III Etapa de la vida: Comenzando el camino de la vocación
La cúspide de la Ordenación
El labriego empieza la siembra
Cuentan de una parábola titulada
los dos hermanos. Dos hermanos poseían una granja y su fértil suelo producía
abundante grano. Los dos hermanos compartían y se repartían los frutos de la
granja a partes iguales en dos graneros que tenían. Llego un momento en que uno
de los hermanos se casó.
El hermano casado empezó a
filosofar pensando. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de de la
cosecha. Yo sin embargo tengo mujer e hijos de modo que en mi ancianidad tendré
asegurada mi supervivencia, pero de mi hermano soltero ¿quién se ocupará cuando
llegue a viejo? Entonces pensando que su necesidad era mayor que la propia se
levantaba por la noche e iba despacio adonde estaba el hermano y colocaba en el
granero de este un saco de grano.
El hermano soltero también empezó
a filosofar y a preguntarse. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la
mitad de la cosecha, pero yo no tengo que mantener a nadie ¿es justo que mi
pobre hermano cuya necesidad es mayor que la mía reciba lo mismo que yo?
Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su
hermano.
Un día se levantaron de la cama
al mismo tiempo y tropezaron uno con el otro, cada cual portaba un saco de
grano sobre sus espaldas. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los
dos hermanos este suceso fue contado a los ciudadanos de aquel lugar. Estos
decidieron levantar un templo y escogieron el lugar en que ambos hermanos se
habían encontrado, porque no creían que en todos los alrededores hubiera un
lugar más santo que aquel.
Había pasado un largo tiempo de
formación demasiado centrado y ocupado en mí mismo y en cierto modo me había
olvidado de la necesidad de mis hermanos. En nuestro proceso necesitamos crecer
de una individuación y personalización a una socialización y despliegue de
nuestra vida fraterna y comunitaria con vínculos cada vez más fuertes. Era el
momento de iniciar una nueva etapa en la madurez de la corresponsabilidad e
intentar crecer a la par con mi interioridad en la fraternidad pues llevaba en
mi interior a los otros hermanos. En nuestro argot la dimensión vertical y
horizontal, integrar el a solas con Dios, el amor con exclusividad a Dios y el
amor a los hermanos donde Dios también se hace presente. No se oponen sino se
correlacionan el uno al otro.
En mi ser comunitario era
necesario crecer en hermandad en caminar codo a codo, sin tener que sentirme ni
inferior ni mejor que nadie. Todo era gracia, todo lo que había recibido lo
debía compartir con mis hermanos. No era justo que yo viviera en un mundo feliz
sin que mis hermanos lo fueran también. El camino del evangelio empezaba con la
buena nueva del Reino, el don de la fraternidad. Mi vocación la debía ir
abriendo más al servicio del Reino y de todos mis hermanos. El despliegue de la
misión era el reto de hacer extensible el Reino a tantos hermanos que carecían
de fe, esperanza y amor en sus vidas.
Memorias de un peregrino 1
El momento cumbre de la ordenación. Experiencia de Tabor
Llegó el día tan esperado, el 22
de Agosto de 1990, día de Santa María Magdalena. Dieciséis misioneros de los
que habíamos iniciado prácticamente juntos la vocación y la formación íbamos a
recibir el Orden sagrado del sacerdocio. Por imposición de las manos del obispo
Mons. Javier Martínez, en nombre de
Cristo unos pobres hombres como nosotros íbamos a transformarnos en sacerdotes
de Cristo, ministros de Cristo, servidores de Cristo para llevar a todos los
hombres el anuncio de la salvación.
En la cima del montículo central
de Loeches habíamos levantado pocos meses la Capilla grande, escavada en la
montaña, con forma de anfiteatro para ser ordenados. En ese día íbamos bajando
por los escalones centrales hacia el altar lleno de luz situado en la parte más
baja. Como el propio gesto de Jesús arrodillándose a los pies de los apóstoles
lavándoles los pies nosotros íbamos a recibir la ordenación, postrados abajo en
el suelo. Era el propio Jesús que en ese día se abajaba a nuestras vidas para
hacernos partícipes de su don.
Gran parte de la comunidad, con
gran número de nuestros familiares y amigos venían de todas partes para unirse
a nosotros en la celebración. En el momento previo a la ordenación, postrados
por tierra, acudimos a la invocación de los santos como hermanos del cielo
pidiendo su intercesión. Todo era fruto de su gracia y misericordia infinita
que pedíamos a Dios que viniese en nuestro auxilio y concediera en nuestra
indignidad, insuficiencia e incapacidad la ayuda divina desproporcionada para
cumplir con las obligaciones de tal ministerio.
Se nos pedía que meditásemos en
el propio ministerio para desempeñarlo con fe viva, creyendo, viviendo y
conformando nuestra vida al misterio que celebramos. Un ministerio, un servicio
a los hermanos, la comunidad, la Iglesia que requería meditar la Palabra que
debíamos anunciar, creerla, enseñarla y practicar lo que enseñamos con el
testimonio de nuestras vidas para alimentar su pueblo con la mesa de la
Palabra. Al recibir el cáliz y la patena éramos conscientes del misterio que
íbamos a celebrar. Celebrar la Santa misa para repartir su Cuerpo y su sangre
para alimentar con la mesa de la eucaristía.
Disponernos al pastoreo y
servicio de la reconciliación y de la comunión para que nadie se sienta
excluido y no pase necesidad. La impresión de pronunciar por primera vez las
palabras consacratorias en nombre del mismo Cristo: “Este es mi Cuerpo que se
entrega por vosotros y por todos” era una invitación por parte del Señor a
querernos unir a su entrega, a perpetuar su entrega en nuestras vidas para
seguir haciéndose presente y visible en nuestro mundo.
Memorias de un peregrino 2
La búsqueda en un desierto. La bajada del monte
Al igual que los discípulos que
acompañaron a Jesús en el Tabor y fueron testigos de su Transfiguración hasta
exclamar, que bien se está aquí, pero el señor les exhortó a bajar. Cuesta
bajarse de la cúspide y volver a pisar tierra. Esto en mí se dio lentamente.
Después de la ordenación tuvimos
días en los que estuvimos compartiendo con nuestros familiares celebrando
nuestras primeras misas. Yo lo hice en Salamanca en lo que era la parroquia de
mi familia, la iglesia de San Pablo, en la fiesta de Santiago. Sentía que toda
la peregrinación a Santiago había sido como una preparación de esta primera
misa. La hicimos en un ambiente de alegría castiza con cantos de “la Misa
castellana” con todos los feligreses de la parroquia, familiares y amigos.
Después tuvimos una misa más íntima en mi casa con mis padres, hermanos y
familiares más cercanos. Recordé aquella Navidad en que regalé a mis padres la
pequeñita cruz y les empecé a expresar mi inquietud misionera.
Habían pasado diez años y de nuevo les entregaba a Cristo, no en una
cruz sino en su presencia real en su Cuerpo y en su Sangre y verdaderamente
sentía que era el mejor regalo que podía hacerles. De alguna forma me sentía
deudor del amor y la fe recibida, sabiendo que ellos me lo habían dado primero
a mí. Fue una oportunidad más de hacerles partícipes del don recibido como
respuesta a su misma ofrenda de amor. Cada vez era más consciente que no había
hecho una heroicidad al ofrecer mi vida al señor sino que era lo más justo y
razonable devolver al Señor lo que era suyo y dar a los hombres lo que de él
había recibido.
Después de la ordenación regresé
dos años a Loeches. Allí en pleno despoblado estábamos levantando el nuevo
centro misionero donde erradicar la formación teológica después de venirnos de
Alcalá de Henares. El centro a penas se encontraba en sus inicios. Pudimos en
seis meses acondicionar la capilla grande para la ordenación, pero quedaba
mucho por seguir levantando. Esos dos años fueron sobre todo invertidos en la
ejecución de aquel centro.
Como los demás centros fue fruto
de nuevo de la Providencia de Dios. Para su construcción empleamos pabellones
que habían quedado en desuso al paralizarse la central nuclear de Lemoniz cerca
de Bilbao. En las revueltas y huelgas mataron al ingeniero jefe que estaba a
cargo. Un misionero conocía a su familia y por medio de ella conseguimos el
permiso para reutilizar los pabellones. Eran unidades prefabricadas que fueron
parte de “un centro de muerte” y pasaron a formar parte de “un centro de
vida”. Entre los montículos separados
alrededor del montículo de la gran capilla se situaron los pabellones para la
zona de residencia de los misioneros, las misioneras y los matrimonios y junto
a la gran capilla se levantó una gran cas de ejercicios y como una extensión el
lugar que utilizamos como Instituto teológico.
De cualquier forma sentíamos que
como los discípulos debíamos de dejar atrás nuestros antiguos oficios para
desempeñar el nuevo que Dios nos confiaba al hacernos partícipes de su misión.
Los centros eran importantes para la formación pero nosotros necesitábamos
vivir y responder a la llamada que Dios nos hacía de tomar parte en su Iglesia
a una “nueva evangelización”.
Memorias de un peregrino 3
Un nuevo éxodo. Una nueva búsqueda, la llamada a una “nueva
evangelización”
Los retos de la “nueva evangelización”
eran patentes y su necesidad un desafío para España, Europa y nuestro mundo. La
realidad de los nuevos tiempos que vivíamos nos hacía replantear de qué forma
se debería dar esta “nueva evangelización”. Ante la falta de eficacias y de
resultados según las expectativas humanas es fácil caer en el planteo de nunca
sentirse preparado y sentir que uno necesita de más preparación y formación.
Así fue que la orientación de aquellos años se puso en que pudiéramos adquirir
estudios de licencia y de postgrado. Nos preguntábamos si era lo que se
necesitaba, pero puestos a seguir estudiando si que al menos surgía la
inquietud que esos años no menguaran la inquietud misionera sino que la
pudieran estimular más.
La renovación teológica que ya el
Vaticano II promulgaba era que los estudios deberían hacerse poniendo más en contacto
más vivo con la apersona de Cristo, de la Iglesia y su misión. Trataba así de
responder a una deuda pendiente y a una búsqueda no menos urgente: ¿Cómo
integrar más los estudios con la oración, la misión y la propia vida?, ¿Cómo
podíamos hacer la teología más viva para integrar la propia vida y la misión en
la Iglesia?, ¿Cómo estudiar, en que ámbito misionero, para que no apagara el
fuego e impulso misionero inicial?
Con esta búsqueda e inquietud
intentamos abordar los estudios de postgrado para abrir caminos a los que
venían detrás. Me venía a la mente muchas veces el cuento o la parábola de
aquel sabio que después de haber recorrido todas las áreas del saber se había
olvidado de lo esencial, se había olvidado de vivir. Hay una ciencia y una
teología que no te la dan por desgracia las universidades y tiene que ver con
el arte del bien vivir, de aprender de la misma vida, incluso de la misma
sabiduría de los pobres. ¿Cuál era la sabiduría de Jesús, cuál era la
profundidad de su mensaje, cuáles los maestros que instruyeron su saber? El
mundo como decía Pablo VI más que maestros necesita testigos, testigos cuya
autoridad les viene por su autenticidad de vida. Pensaba que las mismas
universidades eran ámbitos que necesitaban ser evangelizados para sacar la
teología de tanta especulación fría que sofoca la vida y el espíritu.
La teología necesitaba abrir
otros ámbitos y horizontes para poner la teología al servicio de la misión y
del hombre. Entonces estaba también muy viva en ciertos sectores de la Iglesia
la conciencia y necesidad de una inculturación que respondiera a una
evangelización no tan desde arriba sino
más desde abajo haciendo el mensaje más cercano al pueblo y a los pobres, dejándose
evangelizar también por ellos. Eran sin duda parte de los retos y desafíos que
nos tocaba vivir en aquellos tiempos. Desafíos que no dejaban de suscitar
inquietudes, a veces dudas y otras desaliento y cierto cansancio.
Memorias de un peregrino 4
La vuelta a Irlanda después de tantos años
Después de los años en Loeches
ante la propuesta de hacer una licenciatura en teología moral se me destinó a
Irlanda. Para mí era otra vez como pedagogía de Dios que me hiciera volver a mi
pasado como si Dios mismo me quisiera evangelizar y llevar por caminos
insospechados.
