domingo, 8 de febrero de 2015

I ETAPA: EL AMANECER




I ETAPA: EL AMANECER

( La infancia: Mi casa natal. El punto de partida)


I.  Etapa de la vida: La infancia. Mi casa natal. 
El punto de partida

El labriego prepara las herramientas

La infancia, dicen los psicólogos, tiene un rol importantísimo, desempeña un papel fundamental, en el desarrollo humano integral físico, psíquico, espiritual de la persona. En esos años se despiertan los anhelos determinantes de nuestra vida.

Vamos a tratar de sondear y rastrear a través de las personas, acontecimientos y objetos referenciales, que fueron marcando y llamando nuestra atención, cautivando nuestros deseos, creando vínculos, forjando y fraguando nuestras relaciones, con el mundo, con las personas, con nosotros mismos, con Dios. Los psicólogos dan mucha importancia al seno materno, a la casa paterna, como el lugar donde arranca el proceso de individuación de cada persona, sus raíces, que van a constituir, la base de su identidad originaria.

Qué importante detenernos en esta etapa, en los vínculos afectivo con nuestros padres, con nuestros hermanos y primeras amistades. El papel de la familia, de la escuela, de los primeros vínculos con la Iglesia.

Es verdad que en los primeros tiempos, las cosas, más que las personas, acaparan la atención del niño. Las primeras sensaciones que nos vienen de afuera, del mundo exterior, son significativas a los sentidos sensoriales, imágenes, colores, olores, sonidos. Poco a poco van entrando las voces, los rostros, los contactos y encuentros con las personas significativas.

Pasamos un tiempo en ese reconocimiento y apropiación. A veces pasamos largo tiempo enmarcando la escenografía, el decorado, la escena. Tomamos largo tiempo, pues a veces la representación de la vida nos pasa casi volando, casi desapercibida. Qué bueno pararnos algún día como este y dar marcha tras a la película de nuestra vida.

E ahora cuando me doy cuenta que a veces nos afanamos tanto en las herramientas para trabajar que nos olvidamos de trabajar el campo. El campo de nuestras vidas, de nuestras relaciones ha sido por lo general poco trabajada y explorada. Detengámonos pues en este primer periodo tan importante de la vida.




Memorias de un peregrino 1

La historia del labriego preparado las herramientas (Cuento anónimo de un gaucho).

“Érase una vez un hombre que en el interior de su rancho, pasaba largas horas del día afanado en cuidar, pulir, aceitar toda una gran cantidad de herramientas que había heredado de sus ancestros, viejos labriegos, de aquellos pagos.

Un cierto día, un vecino lo visitó intrigado por nunca verlo en los campos, algo abandonados y al encontrarlo en tan noble tarea y al ver qué hermosa y casi nuevas lucían las herramientas, o pudo contenerse y preguntó para qué realizaba dicha tarea.

Después de un sencillo y profundo silencio, el hombre respondió que limpiaba las herramientas sencillamente para que no se estropearan y siempre lucieran como nuevas. La respuesta pareció convincente al visitante, pero recordando el campo abandonado alrededor de aquel lugar, no pudo más que preguntar porqué no las utilizaba y hacía que el campo también luciese y diese frutos.

Nuevamente hubo un espacio de silencio. Luego el labriego, esta vez algo más avergonzado, acompañado de gestos cabizbajos, hizo un silencio más prolongado, hasta que tenuemente dijo: Es que yo sólo me he dedicado a cuidar mis herramientas y ya me olvidé de cómo usarlas”.

A veces, puede pasar, tener esta impresión con la vida. Nos preparamos y preparamos para vivirla y no llegamos a vivirla Como cantaba Julio Iglesias: “De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé que la vida se vive un momento. De tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir los detalles pequeños”

Como aquel sabio que acosaba de preguntas a aquel pobre pescador que le llevaba en su barca: “Usted ¿sabe de astronomía y el curso de los astros y la formación de las constelaciones? El pobre pescador le decía que no había tenido tiempo ni posibilidad de estudiar y que tan sólo se dejaba iluminar por el sol de día y guiar por la luna y las estrellas de noche, aunque no supiera su origen ni sus nombres.

El sabio le respondía: Usted no sabe lo que se ha perdido. Ha perdido la mitad de su vida. Un fuerte temporal se levantó y encrespadas olas batieron la barca. El barquero vio nervioso al sabio que se aferraba al borde de la barca, y le preguntó: Perdone mi pregunta. Entre todo lo que ha estudiado me imagino que habrá aprendido a nadar. No tuve tiempo, le dijo el sabio. Pues perdone que le diga que usted si que perdió no la mitad sino su vida entera.

Qué importante que entre tanto correr y correr, no nos olvidemos de vivir la vida. Y si la esencia de la vida es el amor, que no nos olvidemos de amar a quienes tenemos alrededor para que así descubramos el valor de cada vida.



Memorias de un peregrino 2

Los primeros recuerdos de mi casa paterna.

Empezaré presentándome me llamo Darío, en casa me llamaban Dari “el gordo”, el segundo de cuatro hermanos, Mabel “Beluchi”, Susana, “la musa” y Gelillo “el tiri”. Mis padres se llaman Darío e Isabel, a quien mi padre llamaba “chati”. Los apodos los ponía mi padre. Estos son mis primeros recuerdos. Los fui descubriendo en los diálogos con mi madre. Mis padres hicieron para cada hijo un pequeño diario cuando éramos pequeños, esto muestra con cuánto primor éramos amados hasta los más mínimos detalles por ellos. Nací en Salamanca, famosa por su antigua y célebre universidad, una hermosa ciudad, de antiguo abolengo, por sus antiguas huellas romanas, como Ciudad enclavada en “la Vía de la Plata”. Nací en una hermosa casa de dos pisos que ocupaba una pequeña manzana en Defensores de Toledo. Esta fue mi primera casa materna en la que viví los primeros tres o cuatro años.

Esta casa la construyó mi abuelo Ángel, que llamaban “el majo”, un humilde hombre de campo que con esfuerzo y picardía salió adelante. Empezó  cuidando cerdos como tratante de ganado y se fue haciendo poco a poco con ganado vacuno, hasta hacerse  con préstamos, dueño de una ganadería de toros bravos.

El majo” se codeaba con sus colegas ganaderos en el “Novelti”,  adonde acudían también, literatos y artistas famosos, como el mismo Unamuno, al que según mi madre, llegó a conocer. La familia de mi abuelo materno, fue pasando del campo de Ledesma y de la finca que allí cerca tenían, que se llamaba “Zorita” a vivir en la capital, la dorada Salamanca.

Después de alquilar una casa pegada a la Universidad, donde nació mi madre, se trasladaron a vivir en una casa propia, en la calle Traviesa, a las espaldas del Patio Escuelas. Allí vivieron y pasaron toda la guerra civil española. Mi madre apenas tenía seis años y su hermana la tía Angelines nueve. Allí murieron mi abuelo Ángel y mi otro hermano de mi madre, ambos muy jóvenes de Cincuenta y cinco y veintiún años.

Mi madre a los diecisiete años, después de la muerte de su padre, conoció a mi padre y se casó bien jovencita, a los once meses de conocerle, con sólo dieciocho años. Mi madre, estudiaba  pintura en la escuela de San Eloy y mi padre era piloto, capitán del ejército del Aire.

Fue el comienzo de un nuevo hogar, al nacer mi hermana Mabel y yo se dejó la finca y la calle Traviesa y empezamos a vivir el casa de Defensores de Toledo. De allí, pocos recuerdos, las imágenes de fotos de los álbumes. Los baños desnudos en los barreños de la terraza en verano recordando lo mucho que debía de gustarnos. 



Memorias de un peregrino 3

Algunos recuerdos de mi casa materna que quedaron grabados en mi memoria.

Recuerdos que guardo de mi madre con todo cariño. Mi madre me dijo que antes de nacer oraba a la Virgen, a la Inmaculada para que todo fuera bien. Según ella, cuando vine al mundo, vine “de una manera muy especial”, con el bracito derecho vuelto a la espalda. La comadrona que ayudaba al parto, al salir le dijo: “este niño va a ser algo especial”.

Creo que para todas las madres, cada hijo es especial, y lo que si agradezco, es que mi madre me lo quisiera hacer sentir, aunque nunca llegue a saber ciertamente lo que querían decir esas palabras. Como era tradición en casa, en seguida nos pusieron la medalla de la Milagrosa y tan pronto que pudieron nos bautizaron. Lo que también creo, es que la Virgen tomó bien en serio lo de la ofrenda que se  hace del niño recién nacido y bautizado junto a la pila bautismal.

Fui bautizado en la parroquia de San Juan de Sahagún, a la que pertenecía la casa de Defensores de Toledo, y desde aquel momento sentí, de una manera muy especial, el amparo y la protección de la Virgen. Salamanca tiene como patrona a la Virgen de la Vega y los dominicos de San Esteban, a los cuales quedaríamos muy vinculados, pertenecen a la provincia del Rosario. Dentro del convento de San Esteban, junto a la Virgen del rosario, está la Virgen de Fátima. Tan solo lo recojo ahora, para ver luego más adelante, lo que estas devociones, repercutirían en mi vida. No sé mucho de mis primeros años, pero tengo la certeza que estos se dieron en un ambiente materno, en torno a mi madre y mi abuela, muy cercano a la Virgen.

Dijéramos que fui esperado, dado a luz, nací y crecí, bajo la presencia materna de la Virgen, en un ambiente profundamente mariano, entre rezos, ave marías, rosarios, y novenas a la Milagrosa. En mi casa materna, desde siempre, era costumbre la novena a Virgen de la Milagrosa. Su imagen  se detenía en casa y seguía peregrinando de casa en casa. Siempre llegaba para iniciar el año, el calendario de la Milagrosa, como si fuera con ella, con la que quisiéramos, o ella quisiera, que comenzásemos cada año. A ella siempre acudimos, sobre todo en los momentos de mayor dificultad. ¡Cómo quedó grabada en nosotros la oración del “Acordaos”!. Acordaos Oh Piadosísima Virgen María, que jamás se haya oído decir, que ninguno de los que acudió a ti haya sido abandonado de Vos. Por eso a Vos acudimos Oh Santísima Virgen María…




Memorias de un peregrino 4

Mi otro nuevo entorno familiar. Mi casa paterna.

A eso de los cinco años, volvimos a cambiar de entorno. Dejamos la casa de defensores de Toledo y nos fuimos a vivir a “las casas de Aviación”, las que ofrecían a los oficiales del Ejército del Aire, que quedaban al final de la Gran Vía, al ladito del convento de las Dueñas de las madres dominicas, y del convento de San Esteban, de los Padres Dominicos. Era otro ambiente de familias de militares, en el que mi madre especialmente, nunca se encontró a gusto. Era un mundo de mandos y jerarquías, de rangos y de estrellas, que ni entendía ni le atraía, aunque era el entorno de mi padre.

No cabe duda que esto, querámoslo no, iba a influirnos a todos. Mi padre venía también de una familia humilde. Nació y se crió en el Bierzo, región de minas de carbón, en el pueblo minero de Ponferrada, una de las estaciones importantes del “Camino de Santiago”. Había crecido y vivido en otro ambiente distinto del de mi madre.

Mi padre nos habló poco de sus padres, Darío y Manuela, a los que no llegamos a conocer. A los diecisiete años, se fue de voluntario a la guerra civil, alistándose como requeté. Tuvo duras batallas en la zona pirenaica del noreste de España, sobre todo en Navarra y el alto Ebro. Estaba en las filas de los nacionales del generalísimo Franco. Antes de la guerra, a pesar de su corta edad, estaba trabajando como maestro de escuela. Después de la guerra, esta cambió su orientación, y tomó la carrera de piloto militar, entrando en la Academia general del Aire de San Javier. Allí hizo todo los cursos de instrucción de vuelo hasta pasar de cadete a oficial, saliendo como teniente y luego destinado como capitán a la base aérea de Matacán, escuela básica de pilotos, en Salamanca.

Fue allí donde, el gallardo capitán, conoció a mi madre en una de esas fiestas militares que organizaban en la base aérea. Allí en la base de Salamanca invertiría gran parte de su carrera militar como oficial instructor de pilotos ascendiendo a los grados de comandante y teniente coronel poniéndole luego a cargo de la escuela de controladores. Luego, con otros destinos, llegó a ser coronel y ayudante del Ministro del Aire. Toda una vida de cargos y escalafones, aunque bien es verdad que a mi padre no se le veía acaparado por otras estrellas que las del cielo.

