EL ARTE COMO BELLEZA DE LA FE
Introducción
El hombre es un
ser artístico por su propia constitución de haber sido creado a imagen y
semejanza del Creador. El arte suscita atracción y admiración porque
contemplando la obra nos remite a su Creador. La contemplación de la creación
nos remite al Creador. Por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega
por analogía a contemplar a su Autor (Sab 13,5; Rm 1, 19- 32)
El arte ha
suscitado a lo largo de los tiempos curiosidad y admiración. Casi desde los orígenes
de la historia se inició la historia del arte. La representación del rostro
humano parece resumir la aspiración eterna del hombre de conocer a Dios y
conocerse así mismo. Cualquiera que sea el modo de expresión, la época o el
lugar en que el arte se manifiesta, el hombre ha tratado traducir de la manera
más completa y penetrante el mundo que se esconde tras de cada obra y cada ser
humano.
Durante mucho
tiempo a lo largo del cristianismo, diríamos sobre todo el primer milenio, el
arte ha sido expresión y vehículo de la fe. Tan solo, a partir sobre todo del
renacimiento, el arte dejo de ser sagrado para convertirse en profano. Este
trabajo tiene el objetivo de ahondar en el significado de la belleza y de
reconocer el arte como transmisor de la belleza de la fe.
Este trabajo se
inspira en el llamamiento de los últimos papas, Juan Pablo II en su carta a
los artistas como preparación a la entrada en el tercer milenio, Benedicto
XVI y su preocupación de integrar el arte y la fe y el papa Francisco de poner
el arte al servicio de la evangelización. Esta sensibilidad es la que lleva al
Consejo Pontificio de la Cultura a publicar el documento de la Via
Pulchritudinis.
1. EL HOMBRE SER ARTISTICO BUSCADOR DE LA BELLEZA
Somos seres buscadores
y constructores de belleza. El artista es imagen del Dios Creador. Los artistas
buscan nuevas epifanías de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la
creación artística. Somos artífices de obras artísticas no tanto creadores. El
Creador crea de la nada, es el modo de proceder propio del Ser que es Creador
Omnipotente, los artífices utilizan algo ya existente dándole forma y
significado[1]. El Artista divino,
con admirable condescendencia, transmite al artista humano un destello de su
sabiduría transcendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. A cada
hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida., en cierto
modo, debe de hacer de ella una obra de arte que refleje la grandeza de su
Creador. El hombre como ser espiritual se llena de estupor y admiración al ver
la creación y surge de él la adoración, la alabanza, la acción de gracias (Sal
8, 4-7.10)
El hombre es un
misterio a descubrir[2]. El hombre tiene
una vocación artística porque el hombre es un ser en búsqueda. Muchos se han
preguntado a lo largo de la historia sobre el camino a la búsqueda de Dios.
Tres son los trascendentales que mueven al hombre inscritos en su ser, la
búsqueda de la verdad (la razón), el bien (la moral), la
belleza.
La Iglesia ha
trasmitido la fe de innumerables formas y maneras. La Iglesia se ha esforzado
mediante dogmas enseñar la verdad, mediante normas mostrarla
forma de comportamiento ético de acuerdo a la fe. Hoy más que nunca se hace
necesario vehicular la fe por el camino de la belleza. Nuestra
experiencia de fe, nuestro encuentro con Dios, es algo bello, fascinante debe
provocar admiración y fascinación. Lo celebramos en la liturgia y lo expresamos
mediante el arte sacro a través de la música, el canto, la imagen, la expresión
artística. Hemos heredado un riquísimo patrimonio artístico nacido de la fe y
se precisa reconocerlo y valorarlo como instrumento de evangelización.
1.1 EL HOMBRE TIENE HAMBRE Y SED DE BELLEZA
Señor
qué es hombre para que te acuerdes de él el ser humano para darle poder (Sal
8, 4-10) El mundo en que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la
desesperación. La belleza, como la verdad, trae el gozo al corazón de los
hombres y es un fruto precioso que resiste el paso del tiempo, que une a las
generaciones y las hace comulgar en la admiración[3].
El
camino de la belleza responde al íntimo deseo de felicidad que late en el
corazón de todo hombre. Abre horizontes infinitos, que impulsan al hombre a
salir de sí mismo, de la rutina y del instante efímero, para abrirse a lo
Trascendente y al Misterio, a desear, como objetivo último de su deseo de
felicidad y de su nostalgia de absoluto, la belleza original que es Dios mismo,
creador de toda belleza creada.
La
belleza, contemplada con ánimo puro, habla directamente al corazón, eleva
interiormente desde el asombro a la maravilla, de la felicidad a la
contemplación. Por ello, crea un terreno fértil para la escucha y el diálogo
con el hombre y para llegar a él en su integridad, mente y corazón,
inteligencia y razón, capacidad creativa e imaginación. La belleza no deja
indiferente: despierta emociones, pone en movimiento un dinamismo de profunda
transformación interior que genera gozo, sentimiento de plenitud, deseo de
participación gratuita en la misma belleza, de apropiársela interiorizándola e
insertándola en la propia existencia concreta.
