EL VIACRUCIS DE PREVIATI
Introducción
Acabamos de dar inicio a la Cuaresma 2025. En este año
jubilar, año de gracia del Señor, nos preparamos para la celebración del
misterio central de nuestra fe, el misterio Pascual. Una de las oraciones más
populares de este tiempo es la oración del Santo Via Crucis basado en la
meditación de la pasión y muerte de Jesucristo, en su camino al Calvario. La
costumbre de rezar las estaciones de la Cruz comenzó en Jerusalén. Ciertos
lugares de la Vía Dolorosa fueron reverentemente marcados desde los primeros
siglos. Hacer allí las estaciones de la Cruz se convirtió en la meta de muchos
peregrinos. En este año jubilar el Vaticano, como hiciera el año pasado, ha
organizado una exposición devocional temporal únicamente durante el período de
Cuaresma. Los lienzos del artista Gaetano Prevanti, que recogen las estaciones
del Via Crucis, son exhibidos en la basílica del Vaticano para el rezo del
Santo Via Crucis de los peregrinos que acuden este año santo.
El artista italiano nacido en Ferrara e hijo adoptivo de
Milán, (Ferrara 1852 – Lavagna 1920), es un pintor moderno del siglo pasado
englobado bajo la denominada corriente del “divisionismo”. Realizó una
colección 14 lienzos al óleo que recogían las estaciones del Vía Crucis. Así se
presentó por primera vez en Turín en abril de 1902.
Esta colección la donó al Pontífice y durante 50 años
permaneció en los aposentos papales sin ser expuesta al público. La obra llegó
al Vaticano en 1972, durante la fase preparatoria de la Colección de Arte
Religioso Moderno instituida por orden de San Pablo VI y donada por el
Pontífice a los Museos Vaticanos el 23 de junio de 1973.
Solamente uno de los lienzos se mostró en Florencia en 1960
y más tarde la colección entera se mostró en Milán en 2018. La muestra tuvo
lugar en el museo diocesano de Carlo María Martini.
El Vía Crucis de Previati estará expuesto en basílica de San
Pietro: arte y fe para el tiempo de Cuaresma. La exposición devocional temporal
también se repite en este año jubilar después de las experiencias del pasado
trienio 2022-2024. Nos permitirá vivir con mayor participación la preparación a
la Santa Pascua.
Las catorce estaciones del Vía Crucis de Gaetano Previati
regresan a la Basílica de San Pedro para una exposición
devocional temporal únicamente durante el período de Cuaresma. Gracias a la
colaboración entre la Fabbrica di San Pietro, la Gobernación del Estado de la
Ciudad del Vaticano y la activa disponibilidad de la Dirección de los Museos
Vaticanos.
Las catorce pinturas del ciclo de la “Pasión de Cristo”
(óleo sobre lienzo, 121 x 107 cm), realizadas por el artista Gaetano Previati
entre 1901 y 1902 y actualmente conservadas en los depósitos de los Museos
Vaticanos, se han colocado en el crucero y a lo largo de la nave de la
Basílica.
La iniciativa, que se repite también en este año jubilar
tras las experiencias del pasado trienio 2022-2024, permitirá vivir con mayor
participación la preparación a la Santa Pascua. A partir del viernes 7 de marzo
los fieles y peregrinos que visiten la Basílica Vaticana tendrán la posibilidad
de admirar las obras participando en la Procesión del Vía Crucis todos los
viernes a las 16.00 horas durante todo el período de Cuaresma. “La esperanza
que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el
horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual”
El cardenal Mauro Gambetti, Vicario General de Su Santidad
para la Ciudad del Vaticano, Arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro y
Presidente de la Fabbrica di San Pietro, se hace eco de las palabras del Papa
Francisco pronunciadas en su mensaje para la Cuaresma de este año. Y añade:
«Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, «el ser
humano necesita amor incondicional»».
«El Vía Crucis de Previati nos permite contemplar los
misterios de la Pasión de Jesús y nos acompaña en nuestro camino de inmersión
en el amor incondicional de Dios por nosotros hacia la Pascua de Resurrección»,
explica Gambetti. “En diálogo armonioso con la arquitectura de la Basílica
Vaticana, el Vía Crucis de Gaetano Previati invita una vez más a los fieles y
peregrinos de este Año Jubilar a la reflexión y a la oración”, afirma el
profesor Pietro Zander, responsable de la sección Necrópolis y Bienes Artísticos
de la Fabbrica di San Pietro.
Gaetano Previati realizó las 14 estaciones del Vía Crucis a
partir de noviembre de 1901, cuando comenzó a pintar los lienzos, comprados
especialmente para la ocasión, en su taller de la Piazza Duomo de Milán. Una
obra sin encargo en la que el artista trabajó intensa e incesantemente en los
meses siguientes, dotándose también de una auténtica cruz de madera que llevó
sobre sus hombros para comprender mejor el drama y el sacrificio de la Pasión
de Jesús, para interpretar mejor el poder del don ofrecido a la humanidad. El
conjunto fue concebido como una obra única y continua.
La paleta está dominada por el rojo del manto de Jesús y un
cielo salpicado de nubes que se vuelve cada vez más oscuro a medida que se
desarrollan las fases cruciales de su martirio, que conducen a su muerte y
entierro. La pincelada larga, que caracteriza “el lenguaje divisionista” del
que Previati fue un maestro, elude los detalles y se centra en la fuerza
dramática del cuerpo de Jesús y en la intensidad expresiva de quienes lo
rodean, lo sostienen, lo lloran, lo ayudan.
Sobre un fondo rojo dramático el artista resalta el
sufrimiento de Jesús en la Pasión acompañado de forma excepcional por su Madre.
