LOS SANTOS DE LA PUERTA DE AL LADO
“Los santos brillarán como estrellas por toda
la eternidad”
Introducción
Escribí hace poco sobre santos del
cielo que había conocido en esta tierra y ayudado tanto como San Juan Pablo II
y la Madre Teresa de Calcuta[1]. Hoy
recogiendo el tiempo que estuve en Salamanca que se alargó por mi operación de
cáncer y mi recuperación quiero escribir de esos “santos de la puerta de al
lado” que aunque no hayan subido a los altares han dejado una profunda huella
en su paso por esta tierra. Se trata de sacerdotes charros de mi tierra de Salamanca
que Dios me ha permitido conocer en medio de mi enfermedad y recuperación.
El primero el
sacerdote Marcelino Legido, párroco del Cubo de Don Sancho, que conocí a través de Chema sacerdote que
trabaja en la Residencia de San Rafael y que compartió 25 años con él como
párroco de su pueblo y al que le debe el despertar de su vocación.
El segundo
Antonio Romo del Puente del ladrillo.
Lo conocí personalmente cuando estaba en el hospital Universitario de la Virgen
de la Vega en el postoperatorio después de la operación del cáncer. Estaba en
la pastoral del alivio visitando a los enfermos un año antes de su muerte.
Ambos nos conocíamos de oídas porque tanto él como yo estuvimos en la comunidad
misionera “Verbum Dei”, aunque no coincidiéramos. Fui a su funeral en la
parroquia de “Puente Ladrillo” y allí me encontré con otro sacerdote Paco
Buitrago, su compañero del alma, también antiguo misionero del “Verbum Dei” que
allí conocí. Me habían hablado mucho y muy bien de él y tuve la suerte de
compartir con él en el último tramo en esta vida hacia la casa del Padre. Cuando
conocí la Parroquia de “Puente Ladrillo” me recordó mucho a nuestras capillas en
las villas miseria de Buenos Aires. Sintonizaba plenamente en su opción por los
pobres y en su vivencia del evangelio al desnudo.
El tercero Juanjo
de Villares que conocí a
través de Poli que compartió con él y de Puerto una joven artista que lo conoció en vida y que la marco tanto,
con la que tuve la suerte de compartir en Salamanca. El también, aunque cura
diocesano estuvo de misionero compartiendo el evangelio y dejó una profunda
huella en los jóvenes. Dios se lo llevó muy joven para entrar a participar
plenamente de su Reino.
Por último, el
padre Antonio Montilla que como él
dice pertenecemos al “club del cangrejo” pues tuvo un cáncer maligno como yo.
Este último no ha muerto sigue vivo y coleando después de todo. A el lo conocí
como coadjutor párroco de la parroquia de San Sebastián, al lado de la
catedral, la antigua parroquia de mi madre y mi tía. Pertenece al “team”
de los encargados de la unidad pastoral del centro histórico junto con los
otros sacerdotes Poli y Fernando y que fueron mi sostén de apoyo mientras estuve
en Salamanca.
Pastores con olor
a oveja y a santidad. Estos pastores
que vamos a presentar podían ser retratados como “pastores con olor a oveja”
por ser pastores de su pueblo y “pastores con olor a santidad” por la
santidad de sus vidas. Vendrían a ser los que el Papa Francisco “los santos
de la puerta de al lado”.
La santidad, hoy, parece una cosa
trasnochada pasada de moda ni forma ya parte del vulgar abecedario de nuestro
mundo secularizado. A muchos les suena a “músicas celestiales”. Lo cierto
es que todos estamos llamados a esta plenitud de vida, que todos estamos
llamados a ser santos.
Sin abrirse a esta trascendencia de
eternidad la vida pierde su sabor su horizonte y su sentido. Como un antiguo
dicho: “¿En qué me ocupo en que me afano?, loco debo de ser si no soy santo”.
Todos buscamos la
felicidad, pero una felicidad pasajera barata y
descafeinada abocados a los placeres de este mundo y pronto nos quedamos vacíos
y defraudados por proyectos de poca monta. A veces nos creemos que la santidad
es para seres privilegiados dotados de “superhombres dotados de poderes
divinos” lo que no nos imaginamos es que Dios la promete a los pobres y sencillos.
“Te doy gracias, Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y
entendidos y se lo has revelado a los sencillos…aprended de mí que soy humilde
y sencillo de corazón y encontrareis descanso, porque mi yugo es suave y mi
carga ligera” (Mt 11, 24-30).
La santidad no es otra cosa que la
imitación de Cristo. Seguir a Cristo, vivir con Cristo no es difícil, lo que es
insoportable es una vida sin Cristo condenada al sinsentido y la desesperanza.
La vida se hace fácil. Incluso las pruebas dificultades y sufrimientos de la
vida, ”cruces las llama él”, se convierten en oportunidades para
experimentar que él las carga con nosotros. Su cruz, la que lleva el con
nosotros, no es una “carga pesada e insoportable” porque el peso lo lleva el. “El
tomo sobre si nuestras debilidades y cargo con nuestras enfermedades” (Mt
8,17).
¿Quiénes son
estos “santos de la vida cotidiana”
El Papa Francisco introdujo este
término en su encíclica Gaudete et Exsultate, sobre la llamada a la
santidad en el mundo actual. El Papa Francisco quiere dejar bien claro que no
quería hablarnos sólo de los beatificados o canonizados, sino de todos aquellos
que participan de la santidad del Pueblo de Dios: “Me gusta ver la santidad
en el pueblo, testigos de un Dios paciente y misericordioso: la santidad
que veo en los sacerdotes que no se hacen ver pero que trabajan en sus lugares
con amor a la gente, padres o madres de familia que crían con tanto amor a sus
hijos, tantos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en
los enfermos que rezan y ofrecen sus sufrimientos, en las religiosas ancianas
que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la
santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta
de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la
presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad”
(GE n. 7).
La llamada a la santidad, para el Papa
Francisco, abarca a todo el pueblo de Dios peregrino en esta tierra y que
caminan a nuestro lado. En su gran mayoría ellos ni son reconocidos
oficialmente por la Iglesia, ni nunca lo serán; porque son tantos, tan
distintos, y sobre todo tan desconocidos, que nunca nadie iniciará para ellos
un proceso para que sean, como antaño se decía, “elevados a los altares”.
