VIVIR EN TUS
MANOS
EL ABANDONO
CONFIADO
(LA
ESPIRITUALIDAD DE SANTA TRESITA DE LISIEUX)
Introducción
Como ya dije
en el pasado ensayo sobre la vida y espiritualidad de Carlos de Foucauld, este
ensayo lo dedicaremos a otra gran santa: santa Teresita de Liseux. Ambos santos
a pesar de su peculiaridad propia tienen algo de semejanza y es la invitación a
confiar en Dios, haciéndonos pequeños como los niños. Si en el pasado ensayo
tuve oportunidad de profundizar en la espiritualidad de Carlos de Foucauld en
este tenemos la oportunidad de hacerlo con Santa Teresita de Lisieux.
El Papa en
su exhortación a la santidad Gaudete et exultate nos invita a hacer
nuestra la llamada a la santidad y a dejarnos ayudar por los santos. Los santos
nos alientan y acompañan (GE 4). Los
santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos
de amor y comunión. No se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de
santidad que le parecen inalcanzables. En la Iglesia, santa y compuesta de
pecadores, encontramos todo tipo de santos que nos estimulan a caminar y crecer
hacia la santidad. La santidad no es sino la caridad plenamente vivida. Santa
Teresita es modelo de santidad para todos porque abre con “su caminito”
el camino de los pequeños, de la infancia espiritual, no pone el énfasis
en el esfuerzo de la voluntad sino en la confianza.
Ella, patrona
de los misioneros, sigue siendo un testimonio vivo de una vida centrada en
Dios para todos nosotros. Como dice la Escritura: “los santos brillarán como
estrellas por toda la eternidad” (Sab 3,7; Dan 12,3). Los que comienzan a
descubrir la presencia de Santa Teresita en sus vidas descubren a Jesús vivo en
ella y acceden al “caminito” que ella nos abre a través de la
infancia espiritual y la confianza.
Santa Teresita
es declarada por San Juan Pablo II como “doctora de la Iglesia” el día
en que celebraba la Jornada Mundial de las misiones. Ella tuvo el deseo
ardiente de consagrarse al anuncio del Evangelio y habría querido coronar su
testimonio con el Supremo sacrificio del martirio.
Es bien
conocido el intenso compromiso personal con que sostuvo la labor apostólica de
los padres Maurice Belliére y Adolphe Roulland misioneros respectivamente en
África y en China.
Teresita
antes de morir tuvo la certeza de que ella pasaría su cielo haciendo amar al
Amor de su vida. Sabía que después de morir continuaría su apostolado desde el
cielo y que volvería a la tierra para despertar el amor por Jesús en muchos
corazones. Así lo escribía al p. Roulland, misionero francés en China: “Si voy
pon pronto al cielo pediré a Jesús el permiso para visitaros en Su Tchuen y
continuaremos juntos nuestro apostolado” (Carta al P. Roulland, 30, 7, 1896).
Del mismo modo escribió al misionero francés en Africa Abbé Bellieréres: “No
conozco el futuro, pero sí Jesús realiza mis pensamientos os prometo seguir
siendo vuestra hermana allá arriba. Nuestra unión, lejos de romperse, se hará
más íntima; allí no habrá ni clausura ni rejas y mi alma podrá volar con vos a
las lejanas misiones”. (Carta al Abbé Bellieréres, 24, 2, 97)
En su
cuaderno cuando ya estaba avanzada su enfermedad decía: “Presiento que voy a
entrar en el descanso… pero presiento sobre todo que mi misión va a empezar mi
misión de hacer amar a Dios como yo le amo de dar a las almas mi caminito…
quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra.” (Cuaderno Amarillo)
El gran
secreto de Santa Teresita es su abandono confiado. Jesús no pie grandes
obras, sino solamente abandono y agradecimiento: “Si todas las almas débiles e
imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas el alma
de vuestra pequeña Teresa ni una sola perdería la esperanza de llegar a la
cumbre de la montaña del amor” (Manuscrito B).
La
espiritualidad de Santa Teresita radica en la experiencia del amor
misericordioso de Jesús. El fondo de su oración está constituido por la
gratitud, la alabanza, el abandono y la súplica confiada. “No me lanzó el primer
puesto sino al último en vez de adelantarme como cuando el fariseo repito llena
de confianza la humilde oración del publicano estoy segura de que aunque
tuviera la conciencia de todos los pecados que pueden cometerse iría con el
corazón roto por el arrepentimiento arrojarme en los brazos de Jesús porque sé
muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él” (Manuscrito C). Su vida la
consagra por entero al amor misericordioso de Jesús.
El caminito
por ella recorrido para alcanzar la santidad de vida no es para los grandes
sino para los pequeños, no el de las grandes hazañas reservadas para pocos,
sino, al contrario, un camino al alcance de todos, el pequeño camino. El
caminito de confianza y de abandono total de sí a la misericordia de Dios.
Este ensayo
va a tener como base la Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Sobre la
confianza en el amor misericordioso de Dios” que escribió el pasado 15 de
Octubre fiesta de la otra gran santa del Carmelo Santa Teresa de Jesús.
1. La
Exhortación Apostólica: “c’est la confiance” del Santo
Padre Francisco
(Sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios) con
motivo del 150.º aniversario
del
nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (14 de Octubre
2023)
El Papa Francisco publica la Exhortación Apostólica
sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150
aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz
-del Carmelo de Lisieux- reconociendo el tesoro espiritual de su “caminito
espiritual”: «es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios
lo que sólo Él puede hacer».
En el 2023 se han conmemorado dos fechas
importantes de Santa Teresa del Niño Jesús, el 2 de enero fue el 150º
aniversario del nacimiento y el 23 de abril el centenario de su beatificación.
El Papa Francisco ha querido en esta Exhortación Apostólica que el legado
espiritual de Santa Teresita «sea asumido como parte del tesoro espiritual
de la Iglesia». Además, «la fecha de esta publicación, memoria de santa
Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la
gran santa española»
En cuatro capítulos: Jesús para los demás; El
caminito de la confianza y del amor; Seré el amor; En el corazón del Evangelio;
y mediante 53 parágrafos el Pontífice presenta la vida y experiencia espiritual
la santa francesa del Carmelo de Lisieux que dejó la vida terrena a los 24
años.
«La Iglesia
reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de
su espiritualidad evangélica», de manera especial los Pontífices siguieron de
cerca su vida: “Teresita” conoció al Papa León XIII en su peregrinación a Roma
en 1887 a quien pidió permiso para entrar al Carmelo a la edad de 15 años. Pío
X percibió su enorme estatura espiritual, luego de la muerte de joven santa. Benedicto
XV la declara Venerable en 1921, elogiando «sus virtudes centrándolas en el
“caminito” de la infancia espiritual», fue canonizada el 17 de mayo de 1925 por
Pío XI: «quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de
la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y
la primera santa canonizada por él”. El mismo Papa la declaró patrona de las
Misiones en 1927». Luego fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944
por el venerable Pío XII.
Posteriormente san
Pablo VI recordaba con frecuencia sus virtudes cristianas. San Juan Pablo II en
«1997 la declaró doctora de la Iglesia, considerándola además «como experta en
la scientia amoris». También, «Benedicto XVI retomó el tema de su
“ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para
quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». Y el Papa
Francisco canonizó «a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo
sobre la familia»
1.1 Jesús para los demás
El Papa Francisco
en el primer capítulo presenta la experiencia cristiana en la santa,
desde su oración, vida mística, pero con alma misionera y sin auto
referencialidad: «En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús:
el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”», y «el
Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor,
hasta el último aliento».
Como Patrona de las
misiones, recuerda el Papa en la Exhortación Apostólica, que «como sucede en
todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la
misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: “En el cielo
desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar”».
Una alma misionera,
señala Francisco, que enseña «su modo de entender la evangelización por
atracción, no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza
ella misma: “Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo…», así lo
escribía la santa en las últimas páginas de «Historia de un alma» como su
testamento misionero «con un ferviente espíritu apostólico», dejándose guiar
por la acción del Espíritu Santo: «Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas
de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe
en mí».
En el segundo capítulo el Santo Padre recuerda el valor de “El camino de la infancia espiritual” propuesto por Santa Teresa del Niño Jesús que subraya la primacía de la acción de Dios y “la confianza” plena en la misericordia de Cristo:
«Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: “A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo”».
Francisco señala que la santa en su época «frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia» (EA 17), por ello «prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin».
«Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo».
Sobre esta “confianza” el Santo Padre sugiere no asumirla solo en referencia a la santificación y salvación, sino también como un “abandono cotidiano” en Dios: «Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control».
El Papa recuerda las palabras de Santa Teresita que se refieren a ese “santo abandono” en el Amor: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza».
Este testimonio es considerado por Francisco como “un fuego en
medio de la noche”, ya que vivió su última etapa a finales del siglo XIX que la
edad de oro del ateísmo moderno: «pero la oscuridad no puede extinguir la luz:
ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn
12,46). El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su
victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes».
1.3 Seré el amor
En el tercer capítulo de su Exhortación el Pontífice ofrece un panorama de la repuesta confiada del amor de la santa, a través del prójimo, al amor misericordiosos de Dios. “La Historia de un alma” es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: "Ámense los unos a los otros, como yo los he amado" (Jn 15,12).
Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, recuerda el Santo Padre, expresaba en sus escritos su «amor esponsal» con Cristo: «Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: Me amó y se entregó por mí (Ga 2,20)». Y «el acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio».
Amor que santa Teresita vivió en la mayor sencillez y experimento en la vida cotidiana: «Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana», y en el corazón de la Iglesia, donde buscó su lugar: «…Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…».
«No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante humilde y misericordiosa», señala Francisco. Afirmando además que «Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo».
Explica el Papa Francisco que este llamado de Dios a «poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad» le permitió a santa Teresita «pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar». Llegando de este modo «a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás».
El Papa Francisco llega a un punto central de su Exhortación Apostólica,
indicando que «C’est la confiance. Es la confianza la que nos lleva al
Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la
mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las
manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de
amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en
medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento
ya con el amor».
1.4. En el corazón del Evangelio
En el cuarto capítulo el santo Padre recuerda que el anuncio de una Iglesia misionera se centra en lo esencial: «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado», y el aporte especifico que regala Teresita, “doctora de la síntesis”: «consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana». El Papa Francisco afirma que la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús perdura en toda su «pequeña grandeza: …En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio». “Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios”
2. Breve resumen de su biografía:
Su autobiografía
queda recogida en el libro Historia de un alma respondiendo al deseo de su hermana Paulina que le pide que escriba la
historia de su alma.
Teresa del Niño Jesús nace en Alençon (Francia) el 2 de
enero de 1873. Dos días después es bautizada en la iglesia de Notre Dame,
recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padres son Luis Martín y
Celia Guerin. Tras la muerte de la madre, acontecida el 28 de agosto de 1877,
Teresa se traslada con toda su familia a la ciudad de Liseux, donde rodeada por
el afecto del padre y hermanas, recibe una formación a la vez exigente y llena
de ternura.
Hacia finales de 1879 se acerca por
primera vez el sacramento de la penitencia. El día de Pentecostés de
1883 obtiene la singular merced de la curación de una grave enfermedad por
intercesión de Nuestra Señora de las Victorias. Educada por las benedictinas de
Lisieux, recibe la primera comunión el 8 de mayo de 1884, tras una
intensa preparación coronada por una singular experiencia de la gracia de la
Unión íntima con Jesús. Pocas semanas después, el 14 de junio del mismo año,
recibe el sacramento de la confirmación con viva conciencia de lo que
implica el don del Espíritu Santo en la participación personal en la gracia de
Pentecostés. En la Navidad de 1886 vive una experiencia espiritual muy profunda
que califica como “completa conversión”. Gracias a ella supera la
fragilidad emotiva consecuencia de la pérdida de la madre y empieza una carrera
de gigante por el camino de la perfección. (Cf. Manuscrito A 44-45)
Teresita desea abrazar la vida
contemplativa, como sus hermanas Paulina y María en el Carmelo de Lisieux, pero
su tierna edad se lo impide. Con ocasión de una peregrinación a Italia, tras
haber visitado la Santa Casa de Loreto y los lugares de la Ciudad Eterna, en la
audiencia concedida por el papá a los fieles de la diócesis de Lisieux, el 20
de noviembre de 1887, con filial audacia pide a León XIII poder entrar en el
Carmelo a la edad de 15 años.
El 9 de abril de 1868 Teresita entra
en el Carmelo de Lisieux, donde recibe el hábito de la orden de la Virgen el 10
de enero del año siguiente y emite su profesión religiosa el 8 de septiembre de
1890, fiesta de la natividad de la Virgen María. En el Carmelo emprende el
camino de la perfección trazado por la madre fundadora, Teresa de Jesús, con
auténtico fervor y fidelidad, en el cumplimiento de las diferentes obligaciones
comunitarias que le son encomendadas. Iluminada por la palabra de Dios, probada
de manera especial por la enfermedad de su amadísimo padre Luis Martín, que
muere el 29 de julio de 1894, Teresita camina hacia la santidad insistiendo en
la centralidad del amor. Descubre y comunica las novicias encomendadas a su
cuidado el pequeño camino de la infancia espiritual. Progresando y penetrando
cada vez más en el misterio de la Iglesia y atraída por el amor de Cristo
siente crecer en sí la vocación apostólica y misionera que la impulsa a
arrastrar a todos consigo al encuentro del Esposo Divino.
El 9 de junio de 1895, fiesta de la Santísima Trinidad, se ofrece víctima de Holocausto al amor misericordioso de Dios. El 3 de abril del año siguiente, la noche entre el jueves y el Viernes Santo, tiene una primera manifestación de la enfermedad que la llevará al sepulcro. Teresita la acoge como la misteriosa visita del Esposo Divino. Al mismo tiempo entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Habiendo empeorado su salud, a partir del 8 de julio de 1897, es trasladada a la enfermería. Sus hermanas y otras religiosas recogen sus palabras, mientras los dolores y las pruebas, soportadas con paciencia se intensifican hasta culminar en la muerte, la tarde del 30 de septiembre de 1897. “No muero, entro en la vida” había escrito a un hermano espiritual suyo el padre Belliere (LT 244). Sus últimas palabras: “Dios mío te amo” constituyen el broche final de su existencia.
3. Las etapas de la vida de Santa Teresita de Lisieux
Santa Teresa del
Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, entró aún muy joven en el
monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de
santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la
perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una
mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y
terminó su vida a los veinticinco años de edad.
Teresita fue criada en
una atmósfera de fe donde cada virtud y aspiración eran cuidadosamente
fomentadas y desarrolladas, su vocación se manifestó por si misma siendo aun
sólo una niña.
Teresita
es hija de Luis
Martin y María
Celia Guérin (canonizados el domingo 18 de octubre de 2015). De
esta unión nacieron nueve hijos, de los cuales cuatro murieron a temprana edad;
solo sobrevivieron cinco niñas: María (1860-1940), Paulina (1861-1951), Leonia
(1863-1941), Celina (1869-1959) y Teresa, que fue la menor. Todas ellas
abrazarían después la vida religiosa.
El hogar de los esposos Martin era un verdadero jardín de virtudes y santidad. Amaban sinceramente a cada una de sus hijas, aunque no toleraban ninguna clase de mal comportamiento y lo corregían al instante. La fe cristiana era el sustento familiar. Cuando no estaban en la iglesia como familia, celebraban las fiestas religiosas o rezaban el rosario en casa como familia. Los Martin también practicaban la caridad y ocasionalmente dan la bienvenida a algún pobre a su mesa; visitaban a los enfermos y los ancianos.
3.2 Nacimiento y primeros años
María
Francisca Teresa Martin Guérin (nombre de pila) nació en la calle Saint-Blaise
de Alençón, Normandía, al noroeste
de Francia, el 2 de enero de
1873.
Fue
bautizada dos días después de su nacimiento, el 4 de enero de 1873, en la
iglesia de Nuestra Señora de Alenzón. Sus padrinos fueron Paul Boul, hijo de un
amigo de la familia, y su hermana mayor, María. En marzo de ese año, a los dos
meses de edad, estuvo a punto de morir y debió ser confiada a una enfermera,
Rosa Taillé, que ya había estado cuidando a dos hijos de la pareja Martin. Se
mejoró rápidamente y creció en la campiña normanda, en la granja Semallé, a una
distancia de casi ocho kilómetros. A su regreso a Alençon el 2 de abril de
1874, su familia la rodea de afecto. Su madre dice que «es de una inteligencia
superior a Celina, pero mucho menos dulce, y sobre todo es de una obstinación
casi invencible. Cuando ella dice que no, nada puede hacerla cambiar». Es
juguetona y traviesa, pero también es emocional y a menudo llora. Teresa
siempre se refirió a este primer periodo de su vida como el más feliz.
Ya
a su temprana edad asistía junto a su familia a misa cada día a las 5:30 de la
mañana. La familia Martin se adhiere estrictamente al ayuno y la oración, al
ritmo del año litúrgico. Las niñas crecieron viendo en sus padres dos grandes
modelos de santidad.
Teresita
es de complexión débil y muy sensible. Su madre Celia Martin desde 1865 se
queja de dolores en su interior. En diciembre de 1876 un médico revela un
«tumor fibroso» de gravedad. Es demasiado tarde para intentar una operación. El
24 de febrero de 1877, Celia pierde a su hermana María Luisa, que murió de
tuberculosis en el Convento de la Visitación de Le Mans, con el nombre de
hermana María Dositea. Después de su muerte, sus sufrimientos se agudizan, pero
todo se lo esconde a su familia. En julio de 1877 Celia participa de una
peregrinación al santuario
de Lourdes pidiendo la gracia de su curación, pero no recibe
tal gracia.
Finalmente, Celia Martin muere el 28 de agosto de 1877 a causa de un cáncer de mama, cuando Teresita tenía apenas cuatro años. En noviembre de 1877 Luis Martin decidió trasladarse a la ciudad de Lisieux, donde residía la familia de su esposa, quienes prometieron a Celia cuidar de sus hijas después de su muerte.
3.3 Traslado a Lisieux y primera etapa de
su vida
La
familia Guerin los ayudó a instalarse en una casa rodeada de arbustos, los
Buissonnets. Allí viviría Teresa los siguientes años hasta su entrada en el
Carmelo de Lisieux.
Teresa
sintió profundamente el cambio tan grande que sufre en su vida sin su madre.
Echa de menos a su madre aún más y sobre esto escribió: «Desde que mamá murió,
mi alegría característica cambió completamente; yo que era tan viva, tan
expansiva, me convertí en tímida y dulce, sensible al exceso». A pesar del amor
prodigado a su padre y a Paulina, a quien después de la muerte de su madre
adoptó como su «segunda madre», la vida era austera en los Buissonnets y
tendría en cuenta más tarde que este fue «el segundo período de su existencia,
el más doloroso de los tres».
