lunes, 20 de enero de 2025

SANAR EL CORAZON



 

SANAR EL CORAZON

(EN MI DEBILIDAD TE HACES FUERTE)


 

Al llegar a la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. Somos hijos de Dios pues Dios ha enviado a nuestros corazones el Espírito de hijos que clama: Abbá, Padre (Ga 4, 4-7)

 

INTRODUCCION

Hemos celebrado la fiesta del Bautismo con la que se da por terminado el tiempo litúrgico de Navidad y comenzamos el tiempo ordinario. En la fiesta de Navidad se nos invitaba a comenzar un año de gracia: el Jubileo del 2025 y en la fiesta del Bautismo se nos invitaba a renovar la gracia bautismal. El primer día del año lo comenzamos leyendo la carta de Pablo a los Gálatas: 

"El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros corazones para que nos vivamos no bajo la servidumbre y la esclavitud del pecado sino como hijos de Dios. Empezamos pues el año con la llamada a dejarnos llevar por el Espíritu de Dios".(Ga 4, 4-7)

La Navidad en filipino se dice “Pasko” y hace relación a la Pascua. El itinerario que comenzamos en Adviento nos introduce en la Pascua de la Encarnación que se prolonga con la Pascua de la pasión y muerte y culmina con la Pascua de la resurrección.

En la iconografía oriental el icono del nacimiento tiene rasgos de similitud con el icono del bautismo y  de la muerte de Jesús. La luz penetra en la oscuridad de la cueva. El pesebre es representado como un sepulcro donde yace el cuerpo mortal del Hijo de Dios. Dios inmortal se hizo mortal para librarnos del pecado y la muerte y elevarnos hasta el cielo.

Creemos que este año jubilar es una oportunidad como tiempo de gracia de abrir nuestras puertas y corazones a Cristo para que entre, sane, cure, nuestros corazones con la acción recreadora, transformadora y renovadora de su Espíritu. Como peregrinos de esperanza nuestra  peregrinación comienza desde este camino interior hasta el centro de nuestros corazones pues solo desde el cambio de corazón puede surgir un mundo nuevo. “Derramaré mi Espíritu en vuestros corazones y vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios ( Ez 34). Como dice el Papa Francisco en su encíclica “Dilexit nos” el mundo solo puede cambiar desde el corazón.

(Para desarrollar este artículo se han utilizado diversos apuntes tomados de Stéfan Thériault director de Le Pelerin, centro de acompañamiento y Henri J. M. Nouwen, “Les trois mouvements de la vie spiritual”, Bellarmine, 1988; Synkatábasis divina y anábasis humana. Dimensiones cristológicas del Descensus. Revista científica de la UCV; Jean Guilhem Xerri, Cuida de tu alma, PP C 2023)





LA ENCARNACION: DOS MOVIMIENTOS

Dios se hizo hombre para hacer al hombre semejante a Dios, capax Dei. El misterio de la Encarnación nos desvela el misterio propio del hombre. ¿Qué es el hombre para merecer la sangre de tal Redentor? Todas las celebraciones de Navidad pretenden suscitar una comprensión más honda del misterio soteriológico de Cristo y, por ende, una respuesta más luminosa al interrogante del ser humano.

Las diferentes lecturas del descensus Christi, constituyen un ejemplo palmario de que la fides quarens intellectum, de que el logos teológico quiere y debe arrojar luz, en este caso sobre la verdad del símbolo más ajeno a nuestra sensibilidad contemporánea. Dios siempre desciende y condesciende para que el ser humano ascienda.

De  esta  verdad  de  fe,  emergen  distintas  visiones  el  descensus, anábasis : kénosis;  exaltación, anástasis, elevación  acompañamiento  y  milicia.  Todas ellas,  a  su  vez,  podrían  englobarse  en  dos  posiciones:  aquellas  que  ven  en  el  descenso  de  Jesús  a  los  infiernos  una  actividad nueva y las que niegan que el descendit exprese ningún tipo de actividad y que debería bastarnos hablar de un “estar muerto”.  Jesús murió verdaderamente y  estuvo muerto, es decir, apuró hasta el extremo el hecho de ser hombre.



 

MOVIMIENTO HACIA ABAJO: LA ANABASIS, DESCENSO

Lo más propio de la condición humana es la  muerte, nuestra condición de creaturas conlleva la mortalidad. Ser hombre es ser en finitud constitutiva, es, al menos en una primera instancia natural,  ser-para-la-muerte,  en  clave  bíblica  basar”,  a  saber,  debilidad,  fragilidad  y  caducidad,  “un  soplo  que  va  y  no  vuelve  más”  (Sal 78,39). Por ello, en última instancia, la encarnación aboca a la muerte porque el hombre es de naturaleza mortal, si bien, Dios acompaña a su creatura hasta el límite de su destino natural para hacerlo partícipe de su  vida eterna (Jn 3,14-21; 6,51) en pugna con el poder del pecado que ahoga al hombre en la angustia, adelantando el miedo en toda su existencia.

Así,  pues,  en  el  descensus subrayamos  que  la  solidaridad de  Cristo con la humanidad no tuvo nada de ideal, y sí mucho de real. Jesús, pues, realmente murió. Sin  embargo,  ese  hecho  ineludible  de  la  finitud  queda, a  partir  de  ahora,  transmutado  por  ser  también  la  muerte  del  Hijo  de  Dios. La seriedad de la Encarnación tiene como consecuencia que “descender” es morir; un morir que es el amor solidario hasta el final de Dios por el hombre, pero un amor, que por ser de Dios se va a revelar, no tan fuerte como la muerte (Cant 8,6), sino más que ella y, por ende, verdadera redención de lo humano. 

De  ahí  que,  por  debajo  de  la  muerte  lata  ya  una promesa, la promesa de que la muerte no es el final, sino el mejor de los pincipios, una promesa que apunta a la resurrección y que nos remite al  sepulcro  vacío  del  domingo  de  pascua.  En efecto,  cuando  el  Hijo  encarnado  ha  llegado,  consecuencia  última  del  mal  y  del  pecado  de  los  hombres, a la lejanía más grande respecto de su estado inicial, cuando la muerte  parece  haber  puesto  final  al  itinerario  de  Jesús  y  éste,  retenido  por  su  poder,  parece  estar  a  merced  de  sus  dolores  (cf.  Hch  2,24),  sólo  entonces,  el  Padre  lo  libera  de  esa  esclavitud  interviniendo  de  una  forma  todopoderosa,  única,  creativa  y  creadora.  Y  es  que  Jesús  es  el  Santo  de  Dios  (Hch  2,27) y su cuerpo ha reposado en el sepulcro bajo el signo de la esperanza.

Si confrontamos esto con la escena del bautismo de Jesús, podremos observar que los cuatro Evangelios explican de distinta forma, que al salir Jesús de las aguas el cielo se “rasgó” (Mc), se “abrió” (Mt y Lc), que el Espíritu bajó sobre Él “como una paloma” y que se oyó una voz del cielo  que,  según  Marcos  y  Lucas  se dirige a Jesús diciendo: “Tú eres...” y según Mateo, dijo de él: “Éste es mi Hijo, mi amado, mi predilecto” (3,17). Esta imagen teofánica, esta voz del cielo es una referencia anticipada al misterio pascual en el que somos injertados por  el  bautismo.  Sobre Jesús el cielo está abierto,  su  comunión  con  la  voluntad  del  Padre abre el cielo.

En la iconografía de la Iglesia oriental el bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, del inframundo, de los lugares inferiores,  del  infierno.  El descenso de Jesús  a  este  sepulcro  líquido  que  le  envuelve  por  completo  es  la  representación  del  “descenso  al  infierno”.  El vaciamiento del Hades,  la  supresión  de  esa  realidad eterna  en  el  que  había  sucumbido  la  humanidad,  hace  del  cristianismo  paradigma de la religión de la redención. Alguien ha caminado en medio, en el centro, en la profundidad, del mundo de la perdición y bajo sus pasos, esa cárcel  se  ha  derrumbado.

En el bautismo  Jesús  inicia  su  vida  pública  entrando  en  las  aguas  del  Jordán  y  así  tomando  el  puesto  de  los  pecadores, cargando “por nosotros”, “en nuestro favor” y “en sustitución nuestra” con la culpa de la humanidad. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Esto hallará su plena inteligencia a partir de la Pascua  y  de  la  resurrección:  “El  ingreso  en  los  pecados  de  los  demás  es  el  "descenso  al  infierno",  no  sólo  como  espectador,  como  ocurre  en Dante, sino con-padeciendo y con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo”.