“Los santos de la
puerta de al lado”, tienen mucho
que ver con una legendaria anécdota que se le atribuye al escritor inglés
Gilbert Chesterton. De él se dice que tras su conversión al catolicismo alguien
le pregunto cuáles eran los santos a los que tenía más devoción, ya que eso de
la devoción de los santos es poco común en la espiritualidad de los
protestantes. Dicen que Chesterton contestó con gran seguridad y aplomo: “los
santos del lunes”. ¿Y quienes son esos santos? Le preguntaron. Los santos del
lunes, contestó, son aquellos que todos los lunes se levantan temprano para
coger el tren e ir al trabajo, que vuelven a su casa todas las tardes tras
haberse ganado el sustento de su familia, y que vuelven a hacer lo mismo el
resto de los días de la semana”.
La llamada
universal a la santidad. Esta
proposición se acuño en el Vaticano II como una invitación a la santidad de
todo el pueblo de Dios. “La santidad” no es algo para unos pocos, “élite de
elegidos”, no es una cuestión inalcanzable, es una invitación a todos, a todo
el pueblo de Dios. La primera llamada es que la santidad tiene que ver contigo.
Tú estás llamado a la santidad y no estamos
para otra cosa”. Tenemos toda una nube de santos que nos han precedido a los
que pedimos intercesión. San Francisco de Asís, San Ignacio, Santa Teresa, Santa
Edith Stein o San Juan Pablo II son algunos de ellos. Pero hay más santos
de los que han subido a los altares, la llamada a la santidad no está
reservada a unos pocos es para todos y sorprende ver otros santos quizás
anónimos los denominados “santos de la puerta de al lado”. Nosotros vamos a dar
algunos nombres para que nos resulten más familiares y cercanos.
El Papa casi pone nombres y
apellidos y casi pone rostros a estos “santos de la puerta de al lado”. Es decir,
acerca su figura y vida a los fieles de hoy porque “ellos pueden ser
unos magníficos compañeros de camino e intercesores en el camino de la fe”.
En esta tierra
somos todos peregrinos hacia la
ciudadanía del cielo. Muchas veces Dios nos coloca de forma inesperada personas
que nos inspiran en nuestra peregrinación. A veces los tesoros de nuestra
propia tierra los desconocemos y nos preguntamos ¿Puede salir de esta tierra
algo bueno? Pues sí, estas son verdaderas joyas, tesoros, que pertenecen
al Patrimonio no sólo de esta tierra Salmantina sino al mundo entero. No
son estrellas fugaces como los de las revistas que hoy aparecen y mañana
desaparecen.
A veces es difícil reconocer que, en
nuestra propia tierra, al lado nuestro se encuentran esos santos de la puerta
de al lado. Para muchos no pasaron desapercibidos, pero quizás para la gran
mayoría, fuera de nuestra tierra son personajes desconocidos porque caminaron “a
pie descalzo”, pero sus vidas brillarán por siempre para toda la eternidad. Sus
vidas son un impulso estimulante hacia el cielo. Son como flores que
esparcieron su aroma en esta tierra pero que ahora lo despliegan por toda la
eternidad.
A veces estamos tan preocupados,
ocupados y distraídos por nuestro bienestar por lo que sale a relucir en los
medios y las revistas que nos olvidamos de lo esencial eterno y definitivo.
Estas personas nos levantan el horizonte hacia arriba, hacia el más allá, hacia
el horizonte grande y abierto del cielo. Que bien nos hace ver el testimonio de
estas personas que nos hacen trascender nuestra “pequeña realidad de burbuja”
en la que generalmente vivimos y nos levantan la mirada para poner nuestros
ojos fijos en él, el que completa y culmina nuestra fe. No creemos en creencias
o ideologías creemos en un Dios que está vivo guiando la historia. Creemos que
los que creen en El vivirán para siempre.
En este pequeño artículo quiero dar
nombre a algunos de los santos de la puerta de al lado “sin nombre” por no
haber sido nombrados o recordados. Quiero hacerles un reconocido tributo. Por
eso me voy ahora a centrar en tres curillas charros que han dejado sus huellas
con nosotros en su ser para la eternidad. Estos amigos y compañeros de esta
tierra no pertenecen a unos personajes del pasado, están vivos participando de
la vida en abundancia y alentando nos a vivir con una esperanza cierta en la
resurrección.
1. MARCELINO LEGIDO, UN CURA POBRE QUE A TODOS
NOS ENRIQUECE[2]
Hablar de Marcelino es una labor muy
complicada, por intentar transmitir algo tan grande como su vivencia mística,
su capacidad intelectual, de discernimiento histórico, de exégesis, de vida de
oración, de promoción de los pobres, de acompañamiento a otros sacerdotes, de
inspirador de la Iglesia en Castilla, etc., todo eso en una persona muy
sencilla, todo eso metido en un simple cura de pueblo. Porque en realidad no
era otra cosa, un cura, con lo bueno y lo bajo que significa esta palabra en
unos pueblos “perdidos de la mano de Dios”; en las periferias de la España
rural, donde, según decía Julián Gómez del Castillo, buen amigo de Marcelino, “solo
se puede enterrar a los muertos”. San Francisco de Asís y a En lo que ahora,
que es moda, llaman “España vaciada”, allí donde sólo iban destinados los curas
novatos o los castigados, él quiso entregar voluntariamente su vida, dejando
atrás no sólo una brillante carrera universitaria, sino dos: una civil, en
Filosofía, y otra eclesiástica, en exégesis y Teología.
¿Cómo contar el testimonio de pobreza
de Marcelino? Él mismo nos da la pista. En las conversaciones con él siempre
salían a colación las “florecillas”; que contaba, florecillas que, como sabéis,
suelen referirse a los sucesos de la vida de los santos como Francisco de Asís,
Domingo, Ignacio, Teresa, o su paisano Juan de la Cruz, a los que trataba de
tú. Nos contaba también florecillas de “los santos de la puerta de al
lado”, de la gente de sus pueblos, para hacernos descubrir que en ellos están
la sabiduría y la santidad de Dios. Como esa anciana de Peralejos que entró a
la sacristía a preguntarle muy apurada: “D. Marcelino, ¿no será una blasfemia
que yo piense la Trinidad vive dentro de mí?”, o esa otra que, viendo “el icono
de Rublev” sobre la alacena, le dijo: “Y esta gentecilla, ¿qué hacen aquí
sentados?”. Y Marcelino se reía a carcajadas diciendo: “Veis, en estas
florecillas los pobres nos enseñan que entienden mejor que nosotros el misterio
de Dios, ¡la Trinidad una gentecilla!… si es que es una gentecilla que nos ama
y vive en nosotros”.
