I ETAPA: EL AMANECER
( La infancia: Mi casa natal. El punto de partida)
I. Etapa de la vida: La infancia. Mi casa natal.
El punto de partida
El labriego prepara las
herramientas
La infancia, dicen los
psicólogos, tiene un rol importantísimo, desempeña un papel fundamental, en el
desarrollo humano integral físico, psíquico, espiritual de la persona. En esos
años se despiertan los anhelos determinantes de nuestra vida.
Vamos a tratar de sondear y
rastrear a través de las personas, acontecimientos y objetos referenciales, que
fueron marcando y llamando nuestra atención, cautivando nuestros deseos,
creando vínculos, forjando y fraguando nuestras relaciones, con el mundo, con
las personas, con nosotros mismos, con Dios. Los psicólogos dan mucha
importancia al seno materno, a la casa paterna, como el lugar donde arranca el
proceso de individuación de cada persona, sus raíces, que van a constituir, la
base de su identidad originaria.
Qué importante detenernos en esta
etapa, en los vínculos afectivo con nuestros padres, con nuestros hermanos y
primeras amistades. El papel de la familia, de la escuela, de los primeros
vínculos con la Iglesia.
Es verdad que en los primeros
tiempos, las cosas, más que las personas, acaparan la atención del niño. Las
primeras sensaciones que nos vienen de afuera, del mundo exterior, son
significativas a los sentidos sensoriales, imágenes, colores, olores, sonidos.
Poco a poco van entrando las voces, los rostros, los contactos y encuentros con
las personas significativas.
Pasamos un tiempo en ese
reconocimiento y apropiación. A veces pasamos largo tiempo enmarcando la
escenografía, el decorado, la escena. Tomamos largo tiempo, pues a veces la
representación de la vida nos pasa casi volando, casi desapercibida. Qué bueno
pararnos algún día como este y dar marcha tras a la película de nuestra vida.
E ahora cuando me doy cuenta que
a veces nos afanamos tanto en las herramientas para trabajar que nos olvidamos
de trabajar el campo. El campo de nuestras vidas, de nuestras relaciones ha
sido por lo general poco trabajada y explorada. Detengámonos pues en este
primer periodo tan importante de la vida.
Memorias de un peregrino 1
La historia del labriego preparado las herramientas (Cuento anónimo
de un gaucho).
“Érase una vez un hombre que en
el interior de su rancho, pasaba largas horas del día afanado en cuidar, pulir,
aceitar toda una gran cantidad de herramientas que había heredado de sus
ancestros, viejos labriegos, de aquellos pagos.
Un cierto día, un vecino lo
visitó intrigado por nunca verlo en los campos, algo abandonados y al
encontrarlo en tan noble tarea y al ver qué hermosa y casi nuevas lucían las
herramientas, o pudo contenerse y preguntó para qué realizaba dicha tarea.
Después de un sencillo y profundo
silencio, el hombre respondió que limpiaba las herramientas sencillamente para
que no se estropearan y siempre lucieran como nuevas. La respuesta pareció
convincente al visitante, pero recordando el campo abandonado alrededor de
aquel lugar, no pudo más que preguntar porqué no las utilizaba y hacía que el
campo también luciese y diese frutos.
Nuevamente hubo un espacio de
silencio. Luego el labriego, esta vez algo más avergonzado, acompañado de
gestos cabizbajos, hizo un silencio más prolongado, hasta que tenuemente dijo:
Es que yo sólo me he dedicado a cuidar mis herramientas y ya me olvidé de cómo
usarlas”.
A veces, puede pasar, tener esta
impresión con la vida. Nos preparamos y preparamos para vivirla y no llegamos a
vivirla Como cantaba Julio Iglesias: “De tanto correr por la vida sin freno, me
olvidé que la vida se vive un momento. De tanto querer ser en todo el primero,
me olvidé de vivir los detalles pequeños”
Como aquel sabio que acosaba de
preguntas a aquel pobre pescador que le llevaba en su barca: “Usted ¿sabe de
astronomía y el curso de los astros y la formación de las constelaciones? El
pobre pescador le decía que no había tenido tiempo ni posibilidad de estudiar y
que tan sólo se dejaba iluminar por el sol de día y guiar por la luna y las
estrellas de noche, aunque no supiera su origen ni sus nombres.
El sabio le respondía: Usted no
sabe lo que se ha perdido. Ha perdido la mitad de su vida. Un fuerte temporal
se levantó y encrespadas olas batieron la barca. El barquero vio nervioso al
sabio que se aferraba al borde de la barca, y le preguntó: Perdone mi pregunta.
Entre todo lo que ha estudiado me imagino que habrá aprendido a nadar. No tuve
tiempo, le dijo el sabio. Pues perdone que le diga que usted si que perdió no
la mitad sino su vida entera.
Qué importante que entre tanto
correr y correr, no nos olvidemos de vivir la vida. Y si la esencia de la vida
es el amor, que no nos olvidemos de amar a quienes tenemos alrededor para que
así descubramos el valor de cada vida.
Los primeros recuerdos de mi casa paterna.
Empezaré presentándome me llamo
Darío, en casa me llamaban Dari “el gordo”,
el segundo de cuatro hermanos, Mabel “Beluchi”,
Susana, “la musa” y Gelillo “el tiri”. Mis padres se llaman Darío e
Isabel, a quien mi padre llamaba “chati”.
Los apodos los ponía mi padre. Estos son mis primeros recuerdos. Los fui
descubriendo en los diálogos con mi madre. Mis padres hicieron para cada hijo
un pequeño diario cuando éramos pequeños, esto muestra con cuánto primor éramos
amados hasta los más mínimos detalles por ellos. Nací en Salamanca, famosa por
su antigua y célebre universidad, una hermosa ciudad, de antiguo abolengo, por
sus antiguas huellas romanas, como Ciudad enclavada en “la Vía de la Plata”.
Nací en una hermosa casa de dos pisos que ocupaba una pequeña manzana en Defensores
de Toledo. Esta fue mi primera casa materna en la que viví los primeros tres o
cuatro años.
Esta casa la construyó mi abuelo Ángel,
que llamaban “el majo”, un humilde
hombre de campo que con esfuerzo y picardía salió adelante. Empezó cuidando cerdos como tratante de ganado y se
fue haciendo poco a poco con ganado vacuno, hasta hacerse con préstamos, dueño de una ganadería de
toros bravos.
“El majo” se codeaba con sus colegas ganaderos en el “Novelti”, adonde acudían también, literatos y artistas
famosos, como el mismo Unamuno, al que según mi madre, llegó a conocer. La
familia de mi abuelo materno, fue pasando del campo de Ledesma y de la finca
que allí cerca tenían, que se llamaba “Zorita”
a vivir en la capital, la dorada Salamanca.
Después de alquilar una casa
pegada a la Universidad, donde nació mi madre, se trasladaron a vivir en una
casa propia, en la calle Traviesa, a las espaldas del Patio Escuelas. Allí
vivieron y pasaron toda la guerra civil española. Mi madre apenas tenía seis
años y su hermana la tía Angelines nueve. Allí murieron mi abuelo Ángel y mi
otro hermano de mi madre, ambos muy jóvenes de Cincuenta y cinco y veintiún
años.
Mi madre a los diecisiete años,
después de la muerte de su padre, conoció a mi padre y se casó bien jovencita,
a los once meses de conocerle, con sólo dieciocho años. Mi madre,
estudiaba pintura en la escuela de San
Eloy y mi padre era piloto, capitán del ejército del Aire.
Fue el comienzo de un nuevo
hogar, al nacer mi hermana Mabel y yo se dejó la finca y la calle Traviesa y
empezamos a vivir el casa de Defensores de Toledo. De allí, pocos recuerdos,
las imágenes de fotos de los álbumes. Los baños desnudos en los barreños de la
terraza en verano recordando lo mucho que debía de gustarnos.
Memorias de un peregrino 3
Algunos recuerdos de mi casa materna que quedaron grabados en mi
memoria.
Recuerdos que guardo de mi madre
con todo cariño. Mi madre me dijo que antes de nacer oraba a la Virgen, a la
Inmaculada para que todo fuera bien. Según ella, cuando vine al mundo, vine “de
una manera muy especial”, con el bracito derecho vuelto a la espalda. La
comadrona que ayudaba al parto, al salir le dijo: “este niño va a ser algo
especial”.
Creo que para todas las madres, cada
hijo es especial, y lo que si agradezco, es que mi madre me lo quisiera hacer
sentir, aunque nunca llegue a saber ciertamente lo que querían decir esas
palabras. Como era tradición en casa, en seguida nos pusieron la medalla de la
Milagrosa y tan pronto que pudieron nos bautizaron. Lo que también creo, es que
la Virgen tomó bien en serio lo de la ofrenda que se hace del niño recién nacido y bautizado junto
a la pila bautismal.
Fui bautizado en la parroquia de
San Juan de Sahagún, a la que pertenecía la casa de Defensores de Toledo, y
desde aquel momento sentí, de una manera muy especial, el amparo y la
protección de la Virgen. Salamanca tiene como patrona a la Virgen de la Vega y
los dominicos de San Esteban, a los cuales quedaríamos muy vinculados, pertenecen
a la provincia del Rosario. Dentro del convento de San Esteban, junto a la
Virgen del rosario, está la Virgen de Fátima. Tan solo lo recojo ahora, para
ver luego más adelante, lo que estas devociones, repercutirían en mi vida. No
sé mucho de mis primeros años, pero tengo la certeza que estos se dieron en un
ambiente materno, en torno a mi madre y mi abuela, muy cercano a la Virgen.
Dijéramos que fui esperado, dado
a luz, nací y crecí, bajo la presencia materna de la Virgen, en un ambiente
profundamente mariano, entre rezos, ave marías, rosarios, y novenas a la
Milagrosa. En mi casa materna, desde siempre, era costumbre la novena a Virgen
de la Milagrosa. Su imagen se detenía en
casa y seguía peregrinando de casa en casa. Siempre llegaba para iniciar el
año, el calendario de la Milagrosa, como si fuera con ella, con la que
quisiéramos, o ella quisiera, que comenzásemos cada año. A ella siempre
acudimos, sobre todo en los momentos de mayor dificultad. ¡Cómo quedó grabada
en nosotros la oración del “Acordaos”!. Acordaos Oh Piadosísima Virgen María,
que jamás se haya oído decir, que ninguno de los que acudió a ti haya sido
abandonado de Vos. Por eso a Vos acudimos Oh Santísima Virgen María…
Memorias de un peregrino 4
Mi otro nuevo entorno familiar. Mi casa paterna.
A eso de los cinco años, volvimos
a cambiar de entorno. Dejamos la casa de defensores de Toledo y nos fuimos a
vivir a “las casas de Aviación”, las que ofrecían a los oficiales del Ejército
del Aire, que quedaban al final de la Gran Vía, al ladito del convento de las
Dueñas de las madres dominicas, y del convento de San Esteban, de los Padres Dominicos.
Era otro ambiente de familias de militares, en el que mi madre especialmente,
nunca se encontró a gusto. Era un mundo de mandos y jerarquías, de rangos y de
estrellas, que ni entendía ni le atraía, aunque era el entorno de mi padre.
No cabe duda que esto, querámoslo
no, iba a influirnos a todos. Mi padre venía también de una familia humilde.
Nació y se crió en el Bierzo, región de minas de carbón, en el pueblo minero de
Ponferrada, una de las estaciones importantes del “Camino de Santiago”. Había
crecido y vivido en otro ambiente distinto del de mi madre.
Mi padre nos habló poco de sus
padres, Darío y Manuela, a los que no llegamos a conocer. A los diecisiete
años, se fue de voluntario a la guerra civil, alistándose como requeté. Tuvo
duras batallas en la zona pirenaica del noreste de España, sobre todo en
Navarra y el alto Ebro. Estaba en las filas de los nacionales del generalísimo
Franco. Antes de la guerra, a pesar de su corta edad, estaba trabajando como
maestro de escuela. Después de la guerra, esta cambió su orientación, y tomó la
carrera de piloto militar, entrando en la Academia general del Aire de San
Javier. Allí hizo todo los cursos de instrucción de vuelo hasta pasar de cadete
a oficial, saliendo como teniente y luego destinado como capitán a la base
aérea de Matacán, escuela básica de pilotos, en Salamanca.
Fue allí donde, el gallardo
capitán, conoció a mi madre en una de esas fiestas militares que organizaban en
la base aérea. Allí en la base de Salamanca invertiría gran parte de su carrera
militar como oficial instructor de pilotos ascendiendo a los grados de
comandante y teniente coronel poniéndole luego a cargo de la escuela de
controladores. Luego, con otros destinos, llegó a ser coronel y ayudante del
Ministro del Aire. Toda una vida de cargos y escalafones, aunque bien es verdad
que a mi padre no se le veía acaparado por otras estrellas que las del cielo.
