REFLEXIONES
EN EL TIEMPO DE LA PANDEMIA (COVID-19)
1. INTRODUCCION
Despertó Jacob del sueño y dijo: Yahvé está reamente
en este lugar y yo no lo sabía. Tuvo miedo y dijo Qué terrible es este lugar,
no es nada menos que una casa de Dios y la puerta del cielo… Jacob le puso a ese
lugar el nombre de Bethel. (Gn 28, 17-19)
Bethel significa lugar de Dios, Dios está aquí. Nosotros podemos decir lo mismo por muy
sorprendente que parezca Dios ha estado realmente en esta pandemia y no lo
sabíamos. Para encontrar a Dios el pueblo creyente no necesita estar en cierto
lugar o esperar tal momento del día. Dios está presente, lo único que
necesitamos es reconocerlo. En los acontecimientos menos inesperados y
dolorosos de la historia también está. Víctor Frank superviviente del campo de
concentración de Auschwitz y fundador de logoterapia cuenta en uno de sus
obras, el hombre en búsqueda de sentido comenta que el hombre de las
situaciones más difíciles, cuando ya no podemos cambiar una situación tenemos
el resto de cambiarnos a nosotros mismos. El escritor húngaro Imre Kertész,
premio Nobel de Literatura fue también internado a los 15 años en el campo de
exterminio de Auschwitz y tiempo después recordando aquella experiencia tan
terrible escribió: “Pese a la reflexión y al sentido común, no podía ignorar un
deseo sordo que se había deslizado dentro de mí, vergonzosamente insensato y
sin embargo tan obstinado: yo quería vivir un poco más”. Las ganas de vivir le
llevaron a superar aquel gran infierno. El ser humano es uno de los seres más
tenaces que existen en el planeta.
La pandemia COVID-19 llegó a nosotros de forma imprevisible,
invisible como un fantasma sin apenas avisar. Lo hemos tachado como el ángel
exterminador lo que no imaginábamos ese ángel malo podría también convertirse
en mensajero de una buena noticia. Ha sacado de nosotros lo peor y lo mejor. Lo
que empezó en un rincón del Oriente pronto se propagó a Occidente y a todo el
planeta. Tardamos en reaccionar y ver la gravedad del problema. El virus se
propago con letal virulencia como si se tratase de una maniobra o guerra
encubierta y en un abrir y cerrar de ojos pronto se declaró el estado de alerta
y emergencia sanitaria a nivel global haciendo tambalear los cimientos de la
tierra, los países que se creían más poderosos. Hemos pasado por tantas etapas
que nos es difícil expresar todo lo que nos ha dejado, miedo, incertidumbre
ante lo imprevisible, algo que no controlamos y se nos escapa de las manos. Hemos
visto la virulencia y el poder devastador del mal, en poco tiempo morir a tantas
personas… pero también la fuerza del bien, a su paso ha dejado de tantas
muestras de solidaridad que nos ha sobrecogido. A través de estas reflexiones
tratamos de arrojar luz de cómo Dios se ha hecho presente a lo largo de todo
este tiempo y de cómo lo reconocimos.
Esta pandemia del COVID-19 es un intento de dar respuesta a
uno de los hechos más dramáticos de la historia reciente. Esta pandemia nos ha
llenado de preguntas muchas inquietantes y no todas con respuesta. Muchas
estaban latente en toda la historia de la humanidad como la pregunta frente al
sufrimiento, la muerte, el mal. Lo que pasa es que ahora de alguna manera nos
ha tocado de cerca diríamos que hemos tocado fondo. Hemos sido consciente de
nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Qué sorpresa el que este tiempo puede
convertirse también en tiempo de una gran transformación. Lo que sí es cierto
es que han movilizado y despertado en toda la humanidad una búsqueda de
sentido. Estas reflexiones a lo largo de todo este tiempo de pandemia no son
solo personales sino que recogen otras reflexiones de voces y pensadores de
todo el mundo.
Cuando llegues a la tierra que Dios te dio en herencia
narraras a todo el pueblo: Mi padre era un arameo que bajó a Egipto. Allí los
egipcios nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. El Señor nos sacó
con mano firme demostrando su poder con señales que sembraron el terror…
(Deut 26 1-10)
Dios no sólo es el creador del mundo sino el Señor de la
historia. Dios se ha ido revelando y manifestando a través de toda la historia
cargada de luces y sombras. El pueblo creyente, peregrino en la fe lo fue
descubriendo en el cielo, en la nube en la columna de fuego, en el viento, en
la montaña y sobre todo en los acontecimientos. Dios mismo le pide a su pueblo
que lo recuerde y que haga memoria de los signos y prodigios de los que ha sido
testigo. Dios no es autor del mal pero dejando libre al hombre interviene
incluso a través de la maldad humana. Como dice el dicho popular Dios escribe
recto a través de renglones torcidos.
El pueblo tiene que reflexionar e interpretar lo que Dios le
decía a través de aquellos acontecimientos. Vamos a empezar con un intento de
hacer memoria histórica de las pandemias que han azotado la humanidad. Después
de cada crisis profunda el pueblo creyente está llamado a levantarse y caminar
creyendo en la promesa. Esta pandemia ha puesto de manifiesto los límites de
los sistemas de atención a la salud que dejan por fuera a miles de millones de
personas que siguen muriendo de enfermedades curables por ausencia de que
alguien, la sociedad, se los eche al hombro. Estamos llamados a comprometernos
eficazmente en la transformación del actual orden mundial, que muestra cada día
más sus limitaciones para crear las condiciones de una vida humana digna para
todas las personas, todos los pueblos y sus culturas.
No pocas han sido las pestes que han azotado a la humanidad
y han cambiado el rostro de la vida de los seres humanos, su comportamiento
social. Desde tiempos remotos las epidemias y los contagios infecciosos siempre
han estado ahí, pestes, fiebres tifoideas, disentería, viruela, cólera, gripe etc,
provocaron cataclismos demográficos y grandes sacudidas en el orden social. Las
pandemias han destruido grandes imperios y causado profundos cambios económicos
y sociales. La peste de 1348 alcanzó un nivel tan devastador que sucumbió un
tercio de la población europea. La caída de la mano de obra provocada por la
peste desmanteló y debilitó el sistema feudal. La crisis epidemiológica
ocasionó un gran vuelco social.
Boccaccio comienza su novela Decamerón precisamente saliendo
de la Peste Bubónica que asoló Italia con esta frase: «Humano es apiadarse de
los afligidos». También nos dice que lo peligroso es tener miedo al miedo. Sabemos
cómo la hemos empezado, pero no sabemos cómo terminaremos. La crudeza de la
crisis que estamos viviendo con el COVID-19 debería hacernos reflexionar acerca
de los valores sobre los que se han cimentado nuestras sociedades. Todos nos
preguntamos: ¿Cuándo nos volvamos a encontrar seremos otras personas? ¿Será la
humanidad más solidaria después de superada esta pandemia? ¿Habremos aprendido
la lección? [2].
La historia está llena de pandemias, Eutropio dice que la
peste surge cuando las desesperanzas son mayores. Ya en el año 430 a. C tuvo
lugar una epidemia en Atenas que provocó la muerte de cien mil habitantes. La
epidemia tuvo efectos devastadores no solo en los cuerpos humanos, sino también
en las costumbres (tratamiento de enfermos y cadáveres), el sistema político y
la piedad religiosa, al punto que Tucídides decía de los ciudadanos que “ningún
temor a los dioses ni ley humana los detenía”. Por su parte, la mitología
atribuía este mal a la ira de los dioses: la celosa Hera envió la plaga a la
isla de Egina como venganza por la infidelidad de Zeus. La peste antonina
durante el imperio romano duró desde el 165 al 180. La victoria de Roma frente
a los partos se convirtió en una gran derrota cuando los legionarios trajeron
la pandemia y mató a un tercio de la población. En Roma murieron 2.000 personas
diarias y como recibía viajeros de todas partes se extendió por todo el mundo.
La gente tenía miedo de salir de las casas y se paralizó el comercio. Fue una
época de gran angustia. El mundo antiguo no volvió a ser igual después de la
pandemia.
En el siglo III una epidemia azotó a Cartago, en el norte de
África. La Iglesia local venía sufriendo por hostilidades externas y conflictos
internos. La comunidad cristiana respondió a la crisis no realizando actos de
culto para aplacar a los dioses, sino actuando para socorrer a la gente que
sufría. El obispo Cipriano se dirigió a la asamblea haciendo memoria del sermón
de Jesús en la montaña. Cipriano se dirigió a la asamblea y recordó a su gente
que tenían que practicar la misericordia también con sus perseguidores. Fue una
invitación a ampliar los horizontes para amar a los vecinos paganos.
Se calcula que más de veinte pandemias han azotado a la
humanidad, siendo la más terrible el segundo brote de la peste negra bubónica,
que causó la muerte de cien millones de personas de 1347 a 1351, desapareciendo
un tercio de la población europea. Le siguieron en gravedad la viruela que en
torno a 1520 mató cerca de 50 millones de nativos en el territorio americano; 6
la gripe española que dejó entre 40 y 50 millones de muertos en solo un año
(1918-1919); y el VIH-Sida que ha costado la vida de más de 25 millones desde
1981.
Albert Camus publicó en 1947 “Los archivos de la peste” y
seis años después su famosa novela, “La peste”. El autor exhorta que en ese
tiempo hay que ser capaces de controlarse, hacer que se respeten las normas de
cuarentena establecidas. El alma sosegada es la más firme. Se ha de mantener
firmes ante esa extraña tiranía. Los que sobrevivieron a la llamada gripe española
no la olvidaron nunca. Durante décadas la memoria colectiva solo se superó con
la explosión económica y de creatividad de los años posteriores al fin de la
primera guerra mundial. Es imposible separar los efectos de la guerra y de la
pandemia. El fantasma de la pandemia dejó una marca tan profunda como el
conflicto bélico, aunque mucho más ignorada.
Según autores, las pandemias han originado cambios profundos.[3]
Sin las epidemias no se entenderían las caídas y los ascensos de grandes
imperios desde Roma y Estados Unidos pasando por Bonaparte. Las epidemias en
cierta manera explican el declive de Atenas, el hundimiento de las
civilizaciones precolombinas, el fracaso de Napoleón en Rusia e, incluso, la
renuncia al imperio americano. Al igual que EEUU duplicó su territorio gracias
a la fiebre amarilla ahora también podría explicarse la nueva hegemonía
reclamada por el nuevo imperialismo de China. Aunque no deberíamos caer en los
que fomentan la teoría de la conspiración.
Como denominador común de las pandemias diríamos que la
prepotencia de nuestra especie se arruga ante las armas mortíferas que
desencadenaron las pandemias. Surgieron temores apocalípticos, estigmatización
de colectivos, bulos que alimentaron alarmismos, grandes confinamientos que
levantaron toda clase de polémicas, profundas transformaciones socio económicas
y políticas.
El pasado 11 de marzo la OMS ha declarado el COVID-19 como
una pandemia, debido a su extensión por el mundo. El COVID-19 se extendió a 148
países en poco más de tres meses. Todos nos sentimos conmovidos, perplejos y
vulnerables frente a una crisis sin precedentes en los últimos tiempos. En
varios países se ha declarado la cuarentena, el aislamiento social obligatorio,
el toque de queda y el cierre de fronteras, que afecta a muchísimas personas,
especialmente a las que viven de su trabajo de cada día. El COVID-19 ha puesto
al descubierto la precariedad de nuestros sistemas sociales de salud,
salubridad y seguridad. Pero la pandemia ha abierto una crisis más profunda que
la sanitaria, una crisis económica, social y mundial
La pandemia originada por el coronavirus COVID-19 ha
originado un gran cataclismo comparable al que aconteció en 1929. La crisis
sanitaria ha desencadenado una crisis mayor. Una gran crisis y recesión
económica de la que tardaremos en reponernos. La crisis ha originado la caída
de las bolsas y el petróleo, la pérdida de empleo y de medianas y pequeñas
empresas. Esta crisis pone en cuestión el modelo productivo, el mercado libre
de empresas, el propio sistema de trabajo, el modelo tecnológico de desarrollo,
el modelo educativo de comunicación e información, todo el modelo social y
mudial.
La pandemia del COVID-19 como las grandes pandemias ha
provocado gran incertidumbre e inseguridad. Ha puesto de manifiesto no sólo la
crisis sanitaria con el desborde y descontrol que ha ocasionado. También la
gran ignorancia e inconsciencia en las masas populares, la incomprensión de la necesidad
de aislamiento. Ha levantado toda clase de bulos, fake news y
supersticiones. Todo esto ha generado un ambiente de miedo y angustia. El
distanciamiento que crea el confinamiento para evitar los contagios se
acrecienta con otros motivos. Son los miedos y los prejuicios los que nos hacen
mantener las distancias con otras personas. Es fácil dejarse llevar y generar
un clima de tensiones, discordias y divisiones. En este clima de incertidumbre
es fácil querer buscar culpables, todos buscan un chivo expiatorio al que
culpar. Los hay que fácilmente recurren a que la pandemia es una plaga y un
castigo de Dios, los hay que caen en la estigmatización de políticos y
colectivos, los hay quienes alegan que la globalización es la causa de que la
epidemia se haya expandido de forma incontrolada con enorme velocidad.
Junto a estos factores negativos también podríamos valorar
factores positivos. La pandemia ha despertado también el lado bueno de las
personas. Una mirada compasiva y solidaria frente a los más vulnerables. Este
tiempo de pandemia ha posibilitado el crecer en interioridad, en aceptar
nuestros límites y no tratar de esconder nuestra propia fragilidad y
vulnerabilidad. Nos pone ante la disyuntiva de una nueva forma de vivir en la
austeridad donde menos es más. Nos ha
educado en saber esperar y confiar en que todo irá bien, todo saldrá bien. Nos
ha llamado a la reconciliación y a la empatía con lo extraño y diferente.
Sintonizar con nuestras emociones. Aprender a valorar los pequeños gestos, el
llanto el valor del encuentro y del abrazo. Nos ha llamado a no perder la paz
como resultado de aceptar la realidad. Sobre todo ha despertado un gran deseo
de unidad. La única forma de salir de la pandemia es unirnos.
En definitiva, acabaríamos resumiendo que esta crisis nos ha
puesto de frente a grandes interrogantes y fuertes cuestionamientos que nos ha
hecho reflexionar sobre los valores en que estábamos asentados. Ahora tan solo
nos detenemos a enunciarlos luego trataremos de analizarlos más detenidamente.
3.
TEORIAS CONSPIRATORIAS
Solo Dios es poderoso y enaltece a los humildes. No
pretendas lo que sobrepasa tus fuerzas, ni lo que está sobre tu capacidad.
Reflexiona sobre lo que te ha sido mandado y no te preocupes por cosas
misteriosas (Ecl 3, 22-23)
Lo más fácil en situaciones difíciles es volvernos
maniqueos. Cuando nos sentimos asustados o perplejos buscamos culpables. En
siglos pasados nuestros antepasados buscaron “chivos expiatorios” para explicar
los males que sufrían como vimos con las epidemias mortales. De esta crisis se
nos pide lo primero como creyentes es una actitud de confianza y serenidad. Lo
que nos pide este tiempo más que nunca es que permanezcamos unidos a Dios y
entre nosotros. El tentador trata de desunirnos, como dice la conocida frase: divide
y vencerás.
Un factor común en todas las grandes crisis ocasionadas por
las grandes pandemias es la proliferación de teorías conspirativas para tratar
de explicar lo que está pasando y el creciente rol de bulos y charlatanes que
se aprovechan del temor y la confusión para propagar malas ideas, teorías
conspiratorias y hechos fraudulentos.
La pandemia del COVID-19 ha generado toda una serie de
formulaciones y teorías conspirativas acerca de su origen y significado. Las
teorías conspirativas hablan de un virus artificialmente producido; por
supuesto: unos dicen que sería un ataque preventivo de guerra biológica de
parte de EE.UU., otros dicen que sería el accidente de un experimento chino de
biogenética que se salió de control.
En las redes sociales abundan las discusiones sobre cómo
enfrentar la pandemia, que oscilan entre el escepticismo y el catastrofismo.
Los académicos también comienzan a escribir sobre el impacto del COVID-19 en el
futuro más cercano: tanto quienes afirman que el Coronavirus es un golpe al
capitalismo y podría conducir a la reinvención del comunismo, como quienes
sostienen que China podrá vender su Estado policial digital como un modelo de
éxito contra esta pandemia y que el capitalismo continuará aún con más pujanza
en el futuro.[4]
La forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de
la pandemia en los medios de comunicación occidentales hizo evidente el deseo
de demonizar a China[5]. Las
malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y los extraños hábitos
alimenticios de los chinos estaban en el origen del mal. Subliminalmente, el
público mundial fue alertado sobre el peligro de que China, ahora la segunda
economía mundial, domine al mundo. Si China no pudo evitar semejante daño a la salud
mundial y, además, no pudo superarlo de manera eficaz, ¿cómo podemos confiar en
la tecnología del futuro propuesta por China? ¿Acaso el virus nació en China?
La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud,
el origen del virus aún no se ha determinado con exactitud. Por lo tanto, es irresponsable que los medios
oficiales en Estados Unidos hablen del “virus extranjero” o incluso del “Coronavirus
chino”, sobre todo porque solo en países con buenos sistemas de salud pública
es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de
gripe que se han dado en los últimos meses.
Lo que sabemos con certeza es que, mucho más allá del
Coronavirus, hay una guerra comercial entre China y Estados Unidos. Una guerra
sin cuartel que, como todo lleva a creer, tendrá que terminar con un vencedor y
un vencido. Desde el punto de vista de Estados Unidos, es urgente neutralizar
el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las
telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los
automóviles eléctricos y las energías renovables.
Aunque todavía son muchos los factores que se desconocen a
cerca de su origen y propagación los científicos creen haber encontrado la
fuente de la virulencia del patógeno. El temible enemigo que ha obligado a
miles de millones de personas a esconderse en sus casas es una minúscula
pelotita de unas 70 millonésimas de milímetro.
El llamado COVID- 19 es un nuevo
coronavirus denominado por los científicos como SARS-CoV-2. La composición del
virus esta como brevísimo mensaje escrito con combinaciones de las mismas
cuatro letras (a, u, g, c) (referente a los cuatro componentes químicos:
Adenina, Uracilo, Guanina, Citosina). Cada una de ellas es la inicial de un
compuesto químico con diferentes cantidades de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno.
Según los científicos la gran novedad del SARS-CoV-2 respecto a otros coronavirus
es que tiene un punto de corte por furina, unas tijeras omnipresentes en las
células humanas, esto capacita al virus poder entrar de manera eficiente en las
células pulmonares humanas permitiendo además que invada células del aparato
digestivo y de los riñones.
Este detonador molecular escrito en 12 letras está
injertado en su código genético (ccu cgg cgg gca) lo que parece multiplicar su
capacidad de contagio y virulencia. Hoy se cree que el coronavirus es fruto más
de procesos naturales que artificiales en laboratorio. El nuevo coronavirus
presenta múltiples cambios en su genoma respecto al resto de coronavirus
conocidos. La posibilidad de que alguien introdujera todos estos cambios en un
laboratorio es de alguna manera poco probable.[6]
4.
NO CAER EN IMAGINES APOCALIPTICAS
El séptimo ángel vació su copa en el aire…Entonces los
continentes desaparecieron, lo mismo que las cordilleras…los hombres insultaron
a Dios a causa de una espantosa granizada, fue una plaga tremenda (Ap
16, 17-21)
En las religiones teístas de las que deriva la idea del
apocalipsis ha habido varios momentos que parecían presagiar el final de los
tiempos y el cumplimento de las profecías. Durante la peste romana del 590
Gregorio Magno dijo: El fin del mundo no es ya una profecía, sino que está
revelándose. Pero el mundo no se acabó; los cuatro jinetes del apocalipsis se
fueron por donde habían venido y la historia salió adelante. En el sentido
escatológico en el que lo interpretaba Gregorio Magno no se trataba del final
de los tiempos. Pero si se refiere al fin de los mundos que los seres humanos
se han construido, el apocalipsis es una experiencia histórica recurrente. La
historia es una sucesión de apocalipsis y, de momento, este es más suave que la
mayoría. No por ello deja de ser una advertencia
y una lección a aprender de cara al futuro.
Somos testigos de cómo la pandemia genera una serie de
reacciones y de explicaciones en todos, a las que obviamente no somos ajenas
las personas que creemos en Dios. La historia muestra que las pandemias han
sido objeto no solo de investigaciones científicas, sino también de
interpretaciones religiosas; por ejemplo, se sabe que durante la peste negra
muchos cristianos atribuían la plaga al castigo de Dios, al punto que algunos
extremistas se desplazaban por las ciudades flagelándose para aplacar la ira
divina.
Son mucho que han alzado voces
alarmistas de signos y cumplimiento de las profecías que están por venir
relativas al Anticristo incluso al fin de los tiempos. Los mismos textos
bíblicos proféticos de Daniel y sobre todo del Apocalipsis dan lugar a
múltiples interpretaciones de carácter escatológico. Envueltas de secretismo
encierran enigmas de palabras cerradas y selladas hasta el tiempo de su
cumplimiento.
Son muchos los
autores que han querido interpretar el significado de la Bestia de las siete
cabezas y de los diez cuernos.[7] Lo han asociado a diferentes periodos que ha
vivido la humanidad. La figura enigmática del dragón de las siete cabezas tenía
siete coronas, referidas a siete reyes y diez figuras de gran poder. Si bien
los hay quienes se remontan a los relatos del génesis, con las figuras de Noé,
Melquisedec, Enoch, las imágenes del diluvio universal etc otros se remontan a
épocas más cercanas. La bestia la terminan refiriendo al poder hegemónico
mundial. Las siete cabezas responderían a los grandes imperios cuna de la civilización
moderna; el imperio Babilónico con la figura del león y su rey Nabucodonosor;
el imperio medo-persa con la figura del oso y su rey Ciro; el imperio de Grecia
con la figura del leopardo y el emperador Alejandro, el imperio Romano y el
emperador Nerón; el santo imperio romano con el rey Carlo Magno y finalmente el
mundo del secularismo con figuras como Lenin, Stalin, Marx o Hitler.
Hay quienes en el
cumplimiento de las profecías ponen a la bestia en relación con la figura de la
Iglesia herida de corrupción que se levanta queriendo instaurar este poder
hegemónico mundial. Así analizan que desde 1929 cuando con los pactos de
Letrán, Musolini devuelve los poderes a Roma y se instaura el Estado Vaticano
como estado independiente, así se inicia la carrera de querer reinar sobre toda
la tierra. Así se describen los siete últimos papas reyes desde 1929: Pio XI,
Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. En
la cumbre de este poder papal se sitúa cuando la bestia resurge en todo su
esplendor. Los diez cuernos y diez reyes que reciben la autoridad de la bestia
serían los grandes poderes hegemónicos mundiales, empezando por Estados Unidos,
los Estados de la Unión Europea de Occidente, la Unión Soviética y los nuevos
poderes emergentes.
Esta pandemia no es
el fin de la historia ni el final de la vida humana. Son muchos los que tratan
de desencadenar el miedo con las imágenes de las pestes como las plagas y los
castigos de Dios. Las reacciones y las explicaciones de un creyente ante
la pandemia hacen evidente su modelo de Dios. Como creyentes no podemos caer en
la reducción simplista que la pandemia es un castigo, un azote de Dios, pero si
saber descubrir los signos de los tiempos como una llamada de Dios. No se trata
solo de una imagen de Dios, sino de un modelo en el sentido de un constructo
complejo que integra imágenes, metáforas y conceptos sobre Dios. Ante la
pregunta de qué es el castigo divino en la lógica de Dios, el cardenal
Ratzinger contestó: “Dios no nos hace el mal; ello iría contra la esencia de
Dios, que no quiere el mal”.[8]
Las causas de todos los males que aquejan al planeta radican en el sistema
natural o en la acción humana.
Sostener que la pandemia es castigo de Dios es “ignorar el
mensaje bíblico de la misericordia de Dios e invertir el mensaje gozoso del
Evangelio convirtiéndolo en un mensaje de amenaza, instrumentalizar a Dios como
garante de las propias representaciones morales y decir más sobre sí mismo y la
propia imagen de los valores y de Dios que sobre el Dios del anuncio
cristiano”.[9]
Partiendo de aquel viejo y conocido “dilema de Epicuro”, podemos
hacer luz ante todo este revuelo de pandemia. Su planteamiento es «O Dios no
quiso o Dios no pudo evitar el mal en el mundo». En cualquiera de estas dos
premisas, el ser humano se cuestiona al final la existencia de Dios, o al menos
la existencia de un Dios bueno y todopoderoso, pero nosotros los creyentes
insistimos en que Dios es Amor y no el autor del mal. [10]
La pandemia ha abierto nuevas ventanas para descubrir la
verdadera imagen de Dios y el compromiso de Dios con la humanidad a lo largo de
toda su historia. Un Dios que nunca ha sido indiferente a la condición humana y
escogió el camino de la encarnación en la pequeñez de un pequeño pueblo y una
familia pobre para mostrar el camino de la liberación humana desde el amor. Un
Dios que no cesa de actuar en la historia, pero que depende de que nosotros nos
demos cuenta de su presencia actuante, y escojamos esa forma de vida y acción
para hacer de la historia humana una historia de amor que salva.