Mi padre disfrutaba de volar, esa era su vocación, por así decir, era más piloto que militar. Se formó para ser piloto y acabó siendo maestro de pilotos en la Escuela donde se formaban no solo los pilotos militares sino los que luego ingresarían a las líneas comerciales y civiles. También le brindaron a mi padre pasar a ser piloto civil de la compañía Iberia con mejor sueldo, pero mi madre no lo vio bien. Sabía lo que eso suponía de desgarro ara la vida familiar. Así, aunque tuvo algún cargo en Iberia como navegante e inspector, no dejó nunca el ejército, siendo siempre piloto militar.




Memorias de un peregrino 5

Algunos de los ecos que quedaron en mi memoria de la casa paterna.

Guardo como muy grato el recuerdo  del sonido de las campanas todos los días en las iglesias parroquiales y sobre todo en la catedral. Los toques de las campanas marcaban el ritmo de las horas de la ciudad, los momentos de alboroto y de fiesta acompañados con cohetes y los de duelo y de dolor, tocando a muerto.

Sobre todo grabo en mi memoria el recuerdo del despertar los domingos al sonido de las campanas del convento de San Esteban de los Padres Dominicos llamando a misa. Era todo un ritual lo que acontecía cada domingo. A las ocho de la mañana ya estábamos en la churrería que había pasando el Convento de Calatrava y antes de llegar al paseo Canalejas. Se pasaba por un estrecho y oscuro pasadizo de una vieja casa que despedía un fuerte olor a churros. El churrero comenzaba bien de madrugada antes del despertar el día. Pronto empezaba la cola y esperábamos alrededor de una gran sartén a la que iban artesanalmente dejando caer los hilitos cortados, casi milimétricamente idénticos y que se iban friendo a fuego lento.

La bolsa calentita de churros la llevábamos para el desayuno que preparaba mi madre, un rico chocolate bien espeso. Era un verdadero espectáculo vernos untar los churros en el azúcar y el chocolate y cómo disfrutábamos de ese desayuno festivo cada domingo.

Después, vestidos con la ropa del domingo, íbamos en familia a la misa de las once a los Dominicos. Siempre un poco antes con abuelita para que hubiera tiempo para la confesión, aunque pudieras hacerlo durante la misa.

Después la comida familiar del domingo alrededor de la mesa del salón, puesto que los días de diario se hacía en la cocina y había turnos diferentes para los “peques”. Mi padre durante la semana, comía aparte puesto que regresaba tarde en el vehículo de la Base.

Después de la comida nos íbamos a comprar chucherías al “kiosco” del paseo Canalejas, al lado del Colegio de los Escolapios o al de la calle de San Pablo en frente de los Dominicos. Nos cargábamos de pipas, garbanzos, entremozos, regaliz de palo, goma de mascar, chicles y chupetines para amenizar la sesión de la tarde, que consistía en ver la película de turno de sesión de tarde.

Después de las seis, con mis hermanas, y a veces con mi abuela, nos íbamos a ver la película que proyectaban en el cine de los Escolapios a las siete de la tarde. Allí en el intermedio nos comprábamos en el bar nuestro bocadillo de mejillones.

Recuerdo la vez que volviendo del cine, se cayó mi abuela y se partió el brazo y el largo tiempo de recuperación que tuvo que hacer  a sus años para reponerse. Qué hermoso era acompañar a pasear a abuelita por los márgenes del río por la tarde después de comer y a sus devociones de misas particulares tanto novenas como procesiones. Recuerdo en especial en el mes de mayo el rosario del aurora que se hacía caminando por las calles de la ciudad rezando el rosario y cantando canciones a la Virgen.





Memorias de un peregrino 6

Algunos recuerdos de mi niñez y primera infancia

Algunos vagos recuerdos me vienen de mi niñez y que quedaron grabados en los álbumes de fotos que nos hicieron mis padres. Tengo la imagen de un niño rubiales, risueño, vestido de charro con mi hermana Mabel, junto a la orilla del Tormes, cerca del puente romano.

De muy pequeño recuerdo días de campo en el “campo charro”, en las dehesas charras cubiertas de encinas, junto a los toros bravos, en las cercanías de Ledesma, junto a la finca de los abuelos en Zorita. Siempre me llamó la atención la intrepidez de mi madre para enfrentarse a aquellas fieras bravas y torearlas. En la finca de Zorita, según el ambiente ganadero era común organizar capeas. Allí se lanzaba la valiente de mi madre, con algunos famosos toreros como Bienvenida, al pequeño ruedo a dar sus capotazos.

Recuerdo que un día que jugábamos en el campo y vimos como uno de los toros bravos se nos acercaba, no tenía la sangre fría ni tan siquiera de pararme para mirarlo. Corrí para esconderme a pesar que me decían que podía asustarlo. Tengo que reconocer que había algo en el campo charro que me hechizaba.

De pequeños íbamos a Galgabete, entonces un campo próximo a Salamanca, camino de Alba de Tormes, para disfrutar del campo. Mi padre pronto me invitó a ir con él de cacería. Era una diversión común entre sus compañeros de pilotos. En octubre nada más abrirse la veda, se comenzaban a organizar cacerías pasando de unas fincas otras. Al principio ayudaba a los ojeadores a espantar y acercar a las perdices a quienes las esperaban en sus escondites. Sin ser mayor de edad, ya mi padre me regaló una escopeta de calibre 12 mm para acompañarlo en las cacerías. Aprendí con él a no temer a exponerme al peligro.

Esto incentivó en mí, el espíritu aventurero y arriesgado, que si bien acrecentaba en mí el espíritu de riesgo, me dispuso para superar ciertos límites y me llevó en mi intrepidez a exponerme al peligro. Lo que también recuerdo, es que sólo pasear por el campo me relajaba y despertaba en mí el espíritu contemplativo. Los grandes horizontes de Castilla era llamada a una vida con grandes horizontes. Eran los grandes contrastes de la acción y la contemplación, el riesgo y la temeridad que empezaban a asomarse a mi corazón inquieto y risueño.




Memorias de un peregrino 7

Un niño risueño y soñador

Mi tía Angelines me contaba mis conversaciones de niño con mi tío Pepe. El me contaba historias y cuentos inverosímiles y yo, con mi inocencia de niño, me los creía todos, No cabe duda que esto  contribuyó a despertar mi imaginación y la capacidad de soñar y volar alto. Nunca me imaginé que parte de esos sueños un día, dios en su infinito amor, harían que fueran realidad.

Me gustaba sobremanera que me contara de un maravilloso viaje en globo con el que daríamos la vuelta al mundo. En cada encuentro con mi tío le preguntaba a cerca del globo y de los preparativos, lo que incentivaba más y más mi imaginación. Nunca me imaginé las vueltas que terminaría dando por el mundo.

Me decían que no tenía los pies en la tierra y que pronto me elevaba a las alturas. La verdad que el volar era una de las grandes pasiones que despertaban en mi temprana infancia. Mi primer vuelo a penas lo tuve con ocho o nueve meses, en un Junker alemán de los de la guerra, yendo a Málaga a veranear. Luego me apuntaba en los tiempos de vacaciones a subir a Matacán con mi hermanito a ver volar a mi padre. Nos pasábamos las horas viendo como arrancaban con sus ruidosos motores de hélices, rodaban, despegaban, volaban y aterrizaban.

Cuantas veces soñé con aquellos vuelos, cuantas veces los veía sobrevolar sin pensar en el riesgo que eso suponía. Los veíamos ponerse en movimiento arrancando sus fríos motores y moverse lentamente por las pista hasta alzarse a los cielos para afrontar toda clase de condiciones climáticas a veces adveras y muy malas.

Mi padrino de bautismo, también piloto murió en un vuelo de accidente aéreo, en medio de una niebla muy fuerte, en las cercanías de los montes de Gredos. Durante algún tiempo mi padre con algunos compañeros sobrevolaron su lugar natal de Asturias donde iban a tirarle, desde los aviones, flores a su tumba.

Aunque veía a mi madre preocupada, cada vez que mi padre no venía o se retrasaba, él
la consolaba diciendo que igual riesgo tenía el que viajaba en coche u otro medio de trasporte. Debíamos de confiar en Dios porque él disponía de nuestras vidas. Así fue como fui despertando poco a poco a mis ansias de aspirar y volar alto. Un impacto muy fuerte más tarde fue leer el libro de Juan Salvador gaviota del piloto inglés Richard Bach. En el describía la historia de una gaviota que tuvo el coraje de salir de la rutinaria forma de vivir las gaviotas aras de tierra comiendo de los desperdicios de basura que tiraban los barcos y de lanzarse a experimentar la tremenda y gozosa aventura de “volar alto”.




Memorias de un peregrino 8

Mi primera escuela, mi barrio, mis primeros amigos

Mi primera escuela fue de las llamadas Escuelas Pías de los Padres Escolapios. Era una pequeña escuela de parvulario y primaria  que había junto al río, cerca del puente romano, entre las choperas y las antiguas murallas de la Peña Celestina. Desea pequeña Escuela guardo un vago recuerdo que luego se me unió con otro suceso que voy luego a contar de mi tierna infancia.

En el tercer piso de esta Escuela había una terraza donde salíamos en el recreo. Allí, jugando un día, me caí y me tuvieron que dar unos puntos debajo del mentón de la mandíbula. Este recuerdo lo uno a otro de otra vez que jugaba en un árbol de Matacán.
Mis padres me dijeron que no me subiera porque me iba a caer, Desobedeciendo su mandato me encaramé al árbol con tan mala suerte que me caí.

Avergonzado no sabía cómo presentarme con la pitera, la cabeza partida y chorreando sangre. Aunque por un momento temía la reprimenda, mi sorpresa fue que cuando acudí a mi padre con la cabeza abierta, lejos de reprenderme, me atendió con toda ternura, llevándome al centro de salud para que me cerraran la pitera y me dieran unos puntos. Luego también mi madre me atendió con todo cariño.

Estos hechos, que se me marcaron para la viada, me abrirían más tarde al infinito amor providente de Dios. Me enseñaron a confiar incondicionalmente no solo en mis padres sino en nuestro Padre Dios. Si esto hace un padre de la tierra, que no hará con nosotros nuestro padre Dios. Aunque hayamos caído siempre nos espera con los brazos abiertos llenos de ternura y amor.

Así fue como en esos primeros años de escuela primaria se daban a la par las primeras lecciones de amor que guardo de mis padres que nunca, aunque si nos reprendían, nunca nos maltrataron con golpes sino que nos corrigieron con amor. En cuanto a los Padres Escolapios, recuerdo algunos que me querían como verdaderos padres, el padre Damián, sobre todo. Otros no tanto, severos actuaban con bastante rigor, como el padre Octavio.

Si bien recibí en general buena formación se produjeron algunos hechos que luego también me marcaron. Los Padres Escolapios terminaron haciendo un enorme colegio en el Paseo Canalejas que parecía un Escorial. Allí tuve mi enseñanza básica secundaria hasta el Bachiller. Mi abuela sobre todo no podía entender el coste de semejante colegio y el trato selectivo que en él se tenía. Cambiando el aprendizaje de una lengua extranjera, de francés a inglés tuve que pagar un extra por estas clases. Esto, junto con otros pormenores, me hicieron que cambiara del Colegio privado, al Instituto público.




Memorias de un peregrino 9

Mis primeras amistades

Los primeros amigos eran los del entorno más cercano a mis padres, los hijos de otros pilotos compañeros de mi padre que vivían en las mismas casas de Aviación. Entre ellos recuerdo a Alvarito, Bolchete, Juan Carlos, Ricardo y otros. Los había también de otros entornos como los de la casa de al lado Dieguito y su hermana Mari Pili. Más tarde cuando empezamos a ir al instituto se empezó a ampliar el círculo con otros ambientes como eran las hijas del catedrático Lázaro Carreter, amigas de Mabel, con las que íbamos  a la piscina climatizad de las Torres.

