lunes, 10 de marzo de 2025

EL VIA CRUCIS DE PREVIATI

 

EL VIACRUCIS DE PREVIATI




Introducción

Acabamos de dar inicio a la Cuaresma 2025. En este año jubilar, año de gracia del Señor, nos preparamos para la celebración del misterio central de nuestra fe, el misterio Pascual. Una de las oraciones más populares de este tiempo es la oración del Santo Via Crucis basado en la meditación de la pasión y muerte de Jesucristo, en su camino al Calvario. La costumbre de rezar las estaciones de la Cruz comenzó en Jerusalén. Ciertos lugares de la Vía Dolorosa fueron reverentemente marcados desde los primeros siglos. Hacer allí las estaciones de la Cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos. En este año jubilar el Vaticano, como hiciera el año pasado, ha organizado una exposición devocional temporal únicamente durante el período de Cuaresma. Los lienzos del artista Gaetano Prevanti, que recogen las estaciones del Via Crucis, son exhibidos en la basílica del Vaticano para el rezo del Santo Via Crucis de los peregrinos que acuden este año santo.

El artista italiano nacido en Ferrara e hijo adoptivo de Milán, (Ferrara 1852 – Lavagna 1920), es un pintor moderno del siglo pasado englobado bajo la denominada corriente del “divisionismo”. Realizó una colección 14 lienzos al óleo que recogían las estaciones del Vía Crucis. Así se presentó por primera vez en Turín en abril de 1902.

Esta colección la donó al Pontífice y durante 50 años permaneció en los aposentos papales sin ser expuesta al público. La obra llegó al Vaticano en 1972, durante la fase preparatoria de la Colección de Arte Religioso Moderno instituida por orden de San Pablo VI y donada por el Pontífice a los Museos Vaticanos el 23 de junio de 1973.

Solamente uno de los lienzos se mostró en Florencia en 1960 y más tarde la colección entera se mostró en Milán en 2018. La muestra tuvo lugar en el museo diocesano de Carlo María Martini.

El Vía Crucis de Previati estará expuesto en basílica de San Pietro: arte y fe para el tiempo de Cuaresma. La exposición devocional temporal también se repite en este año jubilar después de las experiencias del pasado trienio 2022-2024. Nos permitirá vivir con mayor participación la preparación a la Santa Pascua.

Las catorce estaciones del Vía Crucis de Gaetano Previati regresan a la Basílica de San Pedro para una exposición devocional temporal únicamente durante el período de Cuaresma. Gracias a la colaboración entre la Fabbrica di San Pietro, la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano y la activa disponibilidad de la Dirección de los Museos Vaticanos.

Las catorce pinturas del ciclo de la “Pasión de Cristo” (óleo sobre lienzo, 121 x 107 cm), realizadas por el artista Gaetano Previati entre 1901 y 1902 y actualmente conservadas en los depósitos de los Museos Vaticanos, se han colocado en el crucero y a lo largo de la nave de la Basílica.

La iniciativa, que se repite también en este año jubilar tras las experiencias del pasado trienio 2022-2024, permitirá vivir con mayor participación la preparación a la Santa Pascua. A partir del viernes 7 de marzo los fieles y peregrinos que visiten la Basílica Vaticana tendrán la posibilidad de admirar las obras participando en la Procesión del Vía Crucis todos los viernes a las 16.00 horas durante todo el período de Cuaresma. “La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual”

El cardenal Mauro Gambetti, Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, Arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro y Presidente de la Fabbrica di San Pietro, se hace eco de las palabras del Papa Francisco pronunciadas en su mensaje para la Cuaresma de este año. Y añade: «Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, «el ser humano necesita amor incondicional»».

«El Vía Crucis de Previati nos permite contemplar los misterios de la Pasión de Jesús y nos acompaña en nuestro camino de inmersión en el amor incondicional de Dios por nosotros hacia la Pascua de Resurrección», explica Gambetti. “En diálogo armonioso con la arquitectura de la Basílica Vaticana, el Vía Crucis de Gaetano Previati invita una vez más a los fieles y peregrinos de este Año Jubilar a la reflexión y a la oración”, afirma el profesor Pietro Zander, responsable de la sección Necrópolis y Bienes Artísticos de la Fabbrica di San Pietro.

Gaetano Previati realizó las 14 estaciones del Vía Crucis a partir de noviembre de 1901, cuando comenzó a pintar los lienzos, comprados especialmente para la ocasión, en su taller de la Piazza Duomo de Milán. Una obra sin encargo en la que el artista trabajó intensa e incesantemente en los meses siguientes, dotándose también de una auténtica cruz de madera que llevó sobre sus hombros para comprender mejor el drama y el sacrificio de la Pasión de Jesús, para interpretar mejor el poder del don ofrecido a la humanidad. El conjunto fue concebido como una obra única y continua.

La paleta está dominada por el rojo del manto de Jesús y un cielo salpicado de nubes que se vuelve cada vez más oscuro a medida que se desarrollan las fases cruciales de su martirio, que conducen a su muerte y entierro. La pincelada larga, que caracteriza “el lenguaje divisionista” del que Previati fue un maestro, elude los detalles y se centra en la fuerza dramática del cuerpo de Jesús y en la intensidad expresiva de quienes lo rodean, lo sostienen, lo lloran, lo ayudan.