1.2 LA IGLESIA TIENE NECESIDAD
DEL ARTE[4]
Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la
Iglesia tiene necesidad del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún,
fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe
por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable.
Ahora bien, el arte posee esa capacidad peculiar de reflejar uno u otro aspecto
del mensaje, traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la
intuición de quien contempla o escucha. Todo esto, sin privar al mensaje mismo
de su valor trascendente y de su halo de misterio.
La Iglesia necesita, en particular, de aquellos que sepan realizar
todo esto en el ámbito literario y figurativo, sirviéndose de las infinitas
posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas. Cristo mismo
ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia
con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible.
La Iglesia necesita también del arte. ¡Cuántas obras y piezas
sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas
del sentido del misterio! Innumerables creyentes han alimentado su fe con las
melodías surgidas del corazón de otros creyentes, que han pasado a formar parte
de la liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su
celebración. En el canto, la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de
amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios.
La Iglesia tiene necesidad de arquitectos, porque requiere lugares
para reunir al pueblo cristiano y celebrar los misterios de la salvación. Tras
las terribles destrucciones de la última guerra mundial y la expansión de las
metrópolis, muchos arquitectos de la nueva generación se han fraguado teniendo
en cuenta las exigencias del culto cristiano, confirmando así la capacidad de
inspiración que el tema religioso posee, incluso por lo que se refiere a los criterios
arquitectónicos de nuestro tiempo. En efecto, no pocas veces se han construido
templos que son, a la vez, lugares de oración y auténticas obras de arte.
1.3 ¿EL ARTE TIENE NECESIDAD
DE LA IGLESIA?[5]
La Iglesia, pues, tiene necesidad del arte. Pero, ¿se puede decir
también que el arte necesita a la Iglesia? La pregunta puede parecer
provocadora. En realidad, si se entiende de manera apropiada, tiene una
motivación legítima y profunda. El artista busca siempre el sentido recóndito
de las cosas y su ansia es conseguir expresar el mundo de lo inefable. ¿Cómo ignorar,
pues, la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma
que es la religión? ¿No es acaso en el ámbito religioso donde se plantean las
más importantes preguntas personales y se buscan las respuestas existenciales
definitivas?
De hecho, los temas religiosos son de los más tratados por los artistas de todas las épocas. La Iglesia ha recurrido a su capacidad creativa para interpretar el mensaje evangélico y su aplicación concreta en la vida de la comunidad cristiana. Esta colaboración ha dado lugar a un mutuo enriquecimiento espiritual. En definitiva, ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad. Se ha puesto de relieve también una peculiar relación entre el arte y la revelación cristiana.
Esto no
quiere decir que el genio humano no haya sido incentivado también por otros
contextos religiosos. Baste recordar el arte antiguo, especialmente griego y
romano, o el todavía floreciente de las antiquísimas civilizaciones del
Oriente. Sin embargo, sigue siendo verdad que el cristianismo, en virtud del
dogma central de la Encarnación del Verbo de Dios, ofrece al artista un
horizonte particularmente rico de motivos de inspiración. ¡Cómo se empobrecería
el arte si se abandonara el filón inagotable del Evangelio!
2.
EL ARTE Y LA BELLEZA
El arte y la
belleza Junto con la razón, ha recordado cómo la belleza del cristianismo
constituye un convincente argumento en esta sociedad posmoderna y algo
esteticista. la dimensión estética constituirá una instancia irrenunciable, La
belleza evidencia y realza todavía más el atractivo de la verdad y, por eso, la
fe cristiana ha sentido siempre la necesidad de apoyarse en el arte, para
hacerse todavía más visible y patente. Juan Pablo II en su carta a los
artistas comenta: “Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado la
Iglesia necesita del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún,
fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. Debe
por tanto acuñar en fórmulas significativas lo que en sí mismo es inefable”[6] .
2.1 LA BELLEZA DE LAS ARTES
Si la
naturaleza y el cosmos son expresión de la belleza del Creador e introducen en
el umbral de un silencio contemplativo, la creación artística posee la
capacidad de evocar el inefable del misterio de Dios. La obra de arte no es la
belleza, pero sí su expresión y, si bien obedece a cánones fluctuantes, posee
un carácter intrínseco de universalidad. La belleza artística suscita emoción
interior, provoca en el silencio un arrebatamiento que lleva a salir de sí, al
«ex-tasis».