Jugando siempre con una luz sesgada intenta resaltar en claro-oscuro su rostro
queriendo translucir una divina y misteriosa belleza en medio del dolor. La
belleza que salvara el mundo.
El artista, profundo creyente, lejos de presentar una obra
meramente artística la dota de una carga profunda teológica y espiritual. Los
lienzos no son para ser vistos sino contemplados en oración como puertas de
entrada en el Misterio de la Salvación. Después de la pandemia es una obra
provocativa y una invitación para abrazar el dolor y el sufrimiento humano como
lo abrazó el Señor. Solo lo que se asume puede ser salvado. Teniendo de fondo
al “Siervo Sufriente” de Isaías 53, El Señor se hizo solidario de nuestros
sufrimientos y cargó con nuestros pecados y soportó el castigo que nos trae la
paz.
Las reflexiones que acompañan las estaciones del Vía Crucis están
tomadas de la carta pastoral del cardenal Carlo María Martini (1999-2000) ¿Qué
belleza salvará el mundo? Estas reflexiones que se hicieron como preparación del año jubilar del 2000, nos pueden servir hoy como celebración del año jubilar 2025 para ser peregrinos del camino hacia la Pascua y testigos de esperanza.
I ESTACION: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
«Reo es de muerte», dijeron de
Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo
llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para
condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante
del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a
ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les
entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.
San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después,
junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también
estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía Crucis. Cuántos temas
para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el
Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación
de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y
todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: ¿Qué belleza salvará al mundo?
La pregunta que Dostoievski, en su novela El idiota, hace
por labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin. "¿Es verdad, príncipe,
que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores -gritó fuerte
dirigiéndose a todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la
belleza... la pregunta que Dostoievski, en su novela El idiota, hace por labios
del ateo Hippolit al príncipe Myskin. "¿Es verdad, príncipe, que dijisteis
un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores -gritó fuerte dirigiéndose a
todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza... ¿Qué belleza salvará al mundo?".
El príncipe no responde a la pregunta, igual que un día el
Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia a la
pregunta "¿qué es la verdad?" (Jn 19,38). Parece como si el silencio
de Myskin -que con infinita compasión de amor se encuentra junto al joven que
está muriendo de tisis a los dieciocho años- quisiera decir que la belleza que
salvará al mundo es el amor que comparte el dolor.
La belleza de la que se habla no es, pues, la belleza
seductora, que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón
inquieto: es más bien la "belleza tan antigua y tan nueva" que
Agustín confiesa como objeto de su amor purificado por la conversión, la
belleza de Dios. Es la belleza que caracteriza al Pastor que nos guía con
firmeza y ternura por los caminos de Dios, aquel al que el evangelio de Juan
llama "el Pastor hermoso, que da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11 ).
II ESTACION: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Condenado muerte, Jesús quedó en
manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y,
reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de
púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus
ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario
para allí crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de
Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante,
se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del
Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos,
los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz,
oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: La belleza inmarcesible que no muere
Es la belleza a la que hace referencia san Francisco en las
Alabanzas al Dios altísimo cuando invoca al Eterno diciendo: "Tú eres la
hermosura". Es la belleza de la que recientemente ha escrito el papa en la
Carta a los artistas: "Al observar que cuanto había creado era bueno, Dios
vio también que era bello... La belleza es en cierto sentido la expresión
visible del bien, lo mismo que el bien es la condición metafísica de la
belleza".
Es la belleza frente a la cual "el espíritu tiene
conciencia de cierto ennoblecimiento y de cierta elevación por encima de la
mera receptividad de un placer por medio de impresiones sensibles"
(Emmanuel Kant, Crítica de la razón). No se trata, pues, de una propiedad
sólo formal y exterior, sino de ese peso del ser al que aluden términos como
gloria -la palabra bíblica que mejor expresa la "belleza" de Dios en
cuanto manifestada a nosotros-, esplendor, fascinación: es lo que suscita
atracción gozosa, sorpresa grata, entrega ferviente, enamoramiento, entusiasmo;
es lo que el amor descubre en la persona amada, esa que se intuye como digna
del don de sí, por la cual estamos dispuestos a salir de nosotros mismos y a
arriesgarnos libremente.
La condición de testigos de la Belleza que salva tiene su
origen en la experiencia continua y siempre nueva que de ella tenemos: Jesús
mismo nos lo da a entender cuando, en el evangelio de Juan, se presenta como el
"Pastor hermoso" –así dice el original griego, aun cuando la
traducción preferida normalmente es la de "buen Pastor"-: "Yo
soy el pastor hermoso. El pastor hermoso ofrece la vida por las ovejas... Yo
soy el pastor hermoso, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, lo mismo
que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y ofrezco la vida por las
ovejas". (Jn 10,11.14s). La belleza del Pastor depende del amor con el que
se entrega a la muerte por cada una de sus ovejas y establece con cada una de
ellas una relación directa y personal de intensísimo amor. Esto significa que
su belleza se experimenta al dejarse amar por Él, al entregarle el propio
corazón para que lo inunde de su presencia, y al corresponder al amor así
recibido con el amor que Jesús mismo nos hace capaces de tener.
III ESTACION: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Nuestro Salvador, agotadas las
fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de
los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas
y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso
de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas
y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a
empellones, logró levantarse para seguir su camino.
Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias
las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre
él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia
del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está
figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con
nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y
que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos
hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: Volver a la belleza que enamora
La pregunta sobre esta belleza sigue estimulándonos hoy
fuertemente: "¿Qué belleza salvará al mundo?". No basta deplorar y
denunciar las fealdades de nuestro mundo. No basta tampoco, en nuestra época
desencantada, hablar de justicia, de deberes, de bien común, de programas
pastorales, de exigencias evangélicas.