A
los siete años, en 1880, Teresa se confiesa por primera vez. En esta ocasión
ignora el miedo y los escrúpulos que ya tanto la fastidiaban; dice: «Desde que
regresé de la confesión por todas las grandes fiestas ha sido un verdadero
placer para mí cada vez que he ido». El 13 de mayo de 1880, se hace presente en
la primera comunión de Celina, que comparte con alegría: «Creo que he recibido
grandes gracias de ese día y le considero uno de los más hermosos de mi vida».
También ella está a la espera de recibir la sagrada comunión y decide
aprovechar los tres años que le quedan para prepararse para el evento.
A
los ocho años y medio, el 3 de octubre de 1881, Teresita entró en el colegio de
las Benedictinas en Lisieux. Regresaba a su casa por las noches, ya que su
familia residía muy cerca. Haber recibido previamente lecciones de Paulina y
María le dio buenas bases y se puso rápidamente a la cabeza de su clase. Sin
embargo, se encuentra con una vida en comunidad a la que no está acostumbrada.
Es perseguida por compañeras de más edad que le tienen celos. Ella llora pero
no se atreve a quejarse. No le gusta el recreo, tan ajetreado y ruidoso. Su
maestra la describe como una estudiante obediente, tranquila y pacífica, a
veces pensativa o incluso triste. Teresita dijo más tarde que estos cinco años
fueron los más tristes de su vida, y encontró consuelo en la presencia de su
«querida Celina».
Durante
esta época desarrolla su gusto por la lectura, especialmente la que satisfacía
sus necesidades de calma; historias caballerescas y apasionadas. También
comienza a sentir una gran admiración por Juana de Arco. Ella piensa
que ha nacido para una gloria oculta: «¡el Buen Dios me hizo comprender que si
mi gloria no aparece a los ojos mortales, podría llegar a ser una gran santa!...».
Durante
el verano de 1882, cuando Teresita tenía nueve años, se entera por accidente
del deseo de su hermana Paulina de convertirse en monja carmelita. La idea de
perder a su segunda madre le causa gran tristeza y desesperación. Paulina,
tratando de consolarla, le explica cómo es la vida dentro del Carmelo, y entonces
Teresita también se siente llamada al Carmelo. Después escribió: «Sentí que el
Carmelo era el desierto donde Dios quería que yo me fuera a ocultar... me
sentía tan fuertemente llamada que no había ninguna duda en mi corazón, no era
un sueño de la infancia que viaja lejos, sino la certeza de una llamada divina;
yo quería ir al Carmelo no por Paulina, sino solamente por Jesús...».
Un
domingo, Teresita logra ir al Carmelo de Lisieux y entrevistarse con la Madre
Superiora, María de Gonzaga, quien le dijo, sin que Teresita hubiera mencionado
sus deseos: «cuando vengas a vivir con nosotras, mi querida hija, os llamaréis
Teresa del Niño Jesús», cosa que la Santa interpretó como «una delicadeza de mi
amado Niño Jesús». Pero también le dijo que no podían aceptar aspirantes
menores de dieciséis años.
El
lunes 2 de octubre de 1882, Paulina entra en el Carmelo de Lisieux, donde tomó
el nombre de «sor Inés de Jesús». Fue un día aún más triste para Teresa, quien
había vuelto a la escuela por un año más, pues no podía saltarse un grado ya
que estaba en tercero, donde se hace la preparación para la Primera Comunión.
La enseñanza religiosa será una de las materias importantes, en la que
sobresale Teresa. La perspectiva de la comunión, como se esperaba, es un rayo
de sol.
3.4 La extraña enfermedad y la sonrisa de
la Virgen
En
diciembre de 1882, la salud de Teresita empieza a empeorar de manera extraña:
sufre continuamente de dolores de cabeza, dolores en el costado, come poco y
duerme mal. Su carácter también cambia: a veces se enoja con María y pelea
incluso con Celina, con quien siempre habían sido muy buenas amigas. En el
locutorio del Carmelo, Paulina está preocupada por su hermana menor, a quien le
ofrece asesoramiento y cariñosas reprimendas.
En
ese mismo año el médico Alfonso H. Notta diagnosticó la enfermedad de Teresita
como una reacción a una frustración emocional con un ataque neurótico, sin duda
causado por la partida de su hermana Paulina al monasterio carmelita de Lisieux
el 2 de octubre de ese mismo año.
Durante
las vacaciones de Semana Santa de 1883, Luis Martin organiza un viaje a París
con María y Leonia. El tío Guérin acoge a Celina y Teresa en su hogar. El 25 de
marzo en la tarde, mientras cenaban junto a Celina, Teresita se derrumba en
lágrimas. La llevan a su cama; pasó una noche muy inquieta. Preocupado, su tío
llamó al día siguiente a un médico, quien diagnosticó «una enfermedad muy
grave que nunca atacaba a los niños.» Dada la gravedad de su estado, envían
un telegrama a Luis, quien regresa a toda prisa a Lisieux.
Varias
veces al día, Teresita sufre de temblores nerviosos, alucinaciones y ataques de
terror. Está pasando por una gran debilidad y, a pesar de que conserva toda su
lucidez, no pueden dejarla sola. Sin embargo, la paciente repite que quiere
asistir a la toma de hábito de Paulina, programada para el 6 de abril. La
mañana del fatídico día, después de una fuerte crisis, Teresita se levanta, y
curada en apariencia milagrosamente, va con su familia al Carmelo. Continúa
transcurriendo todo el día, llena de alegría y entusiasmo. Pero al día
siguiente tiene una recaída repentina: se llena de delirios que parecen
privarla de la razón. El médico, muy preocupado, todavía no puede encontrar la
cura de su enfermedad. Luis Martin temía que su «pobre niña» fuera a morir o a
volverse un poco loca.
Durante
meses sufrió de dolores de cabeza y alucinaciones. Toda su familia estaba
desesperada pensando que la muerte podría llegarle pronto. Su padre mandó
incluso oficiar varias misas por su curación en el santuario de Nuestra Señora
de las Victorias en París. El 13 de
mayo de 1883, el día de Pentecostés, Luis Martin, Leonia, Celina y María, que
permanecen junto a la cama de Teresita, se sienten impotentes para poder
aliviarla, se arrodillan a los pies de la cama y se dirigen a una imagen de la
Virgen. Más adelante, Teresita contaría: «Al no encontrar ayuda en la tierra,
la pobre Teresita también se vuelca hacia su Madre del cielo, orando con todo
su corazón para que finalmente tenga misericordia de ella...». En ese momento
Teresita se siente abrumada por la belleza de la Virgen, y especialmente por su
sonrisa: «La Santísima Virgen me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!». En ese momento,
la paciente se estabiliza delante de sus hermanas y su padre que están
atónitos. Al día siguiente, todos los rastros de la enfermedad desaparecen,
excepto dos pequeñas alertas en los siguientes meses. Teresita aún esta frágil,
pero no va a sufrir en el futuro de ninguna nueva manifestación de estos
trastornos.
3.5 La primera comunión, confirmación y
sufrimiento con los escrúpulos
En
1883, Teresita regresa al colegio y de inmediato se coloca a la cabeza en las
clases de catecismo. También se prepara en los Buissonnets. Cada semana,
Paulina escribe desde el Carmelo aconsejando a sus hermanas sacrificios y
oraciones diarias para ofrecer a Jesús. Teresa toma estas listas en serio y se
aplica a seguir cada una escrupulosamente.
El
8 de mayo de 1884, Teresita hizo su primera comunión en la iglesia del colegio
de las Benedictinas en Lisieux. Durante la misa, Teresita llora profusamente de
alegría y no de tristeza. Describiría a la perfección la intensidad de este
primer encuentro místico: «¡Ah! Ese fue el primer beso de Jesús en mi alma ...
Fue un beso de amor, me sentí amada, y le dije también: “Te amo, me entrego a
ti para siempre”. No hubo demandas, no hay luchas, sacrificios; hace mucho
tiempo, Jesús y Teresita se habían mirado pobres y se habían entendido.» La
profundidad espiritual de este día no impide que sea una oportunidad para
disfrutar de la celebración con la familia y de los muchos regalos que recibe.
El
14 de junio de 1884 es confirmada por el obispo Abel Antoine-Flavien Hugonin,
obispo de Lisieux. Su madrina de confirmación es su hermana Leonia. Al recibir
el Espíritu Santo, la joven confirmada se deja maravillar por este «Sacramento
de Amor», que, ella está segura, le dará la «fuerza para sufrir».
En
1885, después de escuchar un sermón del padre Domin sobre los pecados mortales
y el juicio final, las «penas del alma», que habían atormentado a Teresita y
que parecían haber desaparecido, despiertan bruscamente. La niña, tan frágil,
volverá a caer en la «terrible enfermedad de los escrúpulos.» Teresita se
convence de su pecado y desarrolla un fuerte sentimiento de culpa por todo. Las
acciones y pensamientos más simples se convierten en motivo de trastorno. No se
atreve a contarle sus penas a Paulina, que parece tan lejana en su Carmelo. Por
suerte tiene aún a María, su «última madre», a quien ahora le cuenta todo,
incluyendo sus pensamientos más «extravagantes». Esta le ayuda a preparar sus
confesiones dejando de lado todos los temores. Dócil, Teresita la obedece. Esto
tiene como consecuencia que oculta su «fea enfermedad» a sus confesores,
privándose así de sus consejos.
En
octubre de ese mismo año, Teresita regresa a la escuela, pero tiene que seguir
afrontando las ofensas de algunas de sus compañeras y esta vez sola, pues su
hermana Celina ya se graduaría pronto. En octubre de 1886 su hermana mayor
María también entra en el Carmelo de Lisieux, donde llegará a ser la hermana
María del Sagrado Corazón, mientras Leonia entra como religiosa en el convento
de las Benedictinas de Lisieux, de donde sale al cabo de poco tiempo.
Sorprendido y entristecido, Luis Martin conserva con él en los Buissonnets a
sus dos hijas más jóvenes. Después de la partida de María su «tercera madre»,
Teresa pasa por un período de depresión y llora con frecuencia.
Sus
ataques de escrúpulos alcanzaron su clímax y ella no sabe ya en quién confiar
ahora que María ingresó en el Carmelo. La solución llegaría cuando empieza a
rezar espontáneamente a sus cuatro hermanos que murieron siendo aún muy
pequeños (María Helena, José Luis, José Juan Bautista y María Melania Teresa);
Ella les habla con sencillez, para pedirles que intercedan por la paz para su
alma. La respuesta fue inmediata y se siente definitivamente calmada, ella
diría después: «me di cuenta de que, si era amada en la tierra, también lo era
en el cielo.»
3.6 La conversión en la Navidad de 1886 y
el comienzo del tercer periodo de su vida
Uno
de los episodios más recordados en su vida fue el de la gran conversión de la
Navidad de 1886. Al llegar de la misa de Nochebuena junto con
su padre y su hermana Celina, como era costumbre, corría para ver los zapatos
que ella dejaba allí para el Niño Jesús y
descubrirlos llenos de juguetes. Su padre le dijo que subiese a cambiarse para
cenar y algo cansado le dijo a Celina: «Afortunadamente este es el último año
en que suceden estas cosas.»
Ella
explica el misterio de esta maravillosa conversión en sus escritos. Hablando de
Jesús decía: «Esa noche fue cuando Él se hizo débil y sufriente por mi amor, y
me hizo fuerte y valiente.» Luego descubre la alegría de olvidarse de sí misma
y añade: «Sentí, en una palabra, que la caridad entraba en mi corazón, la necesidad
de que me olvide de buscar agradar, y desde entonces yo fui feliz.» De repente,
queda libre de los defectos e imperfecciones de su infancia, como su tremenda
sensibilidad. Con esta gracia del Niño Jesús, que nacía esa
noche, encontró «la fortaleza que había perdido» cuando su madre murió.
Muchas
cosas van a cambiar después de esta Nochebuena de 1886, que marca el comienzo
de la tercera parte de su vida, «la más bella». A la que ella llama la «noche
de mi conversión» y escribió: «Desde esa noche bendita, ya no fui derrotada en
ningún combate, en lugar de eso fui de victoria en victoria y comencé, por así
decirlo, una carrera de gigantes.»
3.7 El inicio de las luchas por su
vocación
Poco
después de la «gran gracia de la Navidad», oyó hablar de un hombre que había
asesinado a tres mujeres en París, cuyo nombre era Enrique Pranzini. Teresa
decidió adoptarlo como su primer hijo espiritual y ofreció sacrificios y varias
misas, que mandó hacer con ayuda de su hermana Celina, para alcanzar de Dios la
conversión de este pecador antes de su ejecución, o por lo menos algún signo de
arrepentimiento. Pranzini había sido sentenciado a muerte y fue ejecutado el 31
de agosto de 1887, pero unos días después llegó a su casa el periódico
católico La Croix, ('La Cruz') informando de que, aunque Pranzini
no quiso confesarse, antes de subir a la guillotina pidió un crucifijo para luego
besarlo repetidas veces. Así, ella sintió que sus sacrificios y plegarias
habían sido escuchados.
La
respuesta misericordiosa de Dios a sus oraciones por la conversión de Pranzini
marca profundamente a Teresa y refuerza su vocación, también se vería más
adelante que esto influiría bastante en su doctrina respecto de la misericordia
divina que tanto la caracteriza. Y se decide completamente a convertirse en
monja del Carmelo, para orar por todos los pecadores.
Cuando
contaba 14 años ya había tomado la resolución de convertirse en religiosa
carmelita, sabe que tendrá que superar muchos obstáculos y pensando quizá en
Juana de Arco, se dice a sí misma que «conquistar la fortaleza del Carmelo es
solo la punta de la espada.»
Se
decide a obtener primero el consentimiento de su familia, incluyendo a su
padre. Determinada, pero tímida, se decide a comentarle a su padre al respecto.
Durante un momento duda entregándole su secreto, sobre todo porque Luis Martin
sufrió un par de semanas antes un pequeño ataque que lo dejó paralizado durante
varias horas. El 2 de junio de 1887, el día de Pentecostés, después de orar
todo el día, le presenta su solicitud en la noche, en el jardín de los
Buissonnets. Luis, que según Teresa parecía tener una «expresión celestial y
llena de paz» recibe la confesión de su hija con un profundo sentimiento de
alegría y agradecimiento. Añade que Dios le hizo «el gran honor de llamar a
todas sus hijas.»
Pero
el mayor obstáculo será el tío Isidoro Guerin, tutor de las niñas Martín, ya
que vetará el proyecto de su sobrina. Aunque él no pone en duda la vocación
religiosa de Teresa, le pidió que esperara a la edad de diecisiete años. La
niña confía en que Paulina podrá ayudarla a obtener el permiso de su tío.
Finalmente acepta el 22 de octubre de ese año.
Aun
así siguió teniendo muchos inconvenientes para su entrada al convento, ya que
ahora se enfrentaría a la negativa del Padre Delatroëtte, superior del Carmelo
de Lisieux. Dolida por el fracaso de un caso similar al de ella, del que todo
el mundo habla en Lisieux, acerca de que ya no aceptarán postulantes menores de
veintiún años. Solo el obispo podía autorizar tal cosa. Para consolar a su hija
que llora constantemente, Luis le promete un encuentro con el obispo Monseñor
Hugonin. Él la recibe en Bayeux el
31 de octubre de ese año, y la escucha expresar el deseo de consagrarse a Dios
dentro de los muros del Carmelo, y de que lo conserva desde muy niña. Pero el
obispo decide aplazar su decisión hasta después, cuando él haya tomado el
consejo del Padre Delatroëtte.
Solo
les queda una esperanza: hablar directamente con el papa. Luis Martin pronto
comenzaría a preparar todo para una peregrinación a Roma, por el Jubileo
sacerdotal del papa León XIII,
organizada por las Diócesis de Coutances y Bayeux. Teresa y Celina viajarán con
él. La partida está fijada para el 4 de noviembre de 1887.
3.8 La peregrinación a Roma
Liderada
por el obispo de Coutances, la peregrinación reunió a cerca de doscientos
peregrinos, entre ellos setenta y cinco sacerdotes. El viaje comenzó en París,
Luis Martin tuvo la oportunidad de visitar la capital con sus hijas. Fue
durante una misa en Nuestra Señora de las Victorias, que Teresita logró
derribar todas las dudas acerca de que si la Virgen le habría sonreído
verdaderamente en su enfermedad de 1883 o no. Durante los últimos años había
sufrido mucho al respecto, por su problema con los escrúpulos. Pero ahora lo
tenía por verdad absoluta. Allí ella le confía el viaje y su vocación.
Un
tren especial los lleva a Italia, después de cruzar Suiza. La chica no se
cansaba de admirar los paisajes. Los peregrinos, casi todos de alto rango, son
recibidos en los mejores hoteles. Una vez tímida y reservada, Teresita se
siente algo incómoda con todo este lujo en medio de la sociedad que solo
buscaba los bienes de este mundo. Es la más joven de la peregrinación, muy
alegre y bonita, con sus hermosos vestidos, no pasa desapercibida.
Es
durante este viaje que Teresita, que hasta el momento no había tenido un
contacto cercano con muchos sacerdotes, que se da cuenta de las imperfecciones,
debilidades y grandes defectos que tienen muchos de los sacerdotes que viajaban
con ella. Todo esto la invitó con más fuerza a ofrecer su vida en el
monasterio, orando cada día por los sacerdotes del mundo. Ella dice: «En
esta peregrinación comprendí que mi vocación era orar y sacrificarme por la
santificación de los sacerdotes».
Durante
la peregrinación logran visitar Milán, Venecia, Bolonia, el santuario de
nuestra señora de Loreto. Finalmente, llegan a Roma. En el Coliseo, Teresita y
Celina hacen caso omiso de las prohibiciones y entran en el, para besar la
arena donde la sangre de los mártires fue derramada. En ese lugar pide la
gracia de ser martirizada por Jesús, y luego añadió: «Sentí profundamente en el
alma que mi oración fue contestada».
Pero
Teresita no olvida el propósito de su viaje. Una carta de su hermana Paulina la
animó a presentar su petición personalmente al papa. El 20 de noviembre de
1887, por la mañana, los peregrinos asisten en la capilla papal a una misa
celebrada por el papa León XIII. Luego viene el
momento tan esperado de la audiencia: el vicario general asigna los turnos para
ver al papa. Pero se prohíbe que se le dirija la palabra al Santo Padre pues
sus setenta y siete años ya no le permiten desgastarse durante mucho tiempo.
