domingo, 17 de noviembre de 2024

La vuelta al corazón. La espiritualidad del Sagrado corazón III

 






LA VUELTA AL CORAZON

(La espiritualidad del Corazón de Jesús III)

  1. Introducción

Este artículo guarda correlación con el publicado el 17 de junio titulado: La mística del corazón, devoción, espiritualidad y mística del sagrado Corazón y que se pude encontrar en mi blog (darmarperegrino.blogspot.com). 

Como había prometido el Papa Francisco el 5 de junio, finalmente publico la Carta encíclica “Dilexit nos” sobre el amor humano y divino en la víspera de la conclusión del Sínodo de Obispos sobre “la sinodalidad” celebrado en Roma este mes de octubre. El Papa al anunciar la preparación del documento al final de la audiencia general del 5 de junio, el Pontífice dijo que esta Carta ayudaría a profundizar sobre los aspectos «del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; pero también que pueden decir algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón». La publicación tuvo lugar mientras se celebra los 350 años de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque en 1673.

«Dilexit nos», la cuarta Encíclica de Francisco, retoma la tradición y actualidad del pensamiento «sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo», invitándonos a renovar su auténtica devoción para no olvidar la ternura de la fe, la alegría de ponerse al servicio y el fervor de la misión: porque el Corazón de Jesús nos impulsa a amar y nos envía a los hermanos.

"Nos amó", dice san Pablo refiriéndose a Cristo (Rm 8,37), para hacernos descubrir que de este amor nada podrá separarnos (Rm 8,39). Así comienza la cuarta Encíclica del Papa Francisco, titulada «Dilexit nos» y dedicada al amor humano y divino del Corazón de Jesucristo: Su corazón abierto va delante de nosotros y nos espera sin condiciones, sin exigir ningún requisito previo para amarnos y ofrecernos su amistad: Él nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10). Gracias a Jesús hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene (1 Jn 4, 16).


La vigencia y actualidad de la encíclica

En una sociedad que ve multiplicarse diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor (87), mientras el cristianismo olvida a menudo la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión de persona a persona (88), el Papa Francisco propone una nueva profundización en el amor de Cristo representado en su santo Corazón y nos invita a renovar nuestra auténtica devoción recordando que en el Corazón de Cristo podemos encontrar todo el Evangelio (89): es en su Corazón donde finalmente nos reconocemos y aprendemos a amar (30).



El mundo parece haber perdido su corazón

Nuestro mundo de hoy aparece  roto y dividido. vivimos enfrentados en medio de conflictos. Esto es síntoma de corazones rotos heridos. tenemos sed de relación, de comunión de reconciliación, de encuentro. necesitamos volver a encontrarnos, volver a conectarnos. El Papa Francisco explica que, encontrando el amor de Cristo, nos hacemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de todo ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común, como nos invita a hacer en sus encíclicas sociales Laudato si  y Fratelli tutti (217). Ante el Corazón de Cristo, pide al Señor que vuelva a tener compasión de esta tierra herida y derrame sobre ella los tesoros de su luz y de su amor, para que el mundo, «sobreviviendo entre guerras, desequilibrios socioeconómicos, consumismo y uso antihumano de la tecnología, recupere lo más importante y necesario: el corazón (31). 

 


Un corazón que cambia el mundo. El mundo puede cambiar a partir del corazón

Es el corazón el que une los fragmentos y hace posible «cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construye con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo (17). La espiritualidad de santos como Ignacio de Loyola (aceptar la amistad del Señor es cosa del corazón) y san John Henry Newman (el Señor nos salva hablándonos al corazón desde su Sagrado Corazón) nos enseña, escribe el Papa Francisco, que ante el Corazón de Jesús, vivo y presente, nuestra mente, iluminada por el Espíritu, comprende las palabras de Jesús (27). Y esto tiene consecuencias sociales, porque el mundo puede cambiar a partir del corazón (28).



I. PRIMER CAPITULO: VOLVER AL CORAZON

La importancia de volver al corazón

La Carta comienza con una breve introducción y está dividida en cinco capítulos. La Encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús recoge, como se anunció en junio, las preciosas reflexiones de anteriores textos magisteriales y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto cargado de fuerte significado y enorme belleza espiritual.

El primer capítulo«La importancia del corazón», explica por qué es necesario «volver al corazón» en un mundo en el que estamos tentados de convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado» (2). Lo hace analizando lo que entendemos por «corazón»: la Biblia habla de él como un núcleo «que está detrás de todas las apariencias» (4), un lugar donde «no importa lo que se muestre por fuera ni lo que se oculte, ahí estamos nosotros mismos» (6). Al corazón se dirigen las preguntas que importan: quién soy, que es lo que anhelo y quiero, de dónde vengo, a donde voy, qué sentido quiero que tengan mi vida (8). 

El Papa señala que la actual devaluación del corazón proviene del «racionalismo griego y precristiano, del idealismo postcristiano y del materialismo», de modo que en el gran pensamiento filosófico se han preferido conceptos como «razón, voluntad o libertad». Y al no encontrar lugar para el corazón, «ni siquiera se ha desarrollado ampliamente la idea de un centro personal» que pueda unificarlo todo, a saber, el amor (10). En cambio, para el Pontífice, hay que reconocer que «yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con los demás» (14).

 


Volver al corazón. La importancia del corazón (el centro donde radica la interioridad de la persona)

El corazón expresa el centro de la interioridad del hombre, lo más interior de los seres humanos (3). Centro de nuestro pensar, nuestro querer, nuestro actuar. El corazón aparece como centro del querer y lugar donde se fraguan las decisiones más importantes de la persona, tiene por ello una fuerza sintetizadora y revela lo que realmente uno piensa, cree y quiere. (5)

De ahí la insistencia de Jesús guardaos de toda apariencia e hipocresía (Lc 12,1) Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. De la desintegración del corazón proceden las malas intenciones, los asesinatos, los adulterios (Mt 15, 19)

En la sociedad actual el ser humano corre el riesgo de perder su centro, el centro de si mismo. El hombre contemporáneo aparece dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad, armonía en su ser y en su obrar (9)

El corazón del hombre aparece desintegrado, no hay unidad entre su pensar, su sentir, su actuar. Piensa una cosa, siente otra y actúa de otra forma en desacuerdo con su pensar y sentir. La dicotomía que afecta a nuestro mundo contemporáneo hunde sus raíces en una dicotomía que hunde sus raíces en el corazón. La dicotomía que vemos en nuestro mundo a la vez poderoso y débil capaz de aspirar a hacer lo que es noble y a la vez su degradación, progreso de avanzar y al mismo tiempo retroceder, ansia de libertad y múltiples formas de esclavitud. Esta dicotomía exterior nos habla de una división interior, una desintegración del corazón (GS 9-10)

Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno hunden sus raíces en el corazón humano (GS 10) (29)

 


Jesús nos amó con un corazón de carne

Jesús quiso hacerse finito, vulnerable, humano para mostrarnos su amor infinito. el infinito se abaja a nuestra finitud a nuestra bajeza. Toda la encarnación de Jesús nos habla del modo en que Dios quiso salvar al hombre. Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo para que todo el que cree en él tenga vida eterna (Jn 3 ). Dios quiso salvarnos a través de su amor y quiso amarnos tomando un corazón de carne. El verdaderamente tomó nuestra naturaleza humana para hacerse uno como nosotros. A través de la encarnación quiso unirse a cada hombre. Él pensó a través de una mente humana, él actuó con una voluntad humana, él nos amó con un corazón humano (GS 22)

Gracias a Jesús hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.(1 Jn 4,16)

 


Un corazón abierto capaz de ofrecernos la salvación

Dios nos salva amándonos, hablándonos al corazón desde su corazón sagrado, ardiente ( J H Newman, Cor ad cor loquitur) (DN 26)

Necesitamos dar con Dios, encontrarlo. Lo podemos hacer porque Dios ha querido acercarse, manifestarse, revelarse.  Dios nadie lo vio jamás, su Único Hijo, que es Dios y vive en intima unión con el Padre nos lo ha dado a conocer. Dios no es una idea, pura inmaterialidad del pensamiento, es una persona con un corazón que nos ama y por ello podemos entenderle. No es un ser inmaterial que domina las leyes del universo.

