lunes, 16 de febrero de 2015

III. ETAPA: EL MEDIODIA





III. ETAPA: EL MEDIODIA

(Comenzando el camino de la vocación)



                                                   

Introducción. 


III Etapa de la vida: Comenzando el camino de la vocación
La cúspide de la Ordenación

El labriego empieza la siembra

Cuentan de una parábola titulada los dos hermanos. Dos hermanos poseían una granja y su fértil suelo producía abundante grano. Los dos hermanos compartían y se repartían los frutos de la granja a partes iguales en dos graneros que tenían. Llego un momento en que uno de los hermanos se casó.

El hermano casado empezó a filosofar pensando. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de de la cosecha. Yo sin embargo tengo mujer e hijos de modo que en mi ancianidad tendré asegurada mi supervivencia, pero de mi hermano soltero ¿quién se ocupará cuando llegue a viejo? Entonces pensando que su necesidad era mayor que la propia se levantaba por la noche e iba despacio adonde estaba el hermano y colocaba en el granero de este un saco de grano.

El hermano soltero también empezó a filosofar y a preguntarse. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha, pero yo no tengo que mantener a nadie ¿es justo que mi pobre hermano cuya necesidad es mayor que la mía reciba lo mismo que yo? Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano.

Un día se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con el otro, cada cual portaba un saco de grano sobre sus espaldas. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos hermanos este suceso fue contado a los ciudadanos de aquel lugar. Estos decidieron levantar un templo y escogieron el lugar en que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que en todos los alrededores hubiera un lugar más santo que aquel.

Había pasado un largo tiempo de formación demasiado centrado y ocupado en mí mismo y en cierto modo me había olvidado de la necesidad de mis hermanos. En nuestro proceso necesitamos crecer de una individuación y personalización a una socialización y despliegue de nuestra vida fraterna y comunitaria con vínculos cada vez más fuertes. Era el momento de iniciar una nueva etapa en la madurez de la corresponsabilidad e intentar crecer a la par con mi interioridad en la fraternidad pues llevaba en mi interior a los otros hermanos. En nuestro argot la dimensión vertical y horizontal, integrar el a solas con Dios, el amor con exclusividad a Dios y el amor a los hermanos donde Dios también se hace presente. No se oponen sino se correlacionan el uno al otro.

En mi ser comunitario era necesario crecer en hermandad en caminar codo a codo, sin tener que sentirme ni inferior ni mejor que nadie. Todo era gracia, todo lo que había recibido lo debía compartir con mis hermanos. No era justo que yo viviera en un mundo feliz sin que mis hermanos lo fueran también. El camino del evangelio empezaba con la buena nueva del Reino, el don de la fraternidad. Mi vocación la debía ir abriendo más al servicio del Reino y de todos mis hermanos. El despliegue de la misión era el reto de hacer extensible el Reino a tantos hermanos que carecían de fe, esperanza y amor en sus vidas.





Memorias de un peregrino 1

El momento cumbre de la ordenación. Experiencia de Tabor

Llegó el día tan esperado, el 22 de Agosto de 1990, día de Santa María Magdalena. Dieciséis misioneros de los que habíamos iniciado prácticamente juntos la vocación y la formación íbamos a recibir el Orden sagrado del sacerdocio. Por imposición de las manos del obispo Mons. Javier Martínez, en nombre  de Cristo unos pobres hombres como nosotros íbamos a transformarnos en sacerdotes de Cristo, ministros de Cristo, servidores de Cristo para llevar a todos los hombres el anuncio de la salvación.

En la cima del montículo central de Loeches habíamos levantado pocos meses la Capilla grande, escavada en la montaña, con forma de anfiteatro para ser ordenados. En ese día íbamos bajando por los escalones centrales hacia el altar lleno de luz situado en la parte más baja. Como el propio gesto de Jesús arrodillándose a los pies de los apóstoles lavándoles los pies nosotros íbamos a recibir la ordenación, postrados abajo en el suelo. Era el propio Jesús que en ese día se abajaba a nuestras vidas para hacernos partícipes de su don.

Gran parte de la comunidad, con gran número de nuestros familiares y amigos venían de todas partes para unirse a nosotros en la celebración. En el momento previo a la ordenación, postrados por tierra, acudimos a la invocación de los santos como hermanos del cielo pidiendo su intercesión. Todo era fruto de su gracia y misericordia infinita que pedíamos a Dios que viniese en nuestro auxilio y concediera en nuestra indignidad, insuficiencia e incapacidad la ayuda divina desproporcionada para cumplir con las obligaciones de tal ministerio.

Se nos pedía que meditásemos en el propio ministerio para desempeñarlo con fe viva, creyendo, viviendo y conformando nuestra vida al misterio que celebramos. Un ministerio, un servicio a los hermanos, la comunidad, la Iglesia que requería meditar la Palabra que debíamos anunciar, creerla, enseñarla y practicar lo que enseñamos con el testimonio de nuestras vidas para alimentar su pueblo con la mesa de la Palabra. Al recibir el cáliz y la patena éramos conscientes del misterio que íbamos a celebrar. Celebrar la Santa misa para repartir su Cuerpo y su sangre para alimentar con la mesa de la eucaristía.

Disponernos al pastoreo y servicio de la reconciliación y de la comunión para que nadie se sienta excluido y no pase necesidad. La impresión de pronunciar por primera vez las palabras consacratorias en nombre del mismo Cristo: “Este es mi Cuerpo que se entrega por vosotros y por todos” era una invitación por parte del Señor a querernos unir a su entrega, a perpetuar su entrega en nuestras vidas para seguir haciéndose presente y visible en nuestro mundo.




Memorias de un peregrino 2

La búsqueda en un desierto. La bajada del monte

Al igual que los discípulos que acompañaron a Jesús en el Tabor y fueron testigos de su Transfiguración hasta exclamar, que bien se está aquí, pero el señor les exhortó a bajar. Cuesta bajarse de la cúspide y volver a pisar tierra. Esto en mí se dio lentamente.

Después de la ordenación tuvimos días en los que estuvimos compartiendo con nuestros familiares celebrando nuestras primeras misas. Yo lo hice en Salamanca en lo que era la parroquia de mi familia, la iglesia de San Pablo, en la fiesta de Santiago. Sentía que toda la peregrinación a Santiago había sido como una preparación de esta primera misa. La hicimos en un ambiente de alegría castiza con cantos de “la Misa castellana” con todos los feligreses de la parroquia, familiares y amigos. Después tuvimos una misa más íntima en mi casa con mis padres, hermanos y familiares más cercanos. Recordé aquella Navidad en que regalé a mis padres la pequeñita cruz y les empecé a expresar mi inquietud misionera.

Habían pasado diez años  y de nuevo les entregaba a Cristo, no en una cruz sino en su presencia real en su Cuerpo y en su Sangre y verdaderamente sentía que era el mejor regalo que podía hacerles. De alguna forma me sentía deudor del amor y la fe recibida, sabiendo que ellos me lo habían dado primero a mí. Fue una oportunidad más de hacerles partícipes del don recibido como respuesta a su misma ofrenda de amor. Cada vez era más consciente que no había hecho una heroicidad al ofrecer mi vida al señor sino que era lo más justo y razonable devolver al Señor lo que era suyo y dar a los hombres lo que de él había recibido.

Después de la ordenación regresé dos años a Loeches. Allí en pleno despoblado estábamos levantando el nuevo centro misionero donde erradicar la formación teológica después de venirnos de Alcalá de Henares. El centro a penas se encontraba en sus inicios. Pudimos en seis meses acondicionar la capilla grande para la ordenación, pero quedaba mucho por seguir levantando. Esos dos años fueron sobre todo invertidos en la ejecución de aquel centro.

Como los demás centros fue fruto de nuevo de la Providencia de Dios. Para su construcción empleamos pabellones que habían quedado en desuso al paralizarse la central nuclear de Lemoniz cerca de Bilbao. En las revueltas y huelgas mataron al ingeniero jefe que estaba a cargo. Un misionero conocía a su familia y por medio de ella conseguimos el permiso para reutilizar los pabellones. Eran unidades prefabricadas que fueron parte de “un centro de muerte” y pasaron a formar parte de “un centro de vida”.  Entre los montículos separados alrededor del montículo de la gran capilla se situaron los pabellones para la zona de residencia de los misioneros, las misioneras y los matrimonios y junto a la gran capilla se levantó una gran cas de ejercicios y como una extensión el lugar que utilizamos como Instituto teológico.

De cualquier forma sentíamos que como los discípulos debíamos de dejar atrás nuestros antiguos oficios para desempeñar el nuevo que Dios nos confiaba al hacernos partícipes de su misión. Los centros eran importantes para la formación pero nosotros necesitábamos vivir y responder a la llamada que Dios nos hacía de tomar parte en su Iglesia a una “nueva evangelización”.




Memorias de un peregrino 3

Un nuevo éxodo. Una nueva búsqueda, la llamada a una “nueva evangelización”

Los retos de la “nueva evangelización” eran patentes y su necesidad un desafío para España, Europa y nuestro mundo. La realidad de los nuevos tiempos que vivíamos nos hacía replantear de qué forma se debería dar esta “nueva evangelización”. Ante la falta de eficacias y de resultados según las expectativas humanas es fácil caer en el planteo de nunca sentirse preparado y sentir que uno necesita de más preparación y formación. Así fue que la orientación de aquellos años se puso en que pudiéramos adquirir estudios de licencia y de postgrado. Nos preguntábamos si era lo que se necesitaba, pero puestos a seguir estudiando si que al menos surgía la inquietud que esos años no menguaran la inquietud misionera sino que la pudieran estimular más.

La renovación teológica que ya el Vaticano II promulgaba era que los estudios deberían hacerse poniendo más en contacto más vivo con la apersona de Cristo, de la Iglesia y su misión. Trataba así de responder a una deuda pendiente y a una búsqueda no menos urgente: ¿Cómo integrar más los estudios con la oración, la misión y la propia vida?, ¿Cómo podíamos hacer la teología más viva para integrar la propia vida y la misión en la Iglesia?, ¿Cómo estudiar, en que ámbito misionero, para que no apagara el fuego e impulso misionero inicial?

Con esta búsqueda e inquietud intentamos abordar los estudios de postgrado para abrir caminos a los que venían detrás. Me venía a la mente muchas veces el cuento o la parábola de aquel sabio que después de haber recorrido todas las áreas del saber se había olvidado de lo esencial, se había olvidado de vivir. Hay una ciencia y una teología que no te la dan por desgracia las universidades y tiene que ver con el arte del bien vivir, de aprender de la misma vida, incluso de la misma sabiduría de los pobres. ¿Cuál era la sabiduría de Jesús, cuál era la profundidad de su mensaje, cuáles los maestros que instruyeron su saber? El mundo como decía Pablo VI más que maestros necesita testigos, testigos cuya autoridad les viene por su autenticidad de vida. Pensaba que las mismas universidades eran ámbitos que necesitaban ser evangelizados para sacar la teología de tanta especulación fría que sofoca la vida y el espíritu.

La teología necesitaba abrir otros ámbitos y horizontes para poner la teología al servicio de la misión y del hombre. Entonces estaba también muy viva en ciertos sectores de la Iglesia la conciencia y necesidad de una inculturación que respondiera a una evangelización  no tan desde arriba sino más desde abajo haciendo el mensaje más cercano al pueblo y a los pobres, dejándose evangelizar también por ellos. Eran sin duda parte de los retos y desafíos que nos tocaba vivir en aquellos tiempos. Desafíos que no dejaban de suscitar inquietudes, a veces dudas y otras desaliento y cierto cansancio.





Memorias de un peregrino 4

La vuelta a Irlanda después de tantos años

Después de los años en Loeches ante la propuesta de hacer una licenciatura en teología moral se me destinó a Irlanda. Para mí era otra vez como pedagogía de Dios que me hiciera volver a mi pasado como si Dios mismo me quisiera evangelizar y llevar por caminos insospechados.