Pues, entonces,
contemos florecillas que nos desvelen cómo Marcelino vivió la pobreza
de su Señor. Porque de eso se trata, de que, a base de ahondar y contemplar
mucho el misterio de Cristo en las Escrituras, especialmente en los evangelios
y las cartas de Pablo, especialmente en los himnos cristológicos y, sobre todo,
en el de Filipenses (Fil 2, 6-11), Marcelino se fue dejando despojar de sí
mismo, cada vez más hondo en la espesura, en el seguimiento de su Señor. Su
pobreza no es un moralismo, ni la ideología de ir a los pobres, que incluso
entonces fue también una moda y hasta una excusa que ocultaba pretensiones políticas,
sino la pobreza misma de Jesús que el Espíritu Santo en el Vaticano II (LG 8)
pide a su Iglesia y, de modo particular, a los que hemos sido llamados al
ministerio apostólico: hacer “como Cristo, que se ha hecho pobre para
enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9). Sí, con su pobreza.
Por eso, cuando marchó a estudiar a
Alemania, a estudiar las fraternidades de Pablo, nos contaba un día que le
costaba explicar su propuesta de tesis a los grandes profesores alemanes, hasta
que se dio cuenta de que él mismo estaba poniendo por escrito su propia
experiencia: “celebrar la eucaristía con un grupo de trabajadores inmigrantes
en un garaje, la iglesia como pequeña fraternidad que se reúne en los márgenes
de la historia”, y eso difícilmente podía entenderlo quien celebraba en la
típica iglesia rica, como lo eran las parroquias de sus profesores. El “puesto
en la vida” junto a los pobres marcaba su acercamiento a la Escritura, también
como investigador de primer nivel.
Cuando vuelve a Salamanca y decide
dejar la universidad para ir a los pueblos, sorprende por muchas cosas, entre
otras por negarse a cobrar estipendios. Entonces un cura vecino le visita y le
aconseja que eso no debe ser así, que el sacerdote necesita su manutención, que
él es muy joven y ya lo entenderá… Entonces Marcelino argumenta con el
Evangelio: “Si el Padre cuida de los pájaros que ni siembran, ni siegan…”Y su
compañero le dice: “Ya Marcelino, por eso los pajarillos tienen las patas tan
flacas”. Y Marcelino nos lo contaba riéndose, sin rencor ni reproche a quien
cobre estipendios. Decía: “Si ese hermano tiene razón, tienen las patas muy
flacas”. Y con verle a él, todo delgadez, a quien sobraba la ropa por todos los
lados, comprendías que sí, que la pobreza adelgaza, que le iba a ir consumiendo
como al Señor crucificado.
Y ese mismo cariño mostraba a otras
corrientes u opciones eclesiales. Sin que se le oyera una crítica a nadie,
sacando lo bueno de todos. Como cuando los seminaristas criticábamos el “sacramentalismo”
y él nos contó una florecilla de un supernumerario del Opus Dei que le llamó
para que mirará en los libros parroquiales si había recibido o no la Confirmación,
porque si era que no pensaba confirmarse. Y Marcelino nos dijo: “Veis, ya
quisiéramos nosotros tener algo del amor a la gracia sacramental de este
hermano del Opus Dei”. Y no podemos olvidar lo del nosotros, ya que ha
salido ahora, en su manera de hablar, eso es una pobreza muy fuerte. Porque te
acostumbrabas a oírle “nosotros”; y siempre pensabas en más gente: “nos y otros”,
según significa la palabra. Hasta que te dabas cuenta que era así como
sustituía el YO, que la mayoría de las veces estaba diciendo “nosotros pensamos”,
“nosotros hacemos”, “a nosotros nos pasa”, etc. para hablar de su vivencia
particular. Todo lo contrario, a un plural mayestático, ya que conseguía que
pensaras en otros cuando te hablaba de sí mismo.
En definitiva, que se fue al Campo
Charro a entregarse a la promoción de los pobres anunciándoles el Evangelio. Y
creo que nadie como sus vecinos y hermanos de fraternidad puede contarnos cómo
vivió la pobreza. Los mismos cristianos de El Cubo de Don Sancho, que le
tuvieron de cura 25 años han contado en un testimonio cómo vieron y recuerdan a
“nuestro muy querido sacerdote y hermano”. Ellos ven su pobreza como una
vivencia de la triple comunión que él les enseñaba a vivir: comunión de bienes,
comunión de dones y comunión de vida. Comunión de bienes, por la gratuidad en
el anuncio del Evangelio, entregando a la comunidad lo que percibía por su
ministerio, y sustentándose de su trabajo como traductor de libros del alemán
(como había hecho Pablo tejiendo tiendas de campaña). Y, cuando se retiró a
Alba de Tormes, trabajando en el taller de impresión de las benedictinas.
De esta forma de vida y de su porte de
pobre campesino creo que todos tenemos alguna noticia, muchas veces con una
nota de humor, como cuando en el camino entre un pueblo y otro una vaquilla
brava le dio un revolcón al cruzar una dehesa. O esa vez que le encargaron una
conferencia en los salesianos de Madrid y el amigo que le había invitado se
sorprendió de que llegaba tarde, “¡con lo puntual que siempre es Marcelino!”, y
cuando salió a la portería a preguntar si había llegado lo encontró allí
sentado en el banco de la entrada; y el portero le dijo que le había mandado
esperar porque creía que era un pobre que venía a pedir, y le había dicho que
el director estaba muy ocupado con un conferenciante muy importante que iba a
venir de Salamanca. Y allí Marcelino callado sin exigir sus derechos de “ponente
estrella”. Parece que esto no le hacía pasar vergüenza, más bien al contrario,
le avergonzaba cuando tenía que aceptar algún privilegio. Una vez nos contaba a
los seminaristas que “la humildad era vivir en verdad” y que para él la mayor
prueba era que, cuando en las convivencias con los jóvenes de los pueblos tenía
que comer dos manzanas, mandado por el médico por su mal de estómago, se
avergonzaba de que a los demás no les tocaba el mismo postre. Con entrañas de
misericordia para entender a los jóvenes, entregados a la fiesta, el consumo,
la bebida…, de ellos nos decía que buscan “la alegría” para la que estamos
creados, pero en un camino equivocado. Marcelino pasaba esas noches que ellos
estaban de juerga rezando en la iglesia y cuando, al amanecer, volvía a casa y
los veía tirados en la plaza con su borrachera, se le conmovían las entrañas y comprendía
cómo es de grande la misericordia de Dios, para después explicarnos a todos la
parábola del hijo que se marchó.