Aun así, cuando le llega el turno a Teresita, previamente Celina como cómplice
la había animado a que hablara, se arrodilla y sollozando dice: «Santísimo
Padre, tengo que pedirle una gracia muy grande». El vicario le dice que se
trata de una chica que quiere entrar en el Carmelo. «Hija Mía, haced lo que los
superiores le digan», respondió el papa. La chica insiste: «Oh Santo Padre, si
usted dice que sí, todo el mundo lo aprobaría». León XIII replicó: «Vamos a
ver... ¡Entrará si Dios lo quiere!». Pero Teresita quiere una palabra decisiva
y espera, con las manos cruzadas sobre las rodillas del papa. Dos guardias
deben luego levantarla suavemente y llevarla a la salida.
Esa
misma noche ella escribió sobre el fracaso a Paulina para decirle: «Tengo el
corazón pesado. Sin embargo, Dios no puede darme alguna prueba que esté más
allá de mis fuerzas. Él me dio el valor para soportar esta dura prueba».
Pronto, toda la peregrinación conoce el secreto de Teresa, incluso en Lisieux
un periodista del diario El Universo publicó el incidente.
El
viaje continúa, visitan Pompeya, Nápoles, Asís; entonces es hora de volver por
Pisa y Génova. En Niza, aparece un rayo de esperanza para Teresa. El vicario
hace algunas promesas diciéndole que apoyaría su solicitud. El 2 de diciembre,
llegan a París, y, finalmente, al día siguiente, regresan a Lisieux. Así
terminó una peregrinación de casi un mes que para Teresita fue un «fiasco».
3.9 El ingreso a la vida religiosa
Inmediatamente
después de regresar, Teresita fue al locutorio del Carmelo, donde se está
desarrollando una estrategia. Pero el padre Delatroëtte se mantiene desafiante
y desconfía de sus intenciones para ingresar. Él regaña a la superiora, madre
Genoveva, la fundadora del Carmelo de Lisieux, y la madre María de Gonzaga que
llegaron a defender la causa de Teresita. El tío Guérin interviene a su vez,
pero todo es en vano. El 14 de diciembre, Teresita escribió al obispo Hugonin y
a su vicario general, a quien recuerda la promesa hecha en Niza. Humanamente,
todo ha sido juzgado, ahora debe esperar y orar. En la víspera de Navidad,
aniversario de su conversión, Teresita asistió a la misa de medianoche. Ella no
puede contener las lágrimas, pero siente que la prueba hace crecer su fe y
abandono a la voluntad de Dios: que era un error tratar de imponer una fecha
para su ingreso al Carmelo.
Finalmente,
el 1 de enero de 1888, la víspera de su décimo quinto cumpleaños, recibe una
carta de la Madre María de Gonzaga informándole que el Obispo ha cambiado de
opinión y que permite que las puertas del convento se abran para ella. Por un
consejo de Paulina se decide que se retrase su ingreso hasta abril, después de
los rigores de la Cuaresma. Esta expectativa es una nueva prueba para la futura
postulante, que sin embargo ve una oportunidad para prepararse en su intimidad.
La
fecha de entrada se establece finalmente para el 9 de abril de 1888, el día de
la Anunciación. Teresita ingresa con quince años y tres meses. Cabe señalar
que, en aquel tiempo, una chica podría hacer su profesión religiosa a los
dieciocho años. No era raro ver, en las órdenes religiosas, postulantes y
novicias de tan sólo dieciséis años. La precocidad de Teresa, dadas las
costumbres de la época, no es excepcional.
El
9 de abril de 1888 fue recibida en el monasterio de las carmelitas
descalzas de Lisieux. En el monasterio
ya estaban sus hermanas, Paulina y María. Comenzó así su postulado.
Los
primeros meses dentro del monasterio fueron duros, llenos de trabajos que nunca
había realizado y que le costaba bastante hacer a la perfección. Ella les
prohíbe a sus hermanas que le faciliten los trabajos o la ayuden de alguna manera,
pues insistían en cuidarla como si estuviera en los Buissonnets. Pero aun así,
la joven postulante se adapta bien a su nuevo entorno. Teresita escribió: «El
Buen Dios me dio la gracia de no tener ninguna ilusión al entrar en el Carmelo:
He encontrado la vida religiosa como me imaginé que sería. Ningún sacrificio me
asombró».
La
madre superiora, María de Gonzaga, que antes se había dado a conocer como
amable y gentil, la trata muy fríamente, con bastantes exigencias y hasta con
una que otra humillación, pero todo lo hace para formarle un carácter propio de
la vida religiosa, probar su vocación y que dejara a un lado cualquier rastro
de orgullo y vanidad, lo cual Teresita se lo agradeció siempre e incluso
siempre sintió una gran admiración hacia ella. La misma superiora
comenta: «¡Yo nunca habría pensado que ella tenía un juicio tan
avanzado para tener quince años de edad! No hay una palabra que decir, todo es
perfecto».
Durante
su postulado, Teresita también debe someterse a algunas intimidaciones por parte
de otras hermanas, a causa de su falta de aptitud para la artesanía. Al igual
que cualquier religiosa, descubre los desafíos de la vida en comunidad,
relacionados con diferencias en el temperamento, el carácter, la
susceptibilidad a los problemas o discapacidades.
A
finales de octubre de 1888, el capítulo provincial aprobó su toma de hábito.
Aunque recibió la noticia con alegría, fue opacada un poco con la noticia de la
recaída de salud de su padre, que solo unos meses antes se había escapado de
casa, sin sentido de razón, hasta encontrarlo en la ciudad cercana de El Havre,
preocupando así a toda la familia, tanto fuera como dentro del monasterio.
Finalmente, el 10 de enero de 1889, tomó los hábitos de la orden en la capilla
del monasterio en presencia de su padre, hermanas y el resto de la familia. En
la misma ceremonia, además de recibir el velo de novicia, también cambió su
nombre al de Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz.
En
este período, se profundiza el sentido de su vocación: llevar una vida oculta,
orar y ofrecer sus sufrimientos por los sacerdotes, olvidando su orgullo, se
multiplican los actos discretos de caridad. Quiere convertirse en una gran
santa pero no se hace ilusiones sobre sí misma. Escribió: «me
apliqué en especial en practicar las pequeñas virtudes, ya que no tengo la
facilidad de practicar las grandes».
En
el transcurso de 1890, leyó las obras de San
Juan de la Cruz, al que convirtió en su maestro espiritual. La
contemplación de la Santa Faz nutre su vida interior. Profundiza su
conocimiento y amor por Cristo meditando
en su humillación con el pasaje del Libro de Isaías sobre el siervo sufriente
(Is 53: 1-2). Esta meditación también la ayuda a comprender la situación
humillante de su padre por la degeneración que le ha causado una terrible arterioesclerosis en
el cerebro. Ella siempre lo había visto como una figura de su «Padre
Celestial». Ahora encuentra señas de Luis Martin a través de Cristo,
humillado e irreconocible.
El
8 de septiembre de 1890, a los diecisiete años y medio, hizo su profesión
religiosa. La joven carmelita recuerda por qué responde a esta vocación: «Yo
he venido para salvar almas y, especialmente, para orar por los sacerdotes».
El 24 de septiembre de 1890 se celebró la ceremonia, pública, donde toma el
velo negro de profesa. Su padre no puede asistir, lo que entristece enormemente
a Teresita. Es, sin embargo, la Madre María de Gonzaga, quien manifiesta que
esta niña tiene diecisiete años y medio y la razón de alguien de treinta años,
la perfección religiosa de una vieja novicia, que se consume en el alma y la
posesión de sí misma, es una perfecta religiosa.
El
12 de mayo de 1892, se encontró por última vez con su padre. El 24 de junio de
ese mismo año su hermana Leonia ingresó por segunda vez, en esta ocasión en el
monasterio de la Visitación de Caen. Luis
Martin murió el 29 de julio de 1894, después de ser custodiado y cuidado por
Celina, su cuarta hija. También ella piensa, desde hace varios años, en entrar
en el Carmelo. Con el apoyo de las cartas de Teresita, sostuvo el deseo de
consagrarse a Dios en lugar de acceder al matrimonio. Celina aun así vacila
entre la vida carmelita y una vida más activa, cuando se le propuso embarcarse
en una misión encabezada por el padre Pichon en Canadá. Finalmente, siguiendo
el consejo de sus hermanas, eligió el Carmelo. Ingresó el 14 de septiembre de
1894. En agosto de 1895, cuatro hermanas Martin se encuentran en el mismo.
También se unirá a ellas su prima María Guerin, compañera de juegos de la
infancia de Teresita.
3.10 La vida escondida en Cristo
Los
años que siguen son los de la maduración de su vocación. Teresita ora, sin
grandes emociones sensibles, pero con fidelidad. Evita la intromisión en los
debates que a veces perturban la comunidad. Multiplica los pequeños actos de
caridad y preocupación por los demás, prestando servicios pequeños, sin
hacerlos notar. Ella acepta en silencio las críticas, incluso de aquellas que
pueden ser injustas y favorecer a las hermanas que son desagradables con ella.
Trata de hacer todo, incluso las más pequeñas cosas con amor y la sencillez.
Siempre reza mucho por los sacerdotes.
Durante
1891-1892, en el invierno, una epidemia de gripe cae en Francia. El Carmelo de
Lisieux no es la excepción. Cuatro monjas mueren a causa de esta enfermedad. Y
todas las hermanas se enferman, excepto tres de ellas, incluyendo a Teresita.
Entonces procura darse de todo a sus hermanas postradas en cama. Les brinda
atención, participa en la organización de la vida diaria del Carmelo,
demostrando coraje y fortaleza en la adversidad, sobre todo cuando tiene que
preparar el entierro de monjas fallecidas. La comunidad, que a veces la
consideraba de poco valor e indiferente ahora la ha descubierto bajo una luz
diferente.
Su
vida espiritual se alimenta sobre todo de los Evangelios, que siempre
lleva con ella. Esa costumbre no era común en la época, ni siquiera entre las
religiosas de clausura. Ellas prefieren leer los comentarios de la Biblia que referirse
directamente a ésta. Teresa prefiere mirar directamente «la palabra de Jesús»,
que la ilumina en sus oraciones y en su vida diaria, además de ser la base
desde la que consolida su doctrina.
Su
hermana Paulina (Inés de Jesús) es elegida priora del monasterio de Lisieux el
20 de febrero de 1893 y ella designa a Teresita el difícil cargo de ser vice-maestra
de novicias, tratando de imprimir con gran dedicación la regla carmelitana a
sus pupilas, para esto se ayudaba contando historias y hasta inventado
parábolas. Fueron ellas las primeras en conocer su doctrina sobre «el
caminito». Entre las novicias a las que enseñaba, sor María de la Trinidad
se convertiría en su primera discípula.
En
1894, Teresita escribió sus primeras recreaciones piadosas. Estas son pequeñas
obras de teatro, interpretada por algunas religiosas de la comunidad, con
motivo de alguna festividad. Su primera recreación se la dedica a Juana de
Arco, que siempre había admirado, y cuya causa de beatificación ya se ha
introducido. Su talento para la escritura se le es reconocido. Otros escritos
le serán asignados, un segundo sobre Juana de Arco, que se llevó a cabo en
enero de 1895, además de unos poemas espirituales, a petición de otras
religiosas.
A
principios de este año, comenzó a sentir dolor de garganta y dolor en el pecho.
Desafortunadamente, la madre Inés no se atreve a llamar a un médico que no sea
el médico oficial de la comunidad.
En
1894 se celebró el centenario del martirio de los carmelitas de Compiègne. Este
evento tiene una gran repercusión en toda Francia, y más aún en los monasterios
carmelitas de Francia. Las monjas del Carmelo de Compiègne piden a sus hermanas
de Lisieux contribuir a la decoración de su capilla. Teresa del Niño Jesús y
Teresa de San Agustín bordan banderas para ser regaladas a este otro Carmelo.
Sor Teresa de San Agustín, al testificar en el proceso de la beatificación de
Teresita, resalta el celo y la dedicación que se dio en esta ocasión. Dijo
incluso que santa Teresita decía: «¡Qué felicidad si tuviéramos la misma
suerte (del martirio)! Qué gracia».
3.11 El descubrimiento del “caminito”
Teresita
entró en el Carmelo con el deseo de convertirse en una gran santa. Pero a
finales de 1894, después de seis años, reconoce que este objetivo es imposible
de alcanzar. Piensa que todavía tiene muchas imperfecciones y carece del
carisma de Teresa de
Jesús, Pablo de
Tarso y muchos otros. Sigue siendo muy pequeña y está aun muy
lejos del gran amor que le gustaría practicar.
Ella
entiende que es en esta misma pequeñez en la que puede confiar para pedir la
ayuda de Dios. Leyendo las sagradas escrituras, en el libro de los proverbios
lee: «¡El que sea incauto, que venga a mí!» (Prov. 9 - 4) esto le da una
respuesta inicial. Siente que aunque es tan pequeña e incapaz puede entregarse
a Dios con confianza. Pero entonces, ¿Qué va a pasar con eso? Un pasaje del
libro de Isaías da una respuesta que anima profundamente: «Ustedes serán como
niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un
hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes» (Is 66, 12-13).
Concluye que el mismo Jesús la llevará a la cima de la santidad. Después
escribiría: «El ascensor que me debe elevar al cielo son tus brazos, ¡Oh Jesús!
Por esto, yo no necesito crecer, por el contrario, tengo que seguir siendo
pequeña, cada vez más y más».
La
pequeñez de Teresita, sus limitaciones se convierten en alegría, más que en
desaliento. Porque es allí donde se realiza el amor misericordioso de Dios para
con ella. En sus manuscritos lo describe como el descubrimiento del «caminito».
En febrero de 1895 empezara a firmar sus cartas añadiendo regularmente
«pequeña» antes de su nombre. Desde ese momento, Teresita utiliza el
vocabulario de la pequeñez para recordar su deseo de una vida oculta y
discreta. Ahora también lo utiliza para expresar su esperanza: cuanto más se
sienta pequeña ante Dios, más se podrá contar con él.
3.12 La ofrenda como acto de holocausto
al amor misericordioso
El
9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Teresita tiene una
inspiración repentina sobre ofrecerse a sí misma como víctima de holocausto al
«amor misericordioso». Su intención era la de sufrir, a la imagen de Cristo y
en unión con él, para reparar las ofensas contra Dios y ofrecer las penitencias
que no hacían los pecadores.
De
esta manera, 11 de junio, se ofrece al amor misericordioso de Dios para recibir
de Dios ese amor que le falta para completar todo lo que quiere hacer: «¡Oh,
Dios mío! Santísima Trinidad, deseo amarte y hacerte amar, trabajar para la
glorificación de la Santa Iglesia salvando las almas [...] Deseo
cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que me has
preparado en tu reino celestial. En resumen: deseo ser santa, pero conozco mi
impotencia y mi debilidad, y te pido Dios mío, que tú mismo seas mi santidad».
Unos
días más tarde, cuando rezaba el viacrucis, es inflamada por un intenso amor
del buen Dios: «Yo estaba quemándome de amor y sentí en un minuto, ni un
segundo más, que no podría aguantar más esto sin morir». Ella reconoce en esta
experiencia, que es seguida rápidamente por la sensación de sequía espiritual,
la confirmación de que su acto de ofrecimiento era aceptado por Dios.
En
octubre de 1895, un joven seminarista, el padre Maurice Bellière pide al
Carmelo de Lisieux la ayuda de una religiosa a través de la oración y el
sacrificio, para su vocación misionera. La madre Inés se lo encarga a Teresita,
que siempre ha soñado con tener un hermano sacerdote y lo recibe con gran
alegría. Entonces comienza a multiplicar los pequeños sacrificios que ofrece
para la misión del futuro sacerdote, y lo alienta en sus cartas. Y en febrero
de 1896 le llega otra alegría con la profesión religiosa de su hermana Celina
(Sor Genoveva, en el Carmelo).
3.13 La «noche de la fe» y
enfermedad
Durante
la Cuaresma de 1896, Teresita sigue rigurosamente los ejercicios y el ayuno. En
la noche del jueves al viernes santo, sufrió un primer ataque de hemoptisis. Informó a la
Madre María de Gonzaga, aunque le decía que no era nada serio. Una segunda
crisis se produce de nuevo la noche siguiente. Esta vez, a la priora le
preocupa y le permite llamar a su primo, el Dr. La Neele, para revisarla. El
cree que el sangrado podría venir de la ruptura de un vaso sanguíneo en la
garganta. Teresita no se hace ilusiones sobre su salud, pero al mismo tiempo no
sentía miedo. Por el contrario, con la muerte pronto podría ascender al cielo y
encontrar lo que ella había escogido en el Carmelo: su alegría estaba en su
apogeo. Aun así, sigue participando en todas las actividades de la comunidad,
sin escatimar fuerzas.
Este
período difícil es también un período de abandono, también llamado la «noche de
la fe». Durante la Semana Santa de 1896, entró, de repente, en una oscuridad
interior. El sentido de la fe que la animó tantos años, que la hacía feliz
hasta el punto de querer «morir de amor» por Jesús, desapareció de su alma. En
su oscuridad, oyó una voz interior que parecía burlarse de ella, y la
felicidad, que ella esperaba en la muerte, a medida que avanza hacia la «noche
de la nada». Sus luchas no son acerca de la existencia de Dios, sino en la
creencia en la vida eterna, y si ella la merecería.
Ahora
solo tiene una impresión: va a morir joven, para nada. No podía continuar su
vida de carmelita. Solo las canciones y poemas, que ella sigue componiendo, a
petición de las hermanas, la ayudan en su lucha interior: «Mi cielo
es sonreír al Dios que adoro cuando Él trata de ocultarse a mi fe». La
oscuridad sigue envolviéndola y persistirá hasta su muerte un año después. Sin
embargo, vio esa noche como la batalla final, la oportunidad de demostrar su
confianza inquebrantable en Dios. Negándose a ceder a este miedo a la nada,
multiplica los actos de sacrificio. Quiere decirse con esto que sigue creyendo,
aunque su mente ha sido invadida por las objeciones y dudas. Y aunque esta
lucha es aún más dolorosa, aprovecha para compartir con sus hermanas su deseo
de ser activa y hacer mucho bien después de su muerte.
A
partir de mayo de 1896, la madre María de Gonzaga pide a Teresa patrocinar con
su oración a un segundo misionero: el padre Adolfo Roulland. La correspondencia
con sus hermanos espirituales es una oportunidad para desarrollar su concepto
de la santidad: «¡Ah! Hermano, ¡la bondad y el amor misericordioso de
Jesús son poco conocidos! ... Es cierto que para disfrutar de estos tesoros hay
que humillarse, reconocer nuestra nada, y esto es lo que muchas almas no
quieren».