Luego más tarde, el clima más fraterno de amigos íntimos de verdad, los hice en el último curso del Instituto antes de la Universidad. Fue la primera experiencia de COU, Curso de Orientación Universitaria, que se hacía. Era un curso mixto incorporando un nuevo plan de estudios, fue la primera vez que estudiaba junto con mi hermana Mabel. Por las mañanas íbamos a clase al Instituto Fray Luis de León y por las tardes al Instituto Lucía de Medrano donde se daban los cursos de materias optativas como eran psicología, antropología o humanidades. Allí desperté a la verdadera amistad en un grupo fraterno y mixto donde todo lo compartíamos, desde las clases, la preparación de los exámenes o los primeros “parties” y fiestas que organizábamos en la antigua casa de la calle Traviesa.

Diríamos que poco a poco se fue ampliando el entorno. Nuestro pequeño entorno estaba reducido a la plaza de los Bandos y a los juegos de la calle. Los más preferidos eran los partidos de fútbol en la explanada al pie de San Esteban o de baloncesto en la plaza al pie de las Dueñas, donde utilizábamos como cestas las pechinas u hornacinas que estaban vacías de santos.

Los niños que empezamos jugando en la plaza, en la arena, haciendo embalses y conduciendo el agua que se le escapaba al jardinero cuando regaba, o que jugaban en la balaustrada de los jardines haciendo carreras ciclistas con chapas, jugando a las bolas o las peonzas, fuimos creciendo en un ambiente sereno a las faldas de las madres que nos vigilaban mientras ellas hacían punto y charlateaban.

Era también común los juegos con otros chicos del barrio, cuando jugábamos al escondite o policías y ladrones. Sobre todo en los momentos de las grandes fiestas donde corríamos a los gigantes y cabezudos o saltábamos la hoguera de San Juan en donde competíamos con otros chics de otros barrios a ver quien a hacía más grande.

Esto también una escuela para mí porque fui creciendo en mis relaciones en un ambiente sereno y bueno donde prácticamente no tienes recuerdos desagradables, sino todo lo contrario, un ambiente sano, distendido y protegido de malos hábitos o costumbres. No debo ocultar que la última etapa, en el despertar de mi adolescencia, cuando estábamos en el Instituto y sobre todo en el COU fue cuando fueron despertando las sensaciones nuevas de lo que suponía la amistad y el trato cercano con las chicas. Entrabas a “probar” que sentía uno al “fumar” o “emborracharse” después de bailar toda una noche junto al patio Chico. También allí sentí que mi Dios y la Virgen me protegieron.



Memorias de un peregrino 10

Mi primera iglesia. Los primeros sacramentos, bautizo, comunión y confirmación

Como ya dije, mi primera parroquia donde me bauticé fue San Juan de Sahagún. Luego al cambiar de casa, a las casas de Aviación de la Gran Vía, vivíamos junto a los dominicos. Aunque jurisdiccionalmente perteneciéramos a la parroquia de San Pablo, lo que constituyó nuestra escuela de formación a la fe fueron los dominicos.

Previamente la iniciación en la fe cristiana fue dada en los colegios, en estos se preparaban para recibir la comunión y la confirmación. Yo me preparé para recibir la primera comunión a los cinco años en el colegio de mi hermana Mabel, que estaba al lado de casa. Mi hermana me lleva once meses y en su colegio las hermanas Teresianas de Poveda estaban preparando a las chicas. Mis padres preguntaron que si de paso me podían preparar a mí, así que estas me recibieron.

De lo único que recuerdo es que me dormía y que una de las madres mayores me sentaba con ella y me tomaba en brazos. La comunión, pese a mi edad temprana, fue un hecho muy significativo para mi vida. Además de lo curioso, anecdótico y profético de cómo aconteció. Eran unas treinta y nueve niñas de seis a siete años de edad y sólo un mocoso niño rubiales de cinco, yo. Se salía del colegio de las Teresianas de Poveda en procesión hacia la Catedral Vieja donde recibimos la comunión de manos del obispo Monseñor Rubio. Digo que el hecho fue significativo y profético porque luego de misionero, al dar paso a la nueva comunidad, también era un grupo numeroso de hermanas y sólo yo, el único varón.

Recuerdo ese día de mi primera comunión entrando en aquella preciosa Catedral que tenía al frente el maravilloso retablo del altar mayor presidido por la imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Vega. Yo me sentía como ella, “bendito entre todas las mujeres”. Allí entré aquel día vestido de “marinerito”, con un traje blanco y azul, como el color de la Virgen. Llevaba en mis manos con guante blancos un pequeño misal y el rosario en la mano. Sentí como si la Virgen me llevar de la mano y me presentara a Jesús y sentí como Jesús venía por primera veza mi pobre corazón de niño a inundarlo de paz y de inmensa alegría, No se con detalle cómo se dio aquel primer encuentro pero guardo de él como un momento de indescriptible felicidad.

Sentía las palabras que se dicen antes de recibir la comunión. Señor no soy digno de que entres en mi casa. Días antes había tenido mi primera Confesión con el primer reconocimiento de mis “pecaditos”. Me sentía indigno de recibir semejante tesoro en mi corazoncito de niño y sentía como por primera vez el abrazo cálido de Jesús que recibía con inmensa alegría aquellos niños.

Volvía a repetirse lo que se dio en la gracia bautismal. Aquella ofrenda pobre y pequeña de mi vida era recibida por Dios de manos de la Virgen María. Dios no quería simplemente venir como un extraño de visita sino que como ese Dios amigo y compañero quería establecer una Alianza de amor eterno con toda mi vida y para toda mi vida. La Confirmación la recibí más tarde a los diez años en el Colegio de los Escolapios sin tener a penas relevancia y pasando casi desapercibida.




Memorias de un peregrino 11

Fuertes experiencias religiosas que empezaron a calar hondo

Las experiencias más fuertes se dieron en los tiempos de Navidad y Semana Santa. En la Navidad cuando se celebra con expectativa “El Nacimiento del Señor”, la preparábamos en casa con mucha ilusión. Íbamos al campo de Ledesma a recoger musgo y los peques ayudábamos a los papás a poder con todo esmero “El Nacimiento”.

No faltaba detalle. El cielo estrellado, los caseríos en la lejanía, los pastores haciendo sus fogatas en los montes, los patitos en el lago de espejo, los Reyes acercándose a la cueva y el maravilloso portal donde los pastores se reclinaban y adoraban al Niño Dios recostado en el pesebre y custodiado reverencialmente por José y María.

Me gustaba de niño enormemente pasarme horas junto al portal y meterme como uno más de los pastores y acercarme a dorar sigilosamente a adorar y contemplar al niño Dios. Sin duda que esto despertó en mi niñez ese espíritu contemplativo de los pastores que ya desde pequeño llamó poderosamente mi atención.

Era tan fuerte y tan viva la imaginación en aquel tiempo que no distinguíamos a veces lo real de lo irreal. El hecho de los Reyes Magos era bien representativo de ello. Por mucho tiempo, casi hasta pasados los cinco años estaba convencido de que eran realidad, aunque mi hermana Mabel, un poco mayor pero mucho más viva que yo, trataba de disuadirme.

A los Reyes, los veíamos llegar en avión en los Douglas DC9 en Matacán. Allí descendían con sus espléndidas vestiduras y eran recibidos con toda pompa y platillo. Luego se dirigían a la ciudad de Salamanca y allí paseaban durante la gran Vigilia antes de la Epifanía. El seis de Enero, día de los Reyes Magos, era uno de  los días más soñados del año. Aquel día pasábamos expectantes casi sin dormir y cuando nos levantábamos, los Reyes, que alguna vez llegamos a ver por el balcón, bien vestidos y engalanados, (mi padre y mi tío disfrazados, que se dejaron ver), depositaban los regalos en nuestros zapatitos bien lustrados que dejamos la noche anterior.

También la semana santa era vivida con fuerte resonancia interior, Recuerdo que todo se paraba entonces, El tiempo parecía detenerse y envolverse en un clima de respeto y de máxima devoción. Se cerraban todos los negocios y espectáculos. La radio solo emitía música sacra o clásica y la televisión solo programas o películas religiosas sobre la pasión. Toda la ciudad se disponía a salir a las calles a ver las procesiones. Salíamos el Viernes Santo a hacer las siete estaciones y culminábamos con la procesión del santo Entierro. Los nazarenos portando las cruces o los pasos, la música de los tambores marcando el paso a la par del son de las trompetas y las imágenes tan expresivas me llamaban poderosísimamente la atención. El Domingo de Ramos solíamos estrenar algo porque al que no lo hacía, como bien decía mi abuela, “le cortaban las manos”.




Memorias de un peregrino 12

Mis primeas oraciones y devociones

Tengo la conciencia que aprendí a orar con mi abuela, abuelita, la única abuela por parte materna que tuvimos y con la que compartimos nuestra infancia y adultez hasta el fin de su vida. Ella sin duda marcó también mi vida y fue para mí no solo como mi segunda madre sino diría como mi verdadera madre en la fe.

Era toda una señora como Dios manda. Una mujer piadosa y fervorosa hasta los tuétanos que vivía en presencia de Dios y de la Virgen de una forma natural y cotidiana. Desde que perdió su hijo y su marido a temprana edad, una vez que se casó mi madre cuando sólo tenía dieciocho años, permaneció con nosotros y supuso una atención y cuidado no solo afectivo sino espiritual, de singular y primerísima importancia.

Recuerdo la habitación donde al principio dormíamos mi hermano y yo con ella. Ella siempre tenía una lamparilla y una imagen de la Inmaculada y otra fluorescente de la Virgen de Fátima. Por las noches, cuando despertábamos inquietos o apesadumbrados por algún mal sueño o pesadilla, nos consolaba diciéndonos que rezásemos y que mirásemos a María.

Ella nos enseño a rezar las primeras oraciones, el Padre Nuestro, el ave María, el rosario, que rezaba a todas horas del día y de la noche. Era costumbre que el rosario lo rezara con todos sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos como trascurriendo todo el día e impregnando todas las situaciones que se daban a lo largo del día. Así fue como lentamente aprendimos a vivir en la fe días de gozo y otros de dolor y que debíamos saber vivir todas las situaciones de la mano de María. Esto serían lecciones que nos servirían para toda la vida.

Con ella recuerdo rezar novenas en casa a la Virgen Milagrosa y contarnos como ella acudió a la virgen en los momentos de mayor dolor, sobre todo en la muerte de su hijo y de su marido. Contaba ella como era también muy devota de san José, patrono de la buena muerte. La muerte del justo varón se dio teniendo en su cabecera a María y a Jesús. Tanto en la muerte de su hijo, como en la de su marido, oyó expresar de ellos moribundos, como salían San José y la Virgen a su encuentro.

Esta era la hermosa y grandiosa fe de mi abuela con la que nosotros sus nietos tuvimos la dicha de crecer. De misa diaria, se levantaba bien temprano para ir a misa y poco apoco, sin sentirnos presionados sino cautivados por su fe, íbamos bebiendo de su fe por osmosis de una forma natural. Recuerdo con viva emoción acompañarla en los rosarios de la aurora antes de amanecer en medio de la noche como si fuera una parábola de la vida, caminando peregrinos en la noche de la vida hasta despertar al amanecer de la nueva vida.




Memorias de un peregrino 13

Las primeras prácticas religiosas en familia. La misa dominical.

Es muy difícil llegar a identificar los eventos más significativos que fueron fraguando la experiencia religiosa de mi infancia. Creo que más que eventos por fuera eclesiales fueron las personas de mi entorno más próximo las que marcaron mi religiosidad o mi espiritualidad en mi temprana infancia.

Como he ido expresando hubo prácticas religiosas que fueron calando hondo en mi vida. Desde mi primera comunión frecuentaba no solo acompañar esporádicamente a mi abuela cuando ella iba a la Iglesia, sino que para nosotros muy importante la práctica semanal de la misa dominical. No lo vivimos tanto como una práctica o un precepto sino algo que fue poco a poco arraigando en nuestras vidas.

Yo diría que nuestros padres nos ayudaron a que no solo nos gustara ir a Misa sino que lo fuéramos viviendo como una forma de vivir dependiente de Dios. Aprendimos a ir los domingos siempre juntos en familia y creo profundamente que fue lo que más nos hizo constituirnos familia. Aunque las predicaciones de los padres dominicos resultaran a veces un poco largas y pesadas, por encima del modo o las personas que dieran la misa había un componente místico o mistérico que envolvía para mí las celebraciones.