Para el creyente, la belleza trasciende la estética y lo bello encuentra su arquetipo en Dios. La contemplación de Cristo en su misterio de Encarnación y Redención es la fuente viva de la que el artista cristiano extrae la propia inspiración para expresar el misterio de Dios y el misterio del hombre salvado en Jesucristo. Toda obra de arte cristiana tiene un sentido: es, por naturaleza, un «símbolo», una realidad que remite más allá de sí misma y ayuda a avanzar por el camino que revela el sentido, el origen y la meta de nuestro camino terreno. Su belleza está caracterizada por su capacidad de provocar el paso de lo que es «para sí» a lo «más grande que sí». Este paso se realiza en Jesucristo, que es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), la «Verdad toda entera» (Jn 16,13).
2.2 LOS TEMPLOS, LUGARES SAGRADOS, LAS CASAS DE DIOS
Juan Pablo II en
su carta a los artistas decía: “La Iglesia tiene necesidad de artistas,
de arquitectos porque necesita lugares para reunir al pueblo cristiano y
celebrar los misterios de la salvación. […] En efecto, no pocas veces se han
construido templos que son, a la vez, lugares de oración y auténticas obras de
arte”[7]. Arquitectura y
oración se encuentran fundidos en un solo espacio, y la historia de la Iglesia
ha sido en ocasiones afortunada en este tipo de manifestaciones conjuntas, no
siempre fáciles de conseguir. El cristianismo ha dejado a la historia, a lo
largo de todos los tiempos, edificios de gran calidad y belleza.
Ahí están las
primeras basílicas constantinianas y las bizantinas en oriente, los templos
románicos y las grandes catedrales góticas, para seguir con iglesias renacentistas
y barrocas, o con los espacios sagrados –algunos muy logrados– que se han
construido en época contemporánea. Todas estas manifestaciones artísticas son
dignas de atención, no sólo por parte de los especialistas. Dios vive también
en templos construidos por las manos de hombres, por paradójico e increíble que
nos pueda parecer[8].
2.3 LA MORADA DIVINA Y EL ARTE SAGRADO
El fundamento
antropológico del templo cristiano nos lo desvela el cardenal Ratzinger cuando
dice: “El templo es expresión del deseo humano de tener a Dios como
cohabitante, de poder habitar junto a Dios y alcanzar así el modo perfecto de
habitar, la comunión perfecta que destierra toda soledad y todo miedo de modo
definitivo”[9]. Los creyentes
vieron en el Templo un lugar sagrado, un lugar para encontrar a Dios, un lugar
para la oración. El Templo es para los creyentes, casa de oración; los primeros
cristianos se movían en esa parte del Templo que cabe considerar como embrión
de las sinagogas. “El sacrificio iba ligado a Jerusalén, pero la casa de
oración podía estar en todas partes. Retienen, pues, del Templo los elementos
del futuro: lugar de reunión, lugar del anuncio, lugar de oración”[10]. También la
iglesia cristiana es lugar de sacrificio, mejor dicho, del memorial del único
sacrificio definitivo de Jesucristo en la cruz, actualizado de modo real cada
vez que ofrecemos el pan y en el vino en el Espíritu, por el que se convierten
en el cuerpo y la sangre de Cristo[11].
En el templo
cristiano, los fieles se sitúan frente a Cristo presente en el Pan y en la
Palabra, y se unen a la presencia del cielo en la tierra que se da en toda
verdadera liturgia. Los fieles se reúnen ante este acontecimiento cósmico y
escatológico a la vez. “Aunque el templo definitivo llegará cuando el mundo se
haya convertido en la nueva Jerusalén, aquello a lo que apuntaba el templo de
Jerusalén se hace presente del modo más sublime. Aquí, en la humildad de la
forma del pan, se anticipa la nueva Jerusalén”[12]. Por eso la
Iglesia, a lo largo de todos estos siglos, ha reunido su mejor arte en torno al
sagrario y los templos. Pintores, orfebres y escultores han realizado
auténticas obras cumbre alrededor de él, pues constituye el verdadero eje y
centro del templo. El centro del arte como el de la vida cristiana gira en
torno a la Eucaristía.
2.3 EL RICO PATRIMONIO DE LA IGLESIA
Las
obras de arte de inspiración cristiana, que constituyen una parte incomparable
del “patrimonio artístico y cultural” de la humanidad, son objeto de un
auténtico entusiasmo por parte de multitudes de turistas, creyentes o no
creyentes, agnósticos o indiferentes al hecho religioso. Este fenómeno está en
continuo aumento y llega a todas las categorías de la población, sin distinción
de cultura y de religión.
La
cultura, en el sentido de “patrimonio espiritual”, se ha «democratizado»
fuertemente: gracias al extraordinario desarrollo de la tecnología, las obras
de arte se han acercado al pueblo. Nos basta pensar por un momento qué sería de
Europa si desaparecieran todas las iglesias. Sería un desierto de utilitarismo,
donde el corazón tendría que dejar de latir. La tierra se hace inhabitable
cuando los hombres quieren construir por y para sí”[13].