Es preciso hablar con un corazón cargado de amor compasivo,
experimentando la caridad que da con alegría y suscita entusiasmo; es preciso
irradiar la belleza de lo que es verdadero y justo en la vida, porque sólo esta
belleza arrebata verdaderamente los corazones y los dirige a Dios. En resumidas
cuentas, es necesario hacer comprender lo que Pedro entendió ante Jesús
transfigurado: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! " (Mt 17,4), y lo que
Pablo, citando a Isaías (52,7), sentía ante la tarea de anunciar el Evangelio:
"¿Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!"
(Rom 10,15).
IV ESTACION: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
En su camino hacia el Calvario,
Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de
buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista
de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un
momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo
destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de
ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que
ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se
transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María
pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes
circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía
crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la
aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a
Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXIÓN: Signos, rastros de esta belleza
Para quien se reconoce amado por Dios y se esfuerza en vivir
el amor solidario y fiel en las diversas situaciones de prueba de la vida y de
la historia, resulta bello vivir este fin de siglo, este tiempo nuestro -aun
cuando se nos muestre tan lleno de cosas feas y desgarradoras-, e intentar
interpretarlo en sus enigmas dolorosos y conturbadores. ¡Es hermoso buscar en
la historia los signos del Amor Trinitario; es hermoso seguir a Jesús y amar a
su Iglesia; es hermoso leer el mundo y nuestra vida a la luz de la cruz; es
hermoso dar la vida por los hermanos! Es hermoso apostar la propia existencia a
la carta de Aquel que no sólo es la verdad en persona, que no sólo es el bien
más grande, sino que es también el único que nos revela la belleza divina de la
que nuestro corazón tiene una profunda nostalgia y una intensa necesidad. Es
preciso responder a la demanda de significado nacida de las angustias
provocadas por la violencia y todas las tragedias de nuestro siglo XX.
V ESTACION: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Jesús salió del pretorio llevando
a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de
manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima
sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión
obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que
tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón
tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de
Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y
sus hijos el origen de su conversión.
El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los
discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón
nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En
los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere
nuestra ayuda amorosa y desinteresada.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: Cristo puerta de entrada al misterio
El misterio de la Encarnación es para nosotros el modo de
acercarse al misterio de la Trinidad. La Trinidad aparece como un modelo de
relaciones entre personas, y puede generar un modo adecuado de comprender la
sociedad y, sobre todo, la Iglesia. Si es verdad que no es posible un
conocimiento puramente "objetivo" de Dios, sino que sólo se le puede
conocer entrando en relación y dándose, la vía de acceso es la de Jesús, que
ama y se da sin lamentaciones. Se trata, pues, de entrar en el misterio de la
Trinidad a partir del Hijo, con un movimiento espiritual que implique a toda la
persona. Jesús mismo ha dicho: "Nadie conoce al Padre más que el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Es necesario,
pues, entrar en la experiencia del Hijo.
VI ESTACION: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Dice el profeta Isaías: «No tenía
apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en
cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario,
con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el
polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió
paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el
rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su
Santa Faz.
Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice:
«Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo /
quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en
el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que
comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que
hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: En medio de la soledad, el abandono
Esta experiencia se expresa sobre todo en dos momentos: en
la gratitud y en el abandono. El momento de la gratitud se manifiesta en textos
como Mt 11,25: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra...", o como Jn 11,41: "Padre, te doy gracias, porque me has
escuchado". Se trata de participar en la gratitud de Jesús, que lo recibe
todo de su Padre y en todo encuentra modo de alabarlo. Viviendo el espíritu de
reconocimiento y de alegría filial por todo cuanto recibimos, aun cuando sea
contrario a nuestras expectativas, entramos en el conocimiento que Jesús tiene
del Padre y vivimos en Él algo del misterio trinitario. El momento del abandono
se manifiesta en textos como Mt 26,39: "No sea como yo quiero, sino como
quieres tú", y como Lc 23,46: "Padre, en tus manos confío mi
espíritu", leído a la luz de Mt 27,46: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?". En estos momentos, Jesús expresa al máximo su
confianza total en el Padre, por el cual, no obstante, se siente como
abandonado. Es entrando íntimamente en el corazón de Cristo con una experiencia
semejante a la suya como podemos decir que conocemos un poco más al Padre
pasando por los sentimientos del Hijo. Hay momentos de la vida en los que esa
experiencia requiere una entrega heroica. Sentimos entonces más claramente que
no depende de nosotros vivir tales sentimientos, sino que es el Espíritu quien
los suscita dentro de nuestro corazón. Estamos así en lo íntimo de la
experiencia que Jesús tiene del Padre y del Espíritu.
VII ESTACION: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Jesús había tomado de nuevo la
cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una
de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez
bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser
crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de
Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.
Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: La subida al Tabor y la subida al
Calvario
Los apóstoles a los que Jesús invita a subir con él al
monte Tabor, seis días después del anuncio de una próxima manifestación del Hijo del
hombre (cf. Mt 17,1), llevaban consigo las preguntas, cada vez más serias, que
iban surgiendo en su corazón. Estando con Jesús y aprendiendo a comparar su
anterior visión de la vida y de la historia con cuanto él venía haciendo y
enseñando, se preguntaban: ¿en qué modo este Maestro, que ejerce una
fascinación tan grande, responde a las promesas de Dios para la salvación de su
pueblo?, ¿cómo puede un hombre tan bueno y apacible poner orden en un mundo tan
malo?, ¿qué significa el destino de derrota y muerte del que nos está hablando?
(cf. Mt 16,21-23). Son las preguntas que nosotros los cristianos sentimos
surgir de nuevo al final de este siglo y de este milenio: ¿cómo puede la
apacible belleza del Crucificado resucitado traer la salvación a esta humanidad
cínica y cruel?