Así, pues, lo  que  Adán  cerró  tras  su  caída,  Cristo  lo  redime  y  lo  abre. El primero es muerte, oscuridad, el nuevo Adán es vida, luz, redención y amor y sólo por eso, el hombre es capaz de recuperar la esperanza teologal  (cf.  Ef  2,12). 

 El  descensus ad inferos  de  Cristo  ha  hecho  que  podamos  acceder  a  Él  abierta  y  confiadamente, él es nuestro sumo y eterno sacerdote

 


EL ESTADO INTERMEDIO: A LA BÚSQUEDA DE ADÁN

La iconografía oriental es muy iluminadora a este respecto. Esta  hermenéutica  del  descensus o anábasis,  se  articula con la contraposición del viejo Adán y el Nuevo Adán. Quién  es  el viejo Adán:  ¿se  trata  de  la  humanidad  precristiana  justa,  o  de  toda  la  humanidad,  también  la  condenada?  La  lectura  tradicional  nos  dice  que  “Cristo  en  el  descensus abrió  las  puertas  del  cielo  a  los  justos  que  le  habían precedido (1Pe 3,19; 4,6) y predicó la Buena Nueva a los muertos”. Cristo quiere ir a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra de los muertos. Baja para liberar a Adán que está encadenado y a Eva,  que  está  cautiva  con  él. 

Cristo, por tanto,  bajó  a  la profundidad de  la  muerte  (cf. Mt 12,40; Rom 10,7; Ef 4,9) para “que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan” (Jn 5,25). Jesús, “el Príncipe de la vida” (Hch 3,15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es  decir,  al  diablo  y  libertó  a  cuantos,  por  temor  a  la  muerte,  estaban  de  por  vida  sometidos  a  esclavitud"  (Hb  2,14-15)”. 

De entrada, sobre  la  concepción  del  descenso  a  los  infiernos  en  el  sentido  de  una  predicación  del  evangelio  a  los  muertos,  en  el  siglo  II  no  se  piensa  tanto  en una conversión de los que han sido pecadores durante su vida, cuanto en  la  predicación  de  la  victoria  de  Cristo  a  los  piadosos  del  Antiguo  Testamento.

La imagen  de  la  anástasis,  presenta  el  triunfo  de  Cristo  sobre  la  muerte, quebrando las puertas  del  infierno  y  marchando  victorioso  sobre  el Hades. Por otro lado, la acción salvífica de Cristo, de la que se benefician Adán y Eva, además de toda una serie de patriarcas y personajes de la Antigua Ley. Cristo puede aparecer rodeado por una mandorla y presenta habitualmente nimbo.  Entre los objetos  que  porta  consigo,  puede  aparecer  un  rollo,  sin  embargo,  el  más  habitual  es  la  cruz,  símbolo  de  triunfo  sobre  la  muerte  y  redención  generalizado  en  las  imágenes  de  la  anástasis desde el siglo XI. Utiliza la cruz como arma al oprimir con ella la boca, cuello o vientre de Satán. Cristo avanza sobre un sujeto que yace tendido, al que pisotea y llega a encadenar. Esta criatura encarna o bien a Hades (personificación del infierno), o bien a Satán.

El  gesto  de  elevación  de  Adán  tomado  generalmente  por  la  muñeca puede considerarse como un motivo iconográfico distintivo de la anástasis.  Glosando esta escena:  para  que  no  corran  el  riesgo  de  deslizarse sus manos,  en  un  “último  esfuerzo  soteriológico”,  he  bajado  a  por  ti  para llevarte a tu herencia” (San Efrén, Lit. pascual siríaca). Otras interpretaciones coincidentes son, por una parte, Jesús coge a ambos, no de la mano, sino de la muñeca, porque están muertos, no tienen vida ni iniciativa.

El Resucitado nos salva justo en nuestra más absoluta debilidad, en lo que tenemos de muertos, en nuestra radical impotencia.  Esta es la fuerza total de la resurrección.  Por otra parte, en la muñeca es donde se toma el pulso, y, por ende, se constata la vida. Jesús insufla allí, vida al que estaba muerto. El protagonismo de Adán en el grupo de los salvados es claro, sin embargo, la figura de Eva suele acompañarlo o bien en un segundo término o bien beneficiándose directamente de la acción salvadora de Cristo, siendo también tomada por su mano. En líneas generales, Adán, Eva y el resto de los salvados se presentan vestidos en las imágenes orientales, mientras que en Occidente suelen permanecer desnudos.  La representación del lugar donde se encuentran los justos tiene como elemento más  destacable  sus  puertas  de  bronce  con  cerrojos  situados  bajo  Cristo  o  junto  a  Hades-Satán.  Las puertas, quebrantadas por la presencia de Cristo,  quedan  dispuestas  sobre  el  suelo  en  forma  de  cruz  en las imágenes creadas a partir del siglo XI. A veces, el lugar donde se encuentran los justos presenta muchas de las  claves  iconográficas  del  infierno.



 

MOVIMIENTO HACIA ARRIBA: LA ANASTASIS, ASCENSO

La resurrección es fruto del misterio de la cruz, es el final de un combate y una victoria sobre el mal y sobre su hipostatización.  De ahí que la resurrección sea también agónica (ἀγών, lucha, combate), tenga un carácter de lucha y de victoria difícil porque Cristo resurge de un campo de batalla, de una milicia. Gracias a la temática de los infiernos, se comprende que la resurrección es parte integrante, y no simplemente culminación, de la obra de salvación.  Si Cristo hubiese rehusado los infiernos, si simplemente hubiera resucitado, tendríamos que decir que le faltaría el sostén para concebir la resurrección como victoria y salvación. 

La agonía de la resurrección Jesús la vivió en los infiernos, como en Getsemaní vivió la pasión y en la cruz vivió su muerte. Tras el agobio de la pasión y de la cruz, nos apresuramos a revestirlo con el aspecto de gloria y victoria porque tenemos ganas de acabar con todo aquello, sin embargo, y aunque es cierto que la resurrección tiene un tono de verdadera alegría y liberación, ello no impide el que sea el final no de un reposo, sino de un combate contra el mal y el Malo.  Al respecto, el Sábado Santo es tan santo como el Viernes Santo. Por eso, es adecuado  hablar  de  agonía en la cruz, porque una agonía no tiene sentido si no revierte, fuera de sí,  en  una  victoria. 

Pero  tampoco  la  victoria  tiene  sentido  si  no  pasa  por  un combate, por una agonía. Y, lo mismo que fue necesario fuerza y es-fuerzo para crear (seis días), fueron necesarios fuerza y poder para arrancar  a  Jesús  de  la  muerte  y  para  que  él  arrancase  de  la  muerte  a  los  muertos, restableciendo así el acceso a la vida. W. Bousset,  respecto  a  esta  hermenéutica,  acepta  que,  en  un  primer  momento,  había  una  concepción de la lucha en el descensus y  que,  en  un  segundo  momento,  habría sido despojada en la reflexión teológica de buena parte de sus rasgos mitológicos, por ejemplo, en Ap 1,18; Mt 16,18; Ef 4,8s y, especialmente,  1Pe  3.  Los  cristianos  de  la  antigüedad  tomaban  en  serio  aquella  representación.  La  bajada  de  Jesús  a  aquel  lugar  de  desamparo  no  podía  ser  un  acontecimiento  sin  importancia.  Si  Jesús  baja  a  los  infiernos,  baja  activamente.  Su estancia  en  los  infiernos  toma  el  sentido  de una victoria sobre aquella morada donde yacen cautivos los hombres. Por tanto, la bajada a los infiernos no indica tanto la realidad de la muerte de Jesús, como la inauguración de su victoria sobre la propia muerte.