Sería una tierra baldía, vacía, sin sentido. Por eso tantas personas, incluidos tantos turistas, van a las iglesias en busca de cercanía, y no sólo de
belleza. Por esto también la Iglesia tiene necesidad del arte: para poder
cumplir mejor su misión evangelizadora, y para acercar a Dios a tantos hombres
y mujeres de hoy.
3. LA BELLEZA SUSCITADA POR LA FE
De
dónde brota la belleza milenaria, de la que brota la «creación en la belleza»,
de la que Platón ya hablaba en el Simposio [14]. La
belleza tiene un rostro y este rostro es Cristo. Cristo es el bello rostro de
Dios y del hombre. El rostro de Cristo, ha sido la fuente de inspiración de
tantos artistas. A lo largo de los siglos el rostro de Cristo ha representado
una fuente fecunda de inspiración para los artistas cristianos. Con una
extraordinaria riqueza imaginativa, estos se han esforzado, mediante una
búsqueda continua y continuamente renovada, por representar la belleza de Dios
revelada en Cristo y de hacerla cercana, casi tangible y visible.
De
alguna manera, el artista prolonga la revelación, la manifestación de la fe,
obrando con las formas, las imágenes, los colores o los sonidos. Mostrando cuán
hermoso es Dios, dice cuánto lo es para el hombre, como su propio bien y verdad
última de la existencia. La belleza cristiana es portadora de una verdad más
grade que el corazón del hombre, verdad que supera el lenguaje humano e indica
su Bien, lo único esencial.
Las
abadías y monasterios se convierten en oasis de paz cuando en ellos resuenan
las melodías inmutables, que a lo largo de los siglos desempeñan su función de
alabanza, de súplica de acción de gracias. Hombres y mujeres de todas las
épocas y de todas las culturas han experimentado una profunda emoción, hasta
abrir el corazón a Dios, contemplando el rostro de Cristo en la Cruz.[15]
3.1 LA BELLEZA DE CRISTO
Como dice
Ratzinger: Todo verdadero arte nos lleva a Dios, a Cristo y a su Espíritu, como
primeros artistas. “En virtud de su misión en la creación, al Logos se le ha
llamado ars Dei: el arte de Dios (ars tehchné). El Logos mismo
es el gran Artista, en el que está presente, en su forma originaria, todas las
obras de arte, en la belleza del universo. El hombre está llamado a participar
del canto del universo, esto es pisar las huellas del Logos y seguirlo. Todo
arte humano, si es verdadero, es una aproximación al verdadero artista, Cristo,
el Espíritu creador”[16]. La belleza de la
creación puede ser un punto de referencia, al menos en su modo de obrar, para
todo artista. Además, la verdad se puede hermanar de modo profundo con la
belleza y, juntas, presentarse de un modo mucho más claro y evidente, algo
parecido a como nos sucede cuando estamos ante una pintura o ante otras obras.
El arte cristiano
y la belleza presente en la vida de los santos son también excelentes vías de
acceso a la verdad. “Si la Iglesia debe seguir convirtiendo y, por tanto,
humanizando al mundo, ¿cómo puede renunciar en su liturgia a la belleza que se
encuentra íntimamente unida al amor y al esplendor de la resurrección? Los
cristianos deben hacer de su Iglesia hogar de la belleza y, por tanto, de la
verdad, sin la cual el mundo no sería otra cosa que la antesala del mismo infierno”[17].
Cristo es el
paradigma, el modelo de toda belleza humana. Sin embargo, nos damos cuenta de
que hay un momento en el que desaparece en él toda la belleza física: “no hay
en él parecer ni hermosura” (Is 53,2) nos dice el profeta, refiriéndose al
momento de la pasión. Nos habla de una belleza eterna, definitiva, no de algo
efímero y limitado.
3.4 LA BELLEZA CRUCIFICADA
Surge enseguida
la pregunta que ha ocupado a los padres de la Iglesia: si en ese momento Cristo
era hermoso, o si, por el contrario, es la fealdad la que nos conduce a la
verdad propia de la realidad. “Quien cree en Dios, en el Dios que se ha
revelado precisamente en la apariencia desfigurada del Crucificado por amar
hasta el extremo (cf. Jn 13,1), sabe que la belleza es la verdad y que la
verdad es la belleza, pero en el Cristo sufriente también aprende que la
belleza de la verdad contiene la ofensa, el dolor e incluso el oscuro misterio
de la muerte, y que esto solo puede ser encontrado cuando se acepta el
sufrimiento, no cuando se lo ignora”[18].
Sin embargo, no
todo resulta tan sencillo como podría parecer en un primer momento, pues el mal
sigue existiendo y a veces se reviste de belleza. Es la belleza luciferina, la
belleza del “más hermoso de los ángeles” (cf. Ez 28,12-19).