Sobre un fondo rojo dramático el artista resalta el sufrimiento de Jesús en la Pasión acompañado de forma excepcional por su Madre. Jugando siempre con una luz sesgada intenta resaltar en claro-oscuro su rostro queriendo translucir una divina y misteriosa belleza en medio del dolor. La belleza que salvara el mundo.

El artista, profundo creyente, lejos de presentar una obra meramente artística la dota de una carga profunda teológica y espiritual. Los lienzos no son para ser vistos sino contemplados en oración como puertas de entrada en el Misterio de la Salvación. Después de la pandemia es una obra provocativa y una invitación para abrazar el dolor y el sufrimiento humano como lo abrazó el Señor. Solo lo que se asume puede ser salvado. Teniendo de fondo al “Siervo Sufriente” de Isaías 53, El Señor se hizo solidario de nuestros sufrimientos y cargó con nuestros pecados y soportó el castigo que nos trae la paz.

Las reflexiones que acompañan las estaciones del Vía Crucis están tomadas de la carta pastoral del cardenal Carlo María Martini (1999-2000) ¿Qué belleza salvará el mundo? Estas reflexiones que se hicieron como preparación del año jubilar del 2000, nos pueden servir hoy como celebración del año jubilar 2025 para ser peregrinos del camino hacia la Pascua y testigos de esperanza. 




I ESTACION: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía Crucis. Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

 

REFLEXION: ¿Qué belleza salvará al mundo?

La pregunta que Dostoievski, en su novela El idiota, hace por labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin. "¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores -gritó fuerte dirigiéndose a todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza... la pregunta que Dostoievski, en su novela El idiota, hace por labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin. "¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores -gritó fuerte dirigiéndose a todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza... ¿Qué belleza salvará al mundo?".

El príncipe no responde a la pregunta, igual que un día el Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia a la pregunta "¿qué es la verdad?" (Jn 19,38). Parece como si el silencio de Myskin -que con infinita compasión de amor se encuentra junto al joven que está muriendo de tisis a los dieciocho años- quisiera decir que la belleza que salvará al mundo es el amor que comparte el dolor.

La belleza de la que se habla no es, pues, la belleza seductora, que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón inquieto: es más bien la "belleza tan antigua y tan nueva" que Agustín confiesa como objeto de su amor purificado por la conversión, la belleza de Dios. Es la belleza que caracteriza al Pastor que nos guía con firmeza y ternura por los caminos de Dios, aquel al que el evangelio de Juan llama "el Pastor hermoso, que da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11 ).



 


II ESTACION: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: La belleza inmarcesible que no muere

Es la belleza a la que hace referencia san Francisco en las Alabanzas al Dios altísimo cuando invoca al Eterno diciendo: "Tú eres la hermosura". Es la belleza de la que recientemente ha escrito el papa en la Carta a los artistas: "Al observar que cuanto había creado era bueno, Dios vio también que era bello... La belleza es en cierto sentido la expresión visible del bien, lo mismo que el bien es la condición metafísica de la belleza".

Es la belleza frente a la cual "el espíritu tiene conciencia de cierto ennoblecimiento y de cierta elevación por encima de la mera receptividad de un placer por medio de impresiones sensibles" (Emmanuel Kant, Crítica de la razón). No se trata, pues, de una propiedad sólo formal y exterior, sino de ese peso del ser al que aluden términos como gloria -la palabra bíblica que mejor expresa la "belleza" de Dios en cuanto manifestada a nosotros-, esplendor, fascinación: es lo que suscita atracción gozosa, sorpresa grata, entrega ferviente, enamoramiento, entusiasmo; es lo que el amor descubre en la persona amada, esa que se intuye como digna del don de sí, por la cual estamos dispuestos a salir de nosotros mismos y a arriesgarnos libremente.

La condición de testigos de la Belleza que salva tiene su origen en la experiencia continua y siempre nueva que de ella tenemos: Jesús mismo nos lo da a entender cuando, en el evangelio de Juan, se presenta como el "Pastor hermoso" –así dice el original griego, aun cuando la traducción preferida normalmente es la de "buen Pastor"-: "Yo soy el pastor hermoso. El pastor hermoso ofrece la vida por las ovejas... Yo soy el pastor hermoso, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen, lo mismo que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y ofrezco la vida por las ovejas". (Jn 10,11.14s). La belleza del Pastor depende del amor con el que se entrega a la muerte por cada una de sus ovejas y establece con cada una de ellas una relación directa y personal de intensísimo amor. Esto significa que su belleza se experimenta al dejarse amar por Él, al entregarle el propio corazón para que lo inunde de su presencia, y al corresponder al amor así recibido con el amor que Jesús mismo nos hace capaces de tener.

 



III ESTACION: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

 

REFLEXION: Volver a la belleza que enamora

La pregunta sobre esta belleza sigue estimulándonos hoy fuertemente: "¿Qué belleza salvará al mundo?". No basta deplorar y denunciar las fealdades de nuestro mundo. No basta tampoco, en nuestra época desencantada, hablar de justicia, de deberes, de bien común, de programas pastorales, de exigencias evangélicas.