Por otra arte no podemos ser ingenuamente optimistas ni
pensar que la percepción de la pandemia automáticamente nos une. La humanidad
está en la misma tormenta y todos en el mismo barco. Pero el que estemos en el
mismo barco no quiere decir que todos a una nos pongamos a remar juntos. Hay
enormes diferencias en las condiciones en las que padecemos la pandemia y hay
distintas actitudes en la forma que tenemos de reaccionar frente a ella. La
lección que se puede derivar de esta tormenta puede ser muy diversa según la
barca en la que se atraviesa. Otra vez los más pobres resultan los más
afectados. La pandemia está siendo aprovechada por algunos para consolidar su
poder o hacer crecer sus beneficios particulares en muchos terrenos de la vida.
Otros han reforzado sus egoísmos o han confirmado sus miradas discriminadoras.
Muchos se han hecho preguntas que no saben responder.
La historia está llena de pandemias en las que lo que se
había ganado se pierde irremediablemente. La desaparición repentina de un modo
de vida parece ser algo frecuente. Aunque hay periodos de mejoras no suelen
durar dos o tres generaciones. El progreso se lleva a cabo en los interludios,
cuando la historia está en reposo. Después del confinamiento, no vamos a
despertarnos en el mismo mundo de antes. Gran parte de nuestra forma de vida
anterior al virus será irrecuperable. Seguramente se desarrollarán vacunas y tratamientos
que reducirán la letalidad del virus. Pero lo más probable es que tardaremos
años en superarlo y nuestras vidas habrán cambiado y queremos que sea hacia
mejor. Las actitudes de las personas, más que las medidas impuestas por los
Gobiernos, impedirán que volvamos a las costumbres anteriores al COVID-19.
No deberíamos olvidar tanto sufrimiento, tanto dolor que
ella ha producido, deberíamos aprender de esta pandemia para que la muerte
injusta de decenas de miles de seres humanos a causa de ella pueda abrir
nuestros ojos a otras muchas situaciones en las que mueren también decenas de
miles de seres humanos sin que nos ocupemos de ellos ni de las injusticias que
las causan. El colapso de los servicios sanitarios con ocasión de la pandemia
puede abrirnos los ojos a los millones de seres humanos permanentemente
desatendidos en sus condiciones de vida e impedidos de una vida sana y de ser
curados cuando lo necesitan. Para que el final nos encuentre haciendo cosas
sensibles y humanas, nuestra vida tiene que estar llena de humanidad en las
cosas sencillas de cada día, pero también puede encontrarnos dedicando nuestra
energía a los esfuerzos reales, sistemáticos y compartidos para cambiar la
estructura de injusticia que caracteriza el mundo actual, que impide que la
mayoría de los seres humanos no puedan tener una vida digna, que amenaza la
suerte del medio ambiente, de la naturaleza y de la humanidad del único planeta
que tenemos.[11]
5.
LEJOS DE UN CASTIGO UNA ENSEÑANZA
Se hablará de guerras y se levantará pueblo contra
pueblo…pero no se alarmen, porque todo eso tiene que pasar, pero no será el
fin... unas naciones se levantarán en contra de otras. Habrá epidemias en
diversos lugares. Pero todo esto no será sino el comienzo de un doloroso
alumbramiento. (Mt 24, 6-8)
La pandemia nos habrá hecho experimentar un aspecto problemático
de la globalización de la que todos deberemos tener en cuenta en el futuro ¿Cómo
volveremos pasado mañana a encontrarnos? ¿Seremos capaces de repoblar los espacios
comunes de nuestras ciudades con serenidad? ¿Nos daremos cuenta que somos una
familia humana en camino en la casa común que es nuestro único planeta Tierra?
¿Sabremos redescubrir el ímpetu de la fraternidad entre los pueblos más allá y
por encima de las fronteras, la acogida benévola y curiosa de la diversidad, la
esperanza de vivir juntos en un mundo de paz? ¿Recuperar la libertad del
coronavirus nos ayudará a liberarnos de los otros virus del cuerpo y del alma
que nos impiden ver y encontrar el tesoro que está en el alma del otro, o nos
habremos vuelto aún más individualistas?
Dicen que los riesgos de los ascensos en escaladas son grandes,
pero no se habla del descenso del riesgo de la desescalada. Muchas de las
personas que hacen cima no regresan con vida. Después de alcanzar el pico en la
curva epidemiológica toca bajar. Una de las primeras observaciones que el Papa
Francisco hace en la encíclica “Laudato sí”, mirando "lo que está
sucediendo en nuestra casa" se refiere a la "aceleración", es
decir, la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta,
unida a la intensificación de los ritmos de la vida y del trabajo. Observa que
esta velocidad está en desacuerdo con los tiempos naturales de la evolución
biológica y se pregunta si los objetivos de los cambios están orientados al
bien común y a un desarrollo humano integral y sostenible.
Afortunadamente, muchas cosas han cambiado para mejor, como
las condiciones de vida de muchas personas pobres, las posibilidades de tratamiento
y operaciones quirúrgicas, la libre circulación, la educación, la información y
la comunicación. Pero al mismo tiempo también la obsolescencia de muchos bienes
se ha acelerado mucho más allá de lo necesario, sólo para alimentar el
desarrollo económico y los beneficios de ciertos sectores, la publicidad empuja
obsesivamente al deseo de novedades superfluas, creando una verdadera adicción
que hace parecer necesario la novedad, el último producto. Así que en muchos
campos la aceleración del cambio corre el riesgo de convertirse en un fin en sí
mismo, en una esclavitud más que en un progreso. Parece claro que se ha tomado
el camino de un ritmo insostenible, que antes o después se romperá, como
indican los gravísimos riesgos ambientales.
Según el diccionario etimológico, la palabra “catástrofe”
deriva del griego katastrophe (destrucción), y está formada por las
raíces kata (hacia, bajo) y strophe (voltear). O sea, catástrofe
significa voltear las cosas hacia abajo.
Lo cierto es que, una catástrofe supone una destrucción de tal
envergadura que pareciera no hay remedio posible.[12] En este sentido, podríamos pensar que, para
una situación de catástrofe, no solamente no hay un precedente, sino que,
además, es incierto el porvenir, lo que lleva a un nivel de angustia mucho
mayor para cada uno de los que transitan por esta experiencia. Con la pandemia
del COVID-19 se ha incrementado el sentimiento de desamparo, angustia e
incertidumbre en la sociedad mundial, porque, en términos individuales y
colectivos, no contamos con experiencias previas que nos permitan hacer un
análisis de lo que estamos viviendo.
Hay crisis con las que se puede lidiar, porque tienen un
precedente en la experiencia. De modo tal que, a partir de cierta estructura
psíquica, se cuenta con dicha experiencia para anclarse en ella y comenzar a
producir, pensar, analizar u organizar el modo de hacer frente a todo eso que
está sucediendo. Ese anclaje disminuye considerablemente la incertidumbre, por
lo cual, los niveles de angustia podrían ser menores. Pero hay otras crisis de
las que no se tienen experiencias previas, y que se constituyen en el desamparo
como primera vivencia subjetiva. Estas situaciones producen un estado de
perplejidad, que no es otra cosa que quedarse atónito al no poder dar una
respuesta a la situación que se vive como sujeto.[13] El punto de partida para la catástrofe es el
impasse, en donde algo ocurre que no tiene lugar en esa lógica desde la cual se
vienen organizando las experiencias. Hay algo que irrumpe y que desestabiliza
su consistencia.
El trauma es un impasse en el movimiento de una lógica que,
al cabo de un tiempo no determinado, se podría reanudar con la reposición de la
lógica de los esquemas previos, la reconstrucción de lo anterior, parcial o
total. La catástrofe es una dinámica que produce un desmantelamiento sin armar
otra lógica equivalente en su función articuladora. No hay manera de que la
cosa vuelva a las formas previas, a los modos de producción que existían antes
de la situación del impasse. Pero tampoco emerge una lógica nueva.
La historia resulta el mejor libro de aprendizaje para el
ser humano. Esta pandemia lejos de considerarla un castigo puede ser una
enseñanza. La primera lección que nos enseña es aceptar nuestra fragilidad. Tenemos
una oportunidad única como Iglesia de iluminar a la humanidad con una nueva
pastoral de la incertidumbre, de la fragilidad, de la inseguridad, del
aburrimiento… para que, desde ella, se encuentren con ese Dios que no es ajeno
a ninguna de esas inquietudes humanas. Todo parecía funcionar según lo
establecido.
Tomemos como referencia bíblica “las Bodas de Cana”. La boda
era “perfecta”. Los sirvientes tenían trabajo, el maestro de ceremonias tenía
todo bajo control, los protagonistas disfrutaban del evento sin mesura, los
protocolos y tradiciones hasta ahora establecidos se realizaban sin ningún tipo
de cuestionamiento. Hasta los mendigos esperaban a las afueras para recoger las
sobras sin molestar mucho. Cada uno sabía cuál era su papel y qué lado le había
“tocado” en este gran evento. El disfrute reinaba en la atmósfera social y la
alegría embriagaba a todos, sin saber lo que podría estar ocurriendo entre
cocinas. Pero de repente el vino se terminó. Y aunque seguía habiendo luz, sus
ánimas se llenaron de oscuridad. Los fines de semana ya no eran diferentes, sus
días eran monótonos, la libertad como la habían concebido hasta ahora carecía
de sentido. Los planes inmediatos se desvanecían… El ritmo de la fiesta se
apagaba de repente. “Haced todo lo que Él os diga”. Dijo aquella mujer. Llenar
el vacío de sus tinajas con algo que posibilite el milagro en sus vidas. Así lo
hicieron.
Esta pandemia la deberíamos de entender como una
oportunidad, una ocasión de aprender. Se nos brinda la ocasión histórica como
Iglesia de “liderar” una estrategia de contenidos desde nuestra Iglesia
familiar, local y universal para que en el “supuesto" vacío actual, otros
encuentren un agua que les permita hacerse la verbalización sobre Dios en sus
vidas y así, posibilitar el encuentro con ese Dios de Jesús. Construir
contenidos desde su tinaja supone no sólo emitir mensajes, celebraciones,
oraciones a través de un nuevo canal online para los nuestros. Supone además
atrevernos a construir contenidos que satisfagan esas inquietudes dejando la
puerta abierta a la trascendencia.
Nunca una Iglesia doméstica tuvo más sentido. Nunca una
Iglesia doméstica tuvo que estar más presente fuera de sus casas. ¿De quién se
acordará la humanidad después de esta interrupción? ¿Dónde pondrán su atención?
¿La ciencia? ¿La tecnología? De esta Iglesia llamada a salir depende que sea
también de lo humano, lo divino.[14]
La primera lección
que aprendemos de esta pandemia es la constatación de la fragilidad de lo
humano. Aprender a aceptar la fragilidad y convivir con la
inseguridad. La pandemia, aunque se supere permanentemente gracias a una vacuna
eficaz, nos dejará en cualquier caso un legado de inseguridad, digamos incluso
de miedo oculto, listo para resurgir. Ahora sabemos que, a pesar de todos los
esfuerzos y de todos los compromisos adecuados para reducir los riesgos, pueden
aparecer otros virus u otras fuerzas capaces de tomarnos por sorpresa y socavar
nuestra paz y seguridad y escapar al control. Debido a que la seguridad
absoluta en esta tierra no existe, no es posible. Y nunca existirá en el
futuro. Ciertamente debemos esperar de la ciencia y de la organización social y
política, en general de la racionalidad humana, una ayuda esencial para
recuperar la tranquilidad necesaria para una vida personal y social serena y
“normal”. Pero sigue habiendo la necesidad de algo más profundo, así que estas
respuestas no son suficientes.
La pandemia sacude las bases donde estamos asentados. Nos
creíamos fuertes y seguros. Este sentimiento de seguridad se combina con el de
arrogancia e incluso de condena respecto de todos aquellos que se sienten
victimizados por las injusticias sociales. El brote viral de la pandemia interrumpe
este sentido común y evapora la seguridad de la noche a la mañana. Como contrapartida
la pandemia ha originado en principio también un brote de solidaridad. Al
vernos todos afectados crea una conciencia de comunión planetaria. La
etimología del término pandemia dice exactamente eso: el pueblo entero. La
tragedia es que, en este caso, la mejor manera de mostrar solidaridad es
aislarnos unos de otros y ni siquiera tocarnos. Es una extraña comunión de
destinos.
La pandemia del Coronavirus nos devuelve a una de las
definiciones de nuestra identidad que, con frecuencia, olvidamos y esquivamos:
la vulnerabilidad. Somos una especie vulnerable, cuyo futuro no es sólido, no
está necesariamente seguro. Uno de los elementos más desesperantes de la COVID-19
es su falta de límites, la flexibilidad con la que se mueve en el tiempo. El
virus se ha convertido en una ambigüedad sin final, en una provisionalidad que permanece,
que se ha quedado a vivir y a matar entre nosotros. Nadie sabe muy bien cuándo
pueda terminar, si acaso termina; cómo y cuándo puede regresar o repetirse un
nuevo brote. De pronto, el saber clínico ha quedado desnudo, disminuido, sin
capacidad de diagnósitco y sin posibilidad prospectiva.
La segunda lección es la revisión de nuestros valores éticos.[15]
Sin duda, esta crisis provocada por la pandemia del COVID-19 es una coyuntura muy
especial e inédita que nos coloca frente a un espejo donde se proyecta la
imagen de nuestra moralidad tanto individual como colectiva. El obligado
confinamiento doméstico nos procura tiempo para pensar y el sentirnos
amenazados colectivamente, sin excepción, constituye un poderoso acicate para
revisar todas nuestras prioridades vitales. Esta situación extraordinaria nos
invita desde luego a examinar nuestra escala de valores éticos y comprobar la
validez de sus aplicaciones prácticas a problemas muy concretos.
Aun cuando lo más urgente sea dar con una vacuna que
neutralice el carácter letal del virus y
nos permita convivir con sus eventuales mutaciones en un futuro cercano,
también es importante atender al profundo cambio social que puede generar, y
ahí es donde la reflexión ética puede ser extremadamente útil, para orientar el
rumbo de un proceso que puede tener dos desenlaces muy diversos, en función de
que predomine la solidaridad y el espíritu de colaboración o se impongan las
tendencias opuestas. Las relaciones humanas podrían dar un viraje muy positivo,
si decidimos apostar por un modelo social donde no impere una desigualdad tan
extrema y decidamos remar todos en una misma dirección al ser conscientes del
beneficio mutuo de nuestra interdependencia. Sería muy deseable que se venciera
la tentación del sálvese quién pueda y aflorase la empatía que precisa una
cohesión social sostenible.
No cabe duda que la pandemia pone al descubierto problemas
más de fondo. Si hemos de disminuir la vulnerabilidad frente a contagio hemos
de ser conscientes de los sectores de más riesgo, las clases más vulnerables.
Las medidas no sólo son referentes a la salud pública sino a las políticas
sociales. La crisis ocasionada por el coronavirus ha puesto en evidencia de
manera clara y global los determinantes estructurales, económicos y sociales a
nivel global. La pandemia y su crisis necesitan un enfoque que repercuta a la
atención de las clases más desfavorecidas con criterios de equidad. Ha de
movilizar la colaboración internacional para tratar de aminorar las
desigualdades. Mientras que los recursos crecen en ciertas partes en otras las
desigualdades se multiplican.
Si se quiere ir más a la raíz del problema debemos de
replantearnos el sistema que hemos creado. La crisis de la pandemia no es una
queja sino una oportunidad para resolver la desigualdad. O nos unimos para
salvar a todos o el sálvese quien pueda o referido a unos pocos no reducirá el
problema.
6.
VENCER EL MIEDO CON LA FE
Se desató una tormenta tan grande que las olas cubrían
la barca. Los discípulos se acercaron a Jesús diciéndole: Socórrenos que
perecemos. Jesús les dijo hombres de poca fe ¿porqué tienen miedo? (Mt
8, 23-27)
Somos muy conscientes de que la pandemia ha ocasionado gran turbación,
miedo y ansiedad. Hay quienes son más ansiosos y frágiles, y no es su culpa;
hay quienes son más naturalmente tranquilos y optimistas pero hay también
quienes viven con muchos interrogantes e incertidumbres. ¿Podemos vivir libres
de los miedos más radicales por nosotros mismos y por nuestros seres queridos,
por nuestro futuro? ¿Dónde está la clave para vivir en paz y, por lo tanto,
para una vida verdaderamente buena incluso en esta tierra, a pesar de todas las
dificultades que inevitablemente surgen cada día? ¿Cuáles son las respuestas o más
bien las actitudes que como pueblo creyente nos pide esta situación de crisis?
La palabra del Señor nos la dirige a todos y es una invitación a todos a
confiar en un amor que nos precede, nos mira y nos acompaña. “¡No temas, yo estaré
contigo!”: Estas son palabras que resuenan muchas veces a través de todas las
escrituras. Son las palabras dirigidas por Dios mismo o en su nombre a aquellos
que son llamados por Él a una misión determinada e inesperada, por caminos aún
desconocidos, como Moisés ante la zarza ardiente o María ante el Ángel. “¡No
tengas miedo!” Son palabras dirigidas por los profetas al pueblo oprimido por
la angustia, como cuando se siente estrecho sin salida entre el Mar Rojo y los
carros de guerra de los egipcios. Jesús también las retoma varias veces,
dirigiéndose a sus discípulos, al “pequeño rebaño” que le sigue o a los que
sufrirán persecución por su nombre. Para estos, Jesús insiste en que no tendrán
que temer a ninguna fuerza humana, porque ésta puede tomar la vida del cuerpo,
pero no la del alma, y porque en el tiempo de la prueba, Dios no los
abandonará.
La gran palabra “¡No tengas miedo!”, fue retomada con insistencia en
tiempos más cercanos por san Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado y
dirigida al mundo entero: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!”.
Después de todo, la fe en Cristo Salvador es precisamente la gran y definitiva
liberación del miedo.[16]
Hemos de creer en el Dios fiel, en el Dios de la Alianza, en
la Alianza que Dios ha mantenido con su pueblo de generación en generación.
Nuestro Dios es un Dios fiel que no abandona a su pueblo a pesar de sus caídas.
Se precisa rescatar el valor de los pactos y las alianzas entre los pueblos. La
fe, la justicia y la solidaridad son los valores más grandes con los que
podemos superar esta crisis.
Toda esta crisis ocasionada por la pandemia del coronavirus
nos evidencia como en un espejo dónde tenemos puestas nuestras seguridades y
confianzas. Nuestra fe en Dios Padre de todos y Señor de la historia debe
ayudarnos a liberarnos de nuestros miedos e inseguridades, de todo lo que
encoje y encorseta el corazón, nubla la mente y debilita el espíritu. Hemos de
pasar de la desconfianza a la confianza, del individualismo a la solidaridad,
de la división a la unión. No podemos permitir que la crisis sanitaria y
ambiental que vivimos nos lleve a una crisis de fe y de humanidad.
¿Cómo superar la crisis de fe?, ¿dónde ponemos nuestra
confianza en nosotros mismos o en Dios? El Papa Francisco en su oración por la
humanidad en tiempos de pandemia el viernes 27 de Marzo nos da la clave:[17]
Esta pandemia nos sorprendió como una tormenta inesperada y furiosa y nos
encontramos perplejos, asustados y perdidos. Nos dimos cuenta de que estábamos
en la misma barca, todos frágiles y desorientados.
En el fondo el dilema es entre creernos autosuficientes o
reconocer que solos nos hundimos y necesitamos invitar a Jesús a nuestra barca
y tener fe. Hemos de discernir entre lo que es necesario y lo que no lo es.
Dejar de confiar en nuestras seguridades y rutinas, dejar de sentirnos fuertes
y capaces de todo, no ser codiciosos de ganancias, ni seguir anestesiados ante
injusticias y guerras, mientras la tierra está gravemente enferma. Hemos de
restablecer el rumbo hacia el Señor y hacia los demás, abrazarnos a la cruz de
Jesús como timón, abrazar las contrariedades de la vida, reencontrar en la cruz
la vida que nos espera, sabiendo que el Señor ha resucitado y vive a nuestro
lado, dejar espacio para que el Espíritu actúe con su creatividad.
¿Cómo hablar de esperanza en un contexto cargado de tanta
angustia? Creo que lo vivido debe reforzar en nosotros la fe y avivar la
esperanza. Hemos de entender la fe no como algo mágico sino de modo integral,
descubriendo su lado más humano, y manifestándola por medio de esta solidaridad
que se crea y nos muestra que aún hay esperanza, precisamente encarnando el
punto central de la Pascua: la vida es más fuerte que la muerte.
La pandemia nos confronta a cada uno con la posibilidad de
la muerte. Un super atendido puede afrontarla con horror o desesperación y un
abandonado la puede afrontar en paz. En primer lugar, todos estamos siempre
abiertos a la muerte que nos puede llegar en cualquier momento. Otra cosa es
que nos queramos ocultar esta realidad permanente, como si fuéramos a vivir
siempre. Esa es la pretensión de esta globalización para la que no existe el
pasado ni el futuro, sino un presente que se expande y nosotros con él. En los
medios no existen enfermos ni viejos ni muertos. Obvio que, si yo vivo en ese
horizonte, la proximidad o al menos la posibilidad de la muerte que es la que
ordena el confinamiento es una noticia desagradable que trataré de ladear
inventando cómo pasar el tiempo sin pensar en mí mismo.
Pero muchos sí cuentan con la realidad de la muerte, incluso
han ayudado bien a morir a familiares o a otros y no les parece una tragedia
sino una realidad que tienen que vivir lo más humanamente posible, venga como
venga. Nosotros no decidimos cuándo morir sino cómo vivir y morir, que ya es
bastante. Aunque cuando se produjo el pico de la pandemia se encrudeció la
alarma sanitaria aún muchos no viven el confinamiento con amargura pensando en
la posibilidad de una muerte a destiempo.
La reclusión por la pandemia ha puesto al descubierto dónde
estábamos cada uno. Y es cierto que el que flotaba en el orden establecido la
tiene más difícil que el que había tomado la vida en sus riendas; su vida, el
sentido humano de su vida. Ahora bien, para todos es una oportunidad que se nos
da para volver sobre nosotros mismos, para que no se nos tenga que decir: “¿De
qué sirve ganar el mundo entero si malogramos nuestra vida?”
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, no es
todopoderoso según la idea que tenemos de omnipotencia, ya que en el ambiente
establecido ello significa que puede hacer todo lo que quiere y que lo hará por
las buenas o por las malas, aunque él desee hacerlo siempre por las buenas. El
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es únicamente amor, luego sólo puede
hacer lo que cabe en el amor y en el amor no hay temor.
En el amor no cabe imponerse a nadie por la fuerza. En el
amor no cabe sustituir a los demás. Por eso el Dios cristiano no vino a
destruir al mundo sino a salvarlo. El Dios revelado en Jesucristo se relaciona
personalmente con todos y cada uno. Su Espíritu constantemente nos mueve al
bien, a la vida, a descubrir el valor de la humanidad. Jesús nos atrae siempre
con el peso infinito de su humanidad; nos atrae a hacer en nuestra situación lo
equivalente de lo que él hizo en la suya, a la medida del don recibido, y así
nos lo posibilita.
Somos nosotros los que tenemos que dejarnos llevar por el
impulso del Espíritu pero sólo nosotros podemos hacerlo. Dios respeta nuestra
libertad. La estructura de la relación de Dios con nosotros es la alianza. Él,
a través de su Hijo Jesús, nos ha dicho que sí incondicionalmente. Pero no por
eso estamos salvados, porque para que se realice la alianza se necesitan dos
“sís”. La historia está para que lo demos. Pero ellos no lo pueden hacer por
nosotros. Dios quiere que en las situaciones difíciles crezcamos como personas
y como sociedad. Pero somos nosotros los que tenemos que hacerlo. [18]
7.
