martes, 8 de septiembre de 2020

El arte como belleza de la fe

 

EL ARTE COMO BELLEZA DE LA FE

 


Introducción

El hombre es un ser artístico por su propia constitución de haber sido creado a imagen y semejanza del Creador. El arte suscita atracción y admiración porque contemplando la obra nos remite a su Creador. La contemplación de la creación nos remite al Creador. Por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega por analogía a contemplar a su Autor (Sab 13,5; Rm 1, 19- 32)

El arte ha suscitado a lo largo de los tiempos curiosidad y admiración. Casi desde los orígenes de la historia se inició la historia del arte. La representación del rostro humano parece resumir la aspiración eterna del hombre de conocer a Dios y conocerse así mismo. Cualquiera que sea el modo de expresión, la época o el lugar en que el arte se manifiesta, el hombre ha tratado traducir de la manera más completa y penetrante el mundo que se esconde tras de cada obra y cada ser humano.

Durante mucho tiempo a lo largo del cristianismo, diríamos sobre todo el primer milenio, el arte ha sido expresión y vehículo de la fe. Tan solo, a partir sobre todo del renacimiento, el arte dejo de ser sagrado para convertirse en profano. Este trabajo tiene el objetivo de ahondar en el significado de la belleza y de reconocer el arte como transmisor de la belleza de la fe.

Este trabajo se inspira en el llamamiento de los últimos papas, Juan Pablo II en su carta a los artistas como preparación a la entrada en el tercer milenio, Benedicto XVI y su preocupación de integrar el arte y la fe y el papa Francisco de poner el arte al servicio de la evangelización. Esta sensibilidad es la que lleva al Consejo Pontificio de la Cultura a publicar el documento de la Via Pulchritudinis.



1.     EL HOMBRE SER ARTISTICO BUSCADOR DE LA BELLEZA

Somos seres buscadores y constructores de belleza. El artista es imagen del Dios Creador. Los artistas buscan nuevas epifanías de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística. Somos artífices de obras artísticas no tanto creadores. El Creador crea de la nada, es el modo de proceder propio del Ser que es Creador Omnipotente, los artífices utilizan algo ya existente dándole forma y significado[1]. El Artista divino, con admirable condescendencia, transmite al artista humano un destello de su sabiduría transcendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. A cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida., en cierto modo, debe de hacer de ella una obra de arte que refleje la grandeza de su Creador. El hombre como ser espiritual se llena de estupor y admiración al ver la creación y surge de él la adoración, la alabanza, la acción de gracias (Sal 8, 4-7.10)

El hombre es un misterio a descubrir[2]. El hombre tiene una vocación artística porque el hombre es un ser en búsqueda. Muchos se han preguntado a lo largo de la historia sobre el camino a la búsqueda de Dios. Tres son los trascendentales que mueven al hombre inscritos en su ser, la búsqueda de la verdad (la razón), el bien (la moral), la belleza.

La Iglesia ha trasmitido la fe de innumerables formas y maneras. La Iglesia se ha esforzado mediante dogmas enseñar la verdad, mediante normas mostrarla forma de comportamiento ético de acuerdo a la fe. Hoy más que nunca se hace necesario vehicular la fe por el camino de la belleza. Nuestra experiencia de fe, nuestro encuentro con Dios, es algo bello, fascinante debe provocar admiración y fascinación. Lo celebramos en la liturgia y lo expresamos mediante el arte sacro a través de la música, el canto, la imagen, la expresión artística. Hemos heredado un riquísimo patrimonio artístico nacido de la fe y se precisa reconocerlo y valorarlo como instrumento de evangelización.



1.1 EL HOMBRE TIENE HAMBRE Y SED DE BELLEZA

Señor qué es hombre para que te acuerdes de él el ser humano para darle poder (Sal 8, 4-10) El mundo en que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperación. La belleza, como la verdad, trae el gozo al corazón de los hombres y es un fruto precioso que resiste el paso del tiempo, que une a las generaciones y las hace comulgar en la admiración[3].

El camino de la belleza responde al íntimo deseo de felicidad que late en el corazón de todo hombre. Abre horizontes infinitos, que impulsan al hombre a salir de sí mismo, de la rutina y del instante efímero, para abrirse a lo Trascendente y al Misterio, a desear, como objetivo último de su deseo de felicidad y de su nostalgia de absoluto, la belleza original que es Dios mismo, creador de toda belleza creada.

La belleza, contemplada con ánimo puro, habla directamente al corazón, eleva interiormente desde el asombro a la maravilla, de la felicidad a la contemplación. Por ello, crea un terreno fértil para la escucha y el diálogo con el hombre y para llegar a él en su integridad, mente y corazón, inteligencia y razón, capacidad creativa e imaginación. La belleza no deja indiferente: despierta emociones, pone en movimiento un dinamismo de profunda transformación interior que genera gozo, sentimiento de plenitud, deseo de participación gratuita en la misma belleza, de apropiársela interiorizándola e insertándola en la propia existencia concreta.

 


1.2 LA IGLESIA TIENE NECESIDAD DEL ARTE[4]

Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable. Ahora bien, el arte posee esa capacidad peculiar de reflejar uno u otro aspecto del mensaje, traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto, sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente y de su halo de misterio.

La Iglesia necesita, en particular, de aquellos que sepan realizar todo esto en el ámbito literario y figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas. Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible.

La Iglesia necesita también del arte. ¡Cuántas obras y piezas sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas del sentido del misterio! Innumerables creyentes han alimentado su fe con las melodías surgidas del corazón de otros creyentes, que han pasado a formar parte de la liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su celebración. En el canto, la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios.

La Iglesia tiene necesidad de arquitectos, porque requiere lugares para reunir al pueblo cristiano y celebrar los misterios de la salvación. Tras las terribles destrucciones de la última guerra mundial y la expansión de las metrópolis, muchos arquitectos de la nueva generación se han fraguado teniendo en cuenta las exigencias del culto cristiano, confirmando así la capacidad de inspiración que el tema religioso posee, incluso por lo que se refiere a los criterios arquitectónicos de nuestro tiempo. En efecto, no pocas veces se han construido templos que son, a la vez, lugares de oración y auténticas obras de arte.

 


1.3 ¿EL ARTE TIENE NECESIDAD DE LA IGLESIA?[5]

La Iglesia, pues, tiene necesidad del arte. Pero, ¿se puede decir también que el arte necesita a la Iglesia? La pregunta puede parecer provocadora. En realidad, si se entiende de manera apropiada, tiene una motivación legítima y profunda. El artista busca siempre el sentido recóndito de las cosas y su ansia es conseguir expresar el mundo de lo inefable. ¿Cómo ignorar, pues, la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma que es la religión? ¿No es acaso en el ámbito religioso donde se plantean las más importantes preguntas personales y se buscan las respuestas existenciales definitivas?

De hecho, los temas religiosos son de los más tratados por los artistas de todas las épocas. La Iglesia ha recurrido a su capacidad creativa para interpretar el mensaje evangélico y su aplicación concreta en la vida de la comunidad cristiana. Esta colaboración ha dado lugar a un mutuo enriquecimiento espiritual. En definitiva, ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad. Se ha puesto de relieve también una peculiar relación entre el arte y la revelación cristiana. 

Esto no quiere decir que el genio humano no haya sido incentivado también por otros contextos religiosos. Baste recordar el arte antiguo, especialmente griego y romano, o el todavía floreciente de las antiquísimas civilizaciones del Oriente. Sin embargo, sigue siendo verdad que el cristianismo, en virtud del dogma central de la Encarnación del Verbo de Dios, ofrece al artista un horizonte particularmente rico de motivos de inspiración. ¡Cómo se empobrecería el arte si se abandonara el filón inagotable del Evangelio!



 

2.     EL ARTE Y LA BELLEZA

El arte y la belleza Junto con la razón, ha recordado cómo la belleza del cristianismo constituye un convincente argumento en esta sociedad posmoderna y algo esteticista. la dimensión estética constituirá una instancia irrenunciable, La belleza evidencia y realza todavía más el atractivo de la verdad y, por eso, la fe cristiana ha sentido siempre la necesidad de apoyarse en el arte, para hacerse todavía más visible y patente. Juan Pablo II en su carta a los artistas comenta: “Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado la Iglesia necesita del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable”[6] . 



2.1 LA BELLEZA DE LAS ARTES

Si la naturaleza y el cosmos son expresión de la belleza del Creador e introducen en el umbral de un silencio contemplativo, la creación artística posee la capacidad de evocar el inefable del misterio de Dios. La obra de arte no es la belleza, pero sí su expresión y, si bien obedece a cánones fluctuantes, posee un carácter intrínseco de universalidad. La belleza artística suscita emoción interior, provoca en el silencio un arrebatamiento que lleva a salir de sí, al «ex-tasis».

Para el creyente, la belleza trasciende la estética y lo bello encuentra su arquetipo en Dios. La contemplación de Cristo en su misterio de Encarnación y Redención es la fuente viva de la que el artista cristiano extrae la propia inspiración para expresar el misterio de Dios y el misterio del hombre salvado en Jesucristo. Toda obra de arte cristiana tiene un sentido: es, por naturaleza, un «símbolo», una realidad que remite más allá de sí misma y ayuda a avanzar por el camino que revela el sentido, el origen y la meta de nuestro camino terreno. Su belleza está caracterizada por su capacidad de provocar el paso de lo que es «para sí» a lo «más grande que sí». Este paso se realiza en Jesucristo, que es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), la «Verdad toda entera» (Jn 16,13). 



 

2.2 LOS TEMPLOS, LUGARES SAGRADOS, LAS CASAS DE DIOS

Juan Pablo II en su carta a los artistas decía: “La Iglesia tiene necesidad de artistas, de arquitectos porque necesita lugares para reunir al pueblo cristiano y celebrar los misterios de la salvación. […] En efecto, no pocas veces se han construido templos que son, a la vez, lugares de oración y auténticas obras de arte”[7]. Arquitectura y oración se encuentran fundidos en un solo espacio, y la historia de la Iglesia ha sido en ocasiones afortunada en este tipo de manifestaciones conjuntas, no siempre fáciles de conseguir. El cristianismo ha dejado a la historia, a lo largo de todos los tiempos, edificios de gran calidad y belleza.

Ahí están las primeras basílicas constantinianas y las bizantinas en oriente, los templos románicos y las grandes catedrales góticas, para seguir con iglesias renacentistas y barrocas, o con los espacios sagrados –algunos muy logrados– que se han construido en época contemporánea. Todas estas manifestaciones artísticas son dignas de atención, no sólo por parte de los especialistas. Dios vive también en templos construidos por las manos de hombres, por paradójico e increíble que nos pueda parecer[8].


2.3 LA MORADA DIVINA Y EL ARTE SAGRADO

El fundamento antropológico del templo cristiano nos lo desvela el cardenal Ratzinger cuando dice: “El templo es expresión del deseo humano de tener a Dios como cohabitante, de poder habitar junto a Dios y alcanzar así el modo perfecto de habitar, la comunión perfecta que destierra toda soledad y todo miedo de modo definitivo”[9]. Los creyentes vieron en el Templo un lugar sagrado, un lugar para encontrar a Dios, un lugar para la oración. El Templo es para los creyentes, casa de oración; los primeros cristianos se movían en esa parte del Templo que cabe considerar como embrión de las sinagogas. “El sacrificio iba ligado a Jerusalén, pero la casa de oración podía estar en todas partes. Retienen, pues, del Templo los elementos del futuro: lugar de reunión, lugar del anuncio, lugar de oración”[10]. También la iglesia cristiana es lugar de sacrificio, mejor dicho, del memorial del único sacrificio definitivo de Jesucristo en la cruz, actualizado de modo real cada vez que ofrecemos el pan y en el vino en el Espíritu, por el que se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo[11].