Es preciso hablar con un corazón cargado de amor compasivo, experimentando la caridad que da con alegría y suscita entusiasmo; es preciso irradiar la belleza de lo que es verdadero y justo en la vida, porque sólo esta belleza arrebata verdaderamente los corazones y los dirige a Dios. En resumidas cuentas, es necesario hacer comprender lo que Pedro entendió ante Jesús transfigurado: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! " (Mt 17,4), y lo que Pablo, citando a Isaías (52,7), sentía ante la tarea de anunciar el Evangelio: "¿Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!" (Rom 10,15).

 


IV ESTACION: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXIÓN: Signos, rastros de esta belleza

Para quien se reconoce amado por Dios y se esfuerza en vivir el amor solidario y fiel en las diversas situaciones de prueba de la vida y de la historia, resulta bello vivir este fin de siglo, este tiempo nuestro -aun cuando se nos muestre tan lleno de cosas feas y desgarradoras-, e intentar interpretarlo en sus enigmas dolorosos y conturbadores. ¡Es hermoso buscar en la historia los signos del Amor Trinitario; es hermoso seguir a Jesús y amar a su Iglesia; es hermoso leer el mundo y nuestra vida a la luz de la cruz; es hermoso dar la vida por los hermanos! Es hermoso apostar la propia existencia a la carta de Aquel que no sólo es la verdad en persona, que no sólo es el bien más grande, sino que es también el único que nos revela la belleza divina de la que nuestro corazón tiene una profunda nostalgia y una intensa necesidad. Es preciso responder a la demanda de significado nacida de las angustias provocadas por la violencia y todas las tragedias de nuestro siglo XX.




V ESTACION: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: Cristo puerta de entrada al misterio

El misterio de la Encarnación es para nosotros el modo de acercarse al misterio de la Trinidad. La Trinidad aparece como un modelo de relaciones entre personas, y puede generar un modo adecuado de comprender la sociedad y, sobre todo, la Iglesia. Si es verdad que no es posible un conocimiento puramente "objetivo" de Dios, sino que sólo se le puede conocer entrando en relación y dándose, la vía de acceso es la de Jesús, que ama y se da sin lamentaciones. Se trata, pues, de entrar en el misterio de la Trinidad a partir del Hijo, con un movimiento espiritual que implique a toda la persona. Jesús mismo ha dicho: "Nadie conoce al Padre más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Es necesario, pues, entrar en la experiencia del Hijo.




VI ESTACION: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: En medio de la soledad, el abandono

Esta experiencia se expresa sobre todo en dos momentos: en la gratitud y en el abandono. El momento de la gratitud se manifiesta en textos como Mt 11,25: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra...", o como Jn 11,41: "Padre, te doy gracias, porque me has escuchado". Se trata de participar en la gratitud de Jesús, que lo recibe todo de su Padre y en todo encuentra modo de alabarlo. Viviendo el espíritu de reconocimiento y de alegría filial por todo cuanto recibimos, aun cuando sea contrario a nuestras expectativas, entramos en el conocimiento que Jesús tiene del Padre y vivimos en Él algo del misterio trinitario. El momento del abandono se manifiesta en textos como Mt 26,39: "No sea como yo quiero, sino como quieres tú", y como Lc 23,46: "Padre, en tus manos confío mi espíritu", leído a la luz de Mt 27,46: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". En estos momentos, Jesús expresa al máximo su confianza total en el Padre, por el cual, no obstante, se siente como abandonado. Es entrando íntimamente en el corazón de Cristo con una experiencia semejante a la suya como podemos decir que conocemos un poco más al Padre pasando por los sentimientos del Hijo. Hay momentos de la vida en los que esa experiencia requiere una entrega heroica. Sentimos entonces más claramente que no depende de nosotros vivir tales sentimientos, sino que es el Espíritu quien los suscita dentro de nuestro corazón. Estamos así en lo íntimo de la experiencia que Jesús tiene del Padre y del Espíritu.




VII ESTACION: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración. 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: La subida al Tabor y la subida al Calvario

Los apóstoles a los que Jesús invita a subir con él al monte Tabor, seis días después del anuncio de una próxima manifestación del Hijo del hombre (cf. Mt 17,1), llevaban consigo las preguntas, cada vez más serias, que iban surgiendo en su corazón. Estando con Jesús y aprendiendo a comparar su anterior visión de la vida y de la historia con cuanto él venía haciendo y enseñando, se preguntaban: ¿en qué modo este Maestro, que ejerce una fascinación tan grande, responde a las promesas de Dios para la salvación de su pueblo?, ¿cómo puede un hombre tan bueno y apacible poner orden en un mundo tan malo?, ¿qué significa el destino de derrota y muerte del que nos está hablando? (cf. Mt 16,21-23). Son las preguntas que nosotros los cristianos sentimos surgir de nuevo al final de este siglo y de este milenio: ¿cómo puede la apacible belleza del Crucificado resucitado traer la salvación a esta humanidad cínica y cruel?