UNA LLAMADA ECUMENICA E INTERRELIGIOSA
El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa,
derribando con su carne el muro que los separaba, el odio…creando de los dos
pueblos un sólo Hombre Nuevo. (Ef 2, 14-15)
Cuando Roma
cayó en el umbral del siglo V, hubo explicaciones instantáneas de muchos
barrios. Los paganos lo veían como un castigo de los dioses para la adopción
del cristianismo, mientras que muchos cristianos lo veían como el castigo de
Dios sobre Roma. San Agustín rechazó ambas interpretaciones. En ese momento, desarrolló
su teología de la antigua batalla entre dos ciudades opuestas, no de cristianos
y paganos, sino de dos amores que habitan en el corazón humano: el amor de sí
mismo, cerrado a la trascendencia (amor sui usque ad detemptum Dei) y el
amor que da de sí mismo y que encuentra así a
Dios (amor Dei usque adtemptum sui ). Nuestro tiempo de cambio de
época requiere una nueva teología de la historia contemporánea y una nueva
comprensión de la iglesia.
"Sabemos dónde está la iglesia, pero no
sabemos dónde no está", enseñó el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov. Tal vez
lo que el último consejo dijo sobre la catolicidad y el ecumenismo necesita
adquirir un contenido más profundo. Es hora de un ecumenismo más amplio y
profundo, para una búsqueda más audaz de Dios en todas las cosas.[19]
Sobre todo a partir del Vaticano II la Iglesia se concibe en
diálogo con el mundo y se dio una llamada muy fuerte a avanzar en el camino
ecuménico y el diálogo interreligioso. Muchos han sido los esfuerzos de los
últimos Papas al respecto. A principios de los noventa, el programa del Consejo
Mundial de las Iglesias Cartas Vivas promovió las visitas de equipos ecuménicos
a 330 iglesias, 68 consejos nacionales y unos 650 grupos de mujeres para
conocer su realidad, alentar su trabajo, y fomentar la solidaridad y el
compromiso de las iglesias con ellas. Este programa potenció enormemente la
toma de conciencia y la reflexión comunitaria en el ámbito de las iglesias
miembros del Consejo Mundial. Significó también el fortalecimiento de proyectos
y redes de mujeres y en solidaridad con ellas en todos los ámbitos a través del
movimiento ecuménico.
La pandemia saca a la luz una llamada ecuménica porque
existe una estrecha relación entre la búsqueda de la unidad y la lucha contra
la discriminación en la Iglesia y en la sociedad. La unidad querida por Dios
para su Iglesia no puede ser únicamente doctrinal. Ello, aunque necesario, no
es suficiente. El racismo, el sexismo y otras formas de exclusión son una
negación de la creación de Dios y de la redención realizada en Jesucristo.
Estas realidades están en contra de la voluntad de Dios y dañan tanto a la
Iglesia como las divisiones doctrinales. La búsqueda de la unidad visible de la
Iglesia pasa también por derribar todos los muros de la exclusión. Están en
juego el reino de Dios y su justicia.[20]
El Papa en el rezo del ángelus el 3 de Mayo volvió a
insistir en la necesidad de una cooperación internacional a fin de responder a
la crisis mundial de la pandemia e instó a poner juntos los avances científicos
para responder juntos a la erradicación de la pandemia. "Mientras
confirmamos la importancia del papel de los médicos y de la investigación
científica para hacer frente a esta epidemia no olvidemos dirigirnos a Dios
Creador en esta grave crisis. Por eso invitamos a todas las personas, en todo
el mundo, a que se dirijan a Dios rezando, suplicando y ayunando, cada persona,
en todas las partes del mundo, según su religión, fe o doctrina, para que Él
elimine esta epidemia, nos salve de esta aflicción, ayude a los científicos a
encontrar una medicina que la derrote, y para que Él libere al mundo de las
consecuencias sanitarias, económicas y humanitarias de la propagación de este grave
contagio".
Así mismo el Papa instó a participar el 14 de Mayo en una
jornada de oración mundial promovida por el Alto Comité por la fraternidad
humana. Con motivo de la crisis mundial ocasionada por la pandemia creyentes de
todas las tradiciones y religiones son invitados a unirse espiritualmente en un
día de oración, ayuno y obras de misericordia para superar la pandemia y
restablecer la seguridad, la estabilidad, la salud y el desarrollo de nuestro
mundo.
El Consejo Mundial de Iglesias relanza la invitación del
Alto Comité para la Fraternidad Humana a participar el 14 de mayo en una
Jornada de oración, ayuno y súplica por la humanidad contra el Coronavirus. El
Comité, establecido en agosto pasado con el fin de lograr los objetivos del
"Documento sobre la Fraternidad Humana", firmado el 4 de febrero de
2019 por el Papa Francisco y el gran Imán de Al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, invitó
a todos los líderes religiosos y creyentes de todo el mundo a unirse en una
súplica común para invocar con una sola voz la ayuda de Dios para que preserve
la humanidad, la ayude a superar la pandemia, le restituya la seguridad, la
estabilidad, la salud y la prosperidad, y haga que nuestro mundo, una vez
eliminada esta pandemia, sea "más humano y más fraterno".
El Papa durante el Regina Coeli, el 10 de mayo de 2020, al
día siguiente del día de Europa volvió a hacer un llamamiento a los líderes de
la Unión Europea “en un espíritu de armonía y colaboración”: Después de la
oración mariana, el Papa expresó un pensamiento por Europa, con motivo del 70
aniversario de la Declaración de Schuman (9 de mayo de 1950).
Esta declaración, subrayó, “inspiró el proceso de integración europea,
permitiendo la reconciliación de los pueblos del continente después de la
Segunda Guerra Mundial y el largo período de estabilidad y paz del que nos
beneficiamos hoy”. El Papa manifiesta así su deseo: “Que el espíritu de la
Declaración de Schuman inspire a todos los que tienen responsabilidades dentro
de la Unión Europea, llamados a enfrentar las consecuencias sociales y
económicas causadas por la pandemia en un espíritu de armonía y colaboración”.
En la Fiesta de la Ascensión del 24 de Mayo, con
motivo del 25 aniversario de la Encíclica de san Juan Pablo II Ut unum sint,
el Papa Francisco ha escrito una carta diciendo:[21]
La Encíclica Ut unum sint sobre
ecumenismo fue publicada por Juan Pablo en 1995 y constituye un llamamiento
para lograr la unidad de los cristianos, como respuesta a la propia oración de
Jesús por la unidad de los discípulos: “¡Qué todos sean uno!”.
En su carta, el Santo Padre expone que esta Encíclica
del papa polaco “confirmó ‘de modo irreversible’ (UUS, 3) el compromiso
ecuménico de la Iglesia Católica” y la publicó en la Solemnidad de la Ascensión
del Señor, “colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la
unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la
conmemoramos y proponemos al Pueblo de Dios…la unidad no es principalmente el
resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo,
esta ‘no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino y la
construye el Espíritu Santo”. El Papa da gracias a Dios “por el camino que nos
ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena”,
consciente de que “podríamos y deberíamos esforzarnos más”.
El Papa anuncia en esa misiva dos iniciativas
recientes del Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: La
primera es un “Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo
otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades
ecuménicas”. En segundo lugar, El Papa Francisco presenta la revista Acta Ecuménica,
que, “en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone
como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad”.
8.
UNA LLAMADA A UNA CONCIENCIA UNIVERSAL
Padre te pido que todos sean uno como Tú, Padre, estás
en mí y Yo en ti. Que ellos sean también uno en nosotros: así el mundo creerá
que Tú me has enviado (Jn 17,21)
Ante la gran crisis mundial no solo sanitaria sino socio
económica que se tardará mucho en recuperar surge un gran cuestionamiento ¿De
esta catástrofe saldrá un nuevo orden mundial? Todos nos preguntamos cómo será
la nueva normalidad y si después de la pandemia todo volverá a ser igual. Con
la mayor parte de las pandemias el mundo evolucionó, pero no fue siempre igual.
La repercusión del primer impacto de la crisis es un duro golpe del que no se
sabe a priori cómo reaccionar. Los pronósticos acerca del cambio del mundo
suelen resultar exagerados. Lo que no podemos negar es que los problemas
globales piden soluciones globales.
No hemos de olvidar que no fue hasta hace muy poco que la
Conferencia Internacional de Paris en 1903 cuando un gran número de países se
puso de acuerdo para tratar de aplicar idénticos criterios acerca de cómo
afrontar el mal global de la pandemia. Las pandemias han ido asociadas a otros
graves problemas, el hambre y la guerra entre otros.
Tan solo en 1945 finalizada la segunda guerra mundial se
crea la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con sus diversos organismos.
La Organización mundial de la salud (OMS) comenzó su andadura en 1948. Su
objetivo es construir un futuro mejor y más saludable para las personas de todo
el mundo. Desde que se creó este organismo a nivel mundial trata de luchar
contra las enfermedades ya sean infecciosas o no transmisibles como el cáncer y
las cardiopatías.
Muchos ahora critican la tardanza en reaccionar la OMS
y la ineficacia e inexactitud de las informaciones frente al COVID-19. El 31 de
Diciembre de 2019 China revela la existencia de un foco de neumonía en Wuhan de
origen desconocido. El 12 de enero la OMS no recomienda restringir los viajes a
China y señala que las autoridades descartan la transmisión del virus persona a
persona. Los expertos de la OMS debatieron el 24 de Enero si declaraban una
emergencia internacional. La OMS decidió no hacerlo y desaconsejó con la
información que tenían tomar medidas restrictivas sobre el movimiento de
personas en el resto del mundo. La OMS consideró que esas barreras al
movimiento de personas servían de poco y podrían acrecentar el temor y la
estgmatización. Su director declaraba que no existía ningún peligro para que
cundiera el pánico. El 30 de Enero, finalmente declara la epidemia como
emergencia de salud pública de alcance internacional. El 11 de Febrero se
califica la epidemia como enemigo público número uno. El 9 de Marzo recomienda
la suspensión de eventos multitudinarios en países que tengan transmisión comunitaria
de virus. El 11 de marzo de 2020 la OMS declaraba la primera pandemia
ocasionada por un coronavirus[22].
Se cumplen ahora dos meses de la declaración de la
pandemia de Covid-19 por parte de la Organización Mundial de la Salud. El
coronavirus se propagó de forma rápida sin que
trascendiera su gravedad. El 27 de enero se había extendido el virus en
16 países y los contagiados eran 2.927. El 1 de Febrero el virus se había
extendido por 25 países y el número de diagnosticados era de 12.038. Los casos
globales de confirmados por la OMS alcanzaron el de 10 de Mayo los 3,93
millones, mientras que los fallecidos a causa de esta enfermedad ascienden a
274.488. El 24 de Mayo subían a 5.215.719 los contagiados y 338. 315 los
muertos. Según los datos que recibe y
analiza a diario el organismo con sede en Ginebra los contagios en América
suman 1,65 millones; en Europa, 1,7 millones; en la región del Mediterráneo
oriental, 262.000, y en la del Pacífico occidental, que incluye China, 160.000.
Sin duda que ha habido grandes progresos debido a la
ciencia y a la tecnología pero esta no lo resuelve todo. Recordamos que hace 40
años fue erradicada del mundo la viruela, lo que supuso “el mayor éxito de la
salud pública de la historia”. El Director General de la OMS, Dr. Tedros
Adhanom Ghebreyesus, señaló que esto que recuerda al mundo “puede lograrse
cuando las naciones se unen para combatir una amenaza común para la salud”: “Muchos
de los instrumentos básicos que se utilizaron con éxito entonces son los mismos
que se utilizan ahora para responder al ébola y la COVID-19: vigilancia de la
morbilidad, búsqueda de casos, localización de contactos y campañas en los
medios de comunicación para informar a las poblaciones afectadas”. La campaña
de erradicación de la viruela contó con un instrumento crucial que todavía no
tenemos para la COVID-19: la vacuna, más exactamente, la primera vacuna en el
mundo. La vacuna de la viruela "fue esencial para acabar con la
enfermedad", pero "no fue suficiente por sí sola", puesto que
"el factor decisivo en la victoria contra la viruela fue la solidaridad
mundial". La esperada vacuna no será del todo la solución para la fuerte
crisis que vivimos.
El factor decisivo en la victoria contra la viruela
fue “la solidaridad mundial”, y, la misma solidaridad, basada en la
"unidad entre naciones", “necesitamos ahora para vencer el COVID-19”.
La pandemia del COVID-19, como la viruela, supone un desafío histórico para la
salud pública, una prueba de la solidaridad mundial y una oportunidad para
combatir una enfermedad, pero también para cambiar el rumbo de la salud mundial
y crear un mundo más sano, seguro y justo para todos, para alcanzar la
cobertura sanitaria universal y hacer realidad el sueño que nos propusimos
desde la creación de la OMS en los años 40: la salud para todos”.
Pero la pandemia ha desatado una fuerte crisis según
se deja ver en la última asamblea del 19 de Mayo. La primera asamblea de la
Organización Mundial de la Salud se celebró en los peores años de la segunda posguerra,
pero pocas habrán habido desde entonces más trascendentes que la que concluye
hoy martes en Ginebra. En la 73º Asamblea Mundial se ha despertado una gran
crisis, de tal forma que sean cuales sean las consecuencias de la pandemia del
coronavirus, tendrán efectos perdurables en la gobernanza internacional. El
momento es crítico, tal vez decisivo para el futuro de las sociedades y de la
propia ONU.
Su presidente Tedros Adhanom admitió que la
Organización Mundial de la Salud se someterá a una evaluación independiente: “Acogemos
la propuesta de un proceso gradual para una evaluación imparcial, independiente
e integral. Iniciaré la evaluación independiente en el momento adecuado más
temprano para revisar las lecciones aprendidas y la experiencia ganada, y para
hacer recomendaciones que mejoren la preparación y la respuesta nacional y
global ante una pandemia”. Estas palabras son una cita textual de la iniciativa
abierta para investigarle.
En el informe se repasa la evolución de la pandemia y
cómo actuaron la organización y su presidente. Este documento narra cómo el 22
de enero el presidente convocó al comité de emergencia para las alertas
sanitarias y ya les transmitió su preocupación por la situación, pero las dudas
entre los miembros del grupo impidieron que se decretara la alerta internacional.
Esta fue finalmente emitida el 30 de enero, después de una visita del propio
Adhanom a China y de confirmar que el virus se transmitía de persona a persona
y de que había exportación internacional de casos. Pero esa alerta, indica el
documento, no consiguió movilizar a los países. “La urgencia con la que los
países miembros entraron en acción después de la alerta varió tanto en términos
temporales como en la integración de las medidas de salud pública”. “Esto suscita
dudas acerca de si los países miembros consideran que una alerta sanitaria
mundial es un indicador suficiente” para que actúen, concluye el informe, que
culpa así a los países de haber actuado tarde.
Donald Trump en una carta
enviada al director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, acusa a la
organización de haber “ignorado repetidamente informes creíbles del virus que
se expandía en Wuhan”. El presidente acusaba a la organización de ocultar el
origen real del virus (él mantiene que se escapó de un laboratorio chino) y de
haber actuado tarde y mal. China, ha aprovechado para ganar protagonismo. El presidente de EEUU, el país más afectado en términos
brutos por el coronavirus con 90.000 muertes y más de 1,5 millones de
contagiados, ha amenazado con cortar permanente los fondos a la
Organización Mundial de la Salud si esta no hace “mejoras sustanciales”.
Por su parte el presidente de
China, Xi Jinping, anunció antes de que hablara su representante en la
asamblea la aportación de un fondo de 2.000 millones de
dólares (unos 1.800 millones de euros) para luchar contra la pandemia. También
declaró que las vacunas que China consiga desarrollar contra la enfermedad
“estarán disponibles como bien público global con el fin de que sean accesibles
y asequibles para todos los países en desarrollo”. Además, el mandatario
aseguró que China trabajará junto al resto de economías del G-20 para suspender
la deuda a los países más pobres, como parte de las medidas para superar la
crisis economía derivada de la emergencia sanitaria.
Antes
de que esta pandemia golpeara al mundo, el orden existente ya estaba bajo el
cuestionamiento de los manifestantes de Hong Kong a Francia, África del Norte y
Chile. Dondequiera que se impuso el neoliberalismo duro, parece haber sido un
fracaso social hoy en día. El resultado es una inmensa acumulación de riqueza
en manos de unos pocos, a expensas de la mayoría de la población que vive en la
pobreza. Dondequiera que se haya practicado un neoliberalismo duro, ahora
parece haberse dado un fracaso social. Las manifestaciones de protesta son una
reacción a este modelo neoliberal. Es el hambre y la miseria lo que llevó a la
gente a la calle.
Nuestras
democracias están controladas por las élites tradicionales y el capital
especulativo tiene más poder que los estados nacionales. Necesitamos encontrar
una nueva forma de convivencia en la que la dimensión ecológica ocupe un lugar
central. A veces utilizamos el término «democracia social-ecológica», que no se
centra en el beneficio, sino en la sociedad y la vida en toda su diversidad. La
política y la economía deben estar al servicio de la vida y no sólo al servicio
del mercado. Algunos hablan de una civilización “biocéntrica” basada en
relaciones de amistad y cooperación con la naturaleza, más que contra la
naturaleza. Esto puede hacerse trabajando en otro sentido. Muchas personas
están convencidas de que debemos prestar más atención al nivel regional que a
la globalización económica. En cada región y en los diferentes territorios, la
sostenibilidad puede desarrollarse de manera verdaderamente tangible, teniendo
en cuenta las diferentes dimensiones culturales. A tal escala, es posible
producir alimentos agroecológicos y trabajar en pro de la integración de todos,
reduciendo así también la pobreza. No sólo vivimos en una post democracia, sino
que vivimos en una era post verdadera.
La
desafortunada expresión post verdad es una señal de que nuestra civilización
está en agonía. Todos los esfuerzos humanos e intelectuales de Oriente y
Occidente se han centrado siempre en la búsqueda de la verdad, la justicia y el
amor, como se expresa claramente en los diálogos de Platón en la tradición
occidental. Cuando ya no se le da importancia a la verdad y al «todo es
posible» posmoderno, ponemos la verdad y la mentira en el mismo nivel. Lo único
que cuenta entonces es mi propio interés y lo que me gusta. Una sociedad social
y humana en la que valores como el amor, la amistad y la justicia se aplican a
todos no puede funcionar sobre una base tan falsa. Esto va en contra de toda la
tradición de la humanidad y de tantos espíritus sabios e iluminados en nuestra
historia. La Unión Europea se encuentra en una profunda crisis porque ha puesto
todo su peso en la dimensión económica y poco en la dimensión política y
cultural.
El neoliberalismo ha destruido el estado de bienestar. Las
decisiones que determinarán la humanidad en el futuro ya no vendrán de los
Estados Unidos, porque esta hegemonía también está en declive. Asia, y China en
particular, es la potencia emergente. Dentro de unos años, probablemente
veremos cómo China da forma a la globalización según su voluntad. Hoy en día
tenemos que construir la tierra como nuestro único espacio común. No se trata
sólo de la dimensión económica y financiera, sino de una nueva etapa en la
historia de la humanidad y de la Tierra, una humanidad unida y una Tierra como
nuestro hogar común. No debemos seguir centrándonos en la soberanía de las
naciones. Este es un viejo paradigma que está siendo eludido por la
interdependencia global. Hoy debemos enfrentar el desafío de hacer de la Tierra
nuestro espacio unificado y común, en el que todos tienen un lugar, incluida la
naturaleza.[23]
Durante esta pandemia se ha hecho manifiesto la llamada
universal a promover una conciencia planetaria sobre la urgencia de una
solidaridad global. En efecto, la pandemia está cuestionando la forma de vida
que hemos llevado hasta ahora en sus múltiples facetas. No debe prevalecer el
pánico, que desata la angustia, el egoísmo o la violencia, sino más bien una
solidaridad cada vez mucho más amplia, sobre todo con las personas que son
vistas como desechables.
El Papa Francisco exhorta a que es muy importante el prepararnos
para el tiempo después de la pandemia. A este respecto tuvo una reunión con el
Dicasterio del Desarrollo Humano Integral para reflexionar al respecto. Este es
un tiempo propicio para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida y
para plantearnos sobre el futuro incierto: “Animo a quienes tienen
responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de
todos, para permitir que todos puedan tener una vida digna”.
9.
LA PANDEMIA, EL GRITO DE LA TIERRA
La creación entera quedó al servicio de vanas
ambiciones… Vemos así como todo el universo gime y sufre dolores de parto.
(Rm 8, 20-22)
El mundo está asistiendo a dos crisis simultaneas, similares
y distintas a la vez. La primera sin duda es la crisis sanitaria. Pero esta
crisis está destapando otra crisis, la climática a la que también estamos
reaccionando tarde y mal. La gran diferencia entre ambas crisis es que mientras
que en la crisis sanitaria originada con el COVID-19 vemos los efectos
negativos y los aciertos y desaciertos de la gestión en cuestión en cuestión de
semanas, en la crisis climática tardaremos años y décadas en ver los efectos.
En mitad de la Pandemia hemos celebrado el 50º Día de la
Tierra. En la celebración de este día el Papa Francisco decía: esta celebración
en esta pandemia es una oportunidad para renovar nuestro compromiso de amar
nuestra casa común y cuidar de ella y de los miembros más débiles de nuestra
familia. Como la trágica pandemia del coronavirus nos está demostrando, solo
juntos y haciéndonos cargo de los más frágiles podemos vencer los desafíos
globales.
La Carta Encíclica “Laudato si” tiene precisamente este
subtítulo: «Sobre el cuidado de la casa común». Debemos reflexionar juntos
sobre esta responsabilidad que caracteriza nuestro «proprio paso por esta
tierra».[24]
Debemos crecer en la conciencia del cuidado de la casa común. Vivimos, por lo
tanto, en la casa común como una única familia humana y en la biodiversidad con
las demás criaturas de Dios. Como imago Dei, imagen de Dios, estamos
llamados a cuidar y respetar a todas las criaturas y a sentir amor y compasión
por nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más débiles.
Hemos fallado custodiando la tierra, nuestra casa-jardín y
custodiando a nuestros hermanos. Hemos pecado contra la tierra, contra nuestro
prójimo y, en definitiva, contra el Creador, el Padre bueno que cuida de cada
uno y quiere que vivamos juntos en comunión y prosperidad. ¿Y cómo reacciona la
tierra? Hay un dicho popular que dice: Dios perdona siempre, el hombre algunas
veces, pero la tierra no perdona. ¿Cómo podemos retomar esta armonía? Necesitamos
un nuevo modo de mirar nuestra casa común. La tierra no es un depósito de
recursos que explotar.
Cuando vemos estas tragedias naturales que nos azotan no son
sino la respuesta de la tierra a nuestro maltrato. ¡Hemos sido nosotros los que
hemos arruinado la obra del Señor! Al celebrar el Día de la Tierra, estamos
llamados a reencontrar el sentido del sentido sagrado por la tierra, porque no
es solo nuestra casa, sino también la casa de Dios. ¡De aquí surge en nosotros
la conciencia de estar en una tierra sagrada!
Necesitamos una conversión ecológica que se exprese en
acciones concretas. Como familia única e interdependiente, necesitamos un plan
compartido para vencer las amenazas contra nuestra casa común. «La
interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común». [25]
Somos conscientes de la importancia de colaborar como comunidad internacional
para la protección de nuestra casa común. El Papa Francisco hacía un
llamamiento: Exhorto a cuantos tienen autoridad a dirigir el proceso que conducirá
a dos importantes Conferencias internacionales: la COP15 sobre la Biodiversidad
en Kunming (China) y la COP26 sobre el Cambio Climático en Glasgow (Reino
Unido).
Para muchos el reto por la emergencia climática va a ser
mucho mayor que la sanitaria y va a eclipsar los desvelos del coronavirus.
Ambas crisis requieren un esfuerzo común, no las puede resolver ningún país por
sí solo, exigen una respuesta conjunta. Ambas crisis demandan cambios muy
profundos. La causa de ambas crisis es la prepotencia y la soberbia de los
seres humanos. La humanidad ha sometido a demasiada presión al mundo natural.
Con el coronavirus, la naturaleza nos manda un mensaje y nos advierte de que no
tener cuidado del planeta significa no tener cuidado de nosotros mismos. Ambas
crisis están relacionadas y las dos crisis tienen un origen común. También lo
más probable es que es que las soluciones tengan muchas similitudes.[26]
La pandemia del COVID-19 y la crisis medioambiental deberían
movilizarnos a poner los fundamentos de un nuevo orden mundial que preste
atención a los problemas medio ambientales y al cambio climático. Los problemas
globales piden soluciones globales. Todos corremos los riesgos y todos estamos
involucrados.