Mi padre disfrutaba de volar, esa
era su vocación, por así decir, era más piloto que militar. Se formó para ser
piloto y acabó siendo maestro de pilotos en la Escuela donde se formaban no
solo los pilotos militares sino los que luego ingresarían a las líneas
comerciales y civiles. También le brindaron a mi padre pasar a ser piloto civil
de la compañía Iberia con mejor sueldo, pero mi madre no lo vio bien. Sabía lo
que eso suponía de desgarro ara la vida familiar. Así, aunque tuvo algún cargo
en Iberia como navegante e inspector, no dejó nunca el ejército, siendo siempre
piloto militar.
Memorias de un peregrino 5
Algunos de los ecos que quedaron en mi memoria de la casa paterna.
Guardo como muy grato el
recuerdo del sonido de las campanas
todos los días en las iglesias parroquiales y sobre todo en la catedral. Los
toques de las campanas marcaban el ritmo de las horas de la ciudad, los
momentos de alboroto y de fiesta acompañados con cohetes y los de duelo y de
dolor, tocando a muerto.
Sobre todo grabo en mi memoria el
recuerdo del despertar los domingos al sonido de las campanas del convento de
San Esteban de los Padres Dominicos llamando a misa. Era todo un ritual lo que
acontecía cada domingo. A las ocho de la mañana ya estábamos en la churrería
que había pasando el Convento de Calatrava y antes de llegar al paseo
Canalejas. Se pasaba por un estrecho y oscuro pasadizo de una vieja casa que
despedía un fuerte olor a churros. El churrero comenzaba bien de madrugada
antes del despertar el día. Pronto empezaba la cola y esperábamos alrededor de
una gran sartén a la que iban artesanalmente dejando caer los hilitos cortados,
casi milimétricamente idénticos y que se iban friendo a fuego lento.
La bolsa calentita de churros la
llevábamos para el desayuno que preparaba mi madre, un rico chocolate bien
espeso. Era un verdadero espectáculo vernos untar los churros en el azúcar y el
chocolate y cómo disfrutábamos de ese desayuno festivo cada domingo.
Después, vestidos con la ropa del
domingo, íbamos en familia a la misa de las once a los Dominicos. Siempre un
poco antes con abuelita para que hubiera tiempo para la confesión, aunque
pudieras hacerlo durante la misa.
Después la comida familiar del
domingo alrededor de la mesa del salón, puesto que los días de diario se hacía
en la cocina y había turnos diferentes para los “peques”. Mi padre durante la
semana, comía aparte puesto que regresaba tarde en el vehículo de la Base.
Después de la comida nos íbamos a
comprar chucherías al “kiosco” del paseo Canalejas, al lado del Colegio de los
Escolapios o al de la calle de San Pablo en frente de los Dominicos. Nos
cargábamos de pipas, garbanzos, entremozos, regaliz de palo, goma de mascar,
chicles y chupetines para amenizar la sesión de la tarde, que consistía en ver
la película de turno de sesión de tarde.
Después de las seis, con mis
hermanas, y a veces con mi abuela, nos íbamos a ver la película que proyectaban
en el cine de los Escolapios a las siete de la tarde. Allí en el intermedio nos
comprábamos en el bar nuestro bocadillo de mejillones.
Recuerdo la vez que volviendo del
cine, se cayó mi abuela y se partió el brazo y el largo tiempo de recuperación
que tuvo que hacer a sus años para
reponerse. Qué hermoso era acompañar a pasear a abuelita por los márgenes del
río por la tarde después de comer y a sus devociones de misas particulares
tanto novenas como procesiones. Recuerdo en especial en el mes de mayo el
rosario del aurora que se hacía caminando por las calles de la ciudad rezando
el rosario y cantando canciones a la Virgen.
Memorias de un peregrino 6
Algunos recuerdos de mi niñez y primera infancia
Algunos vagos recuerdos me vienen
de mi niñez y que quedaron grabados en los álbumes de fotos que nos hicieron
mis padres. Tengo la imagen de un niño rubiales, risueño, vestido de charro con
mi hermana Mabel, junto a la orilla del Tormes, cerca del puente romano.
De muy pequeño recuerdo días de
campo en el “campo charro”, en las dehesas charras cubiertas de encinas, junto
a los toros bravos, en las cercanías de Ledesma, junto a la finca de los
abuelos en Zorita. Siempre me llamó la atención la intrepidez de mi madre para
enfrentarse a aquellas fieras bravas y torearlas. En la finca de Zorita, según
el ambiente ganadero era común organizar capeas. Allí se lanzaba la valiente de
mi madre, con algunos famosos toreros como Bienvenida, al pequeño ruedo a dar
sus capotazos.
Recuerdo que un día que jugábamos
en el campo y vimos como uno de los toros bravos se nos acercaba, no tenía la
sangre fría ni tan siquiera de pararme para mirarlo. Corrí para esconderme a
pesar que me decían que podía asustarlo. Tengo que reconocer que había algo en
el campo charro que me hechizaba.
De pequeños íbamos a Galgabete,
entonces un campo próximo a Salamanca, camino de Alba de Tormes, para disfrutar
del campo. Mi padre pronto me invitó a ir con él de cacería. Era una diversión
común entre sus compañeros de pilotos. En octubre nada más abrirse la veda, se
comenzaban a organizar cacerías pasando de unas fincas otras. Al principio
ayudaba a los ojeadores a espantar y acercar a las perdices a quienes las
esperaban en sus escondites. Sin ser mayor de edad, ya mi padre me regaló una
escopeta de calibre 12 mm para acompañarlo en las cacerías. Aprendí con él a no
temer a exponerme al peligro.
Esto incentivó en mí, el espíritu
aventurero y arriesgado, que si bien acrecentaba en mí el espíritu de riesgo,
me dispuso para superar ciertos límites y me llevó en mi intrepidez a exponerme
al peligro. Lo que también recuerdo, es que sólo pasear por el campo me
relajaba y despertaba en mí el espíritu contemplativo. Los grandes horizontes
de Castilla era llamada a una vida con grandes horizontes. Eran los grandes
contrastes de la acción y la contemplación, el riesgo y la temeridad que
empezaban a asomarse a mi corazón inquieto y risueño.
Memorias de un peregrino 7
Un niño risueño y soñador
Mi tía Angelines me contaba mis
conversaciones de niño con mi tío Pepe. El me contaba historias y cuentos
inverosímiles y yo, con mi inocencia de niño, me los creía todos, No cabe duda
que esto contribuyó a despertar mi
imaginación y la capacidad de soñar y volar alto. Nunca me imaginé que parte de
esos sueños un día, dios en su infinito amor, harían que fueran realidad.
Me gustaba sobremanera que me
contara de un maravilloso viaje en globo con el que daríamos la vuelta al
mundo. En cada encuentro con mi tío le preguntaba a cerca del globo y de los
preparativos, lo que incentivaba más y más mi imaginación. Nunca me imaginé las
vueltas que terminaría dando por el mundo.
Me decían que no tenía los pies
en la tierra y que pronto me elevaba a las alturas. La verdad que el volar era
una de las grandes pasiones que despertaban en mi temprana infancia. Mi primer
vuelo a penas lo tuve con ocho o nueve meses, en un Junker alemán de los de la
guerra, yendo a Málaga a veranear. Luego me apuntaba en los tiempos de
vacaciones a subir a Matacán con mi hermanito a ver volar a mi padre. Nos
pasábamos las horas viendo como arrancaban con sus ruidosos motores de hélices,
rodaban, despegaban, volaban y aterrizaban.
Cuantas veces soñé con aquellos
vuelos, cuantas veces los veía sobrevolar sin pensar en el riesgo que eso
suponía. Los veíamos ponerse en movimiento arrancando sus fríos motores y
moverse lentamente por las pista hasta alzarse a los cielos para afrontar toda
clase de condiciones climáticas a veces adveras y muy malas.
Mi padrino de bautismo, también
piloto murió en un vuelo de accidente aéreo, en medio de una niebla muy fuerte,
en las cercanías de los montes de Gredos. Durante algún tiempo mi padre con
algunos compañeros sobrevolaron su lugar natal de Asturias donde iban a
tirarle, desde los aviones, flores a su tumba.
Aunque veía a mi madre
preocupada, cada vez que mi padre no venía o se retrasaba, él
la consolaba diciendo que igual
riesgo tenía el que viajaba en coche u otro medio de trasporte. Debíamos de
confiar en Dios porque él disponía de nuestras vidas. Así fue como fui
despertando poco a poco a mis ansias de aspirar y volar alto. Un impacto muy
fuerte más tarde fue leer el libro de Juan Salvador gaviota del piloto inglés
Richard Bach. En el describía la historia de una gaviota que tuvo el coraje de
salir de la rutinaria forma de vivir las gaviotas aras de tierra comiendo de
los desperdicios de basura que tiraban los barcos y de lanzarse a experimentar
la tremenda y gozosa aventura de “volar alto”.
Memorias de un peregrino 8
Mi primera escuela, mi barrio, mis primeros amigos
Mi primera escuela fue de las
llamadas Escuelas Pías de los Padres Escolapios. Era una pequeña escuela de
parvulario y primaria que había junto al
río, cerca del puente romano, entre las choperas y las antiguas murallas de la
Peña Celestina. Desea pequeña Escuela guardo un vago recuerdo que luego se me
unió con otro suceso que voy luego a contar de mi tierna infancia.
En el tercer piso de esta Escuela
había una terraza donde salíamos en el recreo. Allí, jugando un día, me caí y
me tuvieron que dar unos puntos debajo del mentón de la mandíbula. Este
recuerdo lo uno a otro de otra vez que jugaba en un árbol de Matacán.
Mis padres me dijeron que no me
subiera porque me iba a caer, Desobedeciendo su mandato me encaramé al árbol
con tan mala suerte que me caí.
Avergonzado no sabía cómo
presentarme con la pitera, la cabeza partida y chorreando sangre. Aunque por un
momento temía la reprimenda, mi sorpresa fue que cuando acudí a mi padre con la
cabeza abierta, lejos de reprenderme, me atendió con toda ternura, llevándome
al centro de salud para que me cerraran la pitera y me dieran unos puntos.
Luego también mi madre me atendió con todo cariño.
Estos hechos, que se me marcaron
para la viada, me abrirían más tarde al infinito amor providente de Dios. Me
enseñaron a confiar incondicionalmente no solo en mis padres sino en nuestro
Padre Dios. Si esto hace un padre de la tierra, que no hará con nosotros
nuestro padre Dios. Aunque hayamos caído siempre nos espera con los brazos
abiertos llenos de ternura y amor.
Así fue como en esos primeros
años de escuela primaria se daban a la par las primeras lecciones de amor que
guardo de mis padres que nunca, aunque si nos reprendían, nunca nos maltrataron
con golpes sino que nos corrigieron con amor. En cuanto a los Padres
Escolapios, recuerdo algunos que me querían como verdaderos padres, el padre
Damián, sobre todo. Otros no tanto, severos actuaban con bastante rigor, como
el padre Octavio.
Si bien recibí en general buena
formación se produjeron algunos hechos que luego también me marcaron. Los
Padres Escolapios terminaron haciendo un enorme colegio en el Paseo Canalejas
que parecía un Escorial. Allí tuve mi enseñanza básica secundaria hasta el
Bachiller. Mi abuela sobre todo no podía entender el coste de semejante colegio
y el trato selectivo que en él se tenía. Cambiando el aprendizaje de una lengua
extranjera, de francés a inglés tuve que pagar un extra por estas clases. Esto,
junto con otros pormenores, me hicieron que cambiara del Colegio privado, al
Instituto público.
Memorias de un peregrino 9
Mis primeras amistades
Los primeros amigos eran los del
entorno más cercano a mis padres, los hijos de otros pilotos compañeros de mi
padre que vivían en las mismas casas de Aviación. Entre ellos recuerdo a
Alvarito, Bolchete, Juan Carlos, Ricardo y otros. Los había también de otros
entornos como los de la casa de al lado Dieguito y su hermana Mari Pili. Más
tarde cuando empezamos a ir al instituto se empezó a ampliar el círculo con
otros ambientes como eran las hijas del catedrático Lázaro Carreter, amigas de
Mabel, con las que íbamos a la piscina
climatizad de las Torres.