Por eso el arte
cristiano está entre dos fuegos: ha de oponerse por un lado al culto a lo feo,
el cual afirma que toda belleza es engañosa, ya que tan solo exponer lo que es
atroz, indigno y vulgar sería la verdad y la verdadera explicación. Por otra
parte, ha de oponerse a la belleza engañosa que empequeñece a los hombres en
lugar de engrandecerlos, lo cual supone precisamente una mentira”[19].
El arte y la
belleza cristianos han de huir del feísmo, del culto a lo feo, y buscar también
una belleza menos efímera, más duradera, que lleve a todos hacia esa Belleza
eterna que sólo tiene Dios, pero de la que nos quiere hacer partícipes. Es esta
la belleza de Cristo, que salvará el mundo.
En este sentido,
el itinerario de san Agustín, un apasionado enamorado de la belleza,
constituiría todo un precedente: partiendo de las bellezas terrenales, alcanzó
esa “Belleza tan antigua y tan nueva”[20] que tardó en
encontrar, pero que al final pudo alcanzar. Es esta la belleza que salvará al
mundo, en la que se unen verdad y belleza, amor y dolor, tal como se presentan
en la misma Persona de Jesucristo.
En la pasión de
Cristo, la maravillosa estética griega, con su visión de lo divino, que sin
embargo permanece inexpresable, no está suprimida, sino que ha sido superada.
La experiencia de lo hermoso ha recibido una nueva profundidad y un nuevo
realismo. Aquel que es la Belleza misma se dejó abofetear y escupir y coronar
de espinas. Es precisamente en este rostro donde se manifiesta la verdadera y
definitiva belleza, la belleza del amor que llega hasta el fin, y que se
muestra en esto más fuerte que la mentira y la violencia. “El rostro del
Crucificado nos libera de esta réplica mentirosa, por lo demás hoy tan
vehemente, por cuanto supone indudablemente que nos dejamos herir por él y
confiamos en el Amor, quien puede arriesgarse a despojarse de su belleza
externa para proclamar, de esta manera, la verdad de la belleza”. La Belleza
crucificada y resucitada nos lleva hacia una forma superior de belleza, hacia
una belleza mayor: la belleza verdadera y eterna, que antes ha muerto pero que
después ha resucitado para siempre. Y entonces se convierte en eterna.
Si Cristo, Nuevo
Adán, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación»[21], la mirada cristiana sobre la belleza de
la creación encuentra su cumplimiento en la sorprendente noticia de la
recreación: Cristo, representación perfecta de la gloria del Padre, comunica al
hombre su plenitud de gracia y así lo hace «gracioso», es decir, hermoso y
agradable a Dios. La encarnación es el centro focal, la perspectiva justa en la
que la belleza adquiere su significado último: El que es imagen de Dios
invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la
descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En
él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en
nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido,
en cierto modo, con todo hombre[22].
En una continua acción de gracias, el cristiano alaba a Cristo que le ha devuelvo la vida, y se deja transfigurar por este don glorioso de que es objeto. Nuestros ojos, ávidos de belleza, se dejan atraer por el Nuevo Adán, verdadero icono del Padre eterno, «reflejo de su gloria e impronta de su sustancia» (Heb 1,3). A los «puros de corazón», a quienes se ha prometido ver a Dios cara a cara, Cristo concede ya entrever la luz de la gloria en el corazón de la noche de la fe.
3.3 EL ARTE Y LA ICONOGRAFÍA
“Admirar los
iconos y las obras maestras del arte cristiano nos conduce en general a un
camino interior, a un camino de superación de nosotros mismos, y nos lleva
entonces, en esta purificación de la visión que es purificación del corazón, a
la belleza del rostro o, al menos, a un destello de él, con lo cual nos pone en
contacto con la verdad”[23]. El arte y las
imágenes sirven tanto para dar culto como para acercar a los fieles a los
misterios de la fe. Las imágenes nos hablan de Dios sin sustituirlo, evitando
toda idolatría, precisamente gracias a la realidad de la encarnación. “En la
imagen de culto se prolonga el dogma”[24], afirmaba un conocido
historiador del arte cristiano.
Con las imágenes
se explica, se explicita, se concreta de modo particular e imaginativo la fe de
todos los cristianos. La Iglesia ha rechazado siempre la iconoclasia y la
ausencia de imágenes, y ha afirmado por el contrario que estas nos llevan
también a Dios, sin quedarnos por ello en la pura materialidad de la
representación. En esto se diferencia claramente del islam y del judaísmo, así
como de algunas otras concepciones cristianas nacidas a partir de la Reforma protestante[25]. Las imágenes han
acompañado al culto desde las primeras catacumbas, y toda la historia de la
Iglesia está acompañada de imágenes. Se representó desde un primer momento a
Jesucristo como encarnación de la verdad y del amor.