En el templo cristiano, los fieles se sitúan frente a Cristo presente en el Pan y en la Palabra, y se unen a la presencia del cielo en la tierra que se da en toda verdadera liturgia. Los fieles se reúnen ante este acontecimiento cósmico y escatológico a la vez. “Aunque el templo definitivo llegará cuando el mundo se haya convertido en la nueva Jerusalén, aquello a lo que apuntaba el templo de Jerusalén se hace presente del modo más sublime. Aquí, en la humildad de la forma del pan, se anticipa la nueva Jerusalén”[12]. Por eso la Iglesia, a lo largo de todos estos siglos, ha reunido su mejor arte en torno al sagrario y los templos. Pintores, orfebres y escultores han realizado auténticas obras cumbre alrededor de él, pues constituye el verdadero eje y centro del templo. El centro del arte como el de la vida cristiana gira en torno a la Eucaristía.

 


2.3 EL RICO PATRIMONIO DE LA IGLESIA

Las obras de arte de inspiración cristiana, que constituyen una parte incomparable del “patrimonio artístico y cultural” de la humanidad, son objeto de un auténtico entusiasmo por parte de multitudes de turistas, creyentes o no creyentes, agnósticos o indiferentes al hecho religioso. Este fenómeno está en continuo aumento y llega a todas las categorías de la población, sin distinción de cultura y de religión.

La cultura, en el sentido de “patrimonio espiritual”, se ha «democratizado» fuertemente: gracias al extraordinario desarrollo de la tecnología, las obras de arte se han acercado al pueblo. Nos basta pensar por un momento qué sería de Europa si desaparecieran todas las iglesias. Sería un desierto de utilitarismo, donde el corazón tendría que dejar de latir. La tierra se hace inhabitable cuando los hombres quieren construir por y para sí”[13]. Sería una tierra baldía, vacía, sin sentido. Por eso tantas personas, incluidos tantos turistas, van a las iglesias en busca de cercanía, y no sólo de belleza. Por esto también la Iglesia tiene necesidad del arte: para poder cumplir mejor su misión evangelizadora, y para acercar a Dios a tantos hombres y mujeres de hoy.

 


3. LA BELLEZA SUSCITADA POR LA FE

De dónde brota la belleza milenaria, de la que brota la «creación en la belleza», de la que Platón ya hablaba en el Simposio [14]. La belleza tiene un rostro y este rostro es Cristo. Cristo es el bello rostro de Dios y del hombre. El rostro de Cristo, ha sido la fuente de inspiración de tantos artistas. A lo largo de los siglos el rostro de Cristo ha representado una fuente fecunda de inspiración para los artistas cristianos. Con una extraordinaria riqueza imaginativa, estos se han esforzado, mediante una búsqueda continua y continuamente renovada, por representar la belleza de Dios revelada en Cristo y de hacerla cercana, casi tangible y visible.

De alguna manera, el artista prolonga la revelación, la manifestación de la fe, obrando con las formas, las imágenes, los colores o los sonidos. Mostrando cuán hermoso es Dios, dice cuánto lo es para el hombre, como su propio bien y verdad última de la existencia. La belleza cristiana es portadora de una verdad más grade que el corazón del hombre, verdad que supera el lenguaje humano e indica su Bien, lo único esencial.

Las abadías y monasterios se convierten en oasis de paz cuando en ellos resuenan las melodías inmutables, que a lo largo de los siglos desempeñan su función de alabanza, de súplica de acción de gracias. Hombres y mujeres de todas las épocas y de todas las culturas han experimentado una profunda emoción, hasta abrir el corazón a Dios, contemplando el rostro de Cristo en la Cruz.[15]

 


 

3.1 LA BELLEZA DE CRISTO

Como dice Ratzinger: Todo verdadero arte nos lleva a Dios, a Cristo y a su Espíritu, como primeros artistas. “En virtud de su misión en la creación, al Logos se le ha llamado ars Dei: el arte de Dios (ars  tehchné). El Logos mismo es el gran Artista, en el que está presente, en su forma originaria, todas las obras de arte, en la belleza del universo. El hombre está llamado a participar del canto del universo, esto es pisar las huellas del Logos y seguirlo. Todo arte humano, si es verdadero, es una aproximación al verdadero artista, Cristo, el Espíritu creador”[16]. La belleza de la creación puede ser un punto de referencia, al menos en su modo de obrar, para todo artista. Además, la verdad se puede hermanar de modo profundo con la belleza y, juntas, presentarse de un modo mucho más claro y evidente, algo parecido a como nos sucede cuando estamos ante una pintura o ante otras obras.

El arte cristiano y la belleza presente en la vida de los santos son también excelentes vías de acceso a la verdad. “Si la Iglesia debe seguir convirtiendo y, por tanto, humanizando al mundo, ¿cómo puede renunciar en su liturgia a la belleza que se encuentra íntimamente unida al amor y al esplendor de la resurrección? Los cristianos deben hacer de su Iglesia hogar de la belleza y, por tanto, de la verdad, sin la cual el mundo no sería otra cosa que la antesala del mismo infierno”[17].

Cristo es el paradigma, el modelo de toda belleza humana. Sin embargo, nos damos cuenta de que hay un momento en el que desaparece en él toda la belleza física: “no hay en él parecer ni hermosura” (Is 53,2) nos dice el profeta, refiriéndose al momento de la pasión. Nos habla de una belleza eterna, definitiva, no de algo efímero y limitado.

 


 

3.4 LA BELLEZA CRUCIFICADA

Surge enseguida la pregunta que ha ocupado a los padres de la Iglesia: si en ese momento Cristo era hermoso, o si, por el contrario, es la fealdad la que nos conduce a la verdad propia de la realidad. “Quien cree en Dios, en el Dios que se ha revelado precisamente en la apariencia desfigurada del Crucificado por amar hasta el extremo (cf. Jn 13,1), sabe que la belleza es la verdad y que la verdad es la belleza, pero en el Cristo sufriente también aprende que la belleza de la verdad contiene la ofensa, el dolor e incluso el oscuro misterio de la muerte, y que esto solo puede ser encontrado cuando se acepta el sufrimiento, no cuando se lo ignora”[18].

Sin embargo, no todo resulta tan sencillo como podría parecer en un primer momento, pues el mal sigue existiendo y a veces se reviste de belleza. Es la belleza luciferina, la belleza del “más hermoso de los ángeles” (cf. Ez 28,12-19).

Por eso el arte cristiano está entre dos fuegos: ha de oponerse por un lado al culto a lo feo, el cual afirma que toda belleza es engañosa, ya que tan solo exponer lo que es atroz, indigno y vulgar sería la verdad y la verdadera explicación. Por otra parte, ha de oponerse a la belleza engañosa que empequeñece a los hombres en lugar de engrandecerlos, lo cual supone precisamente una mentira”[19].

El arte y la belleza cristianos han de huir del feísmo, del culto a lo feo, y buscar también una belleza menos efímera, más duradera, que lleve a todos hacia esa Belleza eterna que sólo tiene Dios, pero de la que nos quiere hacer partícipes. Es esta la belleza de Cristo, que salvará el mundo.

En este sentido, el itinerario de san Agustín, un apasionado enamorado de la belleza, constituiría todo un precedente: partiendo de las bellezas terrenales, alcanzó esa “Belleza tan antigua y tan nueva”[20] que tardó en encontrar, pero que al final pudo alcanzar. Es esta la belleza que salvará al mundo, en la que se unen verdad y belleza, amor y dolor, tal como se presentan en la misma Persona de Jesucristo.

En la pasión de Cristo, la maravillosa estética griega, con su visión de lo divino, que sin embargo permanece inexpresable, no está suprimida, sino que ha sido superada. La experiencia de lo hermoso ha recibido una nueva profundidad y un nuevo realismo. Aquel que es la Belleza misma se dejó abofetear y escupir y coronar de espinas. Es precisamente en este rostro donde se manifiesta la verdadera y definitiva belleza, la belleza del amor que llega hasta el fin, y que se muestra en esto más fuerte que la mentira y la violencia. “El rostro del Crucificado nos libera de esta réplica mentirosa, por lo demás hoy tan vehemente, por cuanto supone indudablemente que nos dejamos herir por él y confiamos en el Amor, quien puede arriesgarse a despojarse de su belleza externa para proclamar, de esta manera, la verdad de la belleza”. La Belleza crucificada y resucitada nos lleva hacia una forma superior de belleza, hacia una belleza mayor: la belleza verdadera y eterna, que antes ha muerto pero que después ha resucitado para siempre. Y entonces se convierte en eterna.

Si Cristo, Nuevo Adán, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»[21], la mirada cristiana sobre la belleza de la creación encuentra su cumplimiento en la sorprendente noticia de la recreación: Cristo, representación perfecta de la gloria del Padre, comunica al hombre su plenitud de gracia y así lo hace «gracioso», es decir, hermoso y agradable a Dios. La encarnación es el centro focal, la perspectiva justa en la que la belleza adquiere su significado último: El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre[22].

En una continua acción de gracias, el cristiano alaba a Cristo que le ha devuelvo la vida, y se deja transfigurar por este don glorioso de que es objeto. Nuestros ojos, ávidos de belleza, se dejan atraer por el Nuevo Adán, verdadero icono del Padre eterno, «reflejo de su gloria e impronta de su sustancia» (Heb 1,3). A los «puros de corazón», a quienes se ha prometido ver a Dios cara a cara, Cristo concede ya entrever la luz de la gloria en el corazón de la noche de la fe.

 


3.3 EL ARTE Y LA ICONOGRAFÍA

“Admirar los iconos y las obras maestras del arte cristiano nos conduce en general a un camino interior, a un camino de superación de nosotros mismos, y nos lleva entonces, en esta purificación de la visión que es purificación del corazón, a la belleza del rostro o, al menos, a un destello de él, con lo cual nos pone en contacto con la verdad”[23]. El arte y las imágenes sirven tanto para dar culto como para acercar a los fieles a los misterios de la fe. Las imágenes nos hablan de Dios sin sustituirlo, evitando toda idolatría, precisamente gracias a la realidad de la encarnación. “En la imagen de culto se prolonga el dogma”[24], afirmaba un conocido historiador del arte cristiano.

Con las imágenes se explica, se explicita, se concreta de modo particular e imaginativo la fe de todos los cristianos. La Iglesia ha rechazado siempre la iconoclasia y la ausencia de imágenes, y ha afirmado por el contrario que estas nos llevan también a Dios, sin quedarnos por ello en la pura materialidad de la representación. En esto se diferencia claramente del islam y del judaísmo, así como de algunas otras concepciones cristianas nacidas a partir de la Reforma protestante[25]. Las imágenes han acompañado al culto desde las primeras catacumbas, y toda la historia de la Iglesia está acompañada de imágenes. Se representó desde un primer momento a Jesucristo como encarnación de la verdad y del amor.