VIII ESTACION: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE
JERUSALÉN
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Dice el evangelista San Lucas que
a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas
mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por
vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba
como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.
Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos
contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo
prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado.
Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y
movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia
lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos
enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da
una lección sobre el santo temor de Dios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: La Belleza crucificada: el viernes santo y el hoy de dolor del hombre
La cruz es revelación de la Trinidad en la hora de la "entrega" y el abandono: el Padre es Aquel que entrega a la muerte al Hijo por nosotros; el Hijo es Aquel que se entrega por amor nuestro; el Espíritu es el Consolador en el abandono, entregado por el Hijo al Padre en la hora de la cruz ("E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu": Jn 19,30; cf. Heb 9,14) y por el Padre al Hijo en la resurrección (cf. Rom 1,4). En la cruz, el dolor y la muerte entran en Dios por amor de los sin Dios: el sufrimiento divino, la muerte en Dios, la debilidad del Omnipotente, son otras tantas revelaciones de su amor por los hombres. Es este amor increíble y a la vez apacible, atrayente, lo que nos implica personalmente y nos fascina, lo que expresa la verdadera Belleza que salva. Este amor es fuego devorador y no cabe resistirse a él sino con una incredulidad obstinada o con una negativa persistente a ponerse en silencio ante su misterio, es decir, con el rechazo de la "dimensión contemplativa de la vida". Ciertamente, el Dios cristiano no da de este modo una respuesta teórica a la pregunta sobre el porqué del dolor del mundo. Simplemente, se ofrece como el "estuche", el "seno" de dicho dolor, como el Dios que no deja que se pierda ni una sola lágrima de sus hijos, porque las hace suyas. Es un Dios cercano que, precisamente en la cercanía, revela su amor misericordioso y su ternura fiel. Nos invita a entrar en el corazón del Hijo que se abandona al Padre y a sentirnos así dentro del misterio de la Trinidad. El Hijo es el gran compañero del sufrimiento humano, aquél al que nos es dado reconocer en todos los sufrimientos, sobre todo en los que llamamos "inocentes": piénsese en lo intenso que ha sido este motivo del "dolor inocente" en la labor incansable de un don Carlo Gnocchi por sus "mutiladitos". El rostro "al que no se quiere mirar" (Is 53,3 ) se nos muestra como un rostro bello, el que la madre Teresa de Calcuta contemplaba con ternura en sus pobres y en los moribundos.
IX ESTACION: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Una vez llegado al Calvario, en
la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por
tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que
venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su
decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los
hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del
altar en que había de ser inmolado.
Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el
cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse.
Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se
produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos
y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra
parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los
pecados, que hundieron a Cristo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: Mas amó que padeció
Es urgente, por tanto, escuchar la palabra de la cercanía y
de la consolación de Dios revelada en la pascua: es allí donde Dios amó tanto al
mundo que le dio a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16); es allí donde el Padre se
revela como amor en el gesto supremo del sacrificio de Jesús (cf. l Jn 4,8ss).
Es ante este amor donde cada uno de nosotros puede hacer suyas las palabras de
Pedro en el monte Tabor ante la revelación de la Trinidad: "¡Qué bien estamos
aquí". Es en este amor revelado sobre la cruz donde es posible reconocer e
indicar a todos -creyentes y no creyentes en búsqueda- la belleza que salva y
que se ofrece como luz y fuerza incluso en el fragmento trastornador y doloroso
de nuestro mundo.
XII ESTACION: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Ya en el Calvario y antes de
crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa
costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser
ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo;
prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su
sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni
delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne
viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.
Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de
sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su
Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas
prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella
habría guardado como recuerdo del Hijo querido.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: Las negaciones de la Belleza y la
pregunta sobre el sentido de la vida y de la historia
Lo que nos impulsa a buscar tan intensamente la Belleza de
Dios revelada en la pascua es también su contrario, es decir, la negación de la
Belleza. La verdadera Belleza es negada dondequiera que el mal parece triunfar,
dondequiera que la violencia y el odio toman el puesto del amor, y la vejación,
el de la justicia. Pero la verdadera Belleza es negada también donde ya no hay
alegría, especialmente allí donde el corazón de los creyentes parece haberse
rendido a la evidencia del mal, donde falta el entusiasmo de la vida de fe y no
se irradia ya el fervor de quien cree y sigue al Señor de la historia. Es
verdad que algún lector de buena voluntad podría decir en este momento:
"Pero yo, aun cuando querría amar al Señor, ¿estoy seguro de
irradiarlo?". Existen a veces sufrimientos físicos, psíquicos y
espirituales que hacen pesada la vida y producen la impresión de que no se sabe
comunicar la alegría del evangelio. Sin embargo, quien lee en el corazón
descubre en él una paz profunda, testimonio silencioso del sentido de una vida
entregada a Cristo.
XI ESTACION: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
«Y lo crucificaron», dicen
escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la
crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le
taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo
quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente
que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima
de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el
Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones,
uno a su derecha y el otro a su izquierda.