VIII ESTACION: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: La Belleza crucificada: el viernes santo y el hoy de dolor del hombre

La cruz es revelación de la Trinidad en la hora de la "entrega" y el abandono: el Padre es Aquel que entrega a la muerte al Hijo por nosotros; el Hijo es Aquel que se entrega por amor nuestro; el Espíritu es el Consolador en el abandono, entregado por el Hijo al Padre en la hora de la cruz ("E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu": Jn 19,30; cf. Heb 9,14) y por el Padre al Hijo en la resurrección (cf. Rom 1,4). En la cruz, el dolor y la muerte entran en Dios por amor de los sin Dios: el sufrimiento divino, la muerte en Dios, la debilidad del Omnipotente, son otras tantas revelaciones de su amor por los hombres. Es este amor increíble y a la vez apacible, atrayente, lo que nos implica personalmente y nos fascina, lo que expresa la verdadera Belleza que salva. Este amor es fuego devorador y no cabe resistirse a él sino con una incredulidad obstinada o con una negativa persistente a ponerse en silencio ante su misterio, es decir, con el rechazo de la "dimensión contemplativa de la vida". Ciertamente, el Dios cristiano no da de este modo una respuesta teórica a la pregunta sobre el porqué del dolor del mundo. Simplemente, se ofrece como el "estuche", el "seno" de dicho dolor, como el Dios que no deja que se pierda ni una sola lágrima de sus hijos, porque las hace suyas. Es un Dios cercano que, precisamente en la cercanía, revela su amor misericordioso y su ternura fiel. Nos invita a entrar en el corazón del Hijo que se abandona al Padre y a sentirnos así dentro del misterio de la Trinidad. El Hijo es el gran compañero del sufrimiento humano, aquél al que nos es dado reconocer en todos los sufrimientos, sobre todo en los que llamamos "inocentes": piénsese en lo intenso que ha sido este motivo del "dolor inocente" en la labor incansable de un don Carlo Gnocchi por sus "mutiladitos". El rostro "al que no se quiere mirar" (Is 53,3 ) se nos muestra como un rostro bello, el que la madre Teresa de Calcuta contemplaba con ternura en sus pobres y en los moribundos.




IX ESTACION: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: Mas amó que padeció

Es urgente, por tanto, escuchar la palabra de la cercanía y de la consolación de Dios revelada en la pascua: es allí donde Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16); es allí donde el Padre se revela como amor en el gesto supremo del sacrificio de Jesús (cf. l Jn 4,8ss). Es ante este amor donde cada uno de nosotros puede hacer suyas las palabras de Pedro en el monte Tabor ante la revelación de la Trinidad: "¡Qué bien estamos aquí". Es en este amor revelado sobre la cruz donde es posible reconocer e indicar a todos -creyentes y no creyentes en búsqueda- la belleza que salva y que se ofrece como luz y fuerza incluso en el fragmento trastornador y doloroso de nuestro mundo.




XII ESTACION: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

 

REFLEXION: Las negaciones de la Belleza y la pregunta sobre el sentido de la vida y de la historia

Lo que nos impulsa a buscar tan intensamente la Belleza de Dios revelada en la pascua es también su contrario, es decir, la negación de la Belleza. La verdadera Belleza es negada dondequiera que el mal parece triunfar, dondequiera que la violencia y el odio toman el puesto del amor, y la vejación, el de la justicia. Pero la verdadera Belleza es negada también donde ya no hay alegría, especialmente allí donde el corazón de los creyentes parece haberse rendido a la evidencia del mal, donde falta el entusiasmo de la vida de fe y no se irradia ya el fervor de quien cree y sigue al Señor de la historia. Es verdad que algún lector de buena voluntad podría decir en este momento: "Pero yo, aun cuando querría amar al Señor, ¿estoy seguro de irradiarlo?". Existen a veces sufrimientos físicos, psíquicos y espirituales que hacen pesada la vida y producen la impresión de que no se sabe comunicar la alegría del evangelio. Sin embargo, quien lee en el corazón descubre en él una paz profunda, testimonio silencioso del sentido de una vida entregada a Cristo.

 


XI ESTACION: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: Salir de la mediocridad, del enfriamiento y el ocaso del amor

La negación de la belleza es a menudo sutil e invasora y habita la vida de creyentes y no creyentes: es la mediocridad que avanza, el cálculo egoísta que ocupa el puesto de la generosidad, el hábito repetitivo y vacío que sustituye a la fidelidad vivida como continua novedad del corazón y de la vida. Como creyentes, deberíamos preguntarnos si la Iglesia que construimos cada día es bella y capaz de irradiar la Belleza de Dios. Quienes se han comprometido en una mutua fidelidad en el amor esponsal pregúntense si, más allá de las inevitables cargas de la vida, se transparenta algo de la belleza de la recíproca donación. Pregúntense también los presbíteros y los consagrados si a veces la costumbre o las inevitables desilusiones no han apagado el entusiasmo de los comienzos. Ninguna negación de la Belleza es tan triste como la que proviene de quien con su vida entera ha sido llamado a ser testigo del Amor crucificado y, por tanto, apóstol de la Belleza que salva.