La crisis climática es el resultado de la sobre explotación
de los recursos naturales de nuestro planeta Es la misma sobre explotación que
ha afectado a los animales salvajes. Les hemos reducido las formas de vida y
hemos alterado los ecosistemas. Según los científicos el origen del brote del
coronavirus como el setenta y cinco por ciento de las nuevas infecciones
emergentes de las últimas tres décadas son zoonosis que surgieron en animales y
cruzaron las barreras entre especies para infectar a los humanos.
Esta pandemia es como una reacción de la Tierra que quiere
defenderse de la especie más violenta de la naturaleza, el ser humano. No es la
guerra del hombre contra el virus, es la guerra del virus contra el hombre.[27]
No hay ninguna posibilidad de que este hombre gane esta guerra. La Tierra no
nos necesita, nosotros la necesitamos. O cambiamos nuestra relación con la
tierra, que es pura explotación, o nos dirigimos directamente a la ruina y
cavamos nuestra propia tumba[28].
No es desaventurado temer al próximo gran desastre: un virus, una bacteria o
cualquier otro desastre natural que pueda destruirnos. Las armas de destrucción
masiva de los países militaristas son ridículas y absolutamente inútiles. Debemos
cambiar nuestra forma de producir, distribuir y consumir, y adoptar una actitud
más benévola hacia la tierra y la vida. De lo contrario, simplemente no hay
futuro para la humanidad en este planeta.
Hoy más que en otras épocas, urge cuidar del cuerpo de la
Madre Tierra, marcado por heridas que no se cierran. Hay devastaciones
inimaginables en el reino animal, en el vegetal, en los suelos, en los
subsuelos y en los mares. Más allá de especulaciones sobre su origen nos
tendríamos que plantear que el Coronavirus es una reacción de la Madre Tierra,
un contraataque a la violencia sistemática que sufre. O cuidamos del cuerpo de
la Madre Tierra o corremos el riesgo de que no haya más lugar para nosotros o
que ella no nos quiera más sobre su suelo. Cuidar del cuerpo de la Tierra es
cuidar de los residuos, de la limpieza general de las calles, de las plazas, de
las aguas, del aire, de los transportes, interesarse por todo lo que tiene que
ver con el estado del planeta, siguiendo por los medios de comunicación cómo
está siendo tratado, agredido o curado.
Nos deberíamos preguntar qué clase de civilización estamos
construyendo y de dónde arranca esta cultura de muerte que atenta contra la
vida misma. Hemos perdido el valor sagrado de la vida. Hemos creado una concepción naturalista del
mundo a nivel global, por intermedio de la secularización de Dios, a través de
la Ciencia Moderna de corte racionalista y empirista. Esta concepción es el
mejor instrumento para imponer la idea de una supuesta civilización universal,
la cual no es otra cosa que una civilización de muerte que ha buscado erradicar
otros mundos de vida, ya sea a través de las guerras o simplemente de la
negación de estas. De ahí que procesos
antropocéntricos en Occidente, como lo son el Renacimiento, la Ilustración, la
Revolución Francesa y la Revolución Industrial sean parte de un correlato
lineal de la historia, como del tiempo y del espacio, en donde la Gran Madre
Tierra no es otra cosa que un ser que debe ser conquistado y controlado.[29]
Para muchos ecologistas el coronavirus COVID-19 es una señal
de que la Tierra que nos está gritando y llamando a profundos cambios
estructurales. No podemos continuar como estamos, no sobreviviremos. Todas las
señales de alarma de la Tierra están en rojo. La Tierra y la humanidad juntas
forman una unidad única. La Tierra es un organismo vivo que siente, con un
imperativo ético de que merece ser cuidada
y respetada. Por esta razón, las Naciones Unidas declararon el 22 de abril de
2009 que este planeta no es simplemente la Tierra, sino la Madre Tierra. La
tierra como suelo puede ser comprada y vendida. Pero una madre no puede tratarte
como una mercancía, debe ser respetada y amada.[30]
Al celebrar el Día Mundial de la Tierra el 22 de abril en
plena pandemia, debiera ser una oportunidad para reflexionar sobre el sentido
de pertenecer a una misma casa común de la que todos formamos parte, como seres
humanos, y que debe ser protegida por todos.[31]
El Papa Francisco nos mueve a reflexionar como miembros de
una única familia humana y habitantes de una sola casa común. Un peligroso
virus, el egoísmo, infecta a muchos más que el COVID-19. Hemos fallado en
nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la tierra. Basta
mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra
vida. No hay futuro para nosotros si destruimos el medio ambiente que nos
sostiene.[32]
El Papa ha propuesto
por eso La Semana Laudato Si’,
a celebrar del 17 al 24 de mayo, es una iniciativa global impulsada por el Papa
Francisco para celebrar el 5º aniversario de esta Carta
Encíclica que profundiza en la
necesidad del cuidado de la casa común. Bajo el lema “Todo está conectado”,
esta propuesta convoca a los católicos y personas de buena voluntad de todo el
mundo a que se unan a la reflexión, la oración y las acciones necesarias para
proteger la casa común. El Papa nos invita a todos a reflexionar y a unirnos en
la oración y la acción en favor de la casa común.
De acuerdo a esta propuesta se ha presentado también
iniciar en septiembre el llamado “Tiempo de la Creación”. Se inaugura así un
proceso de transformación de un año de duración, “a medida que atravesamos la
crisis del momento actual rezando, reflexionando y preparándonos juntos para un
mundo mejor en el futuro”. El “Tiempo de la Creación” constituye una
celebración anual de oración y acción para proteger la creación que se celebra
entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre de cada año. Promovida por varios
líderes religiosos de distintas partes del mundo, en ella participan cristianos
de todas las denominaciones.
En el Regina Coeli del domingo 24 de mayo de la
Ascensión el Papa anunció “un año Laudato sí” del 24 de mayo del 2020 al
24 de mayo del 2021 para celebrar el quinto aniversario de su publicación. Su
intención es promover una ecología integral y un mundo más fraterno y
sostenible. Una ecología integral implica dedicar un poco de tiempo a
redescubrir la serena armonía en primer lugar con el Creador y toda la
Creación. En segundo lugar a promover un mundo más fraterno. Por ello invitó a
reflexionar sobre nuestro estilo de vida y nuestros valores e ideales. No
desoigamos las llamadas de Dios. Sepamos escuchar y responder al grito de la
tierra y el grito de los pobres. Que los sufrimientos actuales sean los dolores
del nacimiento de un mundo más fraterno y duradero.
El Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano
Integral, por su parte insiste en el valor de las enseñanzas de la Encíclica
dado el contexto que estamos viviendo a raíz de la expansión del coronavirus y
la visión de la encíclica Laudato Si’, que exhorta a construir y
vivir en un mundo mucho más justo y sostenible. Esto, indican, depende en gran
parte de nuestras prácticas cotidianas y la adopción de políticas públicas que
estén más allá de las buenas intenciones.
El Papa Francisco hizo a
todos la invitación: Cuidemos la creación, don de nuestro buen Dios Creador.
“en estos tiempos de pandemia, en los que estamos más consciente de la
importancia de cuidar nuestro hogar común, invito a todas las personas de buena
voluntad a unirse para cuidar nuestra casa común y nuestros hermanos más pobres
y vulnerables. Espero que toda la reflexión y compromiso común ayuden a crear y
fortalecer actitudes constructivas para el cuidado de la creación”. El Papa ha compuesto una oración especial para este
“año Laudato si”: “Dios amoroso, creador del cielo, la tierra y todo lo que
contienen. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones, para que podamos ser
parte de la creación, tu regalo. Esté allí para los necesitados en estos
tiempos difíciles, especialmente los más pobres y vulnerables. Ayúdanos a
mostrar solidaridad creativa frente a las consecuencias de esta pandemia
global. Haznos valientes para aceptar los cambios realizados en pos del bien
común. Ahora más que nunca haz qué podamos sentir que todos estamos
interconectados e interdependientes. Haznos escuchar y responder al grito de la
tierra y al grito de los pobres. Que los sufrimientos actuales sean los dolores
de parto de un mundo más fraterno y más sostenible. Bajo la mirada amorosa de
maría Auxiliadora, te rezamos a través de Cristo nuestro Señor. Amén”.[33]
10.
LA PANDEMIA Y EL COLAPSO DE TODO EL
SISTEMA
La ciudad se llamó Babel porque allí Yahvé hizo
confundir el lenguaje de todos los habitantes de la tierra (Gen 11,9)
Si nos ceñimos a la historia que hicimos sobre las
pandemias, podría decirse en cierta forma, que las grandes crisis ocasionaron grandes
cambios, pero de otra forma podría también decirse que el mundo no cambió ni
para siempre ni para todos. La reacción de los gobiernos suele querer atajar lo
inmediato de la crisis. Generalmente no se va a la raíz de fondo. Se cae
fácilmente en una rutinaria exigencia de reformas que luego nunca ocurren.
Surge el llamamiento a la unidad y a reformar las instituciones internacionales
pero muchas veces todo vuelve a la conocida normalidad.
La pandemia del COVID-19 ha puesto de nuevo de manifiesto la
necesidad de un nuevo orden mundial. El coronavirus ha disparado una crisis
mundial ante la cual ningún país es inmune. La tecnología, la globalización, la
masificación de las ciudades, los grandes sectores de población marginada, el
deterioro del medie ambiente, la revolución digital, etc son muestras de que
algo está fallando en el sistema que hemos creado.
Circulan muchas expresiones en medio de la incertidumbre.
¿Es el fin del sistema? ¿El inicio de algo nuevo? ¿El capitalismo se fortalecerá
cada vez más? Toda esta situación
produce grandes cantidades de ansiedades, que, en combinación con el sistema de
producción capitalista, “obliga” a los sujetos a tener que producir. Es la
discusión que venimos presenciando en los medios de comunicación, en boca de los
economistas.
Son muchos los que se preguntan bajo las teorías
conspiratorias si el coronavirus es un golpe al capitalismo para conducirnos de
nuevo a una reinvención del comunismo.[34]
¿Cómo poder cerrar el análisis de una situación mientras está aconteciendo?
Nada podemos dar por cerrado mientras suceda por ahora tan solo decir que estamos
analizando lo qué está pasando.
Estamos intentando dilucidar con qué situación nos vamos a
encontrar en los próximos meses, años. Cuántas serán las pérdidas. Cuántos los
daños. Y esto supone, también, transitar por la angustia de no saber, la
angustia de la incertidumbre. La angustia es intensamente reprimida desde el
sistema, en que se busca obturar la desazón con la compra de mercancías, en que
se llena el vacío estructural con el hastío de actividades cotidianas.
Análogamente, se pretende que esta situación de
“anormalidad” se vuelva normal: que nadie, por ejemplo, se quede sin sus
satisfacciones más efímeras. Podemos, en teoría, hacer todo lo que hacemos en
la “normalidad”. Pero sucede que precisamente en esa “normalidad” es donde
radica el problema, porque es donde somos configurados para evitar el
displacer. Se busca que todo tenga una solución mercantilizada. Hoy, donde
hasta los viajes son una mercancía, las empresas de turismo y las compañías
aéreas han sido las primeras en interrogarse, ante la incertidumbre económica
reinante, sobre lo que vendrá después del Coronavirus.
La angustia buscan vedarla con vanas expectativas inmediatistas,
pero si uno se para ante el futuro los efectos de lo que vendrá son
incalculables. La experiencia previa no nos permite hacer una estimación con la
cual poder sobrellevar lo angustiante de la incertidumbre. Y con esto contamos.
No volvamos a la normalidad porque la normalidad es el problema, es una frase
que invita a pensar el lugar de cada uno de nosotros en esa cotidianeidad que
funciona como velo, que opaca. Justamente porque el mandato del sistema es que
en la producción se encuentra la ganancia. La producción es tiempo destinado a
hacer algo que luego se pueda vender, como sea, en forma de producto o
servicio. Hay que plantearse qué podemos hacer porque no hacer nada es síntoma
de enfermedad.
No volvamos a la normalidad porque en la normalidad está el
problema, quizá sea una frase que nos lleve a pensar que estar aislados podría
producir una angustia comparable con la del encuentro con uno mismo. Por eso la
interminable lista de actividades cotidianas que nos mantienen entretenidos,
evadidos, mientras la cosa pasa por otro lado. La idea de no poder perder el
tiempo es una gran ilusión neurótica.
¿No es esto una situación tan angustiante como para preferir no hacer
nada?[35]
El imperativo de la producción capitalista recorre cada una
de las casas afectadas por el aislamiento, generando en cada sujeto la
sensación de “deber algo”, el “sentirse en falta”. Es que no producir, para
este sistema, implica una falta grave. Quizá otro de los miedos tenga que ver
con esto. Taparse de cosas improductivas durante el aislamiento como muestra de
producción al sistema. Tapar, velar, opacar, producir. Soluciones de la
neurosis a problemas tan acuciantes, angustiantes, irreverentes, que no dejan dar
forma a una vida más relacionada con lo propio, con uno mismo.
La pandemia está cuestionando en buena medida las “virtudes”
del orden capitalista, como la producción sin límites, el consumo sin límites y
la ganancia sin límites, que sabemos van de la mano con la indiferencia ante
los clamores de los pobres y de la Tierra. El COVID-19 ha puesto en evidencia
que el modelo de desarrollo social en el que vivimos se está agotando, al punto
que se habla de la agudización de la triple crisis del capitalismo: sanitaria,
económica y climática.[36]
En este sentido, es curioso que quienes minimizaron el Estado en nombre del
libre mercado, ahora exijan que el Estado salve hasta a las empresas privadas.
Es urgente recuperar las virtudes públicas, como la responsabilidad, el
cuidado, la humildad, la paciencia y la solidaridad. Entendemos que el
aislamiento o el distanciamiento son urgentes por ahora, pero no son
suficientes para construir una sociedad distinta.
Nadie sabe en qué dirección nos estamos moviendo. Existe el peligro
de una guerra nuclear entre los países de la nueva Guerra Fría, los EE.UU. y
China. Eso sería el fin de la especie humana. El Coronavirus pone de rodillas a
todos los que están en el poder y sugiere que no necesitamos esa guerra. El
enemigo es invisible e inaccesible. Ataca implacablemente, sin hacer distinción
entre ricos y pobres, creyentes y no creyentes.
En el tiempo de pandemia, la sociedad y la Iglesia se
desnudan; sus verdaderos valores y motivaciones se evidencian. Resulta imposible
que las mezquinas acciones de un supuesto líder se mantengan en un tiempo de
crisis. Los platónicos discursos sociales y pastorales son consumidos por el
virus. Los proyectos cosméticos y proselitistas se desvanecen. En el tiempo de
epidemia ya no hay espacio para las permanentes campañas de los pseudo-líderes.
Si algo “positivo” pudiera traer el virus es la forzosa discriminación de
aquellos, que jurando hacernos el bien, por su negligencia, nos han hecho un
mal. Efectivamente, los verdaderos líderes, sin duda, germinan en tiempos
pandémicos, los no-líderes terminan devastados.[37]
El Papa Francisco en una carta a los Movimientos populares
decía: Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que
anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y
el acceso universal a esas tres T tan fundamentales: tierra, techo y trabajo. Que
esta pandemia sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión
humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad
y la vida en el centro. Nuestra civilización tan competitiva e individualista,
con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y
ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse.
Ustedes simples trabajadores son constructores indispensables de ese cambio
impostergable.[38]
Nuestro mundo está enfermo y no solo de la pandemia del
coronavirus, me refiero al estado
de nuestra civilización, como se revela en este fenómeno global. En términos
bíblicos, esta enfermedad omnipresente es un signo de los tiempos. Al comienzo
de este período inusual de Cuaresma, muchos de nosotros pensamos que esta
epidemia causaría una especie de apagón a corto plazo, una ruptura en el
funcionamiento habitual de la sociedad, uno que saldríamos de alguna manera, y
pronto todas las cosas volverían a su forma de ser. Pero a medida que pasa el
tiempo, la realidad se ha vuelto más clara: el mundo no volverá a ser igual y
no saldría bien si intentáramos hacerlo así. Después de esta experiencia
global, el mundo no será el mismo que antes, y probablemente no debería serlo.[39]
11.
LLAMADA A LA REFLEXION Y EL
DISCERNIMIENTO
Examinadlo todo y quedaos con lo bueno (1 Tes 5,
21)
Es natural en
momentos de grandes calamidades que primero nos preocupemos por las necesidades
materiales para sobrevivir, pero "uno no vive solo de pan". Ha
llegado el momento de examinar las implicaciones más profundas de este golpe a
la seguridad de nuestro mundo. El inevitable proceso de globalización parece
haber alcanzado su punto máximo. La vulnerabilidad global de un mundo global es
ahora evidente. Comprender el lenguaje de Dios en los acontecimientos de
nuestro mundo requiere el arte del discernimiento espiritual, que a su vez
requiere el desapego contemplativo de nuestras emociones elevadas y nuestros
prejuicios, así como de las proyecciones de nuestros temores y deseos. En
momentos de desastre, las imágenes de un Dios malvado y vengativo propagan el
miedo. Tales imágenes de Dios han sido espeluznantes para el molino del ateísmo
durante siglos.
En un momento
de desastres no podemos ver a Dios como un director malhumorado, sentado
cómodamente entre bastidores mientras los acontecimientos de nuestro mundo se
juegan. En cambio, Dios es una fuente de fortaleza, que opera en aquellos que
muestran solidaridad y amor abnegado en tales situaciones (sí, incluyendo
aquellos que no tienen "motivación religiosa" para su acción). Dios
es amor humilde y discreto.
Podemos
preguntarnos si este tiempo de las iglesias vacías y cerradas no es una especie
de visión de lo que podría suceder en un futuro bastante cercano. Así es como
podría verse en unos años en una gran parte de nuestro mundo. Hemos recibido
muchas advertencias de los acontecimientos en muchos países, donde cada vez más
iglesias, monasterios y seminarios sacerdotales han ido cerrando. ¿Por qué
hemos estado atribuyendo este proceso durante tanto tiempo a las influencias
externas (el "tsunami secularista"), en lugar de darnos cuenta de que
otro capítulo en la historia del cristianismo está llegando a su fin, y es hora
de prepararse para uno nuevo?[40]
Este tiempo de prueba de la pandemia es un tiempo de
discernimiento, un momento de elección. Tiempo para discernir y elegir entre lo
que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo
que no lo es. Tiempo para restablecer el rumbo de la vida. La gran crisis de la modernidad con la consiguiente crisis
de valores y crisis en la identidad del hombre hunde sus raíces en el eclipse
de Dios.[41] Perdiendo el sentido de Dios se pierde el
sentido trascendente del hombre. La evolución de la humanidad ha sido trágica,
comenzando con la exaltación de la dignidad de la persona se concluyó con la
destrucción de la misma persona, perdiendo la dimensión trascendente ha
distorsionado su propia imagen y ha realizado un viraje contra su misma
humanidad.[42] Debemos de considerar el vínculo indivisible
que fluye en la persona, de su dimensión trascendente.
El eclipse de Dios
nos ha llevado también a una crisis de fe. Hemos separado la fe de la vida y
esto tiene también graves consecuencias. Existe una unión y vínculo indivisible
en la persona entre su vida y su manera de vivir y relacionarse. Hemos de
defender la unidad sustancial de toda la persona y evitar todo dualismo o
reduccionismo. Uno de los graves peligros que hemos vivido en la Iglesia es una
fe desencarnada de la vida en todas las dimensiones. Hace mucho daño vivir una
espiritualidad etérea que no toque la realidad en que vivimos o que nos aisle
del mundo. Vivimos en el mundo para transformar el mundo implantando el Reino
de Dios. Dios se hizo hombre para que el hombre sea divinizado y el proceso de
santificación y divinización conlleva un proceso de humanización.[43]
Las crisis siempre resultan un espacio privilegiado de
discernimiento y una oportuna elección de decisiones. El papa Francisco, en su
carta dirigida a los obispos estadounidenses en 2019, les señalaba: Como lo había profetizado el anciano Simeón,
los momentos difíciles y de encrucijada tienen la capacidad de sacar a la luz
los pensamientos íntimos, las tensiones y contradicciones que habitan personal
y comunitariamente en los discípulos.
Nadie puede darse por eximido de esto; estamos invitados
como comunidad a velar para que, en esos momentos, nuestras decisiones,
opciones, acciones e intenciones no estén viciadas por estos conflictos y
tensiones internas y sean, sobre todo, una respuesta al Señor que es vida para
el mundo. En los momentos de mayor turbación, es importante velar y discernir para
tener un corazón libre de compromisos y de aparentes certezas para escuchar qué
es lo que más le agrada al Señor en la misión que nos ha encomendado. Muchas
acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias y hasta pueden parecer justas,
pero no todas tienen «sabor» a evangelio.
Toda crisis tiene su propio trayecto, compuesto de fases
concretas que impulsan a los involucrados a recorrer una travesía que quizá, en
sí misma, resulte desconocida y confusa. Más aún, si desde el inicio supiéramos
el destino al que nos llevaría la crisis, quizá consentiríamos sin tantas
resistencias. Sin embargo, resulta propio de este trayecto la incertidumbre, el
dilema de aquello que podría pasar. En su misma terminología, la crisis se
podría entender como una coyuntura de cambios en una realidad, que
aparentemente se encuentra organizada, pero que en algún momento resulta
inestable, sujeta a evolución.[44]
¿La Iglesia, las parroquias, los movimientos y las
comunidades seguirán siendo los mismos después de esta pandemia? La historia de
la Iglesia en tiempos de pandemia muestra que las tragedias sanitarias
repercutieron en la vida cristiana: en su espiritualidad cotidiana, en las
relaciones hacia dentro y hacia fuera, en su teología y su pastoral, en el modo
de ser Iglesia. No desconocemos las iniciativas que ha tenido la Iglesia
durante esta crisis; sin embargo, también es verdad que el COVID-19 ha puesto
en evidencia nuestras teologías arcaicas, nuestra esclerosis litúrgica o nuestras
apatías sociales. Como ha dicho el cardenal Baltazar Porras “si la iglesia del
post coronavirus vuelve a ser la de antes, no tiene futuro”[45]
La prioridad de los pobres y la Tierra. Escuchar los
clamores de los pobres y de la Tierra es la prioridad pastoral de la Iglesia.
Ya se pueden prever las consecuencias socioeconómicas del COVID-19. El fenómeno
mundial del COVID19 hará más actuales las orientaciones programáticas del papa
Francisco para la conversión pastoral de una Iglesia misionera en salida hacia
las periferias humanas.
La crisis producida por la pandemia está levantando una
crisis más profunda que compete a toda la sociedad, el mundo y la Iglesia; la
demanda de la cuestión social. Sabemos que la pandemia afectará de una manera
particular a los más débiles del planeta. Se anuncia que la pandemia dejará por
lo menos 500 millones de nuevos pobres en el mundo. Por otra parte, vamos
tomando conciencia de que “la pandemia del Coronavirus nos revela que el modo
como habitamos la Casa Común es pernicioso para su naturaleza”.[46]
Nunca es tan actual la insistencia que hace el papa Francisco sobre la
interrelación entre los pobres y la Tierra;[47]
Podríamos decir que vivimos una post decadencia. No solo es
una post democracia sino que vivimos en una era post verdadera donde pasamos
por una gran crisis de la verdad. La desafortunada expresión post verdad es una
señal de que nuestra civilización está en agonía. Todos los esfuerzos humanos e
intelectuales de Oriente y Occidente se han centrado siempre en la búsqueda de
la verdad, la justicia y el amor, como se expresa claramente en los diálogos de
Platón en la tradición occidental. Cuando ya no se le da importancia a la
verdad y al «todo es posible» posmoderno, ponemos la verdad y la mentira en el
mismo nivel. Lo único que cuenta entonces es mi propio interés y lo que me
gusta. “Todo no importa”, es un infierno para vivir. Una sociedad social y
humana en la que valores como el amor, la amistad y la justicia se aplican a
todos no puede funcionar sobre una base tan falsa. Esto va en contra de toda la
tradición de la humanidad y de tantos espíritus sabios e iluminados en nuestra
historia.[48]
¿Cómo procesamos todo esto?
[49]
Podemos utilizar el tiempo para pensar la crisis provocada por la pandemia del
Coronavirus. O también puede servir para pensarnos desde el confinamiento, en
esa supuesta normalidad que llevábamos todos los días antes de esta crisis.
Pensar el lugar que cada uno de nosotros nos damos para sí en nuestra propia
vida, y cómo reaccionamos a los imperativos del sistema, aun en situaciones
inusitadas que provocan perplejidad. Todos
hemos sido instados a permanecer en cuarentena de manera obligatoria dentro de
nuestros hogares, y aquí comienza a desorganizarse lo cotidiano y a inaugurarse
una forma que hasta el día de hoy no ha tenido un solo precedente en nuestra
historia.