Luego más tarde, el clima más
fraterno de amigos íntimos de verdad, los hice en el último curso del Instituto
antes de la Universidad. Fue la primera experiencia de COU, Curso de
Orientación Universitaria, que se hacía. Era un curso mixto incorporando un
nuevo plan de estudios, fue la primera vez que estudiaba junto con mi hermana
Mabel. Por las mañanas íbamos a clase al Instituto Fray Luis de León y por las
tardes al Instituto Lucía de Medrano donde se daban los cursos de materias
optativas como eran psicología, antropología o humanidades. Allí desperté a la
verdadera amistad en un grupo fraterno y mixto donde todo lo compartíamos,
desde las clases, la preparación de los exámenes o los primeros “parties” y fiestas que organizábamos en
la antigua casa de la calle Traviesa.
Diríamos que poco a poco se fue
ampliando el entorno. Nuestro pequeño entorno estaba reducido a la plaza de los
Bandos y a los juegos de la calle. Los más preferidos eran los partidos de
fútbol en la explanada al pie de San Esteban o de baloncesto en la plaza al pie
de las Dueñas, donde utilizábamos como cestas las pechinas u hornacinas que
estaban vacías de santos.
Los niños que empezamos jugando
en la plaza, en la arena, haciendo embalses y conduciendo el agua que se le
escapaba al jardinero cuando regaba, o que jugaban en la balaustrada de los
jardines haciendo carreras ciclistas con chapas, jugando a las bolas o las
peonzas, fuimos creciendo en un ambiente sereno a las faldas de las madres que
nos vigilaban mientras ellas hacían punto y charlateaban.
Era también común los juegos con
otros chicos del barrio, cuando jugábamos al escondite o policías y ladrones.
Sobre todo en los momentos de las grandes fiestas donde corríamos a los
gigantes y cabezudos o saltábamos la hoguera de San Juan en donde competíamos
con otros chics de otros barrios a ver quien a hacía más grande.
Esto también una escuela para mí
porque fui creciendo en mis relaciones en un ambiente sereno y bueno donde
prácticamente no tienes recuerdos desagradables, sino todo lo contrario, un ambiente
sano, distendido y protegido de malos hábitos o costumbres. No debo ocultar que
la última etapa, en el despertar de mi adolescencia, cuando estábamos en el
Instituto y sobre todo en el COU fue cuando fueron despertando las sensaciones
nuevas de lo que suponía la amistad y el trato cercano con las chicas. Entrabas
a “probar” que sentía uno al “fumar” o “emborracharse” después de bailar toda
una noche junto al patio Chico. También allí sentí que mi Dios y la Virgen me
protegieron.
Memorias de un peregrino 10
Mi primera iglesia. Los primeros sacramentos, bautizo, comunión y
confirmación
Como ya dije, mi primera
parroquia donde me bauticé fue San Juan de Sahagún. Luego al cambiar de casa, a
las casas de Aviación de la Gran Vía, vivíamos junto a los dominicos. Aunque
jurisdiccionalmente perteneciéramos a la parroquia de San Pablo, lo que
constituyó nuestra escuela de formación a la fe fueron los dominicos.
Previamente la iniciación en la
fe cristiana fue dada en los colegios, en estos se preparaban para recibir la
comunión y la confirmación. Yo me preparé para recibir la primera comunión a
los cinco años en el colegio de mi hermana Mabel, que estaba al lado de casa.
Mi hermana me lleva once meses y en su colegio las hermanas Teresianas de
Poveda estaban preparando a las chicas. Mis padres preguntaron que si de paso
me podían preparar a mí, así que estas me recibieron.
De lo único que recuerdo es que
me dormía y que una de las madres mayores me sentaba con ella y me tomaba en
brazos. La comunión, pese a mi edad temprana, fue un hecho muy significativo
para mi vida. Además de lo curioso, anecdótico y profético de cómo aconteció.
Eran unas treinta y nueve niñas de seis a siete años de edad y sólo un mocoso
niño rubiales de cinco, yo. Se salía del colegio de las Teresianas de Poveda en
procesión hacia la Catedral Vieja donde recibimos la comunión de manos del
obispo Monseñor Rubio. Digo que el hecho fue significativo y profético porque
luego de misionero, al dar paso a la nueva comunidad, también era un grupo
numeroso de hermanas y sólo yo, el único varón.
Recuerdo ese día de mi primera
comunión entrando en aquella preciosa Catedral que tenía al frente el
maravilloso retablo del altar mayor presidido por la imagen de Nuestra Señora
la Virgen de la Vega. Yo me sentía como ella, “bendito entre todas las
mujeres”. Allí entré aquel día vestido de “marinerito”, con un traje blanco y
azul, como el color de la Virgen. Llevaba en mis manos con guante blancos un
pequeño misal y el rosario en la mano. Sentí como si la Virgen me llevar de la
mano y me presentara a Jesús y sentí como Jesús venía por primera veza mi pobre
corazón de niño a inundarlo de paz y de inmensa alegría, No se con detalle cómo
se dio aquel primer encuentro pero guardo de él como un momento de indescriptible
felicidad.
Sentía las palabras que se dicen
antes de recibir la comunión. Señor no soy digno de que entres en mi casa. Días
antes había tenido mi primera Confesión con el primer reconocimiento de mis
“pecaditos”. Me sentía indigno de recibir semejante tesoro en mi corazoncito de
niño y sentía como por primera vez el abrazo cálido de Jesús que recibía con
inmensa alegría aquellos niños.
Volvía a repetirse lo que se dio
en la gracia bautismal. Aquella ofrenda pobre y pequeña de mi vida era recibida
por Dios de manos de la Virgen María. Dios no quería simplemente venir como un
extraño de visita sino que como ese Dios amigo y compañero quería establecer
una Alianza de amor eterno con toda mi vida y para toda mi vida. La
Confirmación la recibí más tarde a los diez años en el Colegio de los
Escolapios sin tener a penas relevancia y pasando casi desapercibida.
Memorias de un peregrino 11
Fuertes experiencias religiosas que empezaron a calar hondo
Las experiencias más fuertes se
dieron en los tiempos de Navidad y Semana Santa. En la Navidad cuando se
celebra con expectativa “El Nacimiento del Señor”, la preparábamos en casa con
mucha ilusión. Íbamos al campo de Ledesma a recoger musgo y los peques
ayudábamos a los papás a poder con todo esmero “El Nacimiento”.
No faltaba detalle. El cielo
estrellado, los caseríos en la lejanía, los pastores haciendo sus fogatas en
los montes, los patitos en el lago de espejo, los Reyes acercándose a la cueva
y el maravilloso portal donde los pastores se reclinaban y adoraban al Niño
Dios recostado en el pesebre y custodiado reverencialmente por José y María.
Me gustaba de niño enormemente
pasarme horas junto al portal y meterme como uno más de los pastores y
acercarme a dorar sigilosamente a adorar y contemplar al niño Dios. Sin duda
que esto despertó en mi niñez ese espíritu contemplativo de los pastores que ya
desde pequeño llamó poderosamente mi atención.
Era tan fuerte y tan viva la
imaginación en aquel tiempo que no distinguíamos a veces lo real de lo irreal.
El hecho de los Reyes Magos era bien representativo de ello. Por mucho tiempo,
casi hasta pasados los cinco años estaba convencido de que eran realidad,
aunque mi hermana Mabel, un poco mayor pero mucho más viva que yo, trataba de
disuadirme.
A los Reyes, los veíamos llegar
en avión en los Douglas DC9 en Matacán. Allí descendían con sus espléndidas
vestiduras y eran recibidos con toda pompa y platillo. Luego se dirigían a la
ciudad de Salamanca y allí paseaban durante la gran Vigilia antes de la
Epifanía. El seis de Enero, día de los Reyes Magos, era uno de los días más soñados del año. Aquel día
pasábamos expectantes casi sin dormir y cuando nos levantábamos, los Reyes, que
alguna vez llegamos a ver por el balcón, bien vestidos y engalanados, (mi padre
y mi tío disfrazados, que se dejaron ver), depositaban los regalos en nuestros
zapatitos bien lustrados que dejamos la noche anterior.
También la semana santa era
vivida con fuerte resonancia interior, Recuerdo que todo se paraba entonces, El
tiempo parecía detenerse y envolverse en un clima de respeto y de máxima
devoción. Se cerraban todos los negocios y espectáculos. La radio solo emitía
música sacra o clásica y la televisión solo programas o películas religiosas
sobre la pasión. Toda la ciudad se disponía a salir a las calles a ver las
procesiones. Salíamos el Viernes Santo a hacer las siete estaciones y
culminábamos con la procesión del santo Entierro. Los nazarenos portando las
cruces o los pasos, la música de los tambores marcando el paso a la par del son
de las trompetas y las imágenes tan expresivas me llamaban poderosísimamente la
atención. El Domingo de Ramos solíamos estrenar algo porque al que no lo hacía,
como bien decía mi abuela, “le cortaban las manos”.
Memorias de un peregrino 12
Mis primeas oraciones y devociones
Tengo la conciencia que aprendí a
orar con mi abuela, abuelita, la única abuela por parte materna que tuvimos y
con la que compartimos nuestra infancia y adultez hasta el fin de su vida. Ella
sin duda marcó también mi vida y fue para mí no solo como mi segunda madre sino
diría como mi verdadera madre en la fe.
Era toda una señora como Dios
manda. Una mujer piadosa y fervorosa hasta los tuétanos que vivía en presencia
de Dios y de la Virgen de una forma natural y cotidiana. Desde que perdió su
hijo y su marido a temprana edad, una vez que se casó mi madre cuando sólo
tenía dieciocho años, permaneció con nosotros y supuso una atención y cuidado
no solo afectivo sino espiritual, de singular y primerísima importancia.
Recuerdo la habitación donde al
principio dormíamos mi hermano y yo con ella. Ella siempre tenía una lamparilla
y una imagen de la Inmaculada y otra fluorescente de la Virgen de Fátima. Por
las noches, cuando despertábamos inquietos o apesadumbrados por algún mal sueño
o pesadilla, nos consolaba diciéndonos que rezásemos y que mirásemos a María.
Ella nos enseño a rezar las
primeras oraciones, el Padre Nuestro, el ave María, el rosario, que rezaba a
todas horas del día y de la noche. Era costumbre que el rosario lo rezara con todos
sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos como trascurriendo todo el día e
impregnando todas las situaciones que se daban a lo largo del día. Así fue como
lentamente aprendimos a vivir en la fe días de gozo y otros de dolor y que
debíamos saber vivir todas las situaciones de la mano de María. Esto serían
lecciones que nos servirían para toda la vida.
Con ella recuerdo rezar novenas
en casa a la Virgen Milagrosa y contarnos como ella acudió a la virgen en los
momentos de mayor dolor, sobre todo en la muerte de su hijo y de su marido.
Contaba ella como era también muy devota de san José, patrono de la buena
muerte. La muerte del justo varón se dio teniendo en su cabecera a María y a
Jesús. Tanto en la muerte de su hijo, como en la de su marido, oyó expresar de
ellos moribundos, como salían San José y la Virgen a su encuentro.
Esta era la hermosa y grandiosa
fe de mi abuela con la que nosotros sus nietos tuvimos la dicha de crecer. De
misa diaria, se levantaba bien temprano para ir a misa y poco apoco, sin
sentirnos presionados sino cautivados por su fe, íbamos bebiendo de su fe por
osmosis de una forma natural. Recuerdo con viva emoción acompañarla en los
rosarios de la aurora antes de amanecer en medio de la noche como si fuera una
parábola de la vida, caminando peregrinos en la noche de la vida hasta
despertar al amanecer de la nueva vida.
Memorias de un peregrino 13
Las primeras prácticas religiosas en familia. La misa dominical.
Es muy difícil llegar a
identificar los eventos más significativos que fueron fraguando la experiencia
religiosa de mi infancia. Creo que más que eventos por fuera eclesiales fueron
las personas de mi entorno más próximo las que marcaron mi religiosidad o mi
espiritualidad en mi temprana infancia.
Como he ido expresando hubo
prácticas religiosas que fueron calando hondo en mi vida. Desde mi primera
comunión frecuentaba no solo acompañar esporádicamente a mi abuela cuando ella
iba a la Iglesia, sino que para nosotros muy importante la práctica semanal de
la misa dominical. No lo vivimos tanto como una práctica o un precepto sino
algo que fue poco a poco arraigando en nuestras vidas.
Yo diría que nuestros padres nos
ayudaron a que no solo nos gustara ir a Misa sino que lo fuéramos viviendo como
una forma de vivir dependiente de Dios. Aprendimos a ir los domingos siempre
juntos en familia y creo profundamente que fue lo que más nos hizo
constituirnos familia. Aunque las predicaciones de los padres dominicos
resultaran a veces un poco largas y pesadas, por encima del modo o las personas
que dieran la misa había un componente místico o mistérico que envolvía para mí
las celebraciones.