Poniendo también a los pequeños en primer
lugar en la mesa de la fraternidad. Algunos muy recordados, como Balta, el
hermano alcoholizado que vivía en una “casetucha” fuera del pueblo, al que Marcelino
visitaba, hasta llegaba a fumar con él “y eso que no sabe fumar” decía Balta,
que fue acogido por los jóvenes y se fue recuperando, y participaba de la
Eucaristía y en mitad de la misa interrumpía para hablar de “lo mal que canta
usted D. Marcelino” o de sus experiencias en la legión. O Tina, la hermana con
una discapacidad intelectual que llevaba la Palabra a los enfermos y les
cantaba una canción. Todos tenían su lugar de preferencia en la mesa, hasta
llegar a sentarlos en la presidencia junto a un obispo y su consejo episcopal.
Y con los pobres, alentando las luchas
del pueblo en esos años de transición a la democracia por conseguir un
Ayuntamiento más de todos, con unas elecciones primarias hechas por la gente
antes de que los partidos impusieran sus candidaturas.
La lucha por la escuela, creando una
escuela autogestionaria para que los niños de 5º a 8º no tuvieran que
desplazarse en autobús a la cabecera de comarca, después de un trágico
accidente con varios muertos.
Y la lucha por la tierra, defendiendo
a los campesinos que labraban los terrenos del latifundio, aunque el mismo
obispo presidiera el patronato propietario de ellos. Unas luchas en las que el
pueblo organizado logró mantener la escuela y las tierras a base de cortar carreteras,
salir en los medios… Recuerdo que conocí en Perú al que en esos años era
gobernador civil de Salamanca y él, sin sospechar que los que estábamos en la
mesa éramos amigos de Marcelino, nos contaba los quebraderos de cabeza que le
había dado “ese Jomeini” que el obispo tenía en el Campo Charro, y al que el
obispo respetaba tanto que no quería cambiarlo de esas parroquias.
Ciertamente tres años de gran
agitación, aunque los mismos paisanos que lo protagonizaron con Marcelino
reconocen que, mientras Marcelino los alentaba para “hacer del mundo una mesa
compartida”, ellos no querían más que tener a sus hijos cerca, o seguir
labrando cada uno su propia tierra, algo que ya entonces asumió Marcelino autocríticamente,
al descubrir que debía buscar más que “abrir los ojos” (concienciar para la
justicia) y “abrir las manos”; (alentar las luchas), “abrir el corazón” a la
gracia del encuentro con Jesús, el único que cambia a los hombres. Un grupo de
seminaristas de Valladolid tuvimos el regalo de escucharle esta autocrítica a
principios de los noventa en unas jornadas en el Cubo de don Sancho. Revisaba
en esos días su camino con los jóvenes, la siempre difícil pastoral juvenil,
nos sorprendió esta lectura crítica con una historia que para otros había sido
ejemplar. Sin echar la culpa a la secularización, ni al obispo, a la
indiferencia o al consumismo. Sino ahondando críticamente en su propio camino.
Una forma muy radical de pobreza y desprendimiento de sí mismo.
Y sin complacencia tampoco con los
pobres, ese peloteo fácil que ahora está de moda en forma de populismos. Ya
hemos visto cómo los mismos protagonistas reconocen que Marcelino los quería
llevar más allá en sus luchas y en la “escuela de la justicia”. Esto le supuso
que alguno hasta le echara de su casa, como aquellos pastores que vivían en
mitad de una finca y a los que él visitaba, hasta que un día le dijeron: “si
usted sigue sin querer buscar un trabajo para nuestro hijo en Salamanca mejor
que deje de venir a vernos”. Y es que buscar la sombra del cura ha sido siempre
camino para encontrar una recomendación y prosperar en la vida.
Lo que llevaba a Marcelino a entender
muy bien la crisis de Galilea, cuando Jesús se pone “contra los pobres en favor
de la justicia del Reino” y estos, escandalizados por la gratuidad del Amor, lo
abandonan: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Un abandono que iría marcando
también la vida de Marcelino. Adentrándose en el despojo de su Señor, en el
abismo de la cruz cuando se atreve a no dar los sacramentos más que a quienes
estén verdaderamente preparados, en contra de la práctica de su obispo y de lo
que hacemos todos los demás. Y entrando en una hondura evangélica que le va
haciendo incómodo también para las posturas ideológicas, o eclesiásticas, o
como queráis llamarlo… de quienes en otros momentos fueron sus compañeros de camino.
Un despojo de los bienes, de los
dones, de la vida… que encuentra su extremo en la enfermedad y, para colmo, una
enfermedad mental. “Perdió la cabeza” nos dicen los hermanos de El Cubo.
Recuerdo una conversación sobre ello en una noche de ejercicios. Un cura mayor
de Palencia, que siempre se sentaba en primera fila con su sotana y siempre intervenía
cortando los diálogos con sugerencias sobre las rúbricas en la misa de la
tarde, le dijo en esa ocasión: “Sabe D. Marcelino, este año estuve muy malo con
depresión. ¡Hay que ver lo mal que se pasa! Me han dicho que usted también
tiene depresiones”. Y Marcelino, visiblemente incómodo, todo colorado, le dijo:
“Si hermano, somos muy débiles, y a veces se nos caen las orejas, aunque
queramos tener nuestra confianza en el Señor”. Precisamente se le concede como
noche oscura una enfermedad que es un desprestigio. Hoy, a quienes “luchan”
contra el cáncer la sociedad, les denomina “héroes”, mientras que los enfermos mentales
son invisibles para el sistema sanitario y social, la mayoría desatendidos. Y
resulta fácil, tapar la boca a cualquiera diciendo: “Como pienses así te vas a
volver loco como Marcelino”. A mí me lo han dicho, hasta gente antaño muy
cercana a él. Un misterio de “noche oscura” que en su tiempo dará su fruto. Y
que marcó sus últimos veinte años. Esta enfermedad forzó primero a que tuviera
que salir de los pueblos y a que, en poco tiempo se desmantelara su labor
parroquial. Algo que, por otra parte, es muy frecuente en cualquier cambio de
párroco. Así quedó retirado y sin poder recibir visitas en las benedictinas de
Alba, o en su pueblo de San Esteban (Ávila), en Medina del Campo (Valladolid).
Temporadas largas sin poder presidir
la Eucaristía, ni siquiera concelebrar, atormentado por los escrúpulos.