No  es  el  desamparo  de  Jesús  lo  que  se  subraya,  sino su fuerza: la “bajada a los infiernos” se define a partir de la creencia en  la  resurrección.  Lo  que  fascina  a  los  antiguos  es  la  bajada  de  Jesús  al  abismo  que  tiene  como  consecuencia  la  liberación  del  hombre,  no  tanto  sus representaciones, imágenes o símbolos, que son una cosa secundaria en  relación  con  este  movimiento  de  “bajada”  y  de  “subida”. Jesús entra como héroe  en  los  infiernos,  y  sale  de  allí  como  vencedor  en  beneficio  de  la  humanidad.  La bajada  a  los  infiernos  es  una  acción  de  Cristo  y  lo que  interesa  es  expresarla  como  tal.  Jesús es  ya  victorioso  cuando  entra  en la morada de los muertos. La descripción de esta victoria se cristaliza en torno  a  tres  imágenes  principales:  una  conquista,  una  liberación,  una  predicación  y  todas  ellas,  atestiguan  la  certeza  de  que  ya  ha  quedado  destruido el poder de la muerte, de la que son símbolo los infiernos.

El  “descenso  a  los  infiernos”  puede  ser  interpretado  a  la  luz  del  acontecimiento pascual, más aun, íntimamente vinculado a él. En efecto, para los antiguos, las “moradas” a donde iban los muertos podían ser distintas.  De modo  que,  al  menos,  habría  tres  “infiernos”:  el  lugar  que  conocemos como de condenación, el de purificación y el de la gloria. Uno de los infiernos podía ser lo que nosotros llamamos cielo. El descenso de Cristo a los infiernos sería así su entrada en la gloria del Padre. En efecto, como  hemos  visto,  el  Padre  le  “desata  de  los  dolores  de  la  muerte”  (cf. Hch 2,24) y, más aún, “le muestra los caminos de la vida” (Hch 2,28 cf. Sal 16,11). Se comprende entonces que este artículo siempre haya ido unido con la siguiente afirmación del Credo: “al tercer día resucitó de entre los muertos”. De modo que ambas afirmaciones, “descendió a los infiernos” y “al tercer día resucitó”,  forman  un  único  artículo,  a  saber,  la  muerte de Cristo (y, en su seguimiento, la de todo cristiano) es la entrada en  la  gloria  del  Padre. 

Esta  representación  halla  su  apoyatura  en  la  iconografía  oriental,  que  traduce  el  “descenso”  en  clave  ya  de  anástasis: Cristo  resucitado,  frente  al  abismo  infernal  y  frente  a  Satán  cargado  de  cadenas, atrae hacia    a  los  antepasados;  los  otrora  cautivos  dejan  ahora  la cárcel. Se trata de ver la obra redentora del triduo sacro como un único movimiento.

El  descensus  de Cristo a los infiernos nos redime de  la  cautividad  del  pecado  para  después elevarnos y  abrirnos  a  la  adopción  filial  y  así  ser  susceptibles  de  participar  en  la  herencia  de  los  hijos,  a  saber,  la  resurrección y la vida eterna, únicas realidades hábiles para saciar la esperanza humana, que, por otra parte, siempre será esperanza en el claros-curo  de  la  fe.  “En  esperanza  hemos  sido  salvados”  (Rom  8,24). 

Si  el  adagio  latina  afirma “spes  ultima  dea,  “la  esperanza  es  lo  último  que  se  pierde”, desde Cristo esta virtud entronca con la eternidad. En definitiva, el cielo ha sido descubierto para siempre y la humanidad  ha  quedado,  por  fin,  liberada  y  esperanzada.  Las  puertas  del  sheol están abiertas  y  ya  no  hay  barreras  entre  el  hombre  y  Dios. La esperanza no se apoya, pues, en nuestra fuerza, sino en la misericordia sin límites de Dios.




GUIADOS POR EL ESPIRITU: LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCION

"Al atardecer de aquel día primero de la semana, estando las puertas del lugar cerradas por miedo a los judíos se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: la paz con vosotros. Dicho esto, le mostro las heridas de sus manos y el costado, los discípulos se alegraron de ver al Señor y Jesús de nuevo les dijo como el Padre me envió también yo os envio y sopló sobre ellos y les dijo Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20. 19-22)

Comienzo con un extracto recogido de la Segunda Meditación de Fray Timothy Radcliffe OP en el Retiro preparatorio para la Segunda Sesión del Sínodo de la Sinodalidad titulada “La habitación cerrada. (Juan 20. 19 – 29)

… La mañana era oscura al principio porque aún no habían encontrado al Resucitado. La tarde es oscura porque aún no están llenos del Espíritu Santo, el aliento vivo del Resucitado. Jesús ha salido de la tumba vacía. Ellos siguen en la tumba de la habitación cerrada. El Génesis dice que en el principio, "el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida ; y el hombre se convirtió en un ser vivo". (2.7). Si no Jesús les da el aliento de vida eterna: 'Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'. Participan de su Vida resucitada y, por tanto, están preparados para ser enviados a predicar.

Esta mañana hemos visto que la misión de la Iglesia sinodal nos llama a ser como María Magdalena, el Discípulo Amado y Pedro, los que buscan al Señor Resucitado. También nosotros debemos estar cerca de los buscadores de nuestro tiempo. Pero sólo seremos predicadores de la Resurrección si estamos vivos en Dios. Ahora se creerá un zombi. Recordad a Ireneo, Gloria Dei, homo vivens; la gloria de Dios es un ser humano plenamente vivo. Como Lázaro, oímos la voz del Señor que nos llama a salir de nuestras habitaciones cerradas: "Sal y vive"…

Estamos llamados a abrir las puertas del corazón para que entre Cristo y lo sane. No nos atrevemos a abrir nuestros corazones, están heridos, sepultados bajo tantas capas de apariencia. Nuestro corazón está herido, dividido, perturbado. No nos atrevemos a abrirlo por miedo a ser mas dañados. Hay tantas cosas que mantenemos ocultas reprimidas y enterradas porque no nos gustan.

El Papa Francisco en su última encíclica nos habla que no hay renovación de un mundo nuevo que no pase por una renovación y purificación del corazón. Nuestro mundo de hoy aparece  roto y dividido porque el corazón del hombre está roto y dividido. Vivimos enfrentados en medio de conflictos. Esto es síntoma de corazones rotos heridos. tenemos sed de relación, de comunión de reconciliación, de encuentro. necesitamos volver a encontrarnos, volver a conectarnos. El Papa Francisco explica que, encontrando el amor de Cristo, nos hacemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de todo ser humano

El camino de la fraternidad y de la paz no se dará sino a partir de corazones reconciliados y pacificados. La paz interior proviene de un camino de reconciliación y sanación interior que parte desde la aceptación de mi propia realidad de indigencia y vulnerabilidad, solo así se vive en paz con uno mismo y con los demás.




LA BASE DE NUESTRA CONDICION NATURAL

Somos creaturas en busca del Creador. Hemos sido creados con amor y por amor. Somos únicos e irrepetibles. La identidad de nuestra personalidad se da en camino. No somos personas, nos vamos haciendo personas. No se tiene una personalidad estereotipada pura de acuerdo aún eneagrama (puede valer como mapa o herramienta). Cada uno tenemos nuestra propia personalidad aunque no nos resulte fácil descubrir. Late en nosotros las preguntas: quiénes somos, cómo nos relacionamos con nosotros mismos con nuestro cuerpo con nuestras emociones. Cómo nos relacionamos con Dios. Es importante descubrir dónde están nuestros desequilibrios nuestras capacidades nuestras carencias nuestros límites.

Hay distintos tipos de personalidad que se forja dentro de un contexto familiar cultural y social la personalidad supone un proceso un camino nos vamos haciendo personas supone un camino de integración individuación personalización socialización. Se puede mejorar la propia personalidad. Hemos de descubrir qué es lo que me desintegra y me saca de mi centro,

 


UN VIAJE INTERIOR A RECORRER

Toda persona tiene aspectos inexplorados. Cada cual tiene sus puntos débiles y ciego. No hace bien vivir tratando de evadir nuestro lado oscuro. El camino de autoconocimiento es un camino hacia el interior que solo lo puede hacer la propia persona. Necesitamos un guía, El Espíritu Santo. Para este viaje interior pueden ayudarnos personas y herramientas. El autoconocimiento es un viaje interior que supone una autoobservación exploración de áreas que no han sido exploradas. Se trata de volver a nuestro centro. Como dice el papa Francisco vivir en el corazón de la propia verdad de la persona, vivir integrados contentos con lo que somos y vivimos.