El primer año vivimos en Shankill
un pueblecito cerca de Bray a unos 25 Km de Dublín. El segundo año en Dolkey,
también en la costa, cerca de Shankill. Cerca de nuestra casita de Dalkey había
vivido el cardenal Newman después de su conversión al catolicismo. Sin duda en
su tiempo fue un hombre de tremenda sensibilidad por la fe y la teología para
que pudiera responder a los signos de los tiempos. La licenciatura en teología
moral la hice en Milltown, antigua universidad de los jesuitas, ahora más
abiertas. Irlanda de por sí es una isla y ha corrido el peligro de encerrarse
en sí misma. La verdad es que aquellos dos años fueron muy enriquecedores para
mí. Pero antes de ahondar un poco en lo relacionado con los estudios quiero
traer a la memoria el marco que hizo posible que esa experiencia fuera tan
enriquecedora.
Irlanda, de todos es sabido, que
es un país de hondas raíces de fe. Eso ponía un poco en cuestión qué hacíamos
nosotros como misioneros en Irlanda. Es evidente que Irlanda como España aún a
pesar de esas raíces de fe se había también convertido en tierra de misión pero
era difícil reconocerlo por el propio orgullo irlandés. Nuestra misión se
justificaba por el apoyo que podíamos dar a tantos españoles que iban a Irlanda
a aprender inglés en centros especializados para ello. Eran jóvenes por lo
general que habían acabado el COU y aprovechaban un año intensivo en Irlanda.
Vivían en familias y aprendían en estos centros el idioma. Enmarcado dentro de
la pastoral de jóvenes propusimos un programa de acompañamiento donde
buscábamos además la integración de estos jóvenes en la cultura y sociedad
irlandesa. Teníamos toda clase de actividades culturales, recreativas, hasta
abrimos una “help line” para brindar
todo tipo de ayuda, sobre todo a poder prevenir a los jóvenes de la adicción al
alcohol o al droga en unos ambientes propicio para ellos.
Organizábamos excursiones, peregrinaciones,
conciertos, fórum de cine, para acercarnos a todo tipo de sensibilidades
incluso nos metimos a trabajar con jóvenes, del mundo “heavy” o “punkies”, desde
formas de expresión que ellos podían cantar a través de la música y canciones.
A la par teníamos retiros, convivencias y ofrecíamos a los que veíamos más
sensibles la oportunidad para prepararlos para recibir el sacramento de la confirmación. Tratábamos, por así decirlo, de
aprovechar cualquier medio a nuestro alcance para convertirlo en canal de
evangelización sobre todo estando y conviviendo con ellos. La sorpresa fue que
no sólo resultaba atractivo para los jóvenes españoles para los mismos jóvenes
irlandeses con los que interactuaban. Era la forma de derribar barreras y
prejuicios y enriquecernos todos de las diversas culturas. La más grata y
enriquecedora experiencia era ver que los jóvenes eran muy sensibles a la fe y
estaban realmente necesitados de ayuda y acompañamiento. Era un momento de
desconcierto para ellos en un mundo donde se les ofrecía de todo. Era justo y
necesario ofrecerles a ellos una propuesta de fe. De este tiempo surgieron
vocaciones misioneras irlandesas que hacía mucho más relevante que la
evangelización había de nuevo prendido
en esta tierra y que ellos mismos eran los testigos de la fuerza del evangelio.
Memorias de un peregrino 5
Los dos años de licenciatura en Irlanda
En ese amplio contexto en el que
viví los estudios de licenciatura se me hicieron no sólo más llevaderos sino
que me ayudó a poder acceder a la misma teología con esa orientación más
misionera.
El ambiente tanto de los
estudiantes como el de los profesores en Miltown era muy agradable. Al ser muy
poco masificado propiciaba encuentros más personalizados. Hubo asignaturas que
profundicé como si fueran tutorías, pues era el único alumno de la materia y
posibilitaba así un tú a tú con el profesor.
El primer año cursaba unas
materias y a medida que avanzaba tenía acceso a tiempos de tutoría y tiempo
para investigación para elaborar la tesina. A pesar de la inherente dificultad
del idioma poco a poco le fui tomando más interés. Fue para mí una oportunidad
para hacer una profundización y síntesis desde áreas que no tenía tan
exploradas.
Me pidieron profundizar el área
de la sexualidad desde un acceso psicológico a través de Freud y Lacán. Si bien
la postura de Freud y su posición frente a la creencia era muy crítica y
negativa desde su actitud de ateísmo beligerante situando la religión del lado
de la alienación y la represión me ayudó el tener que indagar, buscar y
explorar una visión más unitaria del hombre.
Al mismo tiempo me daba cuenta
que vivía lleno de prejuicios y
estereotipos y que había fondos de la persona como era el campo sexual
que tocaba más allá de un mero impulso. Nuestro mundo afectivo sexual no recibe
sus determinaciones fundamentales desde la rigidez de un instinto biológico. La
energía libidinal se va desplazando a diferentes objetos libidinales. La
persona se va configurando a partir y a lo largo de la historia. Ni el “Eros”
ni el “Thanatos” parecían explicar el mecanismo de las pulsiones vitales que
operan como motor de la vida. Para la
tesina tomé el tema de investigar la sexualidad humana como proceso unitivo y
del papel preponderante del amor como principio unitivo.
La madurez humana tenía mucho que
ver con la madurez en el amor. Sentía que todos esos aspectos eran muy
relevantes para entender o comprender mi propio proceso y poder acompañar en
áreas tan conflictivas donde a menudo
los jóvenes se encuentran tan desorientados. Fue por ello que poco apoco fui renovando
mi interés por responder más allá de una búsqueda personal a que tuviera una
verdadera aplicación pastoral y
misionera. Era un tiempo donde yo mismo necesitaba hacer síntesis y revisión
del proceso de mi propia vida.
Memorias de un peregrino 6
La vuelta a Roma después de tanto tiempo
Acabada la licenciatura en
Irlanda se vio de que fuera a Roma para hacer allí los estudios de doctorado.
Aunque no me atraía la propuesta no lo quise vivir resignado sino preguntándome
que es lo que Dios quería en todas las idas y venidas. Sin duda además de las
primeras causas hay unas segundas menos perceptibles en las que Dios por su
puesto va hilando los caminos a veces imprevisibles de nuestra historia. Paradojas
que pudieran parecer del destino de nuevo estaba en Roma, la ciudad eterna, que
había sido de tanto interés para mí desde mi pasión por la arquitectura y el
arte en general. ¿Cómo vivir en Roma con la misma pasión con la que antes me
atraía el arte ahora desde mi vocación misionera? Lo mismo que la etapa de
estudios en Irlanda fue todo un proceso que fue para mí más costoso.
Trataré primero de situar el
propio contexto. La comunidad de misioneros era mucho más grande de 12 a 15 en
comparación de 2 o 3 que vivíamos en Irlanda. Primero un grupo más reducido de
8 vivíamos en un pequeño pisito de Vía Gulia que había sido cas de misioneras y
donde vivían 3 o 4. Nosotros éramos el doble y resultaba el lugar muy pequeño.
Con ayuda de la institución AIS, “Aiuta a
la chiesa qui sofre”, nos proporcionaron unos pisos por la Nomentana ya
cerca del “racordo anulare”. Teníamos
más espacio pero invertíamos mucho tiempo en las idas y venidas a las
universidades. Nos comprometimos con “AIS” a salir a misionar por toda Italia
fines de semana. Este campo y el de los extranjeros que venían a Italia a
trabajar fueron las ventanas que nos abrió el señor para que no se apagara en
nosotros el fuego misionero. Era impresionante como gente emigrante, en su
mayoría latinos que no sabían la lengua como nosotros, nos lanzábamos a hacer
misión por los antiguos feudos donde Francisco había empezado a misionar.
Aunque pareciera mentira, Perugia, la Umbría, la Toscana, también eran tierra
de misión y era necesario avivar la llama de la fe allí donde se había apagado.
Más tarde se abrió la posibilidad
con una donación que recibimos de construir un centro para todos los que
estábamos estudiando. Encontramos un antiguo taller, almacén de chatarra, junto
a la Vía Casilina y nos pusimos a reconvertirlo en nuestra nueva residencia.
Estaba muy bien comunicado por el “treneto” con la estación Términi y el centro
de la ciudad con lo que se nos hacía más fácil el acceso a las universidades.
Tuvimos la gran suerte que nuestro nuevo centro quedaba al lado de la casa de
formación de las hermanas de la caridad de la Madre Teresa.
Empezamos compartiendo con ellas
cosas materiales. Íbamos por todos lados buscando cosas que nos pudieran valer,
maderas, puertas, ventanas y lo que no nos valía a nosotros les valía a ellas
para leña para calentarse con las estufas. Luego pasamos con ellas a compartir
experiencias muy bonitas de fe yendo a celebrarles la misa y participando
juntos en algunas misiones en campos de refugiados. Recuerdo especialmente la
celebración de la Navidad con niños de refugiados de Bosnia y Croatia, cuando
estos pueblos estaban en plena guerra y les separaba no sólo diferencias
étnicas ideológicas sino religiosas. Fue un acercamiento muy bonito a familias
musulmanas llevándoles alimentos y ropa con niños cristianos e invitándoles a
poder celebrar juntos la navidad cantando unos villancicos.
Memorias de un peregrino 7
Los dos años de doctorado en Roma. Conociendo al Papa J. Pablo y a la M.
Teresa
Las universidades en Roma tienen
otro cariz demasiado académico, frío y especulativo. Fui pasando por varias, el
Instituto para la Familia de Juan Pablo II, perteneciente al “Laterano”, “la
Gregoriana”, “el Alfonsiano” y donde más me gustaba estudiar era en la
Urbaniana por integrar más la misión. Al contrario del ambiente tan personalizado
en el que viví los estudios en Irlanda, en Roma me sentía bastante perdido y
agobiado. Al tener la licenciatura en Teología Moral hecha en “Miltown”
antiguamente de los jesuitas pensé matricularme en “la Gregoriana” porque sería
más fácil cursar en continuidad el doctorado pero no fue así me pidieron que
tenía que hacer de nuevo varios cursos y tutorías. Gracias a Dios me dieron
libertad de escoger materias que se hacían en otras universidades más
especializadas en el tema. Aunque fue más engorroso, esto me dio oportunidad de
conocer otros ambientes. Donde me encontraba con más respiro era cuando me iba
al “Ganícolo” a estudiar en la biblioteca de “la Urbaniana”. El ambiente más
cercano y misionero me abría de nuevo a la misión de la Iglesia.
Otro de los aspectos que más me
ayudaba era el aprovechar ahondar en las raíces de nuestra fe haciendo visitas
periódicas a distintos centros o lugares de interés: Las grandes basílicas
incluyendo claro está el Vaticano, las catacumbas, etc. Me ayudaba mucho ir a orar
cerca del Vaticano a una pequeña capilla en “la Chiesa di San Lorenzo” que
habían dispuesto para jóvenes a partir de las jornadas del WYD. También el ir a
orar a la basílica de “Santa María in Trastévere” con algunas oraciones guiadas
por “la comunidad de San Egidio” o el ir hacer retiros en “Tre Fontane”
acudiendo también al centro que tienen al lado “las hermanitas de Foucauld”.
Era una riqueza grande ver
distintos rostros de Iglesia que me ayudaban a conocerla más y amarla más en
sus luces y en sus sobras. Por último me resultaba conmovedor conocer más a
fondo el Vaticano, más allá de su estructura externa. Así me ayudó mucho
momentos de adoración en la capilla del Santísimo reservada dentro de la gran
Basílica, momentos de celebración de la Pascua o Pentecostés donde la gran
Basílica, madre de todas las iglesias desbordaba de peregrinos venidos de todas
partes. Recuerdo con mucha emoción el haber podido concelebrar con Juan Pablo
II en la misa con otros obispos y sacerdotes el Jueves Santo y el encuentro
personal que tuve con él aprovechando una de sus audiencias con miembros de
“Propaganda Fidei”.
Otra experiencia inolvidable fue
poder llegar a hacer un pequeño retiro con la Madre Teresa que nos ofreció como
regalo por nuestra colaboración en su casa de Formación de la Vía Casilina.
Aunque después de cursar todos los estudios no tuve ni tiempo ni ánimo para
elaborar la tesis doctoral debido a otros compromisos sentía un balance
positivo. Se volvía a repetir en mí algo de lo vivido con el doctorado en
arquitectura y que me ayudaba a purificar mis intenciones y a ofrecérselo todo
al Señor
Memorias de un peregrino 8
Tras las huellas y los pasos de San Francisco
Una de las experiencias más
enriquecedoras de este tiempo en Roma fue la posibilidad de acercarme más a la
vida de San Francisco “el poverello de Assisi”, el poder visitar los lugares
donde el vivió y beber de sus experiencias tan ricas. Tuve oportunidad de
visitar Asís, su casa, su tumba en el monasterio de los hermanos menores, el
convento de Santa Clara, san Damián o Santa María de los Angeles con la
pequeñita Porciúncula en su interior. También pude visitar otros lugares
significativos donde beber de las fuentes de su espiritualidad.