No sabría exactamente decir lo que era, pero percibía un cierto sentido de sagrado y de divino que llamaba poderosamente mi atención. A través del marco sublime del templo era trasportado al mundo de lo espiritual y de lo celestial. Las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos me abrieron siempre al umbral de lo sagrado y me ayudaban a adentrarme en los misterios divinos, que progresivamente fui adivinando.

Era entonces aquel tiempo un tiempo de fuerte cambio y de renovación para la Iglesia. Tenía apenas siete u ocho años, cuando tuvo lugar el Concilio Vaticano II. Recuerdo vagamente el rostro cercano y simpático de Juan XXIII y nadie se imaginaba lo que él impulsaría. Era sin duda necesario un cambio de estructuras y de lenguaje. Había un modo y forma de expresar la fe que no se adecuaba a nuestros tiempos, un lenguaje arcaico y obsoleto que debía hacerse más cercano a la gente vulgar.

Las misas en latín con el sacerdote vuelto de espaldas, que tan solo casi te daba la cara para el saludo final, te resultaba frío y distante. Tengo que reconocer que tal necesidad de cambio debió de calar también en mi y que aunque sólo en leves síntomas empezaba a vislumbrar que algo nuevo, un nuevo amanecer y primavera para la iglesia estaba surgiendo.

Entre luces y sombras del pasado, tengo que reconocer, que tuve la fortuna de que la vivencia de fe en mi infancia fue una puerta maravillosa por la que Dios se me fue dando a conocer y por la que empecé a querer no solamente a Dios sino a valorar mi fe y amar profundamente mi Iglesia.




Memorias de un peregrino 14

Mis primeras peregrinaciones. Lourdes

Era tal la devoción de mi abuela a la Virgen, que no quiso morir sin visitar los santuarios de Lourdes y Fátima. En vacaciones de Semana Santa tuvimos la dicha de preparar estas primeras peregrinaciones como un verdadero acontecimiento familiar.

La primera peregrinación a Lourdes fue toda una auténtica odisea. Era la primera vez que como familia salíamos a un lugar del extranjero. De camino a Lourdes pasamos primero por el Santuario del Pilar y visitamos también el monasterio de Piedra. Nos íbamos preparando así en peregrinación familiar para llegar todos juntos al santuario de Lourdes.

Habíamos oído hablar mucho de la virgen de Lourdes y de sus milagrosos milagros a los enfermos. Fue una ocasión privilegiada para conocer la vida de Bernadette y de visitar su antigua cas en aquel molino convertido en casa del pan. Me impresionó como la Virgen tuviera predilección por gente sencilla y tan pobre y que aquella cueva donde el padre de Bernadette que trabajaba en aquel hospital arrojando los desperdicios con peligro de contagio fuera el lugar que la Virgen eligiera para visitar a los más enfermos y más abandonados. De aquel lugar de putrefacción hizo brotar el agua sanadora de este Santuario de la Virgen a donde acudieran tantos al encuentro de su Hijo.

Al acudir con mi abuela ya enferma después de la caída que tuvo con nosotros acompañándonos al cine y no se había terminado de reponer su cadera. Al ver a tantos enfermos en la gruta poniendo sus velas y sus oraciones al pie de la Virgen no dejamos de quedar todos tocados. La fe de toda esa gente sencilla venida de tantos lugares no dejó de impresionarnos.

Luego estuvimos visitando las cuevas de Betarrand, otras cuevas escondidas bajo tierra con enorme lagos que se podía cruzar en barca entre columnas de estalactitas y estalagmitas evocando una verdadera catedral natural. Eran también destellos que te dejaban ver los maravillosos tesoros que se encuentran enterrados en nuestro interior y que están por descubrirse. Estas cuevas las descubrió un pastor que iba buscando una oveja que se le extravió y que aprovechando una pequeña apertura se introdujo en aquella cueva.

Estas fueron hermosas experiencias que vivimos en familia con numerosas anécdotas del viaje, entre otras, el olor que dejaba en el coche el famoso queso francés que mantuvimos durante todo el viaje en el antiguo Mercedes Benz.




Memorias de un peregrino 15

La otra peregrinación a Fátima

La otra peregrinación que también nos afectó mucho fue al santuario de Fátima. Pasando también por el santuario de Guadalupe, donde conocimos a la Virgen Morena que tanto tuvo que ver con el acontecimiento Guadalupano de la nueva evangelización del Nuevo Mundo, nos introdujimos en las tierras lusitanas para dirigirnos al santuario de Nuestra Señora de Fátima.

Fátima guardaba todo el encanto de los pastorcitos. Pudimos incluso visitar la casa de Lucía y de conocer a un hermana suya y familiares que aún vivían. Allí nos detuvimos encantados y fascinados por el lugar recorriendo el campo de los pastores donde el  Ángel se fue apareciendo a los pastorcitos preparándoles para el encuentro con nuestra Señora en Cova de Iría.

El camino por aquel campo entre pequeños olivos rezando el rosario nos hizo adentrarnos en el maravilloso encuentro de la Virgen con aquellos humildes pastorcitos: Lucía, Francisco y Jacinta. Es impresionante la huella que dejó en mi vida esta sencilla peregrinación y encantador encuentro con la Señora. Allí estábamos en esa suave brisa con aquel mismo canto de los pájaros al caer de la tarde como en aquella tarde lo percibieron los pastorcitos en Cova de Iría. Me sentí un verdadero privilegiado de estar allí y de acudir allí con toda mi familia.

En ambos santuarios acudiría luego en momentos decisivos y determinantes de mi vida. Allí a Fátima acudiría con mi madre un trece de Octubre del 2002 donde pasamos toda la noche en la Vigilia de la Luz y la misa de la Aurora antes de venirme a Argentina con la nueva comunidad que iniciábamos.

También a Lourdes acudimos a rezar y poner en manos de la Virgen cuando estábamos errantes sin comunidad poniendo en sus manos, que si era su deseo, nos dejara ver el camino que debíamos tomar. Sin duda ella nos abrió siempre el camino. Ella estuvo en los inicios de mi vida, de mi vocación y siguió estando en los momentos de mayor oscuridad. Ella nos dejó ver el rayo de luz que nos lleva hacia Jesús.




Memorias de un peregrino 16

La primera muerte de alguien cercano. La muerte de mi abuela.

Era una tarde fría de invierno. Habíamos preparado pasar juntos la semana Santa. Era miércoles santo y sacaban de san Esteban la preciosa imagen de la Dolorosa. La Virgen aparecía envuelta en lágrimas y llena de dolor. No sabía bien lo que me querían decir aquellas lágrimas, pero tuve un presentimiento. Desde el puente del convento vi que venía el Mercedes negro con mis tíos augurando un mal suceso.

Nos reunieron a todos sus nietos y nos dieron la tremenda noticia de que mis hermanas viniendo de Madrid con mi abuela tuvieron un grave accidente. En unas de las curvas pasado Ávila, en Chaherreros, se habían salido de la carretera y estrellado contra un árbol. Mis dos hermanas estaban hospitalizadas, mi padre y mi madre se habían quedado con cada una de ellas y mi abuela había muerto en el acto.

Ella murió de muerte instantánea en el fatal accidente. La noticia que nos cayó como un rayo y de sorpresa, nos dejó gélidos y aturdidos, sin embargo contradictoriamente sentía una paz muy profunda en mi corazón. A mi abuela la sentía más viva que nunca, como si la Virgen Dolorosa me dijera, no temas, la tengo en mis brazos. Silenciosamente recordaba la oración del “Acordaos” que ella nos enseñó y se la encomendé a la Virgen para que la presentara a Jesús.

Era la primera muerte de un ser querido y tan cercano como era la abuela de todos y todos resentíamos su muerte. De alguna manera también sentí que yo podía amortiguar el golpe intentando pobremente hacer su rol, tomar su lugar y cuidar y velar por fortalecer la fe y fomentar la cohesión en la familia.

Esta yo mismo me he preguntado ¿Será este uno de los momentos en dónde empecé a sentir la llamada del Señor y la petición de la Virgen? El funeral lo vivimos con mucha paz y pasó casi desapercibido. No tuvimos tiempo de duelo pues tuvimos que atender a mis dos hermanas que quedaron hospitalizadas en Ávila.

Yo acudí al hospital donde quedó ingresada Susana. Ella iba en la parte trasera del Seat seiscientos y sus lesiones no eran tan graves. Tenía contusiones y magulladuras en todo el cuerpo y se había dislocado un brazo. Le dolía el cuello y la columna, pero no era nada grave.

Quien se llevó la peor parte fue mi hermana Mabel, que al ir adelante conduciendo se empotró el volante y el parabrisas del coche ocasionando un fuertísimo golpe en la cabeza. Tuvieron que hacerle cirugía plástica en toda la cara y mantenerla tres o cuatro semanas en cuidados intensivos. Su estado fue muy grave y todos estábamos muy preocupados de que pudiera reponerse. Sabíamos que el peor golpe sería cuando ella se hiciera consciente y se enterase de que mi abuela había muerto en el accidente.




Memorias de un peregrino 17

Los primeros conflictos familiares

Si bien la muerte de mi abuela fue una experiencia positiva para mí, fue un duro golpe para la familia. Su ausencia se dejó sentir como si hubiera sido un baluarte y fuerte vínculo de aglutinación. Para mi madre fue muy duro perder a su madre, era sin duda una seguridad y un punto de apoyo firme tenerla  a su lado. Pero creo que quien más resintió el golpe fue Mabel mi hermana mayor. Cuando una vez restablecida y todavía en el hospital empezó a tomar conciencia y a preguntar por el estado de mi abuela, la noticia de su muerte le partió el corazón.

Creo que nunca llegó a reponerse  del golpe y que esto le marcó toda su vida. Me imagino la culpabilidad que debió sentir. Ella, su nieta preferida, justo ella, en unos  de sus primeros viajes, pues recién acababa de sacar el carnet de conducir, según ella, había sido la causante del fatal accidente y de la muerte de mi abuela y no se lo perdonaba. Desde entonces Mabel empezó a tener problemas psicológicos y a tener toda clase de complicaciones hasta necesitar acompañamiento psicológico y tratamiento con psiquiatras. Fue sin duda un comienzo de desequilibrio en la estabilidad familiar que hasta entonces había permanecido en un mar de calma.

Mabel estaba despertando a su ser mujer y, emprendedora como era ella, se vio siempre frenada y contenida en todo lo que pretendía. La consentida de la abuela se quedaba des norteada y desde entonces, como marcada por el destino, pareciera que todo le fuera a salir mal. Empezó por no irle bien en el tema de las relaciones comenzando los primeros conflictos familiares. Todos lo sufrimos y lo padecimos. Ella, como chivo expiatorio, empezó a encarnar lo del garbanzo negro o la oveja negra de la familia. No creo que era algo que se lo hicimos sentir sino más bien que ella fue adoptando casi como instinto masoquista de auto castigo procedente de la no aceptación.

Todos quisimos remediar su situación, pero la verdad fue que desde entonces se hizo manifiesta su enfermedad, no fácil externamente de evaluar y que poco a poco se fue agravando progresivamente tomando las más sorpresivas facetas. Pasó por todas las enfermedades más novedosas y difíciles de tratar, anorexia, cleptomanía y trastornos que la  fueron llenando de traumas y manías aunque a un nivel externo no los manifestara. Quizás, lo peor de todo, es que debido a su enorme capacidad de superación ella no evidenciaba que estuviera mal. Fue siempre una mujer echada para adelante y tremendamente trabajadora y luchadora. Poco a poco me fui dando cuenta que fue la hermana más próxima a mí, con la que más compartí durante mi juventud y que yo mismo no supe del todo comprender, incluso aunque llevara paradójicamente escondida mi alma gemela.

Siempre aspiró a cosas grandes, no le faltó coraje ni valentía. Emprendedora como ninguna, no había nada ni nadie que la detuviera. Pero me temo que equivocó el foco de su atención.  Siempre se preocupó más de las cosas que de las personas. Atareada en mil cosas, terminaría por descuidar su propia familia incluso a ella misma. Sufrió como nadie se puede uno imaginar y se sintió muy sola al final de su vida. Por lo que a mí respecta me quedó la deuda de quizás no saber cómo haberle podido ayudar. Ahora sé que junto a mi padre y mi abuela descansa en paz.