No sabría exactamente decir lo
que era, pero percibía un cierto sentido de sagrado y de divino que llamaba
poderosamente mi atención. A través del marco sublime del templo era
trasportado al mundo de lo espiritual y de lo celestial. Las imágenes de
Cristo, la Virgen y los santos me abrieron siempre al umbral de lo sagrado y me
ayudaban a adentrarme en los misterios divinos, que progresivamente fui
adivinando.
Era entonces aquel tiempo un
tiempo de fuerte cambio y de renovación para la Iglesia. Tenía apenas siete u
ocho años, cuando tuvo lugar el Concilio Vaticano II. Recuerdo vagamente el
rostro cercano y simpático de Juan XXIII y nadie se imaginaba lo que él
impulsaría. Era sin duda necesario un cambio de estructuras y de lenguaje.
Había un modo y forma de expresar la fe que no se adecuaba a nuestros tiempos,
un lenguaje arcaico y obsoleto que debía hacerse más cercano a la gente vulgar.
Las misas en latín con el
sacerdote vuelto de espaldas, que tan solo casi te daba la cara para el saludo
final, te resultaba frío y distante. Tengo que reconocer que tal necesidad de
cambio debió de calar también en mi y que aunque sólo en leves síntomas empezaba
a vislumbrar que algo nuevo, un nuevo amanecer y primavera para la iglesia
estaba surgiendo.
Entre luces y sombras del pasado,
tengo que reconocer, que tuve la fortuna de que la vivencia de fe en mi
infancia fue una puerta maravillosa por la que Dios se me fue dando a conocer y
por la que empecé a querer no solamente a Dios sino a valorar mi fe y amar
profundamente mi Iglesia.
Memorias de un peregrino 14
Mis primeras peregrinaciones. Lourdes
Era tal la devoción de mi abuela
a la Virgen, que no quiso morir sin visitar los santuarios de Lourdes y Fátima.
En vacaciones de Semana Santa tuvimos la dicha de preparar estas primeras
peregrinaciones como un verdadero acontecimiento familiar.
La primera peregrinación a
Lourdes fue toda una auténtica odisea. Era la primera vez que como familia
salíamos a un lugar del extranjero. De camino a Lourdes pasamos primero por el
Santuario del Pilar y visitamos también el monasterio de Piedra. Nos íbamos
preparando así en peregrinación familiar para llegar todos juntos al santuario
de Lourdes.
Habíamos oído hablar mucho de la
virgen de Lourdes y de sus milagrosos milagros a los enfermos. Fue una ocasión
privilegiada para conocer la vida de Bernadette y de visitar su antigua cas en
aquel molino convertido en casa del pan. Me impresionó como la Virgen tuviera
predilección por gente sencilla y tan pobre y que aquella cueva donde el padre
de Bernadette que trabajaba en aquel hospital arrojando los desperdicios con
peligro de contagio fuera el lugar que la Virgen eligiera para visitar a los
más enfermos y más abandonados. De aquel lugar de putrefacción hizo brotar el
agua sanadora de este Santuario de la Virgen a donde acudieran tantos al
encuentro de su Hijo.
Al acudir con mi abuela ya
enferma después de la caída que tuvo con nosotros acompañándonos al cine y no
se había terminado de reponer su cadera. Al ver a tantos enfermos en la gruta
poniendo sus velas y sus oraciones al pie de la Virgen no dejamos de quedar
todos tocados. La fe de toda esa gente sencilla venida de tantos lugares no
dejó de impresionarnos.
Luego estuvimos visitando las
cuevas de Betarrand, otras cuevas escondidas bajo tierra con enorme lagos que
se podía cruzar en barca entre columnas de estalactitas y estalagmitas evocando
una verdadera catedral natural. Eran también destellos que te dejaban ver los
maravillosos tesoros que se encuentran enterrados en nuestro interior y que
están por descubrirse. Estas cuevas las descubrió un pastor que iba buscando
una oveja que se le extravió y que aprovechando una pequeña apertura se
introdujo en aquella cueva.
Estas fueron hermosas
experiencias que vivimos en familia con numerosas anécdotas del viaje, entre
otras, el olor que dejaba en el coche el famoso queso francés que mantuvimos
durante todo el viaje en el antiguo Mercedes Benz.
Memorias de un peregrino 15
La otra peregrinación a Fátima
La otra peregrinación que también
nos afectó mucho fue al santuario de Fátima. Pasando también por el santuario
de Guadalupe, donde conocimos a la Virgen Morena que tanto tuvo que ver con el
acontecimiento Guadalupano de la nueva evangelización del Nuevo Mundo, nos
introdujimos en las tierras lusitanas para dirigirnos al santuario de Nuestra
Señora de Fátima.
Fátima guardaba todo el encanto
de los pastorcitos. Pudimos incluso visitar la casa de Lucía y de conocer a un
hermana suya y familiares que aún vivían. Allí nos detuvimos encantados y
fascinados por el lugar recorriendo el campo de los pastores donde el Ángel se fue apareciendo a los pastorcitos
preparándoles para el encuentro con nuestra Señora en Cova de Iría.
El camino por aquel campo entre
pequeños olivos rezando el rosario nos hizo adentrarnos en el maravilloso
encuentro de la Virgen con aquellos humildes pastorcitos: Lucía, Francisco y
Jacinta. Es impresionante la huella que dejó en mi vida esta sencilla
peregrinación y encantador encuentro con la Señora. Allí estábamos en esa suave
brisa con aquel mismo canto de los pájaros al caer de la tarde como en aquella
tarde lo percibieron los pastorcitos en Cova de Iría. Me sentí un verdadero
privilegiado de estar allí y de acudir allí con toda mi familia.
En ambos santuarios acudiría
luego en momentos decisivos y determinantes de mi vida. Allí a Fátima acudiría
con mi madre un trece de Octubre del 2002 donde pasamos toda la noche en la
Vigilia de la Luz y la misa de la Aurora antes de venirme a Argentina con la
nueva comunidad que iniciábamos.
También a Lourdes acudimos a
rezar y poner en manos de la Virgen cuando estábamos errantes sin comunidad
poniendo en sus manos, que si era su deseo, nos dejara ver el camino que
debíamos tomar. Sin duda ella nos abrió siempre el camino. Ella estuvo en los
inicios de mi vida, de mi vocación y siguió estando en los momentos de mayor
oscuridad. Ella nos dejó ver el rayo de luz que nos lleva hacia Jesús.
Memorias de un peregrino 16
La primera muerte de alguien cercano. La muerte de mi abuela.
Era una tarde fría de invierno.
Habíamos preparado pasar juntos la semana Santa. Era miércoles santo y sacaban
de san Esteban la preciosa imagen de la Dolorosa. La Virgen aparecía envuelta
en lágrimas y llena de dolor. No sabía bien lo que me querían decir aquellas
lágrimas, pero tuve un presentimiento. Desde el puente del convento vi que
venía el Mercedes negro con mis tíos augurando un mal suceso.
Nos reunieron a todos sus nietos
y nos dieron la tremenda noticia de que mis hermanas viniendo de Madrid con mi
abuela tuvieron un grave accidente. En unas de las curvas pasado Ávila, en
Chaherreros, se habían salido de la carretera y estrellado contra un árbol. Mis
dos hermanas estaban hospitalizadas, mi padre y mi madre se habían quedado con
cada una de ellas y mi abuela había muerto en el acto.
Ella murió de muerte instantánea
en el fatal accidente. La noticia que nos cayó como un rayo y de sorpresa, nos
dejó gélidos y aturdidos, sin embargo contradictoriamente sentía una paz muy
profunda en mi corazón. A mi abuela la sentía más viva que nunca, como si la
Virgen Dolorosa me dijera, no temas, la tengo en mis brazos. Silenciosamente
recordaba la oración del “Acordaos” que ella nos enseñó y se la encomendé a la
Virgen para que la presentara a Jesús.
Era la primera muerte de un ser
querido y tan cercano como era la abuela de todos y todos resentíamos su
muerte. De alguna manera también sentí que yo podía amortiguar el golpe
intentando pobremente hacer su rol, tomar su lugar y cuidar y velar por
fortalecer la fe y fomentar la cohesión en la familia.
Esta yo mismo me he preguntado
¿Será este uno de los momentos en dónde empecé a sentir la llamada del Señor y
la petición de la Virgen? El funeral lo vivimos con mucha paz y pasó casi
desapercibido. No tuvimos tiempo de duelo pues tuvimos que atender a mis dos
hermanas que quedaron hospitalizadas en Ávila.
Yo acudí al hospital donde quedó
ingresada Susana. Ella iba en la parte trasera del Seat seiscientos y sus
lesiones no eran tan graves. Tenía contusiones y magulladuras en todo el cuerpo
y se había dislocado un brazo. Le dolía el cuello y la columna, pero no era
nada grave.
Quien se llevó la peor parte fue
mi hermana Mabel, que al ir adelante conduciendo se empotró el volante y el
parabrisas del coche ocasionando un fuertísimo golpe en la cabeza. Tuvieron que
hacerle cirugía plástica en toda la cara y mantenerla tres o cuatro semanas en
cuidados intensivos. Su estado fue muy grave y todos estábamos muy preocupados
de que pudiera reponerse. Sabíamos que el peor golpe sería cuando ella se
hiciera consciente y se enterase de que mi abuela había muerto en el accidente.
Memorias de un peregrino 17
Los primeros conflictos familiares
Si bien la muerte de mi abuela
fue una experiencia positiva para mí, fue un duro golpe para la familia. Su
ausencia se dejó sentir como si hubiera sido un baluarte y fuerte vínculo de
aglutinación. Para mi madre fue muy duro perder a su madre, era sin duda una
seguridad y un punto de apoyo firme tenerla
a su lado. Pero creo que quien más resintió el golpe fue Mabel mi
hermana mayor. Cuando una vez restablecida y todavía en el hospital empezó a tomar
conciencia y a preguntar por el estado de mi abuela, la noticia de su muerte le
partió el corazón.
Creo que nunca llegó a
reponerse del golpe y que esto le marcó
toda su vida. Me imagino la culpabilidad que debió sentir. Ella, su nieta
preferida, justo ella, en unos de sus primeros
viajes, pues recién acababa de sacar el carnet de conducir, según ella, había
sido la causante del fatal accidente y de la muerte de mi abuela y no se lo
perdonaba. Desde entonces Mabel empezó a tener problemas psicológicos y a tener
toda clase de complicaciones hasta necesitar acompañamiento psicológico y
tratamiento con psiquiatras. Fue sin duda un comienzo de desequilibrio en la
estabilidad familiar que hasta entonces había permanecido en un mar de calma.
Mabel estaba despertando a su ser
mujer y, emprendedora como era ella, se vio siempre frenada y contenida en todo
lo que pretendía. La consentida de la abuela se quedaba des norteada y desde
entonces, como marcada por el destino, pareciera que todo le fuera a salir mal.
Empezó por no irle bien en el tema de las relaciones comenzando los primeros
conflictos familiares. Todos lo sufrimos y lo padecimos. Ella, como chivo
expiatorio, empezó a encarnar lo del garbanzo negro o la oveja negra de la
familia. No creo que era algo que se lo hicimos sentir sino más bien que ella
fue adoptando casi como instinto masoquista de auto castigo procedente de la no
aceptación.
Todos quisimos remediar su
situación, pero la verdad fue que desde entonces se hizo manifiesta su
enfermedad, no fácil externamente de evaluar y que poco a poco se fue agravando
progresivamente tomando las más sorpresivas facetas. Pasó por todas las
enfermedades más novedosas y difíciles de tratar, anorexia, cleptomanía y
trastornos que la fueron llenando de
traumas y manías aunque a un nivel externo no los manifestara. Quizás, lo peor
de todo, es que debido a su enorme capacidad de superación ella no evidenciaba
que estuviera mal. Fue siempre una mujer echada para adelante y tremendamente
trabajadora y luchadora. Poco a poco me fui dando cuenta que fue la hermana más
próxima a mí, con la que más compartí durante mi juventud y que yo mismo no
supe del todo comprender, incluso aunque llevara paradójicamente escondida mi
alma gemela.
Siempre aspiró a cosas grandes,
no le faltó coraje ni valentía. Emprendedora como ninguna, no había nada ni
nadie que la detuviera. Pero me temo que equivocó el foco de su atención. Siempre se preocupó más de las cosas que de
las personas. Atareada en mil cosas, terminaría por descuidar su propia familia
incluso a ella misma. Sufrió como nadie se puede uno imaginar y se sintió muy
sola al final de su vida. Por lo que a mí respecta me quedó la deuda de quizás no
saber cómo haberle podido ayudar. Ahora sé que junto a mi padre y mi abuela
descansa en paz.