El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de
esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso,
como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que
lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil
entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el
cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde
la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: Salir de la mediocridad, del enfriamiento y el ocaso del amor
La negación de la belleza es a menudo sutil e invasora y
habita la vida de creyentes y no creyentes: es la mediocridad que avanza, el
cálculo egoísta que ocupa el puesto de la generosidad, el hábito repetitivo y
vacío que sustituye a la fidelidad vivida como continua novedad del corazón y
de la vida. Como creyentes, deberíamos preguntarnos si la Iglesia que
construimos cada día es bella y capaz de irradiar la Belleza de Dios. Quienes
se han comprometido en una mutua fidelidad en el amor esponsal pregúntense si,
más allá de las inevitables cargas de la vida, se transparenta algo de la
belleza de la recíproca donación. Pregúntense también los presbíteros y los
consagrados si a veces la costumbre o las inevitables desilusiones no han
apagado el entusiasmo de los comienzos. Ninguna negación de la Belleza es tan
triste como la que proviene de quien con su vida entera ha sido llamado a ser
testigo del Amor crucificado y, por tanto, apóstol de la Belleza que salva.
XII ESTACION: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Desde la crucifixión hasta la
muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús
y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los
presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y
escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen
ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos
refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la
cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego
dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo
la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo
Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le
acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el
espíritu.
A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación
de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos
brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los
sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: La revelación de la Belleza que salva
al mundo
¿En qué condiciones estamos llamados hoy nuestros a captar
la Belleza de Dios y de la vida según el Evangelio?, ¿cómo podemos, en un mundo
consumista en el que parece que todo se puede comprar con dinero, no dejarnos
engañar por lo efímero y decidirse en cambio por lo que vale y cuesta
sacrificio?, ¿cómo hacerles comprender que la vocación por la belleza pasa por
una valiente ascesis de la mente y del corazón? Estoy convencido de que el
"hermoso testimonio" (cf. l Tim 6,13) de Aquel que dio la vida por
amor a cada uno de nosotros, reflejado en las páginas de la Escritura,
asimilado en la lectio divina y encarnado en la vida de tantos testigos de
nuestro tiempo -desde el padre Kolbe a Gianna Beretta Molla, a Teresa de
Calcuta...-, es hoy capaz de vencer los condicionamientos de nuestro tiempo y
de entusiasmar por la verdadera Belleza de Dios.
XIII ESTACION: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Para que los cadáveres no
quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los
judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran;
los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya
había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza.
Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso
de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se
acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las
manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba
la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin
vida de su Hijo.
Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de
la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su
Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada
que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: La subida al monte
La transfiguración, la Trinidad y el misterio pascual. Hemos
subido al monte, pues, en compañía de los tres discípulos y junto con Jesús,
llevando con nosotros sus preguntas y las nuestras. ¿Qué nos responderá ahora
el Señor? En realidad, en el monte Jesús no nos habla: ¡se transfigura!
"Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los
llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos.
Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro
tomó la palabra y dijo a Jesús: 'Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"' (Mc
9,2,5). El relato de Lucas dice que también los dos personajes participan de la
belleza de Jesús: "Resplandecientes de gloria" (Lc 9,31).
XIV ESTACION: JESÚS ES SEPULTADO
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
José de Arimatea y Nicodemo
tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una
sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro
nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los
varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían
acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y
observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una
gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.
Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba
sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas
brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había
dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora
contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que
podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el
sepulcro, y cuanto simbolizan.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
REFLEXION: En lo alto del monte alzaron la cruz de Cristo
El monte es en la Biblia el lugar de la revelación, nuevo
Sinaí donde Dios habla a su pueblo. Jesús es la Ley en persona, la Torah hecha
carne, que se manifiesta en el esplendor de la luz divina: es la Verdad viva,
testimoniada por los dos testigos por excelencia, Moisés y Elías, figuras de la
Ley y los Profetas. Esta experiencia les parece a los discípulos no sólo
verdadera y buena, sino también bella: es la fascinación de la Verdad y del
Bien, es la Belleza de Dios lo que se les ofrece a ellos. Esa Belleza se
vincula en el relato con la misteriosa revelación de la Trinidad: "Vino
entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: 'Éste es mi
Hijo amado; escuchadlo"' (v. 7). La nube y la sombra son figura del
Espíritu de Dios. La voz es la del Padre, y Jesús es designado como el Hijo, el
Amado: es, pues, la Trinidad quien se está comunicando a los discípulos. La
Belleza a la que hace referencia la exclamación de Pedro es, pues, la de la
Trinidad divina.
En el relato de Lucas se indica expresamente dónde se
realizará la plena revelación de la Trinidad: en el acontecimiento pascual.
"Hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén" (Lc
9,31). En los demás sinópticos, la alusión a ese acontecimiento tiene lugar en
el momento del descenso: "Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a
nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de
entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo
que significaría resucitar de entre los muertos. Y le preguntaron: '¿Cómo es
que dicen los maestros de la Ley que primero tiene que venir Elías?'. Jesús les
respondió: 'Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de restaurarlo todo,
pero ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y
ser despreciado?"' (Mc 9,9-12 ).
La muerte y resurrección del Hijo del hombre son, pues, el
lugar donde la Trinidad se revela definitivamente al mundo como amor que salva:
"El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros y envió a su Hijo para libramos de nuestros pecados" (1
Jn 4, l0).La transfiguración nos permite, pues, reconocer en la revelación de
la Trinidad la revelación de la "gloria", y remite al pleno
cumplimiento de dicha revelación en la suprema entrega de amor realizada en la
cruz. Es allí donde "el más hermoso de los hombres" (Sal 45,3 ) se
ofrece -bajo el signo paradójico de lo contrario- como "varón de
dolores..., como alguien a quien no se quiere mirar" (Is 53,3). La Belleza
es el Amor crucificado, revelación del corazón divino que ama: del Padre,
fuente de todo don; del Hijo, entregado a la muerte por amor nuestro; del
Espíritu, que une Padre e Hijo y es derramado sobre los hombres para conducir a
los que están lejos de Dios a los abismos de la caridad divina.
XV ESTACION: JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per
sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Pasado el sábado, María Magdalena
y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí
observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no
hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a
Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después
llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres.
Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a
su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al
grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie
presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo
testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y
trataron resucitado.
En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de
Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la
que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al
odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección,
y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de
hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la
cruz. Amén, Jesús.
Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido
acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y
sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos
caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has
enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
REFLEXION FINAL: UNA LLAMADA DE ESPERANZA
La manifestación de la gloria de Dios
Acompañemos, pues a los discípulos en el camino que Jesús les mostró en el monte; contemplemos con ellos la gloria de Dios, la divina Belleza en la cruz y resurrección del Hijo del hombre, desde el viernes santo -hora de las tinieblas en la cual es crucificada la Belleza- hasta el esplendor del día de pascua. Quisiera que este camino no se limítase a una sucesión de referencias bíblicas, sino que representase una especie de itinerario ígneo en el cual hay que adentrarse con decisión personal y, a la vez, con temor y temblor, dejándose quemar por la llama de Dios.
El esplendor de la belleza: la pascua y la salvación del
mundo
En la pascua resplandece la Belleza que salva, la caridad
divina se derrama sobre el mundo. En el Resucitado, colmado del Espíritu de
vida por el Padre, no sólo se realiza la victoria sobre el silencio de la
muerte y se ofrece el modelo del Hombre nuevo, que es plenamente tal según el
proyecto de Dios, sino que se realiza también el supremo "éxodo"
desde Dios hacia el hombre y desde el hombre hacia Dios, se verifica esa
apertura al más allá de sí a la que aspira el corazón humano. Si hacemos nuestro
en la fe el acontecimiento de pascua, también nosotros somos arrastrados en
este torbellino que nos invita a salir de nosotros mismos, a olvidamos, a
gustar la belleza del don gratuito de sí.
El encuentro con la Belleza que salva: los relatos de las
apariciones
La revelación de la Trinidad como Belleza divina que salva
alcanza la vida de los discípulos en los encuentros testimoniados por los
relatos de las apariciones. En la variedad cronológica y geográfica de estas
escenas se manifiesta una estructura recurrente: es el Resucitado quien toma la
iniciativa y se muestra vivo (cf. Hch 1,3). El encuentro viene a nosotros desde
el exterior, a través de un gesto y una palabra que nos alcanzan y que son hoy
el gesto y la palabra de la Iglesia que anuncia al Resucitado. Gestos y
palabras que suscitan sorpresa gozosa, exultación por la gloria del Resucitado,
consolación por sentirse tan amados, anhelo de darse a Aquel que nos llama a
participar en su plenitud de vida, deseo de gritar la alegre confesión de fe:
"¡Es el Señor!" (Jn 11,?); "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn
20,28 ). Quien ha encontrado al Resucitado es enviado por éste a ser su
testigo: el encuentro pascual cambia la vida de quien lo experimenta. Los
medrosos fugitivos del viernes santo se convierten en testigos valerosos de la
pascua, hasta el punto de dar la vida por la confesión de su Señor. Su
esplendor les ha arrebatado verdaderamente el corazón y ha hecho de ellos los
anunciadores del don de Dios; esos que, habiendo experimentado la salvación y
gustado su belleza y alegría, sienten la incontenible necesidad de comunicar a
otros el don recibido. Transfigurados por el amor que salva, los discípulos se
convierten en los testigos de esta transfiguración: la belleza que los ha
arrebatado a sí mismos se convierte en el acicate que les impulsa a dar gratis
a todos lo que gratis han recibido.
Testigos de esperanza
El lugar donde este encuentro con el amor hermoso y vivificante, con el "Pastor hermoso", resulta posible es la Iglesia: es en ella donde el Pastor hermoso
habla al corazón de cada una de sus ovejas y hace presente en los sacramentos
el don de su vida por nosotros; es en ella donde los discípulos pueden obtener,
de la Palabra, de los acontecimientos sacramentales y de la caridad vivida en
la comunidad, la alegría de saberse amados por Dios, custodiados con Cristo en
el corazón del Padre. La Iglesia es, en ese sentido, la Iglesia del Amor, la
comunidad de la Belleza que salva: formar parte de ella con adhesión plena del
corazón que cree y ama es tal experiencia de alegría y de belleza que nada ni
nadie en el mundo puede darla del mismo modo. Estar llamados a servir a esta Iglesia
con la totalidad de la propia existencia, en el sacerdocio y en la vida
consagrada, es un don hermoso y precioso que hace exclamar: "Me ha tocado
un lote delicioso, ¡qué hermosa es mi heredad!" (Sal 16,6). La
confirmación de esto nos llega de la vida de los santos: ellos no sólo creyeron
en el "Pastor hermoso" y lo amaron, sino que, sobre todo, se dejaron
amar y moldear por él. La caridad de él se convirtió en la de. ellos; su
belleza se derramó en sus corazones y se irradió en sus gestos. Cuando la
Iglesia del amor hace realidad plena su identidad de comunidad reunida por el
"Pastor hermoso" en la caridad divina, se ofrece como
"imagen" viva de la Trinidad y anuncia al mundo la Belleza que salva.
Es ésta la Iglesia que nos ha engendrado a la fe y continuamente ha hecho
hermoso nuestro corazón con la luz de la Palabra, el perdón de Dios y la fuerza
del pan de vida. Es ésta la Iglesia que querríamos ser, abriéndonos al
esplendor que irradia desde lo alto, para que éste -habitando en nuestras
comunidades- atraiga la "peregrinación de los pueblos", según la
admirable visión que los profetas tienen de la salvación final: "Al final
de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre
los montes, dominará sobre las colinas. Hacia él afluirán todas las naciones,
vendrán pueblos numerosos. Dirán: 'Venid, subamos al monte del Señor, al templo
del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus
sendas"' (Is 2,1,3; cf. Miq 4,1,3; Zac 8,20s; 14,16; Is 56,6-8; 60,11-14).