Cerca de Rieti se encuentra “Fonte
Colombo” y “Greccio”. Ambos lugares además de ser de gran belleza exterior por
su naturaleza te adentran en una experiencia interior todavía más honda y más
bella. En “Fonte Colombo”, Francisco movido por el Señor, fue llevado en sus
últimos años a confirmar su regla de vida. Frente a las voces externas de los
que opinaban que la regla era demasiado dura y que debía mitigarse, Francisco
vio confirmada en oración que la única norma de vida que quería vivir y ofrecer
era la norma del Evangelio trazado por el Señor. Metido entre unas peñas de la
roca se entregó a la oración y ayuno para que el Señor le sugiriera las
palabras mientras León escribía. Hermosa experiencia de exponerse y abrirse
totalmente a la escucha del Señor con total apertura y adhesión a su voluntad.
También pude pasar un tiempo en
“Greccio” donde en la falda del monte se levanta el pequeño monasterio excavado
en la roca que contiene la cueva donde Francisco preparó el primer pesebre
viviente y donde se estremeció y empezó a llorar meditando el Nacimiento del
Señor. Más tarde junto a la cueva se construyó el monasterio y donde los
hermanos conducidos por San Buenaventura eran introducidos en el estudio de la
SE. Uno entiende el famoso “itinerario de la mente hacia Dios” donde expresa
los consejos del Santo en la forma de acceder a las ciencias sagradas, de nada
vale el estudio sin unción. Los estudios de teología se deben hacer siguiendo
la norma de Cristo sin descuidar la oración ni entregarse al estudio sólo por
saber. Lo que uno tiene que predicar, lo tiene que escuchar del Señor y
practicar. Propóngalo así el Evangelio paraqué también lo practiquen y pongan por obra.
También tuve oportunidad de ir
toda una semana de retiro y misión a un antiguo convento casi de la época
cercana a San Francisco donde pudimos identificarnos en propia carne con su
modo de vivir. Estaba cerca de Espoleto, habíamos pasado por “Monte Alverna”,
la cima sagrada donde San Francisco recibe los estigmas. En lo alto de un monte
perdido nos fuimos a albergar en las ruinas de aquel monasterio. En el silencio
de aquellos lugares también el Señor nos hablaba de tantas maneras. Nos hacías
sentir al crudo la belleza del Evangelio, de las bienaventuranzas, de la
fraternidad extendida a toda la creación. En la oración era como sentir el
mismo deseo que movió a Francisco toda su vida: “Voglio seguire a Cristo povero
e crocifisso”. Bajábamos del monte a recorrer las aldeas que un día recorrió
Francisco con el mismo espíritu que movió a Francisco y sus compañeros
sintiéndonos capaces de soportar todo por Cristo y sin temer los reproches, las
incomprensiones o los rechazos que pudiéramos encontrar. Me di cuenta que las
mejores lecciones para la vida no las recibes precisamente en las universidades
y que la misma teología debía ser más orientada desde la mística y la
espiritualidad.
Memorias de un peregrino 9
Un nuevo impulso misionero. El W.Y.D. de Filipinas
El año 95 iba a ser un año
tremendamente significativo para mi vida. Después del sabor agridulce que me
habían dejado los años de estudios en Roma se abrió este nuevo año con algo
insospechado. Fui invitado a participar de un encuentro internacional que
hacían todas las comunidades de Asia en Tagaytay, Filipinas, que servía también
de preparación del WYD que se hacía ese año en Manila.
Era la primera vez que me abría
al continente asiático y tuve la intuición que este maravilloso continente
abrigaba una primavera nueva no solo para la Iglesia sino para mi propia vida.
Pronto me cautivó el Oriente como lo hizo en Francisco Javier que tanto impulso
misionero sembró en estas latitudes. Me atraía la simplicidad y la bondad de
sus gentes, su cordialidad, su acogida, su familiaridad y cercanía. Aquel
archipiélago era como un paraíso perdido que guardaba dentro de sí un potencial
de fe impresionante para no solo el continente asiático sino para el mundo
entero.
El encuentro internacional
asiático me puso en contacto con todo lo que vivían las comunidades de
Filipinas, Japón, Singapore. Con motivo del WYD venían jóvenes procedentes de
los más variados rincones, Australia, Corea, la India, Indonesia y tantas otras
partes del mundo. El WYD de Manila fue una experiencia inolvidable. Jamás en
toda la historia de la Iglesia se congregó tal multitud, alrededor de 5
millones en torno al Papa Juan Pablo II. Era en el contexto de preparación del
jubileo y verdaderamente era una explosión de júbilo que envolvía a toda la
ciudad que se convertía en marco de acogida para todos los jóvenes peregrinos
que venían de todas partes del mundo. El rostro del Papa, más envejecido y
cansado que acusaba el dolor y la preocupación por todas las iglesias, no podía
ocultar las lágrimas de emoción y alegría por ver esta parte de su pueblo que
le aclamaba eufórico con la multitud de jóvenes.
Había motivos para dar enormes
gracias a Dios porque había unas reservas y potencial enorme procedente de este
lado de Oriente como un caudal de nuevo aire fresco, un nuevo soplo del
Espíritu para toda la Iglesia. Así lo sentí calar profundamente en mí hasta
penetrar en mis venas. Era como si después de 15 años de vida misionera, de un
lado para otro, ver la tierra prometida donde el Señor me llamaba a anunciar y sembrar la Buena Nueva del
Evangelio. La tierra estaba apta y preparada para una nueva primavera, una
nueva Evangelización de donde podrían brotar nuevos misioneros para dar un
nuevo impulso y una nueva sangre para la Iglesia.
Pude, aunque solo fuera de pasada
a la vuelta, conocer las comunidades de Asia, la de Japón y Singapore, conocer
Indonesia y un poco de Australia con motivo de acompañar a Greg, un misionero
australiano que estuvo conmigo en Irlanda que después de su ordenación fue a
visitar su familia y a tener su primera misa en Sídney. Fue empezar a soñar que
efectivamente Oriente escondía un potencial inmenso por desarrollar. Era todo
un pueblo joven lleno de ansias por vivir y que contrastaba enormemente con
nuestra cultura envejecida y desencantad de Occidente. Sentí que el Señor
claramente me llamaba a invertirme en esas tierras aparentemente tan extrañas y
lejanas para mí pero que de alguna forma tan inesperada se encargó de acercar y
atraer con un poderoso encanto y atracción.
Memorias de un peregrino 10
Comienzo de la revuelta en España
Cuando regresé a España fue como
un jarro de agua fría. Todos mis sueños de una primavera se veían desaparecer
por una espesa y borrascosa tormenta. Se vivían al interno de la comunidad
disparidades arrastradas y no resueltas sobre todo con las misioneras, nosotros
íbamos un poco al compás de ellas puesto que eran mayores y tenían en general
más experiencia. Entre las misioneras, siempre mucho más numerosas que los
misioneros, un grupo de más jóvenes empezaban a manifestar cierto disgusto y
descuerdo con Jaime, el Fundador. La comunidad había ido creciendo y
extendiéndose por el mundo. Había al interno de ella, diversas ramas,
misioneros, misioneras y matrimonios que también habían crecido y la misma
realidad nos pedía a todos ir creciendo en corresponsabilidad delante de Dios y
de la Iglesia. Ante una pluralidad de formas de vida posibles se sentíamos la
llamada a vivir una fraternidad misionera donde todos pudiéramos responder a
una identidad con diversidad de estados, respetando las distintas formas de
vida.
La comunidad, que había surgido
en Mallorca como pía unión con una aprobación del obispo diocesano como
asociación de fieles, por su extensión y radio de acción, sentía la llamada de
pedir una aprobación pontificia a la Santa Sede. Después de analizar las
distintas modalidades posibles se eligió abrir una vía poco explorada, una
nueva forma de vida consagrada. Hubo entonces que redactar nuevos estatutos que
definieran la espiritualidad y los distintos aspectos incluyendo la forma de
gobierno como entendíamos que Dios nos estaba pidiendo vivir. Fue entonces un
querer ir ensañando y probando aquello que queríamos proponer a la aprobación
de la Iglesia. Un punto conflictivo era la forma en que vivir la obediencia y
la corresponsabilidad.
Fueron momentos difíciles para la
comunidad. No se trataba solamente de ponernos de acuerdo en la letra, en la
estructura que queríamos adoptar, sino la dificultad de vivirlo todos con un
mismo espíritu de comunión. Suponía un grado de madurez al que no estábamos
acostumbrados a vivir. La obediencia la habíamos vivido como obediencia a
ultranza al Fundador siempre concibiéndole como la última palabra y era difícil
concebir y abrirnos a otro modo de obediencia que diera cabida a otros ámbitos
de escucha para poder discernir juntos
en comunidad la voz de Dios. Si todos participábamos del mismo espíritu y Dios
quería hablar en todos y a través de todos nos teníamos que abrir a nuevas
formas de colegialidad.
Ese tiempo fue un poner a prueba
el verdadero espíritu de fraternidad que
nos movía y a querer vivir una más genuina corresponsabilidad con un mismo
espíritu de fraternidad. Fruto de elecciones generales se elegían en cada rama
responsable y vice responsable y un consejo, estos se reunían con Jaime, el Fundador,
para discernir y dirimir las cuestiones más relevantes para toda la comunidad.
En aquel año Paco y yo éramos responsable y vice responsable de los misioneros
y María Antonia y pilar eran la responsable y vice responsable de las
misioneras. Había un consejo más pequeño donde estábamos nosotros cuatro con
Jaime. Empezábamos entonces a sentir que se necesitaba tiempo para hablar las
cosas y que se resentía mucho toda una forma anterior de actuar que
necesitábamos poco a poco cambiar para abrirnos de verdad a una forma nueva.
Memorias de un peregrino 11
Primera crisis. El desgarrón de la
fraternidad
Esta
primera crisis más allá de lo personal, yo diría institucional, no sabría bien
determinar cómo se fue provocando. No fue un hecho automático o percibido de
inmediato como momento crítico sino como un disparador, un detonante que poco a
poco empezó a cuestionar la forma de actuar al interno de la comunidad. Aunque
no sabias a ciencia cierta lo que pasaba, creo que de fondo era una crisis
relacional. El mundo de relaciones de fraternidad y hermandad con el que
queríamos vivir, el ideal, se contrastaba con la conflictividad y pobreza
relacional con la que vivíamos, la realidad. Lo que era ya complicado en la
propia rama, se multiplicaba en la interrelación con las misioneras, los
matrimonios y todo el entorno de la gente de la comunidad. De pronto el ideal y
la utopía de la fraternidad y del Reino se volvía demasiado conflictivo,
complicado. Esto te iba generando dudas, miedos, resistencias y te surgían
muchos interrogantes. Vivíamos en ranchos aparte y no llegábamos a hablar las
cosas de frente. Vivíamos con un cierto descontento o desajuste que según el
Fundador achacaba a no vivir el carisma y siempre estar a disgusto con lo que
se hacía por falta de frutos. Muchas personas entraban , pero también eran
muchas las que salían y te preguntabas el porqué.
Era
un tiempo de atrevernos a preguntar o a tomar conciencia de lo que pasaba y a
obrar con mayor sinceridad y responsabilidad. Los que asumíamos la
responsabilidad debíamos al menos vivirla dando crédito a la voz de Dios en los
hermanos y no solo atendiendo órdenes del Fundador como si sólo él tuviese
cable directo con Dios. Cuando no se sabe bien interpretar el porqué de la
crisis y ponerla remedio se corre el gran riesgo del desencanto. Es ley de vida
impuesta por el mismo Dios renovarse o morir. Es entonces cuando se hace
indispensable el escucharnos, el saber discernir juntos y juntos secundar la
voz de Dios, algo a lo que no estábamos acostumbrados a vivir. Había demasiadas
decisiones tomadas como “bandazos” como intento de “cortar por lo sano”,
cambiando las personas de comunidades, de un lugar a otro, pero sin hablar a
fondo, ni solucionar los problemas. Había problemas de relaciones y no
llegábamos a afrontarlos de manera serena y madura llamando a las cosas por su
nombre. Muchas veces el último en enterarse era el propio interesado. Era un
paso obligado para salir de la crisis ser sinceros ante Dios, ante los otros y
ante nosotros mismos. Más que buscar culpables era necesario cada cual
personalmente cuestionarse y ver qué cosas nos forman y qué nos deforman, qué
nos conforma a Cristo y qué oscurece su rostro en nosotros.