Memorias de un peregrino 18

El último año antes de la universidad. Cursando el COU con mi hermana

Creo que este fue un año del todo especial. Era el fin de los estudios secundarios y preparatorios para la Universidad. Lo guardo en mi memoria como uno de los años más felices, culmen de mi infancia y comienzo de mi juventud. Tenía a penas dieciséis años pero me sentía eufórico de vida.

Nunca disfruté tanto en todos mis años de estudios como en aquel año por el ambiente de amistad sincera, de alegría y camaradería. Incluso la ardua tarea de los estudios se nos hacía más fácil preparándolos en conjunto. Con qué grata impresión recuerdo cómo preparábamos  exámenes en el bar del Altamira, en el segundo piso de la plaza Mayor,  Los bailes que hacíamos en la misma Plaza mayor, todo un coro grande uniéndonos a las tunas. Los “parties” que organizábamos en la casa antigua de mis abuelos en la calle Traviesa.

Se rompieron definitivamente los moldes de la competitividad que tantas veces rodean al estudio. Nos preocupábamos de compartir todo juntos y esto nos hacía disfrutar mucho más de los estudios. Fue para mí como un modelo de escuela distinta donde aprendía a saber gozar de lo que hacía compartiéndolo con los compañeros con quien lo hacía.

Fue el año donde puedo decir que desperté a la verdadera y sana amistad, donde compartíamos todo de verdad. Recuerdo que por primera vez, compartíamos no solo en la superficialidad sino en la profundidad de los anhelos más profundos que sentíamos por la vida.

Recuerdo que incluso saliendo al campo con nuestras tortillas y empanadas compartiendo el hornazo el lunes de aguas o viniendo de la feria o saliendo de los “parties”, acabábamos compartiendo de lo que sentíamos que más nos unía y nos hacía felices. Aún el amor de predilección que sentíamos por alguien que nos atraía, renunciábamos a poseerlo par no distanciarnos sino saber compartirlo para sentirnos así más hermanos.

Siento que ese año para mí fue una verdadera escuela de fraternidad y amistad sincera, No ocultábamos ni separábamos nuestra fe y nuestra creencia en todo lo que vivíamos. Sentíamos que no era incompatible sino totalmente posible compartir nuestra experiencia religiosa o de fe y que esto no nos distanciaba sino nos unía mucho más.




Memorias de un peregrino 19

La ocasión más propicia para compartir con mi hermana Mabel

Entre todas las gracias de ese año, creo que para mí fue una gracia especial que pudiera hacer parte del curso COU junto con mi hermana Mabel y junto otras compañeras con las que compartimos las clases por la tarde en el Instituto Lucía de Medrano.

Si fue una gracia que hiciéramos la primera Comunión juntos, fue también una gracia que hiciésemos ese último curso de preparación y orientación para la Universidad juntos. Mi relación con Mabel había sido un poco distante o no congeniando tanto, quizás por el hecho de lo que suponía ser la hermana mayor y por su hecho de ser mujer. Quizás por ese mismo hecho de ser mujer despertó antes en ella su madurez y sentido de responsabilidad. Siempre iba por delante como corriendo sin que nadie le siguiera ni hiciese sombra. Diríamos que mi hermana era como muy suya encerrada en sus cosas que poco compartía.

Recuerdo cuando era muy pequeño que “los Reyes” le trajeron una hermosa casa de muñecas. A mí me atraía no tanto la casa sino el coche que guardaba en su garaje, pero ella siempre muy cuidadosa no permitía que nadie tocara sus cosas. Diría que no disfrutaba de sus cosas por no compartirlas con los otros. Le gustaba tenerlo todo ordenado, expuesto como un escaparate pero sin poder disfrutar de todo lo que guardaba.

Ella encarnaba para mí la parábola del labriego que cuidaba de tener limpias y brillantes las herramientas, pero se olvidó de utilizarlas y disfrutarlas para trabajar el campo. Yo mismo también me he visto muy pobre y mermado en el campo de las relaciones, muy ocupado en tantas cosas y no tan sensible a quienes me rodeaban.

Aquel año creo que fue una hermosa experiencia para los dos, no solo para estudiar juntos sino que llevados por ese hermoso clima que Dios permitió pudiéramos compartir mucho más juntos, conociéndonos mucho más y haciéndonos más hermanos.

Por primera vez se destruyeron barreras y distancias creadas por los estereotipos de la diferencia de sexo y de edad y nos sentimos compenetrados en los mismos deseos y anhelos por la vida. Muchas de las asignaturas optativas las tomamos comunes y eso nos favoreció el poder compartir mucho más junto con nuestros otros compañeros comunes.





Memorias de un peregrino 20

El despertar de los primeros amores

Este último año del COU fue como una auténtica primavera donde con mucha fuerza y pasión se despertaron en mi corazón los primeros sentimientos de enamoramiento. Yo le llamaría los primeros amores platónicos, donde se quedaba atrás mi corazón de niño y se despertaba mi corazón apasionado y ardiente de un joven que experimentaba el amor por primera vez en su vida.

Eran sentimientos que no lograba del todo controlar o encauzar. Fueron momentos muy bonitos, de los primeros bailes, de los primeros besos y los primeros roces del cuerpo que te hacían vibrar y sin embargo sentía primordialmente que debía controlar o encauzar aquel primer impulso para no desvirtuar el amor y para que el lenguaje corporal fuera sincero en manifestar lo que verdaderamente sentía. Era como un volcán bullir en mi interior, el fuego de las pasiones y al mismo tiempo sentía en mi interior que Dios me llamaba a saber orientar y canalizar esos sentimientos en la búsqueda sincera de un verdadero amor.

Recuerdo lo bonito que fue experimentar esos sentimientos con las primeras chicas que conocía y al mismo tiempo lo cuidado, protegido y guiado que me sentía para no quemarme cuando el fuego ardía. Mucho tuvo que ver lo que ya había sido sembrado en mi corazón y que sin saber cómo lo reconocía. No sé porqué, cuando la pasión más fuerte se hacía, me sentía parco en demostrar abiertamente aquello que sentía. Creo que fue gracia de Dios guiar mi corazón cuando se vio confundido en el remolino de tantos sentimientos enfrentados que acosaban mi corazón.

Sentía la necesidad de ser fiel a mis creencias y que mi fe en Dios debía guiar también los impulsos de mi corazón. Cuando miro a distancia aquellos años, lo único que puedo decir es que Dios estaba ahí preparando y forjando mi corazón para algo que yo aún desconocía.

Aún hoy me doy cuenta que los sentimientos del corazón hay que saber reconocerlos, leerlos y encauzarlos y que es un campo que no puedes controlar ni dominar. Sólo un Amor mayor es el que puede orientar e integrar todas las dimensiones de la vida. No podemos vivir reprimiendo el amor sino encauzando el amor y necesitamos el cauce.

Si soy honesto, aún ahora habiendo pasado más de la mitad de la vida y habiendo querido huir del “turmoil” de las pasiones, las sigo oyendo irrumpir como olas en mi corazón y siento la misma necesidad de acudirá Aquel que siga velando, cuidando y guiando mi corazón siempre inquieto. Como decía San Agustín: “Me hiciste para ti Señor y mi corazón no reposará hasta descansar en ti”.




Memorias de un peregrino 21

Los verano en Galicia. Un remanso de paz con hermosos atardeceres

Los veranos en Galicia fueron como un verdadero desahogo, descanso y recreo de mar, playa y monte donde disfrutábamos toda la familia. Desde siempre compartíamos “La casa Rial” donde íbamos en Sabaris, cerca de Bayona, la última ría baja, en un lugar paradisiaco. Allí íbamos pasando año tras año nuestros veranos de tres meses que eran un auténtico regalo. Allí también Dios me dejó ver el encanto exuberante de toda su creación y disfruté hasta decir basta de toda su obra creadora.

Allí íbamos junto con mis tíos y primos con la abuela a disfrutar de tan buenos momentos. Al principio crecimos como niños y jugábamos como niños en la playa o en el monte. Nos encantaba las excursiones a la “casa encantada”, construir las cabañas en el monte de “la bolera”. Salíamos a explorar “las cuevas”, o nos íbamos a pescar a “las rocas” recoger mejillones junto a la “Virgen de la Roca”  de camino a “los cañones” camino de la Guardia.

Guardo especial recuerdo de aquel cuando se dieron “las primeras aventuras” y “los primeros amoríos”, Con Gelillo, Susana y Cristina, mis  hermanos pequeños y mi prima mayor y algunos amigos Ubaldo y su hermana Lourdes nos fuimos de excursión en nuestro primer “camping”, fuera de la vigilancia de nuestros padres a disfrutar de la playa y del campo, yéndonos con unas tiendas de campaña.

Fueron momentos de estrenar vínculos y lazos más fuertes con mis hermanos y primos. Era el sabor bueno y saludable de la amistad compartiendo todo en un ambiente de paz y alegría. También fuimos ampliando el círculo de amistades y explorando otros ambientes. Según crecimos salíamos también de noche, hicimos de todo, sardinadas, queimadas o nos acercábamos a las verbenas y las fiestas de las aldeas cercanas. Luego también como los jóvenes de entonces nos divertíamos yendo a las discotecas si bien sentía mucho más atractivo el marco natural.

Saliendo de las discotecas caminando por la playa en el silencio de noche la noche el resplandor de la luna o el oleaje del mar te resultaba mucho mas seductor que las deslumbrantes luces y estridente música de la disco que apenas te dejaba hablar y escuchar al que tenías al lado.

Aunque tuve amistades lindas con chicas, sentía no obstante que Dios no me llamaba a formalizar una relación de pareja sino que intuía que reservaba mi corazón para otro tipo de amor y otra forma de vida.

Hasta el paso del tiempo no  sabía exactamente cuál era la llamada que Dios me hacía. Lo que si sentía era que era él quien me iba guiando y llamando a amarle y reconocerle en todas sus criaturas. No quiere decir esto, que no fuera un lento aprendizaje de pasar de un amor más posesivo a un amor más gratuito según lo que Dios me pedía. Sentía la llamada y necesidad de curtirme en la escuela del amor limpio, humilde y desinteresado de Jesús que tanto me habían inculcado.




Memorias de un peregrino 22

El despegar de la tierra y volar. Mi primer vuelo.

Otras de las pasiones que vinieron a desembocar en mi vida en esos años de mi primera juventud fue la pasión por volar. Después de aquel verano tan caliente y apasionado se me propuso que antes de comenzar los estudios en la universidad aprovechara la oportunidad de librarme de “la mili”, la formación militar entonces obligatoria haciendo sólo el periodo de instrucción. Esto lo podía hacer alistándome como “voluntario” en el ejército del aire y siendo destinado después de la instrucción a la unidad de mi padre.

Así que me fui al “Pinar de Antequera” para allí hacer los tres meses de instrucción en el CRIM número uno (Centro de Reclutamiento e Instrucción Militar). A  la primera semana de llegar, probé lo que era “la prevención” o el “calabozo” para los reclutas, lo que oculté a mi padre par no sobresaltarlo. Dijéramos que pagamos justos por pecadores. Era una prueba más para curtirme en otra escuela, la de la humildad y la humillación, sin tener que evadirme acudiendo a los recursos de los favoritismos que te concedía el ser hijo de un oficial.

¿Qué me comportó ese tiempo de instrucción además de esa escuela de humildad? El conocer allí también a otros compañeros y conocer el ejército por dentro, lo que me haría conocer también mejor a mi padre. No es todo tan fácil en el ejército, hay que aprender a someterte a los mandos y como decían allí aprender a “chupar rueda y comer mucho chusco”. El “chusco” era el pan con algo de bromuro que dan a los soldados para refrenar las pasiones y amansar las fieras.

Al “jurar bandera” y poder pasar a ser soldado del ejército del Aire con plenos derechos y deberes me posibilitó incorporarme a la unidad de mi padre en Matacán, la escuela de vuelo que él llevaba. Gozando de “algún privilegio”, mi padre consiguió con alguna influencia el que pudiera volar con él, con el fin de ver y probar si tenía vocación de piloto. Ver cómo me reaccionaba y comportaba era la única manera de saberlo.