Pero desde la cuarentena, pareciera haber un imperativo de
no perder el tiempo ahora que lo tenemos todo a disposición. Este difícil momento que atraviesa el mundo
entero, nos hace reflexionar. Reflexionar no solamente sobre el modo en el que
nos toca vivir este aislamiento preventivo por estos días, sino también sobre
el modo de vida que tendremos que adoptar en el futuro. Esta pandemia es una
oportunidad, un tiempo oportuno para el discernimiento.
Sabemos que el Papa Francisco como herencia de las cumbres
del CELAM utiliza mucho el método del ver, juzgar y actuar. El Papa Francisco
propone como camino para este discernimiento la oración. La oración es la vía
del discernimiento. Este camino puede conducirnos a una visión distinta del
mundo, de sus contradicciones y sus posibilidades. Este camino puede enseñarnos
día tras día como dirigir nuestras relaciones, nuestros estilos de vida,
nuestras expectativas y nuestras políticas hacia el desarrollo humano integral
y la plenitud de la vida. La escucha, la contemplación y la oración son parte
integrante de la lucha contra las desigualdades y las excusiones, y a favor de
alternativas que sostengan la vida.
El Papa Francisco nos invita a que este tiempo de pandemia
nos lleve a reflexionar. Reflexionar acerca del sistema de valores con los que
vivimos, sobre los valores morales, sobre el deterioro ambiental, sobre los
sistemas económicos y laborales. El Papa se muestra preocupado por la
hipocresía de ciertas personalidades políticas que hablan de afrontar la
crisis… pero mientras tanto fabrican armas.[50]
Para que el trabajo sea bueno, debe contribuir al desarrollo humano integral.
Necesitamos seguramente “armas” de una clase distinta para luchar contra la
enfermedad y aliviar el sufrimiento, empezando por el equipamiento completo
necesario para las clínicas y hospitales de todo el mundo.
Pensemos valientemente fuera de esquemas. Después de lo que
hemos pasado no deberíamos tener miedo de aventurarnos por nuevos caminos.
Mirando hacia adelante, leamos los signos que el COVID-19 ha mostrado
claramente. No olvidemos cuán profundamente nos ha empobrecido la pérdida del
contacto humano durante este tiempo en el que hemos estado separados de
nuestros vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo y, sobre todo, de la
familia, sin olvidar la absoluta crueldad de no poder acompañar a los
moribundos en sus últimos instantes y llorarlos luego adecuadamente. Hemos de
reflexionar para que en el futuro busquemos los medios para fortalecer estos
lazos humanos.
12.
LA LLAMADA A UNA RENOVACION
Ustedes deben de dejar la antigua forma de vivir para
revestirse del Hombre Nuevo por la acción del Espíritu (Ef 4, 22-23)
La pandemia ha sacudido a nuestro mundo y a nuestra Iglesia.
La Iglesia tiene que ser testigo de que la globalización de la indiferencia y
la inhumanidad no tiene la última palabra. En definitiva, los avances de las investigaciones
científicas y de las interpretaciones teológicas tienen que servirnos para
mirar el COVID-19 no como una plaga o un castigo divino, sino como un llamado a
la corresponsabilidad de todos los que vamos en la misma barca.
Es también responsabilidad de quienes nos sentimos
discípulos de Jesucristo, el crucificado-resucitado, no dejar pasar esta
ocasión para entender mejor la misión a la que hemos sido convocados y
comprometernos en buscar y hallar nuevos modelos de relaciones entre los seres
humanos y con el medio ambiente y dedicarnos con todas nuestras energías a
ponerlos en práctica.
El Papa Francisco una vez más ha instado a los líderes
políticos a aparcar sus diferencias y a estar unidos para superar la pandemia
del coronavirus. Ha constatado que hay tiempos difíciles, persecuciones y
tiempos de crisis que ponen a los creyentes en situaciones no fáciles. En esos
momentos debemos ser muy firmes y perseverantes en la fe.[51]
El COVID-19 es un trotamundos que, donde pone los pies,
destruye, derriba y mata. Un diminuto patógeno que ha invadido nuestro pacífico
y humilde suelo y lo ha vuelto patas arriba, lo ha tirado todo por tierra. Es
como si de repente hubiera surgido un pequeño David que ha increpado al
prepotente y orgulloso Goliat de nuestros días: “Tú vienes contra mí con la
espada, pero yo vengo a ti en nombre del Señor del universo y Dios de las
tropas de Israel, el que tú has insultado. Te mataré y te cortaré la cabeza y
todo el país sabrá que Israel tiene un Dios” (Sam 17, 45-47).
Todo ha sucedido porque ese monstruoso y engreído Goliat, que
somos nosotros, el mundo de hoy, ha exhibido y entonado el canto de la victoria
por doquier: de oriente a occidente, del hemisferio norte al hemisferio sur, a
dos mil metros de altura y junto a las pacíficas playas del orbe. Y ahora un
bichito que nadie ha visto, un indefenso David, ha tumbado al que se creía el
vencedor y el padre de todo poder, de toda ciencia, de toda política, de todo
dinero, de toda religión, de toda milicia, de todo bien, de todo arte y en fin
de todo hombre y de toda mujer.
En esto se acabó el gran desfile de la Victoria, el más
triunfal y único que de momento ha existido en el mundo. Mientras tanto,
quienes creíamos estar al amparo de ese descomunal dios, hemos tenido que
confinar y esconder día tras día, semana tras semana, tal vez mes tras mes,
siempre con la mirada puesta en que cada día el bichito de marras, más
amarrados nos tenía. En esta tremenda lucha, cabe preguntar: ¿Dónde queda nuestra
santa madre Iglesia, proclamada vencedora del Mal, distribuidora de bienes para
todos, promesa de un bienestar eterno?, ¿puede ser interpelada, maltratada,
gobernada por ese David matamundos?
Eso que llamamos pandemia, a su paso por nuestra casa común,
nos ha dejado de rebote algo que nosotros, por nuestra pereza o por una
limitada visión e incluso malicia, considerábamos como mal y era en efecto un
bien, una mejora incluso un don. Así el Papa Francisco, ha insinuado y
defendido que esa crisis que padecemos puede hermanarnos más. Con la Pandemia
se han roto distancias, prejuicios, enemistades.
Nadie, sin embargo, se atreve de momento a señalar caminos
que puedan indicar nuevos procederes a proteger o estructuras viejas, que a la
Iglesia conviene derrumbar. Muchas veces la Iglesia, Madre y Maestra, se
muestra muy lenta en cualquier innovación y se abraza a la tradición para
quedarse en el mismo lugar de siempre. Durante estas semanas, como de
improviso, esta conmoción viral que sufrimos con la pandemia COVID-19 nos ha recriminado
actitudes, nos ha mostrado caducas posturas, que de nada sirven y nos abre a
nuevos horizontes Esperemos que la crisis que vivimos sea la oportunidad de
renacer a un nuevo amanecer.[52]
Este tiempo parecía pedir la voz de nuevos profetas que ante
la calamidad abrieran caminos de verdad. En la época del pueblo de Israel, el
tiempo de las grandes crisis y calamidades es cuando los profetas adquieren una
dimensión más carismática llamando a la conversión. También nosotros somos llamados
a ser verdaderos profetas en estos tiempos de calamidad. En estos tiempos se
pone a prueba la profecía verdadera y la falsa. Uno de los profetas del Antiguo
Testamento, Miqueas, denunciaba, allá por los siglos VIII-VII, a aquellos
profetas falsos que pronosticaban cosas buenas a cambio de vino y licores o que
gritaban paz cuando alguien les ponía algo en la boca, si no, les declaraban la
guerra. [53] Cuidado
con aquellos mensajes excesivamente triunfalistas, no vayan a ser lisonjas para
oídos complacientes.[54]
El Papa Francisco nos interpela: Ha llegado el momento de
prepararse para un cambio fundamental en el mundo post COVID-19. Prepararnos
para un nuevo tiempo después de la pandemia es importante.[55]
Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de
raíz la salud de toda la humanidad.[56]
Que lo que está pasando nos sacuda por dentro y que todos se reconozcan parte
de una única familia y se sostengan mutuamente.[57]
Todos estamos en la misma barca, todos frágiles y
desorientados; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a
remar juntos. Afrontando la pandemia hemos experimentado amplia y claramente
nuestra interconexión en la vulnerabilidad. Gran parte de la humanidad ha
respondido a esa vulnerabilidad con determinación y solidaridad. Hemos
demostrado que podemos hacerlo, que podemos cambiar, y ahora está en nuestras
manos traducir estas actitudes en una conversión permanente, con resolución y solidaridad,
para afrontar amenazas mayores y con efectos a más largo plazo.
A estas horas, a causa del COVID-19 hemos comprendido que
todos estamos involucrados e implicados: la desigualdad, el cambio climático y
la mala gestión nos amenazan a todos. Hemos de entender que se deberían cambiar
los paradigmas y sistemas que ponen en riesgo al mundo entero. Espero que los
gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estado-céntricos,
sean mercado-céntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los
otros grandes problemas de la humanidad.[58]
El Papa Francisco en el mensaje Ubi et orbi del 12 de abril
en la Basílica Vaticana invita a desterrar todo egoísmo, división y olvido de
los más necesitados. Estas palabras queremos suprimirlas para siempre.
Este no es tiempo para la indiferencia porque el mundo
entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar el desafío de esta
crisis que está originando esta pandemia. Pensemos en tantos pobres que viven
en las periferias, en los prófugos y en los que no tienen hogar. Que estos
hermanos más débiles que habitan en las periferias de cada rincón del mundo, no
se sientan solos y abandonados.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que
enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. No hemos de perder
la ocasión para demostrar la solidaridad. Es la única alternativa al egoísmo de
los intereses particulares.
Este no es tiempo de divisiones. Después de la segunda
Guerra Mundial, este continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu
de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy
urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no
recobren su fuerza sino que todos se reconozcan parte de una única familia. Hoy
La Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá
no sólo su futuro sino el del mundo entero.
Es el tiempo para favorecer la reconciliación y la paz entre
los pueblos. Hago un llamamiento a quienes tienen responsabilidades en los
conflictos a un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del
mundo. No es el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando
elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salar vidas.
Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos
afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia
como son el hambre o la falta de cuidados de la salud, trabajo o educación que
llevan consigo el sufrimiento de tantas personas.
En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han
referido a la pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra
el COVID-19 es una guerra, todos los fieles laicos que prestan tantos servicios
en el anonimato son un verdadero ejército invisible que pelea a veces en las
más peligrosas trincheras. Un ejército sin más armas que la solidaridad, la
esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que
nadie se salva solo.[59]
¿Qué clase de
desafío representa esta situación para el cristianismo y la iglesia? La iglesia
debe ser un "hospital de campaña", como propuso el Papa Francisco. La
iglesia no debe permanecer en un espléndido aislamiento del mundo, sino que
debe liberarse de sus límites y dar ayuda donde las personas están afligidas
física, mental, social y espiritualmente. Así es como la iglesia puede hacer
penitencia por las heridas infligidas por sus representantes hace poco
recientemente en los más indefensos. Pero tratemos de pensar más profundamente
en esta metáfora y la pongamos en práctica.
Para que la
iglesia sea un hospital, debe, por supuesto, ofrecer la salud, la atención
social y caritativa que ha ofrecido desde los albores de su historia. Pero la
iglesia también debe cumplir con otras tareas. Tiene un papel de diagnóstico
(identificando los "signos de los tiempos"), un papel preventivo
(crear un "sistema inmune" en una sociedad en la que los virus
malignos del miedo, el odio, el populismo y el nacionalismo están a flor de
piel) y un papel convaleciente superar los traumas del pasado a través del
perdón.
Antes de la
Pascua del año pasado, la catedral de Notre-Dame en París se incendió. Este año
en Cuaresma no hay servicios en cientos de miles de iglesias en varios
continentes, ni en sinagogas y mezquitas. Nos toca reflexionar sobre esas
iglesias vacías o cerradas como signo y desafío de Dios. No podemos dejar de preguntarnos si el tiempo de las iglesias vacías
y cerradas no es una especie de visión precavido de lo que podría suceder en un
futuro bastante cercano si no hacemos frente a una renovación profunda.
Comprender
el lenguaje de Dios en los acontecimientos de nuestro mundo requiere el arte
del discernimiento espiritual, que a su vez requiere el desapego contemplativo
de nuestras emociones elevadas y nuestros prejuicios.Tal vez este tiempo de edificios vacíos de la
iglesia expone simbólicamente el vacío oculto de las iglesias y su posible
futuro a menos que hagan un intento serio de mostrar al mundo una cara
completamente diferente del cristianismo. Hemos pensado demasiado en convertir
el mundo y menos en convertirnos: no sólo mejorarnos, sino un cambio radical de
un "ser cristiano" estático a un "convertirse en
cristianos" dinámico.
Cuando la
iglesia medieval hizo un uso excesivo del interdicto como castigo, y esas
"huelgas generales" de toda la maquinaria eclesiástica significaban
que los servicios de la iglesia no se celebraban y los sacramentos no se
administraban, la gente comenzó a buscar cada vez más una relación personal con
Dios. Las fraternidades laicos y el misticismo proliferaron. Tal vez el descubrimiento
de la contemplación podría ayudar a complementar el "camino sinodal"
a un nuevo consejo reformista.[60]
Tal vez deberíamos aceptar la abstinencia actual de
los servicios religiosos y el funcionamiento de la iglesia como kairos, como
una oportunidad para detenernos y participar en una reflexión profunda
ante Dios y con Dios.
13.
LA LLAMADA A LA SOLIDARIDAD GLOBAL
Yahvé dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano?, él respondió
¿soy acaso el guardián de mi hermano?. Yahvé le dijo ¿Qué has hecho? La voz de la
sangre de tu hermano grita desde la tierra hacia mí. (Gen 4, 9-10)
Dice el Papa Francisco: No podemos permitirnos escribir la
historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor
quién nos volverá a preguntar: “Dónde está tu hermano” (Gen 4,9). En nuestra
capacidad de respuesta ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese
reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados y que, por
tanto tiempo, hemos anestesiado o silenciado.[61]
El hombre fue creado para vivir en
comunión, en comunidad. El hombre por el pecado deformó su imagen y de fraterno
pasó a ser fratricida.[62] Dios quiso restablecer su imagen
reconstruyendo la humanidad, la fraternidad rota y llamándola a reencontrar su
propia identidad en su propio Cuerpo (Col 1,24). La nueva fraternidad se basa
en una nueva ley de reciprocidad, en la nueva ley del nuevo amor. Un amor nuevo
que será el distintivo de la verdadera comunidad cristiana. Un amor que es
acogida, perdón, amor al enemigo, donación de sí, entrega total, en definitiva
el mismo amor de Cristo. La Iglesia es el pueblo de la vida para la vida, al servicio
de la vida para cuidarla y comunicarla.
Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras
epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de
actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay
alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para el otro lado con un silencio
cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder?
¿estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la
pobreza, promoviendo y animando a llevar una vida más austera y humana que
posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad
internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del
medioambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la
indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar. Ojalá nos encuentre
con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No
tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una
civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el
desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye
cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone, por eso, una comprometida
comunidad de hermanos.[63]
Nuestra vida tras la pandemia no debería ser una réplica de
lo que fue antes. Seamos misericordiosos con el que es más débil. Solo así
reconstruiremos un mundo nuevo. Ahora más que nunca, son las personas, las
comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para cuidar,
curar y compartir.[64]
El COVID-19 nos ha permitido poner a prueba el egoísmo y la
competición, y la respuesta es la siguiente: si seguimos aceptando, e incluso
exigiendo, una competición implacable entre intereses individuales, corporativos
y nacionales, en la que los perdedores son destruidos, entonces al final los
ganadores también perderán como los otros, porque este modelo es insostenible a
cualquier escala.[65]
Se dice que la visión del mundo que creó la crisis no puede
ser la misma que nos saque de la crisis.[66]
Así como no podemos seguir con el estilo de vida de la producción, el consumo y
la ganancia sin límites, tampoco podemos continuar con el aislamiento de los
países, sino que tenemos que caminar hacia una solidaridad mundial y una gobernanza
mundial, que permitan enfrentar una crisis global con una respuesta global. La
solidaridad cívica de los ciudadanos ante esta pandemia debería tener su
correlato en una solidaridad global a diferentes niveles. [67]
En esta línea, Yuval Noah Harari ha sugerido al menos cinco
acciones: compartir información confiable entre las naciones; coordinar la
producción mundial y la distribución equitativa de equipo médico esencial;
enviar médicos, enfermeras y expertos a los sectores más afectados; constituir
una red de seguridad económica mundial para salvar a los países más afectados;
y formular un acuerdo mundial sobre la preselección de viajeros, que permita
que un pequeño número de personas esenciales sigan cruzando las fronteras.[68]
Ha llegado el momento de que la Iglesia católica potencie su
carácter universal y su vocación ecuménica. Las iglesias locales constituyen
una red global que permite que circule la información y se generen iniciativas
para enfrentar la crisis de esta pandemia, que tiene repercusiones sanitarias,
económicas y sociales.[69]
La Iglesia está llamada más que nunca a interactuar con todas las personas de
buena voluntad, en un ecumenismo amplio. El papa Francisco se ha puesto a la
cabeza de los católicos con la creación de la comisión anticrisis.
En tiempos de crisis de la civilización tenemos que volver a
lo más esencial, y eso es el cuidado como paradigma universal: el cuidado de la
Tierra, de la naturaleza, de nuestra existencia. El cuidado es parte de la
esencia de la humanidad. Un ser vivo que no es atendido se debilita y muere.
Esto no es diferente para la humanidad. Aparte de esta actitud solidaria,
debemos volver a lo que nos hace humanos, y eso es la solidaridad. Hoy en día
ha desaparecido casi por completo porque la cultura del capital se basa en la
competencia y le importa poco la solidaridad. Además, debemos asumir la
responsabilidad colectiva de un futuro común para la Tierra y la humanidad.
El ser humano tanto en su dimensión
personal como social y espiritual está llamado a ser uno. Es un ser creado y
orientado para la comunión. Sólo puede realizarse plenamente desde el
establecimiento de una comunión de amor con Dios y en él con toda la humanidad.
En este principio de unidad radica su dignidad más alta, su dimensión espiritual,
comunitaria, cósmica y escatológica. El principio que nos mueve hacia tal
comunión no es otro que el Espíritu Santo. El principio de unidad y de apertura
a la trascendencia es fundamental en el proceso integrativo de toda la persona.[70]
Debemos entender que todos los seres vivos tienen un valor
en sí mismos y por lo tanto merecen respeto, no sólo porque son útiles para la
humanidad. Y necesitamos una espiritualidad cósmica. Debemos tratar de formular
una respuesta a las preguntas que se hacen constantemente: De dónde venimos,
quiénes somos, a dónde vamos y qué podemos esperar después de este corto paso
por este pequeño planeta. [71]
El cuidado del cuerpo social es una misión política que
exige una crítica severa a un sistema de relaciones que trata a las personas
como cosas y les niega el acceso a los bienes comunes a los que todos los seres
humanos tienen derecho, como la comida, el agua, un trozo de tierra, el
tratamiento de las aguas residuales y la basura, la salud, la vivienda, la
cultura y la seguridad. Aquí, a decir
verdad, debería imponerse una verdadera revolución humanitaria. Pero no basta
quererla. Se necesitan condiciones histórico-sociales que la hagan viable y
victoriosa. Es la utopía mínima a ser realizada hasta por un mínimo sentido
ético. [72]
Cristo a través del misterio de la
Encarnación y el Misterio Pascual lleva a efecto la máxima comunión, uniéndose
plena y definitivamente con el ser humano, uniendo en si la humanidad como su
Cuerpo. El hombre viviente es el que vive en Cristo, la nueva vida del Resucitado.
El hombre es un ser relacional, personal y comunitario por ser creado a imagen
del Dios Trinitario.[73] El hombre recibe de Dios el mismo ser
comunión que le da el ser comunión. Es en el Hijo por su Espíritu como entramos
en comunión a formar parte de ese misterio de comunión. Esta llamada a la
comunión es don gratuito de Dios y tarea libre y responsable del hombre en su
respuesta a tal proyecto de amor.
14.
LA CELEBRACION DE LA MUERTE DE JESUS EN
LA PANDEMIA
Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la
Pascua. Ellos le preguntaron: ¿Dónde quieres que la preparemos? (Lc 22,
8-9)
La celebración del Viernes Santo en plena pandemia arroja
luz frente al misterio de la muerte. El celebrar el Viernes Santo en medio del
pico de la pandemia nos ha ayudado a reflexionar sobre el sentido del
sufrimiento y de la muerte. Diríamos que la pandemia nos ha situado en un largo
Viernes Santo. La celebración de la muerte de Jesús nos ha ayudado a cómo vivir
la muerte en estos momentos de pandemia.[74]
A pesar de que Jesús previó su muerte, ciertamente no la
buscó, sino que la acogió y vivió dentro de la propia fidelidad y confianza en
Abba. Su vida, vivida como com-pasión y Buena Noticia para los desheredados de
la tierra, culmina en el grito «Eloí, Eloí, ¿lemà sabactani?», que hay que
entender, más que como la percepción del abandono de Dios, como la expresión
orante de su situación de sufrimiento y angustia. Jesús ya había aceptado la
muerte a Getsemaní, su grito de dolor a la cruz sella esta aceptación haciéndola
absolutamente humana. Porque el mal hiere, y Jesús lo sufre como persona humana
que también es.
A lo largo de los siglos, la Cruz fue adquiriendo una
importancia central en la soteriologia cristiana, hasta acabar marginando la
Resurrección y el don del Espíritu Santo. San Pablo habla de la muerte de Jesús
en términos de «sacrificio» y «redención» fundamentándose en tradiciones
anteriores: desde buen comienzo la «sangre de la Alianza» de la última Cena fue
interpretada en estrecha relación con la gran celebración judía de la
Expiación-Perdón (lo Yom Kippur) en que se acontece el sacrificio expiatorio
por los pecados del pueblo.
Por otro lado, la expresión de Pablo: «A quien no había
experimentado el pecado, Dios, por nosotros, le cargó el pecado, porque gracias
a él experimentáramos su justicia salvadora» (2 Co 5,21) se inspira en el cuarto
canto del sirviente de Isaías (Is 52,13-53,12), en que el justo muere por los
pecados del pueblo. Más allá de las resonancias bíblicas, la reflexión
teológica tiene sus propias cuestiones, a las que se quería responder: la
necesidad de dar sentido en la muerte escandalosa de Jesús, y justificar la
objetividad de la salvación por Él. Esto llevó a atribuir a Dios la iniciativa
de la muerte de Jesús y a entender esta como «sacrificio», un acto oficial que
manifestaba públicamente el Amor de Dios a la humanidad.
Hemos heredado la espiritualidad del sacrificio y hemos de
dar más primacía al amor. Lo que debemos destacar es el Amor infinito de Dios
hacia la Humanidad, Amor que llega a “entregar” el propio Hijo. El móvil de la
Encarnación del Hijo de Dios, de toda la vida de Jesús, de la Pascua y
Resurrección no es otro que el amor. Un amor que llega hasta el colmo de
entregar la vida.
Sin la vida de Jesús y sin la Resurrección, que la sella, la
salvación quedó enlazada por siempre jamás más al sufrimiento, el cual adquirió
así virtud salvadora por sí mismo. Así, lo que salva es la Pasión-Muerte,
desvinculada de su contexto histórico y del significado de este contexto en que
el Dios-Amor se encarna para hacerse uno como nosotros, y sufre el mal.
La muerte de Jesús aparece hoy como la muerte inocente, la
que condensa en sí misma el sufrimiento/muerto de todas las víctimas inocentes
a lo largo de la Historia por culpa del pecado individual y/o estructural.[75]
La reflexión teológica después del Holocausto lleva a la dolorosa pregunta:
¿Dónde estaba Dios? Y responde, con matices diferentes, pero con una única
convicción: Dios estaba allí, en y con las víctimas. En la muerte de Jesús, Dios
está presente, con una presencia silenciosa y escondida que estalla con toda su
luz el domingo de Pascua.
El mal existe, el mal hiere, el mal tiene poder. Pero el mal
no es la última palabra. Nos lo enseña la muerte de Jesús, y también nos lo
enseña la muerte de tantas personas que han luchado contra la injusticia y la muerte
de las cuales ha engendrado una nueva conciencia y unos nuevos caminos para
construir un mundo mejor. La muerte de Jesús es una muerte solidaria con
nuestro sufrimiento, el acto de amor de un Dios que quiere ser uno con la
Humanidad. Y es, también, muerte que denuncia: el no-amor, la inhumanidad, la
violencia.