A Cristo se le representaba en su significado, es decir, en imágenes “alegóricas”, “simbólicas”: como el verdadero Filósofo que nos enseña el arte de vivir y de morir, como el Maestro que imparte esa continua lección de amor, pero sobre todo bajo la figura del Buen Pastor. Esta imagen, tomada de la Escritura, llegó a ser muy querida por los primeros cristianos, por el hecho de que al pastor se le consideraba, al mismo tiempo, como una alegoría del Logos. Jesucristo era así el Logos encarnado, muerto y resucitado por amor. Verdad anunciada por el Filósofo y el Maestro; amor encarnado en el Buen Pastor que va en la busca de la oveja perdida. “El Logos por el que todo fue creado, lleva dentro de sí los arquetipos de todo lo que existe, es el custodio de la creación. Con la encarnación, carga sobre sus hombros la naturaleza humana, la humanidad en su conjunto y la lleva a casa”[26].
3.4 LA TEOLOGÍA DEL ICONO
Los cristianos
orientales han desarrollado toda una teología del icono en este sentido
que, según el teólogo alemán, se presentaría en ellos la divinidad de un modo
que reflejaría mejor la dimensión del misterio Es la fuerza mistérica que
tienen el arte bizantino o el románico. “El icono procede de la oración y
conduce a la oración, libera de la cerrazón de los sentidos que solo perciben
lo exterior, la superficie material, y no se percatan de la transparencia del
espíritu, de la transparencia del Logos en la realidad”[27]. El icono presenta
y hace más cercano al Logos hecho carne.
Cuando el Logos
se hace carne, permite también ser representado en las imágenes artísticas,
como prolongación del misterio de tomar la naturaleza humana. Así, por ejemplo,
los iconos bizantinos, las pinturas románicas o las vidrieras góticas, los
retablos y los frescos de todas las épocas, las esculturas con sus múltiples
estilos y alegorías: todas estas representaciones han servido para realzar el
culto e ilustrar la fe, y han contribuido a recordar la presencia de Dios entre
los hombres y mujeres de todos los tiempos.
4.
EL LENGUAJE Y LA TEOLOGIA DE LA BELLEZA
Podríamos hablar de toda una teología de la belleza que ha sido sobre todo profundizada por filósofos y teólogos rusos, los más grandes teólogos de la belleza[28]. La belleza según Verdiavev es el fin de la vida universal. Es la cima de los trascendentales. Tres han sido los trascendentales que mueven al hombre. La verdad, el bien, y la belleza. El sentido de la vida espiritual es llegar a ser bello (no solo bueno). El bien está unido a la verdad. Pero antes que el bien está la belleza. La refleja es reflejo de lo absoluto, de lo divino.
Para realizar
verdaderamente el bien el hombre debe descubrir una fuerza creativa capaz de
transfigurar la realidad y no solo de ser reflejo del absoluto. La belleza es
la carne de lo verdadero y del bien. La verdad última se manifiesta en el amor
absoluto, en el amor verdadero. La verdad se comunica con belleza.[29] La verdad
manifestada es el amor y el amor realizado es la belleza. El amor se realiza en
forma pascual. El amor como la belleza es un lento aprendizaje difícil de
aprender.
4.1 LA BELLEZA NO ES TANTO FORMAL COMO RELACIONAL
La belleza tiene
que ver con la unidad, con la comunión. La belleza es la unidad realizada como
comunión. La unidad entre la verdad y el mundo material. La unidad entre la
humanidad y Dios (Cristo y la Iglesia). La belleza tiene un rostro. La materia
está ordenada y subordinada a la verdad última. La materia, la carne humana se
orienta a manifestar el rostro de Cristo.
La materia lleva
en sí misma una orientación, la manifestación de la vida divina que es
comunión. La unidad de todos en la carne, en el cuerpo de Cristo. La belleza
está orientada a crear y realizar en plenitud la verdadera comunión.
La belleza es
unidad en lo multiforme. La realidad es multifacética, la materia es
multiforme, tiene muchos estratos, dimensiones. La belleza es expresión de la
unidad de las diferentes dimensiones (entre lo humano y lo divino, lo material
y lo espiritual)
La síntesis de la
belleza la encontramos en una carne humana, en Cristo, el bello por excelencia.
La síntesis de su amor la encontramos en la eucaristía, la expresión verdadera
de la comunión entre Dios y los hombres. Por eso el sacramento y síntesis de
nuestra fe es la eucaristía. En la eucaristía el pan, fruto de la tierra y del
trabajo de los hombres, se transforma, mejor dicho pasa a manifestar (anadoxai)
el Cuerpo de Cristo. El pan se vuelve la carne del Verbo. Todo se orienta y se
encamina a la eucaristía.