En
septiembre de 1896 Teresa todavía experimenta muchos deseos, quiere abarcarlo
todo en la Iglesia: apóstol, sacerdote, misionero, mártir y doctor. Leyendo las
cartas de San Pablo, en la Primera Epístola a los Corintios capítulo 13, es
iluminada en lo profundo, como un rayo que la atraviesa. Entonces el
significado más profundo de su vocación aparece de repente frente a ella, «Por
fin he encontrado mi vocación, mi vocación es el amor...» De hecho,
la vocación al amor incluye a todas las demás. Así se cumplen todos los deseos
de Teresita. «Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones,
que el amor lo es todo, que el amor abarca todos los tiempos y todos los
lugares, en una palabra, que el amor es eterno». Teresita se
esfuerza, cada vez más, para vivir enteramente por el amor, y se esfuerza por
vivir este amor en la compañía de todas sus hermanas de comunidad,
especialmente con las que tienen temperamentos difíciles.
El
padre Roulland le presentó a Teófano Vénard. Ella descubre sus escritos en
noviembre de 1896 y Teófano se convierte para ella su modelo favorito. En su
correspondencia ella le confiesa: «Estos son mis pensamientos; mi alma
es como la suya». Luego copiará varios pasajes de Teófano Vénard en su
testamento.
3.14 Últimos meses de enfermedad y muerte
En
enero de 1897, cuando Teresita acababa de cumplir 24 años, escribe: «Yo
creo que mi carrera no durará mucho tiempo». Sin embargo, a pesar del
empeoramiento de la enfermedad durante el invierno, se las arregla para engañar
a las Carmelitas y tomar su lugar de nuevo en la comunidad. En la primavera los
vómitos, dolor severo en el pecho, y el toser sangre se convierten en algo
diario y así, muy lentamente, se va apagando.
En
junio, la madre María de Gonzaga le pide continuar escribiendo sus memorias
(que le habían sido mandadas escribir en 1894 por su hermana Paulina cuando era
priora a petición de varias de las hermanas de la comunidad. Después de su
muerte estos manuscritos, tres en total, se unirían para publicar la primera
edición de la (Historia de un alma). Ahora los escribiría en el
jardín, en una silla de ruedas especial utilizada por su padre en los últimos
años de su enfermedad, y luego trasladada al carmelo. Su condición empeora, el
8 de julio de 1897 es llevada a la enfermería, donde permaneció durante doce
semanas hasta su muerte.
Aun
cuando ya sabía que esta era su última enfermedad, y todavía estando viviendo
esa noche de la fe, ya nada la priva de una certeza interior sobre la vida
después de la muerte, Teresa se aferra a esta esperanza. El 17 de julio, se le
escucha decir: «Siento que pronto va a empezar mi misión de hacer
amar a Dios como yo le amo, y de enseñar a muchos el camino espiritual de la
sencillez y de la infancia espiritual. El deseo que le he expresado al buen
Dios es el de pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra, hasta el fin del
mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra».
El
17 de agosto, el Dr.
La Neele examina a Teresita. El diagnóstico es claro: se trata
de una tuberculosis pulmonar
en su etapa más avanzada, uno de sus pulmones ya está perdido y el otro en
parte, incluso llega a afectar a los intestinos. Su sufrimiento es extremo
que «alcanza a perder la razón». Unos meses antes de su
muerte; Teresita toma un poco de fuerza, y se encuentra incluso con algo de
humor en medio de su lecho de enfermedad. Sus hermanas deberán registrar sus
palabras (estas últimas palabras y conversaciones, anotadas desde mayo a
septiembre de 1897, luego también serían publicadas bajo el título de últimas
conversaciones). Le preguntan cómo deberían llamarla cuando la invoquen en
la oración; ella responde que quiere ser llamada «Teresita».
El
29 de septiembre de 1897 comienza su agonía. Pasa una noche difícil, mientras
sus hermanas la cuidaban. Por la mañana, dijo: «Todo es pura agonía
sin mezcla de consuelo». Ella pide estar espiritualmente preparada para morir.
La Madre María de Gonzaga la tranquiliza diciendo que siempre ha practicado la
humildad, y su preparación ya está hecha. Teresa pensó por un momento y luego
respondió: «Sí, creo que siempre he buscado la verdad; sí, entendí la
humildad de corazón...». Su respiración se está haciendo más corta y se ahoga.
Después de dos días de agonía, se siente agotada por el dolor: «¡Nunca
pensé que fuera posible sufrir tanto! ¡Nunca! ¡Nunca! No lo puedo explicar sino
por el anhelo que tengo de salvar almas». Sobre las 7:20 de la noche del 30 de
septiembre de 1897, y mientras apretaba fuertemente un crucifijo entre sus
manos, dijo sus últimas palabras: «¡Oh!, ¡le amo! ... Dios mío... te
amo...». Inmediatamente cae levemente sobre su almohada, y luego vuelve a abrir
sus ojos por última vez. De acuerdo con las Carmelitas que estuvieron allí
presentes, entró en un éxtasis que duró el espacio de un credo, antes de
exhalar su último aliento. Permaneció con los ojos fijos cerca de la imagen de
la Virgen María que le había sonreído de pequeña y que sus hermanas habían
instalado en la enfermería desde que fue trasladada allí. Al instante de
fallecer su rostro recuperó el suave color que le era natural. «Yo no
muero, yo entro en la Vida», escribió en una de sus últimas cartas.
Inmediatamente
la noticia fue llevada por Sor Inés de Jesús (Paulina) a su hermana Leonia, que
en una tercera y definitiva ocasión persevera en su vocación religiosa en el
convento de La Visitación de Caen, y demás familiares que desde hace varios
días se mantenían pendientes de la enfermedad y agonía de Teresita. Su cuerpo
fue inmediatamente trasladado al coro del monasterio donde fue velado durante
cuatro días. A sus funerales asistieron más personas que a los de cualquier
otra carmelita fallecida antes de ella en ese mismo monasterio. Muchas personas
pedían que las demás religiosas frotaran sus rosarios y objetos de devoción en
el ataúd de la hermana recién fallecida. Fue sepultada el 4 de octubre de 1897
y, según los testigos, su cuerpo aún se encontraba rosado y flexible, como si
acabase de morir. Fue la primera en ocupar el nuevo espacio que el monasterio
había comprado en el cementerio de Lisieux. Las carmelitas, obedeciendo su voto
de clausura, no pueden acompañar el desfile fúnebre hasta el cementerio, solo
hacen una pequeña procesión hasta el coche fúnebre.
3.15
La beatificación y canonización
Poco
después de la publicación de sus manuscritos autobiográficos en 1898, se desata
en todas partes un «Huracán de Gloria» y cientos de peregrinos
de toda Francia y de algunos otros países empiezan a llegar a Lisieux para orar
sobre la tumba de la pequeña carmelita. La devoción a Teresita crece
rápidamente y es acompañada por testimonios de curaciones físicas y
conversiones. Pero es especialmente durante el periodo de la Primera
Guerra Mundial cuando cientos de soldados franceses llevan
estampas y medallas de la carmelita y cargan en sus bolsillos una versión más
corta de su autobiografía llamada “Una rosa deshojada”. Después de
la guerra peregrinan a Lisieux para agradecer a Teresa el haberlos ayudado y
regresado con vida a casa. Muchos dejan sus condecoraciones y medallas
militares como acción de gracias. Los testimonios enviados al Carmelo de
Lisieux entre 1914 y 1918 son de casi 592 páginas. En 1914, el Carmelo de
Lisieux recibe en promedio quinientas cartas al día.
Pronto
es necesario colocar rejas de hierro que protejan la tumba de los peregrinos
que desean llevarse flores o tierra de su sepultura. El papa San Pío X responde al
clamor de miles de fieles que le piden se abra lo más pronto posible el proceso
de Beatificación y Canonización de Sor Teresa del Niño Jesús, el 14 de junio de
1914 es introducida oficialmente su causa.
El
proceso apostólico, por mandato de la Santa Sede, comienza en
Bayeux en 1915. Pero es retrasado por la guerra, que termina en 1917. En ese
tiempo se necesitaba un período de cincuenta años después de la muerte de un
candidato a la canonización, pero el papa Benedicto XV exime a
Teresita de ese período. El 14 de agosto de 1921, se promulgó el decreto sobre
sus virtudes heroicas.
Son
requeridos dos milagros para la Beatificación. El primero se da en un joven
seminarista, de nombre Charles Anne, en 1906. Charles sufría de tuberculosis
pulmonar y su estado era considerado desesperanzador por su médico. Después de
dos novenas dirigidas a Sor Teresa del Niño Jesús, recupera pronto la salud. Un
estudio radiográfico en 1921 muestra la estabilidad de la curación y que había
desaparecido el agujero en el pulmón. El segundo milagro aparece en una
religiosa, Luisa de San Germán, que sufría de una afección del estómago, ya muy
avanzada para una cirugía. Pide a Sor Teresa durante dos novenas, después su
condición mejora. Dos médicos confirman la curación.
Presentadas
y aceptadas estas curaciones milagrosas, Teresita es Beatificada el 29 de abril
de 1923 por el
papa Pío XI.
Luego
de su beatificación aparecen cientos de testimonios sobre prodigios y milagros,
dos de estos son presentados ante la Santa Sede para
alcanzar su canonización, el primero es el caso de una joven belga, María
Pellemans, con una tuberculosis pulmonar e intestinal avanzada y milagrosamente
sanada en la tumba de Teresita. El otro caso es el de una italiana, la hermana
Gabrielle Trimusi, que sufría de una artritis de la rodilla y tuberculosis en
las vértebras que la llevaron a usar un corsé; se libera de forma repentina de
sus enfermedades y deja el corsé después de un Triduo celebrado en honor de la
Beata Teresa. El decreto de aprobación de los milagros es publicado en marzo de
1925.
En
la Ciudad
del Vaticano, el papa Pío XI manda celebrar con grandes honores la
canonización de Teresa de Liseaux y pide que toda la fachada de la Basílica de
San Pedro sea decorada con miles de antorchas que la iluminaran en la noche.
Esta era una costumbre que no se hacía desde hace 55 años. En América, el
diario estadounidense The New York Times publica en primera
plana «Toda Roma admira la Basílica de San Pedro iluminada por una
nueva santa». Otro periódico aseguró que la ceremonia contaría con
alrededor de 60 000 fieles. Una multitud que no se veía desde hace 22 años
durante la coronación del papa Pío X.
Teresa
del Niño Jesús es canonizada el 17 de mayo de 1925 por el mismo pontífice. A la ceremonia asistieron
medio millón de personas, de entre las cuales se ha llegado a decir que
estuvo San
Pío de Pietrelcina gracias a su don de Bilocación. Durante la
canonización, Pío XI afirma acerca de Teresa de Lisieux:
El Espíritu de la verdad le abrió y
manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar
a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó
tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el
camino cierto de la salvación.
En 1927, Teresa de Liseaux es proclamada patrona de las misiones
pese a no haber abandonado nunca el convento, pero siempre
rezaba por los misioneros y siempre fue su deseo ardiente el serlo hasta en los
últimos confines de la tierra. Y, en 1944, es proclamada copatrona de Francia
junto a Santa Juana de
Arco.
Es
importante mencionar la gran devoción que manifestó el papa Pío XI a santa
Teresita. La consideraba como «la estrella de su pontificado», incluso inauguró
una estatua suya en los jardines vaticanos el 17 de mayo de 1927.
Edificada
en su honor, la Basílica de Santa Teresa, en Lisieux, es uno de los
edificios religiosos más grandes de Francia y el segundo lugar de peregrinación
más importante del país, después del Santuario
de Lourdes. Su construcción fue iniciada en 1929, bendecida por el
Cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pio XII, el 11 de julio de
1937 y consagrada en 1954. Su nombre también figura en el calendario litúrgico
de la Comunión
anglicana, su festividad es el 1 de octubre.
4. La enseñanza de su espiritualidad
“Nos hará bien profundizar
su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar
en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación. Pero no
he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de
su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea
asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta
publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa
del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y
de la espiritualidad de la gran santa española”. (EA 4)
El Papa Francisco nos abre su motivación de dirigir a todo el pueblo de Dios esta Exhortación Apostólica para adentrarnos en su espiritualidad como un gran tesoro espiritual que nos lega la santa y doctora de la Iglesia. Este tesoro espiritual no tiene fronteras y es tanto para creyentes como no creyentes.
Cuando el Papa San Juan Pablo II la declaraba “doctora de la Iglesia” cuando clausuraba en París la Jornada mundial de la juventud, el papa describió la persona y la doctrina de Teresa de Lisieux y los motivos para declararla “doctora de la Iglesia” después de un atento estudio y de muchas peticiones de la Iglesia universal.
Teresita
vivió enteramente llena del amor de Dios ofreciéndose radicalmente su amor y
sabiendo practicar, en la simplicidad de la vida cotidiana, el amor fraternal. Ella
descubrió que su vocación era “ser en el corazón de la Iglesia el amor” y trazo
trazó “la pequeña vía” de los niños que se acogen con confianza audaz a Dios. Centro
de su mensaje es su actitud filial, propuesta a todos los fieles.
Sus
enseñanzas, “verdadera ciencia del amor”, son la expresión luminosa de su
conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia. Ella
ayuda a los hombres de hoy y ayudará a los de mañana a percibir mejor los dones
de Dios y a difundir la buena noticia del amor infinito.
4.1 La
confianza (1- 6)
1. « C’est la confiance et
rien que la confiance qui doit nous conduire à l'Amour»: «La
confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor».
2. Estas palabras tan contundentes
de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la
genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya
declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro
camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la
confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio
se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los
hermanos.
3. Es la confianza la que nos
sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando
nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con
las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas
nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de
tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo».
4. Teresita es una de las santas
más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de
Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido
reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad
contemporánea.
5. Su vida terrena fue breve,
apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su
familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de
amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte
con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por
los fieles que la invocaban.
6. La Iglesia reconoció rápidamente
el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad
evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a
Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince
años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura
espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los
tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus
virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual, fue
beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI,
quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera
santa canonizada por él”.
La santidad de Teresita fue
reconocida por la Iglesia en un plazo de pocos años. El 10 de junio de 1914 Pío
X firmaba el decreto de introducción de la causa de la beatificación. El 14 de
agosto de 1921 Benedicto 15 declaraba la heroicidad de las virtudes de la
sierva de Dios. Pío XI la proclama beata el 29 de abril de 1923. El 17 de mayo
de 1925 el mismo papa ante una inmensa concurrencia la canoniza en la basílica
de San Pedro. El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927. Fue
proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII.
Su espiritualidad pronto se
difundió como prototipo de la infancia espiritual. A san Pablo VI
le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de
la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al
obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina. Durante su primer viaje apostólico a
Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada
a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia, considerándola además
«como experta en la scientia amoris».
Benedicto XVI retomó el tema de
su “ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo
para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de
teólogos». Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y
Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le
dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico.
Karl Rahner dijo que la Iglesia
está necesitada no solo de teólogos sino de santos. Los teólogos, con la
multitud de creyentes, beben y se nutren de la espiritualidad de los santos.
Recojo un fragmento de la homilía
de Juan Pablo II con ocasión de la proclamación de Teresa de Lisieux como doctora
de la Iglesia (19, 9, 1997):
“Caminarán los pueblos a tu
luz (Isaías 60,3) en las palabras del profeta Isaías ya resuena como
ferviente espera y luminosa esperanza el eco de la epifanía precisamente la
relación con esta solemnidad nos permite percibir mejor el carácter misionero
de esta fiesta la profecía de Isaías en efecto amplía a toda la humanidad la
perspectiva de la salvación todos los pueblos están llamados a acoger en la fe
el Evangelio que salva.
Como
punto central de la espiritualidad de Teresa se resalta la confianza,
el abandono confiado en Dios. Dios se ve atraído y seducido por la lo pobre y
lo pequeño. Teresa no se acobarda en presentar a Dios su pequeñez y su pobreza.
Teresa acepta radicalmente la humildad de su condición humana y se hunde
únicamente en Dios por la confianza. Al compararme con los Santos me he sentido
como un grano de arena frente a una montaña. En vez de desanimarme me he dicho,
Dios no podría inspirar en mi un deseo israelí irrealizable; por lo tanto, a
pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. La confianza y nada más que
la confianza es el único camino que lleva al Amor (Manuscritos). Lo que le
agrada a Dios es amar mi pequeñez y mi pobreza y ver la esperanza ciega que
tengo en su misericordia (Cartas 17.9.46).
4.2 Capítulo 1. Jesús. Ser para
los demás (7-13)
7. En el nombre que ella eligió
como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la
Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega
hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz”.
8. El Nombre de Jesús es
continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último
aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único
amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento:
«Dios es amor» (1 Jn 4,8.16).
Jesús es
la Encarnación del rostro de Dios misericordia. “Id y aprender qué significa
aquello de misericordia quiero y no sacrificios, porque no he venido a llamar a
los justos sino a los pecadores” (Mateo 9, 12 – 13). Jesús nos invita a acudir
a él: “Venid a mí y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y
hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga
ligera” (Mt 11-29-30). Nuestra miseria ejerce en el corazón de Dios una
poderosa atracción. El móvil de la Encarnación es enviar a Jesucristo para
revelarnos su rostro de misericordia.
Teresa
de Lisieux vivió fuertemente centrada en Dios como el único amor de su vida. Diálogo
con él en la oración asumiendo las necesidades de sus hermanos-as. A partir de
este diálogo se entregó a los demás y vivió su ocupación por la salvación del
mundo: “Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano
arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío el alma
que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los
tesoros que posee. Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas
que tú has querido unir para mía” (Manuscrito C, 34)
Jesús es su único amor y su único doctor y maestro. Jesús es el doctor de doctores de quien extrae las enseñanzas de niñas siente realizadas en ella las palabras de la escritura si alguien es pequeño que venga a mí la misericordia se concede a los pequeños y es consciente de haber sido instruida en la ciencia del amor escondida a los sabios y a los entendidos que el divino maestro se ha dignado revelar a los pequeños.
Teresita ingresó en la orden de las Carmelitas Descalzas el 9 de abril de 1888. El 10 de enero de 1889, después de un período de prueba algo más largo de lo habitual, se le dio el hábito y recibió el nombre de Teresa del Niño Jesús. El 8 de septiembre de 1890, Teresa hizo sus votos. La ceremonia de tomar el velo siguió el día 24, cuando añadió a su nombre en la religión, "de la Santa Faz", un título que iba a ser cada vez más importante en el desarrollo y carácter de su vida interior. En su obra "A l'école de Therese de Lisieux: maitresse de la vie spirituelle", el obispo Guy Gaucher subraya que Teresa veía las devociones al Niño Jesús y a la Santa Faz tan completamente ligadas que firmaba como "Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz". En su poema "Mi cielo aquí abajo", compuesto en 1895, Teresa expresó la noción de que por la unión divina del amor, el alma toma la semejanza de Cristo. Al contemplar los sufrimientos asociados con la Santa Faz de Jesús, sintió que podía acercarse más a Cristo.