El Papa Francisco insiste en la necesidad de volver al corazón como centro unificador de la persona. La Biblia habla del corazón como un núcleo «que está detrás de todas las apariencias», un lugar donde «no importa lo que se muestre por fuera ni lo que se oculte, ahí estamos nosotros mismos». Al corazón se dirigen las preguntas que importan: quién soy, que es lo que anhelo y quiero, de dónde vengo, a donde voy, qué sentido quiero que tengan mi vida. al no encontrar lugar para el corazón, «ni siquiera se ha desarrollado ampliamente la idea de un centro personal» que pueda unificarlo todo, a saber, el amor.

 



SOMOS ESPIRTUS ENCARNADOS

Adolecemos de una verdadera antropología que de cuenta del ser humano en su carencia y plenitud. Durante la historia hemos tenido diversas concepciones de hombre. Las distintas concepciones del hombre han dado paso a distintos paradigmas muchas veces reductivistas a lo largo de la historia: el homo sapiens (predominando la inteligencia, el hombre científico moderno (predominando la ciencia: biología, psicología), el hombre postmoderno responde al homo cibernético (reduccionismo organicista). 

Estamos en la llamada "era de la inteligencia", nuestro mundo actual es el tiempo de la inteligencia artificial. El Papa Francisco en su encíclica “Dilexit nos” pone en evidencia el riesgo de reduccionismos y expresa que el hombre debe ser considerado como en cuanto totalidad (en cuanto persona corpóreo-espiritual)». Entonces no es más realista el biólogo cuando habla sobre el corazón, porque sólo ve una parte, y la totalidad no es menos real sino que lo es aún más. La concepción del hombre postmoderno nacido del estructuralismo ha perdido el alma, carece de esencia real y se ha convertido en robot un autómata, una especie de no sujeto (transhumanismo). 

El transhumanismo no acepta la naturaleza humana como realidad sagrada y digna de veneración y respeto. De esta robotización de lo humano ha de darse paso a una nueva humanización del hombre que no pierda también su dimensión divina y conlleve la desacralización del hombre. Hemos llegado al límite de una imagen del hombre que ignora una parte completa de sí mismo: su ser más profundo.

 


UN HOMBRE HERIDO QUE IGNORA SU SER PROFUNDO

El hombre al perder su ser profundo se desintegra y vive en una crisis existencial (pérdida de sentido), que conlleva agitación frenética, sobrecarga permanente (burn out), angustia, depresión, frustración, trastornos y todo tipo de enfermedades psíquicas.

La raíz de tanto sufrimiento está en la desconexión con nuestro ser profundo (dolencias de nuestra interioridad). A medida que se deteriora nuestra relación con Dios (hilo primordial) el hombre pierde su norte, su origen y destino. Los sufrimientos del hombre postmoderno contemporáneo son signo de esta amputación de su ser profundo.

Nos hemos vuelto analfabetos de nuestra interioridad y vivimos en la paradoja de grandes descubrimientos por fuera permaneciendo como gran desconocidos de nosotros mismos (GS 9). Estamos enfermos de humanidad porque ignoramos la existencia de nuestro interior y vivimos divididos, desintegrados. No hay centro unificador, por un lado pensamos por otro sentimos por otro actuamos. Tenemos necesidad de reencontrarnos de reconciliarnos con nosotros mismos de aprender a mirarnos de otra manera, a percibir la imagen profunda que llevamos dentro.

Hemos de partir de una constatación no somos humanos, hemos de llegar a serlo, el camino de humanización es camino de divinización.




CAMINO PARA RECOBRAR NUESTRA INTERIORIDAD

Ni somos ángeles ni somos demonios, somos espíritus encarnados. Tampoco somos meros animales o si lo somos lo somos racionales y políticos (Aristóteles). Según el modelo aristotélico el hombre está formado de una parte animal y una parte racional por un cuerpo y un alma unidos (sigue habiendo una concepción dualista). El hombre debe ser visto en su totalidad. Cada persona responde a una tríada (cuerpo, alma y espíritu) qué tiene que ver con hoy lo que consideramos nuestro centro motor.

El hombre de la postmodernidad ha puesto su atención a la dimensión física e intelectual y a menoscabado el cuidado del alma y la dimensión espiritual. Sin conexión con la dimensión espiritual el alma es como una barca sin timón. El hombre que no se abre a la inteligencia espiritual es como si cerrara los ojos al sol y anduviera errante en tinieblas.

 

 


LA INTERIORIDAD

La interioridad solo puede entenderse en relación la exterioridad. La exterioridad representa el cuerpo. El cuerpo como lenguaje del alma comporta también la afectividad. El corazón, como centro de la interioridad, desde donde elabora sus pensamientos de donde salen sus actos. Es el lugar desde toma su decisión libre de relacionarse con el mundo. Podemos distinguir el prisma de tres fuerzas o tres tipos de potencias.

·        El cuerpo (bar) es como la ventana que da acceso al mundo material. Esta por un lado abierto al mundo de los objetos como al mundo del alma.

·        El alma (anima, psije, psique) está orientada al cuerpo y al espíritu, permite comprender, sentir, imaginar a uno mismo y a los demás. Está abierta a dos realidades por un lado al mundo de los sujetos y por otro al mundo del espíritu.

·        El espíritu (pneuma, ruah)está orientado, por un lado, hacia el alma y, por otro, hacia el infinito o Ser transcendente, la Fuente. Es como una ventana que recibe la vida y la entrega al alma.

 

 


LA PERSONALIDAD

Dentro de lo psíquico podemos distinguir tres fuerzas, potencias o polaridades: el polo lógico, el polo epitímico (epithymia) y el polo tímico (thymía)

·        El polo lógico (lo racional) pertenece a la parte racional del alma, es el lugar de la inteligencia

·        El polo epitímico (lo emocional, epithymia, los deseos) pertenece la parte pasional, emocional y afectiva

·        El polo tímico (thymía, irascibilidad) abarca la dinámica de la fuerza.

El eneagrama presenta nueve personalidades dependiendo de la combinación y los rasgos predominantes de estos polos.

·        El corazón el centro emocional del sentir hemos de lograr tener un encuentro personal. La persona expresa cómo se siente. Uno se vive muy unido a las emociones

·        La inteligencia el centro es la cabeza el entendimiento la reflexión. La persona se relaciona con el hacer. El centro se pone en el actuar reflexivamente tomando decisiones la persona se pregunta qué le pasa a los otros

·        La voluntad el centro está en lo intuitivo en los sentimientos e intuiciones. La persona reacciona instintivamente. La persona se pregunta que siento que percibo en cada ambiente

El polo lógico pertenece a la parte racional del alma. Los otros dos polos son irracionales. Junto a estos polos o potencias se consideran también dos facultades importantes la imaginación y la memoria. La palabra corazón suele indicar […] los “secretos” que uno a nadie dice y, en definitiva, la propia verdad desnuda.” (DN 5) “Esta verdad de cada persona tantas veces está oculta debajo de mucha hojarasca que la disimula, y esto hace que se vuelva difícil sentir que uno se conoce a asimismo y más aún que conoce a otra persona.” Papa Francisco, (Dilexit nos DN 16)

 


 

CAMINO DE AUTOCONOCIMIENTO DE AUTENTICIDAD

San Agustín resume en una pequeña oración los dos movimientos del alma. “Señor que te conozca y que me conozca”. La verdad es que ambos están interrelacionados y que no puede darse uno sin el otro. La base del autoconocimiento está en el cómo no sabemos conocidos por Dios. Es el Espíritu Santo qué nos induce a vivir como hijos desde una relación de confianza y filiación. Todo radica en la relación con Dios pero esto no excluye un acompañamiento espiritual.

Estamos llamados a crecer en el conocimiento de uno mismo. Este conocimiento se da no solo a nivel humano sino también a nivel espiritual. Se trata de encontrarnos a gusto con lo que somos. Es fundamental el modo de relacionarnos para crecer y madurar en nuestra relación y en nuestras relaciones interpersonales. Es a partir de nuestra realidad desde una relación en verdad donde se construye la persona.

La relación con Dios ha de llevarnos a una integración de toda la persona, a modificar nuestro modo de sentir de pensar y de relacionarnos. Es el Espíritu Santo quien nos guía y nos conforma a imagen de Dios.

 


EL CAMINO DE ACOMPAÑAMIENTO EN EL ESPIRITU

Para dialogar con una persona hay que partir desde donde ella se encuentra. Hay que sintonizar con su sensibilidad, usar un tipo de comunicación que le es comprensible, percibir su "modo habitual" de sentir, pensar y actuar en la vida.