Capellán por un tiempo en las carmelitas de Cabrerizos (Salamanca). Deseando
retirarse como un pobre más al Cotolengo de las Urdes. Y terminando sus días,
sin quererlo, en la residencia sacerdotal de Salamanca: “otro te ceñirá y te
llevará a donde no quieras” (Jn 21, 18-19). Enterrado como el grano de trigo
para dar fruto cuando el Señor lo disponga. Esperemos que no tengan que pasar
cuatro siglos para su reconocimiento en España como con san Juan de Ávila.
Y con esta florecilla termino, sucedió
en Granada, cuando Marcelino bajó a la ordenación de nuestro hermano Mario
Picazo y pidió que le llevaran a ver la tumba de Juan de Dios. Allí la guía que
lo explicaba, sin saber quién tenía delante, dijo: “San Juan de Dios era un
pobre, tan pobre como ese cura de Salamanca que se llama Marcelino Legido”. Y
allí Marcelino, en medio del grupo de amigos, callado, mirando al suelo, más colorado
que un tomate. Pues sí, un pobre que con su pobreza ha enriquecido a muchos. Entre
ellos creo que a buena parte de los presentes.
2. EL PADRE ANTONIO ROMO
Una noticia nos sorprendió a todos los
salmantinos: Antonio Romo Pedraz, histórico párroco del barrio salmantino de
Puente Ladrillo, ha fallecido este jueves en la capital charra a los 83 años. Antonio
Romo recibió en el año 2001 la Medalla de Oro de la ciudad de Salamanca por su
entrega a los más desfavorecidos, en 2014 el Premio Castilla y León de
Valores Humanos y en 2016 la Medalla de Oro la Provincia. Antonio
Romo fue un “pastor con olor a oveja” que trabajó con los más pobres, con una
vida ejemplar de entrega a los más pobres y marginados de la sociedad. Fue un
ejemplo de solidaridad y honradez y se convirtió en uno de los personajes
más queridos y respetados de la sociedad salmantina. El cuerpo del padre
Antonio Romo se encuentra en la sala 12 del Tanatorio San Carlos de
Salamanca donde está siendo despedido por sus familiares y amigos. Su
funeral tendrá lugar este viernes a las 16:30 horas en su querida iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción de Puente Ladrillo.[3]
Antonio Romo nació en Aldealengua en
1939. Estudió bachillerato y Teología en Salamanca se ordenó sacerdote en
marzo de 1964. Durante diez años ejerció de párroco en varias localidades de la
comarca de Las Villas entre las que se encontraba San Morales. Luego fue
misionero en Madrid, Bilbao y Valladolid.
También estuvo en el Seminario de
Calatrava durante cinco años, antes de recibir la parroquia Nuestra Señora de
la Asunción de Puente Ladrillo, donde destacó por sus atenciones e iniciativas
hacia los marginados. Estuvo vinculado al barrio de Puente Ladrillo durante más
de 20 años y también ejerció como capellán del Hospital de
Salamanca. Desde hace algunos años su estado de salud empeoró notablemente
y residía en su localidad natal, Aldealengua, junto a su hermana Carmina.
Excluidos sociales, excarcelados,
inmigrantes, adictos y personas en situaciones de dificultad recibieron la
atención del padre Antonio Romo desde los despachos parroquiales, sus
locales e incluso su propia vivienda, que siempre ha estado abierta para todo
el mundo. Entre los proyectos que puso en marcha se encontraba la casa de
acogida, la Escuela de Pastores y de la cooperativa Puentesan, nacida de la
Asociación Puente Vida y que elabora un queso con fines solidarios bajo el
sello Mil Caminos.
En 2015, con 75 años, Antonio
Romo alcanzó su jubilación y dejó la parroquia de Puente Ladrillo al
igual que su inseparable amigo y compañero Paco Buitrago. El sacerdote pasó a
ocuparse de la administración parroquial de Arabayona de Mógica. Además, y
hasta que su salud se lo permitió, siguió con los proyectos que mantenía de
forma paralela a la parroquia con personas inmigrantes. “Yo no puedo dejar de
trabajar aunque cumpla 75 años y ahora estaré en Arabayona pero voy a seguir
con todo el trabajo que tenemos con los chicos en Puente Ladrillo”,
confesaba el sacerdote el día de su despedida del barrio al que dedicó una
parte muy importante de su vida. “Voy a tener más trabajo de jubilado que en el
periodo normal”, manifestaba con sorna en aquel momento.
Así lo comunicó la Diócesis de
Salamanca: Antonio Romo y Paco Buitrago dejarán la parroquia de Puente Ladrillo
en septiembre El sacerdote, que cuenta con la Medalla de Oro de Salamanca, se
ocupará de Arabayona de Mógica tras su jubilación.
El comunicado decía que el
sacerdote seguiría con los proyectos que mantiene de forma paralela a la parroquia
con los trabajos de agricultura y ganadería que trabaja con personas inmigrantes.
“Yo no puedo dejar de trabajar aunque cumpla 75 años y ahora estaré en
Arabayona pero voy a seguir con todo el trabajo que tenemos con los chicos en Puente
Ladrillo”, confesaba el sacerdote quien se ha convertido en toda una institución
desde que convirtió el barrio en un icono de convivencia intercultural. “Ahora
es una época con mucho trabajo con los quesos y la cosecha aún no me ha dado
tiempo a pensar en ello”, manifiesta Romo sobre su próximo destino. “Voy a
tener más trabajo de jubilado que en el periodo normal” manifiesta jocosamente
el entrañable sacerdote.
3. JUANJO DE VILLARES
Juan José Rodríguez, cura párroco de Ahigal de los Aceiteros y la Redonda. Llamado “apóstol del campo charro”, “apóstol de la caridad”, “mártir del amor”, “sembrador infatigable”, supo sembrarse, ser fuerte ante las fuertes inclemencias hasta morir y enterrarse en el surco del dolor para fructificar en la viña del Señor. Fue asesinado a los 43 años, el 23 de febrero del 2003. Fue un cura entregado al servicio de los más pobres.
Su pequeña biografía: Nació en Salamanca, de orígenes muy
humildes, después de estudiar Bachillerato, pasó al Seminario Diocesano, se fue
a las misiones de Brasil y cuando regresó le nombraron cura párroco de Ahigal. El
paso por Brasil estuvo marcado por la prueba, la dificultad, la enfermedad. Esto hizo de él una persona
curtida y todavía más, volcada con las personas más necesitadas.
Ni la gimnasia, ni el deporte, fueron
su fuerte en el bachillerato que realizó en los Salesianos, pero ya entonces,
mostró una paciencia y comprensión infinita a los que se reían de él. Juan José, cuyo cadáver apareció ayer después
de varios días en paradero desconocido y buscado intensamente por sus amigos,
nació en Salamanca, aunque toda su familia procedía de Villares de Yeltes. Su
madre también murió en trágicas circunstancias, así que su hermano y él fueron
criados por su padre.