La devoción a la Santa Faz de Jesús fue promovida por otra monja carmelita, Sor María de San Pedro en Tours, Francia, en 1844. Luego por Leo Dupont, también conocido como el Apóstol de la Santa Faz que formó la "Archicofradía de la Santa Faz" en Tours en 1851, fue introducida en la devoción a la Santa Faz por su hermana de sangre Paulina, conocida como Sor Inés de Jesús.
Sus padres, Louis y Zelie Martin, también habían rezado en el Oratorio de la Santa Faz, establecido originalmente por Leo Dupont en Tours. Teresita escribió muchas oraciones para expresar su devoción a la Santa Faz. Escribió las palabras: "¡Hazme parecerme a ti, Jesús!". en una pequeña tarjeta y adjuntó un sello con una imagen de la Santa Faz. Colocó la oración en un pequeño recipiente sobre su corazón. En agosto de 1895, en su "Cántico a la Santa Faz", escribió: "Jesús, tu imagen inefable es la estrella que guía mis pasos. Ah, Tú sabes, Tu dulce Rostro es para mí el Cielo en la tierra. Mi amor descubre los encantos de Tu Rostro adornado con lágrimas. Sonrío a través de mis propias lágrimas cuando contemplo Tus penas".
Teresita enfatizó la misericordia de Dios tanto en el relato del nacimiento como en el de la pasión en el Evangelio. Ella escribió: "Lo ve desfigurado, cubierto de sangre... ¡irreconocible!... Y, sin embargo, el divino Niño no tiembla; esto es lo que Él escoge para mostrar Su amor."
También compuso la "Oración de la Santa Faz por los pecadores", "Padre Eterno, ya que me has dado por herencia el adorable Rostro de Tu Divino Hijo, te ofrezco ese rostro y te suplico, a cambio de esta moneda de infinito valor, que olvides la ingratitud de las almas dedicadas a Ti y que perdones a todos los pobres pecadores."
La devoción de Teresita a la
Santa Faz de Jesús se basó en las imágenes pintadas del Velo de la Verónica, promovidas por León Dupont
cincuenta años antes. Sin embargo, a lo largo de las décadas, sus poemas y
oraciones ayudaron a difundir la devoción a la Santa Faz de
Jesús
4.2.1 Alma misionera
9. Como sucede en todo encuentro
auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita
pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que
deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». Escribió que había
entrado al Carmelo «para salvar almas». Es decir, no entendía su
consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el
amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las
ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra
de evangelización.
10. Las últimas páginas de Historia
de un alma son un testamento misionero, expresan su modo de entender
la evangelización por atracción, no por presión o proselitismo. Vale la
pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“Atráeme, y correremos tras el
olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al
atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra,
“Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por
el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las
almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin
esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como
un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí
todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el
océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee...
Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido
unir a la mía».
11. Aquí ella cita las palabras que
la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4),
según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa
Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que
se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí,
desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que
entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es
cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio
encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente
espíritu apostólico.
Los
"deseos infinitos" que la hacen sufrir durante la oración la empujan
a querer: "recorrer la tierra, (...) anunciar el Evangelio en las cinco
partes del mundo y hasta en las islas más recónditas ... me gustaría ser
misionero, no solo por unos años, sino que me hubiera gustado serlo desde la
creación del mundo y serlo hasta el consumo de los siglos… (SRA, B, 3R)
Teresita
ha concebido la misión de dar a conocer y hacer amar a Cristo y a la iglesia,
su cuerpo místico. Ha ayudado a sanar las almas de los rigores y temores para
subrayar más que la justicia de Dios, su divina misericordia. Su misión en esta
tierra será la de atraer a todos al amor misericordioso de Dios. Su móvil será
la salvación de las almas.
Atraer
las almas pecadoras hasta las olas de la sangre redentora que brotan de su Amado.
Jesús el único que nos puede salvar. Ofrezco mi vida como víctima a vuestro
amor misericordioso para la salvación del mundo. El Corazón de Jesús es un
océano de amor pero las almas no se dejan invadir por el Amor. En el corazón de
la Iglesia ella será el corazón que impulsa el amor.
Su
misión no será otra que dar a conocer el amor misericordioso de Jesús. Amar a
Cristo y amar a la iglesia. Su vida abre un caminito, el de la confianza, para
invitar a todos a recorrerlo, “el pequeño camino es el de la infancia
espiritual”. El mensaje evangélico del pequeño camino de la confianza y de la
infancia espiritual encuentra después de su muerte una sorprendente acogida y
rebasa todas las fronteras. La fuerza de su mensaje reside en la concreta
ilustración de cómo todas las promesas de Jesús hayan plena realización en
quien sabe acoger con confianza la presencia salvadora del Redentor.
Evangelizar
no es transmitir una doctrina sino una experiencia transformada en vida. Esta
experiencia es precisamente la que comunica Teresita. Ella comunica la
experiencia de un Dios cercano y misericordioso. Jesús le mostró que el camino
es el abandono y la confianza de un niño que se duerme en los brazos de su
padre sin temor. “El que sea pequeñito que venga a mí” dijo Jesús movido por el
Espíritu Santo. A los pequeños se les compadece y perdona. El profeta Isaías
nos revela a Dios como el Padre-Madre misericordioso. “como una madre acaricia
a su hijo así os consolaré yo. Os tomaré y llevaré en mis brazos y sobre mis
rodillas os acariciaré.” (Is 66, 12-13) Jesús no pide grandes hazañas sino
únicamente abandono y gratitud.
La
experiencia de Dios que Teresita nos transmite es la experiencia de un Dios Padre-Madre
que ama a los justos e injustos, a los buenos y malos, que conoce lo que
necesitamos antes de que se lo pidamos, que nos perdona y pide que perdonemos,
que nos protege y cuida de nosotros. Estamos ante Dios como hijos e hijas. Estamos
ante un Padre-Madre que hace colaborar todo para nuestro bien, aún nuestras
deficiencias y fallos. Reconocer a Dios Padre-Madre requiere un corazón de niño
que opta por permanecer pequeño. “Porque lo que le agrada Jesús es verme amar
mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia. La
confianza y nada más que la confianza puede conducirnos el amor”.
4.2.2 La gracia que
nos libera de la autorreferencialidad
12. Algo semejante ocurre cuando se
refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido
misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de
su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en
mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza
diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de
hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los
perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse
inactiva».
13. En el corazón de Teresita, la
gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el
océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y
hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida
«lluvia de rosas».
Hoy estamos habituados a mirarnos
a nosotros nos preguntamos si vamos a ser capaces viendo nuestras capacidades o
desalentándonos en nuestras limitaciones. Para Teresa lo primero es poner el
centro, no en nosotros sino en la misericordia de Dios. “El amor no consiste en
que nosotros amemos a Dios sino en ver el amor con el que él nos ama primero”
(1 Jn 4,10).
La oración supone el
desprendimiento de uno mismo. No debe de ser una degustación de nuestro yo si
no una mirada para posada únicamente en Dios, en su amor misericordioso. Teresita
es invitada a caminar sin bagaje desprendida de sí, de sus impresiones y sus
asuntos. No pierde tiempo en mirar ni sus miserias. ni alegrías.
La oración de Santa Teresita no
es autorreferencial, no está centrada en ella sino en Jesús. Uno debe de estar
libre de pedir ver frutos o resultados. Dios no debe ser amado por sus cosas o
dones, sino por él mismo.
Dios es libre de venir a nosotros
y de manifestarse, de responder o no a nuestra oración. A veces percibiremos su
presencia y su dulzura y a veces no. Él puede elegir no hacerlo. Dios debe de
ser amado tanto en su presencia como en su ausencia pues la manera de obrar De
Dios es infinita. Dios obra cuando se presenta y cuando se ausenta. En u
aparente ausencia Dios purifica nuestro amor. A la oración hemos de ir no para
buscarnos a nosotros mismos encontrando nuestro deleite, sino únicamente para
agradar y dar gozo a Dios.
Hemos de ir a la oración
sencillamente para estar con Jesús. Tanto en el día como en la noche no cesará
nuestra alabanza. Si él se manifiesta nos alegramos pero no hemos de turbarnos
si el hace sentir su ausencia. Teresa ha conocido la sequedad. Así lo narra en
una de sus cartas: “Debería haberme entristecido por dormirme (desde hace 7
años) en mis oraciones y en mi acción de gracias. Fue una gran prueba donde Dios
purificó mi alma”.
Teresita experimenta la ausencia
aparente de Dios en la oración y esta experiencia es tan importante como la
otra porque en los dos casos toca la realidad de Dios que es libre para
responder o callarse. Lo que cuenta para Teresita es hacer ante todo la
voluntad de Dios: “Hoy, más que ayer, dice, si esto es posible, he sido privada
de todo consuelo. Doy gracias a Jesús que encuentra esto bueno para mi alma, y
tal vez se me consolase, me detendría en estas dulzuras, pero Él quiere que sea
toda para él… Pues bien, todo será para él, todo aun cuando no sienta nada qué
puedo hacer ofrecerle; entonces, como esta tarde le daré esta nada… si
supierais qué grande es mi alegría de no tener ninguna para dar gusto a Jesús… Es
la alegría refinada pero no sentida”. (Carta a la madre Inés de Jesús 2, 1, 89)
Teresita distingue el amor
verdadero de la pura emotividad en la cual tenemos peligro de cerrar muy a
menudo la oración y la caridad fraterna.
4.3 Capítulo 2. El caminito de la confianza y
del amor (14-29)
14. Uno de los descubrimientos más
importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”,
el camino de la confianza y del amor, también conocido como el
camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier
estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre
celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25).
15. Teresita relató el
descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: «A
pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible;
tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero
buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un
caminito totalmente nuevo».
16. Para describirlo, usa la imagen
del ascensor: «¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos,
Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo
pequeña, tengo que empequeñecerme más y más». Pequeña, incapaz de confiar
en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos del
Señor.
17. Es el “dulce camino del amor”, abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».
En su búsqueda de la santidad, creía que no era necesario realizar actos heroicos, o grandes hazañas, para alcanzar la santidad y expresar su amor a Dios. Ella escribió: “El amor se demuestra a sí mismo con hechos, entonces, ¿Cómo voy a mostrar mi amor? Las grandes obras me están prohibidas. La única forma en que puedo demostrar mi amor es esparciendo flores, y estas flores son cada pequeño sacrificio, cada mirada y palabra, y la realización de las más mínimas acciones por amor”.
Este “pequeño camino” es el fundamento de su espiritualidad. Dentro de la Iglesia Católica, el camino de Teresa fue conocido durante algún tiempo como «el pequeño camino de la infancia espiritual», pero Teresa en realidad escribió «pequeño camino» solo una vez, y nunca escribió la frase «infancia espiritual». Fue su hermana Paulina quien, después de la muerte de Teresita, adoptó la frase "el caminito de la infancia espiritual" para interpretar el camino de Teresa. Años después de la muerte de Teresa, un carmelita de Lisieux le preguntó a Paulina sobre esta frase y Paulina respondió espontáneamente: "¡Pero tú sabes bien que Teresa nunca la usó! Es mío". En mayo de 1897, Teresita escribió al padre Adolphe Roulland: "Mi camino es todo confianza y amor". A Maurice Bellière le escribió: "Y yo, a mi manera, haré más que tú, así que espero que un día Jesús te haga caminar por el mismo camino que yo".
“A veces, cuando leo tratados espirituales en los que la perfección se muestra con mil obstáculos, rodeado de una multitud de ilusiones, mi pobre mente se cansa rápidamente. Cierro el libro erudito que me rompe la cabeza y me seca el corazón, y tomo la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso; Una sola palabra descubre para mi alma horizontes infinitos; La perfección parece simple; Veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse, como un niño, en los brazos de Dios. Dejando a las grandes almas, a las grandes mentes, los hermosos libros que no puedo entender, me regocijo de ser pequeño porque sólo los niños, y los que son como ellos, serán admitidos al banquete celestial”.
La Palabra de Dios le abrirá el camino: “Si alguno es muy pequeño, venga a mí. "(Prov. 9,4)" Entonces vine ", escribe" la pequeña Teresa "mientras se preguntaba qué haría Dios con el pequeño que vendría a él, leyó Isaías 66: desde entonces, entendió que no era No podrá subir esta escalera solo, sino que Jesús la tomará en sus brazos, como un rápido ascensor. A partir de entonces, la pequeñez de Teresa dejó de ser un obstáculo, al contrario. Cuanto más pequeña y liviana esté en los brazos de Jesús, más la santificará mediante una rápida ascensión. Así narra Teresa su descubrimiento del “pequeño camino” (Manuscrito C,2). Es ante todo un descubrimiento de lo que Dios es: esencialmente Amor Misericordioso. A partir de ahora verá todas las perfecciones divinas (incluida su Justicia) a través del prisma de su Misericordia.
Esto es evidente en su enfoque de la oración: Para mí, la oración es un movimiento del corazón; es una simple mirada hacia el Cielo; Es un grito de gratitud y amor tanto en tiempos de prueba como en tiempos de alegría; finalmente, es algo grande, sobrenatural, que ensancha mi alma y me une a Jesús... No tengo el coraje de buscar en los libros hermosas oraciones... Me gusta un niño que no sabe leer; Le digo a Dios de manera muy sencilla lo que quiero decir, y Él siempre me entiende.
Teresita apunta a la cima del amor, al don de sí misma incondicionado al amor misericordioso de Jesús. Los caminos que llevan a esta cumbre son numerosos. Teresa manifiesta que Jesús le ha mostrado el camino. Entiende que no se trata tanto de subir sino de bajar, la contradicción de subir bajando. Teresa se abandona como un niño y marcha de la mano de Jesús. Sabe en quién ha puesto su confianza ( 2 Tim 1, 12).
“Lo propio del amor es abajarse. A Dios le agrada cuando nos reconocemos pobres y pequeños. Dios es seducido por la pobreza y la desnudez del hombre. Nuestra miseria y nuestros sufrimientos ejercen en el corazón de Dios un atractivo que le empuja a encarnarse en Jesucristo para revelarnos su rostro de misericordia. Dios me ha hecho descubrir un caminito del todo nuevo para subir al cielo la confianza” (Manuscrito C).
En lugar de esforzarse por subir la ruda escalera de la perfección se abre a su infinita misericordia. Jesús es el ascensor. puedo elevarme al cielo sostenida en sus brazos. Se trata de permanecer pequeña y empequeñecerme cada vez más. Son vuestros brazos Jesús. El ascensor es la misericordia de Dios que se inclina sobre la impotencia del hombre. Así lo contemplamos en la Cruz, abajado a besar, curar, nuestras heridas derramando su misericordia. En la Cruz vemos a la vez el rostro misericordioso de Dios y el rostro desfigurado del hombre. No se trata tanto de escalar la ruda escalera del temor sino de elevarse a Dios por el ascensor del amor (Manuscrito B)
4.3.1 Más allá de
todo mérito
18. Este modo de pensar no
contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el crecimiento de la
gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la gracia santificante,
somos transformados y capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en
un camino de crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal
manera que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia
recibida.
19. Teresita, sin embargo, prefiere
destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando
el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es
que, dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, tampoco
podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar
en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido citar las palabras
de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las
manos vacías», para expresar que «los santos han tenido siempre una
conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia». Esta convicción
despierta una gozosa y tierna gratitud.
20. Por consiguiente, la actitud
más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en
la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo
en la Cruz de Jesucristo. Por esta razón Teresita nunca usa la expresión,
frecuente en su tiempo, “me haré santa”.
21. Sin embargo, su confianza sin
límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse
llevar y transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e
imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma
de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la
montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono
y gratitud».
22. Esta misma insistencia de
Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no
ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino
el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros
corazones. En la Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por
no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como
en el sagrario». El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con
sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el
alma.
Habitualmente tendemos a
esforzarnos para ser reconocidos y amados. Dios nos ama, no porque seamos
dignos, sino porque somos sus hijos. El no viene a llamar a los que son dignos.
Dios no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores. (Rom 9, 15-16). No es obra del que quiere, del
que corre, sino de Dios que usa de su misericordia. Debo aceptarme y soportarme
tal como soy con todas mis imperfecciones. En la medida que acepto plenamente
el ser una criatura, pobre, indigente, profundamente insuficiente, será el modo
de experimentar su infinita misericordia. A partir de la pobreza Dios podrá
establecer un diálogo entre el que es y el que no es.
Teresita descubre que su deseo de
amar a Dios es ridículo frente al amor desorbitado de Dios por cada hombre.
Teresita por ello no piensa primero en amar a Dios sino comprender la
profundidad de su amor por ella. “Lo que seduce a Dios no son nuestras virtudes
o riquezas sino nuestras pobrezas. Lo que más le agrada a Dios es la confianza,
lo que más le ofende es la falta de confianza. Se nos pide que vivamos
descentrados de nosotros mismos para centrarnos solo en Dios. El Espíritu Santo
nos purifica y nos quita de nuestros apoyos y seguridades para enseñarnos la
verdadera confianza”.
4.3.2 El abandono
cotidiano
23. La confianza que Teresita
promueve no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y
salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia
concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los
temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo
nuestro control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”.
24. La confianza plena, que se
vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la
constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus
últimos días Teresita insistía en esto: «Los que corremos por el camino del
amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el
futuro, porque eso es faltar a la confianza». Si estamos en las manos de
un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos
adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en
nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud.
En el Carmelo,
Teresita se encontrará con sus debilidades y su desamparo, cuando se compare
con los santos. Se le aparecen como una montaña cuando ella es solo un grano de
arena. “Crecer es imposible”, dice, pero sin desanimarse. Porque si Dios ha
depositado en ella estos deseos de santidad, es porque debe haber un camino, un
camino para subir "la tosca escalera de la perfección".
“El camino que lleva al amor es
el abandono. Jesús desea ardientemente ser amado”. Teresa ha creído en el amor
y se ha entregado a él con una confianza absoluta. Hemos perdido el sentido de
la gratuidad, de la adoración, de la bendición. Bendecir a Dios es darle
gracias por todo porque todo es puro don. Jesús se complace en enseñarle la
ciencia de gloriarse en sus debilidades. Nuestra tendencia natural es huir de
nuestras debilidades y miserias tratando de excusarlas. Jesús no busca tanto
grandes gestos heroicos sino quiere confianza y abandono en él.