Recuerdo por eso con gran impacto lo que fue mi primer vuelo con mi padre. El volar en aquellos “T6” de la Escuela básica de pilotos era como llevar a realidad aquel sueño que tenía desde niño cuando le acompañaba con mi hermano a la base y los veíamos despegar.

El despegar de la tierra y volar era una experiencia inigualable de libertad. Era como un entrar en una nueva dimensión. Desde la majestuosidad del cielo todo se ponía en su verdadero lugar. Nuestras preocupaciones se veían tan pequeñas cuando veías tu casa junto con las otras casas y tu ciudad tan pequeña como una gota de polvo en medio del inmenso océano de la tierra. Fue como un percibir mi vida en las manos de mi gran padre Dios, no perdida en el horizonte sino bajo su inmenso amparo e insondable océano de amor.




Memorias de un peregrino 23

La experiencia del último vuelo con mi padre.

Otra de las experiencias más fuertes que han quedado en mi memoria fue la del último vuelo con mi padre. La pasión por volar había sido la pasión de su vida. Él me contó que la primera vez de “su suelta”, cuando hacen su primer vuelo solo, después de su periodo de instrucción, se sentía el hombre más libre y feliz de la vida. Como el llegó a confesarme, volando se sentía otra persona. Era una experiencia que no se puede describir. Aprendió a hacer toda clase de acrobacias, las más inverosímiles. Me confesó que con sus compañeros se retaban a pasar con el avión por el ojo de un puente, por el que no se cabía en forma horizontal y había que pasar inclinado.

Cuando venía los veranos a Galicia, él pasaba con su “T6” a ras de la playa tirando las sombrillas y rozando el alero del tejado de la “casa Rial” casi llevándose las tejas. Lo veíamos saludarnos desde su cabina con su gorra de vuelo y sus auriculares feliz de hacernos felices a nosotros que saltábamos de alegría aunque mi madre se llevar las manos a la cabeza.

Y como todo le llegó el tiempo de dejar de volar. Se hacía ya mayor y tenía problemas en la vista. Tuvieron que operarle de cataratas. Así que no desaproveché esa oportunidad única que tenía no sólo de volver a volar con él, sino tener el privilegio de volar con él su último vuelo.

Le sentía que era como si le arrancasen de él “media vida”. La mitad de su vida se la había pasado volando y ahora le llegaba la hora de tener que dejar de volar. Entonces me di cuenta que la pasión de una vida debía ser algo que no se pueda acabar ni nadie te pueda quitar.

Aunque era mayor para volar yo le veía todavía joven para seguir la vida. Pero qué hacer cuando has puesto toda tu esperanza en una cosa que no puedes seguir haciendo. Más tarde comprendí que él no solo había aprendido y enseñado a volar sino que también con él me había enseñado y había aprendido a vivir, a vivir de otra manera, confiando en las manos de Dios.

El que vuela sabe de momentos bien difíciles donde te ves solo ante el peligro. Él había pasado por momentos difíciles pero había aprendido a confiar en Dios, a ponerse en manos de Dios. Lugo más tarde comprendí todo esto, sobre todo en el momento que le dije que quería dejarlo todo y entrar de misionero. Eso que le costó enormemente me mostró como vivirlo. Me dijo que respetaba mi decisión porque por encima de él debía hacer lo que Dios quería.

Cuando más tarde acudió a mi ordenación sacerdotal el me dijo de forma extraña que había volado más alto que ningún vuelo hasta “tocar el cielo”. En aquel día Dios le permitió experimentar alguito de su cielo. En el día de su muerte me di perfectamente cuenta que había realizado verdaderamente “su último vuelo” y que después de gustar plenamente el cielo, no tenía para qué volver a la tierra.




Memorias de un peregrino 24

El primer viaje al extranjero

Al inicio de la universidad fue mi primer viaje al extranjero. Era una especie de premio por parte de mis padres y como una inyección y capacitación para aprender inglés, algo que se hacía cada vez más necesario.

Mi hermana Mabel, como siempre más arriesgada, había hecho anteriormente algunos meses en la Bretaña de Francia para aprender francés y esta vez se lanzó a irse a Irlanda para aprender inglés. Yo me fui después que ella a Inglaterra, donde se tuve un tiempo en Londres con una familia española que conocí e iba a visitar a sus hijas que allí estudiaban. Luego decidí ir a Dublín donde estaba mi hermana. Fue otra oportunidad, una vez más, para conocernos más y estrechar los lazos entre nosotros.

Mi padre ya me había abierto un poco los ojos diciéndome que estuviera atento con las compañías. Una vez más experimenté que Dios me guiaba y protegía. Era una oportunidad para de nuevo crecer y madurar en mis relaciones. Por primera vez estuve trabajando para poder costearme la estancia y tener la oportunidad de visitar algunos lugares. Mi primer trabajo fue en un restaurante llamado “Paradiso” en el que también trabajaba mi hermana de camarera. Será que le vino allí su pasión por los restaurantes y los hoteles que luego emprendería. Trabajábamos allí por la noche. Era para mí un mundo totalmente nuevo y desconocido.

Luego cambié de trabajo y me fui a trabajar en un hospital a fregar pisos. Los horarios eran de día más ajustados y me sentía mejor. Trabajé hasta que pude ahorrar un dinerillo y pude alquilar una habitación e irme con una familia y apuntarme a una academia de idiomas, pues no había otra forma de aprender. El último tiempo lo pasé con mi hermana en una familia de Cork que ella había conocido.

De nuevo me encontré con el corazón abierto de mi hermana, que también me dio muestras de su gran corazón. Tenía como yo escondido en su corazón anhelos y deseos de encontrar nuevas relaciones y abrir su corazón a lo nuevo y desconocido. En ese tiempo junto con ella pudimos experimentar en la vida sencilla de campo con aquella familia irlandesa que había algo en su religiosidad, amabilidad, sencillez y cercanía que atraía enormemente en contraste con la arrogancia que mostraba el pueblo inglés. Sin yo saberlo dios iba preparando y forjando mi corazón misionero cuando más adelante tuve oportunidad de ir como misionero a San Francisco en EEUU y luego a Irlanda e Inglaterra.




Memorias de un peregrino 25

Mis primeras vetas artísticas

Otra pasión que empezó a despertarse en mí fuertemente, por influjo sin duda de mi madre, fue la veta artística. Con mi madre empecé a pintar cuadros al óleo cuando apenas tenía ocho años. Al igual que mi padre me enseño el encanto de volar, mi madre me abrió las ventanas a mi pasión por el arte.

No había nada que me diera más gusto que ponerme a dibujar o pintar algo y luego correr a enseñárselo a mi madre. Ella me animaba y elogiaba tanto que cada vez ponía más esmero en agradarle.

Recuerdo algunas cosas que me dieron gran satisfacción. Una vez encontré un pequeño retablo deteriorado, una Virgen con un niño que encontré hecha pedazos. Meticulosamente la restauré y pinté para regalársela a mis padres en su aniversario de bodas. También recuerdo un retrato que le hice a mi abuela mientras estaba sentada en el sillón de la sala de estar poco antes de que muriera.

Tanto era lo que disfrutaba pintando que la verdad fue un auténtico dilema en decidirme para orientar mi futuro. Por una parte sentía la pasión por volar y ser piloto como mi padre, pero este me decía que eligiera otra carrera, porque volar siempre podría volar. Por otra parte sentía la pasión por el arte y pintar como mi madre. Me atraía todo lo de Bellas Artes pero a la vez sentía que mi madre me bastaba para enseñar y aprender a su lado todo cuanto quería.

Así que finalmente me decidí por estudiar Arquitectura que aunque era un campo que desconocía respondía también a mi pasión por construir y reconstruir que tanto me atraía.

No me imaginaba que dios era quien ponía en mí todos esos anhelos tan fuertes en mi corazón. El volar, el viajar, el conocer otros mundos y la posibilidad de colaborar a construir un mundo nuevo reconstruyendo las vidas rotas, era algo que dios iba lentamente infundiendo en mi corazón aunque apenas yo lo percibía.




Memorias de un peregrino 26

El desarraigo de mi tierra y mis raíces

Era el tiempo de iniciar los estudios universitarios. Después de decidirme por estudiar Arquitectura y mi hermana Mabel estudiar ingeniería informática y técnica en comunicaciones, había que pagar un alto precio, mucho más que a nivel económico. Había que salir y dejar nuestra tierra natal de Salamanca para irnos a la Capital donde poder realizar dichos estudios.

Aunque mi padre era militar y podía pedir cambiar de destino como así ocurrió, nunca me imaginé el sacrificio que también suponía para mis padres acompañar nuestras opciones. Ellos no lo dudaron un momento. Antes de dispersarnos seguir todos juntos. A mi padre le suponía dejar la escuela de vuelo de Matacán para meterse en las oficinas de los Nuevos Ministerios del ejército del Aire, aunque fuera para estar de ayudante del Ministro. A mi madre le suponía, como a nosotros, desarraigarse de sus raíces y dejar su tierra natal.

Habíamos apenas empezado a valorar, conocer y amar nuestra tierra, que se había aumentado al salir fuera y tomar distancia de lo nuestro, cuando de repente nos encontrábamos en el mastodonte de Madrid, no fácil de adaptarnos a nosotros tan provincianos. Nos resultaba una ciudad monstruosa, un mole demasiado grande en comparación con nuestra pequeña ciudad.

En Salamanca todo era demasiado humano, al alcance de la mano. Conocías las calles, las plazuelas, a la gente, al cartero, al barrendero, al lechero, a la castañera,  al del kiosco. Era fácil encontrarte y saludar por la calle a la gente que conocías. En Madrid, todo te era frío, anónimo, te encontrabas perdido en una masa indiferenciada. No conocías a nadie y todo te resultaba extraño. Me sentía un David luchando contra Goliat con la armadura pesad de Saúl.

La ETSAM, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, me parecía un monstruo con garras dispuesto a comerse a este pajarillo de papel. Era como de repente entrar en un engranaje para el que no estaba preparado. Dios de nuevo tuvo misericordia de mí y me libró de las garras del enemigo. Por cuestiones burocráticas de matrícula al proceder de Salamanca no me dejaron matricularme en la ETSAM y me matricularon en el CEU, Centro de Estudios Universitarios, donde podía cursar el primer año en un ambiente más cercano y más cuidado.

Sin duda dios lo preparó para aliviar el peso y hacerme superar la montaña que se me venía encima. Fue el inicio de una nueva etapa en mi vida que me costó superar. Entraba en una verdadera carrera de obstáculos.




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El primer eclipse de Dios

Lo que más eché de menos, incluso más allá del entorno de mis amigos fue el clima de fe, el entorno religioso en el que había crecido. Si en Salamanca crecíamos al unísono respirando todo un ambiente de fe, en Madrid era como una atmósfera de polución que te ahogaba y asfixiaba. Era el ambiente prácticamente ateo del mundillo de la Universidad, eran los años difíciles de revueltas, de manifestaciones violentas donde veías a la policía entrar a caballo y golpear a “tuti quanti”. Revueltas encabezadas por grupos del PCE, Partido Comunista Español.

Eran las corrientes postmodernas y progresistas que se estilaban y que reclamaban la autonomía de la razón, el liberalismo de toda norma moral hasta cuestionar y oponerse a toda creencia religiosa considerada como opresora y represora. Más que la libertad religiosa era como entrar en un marasmo donde se quería anular toda espiritualidad. Fue como de repente entrar en la hegemonía de la razón y de la ciencia y ponerlas como adversarios  de la fe.

En medio de tal ambiente de por sí agresivo uno se encontraba como desorientado y desarmado. Además uno entraba en la dura prueba de la competitividad y la selectividad. Era como comenzar toda una carrera de obstáculos y prepararte para superar toda clase de pruebas. A los niños japoneses cuando empiezan la escuela se les muestra un salmón. Es el símbolo de los que tienen que nadar contra corriente y saltar por encima toda clase de escollos para alcanzar los remansos de las altas cumbres.

Lo que ocurría es que no parecía haber remansos sino que cuanto más avanzabas más ardua se hacía la carrera. Parecía que tenías que estar dispuesto a pagar cualquier precio si querías acabar la carrera. Me sorprendía ver cuántos empezaban y cuántos abandonaban por no superar los exámenes tan duros y selectivos. Vi a padres de familia
Llorar por intentar una y otra vez por no poder superarlos.