Memorias de un peregrino 18
El último año antes de la universidad. Cursando el COU con mi hermana
Creo que este fue un año del todo
especial. Era el fin de los estudios secundarios y preparatorios para la
Universidad. Lo guardo en mi memoria como uno de los años más felices, culmen
de mi infancia y comienzo de mi juventud. Tenía a penas dieciséis años pero me
sentía eufórico de vida.
Nunca disfruté tanto en todos mis
años de estudios como en aquel año por el ambiente de amistad sincera, de
alegría y camaradería. Incluso la ardua tarea de los estudios se nos hacía más fácil
preparándolos en conjunto. Con qué grata impresión recuerdo cómo
preparábamos exámenes en el bar del
Altamira, en el segundo piso de la plaza Mayor,
Los bailes que hacíamos en la misma Plaza mayor, todo un coro grande
uniéndonos a las tunas. Los “parties”
que organizábamos en la casa antigua de mis abuelos en la calle Traviesa.
Se rompieron definitivamente los
moldes de la competitividad que tantas veces rodean al estudio. Nos
preocupábamos de compartir todo juntos y esto nos hacía disfrutar mucho más de
los estudios. Fue para mí como un modelo de escuela distinta donde aprendía a
saber gozar de lo que hacía compartiéndolo con los compañeros con quien lo
hacía.
Fue el año donde puedo decir que
desperté a la verdadera y sana amistad, donde compartíamos todo de verdad.
Recuerdo que por primera vez, compartíamos no solo en la superficialidad sino
en la profundidad de los anhelos más profundos que sentíamos por la vida.
Recuerdo que incluso saliendo al
campo con nuestras tortillas y empanadas compartiendo el hornazo el lunes de
aguas o viniendo de la feria o saliendo de los “parties”, acabábamos compartiendo de lo que sentíamos que más nos
unía y nos hacía felices. Aún el amor de predilección que sentíamos por alguien
que nos atraía, renunciábamos a poseerlo par no distanciarnos sino saber
compartirlo para sentirnos así más hermanos.
Siento que ese año para mí fue
una verdadera escuela de fraternidad y amistad sincera, No ocultábamos ni
separábamos nuestra fe y nuestra creencia en todo lo que vivíamos. Sentíamos
que no era incompatible sino totalmente posible compartir nuestra experiencia
religiosa o de fe y que esto no nos distanciaba sino nos unía mucho más.
Memorias de un peregrino 19
La ocasión más propicia para compartir con mi hermana Mabel
Entre todas las gracias de ese
año, creo que para mí fue una gracia especial que pudiera hacer parte del curso
COU junto con mi hermana Mabel y junto otras compañeras con las que compartimos
las clases por la tarde en el Instituto Lucía de Medrano.
Si fue una gracia que hiciéramos
la primera Comunión juntos, fue también una gracia que hiciésemos ese último
curso de preparación y orientación para la Universidad juntos. Mi relación con
Mabel había sido un poco distante o no congeniando tanto, quizás por el hecho
de lo que suponía ser la hermana mayor y por su hecho de ser mujer. Quizás por
ese mismo hecho de ser mujer despertó antes en ella su madurez y sentido de
responsabilidad. Siempre iba por delante como corriendo sin que nadie le
siguiera ni hiciese sombra. Diríamos que mi hermana era como muy suya encerrada
en sus cosas que poco compartía.
Recuerdo cuando era muy pequeño
que “los Reyes” le trajeron una hermosa casa de muñecas. A mí me atraía no
tanto la casa sino el coche que guardaba en su garaje, pero ella siempre muy
cuidadosa no permitía que nadie tocara sus cosas. Diría que no disfrutaba de
sus cosas por no compartirlas con los otros. Le gustaba tenerlo todo ordenado,
expuesto como un escaparate pero sin poder disfrutar de todo lo que guardaba.
Ella encarnaba para mí la
parábola del labriego que cuidaba de tener limpias y brillantes las
herramientas, pero se olvidó de utilizarlas y disfrutarlas para trabajar el
campo. Yo mismo también me he visto muy pobre y mermado en el campo de las
relaciones, muy ocupado en tantas cosas y no tan sensible a quienes me
rodeaban.
Aquel año creo que fue una
hermosa experiencia para los dos, no solo para estudiar juntos sino que
llevados por ese hermoso clima que Dios permitió pudiéramos compartir mucho más
juntos, conociéndonos mucho más y haciéndonos más hermanos.
Por primera vez se destruyeron
barreras y distancias creadas por los estereotipos de la diferencia de sexo y
de edad y nos sentimos compenetrados en los mismos deseos y anhelos por la
vida. Muchas de las asignaturas optativas las tomamos comunes y eso nos
favoreció el poder compartir mucho más junto con nuestros otros compañeros
comunes.
Memorias de un peregrino 20
El despertar de los primeros amores
Este último año del COU fue como
una auténtica primavera donde con mucha fuerza y pasión se despertaron en mi
corazón los primeros sentimientos de enamoramiento. Yo le llamaría los primeros
amores platónicos, donde se quedaba atrás mi corazón de niño y se despertaba mi
corazón apasionado y ardiente de un joven que experimentaba el amor por primera
vez en su vida.
Eran sentimientos que no lograba
del todo controlar o encauzar. Fueron momentos muy bonitos, de los primeros
bailes, de los primeros besos y los primeros roces del cuerpo que te hacían
vibrar y sin embargo sentía primordialmente que debía controlar o encauzar
aquel primer impulso para no desvirtuar el amor y para que el lenguaje corporal
fuera sincero en manifestar lo que verdaderamente sentía. Era como un volcán
bullir en mi interior, el fuego de las pasiones y al mismo tiempo sentía en mi
interior que Dios me llamaba a saber orientar y canalizar esos sentimientos en
la búsqueda sincera de un verdadero amor.
Recuerdo lo bonito que fue
experimentar esos sentimientos con las primeras chicas que conocía y al mismo
tiempo lo cuidado, protegido y guiado que me sentía para no quemarme cuando el
fuego ardía. Mucho tuvo que ver lo que ya había sido sembrado en mi corazón y
que sin saber cómo lo reconocía. No sé porqué, cuando la pasión más fuerte se
hacía, me sentía parco en demostrar abiertamente aquello que sentía. Creo que
fue gracia de Dios guiar mi corazón cuando se vio confundido en el remolino de
tantos sentimientos enfrentados que acosaban mi corazón.
Sentía la necesidad de ser fiel a
mis creencias y que mi fe en Dios debía guiar también los impulsos de mi
corazón. Cuando miro a distancia aquellos años, lo único que puedo decir es que
Dios estaba ahí preparando y forjando mi corazón para algo que yo aún desconocía.
Aún hoy me doy cuenta que los
sentimientos del corazón hay que saber reconocerlos, leerlos y encauzarlos y
que es un campo que no puedes controlar ni dominar. Sólo un Amor mayor es el
que puede orientar e integrar todas las dimensiones de la vida. No podemos
vivir reprimiendo el amor sino encauzando el amor y necesitamos el cauce.
Si soy honesto, aún ahora
habiendo pasado más de la mitad de la vida y habiendo querido huir del “turmoil” de las pasiones, las sigo
oyendo irrumpir como olas en mi corazón y siento la misma necesidad de acudirá
Aquel que siga velando, cuidando y guiando mi corazón siempre inquieto. Como
decía San Agustín: “Me hiciste para ti Señor y mi corazón no reposará hasta
descansar en ti”.
Memorias de un peregrino 21
Los verano en Galicia. Un remanso de paz con hermosos atardeceres
Los veranos en Galicia fueron
como un verdadero desahogo, descanso y recreo de mar, playa y monte donde
disfrutábamos toda la familia. Desde siempre compartíamos “La casa Rial” donde
íbamos en Sabaris, cerca de Bayona, la última ría baja, en un lugar
paradisiaco. Allí íbamos pasando año tras año nuestros veranos de tres meses
que eran un auténtico regalo. Allí también Dios me dejó ver el encanto
exuberante de toda su creación y disfruté hasta decir basta de toda su obra
creadora.
Allí íbamos junto con mis tíos y
primos con la abuela a disfrutar de tan buenos momentos. Al principio crecimos
como niños y jugábamos como niños en la playa o en el monte. Nos encantaba las
excursiones a la “casa encantada”, construir las cabañas en el monte de “la
bolera”. Salíamos a explorar “las cuevas”, o nos íbamos a pescar a “las rocas”
recoger mejillones junto a la “Virgen de la Roca” de camino a “los cañones” camino de la
Guardia.
Guardo especial recuerdo de aquel
cuando se dieron “las primeras aventuras” y “los primeros amoríos”, Con
Gelillo, Susana y Cristina, mis hermanos
pequeños y mi prima mayor y algunos amigos Ubaldo y su hermana Lourdes nos
fuimos de excursión en nuestro primer “camping”, fuera de la vigilancia de
nuestros padres a disfrutar de la playa y del campo, yéndonos con unas tiendas
de campaña.
Fueron momentos de estrenar
vínculos y lazos más fuertes con mis hermanos y primos. Era el sabor bueno y
saludable de la amistad compartiendo todo en un ambiente de paz y alegría.
También fuimos ampliando el círculo de amistades y explorando otros ambientes.
Según crecimos salíamos también de noche, hicimos de todo, sardinadas,
queimadas o nos acercábamos a las verbenas y las fiestas de las aldeas cercanas.
Luego también como los jóvenes de entonces nos divertíamos yendo a las
discotecas si bien sentía mucho más atractivo el marco natural.
Saliendo de las discotecas
caminando por la playa en el silencio de noche la noche el resplandor de la
luna o el oleaje del mar te resultaba mucho mas seductor que las deslumbrantes
luces y estridente música de la disco que apenas te dejaba hablar y escuchar al
que tenías al lado.
Aunque tuve amistades lindas con
chicas, sentía no obstante que Dios no me llamaba a formalizar una relación de
pareja sino que intuía que reservaba mi corazón para otro tipo de amor y otra
forma de vida.
Hasta el paso del tiempo no sabía exactamente cuál era la llamada que
Dios me hacía. Lo que si sentía era que era él quien me iba guiando y llamando
a amarle y reconocerle en todas sus criaturas. No quiere decir esto, que no
fuera un lento aprendizaje de pasar de un amor más posesivo a un amor más
gratuito según lo que Dios me pedía. Sentía la llamada y necesidad de curtirme
en la escuela del amor limpio, humilde y desinteresado de Jesús que tanto me
habían inculcado.
Memorias de un peregrino 22
El despegar de la tierra y volar. Mi primer vuelo.
Otras de las pasiones que
vinieron a desembocar en mi vida en esos años de mi primera juventud fue la
pasión por volar. Después de aquel verano tan caliente y apasionado se me
propuso que antes de comenzar los estudios en la universidad aprovechara la
oportunidad de librarme de “la mili”,
la formación militar entonces obligatoria haciendo sólo el periodo de
instrucción. Esto lo podía hacer alistándome como “voluntario” en el ejército
del aire y siendo destinado después de la instrucción a la unidad de mi padre.
Así que me fui al “Pinar de
Antequera” para allí hacer los tres meses de instrucción en el CRIM número uno
(Centro de Reclutamiento e Instrucción Militar). A la primera semana de llegar, probé lo que era
“la prevención” o el “calabozo” para los reclutas, lo que oculté a mi padre par
no sobresaltarlo. Dijéramos que pagamos justos por pecadores. Era una prueba
más para curtirme en otra escuela, la de la humildad y la humillación, sin
tener que evadirme acudiendo a los recursos de los favoritismos que te concedía
el ser hijo de un oficial.
¿Qué me comportó ese tiempo de
instrucción además de esa escuela de humildad? El conocer allí también a otros
compañeros y conocer el ejército por dentro, lo que me haría conocer también
mejor a mi padre. No es todo tan fácil en el ejército, hay que aprender a
someterte a los mandos y como decían allí aprender a “chupar rueda y comer
mucho chusco”. El “chusco” era el pan con algo de bromuro que dan a los
soldados para refrenar las pasiones y amansar las fieras.
Al “jurar bandera” y poder pasar
a ser soldado del ejército del Aire con plenos derechos y deberes me posibilitó
incorporarme a la unidad de mi padre en Matacán, la escuela de vuelo que él
llevaba. Gozando de “algún privilegio”, mi padre consiguió con alguna
influencia el que pudiera volar con él, con el fin de ver y probar si tenía
vocación de piloto. Ver cómo me reaccionaba y comportaba era la única manera de
saberlo.
Recuerdo por eso con gran impacto
lo que fue mi primer vuelo con mi padre. El volar en aquellos “T6” de la
Escuela básica de pilotos era como llevar a realidad aquel sueño que tenía
desde niño cuando le acompañaba con mi hermano a la base y los veíamos
despegar.