El primer año vivimos en Shankill un pueblecito cerca de Bray a unos 25 Km de Dublín. El segundo año en Dolkey, también en la costa, cerca de Shankill. Cerca de nuestra casita de Dalkey había vivido el cardenal Newman después de su conversión al catolicismo. Sin duda en su tiempo fue un hombre de tremenda sensibilidad por la fe y la teología para que pudiera responder a los signos de los tiempos. La licenciatura en teología moral la hice en Milltown, antigua universidad de los jesuitas, ahora más abiertas. Irlanda de por sí es una isla y ha corrido el peligro de encerrarse en sí misma. La verdad es que aquellos dos años fueron muy enriquecedores para mí. Pero antes de ahondar un poco en lo relacionado con los estudios quiero traer a la memoria el marco que hizo posible que esa experiencia fuera tan enriquecedora.

Irlanda, de todos es sabido, que es un país de hondas raíces de fe. Eso ponía un poco en cuestión qué hacíamos nosotros como misioneros en Irlanda. Es evidente que Irlanda como España aún a pesar de esas raíces de fe se había también convertido en tierra de misión pero era difícil reconocerlo por el propio orgullo irlandés. Nuestra misión se justificaba por el apoyo que podíamos dar a tantos españoles que iban a Irlanda a aprender inglés en centros especializados para ello. Eran jóvenes por lo general que habían acabado el COU y aprovechaban un año intensivo en Irlanda. Vivían en familias y aprendían en estos centros el idioma. Enmarcado dentro de la pastoral de jóvenes propusimos un programa de acompañamiento donde buscábamos además la integración de estos jóvenes en la cultura y sociedad irlandesa. Teníamos toda clase de actividades culturales, recreativas, hasta abrimos una “help line” para brindar todo tipo de ayuda, sobre todo a poder prevenir a los jóvenes de la adicción al alcohol o al droga en unos ambientes propicio para ellos.

Organizábamos excursiones, peregrinaciones, conciertos, fórum de cine, para acercarnos a todo tipo de sensibilidades incluso nos metimos a trabajar con jóvenes, del mundo “heavy” o “punkies”, desde formas de expresión que ellos podían cantar a través de la música y canciones. A la par teníamos retiros, convivencias y ofrecíamos a los que veíamos más sensibles la oportunidad para prepararlos para recibir el sacramento de la  confirmación. Tratábamos, por así decirlo, de aprovechar cualquier medio a nuestro alcance para convertirlo en canal de evangelización sobre todo estando y conviviendo con ellos. La sorpresa fue que no sólo resultaba atractivo para los jóvenes españoles para los mismos jóvenes irlandeses con los que interactuaban. Era la forma de derribar barreras y prejuicios y enriquecernos todos de las diversas culturas. La más grata y enriquecedora experiencia era ver que los jóvenes eran muy sensibles a la fe y estaban realmente necesitados de ayuda y acompañamiento. Era un momento de desconcierto para ellos en un mundo donde se les ofrecía de todo. Era justo y necesario ofrecerles a ellos una propuesta de fe. De este tiempo surgieron vocaciones misioneras irlandesas que hacía mucho más relevante que la evangelización había de nuevo  prendido en esta tierra y que ellos mismos eran los testigos de la fuerza del evangelio.




Memorias de un peregrino 5

Los dos años de licenciatura en Irlanda

En ese amplio contexto en el que viví los estudios de licenciatura se me hicieron no sólo más llevaderos sino que me ayudó a poder acceder a la misma teología con esa orientación más misionera.

El ambiente tanto de los estudiantes como el de los profesores en Miltown era muy agradable. Al ser muy poco masificado propiciaba encuentros más personalizados. Hubo asignaturas que profundicé como si fueran tutorías, pues era el único alumno de la materia y posibilitaba así un tú a tú con el profesor.

El primer año cursaba unas materias y a medida que avanzaba tenía acceso a tiempos de tutoría y tiempo para investigación para elaborar la tesina. A pesar de la inherente dificultad del idioma poco a poco le fui tomando más interés. Fue para mí una oportunidad para hacer una profundización y síntesis desde áreas que no tenía tan exploradas.

Me pidieron profundizar el área de la sexualidad desde un acceso psicológico a través de Freud y Lacán. Si bien la postura de Freud y su posición frente a la creencia era muy crítica y negativa desde su actitud de ateísmo beligerante situando la religión del lado de la alienación y la represión me ayudó el tener que indagar, buscar y explorar una visión más unitaria del hombre.

Al mismo tiempo me daba cuenta que vivía lleno de prejuicios y  estereotipos y que había fondos de la persona como era el campo sexual que tocaba más allá de un mero impulso. Nuestro mundo afectivo sexual no recibe sus determinaciones fundamentales desde la rigidez de un instinto biológico. La energía libidinal se va desplazando a diferentes objetos libidinales. La persona se va configurando a partir y a lo largo de la historia. Ni el “Eros” ni el “Thanatos” parecían explicar el mecanismo de las pulsiones vitales que operan  como motor de la vida. Para la tesina tomé el tema de investigar la sexualidad humana como proceso unitivo y del papel preponderante del amor como principio unitivo.

La madurez humana tenía mucho que ver con la madurez en el amor. Sentía que todos esos aspectos eran muy relevantes para entender o comprender mi propio proceso y poder acompañar en áreas  tan conflictivas donde a menudo los jóvenes se encuentran tan desorientados. Fue por ello que poco apoco fui renovando mi interés por responder más allá de una búsqueda personal a que tuviera una verdadera aplicación  pastoral y misionera. Era un tiempo donde yo mismo necesitaba hacer síntesis y revisión del proceso de mi propia vida.




Memorias de un peregrino 6

La vuelta a Roma después de tanto tiempo

Acabada la licenciatura en Irlanda se vio de que fuera a Roma para hacer allí los estudios de doctorado. Aunque no me atraía la propuesta no lo quise vivir resignado sino preguntándome que es lo que Dios quería en todas las idas y venidas. Sin duda además de las primeras causas hay unas segundas menos perceptibles en las que Dios por su puesto va hilando los caminos a veces imprevisibles de nuestra historia. Paradojas que pudieran parecer del destino de nuevo estaba en Roma, la ciudad eterna, que había sido de tanto interés para mí desde mi pasión por la arquitectura y el arte en general. ¿Cómo vivir en Roma con la misma pasión con la que antes me atraía el arte ahora desde mi vocación misionera? Lo mismo que la etapa de estudios en Irlanda fue todo un proceso que fue para mí más costoso.

Trataré primero de situar el propio contexto. La comunidad de misioneros era mucho más grande de 12 a 15 en comparación de 2 o 3 que vivíamos en Irlanda. Primero un grupo más reducido de 8 vivíamos en un pequeño pisito de Vía Gulia que había sido cas de misioneras y donde vivían 3 o 4. Nosotros éramos el doble y resultaba el lugar muy pequeño. Con ayuda de la institución AIS, “Aiuta a la chiesa qui sofre”, nos proporcionaron unos pisos por la Nomentana ya cerca del “racordo anulare”. Teníamos más espacio pero invertíamos mucho tiempo en las idas y venidas a las universidades. Nos comprometimos con “AIS” a salir a misionar por toda Italia fines de semana. Este campo y el de los extranjeros que venían a Italia a trabajar fueron las ventanas que nos abrió el señor para que no se apagara en nosotros el fuego misionero. Era impresionante como gente emigrante, en su mayoría latinos que no sabían la lengua como nosotros, nos lanzábamos a hacer misión por los antiguos feudos donde Francisco había empezado a misionar. Aunque pareciera mentira, Perugia, la Umbría, la Toscana, también eran tierra de misión y era necesario avivar la llama de la fe allí donde se había apagado.

Más tarde se abrió la posibilidad con una donación que recibimos de construir un centro para todos los que estábamos estudiando. Encontramos un antiguo taller, almacén de chatarra, junto a la Vía Casilina y nos pusimos a reconvertirlo en nuestra nueva residencia. Estaba muy bien comunicado por el “treneto” con la estación Términi y el centro de la ciudad con lo que se nos hacía más fácil el acceso a las universidades. Tuvimos la gran suerte que nuestro nuevo centro quedaba al lado de la casa de formación de las hermanas de la caridad de la Madre Teresa.

Empezamos compartiendo con ellas cosas materiales. Íbamos por todos lados buscando cosas que nos pudieran valer, maderas, puertas, ventanas y lo que no nos valía a nosotros les valía a ellas para leña para calentarse con las estufas. Luego pasamos con ellas a compartir experiencias muy bonitas de fe yendo a celebrarles la misa y participando juntos en algunas misiones en campos de refugiados. Recuerdo especialmente la celebración de la Navidad con niños de refugiados de Bosnia y Croatia, cuando estos pueblos estaban en plena guerra y les separaba no sólo diferencias étnicas ideológicas sino religiosas. Fue un acercamiento muy bonito a familias musulmanas llevándoles alimentos y ropa con niños cristianos e invitándoles a poder celebrar juntos la navidad cantando unos villancicos.




Memorias de un peregrino 7

Los dos años de doctorado en Roma. Conociendo al Papa J. Pablo y a la M. Teresa

Las universidades en Roma tienen otro cariz demasiado académico, frío y especulativo. Fui pasando por varias, el Instituto para la Familia de Juan Pablo II, perteneciente al “Laterano”, “la Gregoriana”, “el Alfonsiano” y donde más me gustaba estudiar era en la Urbaniana por integrar más la misión. Al contrario del ambiente tan personalizado en el que viví los estudios en Irlanda, en Roma me sentía bastante perdido y agobiado. Al tener la licenciatura en Teología Moral hecha en “Miltown” antiguamente de los jesuitas pensé matricularme en “la Gregoriana” porque sería más fácil cursar en continuidad el doctorado pero no fue así me pidieron que tenía que hacer de nuevo varios cursos y tutorías. Gracias a Dios me dieron libertad de escoger materias que se hacían en otras universidades más especializadas en el tema. Aunque fue más engorroso, esto me dio oportunidad de conocer otros ambientes. Donde me encontraba con más respiro era cuando me iba al “Ganícolo” a estudiar en la biblioteca de “la Urbaniana”. El ambiente más cercano y misionero me abría de nuevo a la misión de la Iglesia.

Otro de los aspectos que más me ayudaba era el aprovechar ahondar en las raíces de nuestra fe haciendo visitas periódicas a distintos centros o lugares de interés: Las grandes basílicas incluyendo claro está el Vaticano, las catacumbas, etc. Me ayudaba mucho ir a orar cerca del Vaticano a una pequeña capilla en “la Chiesa di San Lorenzo” que habían dispuesto para jóvenes a partir de las jornadas del WYD. También el ir a orar a la basílica de “Santa María in Trastévere” con algunas oraciones guiadas por “la comunidad de San Egidio” o el ir hacer retiros en “Tre Fontane” acudiendo también al centro que tienen al lado “las hermanitas de Foucauld”.

Era una riqueza grande ver distintos rostros de Iglesia que me ayudaban a conocerla más y amarla más en sus luces y en sus sobras. Por último me resultaba conmovedor conocer más a fondo el Vaticano, más allá de su estructura externa. Así me ayudó mucho momentos de adoración en la capilla del Santísimo reservada dentro de la gran Basílica, momentos de celebración de la Pascua o Pentecostés donde la gran Basílica, madre de todas las iglesias desbordaba de peregrinos venidos de todas partes. Recuerdo con mucha emoción el haber podido concelebrar con Juan Pablo II en la misa con otros obispos y sacerdotes el Jueves Santo y el encuentro personal que tuve con él aprovechando una de sus audiencias con miembros de “Propaganda Fidei”.

Otra experiencia inolvidable fue poder llegar a hacer un pequeño retiro con la Madre Teresa que nos ofreció como regalo por nuestra colaboración en su casa de Formación de la Vía Casilina. Aunque después de cursar todos los estudios no tuve ni tiempo ni ánimo para elaborar la tesis doctoral debido a otros compromisos sentía un balance positivo. Se volvía a repetir en mí algo de lo vivido con el doctorado en arquitectura y que me ayudaba a purificar mis intenciones y a ofrecérselo todo al Señor




Memorias de un peregrino 8

Tras las huellas y los pasos de San Francisco

Una de las experiencias más enriquecedoras de este tiempo en Roma fue la posibilidad de acercarme más a la vida de San Francisco “el poverello de Assisi”, el poder visitar los lugares donde el vivió y beber de sus experiencias tan ricas. Tuve oportunidad de visitar Asís, su casa, su tumba en el monasterio de los hermanos menores, el convento de Santa Clara, san Damián o Santa María de los Angeles con la pequeñita Porciúncula en su interior. También pude visitar otros lugares significativos donde beber de las fuentes de su espiritualidad.