A Cristo se le representaba en su significado, es decir, en imágenes “alegóricas”, “simbólicas”: como el verdadero Filósofo que nos enseña el arte de vivir y de morir, como el Maestro que imparte esa continua lección de amor, pero sobre todo bajo la figura del Buen Pastor. Esta imagen, tomada de la Escritura, llegó a ser muy querida por los primeros cristianos, por el hecho de que al pastor se le consideraba, al mismo tiempo, como una alegoría del Logos. Jesucristo era así el Logos encarnado, muerto y resucitado por amor. Verdad anunciada por el Filósofo y el Maestro; amor encarnado en el Buen Pastor que va en la busca de la oveja perdida. “El Logos por el que todo fue creado, lleva dentro de sí los arquetipos de todo lo que existe, es el custodio de la creación. Con la encarnación, carga sobre sus hombros la naturaleza humana, la humanidad en su conjunto y la lleva a casa”[26].

 


3.4 LA TEOLOGÍA DEL ICONO

Los cristianos orientales han desarrollado toda una teología del icono en este sentido que, según el teólogo alemán, se presentaría en ellos la divinidad de un modo que reflejaría mejor la dimensión del misterio Es la fuerza mistérica que tienen el arte bizantino o el románico. “El icono procede de la oración y conduce a la oración, libera de la cerrazón de los sentidos que solo perciben lo exterior, la superficie material, y no se percatan de la transparencia del espíritu, de la transparencia del Logos en la realidad”[27]. El icono presenta y hace más cercano al Logos hecho carne.

Cuando el Logos se hace carne, permite también ser representado en las imágenes artísticas, como prolongación del misterio de tomar la naturaleza humana. Así, por ejemplo, los iconos bizantinos, las pinturas románicas o las vidrieras góticas, los retablos y los frescos de todas las épocas, las esculturas con sus múltiples estilos y alegorías: todas estas representaciones han servido para realzar el culto e ilustrar la fe, y han contribuido a recordar la presencia de Dios entre los hombres y mujeres de todos los tiempos.

 


4.     EL LENGUAJE Y LA TEOLOGIA DE LA BELLEZA

Podríamos hablar de toda una teología de la belleza que ha sido sobre todo profundizada por filósofos y teólogos rusos, los más grandes teólogos de la belleza[28]. La belleza según Verdiavev es el fin de la vida universal. Es la cima de los trascendentales. Tres han sido los trascendentales que mueven al hombre. La verdad, el bien, y la belleza. El sentido de la vida espiritual es llegar a ser bello (no solo bueno). El bien está unido a la verdad. Pero antes que el bien está la belleza. La refleja es reflejo de lo absoluto, de lo divino. 

Para realizar verdaderamente el bien el hombre debe descubrir una fuerza creativa capaz de transfigurar la realidad y no solo de ser reflejo del absoluto. La belleza es la carne de lo verdadero y del bien. La verdad última se manifiesta en el amor absoluto, en el amor verdadero. La verdad se comunica con belleza.[29] La verdad manifestada es el amor y el amor realizado es la belleza. El amor se realiza en forma pascual. El amor como la belleza es un lento aprendizaje difícil de aprender.

 


 

4.1 LA BELLEZA NO ES TANTO FORMAL COMO RELACIONAL

La belleza tiene que ver con la unidad, con la comunión. La belleza es la unidad realizada como comunión. La unidad entre la verdad y el mundo material. La unidad entre la humanidad y Dios (Cristo y la Iglesia). La belleza tiene un rostro. La materia está ordenada y subordinada a la verdad última. La materia, la carne humana se orienta a manifestar el rostro de Cristo.

La materia lleva en sí misma una orientación, la manifestación de la vida divina que es comunión. La unidad de todos en la carne, en el cuerpo de Cristo. La belleza está orientada a crear y realizar en plenitud la verdadera comunión.

La belleza es unidad en lo multiforme. La realidad es multifacética, la materia es multiforme, tiene muchos estratos, dimensiones. La belleza es expresión de la unidad de las diferentes dimensiones (entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual)

La síntesis de la belleza la encontramos en una carne humana, en Cristo, el bello por excelencia. La síntesis de su amor la encontramos en la eucaristía, la expresión verdadera de la comunión entre Dios y los hombres. Por eso el sacramento y síntesis de nuestra fe es la eucaristía. En la eucaristía el pan, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, se transforma, mejor dicho pasa a manifestar (anadoxai) el Cuerpo de Cristo. El pan se vuelve la carne del Verbo. Todo se orienta y se encamina a la eucaristía.

Como dicen los Padres capadocios, Máximo el Confesor y otros desde la Encarnación, Cristo ya está en el mundo, en la materia. Todo fue creado en Él y para Él (Col 1, 16-17). Todo fue creado por medio de El y encaminado hacia El. En toda la materia del mundo, el Verbo ha dejado su códice (el código del Verbo). Toda la materia está dirigida y orientada a manifestar el rostro de Cristo que lleva dentro. ¿Cómo se ha manifestado Cristo? En la carne humana, de una forma paradójica. Cristo Crucificado en la cruz despojado, anonadado, humillado es el rostro más bello. (Is 53). La forma del amor de Dios es el Triduo Pascual. El Crucificado es la más grande Palabra de Dios pronunciada sobre nosotros.

 


 

4.2 LA BELLEZA RELACIONAL COMO LUGAR DE COMUNION

Lo que cambia y transforma el mundo es el amor, el amor del Crucificado. El amor transfigura la realidad. Por eso decimos que la belleza es relacional. No se trata de una belleza formal estética cosmética sino relacional. Nuestra vida, nuestra historia está llamada a ser a manifestar la gloria de Dios. Los santos reflejan la gloria de Dios la vida de Dios en el amor. La belleza tiene que ver con la santidad. Reflejan resplandece en su carne el rostro de Cristo. La belleza no tiene nada que ver con el poder o la riqueza o la sabiduría humana.

La belleza no se puede separar de la vida ni de la liturgia. Tampoco la liturgia se puede separar de la vida. La belleza debe manifestarse en la liturgia. La iglesia como sacramento pasa a ser un pedazo de cielo, donde se anticipa y se pregusta aquí el cielo (anticipación del Reino de los cielos).

 


4.3 LA BELLEZA SE ENCAMINA Y ORIENTA AL ESCATÓN

La belleza está orientada al escatón (schaton) Cristo, el Afa y el Omega. La belleza se ve al fin no al inicio. Es un largo proceso. El amor se tarda en aprender. Se realiza en la experiencia concreta de cada día. Es en la historia donde se va revelando la belleza.

El bien que no se realiza como belleza es falso. La verdad que no se comunica como belleza puede llegar a ser un monstruoso fanatismo. En nombre de la verdad se ha llegado a las más grandes aberraciones, dogmatismos, fanatismos, cruzadas, inquisición.

La belleza reside en Cristo es la carne de la Verdad y del bien. Si la Verdad que es Cristo, no conquista la carne de la belleza caemos en dictaduras ideológicas. Tratamos de imponer la verdad a la fuerza, de enseñar la verdad a base de dogmas, dogmatismos y moralismos. (dictadura de la verdad o del bien). La verdad revelada es el amor revelado en Cristo y el amor realizado y consumado es el amor de Cristo en la cruz y la eucaristía.

El sentido de la Iglesia y de la vida cristiana es volverse bella, volverse santa en el amor. Como diría San Agustín: “Cuando una mujer bruta ama se vuelve bella”. El amor es lo que nos hace bellos, semejantes a Dios que es amor.

Si miramos a la historia envuelta en tantas luchas y guerras descubrimos una tragedia. Pero es un drama tragedia de amor. En medio de la oscuridad resplandece la luz. Siempre descubrimos hombres y mujeres que han mostrado la belleza a través de tantos gestos de amor. El que ama refleja el escatón que es Cristo. En la Parusía, la Jerusalén celestial, no habrá mas llanto ni lágrimas (Ap 21,4).

También nosotros somos llamados a entrar en este escatón a través de Cristo en la Eucaristía. Todos estamos ya dentro del Cuerpo de Cristo en un ya sí pero todavía no. Sobre la tierra empezamos ya a ser lo que seremos plenamente en el cielo.

 


4.4 LA DISTORSION CORRUPCION DE LA BELLEZA. LA BELLEZA USURPADA DEBE SER REDIMIDA

El pecado ocasiona la corrupción de la belleza. “Toda la creación espera ser redimida de la corrupción, espera la revelación de la gloria de los hijos de Dios” (Rm 8,18)

La experiencia del pecado ofusca distorsiona la finalidad y orientación de la belleza. Se apaga la luz interior y el hombre se descubre sin luz, en la oscuridad. El hombre queda ciego por sus pasiones y concupiscencias. (El hombre cae en la seducción del eros: se exalta la forma olvidando el espíritu, sensualidad).

La belleza se puede aliar con el bien o con el mal: es tan ambigua como la libertad. Es cierto que la mentira conoce todavía otra trampa: la belleza engañosa y falsa, una belleza deslumbrante que no lleva al hombre al éxtasis de las alturas, sino que lo encierra totalmente en él mismo. Seduce pero no conduce a ninguna parte. Es la belleza que no despierta el anhelo por lo inefable, ni la disposición al sacrificio, ni al abandono del ego, sino que lo incita a la avidez, a la voluntad de poder, de poseer y de placer. “Es ese el tipo de experiencia de belleza de la que habla el Génesis en el relato del pecado original: Eva vio que el fruto del árbol era “hermoso” para comer y “apetecible a la vista”.

La belleza, tal como ella la experimenta, le provoca la mentira de la posesión, por así decirlo, la repliega sobre ella misma”[30]. Hay una belleza aparente y engañosa que nos puede llevar al error y a la mentira. Y también con esta belleza ha contado Cristo y ha de contar el mismo cristiano[31]. “¿Quién no reconocería, por ejemplo, en la publicidad, las imágenes hechas de un modo tan refinado, para inducir a las personas a poseerlo todo, a buscar la satisfacción del momento, más que a estar abiertos a los demás?

La creación y la materia espera ser redimida pues se sometió a las vanas ambiciones, (pasiones, poder placer). “El hombre se creyó dios y cambió la gloria de Dios por la gloria mundana” (Rm 1, 21). El origen de toda idolatría y concupiscencia es la distorsión del fin de la finalidad del hombre. El hombre se entonteció y en lugar de glorificar a Dios buscó su propia gloria. Cambiaron la gloria del Dios inmortal por la de los seres mortales.

El pecado reduce el hombre al individuo. El individuo no participa en la vida que es comunión, no hace emerger la comunión. El individuo en su auto afirmación busca la realización de sí mismo. El individualismo nos hace hacer en un subjetivismo exasperado.

El hombre se dejó llevar por el deseo de someter la materia. La belleza no se posee se recibe, es don, don del Espíritu (el que santifica y hace bello, santo, el iconografo interior). Cuando nos apropiamos del don queda fosilizado. La belleza reside en la capacidad de acoger el don del Espíritu, para que el don se manifieste y se encarne en nuestra vida.

 



4.5 LA BELLEZA DON DEL ESPIRITU. LA BELLEZA SANTIFICADA. LA REALIDAD TRANSFIGURADA

“A los que llamó los predestinó para que reflejaran su gloria” (Rm 8,30). Este es el fin de la belleza, manifestar la gloria de Dios. La belleza de la vida nueva en el Espíritu. “Todos aquellos a los que conduce el Espíritu son hijos de Dios” (Rm 8,14).

La belleza no es concebida como una realidad a conseguir sino como un don a acoger. Es participación de una realidad escondida misteriosa que vislumbramos desde el mismo misterio de la Encarnación. No es una realidad iluminada desde fuera sino desde adentro.