El despegar de la tierra y volar
era una experiencia inigualable de libertad. Era como un entrar en una nueva
dimensión. Desde la majestuosidad del cielo todo se ponía en su verdadero
lugar. Nuestras preocupaciones se veían tan pequeñas cuando veías tu casa junto
con las otras casas y tu ciudad tan pequeña como una gota de polvo en medio del
inmenso océano de la tierra. Fue como un percibir mi vida en las manos de mi
gran padre Dios, no perdida en el horizonte sino bajo su inmenso amparo e
insondable océano de amor.
Memorias de un peregrino 23
La experiencia del último vuelo con mi padre.
Otra de las experiencias más
fuertes que han quedado en mi memoria fue la del último vuelo con mi padre. La
pasión por volar había sido la pasión de su vida. Él me contó que la primera
vez de “su suelta”, cuando hacen su primer vuelo solo, después de su periodo de
instrucción, se sentía el hombre más libre y feliz de la vida. Como el llegó a
confesarme, volando se sentía otra persona. Era una experiencia que no se puede
describir. Aprendió a hacer toda clase de acrobacias, las más inverosímiles. Me
confesó que con sus compañeros se retaban a pasar con el avión por el ojo de un
puente, por el que no se cabía en forma horizontal y había que pasar inclinado.
Cuando venía los veranos a
Galicia, él pasaba con su “T6” a ras de la playa tirando las sombrillas y
rozando el alero del tejado de la “casa Rial” casi llevándose las tejas. Lo
veíamos saludarnos desde su cabina con su gorra de vuelo y sus auriculares
feliz de hacernos felices a nosotros que saltábamos de alegría aunque mi madre
se llevar las manos a la cabeza.
Y como todo le llegó el tiempo de
dejar de volar. Se hacía ya mayor y tenía problemas en la vista. Tuvieron que
operarle de cataratas. Así que no desaproveché esa oportunidad única que tenía
no sólo de volver a volar con él, sino tener el privilegio de volar con él su
último vuelo.
Le sentía que era como si le
arrancasen de él “media vida”. La mitad de su vida se la había pasado volando y
ahora le llegaba la hora de tener que dejar de volar. Entonces me di cuenta que
la pasión de una vida debía ser algo que no se pueda acabar ni nadie te pueda
quitar.
Aunque era mayor para volar yo le
veía todavía joven para seguir la vida. Pero qué hacer cuando has puesto toda
tu esperanza en una cosa que no puedes seguir haciendo. Más tarde comprendí que
él no solo había aprendido y enseñado a volar sino que también con él me había
enseñado y había aprendido a vivir, a vivir de otra manera, confiando en las
manos de Dios.
El que vuela sabe de momentos
bien difíciles donde te ves solo ante el peligro. Él había pasado por momentos
difíciles pero había aprendido a confiar en Dios, a ponerse en manos de Dios.
Lugo más tarde comprendí todo esto, sobre todo en el momento que le dije que
quería dejarlo todo y entrar de misionero. Eso que le costó enormemente me
mostró como vivirlo. Me dijo que respetaba mi decisión porque por encima de él
debía hacer lo que Dios quería.
Cuando más tarde acudió a mi
ordenación sacerdotal el me dijo de forma extraña que había volado más alto que
ningún vuelo hasta “tocar el cielo”. En aquel día Dios le permitió experimentar
alguito de su cielo. En el día de su muerte me di perfectamente cuenta que
había realizado verdaderamente “su último vuelo” y que después de gustar
plenamente el cielo, no tenía para qué volver a la tierra.
Memorias de un peregrino 24
El primer viaje al extranjero
Al inicio de la universidad fue
mi primer viaje al extranjero. Era una especie de premio por parte de mis
padres y como una inyección y capacitación para aprender inglés, algo que se
hacía cada vez más necesario.
Mi hermana Mabel, como siempre
más arriesgada, había hecho anteriormente algunos meses en la Bretaña de
Francia para aprender francés y esta vez se lanzó a irse a Irlanda para
aprender inglés. Yo me fui después que ella a Inglaterra, donde se tuve un
tiempo en Londres con una familia española que conocí e iba a visitar a sus
hijas que allí estudiaban. Luego decidí ir a Dublín donde estaba mi hermana.
Fue otra oportunidad, una vez más, para conocernos más y estrechar los lazos
entre nosotros.
Mi padre ya me había abierto un
poco los ojos diciéndome que estuviera atento con las compañías. Una vez más
experimenté que Dios me guiaba y protegía. Era una oportunidad para de nuevo
crecer y madurar en mis relaciones. Por primera vez estuve trabajando para
poder costearme la estancia y tener la oportunidad de visitar algunos lugares.
Mi primer trabajo fue en un restaurante llamado “Paradiso” en el que también
trabajaba mi hermana de camarera. Será que le vino allí su pasión por los
restaurantes y los hoteles que luego emprendería. Trabajábamos allí por la
noche. Era para mí un mundo totalmente nuevo y desconocido.
Luego cambié de trabajo y me fui
a trabajar en un hospital a fregar pisos. Los horarios eran de día más
ajustados y me sentía mejor. Trabajé hasta que pude ahorrar un dinerillo y pude
alquilar una habitación e irme con una familia y apuntarme a una academia de
idiomas, pues no había otra forma de aprender. El último tiempo lo pasé con mi
hermana en una familia de Cork que ella había conocido.
De nuevo me encontré con el
corazón abierto de mi hermana, que también me dio muestras de su gran corazón.
Tenía como yo escondido en su corazón anhelos y deseos de encontrar nuevas
relaciones y abrir su corazón a lo nuevo y desconocido. En ese tiempo junto con
ella pudimos experimentar en la vida sencilla de campo con aquella familia
irlandesa que había algo en su religiosidad, amabilidad, sencillez y cercanía
que atraía enormemente en contraste con la arrogancia que mostraba el pueblo
inglés. Sin yo saberlo dios iba preparando y forjando mi corazón misionero
cuando más adelante tuve oportunidad de ir como misionero a San Francisco en
EEUU y luego a Irlanda e Inglaterra.
Memorias de un peregrino 25
Mis primeras vetas artísticas
Otra pasión que empezó a
despertarse en mí fuertemente, por influjo sin duda de mi madre, fue la veta
artística. Con mi madre empecé a pintar cuadros al óleo cuando apenas tenía
ocho años. Al igual que mi padre me enseño el encanto de volar, mi madre me
abrió las ventanas a mi pasión por el arte.
No había nada que me diera más
gusto que ponerme a dibujar o pintar algo y luego correr a enseñárselo a mi
madre. Ella me animaba y elogiaba tanto que cada vez ponía más esmero en
agradarle.
Recuerdo algunas cosas que me
dieron gran satisfacción. Una vez encontré un pequeño retablo deteriorado, una
Virgen con un niño que encontré hecha pedazos. Meticulosamente la restauré y
pinté para regalársela a mis padres en su aniversario de bodas. También
recuerdo un retrato que le hice a mi abuela mientras estaba sentada en el
sillón de la sala de estar poco antes de que muriera.
Tanto era lo que disfrutaba
pintando que la verdad fue un auténtico dilema en decidirme para orientar mi
futuro. Por una parte sentía la pasión por volar y ser piloto como mi padre,
pero este me decía que eligiera otra carrera, porque volar siempre podría
volar. Por otra parte sentía la pasión por el arte y pintar como mi madre. Me
atraía todo lo de Bellas Artes pero a la vez sentía que mi madre me bastaba
para enseñar y aprender a su lado todo cuanto quería.
Así que finalmente me decidí por
estudiar Arquitectura que aunque era un campo que desconocía respondía también
a mi pasión por construir y reconstruir que tanto me atraía.
No me imaginaba que dios era
quien ponía en mí todos esos anhelos tan fuertes en mi corazón. El volar, el
viajar, el conocer otros mundos y la posibilidad de colaborar a construir un
mundo nuevo reconstruyendo las vidas rotas, era algo que dios iba lentamente
infundiendo en mi corazón aunque apenas yo lo percibía.
Memorias de un peregrino 26
El desarraigo de mi tierra y mis raíces
Era el tiempo de iniciar los
estudios universitarios. Después de decidirme por estudiar Arquitectura y mi
hermana Mabel estudiar ingeniería informática y técnica en comunicaciones,
había que pagar un alto precio, mucho más que a nivel económico. Había que
salir y dejar nuestra tierra natal de Salamanca para irnos a la Capital donde
poder realizar dichos estudios.
Aunque mi padre era militar y
podía pedir cambiar de destino como así ocurrió, nunca me imaginé el sacrificio
que también suponía para mis padres acompañar nuestras opciones. Ellos no lo
dudaron un momento. Antes de dispersarnos seguir todos juntos. A mi padre le
suponía dejar la escuela de vuelo de Matacán para meterse en las oficinas de
los Nuevos Ministerios del ejército del Aire, aunque fuera para estar de
ayudante del Ministro. A mi madre le suponía, como a nosotros, desarraigarse de
sus raíces y dejar su tierra natal.
Habíamos apenas empezado a
valorar, conocer y amar nuestra tierra, que se había aumentado al salir fuera y
tomar distancia de lo nuestro, cuando de repente nos encontrábamos en el
mastodonte de Madrid, no fácil de adaptarnos a nosotros tan provincianos. Nos
resultaba una ciudad monstruosa, un mole demasiado grande en comparación con
nuestra pequeña ciudad.
En Salamanca todo era demasiado
humano, al alcance de la mano. Conocías las calles, las plazuelas, a la gente,
al cartero, al barrendero, al lechero, a la castañera, al del kiosco. Era fácil encontrarte y
saludar por la calle a la gente que conocías. En Madrid, todo te era frío, anónimo,
te encontrabas perdido en una masa indiferenciada. No conocías a nadie y todo
te resultaba extraño. Me sentía un David luchando contra Goliat con la armadura
pesad de Saúl.
La ETSAM, Escuela Técnica
Superior de Arquitectura, me parecía un monstruo con garras dispuesto a comerse
a este pajarillo de papel. Era como de repente entrar en un engranaje para el
que no estaba preparado. Dios de nuevo tuvo misericordia de mí y me libró de
las garras del enemigo. Por cuestiones burocráticas de matrícula al proceder de
Salamanca no me dejaron matricularme en la ETSAM y me matricularon en el CEU,
Centro de Estudios Universitarios, donde podía cursar el primer año en un
ambiente más cercano y más cuidado.
Sin duda dios lo preparó para
aliviar el peso y hacerme superar la montaña que se me venía encima. Fue el
inicio de una nueva etapa en mi vida que me costó superar. Entraba en una
verdadera carrera de obstáculos.
Memorias de un peregrino 27
El primer eclipse de Dios
Lo que más eché de menos, incluso
más allá del entorno de mis amigos fue el clima de fe, el entorno religioso en
el que había crecido. Si en Salamanca crecíamos al unísono respirando todo un
ambiente de fe, en Madrid era como una atmósfera de polución que te ahogaba y asfixiaba.
Era el ambiente prácticamente ateo del mundillo de la Universidad, eran los
años difíciles de revueltas, de manifestaciones violentas donde veías a la
policía entrar a caballo y golpear a “tuti quanti”. Revueltas encabezadas por
grupos del PCE, Partido Comunista Español.
Eran las corrientes postmodernas
y progresistas que se estilaban y que reclamaban la autonomía de la razón, el
liberalismo de toda norma moral hasta cuestionar y oponerse a toda creencia
religiosa considerada como opresora y represora. Más que la libertad religiosa
era como entrar en un marasmo donde se quería anular toda espiritualidad. Fue
como de repente entrar en la hegemonía de la razón y de la ciencia y ponerlas
como adversarios de la fe.
En medio de tal ambiente de por
sí agresivo uno se encontraba como desorientado y desarmado. Además uno entraba
en la dura prueba de la competitividad y la selectividad. Era como comenzar
toda una carrera de obstáculos y prepararte para superar toda clase de pruebas.
A los niños japoneses cuando empiezan la escuela se les muestra un salmón. Es
el símbolo de los que tienen que nadar contra corriente y saltar por encima
toda clase de escollos para alcanzar los remansos de las altas cumbres.
Lo que ocurría es que no parecía
haber remansos sino que cuanto más avanzabas más ardua se hacía la carrera.
Parecía que tenías que estar dispuesto a pagar cualquier precio si querías
acabar la carrera. Me sorprendía ver cuántos empezaban y cuántos abandonaban
por no superar los exámenes tan duros y selectivos. Vi a padres de familia
Llorar por intentar una y otra
vez por no poder superarlos.