Es la rebelión de Dios ante el mal, una rebelión que actúa
según la lógica del Amor, abriendo los brazos y confiando. Es la rebelión de
Dios, y como tal nos llama a rebelarnos a cualquier forma de no amor, de
inhumanidad, de violencia. Demasiadas veces se ha interpretado la muerte de
Jesús en clave de pasividad, para justificar la pasividad. Pero el Dios de
Jesús no es pasividad. La muerte de Jesús es la manera de Dios de rebelarse al
mal, por eso es ejemplar. Seguir Jesús implica buscar nuestros propios caminos
de rebelión ante el mal, y de comunión con las víctimas. Ante el mal, el Amor
siempre es compasión. Y nunca es sumiso, nunca renuncia, nunca se resigna.
Cristo el Nuevo Adán venció la tentación
de la usurpación de querer el ser como Dios. El primer Adán quiso adquirir su
igualdad con Dios, por sí mismo, usurpando el señorío de Dios y siguiendo su
propio interés y deseo mientras que Cristo, el Nuevo Adán quiso ser el Hijo de
Dios desde la obediencia y el sometimiento amoroso a la voluntad del Padre
desde la forma y condición de Siervo. Cristo, el Nuevo Adán venció la tentación
de la autonomía, del egoísmo e individualismo para vivir en la comunión. La
ambición y la lujuria del hombre viejo fue sustituida por la humildad y la
caridad del Nuevo.
En el Misterio
Pascual Cristo revela al hombre el significado del verdadero amor. El misterio
de la Cruz revela el amor esponsal de Cristo por su Esposa, su Cuerpo, su
Iglesia.[76] Solamente entrando en Cristo, en el
seguimiento de Cristo, en la nueva manera de ser y de amar que revela Cristo el
hombre adquiere su máxima promoción en la línea de su auténtica vocación,
finalidad y sentido. El fin verdadero y último del hombre está fuera del hombre
está en Dios.[77] La vida se encuentra cuando se da. Los que
se entregan por los demás manifiestan el grado más elevado del amor, que es dar
la vida por la persona amada. Se participa así del misterio pascual de la cruz
en la que Jesús revela cuánto vale para El la vida de cada hombre y como esta
se realiza plenamente en la entrega sincera de sí mismo.
LA CELEBRACION DE LA PASCUA, INVITACION A NACER DE NUEVO
Nadie puede entrar en el Reino de Dios si no nace de
nuevo. El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de
Dios (Jn 3, 3-5)
La Pandemia nos sobrevino en plena Cuaresma. Hemos celebrado
la Pascua en medio del dolor. Estamos
viviendo una Pascua excepcional a causa del confinamiento por la pandemia.[78]
No tenemos la celebración comunitaria, y para vivir la Pascua solo tenemos el
Evangelio, que es la pieza clave. Por eso es iluminador leer y meditar los
textos de la resurrección del Señor y sentirnos discípulos como los primeros
que recibieron el anuncio de la Resurrección.
En estos días de Pascua volvemos a los relatos originarios
que dan cuenta de la experiencia fundacional de la fe cristiana y los
encontramos llenos de discípulas. Mujeres cristianas, amigas de Jesús, que le amaron
y le cuidaron hasta el final. Ellas no solo le siguieron por los caminos
durante su ministerio público, también le acompañaron en sus momentos más
trágicos, al pie de la Cruz, y se atrevieron a desafiar al miedo y la vergüenza
pública para amortajarlo.
Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos
rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos:
“¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?”. ¿Cómo haremos para llevar
adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? La pregunta de
aquellas mujeres y su anhelo de vida siguen vigentes: “Totalmente conscientes
de ese inamovible obstáculo que las esperaba, las mujeres inician un caminar
lleno de esperanza, dispuestas a luchar por la vida, inspiradas por su visión
de la comunidad de fe, una iglesia sin exclusiones, fiel, profética, acogedora.
La historia de este recorrido se ha repetido muchas veces desde aquella primera
mañana de Pascua. Una y otra vez las mujeres han emprendido el camino hacia la
muerte, la piedra, la resurrección”.[79]
El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias
que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos
nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del
sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar
toda esperanza. Es la pesantez de la angustia de personas vulnerables y
ancianas que atraviesan la cuarentena en la más absoluta soledad, es la
pesantez de las familias que no saben ya como arrimar un plato de comida a sus mesas,
es la pesantez del personal sanitario y servidores públicos al sentirse
exhaustos y desbordados... esa pesantez que parece tener la última palabra. Sin
embargo, resulta conmovedor destacar la actitud de las mujeres del Evangelio.
Frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad ante la
situación e incluso el miedo a la persecución y a todo lo que les podría pasar,
fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que
estaba aconteciendo. Por amor al Maestro, y fueron capaces de asumir la vida
como venía, sortear astutamente los obstáculos para estar cerca de su Señor. en
medio de la oscuridad y el desconsuelo, cargaron sus bolsas con perfumes y se
pusieron en camino para ungir al Maestro sepultado (cfr. Mc 16,1), nosotros
pudimos, en este tiempo, ver a muchos que buscaron aportar la unción de la
corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás. A
diferencia de los que huyeron con la ilusión de salvarse a sí mismos, fuimos
testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo y
sacrificio para permanecer en sus casas y así frenar la difusión.
Pudimos descubrir cómo muchas personas que ya vivían y
tenían que sufrir la pandemia de la exclusión y la indiferencia siguieron
esforzándose, acompañándose y sosteniéndose para que esta situación sea menos
dolorosa. Vimos la unción derramada por médicos, enfermeros y enfermeras,
reponedores de góndolas, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de
seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos
otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de
cura, de calma y alma a la situación. Y aunque la pregunta seguía siendo la
misma: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16,3), todos ellos no
dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar.
Y fue precisamente ahí, en medio de sus ocupaciones y
preocupaciones, donde las discípulas fueron sorprendidas por un anuncio
desbordante: “No está aquí, ha resucitado”. Su unción no era una unción para la
muerte, sino para la vida. Su velar y acompañar al Señor, incluso en la muerte
y en la mayor desesperanza, no era vana, sino que les permitió ser ungidas por
la Resurrección: no estaban solas, Él estaba vivo y las precedía en su caminar.
Solo una noticia desbordante era capaz de romper el círculo que les impedía ver
que la piedra ya había sido corrida, y el perfume derramado tenía mayor
capacidad de expansión que aquello que las amenazaba.
Esta es la fuente de nuestra alegría y esperanza, que
transforma nuestro accionar: nuestras unciones, nuestras entregas, nuestro
velar y acompañar en todas las formas posibles en este tiempo, no son ni serán
en vano; no son entregas para la muerte. Cada vez que tomamos parte de la
Pasión del Señor, que acompañamos la pasión de nuestros hermanos, viviendo
inclusive la propia pasión, nuestros oídos escucharán la novedad de la
Resurrección: no estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar
removiendo las piedras que nos paralizan. Esta buena noticia hizo que esas
mujeres volvieran sobre sus pasos a buscar a los Apóstoles y a los discípulos
que permanecían escondidos para contarles: “La vida arrancada, destruida,
aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”. [80]
Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o
contaminada. Toda la vida de servicio y amor que ustedes han entregado en este
tiempo volverá a latir de nuevo.
En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la
belleza y hacer renacer la esperanza: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está
brotando, ¿no lo notan?” (Is 43,18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está
siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente. Si algo hemos podido aprender en todo este
tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban
y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi
imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos.
La Pascua
nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y
respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña quebrada ni
apagar la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42,2-3) para hacer latir la vida
nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes,
despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir aquí estoy
ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar
el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan
testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este
momento de la historia.
Parece
que muchas de nuestras iglesias estarán vacías durante semanas y meses este
año. Leeremos los pasajes evangélicos sobre la tumba vacía en otro lugar. Por supuesto, podemos aceptar esta
Cuaresma de iglesias vacías y silenciosas como poco más que una medida breve y
temporal que pronto será olvidada. Pero también podemos abrazarlo como un
momento oportuno para buscar una nueva identidad para el cristianismo en un
mundo que se está transformando radicalmente ante nuestros ojos. La pandemia
actual no es ciertamente la única amenaza global a la que se enfrenta nuestro
mundo ahora y en el futuro.
Abracemos esta
Pascua como un desafío para buscar de nuevo a Cristo. No busquemos a los vivos
entre los muertos. Busquemos que sea audaz y tenaz, y no nos desviemos si nos
aparece como extranjero. Lo reconoceremos por sus heridas, por su voz cuando
nos hable íntimamente, por el Espíritu que trae paz y destierra el miedo. Una pregunta
para estimular la meditación para esta extraña Pascua nos la hacía el Papa en
la Vigilia de Resurrección: ¿Dónde está la Galilea de hoy, donde podemos
encontrar al Cristo vivo?
La
investigación sociológica indica que en el mundo el número de creyentes (tanto
los que se identifican plenamente con la forma tradicional de religión, como
los que afirman un ateísmo dogmático) está disminuyendo, mientras que hay un
aumento en el número de buscadores. Además, por supuesto, hay un aumento en el
número de "apáticos", personas a las que no les importaban menos las
cuestiones religiosas o la respuesta tradicional a ellos. Estoy convencido de
que la "Galilea de hoy", donde debemos buscar a Dios, que ha
sobrevivido a la muerte, es el mundo de los buscadores. La Iglesia debe ser en
nuestro mundo respuesta a los interrogantes de nuestro tiempo, en especial, a
la búsqueda de sentido.
16.
UNA TIERRA NUEVA Y UNOS CIELOS NUEVOS
Voy a hacer nuevas todas las cosas. Entonces vi un
cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido. Y oí una voz que clamaba sobre el trono: Esta es la morad de Dios
entre los hombres… ellos serán mi pueblo y Yo seré Dios con ellos. Enjugará
toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas
porque todo lo anterior ha pasado. (Ap 21, 1-4)
La Biblia empieza con una visión del mundo, de la primera
creación en donde Dios creador presidía como soberano de todas las cosas. Todo
lo creó con amor y por amor y vio Dios que todo era bueno (Gen 1, 31). El
hombre desobedeciendo a Dios dejó entrar el mal y que este desencadenara toda
su fuerza. Después la creación fue sometida al poder del mal y puesta al
servicio de las malas ambiciones de aquel que la sometió. Pero Dios no nos dejó
sometidos al poder del mal y de la muerte. Envió a su propio Hijo para
redimirnos del poder del pecado y de la muerte y abrirnos las puertas de una
nueva vida. Cristo como cabeza fue el principio de esta nueva creación. El vino
a liberarnos del poder del pecado y de la muerte, a quitar el velo de luto que
cubría a todos los pueblos y la mortaja que envolvía a todas las naciones.
El hombre no podía salvarse por sus propias fuerzas. Cristo
vino a redimirnos a restaurarnos a salvarnos. Cristo ofreció su vida por
nuestro recate y lo pagó con su sangre. Su redención expresa el amor
superabundante de Dios que se inclina personalmente hacia el hombre rebelde y
descarriado, envejecido y enfermo por su propia culpa y le restituye la salud
dándole una nueva vida. restableció la amistad con Dios y nos llamó a una
reconciliación universal.
Vino como Príncipe de la Paz a instaurar un orden nuevo: el
lobo habitará con el cordero, el puma se acostará con el cabrito, el ternero
comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso
pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas. El niño de pecho pisará el
hoyo de la víbora y sobre la cueva de la culebra el pequeñuelo colocará su
mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo de las espadas forjarán
arados y con las lanzas podaderas no se adiestrarán más para la guerra. (Is 11)
El Espíritu del Resucitado que no se deja encerrar ni
instrumentalizar viene a hacer nuevas todas las cosas. (Ap 21,5). Este tiempo
Pascual es el tiempo de unir toda la familia humana en la búsqueda de un
desarrollo sostenible e integral. Cada acción individual no es una acción
aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque tos
estamos conectados en nuestra Casa común.
Una emergencia como a del COVID-19 es derrotada en primer
lugar con los anticuerpos de a solidaridad.[81]
Muchas son las personas que se preguntan sobre cómo será el futuro después de
la plaga que nos azota. Hacen análisis más o menos fundamentados sobre lo que
creen que sucederá cuando todo esto pase o sobre cómo será el mundo dentro de
unos meses cuando podamos doblegar al virus maligno que está matando a tantos
de nuestros mayores y no tanto en todo el mundo. La lógica que siguen estos
análisis es muy sencilla.
El devenir histórico es algo totalmente ajeno a
nosotros, la vida lleva su propia dinámica independientemente de lo que hagamos
y nuestras actuaciones no influyen en lo que sucede a nuestro alrededor. Preveer
por donde van a ir las cosas nos permite adaptar nuestro comportamiento a las
circunstancias, estar más seguros de tener un comportamiento adecuado. Intentar
saber qué va a suceder aplicando nuestras teorías racionales a lo que vemos en
estos momentos nos da seguridad, nos aporta una falsa sensación de control que
nos va a permitir reducir nuestras dudas y nuestra inseguridad. A partir de la
expectativa que nos creamos, podemos deducir cuáles tienen que ser nuestras
opciones presentes para prepararnos para lo que viene.
Sin embargo, estamos llamados a una nueva orientación y
visión del mundo, a salir fortalecidos y transformados para vida nueva y
construir un mundo nuevo. De la pandemia podemos aprender a poner sólidos
fundamentos para una nueva humanidad. ¿Dónde habíamos puesto nuestra confianza?
¿Quién podría haber previsto lo que estamos viviendo hace tan solo cinco meses?
Nuestra única seguridad es que el mundo y nuestra vida serán distintas cuando
salgamos de nuestro encierro. Pero esto ya lo sabíamos antes, aunque no hubiese
existido esta plaga el mundo y nuestra vida no habría dejado de cambiar.
Nuestra única certidumbre es que todo cambia y que vivimos en la incertidumbre.
Estamos seguros de que de esta pandemia podemos sacar muchas enseñanzas[82]
Este tiempo de encierro nos puede traer muchas enseñanzas si
sabemos escuchar, si estamos atentos a lo que nos transmite. El Espíritu, que
no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras
fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas
todas las cosas” (Ap 21,5). En este
tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de “unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.[83]
Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o
para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra
Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los
hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su
corresponsabilidad para frenar la pandemia. “Una emergencia como la del
COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad”.[84]
Lección que romperá todo el fatalismo en el que nos habíamos inmerso y
permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y,
así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a la humanidad. Se
trata en este tiempo de sentirnos artífices y protagonistas de una historia
común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo. No
podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al
sufrimiento de tantos.
Es el Señor quien nos volverá a preguntar “¿dónde está tu
hermano?” (Gn 4,9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el
alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que
fuimos engendrados y que, por tanto tiempo, hemos anestesiado o
silenciado. Si actuamos como un solo
pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un
impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que
padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para
otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de
dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que
sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida
más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?
¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la
devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia?
No hemos de dejar que la globalización de la indiferencia siga
amenazando y tentando nuestro caminar... Ojalá que el tiempo de después nos
encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la
solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del
amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo,
la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del
amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo
comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de
hermanos”.[85]
Tal vez
deberíamos aceptar la abstinencia actual de los servicios religiosos y el
funcionamiento de la iglesia como una oportunidad para detenernos y participar
en una reflexión profunda ante Dios y con Dios. Estoy convencido de que ha
llegado el momento de reflexionar sobre cómo continuar el camino de la reforma,
que el Papa Francisco dice que es necesario: no los intentos de regresar a un
mundo que ya no existe, o la confianza sólo en las reformas estructurales
externas, sino un cambio hacia el corazón del Evangelio, "un viaje a las
profundidades".
¿Realmente
pensamos que podríamos resolver la falta de sacerdotes en gran parte de Europa
y en otros lugares importando a otros de Polonia, Asia y Africa? Por supuesto,
debemos tomar en serio las propuestas del Sínodo sobre la Amazonía, pero al
mismo tiempo necesitamos proporcionar un mayor margen para el ministerio de los
laicos en la iglesia. No olvidemos que en muchos territorios la iglesia
sobrevivió sin clero durante siglos enteros.
Tal vez este
"estado de emergencia" sea un indicador de la nueva cara de la
iglesia, para la cual hay un precedente histórico. Estoy convencido de que
nuestras comunidades cristianas, parroquias, congregaciones, movimientos
eclesiásticos y comunidades monásticas deben procurar acercarse al ideal que
dio origen a las universidades europeas: una comunidad de alumnos y profesores,
una escuela de sabiduría, en la que se busca la verdad a través de la libre
disputa y también de una profunda contemplación. Tales islas de espiritualidad
y diálogo podrían ser la fuente de una fuerza sanadora para un mundo enfermo.
El día antes de su elección papal, el cardenal Jorge Bergoglio citó un pasaje
del Libro de Apocalipsis en el que Jesús se para ante la puerta y llama.
Agregó: "Hoy Cristo está llamando desde el interior de la iglesia y quiere
salir".[86]
17.
UN NUEVO DESPERTAR, LA CIVILIZACION DE LA
ESPERANZA
Es hora de despertar, no nos quedemos dormidos en la
noche. No somos hijos de la noche y las tinieblas sino de la luz (1 Tes 5,
5-6)
Durante años
he meditado en un conocido texto de Friedrich Nietzsche, "El Loco",
cuyo carácter titular, “el tonto que solo puede decir la verdad”, proclama
"la muerte de Dios". Ese capítulo termina con el loco que viene a la
iglesia a cantar "Réquiem aeternam deo" y pregunta:
"Después de todo, ¿qué son estas iglesias ahora si no son las tumbas y los
sepulcros de Dios?" Durante mucho tiempo varias formas de la iglesia se
han parecido más a sepulcros fríos y opulentos de un dios muerto.
¿Qué es lo que puede decirnos la imagen que hemos vivido de nuestras iglesias vacías?. En esta Pascua
hemos leido los pasajes evangélicos sobre la tumba vacía. Si, el vacío de las
iglesias recuerda a la tumba vacía, no ignoremos la voz de arriba: "No
está aquí. Se ha levantado. Se ha adelantado a Galilea.
La principal
línea divisoria ya no está entre los que se consideran creyentes y los que se
consideran no creyentes. Hay buscadores entre los creyentes (aquellos para
quienes la fe no es un legado, sino un camino) y entre los no creyentes, que
rechazan las nociones religiosas que les han presentado los que los rodean,
pero sin embargo tienen un anhelo de algo para satisfacer su sed de sentido. Sobre las ruinas de las tradiciones, judíos y
cristianos aprendieron de nuevo a leer la ley y a los profetas e interpretarlos
de nuevo. ¿No estamos en una situación similar en nuestros días?[87]
Jesús, resucita nuestra confianza. El Coronavirus nos ha
desconcertado a todos. Nunca nos habíamos sentido tan inseguros ni tan paralizados
por el miedo. De pronto, los seres humanos estamos experimentando que somos
frágiles y vulnerables. Jesús, despierta en nosotros la confianza en ese
misterio de Bondad insondable que es Dios, ese Padre que nos ama con entrañas
de Madre. Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae
en el vacío. Jesús, resucita nuestra esperanza. Caminábamos con orgullo hacia
un bienestar cada vez mayor y, de pronto, nos hemos quedado sin horizonte. En
estos momentos, nadie en toda la humanidad sabe cómo será nuestro futuro, ni
quién nos podrá conducir hacia nuestro porvenir, Jesús, no hemos de dejar que la pandemia nos
robe la esperanza. No estamos solos, perdidos en la historia,
enredados en nuestros conflictos y contradicciones, tenemos un Padre que,
por encima de todo, busca nuestro bien.
Jesús, resucita nuestra solidaridad. El Coronavirus nos ha
descubierto que nos necesitamos unos a otros. No podemos caminar divididos
hacia el futuro, sin aliviar a los que sufren, sin acercarnos a los que nos
necesita. Hemos de despertar en nosotros la fraternidad. Hemos de recordar el
proyecto humanizador del Padre que solo quiere construir con nosotros en la
tierra una familia donde reinen cada vez más la justicia, la igualdad y la
solidaridad. Hemos de resucitar a la lucidez y la responsabilidad. Superada la
pandemia, nos tendremos que enfrentar a las graves consecuencias que dejará
entre nosotros. Somos invitados a guiados por su Espíritu juntos nos
encaminemos hacia un mundo más humano: promoviendo la cooperación internacional
y la gobernanza global, cada vez más necesaria; asegurando el pan de los que
saldrán de la pandemia para caer en el hambre; protegiendo a los pueblos más
débiles que quedarán sin infraestructuras. La invitación de Jesús es que seamos
misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con todos nosotros.
La pandemia ha venido a resucitar y sacudir nuestras
conciencias. El Coronavirus se ha convertido de modo inesperado en una grave
llamada de alarma. El proyecto creador de Dios, nuestro Padre, que busca que la
tierra sea la “Casa común” de la familia humana, está siendo arruinado
precisamente por nosotros, la especie más inteligente. Hemos de tomar
conciencia de que el planeta nos ofrece todo lo que la humanidad necesita, pero
no todo lo que busca la obsesión de bienestar insaciable de los poderosos. Hemos
de despertar cuanto antes para entender que la degradación del equilibrio
ecológico nos está conduciendo hacia un futuro cada vez más incierto.
Jesús, resucita nuestra fe en el Padre. Para que nunca
perdamos la esperanza de creer en nuestra propia resurrección, más allá de la
muerte. Solo entonces descubriremos que nuestros esfuerzos por un mundo más
humano y dichoso no se han perdido en el vacío. Solo entonces experimentaremos
que lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado
con nuestros errores y torpezas, lo que hemos construido con gozo o con
lágrimas, todo quedará transformado. Entonces escucharemos desde el misterio de
la Bondad insondable de Dios estas palabras admirables: “Yo soy el origen y el
fin de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la
vida” (Ap 21, 6). ¡Gratis!, sin merecerlo, así saciará Dios la sed de vida
eterna que todos los humanos sentimos dentro de nosotros.[88]
La crisis del Coronavirus se convierte así en lección, dura
pero saludable, que nos lo está recordando. Y ayuda comprobar que representa
una auténtica “epifanía”, pues está haciendo surgir por todas partes
iniciativas generosas, demostrando que la única actitud verdaderamente humana
consiste en unir las fuerzas y las esperanzas frente el sufrimiento y la
angustia de todos. Afrontar el mal es el lote inesquivable de seres finitos con
libertad finita.[89]
18.
LA MISION DE SANAR LAS HERIDAS DE NUESTRO
MUNDO ENFERMO Y HERIDO
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido y enviado a traer la Buena Noticia a los pobres, a anunciar a los
cautivos la libertad, a los ciegos que recobren la vista, a consolar a los
oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. (Lc 4, 18-19)
Jesús viene a cumplir el plan de salvación al que Dios nos
había llamado desde el principio. El viene a cumplir la misión que el Padre le
ha confiado. Por amor a mi pueblo no callaré, no cesaré hasta implantar el
derecho y la justicia en esta tierra. La figura del Siervo Sufriente presentado
por Isaías prefigura el Mesías que había de venir. Los Cánticos del Siervo
dejan ver un mesianismo totalmente diferente al que se esperaba. El mesías no
actuaría con poder sino despojado de todo poder. Cristo aceptó la condición
humilde del Servidor que se sometió hasta la muerte y muerte de cruz para
salvarnos. Lo tuvimos como castigado por Dios y sin embargo eran nuestros
sufrimientos los que cargó. Soportó el castigo que trajo nuestra paz y
liberación. Por esto justificará a muchos y triunfará y se le dará en herencia
a muchedumbres.
Jesús después de Resucitado confía su misma misión a sus
discípulos. Como el Padre me envió así yo os envío. Como una madre consuela a
sus hijos abandonados así yo os consolaré y seréis llevados en brazos. Los que
vagaban dispersos serán congregados bajo la guía de un solo pastor. Los heridos
serán confortados y acariciados sobre mis rodillas. Romperé los cerrojos de los
prisioneros y les ofreceré mi salvación, cambiaré el luto en diadema de gloria.
Esta precisamente es la misión que confió a su Iglesia en
este tiempo de pandemia. Esta la nueva normalidad que nos invita a vivir el
Señor en este tiempo de penuria y desolación. Estos son los nuevos cielos y la
nueva tierra que heredarán los desolados y abandonados de la tierra. Frente a
toda la restricción a que nos sometió la pandemia, la imposibilidad de
abrazarnos, el aislamiento y tener que guardar distancias, la imposibilidad de
acudir a las escuelas, la pérdida del trabajo y de los seres queridos, la
infección, enfermedad y muerte de tantos quiere que en este tiempo seamos
testigos de que el amor es más fuerte que toda muerte. Este tiempo nos abre a
un nuevo tiempo, a una nueva normalidad.