A nosotros no nos es fácil permanecer
en nuestra debilidad, permanecer pobres y sin fuerzas. Hemos de aprender a
permanecer lejos de todo lo que brilla. Mientras buscamos a Dios por algo
distinto a la confianza dejamos de poner en él nuestro apoyo. Jesús no pide
tanto grandes obras si no solamente la confianza, el abandono y el
agradecimiento. No es el tamaño de las cosas que hacemos si no el tamaño de
amor que ponemos enloquecemos
Teresita, “el acto de ofrenda al
amor misericordioso” lo realiza en el ordinario y cotidiano vivir. Amar a Dios
incondicionalmente, amar a Dios hasta la locura. Estar dispuestos a morir a
nosotros mismos, a nuestro querer, para abrirnos a su voluntad. Amar
oscuramente, en el silencio. “El Holocausto de amor” supone dejarse despegar a
fondo de todo lo que no es puramente la voluntad de Dios. Hay que vivir de la
gracia en cada instante. Hay que vivir el presente fiados de su providencia y
no hacer provisiones. Hay que abandonar el pasado en la misericordia de Dios y
confiar el porvenir en su providencia. Ocuparse del porvenir es querer ocupar
el lugar de Dios.
4.3.3 Un fuego en
medio de la noche
25. Teresita vivía la fe más
fuerte y segura en la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del
Calvario. Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último período de su
vida, en la gran «prueba contra la fe», que comenzó en la Pascua de 1896.
En su relato, ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa
realidad del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que
fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico.
Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por
las más densas tinieblas», estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el
rechazo de la fe cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la
oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita
percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada.
26. Pero la oscuridad no puede
extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo
como luz (cf. Jn 12,46). El relato de Teresita manifiesta
el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a
las tentaciones más fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como
Jesús, a la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede
por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión
amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a
derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le
digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que
Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad».
27. Junto con la fe, Teresa vive
intensamente una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la
confianza puede conducirnos al Amor». Vive, aun en la oscuridad, la
confianza total del niño que se abandona sin miedo en los brazos de su padre y
de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su
misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A
mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo
y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan
radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que
todas las demás) me parece revestida de amor». Este es uno de
los descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores
contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario
penetró en las profundidades de la misericordia divina y de allí sacó la luz de
su esperanza ilimitada.
Teresita pasa por la prueba del
dolor y la enfermedad. El oro se purifica en el crisol del fuego. Teresa
experimenta como si se hubiese sumergido toda entera en el fuego. Teresita se
ofrece al amor misericordioso de una manera oculta y subterránea. Teresita
tiene la experiencia de ser atravesada y traspasada de parte a parte por una
espada de amor (Cuaderno amarillo 7, 7-2)
Teresita escribe: “Comenzará mi Viacrucis,
cuando de repente me sentí presa de un amor tan violento hacia Dios, que no lo
puedo explicar, sino diciendo que parecía que me hubieran hundido toda entera
en el fuego. ¡Oh, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo! Me abrasaba de amor
y sentí que un minuto más, un segundo más, y no podría soportar aquel ardor sin
morir. Comprendí entonces lo que dicen los santos sobre estos estados que tan
frecuentemente experimentaron. Yo no lo probé más que una vez y solo un
instante: luego volví a caer, enseguida, en mi sequedad habitual” (Cuaderno
amarillo 7, 7-2)
Teresita fue adentrada en la
Pascua de amor de Jesús, en su misterio Pascual, en la Cruz. En la Cruz de
Jesús siente el desamparo. El Señor desea encontrar almas que se ofrezcan en
Holocausto a su amor. A estas almas las purifica hasta hacerlas consumir con su
fuego ardiente. Dios es el fuego ardiente que transforma todo lo que toca. Le
toca al hombre ofrecerse a Dios y entrar en su misterio de oblación, el
misterio del Holocausto, el fuego de la Zarza ardiendo y lleva al rojo a la
llama de amor viva con un estado de alta incandescencia. Dios es el fuego
ardiente que abrasa el corazón de Teresa. En la fiesta de la Santísima Trinidad,
el 9 de junio de 1985, a lo largo de la misa Teresa fue inspirada a ofrecerse
como víctima de Holocausto al amor misericordioso. (Cuaderno y R III, 15)
4.3.4. Una firmísima
esperanza
28. Antes de su entrada en el
Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una
de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a
muerte por triple asesinato y no arrepentido. Al ofrecer la Misa por él y
rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con
la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último
momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni
diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su
certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de
Jesús». Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al
cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió
el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres
veces sus llagas sagradas…!». Esta experiencia tan
intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir
de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en
día».
29. Teresita es consciente del
drama del pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con
la certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» ( Rm 5,20).
El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor
misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la
victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su
pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se atreve a plantear:
«Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola [...].
Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte y
consolarte». Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que
es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
Teresita invita a todos a
desechar toda inquietud y abandonarse a la súplica: “El Señor está cerca. No se
inquieten por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentadas a Dios
vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción
de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” ( Fil 4, 5-7).
Teresita, consciente de
nuestra debilidad, nos invita a confiar hasta la audacia. La santidad no
consiste en esta o aquella práctica, consiste en una disposición del corazón
que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de
nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre (N.V.
3-8-97).
Teresita pone todo el
acento en la oración de abandono: “Una simple mirada dirigida al cielo, un
grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación, como en
medio de la alegría…, que me dio lata al alma y me une con Jesús”. (Manuscrito C,
F 25)
Teresita nos invita a
creer aún por encima de no ver eficacias con una fe desnuda. En lugar de forzar
la mano de Dios para que venga a nosotros hemos de abandonarnos como hizo el
mismo Jesús: “Padre mío me abandono a tí, haz de mí lo que quieras”. Hablando
de Teresa su hermana Celina dirá: “Su vida entera se deslizó en la fe desnuda. No
había alma menos consolada en la oración; me confió que había pasado siete años
en una oración de las más áridas. Sus retiros anuales y mensuales eran para
ella un suplicio y sin embargo se la hubiera creído inundada de consuelos
espirituales. Tal era la unción de sus palabras y de sus obras y tan unida
estaba con Dios” (C y R III,28)
4.4 Capítulo 3. Seré el amor (30-45)
30. “Más grande” que la fe y la
esperanza, la caridad nunca pasará (cf. 1 Co 13,8-13). Es
el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz de todas las
virtudes».
Teresita vincula el amor
al don efectivo de su persona que se da a través de pequeñas obras. Para eso no
hemos de desperdiciar ningún pequeño sacrificio para ofrecérselo al Señor cómo
acto de amor: “Oh, Amado mío, así es como se consumirá mi vida. No tengo otro
modo de probarte mi amor que arrojando flores, es decir, no desperdiciando
ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las
más pequeñas cosas y haciéndolas por amor…
Quiero sufrir por amor y
hasta gozar por amor, de esta manera arrojaré flores delante de tu trono. No
echaré flor en mi camino que no desoje para ti. Además, al arrojar mis flores,
cantaré aún cuando tenga que coger mis flores del medio de las espinas. Y tanto
más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas”.
(Manuscrito B, F4)
Hemos de gustar hacer las
cosas ocultas con el solo fin de dar alegría a Dios y salvar a las almas. “¡Qué
misterio! Con nuestras pequeñas virtudes, con nuestra caridad practicada la
sombra, nosotras convertimos de lejos a las almas… ayudamos a los misioneros”
(C y R IV, 3)
Teresita realiza actos
pobres pero que significan su voluntad su alegría de no obrar por sí misma. Hay
que aceptar que una obra tiene más sentido si se trata de obedecer a Cristo y
el Espíritu Santo. Este es el acto de amor más puro que podamos hacer.
4.4.1.
La caridad como trato personal de amor
31. La Historia de un
alma es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un
comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros,
como yo los he amado» ( Jn 15,12). Jesús tiene sed de
esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un
poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de beber”, lo que
estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su
pobre criatura. Tenía sed de amor». Teresita quiere corresponder al amor
de Jesús, devolverle amor por amor.
32. El simbolismo del amor esponsal
expresa la reciprocidad del don de sí entre el novio y la novia. Así, inspirada
por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que
el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso
le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de
llegar a contemplarlo un día cara a cara». Aunque el Señor nos ama juntos
como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo, “de
corazón a corazón”.
33. Teresita tiene la viva certeza
de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó
por mí» (Ga 2,20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice:
«Me has visto». Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos
de su Madre: «Con tu pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y
la vida le dabas. Y pensabas en mí». Así, también al comienzo de la Historia
de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si
fuera único en el mundo.
34. El acto de amor “Jesús, te
amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de
lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la
vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con
María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las
profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a
Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus
lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento
que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de
misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que
sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a
prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres
más altas de la contemplación».
La caridad es fruto de su
entrega a Dios. La caridad no fluye de nosotros como fuente. La caridad brota
de la experiencia del amor de Dios. Nuestro amor es una respuesta infinitamente
pobre temerosa e insuficiente al amor infinito que rodea nuestro corazón de
piedra. Los que quieren amar sin reconocer su situación y pobreza
experimentarán amargas decepciones. Hemos de ir a la fuente para recibir su
amor hay una fuente que es gratuita, la del amor misericordioso de Dios.
"¡Qué
poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso del Corazón de Jesús! Es
cierto que, para gozar de estos tesoros, es necesario humillarse, reconocer la
propia nada, y esto es lo que muchas almas no quieren hacer...".
Siguiendo, pues, las enseñanzas de Santa Teresita, no
hemos de trabajar para ser santos o santas de aquellos que la Iglesia canoniza
y propone, en los altares, a la veneración de los fieles, sino sencillamente
para complacer y dar gusto a Dios.
Ofrezcámosle, pues, las obras de los demás, y
apliquémonos únicamente al amor. La santidad no consiste en aquel brillo
exterior de virtud, que, en la tierra, es el único capaz de descubrir el
heroísmo. La santidad es ante todo una disposición del corazón que nos hace
humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza,
confiados, hasta la audacia, en su bondad de Padre, y delicadamente atentos a
obedecerle y complacerle en todo.
Todo por
amor y con amor. Esta es la divisa fundamental de la Santa. Por la práctica de
las virtudes y de la perfección podemos llegar a un grande amor de Dios; pero
también por el amor de Dios podemos llegar a la práctica de las virtudes y de
la perfección. Y este camino es el preferido por la Santa, extremándolo
deliciosamente. Ella no pretende más que complacer a Jesús, agradarle, darle
gusto, en una palabra amarle hasta lo imposible, y sólo con esto, practicará
todas las virtudes, salvará innumerables almas, ejercerá todas las vocaciones y
apostolados de la Iglesia. Ella ora, enseña, trabaja, sufre, en una palabra, vive
sólo por el amor.
“Yo no
soy más que una alma pequeñita, trabajo únicamente para darle contento. Yo
quiero ser en la mano del buen Dios, una florecilla, una rosa inútil pero cuya
vista y perfume, sin embargo, sean para Él como un alivio y un pequeño goce de
más. Yo quiero trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros,
de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen
eternamente.". "Jesús me enseña a hacerlo todo por Amor." Próxima a morir, ella confiesa que
"nunca ha dado al buen Dios más que amor.". Sin el amor, todas las
obras, incluso las más extraordinarias no son más que nada."
4.4.2. El amor más
grande en la mayor sencillez
35. Al final de la Historia
de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de
holocausto al amor misericordioso de Dios. Cuando ella se entregó en
plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos,
la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias
que han venido a inundar mi alma». Es la vida mística que, aun privada de
fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia
diaria de amor.
36. Teresita vive la caridad en la pequeñez,
en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de
la Virgen María, aprendiendo de ella que «amar es darlo todo, darse
incluso a sí mismo». De hecho, mientras que los predicadores de su
tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como
alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la
más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf . Mt 18,4),
la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos
están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos
muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe.
Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe
despojada. María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y
humildad; así que Teresita no duda en escribir:
«Yo sé que en Nazaret, Madre llena
de gracia, viviste pobremente sin ambición de más.
¡ Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros tu vida embellecieron,
Reina del Santoral…!
Muchos son en la tierra los pequeños y humildes: sus ojos hacia ti pueden sin
miedo alzar.
Madre, te place andar por la vía común, para guiar las almas al
feliz Más Allá».
37. Teresita también nos ha
ofrecido relatos que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio
de la sencillez diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una
hermana enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de
una caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de
invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y
era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento
musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de
ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda
suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la
pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de
tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los
ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No
puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó
con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de
las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad... No, no
cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad
por gozar mil años de fiestas mundanas».
Nada mejor que descansar en los
brazos del Padre. Somos como los niños en los brazos de su Padre. A nosotros
nos toca confiar en él, descentrarnos y abandonarnos en su amor y su ternura con
una confianza infinita. “Nuestro Padre sabe de lo que tenemos necesidad: mirad
los pájaros del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros y
vuestro Padre celestial los alimenta ¿no vosotros más que ellos?” (Mt 6,26)
Teresita pone la comparación de
un pajarillo débil y pequeño que quería volar hacia el sol pero no está en su
pequeño poder (Manuscrito B, F4.) Somos demasiado pequeños para sobreponernos a
las dificultades. Es necesario que pasemos por debajo de ellas (C y R II 37). Pasar
por debajo es sentarse en las dificultades y vivirlas desde dentro, es decir,
sufrirlas porque contienen el sentido oculto de nuestro porvenir. Pasar por
encima constituye siempre una salida falsa. Teresita no trata de evadir el duro
trabajo, huir de alguien qué tiene un carácter difícil. Se trata de permanecer
sumergidos en el amor de Dios en el vivir cotidiano. La vida divina qué es el
amor de Dios se vive en la vida cotidiana, en lo más ordinario. El abandono no
es una manera de hacer la vida más fácil sino de ayudarnos en lo difícil con
medios muy pequeños.
“Poco a poco, conseguía hacerme
amar mi suerte, hacerme desear que las hermanas me ahorrasen miramientos… En
fin, me situaba en sentimientos más perfectos. Luego, cuando esta victoria
había sido lograda, me citaba ejemplos ignorados de virtud de las novicias
acusada por mí. Pronto el resentimiento debo lugar a la admiración y pensaba
que las demás eran mejores que yo” (C y R I,10)
Teresa después de haber tomado
conciencia de sus limitaciones, después de haberlas aceptado, se ofrece: “Me
apresuro a decirle adiós. Dios mío sé que merecido este sentimiento de tristeza
pero deja sin embargo qué es lo ofrezco como una prueba que me enviáis
amorosamente lamento mi pecado pero me alegro de poder ofreceros este
sufrimiento” (Cuadernillo Amarillo, 3.7.2).
Cuando las cosas se ponen
difíciles y somos incapaces de levantar las montañas de orgullo y de egoísmo
que hay en vosotros, confesad sencillamente que sois “siervos inútiles”,
esperad todo de Dios y él os dará su gracia.
Por su
fidelidad a las pequeñas cosas Teresa nos presenta un camino de santidad y un
modelo accesible a todos. Lo distintivo de su gracia fue precisamente el saber
utilizar los más pequeños actos de la vida corriente para elevarse hasta la más
alta santidad.
4.4 3. En el corazón
de la Iglesia
38. Teresita heredó de santa Teresa
de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio.
Lo vemos en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración
a Jesús, escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su
profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por un
inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación por sí sola
podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la Iglesia, había releído
los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san Pablo a los corintios.
39. En el capítulo 12, el Apóstol
utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para explicar que la Iglesia
incluye una gran variedad de carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero
esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella continuó su
investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la
gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de
la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por
san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos...
La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la
Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el
más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un
corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor
podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a
apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se
negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí
todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los
tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al
borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he
encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto
en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el
corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así
mi sueño se verá hecho realidad…!!!».
40. No es el corazón de una Iglesia
triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa.
Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el
Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose
obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8).
41. Tal descubrimiento del corazón
de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no
escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica,
marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que
se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón
cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo seré
el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su
identidad espiritual más personal.
Después de un retiro en
septiembre de 1986 Teresa confiesa haber encontrado su vocación: “En el corazón
de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor… así lo seré todo” (Manuscrito B, F7)
En el retiro entendió del señor
su vocación leyendo los capítulos 12 y 13 de la primera Carta a los Corintios. “Leí
en el capítulo primero que no todos pueden ser apóstoles, profetas, doctores,
etc.; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros y que el ojo no
podía ser al mismo tiempo mano. La respuesta era clara, pero no colmaba mis
deseos, no me daba la paz… Sin desanimarme, seguir leyendo y esta frase me
reconfortó: buscad con ardor los dones más perfectos: pero voy a mostraros en
camino más excelente. Y el apóstol explica como todos los dones, aún los más
perfectos, nada son sin el amor. Afirma que la caridad es el camino excelente
que conduce con seguridad a Dios. Entonces en el exceso de mi alegría delirante
exclamé: ¡Oh Jesús, amor mío! por fin y hallado mi vocación, mi vocación es el
amor (Manuscrito
B F 3).
Su papel en la Iglesia no
era evangelizar, ni enseñar, ni de padecer el martirio, sino en el corazón de
la Iglesia, para santificarla desde dentro, seré el amor. Como el corazón
impulsa la sangre en el conjunto del cuerpo. No es ella la que la que santifica
la Iglesia. Esta misión le toca el Espíritu Santo. Su misión propia es
ofrecerse al amor para que la invada y la transforme.
“Había hallado, por fin,
descanso. Al considerar el Cuerpo místico de la Iglesia no me había reconocido
en ninguno de los miembros descritos por San Pablo; o mejor dicho quería
reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que,
si la Iglesia tenía un Cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría
el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un
corazón y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que solo el amor era
el que ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia, que si el amor llegara
a pagarse, los apóstoles no anunciarían que el Evangelio, los mártires se
negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba todas las
vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y
todos los lugares… En una palabra, que el amor es eterno (Manuscrito B, F3).
Sí, he hallado en mi
puesto a la Iglesia y ese puesto ¡Oh Dios mío! vos mismo me lo habéis dado… En
el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor… así lo seré todo… así mi
sueño se verá realizado
(Manuscrito
B, F7).
4.4.4. Lluvia de
rosas
42. Después de muchos siglos en que
tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus deseos de “ir al
cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel
entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a
veces si existía un cielo)». En otro momento dijo: «Cuando canto la
felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor
alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer». ¿Qué ha
sucedido? Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el
corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad.
43. La transformación que se
produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un
constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de
continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este
sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no
voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia
y por las almas». Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré
mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo
haciendo el bien en la tierra».