La belleza no es una idea es una persona: Cristo. Cristo, el Verbo, la Verdad se encarnó para extender y manifestar sobre nosotros la vida inmortal. El es la Luz que ilumina el hombre desde dentro y nos hace descubrir la realidad de modo nuevo, lo que somos “el cuerpo de Cristo”.

Los cristianos al recibir el bautismo recibimos el don de una vida nueva, una inteligencia nueva, un modo de ser nuevo. El modo de ser y de vivir el cristiano es comunión, porque Dios es comunión. Dios existe en comunión y para la comunión, la unidad en la diversidad.

La luz del Espíritu Santo nos ilumina desde dentro.[32] El don que recibimos es el amor, la misma vida de Dios que es comunión. Estamos a ver bajo la luz y la mirada de Dios, ver la realidad a través del Otro. El Espíritu es una persona divina que con su Luz interior te atrae, te envuelve, te enamora. La belleza de la santidad emana del hombre configurado con Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo, es uno de los más hermosos testimonios, capaces de sacudir aun a los más indiferentes y de hacerles sentir el paso de Dios en la vida de los hombres.

 

2.6 LA BELLEZA QUE SALVA[33]

Ya en los umbrales del tercer milenio, deseo a todos vosotros, queridos artistas, que os lleguen con particular intensidad estas inspiraciones creativas. Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas. Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro.

Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte. Gracias a él la humanidad, después de cada momento de extravío, podrá ponerse en pie y reanudar su camino. Precisamente en este sentido se ha dicho, con profunda intuición, que «la belleza salvará al mundo»[34].

La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!»[35].

 


2.7 EL ESPÍRITU CREADOR Y INSPIRACIÓN ARTÍSTICA

En la Iglesia resuena con frecuencia, en cada Pentecostés, la invocación al Espíritu Santo: Veni, Creator Spiritus... « Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo creaste »[36].

El Espíritu Santo, «el soplo» (ruah), es Aquél al que se refiere el libro del Génesis: «La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gen 1, 2). Hay una gran afinidad entre las palabras «soplo-espiración» e «inspiración». El Espíritu es el misterioso artista del universo.

En la perspectiva del tercer milenio, todos estamos llamados a recibir abundantemente el don del Espíritu, el don de las inspiraciones creativas, de las que surge toda auténtica obra de arte.

Como dice Juan Pablo II en su carta a los artistas: “Queridos artistas, sabéis muy bien que hay muchos estímulos, interiores y exteriores, que pueden inspirar vuestro talento. No obstante, en toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel « soplo » con el que el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. Presidiendo sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de «momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende”.


 

5. LA HISTORIA DEL ARTE

5.1 LA BELLEZA EN LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO[37]

Los primeros cristianos dieron una visión nueva y originaria de la belleza rompiendo los moldes de la belleza clásica y formal. Ellos dieron paso a la belleza existencial, simbólica y orgánica (dimensión sacramental: dentro de una realidad se descubre otra). El símbolo es la unidad orgánica de mundos o dimensiones diversas.

El arte en los primeros cristianos nace en lo orgánico con la liturgia y la vida. La belleza la consideraron como unidad dentro de un organismo vivo. La belleza no es formal sino relacional. La belleza no es un ideal es una persona, la encarna una persona, Cristo. El Logos tiene un rostro, una carne. La realidad no se ajusta a una idea sino a Cristo. No es la idea que corresponde a una forma. La forma la da Cristo. Se trata de entrar en la nueva forma de ser de Cristo, una persona viva que orienta toda la vida del hombre. El que es de Cristo tiene una inteligencia nueva, una mente distinta, un modo de ser y de razonar distinto, no está regido por el mundo exterior sino por la voz de Cristo, que resuena en su interior.

La belleza no está en una perfección ideal. La belleza proviene del color (crasna) de la luz interior (luz tabórica)[38]. La luz verdadera que es Cristo, hace resplandecer la santidad, el color verdadero[39]. La santidad es el color que brilla en la vida de los santos. No es un modelo a imitar desde fuera sino una luz que brilla y se irradia desde dentro.

El arte que el cristianismo encontró en sus comienzos era el fruto maduro del mundo clásico, manifestaba sus cánones estéticos y, al mismo tiempo, transmitía sus valores. La fe imponía a los cristianos, tanto en el campo de la vida y del pensamiento como en el del arte, un discernimiento que no permitía una recepción automática de este patrimonio. Así, el arte de inspiración cristiana comenzó de forma silenciosa, estrechamente vinculado a la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar los misterios de la fe y de disponer al mismo tiempo de un «código simbólico», gracias al cual poder reconocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difíciles de persecución. ¿Quién no recuerda aquellos símbolos que fueron también los primeros inicios de un arte pictórico o plástico? El pez, los panes o el pastor evocaban el misterio, llegando a ser, casi insensiblemente, los esbozos de un nuevo arte.

 


5.2 EL ORIGEN DE LA DESCRISTIANIZACION. LA SECULARIZACION DEL ARTE Y DE LA BELLEZA[40]

Con la llegada de Constantino y la cristianización del Imperio paradójicamente se inició una descristianización. Se abandonó la experiencia viva de fe de los primeros cristianos y se entró en una religión formal. Se quiso encontrar un pensamiento conciso, preciso, claro con el que se podía descubrir el ideal de la vida cristiana. Se elaboró un dogma, se propuso un credo, una doctrina universal (ideal universal).

Cristo no vino a fundar una religión, otra religión.[41] El cristianismo como fe fue sustituido por una religión. Se paso de la experiencia viva de fe a una religión. Se puso énfasis en la doctrina normativa, en el enfoque jurídico, ético, moral. La institución de la religión ocasiono un declive de la experiencia de fe. Primero es la doctrina y luego la práctica. Se puso en el centro el individuo y la doctrina.

La fe se amoldó al mundo clásico del dogmatimo y el moralismo, a las ideas filosóficas de Platón (con el dedo hacia arriba: de las ideas al mundo) o Aristóteles (con el dedo hacia abajo: del mundo a las ideas). Así surgieron las corrientes teológicas y las disputas teológicas.[42] Los misterios de la fe se comienzan a explicar desde categorías humanas. Se cae en un modelo de perfección donde el individuo se tiene que conformar al ideal universal.

Del mismo modo pasa con el arte. Se trata de presentar un modelo de ideal universal. El individuo es vestido de perfección. Se pierde la dimensión espiritual y se entra en un enfoque y modelo filosófico racional. El individuo se pone por epicentro y se pierde la vida comunional en el Espíritu. El individuo busca realizarse su propia realización.[43] Se abandona la belleza y se pone primacía a la verdad y el bien. Se caen en los dogmatismos y moralismos, en los fanatismos ideológicos y se pierde la dimensión estética de la belleza. Con el paso del tiempo se pierde el verdadero sentido de lo bello.

Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de manifestación de la fe. Comenzaron a aparecer majestuosas basílicas, en las que se asumían los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su vez a las exigencias del nuevo culto.[44]

Mientras la arquitectura diseñaba el espacio sagrado, la necesidad de contemplar el misterio y de proponerlo de forma inmediata a los sencillos suscitó progresivamente las primeras manifestaciones de la pintura y la escultura. Surgían al mismo tiempo los rudimentos de un arte de la palabra y del sonido. Mientras Agustín incluía entre los numerosos temas de su producción un De musica, Hilario, Ambrosio, Prudencio, Efrén el Sirio, Gregorio Nacianceno y Paulino de Nola, por citar sólo algunos nombres, se hacían promotores de una poesía cristiana, que con frecuencia alcanzaba un alto valor no sólo teológico, sino también literario. Su programa poético valoraba las formas heredadas de los clásicos, pero se inspiraba en la savia pura del Evangelio, como sentenciaba con acierto el santo poeta de Nola: «Nuestro único arte es la fe y Cristo nuestro canto»[45]. Por su parte, Gregorio Magno, con la compilación del Antiphonarium, ponía poco después las bases para el desarrollo orgánico de una música sagrada tan original que de él ha tomado su nombre. Con sus inspiradas modulaciones el Canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo «bello» se conjugaba así con lo «verdadero», para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno.

En este itinerario no faltaron momentos difíciles. Precisamente la antigüedad conoció una áspera controversia sobre la representación del misterio cristiano, que ha pasado a la historia con el nombre de «lucha iconoclasta». Las imágenes sagradas, muy difundidas en la devoción del pueblo de Dios, fueron objeto de una violenta contestación. El Concilio celebrado en Nicea el año 787, que estableció la licitud de las imágenes y de su culto, fue un acontecimiento histórico no sólo para la fe, sino también para la cultura misma. El argumento decisivo que invocaron los Obispos para dirimir la discusión fue el misterio de la Encarnación: si el Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades visibles, tendiendo un puente con su humanidad entre lo visible y lo invisible, de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser usada, en la lógica del signo, como evocación sensible del misterio. El icono no se venera por sí mismo, sino que lleva al sujeto representado[46].



5.3 EL ARTE EN LA EDAD MEDIA[47]

Los siglos posteriores fueron testigos de un gran desarrollo del arte cristiano. En Oriente continuó floreciendo el arte de los iconos, vinculado a significativos cánones teológicos y estéticos y apoyado en la convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En efecto, de forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos. Precisamente por esto la belleza del icono puede ser admirada sobre todo dentro de un templo con lámparas que arden, produciendo infinitos reflejos de luz en la penumbra. Escribe al respecto el teólogo ruso Pavel Florenskij: «El oro, bárbaro, pesado y fútil a la luz difusa del día, se reaviva a la luz temblorosa de una lámpara o de una vela, pues resplandece en miríadas de centellas, haciendo presentir otras luces no terrestres que llenan el espacio celeste»[48].

En Occidente los puntos de vista de los que parten los artistas son muy diversos, dependiendo en parte de las convicciones de fondo propias del ambiente cultural de su tiempo. El patrimonio artístico que se ha ido formando a lo largo de los siglos cuenta con innumerables obras sagradas de gran inspiración, que provocan una profunda admiración aún en el observador de hoy. Se aprecia, en primer lugar, en las grandes construcciones para el culto, donde la funcionalidad se conjuga siempre con la fantasía, la cual se deja inspirar por el sentido de la belleza y por la intuición del misterio. De aquí nacen los estilos tan conocidos en la historia del arte.

La fuerza y la sencillez del románico, expresada en las catedrales o en los monasterios, se va desarrollando gradualmente en la esbeltez y el esplendor del gótico. En estas formas, no se aprecia únicamente el genio de un artista, sino el alma de un pueblo. En el juego de luces y sombras, en las formas a veces robustas y a veces estilizadas, intervienen consideraciones de técnica estructural, pero también las tensiones características de la experiencia de Dios, misterio «tremendo» y «fascinante». ¿Cómo sintetizar en pocas palabras, y para las diversas expresiones del arte, el poder creativo de los largos siglos del medioevo cristiano?

Una entera cultura, aunque siempre con las limitaciones propias de todo lo humano, se impregnó del Evangelio y, cuando el pensamiento teológico producía la Summa de Santo Tomás, el arte de las iglesias doblegaba la materia a la adoración del misterio, a la vez que un gran poeta como Dante Alighieri podía componer «el poema sacro, en el que han dejado su huella el cielo y la tierra »[49], como él mismo llamaba la Divina Comedia.

 


5.4 EL ARTE EN EL RENACIMIENTO[50]

El fértil ambiente cultural en el que surge el extraordinario florecimiento artístico del Humanismo y del Renacimiento, tiene repercusiones significativas también en el modo en que los artistas de este período abordan el tema religioso. Naturalmente, al menos en aquéllos más importantes, las inspiraciones son tan variadas como sus estilos. No es mi intención, sin embargo, recordar cosas que vosotros, artistas, sabéis de sobra.