En el acompañamiento, el Espíritu Santo hace su obra en cada persona y nosotros colaboramos. De nuestra parte, si logramos percibir un poco el estilo de la persona, podemos sugerirle algunos medios más adecuados para una oración suficientemente buena.

Animar a la persona a usar las PUERTAS ABIERTAS, a colocarse delante de Dios a partir de aquello que ya conoce de sí misma, de aquello que le es ya útil y familiar, de los hábitos consolidados, es decir, con su propio estilo habitual de personalidad hasta integrar los aspectos más profundos de la propia existencia.

Alentar a la persona para que ABRA OTRAS PUERTAS que hasta el momento no ha tenido en cuenta, las “puertas cerradas”, es decir, las áreas no descubiertas, actitudes no habituales, modos de manejar las emociones atípicas, “llaves” de interpretación de los eventos no comunes para la persona.

De esta forma, en el diálogo con Dios y con su Palabra, la persona puede enriquecer y profundizar su estilo de personalidad haciéndolo un terreno más receptivo y ejecutivo del Misterio que está orando.



 

OBJETIVO DEL ACOMPAÑAMIENTO

·        Se trata de compartir y ofrecer alguna vía de exploración que nos permita ir a más profundidad en el conocimiento personal a fin de poder identificar mejor aquello que aún nos mantiene “presos” por dentro

“Lo que se reprime pesa más que lo que se explora.” (El sumo que no podía engordar, novela de Eric-Emmanuel Schmitt, escritor francés) Lo que más nos pesa es lo que llevamos reprimido. Queremos ayudar a aligerar el peso en el corazón y en el alma de tantas personas … y, para ello, acompañarlas a “explorar” su vida, su camino espiritual.

            abrir ventanas en tantas “habitaciones cerradas” “Quizá para muchos de nosotros, el reto más profundo sea estar en paz con nosotros mismos. ¿Nos atrevemos a mirar nuestro propio corazón dividido y perturbado, las partes de nosotros mismos que no nos gustan? La tentación es proyectar en los demás lo que tememos y nos disgusta de nosotros mismos. Tugwell lo repite: "La paz llega con un autoconocimiento imperturbable..... El camino hacia la paz es la aceptación de la verdad. Cualquier parte de nosotros que nos neguemos a aceptar será nuestro enemigo y nos obligará a adoptar posturas defensivas. Y los trozos desechados de nosotros mismos encontrarán rápidamente encarnación en quienes nos rodean.”

 


PUERTAS ABIERTAS

La persona se va haciendo en esa apertura a Dios y a los demás a partir de la propia experiencia, de toda nuestra historia personal hasta integrar los aspectos más profundos de nuestra existencia. Se trata de irnos haciendo conscientes de todas las vivencias que transitamos y de las consecuencias que tienen en nuestra vida. A medida que exploramos en nuestra interioridad se nos van abriendo otras puertas que nos desvelan nuevos aspectos de la interioridad. Santa Teresa maestra de espiritualidad en su libro de las moradas describe el alma como un castillo interior con siete moradas. La primera morada se centra en el conocimiento de uno mismo. Los distintos estadios culminan en la unión esponsal con Dios. La personalidad esta inmersa en un proceso integrativo de comunión con Dios y con los hermanos.

 


PUERTAS CERRADAS

Necesitamos abrir puertas que han permaneció cerradas y dar con las llaves para entrar en esas realidades que no han sido exploradas: comportamientos, reacciones, pulsiones recurrentes, convulsiones y comportamientos mecanizados. Para lograr un sano equilibrio se precisa lidiar con nuestras emociones con nuestros límites y sentimientos negativos con nuestros piedras. Lo importante es mantenernos tal y cual somos para aprender a confiar. Supone un camino de apertura. Abrirnos a Dios desde lo que somos con nuestros miedos y flaquezas. Supone poner ante Dios las heridas vividas para que las vaya curando.

 


ROMPER CERROJOS, DESATAR NUDOS

El proceso unitivo de comunión, no es lineal, tiene sus avances y retrocesos. En nuestro camino hacia la integración encontramos obstáculos que impiden que la fe transforme la vida son como candados o nudos que obstaculizan nuestra relación y qué afectan al entramado de relaciones que vivimos todo aquello que nos bloquea nos reprime nos encierra en nosotros mismos. La madurez es el resultado de la integración de todas las polaridades a la base del ser humano. La madurez requiere equilibrio y autenticidad en un proceso de permanente apertura a la trascendencia. Esto supone el reconocimiento, la aceptación, la superación de retos siempre nuevos e insospechados.



 

LA ACOGIDA Y LA ACEPTACIÓN DE NUESTRA PROPIA FRAGILIDAD

«El mayor obstáculo para nuestra entrada en esta dimensión profunda de la vida en la que tiene lugar nuestra oración es la ilusión omnipresente de nuestra inmortalidad» (Nouwen). En un determinado momento de la vida hemos de afrontar la muerte de cara. Carl Jung pone el énfasis en el reconocimiento y encuentro con la sombra, la parte oscura de nosotros mismos. El reconocimiento de la sombra supondrá un conflicto de realidad. La persona tiene que entrar en una nueva configuración para ser capaz de integrar en la totalidad del ser, la parte débil, oscura, negativa de nuestra personalidad. Esto requiere un renacer (turning point, rebirth, dinámica del grano de trigo), sabiduría interior, oración y apertura al Espíritu es la clave para resolver la difícil transformación del ego para renacer a uno mismo (mi verdadero ser).




La naturaleza de nuestra fragilidad

Si observamos de cerca a los seres humanos, descubrimos que la vida humana se inscribe en una dinámica de carencia y plenitud. En lo cotidiano de nuestra existencia, experimentamos este don de la vida que hemos recibido, esta plenitud, como una identidad propia y única (mi «yo soy»). Esta identidad, según una visión cristiana, nos es dada como una identidad filial e inviolable, porque Dios es su fuente continua. Pero este proyecto de vida que somos no es un “prêt-à-porter” (prenda confeccionada), una plenitud acabada, sino un proyecto a construir, una identidad en devenir. ¿Por qué? Porque, a imagen trinitaria, es un proyecto relacional. Sólo podemos llegar a ser lo que somos en la relación. Continuamente hay en nosotros y entre nosotros una carencia del Otro/otro, una tensión relacional marcada por la necesidad y el deseo del Otro/otro, para que en el amor podamos llegar a ser lo que somos en el mutuo don y acogida (dar y recibir).

Este proyecto relacional de nuestra identidad nos sitúa a cada uno en un espacio de fragilidad en el que, desde el momento en que nacemos, necesitamos y deseamos al Otro/otro para llegar a ser lo que somos. Este lugar de nuestra fragilidad, lejos de ser negativo es - en el corazón mismo de nuestra humanidad - el espacio de la elección y del devenir, el espacio creativo que garantiza nuestra libertad, el espacio de la relación posible y verdadera donde cada uno de nosotros, al darse libremente, teje un vínculo de amor que fecunda al otro y le permite llegar a ser él mismo. Es en la intimidad de nuestras relaciones, en este espacio donde somos frágiles frente al Otro/otro, donde estamos llamados a consentir a lo que somos y a comprometer nuestra vida como lugar de fecundidad.


 

El dolor de la fragilidad

Desgraciadamente, la experiencia que hemos tenido y seguimos teniendo a diario es que este espacio de fragilidad, en el que asumimos el riesgo del Otro/otro para llegar a ser lo que somos, es un lugar en el que a menudo hemos sido heridos y ésta es la tragedia humana.

La relación no ha sido o ya no es fuente de engendramiento y de vida. Por el contrario, nos lleva a dudar profundamente, no sólo de la relación y de la otra persona implicada, sino sobre todo de nuestra propia identidad. Poco a poco, este lugar de nuestra fragilidad ya no es acogido como un lugar creador de vida, sino como un lugar de sufrimiento.

Para sobrevivir, abolimos este espacio frágil dentro de nosotros y entre nosotros. Dentro de nosotros mismos, lo abolimos con nuestro sentimiento de culpa y nuestra omnipotencia, de modo que no queda espacio ni para nosotros ni para el Otro/otro. En este espacio sin vida, pero continuamente amenazado, habita una falsa imagen de nosotros mismos («soy incapaz», «soy malo», «soy compulsivo», «soy un alcohólico») donde crecer se vuelve imposible. Entre nosotros, mantenemos al Otro/otro a distancia (hasta el punto de querer hacerlo desaparecer) mediante nuestra violencia, nuestros juicios, nuestros celos, nuestra indiferencia, nuestros abusos, nuestra ira... Los encerramos en una falsa imagen idealizada, y esto en medio de relaciones fusionales, confusas, dependientes... donde ya no existimos. En resumen, buscamos ser todo lo contrario de lo que es frágil.



