vínculo de unidad entre las distintas culturas y nacionalidades.
La celebración de los sínodos en la Iglesia nos permite elevar la mirada y volver el corazón a nuestros orígenes pues, como nos recuerda la Palabra de Dios, los cristianos, los seguidores de Jesús, eran reconocidos y designados desde los primeros momentos como “los discípulos del camino” (Hch 9, 2). Ellos eran los que, después de escuchar la llamada de Jesús, le seguían porque habían descubierto en Él el verdadero “Camino” y, en el seguimiento, acogían también sus enseñanzas.
En los tiempos del Concilio Vaticano II (1960) se vio la necesidad de una reforma en la iglesia y de una recepción de la modernidad con su perspectiva de libertad, derechos humanos, democracia, libertad religiosa, diálogo con otras Iglesias cristianas y con otras religiones, y así fue posible superar una eclesiología católica conservadora y exclusivista. Hoy, el camino sinodal en la Iglesia promovido por el papa Francisco va a ser una señal de esperanza para otras Iglesias locales, con el fin de que ellas mismas tengan el coraje de seguir adelante en la perspectiva de una Iglesia en salida, en servicio del Evangelio de Jesucristo y de una Iglesia en diálogo con el mundo para promover una convivencia en libertad, paz y justicia.

12.   CONCLUSION

La humanidad ha vivido una serie sucesiva de crisis y de transformaciones, después de un tiempo de una gran crisis surge un período de gran transformación. Precisamente estamos asistiendo a un tiempo de gran transformación.

La humanidad ha pasado por toda una serie de crisis. Las épocas culturales se suceden las unas a las otras tras una cosmovisión orgánica se pasa a una cosmovisión crítica. Cuando se pasa a una nueva cultura no se acepta la anterior y se afirma otra nueva, no valen los moldes antiguos. Hoy se habla de la necesidad de una verdadera Primavera, de un Nuevo Pentecostés de una vuelta a los orígenes. Necesitamos abrirnos al Espíritu de Cristo Resucitado, el que hace todo nuevo, al que hace nuevas todas las cosas. Se precisa un nuevo Pentecostés para pasar a vivir la vida nueva como resucitados en Cristo y guiados por su Espíritu de Amor.

Los cristianos estamos llamados a ser epifanía de una vida nueva cultura, un nuevo orden, una nueva cosmovisión a través de un testimonio de comunión. Se ha perdido algo esencial la comunión y se ha adoptado un modelo pagano que nos ha dejado la secularización. Se necesita volver a la vida en el Espíritu a la cultura nueva, civilización nueva del amor, con el primado de la vida y del amor.

Hemos perdido el sabor a vida nueva, el sabor de comunión, el sabor de una vida cristiana que no son dogmatismos ni moralismos, sino creatividad en el Espíritu, viviendo creaturas nuevas guiados por el Espíritu. El Espíritu es el agente de comunión. La vida nueva de comunión la recibimos del Padre y del Hijo en el Espíritu. La comunión que recibimos de Dios y no es obra ni elaboración nuestra debe extenderse a todas las dimensiones de la vida de la humanidad y del cosmos como un fuego vital a través del Espíritu que nos ha sido dado. Es la hora del Espíritu. Es nuestro tiempo. La celebración de este Pentecostés después de este tiempo de pandemia es una llamada a dejarnos renovar por el Espíritu de Cristo para vivir una vida nueva que atraiga que fascine que seduzca con el amor de Dios a los hombres del mundo de hoy.

Debemos aprender de la historia. En nuestro tiempo las religiones se han convertido en una fuente más de división que de comunión. La religión bajo el fanatismo y la tentación fundamentalista ha absorto la violencia de nuestro tiempo y desarrollado una visión polarizada que divide a la humanidad en una lucha hostil. Personas de todo el mundo están recurriendo al terrorismo de inspiración religiosa. Como resultado, la religión ha estado implicada en algunos de los episodios más oscuros de la historia reciente.  Debemos promover el respeto del diálogo y el entendimiento mutuo. Debemos buscar una y otra vez los principios comunes como fuente de comunión para promover la paz y la unidad en nuestro tiempo presente. Nuestro tiempo atraviesa un tiempo de crisis y esto es cierto, pero al mismo tiempo es una oportunidad para crecer hacia una transformación más profunda. Nuestra gran crisis puede ser al mismo tiempo de buscar nuevos caminos. Si es cierto que este tiempo presente se caracteriza por un tiempo de extraordinarias inventos y progresos en las ciencias al mismo tiempo notamos una crisis espiritual más profunda. En el corazón de tantos logros brillantes de nuestra cultura moderna sentimos una autodestrucción nihilista.