Dice Juan Pablo II en su carta a los artistas. “Cómo quisiera hacerme voz de los grandes artistas que prodigaron aquí las riquezas de su ingenio, impregnado con frecuencia de gran hondura espiritual. Desde aquí habla Miguel Ángel, que en la Capilla Sixtina, desde la Creación al Juicio Universal, ha recogido en cierto modo el drama y el misterio del mundo, dando rostro a Dios Padre, a Cristo juez y al hombre en su fatigoso camino desde los orígenes hasta el final de la historia. Desde aquí habla el genio delicado y profundo de Rafael, mostrando en la variedad de sus pinturas, y especialmente en la «Disputa» del Apartamento de la Signatura, el misterio de la revelación del Dios Trinitario, que en la Eucaristía se hace compañía del hombre y proyecta luz sobre las preguntas y las expectativas de la inteligencia humana. Desde aquí, desde la majestuosa Basílica dedicada al Príncipe de los Apóstoles, desde la columnata que arranca de sus puertas como dos brazos abiertos para acoger a la humanidad, siguen hablando aún Bramante, Bernini, Borromini o Maderno, por citar sólo los más grandes, ofreciendo plásticamente el sentido del misterio que hace de la Iglesia una comunidad universal, hospitalaria, madre y compañera de viaje de cada hombre en la búsqueda de Dios”.

El arte sagrado ha encontrado en este extraordinario complejo una expresión de excepcional fuerza, alcanzando niveles de imperecedero valor estético y religioso a la vez. Sea bajo el impulso del Humanismo y del Renacimiento, sea por influjo de las sucesivas tendencias de la cultura y de la ciencia, su característica más destacada es el creciente interés por el hombre, el mundo y la realidad de la historia. Este interés, por sí mismo, en modo alguno supone un peligro para la fe cristiana, centrada en el misterio de la Encarnación y, por consiguiente, en la valoración del hombre por parte de Dios. Lo demuestran precisamente los grandes artistas apenas mencionados. Baste pensar en el modo en que Miguel Ángel expresa, en sus pinturas y esculturas, la belleza del cuerpo humano[51].



 

5.5 LA BELLEZA CLASICA. LA SEDUCCION DE LA BELLEZA FORMAL. EL OCASO DE LA BELLEZA

El renacimiento volvió al mundo clásico al modelo de belleza clásica. Se cae en el formalismo de la belleza formal. Se confunde el fin de la belleza. La perfección se pone en la forma, en el modelo. La belleza parte de la forma (forma-formoso-hermoso).

La belleza clásica es una forma perfecta. Se hace de acuerdo a la idea de lo perfecto. La idea domina el espacio. Se corrige la idea de lo perfecto porque la realidad no se ajusta a la idea. En la pedagogía clásica se necesita corregir para que quede más perfecta. Se presenta el modelo y luego se imita.

La belleza idealista es cosmética, no parte de la realidad, sino que se ajusta a un mero ideal que no existe. Este fue el porqué del idealismo se pasó al realismo y al expresionismo. 


 

5.6 EL NUEVO AMBIENTE DE LOS ÚLTIMOS SIGLOS

En el mundo contemporáneo donde parece que parte de la sociedad se ha hecho indiferente a la fe, tampoco el arte religioso ha interrumpido su camino. La constatación se amplía si, de las artes figurativas, pasamos a considerar el gran desarrollo que también en este período de tiempo ha tenido la música sagrada, compuesta para las celebraciones litúrgicas o vinculada al menos a temas religiosos. Además de tantos artistas que se han dedicado preferentemente a ella,[52] es bien sabido que muchos grandes compositores, desde Händel a Bach, desde Mozart a Schubert, desde Beethoven a Berlioz, desde Liszt a Verdi, nos han dejado asimismo obras de gran inspiración en este campo.

La Iglesia de occidente no debe renegar de ese camino específico, el naturalismo y la expresividad, que ha ido recorriendo aproximadamente desde el siglo XIII, aunque también sea cierto al mismo tiempo que el arte no puede ser campo para la pura arbitrariedad. Las formas artísticas que niegan la presencia del Logos en la realidad y fijan la atención del hombre en la apariencia sensible, no pueden conciliarse con el sentido de la imagen en la Iglesia.

De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro, sino que presupone, más bien, el sujeto formado interiormente en la Iglesia y abierto al “nosotros” de la fe. El arte cristiano debe remitirse de modo continuo a toda la Iglesia, y no sólo a un individuo o a una parte de ella. Sólo de este modo el arte hace visible la fe común y vuelve a hablar al corazón del hombre.

 


5.     LA GRAN CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN PRESENTE

Necesitamos pararnos a pensar que estamos viviendo, que nos está pasando, cuáles son los desafíos que nos encontramos frente a la cultura contemporánea. En el alba de este tercer milenio nos preguntamos cómo podemos superar el ambiente de increencia e indiferencia religiosa en que vivimos, ¿cuáles son las causas de este ocaso del arte y de la belleza?, ¿Cómo superar la corriente inmanentista y atea de nuestra sociedad secularizada?

Vivimos una cultura marcad por una visión materialista fruto de la pérdida de la fe, pérdida de la dimensión transcendente y espiritual, pero lejos de caer en el lamento debemos avivar y despertar el Espíritu para vivir este tiempo como la oportunidad de hacer emerger en lo profundo del hombre la sed verdadera de belleza la sed trascendente que en el fondo clama nuestro corazón. El hombre sigue teniendo hambre de verdad, sed de bien y de bondad, sed de belleza, sed de Dios aunque quizás manifieste este rechazo. 

También como Iglesia hemos de cuestionarnos por la causa de este ateísmo y confesar que la vivencia de nuestra fe a menudo no es bella ni atrayente.[53] Necesitamos de una transformación de volver a una nueva espiritualidad, una nueva religiosidad que integre la adoración, la contemplación, la celebración, la liturgia, con la vida; un volver a las fuentes de la creatividad y de la Belleza como camino del Espíritu que nos invita a salir del ocaso y vivir una nueva primavera.


 

6.1 NECESITAMOS DE UNA TRANSFORMACION

Nos preocupa la falta de vocaciones pero nos hemos preguntado cuál es la raíz. ¿Como es posible que vivamos una secularización tan violenta y un rechazo a todo lo que es de Iglesia? No somos bellos. En el mejor de los casos somos buenos quizás dicen cosas buenas de nosotros, pero nuestra vida no es bella no tiene el poder de la fascinación de la atracción, no seduce a nadie.

El sentido de la vida espiritual es ser bellos, ser santos. Falta santidad en la Iglesia. Hemos heredado una belleza clásica y formal y hemos olvidado la experiencia cristiana de la belleza. La arquitectura, la pintura o escultura, el arte en general deben reflejar lo que somos, la belleza de lo que vivimos.

Hemos exaltado la forma y hemos roto la conexión, la integración vital. Al perder la experiencia de vida nueva en Cristo como vida de comunión caemos en un individualismo exacerbado. La vida nueva que recibimos por el bautismo es una vida nueva en el Espíritu. Se muere al hombre viejo, al individualismo, a la autoafirmación del yo para pasar al hombre nuevo, a la vida de comunión, al ser relacional del nosotros, hermano de todos.

En la actualidad se exalta el individuo. No somos primero individuos y luego amamos.[54] La experiencia de fe nos hace entrar en una nueva forma de ser y de vivir en comunión y para la comunión. Somos el Cuerpo de Cristo, estamos llamados a vivir y amar en Otro, Cristo.

 


6.2. UN GRAN RETO Y DESAFIO HOY: TRATAR DE ARMONIZAR EL ARTE Y LA FE

Estamos viviendo un gran reto y desafío de nuestra sociedad secularizada. La cultura marcada por una visión materialista y atea, característica de las sociedades secularizadas, provoca un verdadero alejamiento, más aún, una acusación de la religión en general, y del cristianismo en particular, así como un nuevo anti-catolicismo[55]. Muchos viven como si Dios no existiera (etsi Deus non daretur), como si su presencia y su palabra no pudie­ran influir de ninguna manera en la vida concreta de las personas y las sociedades.[56] 

Hoy más que nunca se necesita que el arte sea un camino de conocimiento de Dios y de nosotros mismos. El camino de la belleza es un camino precioso de conocimiento y de comunicación con el Creador, autor de todo cuanto es bello. “Hay que formar a la belleza del misterio cristiano que se expresa en el arte... Hay que crear las condiciones apropiadas para renovar la creación artística en la comunidad cristiana … Es necesario introducir al lenguaje de la belleza y desarrollar la capacidad de captar el mensaje del arte cristiano: lo que hace que las obras sean bellas y, sobre todo, lo que en ellas favorece un encuentro con el misterio de Cristo”[57].

Somos buscadores incansables del bien, la verdad y la belleza porque somos buscadores de Dios la Verdad eterna, el Sumo bien, la Belleza que no se marchita. El camino de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación. Esta belleza sigue invitando hoy a “los Agustines” de nuestro tiempo, buscadores incansables de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la belleza sensible a la Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo, artífice de toda belleza”.[58]

Hemos de ser buscadores y rastreadores de las obras de arte y saber reconocer el mensaje que los artistas han querido dejarnos como los juglares de Dios. El arte nació de una experiencia de fe y hemos de recoger esa experiencia que nos ha sido transmitida.Si bien se ha hecho mucho en estos últimos decenios todavía queda mucho por hacer para valorizar el riquísimo patrimonio cultural y artístico de la Iglesia, nacido de la fe cristiana y utilizarlo como instrumento de evangelización, de catequesis y de diálogo. No basta construir museos, es necesario que este patrimonio pueda expresar el contenido de su mensaje”.[59]

 


6.3 UNA LLAMADA A LOS ARTISTAS

Juan Pablo II al finales del milenio quiso dirigir una carta a los artistas del mundo entero para tratar de armonizar el arte con la fe y el legado que hemos recibido de parte de la Iglesia: “Con esta Carta me dirijo a vosotros, artistas del mundo entero, para confirmaros mi estima y para contribuir a reanudar una más provechosa cooperación entre el arte y la Iglesia. La mía es una invitación a redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas… Hago una llamada especial a los artistas cristianos. Quiero recordar a cada uno de vosotros que la alianza establecida desde siempre entre el Evangelio y el arte, más allá de las exigencias funcionales, implica la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre”.[60]

Todo ser humano es, en cierto sentido, un desconocido para sí mismo. Jesucristo no solamente revela a Dios, sino que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»[61]. En Cristo, Dios ha reconciliado consigo al mundo. Todos los creyentes están llamados a dar testimonio de ello; pero os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis dedicado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que en Cristo el mundo ha sido redimido: redimido el hombre, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera, de la cual san Pablo ha escrito que espera ansiosa «la revelación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte. Ésta es vuestra misión. En contacto con las obras de arte, la humanidad de todos los tiempos, también la de hoy, espera ser iluminada sobre el propio rumbo y el propio destino.

 


7. RECUPERAR EL ESPLENDOR DE LA BELLEZA[62]

Hans Urs von Balthasar, con su estética teológica, se proponía abrir los horizontes del pensamiento a la meditación y a la contemplación de la belleza de Dios, de su misterio, y de Cristo en quien se revela. En la introducción al primer volumen de su obra magistral, Gloria, el teólogo cita la palabra belleza «será nuestra palabra inicial», expresando su alcance con relación al bien que «ha perdido su contundencia », cuando «los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su fuerza de conclusión lógica»[63].

Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión. La belleza desinteresada, sin la cual no sabría entenderse a sí mismo el mundo antiguo, pero que se ha despedido sigilosamente y de puntillas del mundo moderno de los intereses, abandonándolo a su avidez y a su tristeza. 

La belleza, que tampoco es ya apreciada ni protegida por la religión y que, sin embargo, cual máscara desprendida de su rostro, deja al descubierto rasgos que amenazan volverse ininteligibles para los hombres. De aquel cuyo semblante se crispa ante la sola mención de su nombre (pues para él la belleza es sólo bagatela exótica del pasado burgués) podemos asegurar que —abierta o tácitamente— ya no es capaz de rezar y, pronto, ni siquiera será capaz de amar… En un mundo sin belleza, —aunque los hombres no puedan prescindir de la palabra y la pronuncien constantemente, si bien utilizándola de modo equivocado—, en un mundo que quizá no está privado de ella, pero que ya no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido asimismo su fuerza atractiva, la evidencia de su deber-ser realizado… En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica.

 


7.1 HEMOS DE VOLVER A LA VERDADERA BELLEZA QUE RESIDE EN EL INTERIOR

Vivimos en un mundo en cambio, en crisis que está perdiendo la fe. Hemos caído en el racionalismo, en la abstracción, en el devocionismo, perdiendo la vida en el Espíritu. No podemos experimentar lo bello sino somos guiados por el Espíritu, si no entramos en la novedad de ida de Cristo. Los primeros cristianos dieron una visión nueva y original de la belleza. La belleza no es fruto de una idea, ideología moral. La belleza tiene un rostro, es una persona viva Cristo. La belleza es relacional se trata de vivir contemplando a Cristo irradiando la nueva vida de Cristo. Hemos de abrirnos al escatón que es Cristo, la plenitud y culminación de todo en Cristo.

Estamos en el tránsito de una época a otra nueva. Un cambio epocal.[64] Estamos ante una primavera nueva. Esta nueva época no puede inspirarse en modelos antiguos sino en algo nuevo. Las épocas culturales se suceden unas a otras. Pero cabe hacer una reflexión. Un modelo no sigue a otro modelo.[65] La nueva época no acepta nada de la precedente. De una época clásica con el primado de la idea y la razón se pasó a un época orgánica con el primado en la vida y el símbolo. También nosotros hora estamos frente a un gran cambio. Pasar del primado de la idea y de la razón al primado del Espíritu.

Hemos de abandonar la especulación, la estructura y elaboración intelectual abstracta, separada de la vida, el primado de la razón, la crítica, la ley, la ciencia, la técnica y dar paso a una nueva era del Espíritu.

Hemos dado prioridad a la verdad y el bien y hemos olvidado a la belleza. La grande síntesis del futuro no se será ni de la verdad ni del bien sino de la belleza. La belleza es el fin de la vida espiritual y sobrenatural. Estamos llamados a recuperar el verdadero sentido de la belleza. Abandonar la idea clásica de la belleza formal y entrar en la belleza el Espíritu.

Estamos llamados a recuperar el arte de la belleza de la fe para que nuestra vida, acorde con nuestra fe, sea expresión y manifestación de la novedad de la vida de Cristo. Vivir nuestra vida bella en la acogida del don para pasar a ser don. Vivir la vida en el verdadero amor que es don de nosotros mismos. Se trata de una belleza pascual que se realiza de una manera pascual. Dentro de nuestro amor imperfecto descubrimos un amor más profundo que nos seduce y nos enamora.

“Llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4, 1) En el amor verdadero el cuerpo se destruye, pero germina la vida nueva. Es la dinámica del grano de trigo. El grano muera y germina la espiga de trigo con la que se hace el pan de la comunión. Comunión que no anula la diferencia sin que vive la unidad en la integración armónica de lo diferente.

Hemos de recuperar el valor testimonial y sacramental de la belleza. El testimonio es sacramental, existencial y simbólico. En los gestos y obras emerge Otro, el Señor vivo y operante en nuestras vidas.  Estamos llamados a vivir nuestra humanidad como teofanía, lugar donde Dios se manifiesta en nuestra humanidad, en nuestra historia.

La suprema belleza se da en el Cristo Pascual, en el amor realizado y consumado en Cristo. El arte de la vida del cristiano es creatividad en el Espíritu. El cristiano impulsado por el Espíritu vive en una inteligencia nueva, en el empeño creativo de hacer un mundo nuevo. Una nueva existencia de la humanidad vivida en comunión. “El vino nuevo en odres nuevos” (Mt 9,17). El Espíritu es el artífice de la vida nueva y del mundo nuevo.

 


7.2 EL CAMINO HACIA LA BELLEZA LUMINOSA DE CRISTO

La singular belleza de Cristo, como modelo de «vida verdaderamente bella», se refleja en la santidad de una vida transformada por la gracia. Muchos, por desgracia, sienten el cristianismo como sumisión a unos mandamientos hechos de prohibiciones y límites a la libertad personal. El papa Benedicto XVI lo expresaba: «A mí, en cambio, me gustaría que comprendiesen que estar sostenidos por un gran amor y por una revelación, no es una carga: nos da alas, y es hermoso ser cristiano. Esta experiencia nos ensancha el corazón… El gozo de ser cristiano: es hermoso y también es justo creer»[66]. De la belleza interior y de la profunda emoción provocada por el encuentro con la Belleza en persona nace la capacidad de proponer acontecimientos de belleza en todas las dimensiones de la existencia y de la experiencia de fe.

Si la belleza es el esplendor de la verdad, entonces nuestra pregunta se vincula a la de Pilato y la respuesta es idéntica: Jesús mismo es la Belleza. Él se manifiesta, desde el Tabor a la Cruz, para iluminar el misterio del hombre desfigurado por el pecado, pero purificado y recreado por el Amor redentor. Jesús no es un camino entre otros muchos, una verdad entre otras, una belleza entre otras. Él tampoco propone un camino entre otros muchos: Él es la vía que conduce a la verdad viva que da la vida. Jesús, belleza suprema, esplendor de Verdad, es la fuente de toda belleza, porque en cuanto Verbo de Dios hecho carne, es la manifestación del Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9).

El culmen, el arquetipo de la belleza se manifiesta en el rostro del Hijo del hombre crucificado en la cruz dolorosa, revelación del amor infinito de dios que, en su misericordia hacia sus criaturas, restaura la belleza perdida a causa del pecado original. «La belleza salvará el mundo», porque esta belleza es Cristo, la única belleza que desafía el mal y triunfa sobre la muerte. Por amor, el «más bello de los hijos de los hombres» se hizo «varón de dolores», «sin apariencia ni belleza que atraiga nuestra mirada» (Is 53, 2), y de este modo ha devuelvo al hombre, a todo hombre, plenamente su belleza, su dignidad y su verdadera grandeza. En Cristo y sólo en Él, nuestra via crucis se trasforma en via lucis y en via pulchritudinis.

La Iglesia del tercer milenio busca continuamente esta belleza en el encuentro con su Señor y, con Él, en el diálogo de amor de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. En el corazón de las culturas, para responder a sus angustias, a sus gozos y esperanzas. Juan Pablo II al inicio del tercer milenio nos invitaba: “Abrid la puertas a Cristo”. Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.

 


7.3 LA VÍA DE LA BELLEZA COMO CAMINO DE EVANGELIZACIÓN

La Iglesia lleva a cabo su misión, que consiste en llevar a los hombres a Cristo Salvador, compartiendo la Palabra de Dios y el don de los Sacramentos de la Gracia. Para llegar mejor a ellos, a través de una pastoral de la cultura adaptada a la luz de Cristo, contemplado en el misterio de su encarnación,[67] escruta los signos de los tiempos y descubre en ellos preciosas indicaciones para tender puentes que permitan encontrar al Dios de Jesucristo a través de un itinerario de amistad en un diálogo de verdad.

En esta perspectiva, la Via pulchritudinis se presenta como un itinerario privilegiado para llegar a muchos que experimentan grandes dificultades para acoger la enseñanza, sobre todo moral, de la Iglesia. Con demasiada frecuencia, en estos últimos decenios, la verdad se ha resentido de la instrumentalización a que la han sometido las ideologías y la bondad se ha visto reducida a su dimensión horizontal, a mero acto social, como si la caridad hacia el prójimo pudiese vivir sin extraer su propia fuerza de Dios. El relativismo, que halla en el pensamiento débil una de sus expresiones más claras, contribuye, por lo demás, a dificultar un debate auténtico, serio y razonable.

La Vía de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación. Esta belleza sigue invitando hoy a los Agustines de nuestro tiempo, buscadores incansables de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la belleza sensible a la Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo, artífice de toda belleza.



7.4 EL ARTE SACRO, INSTRUMENTO DE EVANGELIZACIÓN

Juan Pablo II definía el patrimonio artístico inspirado por la fe cristiana «un formidable instrumento de catequesis», fundamental para «volver a proponer el mensaje universal de la belleza y de la bondad». En sintonía con él, el Cardinal Ratzinger, como Presidente de la Comisión especial preparatoria del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, motivaba así la introducción característica de las imágenes en esta obra: “también la imagen es predicación evangélica. Los artistas de todos los tiempos han ofrecido, para contemplación y asombro de los fieles, los hechos más sobresalientes del misterio de la salvación, presentándolo en el esplendor del color y la perfección de la belleza. Es éste un indicio de cómo hoy más que nunca, en la civilización de la imagen, la imagen sagrada puede expresar mucho más que la misma palabra, dada la gran eficacia de su dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico”.[68].

El documento del Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura, expresa este mismo deseo: “En nuestra cultura, marcada por un torrente de imágenes frecuentemente banales y brutales diariamente arrojadas por las televisiones, películas y videos, una alianza fecunda entre el Evangelio y el arte suscitará nuevas epifanías de la belleza, nacidas de la contemplación de Cristo, Dios hecho hombre, de la meditación de sus misterios, de su irradiación en la vida de la Virgen María y de los santos”.[69]

El enorme poder de comunicación del arte sacro le hace capaz de superar las barreras y los filtros de los prejuicios para alcanzar el corazón de los hombres y de las mujeres de otras culturas y religiones y darles el modo de captar la universalidad del mensaje de Cristo y de su Evangelio. Por ello, cuando una obra de arte inspirada por la fe se ofrece al público, en el marco de su función religiosa, se revela como una «vía», un «camino de evangelización y de diálogo», que ofrece la posibilidad de disfrutar del patrimonio vivo del cristianismo y, al mismo tiempo, de la fe cristiana.

La via pulchritudinis, tomando el camino del arte, conduce a la veritas de la fe, a Cristo mismo, que con la Encarnaciónse ha hecho «icono del Dios invisible». Juan Pablo II no ha dudado en manifestar su «convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En efecto, de forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos»[70].

Las obras de arte cristiano ofrecen al creyente un tema de reflexión y una ayuda para entrar en contemplación en una oración intensa, a través de un momento de catequesis y de confrontación con la Sagrada Escritura. Las obras maestras inspiradas por la fe son auténticas «biblias para los pobres», «escalas de Jacob», que elevan el alma hasta el autor de toda belleza y, con Él, al misterio de Dios y de los que viven en su visión beatífica: «Visio Dei vita hominis», «la vida del hombre es la visión de Dios», como profesa San Ireneo. Son las vías privilegiadas de una auténtica experiencia de fe.