Muchos los que buscan a Dios a través de largas oraciones o severas penitencias o escrupulosas prácticas. Mas que tratar de poseer a Dios se trata de ser poseídos atraídos por su corazón abierto y ardiente que nos busca y nos ama mucho más de lo que nosotros lo buscamos o amamos. A Dios no lo encontramos con el frío pensamiento con el simple estudio de largos razonamientos o elocuaces enunciaciones teológicas o dogmáticas. A Dios hay que buscarle con la simplicidad del corazón. Dame hijo mío tu corazón y encontrarás el mío. Estoy a la puerta llamando. Si alguien me abre, entraré y me sentaré a la mesa con él (Ap 3,12).

 


Nuestro corazón necesita un corazón

El corazón es el centro de nuestra interioridad. El corazón es el núcleo de cada ser humano, de toda la persona en su identidad única. Todo se unifica en el corazón. (21). Necesitamos un corazón unificado no desintegrado capaz de armonizar lo que se presenta como antagónico. Solo el corazón puede unificar nuestras potencias, el encuentro con nosotros mismos, con los otros, con Dios. Cualquier vínculo auténtico que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación (17). Sin vivir desde el corazón nos vemos incapaces de vivir unas relaciones sanas, nos volvemos incapaces de acoger a Dios. Para recibir lo divino hay que construir una casa de huéspedes. (17). Nuestro corazón coexiste con otros corazones que le ayudan a ser un “tu”. Solo el corazón unificado puede acoger y ofrecer un hogar. El corazón nos lleva al centro mismo de la persona (cf.15-16). Somos en la medida que erradicamos nuestro ser en el corazón y vivimos por dentro y no desde afuera. Solo se llega a ser uno mismo cuando se adquiere esta capacidad de reconocer al otro, y se encuentra con el otro quien puede reconocer y aceptar la propia identidad (18)

Nuestro corazón necesita de otro corazón. Necesitamos dar con el corazón de Cristo donde yo soy un tu para él y él es un tu para mí. Yo me reconozco un Yo cuando me siento nombrado, amado por un tú que me acepta y me acoge en la totalidad de mi persona de forma única e intransferible. Esta relación personal de corazón a corazón nos constituye como personas en el sentido pleno de la palabra (25). Si falta corazón las relaciones se cosifican y despersonalizan.

Yo quiero un corazón ardiente de ternura que me sirva de apoyo sin jamás vacilar, que todo lo ame en mí, incluso mi pobreza…, que nunca me abandone, ni me olvide jamás. […] ¡Yo necesito a un Dios de humanidad vestido, que se haga hermano mío! como expresa Sta teresita de Lisieux (135)




El camino del corazón

El origen de un nuevo ordenamiento de la vida solo se realiza a partir del corazón (DN 24). Fuimos creados para él y nuestro corazón no reposará hasta dar con él (San Agustín, Confesiones). Para dar con el corazón de Cristo precisamos el camino del corazón.

San Buenaventura en su Itinerarium mentis in Deo (OT 16) (26) habla de buscar al Señor no tanto desde la fría lectura, sino desde el diálogo orante de corazón a corazón con Cristo vivo y presente en la santa Eucaristía. (26)

El misterio del hombre solo se esclarece a la luz del misterio de Cristo (Redemptor hominis, RH10). El origen del hombre, el misterio de su vida y su muerte solo se esclarece entrando en el misterio pascual de Cristo. El peregrinaje sobre la tierra es para el hombre un viaje de regreso, ya que su destino último es también su primer comienzo: «Cristo..., de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (Lumen gentium, LG3).

El progreso del itinerario hacia Dios se halla, por tanto, vinculado a la firme persuasión de que el punto de llegada está ya de algún modo presente a lo largo del camino que conduce al mismo. Todo el mundo está lleno de luces divinas, que emanan del acto creador del Padre, según la ejemplaridad del Verbo eterno, el cual estaba desde el principio junto a Dios y era Dios, y vino a este mundo para iluminar a todo hombre y a todo el hombre (cf. Jn 1,1.9). Éste, por tanto, observa el Santo, sería verdaderamente ciego, sordo y mudo, si no estuviese iluminado por tantos esplendores de las cosas creadas, si no supiese escuchar el concierto de tantas voces y si, ante tantas maravillas, no alabase al Señor (cf. Itinerarium mentis in Deo)

Nuestra subida a Dios comporta esta decisiva recuperación de interioridad, en la cumbre de la compenetración del misterio del hombre con el misterio de Cristo, que nos hará «abandonar todas las operaciones del intelecto y volcar en Dios la plenitud del amor» (Itinerarium mentis in Deo) «Nadie piense que puede bastarle la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la prudencia sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría inspirada por Dios»  (Optatum totius 10)

Decía San Buenaventura: Pidamos a Francisco, nuestro guía y padre, tenga a bien iluminar los ojos de nuestra mente para dirigir nuestros pasos por el camino de aquella paz que sobrepuja a todo entendimiento. Si tratas de averiguar como son estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama el corazón de Cristo.

«Nadie piense que puede bastarle la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la prudencia sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría inspirada por Dios» 



La oración del corazón

La oración es el encuentro de dos corazones, el encuentro de la sed de Dios y la mía. El encuentro de dos corazones que se buscan, que se aman y que se necesitan. Se nos invita a un modo de orar y de vivir con el corazón centrado en el Corazón de Jesús, ser misioneros contemplativos en el mundo. Se trata pues de una oración no tanto activa por parte de nosotros sino contemplativa.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es camino para una nueva espiritualidad, un nuevo misticismo que arranca del mismo Corazón de Jesús. Esto no se da sino desde un camino a través del silencio, la solitud y la contemplación.

Es un intento por reorientar el corazón en Dios, mi mente y todo mi ser,  todas las actividades del pensamiento y todo lo que ocupa y preocupa. En el cristianismo, la forma más conocida y practicada de la oración contemplativa es la oración a Jesús.

Se trata de centrar la atención, la permanencia en la presencia de Dios como un proceso de orientación hacia el corazón de Jesús invocando su Nombre. Dejarnos amar y mirar por Jesús. Su mirada nos penetra y escruta los corazones. Esta oración silenciosa nos confronta sin atenuantes con nuestras inclinaciones desordenadas. Nos resulta mucho más difícil evadirnos de ellas a través de nuestras reflexiones anteriores, la visión de la presencia de Cristo nos hace llegar al centro más visceral de nosotros mismos.

Uno de los pilares de la espiritualidad del oriente cristiano es la llamada «oración del corazón», conocida entre los cristianos de Occidente por el librito titulado «Relatos de un peregrino ruso». También se denomina «oración de Jesús», «oración del nombre de Jesús» u «oración del Nombre» porque se fundamenta en la pronunciación del nombre del Señor. No se trata simplemente de una «técnica» de oración más o menos recomendable, sino de toda una espiritualidad y de un modo de orar que puede ser muy valioso para el que quiera ser contemplativo en la vida secular.




Oración incesante y ardiente

Uno de los problemas que se plantea la espiritualidad cristiana desde los primeros siglos, y que constituye una esencial en la espiritualidad oriental, consiste en descubrir el modo de orar sin cesar, siguiendo el mandato de Jesús y de los apóstoles. Jesús decía que es necesario orar siempre, sin desfallecer (Lc 18,1). Se trata de sed constantes y perseverantes en la oración (1Tes 5,17). Dad gracias en toda ocasión (1Ts 5,18; cf. Ef 5,20). Sed constantes en la oración (Col 4,2) Sed asiduos en la oración (Rm 12,12). Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión.

Consiste en hacer todo siendo consciente de la presencia de Dios, bajo su mirada, con gratitud hacia él y atención para con el prójimo. En todo pensamiento y acción por la cual el alma rinde culto a Dios, ella está con Dios (Macario el Grande). La oración incesante es tener el espíritu aplicado a Dios, tener el corazón centrado en Dios, contar con Dios en todas nuestras acciones y en todo lo que nos sucede (Máximo el Confesor).




La invocación de "su Nombre"

La oración del corazón comienza por la viva conciencia de la presencia del Salvador en nosotros, que es lo que significa su nombre y que llevará al acto de adoración. La invocación del «Nombre» nos introduce en el misterio de la salvación porque nos pone en comunión con el único Salvador, aquel que nos ofrece la verdadera y plena liberación.