XII ESTACION: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: La revelación de la Belleza que salva al mundo

¿En qué condiciones estamos llamados hoy nuestros a captar la Belleza de Dios y de la vida según el Evangelio?, ¿cómo podemos, en un mundo consumista en el que parece que todo se puede comprar con dinero, no dejarnos engañar por lo efímero y decidirse en cambio por lo que vale y cuesta sacrificio?, ¿cómo hacerles comprender que la vocación por la belleza pasa por una valiente ascesis de la mente y del corazón? Estoy convencido de que el "hermoso testimonio" (cf. l Tim 6,13) de Aquel que dio la vida por amor a cada uno de nosotros, reflejado en las páginas de la Escritura, asimilado en la lectio divina y encarnado en la vida de tantos testigos de nuestro tiempo -desde el padre Kolbe a Gianna Beretta Molla, a Teresa de Calcuta...-, es hoy capaz de vencer los condicionamientos de nuestro tiempo y de entusiasmar por la verdadera Belleza de Dios.




XIII ESTACION: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: La subida al monte

La transfiguración, la Trinidad y el misterio pascual. Hemos subido al monte, pues, en compañía de los tres discípulos y junto con Jesús, llevando con nosotros sus preguntas y las nuestras. ¿Qué nos responderá ahora el Señor? En realidad, en el monte Jesús no nos habla: ¡se transfigura! "Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: 'Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"' (Mc 9,2,5). El relato de Lucas dice que también los dos personajes participan de la belleza de Jesús: "Resplandecientes de gloria" (Lc 9,31).




XIV ESTACION: JESÚS ES SEPULTADO

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


REFLEXION: En lo alto del monte alzaron la cruz de Cristo

El monte es en la Biblia el lugar de la revelación, nuevo Sinaí donde Dios habla a su pueblo. Jesús es la Ley en persona, la Torah hecha carne, que se manifiesta en el esplendor de la luz divina: es la Verdad viva, testimoniada por los dos testigos por excelencia, Moisés y Elías, figuras de la Ley y los Profetas. Esta experiencia les parece a los discípulos no sólo verdadera y buena, sino también bella: es la fascinación de la Verdad y del Bien, es la Belleza de Dios lo que se les ofrece a ellos. Esa Belleza se vincula en el relato con la misteriosa revelación de la Trinidad: "Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: 'Éste es mi Hijo amado; escuchadlo"' (v. 7). La nube y la sombra son figura del Espíritu de Dios. La voz es la del Padre, y Jesús es designado como el Hijo, el Amado: es, pues, la Trinidad quien se está comunicando a los discípulos. La Belleza a la que hace referencia la exclamación de Pedro es, pues, la de la Trinidad divina.

En el relato de Lucas se indica expresamente dónde se realizará la plena revelación de la Trinidad: en el acontecimiento pascual. "Hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén" (Lc 9,31). En los demás sinópticos, la alusión a ese acontecimiento tiene lugar en el momento del descenso: "Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría resucitar de entre los muertos. Y le preguntaron: '¿Cómo es que dicen los maestros de la Ley que primero tiene que venir Elías?'. Jesús les respondió: 'Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de restaurarlo todo, pero ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado?"' (Mc 9,9-12 ).

La muerte y resurrección del Hijo del hombre son, pues, el lugar donde la Trinidad se revela definitivamente al mundo como amor que salva: "El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para libramos de nuestros pecados" (1 Jn 4, l0).La transfiguración nos permite, pues, reconocer en la revelación de la Trinidad la revelación de la "gloria", y remite al pleno cumplimiento de dicha revelación en la suprema entrega de amor realizada en la cruz. Es allí donde "el más hermoso de los hombres" (Sal 45,3 ) se ofrece -bajo el signo paradójico de lo contrario- como "varón de dolores..., como alguien a quien no se quiere mirar" (Is 53,3). La Belleza es el Amor crucificado, revelación del corazón divino que ama: del Padre, fuente de todo don; del Hijo, entregado a la muerte por amor nuestro; del Espíritu, que une Padre e Hijo y es derramado sobre los hombres para conducir a los que están lejos de Dios a los abismos de la caridad divina. 

 


XV ESTACION: JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén


                                                     

REFLEXION FINAL: UNA LLAMADA DE ESPERANZA

La manifestación de la gloria de Dios

Acompañemos, pues a los discípulos en el camino que Jesús les mostró en el monte; contemplemos con ellos la gloria de Dios, la divina Belleza en la cruz y resurrección del Hijo del hombre, desde el viernes santo -hora de las tinieblas en la cual es crucificada la Belleza- hasta el esplendor del día de pascua. Quisiera que este camino no se limítase a una sucesión de referencias bíblicas, sino que representase una especie de itinerario ígneo en el cual hay que adentrarse con decisión personal y, a la vez, con temor y temblor, dejándose quemar por la llama de Dios.