 

El desafío

El reto es que, a pesar de todas las violencias relacionales que han axfisiado nuestra identidad o nos han dejado «pequeños», estamos llamados a atrevernos a entrar en relaciones frágiles. Este desafío es tanto más importante cuanto que significa retomar el camino de nuestra verdadera identidad en medio de relaciones que engendran.

Este camino no es un camino rápido y mágico. Descender al lado oscuro de nuestra fragilidad requiere que lo visitemos, con Cristo y con alguien de confianza, nuestra tierra interior y nuestra historia herida, que dejemos atrás todas las formas de omnipotencia y de culpa que nos han alejado de nuestra fragilidad, que renunciemos a nuestros falsos caminos, que optemos por la vida y emprendamos un camino de reconciliación con nosotros mismos y con los demás en relaciones renovadas y ajustadas. La actitud fundamental pasa a ser la de la humildad, es decir, la de acercarnos al Otro/otro (y a nosotros mismos) no como un ser culpable u omnipotente, sino como una pobre persona vulnerable.

Esta vulnerabilidad pobre y amorosa nos la muestra Cristo en la Cruz. Es más, a través de Él, aceptando cada traición, cada rechazo y cada abandono, abrió de nuevo este espacio de fragilidad y deposito un poder de resurrección en el corazón de todas nuestras relaciones y de todos nuestros caminos de muerte. Es posible vivir como ese corazón abierto en la Cruz, tocado por todo lo que afecta a la Vida, pero que no se cierra. La acogida de nuestra fragilidad busca devolver a nuestra fragilidad su capacidad de acogida de nosotros mismos y del Otro/otro.

 


Experiencia de la carencia y de la plenitud

El ser humano es un ser de carencia y plenitud. Si observamos de cerca a los seres humanos, descubrimos que la vida humana se inscribe en una dinámica de carencia y plenitud. En lo cotidiano de nuestra existencia, experimentamos este don de la vida que hemos recibido, esta plenitud , como una identidad propia y única (mi «yo soy»). Esta identidad, según una visión cristiana, nos es dada como una identidad filial e inviolable, porque Dios es su fuente continua. 

Pero este proyecto de vida que somos no es una plenitud acabada, sino un proyecto a construir, una identidad en devenir. ¿Por qué? Porque, a imagen trinitaria, es un proyecto relacional. Sólo podemos llegar a ser lo que somos en la relación. Continuamente hay en nosotros y entre nosotros una carencia del Otro/otro, una tensión relacional marcada por la necesidad y el deseo del Otro/otro, para que en el amor podamos llegar a ser lo que somos en el mutuo don y acogida (dar y recibir). Este proyecto relacional de nuestra identidad nos sitúa a cada uno en un espacio de fragilidad en el que, desde el momento en que nacemos, necesitamos y deseamos al Otro/otro para llegar a ser lo que somos. 

Este lugar de nuestra fragilidad, lejos de ser negativo es - en el centro mismo de nuestra “humanidad” el espacio de la elección y del devenir, el espacio creativo que garantiza nuestra libertad, el espacio de la relación posible y verdadera donde cada uno de nosotros, al darse libremente, teje un vínculo de amor que fecunda al otro y le permite llegar a ser él mismo. Es en la intimidad de nuestras relaciones, en este espacio donde somos frágiles frente al Otro/otro, donde estamos llamados a consentir a lo que somos y a comprometer nuestra vida como lugar de fecundidad.




EXPERIENCIA DE LA CARENCIA

·        YO-DIOS

-Entre mi ser limitado y Dios que es infinito

-Entre mi ser mortal y Aquel que es eterno

-Entre la contingencia física de mi ser y mi fin sobrenatural que es Dios

-Entre mi libertad finita y la libertad infinita de Dios

 

·        YO-YO

-Entre la conciencia de mí mismo y esta convicción imborrable de que lo que soy se me escapa siempre

-Entre lo que yo soy y lo que estoy llamado a ser

-Entre lo que soy y la dificultad a hacerlo advenir

-Entre el bien que quiero hacer y mi dificultad a hacerlo

 

·        YO-LOS OTROS

-Entre lo que soy y mi necesidad del don del otro

-Entre la soledad en la que me debato y la búsqueda de la relación

-Entre mi diferencia y la del otro

-Entre la búsqueda de lo común en la experiencia de la diferencia



 

El dolor de la fragilidad

Hemos de constatar que hemos sido heridos, es la experiencia de la carencia de la y plenitud.

Desgraciadamente, la experiencia que hemos tenido y seguimos teniendo a diario es que este espacio de fragilidad, en el que asumimos el riesgo del Otro/otro para llegar a ser lo que somos, es un lugar en el que a menudo hemos sido heridos- y ésta es la tragedia humana-. La relación no ha sido o ya no es fuente de engendramiento y de vida. Por el contrario, nos lleva a dudar profundamente, no sólo de la relación y de la otra persona implicada, sino sobre todo de nuestra propia identidad. Poco a poco, este lugar de nuestra fragilidad ya no es acogido como un lugar creador de vida, sino como un lugar de sufrimiento.




LA CARENCIA HERIDA

Nos hemos acostumbrado a percibir que “vivir sintiendo la necesidad, la falta de algo, la carencia, es malo”. “Pedir no es bueno” Esto se aprende desde pequeñito. P.ej. un niño que expresa su necesidad de cariño. Es una carencia positiva, pero que puede ser herida si se le responde negativamente, con ira, con enfado … La apertura al otro que es la carencia me da miedo, ya no me quiero abrir al otro. Esto afecta la relación.

La carencia herida

• Un extremo es anestesiar se expresa en 2 extremos: completamente mis necesidades, mis carencias

• o al contrario, ser despótico en las relaciones, buscar colmar El otro ya no existe sino sólo para colmar mi carencia la carencia … (carencia de la cual yo nunca experimenté su “ser una cosa buena” por una respuesta positiva). Todo ser humano se encuentra entre estos polos extremos. El don del otro, el don que es el otro no es muy positivo ya que lo que élme ha dado me ha herido, no me ha ayudado a tener más vida sino más bien me ha dado “muerte”. Me ha impedido ponerme en el camino de la plenitud de la identidad que es la mía. Al final termino por creer que el don del otro nunca llegará, nunca será bueno.



 

LA PLENITUD

- Es esta identidad filial que somos, esta palabra única de Dios que somos. Es un DON que es “plenitud en promesa”, en devenir, que debe “nacer”. Somos co-creadores con Dios de lo que estamos llamados a ser. Nacemos no sólo el día de nuestro nacimiento, sino que tardamos toda nuestra vida para “nacer a nosotros mismos”.

 - Este DON viene con toda una herencia:

- Nacemos con un cuerpo y con un bagaje genético, físico, biológico

- Herencia humana, social, cultural, familiar, valores, características particulares Somos herederos de una genealogía humana, es una riqueza que llevamos y que cada uno esta llamado a desarrollar

- Herencia de la fe, de una tradición espiritual


Un impulso (élan) de vida recíproco,

-Un deseo del otro/del Otro,

-Del encuentro con él y de la relación,

-Un movimiento de don de sí mismo

 

Una carencia reciproca,

-Una carencia del otro/del Otro,

-Del encuentro y de la relación con él,

-Un espacio de acogida del don del otro. 

-La vida la vivimos “en tensión” para obtener aquella plenitud de Dios. Estamos siempre “en carencia” del don de Dios para alcanzar nuestra plenitud.

 


LA CARENCIA

• Con relación a Dios: somos seres carentes porque desde nuestro origen, nuestro ser nos es dado por Dios, nos recibimos de Otro, en una “carencia fundamental”. Y nuestro fin también esta en Dios. El hombre no puede alcanzar lo infinito sin Dios que precisamente viene a su encuentro para darle la posibilidad de entrar en lo infinito.

• Con relación a sí mismo: estamos continuamente “en carencia de nosotros mismos” (carentes de nosotros mismos) porque entre lo que soy hoy y mi ser en promesa hay un espacio de creación … “estoy aún por nacer”, por habitar más y más la plenitud que es la mía.