A través del pueblo del "Pastor hermoso", la luz de la salvación
podrá llegar a muchos, atrayéndolos a Él, y su Belleza salvará al mundo.
Testigos de la Belleza que salva
El descenso del monte y la invitación: "No tengáis
miedo". La reacción de los discípulos ante el don de la transfiguración es
la de irradiar la Belleza que han experimentado: "Maestro, ¡qué bien estamos
aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías" (Lc 9,33). Pero la belleza no es posesión, es don, y como tal se
debe dar, no retener. A los discípulos postrados en adoración y presa de gran
temor, Jesús se les acerca y, tocándolos, les dice: "Levantaos, no tengáis
miedo" (Mt 17,7). Es la invitación a continuar el camino sin temor, a.
bajar del monte a la vida ordinaria y a emprender el gran viaje que llevará al
Hijo del hombre a Jerusalén para cumplir su propio destino. Es la invitación
dirigida también a nosotros para que prosigamos sin miedo nuestra peregrinación
hacia la Jerusalén del cielo, sabiendo que Él está con nosotros y que por eso
la vida es bella y bello es comprometerse por el Reino. Es la invitación a acoger,
anunciar y compartir con todos la Belleza que salva. Actualizando para nuestro
hoy esta reflexión, podríamos decir que redescubrir la Belleza de Dios
significa redescubrir las razones de nuestra fe ante el mal que devasta la
tierra y las motivaciones profundas de nuestro compromiso en servicio de todos,
para la gloria de Dios. Quien experimenta la Belleza aparecida sobre el Tabor y
reconocida en el misterio pascual, quien cree en el anuncio de la Palabra de la
fe y se deja reconciliar con el Padre en la comunión de la Iglesia, descubre la
belleza de existir, en un grado que nada ni nadie en el mundo podrían
brindarle.
La consoladora Buena Noticia
Confortados por la imagen de la transfiguración, que nos ha llevado a contemplar la revelación de la Trinidad y de su belleza en el triduo santo, podemos exclamar como los apóstoles: "Señor, ¡qué bien estamos aquí!", con el deseo de encontrar estímulo en esta experiencia de gracia para vivir nuestra vocación y misión con una alegría cada vez mayor. El apóstol Pablo sintetiza la tarea que se nos ha confiado: "Queremos contribuir a vuestro gozo" (1 Cor 1,24). De esta Belleza que viene de lo alto debe alimentarse el discípulo de Jesús, y hacerse siempre de nuevo su anunciador, para compartirla con quien no la conoce y con quien de formas diversas va en su busca. La invitación nos llega a todos particularmente en este año de gracia y de renovación que es el año jubilar del 2000. Por eso, en nombre de Jesús crucificado y resucitado, quisiera deciros a todos la palabra que resuena desde el Tabor: "Levantaos, no tengáis miedo", invitándoos a experimentar el don de Dios, verdadera Belleza que salva; a anunciarlo con la palabra y la vida para compartir con todos el esplendor de la verdad y del bien, que es la luz de la Belleza divina. Y a todos los consagrados les recuerdo cuanto les dice Juan Pablo II partiendo precisamente del episodio de la transfiguración: "La persona que por el poder del Espíritu Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo, refleja en sí un rayo de la luz inaccesible, y en su peregrinar terreno camina hasta la fuente inagotable de la luz. De ese modo, la vida consagrada se convierte en expresión particularmente profunda de la Iglesia Esposa, la cual, conducida por el Espíritu a reproducir en sí las facciones del Esposo, se presenta ante Él 'toda gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada' (Ef 5,27)" (Vida consagrada, n. 19).
Conclusión
En los umbrales del año jubilar -que estamos invitados a
vivir como una contemplación del desenvolvimiento del tiempo en el seno de la
Trinidad- parecen, pues, volver las dramáticas preguntas de siempre, enraizadas
en el dolor humano: ¿qué sentido tiene la historia?, ¿cómo se revela Dios en la
tragedia?, ¿por qué el Padre de la misericordia parece callar ante el
sufrimiento de sus criaturas?, ¿por qué permite que entre ellas exista tanto
odio y tanta violencia?
Lo que parece imponerse a la meditación de nuestra fe es el
esfuerzo de conjugar el hoy del dolor humano con el hoy de Dios Salvador, de
cuyo nacimiento en el tiempo celebra los 2.000 años el jubileo. Una lectura
sintética de estos veinte siglos, cuyo potencial trágico parece resumido en los
recientes acontecimientos bélicos, busca luz en la revelación del amor
trinitario realizada en la pascua de resurrección del Crucificado. La pascua
revela el sentido de la historia: una historia orientada a la victoria final de
Dios, de la cual es anticipo y promesa la resurrección del Crucificado. Sin
embargo, parece que en el corazón de los creyentes existen muchas dificultades
a la hora de dar razón de la esperanza que hay ellos (cf. l Pe 3,15 ).