En la tradición benedictina antigua, se empleaban de la misma manera las palabras del salmo 70: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme» (Sal 70,2). La Iglesia antigua utilizó mucho para orar el «Señor, ten piedad» Kyrie eleison, con un sentido que es más profundo que el que le suele dar la piedad popular, porque implicaba todos los matices de la misericordia: dulzura, compasión, ternura, benevolencia... De hecho, en la actual liturgia ortodoxa monástica y parroquial se suele recitar cuarenta veces seguidas el Kyrie eleison. Está especialmente comprobada la utilidad de esta fórmula para los que comienzan y para los penitentes.

El Oriente bizantino designó con el término «oración de Jesús» toda invocación centrada en el nombre del Salvador, toda invocación repetida en la que el nombre de Jesús constituye su corazón y su fuerza. En ese sentido es en el que trataremos aquí este modo de orar, comenzando por los elementos que la componen: La fórmula que se utiliza en la actualidad es: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador».

El nombre de Jesús es más que un misterio de salvación, más que un socorro en las necesidades, más que un perdón después del pecado. Es un medio por el cual podemos aplicar a nosotros mismos el misterio de la Encarnación. Más allá de la presencia de Jesús, esta forma de oración contemplativa, según se avanza en ella, nos lleva a la unión con él. Pronunciando el Nombre, entronizamos a Jesús en nuestros corazones, nos revestimos de Cristo, ofrecemos nuestra carne a la Palabra para que la asuma en su Cuerpo místico; hacemos desbordar en nuestros miembros, sometidos a la ley del pecado, la realidad interior y la fuerza de la palabra «Jesús». Y así, somos purificados y consagrados.

El nombre de Jesús es un instrumento, un método de transformación de la realidad. Pronunciado por nosotros, nos ayuda a transfigurar en Jesucristo el mundo entero.



Sagrado corazón de Jesús en vos confío

El Corazón de Jesús permanece inclinando hacía la angustia de los pobres, los enfermos, los pecadores y cualquier ser humano. Podemos colocar nuestro corazón sobre su corazón como Tomás colocó sus dedos en la marca de los clavos, hundir nuestra mano en el costado atravesado por la lanza, adquirir la convicción personal de la resurrección y de la presencia real -sin confusión de esencia- de Jesucristo en su cuerpo místico, y decir con Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28; cf. Mt 25,40.45).

La oración del corazón tiene un valor sanador de todas las enfermedades que produce en nosotros el pecado y que se manifiestan especialmente en las pasiones. La recitación del nombre de Jesús se convierte así en una verdadera medicina del alma.

Su nombre devuelve la paz a aquellos que son tentados. En lugar de discutir con la tentación, en lugar de considerar la tempestad que causa estragos. Esa fue, en el lago, la equivocación de Pedro después de su buen comienzo, empezó a dudar, hemos de mirar sólo a Jesús, e ir hacia él marchando sobre las olas, refugiándonos en su nombre. Para ello basta que la persona que es tentada se recoja suavemente y pronuncie el Nombre sin ansiedad ni tensión, de modo que con ese nombre llene su corazón y construya una barrera contra los vientos malos. Y, si se ha cometido algún pecado, que el Nombre sirva de reconciliación inmediata, sin dudas ni retrasos, que sea pronunciado con arrepentimiento, con caridad perfecta, y se convertirá inmediatamente en un signo de perdón.



Nuestro verdadero hogar  

Con certeza, presentimos en nuestro interior que este mundo y la vida que estamos viviendo ahora no son la última palabra. Tenemos dentro de nosotros una añoranza que, a modo de brújula, nos indica que nuestro tránsito por la vida, con su sufrimiento y con la muerte, no es más que un camino de retomo a Dios. En lo más profundo de nuestra alma sentimos que somos espíritu y que no somos más que peregrinos en este universo limitado en el espacio y en el tiempo. Algo dentro de nosotros nos dice que Dios mismo es nuestro hogar. Nos asegura que Dios, que nos ha puesto en este mundo, nos espera como el padre espera al hijo pródigo (cfr. Le 15, 11-32).




SEGUNDO CAPITULO:

«Gestos y palabras de amor»

El segundo capítulo está dedicado a los gestos y palabras de amor de Cristo. Para Cristo cada persona tiene un valor incalculable y no es tratada como un objeto sino objeto de su predilección. Jesús nos trata como hijos, hermanos, amigos y muestra que Dios «es cercanía, compasión y ternura» A través de sus gestos, sus palabras sus encuentros nos revela su corazón (35). Su mirada, que «escruta lo más profundo de tu ser» (39), muestra que Jesús «presta toda su atención a las personas, a sus preocupaciones, a su sufrimiento» (40). Su palabra de amor más elocuente se nos muestra al estar «clavado en la Cruz», allí se nos desvela la profundidad de su amor salido de su corazón. Después de llorar por su amigo Lázaro y sufrir en el Huerto de los Olivos, consciente de su propia muerte violenta se pone en manos de aquellos a quienes tanto amaba y se ofrece como víctima por nuestros pecados» (46).


                                                            

El Sagrado Corazón de Jesús es una síntesis del Evangelio

Es necesario  «volver a la síntesis encarnada del Evangelio» (90) frente a «comunidades y pastores centrados sólo en actividades externas, reformas estructurales desprovistas de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, pensamiento secularizado, en diversas propuestas presentadas como exigencias que a veces se pretende imponer a todos» (88). El Evangelio presenta a Jesús que a través de sus encuentros, sus palabras y sus gestos nos revelan los sentimientos que albergan en su corazón.


                                                                        

El evangelio no oculta los sentimientos de su corazón

Exulta de gozo, se estremece, se conmueve, se muestra perturbado, con miedo, que se lamenta y hasta llora. No le deja indiferente los sufrimientos y angustias de las personas. (44). Jesús sobre todo en los evangelios sinópticos se nos presenta humano, bajo el sobrenombre del Hijo del Hombre.

Jesús se muestra cercano propiciando el encuentro de dos personas de dos corazones. Se detiene a conversar con la samaritana, accede a reunirse de noche con Nicodemo, sin pudor se deja lavar los pies por la prostituta, se para a defender a la adúltera. Así nos muestra que su corazón está lleno de proximidad, compasión y ternura. (35)

                                                                

Los encuentros de Jesús

Son especialmente significativos los relatos de encuentros de Jesús donde se nos ofrece con tantos detalles sus sentimientos y la profundidad de su corazón. Muchos son los encuentros que nos narra el evangelio, encuentro con la samaritana, con la prostituta, con la adúltera, con el leproso, con el ciego del camino, con el centurión, con la hemorroisa. Eran anónimos pero pasaron a ser nombrados conocidos y reconociodos  con toda su dignidad, hombre, mujer, por su nombre Nicodemo, Zaqueo, Magdalena y muchos pasaron a ser del círculo de sus amigos.



Jesús no actúa desde afuera sino desde el corazón

Jesús se aproxima a todos y nos ama con una inmensa ternura (36). Sorprende que a la hora de realizar un milagro no se queda en la curación exterior.  A muchos enfermos se les acerca sin que ellos lo hubiesen pedido. Se acerca al féretro del hijo de la viuda de Naím. Al paralítico le ofrece el perdón de los pecados, a la hemorroisa la busca hasta dar con ella y dirigirse personalmente esa palabra entrañable hija. A la adúltera la trata como mujer. A Pedro después de las negaciones se acerca sin reproche dirigiéndoles y prodigándole palabras de amor: ¿me amas? (Jn 21)

Cuando se acerca al leproso nos deja ver que extiende su mano y lo tocó (Mt 8,3). Al sordo mudo o al ciego no solo le tocó los ojos sino que puso su saliva en sus labios. (Mc 7,33). El Señor sabe la ciencia de las caricias sobre todo con los niños que pone sobre sus rodillas y los abrazaba.

Se acerca a comer con los pecadores, en la casa del publicano Mateo, en la casa del recaudador Zaqueo, en la casa de Simón el fariseo. Jesús no se avergüenza ni se escandaliza de ninguno (37). Cuando los fariseos criticaban esta cercanía a las personas de mala reputación, reconocidas públicamente como pecadores, Jesús esclarece: misericordia quiero que no sacrificios porque el hijo del Hombre no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

A través de sus palabras nos revela la profundidad de su amor misericordioso, la oveja perdida, el hijo pródigo, la perla encontrada, el tesoro escondido. Nos deja ver la profundidad de su corazón a través de detalles que pasan desapercibidos. Personas que no significaban nada para nadie son tratadas con amor y una atención exquisita. Cuando parece que todos nos ignoran y que a nadie le interesa lo que nos pasa, Jesús no pasa indiferente de nosotros (40, 41). El es capaz de reconocer cada pequeño acto de amor por pequeño que sea. La pobre ofrenda de la viuda pobre.