Parecía como tomar un tren de
alta velocidad que no respetaba semáforos y lo arrollaba todo a su paso con tal
de llegar a destino. Esta carrera, tal y como estaba planteada, me parecía
deshumanizante, no sólo perdías el gusto de lo artístico sino de lo
verdaderamente humano. Se valoraba, lo llamativo, lo aparente, lo aparatoso,
aunque careciera no solo de estética sino de sentido.
Creo que yo mismo tardé en
reaccionar y que supuso para mí una primera crisis de fe. No sabía qué hacer
para no renunciar a algo tan querido como fue la fe y los valores de mi entorno
familiar y hacerla compatible con los estudios. Aún en medio de este aparente
desierto Dios no me dejó que me perdiera sino que puso a mi lado personas y
amigos que me ayudaron a no perderme en el camino. Entre ellos aprecio mucho a
mis amigos y compañeros, los hermanos Ucha, Rodolfo, Alejandro y José María,
cariñosamente conocidos en casa como “los coruñeses”, que compartieron su fe
conmigo y fueron como estrellas en medio de la noche.
Memorias de un peregrino 28
Los viajes de Inter Rail a
Europa en las vacaciones
Durante los años de estudios de
mi carrera universitaria, uno de los alicientes y compensaciones que tenía para
estudiar y para pasar los exámenes era poder quedar libre en los veranos
aprovechando estos para viajar y descansar. Dios me lo concedió y estos viajes
fueron un abrir poco a poco mi mente al mundo.
Por aquel tiempo se posibilitaba
a los estudiantes una manera muy barata de viajar, por Inter Rail. Se promovían unos kilométricos para viajar por tren por
toda Europa. Era una manera de promover turismo y lazos culturales entre los
países europeos. Por unas cinco mil pesetas podíamos viajar durante un mes por
cualquier país de Europa. Se nos brindaba también una red de albergues, “Youth hostel” con tarifas muy baratas
para estudiantes.
Era pues una oportunidad de oro
para abrir las puertas al mundo y conocer tantas realidades nuevas que me
dieran un conocimiento de la realidad más allá del científico desde la propia
experiencia, tocando la realidad y conociendo como vivía la gente más allá de
nuestras fronteras.
El primer viaje fue como
exploratorio, para ver el terreno en un primer recorrido para conocer a primera
vista los lugares de mayor interés, lo hice con un compañero de curso. Salimos
de Madrid en un primera gira por París, Bruselas, Copenhague, Estocolmo, Oslo,
Hamburgo, Bremen, Münich, Friburgo, Berna, Insbruck, Salzsburgo, Wiena, para
pasando por Yugoslavia terminar en Italia.
Lo que más me encantó fue
precisamente a Italia donde nos detuvimos con especial interés, no sólo por el interés artístico y cultural
sino por dar como con las raíces de mi cultura y de mi fe. Entramos por el
norte visitando la encantadora Venecia, para visitar Florencia, la cuna del
renacimiento. Era como encontrar la “ciudad gemela” de mi encantadora
Salamanca. Al ver las obras de los grandes artistas del renacimiento, era como
tocar las cuerdas y las fibras de toda mi sensibilidad artística y volver a
vibrar por algo que se había quedado como aletargado y dormido. Allí era fácil
conectar con las profundidades de las corrientes que recorren el curso de los
tiempos y la historia y tienen sabor a eternidad.
Una de las obras que más me
impactaron fueron las del gran genio Miguel Ángel. Empezó a atraerme su
sensibilidad no sólo artística sino religiosa. Llamaba la atención en la
capilla de San Lorenzo su mausoleo a sus mecenas Los Medici, Julián y Lorenzo.
Sus tumbas funerarias y grupos escultóricos del día y la noche, el crepúsculo y
la aurora como recogiendo todo el legado de la herencia clásica y presentándola
con una originalidad única. Más impresionante era descubrir una de sus últimas
obras inacabadas, la Piedad Rondini en Santa María di Fiori, la catedral de
Florencia. En medio de la misteriosa imagen de la Virgen con Jesús aparecía el
autorretrato del propio Miguel Ángel, representando a Nicodemo, en forma de
monje. Verdaderamente curioso que el artista más grande de la historia aparezca
al final de su vida inmerso en ese misterioso. Terminamos nuestro periplo en
Roma causando un gran impacto y prometimos junto a la Fontana de Trevi, tirando
la monedita, que regresaríamos para verla con detenimiento.
Memorias de un peregrino 29
La segunda visita a Roma y el descubrimiento de la Europa del Este
Ya el primer viaje marcó de tal
forma nuestra visita a Italia que quisimos volver. El segundo viaje de Inter Rail, que hice con mis amigos y
compañeros “los coruñeses”, lo preparamos para centrarnos en Italia y Grecia y
profundizar en las raíces de nuestra cultura. Entrando por Venecia nos
detuvimos en el Veneto visitando Pádova, Vicenza y Verona para pasar a visitar
luego Piza, Siena y Bolonia y volvernos a detener en Florencia y sobre todo en
la Ciudad eterna de Roma
Roma tiene un hechizo especial
que te atrae poderosamente la atención, como un pozo o mar sin fondo que te
sientes llamado a explorar. En ella se combina la síntesis del legado histórico
cultural y espiritual de lo profano y lo sagrado, de lo bello y lo misterioso
en una simbiosis única. Sólo la visita al vaticano y sus museos nos dábamos
cuenta que había tesoros artísticos de imaginable belleza que pedían más de una
visita
Percibíamos incluso que los
tesoros más valiosos quedaban ocultos a la vista. Las grandes basílicas
encierran las tumbas de los mártires y numerosas reliquias de mártires que te
adentraban en lo eterno de lo que permanece. Cómo no conmoverse ante la capilla
Sixtina, la Piedad, la capilla del Quo
Vadis, el Coliseo o las Catacumbas y dejar que las mismas piedras te hablen de
lo que encierran. Eran como vetas por las que podía acceder a tocar parte del
misterio insondable de nuestra fe al que
sólo se daba entrada en actitud de admiración, veneración y adoración.
Después bajando por Brindisi
pasamos a visitar Grecia, Larisa, Atenas y otras ciudades del Egeo. Desde allí
no pudimos resistir la curiosidad de trasladarnos por la antigua Tesalónica
hasta Estambul la antigua Constantinopla, la segunda Roma y primera capital de
la iglesia de Oriente. Aunque se salí del Inter
Rail bien merecía la pena. Uno quedaba fascinado por sus mezquitas, Santa
Sofía o la Mezquita azul. Era como abrir la puerta todo el mundo islámico.
Desde allí salían caravanas a tierra Santa o la India y te hablaban de sueños
que algún día se hicieran realidad.
Una vez abierto el apetito de
riente, como este quedaba aún muy fuera de nuestras posibilidades nos
propusimos en el tercer viaje, que volví a hacer con mis amigos “los
coruñeses”, recorrer todos los países del este que quedaban aún bajo el telón
de acero. Así entrando por el norte junto al mar Báltico, visitamos Polonia,
Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia para volver a terminar en Roma.
Era todo un reto pues salía del circuito de Inter
Rail. Eran países bajo el régimen comunista y teníamos que sacar visados
especiales. Fueron nuevas puertas y nuevos horizontes los que se abrieron para
nuestras vidas.
Tan sólo mencionar que este
tercer viaje, aunque tampoco lo fueron los otros, no fue meramente turístico
sino de gran riqueza espiritual. En Polonia dimos en Gdansk en sus astilleros
con todo el origen del movimiento de Solidartá, en Cracovia, cuna de Juan Pablo
II pudimos visitar cerca de ella los campos de concentración y exterminio de
Aswitch y Treblinka. En Aswitch descubrimos las vidas de Maximiliano Kolbe y
Edith Stein, mártires en esos campos de horror y verdaderas lumbreras en medio
de esos infiernos lo que dejaron en nosotros una profunda huella y conmoción.
¿Cómo se podía vivir en medio de tanto espanto siendo testigos de semejante fe?
Memorias de un peregrino 30
Un remanso en medio del torbellino
En la titánica lucha por la
sobrevivencia, escalar puestos y acabar la carrera pude encontrar un remanso de
fe en medio del marasmo espiritual reinante en la universidad, eran los
círculos de fe, los retiros y encuentros que organizaba el Opus en medio del
año escolar de la universidad. Quienes hicieron de puente para acudir a todos
estos espacios fueron de nuevo “los coruñeses”, mis verdaderos ángeles
custodios.
La sintonía de fe y la amistad sincera
que existía entre nosotros se fue forjando a lo largo de toda la carrera y se
potenció compartiendo todos estos viajes de Inter
Rail que incluso lográbamos prolongar con visitas en Galicia nuestras
familias. Fue verdaderamente hermoso tantos momentos de compartir con ellos.
Uno se daba cuenta que incluso más allá de los monumentos valorabas las
personas y las experiencias compartidas con ellas.
Era como si uno sintiera la
necesidad no solo de viajar por fuera sino por dentro, para conocer más a fondo
el misterio de nuestra fe. En esos momentos donde uno sentía alrededor el gran
desierto espiritual fue una verdadera gracia de Dios encontrar esos espacios.
Nos reuníamos en un pequeño piso cerca de la casa de Cea Bermúdez a orar y
compartir la fe. Participaba también con mi hermano Ángel en otras actividades
abiertas culturales o recreativas. A Gelillo le encantaba los partidos de
fútbol que se organizaban las tardes de los domingos en un centro deportivo en
la carretera de la Coruña a las afueras de Madrid.
Todo esto me ayudo a ir haciendo
“camino” en ese camino interior. Aunque bien es verdad, si tengo que ser
sincero, había “algo” en su espiritualidad con la que no me sentía plenamente
identificado, en su momento para mí supuso un asidero y apoyo espiritual muy
grande. Dentro del ambiente universitario era muy difícil encontrar “algo así”.
Doy gracias a Dios que me diera
en este tiempo estas amistades y esta ayuda para caminar y profundizar en mi fe
y en la búsqueda, que cada vez con más fuerza, sentía en mi interior. Aprecio
sobre todo la amistad con Alejandro con quien me sentía muy identificado.
También reconozco que hubo otras amistades en otros ambientes que también me
ayudaron como el círculo andaluz de Yecla y Lorca. Tomás Lola y Soledad. Tomás también
era compañero de arquitectura y Lola y Soledad eran sus amigas que estudiaban
psicología. Con ellos fue también una hermosa amistad.
Memorias de un peregrino 31
Los últimos años de la carrera
A partir del tercer año uno tenía
que escoger la especialidad. A mí me atrajo el área del Urbanismo y sobre todo
el área de la restauración de ciudades histórico-artísticas, creo sobre todo
por mi afinidad con Salamanca. Crecía la expectación y la preocupación de cómo
abrirse paso en el futuro.
A través de la invitación de
algunos profesores se me abrió la posibilidad de empezar con algunas prácticas
y colaborar en algunos proyectos. Había que aprovechar cualquier oportunidad de
tener algún campo de prácticas ante la excesiva teorización en la carrera y entonces
se nos ofreció la posibilidad.
Con Tomás, el compañero y amigo
de Yecla, empezamos a trabajar por “horas” en el estudio de lamela en la
sección de Urbanismo. Aunque el trabajo era en principio un poco pesado, pues
estábamos casi como meros dibujantes, luego poco apoco se nos fueron abriendo
otras posibilidades.
El entrar en un ambiente tan
sofisticado, poniéndote una bata blanca y teniendo que “fichar” a la entrad y
salida mientras trabajabas casi en silencio con un “hilo musical” de fondo, me
resultaba algo demasiado frío y formal. Pero fue la forma de abrirse otras
puertas a través de nuevos contactos. Comencé a colaborar en proyectos de
urbanismo en COPLACO, comisión del área de planeamiento del cono urbano de
Madrid, en el diseño de extensión y planificación de nuevas ciudades en el área
metropolitana de Madrid, como Alcorcón, Móstoles, Alcalá de Henares, etc.
También tome parte en algunos planes especiales para algunas islas en Galicia
cerca de la Toja y algún proyecto incluso para Salamanca en el casco histórico.
En general, según mi pobre
apreciación, era que la mayoría de los planes y proyectos, que en sí tenían
interés a primera vista, luego caías en el mundo de los “tejes y manejes” que
los rodeaban, otros intereses políticos y económicos que hacían menguar cada
vez más mi interés. Tanto los estudios que iba haciendo como las experiencias
de trabajo no respondían del todo a las expectaciones que yo tenía.