Volver a empatizar con cada hombre y con toda la creación
reconocida coma la obra de Dios. Empatía y solidaridad con los cercanos y los
lejanos. Consolar a los que sufren, dar pan y techo a los que han quedado
despojados, romper los yugos opresores del odio que nos dividía, liberar a los
oprimidos por el miedo, comprender y ayudar a los más vulnerables, entablar
lazos de fraternidad con todos los pueblos.
El mundo que vivíamos era un mundo individualista,
insolidario, de espaldas a los hombres y de espaldas a Dios. Vivíamos en la
burbuja inmediatista e inmanentista de espaldas a los que sufren y a la misma
muerte. La pandemia nos ha puesto cara a cara con la muerte, por más «de gripe»
que la queramos maquillar.[90]
Esta pandemia nos pone cara a cara con la vida a que estábamos acostumbrados en
nuestra antigua normalidad. Esta pandemia nos ha sacudido y nos ha despertado.
Nos ha puesto al descubierto de un modo inesperado cómo vivíamos, cómo habíamos
organizado nuestra convivencia, cuáles han sido las motivaciones reales para
decisiones tomadas en el pasado que hacen más difícil afrontar con éxito una
crisis como la que desata una pandemia. Una crisis que descubre la crisis de
humanidad, del tipo de sociedad en el que vivimos y hemos llegado a considerar
normal. Se le teme a la muerte de esa
“normalidad”, a la que parece que muchos quisieran volver lo antes posible sin
considerar lo que la crisis de la pandemia ha descubierto como componentes de
la injusticia estructural de la sociedad y el mundo en el que vivimos.
Tampoco la crisis de la democracia, la fragilidad del compromiso
ciudadano o los brotes de anti política, de nacionalismos miopes y la
multiplicación de los liderazgos personalistas que propician el autoritarismo
son producto de la pandemia COVID-19. Ella ha servido para que veamos más
claros estos preocupantes signos presentes en los regímenes políticos en
diversas partes del mundo. Las medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos
tienen sentido para combatir una amenaza hasta ahora desconocida. Ejercer la
autoridad para ayudar a preservar la vida no contradice un sistema de
libertades si es ejercida por gobiernos democráticamente legítimos. Ciudadanos
conscientes de la necesidad de contribuir al bien Común que significa atender
la salud y la vida de la población pueden entender y acatar este tipo de medidas
sin sentir amenazada su libertad. Un gobierno democráticamente legítimo puede
tener una relación con sus ciudadanos que le permita ejercer esta autoridad en
virtud de la responsabilidad con la que ha sido investido por los propios
ciudadanos en un ambiente de comunicación libre y fluida que permita un
acatamiento consciente de medidas razonables, aunque supongan sacrificios.
Desde una conciencia ciudadana global, es decir,
sintiéndonos ciudadanos del mundo porque conscientemente nos comprometemos a
contribuir al bien Común de la humanidad, la pandemia puede ser una ocasión
para ir más allá de acatar las medidas razonables, para evitar una expansión
que la haga inmanejable y proponer cambios significativos en el sistema
económico, político y social dominante en el mundo de hoy. Es la ocasión de
renovar la conciencia democrática, de pensar una estrategia de reiniciar la
producción de bienes y servicios que incluya a los “descartados” y acelere las
medidas necesarias para revertir el deterioro del medio ambiente. Es una
ocasión para promover la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, de
abrir las puertas de una educación integral y de calidad a millones de jóvenes
que la desean y renovar los sistemas educativos para ponerlos a la altura de
las exigencias de los jóvenes de hoy y las futuras generaciones. [91]
La Iglesia está hoy llamada a liberar tantos hombres del
miedo, dar sentido y orientación a los que han perdido sentido a sus vidas e
infundir esperanza a los que la han perdido. La teología de la liberación nos enseñó a buscar a Cristo entre las
personas al margen de la sociedad. Pero también es necesario buscarlo entre las
personas marginadas dentro de la iglesia. Si queremos conectar con ellos como
discípulos de Jesús, hay muchas cosas que primero debemos abandonar.
Debemos
abandonar muchas de nuestras antiguas nociones sobre Cristo. El resucitado se
transforma radicalmente por la experiencia de la muerte. Como leemos en los
Evangelios, ni siquiera Tomás su más
cercano apóstol lo reconoció. No tenemos que aceptar en absoluto las noticias
que nos rodean. Podemos persistir en querer tocar sus heridas. Además, ¿dónde
más nos encontraremos con ellos que en las heridas del mundo y las heridas de
la iglesia, en las heridas del cuerpo que tomó sobre sí mismo?
Debemos
abandonar nuestros objetivos proselitistas. No debemos entrar en el mundo de
los buscadores para convertirlos lo más rápido posible y exprimirlos en los
confines institucionales y mentales existentes de nuestras iglesias. Jesús
tampoco trató de exprimir a esas "ovejas perdidas de la casa de
Israel" de nuevo en las estructuras del judaísmo de su época. Sabía que el
vino nuevo se debía verter en pieles de vino nuevas.
Tenemos que
tomar cosas nuevas y viejas de la casa del tesoro de la tradición que se nos ha
confiado, y hacerlas parte de un diálogo con los buscadores, un diálogo en el
que podamos y debamos aprender unos de otros. Debemos aprender a ampliar
radicalmente los límites de nuestra comprensión de la iglesia. Ya no basta con
que abramos magnánimamente una "corte de los gentiles". El Señor ya
ha llamado desde dentro y ha salido, y es nuestro trabajo buscarlo y seguirlo.
Cristo ha pasado por la puerta que habíamos bloqueado por temor a los demás. Ha
pasado por la pared con la que nos rodeamos. Ha abierto un espacio cuya
amplitud y profundidad nos ha mareado.
En el umbral
mismo de la historia, la iglesia primitiva de judíos y paganos experimentó la
destrucción del templo en el que Jesús oró y enseñó a sus discípulos. Los
judíos de aquellos días encontraron una solución valiente y creativa.
Reemplazaron el altar del templo demolido por la mesa de la familia judía, y la
práctica del sacrificio con la práctica de la oración privada y comunitaria.
Reemplazaron las ofrendas quemadas y los sacrificios de sangre por la
reflexión, la alabanza y el estudio de las Escrituras. Alrededor de la misma
época, el cristianismo primitivo, desterrado de la sinagoga, buscó una nueva
identidad propia. Sobre las ruinas de las tradiciones, judíos y cristianos
aprendieron de nuevo a leer la ley y a los profetas e interpretarlos de nuevo.
¿No estamos en una situación similar en nuestros días?[92]
No pierdan el ánimo y vivan estrechamente unidos en el
amor procurando alcanzar una plena comprensión del plan revelado por Dios en
Cristo. Tengan por regla suprema a Cristo, el Señor. (Col 2, 2 y 6)
Desde que el COVID-19 se extendió como pandemia por toda la
tierra hemos visto un mundo afligido, turbado incierto, apenado y afligido por tantas
muertes. Pero no podemos permanecer paralizados con las muertes. Nuestra
orientación es hacia la vida y una vida plena. Nuestro objetivo ha de ser
siempre de salvar la mayor cantidad de vidas que sea posible.
Ahora bien, conviene preguntarnos a la hora de salvar vidas ¿De
qué vida se trata? ¿Utilizando cualquier medio? ¿qué noción de vida que subyace
al llamado a salvar vidas? Hasta ahora más nos hemos centrado en la vida
biológica. Pero la vida es más que la vida física tiene otras dimensiones la familiar,
la social, la espiritual, la eterna.
Cristo revela al hombre el propio
hombre, el valor de su vida. Solamente entrando en el misterio de Cristo se
desvela el misterio de la vida.[94] En la Encarnación está el criterio de unidad
entre lo divino y de lo humano. La existencia humana debe ser concebida en su
unidad sin reducciones. Se hace preciso rescatar el verdadero significado de la
vida. la vida tiene varias connotaciones, biológica, física, intelectual,
social espiritual. Conviene resaltar que más allá de la vida y salud física
hemos de descubrir lo esencial, la vida sobrenatural, divina y eterna que es la
vida de comunión con Dios. Es ahí donde radica la sacralidad de la vida humana
y el inmenso valor de la vida del hombre.[95] La vida del hombre no solo no debemos suprimirla,
sino que debe ser protegida con todo cuidado amoroso. Este cuidado no se rinde
ni desespera ante el que está sufriendo, agonizando o moribundo a las puertas
de la muerte pue sabe que la vida de la que hablamos es sobrenatural e inmortal.
Estamos llamados a vivir una nueva
cultura como pueblo de la vida y para la vida.[96] Estos dos aspectos descubren la identidad y misión
de todo el pueblo de Dios a la luz de la identidad y la misión de Cristo.[97] Cristo mismo nos revela su identidad: Yo soy
el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). El mismo nos revela su finalidad: He
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). La vida se
manifestó y de su plenitud hemos recibido todos gracia tras gracia. (Jn 1, 16).
La plenitud de vida se vive cuando se da se entrega la vida para que otros
vivan.[98] La plenitud de vida se vive entregándose en
Cristo y como Cristo. La tarea y misión de la vida es la transmisión de la
misma vida de Dios.
En las llamadas “cuarentenas”, aparecen con nitidez que fácilmente
se olvidan las condiciones en que queremos vivir esas vidas, que es lo que
buscamos salvar. No se trata simplemente
de salvaguardar la salud, parte importante de la población no tiene los
recursos para sobrevivir y tendrá que salir de sus casas para poder comer; gran
parte de la población no tiene condiciones de vivienda para tratar
adecuadamente a los enfermos; gran parte de la población está sobre endeudada
y, por tanto, no tiene ahorros ni acceso al crédito para enfrentar esta crisis.
La crisis sanitaria ha ocasionado también una crisis social
y política. La composición de la Mesa Social COVID-19, que de social tiene casi
nada, es la expresión institucional más evidente de la falta de consideración
de la vida en su dimensión social y política. Nos ayudaría poner en práctica
las ideas de aquello que en salud pública se conoce como “Salud en todas las
políticas”. Pocos pondrían en duda que salvar la mayor cantidad de vidas que
sea posible es un objetivo loable.
La pregunta frente al salvar vidas es: ¿qué vida, a qué
coste, a través de que medios? Los mecanismos de control del Estado han
permitido que los países asiáticos controlen la epidemia, con fuertes
limitaciones e intromisiones en la vida privada y restricciones a la libertad
individual, medidas opuestas a los valores de las democracias liberales.[99]
Ante el descalabro sanitario, social y económico que estamos
viviendo, agravado porque se trata de una enfermedad para la cual no tenemos
inmunidad ni existe por ahora vacuna ni tratamiento, las restricciones a la
libertad individual parecen tener un costo menor, siempre que sean transitorias
y permitan superar la crisis. Queda abierta la pregunta, por cierto, sobre el
destino del aprendizaje e instrumental de inteligencia creado por los estados
para aplicar estas medidas, y la aceptación de la población a someterse
“voluntariamente” a un Estado que restringe su libertad, una vez que esta
crisis sea superada.
El miedo a la enfermedad, que no es otra cosa que el miedo a
la muerte, se potencia día a día generando una suerte de pánico colectivo que
profundiza las diferencias: los “sanos” y los “enfermos”, los “responsables” y
los “irresponsables”, los “conscientes” y los “inconscientes”, en definitiva,
“nosotros” y “ellos”. Ese pánico colectivo, estimulado por los medios de
comunicación, las autoridades e incluso los expertos que, aun teniendo buenas
intenciones, aplican poco los consejos para una comunicación adecuada de los
riesgos, puede fomentar la aparición de actitudes xenófobas, racistas,
intolerantes, clasistas, violentas, en definitiva, de control/sanción social
hacia personas y comunidades que no pueden enfrentar las consecuencias de la
pandemia y que lo único que buscan es subsistir.
A la vez, contribuye a desarticular toda forma de
resistencia colectiva frente a la profundización de las desigualdades sociales
y sanitarias que estamos viviendo. Paradójico si pensamos que, solo hace unos
pocos meses, en muchos países del mundo tenían lugar masivas protestas,
revueltas sociales que fueron suspendidas abruptamente por una “pandemia”.
La pandemia nos pide despertar del sueño en que vivíamos y
tomar conciencia del valor humano y sagrado de la vida. La vida solo merece la
pena ser vivida cuando nos reconocemos como personas y hermanos y cuando nos
amamos como verdaderos hijos de Dios, hijos del mismo Padre.
La vida se nos es dada como don, como
realidad sagrada para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la
llevemos a la plenitud en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los
hermanos.[100] La comunicación de la vida amor de Dios, de
la vida divina sólo puede llevarse a efecto a través del Espíritu Santo.
Comunicar la vida no es algo a realizar por nosotros como para vanagloriarse,
nace de la conciencia de ser elegidos de Dios movidos por el mismo Espíritu de
Dios. Hemos de hacernos cargo del otro como persona confiada por Diosa nuestra
responsabilidad Esto significa hacernos prójimos y solidarios de cada hombre
teniendo una preferencia especial por quien es más pobre, está solo y
necesitado.[101] Se trata de hacerse cargo de toda la vida y
de la vida de todos.
Juan Pablo II habla de una nueva cultura,
una nueva civilización cuya ley es el amor nuevo de Jesús, El Espíritu del
Señor Resucitado[102]. En nuestro camino nos guía y sostiene la
ley encarnada de su amor en nuestros corazones. Hemos sido redimidos por el
autor de la vida a precio de su preciosísima sangre e injertados en él,
salvados y transformados en él por medio del Espíritu Santo. Es el cumplimiento
de las profecías: Les daré un Espíritu Nuevo, escribiré mi ley en sus corazones
y ellos serán mi pueblo y a mí me tendrán por su Dios. (Ez 36, 26-28) El
servicio de la caridad a la vida debe ser profundamente unitario sin
unilateralismos ni discriminaciones porque la vida humana es sagrada e
inviolable en todas sus fases y situaciones. Acompañando la vida desde su
nacimiento hasta su final.
20.
EL ALELUYA PASCUAL
Cuando venga el fin Cristo entregará a Dios Padre el
Reino después de haber destruido toda grandeza, dominio y poderío enemigos…
para que Dios sea todo en todos. (1 Co 15, 24-28)
Jesucristo es el Hombre Nuevo, pero el hombre y la mujer
también lo son cuando viven la Vida de Jesús Resucitado. La vida de Dios en
nosotros es la vida de Cristo, Nuevo Adán. La vida en Cristo se destaca
poderosa sobre el fondo oscuro de la existencia del hombre y de la mujer caídos
y expulsados del paraíso. La aparición de los dos Adán, el hombre caduco y el
hombre nuevo, es la de dos formas de existencia: la que el género humano deriva
de Adán, que es la vida humana dejada a su propia debilidad, y de otro lado, la
existencia vivificada por la fuerza divina. Se trata de la carne y el espíritu.
El Apocalipsis de San Juan nos muestra el Paraíso anunciado
por los Profetas como realizado ya en la Iglesia. La Jerusalén celeste es
descrita como un Paraíso, es decir, como la vida humana en amistad y armonía
con Dios, y la naturaleza en estado de gracia. «Me mostró, dice el Apóstol
vidente, un río del agua de la vida, que brotaba del trono de Dios y del
Cordero, y a ambos lados del río, los árboles de la Vida, que dan fruto doce
veces» (Ap 22, 1-2). El Paraíso anunciado para el fin de los tiempos está ya
presente en Jesucristo y en todos los que viven su vida. «Hoy estarás conmigo
en el Paraíso», dice Jesús al buen ladrón (Lc 23, 43). La vida cristiana en
Dios es el hodie del Paraíso.[103]
El Evangelio y el Reino de Dios comienza en la tierra. La
vida nueva en Cristo supone la entrada de nuevo en la bienaventuranza del
paraíso, aunque no se trate de un mundo paradisíaco. Los valores del Reino se
anuncian ya en este mundo y comienzan a hacerse realidad en él. Son sobre todo
la paz, la justicia, la verdad, la misericordia, la compasión, que tanto
escasean sobre la tierra. Existen, sin embargo, en alguna medida, que anuncia
su realización plena en el más allá.
Dios creó al hombre y a la mujer en un paraíso, el Edén,
porque quería que fueran felices. Desafortunadamente, el pecado arruinó sus
planes iniciales. Pero Dios no se resignó a este fracaso. Él envió a su Hijo al
mundo para devolvernos una perspectiva aún más hermosa del cielo. Dios se hizo
hombre para que los hombres y las mujeres puedan convertirse en Dios. Este es
el viraje decisivo realizado en la historia humana por la Encarnación. ¿De qué
lucha estamos hablando? Pablo escribió:
Jesús siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo... se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Se trata de seguir el
camino que Cristo nos abrió en su Encarnación.
Cristo no venció esta batalla por sí mismo sino por
nosotros. A partir de su muerte, surgió la vida. La tumba en el Calvario se ha
convertido en la cuna de la nueva humanidad en camino hacia la verdadera
felicidad. El Sermón de la montaña traza el mapa de este viaje. Las ocho
Bienaventuranzas son las señales de tránsito que nos indican el camino. Es un
camino cuesta arriba, pero Jesús lo ha caminado antes que nosotros. Un día
dijo: el que me siga no caminará en la oscuridad. Y en otra ocasión agregó: Os
he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
La resurrección de Jesucristo es la clave para comprender la
historia del mundo, la historia de toda la creación, y es la clave para
comprender de manera especial la historia del hombre. El hombre, al igual que
toda la creación, está sometido a la ley de la muerte. Pero gracias a lo que
realizó Jesucristo, esa ley quedó sometida a otra ley: la ley de la vida, la
vida en el Espíritu. Gracias a la resurrección de Cristo, el hombre ya no
existe solamente para la muerte, sino que existe para la vida que se ha de
revelar en nosotros.
Estamos cruzando el umbral de una época que se inspira de un
modo más orgánico.[104]
Todo tiende a una visión más libre, que respira y hace respirar. Hemos
conseguido llevar los resultados científicos al máximo grado de desarrollo, porque
hemos sido capaces de aislarlos, pero no hemos permitido aún que, en estas
formas culturales tan especializadas, entre el soplo del Espíritu, se instaure
como meta una vida personal, de comunión, que incluya al otro. Hemos de acabar
con el triunfo del individualismo y la esterilidad. Hemos de abrirnos a la
verdadera sabiduría que nace del Espíritu. La sabiduría que pertenece al
pensamiento relacional que crece de la novedad de la vida recibida, no
conquistada.[105]
Jesucristo es el alfa y el omega, el principio y el fin. En
el primer libro de la Biblia se nos narra el origen. Nuestro origen divino está
en Dios. En el último libro de la Biblia se nos narra el fin. Al fin se dará la
recapitulación de todos en Cristo. San Juan utiliza una visión profética; dice que
el demonio estará sujeto y preso durante mil años, durante los cuales los
muertos volverán a la vida y reinarán con Cristo; al final de los mil años, el
demonio será puesto en libertad y finalmente vencido para siempre, y entonces
vendrá la segunda venida. El texto del primer capítulo de la Biblia ha salido
de un pueblo que estaba intentando recomenzar; que, habiéndose equivocado
mucho, finalmente intentaba decir a sus hijos cómo volver a empezar. Es un
texto que explica la condición de nuestra humanidad caminando a medias entre lo
doloroso y lo constructivo, lo luminoso y lo tenebroso. Solo uno se da cuenta
del valor de lo que ha perdido después de perderlo, y comienza paradójicamente
a recuperarlo, a poseer de nuevo lo perdido.
Este mundo acabará y tendrá fin pero los muertos se levantaran
y reinaremos en el Reino definitivo. Jesucristo ocupará el trono de la Justicia
divina, que reemplazará su trono de misericordia infinita, la cruz. El
propósito del Juicio Final es el de dar gloria a Dios, mostrando a toda la
Humanidad la justicia de Dios, y su sabiduría, y su misericordia. La vida
entera, que tan a menudo nos habrá parecido como una madeja enredada de
acontecimientos sin conexión alguna, algunas veces dura y cruel, y aun injusta
y estúpida, ahora nos será revelada completamente. Veremos cómo la pieza del
rompecabezas de la vida que nosotros hemos conocido, coincide con el
magníficamente grande conjunto del plan de Dios para el hombre. Veremos cómo la
sabiduría y el poder de Dios, su amor y misericordia y justicia, han estado
actuando constantemente y que su Reino prevalecerá y no tendrá fin.
Toda nuestra vida trascurre entre el ya si y el todavía no.
Cristo es el alfa y el omega el destino hacia donde nos dirigimos. Cristo nos
ha abierto el camino hacia el Padre. Cristo resucitó como el primero de los que
duermen a la Cabeza en espera de que todos los que esperan en él reciban la
vida. En el tiempo final Cristo entregará a Dios Padre el Reino poniendo a
todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo destruido será la muerte.
Cuando todo le esté sometido, el Hijo mismo se someterá a Aquel que le sometió
todas las cosas y Dios pasará a ser todo en todos.
El triunfo de la humanidad va mucho más allá de la paz
universal y de la justicia por fin lograda entre los hombres. Dios será todo en
todos y el hombre entrará con Cristo en la participación de su gloria
recibiendo todo lo que Dios le puede dar y que es mucho más de lo que nunca se
pudo imaginar o esperar. Nuestra resurrección no será un volver a la vida que
teníamos antes. El propio mundo será nuevo y transfigurado. La nueva vida
tendrá trazos de la primera, pero será totalmente transformada. Lo que se ha
sembrado en el Espíritu se cosechará de forma abundante.
La resurrección de Jesús, viene a confirmar que el fin de
los caminos de Dios no es un “espíritu” sin la materia, sino el ser
humano-cuerpo transfigurado, que realizó todas las potencialidades escondidas
en él y fue elevado al más alto grado de su evolución humana y divina. Es el
supremo cuidado que Dios mostró hacia el ser humano-cuerpo, resucitándolo como
el hombre nuevo, el novísimo Adán, como lo llama san Pablo (1Cor 14,45), y
asumiéndolo dentro de su propia realidad infinita y eterna.[106]
Ahora comenzamos el canto del Aleluya que acabará con la
alegría sempiterna de la vida futura. Ahora cantamos algo que tenemos pero que
no poseemos en plenitud. Por eso es cosa buena perseverar en ese deseo hasta
que llegue lo prometido.[107]
Hemos celebrado la Pascua del Señor y cantado el Aleluya. El
tiempo presente lo vivimos en medio de pruebas y tribulaciones, pero caminamos
con la esperanza de que un día el Señor cumplirá su promesa. Leemos en la carta
a los Gálatas: No os canséis de obrar el bien que
a su tiempo nos vendrá la cosecha (Ga 6,9). Nos toca sembrad, aunque de momento
como el labrador no veáis lo que habéis de recoger. ¿Acaso el labrador cuando siembra
contempla ya la cosecha? Se nos invita pues a sembrar pues cosecharemos lo que
sembremos En aquel que es nuestra Cabeza hayamos prefigurado aquello que
se nos dará. Nos toca por nuestra parte no cesar en la fe y en la esperanza de
que un día llegará lo prometido.
Qué diremos de lo vivido y de lo que todavía está por vivir.
De la pandemia podemos salir fortalecidos. Este tiempo de prueba ha sido un
tiempo de aprendizaje, un tiempo de maduración humana y espiritual. Hemos
aprendido a descubrir el verdadero valor de la vida. La vida no consiste en
tener, en almacenar seguridades, prestigios, privilegios, significa poner la
vida en lo eterno e imperecedero que nadie nos podrá robar.
Somos invitados a vivir en el amor. El que no ama está
muerto porque ha perdido la cualidad más viva y vivificante, la disponibilidad
de entregar incluso la propia vida. Sólo merece el nombre de vida la que no se
encierra en el círculo mezquino de nuestros intereses particulares. Del amor el
ser humano extrae la riqueza moral y la alegría espiritual que necesita para
sentirse vivo en el día a día. De la propia entrega en libertad, del don
generoso de sí surge un mundo nuevo más humano y más fraterno.
Somos pues invitados a vivir perseverando en la fe con
paciencia. Llevamos dos meses de confinamiento y
continuaremos un mes más. Hay mucho desgaste psicológico y mental y mucha
incertidumbre en como recuperar el trabajo y la normalidad. Todo esto para
muchos representa algo insoportable. Todo este tiempo de confinamiento y
desescalada pide de nosotros mucha paciencia. Nos pide quizás más de lo que
estábamos acostumbrados. Aparece el cansancio, el nerviosismo, crece la
incertidumbre y es fácil, la tensión, la incomprensión, la intolerancia. La
pandemia altera no sólo los ritmos de vida sino los estados de ánimos. No hemos
de dejarnos llevar por la frustración o la amargura. La pandemia no puede
paralizarnos ni movilizar el odio sino el trabar juntos, en remar juntos para
salir adelante. No hemos de dejar que nadie nos robe la fe y la esperanza.