• Con relación al otro: somos carentes del don del otro para llegar a crecer.

• Con relación a la creación: necesitamos alimentarnos de la vida de la creación también. Ella tiene algo que darme que yo no tengo (el sol, el agua, los alimentos, etc.)

 La CARENCIA es también algo fundante de nuestra identidad

 YO:

-Entre YO y el OTRO existe un espacio de alteridad Donde se entrechocan la plenitud (impulso de vida) y la carencia.

-Me falta lo que el otro tiene; me tengo que alimentar de la vida del otro (no soy autosuficiente).

En realidad, sin esta experiencia de la carencia tampoco habría ALTERIDAD, la relación con el otro, con Dios y con la creación. La experiencia de este espacio lleva dentro de si la angustia del crecimiento, del encuentro y del “llegar a ser uno mismo”.

DIOS LOS OTROS LA CREACION:

Este espacio es el lugar: - del amor, de la relación - de la necesidad y del deseo - del sentido - de la encarnación - de nuestro nacimiento - de una creación posible, de un engendramiento mutuo Si no la vida se terminaría sin ninguna relación

Para nuestra vida espiritual:

- La carencia y la plenitud están siempre vueltos la una hacia la otra, siempre inscritas en la relación. Don de mi mismo para crecer en lo que soy Y también necesidad del don del otro para crecer en la vida

- Carencia y plenitud van hacia el nacimiento a si mismo, en la relación.

- Carencia y plenitud son profundamente positivos, fundantes dentro de nuestro ser humano

Muchas veces pensamos que el camino espiritual es “no sentir ni tener carencia”. Sin embargo, ¡es todo lo contrario! (Cf. San Juan de la Cruz: el Todo y la Nada).

En nuestra sociedad de consumo, queremos colmar la carencia a cualquier precio (porque sentirla es malo, problemático …) Se quiere suprimir cualquier limite, frontera. Pero es peligroso porque nos vuelve autosuficientes, con una ilusión de inmortalidad.

Del otro lado, la plenitud ya o es vista positivamente en una sociedad egoísta donde todo esta centrado en uno mismo, el impulso de vida ya no se dirige hacia los demás, se pierde la consciencia de que el otro necesita del don que yo soy. Es una espiritualidad sin “face to face” (vis-à-vis)

El gran desafío de nuestra vida espiritual es el de rehabilitar la carencia y el impulso de vida porque son experiencias fundantes de toda relación consigo mismo, con Dios y con los demás. Ayudar a las personas a redescubrir el don que tiene, que son, este impulso de vida hacia los demás (y no hacia si mismo).




CARENCIA Y PLENITUD HERIDAS

Entre YO y el Otro/otro existe un espacio de alteridad (lugar de creación, de nacimiento mutuo, de amor, de relación posible, de deseo y de necesidad, de sentido, de devenir …), pero este espacio es abolido por el sentimiento de CULPA y la OMNIPOTENCIA, que son 2 caras de una misma moneda.

El sentimiento de culpa me anula como persona  La omnipotencia me da un falso rostro anulando al otro/Otro

Dejo al otro tomar poder sobre mí                            Tomo poder sobre el otro

Tomo sobre mí el mal del otro (es por mi culpa)     Pongo sobre el otro el mal que me ha sido hecho (Es por tu culpa todo lo que me pasa)

Hago mías su visión falsa de sí mismo y de mí Reduzco al otro, lo hago pequeño para agrandarme

Me elimino a mí mismo de la ecuación relacional

como una variable insignificante                              Elimino al otro de la ecuación relacional haciéndolo insignificante

Rechazo el hecho de existir para que el otro exista  Niego al otro el poder de existir

Estoy convencido de que no puedo tener valor,

ser amado o aportar algo                                           Estoy convencido de que tendré algún valor si le impongo al otro mi verdad, mi amor y mi poder

La conciencia enferma sobre la cual viene a sumarse una culpabilidad no sana. 

El sentimiento de culpa nos toca y nos hunde: - La inteligencia: no soy inteligente, siempre será nulo. - La efectividad: si no soy amado, es por mi culpa. Si no llego a amar, es por mi culpa. El poder creador: se llega a pensar “yo no haré nunca nada, no lograré nada con mi vida, no aportaré nada a este mundo, soy una persona incapaz”.




LA CARENCIA HERIDA

“sentir la falta de algo, la carencia” es malo. Esto se aprende desde pequeñito. P.ej. un niño que expresa su necesidad de cariño, es una carencia positiva pero que puede ser herida si se le responde negativamente, con ira, enfado …

 “vivir sitiendo la necesidad, la carencia es malo”, “pedir no es bueno”. Esta apertura al otro que es la carencia me da miedo, no me quiero abrir al otro … y esto afecta la relación.

La carencia herida se expresa en 2 extremos:

- uno es anestesiar completamente mis necesidades, mis carencias

- o al contrario, ser despótico en las relaciones, buscar colmar la carencia … El otro ya no existe sino sólo para colmar mi carencia (carencia de la cual yo nunca experimenté su “ser una cosa buena” por una respuesta positiva). Todo ser humano se encuentra entre estos polos extremos.

El don del otro, el don que es el otro no es muy positivo ya que lo que él me ha dado me ha herido, no me ha ayudado a tener más vida sino más bien me ha dado “muerte”. Me ha impedido ponerme en el camino de la plenitud de la identidad que es la mía. Al final termino por creer que el don del otro nunca llegará.



 

LA PLENITUD HERIDA

Empieza desde la infancia, porque este DON único que somos, siempre en desarrollo, en crecimiento, puede ser herido desde el inicio de la vida.

P. ej. cuando un niño intenta expresarse, dar lo que él es a sus padres, a través de la risa, los gestos … si no hay ningún corazón para recibirle, si no hay nadie para acogerle … él va a comprender que, no sólo su carencia es mala, sino que su DON tampoco es bueno. Entonces no merece la pena intentar crecer. La no aceptación de lo que él es, de su don, lo siente como «algo sin valor».

Entonces nos encontramos entre, por una parte, la anestesia - nos fundimos en el decorado, no tenemos derecho a nuestro propio don – y, por otra parte (el otro extremo) la reivindicación excesiva de tener nuestro lugar, ¡de existir!

Las consecuencias de la “plenitud herida”

- Esta experiencia frena el deseo de llegar a ser el don que uno es, de crecer en él.

- Pone en duda el valor profundo de lo que somos (si nadie no ha dado nunca importancia al don que somos).

- Si el don único, la palabra única que soy, no tiene valor, entonces me lo fabrico: unos roles, una imagen de mí mismo, otro “yo” para que los demás me reconozcan. “Si quieres que te quieran, sé esa persona.” Búsqueda de reconocimiento, pero fuera de mi verdadera identidad.

- No me aporta nada el buscar la relación con otra persona, el entregarme a ella, el comprometerme con ella, porque no hay nunca nadie que me acoja. Y para algunos, esta experiencia interior es tan honda que les hace pensar que ni siquiera Dios podrá acogerles.

Esto lleva a la omnipotencia: tomar el poder sobre los demás para demostrar que ¡yo existo! ¡Miradme!




LA CARENCIA Y LA PLENITUD HERIDAS - SOBRE LA IDOLATRIA (consecuencia de la abolición del sí mismo y del otro)

La idolatría o la creación de ídolos, antes de ser una sustitución de Dios (tomar el lugar de Dios), es una sustitución de sí mismo y del otro ser humano por una persona/objeto de sustitución fantaseado (fantasmé).

La idolatría o la creación de ídolos suprime de hecho el espacio de alteridad entre YO y el OTRO, y por tanto el espacio de la relación. La relación con el ídolo es muy ambigua. El ídolo es para la persona lo que le gustaría tener o ser y, al mismo tiempo, la persona está continuamente sometida a él (el ídolo). No puede desprenderse de él sin sentirse culpable, ni puede abandonarlo sin perder su omnipotencia o su dominio sobre el mundo.

Todos los ejemplos de omnipotencia citados en el libro de Simone Pacot se refieren a la omnipotencia-sentimiento de culpa, y todas son formas de idolatría.

- El perfeccionismo (intentar demostrar a los demás su propio valor, “más que tú, yo soy perfecto”)

- La idealización de uno mismo, de los demás (de nuestros padres). Sin embargo, esto es algo inalcanzable.