Parecía como tomar un tren de alta velocidad que no respetaba semáforos y lo arrollaba todo a su paso con tal de llegar a destino. Esta carrera, tal y como estaba planteada, me parecía deshumanizante, no sólo perdías el gusto de lo artístico sino de lo verdaderamente humano. Se valoraba, lo llamativo, lo aparente, lo aparatoso, aunque careciera no solo de estética sino de sentido.

Creo que yo mismo tardé en reaccionar y que supuso para mí una primera crisis de fe. No sabía qué hacer para no renunciar a algo tan querido como fue la fe y los valores de mi entorno familiar y hacerla compatible con los estudios. Aún en medio de este aparente desierto Dios no me dejó que me perdiera sino que puso a mi lado personas y amigos que me ayudaron a no perderme en el camino. Entre ellos aprecio mucho a mis amigos y compañeros, los hermanos Ucha, Rodolfo, Alejandro y José María, cariñosamente conocidos en casa como “los coruñeses”, que compartieron su fe conmigo y fueron como estrellas en medio de la noche.




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Los viajes de Inter Rail a Europa en las vacaciones

Durante los años de estudios de mi carrera universitaria, uno de los alicientes y compensaciones que tenía para estudiar y para pasar los exámenes era poder quedar libre en los veranos aprovechando estos para viajar y descansar. Dios me lo concedió y estos viajes fueron un abrir poco a poco mi mente al mundo.

Por aquel tiempo se posibilitaba a los estudiantes una manera muy barata de viajar, por Inter Rail. Se promovían unos kilométricos para viajar por tren por toda Europa. Era una manera de promover turismo y lazos culturales entre los países europeos. Por unas cinco mil pesetas podíamos viajar durante un mes por cualquier país de Europa. Se nos brindaba también una red de albergues, “Youth hostel” con tarifas muy baratas para estudiantes.

Era pues una oportunidad de oro para abrir las puertas al mundo y conocer tantas realidades nuevas que me dieran un conocimiento de la realidad más allá del científico desde la propia experiencia, tocando la realidad y conociendo como vivía la gente más allá de nuestras fronteras.

El primer viaje fue como exploratorio, para ver el terreno en un primer recorrido para conocer a primera vista los lugares de mayor interés, lo hice con un compañero de curso. Salimos de Madrid en un primera gira por París, Bruselas, Copenhague, Estocolmo, Oslo, Hamburgo, Bremen, Münich, Friburgo, Berna, Insbruck, Salzsburgo, Wiena, para pasando por Yugoslavia terminar en Italia.

Lo que más me encantó fue precisamente a Italia donde nos detuvimos con especial interés,  no sólo por el interés artístico y cultural sino por dar como con las raíces de mi cultura y de mi fe. Entramos por el norte visitando la encantadora Venecia, para visitar Florencia, la cuna del renacimiento. Era como encontrar la “ciudad gemela” de mi encantadora Salamanca. Al ver las obras de los grandes artistas del renacimiento, era como tocar las cuerdas y las fibras de toda mi sensibilidad artística y volver a vibrar por algo que se había quedado como aletargado y dormido. Allí era fácil conectar con las profundidades de las corrientes que recorren el curso de los tiempos y la historia y tienen sabor a eternidad.

Una de las obras que más me impactaron fueron las del gran genio Miguel Ángel. Empezó a atraerme su sensibilidad no sólo artística sino religiosa. Llamaba la atención en la capilla de San Lorenzo su mausoleo a sus mecenas Los Medici, Julián y Lorenzo. Sus tumbas funerarias y grupos escultóricos del día y la noche, el crepúsculo y la aurora como recogiendo todo el legado de la herencia clásica y presentándola con una originalidad única. Más impresionante era descubrir una de sus últimas obras inacabadas, la Piedad Rondini en Santa María di Fiori, la catedral de Florencia. En medio de la misteriosa imagen de la Virgen con Jesús aparecía el autorretrato del propio Miguel Ángel, representando a Nicodemo, en forma de monje. Verdaderamente curioso que el artista más grande de la historia aparezca al final de su vida inmerso en ese misterioso. Terminamos nuestro periplo en Roma causando un gran impacto y prometimos junto a la Fontana de Trevi, tirando la monedita, que regresaríamos para verla con detenimiento.




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La segunda visita a Roma y el descubrimiento de la Europa del Este

Ya el primer viaje marcó de tal forma nuestra visita a Italia que quisimos volver. El segundo viaje de Inter Rail, que hice con mis amigos y compañeros “los coruñeses”, lo preparamos para centrarnos en Italia y Grecia y profundizar en las raíces de nuestra cultura. Entrando por Venecia nos detuvimos en el Veneto visitando Pádova, Vicenza y Verona para pasar a visitar luego Piza, Siena y Bolonia y volvernos a detener en Florencia y sobre todo en la Ciudad eterna de Roma

Roma tiene un hechizo especial que te atrae poderosamente la atención, como un pozo o mar sin fondo que te sientes llamado a explorar. En ella se combina la síntesis del legado histórico cultural y espiritual de lo profano y lo sagrado, de lo bello y lo misterioso en una simbiosis única. Sólo la visita al vaticano y sus museos nos dábamos cuenta que había tesoros artísticos de imaginable belleza que pedían más de una visita

Percibíamos incluso que los tesoros más valiosos quedaban ocultos a la vista. Las grandes basílicas encierran las tumbas de los mártires y numerosas reliquias de mártires que te adentraban en lo eterno de lo que permanece. Cómo no conmoverse ante la capilla Sixtina,  la Piedad, la capilla del Quo Vadis, el Coliseo o las Catacumbas y dejar que las mismas piedras te hablen de lo que encierran. Eran como vetas por las que podía acceder a tocar parte del misterio insondable de nuestra fe  al que sólo se daba entrada en actitud de admiración, veneración y adoración.

Después bajando por Brindisi pasamos a visitar Grecia, Larisa, Atenas y otras ciudades del Egeo. Desde allí no pudimos resistir la curiosidad de trasladarnos por la antigua Tesalónica hasta Estambul la antigua Constantinopla, la segunda Roma y primera capital de la iglesia de Oriente. Aunque se salí del Inter Rail bien merecía la pena. Uno quedaba fascinado por sus mezquitas, Santa Sofía o la Mezquita azul. Era como abrir la puerta todo el mundo islámico. Desde allí salían caravanas a tierra Santa o la India y te hablaban de sueños que algún día se hicieran realidad.

Una vez abierto el apetito de riente, como este quedaba aún muy fuera de nuestras posibilidades nos propusimos en el tercer viaje, que volví a hacer con mis amigos “los coruñeses”, recorrer todos los países del este que quedaban aún bajo el telón de acero. Así entrando por el norte junto al mar Báltico, visitamos Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia para volver a terminar en Roma. Era todo un reto pues salía del circuito de Inter Rail. Eran países bajo el régimen comunista y teníamos que sacar visados especiales. Fueron nuevas puertas y nuevos horizontes los que se abrieron para nuestras vidas.

Tan sólo mencionar que este tercer viaje, aunque tampoco lo fueron los otros, no fue meramente turístico sino de gran riqueza espiritual. En Polonia dimos en Gdansk en sus astilleros con todo el origen del movimiento de Solidartá, en Cracovia, cuna de Juan Pablo II pudimos visitar cerca de ella los campos de concentración y exterminio de Aswitch y Treblinka. En Aswitch descubrimos las vidas de Maximiliano Kolbe y Edith Stein, mártires en esos campos de horror y verdaderas lumbreras en medio de esos infiernos lo que dejaron en nosotros una profunda huella y conmoción. ¿Cómo se podía vivir en medio de tanto espanto siendo testigos de semejante fe?




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Un remanso en medio del torbellino

En la titánica lucha por la sobrevivencia, escalar puestos y acabar la carrera pude encontrar un remanso de fe en medio del marasmo espiritual reinante en la universidad, eran los círculos de fe, los retiros y encuentros que organizaba el Opus en medio del año escolar de la universidad. Quienes hicieron de puente para acudir a todos estos espacios fueron de nuevo “los coruñeses”, mis verdaderos ángeles custodios.

La sintonía de fe y la amistad sincera que existía entre nosotros se fue forjando a lo largo de toda la carrera y se potenció compartiendo todos estos viajes de Inter Rail que incluso lográbamos prolongar con visitas en Galicia nuestras familias. Fue verdaderamente hermoso tantos momentos de compartir con ellos. Uno se daba cuenta que incluso más allá de los monumentos valorabas las personas y las experiencias compartidas con ellas.

Era como si uno sintiera la necesidad no solo de viajar por fuera sino por dentro, para conocer más a fondo el misterio de nuestra fe. En esos momentos donde uno sentía alrededor el gran desierto espiritual fue una verdadera gracia de Dios encontrar esos espacios. Nos reuníamos en un pequeño piso cerca de la casa de Cea Bermúdez a orar y compartir la fe. Participaba también con mi hermano Ángel en otras actividades abiertas culturales o recreativas. A Gelillo le encantaba los partidos de fútbol que se organizaban las tardes de los domingos en un centro deportivo en la carretera de la Coruña a las afueras de Madrid.

Todo esto me ayudo a ir haciendo “camino” en ese camino interior. Aunque bien es verdad, si tengo que ser sincero, había “algo” en su espiritualidad con la que no me sentía plenamente identificado, en su momento para mí supuso un asidero y apoyo espiritual muy grande. Dentro del ambiente universitario era muy difícil encontrar “algo así”.

Doy gracias a Dios que me diera en este tiempo estas amistades y esta ayuda para caminar y profundizar en mi fe y en la búsqueda, que cada vez con más fuerza, sentía en mi interior. Aprecio sobre todo la amistad con Alejandro con quien me sentía muy identificado. También reconozco que hubo otras amistades en otros ambientes que también me ayudaron como el círculo andaluz de Yecla y Lorca. Tomás Lola y Soledad. Tomás también era compañero de arquitectura y Lola y Soledad eran sus amigas que estudiaban psicología. Con ellos fue también una hermosa amistad.




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Los últimos años de la carrera

A partir del tercer año uno tenía que escoger la especialidad. A mí me atrajo el área del Urbanismo y sobre todo el área de la restauración de ciudades histórico-artísticas, creo sobre todo por mi afinidad con Salamanca. Crecía la expectación y la preocupación de cómo abrirse paso en el futuro.

A través de la invitación de algunos profesores se me abrió la posibilidad de empezar con algunas prácticas y colaborar en algunos proyectos. Había que aprovechar cualquier oportunidad de tener algún campo de prácticas ante la excesiva teorización en la carrera y entonces se nos ofreció la posibilidad.

Con Tomás, el compañero y amigo de Yecla, empezamos a trabajar por “horas” en el estudio de lamela en la sección de Urbanismo. Aunque el trabajo era en principio un poco pesado, pues estábamos casi como meros dibujantes, luego poco apoco se nos fueron abriendo otras posibilidades.

El entrar en un ambiente tan sofisticado, poniéndote una bata blanca y teniendo que “fichar” a la entrad y salida mientras trabajabas casi en silencio con un “hilo musical” de fondo, me resultaba algo demasiado frío y formal. Pero fue la forma de abrirse otras puertas a través de nuevos contactos. Comencé a colaborar en proyectos de urbanismo en COPLACO, comisión del área de planeamiento del cono urbano de Madrid, en el diseño de extensión y planificación de nuevas ciudades en el área metropolitana de Madrid, como Alcorcón, Móstoles, Alcalá de Henares, etc. También tome parte en algunos planes especiales para algunas islas en Galicia cerca de la Toja y algún proyecto incluso para Salamanca en el casco histórico.

En general, según mi pobre apreciación, era que la mayoría de los planes y proyectos, que en sí tenían interés a primera vista, luego caías en el mundo de los “tejes y manejes” que los rodeaban, otros intereses políticos y económicos que hacían menguar cada vez más mi interés. Tanto los estudios que iba haciendo como las experiencias de trabajo no respondían del todo a las expectaciones que yo tenía.