El esplendor de la belleza: la pascua y la salvación del mundo

En la pascua resplandece la Belleza que salva, la caridad divina se derrama sobre el mundo. En el Resucitado, colmado del Espíritu de vida por el Padre, no sólo se realiza la victoria sobre el silencio de la muerte y se ofrece el modelo del Hombre nuevo, que es plenamente tal según el proyecto de Dios, sino que se realiza también el supremo "éxodo" desde Dios hacia el hombre y desde el hombre hacia Dios, se verifica esa apertura al más allá de sí a la que aspira el corazón humano. Si hacemos nuestro en la fe el acontecimiento de pascua, también nosotros somos arrastrados en este torbellino que nos invita a salir de nosotros mismos, a olvidamos, a gustar la belleza del don gratuito de sí.

El encuentro con la Belleza que salva: los relatos de las apariciones

La revelación de la Trinidad como Belleza divina que salva alcanza la vida de los discípulos en los encuentros testimoniados por los relatos de las apariciones. En la variedad cronológica y geográfica de estas escenas se manifiesta una estructura recurrente: es el Resucitado quien toma la iniciativa y se muestra vivo (cf. Hch 1,3). El encuentro viene a nosotros desde el exterior, a través de un gesto y una palabra que nos alcanzan y que son hoy el gesto y la palabra de la Iglesia que anuncia al Resucitado. Gestos y palabras que suscitan sorpresa gozosa, exultación por la gloria del Resucitado, consolación por sentirse tan amados, anhelo de darse a Aquel que nos llama a participar en su plenitud de vida, deseo de gritar la alegre confesión de fe: "¡Es el Señor!" (Jn 11,?); "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28 ). Quien ha encontrado al Resucitado es enviado por éste a ser su testigo: el encuentro pascual cambia la vida de quien lo experimenta. Los medrosos fugitivos del viernes santo se convierten en testigos valerosos de la pascua, hasta el punto de dar la vida por la confesión de su Señor. Su esplendor les ha arrebatado verdaderamente el corazón y ha hecho de ellos los anunciadores del don de Dios; esos que, habiendo experimentado la salvación y gustado su belleza y alegría, sienten la incontenible necesidad de comunicar a otros el don recibido. Transfigurados por el amor que salva, los discípulos se convierten en los testigos de esta transfiguración: la belleza que los ha arrebatado a sí mismos se convierte en el acicate que les impulsa a dar gratis a todos lo que gratis han recibido.

Testigos de esperanza

El lugar donde este encuentro con el amor hermoso y vivificante, con el "Pastor hermoso", resulta posible es la Iglesia: es en ella donde el Pastor hermoso habla al corazón de cada una de sus ovejas y hace presente en los sacramentos el don de su vida por nosotros; es en ella donde los discípulos pueden obtener, de la Palabra, de los acontecimientos sacramentales y de la caridad vivida en la comunidad, la alegría de saberse amados por Dios, custodiados con Cristo en el corazón del Padre. La Iglesia es, en ese sentido, la Iglesia del Amor, la comunidad de la Belleza que salva: formar parte de ella con adhesión plena del corazón que cree y ama es tal experiencia de alegría y de belleza que nada ni nadie en el mundo puede darla del mismo modo. Estar llamados a servir a esta Iglesia con la totalidad de la propia existencia, en el sacerdocio y en la vida consagrada, es un don hermoso y precioso que hace exclamar: "Me ha tocado un lote delicioso, ¡qué hermosa es mi heredad!" (Sal 16,6). La confirmación de esto nos llega de la vida de los santos: ellos no sólo creyeron en el "Pastor hermoso" y lo amaron, sino que, sobre todo, se dejaron amar y moldear por él. La caridad de él se convirtió en la de. ellos; su belleza se derramó en sus corazones y se irradió en sus gestos. Cuando la Iglesia del amor hace realidad plena su identidad de comunidad reunida por el "Pastor hermoso" en la caridad divina, se ofrece como "imagen" viva de la Trinidad y anuncia al mundo la Belleza que salva. Es ésta la Iglesia que nos ha engendrado a la fe y continuamente ha hecho hermoso nuestro corazón con la luz de la Palabra, el perdón de Dios y la fuerza del pan de vida. Es ésta la Iglesia que querríamos ser, abriéndonos al esplendor que irradia desde lo alto, para que éste -habitando en nuestras comunidades- atraiga la "peregrinación de los pueblos", según la admirable visión que los profetas tienen de la salvación final: "Al final de los tiempos estará firme el monte del templo del Señor; sobresaldrá sobre los montes, dominará sobre las colinas. Hacia él afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos. Dirán: 'Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas"' (Is 2,1,3; cf. Miq 4,1,3; Zac 8,20s; 14,16; Is 56,6-8; 60,11-14). A través del pueblo del "Pastor hermoso", la luz de la salvación podrá llegar a muchos, atrayéndolos a Él, y su Belleza salvará al mundo.