- El rechazo de los límites

- El deseo de controlarlo todo

- La omnipotencia de los poderes de vida

- La abolición de uno mismo o del otro

- Las adicciones - afectivas, al alcohol y al sexo – en ellas la persona encuentra su lugar, su poder de existir. 

El sentimiento de culpa y la omnipotencia son 2 caras de la misma moneda:

El sentimiento de culpa profundamente arraigado genera omnipotencia La omnipotencia a su vez y engendra en los demás un sentimiento de culpa profundo (¡cómo deberían sentirse culpables de ser tan pobres como son!)




LA ACEPTACION DE LOS LIMITES

DE LOS PROPIOS LIMITES

Los limites no son defectos sino constatación de nuestra indigencia. Unos son puntuales, unos se pueden superar, otros son definitivos, todos hemos de aceptarlos y tratarlos. A cada uno le toca reconocerlos, sacarlos a la luz. Quien esta atento a lo que pasa dentro de sí capta las señales y alarmas de que algo va mal. Hemos de aprender a convivir con los propios límites.

 DE LOS LIMITES DEL OTRO

Hemos de aprender a convivir con los propios límites y los límites del otro desde relaciones que aúnen amor y verdad, no hemos de enterrar las emociones como represión de algo negativo sino saber leerlas e interpretarlas. Las emociones negativas, sentimiento de frustración, tristeza, llanto, angustia, violencia, vergüenza no deben ser reprimidas ni ocultadas sino una forma de aceptar mi vulnerabilidad.

La no aceptación de nuestros limites y de los otros, la no aceptación de nuestra propia historia es síntoma de omnipotencia.

 


SINTOMAS DE OMNIPOTENCIA

La creencia ilusoria en un mundo idílico sin fallos. Hemos de vivir asentados en la realidad aceptando la fragilidad y vulnerabilidad propia de nuestra condición humana, las caídas, retrocesos, crisis, errores, problemas que puedan surgir.

El perfeccionismo no tiene nada que ver con el camino de santidad. Tender hacia lo alto sin pisar tierra y sin dejar sitio a los fallos o debilidades llevan a la frustración de no lograr el fin perseguido.

Idealizar es distinto de tener un ideal. El ideal puede ser motor de creatividad, pero no podemos hacer del fin algo absoluto idealizando la propia imagen del yo. Idealizar el yo es peligroso y esconde un deseo de ser valorado y admirado sin reconocer nuestras propias debilidades.

Idealizar unas relaciones sin heridas, ni conflictos es no pisar con los pies en la tierra. Querer vivir un ideal sin procesos avances y retrocesos, querer aspirar al cielo sin acoger la cruz es una forma de omnipotencia. Quien quiere dominarlo, verlo, saberlo, comprenderlo y controlarlo todo termina por perderse y perderlo todo. Hemos de cuidar esta forma de omnipotencia que nos lleva a la prepotencia. Somos seres indigentes y necesitados, necesitamos de la ayuda de los otros. Otro peligro es la desvalorización de uno mismo que va ligada a otra forma de omnipotencia. Nos aislamos y no aceptamos la ayuda de Dios y de los hermanos. Nos hundimos y quedamos sepultados en la muerte.

Las dos manifestaciones de la omnipotencia consisten en creerse y tomarse por Dios y en prescindir de Dios.



 

EL CAMINO DE LA OMNIPOTENCIA A LA PLENITUD

El principio de realidad y el camino de la Pascua

Hemos de vivir en el equilibrio entre cruz y resurrección. La resurrección no esconde las cicatrices. Las emociones negativas han de ser redimidas por la Pascua de la Resurrección. Hemos de poder transformar los caminos de muerte en caminos de vida hacia la Resurrección. Volvemos a situarnos en el punto inicial de la experiencia de la Pascua que nos invita a la Resurrección.

A pesar de las rupturas de nuestra naturaleza herida estamos llamados a exponer y abrir nuestras heridas para que están sean sanadas desde el encuentro con el Resucitado. Cristo nos ha abierto las puertas del cielo, con su encarnación y descenso ha bajado a asumir, hacer suyas nuestras heridas para levantar nuestra humanida unida a la suya, para experimentar la fuerza de su Resurrección y ser sanados por el poder de su gracia. Por pura gracia hemos sido salvados.

Cristo el Nuevo Adán ha venido a vencer las resistencias del egoísmo y del mal para restituir nuestra condición herida heredada del primer Adán. Lo que no podría hacer el hombre por sus propias fuerzas lo adquiere el hombre con la ayuda de su gracia. El Crucificado- Resucitado con la efusión de su Espíritu se convierte en principio de unidad y de comunión para que vivamos en nuestra condición filial de hijos y en fraternidad con todos los hermanos.

 


Camino de descenso hacia abajo. Reconocimiento de nuestras heridas

Es necesario sacar a la luz nuestras heridas para poder currarlas, poder expresar con palabras lo que nos hizo daño. (raíces de la omnipotencia y sus manifestaciones) No hemos de tener miedo a descender a nuestro interior y descubrir un montón de violencia, agresión, odio, que ha quedado camuflado por una pérdida o pena inmensa.  Reconocer la herida sufrida y las consecuencias que ha tenido en nuestra vida puede ser una etapa larga y no exenta de dolor.

Supone un camino hacia dentro, de exploración de los nudos interiores que dificultan el movimiento del Espíritu. El punto de partida todo Gálatas 4, 6 7 fundamental camino en acompañamiento, la fe es descubrir y y en realidad conocer cada de vez todo profundidad nuestra identidad filial : nuestro ‘yo’, ese ser único que somos cada uno a más verdadero .

Todo el camino de vida que recorremos es un paciente proceso de liberación “de lo que nos ha mantenido y nos mantiene esclavos”, un largo proceso para dejar florecer este ser profundo que somos. Es un camino interior que recorremos– y que acompañamos a recorrer con las personas que nos son confiadas- para que la persona única que somos y que es cada uno pueda brillar con toda su luz. “ Las estrellas brillan en su puesto de guardia, llenas de alegría . Cuando él las llama, responden: y « ¡ Aquí estamos!» ” brillan alegres para su Creador .” (Baruch 3, 34-35)

 


Camino de ascenso hacia arriba. Camino de sanación y liberación

La subida comienza con el arrepentimiento y la toma de conciencia (entrar dentro de sí). Sentimos una gran pena por habernos construido un mundo según nuestra propia ley (omnipotencia). Conlleva algo doloroso, pero al mismo tiempo sanador porque descubrimos nuestra realidad. El proceso de llegar a ser hombres a imagen del Hijo lo vivimos en un constante proceso de conversión y de integración personal. Es entrando en la nueva vida del Resucitado, en él, con él y por él donde entramos en la nueva forma de ser y de relacionarnos. El mismo Espíritu gime en nuestro interior anhelando esta liberación. El Espíritu de la verdad nos hace vivir en libertad y autenticidad y nos guiará hacia la plenitud completa.




CONCLUSION

Hemos iniciado el año santo jubilar con el lema "peregrinos de esperanza". La peregrinación que estamos llamados a vivir es este viaje intrrior hasta el fondo de nuestro corazónn. Este es el camino de la Encarnación-Muerte_resurrección abierto por Cristo. Cristo es el camino y nos ha abierto la puerta hacia el Padre. La Puerta Santa ha sido abiertta y queda simboliizada por los brazos abiertos de Cristo y su corazón traspasado. Por grande que sea el pecado y la distancia, los muros que hayamos levantado, Dios ha derribado el muro que nos separaba con el sacrificio de su Hijo.

Aquí se funda nuestra esperanza. Por grande que sea nuestro pecado infinita es su misericordia. El ha venido a salvar y restaurar nuestra idenidad, nuestra dignidad perdida para que todos pudieramos participar de nuestra condición de hijos y de hermanos. Aquellos que se puedan considerar perdidos, distantes o indignos aquellos que se sienten hundidos en su soledad, enfermedad, en su más profunda vulnerabilidad son llamados a recuperar la esperanza porque la misericordia de Dios es infinita.

Esta peregrinación  conlleva este doble movimiento de descenso y ascenso. No dudemos en abrir nuestras puertas, nuestros corazones a Cristo. El ha vencido el pecado y la muerte y nos ha abierto a todos la puerta de la salvación. Animados, guiados, fortalecidos por su Espíritu, El nos convertirá en incansables sembradores de esperanza y constructores de una nueva humanidad donde reine la paz y la fraternidad.

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