Aunque me sentía con muy poca experiencia, a la vez me asustaba tenerme que meter en ciertas estructuras que no encajaba. Muchas eran las preguntas que me hacía: ¿De qué valían tantos esfuerzos, tantos estudios si acababan muchas veces respondiendo a los vanos intereses de especulación de unos pocos? Intentando construir nuevas ciudades ¿Qué significaba el verdadero progreso y desarrollo de los pueblos donde el factor económico muchas veces privaba o favorecía solo las clases más pudientes y desatendía las necesidades de los más pobres? ¿Eran nuestros proyectos adecuados a las necesidades de las personas para favorecer ambientes más humanas y relaciones más fraternas? Tenía la impresión que cuanto más escalabas peldaños más se metía uno a formar parte de un mundo materialista cada vez más tecnócrata y más deshumanizado, un primer mundo donde primaban las estructuras de poder que en nada favorecía al progreso de los más pobres. Aquellos primeros proyectos que causaban mi atención al inicio de empezar la carrera como planes de urgencia en áreas devastadas habían quedado totalmente en el olvido.




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El final de la carrera. Satisfacción y decepción.

Casi de tanto correr por acabar la carrera, me encontré a mis veintitrés años acabándola y preguntándome ¿qué era lo que iba a hacer? Había tomado como proyecto fin de carrera cómo construir un tejido urbano de media alta densidad poblacional en Arturo Soria en una nueva propuesta urbana que respondiera a los ideales del mismo Arturo Soria de volver la ciudad industrial y mecanizada al campo, Volver a integrar la naturaleza y la escala humana a la ciudad tan inhumana.

Era como un proyecto utópico con grandes espacios abiertos y donde las viviendas escalonadas tenían incorporadas la naturaleza con jardines colgantes incluso fuentes dentro de las mismas casas.

A pesar de conseguir acabar la carrera muy joven me sentía como un conejillo de indias que acababa de salir a la jungla y que atemorizado no sabía ni a dónde ir ni qué hacer. Pensándolo más a fondo creo que sentía la llamada a dar un viraje a mi vida pero que no me sentía capaz o aún no estaba preparado. Había sido demasiado tiempo viviendo apurado por acabar a cualquier precio la carrera sin darme tiempo para pensar que es lo que iba a hacer con ella.

Necesitaba tiempo para orientar mi vida y mi futuro, me sentía tomando un tren de alta velocidad sin saber muy bien mi destino ni en qué estación bajar. Así que terminé dándome tiempo para pensar y madurar. Me matriculé en estudios de doctorado en la misma ETSAM y a la vez en unos estudios de postgrado interprofesionales que ofrecía el IEAL para capacitarse para arquitectos municipales.

Era una oportunidad para volver mi mirada a mi ciudad y luchar por promover un tipo de desarrollo que no estuviera al margen del legado histórico cultural sino que pudiera crecer respetando y valorando toda su historia y su pasado. Fue ese el móvil de tomar como tesis doctoral el hacer un proyecto de conservación y restauración de la imagen y de todo el casco histórico de la ciudad de Salamanca.

Durante esos dos años que tenía por delante al tener que cursar menos horas lectivas se me abría la posibilidad de abrir nuevas ventanas y explorar nuevas perspectivas para ver si se me despejaba y abría el horizonte. La verdad que agradezco a dios que me diera tiempo para hacer este camino interior para dar más cauce a la búsqueda que sentía-

En mi parroquia de Santa Rita con otros jóvenes como yo también universitarios y acabando sus estudios comenzamos un grupo misionero para profundizar en nuestra fe y abrirnos a la misión que tuvo mucho que ver con el despertar de mi vocación misionera.




Memorias de un peregrino 33

Los años de postgrado y doctorado

Durante los dos años de doctorado en la ETSAM y de posgrado en el IEAL me fueron aportando elementos nuevos. El trabajo interdisciplinar con otros profesionales, sociólogos, economistas, abogados, ingenieros, geógrafos o ecólogos especializados en distintas áreas como la conservación y protección del medio ambiente, el paisaje, el medio físico o el entorno me aportó una sensibilidad nueva y me acrecentaba la esperanza de que trabajando juntos se podía de verdad construir un mundo mejor.

Pero lo que sorprendió y llamó más mi atención fue el hecho de tomar distancia de la teoría y la especulación y tomar más contacto con la realidad. Esto curiosamente se dio a través el grupo misionero. A través de él me di cuenta que había tanto que hacer y que se podía empezar desde nuestro entorno. Así fue como iba alternando el trabajo y los estudios de arquitectura por la mañana con el trabajo misionero por la tarde. Sobre todo en los fines de semana íbamos realizando jornadas misioneras que llamábamos “actividades al aire libre”,

Comenzamos por afianzar el grupo con la oración y a darle un aire misionero tratando de salir al encuentro de la gente más necesitada. Visitar niños huérfanos, personas ancianas o abandonadas, barrios pobres carenciados. Nos metimos en “auténticos agujeros negros” como el Pozo del tío Raimundo”. A medida que más me metía más disfrutaba y me preguntaba lo que podía ser si a eso dedicara toda mi vida.

Poco a poco me sentía más atraído a una vocación misionera que de arquitecto. Veía el vacío que me producía cuando me abocaba a todo lo aparente y pasajero buscando solo mi propia realización y lo feliz que me hacía salir al encuentro de los más pobres y necesitados. La inquietud misionera iba calando en mis huesos y todas las fibras de mi ser como un fuego que no podía apagar.

Tanto fue así que a la hora de defender la tesis doctoral dios me infundió una gracia especial. Por primera vez comencé la defensa con una oración y más tarde renuncie a la defensa y al doctorado y expuse abiertamente al director de la tesis y el jurado que no tenía intención de seguir como arquitecto y que me sentía llamado a otro tipo de arquitectura, fue como por primera vez sentir que se desataron mis cadenas de qué dirán y exponer abiertamente que sentía profundamente otra orientación de vida que no se quedase en la apariencia sino que me llevar a construir un mundo más fraterno y humano optando por los más pobres de esta tierra.

Sin duda que no fue comprendido y que pareció lo más sorpresivo y descabellado sobre todo para el director de mi tesis doctoral que era a la vez director de la ESAM y del Colegio de Arquitectos de Madrid. Se llevó las manos a la cabeza y no podía comprender que “echara a rodar” lo que con tanto esfuerzo e interés habíamos trabajado.





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Algo muy significativo en esta etapa. Mi peregrinación a Roma

Fruto de mi amistad y relación con mis amigos y compañeros de universidad “los coruñeses”, por medio de ellos fuimos invitados mi hermano Gelillo y yo a tomar parte de una peregrinación universitaria a Roma organizada por el ICU, “Instituti per la Colaborazione Universitaria”,

Aunque prácticamente me había desvinculado de las actividades y encuentros que tuve en el primer tiempo de mi carrera en el Opus, no desatendí esta invitación tan importante en esta etapa de mi camino. Era una hermosa ocasión para compartir mi fe y mis inquietudes con otros universitarios jóvenes de todo el mundo que se reunían para celebrar la pascua en Roma y tener un encuentro con el Papa y otras actividades culturales, era una especie de preámbulo a lo que iban a ser los WYD o las JMJ.

Salimos de Barcelona en barco hasta el puerto de Nápoles para desde allí emprender el trayecto aroma. Me atraía enormemente volver a visitar Roma pero esta vez en un clima de peregrinación y de fe, las otras tres veces anteriores me había interesado más por los monumentos por fuera y las obras que relucían más en la superficie y ahora era invitado a detenerme a descubrir el mundo asombroso que había permanecido enterrado y durante tanto tiempo oculto a mis ojos.

Acudimos a las celebraciones de esos días en el Vaticano. Acudimos el miércoles al auditorio a escuchar al Papa a una audiencia especial para los estudiantes venidos de todo el mundo. El jueves hubo una especial eucaristía con el Papa y todo el clero de Roma. El viernes hicimos el recorrido por las siete grandes Basílicas y acompañamos al Papa en el Vía Crucis del Coliseo por la noche.  El sábado acudimos a la gran Vigilia dentro de la gran Basílica de San Pedro. El domingo en la gran plaza de Bernini abarrotada de peregrinos sentimos la alegría de ser cristianos, de pertenecer a una Iglesia tan universal. La semana siguiente tuvimos diversas actividades. Recuerdo con mucha emoción la visita guiada que tuvimos a las catacumbas, Era como entrar en el subsuelo de Roma más a profundidad y adentrarnos en la fe que profesamos y que confesaron tantos mártires que derramaron su vida por Cristo. Allí en la oscuridad de las catacumbas brillaban como lumbreras por toda la eternidad. Se percibía que no visitábamos las tumbas de muertos sino que estaban vivos y entonaban con sus vidas cantos de alabanza al que vive por siempre.

No se resumir ni rescatar toda la experiencia vivida en esa primera peregrinación espiritual, fuera del entorno familiar, lo que sí sé es que me sentí un peregrino en la fe y que al fin empezaba a vislumbrar y descubrir mi meta, No me avergonzaba de ser cristiano, al contrario, sentía una dicha muy grande y una llamada a seguirle. A la vuelta de mi viaje llegando a Madrid después de la peregrinación tenía la intuición de que algo nuevo estaba dando comienzo.



Memorias de un peregrino 35
Los encuentros que siguieron en Barcelona y Taizé

No menos importantes fueron los encuentros internacionales que organizaba la comunidad de Taizé en Navidades y que coincidió en Barcelona. Allí acudí con un grupo de jóvenes universitarios del grupo misionero que habíamos empezado en nuestra parroquia de Santa Rita, estos encuentros fueron para mí la confirmación del llamado que sentía. El encuentro de navidad en Barcelona fue como una preparación y el de la pascua en Taizé fue la confirmación.

En Barcelona nos alojábamos en familias y en diversas parroquias repartidos por toda la ciudad. En un aire juvenil alegre y desenfadado compartimos nuestra fe con cristianos no sólo católicos sino de otras confesiones. Éramos jóvenes de distintas nacionalidades, racas, culturas, lenguas, hablando un lenguaje común, el amor y creyendo que el compartir la fe y el amor a Jesús nos hacía sentir hermanos construyendo juntos un mismo proyecto, su reino de amor.

Me impactó conocer al hermano Roger y leer con detenimiento el mensaje que nos dirigía claro y sencillo que llegaba de lleno al corazón. Después del encuentro en Barcelona, nos acercamos a conocer una comunidad joven que viviendo una vida sencilla en común en oración y fraternidad intentaban hacer vida el evangelio Fue también como un aspirar el aire fresco de que el evangelio y las bienaventuranzas eran fuente de inmensa felicidad que me atraía poderosamente.

Tan grata fue la experiencia que vivimos en Navidad que unos meses después en pascua acudimos a Taizé que surge cerca de un antiguo monasterio de Cluny. Allí tiene la comunidad ecuménica de Taizé su casa madre o centro de espiritualidad más importante a donde acuden jóvenes de todo el mundo. No me podía imaginar la vitalidad y el poder de atracción de aquel pequeño centro. Para la Pascua nos reunimos casi treinta mil jóvenes. Estábamos distribuidos en grande carpas. Era una preciosa oportunidad para vivir la Semana Santa compartiendo la fe con otros jóvenes. Se podía vivir  en un clima de oración en silencio o en compartir abierto. Como ya lo tuve abierto en Barcelona aproveché para hacerlo más en silencio pues sentía que lo necesitaba. Fue una experiencia inolvidable.

Recuerdo muy vivamente la vigilia de oración del Viernes Santo después de la adoración de la Cruz. Era un anochecer de una tarde fría de invierno. Contemplar la Cruz, el icono de la Cruz de san Francisco, en el suelo y a su lado el icono de la Virgen me trasladaba a la escena del Calvario. María a los pies de la Cruz de su Hijo. Me sentía atraído y llamado a permanecer allí con maría a consolarla por su dolor.


Salí a recoger una flor y e la quise poner a sus pies. Cuando me aproximé a hacerlo sentí el deseo profundo de quedarme allí como si ella también quisiera quedarse conmigo y mostrarme algo. Me quedé toda la noche  y me mostró cuán triste gris y vacía es una vida y un mundo sin la luz de la fe y sentí que ella acercándome a su hijo me decía: Hijo mío tu puedes dar vida al Cuerpo de mi Hijo, tu sabes el remedio para curar sus heridas en tantos corazones y tantas familias heridas y rotas por la falta de amor. Cuando volví de Taizé había comprendido cuál era mi vocación y había sentido una fuerza especial  para responder al llamado de Jesús de dejarlo todo y seguirle.


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