¿Dónde aprende Jesús el lenguaje del corazón?

Los fariseos se sorprendían de esta sabiduría del pobre. El Papa resalta que aprendió el lenguaje del corazón en la escuela de Nazaret junto a José y María. Asombrados se preguntaban, ¿no es este el hijo de José y de María? El como ser humano aprendió el lenguaje del corazón de su madre que lo guardaba todo en el corazón (Lc 2, 19.51) (42)

Jesús quiere así llevarnos a este lugar, su corazón, del cual arranca todo su actuar. Nos invita a entrar y habitar ahí en su propio corazón donde podemos recuperar las fuerzas y la paz (43). Por eso pide a los  suyos que acudan a él y que permanezcan en él (Jn 15, 1ss).

"Te doy gracias Padre porque ha revelado los secretos de tu corazón a los pobres y sencillos" (cf. Mt 11)

 


CAPITULO III: EL CORAZON DE JESUS. ESTE ES EL CORAZON QUE TANTO AMO

El misterio de un corazón que amó tanto

En el tercer capítulo, «Este es el Corazón que tanto amó», el Pontífice recuerda cómo la Iglesia reflexiona y ha reflexionado en el pasado «sobre el santo misterio del Corazón del Señor». Lo hace refiriéndose a la Encíclica Haurietis aquas, de Pío XII, sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (1956). Aclara que «la devoción al Corazón de Cristo no es la adoración de un órgano separado de la Persona de Jesús», porque adoramos «a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya en la que destaca su corazón» (48). 

La imagen del corazón de carne, subraya el Papa, nos ayuda a contemplar, en la devoción, que «el amor del Corazón de Jesucristo, no sólo incluye la caridad divina, sino que se extiende a los sentimientos del afecto humano» (61) Su Corazón, continúa el Papa Francisco citando a Benedicto XVI, contiene un «triple amor»: el amor sensible de su corazón físico «y su doble amor espiritual, el humano y el divino» (66), en el que encontramos «lo infinito en lo finito» (64).



La experiencia de un amor «que da de beber»

En los dos capítulos siguientes, el Papa Francisco destaca los dos aspectos que «la devoción al Sagrado Corazón debe mantener unidos para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero» (91). En el tercer capítulo se centra en el corazón de Cristo: "este es el corazón que nos ama tanto". En el cuarto capítulo lo titula, «El amor que da de beber», 

El Papa Francisco relee las Sagradas Escrituras y reconoce a Cristo y su costado abierto en «aquel a quien traspasaron», al que Dios se refiere a sí mismo en la profecía del libro de Zacarías. Un manantial abierto para el pueblo, para saciar su sed del amor de Dios, «para lavar el pecado y la impureza» (95). Varios Padres de la Iglesia mencionaron «la llaga del costado de Jesús como fuente del agua del Espíritu», sobre todo san Agustín, que «abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor» (103). Poco a poco, este costado herido, recuerda el Papa, «llegó a asumir la figura del corazón» (109), y enumera varias santas mujeres que «contaron experiencias de su encuentro con Cristo, caracterizadas por el descanso en el Corazón del Señor» (110). Entre los devotos de los tiempos modernos, la Encíclica habla en primer lugar de san Francisco de Sales, que representa su propuesta de vida espiritual con «un corazón atravesado por dos flechas, encerrado en una corona de espinas» (118)



Volver a las fuentes de la espiritualidad del corazón

El Papa Francisco quiere llevarnos de una mera piedad a una espiritualidad y mística del sagrado Corazón. Por eso desarrolla todo una espiritualidad del Sagrado Corazón con fuerte componente bíblico y sobre todo recogiendo grandes maestros de espiritualidad.

En el monte calvario se nos revela el misterio que brota del costado de Cristo. "Contemplarán al que crucificaron.  El creyente bebe de la fuente de la vida que brota de su costado (93, 96, 103). La herida de su costado es fuente de donde brota el agua viva. Esta fuente sigue abierta en el Resucitado. Son muchos los testimonios que va recogiendo.




Las apariciones a santa Margarita María Alacoque

Bajo la influencia de esta espiritualidad, santa Margarita María Alacoque relata las apariciones de Jesús en Paray-le-Monial, entre finales de diciembre de 1673 y junio de 1675. El núcleo del mensaje que se nos transmite puede resumirse en aquellas palabras que oyó santa Margarita: «He aquí aquel Corazón que tanto amó a los hombres y que no escatimó nada hasta agotarse y consumirse para darles testimonio de su Amor» (121). Así se me presentó el Seño: radiante de gloria con sus cinco llagas que brillaban como cinco soles...sus heridas transfiguradas eran como llamas que salían de su sagrada humanidad (Santa Margarita de Alacoque) (124)




De  Ignacio de Loyola a Santa Teresa de Lisieux 

Jesús nos abre su corazón de carne, un corazón ardiente que late y palpita, un corazón encarnecido, dolorido, herido. Nuestro corazón herido necesita dar con su corazón herido de amor. encuentro de la se de Dios con nuestra la sed de nuestro corazón sediento de amor. Así  con un corazón humano, cercano, tangible, sensible, como te entiendo. Caridad que saliste al encuentro de mi indigencia. solo bebiendo de su fuente, el sanará nuestras heridas y calmará nuestra sed.

Los santos dan pruebas de esta mística del corazón traspasado de Cristo. San Ignacio de Loyola propone al ejercitante entrar en el Corazón de Cristo en un diálogo de corazón a corazónSan Ignacio de Loyola insiste en la importancia de  que dejemos a Jesús hablarnos al corazón, de gustar y contemplar corazón a corazón. contemplarle y gustarle supone la oración del corazón. el corazón se detiene, contempla y disfruta y se deleita en silencio bebiendo la fuente. 

De Santa Teresa de Lisieux destaca el documento recuerda haber llamado a Jesús «Aquel cuyo corazón latía al unísono con el mío» (134) y sus cartas a su hermana Sor María, que ayudan a no centrar la devoción al Sagrado Corazón «en un aspecto doloroso», el de quienes entendían la reparación como «primacía de los sacrificios», sino en la confianza «como la mejor ofrenda, agradable al Corazón de Cristo» (138).




Este es el Corazón que tanto nos amó

Jesús nos invita acudir a él, tiene abiertas sus manos, sus brazos, su corazón: “Venid a mí todos los que os sentís cansados, agobiados, abrumados y yo os aliviaré” (Mt 11,21). Su corazón amante y ardiente no deja de latir por nosotros. Cristo tomó un corazón humano para que pudiéramos encontrar, gustar, contemplar su amor por nosotros. Lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable de su Corazón divino en el corazón humano de Jesús de Nazaret (64)

El infinito se abaja a lo finito y nos habla con un corazón sensible a nuestra realidad para que lo podamos entender. No hay nada en el hombre que quede fuera del corazón de Jesús. es una relación personal de encuentro con el corazón de Cristo lo que nos salva.(52)

Entrar en el corazón de Cristo. Dar con el amor sensible conmovido y apasionado de Cristo

El nos abre su corazón humano para que podamos experimentar su amor, sus sentimientos por nosotros. A través del Evangelio se nos revela el corazón de Jesús a través de sus gestos y palabras con los pobres y pecadores. Sus sentimientos por nosotros nos dan prueba de su amor infinito y definitivo (59,65). “Cielo y tierra pasarán pero mi amor de tu lado no se apartará jamás”. “Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor de tu lado no se apartará jamás, mi alianza de paz no vacilará” (Is 54, 10).

Sus palabras entrañables dan fe de su amor es irrevocable frente a nosotros. (99). Los profetas Oseas e Isaías nos muestran como Dios nos habla al corazón. “Yo los atraía con lazos humanos con ataduras de amor” (Os 11,4) “Mi corazón está trastornado y se enciende toda mi ternura “ (Os 11,8) “Eres valioso, precioso, estimado, de gran precio a mis ojos y te amo” (Is 43,4). “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque ella te olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabado en las palmas de mis manos” (Is 49, 15-16). “Con amor eterno te he amado, por eso te atraje con fidelidad” (Jr 31,3)

Dios cumple sus promesas de amor en su Hijo donde su palabra hecha carne llega a su máxima expresión. Cristo es la palabra definitiva de su amor por nosotros. En el Corazón traspasado de Cristo se concentran escritas en carne todas las expresiones de amor de las Escrituras. No es un amor que simplemente se declara, sino que su costado abierto es manantial de vida para todos. (100)




El Corazón de Cristo palpita con un corazón humano y divino

Jesús nos ama con un corazón de hombre. Jesús como hombre experimenta la turbación, el miedo, la soledad, la tristeza, se conmueve, llora como lloramos nosotros, no se avergüenza de ser hombre. Este amor humano lejos de rebajarle lo hace más divino. 