Como dicen los
Padres capadocios, Máximo el Confesor y otros desde la Encarnación, Cristo ya
está en el mundo, en la materia. Todo fue creado en Él y para Él (Col 1, 16-17).
Todo fue creado por medio de El y encaminado hacia El. En toda la materia del
mundo, el Verbo ha dejado su códice (el código del Verbo). Toda la materia está
dirigida y orientada a manifestar el rostro de Cristo que lleva dentro. ¿Cómo
se ha manifestado Cristo? En la carne humana, de una forma paradójica. Cristo
Crucificado en la cruz despojado, anonadado, humillado es el rostro más bello.
(Is 53). La forma del amor de Dios es el Triduo Pascual. El Crucificado es la
más grande Palabra de Dios pronunciada sobre nosotros.
4.2 LA BELLEZA RELACIONAL COMO LUGAR DE COMUNION
Lo que cambia y transforma
el mundo es el amor, el amor del Crucificado. El amor transfigura la realidad.
Por eso decimos que la belleza es relacional. No se trata de una belleza formal
estética cosmética sino relacional. Nuestra vida, nuestra historia está llamada
a ser a manifestar la gloria de Dios. Los santos reflejan la gloria de Dios la
vida de Dios en el amor. La belleza tiene que ver con la santidad. Reflejan
resplandece en su carne el rostro de Cristo. La belleza no tiene nada que ver
con el poder o la riqueza o la sabiduría humana.
La belleza no se puede separar de la vida ni de la liturgia. Tampoco la liturgia se puede separar de la vida. La belleza debe manifestarse en la liturgia. La iglesia como sacramento pasa a ser un pedazo de cielo, donde se anticipa y se pregusta aquí el cielo (anticipación del Reino de los cielos).
4.3 LA BELLEZA SE ENCAMINA Y ORIENTA AL ESCATÓN
La belleza está
orientada al escatón (schaton) Cristo, el Afa y el Omega. La belleza se ve al
fin no al inicio. Es un largo proceso. El amor se tarda en aprender. Se realiza
en la experiencia concreta de cada día. Es en la historia donde se va revelando
la belleza.
El bien que no se
realiza como belleza es falso. La verdad que no se comunica como belleza puede
llegar a ser un monstruoso fanatismo. En nombre de la verdad se ha llegado a
las más grandes aberraciones, dogmatismos, fanatismos, cruzadas, inquisición.
La belleza reside
en Cristo es la carne de la Verdad y del bien. Si la Verdad que es Cristo, no
conquista la carne de la belleza caemos en dictaduras ideológicas. Tratamos de
imponer la verdad a la fuerza, de enseñar la verdad a base de dogmas,
dogmatismos y moralismos. (dictadura de la verdad o del bien). La verdad revelada
es el amor revelado en Cristo y el amor realizado y consumado es el amor de
Cristo en la cruz y la eucaristía.
El sentido de la
Iglesia y de la vida cristiana es volverse bella, volverse santa en el amor.
Como diría San Agustín: “Cuando una mujer bruta ama se vuelve bella”. El amor
es lo que nos hace bellos, semejantes a Dios que es amor.
Si miramos a la
historia envuelta en tantas luchas y guerras descubrimos una tragedia. Pero es
un drama tragedia de amor. En medio de la oscuridad resplandece la luz. Siempre
descubrimos hombres y mujeres que han mostrado la belleza a través de tantos
gestos de amor. El que ama refleja el escatón que es Cristo. En la Parusía, la
Jerusalén celestial, no habrá mas llanto ni lágrimas (Ap 21,4).
También nosotros somos llamados a entrar en este escatón a través de Cristo en la Eucaristía. Todos estamos ya dentro del Cuerpo de Cristo en un ya sí pero todavía no. Sobre la tierra empezamos ya a ser lo que seremos plenamente en el cielo.
4.4 LA DISTORSION CORRUPCION DE LA BELLEZA. LA BELLEZA USURPADA DEBE
SER REDIMIDA
El pecado
ocasiona la corrupción de la belleza. “Toda la creación espera ser redimida de
la corrupción, espera la revelación de la gloria de los hijos de Dios” (Rm
8,18)
La experiencia
del pecado ofusca distorsiona la finalidad y orientación de la belleza. Se apaga
la luz interior y el hombre se descubre sin luz, en la oscuridad. El hombre queda ciego
por sus pasiones y concupiscencias. (El hombre cae en la seducción del eros: se
exalta la forma olvidando el espíritu, sensualidad).
La belleza se
puede aliar con el bien o con el mal: es tan ambigua como la libertad. Es
cierto que la mentira conoce todavía otra trampa: la belleza engañosa y falsa,
una belleza deslumbrante que no lleva al hombre al éxtasis de las alturas, sino
que lo encierra totalmente en él mismo. Seduce pero no conduce a ninguna parte.