8. CONCLUSION

Estamos necesitados de una nueva epifanía de la belleza. Así lo expresaba el Papa Juan Pablo II, en su Carta a los artistas. La iglesia nos llama y nos convoca a una nueva epifanía de la belleza y a un nuevo diálogo entre la fe y la cultura, entre la Iglesia y el arte, subrayando la necesidad de recíproca de la una y de la otra y la fecundidad de su alianza milenaria.

Sentimos la imperiosa necesidad se salvar la belleza, porque salvar la belleza es salvar al hombre. Es preciso releer las obras de arte cristiana, grandes o pequeñas, artísticas o musicales, y situarlas en su contexto, ahondando sus lazos vitales con la vida de la Iglesia, en particular con la liturgia, significa hacer «hablar» de nuevo a tales obras, permitiéndoles trasmitir el mensaje que inspiró su creación.

Si el ambiente cultural condiciona fuertemente al artista, surge entonces la pregunta: cómo ser custodios de la belleza, según el deseo de von Balthasar, en esta cultura artística contemporánea en la que la seducción erótica omnipresente hipertrofia los instintos y el imaginario e inhibe las facultades espirituales. Salvar la belleza es salvar al hombre. Tal es el papel de la Iglesia, «experta en humanidad».

En este sentido, se entiende la famosa frase de Dostoievski: “la belleza salvará al mundo”. Pero –seguía preguntando el protagonista agnóstico de esa novela– “¿qué belleza salvará el mundo?”[71]. Para salvar la belleza terrenal, esta ha de convertirse en una belleza transfigurada: en una belleza que nos lleve a Cristo y que –de hecho– se parezca lo más posible a la de Cristo, “el más hermoso entre los hijos de los hombres” (Sal 44, 3). Es esta la belleza que salvará al mundo, en la que se unen verdad y belleza, amor y dolor, tal como se presentan en la misma Persona de Jesucristo.

Tenemos en la Iglesia de abrir el camino de la belleza, la vía pulchritudinis como camino de transmisión de la fe. Albert Camus dio expresión de un modo estremecedor con motivo de un viaje a Praga a la experiencia de soledad y de ser extranjero. Uno puede vivir como desterrado, exiliado, expatriado, en una ciudad cuya lengua no entiende. Cuando la fe el amor la comunión no se manifiesta en el arte, la liturgia, la vida, la misma vida pierde su esplendor. El esplendor de la Iglesia es mudo y no consuela.

Como creyentes no puede ser así: donde hay Iglesia, donde hay presencia eucarística del Señor, allí todo hombre debe encuentra su hogar y su patria. La casa de Dios se convierte en casa humana. Se convierte en la verdadera casa humana cuanto menos pretenda serlo, cuanto más apueste por Dios. 

Como decía el papa Benedicto XVi en su discurso a los artistas: “Queridos artistas, ustedes son los custodios de la belleza, […] ¡sean también ustedes, a través de su arte, anunciadores y testimonios de esperanza para la humanidad¡ […] La fe no quita nada a al genio de ustedes, a su arte; es más, los exalta y los nutre, los anima a atravesar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin crepúsculo que ilumina y hace bello el presente”. 

Como también decía Juan Pablo II en la carta dirigida a los artistas “Os deseo, artistas del mundo, que vuestros múltiples caminos conduzcan a todos hacia aquel océano infinito de belleza, en el que el asombro se convierte en admiración, embriaguez, gozo indecible. Que el misterio de Cristo resucitado, con cuya contemplación exulta en estos días la Iglesia, os inspire y oriente”.

 

 

 

 


BIBLIOGRAFÍA:

Benedicto XVI, “Alocución al clero de la diócesis de Bressanone” del 6.8.2008, AAS 9 (2008), Editrice Vaticana, Vaticano 2008.

 ____, “Discurso a los artistas”, Roma 21.11.2009), AAS 101/12, Editrice Vaticana, Vaticano 2009.

  ____, “Mensaje a las Pontificas Academias, sobre La universalidad de la belleza: estética y ética al contraste.”, Roma, (25.11.2008), AAS 100/12, Editrice Vaticana, Vaticano 2008. Blanco S. P., Estética de bolsillo, Palabra, Madrid 2001.

____, “Hacer arte, interpretar el arte. Estética y hermenéutica” en Luigi Pareyson (1918-1991), Eunsa, Pamplona 1998.

  ____, “La Iglesia necesita el arte”, en: Labrada, M. S. (ed.), La belleza que salva. Comentario a la ‘Carta a los artistas’ de Juan Pablo II, Rialp, Madrid 2006.

Blanco, Pablo, La teología estética en Ratzinger, publicado en An teol. 15.2 (2013) 327- 359

Del Zotto, C., “La teologia come sapienza cristiana. Tratti bonaventuriani nella teologia del cardinale Joseph Ratzinger”, en: AA.VV., Alla ricerca della verità, Cinisello Balsamo San Paolo,1997.

Dostoievski, F., El idiota, Alianza, Madrid 2012.

Forte, B., En el umbral de la Belleza. Por una estética teológica, Edicep, Valencia 2004.

Juan Pablo II, Carta a los artistas, Altair, Sevilla 2000.

Plazaola, J., Historia y sentido del arte cristiano, BAC, Madrid 1996.

Ratzinger, J., La Eucaristía centro de la Iglesia, Edicep, Valencia 2003.

____, La fiesta de la fe. Ensayo de teología litúrgica, Ed.Desclée De Brouwer, Bilbao 1999.

____, La sal de la tierra, Ed. Palabra, Madrid 1997.

____, Un canto nuevo para el Señor, Ed. Sígueme, Salamanca 1999.

Rupnik, Marco, Il lingaggi del divino, ponencia 5 Diciembre, 2017

____, La belleza lugar de comunión, ponencia 10 Marzo, 2016

____, Sobre la vida consagrada, ponencia 22 Diciembre, 2015

Documento del Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura.

Documento del Consejo Pontificio de la Cultura, La via pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo, Asamblea Plenaria 2004.

 

 

 

NOTAS:

[1] El Cardenal Nicolás de Cusa dice: “el arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo. Dialogus de ludo globi, Lib. II: Philosophisch-Theologische Schriften, Viena 1967, III, p. 332.

[2] El hombre no se crea así mismo, es un ser creado y lleva en sí la huella y la marca de su Creador.

[3] El Papa Juan Pablo II ha recogido esta afirmación esencial en su Carta a los artistas, n. 11.

[4] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 12.

[5] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 13.

[6] Juan Pablo II, Carta a los artistas, Altair, Sevilla 2000, n. 12. Benedicto XVI añadirá por su parte: “En realidad, para mí el arte y los santos son la más grande apología de nuestra fe” (Benedicto XVI, “Alocución al clero de la diócesis de Bressanone del 6.8.2008”, AAS 9 (2008), Editrice vaticana, Vaticano 2008. Sobre este tema, puede verse también sobre este tema: A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger: an introductory study, T&T Clark, Edimburgo 1988, 213-219.

[7] Juan Pablo II, Carta a los artistas, o. c., n. 12.

[8] Puede verse también J. Arnold, "Nüchterne Trunkenheit in liturgicis – eine evangelische Antwort auf Joseph Ratzingers Theologie der Liturgia”, o. c., 101-103.

[9] J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor, o. c., 96. Puede verse también algunas de las manifestaciones concretas en M. Alderman, “Heaven Made Manifest. An Architectural Solution for The Spirit of Liturgy”, Antiphon 12 (2008/3) 240-273; E.M. Radaelli, “Cómo descubrir en el edificio sacro el rostro del Eterno”, L’Osservatore romano (4-5.2.2008).

[10] Ibidem, 104; cf. A. Gerhards, “Vom jüdischen zum christlichen Gotteshaus? Gestaltwerdung des christlichen Liturgie-Raumes”, o. c., 111-137.

[11] El templo cristiano es por tanto Cenáculo, Gólgota y Sepulcro a la vez: lugar en el que se actualiza no solo la última cena, sino también todo el misterio pascual, también la muerte y la resurrección de Cristo. La iglesia será casa de la Palabra y de la Eucaristía, en la que se resumen y concentran todos los misterios de la fe. Así, para el cristianismo la iglesia queda configurada a la vez como sinagoga (lugar de reunión y oración) y templo (lugar de sacrificio): casa de Dios y casa de hombres y mujeres –“piedras vivas” de la Iglesia (1 Pe 2,4-5)– que quieren ir al encuentro de Dios (cf. J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, o. c., 76-77, 85-88) el lugar de culto presenta también sus propias peculiaridades; existen algunas diferencias entre la iglesia y la sinagoga. En primer lugar, “el templo de piedra ya no es expresión de la esperanza de los cristianos; su velo está rasgado para siempre. Ahora se mira hacia el oriente, hacia el sol naciente. No es un culto al sol: es el cosmos que habla de Cristo” (ibídem., 90). El centro de este nuevo templo será Cristo, el Verbo de Dios encarnado, muerto y resucitado.

[12] Ibídem, 112. Sobre la theologia gloriae y la dignidad y la necesidad de la materia artística, dirá unos años más tarde: “Hay en esto algo parecido al trabajo del escultor, que debe constantemente medirse con la materia sobre la que trabaja –pensemos en el mármol de la Pietà de Miguel Ángel–, y con todo consigue hacer hablar a esa materia, hacer surgir una síntesis singular e irrepetible de pensamiento y de emoción, una expresión artística absolutamente original pero que, al mismo tiempo, está totalmente al servicio de ese preciso contenido de fe, está como dominada por el acontecimiento que representa – en nuestro caso, por las siete palabras y por su contexto. Aquí se esconde una ley universal de la expresión artística: el saber comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad, a través de un medio sensible –una pintura, una música, una escultura, un texto escrito, una danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que ha seguido Dios para comunicarnos a sí mismo y a su amor: se encarnó en nuestra carne humana y realizó la mayor obra de arte de toda la creación: “el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” – como escribe san Pablo (1Tm 2,5)” Cfr. J. Ratzinger, “Discurso en la solemnidad de san José”, (19.3.2010), AAS 102, Editrice vaticana, Vaticano 2010.

[13] J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor, o. c., 112.

[14] Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 12-13.

[15] Como Francisco de Asís en su tiempo, contemplando el rostro de Cristo crucificado en San Damián o escuchando de rodillas el canto de la Pasión de Cristo (el Te Deum).

[16] J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, o. c., 176.

[17] J. Ratzinger, Informe sobre la fe, o. c., 143. Cf. U.M. Lang, “The Crisis of Sacred Art and the Sources for Its Renewal in the Thought Benedict XVI”, o. c., 227-229; T. Rowland, La fe de Ratzinger, o. c., 232-233.

[18] J. Ratzinger, Caminos hacia Jesucristo, o. c., 34. Sobre esta teología de la cruz aplicada al arte, pueden servir las palabras pronunciadas en 2010 como sucesor de Pedro: “Aquí se esconde una ley universal de la expresión artística: el saber comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad, a través de un medio sensible – una pintura, una música, una escultura, un texto escrito, una danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que ha seguido Dios para comunicarse a sí mismo y a su amor: se encarnó en nuestra carne humana y realizó la mayor obra de arte de toda la creación: “el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”, como escribe san Pablo (1Tm 2,5). Más “dura” es la materia, más son estrechos los condicionantes de la expresión, y mayormente resalta el genio del artista. Así sobre la “dura” cruz, Dios pronunció en Cristo la palabra de amor más bella y más verdadera, que es Jesús en su entrega plena y definitiva: Él es la última palabra de Dios, en sentido no cronológico, sino cualitativo. Es la Palabra universal, absoluta, pero fue pronunciada en ese hombre concreto, en ese tiempo y en ese lugar, en esa “hora”, dice el Evangelio de Juan. Esta vinculación a la historia, a la carne, es signo por excelencia de fidelidad, de un amor tan libre que no tiene miedo de atarse para siempre, de expresar el infinito en lo finito, el todo en el fragmento. Esta ley, que es la ley del amor, es también la ley del arte en sus expresiones más altas” (Benedicto XVI, “Discurso en la solemnidad de san José”, (19.3.2010), o. c.