El asumió nuestra flaqueza para hacerse en todo semejante a nosotros. Cristo en su humanidad asumió integra y no parcialmente nuestra naturaleza para redimirla y transformarla (62). En sus afectos y sentimientos de compasión, de ternura y cariño se nos manifiesta toda la grandeza de su amor divino e infinito (84). 

El Papa Francisco habla de lo importante del gesto, de la mirada de la caricia, de la ternura. Experimentar el latido del corazón de Cristo es experimentar que se estremece y palpita ante todo dolor humano. Por eso podemos decir que nada hay en el hombre que le resulte extraño o ajeno al Corazón de Cristo. 




Sentirnos amados por el Corazón humano de Cristo

Jesús nos invita a beber del amor que brota de su corazón. Gustar y ver la dulzura y suavidad de su amor. Sentirnos amados de una manera única, irrepetible e irrevocable. Sentirnos únicos frente a Cristo conocidos y nombrados por nuestro nombre. Su corazón humano nos lleva a su corazón divino, su sagrado Corazón. Jesús nos abre su corazón humano lleno de afecto y de ternura. 

El nos lleva a todos en su Corazón (115). Es precisamente su amor humano lo que nos lleva a su amor divino. En su amor humano encontramos su amor divino, lo infinito en lo finito. El infinito de algún modo se abaja a nuestra flaqueza humana para que a través de su corazón humano podamos vivir un encuentro de amor verdaderamente mutuo, de corazón a corazón (69)


                                                    

Un Corazón herido que cura nuestras heridas

El Papa Francisco recurre a la experiencia mística de los tantos santos que nos hablan de la profundizad, altura y anchura de este amor sin fin. San Bernardo retomó el simbolismo del costado traspasado del Señor entendiéndolo explícitamente como revelación y donación del amor de su Corazón. A través de la llaga se nos vuelve accesible y podemos hacer propio el gran miste rio del amor y de la misericordia: « Yo, empero, lo que no hallo en mí mismo búscolo confiado en las entrañas del Salvador, rebosantes de bondad y misericordia, la cual van derramando por los di versos agujeros de su cuerpo sacratísimo, pues sus enemigos taladraron sus pies y manos y abrieron con lanza su costado; por estas aberturas puedo yo sacar miel de la piedra y óleo suave del peñasco durísimo; puedo gustar y ver cuán suave y dulce es el Señor. […] El hierro cruel atravesó su alma e hirió su corazón, a fin de que supiese compadecerse de mis flaquezas. El secreto de su corazón se está viendo por las aberturas de su cuerpo; podemos ya contemplar ese sublime misterio de la bondad infinita de nuestro Dios ». (104)

San Juan de la Cruz de igual manera nos presenta la figura del costado herido de Cristo y como sus llagas nos llaman a la unión plena con el Señor. En un lenguaje poético nos habla del ciervo vulnerado y herido que baja a las corrientes de agua para saciar la sed de amor. Así el alma encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él.

Podemos beber de su fuente abierta para nosotros. De las heridas de su pasión corre el bálsamo que cura nuestras heridas (124). Así también nos habla santa Margarita de Alacoque: “De sus cinco llagas que brillan como cinco soles salían como llamas de fuego, especialmente de su adorable pecho el cual parecía un horno inextinguible (124). 




Un amor misericordioso

Su amor misericordioso es esa hoguera incandescente de amor que quema nuestras inmundicias y purifica el corazón. Las experiencias de santa Faustina Kowalska vuelven a proponer la devoción «con un fuerte acento en la vida gloriosa del Resucitado y en la misericordia divina»

Como expresa la Santa en su Diario Jesús le dice: "Mi corazón rebosa de gran misericordia por las almas, y especialmente por los pobres pecadores. Es por ellos que la Sangre y la Guerra brotaron de mi Corazón como de una fuente rebosante de misericordia. Por ellos habito en el Sagrario como Rey de Misericordia" (Diario 367)

Inspirado  y motivado por Santa Faustina, San Juan Pablo II también «vinculó íntimamente la devoción a la Divina Misericordia con la devoción al Corazón de Cristo» (149). Invocamos su nombre Señor ten misericordia de mí . Esta invocación que tanto repetimos en la Coronilla de la Misericordia Señor ten misericordia de de nosotros y del mundo entero. La invocación que expresamos a los pies del Jesús Misericordioso: Jesús confío en Tí, es la que en la devoción del Sagrado Corazón tan extendida Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío.




Amor que despierta amor

Hablando de la «devoción de consolación», la Encíclica explica que ante los signos de la Pasión conservados por el Corazón del Resucitado, es inevitable «que el creyente desee responder» también «al dolor que Cristo aceptó soportar por tanto amor» (151). 

El Papa Francisco pide «que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular busca consolar a Cristo» (160). Para que entonces «deseosos de consolarlo, salgamos consolados» y «también nosotros podamos consolar a los que se encuentran en toda clase de aflicciones» (162).




CAPITULO IV. AMOR QUE DA DE BEBER

La experiencia de un amor «que da de beber»

En estos dos capítulos tercero y cuarto, el Papa Francisco destaca los dos aspectos que «la devoción al Sagrado Corazón debe mantener unidos para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero» (91). En el cuarto, «El amor que da de beber», relee las Sagradas Escrituras y, con los primeros cristianos, reconoce a Cristo y su costado abierto en «aquel a quien traspasaron», al que Dios se refiere a sí mismo en la profecía del libro de Zacarías. Un manantial abierto para el pueblo, para saciar su sed del amor de Dios, «para lavar el pecado y la impureza» (95). 

Varios Padres de la Iglesia mencionaron «la llaga del costado de Jesús como fuente del agua del Espíritu», sobre todo san Agustín, que «abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor» (103). Poco a poco, este costado herido, recuerda el Papa, «llegó a asumir la figura del corazón» (109), y enumera varias santas mujeres que «contaron experiencias de su encuentro con Cristo, caracterizadas por el descanso en el Corazón del Señor» (110). Entre los devotos de los tiempos modernos, la Encíclica habla en primer lugar de san Francisco de Sales, que representa su propuesta de vida espiritual con «un corazón atravesado por dos flechas, encerrado en una corona de espinas» (118).




Volver a las fuentes de la espiritualidad del corazón

El Papa Francisco quiere llevarnos de una mera piedad a una espiritualidad y mística del sagrado Corazón. Por eso desarrolla todo una espiritualidad del Sagrado Corazón con fuerte componente bíblico y sobre todo recogiendo grandes maestros de espiritualidad.

Y Papa nos invita a no quedarnos en una pía devoción sino a entrar y beber de esta espiritualidad que brota de la fuente misma del corazón abierto y traspasado de amor de Jesús. Bebe de su cotado abierto, bebe del Corazón de Cristo porque él es la fuente y manantial que derrama incesante gracia tras gracia, capaz de saciar nuestra sed, El nos alimenta de su propio pecho.

De nuestro sentirnos perdonados, curados y consolados surge la misión de sanar curar y consolar los rostros dolientes de Cristo (163)




Las apariciones a santa Margarita María Alacoque

Bajo la influencia de esta espiritualidad, santa Margarita María Alacoque relata las apariciones de Jesús en Paray-le-Monial, entre finales de diciembre de 1673 y junio de 1675. El núcleo del mensaje que se nos transmite puede resumirse en aquellas palabras que oyó santa Margarita: «He aquí aquel Corazón que tanto amó a los hombres y que no escatimó nada hasta agotarse y consumirse para darles testimonio de su Amor» (121).




Desde Ignacio de Loyola a Faustina Kowalska

Los jesuitas expandieron la devoción al Sagrado Corazón y desarrollaron toda una espiritualidad. El Pontífice como jesuita dedica también algunos pasajes de la Encíclica al lugar del Sagrado Corazón en la historia de la Compañía de Jesús. En diciembre de 1871, el padre Beckx consagró la Compañía al Sagrado Corazón de Jesús, y el padre Arrupe volvió a hacerlo en 1972 (146). 