Cerca de Rieti se encuentra “Fonte Colombo” y “Greccio”. Ambos lugares además de ser de gran belleza exterior por su naturaleza te adentran en una experiencia interior todavía más honda y más bella. En “Fonte Colombo”, Francisco movido por el Señor, fue llevado en sus últimos años a confirmar su regla de vida. Frente a las voces externas de los que opinaban que la regla era demasiado dura y que debía mitigarse, Francisco vio confirmada en oración que la única norma de vida que quería vivir y ofrecer era la norma del Evangelio trazado por el Señor. Metido entre unas peñas de la roca se entregó a la oración y ayuno para que el Señor le sugiriera las palabras mientras León escribía. Hermosa experiencia de exponerse y abrirse totalmente a la escucha del Señor con total apertura y adhesión a su voluntad.

También pude pasar un tiempo en “Greccio” donde en la falda del monte se levanta el pequeño monasterio excavado en la roca que contiene la cueva donde Francisco preparó el primer pesebre viviente y donde se estremeció y empezó a llorar meditando el Nacimiento del Señor. Más tarde junto a la cueva se construyó el monasterio y donde los hermanos conducidos por San Buenaventura eran introducidos en el estudio de la SE. Uno entiende el famoso “itinerario de la mente hacia Dios” donde expresa los consejos del Santo en la forma de acceder a las ciencias sagradas, de nada vale el estudio sin unción. Los estudios de teología se deben hacer siguiendo la norma de Cristo sin descuidar la oración ni entregarse al estudio sólo por saber. Lo que uno tiene que predicar, lo tiene que escuchar del Señor y practicar. Propóngalo así el Evangelio paraqué también lo practiquen  y pongan por obra.

También tuve oportunidad de ir toda una semana de retiro y misión a un antiguo convento casi de la época cercana a San Francisco donde pudimos identificarnos en propia carne con su modo de vivir. Estaba cerca de Espoleto, habíamos pasado por “Monte Alverna”, la cima sagrada donde San Francisco recibe los estigmas. En lo alto de un monte perdido nos fuimos a albergar en las ruinas de aquel monasterio. En el silencio de aquellos lugares también el Señor nos hablaba de tantas maneras. Nos hacías sentir al crudo la belleza del Evangelio, de las bienaventuranzas, de la fraternidad extendida a toda la creación. En la oración era como sentir el mismo deseo que movió a Francisco toda su vida: “Voglio seguire a Cristo povero e crocifisso”. Bajábamos del monte a recorrer las aldeas que un día recorrió Francisco con el mismo espíritu que movió a Francisco y sus compañeros sintiéndonos capaces de soportar todo por Cristo y sin temer los reproches, las incomprensiones o los rechazos que pudiéramos encontrar. Me di cuenta que las mejores lecciones para la vida no las recibes precisamente en las universidades y que la misma teología debía ser más orientada desde la mística y la espiritualidad.




Memorias de un peregrino 9

Un nuevo impulso misionero. El W.Y.D. de Filipinas

El año 95 iba a ser un año tremendamente significativo para mi vida. Después del sabor agridulce que me habían dejado los años de estudios en Roma se abrió este nuevo año con algo insospechado. Fui invitado a participar de un encuentro internacional que hacían todas las comunidades de Asia en Tagaytay, Filipinas, que servía también de preparación del WYD que se hacía ese año en Manila.

Era la primera vez que me abría al continente asiático y tuve la intuición que este maravilloso continente abrigaba una primavera nueva no solo para la Iglesia sino para mi propia vida. Pronto me cautivó el Oriente como lo hizo en Francisco Javier que tanto impulso misionero sembró en estas latitudes. Me atraía la simplicidad y la bondad de sus gentes, su cordialidad, su acogida, su familiaridad y cercanía. Aquel archipiélago era como un paraíso perdido que guardaba dentro de sí un potencial de fe impresionante para no solo el continente asiático sino para el mundo entero.

El encuentro internacional asiático me puso en contacto con todo lo que vivían las comunidades de Filipinas, Japón, Singapore. Con motivo del WYD venían jóvenes procedentes de los más variados rincones, Australia, Corea, la India, Indonesia y tantas otras partes del mundo. El WYD de Manila fue una experiencia inolvidable. Jamás en toda la historia de la Iglesia se congregó tal multitud, alrededor de 5 millones en torno al Papa Juan Pablo II. Era en el contexto de preparación del jubileo y verdaderamente era una explosión de júbilo que envolvía a toda la ciudad que se convertía en marco de acogida para todos los jóvenes peregrinos que venían de todas partes del mundo. El rostro del Papa, más envejecido y cansado que acusaba el dolor y la preocupación por todas las iglesias, no podía ocultar las lágrimas de emoción y alegría por ver esta parte de su pueblo que le aclamaba eufórico con la multitud de jóvenes.

Había motivos para dar enormes gracias a Dios porque había unas reservas y potencial enorme procedente de este lado de Oriente como un caudal de nuevo aire fresco, un nuevo soplo del Espíritu para toda la Iglesia. Así lo sentí calar profundamente en mí hasta penetrar en mis venas. Era como si después de 15 años de vida misionera, de un lado para otro, ver la tierra prometida donde el Señor me llamaba  a anunciar y sembrar la Buena Nueva del Evangelio. La tierra estaba apta y preparada para una nueva primavera, una nueva Evangelización de donde podrían brotar nuevos misioneros para dar un nuevo impulso y una nueva sangre para la Iglesia.

Pude, aunque solo fuera de pasada a la vuelta, conocer las comunidades de Asia, la de Japón y Singapore, conocer Indonesia y un poco de Australia con motivo de acompañar a Greg, un misionero australiano que estuvo conmigo en Irlanda que después de su ordenación fue a visitar su familia y a tener su primera misa en Sídney. Fue empezar a soñar que efectivamente Oriente escondía un potencial inmenso por desarrollar. Era todo un pueblo joven lleno de ansias por vivir y que contrastaba enormemente con nuestra cultura envejecida y desencantad de Occidente. Sentí que el Señor claramente me llamaba a invertirme en esas tierras aparentemente tan extrañas y lejanas para mí pero que de alguna forma tan inesperada se encargó de acercar y atraer con un poderoso encanto y atracción.




Memorias de un peregrino 10

Comienzo de la revuelta en España

Cuando regresé a España fue como un jarro de agua fría. Todos mis sueños de una primavera se veían desaparecer por una espesa y borrascosa tormenta. Se vivían al interno de la comunidad disparidades arrastradas y no resueltas sobre todo con las misioneras, nosotros íbamos un poco al compás de ellas puesto que eran mayores y tenían en general más experiencia. Entre las misioneras, siempre mucho más numerosas que los misioneros, un grupo de más jóvenes empezaban a manifestar cierto disgusto y descuerdo con Jaime, el Fundador. La comunidad había ido creciendo y extendiéndose por el mundo. Había al interno de ella, diversas ramas, misioneros, misioneras y matrimonios que también habían crecido y la misma realidad nos pedía a todos ir creciendo en corresponsabilidad delante de Dios y de la Iglesia. Ante una pluralidad de formas de vida posibles se sentíamos la llamada a vivir una fraternidad misionera donde todos pudiéramos responder a una identidad con diversidad de estados, respetando las distintas formas de vida.

La comunidad, que había surgido en Mallorca como pía unión con una aprobación del obispo diocesano como asociación de fieles, por su extensión y radio de acción, sentía la llamada de pedir una aprobación pontificia a la Santa Sede. Después de analizar las distintas modalidades posibles se eligió abrir una vía poco explorada, una nueva forma de vida consagrada. Hubo entonces que redactar nuevos estatutos que definieran la espiritualidad y los distintos aspectos incluyendo la forma de gobierno como entendíamos que Dios nos estaba pidiendo vivir. Fue entonces un querer ir ensañando y probando aquello que queríamos proponer a la aprobación de la Iglesia. Un punto conflictivo era la forma en que vivir la obediencia y la corresponsabilidad.

Fueron momentos difíciles para la comunidad. No se trataba solamente de ponernos de acuerdo en la letra, en la estructura que queríamos adoptar, sino la dificultad de vivirlo todos con un mismo espíritu de comunión. Suponía un grado de madurez al que no estábamos acostumbrados a vivir. La obediencia la habíamos vivido como obediencia a ultranza al Fundador siempre concibiéndole como la última palabra y era difícil concebir y abrirnos a otro modo de obediencia que diera cabida a otros ámbitos de escucha para poder discernir  juntos en comunidad la voz de Dios. Si todos participábamos del mismo espíritu y Dios quería hablar en todos y a través de todos nos teníamos que abrir a nuevas formas de colegialidad.

Ese tiempo fue un poner a prueba el verdadero espíritu de fraternidad  que nos movía y a querer vivir una más genuina corresponsabilidad con un mismo espíritu de fraternidad. Fruto de elecciones generales se elegían en cada rama responsable y vice responsable y un consejo, estos se reunían con Jaime, el Fundador, para discernir y dirimir las cuestiones más relevantes para toda la comunidad. En aquel año Paco y yo éramos responsable y vice responsable de los misioneros y María Antonia y pilar eran la responsable y vice responsable de las misioneras. Había un consejo más pequeño donde estábamos nosotros cuatro con Jaime. Empezábamos entonces a sentir que se necesitaba tiempo para hablar las cosas y que se resentía mucho toda una forma anterior de actuar que necesitábamos poco a poco cambiar para abrirnos de verdad a una forma nueva.




Memorias de un peregrino 11

Primera crisis. El desgarrón de la fraternidad

Esta primera crisis más allá de lo personal, yo diría institucional, no sabría bien determinar cómo se fue provocando. No fue un hecho automático o percibido de inmediato como momento crítico sino como un disparador, un detonante que poco a poco empezó a cuestionar la forma de actuar al interno de la comunidad. Aunque no sabias a ciencia cierta lo que pasaba, creo que de fondo era una crisis relacional. El mundo de relaciones de fraternidad y hermandad con el que queríamos vivir, el ideal, se contrastaba con la conflictividad y pobreza relacional con la que vivíamos, la realidad. Lo que era ya complicado en la propia rama, se multiplicaba en la interrelación con las misioneras, los matrimonios y todo el entorno de la gente de la comunidad. De pronto el ideal y la utopía de la fraternidad y del Reino se volvía demasiado conflictivo, complicado. Esto te iba generando dudas, miedos, resistencias y te surgían muchos interrogantes. Vivíamos en ranchos aparte y no llegábamos a hablar las cosas de frente. Vivíamos con un cierto descontento o desajuste que según el Fundador achacaba a no vivir el carisma y siempre estar a disgusto con lo que se hacía por falta de frutos. Muchas personas entraban , pero también eran muchas las que salían y te preguntabas el porqué.

Era un tiempo de atrevernos a preguntar o a tomar conciencia de lo que pasaba y a obrar con mayor sinceridad y responsabilidad. Los que asumíamos la responsabilidad debíamos al menos vivirla dando crédito a la voz de Dios en los hermanos y no solo atendiendo órdenes del Fundador como si sólo él tuviese cable directo con Dios. Cuando no se sabe bien interpretar el porqué de la crisis y ponerla remedio se corre el gran riesgo del desencanto. Es ley de vida impuesta por el mismo Dios renovarse o morir. Es entonces cuando se hace indispensable el escucharnos, el saber discernir juntos y juntos secundar la voz de Dios, algo a lo que no estábamos acostumbrados a vivir. Había demasiadas decisiones tomadas como “bandazos” como intento de “cortar por lo sano”, cambiando las personas de comunidades, de un lugar a otro, pero sin hablar a fondo, ni solucionar los problemas. Había problemas de relaciones y no llegábamos a afrontarlos de manera serena y madura llamando a las cosas por su nombre. Muchas veces el último en enterarse era el propio interesado. Era un paso obligado para salir de la crisis ser sinceros ante Dios, ante los otros y ante nosotros mismos. Más que buscar culpables era necesario cada cual personalmente cuestionarse y ver qué cosas nos forman y qué nos deforman, qué nos conforma a Cristo y qué oscurece su rostro en nosotros.