Testigos de la Belleza que salva

El descenso del monte y la invitación: "No tengáis miedo". La reacción de los discípulos ante el don de la transfiguración es la de irradiar la Belleza que han experimentado: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Lc 9,33). Pero la belleza no es posesión, es don, y como tal se debe dar, no retener. A los discípulos postrados en adoración y presa de gran temor, Jesús se les acerca y, tocándolos, les dice: "Levantaos, no tengáis miedo" (Mt 17,7). Es la invitación a continuar el camino sin temor, a. bajar del monte a la vida ordinaria y a emprender el gran viaje que llevará al Hijo del hombre a Jerusalén para cumplir su propio destino. Es la invitación dirigida también a nosotros para que prosigamos sin miedo nuestra peregrinación hacia la Jerusalén del cielo, sabiendo que Él está con nosotros y que por eso la vida es bella y bello es comprometerse por el Reino. Es la invitación a acoger, anunciar y compartir con todos la Belleza que salva. Actualizando para nuestro hoy esta reflexión, podríamos decir que redescubrir la Belleza de Dios significa redescubrir las razones de nuestra fe ante el mal que devasta la tierra y las motivaciones profundas de nuestro compromiso en servicio de todos, para la gloria de Dios. Quien experimenta la Belleza aparecida sobre el Tabor y reconocida en el misterio pascual, quien cree en el anuncio de la Palabra de la fe y se deja reconciliar con el Padre en la comunión de la Iglesia, descubre la belleza de existir, en un grado que nada ni nadie en el mundo podrían brindarle.

La consoladora Buena Noticia

Confortados por la imagen de la transfiguración, que nos ha llevado a contemplar la revelación de la Trinidad y de su belleza en el triduo santo, podemos exclamar como los apóstoles: "Señor, ¡qué bien estamos aquí!", con el deseo de encontrar estímulo en esta experiencia de gracia para vivir nuestra vocación y misión con una alegría cada vez mayor. El apóstol Pablo sintetiza la tarea que se nos ha confiado: "Queremos contribuir a vuestro gozo" (1 Cor 1,24). De esta Belleza que viene de lo alto debe alimentarse el discípulo de Jesús, y hacerse siempre de nuevo su anunciador, para compartirla con quien no la conoce y con quien de formas diversas va en su busca. La invitación nos llega a todos particularmente en este año de gracia y de renovación que es el año jubilar del 2000. Por eso, en nombre de Jesús crucificado y resucitado, quisiera deciros a todos la palabra que resuena desde el Tabor: "Levantaos, no tengáis miedo", invitándoos a experimentar el don de Dios, verdadera Belleza que salva; a anunciarlo con la palabra y la vida para compartir con todos el esplendor de la verdad y del bien, que es la luz de la Belleza divina. Y a todos los consagrados les recuerdo cuanto les dice Juan Pablo II partiendo precisamente del episodio de la transfiguración: "La persona que por el poder del Espíritu Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo, refleja en sí un rayo de la luz inaccesible, y en su peregrinar terreno camina hasta la fuente inagotable de la luz. De ese modo, la vida consagrada se convierte en expresión particularmente profunda de la Iglesia Esposa, la cual, conducida por el Espíritu a reproducir en sí las facciones del Esposo, se presenta ante Él 'toda gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada' (Ef 5,27)" (Vida consagrada, n. 19). 

 


Conclusión

En los umbrales del año jubilar -que estamos invitados a vivir como una contemplación del desenvolvimiento del tiempo en el seno de la Trinidad- parecen, pues, volver las dramáticas preguntas de siempre, enraizadas en el dolor humano: ¿qué sentido tiene la historia?, ¿cómo se revela Dios en la tragedia?, ¿por qué el Padre de la misericordia parece callar ante el sufrimiento de sus criaturas?, ¿por qué permite que entre ellas exista tanto odio y tanta violencia?

Lo que parece imponerse a la meditación de nuestra fe es el esfuerzo de conjugar el hoy del dolor humano con el hoy de Dios Salvador, de cuyo nacimiento en el tiempo celebra los 2.000 años el jubileo. Una lectura sintética de estos veinte siglos, cuyo potencial trágico parece resumido en los recientes acontecimientos bélicos, busca luz en la revelación del amor trinitario realizada en la pascua de resurrección del Crucificado. La pascua revela el sentido de la historia: una historia orientada a la victoria final de Dios, de la cual es anticipo y promesa la resurrección del Crucificado. Sin embargo, parece que en el corazón de los creyentes existen muchas dificultades a la hora de dar razón de la esperanza que hay ellos (cf. l Pe 3,15 ).