Tengo
la impresión que esta primera crisis no fue resuelta sino encubierta, se saltó
por encima y no tuvimos el coraje de afrontarla. Las responsables elegidas por
las misioneras María Antonia y Pilar Fiol fueron las cabezas de turco. Ellas
como muchos pedían un paso previo a constituir una nueva forma de vida
consagrada, vivirlo de verdad. Era preciso saldar una deuda primera que había
quedado al interno de la comunidad. Se pudo leer como una oposición a Jaime, el
Fundador y al nuevo paso que iba a darse. Con el hecho de la aprobación venida
de Roma se llegó a un silogismo poco ortodoxo y nada evangélico: “los que estén
de acuerdo con Jaime y la nueva aprobación pasan a la nueva forma que nos
ofrece la Iglesia vivir y los que quieran seguir con María Antonia y Pilar Fiol
en sus planteamientos quedan en la antigua comunidad Verbum Dei”. Se produjo un
desgarrón de la comunidad y esa forma nueva de vida consagrada no la empezamos
“con buen pie”. Yo mismo en una reunión que tuvimos Jaime, el Fundador, Paco y
yo con todas las misioneras dije que yo hasta entonces mi obediencia a Dios
había sido una obediencia “ferrea” a Jaime. Desde aquel momento sentía del
mismo Dios que nos llamaba a vivir otra forma de obediencia. La búsqueda de la
voluntad de Dios si todos nos comprometíamos a escucharle debía ser discernida
en comunidad. Debíamos de aprender a reconocer la voz de Dios que habla también
a través de los hermanos.
Memorias de un peregrino 12
Medio año en Lille en medio de la tormenta
En tal estado de situación se me
envió a apoyar las comunidades de Europa. Habíamos levantado un pequeño centro
rehabilitando una antigua mansión de la familia de Kilien en Ruitz, cerca de
Lille, al norte de Francia. Era una oportunidad de establecer y fortalecer
vínculos entre las comunidades que vivían más aisladas. Una inquietud que había
surgido de algunos encuentros europeos. Allí fuimos realizando otros encuentros
y cursos de reciclaje con las comunidades de Paris, Dublín, Reading y la Isla de
Wight, la de Bélgica, Polonia y Alemania.
Como se tuvo que dejar el centro
por cuestiones familiares, se vio bueno iniciar
una comunidad de misioneros en el mismo Lille. Como a penas chapurreaba
el francés empecé un curso intensivo de francés para extranjeros en la
Universidad. Aunque a nivel de Europa nos podíamos manejar con el inglés, si
queríamos vivir en Francia no había otra que aprender el idioma. A la vez se
veía bueno aprenderlo por estrechar lazos con las comunidades en África de
habla francesa, por haber sido antiguas colonias francesas. En aquel entonces
se apuntaba a crear nuevas comunidades además de las de Guinea en Bata y Malabo
y la sumamente conflictiva de Kinshasa en el Zaire. Costa de Marfil y sobre
todo Camerún se veía que podían dar expansión y proyección.
También era una forma de
insertarnos en el mundo universitario. Cada vez más nos dábamos cuenta que todo
centro Europa era un verdadero campo de misión necesitado de una nueva
evangelización y que esto pedía un fortalecimiento, apoyo y acompañamiento de
las comunidades que resentían el
desgaste del roce con un ambiente en general bastante duro y hostil donde se
respiraba el pasotismo, el indiferentismo,
el eclecticismo religioso y donde el super materialismo reinante
generaba mucho escepticismo y falta de sentido.
Desde Lille acudía también a
Loeches, donde seguíamos teniendo reuniones para tratar de levantarnos del duro
golpe que se había vivido. Todo el entramado de la comunidad parecía tambalear.
Hubo misioneras que salieron de la comunidad siguiendo a María Antonia y a
Pilar Fiol y algunas dejaron la vocación. Atrás quedaron los entusiasmos de la
primera hora y nos veíamos zarandeados por el ambiente corrosivo de la
indiferencia, la incertidumbre, la duda, la desconfianza. Uno sentía que sin el
amor y apoyo fraterno era fácil el desaliento y el llegar a cuestionarse e
incluso dejar la vocación. Era como el pueblo de Israel cuando caminaba por el
desierto despertándosele las dudas e interrogantes.
Estaban por aquel entonces abriendo
un túnel subterráneo para atravesar el Canal entre Calais y Normandía y de
alguna forma sentías que estábamos entrando en un túnel subterráneo y que era
preciso buscar cómo salir. Se hacía imperioso buscar la confianza en la
comunidad. En medio de tal situación, cuando estaba preparando una
peregrinación a Tierra Santa con un grupo de matrimonios que acompañaban Mark y
Michú me dieron la noticia que mi padre estaba muy grave y que iba a ser operado
de corazón. Me sentía como Pedro en medio de la tempestad que zozobrando la
barca clamó al señor: “sálvanos Señor que perecemos”. Era un momento crucial de
poner de nuevo todo en las manos de Dios.
Memorias de un peregrino 13
La repentina muerte de mi padre. Una estrella en medio de la noche
Cuando
llegué a Madrid, mi padre estaba ingresado en el Hospital del Aire. Le tenían
que hacer una seria operación de corazón después de unos amagos de infarto. A
penas llegué me dio tiempo para poder hablar serenamente con él incluso a prepararle
con una confesión.
Aquel
sólido pilar en que habíamos descansado toda la familia parecía desmoronarse y
la firmeza del “coronel” venirse totalmente abajo. Pero en medio de esta contradicción
tan grande que se asemejaba como en parábola a lo que vivíamos al interno de la
comunidad, mi padre supo dejarme quizás la lección más grande de mi vida. Él
como un niño se ponía por entero en manos de Dios. Repetía la oración de Jesús
en el “Padre nuestro”: hágase tu voluntad y la oración de Foucauld que había
aprendido: Padre yo me pongo en tus manos con una confianza infinita, sea lo
que sea te doy las gracias.
La
operación que duró varias horas salió bien, más sin embargo el posoperatorio se
complicó por una negligencia médica. Le aplicaron medicinas que le perforaron
el estómago y le ocasionaron una hemorragia de sangre. Débil como estaba,
corría peligro porque la sangre empezó a encharcarle los pulmones y le
ingresaron en la unidad de terapia intensiva. Como vi a mi madre muy cansada
pedí permiso a la comunidad para acompañar tanto a mi padre como a mi madre en
esos momentos de tanta dificultad y me permitieron hacerlo.
Dormía
con mi madre en la habitación que tenía adjudicada mi padre y trataba, en lo
posible, de serenar los ánimos y de no perder la calma. La cosa se fue
agravando y nos empezaron a prevenir de su estado delicado que había a toda
costa que parar la hemorragia. Lo intentaron vía endoscopia y no pudieron así
que nos propusieron la posibilidad de operarlo de nuevo pero siendo conscientes
de que no era seguro que resistiera la operación.
Quien
estaba más nerviosa era mi hermana Mabel. Adoraba a mi padre como había adorado
a mi abuela y no estaba dispuesta a dejarlo morir. Así que empezó a remover el
hospital hasta hablar con el director e incluso a pedir la ayuda de otro
prestigioso cirujano para que viniera a operarlo pues no quería correr el
riesgo de otra equivocación. En medio de tal incertidumbre nos reunimos toda la
familia y viendo que no había otra alternativa aceptamos la última tentativa de
la riesgosa operación. En la última visita que hicimos mi madre y yo a la UVI,
mi padre era consciente de su extrema gravedad. Nos tomó de la mano uno a cada
lado y del cuello tomó la pequeña cruz que yo le había regalado. Nos dijo: este
es el mejor regalo que he recibido, ahora voy a presentarme ante Él y ya no la
necesito y se la dio a mi madre diciéndola que no se preocupara que estaba en
buenas manos. Tú la necesitarás par tener fuerzas para cuidar de los hijos. Sus
palabras fueron nuevamente un rayo de luz venido del cielo. Nos hizo ver en
medio de la precariedad de todo lo verdaderamente importante y lo único
definitivo. Mi padre murió.
Hicimos
una misa cuerpo presente en el Hospital con la familia y muchos pilotos
compañeros de mi padre. El coronel hizo su último vuelo al cielo y desde allí
no precisa volver. En la eucaristía en el momento de la consagración, al
levantar el Cuerpo con el cuerpo detrás de mi padre y pronunciar las palabras:
“este es mi cuerpo”, sentí, como cuando recogía las uvas machacadas del
mercado, que Dios me susurraba, no temas es mi cuerpo, es mío, lo tengo en mis
manos. Luego trasladamos su cuerpo a Salamanca para enterrarlo. En la misma
parroquia donde celebre la primera misa celebramos el funeral. Todos
agradecimos al Señor la vida de mi padre.
Memorias de un peregrino 14
Una experiencia misionera en África
Tras la muerte de mi padre
paradójicamente me sentía confirmado y fortalecido interiormente tanto como
para perder el miedo a la muerte y estar dispuesto a todo. Fue entonces cuando
me propusieron que viajar a visitar las comunidades con vistas a una nueva
proyección. El pequeño centro de formación que había en Malabo, ni reunía las
condiciones, ni ofrecía ninguna proyección de futuro para abrirnos a una
evangelización más amplia en el continente. Nos preguntábamos si sería el
momento de indagar la posibilidad de trasladar la formación a Camerún. Así que
viajé a Camerún donde recién comenzábamos una nueva comunidad. Visité Yahundé y
la capital Lomé donde me pude entrevistar con el cardenal Tumi. Era una persona
de Dios que nos escuchó la preocupación que teníamos de trasladar la formación
allí y nos abrió todas las puertas para que pudiéramos hacerlo y poder trabajar
al mismo tiempo en la universidad.
Desde allí viajé por tierra a
Bata en un auténtico viaje safari, pues según nos íbamos adentrando en el
continente sentías la precariedad y miseria en la que se vive. Pinchamos las
cuatro ruedas del Land Rover y tuvimos que continuar el trayecto a pie hasta
encontrar un buen samaritano que nos acercó a una misión y a través de un
hermano de san Juan de Dios, que yo había conocido en Irlanda, facilitarnos un
medio de locomoción hasta llegar a Bata. Tras unos días en Bata, tome el barco
hasta Malabo. En la misma travesía me fui dando cuenta de las rivalidades de
las tribus entre los bubis y los fans quienes mantenían el poder con el apoyo del
presidente. Algunos fanas, abusando del poder y del mando militar, empezaron a
burlarse de mi todo lo que quisieron y un fan salió en mi ayuda previniéndome
del riesgo que corría pues estaban armados.
En Malabo visité la capital, el
antiguo Fernando Poo, y el centro que teníamos subiendo la montaña. Allí
tuvimos un retiro y diversos encuentros. Desde allí programamos una visita a
Nigeria con un obispo que habíamos conocido en Reading. Fue imposible tomar
ningún barco. Pudimos volar en una compañía camuflada, un avión militar que era
del propio presidente, y que por no pagar las tasas de aeropuerto no dejaron
aterrizar en Nigeria, así que volvimos al mismo lugar de partida. Uno se
percataba de toda la corrupción y el manejo del gobierno.
Finalmente nos lanzamos a hacer
la travesía hasta Calabar, donde conocíamos unas monjas, en cayuco. Aconteció
tal como se narra en el evangelio, una fuerte tempestad. Pasamos una fuerte
tormenta que nos dejó prácticamente perdidos en el océano. No había otra que
acudir a Dios que nos hizo la luz en medio de la oscuridad. Al final divisamos
un pozo petrolífero y pudimos tomar el rastro de toda una hilera de pozos que
nos condujeron a la costa. Allí sufrimos tremenda inseguridad pues nos
persiguieron a disparos. Tuvimos que salir camuflados atrás de una furgoneta
hacia el interior. Según nos íbamos metiendo más y más nos percatábamos lo
difícil que resultaba allí sobrevivir no solo a las riesgosas inclemencias de
las enfermedades sino a la tremenda situación de inseguridad, corrupción y
violencia en que se vive.
Memorias de un peregrino 15
Una nueva etapa de la vocación en Filipinas
El tocar toda la realidad tanto
de Asia como de África, me hizo de nuevo volver a despertar la ilusión por la
misión que se había apagado tanto por todos los conflictos internos que
habíamos vivido.