Las experiencias de santa Faustina Kowalska, se recuerda, vuelven a proponer la devoción «con un fuerte acento en la vida gloriosa del Resucitado y en la misericordia divina» y, motivado por ellas, san Juan Pablo II también «vinculó íntimamente su reflexión sobre la misericordia con la devoción al Corazón de Cristo» (149). Hablando de la «devoción de consolación», la Encíclica explica que ante los signos de la Pasión conservados por el Corazón del Resucitado, es inevitable «que el creyente desee responder» también «al dolor que Cristo aceptó soportar por tanto amor» (151). Y pide «que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular busca consolar a Cristo» (160). Para que entonces «deseosos de consolarlo, salgamos consolados» y «también nosotros podamos consolar a los que se encuentran en toda clase de aflicciones» (162).

 


CAPITULO IV: AMOR QUE DA DE BEBER

Una fuente que no cesa de manar. La fuente de agua viva

Un corazón traspasado, una fuente abierta, un espíritu de gracia y de oración. (96) El costado traspasado es al mismo tiempo la sede del amor (99) Ese lugar que le es propio, donde reina el amor en plenitud, es el Corazón de Cristo: « ¿A dónde llevas, Señor, a los que abrazas y es trechas sino a tu corazón? Tu corazón es el dulce maná de tu divinidad que guardas en el interior, oh Jesús, en la urna de oro (cf. Hb 9,4) de su sapientísima alma. Dichosos aquellos a los que el abrazo los atrae hasta ahí. Dichosos los que escondiste en lo oculto de aquel secreto, en tu corazón ».(105)

San Agustín profundo conocedor del amor humano y del amor divino nos adentra en este misterio de amor. “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón no reposará hasta descansar en tí”. Cuan necios y tardos somos en reconocer esta fuente. 


                                                                

Sedientos del amor de Dios. Solo el calmará nuestra sed

San Agustín abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor. Es decir, para él el pecho de Cristo no es solamente la fuente de la gracia y de los sacramentos, sino que lo personaliza, presentándolo como símbolo de la unión íntima con Cristo, como lugar de un encuentro de amor. (103)

San Agustín da fe de esta gran búsqueda del corazón humano que no descansará hasta dar con el Corazón de Cristo (Confesiones). Qué extraño desvarío confiesa el pecador que llegó a ser santo. Te buscaba por fuera y tu me esperabas en la interioridad de mi corazón. Mi corazón andaba inquieto, desasosegado y disperso. Cuando el corazón da con el Corazón de Cristo brota espontáneamente el deseo de amarle y corresponderle. El amarle y seguirle no es una carga pesada, responder al pesado deber y cumplimientos y sacrificios. Es cuestión de amor. (166)


                                                            

Despertar el deseo. Tenemos sed de Dios

El Sagrado Corazón de Jesús despierta un gran deseo de acercarnos a beber de su fuente. Nos podemos preguntar ¿qué anhela nuestro corazón?, ¿cuál es su más profundo deseo? ¿en que te preocupas en que te afanas?... loco debes de ser si no eres santo. El salmista cual es esta sed profunda que late en el corazón del hombre: “Mi alma tiene sed de Dios del Dios vivo” (Sal 41).

Cristo no nos obliga ni nos fuerza, susurra al corazón, como un pobre mendiga a la puerta de nuestro corazón “estoy a la puerta llamándote… si me abres entraré y cenaré contigo? (Ap 3). Su corazón no s indiferente a la reacción que nosotros tengamos ante su deseo. Jesús tiene sed de ser amado (166). Así nos lo deja ver en su encuentro con la Samaritana. “El que tenga sed que venga a mí y beba de su seno brotarán ríos de aguas vivas” (Jn 4)

Cristo es la fuente que calma nuestra sed, es la fuente de donde mana la vida nueva, es de su seno del que brota el manantial que salta hasta la vida eterna. Al final de su vida en la cruz nos da cuenta de su sed. Todo se cumplió en la fuente desbordante de la cruz (96).


                                                                         


El nos invita a beber de su fuente

En el día de la gran fiesta de los Tabernáculos Jesús puesto en pie exclamó: “venid a mí todo el que tenga sed” (Jn 7,37). Es la misma invitación que nos habla el libro de la Apocalipsis (Ap 22, 17).

Este beber de su corazón es la invitación a salir al encuentro con el Dios vivir y dar con la persona viva de Cristo. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús no se trata de una devoción a una imagen sino de dar con el corazón sagrado de Jesús abierto para nuestra salvación. Su Corazón esta vivo y palpitante en la Santa Eucaristía, lo que contemplamos y adoramos es el Jesús vivo muerto y resucitado por nosotros. Se trata de sentir y gustar internamente la presencia viva del Señor. Venerarlo y honrarlo es cosa del corazón (49-54).

Nos relacionamos en la amistad y en la adoración con la persona viva de Cristo. El objeto de nuestra contemplación y adoración es el corazón viviente de Cristo. No es una imagen es su persona que esta viva y resucitada por nosotros (49).

Jesús nos llama a entablar una preciosa amistad hecha de diálogo, afecto, confianza y adoración. (51, 54). El corazón abierto y traspasado de Cristo representa la fuente de la que brota la salvación para toda la humanidad. Es una relación personal de corazón a corazón. Esta relación de amor con el Cristo vivo es la que nos salva (52). En la contemplación amorosa el amor se detiene y contempla el misterio y lo disfruta en silencio (57).

Los creyentes, que renacimos por el Espíritu, venimos de esa caverna de la roca, «hemos salido del vientre de Cristo». Su costado herido, que interpretamos como su corazón, está lleno del Espíritu Santo y desde él llega a nosotros como ríos de agua viva: «La fuente del Espíritu está enteramente en Cristo». Pero el Espíritu que recibimos no nos aleja del Señor resucitado sino que nos llena de él, porque bebiendo del Espíritu bebemos al mismo Cristo: «Bebe a Cristo porque él es la roca que derrama agua. Bebe a Cristo porque él es la fuente de la vida. Bebe a Cristo porque él es el río cuya fuerza alegra a la ciudad de Dios. Bebe a Cristo porque él es la paz. Bebe a Cristo, porque de su seno fluye agua viva».(102)


                                                                        


Dar con su mirada

La oración es el encuentro de dos corazones, de dos miradas. El encuentro entre la mirada de Jesús y nuestros ojos (39). Mis ojos mis pobres ojos los hiciste para mirar y ser mirado, nuestro corazón para amar y ser amados. Todo arranca con una mirada. Una mirada, una palabra suya bastará para salvarnos. El evangelio nos muestra esa mirada de amor y de predilección de Jesús sobre aquellos hombre que los hizo suyos: Jesús le miró con amor… a Pedro, Santiago, Juan, Mateo, Zaqueo, la samaritana, María Magdalena (Mt 4, 18.21).


                                                                    

Sentirnos personalmente atraídos y alcanzados

Jesús mira y su mirada penetra hasta lo más íntimo del ser. Jesús percibe y conoce los secretos más íntimos del corazón. Conociendo todo lo que hay en ti te ama y deposita en ti su mirada (39). “Con amor eterno te he amado y te amaré y he reservado gracia para tí.

Jesús nos invita a beber de su corazón porque el es la fuente, el manantial, la roca que derrama agua viva capaz de saciar nuestra sed. El creyente bebe de la fuente de la vida que brota del corazón traspasado de Cristo y nos alimenta de su propio pecho (103).




El Señor nos salva desde su corazón sagrado hablándonos al corazón

No se trata tanto de un conocimiento meramente intelectual sino mas bien de un conocimiento amoroso lleno de afecto ardiente del corazón. Como expresa San Buenaventura pregunta no a la luz sino al fuego. Henry Newman para expresar que el Señor nos salva hablándonos al corazón, habla del lema “Cor ad cor loquitur”. “Te adoro y te venero Dios mío con todo mi mejor amor y más ferviente afecto” (26).

Necesitamos de este dialogo y contemplación amorosa, diálogo orante de corazón a corazón. En el libro del Apocalipsis se nos previene de la tibieza, de haber dejado enfriar el primer amor. “conozco tus trabajos… pero tengo contra ti que has perdido el fuego del primer amor” (Ap 3, 1-6; 4, 14-32).