Experimentar la Belleza que salva: conversión y reconciliación

Experimentar la Belleza que salva significa ante todo vivir el camino de la fe, especialmente en la oración personal y litúrgica vivida como oración en Dios, en el Espíritu, yendo por el Hijo al Padre y recibiéndolo todo de Él en la paz. Es la experiencia de reconocerse amados y salvados, apasionadamente confiados al Dios vivo, escondidos con Cristo en las relaciones de amor de la Trinidad. A esa experiencia se llega a través de la conversión del corazón y la reconciliación con Dios y con la comunidad. La Belleza de la caridad divina -una vez experimentada en lo profundo del corazón- no puede dejar de llevar a la superación del individualismo, por desgracia tan difundido incluso entre los cristianos. Nos vemos conducidos a redescubrir el valor del "nosotros" en nuestra vida, tanto en el plano de la comunidad eclesial como en el de cada una de las comunidades familiares y en todas las formas en que, como creyentes, nos encontramos viviendo en relación con los demás. En particular, la belleza de la comunión deberá resplandecer en las comunidades de consagrados y consagradas, que por vocación están llamados a ser imagen de la comunión de toda la Iglesia, fundada en la comunión de la Trinidad divina. Dicha belleza deberá resplandecer también en la liturgia. ¡Qué importante es una celebración litúrgica que en los tiempos, los gestos, las palabras y los enseres refleje algo de la belleza del misterio de Dios! En el corazón de la celebración eucarística, la exclamación "éste es el misterio de nuestra fe" brota cada vez del estupor consciente del orante cuando el esplendor de la verdad se le manifiesta en plenitud. Tras haber hecho lo que el Señor Jesús mandó repetir a los apóstoles "en memoria de Él", los ojos de la fe se abren como los de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,30-31) y confesamos con estupor y gratitud el "misterio de la piedad" (cf. l Tm 3,16). La Belleza se desvela en el misterio de Cristo que culmina en la pascua: la celebración eucarística constituye su memorial. La exigencia de celebrar bien se enraíza en estas convicciones. Los ritmos de palabra, silencio, canto, música, acción, en el desarrollo del rito litúrgico contribuyen a esta experiencia espiritual.




Anunciar la Belleza que salva

En este final de siglo y de milenio, el encuentro con la Belleza da nuevo impulso a la pasión misionera en todas sus formas: proclamar la belleza de la Trinidad divina, educar para experimentarla, testimoniar la caridad que de ella deriva y el compromiso en favor de la justicia, formar a los jóvenes en estos valores, son otros tantos quehaceres que exige el "descenso del monte".

El itinerario jubilar se presta de modo particular a vivir este anuncio de la Belleza que salva con sus cinco momentos: espiritual, eclesial, caritativo, penitencial y mariano. Pero también el arte es un anuncio de la Belleza que salva. "Toda auténtica inspiración encierra en sí algún temblor de ese 'soplo' con el cual el Espíritu creador invadía desde el principio la obra de la creación. Presidiendo las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre y estimula la capacidad creativa de éste. Lo alcanza con una especie de iluminación interior que une la indicación del bien y de lo bello y despierta en él las energías de la mente y del corazón, haciéndolo apto para concebir la idea y para darle forma en la obra de arte. Se habla entonces con razón, si bien analógicamente, de 'momentos de gracia', porque el ser humano cuenta con la posibilidad de tener alguna experiencia del Absoluto que lo trasciende" (Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 15 ). Subrayo en particular el significado de las arquitecturas e iconografías sacras. Desear que nazcan con la impronta de la belleza es respetar su función primaria de testimoniar la irrupción de la gracia divina en nuestra cotidianeidad. Las arquitecturas e iconografías sacras desusadas, repetitivas, que no se esfuerzan por respetar el dictado de nuestro Sínodo 47 (cf. Cost. 540), son incapaces de suscitar la emoción propia del misterio al que aluden, no conmueven ni llevan a la alabanza. Y deberían ser, más bien, una flecha lanzada a la interioridad a través del lenguaje de la belleza, un apoyo para la contemplación.




Compartir con todos la búsqueda y el don de la Belleza

Aplicar el oído a las verdaderas preguntas del corazón humano quiere decir captar toda nostalgia de belleza allí donde esté presente, para caminar con todos en busca de la Belleza que salva. Vivir el empeño ecuménico, el diálogo interconfesional e interreligioso es una tarea urgente para respetar y promover con todos la Belleza como justicia, paz y salvaguardia de lo creado. En esta línea, se podrá evaluar la experiencia del diálogo con los no creyentes como forma de búsqueda común de la Belleza que salva. Compartir el don de la Belleza significa, además, vivir la gratuidad del amor: la caridad es la Belleza que se irradia y transforma a quien toca. En la caridad no hay relación de dependencia entre quien da y quien recibe, sino intercambio en la común participación en el don de la Belleza crucificada y resucitada, del Amor divino que salva. Se debe redescubrir, pues, el valor del otro y del distinto, entendido según el modelo de las relaciones mutuas de las tres Personas divinas: el otro no como competidor o dependiente, sino como riqueza y gracia en la diversidad.




Vivir el año jubilar en la unidad de las tres dimensiones: sacramental, profética y caritativa

La unidad de las tres dimensiones indicadas -la de la experiencia sacramental de la Belleza que salva, la de la escucha de la Palabra que la anuncia y de su proclamación, la del compartir en la caridad- se debe buscar siempre, pero resulta propia y particularmente urgente en el año jubilar. Éste no se vivirá como se debe si no incluye una lectura renovada de la vida y de la historia a la luz de la Trinidad, en la escuela de la Palabra de Dios proclamada y acogida; si no se nutre de los sacramentos de la vida redescubiertos en toda su riqueza de lugares de encuentro con la Belleza que salva, y si no se vive el esfuerzo de compartir con todos el don de dicha Belleza. Liturgia y vida espiritual, catequesis y evangelización, diálogo y servicio de la caridad, deberán conocer en el año jubilar un nuevo impulso, motivado por el renovado encuentro con la Belleza de Dios experimentado en esta especie de Tabor del camino del tiempo que es el año 2000.

 

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