Tengo la impresión que esta primera crisis no fue resuelta sino encubierta, se saltó por encima y no tuvimos el coraje de afrontarla. Las responsables elegidas por las misioneras María Antonia y Pilar Fiol fueron las cabezas de turco. Ellas como muchos pedían un paso previo a constituir una nueva forma de vida consagrada, vivirlo de verdad. Era preciso saldar una deuda primera que había quedado al interno de la comunidad. Se pudo leer como una oposición a Jaime, el Fundador y al nuevo paso que iba a darse. Con el hecho de la aprobación venida de Roma se llegó a un silogismo poco ortodoxo y nada evangélico: “los que estén de acuerdo con Jaime y la nueva aprobación pasan a la nueva forma que nos ofrece la Iglesia vivir y los que quieran seguir con María Antonia y Pilar Fiol en sus planteamientos quedan en la antigua comunidad Verbum Dei”. Se produjo un desgarrón de la comunidad y esa forma nueva de vida consagrada no la empezamos “con buen pie”. Yo mismo en una reunión que tuvimos Jaime, el Fundador, Paco y yo con todas las misioneras dije que yo hasta entonces mi obediencia a Dios había sido una obediencia “ferrea” a Jaime. Desde aquel momento sentía del mismo Dios que nos llamaba a vivir otra forma de obediencia. La búsqueda de la voluntad de Dios si todos nos comprometíamos a escucharle debía ser discernida en comunidad. Debíamos de aprender a reconocer la voz de Dios que habla también a través de los hermanos.




Memorias de un peregrino 12

Medio año en Lille en medio de la tormenta

En tal estado de situación se me envió a apoyar las comunidades de Europa. Habíamos levantado un pequeño centro rehabilitando una antigua mansión de la familia de Kilien en Ruitz, cerca de Lille, al norte de Francia. Era una oportunidad de establecer y fortalecer vínculos entre las comunidades que vivían más aisladas. Una inquietud que había surgido de algunos encuentros europeos. Allí fuimos realizando otros encuentros y cursos de reciclaje con las comunidades de Paris, Dublín, Reading y la Isla de Wight, la de Bélgica, Polonia y Alemania.

Como se tuvo que dejar el centro por cuestiones familiares, se vio bueno iniciar  una comunidad de misioneros en el mismo Lille. Como a penas chapurreaba el francés empecé un curso intensivo de francés para extranjeros en la Universidad. Aunque a nivel de Europa nos podíamos manejar con el inglés, si queríamos vivir en Francia no había otra que aprender el idioma. A la vez se veía bueno aprenderlo por estrechar lazos con las comunidades en África de habla francesa, por haber sido antiguas colonias francesas. En aquel entonces se apuntaba a crear nuevas comunidades además de las de Guinea en Bata y Malabo y la sumamente conflictiva de Kinshasa en el Zaire. Costa de Marfil y sobre todo Camerún se veía que podían dar expansión y proyección.

También era una forma de insertarnos en el mundo universitario. Cada vez más nos dábamos cuenta que todo centro Europa era un verdadero campo de misión necesitado de una nueva evangelización y que esto pedía un fortalecimiento, apoyo y acompañamiento de las comunidades que  resentían el desgaste del roce con un ambiente en general bastante duro y hostil donde se respiraba el pasotismo, el indiferentismo,  el eclecticismo religioso y donde el super materialismo reinante generaba mucho escepticismo y falta de sentido.

Desde Lille acudía también a Loeches, donde seguíamos teniendo reuniones para tratar de levantarnos del duro golpe que se había vivido. Todo el entramado de la comunidad parecía tambalear. Hubo misioneras que salieron de la comunidad siguiendo a María Antonia y a Pilar Fiol y algunas dejaron la vocación. Atrás quedaron los entusiasmos de la primera hora y nos veíamos zarandeados por el ambiente corrosivo de la indiferencia, la incertidumbre, la duda, la desconfianza. Uno sentía que sin el amor y apoyo fraterno era fácil el desaliento y el llegar a cuestionarse e incluso dejar la vocación. Era como el pueblo de Israel cuando caminaba por el desierto despertándosele las dudas e interrogantes.

Estaban por aquel entonces abriendo un túnel subterráneo para atravesar el Canal entre Calais y Normandía y de alguna forma sentías que estábamos entrando en un túnel subterráneo y que era preciso buscar cómo salir. Se hacía imperioso buscar la confianza en la comunidad. En medio de tal situación, cuando estaba preparando una peregrinación a Tierra Santa con un grupo de matrimonios que acompañaban Mark y Michú me dieron la noticia que mi padre estaba muy grave y que iba a ser operado de corazón. Me sentía como Pedro en medio de la tempestad que zozobrando la barca clamó al señor: “sálvanos Señor que perecemos”. Era un momento crucial de poner de nuevo todo en las manos de Dios.




Memorias de un peregrino 13

La repentina muerte de mi padre. Una estrella en medio de la noche

Cuando llegué a Madrid, mi padre estaba ingresado en el Hospital del Aire. Le tenían que hacer una seria operación de corazón después de unos amagos de infarto. A penas llegué me dio tiempo para poder hablar serenamente con él incluso a prepararle con una confesión.

Aquel sólido pilar en que habíamos descansado toda la familia parecía desmoronarse y la firmeza del “coronel” venirse totalmente abajo. Pero en medio de esta contradicción tan grande que se asemejaba como en parábola a lo que vivíamos al interno de la comunidad, mi padre supo dejarme quizás la lección más grande de mi vida. Él como un niño se ponía por entero en manos de Dios. Repetía la oración de Jesús en el “Padre nuestro”: hágase tu voluntad y la oración de Foucauld que había aprendido: Padre yo me pongo en tus manos con una confianza infinita, sea lo que sea te doy las gracias.

La operación que duró varias horas salió bien, más sin embargo el posoperatorio se complicó por una negligencia médica. Le aplicaron medicinas que le perforaron el estómago y le ocasionaron una hemorragia de sangre. Débil como estaba, corría peligro porque la sangre empezó a encharcarle los pulmones y le ingresaron en la unidad de terapia intensiva. Como vi a mi madre muy cansada pedí permiso a la comunidad para acompañar tanto a mi padre como a mi madre en esos momentos de tanta dificultad y me permitieron hacerlo.

Dormía con mi madre en la habitación que tenía adjudicada mi padre y trataba, en lo posible, de serenar los ánimos y de no perder la calma. La cosa se fue agravando y nos empezaron a prevenir de su estado delicado que había a toda costa que parar la hemorragia. Lo intentaron vía endoscopia y no pudieron así que nos propusieron la posibilidad de operarlo de nuevo pero siendo conscientes de que no era seguro que resistiera la operación.

Quien estaba más nerviosa era mi hermana Mabel. Adoraba a mi padre como había adorado a mi abuela y no estaba dispuesta a dejarlo morir. Así que empezó a remover el hospital hasta hablar con el director e incluso a pedir la ayuda de otro prestigioso cirujano para que viniera a operarlo pues no quería correr el riesgo de otra equivocación. En medio de tal incertidumbre nos reunimos toda la familia y viendo que no había otra alternativa aceptamos la última tentativa de la riesgosa operación. En la última visita que hicimos mi madre y yo a la UVI, mi padre era consciente de su extrema gravedad. Nos tomó de la mano uno a cada lado y del cuello tomó la pequeña cruz que yo le había regalado. Nos dijo: este es el mejor regalo que he recibido, ahora voy a presentarme ante Él y ya no la necesito y se la dio a mi madre diciéndola que no se preocupara que estaba en buenas manos. Tú la necesitarás par tener fuerzas para cuidar de los hijos. Sus palabras fueron nuevamente un rayo de luz venido del cielo. Nos hizo ver en medio de la precariedad de todo lo verdaderamente importante y lo único definitivo. Mi padre murió.

Hicimos una misa cuerpo presente en el Hospital con la familia y muchos pilotos compañeros de mi padre. El coronel hizo su último vuelo al cielo y desde allí no precisa volver. En la eucaristía en el momento de la consagración, al levantar el Cuerpo con el cuerpo detrás de mi padre y pronunciar las palabras: “este es mi cuerpo”, sentí, como cuando recogía las uvas machacadas del mercado, que Dios me susurraba, no temas es mi cuerpo, es mío, lo tengo en mis manos. Luego trasladamos su cuerpo a Salamanca para enterrarlo. En la misma parroquia donde celebre la primera misa celebramos el funeral. Todos agradecimos al Señor la vida de mi padre.




Memorias de un peregrino 14

Una experiencia misionera en África

Tras la muerte de mi padre paradójicamente me sentía confirmado y fortalecido interiormente tanto como para perder el miedo a la muerte y estar dispuesto a todo. Fue entonces cuando me propusieron que viajar a visitar las comunidades con vistas a una nueva proyección. El pequeño centro de formación que había en Malabo, ni reunía las condiciones, ni ofrecía ninguna proyección de futuro para abrirnos a una evangelización más amplia en el continente. Nos preguntábamos si sería el momento de indagar la posibilidad de trasladar la formación a Camerún. Así que viajé a Camerún donde recién comenzábamos una nueva comunidad. Visité Yahundé y la capital Lomé donde me pude entrevistar con el cardenal Tumi. Era una persona de Dios que nos escuchó la preocupación que teníamos de trasladar la formación allí y nos abrió todas las puertas para que pudiéramos hacerlo y poder trabajar al mismo tiempo en la universidad.

Desde allí viajé por tierra a Bata en un auténtico viaje safari, pues según nos íbamos adentrando en el continente sentías la precariedad y miseria en la que se vive. Pinchamos las cuatro ruedas del Land Rover y tuvimos que continuar el trayecto a pie hasta encontrar un buen samaritano que nos acercó a una misión y a través de un hermano de san Juan de Dios, que yo había conocido en Irlanda, facilitarnos un medio de locomoción hasta llegar a Bata. Tras unos días en Bata, tome el barco hasta Malabo. En la misma travesía me fui dando cuenta de las rivalidades de las tribus entre los bubis y los fans quienes mantenían el poder con el apoyo del presidente. Algunos fanas, abusando del poder y del mando militar, empezaron a burlarse de mi todo lo que quisieron y un fan salió en mi ayuda previniéndome del riesgo que corría pues estaban armados.

En Malabo visité la capital, el antiguo Fernando Poo, y el centro que teníamos subiendo la montaña. Allí tuvimos un retiro y diversos encuentros. Desde allí programamos una visita a Nigeria con un obispo que habíamos conocido en Reading. Fue imposible tomar ningún barco. Pudimos volar en una compañía camuflada, un avión militar que era del propio presidente, y que por no pagar las tasas de aeropuerto no dejaron aterrizar en Nigeria, así que volvimos al mismo lugar de partida. Uno se percataba de toda la corrupción y el manejo del gobierno.

Finalmente nos lanzamos a hacer la travesía hasta Calabar, donde conocíamos unas monjas, en cayuco. Aconteció tal como se narra en el evangelio, una fuerte tempestad. Pasamos una fuerte tormenta que nos dejó prácticamente perdidos en el océano. No había otra que acudir a Dios que nos hizo la luz en medio de la oscuridad. Al final divisamos un pozo petrolífero y pudimos tomar el rastro de toda una hilera de pozos que nos condujeron a la costa. Allí sufrimos tremenda inseguridad pues nos persiguieron a disparos. Tuvimos que salir camuflados atrás de una furgoneta hacia el interior. Según nos íbamos metiendo más y más nos percatábamos lo difícil que resultaba allí sobrevivir no solo a las riesgosas inclemencias de las enfermedades sino a la tremenda situación de inseguridad, corrupción y violencia en que se vive.




Memorias de un peregrino 15

Una nueva etapa de la vocación en Filipinas

El tocar toda la realidad tanto de Asia como de África, me hizo de nuevo volver a despertar la ilusión por la misión que se había apagado tanto por todos los conflictos internos que habíamos vivido.