Era el momento de iniciar y
apostar por algo nuevo. A pesar de situaciones de tanta pobreza, estos
continentes, Asia y África estaban llenos de alegría y esperanza, cargados de
vitalidad y sangre nueva que nos podían devolver una mirada y sensibilidad
nueva frente a la Iglesia y su misión evangelizadora. Jesús mismo manifiesta en
su discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret que él ha sido enviado a
evangelizar y llevar la Buena Nueva a los pobres. Empezaba a percibir que estos
no eran solo los más dignos destinatarios de la misión sino los sujetos y
evangelizadores que más necesita nuestro mundo cargado de antivalores. Jesús
llamó a pobres pescadores nada instruidos y su formación la centró no en la
elocuencia humana sino en la sabiduría del Espíritu que les adentraba en la
nueva forma de ser y de vivir que inaugura el evangelio y las bienaventuranzas.
Era el momento de apostar por la
fraternidad vivida al interno de de la comunidad venciendo las tentaciones del
individualismo, la competitividad o la acepción de personas. Después de visitar
África y Asia empecé a compartir estas inquietudes. A la vuelta de Filipinas
dije que según mi pobre parecer veía a Filipinas como un nuevo Méjico para la
nueva evangelización de Asia por ser un fuerte país de fe. Era el lugar
propicio para pensar en un centro de formación para todas las comunidades de
Asia enriqueciéndonos de su particular sensibilidad y espiritualidad oriental.
El traer africanos o asiáticos a formar a Europa era sacarles de su propio
contexto vital. Suponía un verdadero desgarrón para las personas que no les
ayudaba en su formación y maduración integral. Se llegaban a europizar hasta
tal punto de algunos no querer volver a su propio país.
Si a esto sumábamos toda la situación
de conflictividad que se vivía en España y que influía a los cursos de
formación, por supuesto se hacía urgente y necesario optar por una nueva forma
de vivir y formarse en un marco de verdadera fraternidad fortaleciendo los
vínculos fraternos y de comunión como condición de credibilidad para el mensaje
que queríamos anunciar.
Con esta inquietud me mandaron a
Filipinas a mí con José Luis y otros dos misioneros filipinos June y Cris, para
poder allí iniciar una comunidad y
empezar una nueva etapa que pudiera ofrecer un germen y caldo de cultivo para
una nueva formación más adaptada a sus propios contextos, más armónica e
integral, desde una conversión nueva al evangelio y las bienaventuranzas. La
única forma de hacerlo era poniendo a Cristo y su amor en el centro de nuestros
corazones para vivir con trasparencia y confianza. Fue como un embarcarnos de
nuevo a tirar las redes y bogar mar adentro.
Memorias de un peregrino 16
Volver a creer y apostar por la fraternidad
Las misioneras tenían en Asia comunidades
en Japón, Singapore, Manila, Cebú y una pequeña casa de retiros en Tagaytay.
Llegamos al centro de Tagaytay para compartir allí con las hermanas dónde
convenía ubicarnos. Vimos que Manila era una ciudad mastodonte un poco
conflictiva con un ambiente conflictivo que no favorecía lo que pretendíamos
iniciar y nos decidimos por Cebú en el centro del archipiélago más tranquilo y
adaptado a nuestras necesidades.
Nos fuimos a vivir a una casita
muy pequeña de un barrio de las afueras de Cebú en la parroquia de San Lorenzo
Ruiz, el primer mártir laico filipino y que no estaba acabada. Todo lleva su
tiempo y todos los inicios son lentos y mucho más en el pueblo filipino.
Contrastaba la parsimonia con la
que los veías con las prisas y eficacias que llevábamos. Poco a poco te ibas
dando cuenta que son otras categorías incluso
la valoración del tiempo. Era necesario tener tiempo, para ver, para
escuchar, para conocer, para establecer contactos, para estrechar vínculos.
Tantas veces uno va a lugares y a
pueblos y no llegas a conocerlos y por eso a amarlos como son porque uno va con
sus prejuicios y no se desprende de lo suyo. Es fácil pasar por encima de las
personas sin escucharlas e imponiendo tus criterios como si uno fuera el que
tiene la razón y el poseedor de la verdad.
Filipinas había sido evangelizada
y colonizad durante cuatro siglos por los españoles y luego tomada por los
ingleses y japoneses y finalmente liberada por los americanos. Por supuesto que
había sido víctima de toda clase de abusos, atropellos y excesos. Aún hoy en
día sigue siendo un país también explotado por los países del primer mundo, víctimas
del comercio tráfico y explotación sexual de mujeres y niños.
Era para nosotros un tiempo de
reconocer la tierra sagrada que estábamos tocando para no pisotearla de
cualquier manera. Sorprende que la gente filipina, como lo es en general en
Asia, se descalza cuando entra al lugar donde moran. Andan descalzos y no solo
por la casa sino por la calle. No es solo signo de pobreza, sino de veneración
y respeto del lugar donde habitan.
Los filipinos es un pueblo en
general tremendamente acogedor, hospitalario, alegre y lleno de vida y
juventud, con fuertes vínculos, con un sentido muy fuerte y arraigado de
familia.
Así pues nos dábamos cuenta que
antes de enseñar nada éramos nosotros los que estábamos llamados a aprender.
Aprender a conocer y a amar sencillamente a este pueblo porque no se puede amar
lo que no se conoce.
Memorias de un peregrino 17
Los encuentros y retiros en Tagaytay. Fortaleciendo vínculos entre
comunidades
Era también vital para nosotros
establecer fuertes vínculos fraternos. Aunque llevábamos en general tiempo en
la comunidad nos habíamos formado un
poco como “franco tiradores”, de manera que uno mismo fuera el que levantara
todo un movimiento no sólo en una ciudad sino en un país. Era algo que causaba
pronto mucha frustración.
Somos esencialmente comunitarios
y debíamos aprender a vivir y llevar a cabo la misión juntos, en comunidad,
reconociendo nuestra pobreza de ir solos, de encontrarnos solos con nuestras
propias pobrezas. Solos no podemos. Dios no nos llamaba a ser misioneros cada
cual por separados sino en comunidad, en fraternidad con los hermanos y
hermanas, compartiendo con las otras comunidades en la Iglesia, participando de
la misma Iglesia local, en comunión con los obispos del lugar. Todo esto era
como un camino nuevo a recorrer, una forma nueva de ser, de vivir, de sentirnos
Iglesia, en comunión con la Iglesia, desde la Iglesia propia particular y
local, para desde ahí amar a toda la Iglesia universal.
La realidad de Asia y de
Filipinas te daba pie para conocer y vivenciar otro tipo de Iglesia, donde las
comunidades no caminaban por separado y donde todos nos ayudábamos y nos
complementábamos. Tagaytay era un lugar privilegiado no sólo por el clima sino
porque encontrabas casas de todas las comunidades. Y eran numerosas las casas
de retiros y de formación de otras congregaciones. En este lugar apartado del
trasiego hiperactivo de Manila, el cardenal Sin nos había ofrecido unos
terrenos para construir un centro y este nos servía para promover encuentros
eclesiales.
Sentimos que ese fortalecer los
vínculos entre nosotros y las comunidades de Asia comenzaba por conocernos más,
por escucharnos más a fondo. Nos dimos tiempo para conocer cada una de las
comunidades, sus retos, sus inquietudes y para ver cómo podíamos
complementarnos y ayudarnos. Se adolecía de mucha frustración y soledad cuando
viviendo tan distantes en países tan lejanos a penas podías compartir los
logros o los fracasos excepto cuando tenías que viajar a España.
Antes de proyectar un centro
comenzamos por compartir los sueños, las inquietudes, las riquezas y las
pobrezas. Los encuentros y retiros que tuvimos en Tagaytay nos ayudaron a tomar
juntos el pulso del Espíritu y abrirnos juntos a ver lo que Dios nos pedía para
el momento presente de la comunidad y de la Iglesia y como podíamos responder
al reto de la nueva evangelización llevándola a cabo juntos.
Empezamos así los contactos y
encuentros con todas las comunidades de Asia como con una nueva conciencia de
que nos necesitábamos y que juntos podíamos colaborar con ayuda del Espíritu a
una nueva primavera para la Iglesia que venciera los escepticismos,
frustraciones y resistencias que habíamos vivido.
Memorias de un peregrino 18
Abriendo un nuevo apostolado en la isla de Cebú
El ambiente de Cebú era propicio,
el terreno por así decirlo estaba abonado. La gente, por lo general muy
sencilla, tenía una experiencia de fe popular pero profunda que les hacía
capaces de afrontar situaciones duras de la vida, la enfermedad, el
sufrimiento, la muerte, con fe y con esperanza. La gente tenía en general mucha
alegría, con un sentido celebrativo y de fiesta muy grande. Las familias muy
numerosas tenían un sentido de familia muy arraigado. Los hermanos mayores,
“cuya” en varones y “ate” en mujeres, eran capaces de sacrificarlo todo,
incluso renunciar a sus propios estudios, para sacar adelante el hogar cuando
los padres trabajaban y estaban fuera.
Una de las devociones más
populares eran “las novenas”, los jueves a “la Madre del Perpetuo Socorro” y
los viernes al “Santo Niño” implantadas y favorecidas por los Redentoristas y
que aglutinaba a la gente en las Iglesias. A las 6 de la mañana las iglesias estaban
llenas de gente que acudían antes de salir a trabajar. En este ambiente tan
privilegiado se hacía fácil y espontáneo congregar a la gente.
Nosotros empezamos en el barrio
de una manera muy sencilla. Al visitar las familias que muy gustosamente nos
acogían propusimos un encuentro sencillo en sus casas para compartir y rezar
juntos aprovechando ese ambiente de familia y celebrativo. En una de las
familias, la familia de Tere, nos empezamos a reunir los viernes por la noche
en su espacioso jardín en tono a la grutilla de la Virgen de Lourdes. Era
impresionante como fue prendiendo la costumbre. Nos íbamos reuniendo con
calurosa y fraterna acogida, íbamos compartiendo testimonios y alternando
canciones, rezando el rosario y terminando con galletitas y té en un ambiente
cálido, fraterno, de familia, donde todo el mundo aún el que llegaba por
primera vez, se sentía a gusto. Fue creciendo paulatinamente y era normal que
fuéramos más de 50 personas, muchos jóvenes.
Empezamos sobre todo a acompañar
los jóvenes, preparando actividades con ellos, encuentros, salidas de
excursiones donde nos íbamos conociendo. Nos abrimos a dar convivencias en
escuelas. Tomamos unas capellanías en la facultad de Medicina y de enfermería
donde además de misas para estudiantes íbamos coordinando actividades con la
responsable de estudios Misss Lumbad. Aprovechábamos eventos escolares, para
empezar el curso, cuando se recibían y distintos momentos durante el curso que
posibilitaba el encuentro con los estudiantes y profesores. En La diócesis después del WYD había promovido
dinamizar y continuar con encuentros locales el espíritu del WYD como
preparación del “Jubileo” y nosotros nos ofrecimos a colaborar.
En general diría que poco apoco
nos íbamos introduciendo en todos los ámbitos y sectores de la sociedad donde
la fe corría paralelo a la vida y sentíamos el soplo del Espíritu para propagar
la fe sumándonos a lo que vivían para que su vida se hiciera más llevadera y
plena.
Memorias de un peregrino 19
Una nueva primavera para la evangelización en Asia
Mientras que en Europa se vivía
una enorme crisis de fe con fuerte disminución de vocaciones, de participación,
y asistencia al culto, en un ambiente de mucha indiferencia religiosa, por lo
contrario en este apartado rincón de Asia,
encontrábamos una fuerte sensibilidad religiosa y muy viva la dimensión
espiritual.
Aunque la evangelización en Asia
es mayoritariamente reciente y en muchos países lenta por el pluralismo
religioso, por lo general florecen comunidades muy vivas de creyentes muy
comprometidos. Por estas y muchas razones, había un resurgir de vocaciones
tanto en la India, Vietnam, Corea, etc. Filipinas no era una excepción. La
Iglesia vivía muy comprometida y cercana al pueblo y promovía una fuerte
conciencia de identidad y misión.
Durante el régimen absolutista de
Marcos y tras la muerte de Aquino, el Cardenal Sin hizo una llamada al pueblo
para no permitir los asesinatos y atropellos del poder militar. El llamado “Rosary Power” permitió una gran
movilización pacifista que llenaba las calles de Manila y luego parar la
revolución militar estableciéndose un régimen democrático apoyando a Cori, la
mujer de Aquino. La Iglesia tuvo pues un papel preponderante en el cambio
pacífico de régimen y ganó tremenda popularidad en el pueblo.