Necesitamos colirio en nuestros ojos que purifique nuestra mirada turbia a menudo llena de afectos desordenados. Purifícame, lávame, confórtame. Purifica mi corazón de todo lo que es mundano, del orgullo, la sensualidad, de toda la perversidad, de todo el desorden, de toda mi mortandad.

Lo que le agrada a Dios es mi corazón al desnudo libre de toda doblez. Como decía Santa Teresita de Lisieux lo que le agrada a Dios es mostrarme como soy en mi pobreza y mi nada. Lo que más le agrada es dejarme amar en mi pequeñez y mi pobreza con la esperanza ciega que tengo en su misericordia. (138)




Para amar a Jesús tan solo necesitamos dejarnos amar

Dejarnos amar por ese corazón ardiente lleno de afecto por nosotros. Es el quien nos ama primero. No debemos asustarnos de nuestras flaquezas. Cuánto más débiles nos experimentamos, sin deseos, ni virtudes el sigue poniendo su mirada sobre nosotros. Dejarnos mirar es dejarnos transformar por ese amor consumidor y transformador (138)

Para amarle tengo el hoy, el presente- No debemos quedar agobiados por el pasado ni inquietos por el futuro. Lo ponemos todo en sus manos. No se trata de hacer grandes obras sino de ofrecer lo que somos y tenemos como ofrenda de amor. Lo que hace grande una obra es el amor con que la hagamos.




Desde el afecto a la sumisión y la obediencia amorosa

No se trata de muchas palabras que traten de expresarle todo el afecto de mi corazón. Un corazón humilde y contrito es lo que le agrada al señor. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Ante el corazón de Jesús vivo y presente en la Eucaristía, como esa zarza de fuego ardiente que no se consume (Ex 3) nuestra mente iluminada por el Espíritu Santo comprende las palabras de Jesús.

Nuestro sentirnos indignamente e inmerecidamente amados nos lleva a un espíritu de humildad, simplicidad, mansedumbre, abandono confiado (117). Abandonarnos a la gracia y al cuidado del amor eterno que la Divina Providencia siente por nosotros. Su amor despierta amor. El se conforma con una mirada amorosa con un suspiro de amor (140).




Dichosos aquellos a los que, por el afecto, la mirada y el abrazo son atraídos al su Sagrado Corazón

Levántate amada mía y ven que ha pasado el invierno y llega el tiempo del amor (Cantar Cantares 2). “Levántate pues alma creyente y amiga de Cristo y se la paloma que anida en la cavidad de la roca. Dichoso aquel que ha puesto su confianza en el Señor y vive abandonado en sus manos”.

La invitación del Señor es a dejarnos amar hasta abandonarnos por entero a él. Santa Margarita de Alacoque decía: “Miremos el corazón de Cristo que tanto nos ha amado, que no escatima nada y nada se reserva hasta agotarse y consumirse por entero para demostrarnos su amor” (121). Solo después seremos capaz de amarle y corresponderle arrastrados por s mismo amor. (165)




La base de la confianza

Nuestro corazón está herido porque nos lastimaron tantas falsedades, agresiones, desilusiones. No miréis que soy morena. Tantas raposas se cruzaron en mi camino y me golpearon. Nuestra constatación es que estamos heridos… nos cuesta confiar.

El corazón de Jesús nos susurra al oído: Ten confianza (Mt 9.22) se trata de superar el miedo que nos paraliza y bloquea (37). Podremos dudar de muchas personas, pero no de él. No podemos quedarnos presos de nuestra culpabilidad y pecado. El nos invita a pasar del miedo a la confianza. El nos invita a la plena confianza en la acción misteriosa de su gracia (114).

Como dice Santa Teresita de Lisieux: “aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles seguiría teniendo la misma confianza. Se que esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida” (137) .

San Claudio de la Colombiere nos dice: “que otros esperen y confíen en sus riquezas y talentos, que descansen otros en su inocencia, en la aspereza de sus penitencias, en la multitud de sus buenas obras o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí, toda mi confianza se funda en mi absoluta confianza en él”. (125)


Un lugar donde reposar y habitar. Permaneced en su amor

Tenemos un lugar donde vivir, donde habitar y reposar. Jesús antes de partir al Padre nos dijo: “no os dejaré huérfanos. Voy a prepararos un lugar para que donde este yo estéis también vosotros conmigo (Jn 14, 18-19). Jesús insiste en esa permanencia: “permaneced en mi amor” (Jn 15,4).

El amor de Cristo es revelación de la misericordia del Padre, nos mueve impulsados por su mismo Espíritu a que con él y en él vayamos al Padre (77). En la doxología final de la consagración eucarística se da esta síntesis y cúlmen de la espiritualidad del Sagrado Corazón: “Por Cristo con él y en él a ti Dios padre todopoderoso en unidad con el Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.

El corazón traspasado de Cristo es al mismo tiempo la fuente y la sede del amor (93). Como expresa el salmista: “El gorrión ha encontrado una casa donde habitar con sus polluelos” (108). El Señor nos invita a habitar en su interior, en una relación personal de amor donde se iluminan todos los misterios de la vida. Es en el corazón de Cristo donde nuestro corazón repara sus fuerzas, encuentra reposo, consuelo, fortaleza (116).

Como dice San Francisco de Sales: “Qué felicidad estar entre los brazos y sobre el pecho del Salvador” (116). Permaneced ahí en completo abandono confiado de aquel que tanto nos ama y que todo lo puede. Permanezcamos en este santo domicilio. Entonces él vivirá y amará en nosotros y nosotros en él. Como san Pablo dice: “ya no soy yo quien vivo, sino Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20).

Es lo que expresa Carlos de Foucauld cuando promete dejar de vivir en él para que no sea él quien viva sino el corazón de Jesús en él (132). Para que esto sea real supone que el propio corazón haya sido transformado por el amor y la mansedumbre del Corazón de Cristo (180)


                                                          


V. EL QUINTO CAPITULO: AMOR POR AMOR

La devoción al Sagrado Corazón no debe quedar en un mero pietismo sino de llevarnos a un compromiso y una transformación real de nuestra sociedad. La espiritualidad del consuelo debe de llevarnos a un compromiso de fraternidad y solidaridad con nuestros hermanos sobre todo con los que más sufren. Se trata de una profunda espiritualidad que desemboca en una nueva forma de orar de vivir y de amar. El verdadero cambio y transformación empieza por el cambio del corazón.


                                                

La devoción al Corazón de Cristo nos envía a los hermanos

El quinto y último capítulo, «Amar por amor», profundiza en la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo, que, al «llevarnos al Padre, nos envía a los hermanos» (163). De hecho, el amor a los hermanos es el «mayor gesto que podemos ofrecerle a Él a cambio de amor» (167). Mirando a la historia de la espiritualidad, el Pontífice recuerda que el compromiso misionero de san Carlos de Foucauld hizo de él un «hermano universal»: «dejándose modelar por el Corazón de Cristo, quiso acoger en su corazón fraterno a toda la humanidad sufriente» (179).

                                                        

El mundo necesita a Cristo como reparador de los corazones rotos

Es la invitación de Cristo a construir o mejor dicho reconstruir los corazones de nuestro mundo en ruinas. En palabras de San Juan Pablo II “entregándonos junto al corazón de Cristo sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia construyendo la tan deseada civilización del amor”. (182)

Este el sentido que el Papa Francisco da a la reparación pedida por el corazón del Salvador. El corazón de Cristo tiene sed de corazones para levantar y construir esa nueva civilización del amor  en medio del desastre que ha dejado el mal, Cristo ha querido necesitar de nuestra colaboración para reconstruir el hombre, el bien, la belleza y dignidad presente en cada hombre.

El Papa Francisco habla de una reparación cristiana y evangélica, (187). Se trata de un proceso de reconciliación que pide un corazón reconciliado y la paz en el corazón (186). Un corazón compasivo y misericordioso puede llevarnos a crecer en la fraternidad y solidaridad (190).

En nosotros se da la convicción de la victoria de Cristo y de su amor sobre el mal, el pecado y la muerte. Aunque a veces la reparación completa nos parezca imposible, nada hay imposible para él. Toda herida puede sanar aunque sea profunda.

Un corazón humano que hace espacio al amor de Cristo a través de la confianza total, permite al mismo Jesús expandir su fuego, las llamas de su ardiente ternura (203). Un corazón que ama con el amor de Cristo hasta convertirse en ofrenda de amor es signo de su victoria en el corazón del hombre y anticipo de su gloria.