Era el momento de iniciar y apostar por algo nuevo. A pesar de situaciones de tanta pobreza, estos continentes, Asia y África estaban llenos de alegría y esperanza, cargados de vitalidad y sangre nueva que nos podían devolver una mirada y sensibilidad nueva frente a la Iglesia y su misión evangelizadora. Jesús mismo manifiesta en su discurso inaugural en la sinagoga de Nazaret que él ha sido enviado a evangelizar y llevar la Buena Nueva a los pobres. Empezaba a percibir que estos no eran solo los más dignos destinatarios de la misión sino los sujetos y evangelizadores que más necesita nuestro mundo cargado de antivalores. Jesús llamó a pobres pescadores nada instruidos y su formación la centró no en la elocuencia humana sino en la sabiduría del Espíritu que les adentraba en la nueva forma de ser y de vivir que inaugura el evangelio y las bienaventuranzas.

Era el momento de apostar por la fraternidad vivida al interno de de la comunidad venciendo las tentaciones del individualismo, la competitividad o la acepción de personas. Después de visitar África y Asia empecé a compartir estas inquietudes. A la vuelta de Filipinas dije que según mi pobre parecer veía a Filipinas como un nuevo Méjico para la nueva evangelización de Asia por ser un fuerte país de fe. Era el lugar propicio para pensar en un centro de formación para todas las comunidades de Asia enriqueciéndonos de su particular sensibilidad y espiritualidad oriental. El traer africanos o asiáticos a formar a Europa era sacarles de su propio contexto vital. Suponía un verdadero desgarrón para las personas que no les ayudaba en su formación y maduración integral. Se llegaban a europizar hasta tal punto de algunos no querer volver a su propio país.

Si a esto sumábamos toda la situación de conflictividad que se vivía en España y que influía a los cursos de formación, por supuesto se hacía urgente y necesario optar por una nueva forma de vivir y formarse en un marco de verdadera fraternidad fortaleciendo los vínculos fraternos y de comunión como condición de credibilidad para el mensaje que queríamos anunciar.

Con esta inquietud me mandaron a Filipinas a mí con José Luis y otros dos misioneros filipinos June y Cris, para poder allí iniciar una comunidad  y empezar una nueva etapa que pudiera ofrecer un germen y caldo de cultivo para una nueva formación más adaptada a sus propios contextos, más armónica e integral, desde una conversión nueva al evangelio y las bienaventuranzas. La única forma de hacerlo era poniendo a Cristo y su amor en el centro de nuestros corazones para vivir con trasparencia y confianza. Fue como un embarcarnos de nuevo a tirar las redes y bogar mar adentro.




Memorias de un peregrino 16

Volver a creer y apostar por la fraternidad

Las misioneras tenían en Asia comunidades en Japón, Singapore, Manila, Cebú y una pequeña casa de retiros en Tagaytay. Llegamos al centro de Tagaytay para compartir allí con las hermanas dónde convenía ubicarnos. Vimos que Manila era una ciudad mastodonte un poco conflictiva con un ambiente conflictivo que no favorecía lo que pretendíamos iniciar y nos decidimos por Cebú en el centro del archipiélago más tranquilo y adaptado a nuestras necesidades.

Nos fuimos a vivir a una casita muy pequeña de un barrio de las afueras de Cebú en la parroquia de San Lorenzo Ruiz, el primer mártir laico filipino y que no estaba acabada. Todo lleva su tiempo y todos los inicios son lentos y mucho más en el pueblo filipino.

Contrastaba la parsimonia con la que los veías con las prisas y eficacias que llevábamos. Poco a poco te ibas dando cuenta que son otras categorías incluso  la valoración del tiempo. Era necesario tener tiempo, para ver, para escuchar, para conocer, para establecer contactos, para estrechar vínculos.

Tantas veces uno va a lugares y a pueblos y no llegas a conocerlos y por eso a amarlos como son porque uno va con sus prejuicios y no se desprende de lo suyo. Es fácil pasar por encima de las personas sin escucharlas e imponiendo tus criterios como si uno fuera el que tiene la razón y el poseedor de la verdad.

Filipinas había sido evangelizada y colonizad durante cuatro siglos por los españoles y luego tomada por los ingleses y japoneses y finalmente liberada por los americanos. Por supuesto que había sido víctima de toda clase de abusos, atropellos y excesos. Aún hoy en día sigue siendo un país también explotado por los países del primer mundo, víctimas del comercio tráfico y explotación sexual de mujeres y niños.

Era para nosotros un tiempo de reconocer la tierra sagrada que estábamos tocando para no pisotearla de cualquier manera. Sorprende que la gente filipina, como lo es en general en Asia, se descalza cuando entra al lugar donde moran. Andan descalzos y no solo por la casa sino por la calle. No es solo signo de pobreza, sino de veneración y respeto del lugar donde habitan.

Los filipinos es un pueblo en general tremendamente acogedor, hospitalario, alegre y lleno de vida y juventud, con fuertes vínculos, con un sentido muy fuerte y arraigado de familia.

Así pues nos dábamos cuenta que antes de enseñar nada éramos nosotros los que estábamos llamados a aprender. Aprender a conocer y a amar sencillamente a este pueblo porque no se puede amar lo que no se conoce.




Memorias de un peregrino 17

Los encuentros y retiros en Tagaytay. Fortaleciendo vínculos entre comunidades

Era también vital para nosotros establecer fuertes vínculos fraternos. Aunque llevábamos en general tiempo en la comunidad  nos habíamos formado un poco como “franco tiradores”, de manera que uno mismo fuera el que levantara todo un movimiento no sólo en una ciudad sino en un país. Era algo que causaba pronto mucha frustración.

Somos esencialmente comunitarios y debíamos aprender a vivir y llevar a cabo la misión juntos, en comunidad, reconociendo nuestra pobreza de ir solos, de encontrarnos solos con nuestras propias pobrezas. Solos no podemos. Dios no nos llamaba a ser misioneros cada cual por separados sino en comunidad, en fraternidad con los hermanos y hermanas, compartiendo con las otras comunidades en la Iglesia, participando de la misma Iglesia local, en comunión con los obispos del lugar. Todo esto era como un camino nuevo a recorrer, una forma nueva de ser, de vivir, de sentirnos Iglesia, en comunión con la Iglesia, desde la Iglesia propia particular y local, para desde ahí amar a toda la Iglesia universal.

La realidad de Asia y de Filipinas te daba pie para conocer y vivenciar otro tipo de Iglesia, donde las comunidades no caminaban por separado y donde todos nos ayudábamos y nos complementábamos. Tagaytay era un lugar privilegiado no sólo por el clima sino porque encontrabas casas de todas las comunidades. Y eran numerosas las casas de retiros y de formación de otras congregaciones. En este lugar apartado del trasiego hiperactivo de Manila, el cardenal Sin nos había ofrecido unos terrenos para construir un centro y este nos servía para promover encuentros eclesiales.

Sentimos que ese fortalecer los vínculos entre nosotros y las comunidades de Asia comenzaba por conocernos más, por escucharnos más a fondo. Nos dimos tiempo para conocer cada una de las comunidades, sus retos, sus inquietudes y para ver cómo podíamos complementarnos y ayudarnos. Se adolecía de mucha frustración y soledad cuando viviendo tan distantes en países tan lejanos a penas podías compartir los logros o los fracasos excepto cuando tenías que viajar a España.

Antes de proyectar un centro comenzamos por compartir los sueños, las inquietudes, las riquezas y las pobrezas. Los encuentros y retiros que tuvimos en Tagaytay nos ayudaron a tomar juntos el pulso del Espíritu y abrirnos juntos a ver lo que Dios nos pedía para el momento presente de la comunidad y de la Iglesia y como podíamos responder al reto de la nueva evangelización llevándola a cabo juntos.

Empezamos así los contactos y encuentros con todas las comunidades de Asia como con una nueva conciencia de que nos necesitábamos y que juntos podíamos colaborar con ayuda del Espíritu a una nueva primavera para la Iglesia que venciera los escepticismos, frustraciones y resistencias que habíamos vivido.




Memorias de un peregrino 18

Abriendo un nuevo apostolado en la isla de Cebú

El ambiente de Cebú era propicio, el terreno por así decirlo estaba abonado. La gente, por lo general muy sencilla, tenía una experiencia de fe popular pero profunda que les hacía capaces de afrontar situaciones duras de la vida, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, con fe y con esperanza. La gente tenía en general mucha alegría, con un sentido celebrativo y de fiesta muy grande. Las familias muy numerosas tenían un sentido de familia muy arraigado. Los hermanos mayores, “cuya” en varones y “ate” en mujeres, eran capaces de sacrificarlo todo, incluso renunciar a sus propios estudios, para sacar adelante el hogar cuando los padres trabajaban y estaban fuera.

Una de las devociones más populares eran “las novenas”, los jueves a “la Madre del Perpetuo Socorro” y los viernes al “Santo Niño” implantadas y favorecidas por los Redentoristas y que aglutinaba a la gente en las Iglesias. A las 6 de la mañana las iglesias estaban llenas de gente que acudían antes de salir a trabajar. En este ambiente tan privilegiado se hacía fácil y espontáneo congregar a la gente.

Nosotros empezamos en el barrio de una manera muy sencilla. Al visitar las familias que muy gustosamente nos acogían propusimos un encuentro sencillo en sus casas para compartir y rezar juntos aprovechando ese ambiente de familia y celebrativo. En una de las familias, la familia de Tere, nos empezamos a reunir los viernes por la noche en su espacioso jardín en tono a la grutilla de la Virgen de Lourdes. Era impresionante como fue prendiendo la costumbre. Nos íbamos reuniendo con calurosa y fraterna acogida, íbamos compartiendo testimonios y alternando canciones, rezando el rosario y terminando con galletitas y té en un ambiente cálido, fraterno, de familia, donde todo el mundo aún el que llegaba por primera vez, se sentía a gusto. Fue creciendo paulatinamente y era normal que fuéramos más de 50 personas, muchos jóvenes.

Empezamos sobre todo a acompañar los jóvenes, preparando actividades con ellos, encuentros, salidas de excursiones donde nos íbamos conociendo. Nos abrimos a dar convivencias en escuelas. Tomamos unas capellanías en la facultad de Medicina y de enfermería donde además de misas para estudiantes íbamos coordinando actividades con la responsable de estudios Misss Lumbad. Aprovechábamos eventos escolares, para empezar el curso, cuando se recibían y distintos momentos durante el curso que posibilitaba el encuentro con los estudiantes y profesores. En  La diócesis después del WYD había promovido dinamizar y continuar con encuentros locales el espíritu del WYD como preparación del “Jubileo” y nosotros nos ofrecimos a colaborar.

En general diría que poco apoco nos íbamos introduciendo en todos los ámbitos y sectores de la sociedad donde la fe corría paralelo a la vida y sentíamos el soplo del Espíritu para propagar la fe sumándonos a lo que vivían para que su vida se hiciera más llevadera y plena.




Memorias de un peregrino 19

Una nueva primavera para la evangelización en Asia

Mientras que en Europa se vivía una enorme crisis de fe con fuerte disminución de vocaciones, de participación, y asistencia al culto, en un ambiente de mucha indiferencia religiosa, por lo contrario en este apartado rincón de Asia,  encontrábamos una fuerte sensibilidad religiosa y muy viva la dimensión espiritual.

Aunque la evangelización en Asia es mayoritariamente reciente y en muchos países lenta por el pluralismo religioso, por lo general florecen comunidades muy vivas de creyentes muy comprometidos. Por estas y muchas razones, había un resurgir de vocaciones tanto en la India, Vietnam, Corea, etc. Filipinas no era una excepción. La Iglesia vivía muy comprometida y cercana al pueblo y promovía una fuerte conciencia de identidad y misión.

Durante el régimen absolutista de Marcos y tras la muerte de Aquino, el Cardenal Sin hizo una llamada al pueblo para no permitir los asesinatos y atropellos del poder militar. El llamado “Rosary Power” permitió una gran movilización pacifista que llenaba las calles de Manila y luego parar la revolución militar estableciéndose un régimen democrático apoyando a Cori, la mujer de Aquino. La Iglesia tuvo pues un papel preponderante en el cambio pacífico de régimen y ganó tremenda popularidad en el pueblo.