Aunque me sentía con muy poca
experiencia, a la vez me asustaba tenerme que meter en ciertas estructuras que
no encajaba. Muchas eran las preguntas que me hacía: ¿De qué valían tantos
esfuerzos, tantos estudios si acababan muchas veces respondiendo a los vanos
intereses de especulación de unos pocos? Intentando construir nuevas ciudades ¿Qué
significaba el verdadero progreso y desarrollo de los pueblos donde el factor
económico muchas veces privaba o favorecía solo las clases más pudientes y
desatendía las necesidades de los más pobres? ¿Eran nuestros proyectos
adecuados a las necesidades de las personas para favorecer ambientes más
humanas y relaciones más fraternas? Tenía la impresión que cuanto más escalabas
peldaños más se metía uno a formar parte de un mundo materialista cada vez más
tecnócrata y más deshumanizado, un primer mundo donde primaban las estructuras
de poder que en nada favorecía al progreso de los más pobres. Aquellos primeros
proyectos que causaban mi atención al inicio de empezar la carrera como planes
de urgencia en áreas devastadas habían quedado totalmente en el olvido.
Memorias de un peregrino 32
El final de la carrera. Satisfacción y decepción.
Casi de tanto correr por acabar
la carrera, me encontré a mis veintitrés años acabándola y preguntándome ¿qué
era lo que iba a hacer? Había tomado como proyecto fin de carrera cómo
construir un tejido urbano de media alta densidad poblacional en Arturo Soria
en una nueva propuesta urbana que respondiera a los ideales del mismo Arturo
Soria de volver la ciudad industrial y mecanizada al campo, Volver a integrar
la naturaleza y la escala humana a la ciudad tan inhumana.
Era como un proyecto utópico con
grandes espacios abiertos y donde las viviendas escalonadas tenían incorporadas
la naturaleza con jardines colgantes incluso fuentes dentro de las mismas
casas.
A pesar de conseguir acabar la
carrera muy joven me sentía como un conejillo de indias que acababa de salir a
la jungla y que atemorizado no sabía ni a dónde ir ni qué hacer. Pensándolo más
a fondo creo que sentía la llamada a dar un viraje a mi vida pero que no me
sentía capaz o aún no estaba preparado. Había sido demasiado tiempo viviendo
apurado por acabar a cualquier precio la carrera sin darme tiempo para pensar
que es lo que iba a hacer con ella.
Necesitaba tiempo para orientar
mi vida y mi futuro, me sentía tomando un tren de alta velocidad sin saber muy
bien mi destino ni en qué estación bajar. Así que terminé dándome tiempo para
pensar y madurar. Me matriculé en estudios de doctorado en la misma ETSAM y a
la vez en unos estudios de postgrado interprofesionales que ofrecía el IEAL
para capacitarse para arquitectos municipales.
Era una oportunidad para volver
mi mirada a mi ciudad y luchar por promover un tipo de desarrollo que no
estuviera al margen del legado histórico cultural sino que pudiera crecer
respetando y valorando toda su historia y su pasado. Fue ese el móvil de tomar
como tesis doctoral el hacer un proyecto de conservación y restauración de la
imagen y de todo el casco histórico de la ciudad de Salamanca.
Durante esos dos años que tenía
por delante al tener que cursar menos horas lectivas se me abría la posibilidad
de abrir nuevas ventanas y explorar nuevas perspectivas para ver si se me
despejaba y abría el horizonte. La verdad que agradezco a dios que me diera
tiempo para hacer este camino interior para dar más cauce a la búsqueda que
sentía-
En mi parroquia de Santa Rita con
otros jóvenes como yo también universitarios y acabando sus estudios comenzamos
un grupo misionero para profundizar en nuestra fe y abrirnos a la misión que
tuvo mucho que ver con el despertar de mi vocación misionera.
Memorias de un peregrino 33
Los años de postgrado y doctorado
Durante los dos años de doctorado
en la ETSAM y de posgrado en el IEAL me fueron aportando elementos nuevos. El
trabajo interdisciplinar con otros profesionales, sociólogos, economistas,
abogados, ingenieros, geógrafos o ecólogos especializados en distintas áreas
como la conservación y protección del medio ambiente, el paisaje, el medio
físico o el entorno me aportó una sensibilidad nueva y me acrecentaba la
esperanza de que trabajando juntos se podía de verdad construir un mundo mejor.
Pero lo que sorprendió y llamó
más mi atención fue el hecho de tomar distancia de la teoría y la especulación
y tomar más contacto con la realidad. Esto curiosamente se dio a través el
grupo misionero. A través de él me di cuenta que había tanto que hacer y que se
podía empezar desde nuestro entorno. Así fue como iba alternando el trabajo y
los estudios de arquitectura por la mañana con el trabajo misionero por la
tarde. Sobre todo en los fines de semana íbamos realizando jornadas misioneras
que llamábamos “actividades al aire libre”,
Comenzamos por afianzar el grupo
con la oración y a darle un aire misionero tratando de salir al encuentro de la
gente más necesitada. Visitar niños huérfanos, personas ancianas o abandonadas,
barrios pobres carenciados. Nos metimos en “auténticos agujeros negros” como el
Pozo del tío Raimundo”. A medida que más me metía más disfrutaba y me
preguntaba lo que podía ser si a eso dedicara toda mi vida.
Poco a poco me sentía más atraído
a una vocación misionera que de arquitecto. Veía el vacío que me producía
cuando me abocaba a todo lo aparente y pasajero buscando solo mi propia
realización y lo feliz que me hacía salir al encuentro de los más pobres y
necesitados. La inquietud misionera iba calando en mis huesos y todas las
fibras de mi ser como un fuego que no podía apagar.
Tanto fue así que a la hora de
defender la tesis doctoral dios me infundió una gracia especial. Por primera
vez comencé la defensa con una oración y más tarde renuncie a la defensa y al
doctorado y expuse abiertamente al director de la tesis y el jurado que no
tenía intención de seguir como arquitecto y que me sentía llamado a otro tipo
de arquitectura, fue como por primera vez sentir que se desataron mis cadenas
de qué dirán y exponer abiertamente que sentía profundamente otra orientación
de vida que no se quedase en la apariencia sino que me llevar a construir un
mundo más fraterno y humano optando por los más pobres de esta tierra.
Sin duda que no fue comprendido y
que pareció lo más sorpresivo y descabellado sobre todo para el director de mi
tesis doctoral que era a la vez director de la ESAM y del Colegio de
Arquitectos de Madrid. Se llevó las manos a la cabeza y no podía comprender que
“echara a rodar” lo que con tanto esfuerzo e interés habíamos trabajado.
Memorias de un peregrino 34
Algo muy significativo en esta etapa. Mi peregrinación a Roma
Fruto de mi amistad y relación
con mis amigos y compañeros de universidad “los coruñeses”, por medio de ellos
fuimos invitados mi hermano Gelillo y yo a tomar parte de una peregrinación
universitaria a Roma organizada por el ICU, “Instituti per la Colaborazione
Universitaria”,
Aunque prácticamente me había
desvinculado de las actividades y encuentros que tuve en el primer tiempo de mi
carrera en el Opus, no desatendí esta invitación tan importante en esta etapa
de mi camino. Era una hermosa ocasión para compartir mi fe y mis inquietudes
con otros universitarios jóvenes de todo el mundo que se reunían para celebrar
la pascua en Roma y tener un encuentro con el Papa y otras actividades
culturales, era una especie de preámbulo a lo que iban a ser los WYD o las JMJ.
Salimos de Barcelona en barco
hasta el puerto de Nápoles para desde allí emprender el trayecto aroma. Me
atraía enormemente volver a visitar Roma pero esta vez en un clima de
peregrinación y de fe, las otras tres veces anteriores me había interesado más
por los monumentos por fuera y las obras que relucían más en la superficie y
ahora era invitado a detenerme a descubrir el mundo asombroso que había
permanecido enterrado y durante tanto tiempo oculto a mis ojos.
Acudimos a las celebraciones de
esos días en el Vaticano. Acudimos el miércoles al auditorio a escuchar al Papa
a una audiencia especial para los estudiantes venidos de todo el mundo. El
jueves hubo una especial eucaristía con el Papa y todo el clero de Roma. El
viernes hicimos el recorrido por las siete grandes Basílicas y acompañamos al Papa
en el Vía Crucis del Coliseo por la noche.
El sábado acudimos a la gran Vigilia dentro de la gran Basílica de San
Pedro. El domingo en la gran plaza de Bernini abarrotada de peregrinos sentimos
la alegría de ser cristianos, de pertenecer a una Iglesia tan universal. La
semana siguiente tuvimos diversas actividades. Recuerdo con mucha emoción la
visita guiada que tuvimos a las catacumbas, Era como entrar en el subsuelo de
Roma más a profundidad y adentrarnos en la fe que profesamos y que confesaron
tantos mártires que derramaron su vida por Cristo. Allí en la oscuridad de las
catacumbas brillaban como lumbreras por toda la eternidad. Se percibía que no
visitábamos las tumbas de muertos sino que estaban vivos y entonaban con sus
vidas cantos de alabanza al que vive por siempre.
No se resumir ni rescatar toda la
experiencia vivida en esa primera peregrinación espiritual, fuera del entorno
familiar, lo que sí sé es que me sentí un peregrino en la fe y que al fin
empezaba a vislumbrar y descubrir mi meta, No me avergonzaba de ser cristiano,
al contrario, sentía una dicha muy grande y una llamada a seguirle. A la vuelta
de mi viaje llegando a Madrid después de la peregrinación tenía la intuición de
que algo nuevo estaba dando comienzo.
Memorias de un peregrino 35
Los encuentros que siguieron en Barcelona y Taizé
No menos importantes fueron los
encuentros internacionales que organizaba la comunidad de Taizé en Navidades y
que coincidió en Barcelona. Allí acudí con un grupo de jóvenes universitarios
del grupo misionero que habíamos empezado en nuestra parroquia de Santa Rita,
estos encuentros fueron para mí la confirmación del llamado que sentía. El
encuentro de navidad en Barcelona fue como una preparación y el de la pascua en
Taizé fue la confirmación.
En Barcelona nos alojábamos en
familias y en diversas parroquias repartidos por toda la ciudad. En un aire
juvenil alegre y desenfadado compartimos nuestra fe con cristianos no sólo
católicos sino de otras confesiones. Éramos jóvenes de distintas
nacionalidades, racas, culturas, lenguas, hablando un lenguaje común, el amor y
creyendo que el compartir la fe y el amor a Jesús nos hacía sentir hermanos
construyendo juntos un mismo proyecto, su reino de amor.
Me impactó conocer al hermano
Roger y leer con detenimiento el mensaje que nos dirigía claro y sencillo que
llegaba de lleno al corazón. Después del encuentro en Barcelona, nos acercamos
a conocer una comunidad joven que viviendo una vida sencilla en común en
oración y fraternidad intentaban hacer vida el evangelio Fue también como un
aspirar el aire fresco de que el evangelio y las bienaventuranzas eran fuente
de inmensa felicidad que me atraía poderosamente.
Tan grata fue la experiencia que
vivimos en Navidad que unos meses después en pascua acudimos a Taizé que surge
cerca de un antiguo monasterio de Cluny. Allí tiene la comunidad ecuménica de
Taizé su casa madre o centro de espiritualidad más importante a donde acuden
jóvenes de todo el mundo. No me podía imaginar la vitalidad y el poder de
atracción de aquel pequeño centro. Para la Pascua nos reunimos casi treinta mil
jóvenes. Estábamos distribuidos en grande carpas. Era una preciosa oportunidad
para vivir la Semana Santa compartiendo la fe con otros jóvenes. Se podía
vivir en un clima de oración en silencio
o en compartir abierto. Como ya lo tuve abierto en Barcelona aproveché para
hacerlo más en silencio pues sentía que lo necesitaba. Fue una experiencia inolvidable.
Recuerdo muy vivamente la vigilia
de oración del Viernes Santo después de la adoración de la Cruz. Era un
anochecer de una tarde fría de invierno. Contemplar la Cruz, el icono de la
Cruz de san Francisco, en el suelo y a su lado el icono de la Virgen me
trasladaba a la escena del Calvario. María a los pies de la Cruz de su Hijo. Me
sentía atraído y llamado a permanecer allí con maría a consolarla por su dolor.
Salí a recoger una flor y e la
quise poner a sus pies. Cuando me aproximé a hacerlo sentí el deseo profundo de
quedarme allí como si ella también quisiera quedarse conmigo y mostrarme algo.
Me quedé toda la noche y me mostró cuán
triste gris y vacía es una vida y un mundo sin la luz de la fe y sentí que ella
acercándome a su hijo me decía: Hijo mío tu puedes dar vida al Cuerpo de mi
Hijo, tu sabes el remedio para curar sus heridas en tantos corazones y tantas
familias heridas y rotas por la falta de amor. Cuando volví de Taizé había
comprendido cuál era mi vocación y había sentido una fuerza especial para responder al llamado de Jesús de dejarlo
todo y seguirle.
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