No obstante, las bolsas de
pobreza eran muchas con sectores de gente viviendo en condiciones infrahumanas
junto a las vías de tren, junto al puerto en grandes basurales, “las smoking mountains”, etc. La Iglesia
estaba comprometida con el pueblo tratando de tornar la situación y ofrecer
unas condiciones más dignas de vida. La llegada del Papa en el WYD de Manila
movilizó todos los sectores de la Iglesia y los orientó de cara a preparar el
gran Jubileo del año 2000. Con los años dedicados al Padre, a Jesús, al
Espíritu y a maría se fueron promoviendo fuertes campañas de evangelización y
celebración. Coincidió por entonces la beatificación del primer cebuano, Pedro
Colongsod que supuso un gran evento para Cebú y todo Filipinas.
Todos estos factores favorecieron
el clima de abrir las puertas del corazón y ensanchar. Al soplo del Espíritu
para vivir un nuevo pentecostés, una nueva primavera para la Iglesia. Ese era
el espíritu de la letra de la canción del “gran jubileo”: “Open your heart to the Lord…” A la par se realizó el Sínodo de la
Iglesia en Asia que fue una gran oportunidad para tomar conciencia de “la hora”
que vivíamos tan privilegiada de tomar parte en esta nueva evangelización para
este precioso continente tan lleno de esperanza.
Ante el despertar de nuevos
jóvenes a la vocación, fue un momento que empezamos a sentir que sería bueno
aunar fuerzas entre todas las comunidades de Asia y favorecer una formación en
común que incluyera también un reciclaje para los propios misioneros-as que ya
llevaban tiempo y preparar la ordenación de los dos misioneros filipinos, June
y Cris. Todo esto nos hacía sentir que se abría una etapa nueva para todos
nosotros y que a pesar que nos sintiéramos pobres y pequeños ante tan gran
tarea eso no era impedimento sino todo lo contrario era la prueba para que se
manifestara que era Dios quien llevaba a
cabo la obra. Así que nos lanzamos a construir juntos un nuevo centro
internacional de formación en Asia, allí en Cebú.
Memorias de un peregrino 20
El Centro Internacional y Curso de Formación en Cebú
El nuevo centro para el curso de
formación lo construimos en los montes de Banawa en los terrenos de la hermana
de un jesuita que conocíamos, Celia Borromeo. Aunque los terrenos no tenían
gran extensión estábamos junto a un “Memorial Park”, un inmenso campo santo,
cementerio y lugar de oración. Tenía un enorme “Vía Crucis” a escala humana al
que acudía el pueblo en masa cada Viernes Santo. Esto nos sería de complemento
para tener una gran extensión abierta y al aire libre para orar.
A la par que construimos la casa
de retiro y formación con habitaciones y salas construimos la capilla grande y
nuestra vivienda, todo en un ambiente sumamente sencillo. Nuestra vivienda a
semejanza de la gente más pobre la hicimos de madera, cañas de bambú y hojas de
palmera. Una vez que tuvimos construido el centro que prácticamente inauguramos
con la ordenación sacerdotal de Cris y su primera misa. La ordenación la
celebramos en la casa retiro de Tagaytay, para que pudiera venir su familia que vivía al lado y vino el propio cardenal
Sin.
Después de unos encuentros y
retiros, iniciamos en Cebú los cursos de formación conjuntamente con las
misioneras. Los misioneros vivíamos en Banawa, June, Cris y yo, con 3 cebuanos
Darwin, Noel y Brandom, con Michael de Singapore, Noel de la India, dos
japoneses Iwao y Koichi y un escocés James. Las misioneras vivían en una
casa en un barrio de la ciudad de Cebú.
En total éramos unos 25 y empezamos poco a poco a incluir a las personas laicas
que iban haciendo suya la espiritualidad de la comunidad.
La formación empezamos a vivirla
de una forma nueva para toda la comunidad. Después de nuevos encuentros que
tuvimos sobre la formación en la comunidad, el último de ellos en Méjico,
tomamos directrices nuevas conjuntas todos los centros de formación como
empezando una etapa nueva. Se había acordado establecer la formación inicial
con 2 años que los denominábamos primer ciclo. En el primer ciclo se intentaba
profundizar las verdades de fe del temario, núcleo de las verdades del credo,
en un camino de oración e interiorización para tratar de hacerlas vida y
anunciar desde la vida. En el segundo ciclo se añadía a las verdades de fe un
primer acceso teológico a través de distintas áreas, cristología, eclesiología,
biblia, moral, antropología y humanidades donde se dieran los fundamentos
magisteriales y patrísticos enriquecidos con la espiritualidad de los santos.
Por último, en el tercer ciclo, se efectuaba una profundización teológica que
se abriera al diálogo con las distintas corriente de pensamiento filosófico y
el mundo cultural contemporáneo o interreligioso para tratar de contextualizar
e inculturar el mensaje a los distintos ambientes y realidades que vivíamos.
La formación inicial del primer
ciclo vendría a ser como los años propedéuticos que proponíamos como
preparatorios para toda la formación con escuelas de oración y evangelización
donde los mismos laicos pudieran en la medida de sus posibilidades enriquecerse
para poder colaborar en la evangelización. Así que nos pusimos con toda la
ilusión del mundo y nos lanzamos a la aventura para poder ser testigos vivientes
de este momento de gracia y actores privilegiados de esta llamada a una nueva
evangelización para Asia y el mundo respondiendo a los signos de los tiempos.
Memorias de un peregrino 21
El intento de despliegue de algo nuevo. Los primeros ciclos intensivos
El primer ciclo o propedeútico
resultó de mucha riqueza no sólo para los misioneros-as sino para todo el
movimiento que se iba generando. Los fines de semana resultaban especialmente
fructíferos pues participaban muy activamente los laicos. El ambiente era de
mucha cercanía y fraternidad entre todos, respirando un clima de hogar, de verdadera
familia misionera.
Para enriquecer las materias
teológicas del segundo ciclo vinieron algún refuerzo de España, Oscar peruano y
José Luis español que ya habían cursado el segundo ciclo en Loeches y habían
llevado pro seminarios. Así se pudo organizar para los dos años del segundo
ciclo dos cursos intensivos de cuatro meses en verano para que pudieran así
participar las misioneras de las comunidades de Singapore, Japón y Australia.
La experiencia se vio enriquecida compartiendo al unísono la formación de
primer ciclo con los que no lo habían hecho y extendiendo a los laicos que cada
vez más iban participando más activamente.
Era una formación muy interactiva
donde todos poníamos lo mejor de nosotros y donde cada uno iba ejercitándose en
elaborar lo recibido para poderlo transmitir. ¿Qué era ese algo nuevo? Más allá
de recibir contenidos de fe íbamos descubriendo la presencia de Dios vivo
actuando en todos y a través de todos en un espíritu de familia que nos hacía
sentirnos verdaderos hermanos. La experiencia de fe compartida nos afianzaba
más y más en estrecha comunión compartiendo en un clima de respeto,
cordialidad, conocimiento recíproco y mutua apertura.
En este clima de oración
sencillez y fraternidad sentíamos que eran los sólidos fundamentos de nuestra
comunidad misionera. En este clima notábamos primero entre los propios
misioneros y misioneras que se iban superando los miedos y complejos y nos
sentíamos más capaces de anunciar el mensaje desde lo que uno es y desde la
captación de Dios propia evitando caer en comparaciones.
Dios a todos nos iba capacitando
desde una experiencia de amor y misericordia que nos hacía resurgir del polvo y
de la muerte y se convertía para todos en fuente de esperanza y fraternidad.
Era como pasar de la negatividad y de la desvalorización a la positividad,
reconocimiento y valoración del don que Dios da a cada uno y que se ve
multiplicado y enriquecido cuando nos atrevemos a compartirlo sencillamente en
fraternidad.
Memorias de un peregrino 22
Un año de interrupción para acabar el doctorado en Manila
Una vez que nos pusimos todos en
marcha y en camino reconociendo que la comunidad la iba el Señor construyendo
entre todos, me abrí con más libertad a poder responder al compromiso adquirido
de terminar los estudios de doctorado. Para ello tomé casi medio año de
interrupción del apoyo en la formación para dedicarme más intensamente a los
estudios.
Dios dispuso el momento y las
personas oportunas y en la Universidad de Santo Tomás de Manila, UST, la más
antigua de Asia fundada por los padres dominicos me abrieron las puertas para
acabar el doctorado que tenía muy avanzado. Hablando con el decano me propuso
el dar unas clases de misionología y de tener tutorías con el padre Fausto
Gómez que me asignó como director de la
tesis doctoral. La verdad fue que me sentí maravillosamente bien acogido y
acompañado. Los padres franciscanos de la parroquia de Pedro Bautista cerca de
Pandacan me ofrecieron un pequeño cuarto para residir, lugar que me quedaba muy
cerca de la UST.
Cada día me levantaba muy
temprano. Hacía la oración en la capilla del Santísimo que tenían siempre
abierta de adoración permanente. Luego celebraba misa en la parroquia y me iba
para estar a las nueve en la UST. Allí pasaba las mañanas en las tutorías,
dando clases o investigando en la biblioteca. Por la tarde iba elaborando los
capítulos de la tesis que iba presentando periódicamente al padre Fausto.
Él me iba haciendo las
correcciones y aconsejando los puntos a profundizar o completar. El trabajo se
me hizo muy liviano. Lo que se me hizo en Roma una montaña insuperable quizás
por el ambiente tan en contra que respiraba en el entorno comunitario y
universitario notaba que iba saliendo adelante con la ayuda de dios y de los
hermanos que Dios me brindaba.
Me sentí muy apoyado también por
la comunidad de franciscanos de la parroquia de Pedro Bautista. Yo trataba de
compensar con apoyo en las misas de la parroquia y atendiendo al acompañamiento
y dirección espiritual de algunas personas. Con alguna de ellas hice todo un
caminito llevándolas al centro de Lili que tenía en Tagayaty lo que me servía a
mí de lugar más reservado de retiro, descanso y oración. A la vez conocí otros
campos de misión, sobre todo quedé impactado con los laicos que trabajaban en
las “smoking mountains”.
Memorias de un peregrino 23
Los años más felices de despliegue misionero en Cebú
Respirando de aquel soplo del
Espíritu tan favorable pude acabar los estudios de doctorado y defender sin
problemas la tesis doctoral. De vuelta a Cebú me volqué de lleno en todo lo que
era poder desplegar aquel germen de Reino que veíamos surgir poco a poco entre
nosotros. Vimos oportuno que además del centro internacional de formación que
iba cuajando en la montañita de Banawa se complementara con una casa más
apostólica más en el centro de Cebú.
Esa nueva casa más apostólica nos
permitía un acompañamiento más cercano con la gente y un tener un ritmo de
actividades más periódicas y formativas con aquellas personas que íbamos
conociendo. Allí teníamos nuestras escuelas de oración y de formación, tratando
de intensificar la formación de laicos que colaboraban con nosotros en toda la
tarea evangelizadora, cada vez más comprometida con el ambiente estudiantil y
universitario.
Eran muchas las escuelas e
institutos que nos pedían retiros, convivencias, fines de semana. Nos fuimos
dando a conocer no sólo en Cebú sino fuera de Cebú en otros lugares. Acudimos a
otras islas como Buhol y Mindanao para tener retiros o encuentros no solo con
las personas que iban haciendo camino con nosotros sino también cuando nos
pedían ayuda en otras comunidades religiosas. Era el pobre intento de no
ocultar los talentos y dones que habíamos recibido sino de ponerlos todos al
servicio de Cristo de la Iglesia y de la evangelización para hacer expandir su
Reino entre todos, sobre todo a los más carentes y necesitados de su amor.
La tierra estaba preparada y el
ambiente era propicio. En ese campo de gente de fe sencilla, de acogida y de
familia que se respiraba, la semilla del reino se iba propagando de día en día
y la comunidad se desplegaba colaborando más y más en el plan pastoral de la
misma diócesis. Teresa hacía de puente como delegada de la pastoral de jóvenes
y a partir del encuentro del WYD se nos encomendó preparar el gran Jubileo con
esos tres años dedicados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, preparándonos
para la entrada del nuevo milenio. Tanto el obispo como sus delegados en la
diócesis de Cebú tenían enorme interés de irradiar el espíritu de las jornadas
entre los jóvenes de la diócesis.
Participábamos de numerosos
eventos y encuentros en este sentido y nos unimos con gran alegría a la gran
celebración que se realizó en Cebú con motivo de la beatificación de su primer
beato el joven Pedro Colongsod. Fue un evento muy emotivo donde nos alegrábamos
que se reconociese con él la santidad de todo el pueblo filipino y la riqueza
de su fe como un don precioso para toda la Iglesia.