No obstante, las bolsas de pobreza eran muchas con sectores de gente viviendo en condiciones infrahumanas junto a las vías de tren, junto al puerto en grandes basurales, “las smoking mountains”, etc. La Iglesia estaba comprometida con el pueblo tratando de tornar la situación y ofrecer unas condiciones más dignas de vida. La llegada del Papa en el WYD de Manila movilizó todos los sectores de la Iglesia y los orientó de cara a preparar el gran Jubileo del año 2000. Con los años dedicados al Padre, a Jesús, al Espíritu y a maría se fueron promoviendo fuertes campañas de evangelización y celebración. Coincidió por entonces la beatificación del primer cebuano, Pedro Colongsod que supuso un gran evento para Cebú y todo Filipinas.

Todos estos factores favorecieron el clima de abrir las puertas del corazón y ensanchar. Al soplo del Espíritu para vivir un nuevo pentecostés, una nueva primavera para la Iglesia. Ese era el espíritu de la letra de la canción del “gran jubileo”: “Open your heart to the Lord…” A la par se realizó el Sínodo de la Iglesia en Asia que fue una gran oportunidad para tomar conciencia de “la hora” que vivíamos tan privilegiada de tomar parte en esta nueva evangelización para este precioso continente tan lleno de esperanza.

Ante el despertar de nuevos jóvenes a la vocación, fue un momento que empezamos a sentir que sería bueno aunar fuerzas entre todas las comunidades de Asia y favorecer una formación en común que incluyera también un reciclaje para los propios misioneros-as que ya llevaban tiempo y preparar la ordenación de los dos misioneros filipinos, June y Cris. Todo esto nos hacía sentir que se abría una etapa nueva para todos nosotros y que a pesar que nos sintiéramos pobres y pequeños ante tan gran tarea eso no era impedimento sino todo lo contrario era la prueba para que se manifestara que era Dios quien llevaba  a cabo la obra. Así que nos lanzamos a construir juntos un nuevo centro internacional de formación en Asia, allí en Cebú.




Memorias de un peregrino 20

El Centro Internacional y Curso de Formación en Cebú

El nuevo centro para el curso de formación lo construimos en los montes de Banawa en los terrenos de la hermana de un jesuita que conocíamos, Celia Borromeo. Aunque los terrenos no tenían gran extensión estábamos junto a un “Memorial Park”, un inmenso campo santo, cementerio y lugar de oración. Tenía un enorme “Vía Crucis” a escala humana al que acudía el pueblo en masa cada Viernes Santo. Esto nos sería de complemento para tener una gran extensión abierta y al aire libre para orar.

A la par que construimos la casa de retiro y formación con habitaciones y salas construimos la capilla grande y nuestra vivienda, todo en un ambiente sumamente sencillo. Nuestra vivienda a semejanza de la gente más pobre la hicimos de madera, cañas de bambú y hojas de palmera. Una vez que tuvimos construido el centro que prácticamente inauguramos con la ordenación sacerdotal de Cris y su primera misa. La ordenación la celebramos en la casa retiro de Tagaytay, para que pudiera venir su familia  que vivía al lado y vino el propio cardenal Sin.

Después de unos encuentros y retiros, iniciamos en Cebú los cursos de formación conjuntamente con las misioneras. Los misioneros vivíamos en Banawa, June, Cris y yo, con 3 cebuanos Darwin, Noel y Brandom, con Michael de Singapore, Noel de la India, dos japoneses Iwao y Koichi y un escocés James. Las misioneras vivían en una casa  en un barrio de la ciudad de Cebú. En total éramos unos 25 y empezamos poco a poco a incluir a las personas laicas que iban haciendo suya la espiritualidad de la comunidad.

La formación empezamos a vivirla de una forma nueva para toda la comunidad. Después de nuevos encuentros que tuvimos sobre la formación en la comunidad, el último de ellos en Méjico, tomamos directrices nuevas conjuntas todos los centros de formación como empezando una etapa nueva. Se había acordado establecer la formación inicial con 2 años que los denominábamos primer ciclo. En el primer ciclo se intentaba profundizar las verdades de fe del temario, núcleo de las verdades del credo, en un camino de oración e interiorización para tratar de hacerlas vida y anunciar desde la vida. En el segundo ciclo se añadía a las verdades de fe un primer acceso teológico a través de distintas áreas, cristología, eclesiología, biblia, moral, antropología y humanidades donde se dieran los fundamentos magisteriales y patrísticos enriquecidos con la espiritualidad de los santos. Por último, en el tercer ciclo, se efectuaba una profundización teológica que se abriera al diálogo con las distintas corriente de pensamiento filosófico y el mundo cultural contemporáneo o interreligioso para tratar de contextualizar e inculturar el mensaje a los distintos ambientes y realidades que vivíamos.

La formación inicial del primer ciclo vendría a ser como los años propedéuticos que proponíamos como preparatorios para toda la formación con escuelas de oración y evangelización donde los mismos laicos pudieran en la medida de sus posibilidades enriquecerse para poder colaborar en la evangelización. Así que nos pusimos con toda la ilusión del mundo y nos lanzamos a la aventura para poder ser testigos vivientes de este momento de gracia y actores privilegiados de esta llamada a una nueva evangelización para Asia y el mundo respondiendo a los signos de los tiempos.




Memorias de un peregrino 21

El intento de despliegue de algo nuevo. Los primeros ciclos intensivos

El primer ciclo o propedeútico resultó de mucha riqueza no sólo para los misioneros-as sino para todo el movimiento que se iba generando. Los fines de semana resultaban especialmente fructíferos pues participaban muy activamente los laicos. El ambiente era de mucha cercanía y fraternidad entre todos, respirando un clima de hogar, de verdadera familia misionera.

Para enriquecer las materias teológicas del segundo ciclo vinieron algún refuerzo de España, Oscar peruano y José Luis español que ya habían cursado el segundo ciclo en Loeches y habían llevado pro seminarios. Así se pudo organizar para los dos años del segundo ciclo dos cursos intensivos de cuatro meses en verano para que pudieran así participar las misioneras de las comunidades de Singapore, Japón y Australia. La experiencia se vio enriquecida compartiendo al unísono la formación de primer ciclo con los que no lo habían hecho y extendiendo a los laicos que cada vez más iban participando más activamente.

Era una formación muy interactiva donde todos poníamos lo mejor de nosotros y donde cada uno iba ejercitándose en elaborar lo recibido para poderlo transmitir. ¿Qué era ese algo nuevo? Más allá de recibir contenidos de fe íbamos descubriendo la presencia de Dios vivo actuando en todos y a través de todos en un espíritu de familia que nos hacía sentirnos verdaderos hermanos. La experiencia de fe compartida nos afianzaba más y más en estrecha comunión compartiendo en un clima de respeto, cordialidad, conocimiento recíproco y mutua apertura.

En este clima de oración sencillez y fraternidad sentíamos que eran los sólidos fundamentos de nuestra comunidad misionera. En este clima notábamos primero entre los propios misioneros y misioneras que se iban superando los miedos y complejos y nos sentíamos más capaces de anunciar el mensaje desde lo que uno es y desde la captación de Dios propia evitando caer en comparaciones.

Dios a todos nos iba capacitando desde una experiencia de amor y misericordia que nos hacía resurgir del polvo y de la muerte y se convertía para todos en fuente de esperanza y fraternidad. Era como pasar de la negatividad y de la desvalorización a la positividad, reconocimiento y valoración del don que Dios da a cada uno y que se ve multiplicado y enriquecido cuando nos atrevemos a compartirlo sencillamente en fraternidad.




Memorias de un peregrino 22

Un año de interrupción para acabar el doctorado en Manila

Una vez que nos pusimos todos en marcha y en camino reconociendo que la comunidad la iba el Señor construyendo entre todos, me abrí con más libertad a poder responder al compromiso adquirido de terminar los estudios de doctorado. Para ello tomé casi medio año de interrupción del apoyo en la formación para dedicarme más intensamente a los estudios.

Dios dispuso el momento y las personas oportunas y en la Universidad de Santo Tomás de Manila, UST, la más antigua de Asia fundada por los padres dominicos me abrieron las puertas para acabar el doctorado que tenía muy avanzado. Hablando con el decano me propuso el dar unas clases de misionología y de tener tutorías con el padre Fausto Gómez  que me asignó como director de la tesis doctoral. La verdad fue que me sentí maravillosamente bien acogido y acompañado. Los padres franciscanos de la parroquia de Pedro Bautista cerca de Pandacan me ofrecieron un pequeño cuarto para residir, lugar que me quedaba muy cerca de la UST.

Cada día me levantaba muy temprano. Hacía la oración en la capilla del Santísimo que tenían siempre abierta de adoración permanente. Luego celebraba misa en la parroquia y me iba para estar a las nueve en la UST. Allí pasaba las mañanas en las tutorías, dando clases o investigando en la biblioteca. Por la tarde iba elaborando los capítulos de la tesis que iba presentando periódicamente al padre Fausto.

Él me iba haciendo las correcciones y aconsejando los puntos a profundizar o completar. El trabajo se me hizo muy liviano. Lo que se me hizo en Roma una montaña insuperable quizás por el ambiente tan en contra que respiraba en el entorno comunitario y universitario notaba que iba saliendo adelante con la ayuda de dios y de los hermanos que Dios me brindaba.

Me sentí muy apoyado también por la comunidad de franciscanos de la parroquia de Pedro Bautista. Yo trataba de compensar con apoyo en las misas de la parroquia y atendiendo al acompañamiento y dirección espiritual de algunas personas. Con alguna de ellas hice todo un caminito llevándolas al centro de Lili que tenía en Tagayaty lo que me servía a mí de lugar más reservado de retiro, descanso y oración. A la vez conocí otros campos de misión, sobre todo quedé impactado con los laicos que trabajaban en las “smoking mountains”.




Memorias de un peregrino 23

Los años más felices de despliegue misionero en Cebú

Respirando de aquel soplo del Espíritu tan favorable pude acabar los estudios de doctorado y defender sin problemas la tesis doctoral. De vuelta a Cebú me volqué de lleno en todo lo que era poder desplegar aquel germen de Reino que veíamos surgir poco a poco entre nosotros. Vimos oportuno que además del centro internacional de formación que iba cuajando en la montañita de Banawa se complementara con una casa más apostólica más en el centro de Cebú.

Esa nueva casa más apostólica nos permitía un acompañamiento más cercano con la gente y un tener un ritmo de actividades más periódicas y formativas con aquellas personas que íbamos conociendo. Allí teníamos nuestras escuelas de oración y de formación, tratando de intensificar la formación de laicos que colaboraban con nosotros en toda la tarea evangelizadora, cada vez más comprometida con el ambiente estudiantil y universitario.

Eran muchas las escuelas e institutos que nos pedían retiros, convivencias, fines de semana. Nos fuimos dando a conocer no sólo en Cebú sino fuera de Cebú en otros lugares. Acudimos a otras islas como Buhol y Mindanao para tener retiros o encuentros no solo con las personas que iban haciendo camino con nosotros sino también cuando nos pedían ayuda en otras comunidades religiosas. Era el pobre intento de no ocultar los talentos y dones que habíamos recibido sino de ponerlos todos al servicio de Cristo de la Iglesia y de la evangelización para hacer expandir su Reino entre todos, sobre todo a los más carentes y necesitados de su amor.

La tierra estaba preparada y el ambiente era propicio. En ese campo de gente de fe sencilla, de acogida y de familia que se respiraba, la semilla del reino se iba propagando de día en día y la comunidad se desplegaba colaborando más y más en el plan pastoral de la misma diócesis. Teresa hacía de puente como delegada de la pastoral de jóvenes y a partir del encuentro del WYD se nos encomendó preparar el gran Jubileo con esos tres años dedicados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, preparándonos para la entrada del nuevo milenio. Tanto el obispo como sus delegados en la diócesis de Cebú tenían enorme interés de irradiar el espíritu de las jornadas entre los jóvenes de la diócesis.