Juan José fue, en general, un buen
estudiante. Se les recuerda con mejores aptitudes para las letras que para las
ciencias y siempre como excelente compañero de clase. Una vez terminado el COU,
ingresó en el seminario diocesano de Salamanca.
Después de su ordenación de sacerdote
estuvo en Brasil de dónde salió apresuradamente después de recibir reiteradas
amenazas que en el caso de algunos compañeros y personas cercanas se
convirtieron en agresiones y crímenes.
En la actualidad era párroco de Ahigal
de los aceiteros. Lo relataba hace poco cuando se reunió con sus antiguos
compañeros del Colegio de María Auxiliadora con motivo de las bodas de plata de
la promoción.
Juan José era muy diferente, curtido
con los ojos de haber visto más que todos sus compañeros juntos en su vocación
de servicio a los demás. Esto le llevó a utilizar un pequeño terreno que poseía
en Villares de Yeltes, denominado "el lugar de Jesús", como lugar de acogida de personas excluidas y de
entretenimiento para niños, .[4]
Sus rasgos peculiares: Recojo algunas notas del libro de su tía Sor Matilde de Inés Vicente, “Semillas de vida”.
Juanjo
de Villares, maduró en pocos años y cumplió por mucho tiempo. “No dejemos
que todas esas situaciones adversas que vivimos nos hundan. A pesar que muchos
se empeñen en pintarnos de negro la vida, tenemos motivos suficientes para ser
mensajeros de luz y de esperanza. Tenemos un Salvador que ha venido a salvarnos
y ha cancelado toda condena. El camina a nuestro lado.
Sembrar:
sembrador de amor, de fe y esperanza. Sembrador de lo imposible, sembró la
simiente del evangelio hecho vida, sembró el insignificante grano en el pequeño
surco del derroche en las heridas abiertas con su sudor y su sangre vertida en
el camino. Supo perseverar creyendo esperando creyendo y venciendo la
desesperanza con la confianza de quien daría crecimiento y cumplimiento a su
obra con una total entrega a la voluntad de Dios.
Evangelizar:
sintió la urgencia de evangelizar, de anunciar, de cultivar, la semilla del
Evangelio plantada en los corazones, formando y educando a los más pequeños y a
los más pobres. “Jesús es nuestro maestro y nos enseña a valorar lo pequeño lo
sencillo lo ordinario de la vida para hacerlo grande ocasión para vivir el
Evangelio superando todas las pruebas que surgen cada día. Dios eligió lo pobre
lo insignificante para hacer cosas grandes”.
Hermano
de todos: Se consideró el hermano menor, el hermano pequeño de Jesús, el
que tomó la condición de siervo y se puso al servicio de los más pequeños, de
los últimos, de los más vulnerables. “A ellos hemos de entregarnos en primer
lugar los pobres y los indefensos. Ellos nos hacen caer en la cuenta del caminar
de Dios en medio de esta humanidad. Todos los gestos pequeños de amor, de
servicio, de anuncio, de lucha contra el mal, son gérmenes del Reino. Todos los
esfuerzos que hacen acanzar esta marcha hacia la fraternidad son germen del Reino,
de la nueva humanidad que camina hacia la aurora de la plena manifestación de
los hijos de Dios. Jesús nos invita a compartir la vida y vivir en fraternidad
como los primeros cristianos que tenían un solo corazón y una sola alma”.
Apóstol
de la caridad: Quiso amar con el mismo amor de Cristo. “El verdadero amor
de Jesús es sin medida, se arrodilla hasta gastarse por el otro y servirlo. Parecerse
a Jesús es aprender a ser misericordiosos, a salir de nosotros mismos y de
comprender y compadecerse por el dolor del prójimo”. Vivía todo lo que decía y
lo ponía en práctica porque estaba enamorado de Jesús y de los hermanos más
pequeños. “Jesús extiende sus manos y sus brazos para cogernos y reunirnos en
la unidad como una gran familia de hermanos”.
Mártir
de la caridad. Murió como murió Jesús. “Nada hay más bello y con más
sentido que morir por la misma causa por la que Jesús vivió y murió”. El
marroquí que lo mató confesó: “estoy arrepentido de haber matado a uno de los
hombres más buenos del mundo”. El está en la lista de los elegidos de Dios, de
esos “Santos de la puerta de al lado” de Antonio Romo, Paco Buitrago, Marcelino
Legido… Pertenece a esa extensa cadena de personas excepcionales que se tomaron
en serio el Evangelio.
Su trágico final:
La vida de Juan José acabó con un
trágico final. Una de las personas excluidas a las que él se dedicó con empeño
acabó con su vida. Toda Salamanca quedó consternada por la noticia.[5] En la
parroquia de Aighal los feligreses se reunieron en oración y mostraron su
condolencia por haber perdido al “hombre más bueno” que han conocido, según
dijeron algunos vecinos. Su alcalde ayer estaba muy consternado.
La noticia de su desaparición se narraba
de esta forma: hallan asesinado al cura de Ahigal en la habitación del marroquí
que mató a la educadora zamorana. La policía encontró el cadáver de Juan José
atado de pies y manos y metido en una bolsa dentro de un armario. El presunto
criminal que ayer ingresó en El centro penitenciario de Topas tenía alquilado
un dormitorio en un piso de la calle Miguel de Unamuno. La policía encontró
ayer por la tarde el cadáver de Juan José Gómez, párroco de Ahigal que
desapareció el pasado 23 de febrero. Lo hallaron atado de pies y manos dentro
de una bolsa y en el interior de un armario de la habitación que ocupaba en la
calle Miguel de Unamuno. Se trata del marroquí de 19 años que asesinó hace 3
días a una educadora social en Zamora.
Al registrar la vivienda, la policía se topó en el interior del
armario de la habitación que ocupaba el joven marroquí con un cuerpo humano
metido en una gran bolsa que según la ropa y demás objetos encontrados llevó a
sospechar que se trataba de Juan José Gómez, de 43 años. «Aunque no se puede
afirmar con rotundidad, ya que se debe esperar a las conclusiones del informe
forense, todos los indicios nos hacen pensar que se trata de Juan José Gómez»,
comentó Sacristán.
Según confirmó el Jefe Superior de Policía de Castilla y León, la
causa de la muerte «es casi con toda seguridad por asfixia», ya que el cadáver
tenía una bolsa en la cabeza, las extremidades superiores e inferiores atadas,
y posteriormente había sido introducido en otra bolsa y metido en el interior
del armario de una pequeña habitación.