Experimentar la Belleza que salva: conversión y
reconciliación
Experimentar la Belleza que salva significa ante todo vivir
el camino de la fe, especialmente en la oración personal y litúrgica vivida
como oración en Dios, en el Espíritu, yendo por el Hijo al Padre y recibiéndolo
todo de Él en la paz. Es la experiencia de reconocerse amados y salvados,
apasionadamente confiados al Dios vivo, escondidos con Cristo en las relaciones
de amor de la Trinidad. A esa experiencia se llega a través de la conversión
del corazón y la reconciliación con Dios y con la comunidad. La Belleza de la
caridad divina -una vez experimentada en lo profundo del corazón- no puede
dejar de llevar a la superación del individualismo, por desgracia tan difundido
incluso entre los cristianos. Nos vemos conducidos a redescubrir el valor del
"nosotros" en nuestra vida, tanto en el plano de la comunidad
eclesial como en el de cada una de las comunidades familiares y en todas las
formas en que, como creyentes, nos encontramos viviendo en relación con los
demás. En particular, la belleza de la comunión deberá resplandecer en las
comunidades de consagrados y consagradas, que por vocación están llamados a ser
imagen de la comunión de toda la Iglesia, fundada en la comunión de la Trinidad
divina. Dicha belleza deberá resplandecer también en la liturgia. ¡Qué
importante es una celebración litúrgica que en los tiempos, los gestos, las
palabras y los enseres refleje algo de la belleza del misterio de Dios! En el
corazón de la celebración eucarística, la exclamación "éste es el misterio
de nuestra fe" brota cada vez del estupor consciente del orante cuando el
esplendor de la verdad se le manifiesta en plenitud. Tras haber hecho lo que el
Señor Jesús mandó repetir a los apóstoles "en memoria de Él", los
ojos de la fe se abren como los de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,30-31) y
confesamos con estupor y gratitud el "misterio de la piedad" (cf. l
Tm 3,16). La Belleza se desvela en el misterio de Cristo que culmina en la
pascua: la celebración eucarística constituye su memorial. La exigencia de
celebrar bien se enraíza en estas convicciones. Los ritmos de palabra,
silencio, canto, música, acción, en el desarrollo del rito litúrgico
contribuyen a esta experiencia espiritual.
Anunciar la Belleza que salva
En este final de siglo y de milenio, el encuentro con la
Belleza da nuevo impulso a la pasión misionera en todas sus formas: proclamar
la belleza de la Trinidad divina, educar para experimentarla, testimoniar la
caridad que de ella deriva y el compromiso en favor de la justicia, formar a
los jóvenes en estos valores, son otros tantos quehaceres que exige el
"descenso del monte".
El itinerario jubilar se presta de modo particular a vivir
este anuncio de la Belleza que salva con sus cinco momentos: espiritual,
eclesial, caritativo, penitencial y mariano. Pero también el arte es un anuncio
de la Belleza que salva. "Toda auténtica inspiración encierra en sí algún
temblor de ese 'soplo' con el cual el Espíritu creador invadía desde el
principio la obra de la creación. Presidiendo las misteriosas leyes que
gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el
genio del hombre y estimula la capacidad creativa de éste. Lo alcanza con una
especie de iluminación interior que une la indicación del bien y de lo bello y
despierta en él las energías de la mente y del corazón, haciéndolo apto para
concebir la idea y para darle forma en la obra de arte. Se habla entonces con
razón, si bien analógicamente, de 'momentos de gracia', porque el ser humano
cuenta con la posibilidad de tener alguna experiencia del Absoluto que lo
trasciende" (Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 15 ). Subrayo en
particular el significado de las arquitecturas e iconografías sacras. Desear
que nazcan con la impronta de la belleza es respetar su función primaria de
testimoniar la irrupción de la gracia divina en nuestra cotidianeidad. Las
arquitecturas e iconografías sacras desusadas, repetitivas, que no se esfuerzan
por respetar el dictado de nuestro Sínodo 47 (cf. Cost. 540), son incapaces de
suscitar la emoción propia del misterio al que aluden, no conmueven ni llevan a
la alabanza. Y deberían ser, más bien, una flecha lanzada a la interioridad a
través del lenguaje de la belleza, un apoyo para la contemplación.
Compartir con todos la búsqueda y el don de la Belleza
Aplicar el oído a las verdaderas preguntas del corazón
humano quiere decir captar toda nostalgia de belleza allí donde esté presente,
para caminar con todos en busca de la Belleza que salva. Vivir el empeño
ecuménico, el diálogo interconfesional e interreligioso es una tarea urgente
para respetar y promover con todos la Belleza como justicia, paz y salvaguardia
de lo creado. En esta línea, se podrá evaluar la experiencia del diálogo con
los no creyentes como forma de búsqueda común de la Belleza que salva. Compartir
el don de la Belleza significa, además, vivir la gratuidad del amor: la caridad
es la Belleza que se irradia y transforma a quien toca. En la caridad no hay
relación de dependencia entre quien da y quien recibe, sino intercambio en la
común participación en el don de la Belleza crucificada y resucitada, del Amor
divino que salva. Se debe redescubrir, pues, el valor del otro y del distinto,
entendido según el modelo de las relaciones mutuas de las tres Personas
divinas: el otro no como competidor o dependiente, sino como riqueza y gracia
en la diversidad.
Vivir el año jubilar en la unidad de las tres
dimensiones: sacramental, profética y caritativa
La unidad de las tres dimensiones indicadas -la de la
experiencia sacramental de la Belleza que salva, la de la escucha de la Palabra
que la anuncia y de su proclamación, la del compartir en la caridad- se debe
buscar siempre, pero resulta propia y particularmente urgente en el año
jubilar. Éste no se vivirá como se debe si no incluye una lectura renovada de
la vida y de la historia a la luz de la Trinidad, en la escuela de la Palabra
de Dios proclamada y acogida; si no se nutre de los sacramentos de la vida
redescubiertos en toda su riqueza de lugares de encuentro con la Belleza que
salva, y si no se vive el esfuerzo de compartir con todos el don de dicha
Belleza. Liturgia y vida espiritual, catequesis y evangelización, diálogo y
servicio de la caridad, deberán conocer en el año jubilar un nuevo impulso,
motivado por el renovado encuentro con la Belleza de Dios experimentado en esta
especie de Tabor del camino del tiempo que es el año 2000.






















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