Participábamos de numerosos eventos y encuentros en este sentido y nos unimos con gran alegría a la gran celebración que se realizó en Cebú con motivo de la beatificación de su primer beato el joven Pedro Colongsod. Fue un evento muy emotivo donde nos alegrábamos que se reconociese con él la santidad de todo el pueblo filipino y la riqueza de su fe como un don precioso para toda la Iglesia.


 

Memorias de un peregrino 24

Gozando de la fraternidad construyendo juntos el Reino

De todos los años de mi vida misionera debo confesar que estos años de Filipinas fueron para mí los mejores años, los más fecundos, donde me sentí mi vocación misionera más realizada. Me sentía contento y feliz de sentirme y vivirme misionero en Asia y en Filipinas. Me sentía contento y feliz de misionar en ese precioso continente asiático. Sentí amor a la Iglesia de Filipinas y a todo el pueblo filipino. Dios me dio entrañas para saber valorar sus tremendas riquezas y saber compadecerme de sus pobrezas. Incluso el ambiente de pobreza era para mí impulso para sacar de nosotros lo mejor.

En aquel ambiente de pobreza compartida sintiéndonos hermanos y solidarios con todos, veías que era fácil y espontánea la misión y el anuncio del Reino. Todo veías que lo favorecía y ayudaba para ello. El contagio de la fe sencilla del pueblo, su piedad popular, sus novenas a la “Mother of Perpetual Help” y al “Santo Niño”, el sentido celebrativo de sus fiestas populares, su sentido de celebración de la vida y de la muerte acompañando todos los momentos de la vida, tanto el momento de nacer a esta vida o de partir de esta vida a la vida eterna. Era ejemplar el tesón y la paciencia en sobrellevar el sufrimiento, las estrecheces y dificultades. Los trabajos tan duros lejos de vivirlos con el pesado clima como agotadores te sentías alentados por la presencia consoladora de dios en medio de su pueblo.

Ahí estaba la presencia del Espíritu que nos animaba a no desalentarnos en las dificultades, a dar muestra de su fortaleza en nuestra pobreza y anunciar entre los pobres la presencia de un dios vivo que nos sostenía y nos avalaba. El evangelio y las bienaventuranzas se hacían carne de nuestra carne. Nos sentíamos pobres pero enriqueciendo a muchos, dábamos la impresión de no tener nada y sin embargo no carecíamos de nada. La promesa de Dios se hacía realidad. Felices los pobres, felices los que sufren en paz construyendo el Reino, siendo artesanos revestidos con las armas de Dios. Dios nos regalaba la entereza en la prueba, la sencillez de corazón para acogerlo y afrontarlo todo con alegría.

Su promesa: “Yo estaré con vosotros, yo habitaré en medio de vosotros, yo caminaré a vuestro lado, Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”, se hacían realidad. Sentíamos un orgullo santo de estar entre ese pueblo de santo de tal manera que ahora que pienso en todo ello se me ensancha el corazón y reboso de alegría porque a pesar de todas las penalidades sufridas eran mucho más grande los consuelos de Dios que recibíamos.




Memorias de un peregrino 25

Abortando la fraternidad. La segunda crisis de la vocación

Paradójicamente al sr vice responsable de la comunidad de misioneros a la vez que delegado eclesial en toda Asia debía de viajar a España cada cierto tiempo para compartir más en amplio la marcha de la Fraternidad. Por desgracia en las otras latitudes se vivía un ambiente cada vez más enrarecido. Era como el reverso de la moneda, el contraste de dos polos opuestos, un ambiente de anti reino que te causaba tremendo dolor y angustia.

En España cada vez más sentías la fraternidad herida como de una enfermedad que poco apoco veías más aguda y con síntomas de muerte. El ambiente enrarecido de falta de confianza, de no trasparencia, de doblez, iba ocasionando cada vez un entumecimiento, una parálisis en la vocación donde era el campo abonado para los abandonos y las deserciones. Ese clima de desconfianza hacía más y más imposible no sólo el desplegar la misión sino el sostener la propia vocación. Se hacía cada vez más urgente clarificar la situación para poner remedio y salir de ella y esto no era nada fácil.

El germen estaba instalado y se vivía sobre todo en el núcleo más cercano al Fundador. El espíritu de contradicción al interno de la comunidad no avías a ciencia cierta de dónde provenía, estaba teñido de la impronta del mal espíritu, que no se dejaba fácilmente reconocer. Era una verdadera intriga saber qué es lo que se vivía al interno de Jaime el Fundador, no lo sabías ciertamente pero todo daba indicio que algo andaba mal. No sabías si era enfermedad porque no concebías que fuera fruto consciente de querer hacer mal. Nadie, en su sano juicio, atenta contra su propia obra. No sabes si esto fuera la raíz de la antilógica del mal uno apropiarse y creerse dueño de una obra que no es sino la obra de Dios. Pero la obra de Dios no está exenta del ataque del maligno. Fueron tiempos de percibir la fuerza del mal y de pedir la gracia de Dios para que nos librase del mal.

Se hizo entonces urgente y necesario compartir a profundidad a fin de esclarecer la situación no sólo con el propio Jaime, el Fundador, sino con los responsables y las personas más cercanas y de mayor confianza. El problema acuciaba cuando veías la falta de conciencia de la gravedad de la situación que se trataba de esconder como si no pasara nada. El problema se engrandecía cuando veía que el mismo Jaime, el Fundador, generaba en torno a él círculos  que no se allegaban o fácilmente se ponían de acuerdo.

Por una parte estaban las personas elegidas que figuraban como responsables y por otra parte estaban surgiendo otras personas a las que él delegaba la responsabilidad y la confianza poniendo en tela de juicio a las elegidas. Esto sobre todo ocurría en la rama de las misioneras, pero esto quieras o no terminaba afectando a toda la Fraternidad. No afectaba solo a las personas responsables elegidas sino a todos que no sabían en quien confiar y a quien obedecer. La situación se fue agravando hasta al punto de vernos en la encrucijada de hacer un Congreso general y pedir ayuda a la Iglesia.




Memorias de un peregrino 26

Un poco de de respiro en medio de la tormenta en el Centro de Lili

Dios fue preparando mi corazón para no sucumbir en la prueba. Cuando empezamos la etapa de conversión en los ciclos de formación que íbamos teniendo en Filipinas empezamos con la llamad del Señor a tomar la cruz y estar dispuestos a subir a Jerusalén y acompañar a Jesús hasta su extremo de amor en la cruz. No sabía muy bien lo que venía pero intuía que algo serio se avecinaba como cuando el cielo empieza a encapotarse y se presagia una gran tormenta.

Sentía un gran desconcierto y no sabía muy bien lo que hacer ni cómo actuar. Regresando de España de nuevo a Filipinas necesitaba tomar distancia de los acontecimientos. Ante las aguas tan revueltas necesitaba el tiempo y el espacio para escuchar la voz de Dios y no quedar preso del desconcierto.

No podía inhibirme como si no pasara nada. Debía comprometerme para defender la voz de Dios a cualquier precio. Suponía mucha valentía y libertad de uno mismo.la opción por Jesús, por su seguimiento hasta entonces había significado una obediencia ciega al Fundador y a la comunidad porque Dios me había llamado en esa comunidad a seguirle. Por primera vez su llamada a seguirle me hacía cuestionar qué era lo que debía salvaguardar. A Jaime, el Fundador, le había oído decir alguna vez que en el cielo no habrá comunidades y también decir que en la comunidad era como él decía y si uno no estaba de acuerdo es que no era su lugar. Era como decir que quien no se repliega a las reglas de juego estipuladas, quedaba fuera de juego.

Lo que estaba de fondo es a quien debía seguir y que normas quería seguir y si tenía que seguir mi conciencia y reglas que no estaban acorde al evangelio. En el seguimiento las reglas no están prescritas por nadie sino por Cristo y su evangelio y uno debía discernir si era evangélico o no lo que estábamos viviendo. Mi carácter es de un talante sumiso y nada subersivo, tolerante y dispuesto a aguantar lo que fuera por salvaguardar el amor, el Reino, la fraternidad, la unidad. ¿Qué es lo que Dios me estaba pidiendo en esos momentos? Antes de pensar en cualquier interés personal o salvaguardar ninguna imagen necesitaba ver claro lo que debía defender y salvaguardar y solo a la escucha de Dios podía descubrirlo y tener fuerzas para defenderlo por encima de todo. Era preciso no perder la calma y actuar con serenidad y guiado por el amor. ¿Cómo conciliar amor y verdad, cómo amar en verdad?

Por una parte sentía como una madre o un padre el sentimiento de protección o defensa de los más débiles o indefensos en la fe. Trataba de evitar el mayor daño, de que se les hiciera el menor mal posible, pero era del todo imposible evitarles el sufrimiento que conllevaba aquella situación. De todas formas me hice el propósito de evitar cualquier comentario y buscar los cauces propios para que el discernimiento, por todo lo que estaba en juego,  fuera dentro del marco comunitario adecuado. No quería causar división ni discordia, poner a nadie en contra de nadie, hacer bandos enfrentados, tan solo quería defender la voz de Dios y actuar en conciencia aunque pudiera eso perderlo todo pero descubría que era preferible perderlo todo por defender la voz de Dios a quedarme con todo pero sin Dios. Decidí retirarme al centro de oración de heridos y desolados que tenía Lili en Tagaytay.




Memorias de un peregrino 27

Conociendo al hermano Andrew cofundador con la Madre Teresa

Los días de oración que pasé en el centro de Lily en Tagayaty me dieron mucha paz y sosiego en medio de la tormenta. Me identifiqué mucho con la oración de Jesús en su agonía en Getsemaní. Pude entender un poco más lo que debieron suponer esos momentos para Jesús. Mucho más que el dolor físico es soportar la dura prueba de la fe. De repente parecer que se viene abajo todo aquello por lo que has luchado toda la vida y pasar por la duda, el sinsentido el aparente vacío y ausencia de Dios. Dios guardaba silencio y parecía esconderse. Tan solo pude orar con una plegaria que poco a poco se convertía en incesante intercesión. “Señor no nos abandones, no te quedes lejos, ten misericordia de nosotros”. El Señor me dio a entender lo que él tuvo que pasar y de tantos de sus amigos que tuvieron por esa dura prueba de la fe cuando todo parecía desvanecerse y venirse abajo.

Estando en aquel centro, ocurrió algo insólito que yo no esperaba. Conocer al hermano Andrew, cofundador con la Madre Teresa de los hermanos de la caridad. Conocerlo además en un momento tan singular como fue el de la muerte de la Madre Teresa. Estábamos los dos allí haciendo oración y celebramos juntos una eucaristía de intercesión y de acción de gracias por la Madre Teresa. El compartió en esa eucaristía todo su aprecio, valoración, estima y agradecimiento por la vida de la Mare Teresa.

Lo que yo no sabía era todo el sufrimiento que él había vivido. En un momento dado, conociendo a la Madre Teresa como jesuita y sacerdote se sintió llamado a iniciar con ella toda la rama masculina de los misioneros de la caridad. Después de los duros inicios hubo de soportar una prueba mayor. Fue acusado de escándalos y cayó víctima del alcohol y de una gran depresión y enfermedad que le llevó a tener que dejar la comunidad. Pasó por la prueba más dura del aparente fracaso, humillación hata sentiré sólo y abandonado por todos. Pero siguió con su promesa de fidelidad al señor sellad con su sacerdocio y su opción por los más pobres y desamparados. Nunca pensó que él mismo debía convertirse en uno de esos pobres desamparados. Superar aquella oscura noche le valió el paso más grande de fraternidad, sentirse de verdad uno más con los más abandonados y desheredados de esta tierra.

Me pregunté muchas veces lo que le dio firmeza para seguir en aquellos momentos donde fue tan tentado a abandonarlo todo. Lo había perdido aparentemente todo, la fama, la imagen, todo lo que es digno de valoración y estima de este mundo más sin embargo había dado la mayor prueba de amor a Cristo y el paso más grande de identificación con él. Estar dispuesto a perderlo todo por amor a Él y quedarse con El como el máximo y único tesoro de su vida hasta el final. Gracias hermano Andrew por tu testimonio de amor a Jesús tan poco brillante, llamativo y poco reconocido a los vanos ojos de este mundo.