Martínez calificó el hecho
como «un suceso macabro y propio de una mente poco normal». Así, añadió que se
trata de un ciudadano que fue recogido por la organización Mensajeros de la Paz
de Zamora, en la que ya tuvo algunos problemas «ya que se negaba a seguir las
normas internas». Ante esto, desde hace unos meses abandonó la asociación
humanitaria y se dirigió a la capital salmantina «para vivir por su cuenta».
Los vecinos del piso en el que tenía alquilada la habitación el marroquí no se
sorprendieron demasiado ante el suceso, e incluso algunos llegaron a declarar
«que nos temíamos cualquier cosa, porque aquí entran y salen y éste no volvió a
aparecer y había un olor insoportable».
La noticia de la muerte
del párroco fue acogida con sorpresa y consternación por los vecinos de Ahigal
de los Aceiteros, que reclaman justicia para el sacerdote que era una persona
muy querida en el pueblo donde llevaba varios años ejerciendo su ministerio,
así como el diócesis de Ciudad Rodrigo a la que pertenecía.
Once días después de la
desaparición en el parque de La Alamedilla de Salamanca del párroco de Ahigal
de los Aceiteros (Salamanca), Juan José Gómez, a primera hora de la tarde de
ayer fue encontrado en avanzado estado de descomposición. El cadáver se hallaba
en el armario de la habitación que tenía alquilada desde el pasado 3 de enero El
joven marroquí de 19 años, A.F.M, que ingresó también ayer en la prisión de
Topas está acusado del crimen de una asistente social de la ONG Mensajeros de
la Paz ocurrido hace unos días en Zamora y de acuchillar en el cuello a un
taxista.
El cuerpo se encontró por
casualidad, ya que la policía zamorana, en colaboración con la salmantina,
buscaba la casa en la que habitaba el presunto autor de los crímenes que «nunca
ha colaborado en nada y se ha negado en todo momento a aportar ningún tipo de
información», comentó en rueda de prensa el Jefe Superior de la Policía de
Castilla y León, Segundo José Martínez. El objetivo de los agentes era hallar
datos que permitieran buscar una explicación al asesinato de Zamora, por lo que
el hallazgo del párroco de Ahigal fue una sorpresa añadida.
Después de ponerse en
contacto con el dueño de «la pensión», según la calificó el suddelegado del
Gobierno en Salamanca, José Antonio Sacristán, se dirigieron hasta la vivienda
y antes de entrar los vecinos se quejaron a la policía del fuerte hedor que
salía del piso, un hecho que habían denunciado cinco días antes en la comisaría
salmantina, «sin que nadie no hiciera caso», según indicó un vecino del
inmueble a ABC.
Al registrar la vivienda,
la policía se topó en el interior del armario de la habitación que ocupaba el
joven marroquí con un cuerpo humano metido en una gran bolsa que según la ropa
y demás objetos encontrados llevó a sospechar que se trataba de Juan José
Gómez, de 43 años. «Aunque no se puede afirmar con rotundidad, ya que se debe
esperar a las conclusiones del informe forense, todos los indicios nos hacen
pensar que se trata de Juan José Gómez», comentó Sacristán.
Según confirmó el Jefe
Superior de Policía de Castilla y León, la causa de la muerte «es casi con toda
seguridad por asfixia», ya que el cadáver tenía una bolsa en la cabeza, las
extremidades superiores e inferiores atadas, y posteriormente había sido
introducido en otra bolsa y metido en el interior del armario de una pequeña
habitación.
Sacristán explicó que «hay
ligazón entre el asesinato de Zamora y éste, porque la víctima apareció en la
vivienda del presunto asesino, aunque no podemos asegurar que fuera él». En
este sentido, indicó que «no tenemos la posibilidad de firmar a ciencia cierta
que ha sido él, él sólo o con ayuda de alguien».
El estado en el que se ha
encontrado el cadáver no permite asegurar que no existieran otro tipo de
agresiones físicas, aunque se prevé que no ha habido cuchilladas. A este
respecto, el Jefe Superior de policía de Castilla y León, indicó que se
desconoce el móvil y la relación que pudieran tener las dos víctimas de este
presunto asesino.
Martínez calificó el hecho
como «un suceso macabro y propio de una mente poco normal». Así, añadió que se
trata de un ciudadano que fue recogido por la organización Mensajeros de la Paz
de Zamora, en la que ya tuvo algunos problemas «ya que se negaba a seguir las
normas internas». Ante esto, desde hace unos meses abandonó la asociación
humanitaria y se dirigió a la capital salmantina «para vivir por su cuenta».
Los vecinos del piso en el que tenía alquilada la habitación el marroquí no se
sorprendieron demasiado ante el suceso, e incluso algunos llegaron a declarar
«que nos temíamos cualquier cosa, porque aquí entran y salen y éste no volvió a
aparecer y había un olor insoportable».
La noticia de la muerte
del párroco fue acogida con sorpresa y consternación por los vecinos de Ahigal
de los Aceiteros, que reclaman justicia para el sacerdote que era una persona
muy querida en el pueblo donde llevaba varios años ejerciendo su ministerio,
así como la diócesis de Ciudad Rodrigo a la que pertenecía.
La familia de Juan José
Gómez Rodríguez, se mostró muy preocupada desde el mismo momento de la
desaparición de éste, la noche del domingo 23 de febrero en la que un amigo le
dejó en el parque de La Alamedilla de Salamanca, cerca de la casa de su padre
con el que había quedado para cenar esa noche.
El padre del sacerdote,
Emiliano Gómez, aseguraba días más tarde de conocerse su desaparición que
aunque quería pensar que era una circunstancia pasajera «yo me pongo en lo
peor, porque esto no es normal en él».
Por último quiero también recordad no ha un muerto sino a un vivo
que dieron por muerto sus mismos feligreses tras un periodo de convalecencia
después de que le detectaron un cáncer.
4. EL PADRE ANTONIO MANTILLA[6]
Antonio Matilla, deán de la Catedral,
tras superar un linfoma: “Se rumorea que he muerto; si estoy dando misa debo de
haber resucitado”.
El religioso desvela en un libro cómo
el humor le ha servido para afrontar un grave linfoma. Recuerda que desmintió
en el púlpito, entre bromas, su propio óbito.