Nuestra reparación al corazón de Cristo en último término se dirige al Padre que se complace en vernos unidos a Cristo cuando nos ofrecemos por él, con él y en él (205).

                                            

El mundo se cambia por dentro cambiando el corazón

Nuestras comunidades sólo desde el corazón lograrán unirse reconciliarse y pacificarse para vivir como hermanos. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, e construir en este mundo un reino de amor paz y justicia. (DN 28)

Volvernos al corazón de Cristo tiene unas consecuencias sociales. Nuestro corazón unido al corazón de Cristo será capaz de este milagro social. (DN 28-29)

Necesitamos acudir al corazón de Cristo. Nuestro corazón es frágil y está herido. Necesitamos el auxilio del amor divino (DN 30) Solo en el Corazón de Cristo aprendemos a amar, nos reconocemos a nosotros mismos y somos capaces de encontrarnos con los otros (DN 31).



La dimensión misionera de nuestro amor al corazón de Cristo

La reparación es cooperación apostólica a la salvación del mundo. La dimensión misionera de nuestro amor al corazón de Cristo responde al deseo de Jesús de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de su amor.

A través de corazones enamorados del corazón de Cristo, el mismo corazón de Cristo expande y propaga su amor en esta tierra para edificar y construir la nueva civilización del amor, la justicia, la paz y la fraternidad (206).

El corazón de Cristo nos urge, nos impela a ir a los rincones más lúgubres de la tierra. Es el tengo sed que oyó la Madre Teresa de Calcuta: lleva mi luz y mi esperanza a los corazones mas angustiados pobres y sufrientes.

A la luz del sagrado Corazón de Jesús la misión se convierte en una cuestión de amor. Es irradiación del mismo amor de Cristo. Por tanto precisa personas enamoradas que se dejan cautivar y transformar por su amor.

 


 

Enamorar al mundo del corazón compasivo y misericordioso de Cristo

Nos encontramos ante un mundo sumido en el individualismo, el materialismo, el agnosticismo, el ateísmo práctico vacío de espiritualidad. Necesitamos volver al Corazón de Cristo como fuente de espiritualidad, dar con la atrayente y cautivadora belleza que irradia amor y sentido último y pleno a nuestra existencia. En el esta la fuente de la vida nueva, su luz nos hace ver la luz (96)

Dar con los latidos de su corazón es fuente de renovación y nos ayudará a renovar el mundo envejecido y tibio en el amor de Dios (DN 110). Ser atraídos a vivir en este santo abandono. Dejar que el amor de Jesús es instale y se establezca firmemente en nuestro corazón.

Acerquémonos al corazón abierto de Cristo El que tenga sed que venga a mí y beba, de su seno brotarán mananatiales de agua viva (Jn 7, 37-38) (97). Jesús nos invita a entrar y permanecer en su corazón para vivir en la plena confianza de la acción misteriosa de su gracia. Entonces no viviremos para nosotros mismos sino par él. Buscaremos complacer al Amado, estar en armonía con Él, teniendo su mismo pensar, sentir, amar.

Es preciso que el Divino Corazón de Jesús se sustituya de tal modo en lugar del nuestro, que Él solo viva y obre en nosotras y por nosotras; que su voluntad […] pueda obrar absolutamente sin resistencia de nuestra parte; y en fin, que sus afectos, sus pensamientos y deseos estén en lugar de los nuestros y sobre todo su amor, que se amará Él mismo en nosotros y por nosotros. (Sta Margarita Maria de Alacoque, carta 110) (122)

La vida nueva es un vivirnos en Él. Permaneced en esta santa morada, en esta caverna excavada en la roca, en este santo domicilio. (117) Sin él no podemos nada (Jn 15, 3) No confiar en nuestros méritos y nuestras fuerzas (114)




La misión de enamorar al mundo

La Encíclica recuerda de nuevo con san Juan Pablo II que «la consagración al Corazón de Cristo «debe asimilarse a la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino». 

Nosotros hemos conocido el amor que nos tiene y hemos creído en él. A través de los cristianos, «se derramará el amor en el corazón de los hombres, para que se edifique el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y se construya también una sociedad de justicia, paz y fraternidad» (206). Para evitar el gran riesgo, subrayado por san Pablo VI, de que en la misión «se digan muchas cosas y se hagan muchas cosas, pero no se pueda provocar el feliz encuentro con el amor de Cristo» (208), necesitamos «misioneros en el amor, que aún se dejen conquistar por Cristo» (209). 

 



CONCLUSIÓN:

Como dijimos al principio se hace necesario la vuelta al corazón. Nuestro mundo parece haber perdido el corazón. Vivimos una mentalidad agnóstica donde se hace evidente el vacío de Dios. Este mundo está sediento de espiritualidad, sediento de Dios. Cuando el hombre aleja de su corazón a Dios las consecuencias se hacen inevitables. Entramos en una imparable espiral de odio y de muerte que parece no tener fin. Ante un mundo roto y dividido producto de un corazón roto herido y desintegrado el Papa nos invita a volver al que es la fuente de la vida, volver a su corazón. Volver a conectarnos con Dios y con los hermanos. Tenemos sed de relación, de comunión, de encuentro.

A través de esta encíclica el Papa Francisco deja ver la necesidad de volver al corazón de Jesús, no como mero pietismo sino como una fuente de espiritualidad que se arraiga en un fuerte misticismo.

La devoción al Sagrado corazón de Jesús tiene mucho de volver a las fuentes de la espiritualidad. Se trata de ir más allá de una piedad popular, sino de una espiritualidad y una mística del Sagrado Corazón que responda a las exigencias de nuestro tiempo. Este mundo necesita de hombres contemplativos y místicos que se dejan alcanzar y transformar por el corazón de Jesús. La mística del corazón de Jesús no debe quedarse encerrada solo en las visiones místicas de grandes santos sino en la mística de los pobres, de los ojos y el corazón abierto a las necesidades del mundo de hoy. Una mística del pueblo y para todo el pueblo de Dios. El Papa Pío XII nos dice que no se puede decir que el culto al sagrado Corazón «deba su origen a revelaciones privadas. Al contrario, «la devoción al Corazón de Cristo es esencial a nuestra vida cristiana, en cuanto significa la plena apertura de la fe y de la adoración al misterio del amor divino y humano del Señor, hasta el punto de que podemos afirmar una vez más que el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio» (83).

El Papa Francisco invita a volver y renovar la devoción al Corazón de Cristo también para contrarrestar «las nuevas manifestaciones de una “espiritualidad sin carne” que se multiplican en la sociedad» (87). Ante un mundo lleno de angustia que ha perdido la fe y la esperanza Cristo nos invita a confiar en él. No digas que tu mal es irremediable y tu herida incurable. Aún hay remedio para ti.

Esperar no es un mero acto de optimismo. Esperamos algo que no vemos pero que ya se nos ha dado. Esperamos que la gracia de su amor pueda hacer resurgir la vida donde pareciera que todo quedó destruido. El Reino está cerca porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. Este amor es el principio, la roca firme y fundamento que nos sustenta. El mundo se mantiene en pie por este amor de Dios que todo lo sustenta. Esperar es acoger este amor en nuestro corazón. La esperanza nos mueve a no quedarnos paralizados por el miedo, levantarnos y ponernos en pie cada día para salir al encuentro de los hermanos.

Puede ayudar a profundizar en la esperanza algunos textos del Papa Francisco: El contagio de la esperanza, Itaca Edizioni; La esperanza es una luz en la noche, Meditación del papa Francisco LEV sobre la humilde virtud de la esperanza; Meditación de Francisco: sobre la angustia y la esperanza, Zenit 18 Nov.; Meditación de Francisco: lo que pasa y lo que perdura en la vida; Zenit 18 Nov.

                                                

                                            

La oración final de Francisco                                                            

La carta concluye con esta oración de Francisco: «Pido al Señor Jesús que de su santo Corazón broten para todos nosotros ríos de agua viva para curar las heridas que nos infligimos, para fortalecer nuestra capacidad de amar y de servir, para impulsarnos a aprender a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Esto hasta que celebremos juntos con alegría el banquete del reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, que armonizará todas nuestras diferencias con la luz que brota sin cesar de su Corazón abierto. Bendito sea siempre!» (220).

 

 

 

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