Memorias de un peregrino 28

La gran prueba de la Comunión. Cuestionamiento profundo de la fraternidad

En mi último año con el curso de formación en Filipinas traté de afianzar esa formación en la identificación con Cristo Crucificado para mantener esa opción de estar dispuestos a seguirle hasta el final. Viendo que todo se tambaleaba y que se avecinaba un “tsunami” para toda la comunidad, traté de que no cayéramos presos del pánico sino de salvaguardar lo que consideraba la perla preciosa del Reino, el amor a Cristo y el amor entre nosotros. Después de la criba todos debíamos de soportar la dura prueba y poder perseverar en nuestra opción por Cristo y en lo que viéramos en conciencia delante de él que él nos pidiera.

Para fortalecer los vínculos de comunión, pensé que nada mejor que fortalecerlos estrechándolos más con la Iglesia. A través del Padre Borromeo jesuita hermano de Celia, la señora que nos proporcionó los terrenos para construir el centro de Banawa, nos puso en contacto con los jesuitas y a través de ellos con los que se encargaban de la formación de los seminaristas que cursaban estudios teológicos en Calabar, la ciudad más próxima a Cebú en Midanao. Pudimos abrir una nueva comunidad de estudios allí para continuar allí la formación teológica asegurando así la estabilidad y continuidad con lo que veías estaba a punto de desmoronarse.

Lo que uno intuía que iba a ocurrir ocurrió. Yo había pedido a Jaime, el Fundador, que en el caso de sembrar la discordia y la división yo no me pondría de “su bando”, yo antes dejaría la comunidad. Después del primer Congreso con la consiguiente ruptura  de la comunidad, asistíamos de nuevo a un segundo Congreso que fue el germen de una nueva y más grande ruptura en la comunidad. Esta vez estábamos todos “sobre aviso”.

Con una parsimonia inaudita, se intentaba tapar todo con un velo, querer ser fieles al carisma es ser fieles al Fundador, como si solo el Fundador fuera el portador del Espíritu y del carisma y en esos cuarenta años de existencia de la comunidad no hubiera habido trasmisión del carisma. Cuando el mismo Fundador había dicho que era el momento de retirarse para que la comunidad adquiriera madurez y responsabilidad haciéndonos todos responsables, se ponía él como único garante y responsable y tiraba por tierra todo ejercicio de responsabilidad que no coincidiera con su pensar.

De repente lo que él mismo impulso a la comunidad a vivir como intento de renovación se cerró en banda como opuesto al carisma. Se cuestionó la misión, la formación, pero sobre todo a los responsables de la formación. Dimitimos de nuestros cargos para que se diera una nueva elección de responsables. Aunque la crítica y la oposición cayó toda sobre la rama de las misioneras de manera que fuimos reelegidos en los cargos de responsable y vice responsable Paco y yo se abría para nosotros un periodo dificilísimo ¿Qué hacer? Ante todo lo sucedido no podíamos seguir como si nada hubiera pasado con férreo apoyo al Fundador como apoyando una concesión que no veíamos del Espíritu.




Memorias de un peregrino 29

La gran crisis de la vocación. La noche oscura de la fe

No pude uno tan fácilmente desvincularse del tronco donde nació a la vocación misionera, aunque uno se diera cuenta que la llamada de Dios había estado desde siempre. Recuerdo que la primera vez que llegué a Siete Aguas y conocí a Jaime, el Fundador, tuve un sueño, la premonición de que podía llegar un día en que mi seguir al señor no quedase condicionado por seguir a ninguna otra persona, ni confundir ni identificar la voz de Dios con la de otra persona aunque fuera el Fundador.

Dios está por encima de todo y escuchar su voz y hacer su voluntad significaba una primacía absoluta. Pero no era tan fácil, llegada la situación, discernir que era Dios quien me lo estaba pidiendo. No puede uno desvincularse tan fácil de lo que ha vivido, pensado y experimentado durante tanto tiempo de la vida. No quería uno dar un paso en falso siguiendo ningún interés propio y sentía que era el mismo Dios que nos tenía que mostrar el camino.

Para volver a creer y apostarlo todo por la comunidad necesitaba pasar por esta noche de la fe. Necesitaba volver a experimentar el encuentro vivo y personal con Cristo y esto no era tan fácil cuando todo se ve oscuro acompañado por esta cortina de humo de incertidumbre y desconfianza. Era preciso atravesar esa noche oscura, esa cortina de humo y ser libre de todo y de todas las voces internas y externas. Ser libre de todo sentimiento incluso del entusiasmo que significó la primera llamada y abrirse en la oscuridad de la noche a experimentar una segunda llamada. Esto pedía ir a fondo de todas nuestars motivaciones, ahondar en la originalidad del evangelio y dar de nuevo con la autenticidad y la veracidad de su persona y su mensaje liberándonos de todos los prejuicios y presupuestos incluso impedimentos o trabas que podíamos sentir.

Cristo presente en toda nuestra vida y nuestra historia y en toda la historia de la Iglesia no podía fallar. Los hombres podemos fallar pero Cristo no. La realidad de Cristo y de la Iglesia aunque estaba presente en todo lo vivido en la comunidad Verbum Dei no la contenía ni agotaba, era mucho más amplia y no podíamos quedarnos ni determinados, ni circunscritos a todo lo vivido. No se trataba de establecer una confrontación absurda de quienes estaban a favor o en contra del Fundador como ya se dio en aquella ocasión con María Antonia, ni siquiera de determinar quienes eran los buenos y los malos, ni los defensores de un carisma por encima de otro sino de tener claridad de ver lo que Dios nos pedía.

Dios nos hacía entender que por encima de todos los carismas estaba el amor. El amor a dios, a Cristo, a su Iglesia, nos haría discernir sus caminos por encima de toda la conflictividad que sentíamos. Necesitábamos un tiempo de discernimiento par descubrir cuál era la voluntad de Dios y la ayuda de la Iglesia. En el entre tanto yo pedí un año sabático mientras pudiera ir aclarándose toda la situación y regresé a la comunidad de Filipinas.




Memorias de un peregrino 30

Una breve peregrinación a Fátima y un año sabático

Antes de volver a Filipinas en esta crítica situación que vivíamos sentí el deseo de acudir a la Madre. En los momentos más difíciles de mi vida siempre había estado a mi lado y la necesitaba ahora más que nunca. Cuando todo se tambaleaba en la comunidad después de la Asamblea de los misioneros, me retiré a mi casa con mi madre. Ella y yo nos íbamos cada día a la pequeña capillita del Santísimo en la Catedral presidida por una imagen preciosa de la Piedad de Carmona y un letrero que dice: “Mirad los que pasáis por aquí si visteis dolor tan grande”, tomad del libro de las lamentaciones. La verdad era que no encontraba consuelo ni descanso sino en ese regazo de la Madre.

También mi mamá de la tierra me sirvió de mucho apoyo para perseverar en esos momentos cuidándome con todo su afecto y su ternura e impulsándome a seguir adelante. Sólo una madre sabe comprenderte y acompañarte porque conoce los repliegues y las heridas del corazón. Antes de mi partida a Filipinas tuve la suerte de ir con mi madre de breve peregrinación a Fátima el 23 de Octubre, cuando se celebra el aniversario de la última aparición a los pastorcitos de Leiría.

Aquella noche en Fátima rezando el rosario en distintos idiomas rodeados de miles de peregrinos venidos de todas partes, casi medio millón que llenaba toda la explanada, cuando todos encendimos las velas para ponernos en peregrinación junto a ella, percibí su amorosa presencia que llena de confianza, me repetía las palabras que ella misma escuchó en la Anunciación, “No temas”. No temas yo voy a estar contigo acompañándote y guiándote hasta Jesús.

Fue como recuperar ese hilo de fe que me había acompañado toda mi vida desde mi infancia y que me animaba a ser fiel en medio de la noche, de la oscuridad. Con María hemos de ser fieles a Dios, a su palabra, a su designio. El Señor es el Señor, el ejecutor y constructor de la obra. Nadie puede adueñarse de su obra. El nos pide que le sirvamos como sus humildes servidores sin adueñarnos de su obra y estando dispuestos a renunciar incluso a ella para dejarnos nosotros mismos en manos de Dios para que Él realice su obra en nosotros. En esos momentos tan difíciles, ella nos ayudaría a escuchar, atender y responder a la voz y la voluntad de Dios para responder a sus planes y designios amorosos a pesar de no entender esos caminos que ella recorrió saliendo de Nazaret a Egipto y acompañando a Jesús hasta la Cruz.

Lo que verdaderamente era importante era predisponerme a esa búsqueda de su voluntad tratando de escuchar a Dios en esos momentos y pedirle las fuerzas para ser dócil a hacer su voluntad costase lo que costase. En medio de aquella multitud de gente acompañando a la madre en peregrinación, en esa procesión de las luces, sentí el consuelo que la pequeña luz encendida en cada corazón, al calor del Sagrado Corazón Inmaculado de la Madre, se convertía en un mar de luz que se extendía por generaciones y llegaba hasta el mismo trono de Dios. Sentía la confortadora presencia de la Madre que me decía, “No temas, ánimo hijo mío ten valor”.




Memorias de un peregrino 31

La peregrinación a la India como preparación de los ejercicios

La peregrinación que había iniciado en Octubre junto a María desde mi ciudad materna en Salamanca pasando por el Santuario de Fátima no había hecho sino comenzar. Todo ese año sabático lo quería vivir así como peregrino en la fe buscando la voluntad de Dios, en peregrinación, en camino acompañado de la Madre. La peregrinación siguió pues regresando a Filipinas consciente que estaba en un tiempo de oración y discernimiento y exento de responder al cuidado y la formación de quienes durante los últimos cinco años Dios había puesto a mi cuidado.

Entendí que tenía que tener la libertad de hacerlo. El cuidado a los demás pasaba por el cuidado de escuchar la voluntad de Dios en ese momento. Custodiar las vidas de los demás, cuidar y velar por ellos, me pedía en ese momento un profundo respeto y prudente distancia para poder escuchar la voz de Dios.

Nada nos pertenece, todo nos ha sido dado y no se trataba de reclamar ninguna paternidad vivida como derecho o pertenencia sino de afirmar la total, exclusiva y absoluta paternidad de Dios para que fuese Él quien nos guiara. Debía de quedar claro que yo ni nadie éramos los dueños de nada ni de nadie, sino que el dueño absoluto de nuestras vidas era Dios y sol Él al que teníamos que escuchar y responder sobre todo en esos momentos.

Para tomar un poco distancia y darme el tiempo suficiente, continué la peregrinación en la fe partiendo para la India. Nada mejor que seguir los pasos de nuestros padres en la fe que salieron de Ur hasta la tierra prometida fiándose de Dios y creyendo por encima de todo venciendo toda desesperanza. La India era para mí una tierra totalmente desconocida. Salimos Tito y yo con un macuto cada uno con la única seña de la tía de la familia de Noel que vivía en Cochín, primer puerto de llegada de los aventureros marinos portugueses, Vasco de Gama con los primeros exploradores.

Pero nuestra peregrinación la queríamos vivir no explorando nuevas tierras, sino en la fe siguiendo todo un camino interior. Como compañeros de camino quisimos seguir los pasos de Francisco Javier el gran misionero de Asia, Gandhi y la madre Teresa como testigos y vestigios más recientes a la historia de nuestros días. No se puede transcribir en pocas líneas el cúmulo de experiencias vividas en esta peregrinación, tan solo destacar que la peregrinación a la India me sirvió tremendamente. En medio de mi dolor y desolación palpé el dolor y sufrimiento de tantos hermanos que me hicieron olvidar el mío. Mi propia situación me hizo más solidario y cercano a tantos marginados y excluidos que habían quedado en la periferia de mi propio corazón.


Dios quiso despertar en mí un corazón fraterno, solidario y compasivo de los más desprotegidos, desamparados, sufrientes de la humanidad. Dios me hacía sentir especial atracción por lo más frágil, lo más pobre, lo más descartable de nuestro mundo. Yo que había sido adiestrado para ser fuerte, para nunca mostrar debilidad, cargado de prepotencia, orgullo y ambición, me estaba llamando a descubrirme y reconocerme con un corazón pobre par no sentirme ni ponerme por encima de nadie, sino al lado de los más pobres de la tierra.


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