Nunca más debemos repetir los dramáticos acontecimientos de NagasaKy Hyroshima de la guerra mundial. Hitler, Stalin, Sadam Husseim, etc. fueron las grandes sombras de los fanáticos de nuestro tiempo. Debemos evitar todo tipo de fanatisimo, exclusión, terrorismo. El holocausto de Auschwitz, las masacres de Ruanda de Bosnia, el ataque terrorista de las torres gemelas, son las oscuras epifanías de una falta de sentido, de un horizonte y paraíso perdido,  hemos perdido la sagrada inviolabilidad del ser humano.

El documento Gadium y spes del Vaticano II presenta el desequilibrio del mundo moderno: En medio de tantos progresos, el hombre anhela una vida plena y digna de todo ser humano.Mientras tanto, hay una creciente convicción en la capacidad de la humanidad para fortalecer su dominio sobre la humanidad al mismo tiempo hay muchas personas que viven de maneras inhumanas sufriendo injusticias y privaciones de los bienes comunes. Debemos descubrir las luces y las sombras de nuestro mundo moderno, la dicotomía de un mundo que es a la vez poderoso y débil, capaz de hacer grandes cosas y a la vez las cosas horribles. El hombre moderno está creciendo con la conciencia de que las fuerzas que ha desarrollado pueden también llevarlo a destruirse a sí mismo. Este es el gran dilema del mundo moderno. (Vaticano II, GS 8,9)

Hemos de cuestionarnos ¿Por qué surgir del fundamentalismo y los movimientos fanáticos? ¿Por qué la pérdida de credibilidad en las instituciones perennes? ¿Por qué la pérdida de confianza en las religiones cuando parecen ser una fuente de confrontación en lugar de comunión entre nosotros? Al final, las doctrinas y la práctica religiosas tradicionales que en el pasado parecen fuertes parecen ser tan débiles e incluso irrelevantes. En primer lugar, es necesario un autoexamen, una autocrítica en lugar de simplemente “mirar hacia el otro lado". Debemos examinar nuestro propio comportamiento para ser conscientes de lo que estamos viviendo, para reconocer cómo estamos colaborando en esta cultura de división, confrontación, violencia y muerte, para tomar esta conciencia global. La reforma y el cambio debe comenzar desde dentro y hacia fuera. No podemos esperar reformar a los demás hasta que nos hayamos reformado por dentro. Cuando empezamos a cambiar por dentro empieza a cambiar nuestra conciencia nuestra visión del mundo. Empezamos a ser centinelas de un nuevo amanecer.

Necesitamos enfrentar nuestra realidad para descubrir nuestro verdadero ser para ser conscientes de lo que estamos viviendo, para despertar a una conciencia global y para poder sacrificarnos y morir a nuestra pretensión de ser señores y dueños del mundo, para reconocernos siervos y administradores del único Señor y para discernir cuál es la voluntad y la llamada de nuestro Dios. Este tiempo de crisis tan profunda requiere una experiencia trascendente más profunda. Tenemos que explorar otra forma nueva de ser cristianos no tanto de una religión sino de una profunda experiencia religiosa y una profunda transformación humana. Necesitamos una fe más innovadora que iluminará con una nueva luz las realidades del propio mundo. Existe la certeza de que en tiempos de crisis espiritual la humanidad da marcha atrás para buscar las verdades de una manera más profunda.

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, este mundo está perdiendo la fe en Dios y la fe en la Iglesia, muchos se preguntan dónde está Dios en medio de ese mundo y esta pandemia. Dios está vivo está presente en el mundo y en la historia está presente en la Iglesia, en cada uno de nosotros. La Iglesia no es una institución humana, no es obra de los hombres, es obra de Dios es obra del Espíritu. La Iglesia es don de Dios y es misionera. La Iglesia se vive en camino en salida. Hemos de abrirnos a la presencia de Dios en la Iglesia y en el mundo, entrar en su corriente de amor y abrirnos a llevar a cabo so obra de salvación para todos los hombres. El camino a recorrer no es otro que el camino del amor y de la misericordia de Dios. Este es el camino de encontrar a Dios y de encontrarnos a nosotros mismos de vivirnos como verdaderos hermanos miembros de la gran familia de Dios. En la situación de crisis que vivimos Dios nos abre a una gran transformación movidos por el Espíritu Santo. Saldremos de esta crisis con Dios. La Iglesia necesita salir de nosotros mismos y volver a ser la iglesia comunidad, la iglesia misionera en salida abierta al mundo.



PD: Esta reflexión se publicó en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 7 de Junio 2020


BIBLIOGRAFIA BASICA
Arqueología e Historia, El Jesús Histórico, n. 18
Arqueología e Historia, Los primeros cristianos, n. 30
Rainiero Cantalamesa, Los orígenes del Cristianismo
Jean Danielou, los orígenes del cristianismo latino
P. Evdokimov, La teología de la belleza, Paoline, Milán, 1971
Karem Armstrong, The Great Transformation


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