Somos invitados a vivir en la fragilidad y la pobreza. Hemos
constatado nuestros límites, somos realmente pobres, pero hemos constatado que
el Señor no nos deja de la mano. Muchos pasarán momentos de estrechez y pobreza,
pero es el momento de unirnos para que a nadie le falte lo necesario. Dentro de
ese clima de penurias y estrecheces se nos invita a fortalecer los lazos de
solidaridad. Hemos ganado en
familiaridad y se nos invita a recuperar la espiritualidad de lo cotidiano
pequeño y sencillo manteniendo esos detalles gozosos y sencillos que nos han
permitido trascender por encima de las dificultades.
Al estar tanto tiempo confinados hemos aprendido a valorar
la iglesia doméstica y a vivir más lo comunitario que lo cultual. Es el llamado
a hacer de nuestra Iglesia una Iglesia más viva y solidaria, hemos de dejar a
un lado los paternalismos y proteccionismos para vivir una iglesia más
encarnada con la realidad y comprometida con los pobres. una iglesia más
humilde y servidora que camine al lado de los que más sufren poniéndose a los
pies de los más desfavorecidos, explotados y oprimidos. Una Iglesia donde el
valor de la fraternidad destierre toda dominación de las conciencias y todo
clericalismo como status quo. Una Iglesia que saliendo de sus murallas
utiliza todos sus recursos para luchar por la liberación integral de los
pueblos
Son muchos los que han perdido algún ser querido. Somos
invitados a cantar en medio del dolor el sufrimiento y la muerte. Podemos
incluso superar el miedo a la muerte, el miedo que encierra todos
los miedos,
porque ya no vivimos para defender la propia vida, que la sabemos en manos del
Padre y la queremos vivir entregándola a los hermanos.
Se nos invita a no cesar en el canto del Aleluya, en medio
de la dificultad entonar la acción de gracias, el Magnificat, de quien
sabe que Dios que es fiel a sus promesas sigue obrando maravillas en su pueblo
llevándole hasta ver cumplidas las promesas de su Reino que no tendrá fin.
21.
CONCLUSION
“En la mitología griega, la figura de Prometeo está íntimamente ligada a
la humanidad. Desafiando al dios supremo, el celestial Zeus, Prometeo intenta
favorecer a los hombres entregándoles el fuego, robado a los dioses, elemento
esencial no sólo en el sentido material, como punto de partida fundamental para
avances ulteriores en el desarrollo de la civilización, sino también en el
orden espiritual, pues el fuego es el símbolo de la vida, de la energía, de la
inteligencia que mueve a los humanos”. [108]
En la mitología griega, Prometeo es
el Titán amigo de los mortales, honrado principalmente por robar el fuego de
los dioses y darlo a los hombres para su uso y posteriormente ser castigado por
Zeus por este motivo.[109]
La historia de Prometeo ha inspirado a muchos autores a lo largo de la
historia para referirse a la osadía de los hombres de hacer o poseer las cosas
divinas.[110] El mito se caracteriza por centralizar el símbolo
de la humanidad al personaje de Prometeo, esto se puede explicar dado
la amplitud que tiende a tener este titán con relación a los dioses del Olimpo,
Zeus. Prometeo trata de ser un benefactor de la humanidad.
Podemos plantear que hay una relación significativa dentro del perfil de
Prometeo que tiene una analogía muy estrecha con la modernidad, o en
todo caso el hecho de civilización del hombre que parte desde una des divinización que
en cierta medida cree favorecer a la humanidad proveyéndola de ciertos medios
por los cuales no sólo sistematiza de una manera más rápida sus actividades (el
fuego, simboliza el adelanto tecnológico), sino que crea las primeras ideas
acerca de la tecnología, es decir la creación y utilización
instrumental de un determinado objeto para la facilitación de los actos
cotidianos vitales.
Podemos plantearnos basándose en este elemento principal (fuego), que
cualquier ánimo de conocimiento o descubrimiento se da a raíz de una necesidad
por la supervivencia y, en ese sentido, Prometeo, conociendo la necesidad de
los humanos, trata de rebelarse ante Zeus para robar el fuego y por ende su fuerza
en pos de la humanidad.[111]
El mito nos propone una visión muy estrecha entre la humanidad y el
conocimiento que prontamente deslinda una relación con los dioses (Zeus) y en
este entorno la idea de progreso se ve en un naciente estado donde los humanos
satisfacen sus necesidades sin la necesidad de dependencia divina:[112]
Acerca del mito de creación de la humanidad podemos puntualizar
que Prometeo no sólo interviene de una forma activa, sino que utiliza elementos
naturales para formar al hombre y así en todo caso obtener una configuración humana
muy ligada a la naturaleza, ya que no sólo hay una intención de dar vida a lo
inanimado (es decir al barro), sino que la intención primordial es la de crear
un ser individual y racional, que se diferencie de los animales u otra clase de
seres y que tenga en consecuencia el poder para sobrevivir más allá de sus
instintos.[113]
Con respecto a la idea concreta de creación y evolución de los hombres, en
el mito podemos notar que no sólo hay una condición ya de dependencia divina,
sino que también existe un patente sometimiento por parte de los dioses ante
los hombres, pues es sabido que el poder que éstos tienen por el conocimiento y
por ende este “poder”, logra hacer que el hombre no sólo se rebele ante las
divinidades opresoras, sino que se independice de ellas y les “robe poder” que
utilizan para someterlos.
Esta relación casi dialéctica Dios-Humanidad, gira en el mito como una
constante íntimamente ligada al hecho de necesidad y rebelión, que es la que
regulariza todos los actos de “engaño” que Prometeo utiliza ante Zeus, para
robarle poder, con el único objetivo que es el de proporcionar libertad a
la humanidad. Entre estos actos de engaño, podemos diferenciar dos importantes:
el sacrificio a los dioses y el robo del fuego. En el sacrificio a los dioses,
Prometeo demuestra que no sólo basta ser poderoso para obtener el conocimiento,
sino que hay que ser muy precavido en nuestro juicio antes de tomar una
decisión.[114]
En otro “engaño” a los dioses, Prometeo roba el fuego para entregarlo a la
humanidad y así hacer que ésta alcance el grado de civilización, partiendo del
control, utilización y perfeccionamiento del fuego y todos sus posibles
beneficios, que en todo caso restará poder a los dioses y centrará sus ojos en
el vislumbramiento hacia el conocimiento y la inteligencia, es decir cualidades
humanas por excelencia que serán el eje central del desarrollo de las
civilizaciones a lo largo de la historia.[115]
Pero no podemos olvidar algo importante en el mito y es la contraparte del
progreso y el elemento defensivo de los dioses visto desde el concepto del
“castigo” que Zeus envía a Prometeo por su rebeldía y por haber dejado en
ridículo la hegemonía divina. El castigo dentro del mito se denota como una frustración
del poderío divino ante el avance tecnológico de la humanidad y por ende
el cuestionamiento de parte de los hombres ante la existencia de los seres
etéreos. Podemos puntualizar que el mito recrea en sí dos grandes castigos que
tiene que suplir Prometeo: el de ser encadenado y torturado día tras día en el
Cáucaso por un cuervo que le comía las entrañas y un segundo castigo que
tiene relación con otro mito, el de Pandora, y que también simboliza la
desobediencia que trae como consecuencia una serie de maleficios contra los
hombres.[116]
Algunos han querido ver en Prometeo a un ser parecido al personaje de
Cristo dentro de la religión cristiana. Notamos grandes rasgos entre los que
destacan la inteligencia y la prudencia, pero también se desprende la idea de
rebeldía ante lo establecido, la utilización del mismo ser como un objeto de
sacrificio y por último la creación de un nuevo sistema (que visto desde otra
perspectiva es lo que denominamos liberación de los oprimidos.[117]
En suma la amplitud que tiene el mito de Prometeo dentro de una conformidad
literaria y mítica dentro de la tradición antigua griega, no sólo nos hace
referencia a la facultad a la que aspira el hombre asombrado de la naturaleza, conocimiento,
sino que parte de una necesidad inherente del hombre por llevar su vida a un
nivel mayor. Cabe rescatar el hecho importante que conlleva a pensar que es
necesario la idea de oposición para que haya un cierto desarrollo dentro de las
civilizaciones y que a raíz de esta oposición no sólo obtengamos ciertos
beneficios, sino también la certeza de que el ser humano es y será siempre una
dualidad inconforme ante su contexto y con un ansia casi obsesiva por lograr
una identidad concreta. Es decir su esencia primordial proyectada al horizonte
del progreso.
El mito de Prometeo es tan antiguo como el que nos describe el primer
relato del Génesis al inicio de la creación. (Gen 3). El Tentador haciendo
dudar de la soberanía y benevolencia del Creador hace a nuestros primeros
padres la propuesta de una falsa superación: Comer del árbol de la ciencia y seréis
como dioses. Erraron el camino de la felicidad. En lugar de ser hijos por
el camino del amor fieles a la verdad el hombre se arrogó querer ser el Señor
soberano de todo poniéndose en el lugar de Dios. Cristo adopta el camino del
servidor contrario al del señor. No se aferró celoso a su igualdad con Dios
sino que se sometió tomando la condición de siervo haciéndose obediente hasta
la muerte y muerte de cruz. Por esto Dios lo engrandeció Cristo se constituiría
en el Hombre nuevo, glorificado por Dios y puesto por encima de todo para que
todos siguiéramos su ejemplo. (Filp 2, 1-11)
El mito de Prometeo quizás nos vale para interpretar la realidad que
vivimos. Nuestra sociedad se había creído como Prometeo que robó el fuego a
Zeus. Nuestra sociedad post moderna llena de arrogancia, soberbia y
prepotencia, alzándose en un desarrollo tecnológico con adelantos que nunca
hubiéramos imaginado nos ha llevado a creernos dioses, a creernos titanes,
inmortales. El optimismo científico nos ha hecho creer que éramos invencibles,
indestructibles. Ha bastado un diminuto virus, el COVID-19 para hacernos caer
en un profundo abismo.
Cuando celebrábamos la fiesta de Nuestra Señora de Fátima celebrábamos el
aniversario del hundimiento del Titánic, el prodigioso barco que creían
indestructible y al que osaron poner el nombre del Titán, ni Dios lo hunde.
Cuando menos lo pensaron el barco chocando con la punta de un iceberg se sumergió
en la noche, en el más oscuro océano y se hundió en el abismo y cientos de
personas perdieron la vida.
Algunos de los supervivientes cuentan que en el gran salón se intentaba
maquillar la situación poniendo música. Como paradoja las dos últimas canciones
fueron: Cerca de ti quiero morar y Señor inclínate ten misericordia de mí. Ojalá
que eta pandemia nos haga despertar del sueño. Hemos hecho oídos sordos a las
llamadas de Dios y de la naturaleza, al grito de los pobres, víctimas de tantas
guerras e injusticias. No podemos seguir viviendo en esta sociedad del consumo
y del despilfarro a la desenfrenada velocidad de sálvese quien pueda sin
importarnos el que tenemos al lado.
El COVID-19 ha sido como la punta del iceberg que ha abierto una grieta en
el cascarón del Titánic en que nos habíamos embarcado. Nos ha puesto en alerta
y nos ha hecho descubrir que estábamos haciendo agua. Estamos a tiempo de
escuchar esas llamadas de Dios nos hace y de salvar muchas vidas. La pandemia
es una llamada de conversión, es un aviso, una llamada para abrirnos a la
gracia y misericordia de Dios y cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Nos habíamos quedado anestesiados o dormidos con músicas celestiales. Quitemos
los maquillajes y despertemos a la realidad que estamos viviendo. Tantas
muertes y tanto sufrimiento no ha de ser en vano. Estamos en el mismo barco y
hemos de mirar no solo que unos pocos puedan salvarse, sino que remando juntos,
todos juntos con la ayuda de Dios podemos salir a flote. Dios nos promete el
fuego del Espíritu capaz de derretir todo hielo. Sin el espíritu de Prometeo
que intentaba robar el fuego a Zeus, hemos de saber acoger el fuego del
Espíritu que nos ofrece el mismo Dios como don. Respondamos a la llamada de
Dios a vivir un mundo nuevo y guiados por su Espíritu dejemos que nos conduzca
al puerto seguro.
Como nos dice el Papa Francisco hemos de aprovechar esta prueba como una
oportunidad. Celebramos la Pascua, es tiempo de resucitar, de renacer a una
vida nueva, un mundo nuevo, un orden nuevo. Es tiempo de preparar el mañana de
todos, sin descartar a ninguno: de todos. Porque sin una visión de conjunto
nadie tendrá futuro. Hoy, el amor desarmado de Jesús resucita el corazón del
discípulo. Que también nosotros, como el apóstol Tomás, acojamos la
misericordia, salvación del mundo, y seamos misericordiosos con el que es más
débil. Solo así reconstruiremos un mundo nuevo.[118]
En este tiempo pascual de renovación, comprometámonos a amar y a apreciar
el magnífico don de nuestra casa común y a cuidar de todos los miembros de la
familia humana. Como hermanos y hermanas que somos, supliquemos juntos a
nuestro Padre celestial: “Envía Señor tu Espíritu, tu soplo y seremos creados,
y renovaras la faz de la tierra”.
PD. Estas reflexiones se publican en la Víspera de la Vigilia de Pentecostés,
el 30 de Mayo del 2020.
[1] Tucídides, Historia
de la guerra del Peloponeso (Madrid: Gredos, 1990), II, 53, 4. 6. Las epidemias de viruela, sarampión, tifus,
gripe y difteria fueron el factor principal de la disminución de la población
nativa del antiguo Perú, que descendió de nueve millones a 600 mil de 1520 a
1620. Cf. Noble David Cook, La catástrofe demográfica andina. Perú 1520-1620
(Lima: PUCP, 2010), 109-124.
[2] Arturo
Sosa, Echarnos al hombro las estructuras mundiales enfermas para curarlas.
[3] Frank
Snowden, Epidemias y sociedad. Desde la peste negra hasta hoy.
[4] Raúl
Pariamachi, Creyentes en tiempos de pandemia
[5]
Boaventura de Sousa Santos, Coronavirus, todo lo sólido se desvanece en el
aire
[6] Jack
Numberg, virólogo director del Centro de Biotecnología de Montana.
[7] Elena G
de White: El deseado de todas las gentes, El conflicto de siglos;
Malachi Martín: las llaves de esta sangre.
[8]
Entrevista al Cardenal Ratzinger después del atentado del 1 de septiembre.
[9] Frank
Sanders, El Sida ¿castigo de Dios?, Concilium 321
[10]
Benedicto XVI, Deus caritas est
[11] Arturo
Sosa, Echarnos al hombro las estructuras mundiales enfermas para curarlas.
[12] Ignacio
Lewkowicz, historiador y filósofo argentino (1961-2004) dedicó su vida al
estudio de las formas de construcción de la subjetividad. En su libro “Pensar
sin Estado” analiza lo que implica el concepto de catástrofe, en
consonancia con otros dos: trauma y acontecimiento. Aclara que estas palabras
son palabras umbral: “La palabra umbral realiza un pasaje hacia otras
dimensiones de experiencia, el pasaje de la dimensión conocimiento a la
dimensión experiencia”.
[13] Ignacio
LewKowicz dice a cerca de la catástrofe, trauma, acontecimiento: “se trata de
repensar el estatus de la noción, incluso su pertinencia...Los tres términos
pueden caracterizarse mediante su diferencia específica porque tienen en común
una pertenencia genérica: modos diversos de relación de una organización,
estructura o sistema con lo nuevo”.
[14] Carlos
Luna, La debilidad nos hace más humanos y nos acerca a Dios.
[15] Roberto
R. Aramayo, Eugenesia encubierta
[16] Federico
Lombardi, artículos sobre el futuro que nos espera después de la pandemia
(Vatican News)
[17] Papa
Francisco, Mensaje Urbi et orbi durante el Momento extraordinario de oración
en tiempos de pandemia
[18] Pedro
Trigo, En tiempos difíciles crecer como personas y como sociedad.
[20] Lucía, Ramón, Critianisme i justicia
[21] Carta del Papa Francisco al presidente del Pontificio
Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el cardenal Kurt
Koch.
[22] Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de OMPS
[23]
Leonardo Boff, Reflexión y liberación
[24] Papa
Francisco, Carta encíclica Laudato si
[26]Inger
Andersen, informe del programa UN Enviroment
[27] Michel
Serres filósofo francés escribió el libro La Guerre Mondiale en 2008, en
el que se refiere a la guerra que el hombre está librando contra la Tierra
atacándola en todos los frentes.
[28] Los
científicos y filósofos como James Lovelock, Brian Swimme, Zygmunt Bauman,
Slavoj ‘ižek, Eric Hobsbawm y otros advirtieron hace mucho tiempo del daño
ecológico que estamos ocasionando.
[29] Francis
Bacon, filósofo inglés y padre del empirismo, dejará en explícito esa mirada
moderna al momento de decir “que la ciencia torture a la Naturaleza, como lo
hacía el Santo Oficio de la Inquisición con sus reos, para conseguir develar el
último de sus secretos”
[30]
Leonardo Boff, Reflexión y liberación
[31] Andrés
Cogan, La conquista histórica de la Gran Madre Tierra
[32] Papa
Francisco, Superar los desafíos globales
[33] Oración
del Papa Francisco lanzando el “año Laudato si”. Regina Coeli del
24 de Mayo 2020
[34] Slavoj
Žižek, es un filósofo ruso autor de un artículo: “Coronavirus es un golpe
al capitalismo al estilo Kill Bill y podría conducir a la reinvención del
comunismo”
[35] Lucas
Méndez, No volvamos a la normalidad porque en la normalidad está el problema
[36] Emmanuel
Macron, presidente de Francia reconoció que la pandemia ha revelado que la salud
pública no es una carga onerosa sino un bien precioso que debe quedar fuera de
las leyes del mercado.
[37] Daniel
Portillo Trevizo, Los líderes se conocen en tiempos de pandemias.
[38] Papa
Francisco, Carta a los Movimientos Populares
[41] Juan Pablo II, Evangeliun vitae, EV 21
[42]
Abelardo Lobato, Pérdida del sentido moral en la cultura contemporánea
[43]
Concilio Vaticano II, Constitución Gadium et spes GS 10,22
[44] Daniel
Portillo Trevizo, Los líderes se conocen en tiempos de pandemias.
[45]
Cardenal Baltazar Porras, Iglesia samaritana, espiritualidad de emergencia.
[46] Leonardo
Boff, Coronavirus autodefensa de la propia tierra.
[47] Papa
Francisco, Carta Encíclica Laudato si, LS 48
[48]
Leonardo Boff, Reflexión y liberación
[49] Lucas
Méndez, No volvamos a la normalidad porque en la normalidad está el problema
[50]
Ivereigh, Un tiempo de gran icertidumbre
[51] El
documento “Fuertes en la tribulación” del Dicasterio para la
comunicación de la Santa Sede recoge las intervenciones del Papa Francisco en
este tiempo.
[52] Nicolás
Pons, Nuevos desafíos y cambios para la Iglesia
[53] Pedro
Barrado, ¿Profecía verdadera o falsa?
[54] Quevedo
dijo: “Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca; y si al alma su hiel
toca, esconderla es necedad”
[55] Papa
Francisco, Carta al Dr. Roberto Andrés Gallardo. Prepararnos para el después es
importante
[56] Papa
Francisco, El egoísmo, un virus todavía peor
[57] Papa
Francisco, como una nueva llama
[58] Papa
Francisco, El Egoísmo un virus todavía peor
[59] Papa
Francisco, Carta a los Movimientos Populares
[60] El auge del misticismo ayudó a allanar
el camino para la Reforma, no sólo la de Martín Lutero y Juan Calvino, sino
también la reforma católica relacionada con el misticismo español.
[61] Papa
Francisco, Un plan para resucitar
[62] Juan
Pablo II, Evangelium Vitae, EV, n. 36
[63] Eduardo
Pironio, Diálogo con laicos, Buenos Aires, 1986
[64] Papa
Francisco, A un ejército invisible
[65] Papa
Francisco, El egoísmo, un virus todavía peor
[66] Jürgen
Habermas dice que, en la crisis del COVID-19, no es una cuestión trivial la
idea religiosa de que todos formamos una comunidad universal y fraternal, donde
cada uno de sus miembros merece un trato justo.
[67] Jürgen
Habermas: nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia
[68] Yuval
Noah Harari: La mejor defensa contra los patógenos es la información.
[69] En la
Iglesia existen órdenes, congregaciones o asociaciones con alcance mundial, que
permiten la canalización de los aportes hacia las personas más afectadas por el
COVID-19 en el planeta
[70] Jaques
Maritain, El hombre a la búsqueda de Dios
[71]
Leonardo Boff, La Tierra no nos necesita, nosotros la necesitamos
[72]
Leonardo Boff, Reflexión en tiempo de Coronavirus
[73] Jan
Millic Lochman, La Trinidad y la vida humana
[74]
Adelaide Baracca, La muerte de Jesús, solidaria del dolor del mundo.
[75] Así lo
muestra la renovación cristológica a partir del Concilio y los años ’50 del
siglo XX
[76] Juan
Pablo II, Hombre y mujer los creó
[77] Luigi
Rulla, Antropología de la vocaión cristiana
[78] Ramón M. Nogués, La Pascua Interior
[79] Nicole
Fischer-Duchamp, responsable del proyecto Cartas Vivas del Consejo
Mundial de Iglesias, rememora así el camino recorrido por aquellas mujeres
conectándolo con nuestra experiencia.
[81]
Pontificia Academia para la Vida, Pandemia y fraternidad universal
[82] Enrique
Lluch Frechina, ¿Prevemos o construimos el futuro?
[83] Carta
encíclica Laudato si, LS 13
[84]
Pontificia Academia para la vida. Pandemia y fraternidad universal, p.4
[85] Eduardo
Pironio, Diálogo con laicos. Buenos Aires, 1986
[88] Jose
Antonio Pagola, Oración del nuevo despertar.
[89] Andrés
Torres Queiruga, Mientras permanezca el prejuicio de que Dios podría, si
quiera, acabar con el mal del mundo nadie puede creer en su bondad.
[90] C. S.
Lewis nos aconsejaba que cuando llegase el final, dejásemos que este nos
encuentre haciendo cosas sensibles y humanas y no amontonados y muertos de
miedo.
[91] Arturo
Sosa, Echarnos al hombro las estructuras mundiales enfermas para curarlas.
[93] Marcela
Ferrer Lues, Salvar vidas, ¿qué vidas y por qué medios?
[94] Juan
Pablo II, el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo no lo
hace a través de criterios superficiales, inmediatos o parciales debe con su
debilidad y pecaminosidad, con su vida y muerte entrar en Cristo y asimilar
toda la realidad de la Encarnación y la Redención. Redemptor hominis RH
10
[95]
Waldestein Wolfgang, la sacralidad e inviolabilidad de la vida tiene su
fundamento en Dios (imago Dei)
[96] Juan
Pablo II, Evangelium Vitae, EV n. 78
[97]
Raimondo Frattellone, la espiritualidad constituye el horizonte que da pleno
significado a la existencia humana
[98]
Giovanni Marchesi, El discipulado de Jesús, vocación, seguimiento y misión
[99]
Byun-Chul Han, filósofo sur coreano llama la atención sobre la incapacidad de
Europa para hacer frente a esta pandemia, lo que contrasta con la acción de
países asiáticos.
[100] GS 12,
EV 2, FC 11
[101] Juan
Pablo II, Evangelium Vitae, EC 87
[102] Juan
Pablo II, Evangelium Vitae, EV Cap IV
[103] José
Morales, El hombre Nuevo, p.20
[104] Fabio
Rosini, El Arte de recomenzar, p.3
[105] El tema
de crecer en sabiduría interior es resaltado en varios autores, Romero Pose, Marko
Ivan Rupnik, Y Bulgakov, Soloviev
[106]
Leonardo Boff, Reflexión en tiempo de Coronavirus
[107] San
Agustín, El Aleluya Pascual, Sábado V de la Liturgia de las Horas
[116] El castigo de
Zeus denota concretamente el deseo de venganza de esta divinidad contra la
inteligencia y prudencia de Prometeo.
[117] García Gual;
El Mito de Prometeo, pág. 90.
[118] Papa
Francisco, Plan para resucitar.
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