Memorias de un peregrino 24
Gozando de la fraternidad construyendo juntos el Reino
De todos los años de mi vida
misionera debo confesar que estos años de Filipinas fueron para mí los mejores
años, los más fecundos, donde me sentí mi vocación misionera más realizada. Me
sentía contento y feliz de sentirme y vivirme misionero en Asia y en Filipinas.
Me sentía contento y feliz de misionar en ese precioso continente asiático.
Sentí amor a la Iglesia de Filipinas y a todo el pueblo filipino. Dios me dio
entrañas para saber valorar sus tremendas riquezas y saber compadecerme de sus
pobrezas. Incluso el ambiente de pobreza era para mí impulso para sacar de
nosotros lo mejor.
En aquel ambiente de pobreza
compartida sintiéndonos hermanos y solidarios con todos, veías que era fácil y
espontánea la misión y el anuncio del Reino. Todo veías que lo favorecía y
ayudaba para ello. El contagio de la fe sencilla del pueblo, su piedad popular,
sus novenas a la “Mother of Perpetual Help” y al “Santo Niño”, el sentido
celebrativo de sus fiestas populares, su sentido de celebración de la vida y de
la muerte acompañando todos los momentos de la vida, tanto el momento de nacer
a esta vida o de partir de esta vida a la vida eterna. Era ejemplar el tesón y
la paciencia en sobrellevar el sufrimiento, las estrecheces y dificultades. Los
trabajos tan duros lejos de vivirlos con el pesado clima como agotadores te
sentías alentados por la presencia consoladora de dios en medio de su pueblo.
Ahí estaba la presencia del
Espíritu que nos animaba a no desalentarnos en las dificultades, a dar muestra
de su fortaleza en nuestra pobreza y anunciar entre los pobres la presencia de
un dios vivo que nos sostenía y nos avalaba. El evangelio y las
bienaventuranzas se hacían carne de nuestra carne. Nos sentíamos pobres pero
enriqueciendo a muchos, dábamos la impresión de no tener nada y sin embargo no
carecíamos de nada. La promesa de Dios se hacía realidad. Felices los pobres,
felices los que sufren en paz construyendo el Reino, siendo artesanos
revestidos con las armas de Dios. Dios nos regalaba la entereza en la prueba,
la sencillez de corazón para acogerlo y afrontarlo todo con alegría.
Su promesa: “Yo estaré con
vosotros, yo habitaré en medio de vosotros, yo caminaré a vuestro lado, Yo seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”, se hacían realidad. Sentíamos un
orgullo santo de estar entre ese pueblo de santo de tal manera que ahora que
pienso en todo ello se me ensancha el corazón y reboso de alegría porque a
pesar de todas las penalidades sufridas eran mucho más grande los consuelos de
Dios que recibíamos.
Memorias de un peregrino 25
Abortando la fraternidad. La segunda crisis de la vocación
Paradójicamente al sr vice
responsable de la comunidad de misioneros a la vez que delegado eclesial en
toda Asia debía de viajar a España cada cierto tiempo para compartir más en
amplio la marcha de la Fraternidad. Por desgracia en las otras latitudes se vivía
un ambiente cada vez más enrarecido. Era como el reverso de la moneda, el
contraste de dos polos opuestos, un ambiente de anti reino que te causaba
tremendo dolor y angustia.
En España cada vez más sentías la
fraternidad herida como de una enfermedad que poco apoco veías más aguda y con
síntomas de muerte. El ambiente enrarecido de falta de confianza, de no
trasparencia, de doblez, iba ocasionando cada vez un entumecimiento, una
parálisis en la vocación donde era el campo abonado para los abandonos y las
deserciones. Ese clima de desconfianza hacía más y más imposible no sólo el
desplegar la misión sino el sostener la propia vocación. Se hacía cada vez más
urgente clarificar la situación para poner remedio y salir de ella y esto no
era nada fácil.
El germen estaba instalado y se
vivía sobre todo en el núcleo más cercano al Fundador. El espíritu de
contradicción al interno de la comunidad no avías a ciencia cierta de dónde
provenía, estaba teñido de la impronta del mal espíritu, que no se dejaba
fácilmente reconocer. Era una verdadera intriga saber qué es lo que se vivía al
interno de Jaime el Fundador, no lo sabías ciertamente pero todo daba indicio
que algo andaba mal. No sabías si era enfermedad porque no concebías que fuera
fruto consciente de querer hacer mal. Nadie, en su sano juicio, atenta contra
su propia obra. No sabes si esto fuera la raíz de la antilógica del mal uno
apropiarse y creerse dueño de una obra que no es sino la obra de Dios. Pero la
obra de Dios no está exenta del ataque del maligno. Fueron tiempos de percibir
la fuerza del mal y de pedir la gracia de Dios para que nos librase del mal.
Se hizo entonces urgente y
necesario compartir a profundidad a fin de esclarecer la situación no sólo con
el propio Jaime, el Fundador, sino con los responsables y las personas más
cercanas y de mayor confianza. El problema acuciaba cuando veías la falta de
conciencia de la gravedad de la situación que se trataba de esconder como si no
pasara nada. El problema se engrandecía cuando veía que el mismo Jaime, el
Fundador, generaba en torno a él círculos
que no se allegaban o fácilmente se ponían de acuerdo.
Por una parte estaban las
personas elegidas que figuraban como responsables y por otra parte estaban
surgiendo otras personas a las que él delegaba la responsabilidad y la
confianza poniendo en tela de juicio a las elegidas. Esto sobre todo ocurría en
la rama de las misioneras, pero esto quieras o no terminaba afectando a toda la
Fraternidad. No afectaba solo a las personas responsables elegidas sino a todos
que no sabían en quien confiar y a quien obedecer. La situación se fue
agravando hasta al punto de vernos en la encrucijada de hacer un Congreso
general y pedir ayuda a la Iglesia.
Memorias de un peregrino 26
Un poco de de respiro en medio de la tormenta en el Centro de Lili
Dios fue preparando mi corazón
para no sucumbir en la prueba. Cuando empezamos la etapa de conversión en los
ciclos de formación que íbamos teniendo en Filipinas empezamos con la llamad
del Señor a tomar la cruz y estar dispuestos a subir a Jerusalén y acompañar a
Jesús hasta su extremo de amor en la cruz. No sabía muy bien lo que venía pero
intuía que algo serio se avecinaba como cuando el cielo empieza a encapotarse y
se presagia una gran tormenta.
Sentía un gran desconcierto y no
sabía muy bien lo que hacer ni cómo actuar. Regresando de España de nuevo a
Filipinas necesitaba tomar distancia de los acontecimientos. Ante las aguas tan
revueltas necesitaba el tiempo y el espacio para escuchar la voz de Dios y no
quedar preso del desconcierto.
No podía inhibirme como si no
pasara nada. Debía comprometerme para defender la voz de Dios a cualquier
precio. Suponía mucha valentía y libertad de uno mismo.la opción por Jesús, por
su seguimiento hasta entonces había significado una obediencia ciega al
Fundador y a la comunidad porque Dios me había llamado en esa comunidad a
seguirle. Por primera vez su llamada a seguirle me hacía cuestionar qué era lo
que debía salvaguardar. A Jaime, el Fundador, le había oído decir alguna vez
que en el cielo no habrá comunidades y también decir que en la comunidad era
como él decía y si uno no estaba de acuerdo es que no era su lugar. Era como
decir que quien no se repliega a las reglas de juego estipuladas, quedaba fuera
de juego.
Lo que estaba de fondo es a quien
debía seguir y que normas quería seguir y si tenía que seguir mi conciencia y
reglas que no estaban acorde al evangelio. En el seguimiento las reglas no
están prescritas por nadie sino por Cristo y su evangelio y uno debía discernir
si era evangélico o no lo que estábamos viviendo. Mi carácter es de un talante
sumiso y nada subersivo, tolerante y dispuesto a aguantar lo que fuera por
salvaguardar el amor, el Reino, la fraternidad, la unidad. ¿Qué es lo que Dios
me estaba pidiendo en esos momentos? Antes de pensar en cualquier interés
personal o salvaguardar ninguna imagen necesitaba ver claro lo que debía
defender y salvaguardar y solo a la escucha de Dios podía descubrirlo y tener
fuerzas para defenderlo por encima de todo. Era preciso no perder la calma y
actuar con serenidad y guiado por el amor. ¿Cómo conciliar amor y verdad, cómo
amar en verdad?
Por una parte sentía como una
madre o un padre el sentimiento de protección o defensa de los más débiles o
indefensos en la fe. Trataba de evitar el mayor daño, de que se les hiciera el
menor mal posible, pero era del todo imposible evitarles el sufrimiento que
conllevaba aquella situación. De todas formas me hice el propósito de evitar
cualquier comentario y buscar los cauces propios para que el discernimiento,
por todo lo que estaba en juego, fuera
dentro del marco comunitario adecuado. No quería causar división ni discordia,
poner a nadie en contra de nadie, hacer bandos enfrentados, tan solo quería
defender la voz de Dios y actuar en conciencia aunque pudiera eso perderlo todo
pero descubría que era preferible perderlo todo por defender la voz de Dios a
quedarme con todo pero sin Dios. Decidí retirarme al centro de oración de
heridos y desolados que tenía Lili en Tagaytay.
Memorias de un peregrino 27
Conociendo al hermano Andrew cofundador con la Madre Teresa
Los días de oración que pasé en
el centro de Lily en Tagayaty me dieron mucha paz y sosiego en medio de la
tormenta. Me identifiqué mucho con la oración de Jesús en su agonía en Getsemaní.
Pude entender un poco más lo que debieron suponer esos momentos para Jesús.
Mucho más que el dolor físico es soportar la dura prueba de la fe. De repente
parecer que se viene abajo todo aquello por lo que has luchado toda la vida y
pasar por la duda, el sinsentido el aparente vacío y ausencia de Dios. Dios
guardaba silencio y parecía esconderse. Tan solo pude orar con una plegaria que
poco a poco se convertía en incesante intercesión. “Señor no nos abandones, no
te quedes lejos, ten misericordia de nosotros”. El Señor me dio a entender lo
que él tuvo que pasar y de tantos de sus amigos que tuvieron por esa dura
prueba de la fe cuando todo parecía desvanecerse y venirse abajo.
Estando en aquel centro, ocurrió
algo insólito que yo no esperaba. Conocer al hermano Andrew, cofundador con la
Madre Teresa de los hermanos de la caridad. Conocerlo además en un momento tan
singular como fue el de la muerte de la Madre Teresa. Estábamos los dos allí
haciendo oración y celebramos juntos una eucaristía de intercesión y de acción
de gracias por la Madre Teresa. El compartió en esa eucaristía todo su aprecio,
valoración, estima y agradecimiento por la vida de la Mare Teresa.
Lo que yo no sabía era todo el
sufrimiento que él había vivido. En un momento dado, conociendo a la Madre
Teresa como jesuita y sacerdote se sintió llamado a iniciar con ella toda la
rama masculina de los misioneros de la caridad. Después de los duros inicios
hubo de soportar una prueba mayor. Fue acusado de escándalos y cayó víctima del
alcohol y de una gran depresión y enfermedad que le llevó a tener que dejar la
comunidad. Pasó por la prueba más dura del aparente fracaso, humillación hata
sentiré sólo y abandonado por todos. Pero siguió con su promesa de fidelidad al
señor sellad con su sacerdocio y su opción por los más pobres y desamparados.
Nunca pensó que él mismo debía convertirse en uno de esos pobres desamparados.
Superar aquella oscura noche le valió el paso más grande de fraternidad,
sentirse de verdad uno más con los más abandonados y desheredados de esta
tierra.
Me pregunté muchas veces lo que
le dio firmeza para seguir en aquellos momentos donde fue tan tentado a
abandonarlo todo. Lo había perdido aparentemente todo, la fama, la imagen, todo
lo que es digno de valoración y estima de este mundo más sin embargo había dado
la mayor prueba de amor a Cristo y el paso más grande de identificación con él.
Estar dispuesto a perderlo todo por amor a Él y quedarse con El como el máximo
y único tesoro de su vida hasta el final. Gracias hermano Andrew por tu
testimonio de amor a Jesús tan poco brillante, llamativo y poco reconocido a
los vanos ojos de este mundo.