[19] J. Ratzinger, Caminos hacia Jesucristo, o. c., 41.

[20] San Agustín, Confesiones 10, 27, 38: PL 32, 795. Cf. B. Forte, En el umbral de la Belleza. Por una estética teológica, Edicep, Valencia 2004, 9-22. Necesitamos cada día una cierta dosis de belleza, también para poder llegar a la plenitud y a la verdad, dijo ya siendo papa a los artistas, reunidos en la Capilla sixtina. “La belleza golpea, pero por ello mueve al hombre hacia su destino último, lo pone en marcha, lo llena de nueva esperanza”. No vale sin embargo cualquier belleza, ni todo vale lo mismo. “La belleza que se nos ofrece es ilusoria y falaz, superficial y cegadora hasta el aturdimiento. En lugar de hacer salir a los hombres de sí y abrirles horizontes de verdadera libertad empujándolos hacia lo alto, los encarcela en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privados de esperanza y de alegría. Se trata de una seductora pero hipócrita belleza”. Por eso, seguía diciendo el papa-teólogo “la auténtica belleza, en cambio, abre el corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el otro, hacia más allá de sí mismo”. Se requiere esa colaboración entre fe y arte, es decir, de una “afinidad, sintonía entre recorrido de fe e itinerario artístico” (Benedicto XVI,“Discurso a los artistas”, Roma 21.11.2009, AAS 101/12, Editrice vaticana, Vaticano 2009). Por eso se hablaba ahí de una via pulchritudinis, de un camino hacia Dios a través de la belleza. Citaba también ahí a su amigo, el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar “Nuestra palabra inicial se llama belleza” y al poco cristiano escritor alemán Hermann Hesse: “Arte significa: dentro de cada cosa mostrar a Dios”. Dios y la belleza se buscan e identifican. Y tras citar por último a su maestro –también en la búsqueda de la belleza– san Agustín, se despedía el papa alemán de aquellos artistas (ibídem).

[21] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22.

[22] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22.

[23] J. Ratzinger, Caminos hacia Jesucristo, o. c., 38-39.

[24] J. Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, o. c., 24.

[25] Cf. ibídem, 699-724. Cf. A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger: an introductory study, o. c., 215-216.

[26] Cf. J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, o. c., 140

[27] Cf. J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, o. c., 143. Por el contrario, según Ratzinger, el arte occidental habría tomado otro camino. En occidente, el arte encuentra su inspiración no tanto en la liturgia, sino en la religiosidad popular y ésta, a su vez, se nutre de las imágenes de la historia, en las que puede contemplar el camino que lleva a Jesucristo y se concentra en la vida de los santos. La separación que se produjo, en el ámbito de las imágenes, entre oriente y occidente a partir del siglo XIII fue indudablemente muy profunda, y ha dejado sus huella en la iconografía religiosa. Incluso en las mismas representaciones de Jesucristo. “Una devoción a la cruz de carácter más historicista sustituye la disposición hacia el Oriente, hacia el Cristo resucitado que va por delante de nosotros en el camino” (ibídem, 149). Esta conjunción entre cruz y resurrección se encontrará sin embargo todavía en la crux gloriosa del románico. En las imágenes, habría que volver también a la centralidad de Cristo glorioso, opinaba Ratzinger.

[28]Pavel Florinski, Vladimir Soloviov, Serguei Bulgakov, Nokolai Bugaiev entre otros

[29] Dice el P. Marco Rupnik: De pequeño aprendí de mi padre que me decía “Los que te hablan de la vida de modo bello escúchalos porque dicen la verdad”

[30] Ibídem.

[31] La necesidad y urgencia de un diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad, vuelve a surgir en el actual debate cultural y artístico y en la misma realidad cotidiana. Emerge dramáticamente la separación, e, incluso, la confrontación entre las dos dimensiones a distintos niveles: la de la búsqueda de la belleza, comprendida sólo como forma visible, como una apariencia que se ha de perseguir a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las buenas acciones. “Una búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede, en mero estetismo, y sobre todo para los más jóvenes, en un itinerario que desemboca en lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia interior. Esta búsqueda aparente y superficial ciertamente no tendría una inspiración universal, sino que resultaría inevitablemente del todo subjetiva, si no incluso individualista, para terminar quizás incluso en la incomunicabilidad” (Benedicto XVI,“Universalidad de la belleza: estética y ética al contraste. Mensaje a las Pontificas Academias”, Roma, (25.11.2008), AAS 100/12, Editrice vaticana, Vaticano 2008. Una anécdota de Bach, podría servir para ilustrar lo dicho. “Tras la ejecución de una cantata, se le acercó un estudiante y le dijo: Después de oír esta música siento que, por lo menos durante una semana, no podría hacer nada malo” (E. Meynell, La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, o. c.,144). Esto no supondría caer en el esteticismo. Por el contrario, deberá buscarse una unión inseparable entre bien, verdad y belleza, también en nuestras acciones y palabras. “Nuestro testimonio, por tanto, debe nutrirse de esta belleza, nuestro anuncio del evangelio debe percibirse en su belleza y bondad, y por ello es necesario saber comunicar con el lenguaje de las imágenes y de los símbolos; nuestra misión cotidiana debe convertirse en elocuencia transparente del amor de Dios para alcanzar eficazmente a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y absorbidos por un clima cultural no siempre propenso a acoger una belleza en plena armonía con la verdad y a bondad, pero siempre deseosos y nostálgicos de una belleza auténtica, no superficial y efímera” (ibídem. Sobre este tema, puede verse también: E. M. Radaelli, “Cómo descubrir en el edificio sacro el rostro del Eterno”, o. c.)

[32] Somos “iluminados” como se llamaba en la antigüedad a los catecúmenos en las catequesis mistagógicas.

[33] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 16.

[34] F. Dostoievski, El Idiota, p. III, cap. V.

[35] «Sero te amavi! Pulchritudo tam antiqua et tam nova, sero te amavi!»: Confesiones, 10, 27, 38: CCL 27, 251.

[36] Himno de Vísperas de Pentecostés.

[37] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 7.

[38] Vladimir Soliviov, la belleza del color no se religa a la forma sino a la Luz.

[39] San Basilio, en el fondo de cada hombre se revela el rostro de Cristo. La santidad, la belleza brota desde dentro.

[40] P. Marco Rupnik, ponencia sobre la vida consagrada, 22 Dic 2015, Madrid

[41] El P. Marco Rupnik comenta el cuadro de Lameti del “Triunfo de la religión cristiana” en las salas del Vaticano. No fue un triunfo sino una claudicación. Se cambió el dios pagano por “otro dios”, “otra religión”.

[42] El P. Marco Rupnik comenta el cuadro de Rafael sobre la Disputa de Platón y Descartes y de la disputa eucarística entre Agustinianos y Tomasianos.

[43] Se cae en un subordinacionismo: Dios pasa a ser un mero instrumento como un asistente una ayuda.

[44] Decía Juan Pablo II: ¿Cómo no recordar, al menos, las antiguas Basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán, construidas por cuenta del mismo Constantino, o ese esplendor del arte bizantino, la Haghia Sophia de Constantinopla, querida por Justiniano?. Cf. Carta a los artistas.

[45] «At nobis ars una fides et musica Christus»: Carmen 20, 31: CCL 203, 144.

[46] Cf. Carta ap. Duodecimum saeculum, al cumplirse el XII centenario del II Concilio de Nicea (4 diciembre 1987), 8-9: AAS 80 (1988), 247-249.

[47] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 8.

[48] La prospettiva rovesciata ed altri scritti, Roma 1984, p. 63.

[49] Paraíso XXV, 1-2.

[50] Juan Pablo II, Carta a los artistas n. 9.

[51] Cf. Homilía durante la Santa Misa al término de los trabajos de restauración de los frescos de Miguel Ángel (8 abril 1994): L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 15 abril 1994, 12.

[52] Dice Juan Pablo II: “¿cómo no recordar a Pier Luigi da Palestrina, a Orlando di Lasso y Tomás Luis de Victoria”. Cf. Carta a los artistas.

[53] El Concilo Vaticano II en la constitución Gadium et spes dice que una causa del ateismo reinante la tenemos los propios cristianos por la falta de autenticidad y testimonio.

[54] Según el principio de Descares: “Eres luego existes”.

[55] Cf. R. Remond, Le Christianisme en accusation, Paris 2000; Id., Le nouvel antichristianisme, Paris 2005.

[56] La Vía Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)

[57] Cf. Paul Poupard, Consejo Pontificio de la Cultura, ¿Donde está tu Dios?, Edicep, Valencia 2005, publicado en diversas lenguas: Dov’è il tuo Dio? Fede cristiana, non credenza e indifferenza religiosa, en Religioni e sette nel mondo 26 (2003-2004); Où est-il ton Dieu ? La foi chrétienne au défi de l’indifférence religieuse, Salvator, Paris 2004 ; Where Is Your God? Responding to the Challenge of Unbelief and Religious Indifference Today — ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa, LTP, Chicago 2004; Gdje je tvoj Bog? Kršćanska vjera pred izazovom vjerske ravnodušnosti, Sarajevo 2005.

[58] La Vía Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)

[59] La Vía Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)

[60] Juan Pablo II, Carta a los Artistas, 1999, n. 14.

[61] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.

[62] La Via Pulchritudinis, camino de la verdad y la bondad, n.3

[63] H. U. von Balthasar, Gloria. La percepción de la forma, Encuentro, Madrid 1985, 22-23.

[64] El modelo viejo ya no se sostiene, pero el modelo nuevo apenas irrumpe y aún no se ha desarrollado.

[65] El P, Marco Rupnik comenta el Sal 19, 3: “El día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia”.

[66] Padre E. von Gemmingen, responsable de la sección alemana de la Radio Vaticana, entrevista al Papa en su residencia estiva de Castelgandolfo, 15 agosto 2005. E. Bianchi se hace eco de estas palabras cuando exhorta a «saber anunciar la diferencia cristiana» como una verdadera respuesta a la indiferencia: «¡O el cristianismo es filocalía, amor a la belleza, via pulchritudinis, vía de la belleza, o no será! Y si es vía de belleza, sabrá atraer a sí también a otros a este camino que lleva a la vida que es más fuerte que la muerte, sabrá ser sequentia sancti Evangelii para los hombres y mujeres de nuestro tiempo», «Perché e come evangelizzare di fronte all’indifferentismo», in Vita e pensiero 2, 2005, p. 92-93.

[67] Cf. Gaudium et spes, n. 22

[68] Catecismo de la Iglesia CatólicaCompendio. Introducción. Libreria Editrice Vaticana, 2005.

[69] Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura, n. 36.

[70] Juan Pablo II, Lettera agli artisti, op. cit., n. 12 e 8.

[71] Cf. F. Dostoievski, El idiota, Alianza, Madrid 2012, III, 5.

No hay comentarios:

Publicar un comentario