EL deán de la Catedral, Antonio
Matilla siempre ha llevado el humor por bandera. El diagnóstico de un linfoma
grave LCM hace nueve años no se lo quitó, sino que lo utilizó como herramienta
para afrontar una enfermedad que se encontraba en un diagnóstico muy avanzado
cuando alcanzó su organismo. Ahora ha decidido plasmar sus vivencias en un
libro que se presentó este martes en la iglesia de San Martín para mostrar
en forma de artículos cómo fue superando todas las etapas desde el diagnóstico,
la superación a ser partícipe de un ensayo clínico.
Todo comenzó con unos sudores
nocturnos que empezó achacando al calor pero que se acabaron
complicando. Tras ser derivado por una médica sustituta que “dio en el
clavo” a la Unidad de Diagnóstico Rápido. “La doctora me dijo que tenía una
buena y una mala noticia. La mala era que era grave porque estaba en la fase
4B, un estadio muy avanzado, la buena que tenía tratamiento”. Antes de empezar
con la quimioterapia, recuerda que debía someterse a un PET TAC. “Las células
malignas se iluminaban al pasar la glucosa radioactiva. Aquello parecía la vía
láctea”, recuerda.
Fueron los primeros días tras recibir
el diagnóstico cuando tuvo la “mala idea” de entrar en internet y leer solo
malas noticias. “Empecé a ver estudios muy bien documentados en el que
solo había supervivencia para el 50% de los pacientes, pero me extrañaba que la
médica no me hubiera dicho que estaba cerca de morir. Y claro... los estudios
eran de hace nueve años. Menuda bronca me echó”. “Los feligreses hicieron un
proceso sencillo: tiene cáncer, está muy
grave y en las últimas, entonces está
muerto” La fase del tratamiento resume las principales anécdotas. Tras
hacerle el TAC, los médicos le recomendaron no acercarse a niños y mujeres
embarazadas durante 24 horas. “Tras hacerme las pruebas estuve en Ávila comiendo
con don
Carlos con la mala suerte de que nada
más entrar en la Catedral llegó una excursión de parejas jóvenes llena de
niños. Parecía un bailarín de Bolsoi escondiéndome detrás de las columnas”.
Tras el diagnóstico, Matilla, en vez de esconder su enfermedad, optó por contar
“con luz y taquígrafos” que tenía una enfermedad hematológica grave. De los
primeros que recibió el apoyo fueron de los grupos de scouts. “Vais a aburrir a
Dios con tanto rezo”, intentaba escaparse, abrumado de tanto cariño recibido.
Las células malignas se iluminaban al pasar la glucosa radioactiva que daba
gusto. Aquello parecía la vía láctea”.
Sin embargo, la principal
anécdota fue cuando empezó a correr como la pólvora entre los feligreses de San
Martín y La Purísima que su sacerdote querido había fallecido. “Los
feligreses hicieron un proceso sencillo: tiene cáncer, está muy grave, está en
las últimas, ha muerto”. Así que decidió desmentirlos él mismo ante el púlpito.
“Buenos días, me he enterado de que se rumorea en la parroquia que he muerto.
Lo de que he muerto puede ser verdad o no; en caso de que sea verdad puedo ser
un holograma venido de otra dimensión, más allá de la muerte. Y otra podría ser
que he resucitado”, respondió entre bromas despejando si aún había alguna duda
que no hubiera quitado ya su presencia.
Entre las dudas que planteó a la
hematóloga del tratamiento se encontraba el “culín de vino tinto” que bebía en
la cena al que le pidió que renunciara, pero también estaba el vino consagrado.
“En la consulta siguiente informé que solo había bebido en las últimas ocho
semanas la puntita de la hostia y las 7 gotitas que quedaban en el fondo del
cáliz se las tenía que beber el monaguillo o monaguilla de turno, todos ellos
adultos. A lo que ella respondió riéndose: «Hombre, tampoco hay que exagerar».
“Vais a aburrir a Dios con tanto rezo”, intentaba escaparse, abrumado de tanto
cariño recibido de los feligreses La quimioterapia funcionó y no fue necesario
el trasplante de médula y llegó al punto de “remisión completa”. Sin embargo,
aceptó entrar en un ensayo clínico del servicio de Hematología para seguir
dando pasos hacia una enfermedad que sigue teniendo muchas lagunas. Espera que
la publicación sea una “sonrisa” para todo aquel que lo lea y que muestre “la
ilusión por vivir” del sacerdote.
Fondos para Pyfano y restauración de
la custodia Los fondos obtenidos por el libro ‘Linfoma LCM con amor y humor’ de
Antonio Matilla irán dirigidos en un 50% a financiar la restauración de
unas andas procesionales eucarísticas de la iglesia de San Martín y el 50% para
las actuaciones de Pyfano. El libro se presentará el martes en la iglesia de
San Martín a las ocho de la tarde. El libro podrá adquirirse en las sacristías
de San Martín, La Purísima, San Julián y San Sebastián. También se distribuirán
en Ascol.
BIBLIOGRAFIA
Papa Francisco en su encíclica Gaudete
et Exsultate, “los santos de la puerta de al lado” (GE n. 7).
José Ramón Peláez Sanz, Diócesis de
Valladolid. Sacerdotes del Prado. España. Sesión de formación sobre la Pobreza
del sacerdote. 1 al 6 de agosto 2022. Sacerdotes del Prado.
En AAVV: "El esplendor de la
misericordia". Homenaje a Marcelino Legido. Secretariado Trinitario, Salamanca
2018, 449-466.
El padre Antonio Romo. Hemeroteca. Archivo “palabras clave”.
Salamanca.
Artículo de Rocío Blázquez
sobre el padre Juan José. Salamanca. 2003
Libro de Antonio Matilla: ‘Linfoma LCM
con amor y humor’, Ascol, Salamanca. 2022
Libro sobre Juanjo de Villares escrito por su tía Sor Matilde de Inés Vicente, "Semillas de vida", Monte Carmelo, Burgos. 2010
[1]
Consultar artículo titulado “A hombros de gigantes” en la celebración
del aniversario de OMP, publicado el 18, abril, 2022, en el blog: darmarperegrino.blogspot.com
[2]
Artículo de José Antonio Benito: javenito
blog.spot.com
[3]
Noticia de la Gaceta de Salamanca.
Fallece el padre Antonio Romo, histórico párroco l.g. Salamanca, 30,
junio, 2022.
[4]
Artículo de la revista Perfil, Juan
José de Villares, una persona entregada. 7 de marzo 2003.
[5]
La noticia fue publicada en la Gaceta, el ABC
y el País el 07/03/2003. Noticias del viernes 7 de marzo del 2003. Año LXXXIII,
número 26359 páginas 58, 5.
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