Memorias de un peregrino 28
La gran prueba de la Comunión. Cuestionamiento profundo de la
fraternidad
En mi último año con el curso de
formación en Filipinas traté de afianzar esa formación en la identificación con
Cristo Crucificado para mantener esa opción de estar dispuestos a seguirle
hasta el final. Viendo que todo se tambaleaba y que se avecinaba un “tsunami”
para toda la comunidad, traté de que no cayéramos presos del pánico sino de
salvaguardar lo que consideraba la perla preciosa del Reino, el amor a Cristo y
el amor entre nosotros. Después de la criba todos debíamos de soportar la dura
prueba y poder perseverar en nuestra opción por Cristo y en lo que viéramos en
conciencia delante de él que él nos pidiera.
Para fortalecer los vínculos de
comunión, pensé que nada mejor que fortalecerlos estrechándolos más con la
Iglesia. A través del Padre Borromeo jesuita hermano de Celia, la señora que
nos proporcionó los terrenos para construir el centro de Banawa, nos puso en
contacto con los jesuitas y a través de ellos con los que se encargaban de la
formación de los seminaristas que cursaban estudios teológicos en Calabar, la
ciudad más próxima a Cebú en Midanao. Pudimos abrir una nueva comunidad de
estudios allí para continuar allí la formación teológica asegurando así la
estabilidad y continuidad con lo que veías estaba a punto de desmoronarse.
Lo que uno intuía que iba a
ocurrir ocurrió. Yo había pedido a Jaime, el Fundador, que en el caso de
sembrar la discordia y la división yo no me pondría de “su bando”, yo antes
dejaría la comunidad. Después del primer Congreso con la consiguiente
ruptura de la comunidad, asistíamos de
nuevo a un segundo Congreso que fue el germen de una nueva y más grande ruptura
en la comunidad. Esta vez estábamos todos “sobre aviso”.
Con una parsimonia inaudita, se
intentaba tapar todo con un velo, querer ser fieles al carisma es ser fieles al
Fundador, como si solo el Fundador fuera el portador del Espíritu y del carisma
y en esos cuarenta años de existencia de la comunidad no hubiera habido
trasmisión del carisma. Cuando el mismo Fundador había dicho que era el momento
de retirarse para que la comunidad adquiriera madurez y responsabilidad
haciéndonos todos responsables, se ponía él como único garante y responsable y
tiraba por tierra todo ejercicio de responsabilidad que no coincidiera con su
pensar.
De repente lo que él mismo
impulso a la comunidad a vivir como intento de renovación se cerró en banda
como opuesto al carisma. Se cuestionó la misión, la formación, pero sobre todo
a los responsables de la formación. Dimitimos de nuestros cargos para que se
diera una nueva elección de responsables. Aunque la crítica y la oposición cayó
toda sobre la rama de las misioneras de manera que fuimos reelegidos en los
cargos de responsable y vice responsable Paco y yo se abría para nosotros un
periodo dificilísimo ¿Qué hacer? Ante todo lo sucedido no podíamos seguir como
si nada hubiera pasado con férreo apoyo al Fundador como apoyando una concesión
que no veíamos del Espíritu.
Memorias de un peregrino 29
La gran crisis de la vocación. La noche oscura de la fe
No pude uno tan fácilmente
desvincularse del tronco donde nació a la vocación misionera, aunque uno se
diera cuenta que la llamada de Dios había estado desde siempre. Recuerdo que la
primera vez que llegué a Siete Aguas y conocí a Jaime, el Fundador, tuve un
sueño, la premonición de que podía llegar un día en que mi seguir al señor no
quedase condicionado por seguir a ninguna otra persona, ni confundir ni
identificar la voz de Dios con la de otra persona aunque fuera el Fundador.
Dios está por encima de todo y
escuchar su voz y hacer su voluntad significaba una primacía absoluta. Pero no
era tan fácil, llegada la situación, discernir que era Dios quien me lo estaba
pidiendo. No puede uno desvincularse tan fácil de lo que ha vivido, pensado y
experimentado durante tanto tiempo de la vida. No quería uno dar un paso en
falso siguiendo ningún interés propio y sentía que era el mismo Dios que nos
tenía que mostrar el camino.
Para volver a creer y apostarlo
todo por la comunidad necesitaba pasar por esta noche de la fe. Necesitaba
volver a experimentar el encuentro vivo y personal con Cristo y esto no era tan
fácil cuando todo se ve oscuro acompañado por esta cortina de humo de
incertidumbre y desconfianza. Era preciso atravesar esa noche oscura, esa
cortina de humo y ser libre de todo y de todas las voces internas y externas.
Ser libre de todo sentimiento incluso del entusiasmo que significó la primera
llamada y abrirse en la oscuridad de la noche a experimentar una segunda llamada.
Esto pedía ir a fondo de todas nuestars motivaciones, ahondar en la
originalidad del evangelio y dar de nuevo con la autenticidad y la veracidad de
su persona y su mensaje liberándonos de todos los prejuicios y presupuestos
incluso impedimentos o trabas que podíamos sentir.
Cristo presente en toda nuestra
vida y nuestra historia y en toda la historia de la Iglesia no podía fallar.
Los hombres podemos fallar pero Cristo no. La realidad de Cristo y de la
Iglesia aunque estaba presente en todo lo vivido en la comunidad Verbum Dei no
la contenía ni agotaba, era mucho más amplia y no podíamos quedarnos ni
determinados, ni circunscritos a todo lo vivido. No se trataba de establecer
una confrontación absurda de quienes estaban a favor o en contra del Fundador
como ya se dio en aquella ocasión con María Antonia, ni siquiera de determinar
quienes eran los buenos y los malos, ni los defensores de un carisma por encima
de otro sino de tener claridad de ver lo que Dios nos pedía.
Dios nos hacía entender que por
encima de todos los carismas estaba el amor. El amor a dios, a Cristo, a su
Iglesia, nos haría discernir sus caminos por encima de toda la conflictividad
que sentíamos. Necesitábamos un tiempo de discernimiento par descubrir cuál era
la voluntad de Dios y la ayuda de la Iglesia. En el entre tanto yo pedí un año
sabático mientras pudiera ir aclarándose toda la situación y regresé a la
comunidad de Filipinas.
Memorias de un peregrino 30
Una breve peregrinación a Fátima y un año sabático
Antes de volver a Filipinas en
esta crítica situación que vivíamos sentí el deseo de acudir a la Madre. En los
momentos más difíciles de mi vida siempre había estado a mi lado y la
necesitaba ahora más que nunca. Cuando todo se tambaleaba en la comunidad
después de la Asamblea de los misioneros, me retiré a mi casa con mi madre.
Ella y yo nos íbamos cada día a la pequeña capillita del Santísimo en la
Catedral presidida por una imagen preciosa de la Piedad de Carmona y un letrero
que dice: “Mirad los que pasáis por aquí si visteis dolor tan grande”, tomad
del libro de las lamentaciones. La verdad era que no encontraba consuelo ni
descanso sino en ese regazo de la Madre.
También mi mamá de la tierra me
sirvió de mucho apoyo para perseverar en esos momentos cuidándome con todo su
afecto y su ternura e impulsándome a seguir adelante. Sólo una madre sabe
comprenderte y acompañarte porque conoce los repliegues y las heridas del
corazón. Antes de mi partida a Filipinas tuve la suerte de ir con mi madre de
breve peregrinación a Fátima el 23 de Octubre, cuando se celebra el aniversario
de la última aparición a los pastorcitos de Leiría.
Aquella noche en Fátima rezando
el rosario en distintos idiomas rodeados de miles de peregrinos venidos de
todas partes, casi medio millón que llenaba toda la explanada, cuando todos
encendimos las velas para ponernos en peregrinación junto a ella, percibí su
amorosa presencia que llena de confianza, me repetía las palabras que ella
misma escuchó en la Anunciación, “No temas”. No temas yo voy a estar contigo
acompañándote y guiándote hasta Jesús.
Fue como recuperar ese hilo de fe
que me había acompañado toda mi vida desde mi infancia y que me animaba a ser
fiel en medio de la noche, de la oscuridad. Con María hemos de ser fieles a
Dios, a su palabra, a su designio. El Señor es el Señor, el ejecutor y
constructor de la obra. Nadie puede adueñarse de su obra. El nos pide que le
sirvamos como sus humildes servidores sin adueñarnos de su obra y estando
dispuestos a renunciar incluso a ella para dejarnos nosotros mismos en manos de
Dios para que Él realice su obra en nosotros. En esos momentos tan difíciles,
ella nos ayudaría a escuchar, atender y responder a la voz y la voluntad de
Dios para responder a sus planes y designios amorosos a pesar de no entender esos
caminos que ella recorrió saliendo de Nazaret a Egipto y acompañando a Jesús
hasta la Cruz.
Lo que verdaderamente era
importante era predisponerme a esa búsqueda de su voluntad tratando de escuchar
a Dios en esos momentos y pedirle las fuerzas para ser dócil a hacer su
voluntad costase lo que costase. En medio de aquella multitud de gente
acompañando a la madre en peregrinación, en esa procesión de las luces, sentí
el consuelo que la pequeña luz encendida en cada corazón, al calor del Sagrado
Corazón Inmaculado de la Madre, se convertía en un mar de luz que se extendía
por generaciones y llegaba hasta el mismo trono de Dios. Sentía la confortadora
presencia de la Madre que me decía, “No temas, ánimo hijo mío ten valor”.
Memorias de un peregrino 31
La peregrinación a la India como preparación de los ejercicios
La peregrinación que había
iniciado en Octubre junto a María desde mi ciudad materna en Salamanca pasando
por el Santuario de Fátima no había hecho sino comenzar. Todo ese año sabático
lo quería vivir así como peregrino en la fe buscando la voluntad de Dios, en
peregrinación, en camino acompañado de la Madre. La peregrinación siguió pues
regresando a Filipinas consciente que estaba en un tiempo de oración y
discernimiento y exento de responder al cuidado y la formación de quienes
durante los últimos cinco años Dios había puesto a mi cuidado.
Entendí que tenía que tener la
libertad de hacerlo. El cuidado a los demás pasaba por el cuidado de escuchar
la voluntad de Dios en ese momento. Custodiar las vidas de los demás, cuidar y
velar por ellos, me pedía en ese momento un profundo respeto y prudente
distancia para poder escuchar la voz de Dios.
Nada nos pertenece, todo nos ha
sido dado y no se trataba de reclamar ninguna paternidad vivida como derecho o
pertenencia sino de afirmar la total, exclusiva y absoluta paternidad de Dios
para que fuese Él quien nos guiara. Debía de quedar claro que yo ni nadie
éramos los dueños de nada ni de nadie, sino que el dueño absoluto de nuestras
vidas era Dios y sol Él al que teníamos que escuchar y responder sobre todo en
esos momentos.
Para tomar un poco distancia y
darme el tiempo suficiente, continué la peregrinación en la fe partiendo para
la India. Nada mejor que seguir los pasos de nuestros padres en la fe que salieron
de Ur hasta la tierra prometida fiándose de Dios y creyendo por encima de todo
venciendo toda desesperanza. La India era para mí una tierra totalmente
desconocida. Salimos Tito y yo con un macuto cada uno con la única seña de la
tía de la familia de Noel que vivía en Cochín, primer puerto de llegada de los
aventureros marinos portugueses, Vasco de Gama con los primeros exploradores.
Pero nuestra peregrinación la
queríamos vivir no explorando nuevas tierras, sino en la fe siguiendo todo un
camino interior. Como compañeros de camino quisimos seguir los pasos de
Francisco Javier el gran misionero de Asia, Gandhi y la madre Teresa como
testigos y vestigios más recientes a la historia de nuestros días. No se puede
transcribir en pocas líneas el cúmulo de experiencias vividas en esta
peregrinación, tan solo destacar que la peregrinación a la India me sirvió
tremendamente. En medio de mi dolor y desolación palpé el dolor y sufrimiento
de tantos hermanos que me hicieron olvidar el mío. Mi propia situación me hizo
más solidario y cercano a tantos marginados y excluidos que habían quedado en
la periferia de mi propio corazón.
Dios quiso despertar en mí un
corazón fraterno, solidario y compasivo de los más desprotegidos, desamparados,
sufrientes de la humanidad. Dios me hacía sentir especial atracción por lo más
frágil, lo más pobre, lo más descartable de nuestro mundo. Yo que había sido
adiestrado para ser fuerte, para nunca mostrar debilidad, cargado de
prepotencia, orgullo y ambición, me estaba llamando a descubrirme y reconocerme
con un corazón pobre par no sentirme ni ponerme por encima de nadie, sino al
lado de los más pobres de la tierra.
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