44. Así Teresita expresaba su
respuesta más convencida al don único que el Señor le estaba regalando, a esa
luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De este modo llegaba a la
última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta
culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa
entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la
muerte». «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra
después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad». «Será como una
lluvia de rosas».
45. Se cierra el círculo. « C’est
la confiance». Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera
del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros
mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que
sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías
disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del
sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: « Sólo
cuento ya con el amor». Al final sólo cuenta el amor.
La confianza hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la
sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo
precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del
Evangelio.
“Continuaré mi misión en el cielo.
Como Luis Gonzaga intervino en favor de un enfermo para curarle in extremis
desparramando sobre su lecho una lluvia de rosas, así ella antes de su
muerte entendió que el padre por medio de su intercesión haría derramar en esta
tierra una lluvia de rosas” (Cuaderno Amarillo). “Dios es todopoderoso y nadie
la es imposible si no ha habido nada que le haya llegado en la tierra no le
negará nada en el cielo. El 14 de septiembre antes de su muerte cuando acababa
de deshojar los pétalos de una rosa sobre su crucifijo como los pétalos
resbalarán de su cama al suelo de la enfermería dijo con mucha seriedad recoger
con cuidado los pétalos hermana mía un día os servirán para hacer obsequios lo
perdáis ninguno” (Cuaderno Amarillo)
Teresita
confiesa en sus escritos: “No tengo otra forma de demostrarte mi amor que
arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni
una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas
y haciéndolas por amor...En el sufrimiento y en medio de la lucha es posible
gozar un instante de una dicha que excede a todas las alegrías de la tierra”.
(Historia de un alma).
4.5 Capítulo 4. En el corazón del Evangelio
(46-53)
46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar
a la frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e
indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella
invitación.
Su
incomparable contribución de Teresita a la espiritualidad del siglo XX es un
retorno al Evangelio en su radical pureza. “Si no vuelven a ser como niños
pequeños, no entrarán en el Reino de los Cielos. "(Mt 18, 3)
Sin ninguna
iniciación, sin ninguna cultura bíblica, cita la Biblia más de 1000 veces en
sus escritos. No fue hasta los veintidós años que dos textos del Antiguo
Testamento cristalizaron en ella una larga búsqueda: la iluminación de "El camino de la
infancia espiritual" que simbolizará su
contribución.
Teresa
con un corazón humilde penetra en el mismo corazón del evangelio que Jesús ha
querido revelar a los sencillos: “Dios te bendigo Señor del cielo y de la
tierra porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y las has
revelado a los pequeños; sí Padre, tal pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11,
25-26)
Teresita
ha hecho resplandecer en nuestro tiempo la fragancia, la frescura, la fascinación
del Evangelio. Ha contemplado y reconocido en la misericordia de Dios todas las
perfecciones divinas, pues hasta la justicia de Dios, y tal vez más que
cualquier otra perfección, me parece estar revestida de amor. De esta manera se
ha transformado en vivo icono de ese Dios que, según la oración de la Iglesia,
manifiesta su poder con el perdón y la misericordia.
Teresita
penetró en los misterios de su infancia (Teresita del Niño Jesús) en las
palabras de su Evangelio, en la pasión del siervo del doliente esculpida en su
Santa faz (Teresita de la Santa Faz), en el esplendor de su existencia gloriosa,
en su presencia eucarística. Teresita cantó todas las expresiones de la divina
caridad de Cristo tal como el Evangelio las propone.
4.5.1. La doctora de
la síntesis
47. Esta Exhortación sobre santa
Teresita me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se
concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo
y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por
ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante». El
núcleo luminoso es « la belleza del amor salvífico de Dios manifestado
en Jesucristo muerto y resucitado».
48. No todo es igualmente central,
porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale
tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la
Iglesia, e incluso para la enseñanza moral». El centro de la moral
cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la
Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación
externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu». Al final, sólo
cuenta el amor.
49. Precisamente, el aporte
específico que nos regala Teresita como santa y como doctora de la Iglesia no
es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su
aporte es más bien sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al
centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras
y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y
normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más
urgentes y más estructurantes para la vida cristiana. Allí es donde Teresita
puso la mirada y el corazón.
50. Como teólogos, moralistas,
pensadores de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su
propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y
sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales,
personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder
hacerlo.
51. Algunas veces, de esta santa se
citan sólo expresiones que son secundarias, o se mencionan cuestiones que ella
puede tener en común con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la
piedad eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo
podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la Iglesia,
olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar
y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del
Evangelio». Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa palabra que el Señor
quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles
[…]. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de
santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando
uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona». Esto vale
más aún para santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”.
Jesús no
tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. Él, el
Doctor de los Doctores, enseña sin ruido de palabras... Yo nunca le he oído
hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me
inspira lo que debo decir o hacer (Historia de un alma).
El amor
de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone
resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio
del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos
doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería
que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha
creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; ¡Y
también a sus corazones quiere él descender! Abajándose de tal modo, Dios
muestra su infinita grandeza (Historia de un Alma).
Santa Teresa de Lisieux no pudo
frecuentar una Universidad, ni siquiera tuvo estudios sistemáticos. Murió joven
y sin embargo, de ahora en adelante, se la honrará como “doctora de la Iglesia”
cualificado reconocimiento que la lleva en la consideración de toda la
comunidad cristiana bastante más de lo que pueden hacer un título académico.
De hecho, cuando el magisterio
proclama a alguien “doctor de la Iglesia” quiere señalar a todos los
fieles y de forma especial a quienes en la iglesia cumplen el servicio
fundamental de la predicación o la enseñanza teológica que hoy los Santos pueden
aportar nueva luz a los misterios de la fe los Santos. Dios nos habla a través
de los Santos por ello y con el fin de profundizar en los divinos misterios hay
que atribuir especial valor a la experiencia espiritual de los Santos y no es
casualidad que la iglesia escoja únicamente entre ellos a quienes quiere honrar
con el título de doctor.
Entre los doctores de la Iglesia,
Teresa del Niño Jesús y de la Santa faz es la más joven, pero su ardiente
itinerario espiritual revela una madurez tal, y las intuiciones de la fe
expresadas en sus escritos son tan amplias y profundas, que la hacen merecedora
de ocupar un lugar entre los grandes maestros espirituales.”
4.5.2.
El contexto actual
Del cielo a la tierra, la
actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su
“pequeña grandeza”.
En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo. En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica. En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión. En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio. En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio.
53. Un siglo y medio después de su
nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina,
en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el
bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad
espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las
gracias que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en
el camino de la vida.
Teresita
declara que la única ciencia que desea es la ciencia del amor: “Esta es
la única ciencia que deseo después de haber dado por ella todas mis riquezas
estimó como la esposa de los cantares no haber dado nada… Comprendo tan
perfectamente que no haya cosa que pueda hacernos gratos a Dios fuera del amor,
que es este amor el único bien que ambiciono. Jesús se complace en enseñarme el
único camino que conduce a esta divina hoguera este camino es el abandono del
niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su Padre” (manuscrito B F1) Cuando
un alma se abandona enteramente a la voluntad de Dios el mismo señor comienza a
guiar mientras antes lo era por los maestros.
Jesús me
ha enseñado el camino del abandono. Como dice el salmo: “El señor no tiene
necesidad de nuestros sacrificios sino de nuestra alabanza” ( Salmo 50, 9-13)
Jesús no pide grandes obras sino solamente abandono y agradecimiento. He aquí
todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad alguna de nuestras
obras sino solamente de nuestro amor (Manuscrito B F1)
La
Iglesia necesita que Santa Teresita del Niño Jesús sea la Doctora de la Nueva
Evangelización para enseñarnos a comprender, venerar, y para amar el amor que
es misericordia. Su autoridad magisterial abarca especialmente: a aquellos que
se sienten sin valor; a aquellos que son indignos; a aquellos que carecen de
capacidad, educación, o ventaja; a aquellos que son chantajeados por sus
pecados; a aquellos que viven en conflicto y confusión espiritual, anhelando la
paz; a todos aquellos que suspiran por conocer el significado de la vida y la
manera de marcar una diferencia en un mundo hostil; a aquellos que se sienten oprimidos
por su pequeñez e insignificancia; a aquellos que se sienten perdedores.
El Papa
Juan Pablo II lo señaló el día en que declaró Doctora de la iglesia a Santa
Teresa: Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra
solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el
silencio, se transforma en manantial de vida renovada. A una cultura
racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella
contrapone con sencillez desarmante el “caminito” que, remitiendo a lo
esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y
penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con
gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva
Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el
espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor. (Santa Teresa
de Lisieux, Doctora de la Iglesia; Homilía del Santo Padre Juan Pablo II,
Domingo 19 de octubre de 1997, Jornada Mundial de las Misiones).
5. Itinerario
espiritual de Teresa de Liseaux
Voy a recoger algunos de los aspectos más
relevantes de su espiritualidad a partir de su autobiografía “Historia de un
alma”. He aquí un camino de santidad que se abre a todos, a los pequeños, a
los pobres, a los heridos: aceptar la realidad de nuestra debilidad y
ofrecernos a Dios tal como somos para que pueda actuar en nosotros. Es la
antípoda del sentimentalismo, antes al contrario hace explícita la infancia
evangélica predicada por Jesús: “Jesús se complace en mostrarme el único camino
que conduce a este divino horno, así es el abandono del niño pequeño que se
duerme sin miedo en los brazos de su Padre. " (Manuscrito B, 1V)
5.1 La
sencillez de una florecita
Dios creador del
cielo y de la tierra se entrega en todas sus maravillas cuidando de los más
pequeños. Teresa era como una pequeña flor cuidada por el amor de Dios. vivía
una vida oculta y "quería ser desconocido", "solo amo la
simplicidad. Tengo horror a la pretensión", y se pronunció en contra de
algunas de las afirmaciones hechas con respecto a las Vidas de los santos
escritas en su día: "No debemos decir cosas inverosímiles, o cosas que no
sabemos. Debemos ver sus vidas reales, y no sus vidas imaginarias. La
profundidad de su espiritualidad, de la que dijo: "mi camino es todo
confianza y amor", ha inspirado a muchos creyentes.
La Historia de un alma ha popularizado todos los detalles
de la infancia de Teresita. Se nos manifiesta allí como una santa que vive
entre nosotros con sus sencillas y espontáneas alegrías y con sus pequeñas
penas de niña. Nada que se salga de lo ordinario. Vemos demasiado a los santos
sobre las peanas y en los altares. Teresita no tiene miedo en confesarse como
nosotros, niñitos débiles y a veces caprichosos; adolescentes que tenemos que
luchar para dominar sus pasiones; hombres y mujeres como nosotros en contienda
con las dificultades de la vida, cuyos proyectos fueron frecuentemente
entorpecidos por la maldad de los hombres o detenidos por los fracasos. Teresita
pasa como nosotros sus noches y dificultades, consciente de su debilidad y de
su fragilidad. Pero en medio de las mayores agitaciones humanas supo hallar en
Dios la fuerza victoriosa de la gracia; y su vida, tan parecida a la nuestra,
supo ser a la luz de la fe y al influjo del amor, más divina cada día.
5.2 Su
infancia
Su infancia
transcurrió en medio de luces y sombras y de todo supo extraer una enseñanza
espiritual. El 28 de agosto de 1877, Celia Martin murió de cáncer de mama.
"Cuando mamá murió, mi carácter feliz cambió. Había estado tan animado y
abierto; ahora me volví tímido e hipersensible, llorando si alguien me miraba.
Cuando tenía nueve años, en octubre de 1882, su hermana Pauline, que había
actuado como una "segunda madre" para ella, ingresó en el monasterio
carmelita de Lisieux. Teresita estaba devastada.
Su medio familiar fue para ella una
verdadera escuela de perfección cristiana. Unos «padres santos», unas hermanas
destinadas todas ellas a consagrarse a Dios en la vida religiosa, velaron sobre
su alma de niña. En ésta atmósfera excepcional Teresita se dejaba modelar espontáneamente, siguiendo el ejemplo
de sus hermanas mayores. «Cuando oía decir que Paulina sería religiosa, sin
saber demasiado qué era esto, pensaba: también yo seré religiosa». No le
consentían ningún capricho, ningún defecto. En su relato de la Historia de
un alma, Teresa se reconoce de una sensibilidad extrema, de una ternura
excesiva, necesitada de luchar contra el amor propio.
5.3 Consciente de su debilidad. A menudo enferma
En esta época,
Teresita estaba enferma a menudo; Comenzó a sufrir temblores nerviosos:
"Nuestra Santísima Señora ha venido a mí, me ha sonreído. Qué feliz estoy.
La Nochebuena de 1886 fue un punto de inflexión en la vida de Teresa; Ella lo
llamó su "conversión completa".
Años más tarde declaró que esa noche superó las presiones que había enfrentado
desde la muerte de su madre y dijo que "Dios obró un pequeño milagro para
hacerme crecer en un instante". "En esa bendita noche... Jesús, que
tuvo a bien hacerse niño por amor a mí, tuvo a bien hacerme salir de los pañales
y las imperfecciones de la infancia”.
Teresita va
echar en falta la presencia de sus padres. Primero fue la pérdida de su madre
en edad muy temprana y más tarde la de su padre. Teresa sintió profundamente la pérdida de su madre. Sobre esto
escribió: «Desde que mamá murió, mi alegría característica cambió
completamente; yo que era tan viva, tan expansiva, me convertí en tímida y
dulce, sensible al exceso». Teresa adopta a Paulina, después de la muerte
de su madre, como su «segunda madre». Luego cuando Paulina entra en el Carmelo
sufre de nuevo otra pérdida grande.
5.4 Una vida, como la de todos, no exenta de dificultades.
Durante los primeros 15 meses estuvo muy enferma, una enfermera la
cuidó. Cuando tenía 4 años y medio su madre murió. Su pérdida fue tan dolorosa
que se volvió tímida e hipersensible, llorando si alguien me miraba. A los 8 años y medio, ingresó en la
escuela de las monjas benedictinas de Lisieux. Fue intimidada. La que más la
acosaba era una chica de catorce años a la que le iba mal en la escuela. Teresa
sufrió mucho a causa de su sensibilidad, y lloró en silencio. "Los
cinco años que pasé en la escuela fueron los más tristes de mi vida, y si mi
querida Céline no hubiera estado conmigo, no habría podido permanecer allí un
solo mes sin caer enfermo. Cuando tenía 9 años, en octubre de 1882, su hermana Pauline, que había actuado como una
"segunda madre" para ella, ingresó en el monasterio carmelita de
Lisieux. Teresa estaba devastada. En esta época, Teresa estaba enferma a
menudo; Comenzó a sufrir temblores nerviosos.
5.5 Sus primeras experiencias. Su primera conversión al amor.
Cuando Teresita tenía 10 años, el 13 de mayo de 1883, vió a
la Virgen sonreírle y esto tuvo una gran repercusión para su crecimiento
espiritual. Ella escribió: "Nuestra Santísima Señora ha venido a mí, me ha
sonreído. ¡Qué feliz soy! En la víspera de Navidad de 1886, cuando tenía
13 años, fue un punto de
inflexión en la vida de Teresa; ella lo llamó su "conversión completa".
Años más tarde declaró que esa noche
superó las presiones que había enfrentado desde la muerte de su madre y dijo
que "Dios obró un pequeño milagro para hacerme crecer en un
instante". "En esa bendita noche... Jesús, que creyó oportuno hacerse
niño por amor a mí, creyó oportuno que yo saliera de los pañales y de las
imperfecciones de la infancia.
Después de
nueve tristes años, había "recuperado la fuerza del alma que había perdido
cuando murió su madre y, según dijo, la conservaría para siempre".
Descubrió la alegría en el olvido de sí misma y añadió; "Sentí, en una
palabra, la caridad entrar en mi corazón, la necesidad de olvidarme de mí mismo
para hacer felices a los demás, ya que esta bendita noche no fui derrotado en
ninguna batalla, sino que fui de victoria en victoria y comencé, por así
decirlo, a "correr una carrera de gigantes". (Sal 19, 5) "
Algunos acontecimientos decisivos
marcaron la historia de su infancia. La muerte de su madre que la dejó huérfana
a los cuatro años y medio, trastornó profundamente su vida. «Yo, tan viva, tan
expansiva, me volví tímida, dulce, excesivamente sensible. Una mirada era a
veces suficiente para hacerme deshacer en lágrimas. Necesitaba pasar
desapercibida. No podía sufrir la compañía de los extraños; y sólo recobraba la
alegría en la intimidad del hogar» En esta época abandonó sin pesar Alençon y
fue gustosa a Lisieux, donde se instaló la familia Martín. Hacia los diez años
de edad, una rara enfermedad puso en peligro su vida, pero la Santísima Virgen
se le apareció sonriente y la curó milagrosamente. Después, Teresa se preparó
para la primera Comunión. Este primer encuentro con Cristo se terminó en una
verdadera «fusión». Desde entonces la Eucaristía ocupará el primer puesto en su
vida.
5.6 Un corto tiempo lleno de paz y
alegría, decidí vivir enamorada.
Teresita ingresó como monja carmelita
a los 15 años y 9 años después murió. En este breve periodo se convirtió en una
gran santa: "Por fin mis deseos se cumplieron, y no puedo describir la
profunda y dulce paz que llenó mi alma. Al fin se cumplieron mis deseos, y no
puedo describir la profunda y dulce paz que llenó mi alma. Esta paz ha
permanecido conmigo durante los ocho años y medio de mi vida aquí, y nunca me
ha abandonado, ni siquiera en medio de las mayores pruebas.
Los obstáculos a esta vocación aparecieron
desde el comienzo cuando resolvió entrar en el Carmelo. El superior canónico
del Carmelo se mostró irreductible. Teresita, confiada en Dios, permanecía
firme en su resolución. «Exteriormente mi vida parecía la misma. Estudiaba y
sobre todo crecía en el amor de Dios. Sentía impulsos, verdaderos
transportes... Entonces mi cielo no era otro que el amor, y en mi ardor sentía que
nada podría separarme del Objeto divino que me había arrebatado».
Con una insistencia creciente, Teresita
sólo soñaba en el Carmelo. La indecisión del obispo de Bayeux no la desanimaba.
«En el fondo del alma no dejaba de tener una gran paz, puesto que no buscaba
otra cosa que hacer la voluntad del Señor». Con ocasión de su viaje a Roma, se
acercó al Papa, se arrodilló ante él y con los ojos llenos de lágrimas dirigió
a León XIII una ardiente súplica. —Santísimo Padre, tengo que pediros una gran
gracia. En honor de vuestro jubileo permitidme entrar en el Carmelo a los
quince años—. El Primado de la Iglesia no pudo hacer más que remitirla a la
decisión de sus superiores, que en «aquellos momentos estaban examinando la
cuestión», hizo notar extrañado y descontento el Vicario General de Bayeux.
5.7 La entrada al Carmelo. Vivir para el amor.
El 9 de abril de 1888, festividad de
la Asunción, después de una última y suprema mirada a su entorno familiar,
Teresita abandonó para siempre los Buissonnets. Apenas entrada en el Carmelo la
invadió una inmensa paz que no debía dejarla ya. Todo le parecía maravilloso en
el monasterio. Sobre todo la encantaba su celda, lugar donde la carmelita vive
de amor «sola con el Único».
En mayo de 1887, Teresa se acercó a
su padre Louis, de 63 años, que se estaba recuperando de un pequeño derrame
cerebral, mientras él estaba sentado en el jardín un domingo por la tarde y le
dijo que quería celebrar el aniversario de "su conversión"
entrando en el Carmelo antes de Navidad. El tiempo de Teresa como postulante
comenzó con su bienvenida al Carmelo, el lunes 9 de abril de 1888, fiesta de la Anunciación. Sintió paz después de recibir la
comunión ese día y más tarde escribió: "Por fin mis deseos se hicieron
realidad, y no puedo describir la profunda y dulce paz que llenó mi alma.
Teresa soñaba con ser «la flor
ignorada cuyo perfume sólo se exhala hacia el cielo». Dos meses después de su
entrada en el Carmelo, el Reverendo P. Pichón, que había ido a predicar el
retiro anual a la comunidad, «se sintió sorprendido por la acción de Dios en su
alma».
En esta época, la devoción a la Santa
Faz se reveló a Teresa. La Faz velada de Cristo llegó a ser la forma propia de
su devoción al Crucificado, y el modelo de su vida. «Quería que mi rostro, como
el de Jesús, estuviese oculto a todas las miradas; que nadie me reconociese en
la tierra. Tenía sed de sufrir y de ser olvidada». Contra toda esperanza, su
padre, repuesto de un segundo ataque, pudo asistir a su toma de hábito. Debía
ser «su última fiesta acá abajo». Este día Teresa se vio colmada de felicidad.
Nada faltó a su alegría, ni aun la nieve; para que todo fuese blanco en la
naturaleza lo mismo que en su alma.
5.7 Tomando su nombre religioso, hermana de
la Santa Faz y del Niño Jesús. Vivir de amor.
Algunos pasajes
del profeta Isaías (Is 53) la
ayudaron durante su largo noviciado. Seis semanas antes de su muerte, le dijo a
Paulina: "Las palabras de Isaías: Aquí no hay majestuosidad, ni majestad,
ni hermosura, mientras lo contemplamos, para ganar nuestros corazones. No, aquí
hay uno despreciado, dejado fuera de todo cálculo humano; ¿Cómo debemos
reconocer ese rostro? - estas palabras fueron la base de todo mi culto a la
Santa Faz... Yo también quería estar sin hermosura y belleza, desconocida para
todas las criaturas.
Durante el
noviciado, la contemplación de la
Santa Faz había alimentado su vida interior. Se trata de una imagen
que representa el rostro desfigurado de Jesús durante su Pasión. Y meditó
algunos pasajes del profeta Isaías (Is 53). Seis semanas antes de su muerte, le
dijo a Paulina: "Las palabras de Isaías: 'Aquí no hay majestuosidad, ni
majestad, ni belleza,... uno despreciado, dejado fuera de todo cómputo humano;
¿Cómo tomar en cuenta a él, un hombre tan despreciado (Is 53,2-3)?
El noviciado prosiguió en la sequedad
espiritual, nota habitual de su intimidad con Dios durante casi toda su vida de
carmelita. Pero Sor Teresa del Niño Jesús, a través de todos los sacrificios,
avanza en la unión divina. Su vida mística, aparentemente sencilla y ordinaria,
estaba interiormente, cada vez más, dominada por las inspiraciones divinas. El
Espíritu Santo la guiaba en todo. La misma Teresita nos ha dejado sobre este
punto preciosas confidencias:
«Mi retiro de profesión fue, como los
siguientes, un retiro de gran aridez. No obstante, sin ni tan sólo darme cuenta
de ello, los medios de agradar a Dios y de practicar la virtud se me revelaban
entonces claramente. He notado muchas veces que Jesús no quiere darme
provisiones. Me alimenta a cada momento con un alimento completamente nuevo. Lo
hallo en mí sin saber cómo se encuentra allí. Creo sencillamente que es el
mismo Jesús, oculto en el fondo de mi pobre corazón, quien obra en mí de una
manera misteriosa y me inspira todo lo que quiere que haga a cada momento».
5.8 El descubrimiento del caminito. Reconocerse pobres y pequeños ante Dios.
"Solo me encanta la simplicidad. Tengo horror a la pretensión", y se pronunció en contra de algunas de las afirmaciones hechas con respecto a las Vidas de los santos escritas en su día: "No debemos decir cosas inverosímiles, o cosas que no sabemos. Debemos ver sus vidas reales, y no sus vidas imaginarias”. Mi pequeña vida pobre y frágil como se sentía era preciosa para Jesús.
Seis años como carmelita le hicieron darse cuenta de lo pequeña e insignificante que era. Vio las limitaciones de todos sus esfuerzos. Permanecía pequeña y muy alejada del amor inagotable que deseaba practicar. Comprendió entonces que era precisamente en esta pequeñez donde debía aprender a pedir la ayuda de Dios. "El que es pequeño, venga a mí" (Prov 9, 4). “Yo os tomaré como madre en sus brazos” (Is 66:12-13) A Teresita le llamó profundamente la atención ese pasaje: "Serás llevado por los pechos, y sobre las rodillas te acariciarán. Como a quien la madre acaricia, así te consolaré". Llegó a la conclusión de que Jesús la llevaría a la cumbre de la santidad. La pequeñez de Teresa, sus límites, se convirtieron así en motivo de alegría, más que de desaliento. Es sólo en el Manuscrito C de su autobiografía que dio a este descubrimiento el nombre de “pequeño camino!”
"Buscaré un
medio de llegar al cielo por un camino pequeño, muy corto y muy recto, un
camino pequeño que es completamente nuevo. Vivimos en la era de las
invenciones; Hoy en día, los ricos no tienen que molestarse en subir las
escaleras, sino que tienen ascensores. Bien, me propongo tratar de encontrar un
ascensor por el cual pueda ser elevado a Dios, porque soy demasiado pequeño
para subir la empinada escalera de la perfección. [...] Tus brazos, entonces,
oh Jesús, son el ascensor que debe elevarme hasta el cielo. Para llegar allí no
necesito crecer; por el contrario, debo permanecer pequeño, debo llegar a ser
aún menos
Su vida espiritual tomó un impulso
definitivo. La confianza la condujo al total abandono, forma suprema del puro
amor. «Ahora ya no tengo deseo alguno, a no ser el de amar a Jesús con locura.
Sí, sólo el amor me atrae. Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte; y no
obstante, me atraen ambos... Durante mucho tiempo los he solicitado como
mensajeros de alegría... Ahora, sólo me guía el abandono. Ya no sé pedir nada
con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios en mi alma».
«¡Qué dulce es el camino del amor! Sin duda se puede caer, se pueden cometer
infidelidades; pero como el amor sabe sacar partido de todo, muy pronto consume
todo lo que puede desagradar a Jesús, no dejando en el fondo del corazón más
que una paz humilde y profunda».
5.9 Ofrenda al amor misericordioso. Me he ofrecido enteramente al Amor.
El 9 de junio de 1895, durante una misa que celebraba la fiesta de la Santísima Trinidad, Teresita tuvo una repentina inspiración de que debía ofrecerse como víctima sacrificial al amor misericordioso. En este tiempo, algunas monjas se ofrecieron como víctimas a la justicia de Dios. En su celda redactó un "Acta de oblación" En el ocaso de esta vida, me presentaré ante Ti con las manos vacías, porque no te pido, señor, que cuentes mis obras. "Si por debilidad cayera, que una mirada de Tus Ojos limpiara inmediatamente mi alma y consumiera todas mis imperfecciones, como el fuego transforma todas las cosas en sí mismo."
Dios encaminaba de esta suerte a Sor Teresa del Niño Jesús hacia la ofrenda al amor misericordioso, síntesis de su vida interior y de su espiritualidad. «En el año 1895 recibí la gracia de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado. Pensando un día en las almas que se ofrecen como víctimas de la justicia divina a fin de desviar sobre ellas los castigos reservados a los pecadores, encontraba esta ofrenda grande y generosa; pero me sentía muy lejos de hacerla. «¡Oh Divino Maestro mío! —exclamé desde el fondo de mi corazón— ¿sólo vuestra justicia tiene que recibir víctimas de holocausto? Vuestro amor misericordioso, ¿no necesita víctimas también? Por todas partes es desconocido, rechazado... Los corazones a quienes deseáis prodigarlo se vuelven hacia las criaturas, pidiéndoles la felicidad con el miserable afecto de un instante, en lugar de lanzarse en vuestros brazos y de aceptar la deliciosa hoguera de vuestro infinito amor. ¡Oh Dios mío!, vuestro amor desconocido, ¿permanecerá en vuestro Corazón? Me parece que si encontraseis almas que se ofrecieran como víctimas de holocausto a vuestro amor, las consumiríais rápidamente; seríais feliz no conteniendo las llamas de infinita ternura que se encierran en Vos».
El 9 de junio de 1895, en la hermosísima fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, mientras Sor Teresa del Niño Jesús, completamente sumergida en la contemplación de este misterio de los misterios, cuando asistía a Misa, un irresistible movimiento de la gracia se apoderó de su alma. Bajo el influjo de una inspiración divina, se ofreció como víctima de holocausto a este Amor infinito con el cual la Trinidad beatísima persigue a sus criaturas. En este día, Teresita, con el rostro transfigurado de felicidad, dijo a Celina: «Me he ofrecido al Amor».
Sor Teresa misma pronunció el acto de ofrecimiento: «Oh Dios mío, Trinidad Beatísima... a fin de vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor misericordioso, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de infinita ternura contenidas en Vos; y que así llegue a ser mártir de vuestro amor, ¡oh Dios mío!
5.10 Los últimos años, la enfermedad y la noche de la fe.
Los últimos años de Teresita estuvieron marcados por un declive constante que soportó resueltamente y sin quejarse. Dios no tenía más que acabar en el alma de Teresita su consumación en el amor. Ésta será la obra del sufrimiento. La tuberculosis fue el elemento clave del sufrimiento final de Teresita, pero ella lo vio como parte de su viaje espiritual. Después de observar un riguroso ayuno de Cuaresma en 1896, se acostó en la víspera del Viernes Santo y sintió una sensación de alegría. Ella escribió: "¡Oh! ¡Qué dulce es realmente este recuerdo... Apenas había apoyado la cabeza en la almohada cuando sentí algo parecido a un chorro burbujeante que subía a mis labios. No sabía lo que era".
El Jueves Santo del año 1896, no habiendo obtenido permiso para quedarse ante el Monumento, la noche entera, entró a media noche en su celda. «Apenas había reclinado mi cabeza sobre la almohada, cuando sentí que una ola hirviente subía a mis labios. Creí que iba a morir, y mi corazón se fundió de alegría... No obstante, como acababa de apagar nuestra lamparilla, mortifiqué mi curiosidad hasta el día siguiente y me dormí apaciblemente.
Antes de morir, Teresita había de conocer las supremas y temibles purificaciones del amor, descritas por San Juan de la Cruz y por los grandes autores místicos. Pero hay que notar que en la vida esencialmente apostólica de Santa Teresa del Niño Jesús el sufrimiento es más redentor que purificador. Al dolor físico vino a unirse el sufrimiento moral: «La noche de aquel Viernes Santo señalado por un vómito de sangre, entraba llena de alegría en mi celda e iba a dormirme dulcemente, cuando Jesús, como en la noche anterior, me dio el mismo signo de mi próxima entrada en la vida eterna. Gozaba entonces de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad; no podía creer que hubiese impíos faltos de fe, y estaba persuadida de que seguramente no decían lo que pensaban cuando negaban la existencia de otro mundo.
Como consecuencia de la tuberculosis, Teresita sufrió terriblemente. Cuando estaba a punto de morir, "su sufrimiento físico siguió aumentando, de modo que incluso el propio médico se vio obligado a exclamar: "¡Ah! ¡Si supieras lo que está sufriendo esta joven monja! Durante las últimas horas de la vida de Teresita, dijo: «¡Nunca hubiera creído que fuera posible sufrir tanto, nunca, nunca!» En julio de 1897, se trasladó definitivamente a la enfermería del monasterio. El 19 de agosto de 1897, Teresita recibió su última comunión.
5. 11 Morir de amor
Conclusión
¿Cuál es
el aporte de la espiritualidad de Teresa de Lisieux para nosotros? Santa
Teresita a través de su caminito nos enseña el camino de la sencillez,
de la confianza, del abandono confiado. La espiritualidad de Teresita alcanza así al más puro
Evangelio. Toda criatura que se acerca a Dios, en presencia de su infinita
grandeza, debe sentirse consciente de la propia nada. «Soy El que soy... Tú
eres la que no es». Esta doble verdad define los dos extremos que hay que unir.
He aquí porque, conforme a la naturaleza de las cosas, los santos han
establecido siempre como fundamento de todo el edificio de nuestra perfección
la virtud de la humildad. El mismo Jesús la había indicado como condición
primordial para ser contado entre el número de sus discípulos: «Aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 20).
«Permanezcamos siempre pequeños, como
desea Nuestro Señor. ¿No nos ha dicho en su Evangelio que el Reino de los
Cielos es de los que se parecen a ellos?». Los privilegiados de Jesús son los
«pequeñuelos». Teresa sentía instintivamente que el orgullo es el mayor y
principal obstáculo para la santidad. Nuestro mayor enemigo es nuestro propio
«yo». Para elevarnos hasta la perfección contamos demasiado con nuestras
propias fuerzas y nos imaginamos obrar maravillas hasta el momento en que las
caídas nos hacen experimentar nuestra nada. Sólo entonces comprendemos las
palabras del Maestro: «Sin Mí nada podéis». El «niñito» se da cuenta de su
debilidad. Sabe que es «pobre, que está falto de todo, en perpetua dependencia».
El Papa Francisco
en la festividad de los santos nos ha recordado: “Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino
personas como nosotros, nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don
que nosotros hemos recibido”.
“La
santidad es también un camino, un camino que hay que recorrer juntos,
ayudándonos unos a otros, unidos a esos excelentes compañeros de ruta que son
los Santos”. “La santidad es un don que se
ofrece a todos para tener una vida feliz. Y, al fin y al cabo, cuando recibimos
un don, ¿cuál es nuestra primera reacción? Precisamente que nos ponemos
felices, porque significa que alguien nos ama; el don de la santidad nos hace
felices porque Dios nos ama".
Los santos son nuestros hermanos
mayores con los que podemos contar, asegura Francisco: “Nos sostienen cuando en
la ruta erramos el camino, con su presencia silenciosa nunca dejan de
corregirnos; son amigos sinceros, en los que podemos confiar, porque desean
nuestro bien”.
Al poner la vida de los santos
como ejemplo, el Pontífice invita a unirnos a sus oraciones de las que
recibimos ayuda, a unirnos en comunión a ellos de manera fraterna, a seguir el
camino de santidad que ellos nos han abierto.
En el tiempo de Santa Teresita, el mundo moderno, y en particular el catolicismo francés, sufrían de un resto de jansenismo, de una fría rigidez, en las relaciones del alma con Dios, de un cierto conformismo jurídico, de un cierto individualismo en la devoción. El mundo esperaba el «redescubrimiento» de la paternidad divina y del Amor misericordioso; y en lo que se refiere a nuestras relaciones con Dios, la actitud de amor filial, de confianza y de abandono. Santa Teresita ha vivido ante nuestras miradas, la santidad pura y simple con todo el encanto y la seducción de un alma humana y muy cercana a todos. Ella supo hacer la santidad accesible a todos.
El Papa
Francisco en su tercera exhortación a la santidad Gaudete el exultate hace
una llamada a la santidad en el mundo actual. La encíclica la comienza con las palabras «Alegraos y
regocijaos» (Mt 5,12). Empieza con las palabras de Jesús «a los que son
perseguidos o humillados por su causa». En la Encíclica profundiza en el
llamado a la santidad para todos y en dos sutiles enemigos de la santidad.
El Papa Francisco recuerda las
Bienaventuranzas como camino «a contracorriente» que Jesús nos indica para crecer
en santidad: «Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad,
abundantes explicaciones y distinciones. Esa reflexión podría ser útil, pero
nada es más iluminador que volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de
transmitir la verdad. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo
hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23).
Las bienaventuranzas son como el carnet de identidad del
cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace
para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario
hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las
bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos
llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas». Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que
dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas.
En el capítulo segundo de la
Exhortación a la santidad el papa nos habla de dos sutiles enemigos en el
camino de la santidad: el gnosticismo y el pelagianismo actual, ambas
ideologías que mutilan el corazón del evangelio.
El primer peligro es el camino de
primar la razón y creer que el camino de santidad es para los sabios y
entendidos sin reconocer los límites de la razón. El otro peligro es voluntarismo
sin humildad, lo contrario es la humildad y la pobreza espiritual.
Nos creemos seguros y autosuficientes en nuestros propios
criterios. Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que
no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la
religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y
mentales. Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos
nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que
no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro.
En el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas. Pareciera que queremos
someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas. La falta de un
reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide
a la gracia actuar mejor en nosotros.
La Iglesia enseñó reiteradas veces que no somos justificados
por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que
toma la iniciativa.
Nosotros estamos acostumbrados a
confiar en nuestras fuerzas y a cargar la agenda de programas, planes proyectos
a realizar. Pareciera que no damos paso al espíritu de Dios que debe guiar e
impulsar todo nuestro actuar. Dios está por encima de nuestros marcos en donde
tratamos de encerrarlo.
No se trata un camino perfeccionista
y voluntarista que podemos controlar. Dios actúa incluso en nuestra debilidad,
incluso a través de nuestros fallos, errores o aparentes fracasos. Allí
precisamente Él trabaja y nos purifica el amor. Dios viene a fortalecernos en
la debilidad y a decirnos que su gracia no nos faltará que su fuerza se
manifiesta en la debilidad.
Este es precisamente el secreto de
Santa Teresita, caminar con su pobreza fiados de su poder, de su fuerza de su
gracia. “La fuerza de Dios se pone de manifiesto en lo que es débil… cuando me
siento impotente es cuando mejor experimento su fuerza” (2 Co 12, 8-10).
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