Es la belleza que no despierta el anhelo por lo inefable, ni la disposición al
sacrificio, ni al abandono del ego, sino que lo incita a la avidez, a la
voluntad de poder, de poseer y de placer. “Es ese el tipo de experiencia de
belleza de la que habla el Génesis en el relato del pecado original: Eva vio
que el fruto del árbol era “hermoso” para comer y “apetecible a la vista”.
La belleza, tal
como ella la experimenta, le provoca la mentira de la posesión, por así
decirlo, la repliega sobre ella misma”[30]. Hay una belleza
aparente y engañosa que nos puede llevar al error y a la mentira. Y también con
esta belleza ha contado Cristo y ha de contar el mismo cristiano[31]. “¿Quién no
reconocería, por ejemplo, en la publicidad, las imágenes hechas de un modo tan
refinado, para inducir a las personas a poseerlo todo, a buscar la satisfacción
del momento, más que a estar abiertos a los demás?
La creación y la
materia espera ser redimida pues se sometió a las vanas ambiciones, (pasiones,
poder placer). “El hombre se creyó dios y cambió la gloria de Dios por la
gloria mundana” (Rm 1, 21). El origen de toda idolatría y concupiscencia es la
distorsión del fin de la finalidad del hombre. El hombre se entonteció y en
lugar de glorificar a Dios buscó su propia gloria. Cambiaron la gloria del Dios
inmortal por la de los seres mortales.
El pecado reduce
el hombre al individuo. El individuo no participa en la vida que es comunión,
no hace emerger la comunión. El individuo en su auto afirmación busca la
realización de sí mismo. El individualismo nos hace hacer en un subjetivismo
exasperado.
El hombre se dejó llevar por el deseo de someter la materia. La belleza no se posee se recibe, es don, don del Espíritu (el que santifica y hace bello, santo, el iconografo interior). Cuando nos apropiamos del don queda fosilizado. La belleza reside en la capacidad de acoger el don del Espíritu, para que el don se manifieste y se encarne en nuestra vida.
“A los que llamó
los predestinó para que reflejaran su gloria” (Rm 8,30). Este es el fin de la
belleza, manifestar la gloria de Dios. La belleza de la vida nueva en el
Espíritu. “Todos aquellos a los que conduce el Espíritu son hijos de Dios” (Rm
8,14).
La belleza no es
concebida como una realidad a conseguir sino como un don a acoger. Es
participación de una realidad escondida misteriosa que vislumbramos desde el
mismo misterio de la Encarnación. No es una realidad iluminada desde fuera sino
desde adentro.
La belleza no es
una idea es una persona: Cristo. Cristo, el Verbo, la Verdad se encarnó para
extender y manifestar sobre nosotros la vida inmortal. El es la Luz que ilumina
el hombre desde dentro y nos hace descubrir la realidad de modo nuevo, lo que
somos “el cuerpo de Cristo”.
Los cristianos al
recibir el bautismo recibimos el don de una vida nueva, una inteligencia nueva,
un modo de ser nuevo. El modo de ser y de vivir el cristiano es comunión,
porque Dios es comunión. Dios existe en comunión y para la comunión, la unidad
en la diversidad.
La
luz del Espíritu Santo nos ilumina desde dentro.[32]
El don que recibimos es el amor, la misma vida de Dios que es comunión. Estamos
a ver bajo la luz y la mirada de Dios, ver la realidad a través del Otro. El
Espíritu es una persona divina que con su Luz interior te atrae, te envuelve,
te enamora. La belleza de la santidad emana del hombre configurado con Cristo
bajo el impulso del Espíritu Santo, es uno de los más hermosos testimonios,
capaces de sacudir aun a los más indiferentes y de hacerles sentir el paso de
Dios en la vida de los hombres.
2.6 LA BELLEZA QUE SALVA[33]
Ya en los umbrales del tercer milenio, deseo a todos vosotros,
queridos artistas, que os lleguen con particular intensidad estas inspiraciones
creativas. Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque
asombro en ellas. Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las
maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro.
Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo
para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte.
Gracias a él la humanidad, después de cada momento de extravío, podrá ponerse
en pie y reanudar su camino. Precisamente en este sentido se ha dicho, con
profunda intuición, que «la belleza salvará al mundo»[34].
La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!»[35].
2.7 EL ESPÍRITU CREADOR Y
INSPIRACIÓN ARTÍSTICA
En la Iglesia resuena con frecuencia, en cada Pentecostés, la
invocación al Espíritu Santo: Veni, Creator Spiritus... « Ven,
Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena de la divina gracia
los corazones que Tú mismo creaste »[36].
El Espíritu Santo, «el soplo» (ruah), es Aquél al que se
refiere el libro del Génesis: «La tierra era caos y confusión y
oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las
aguas» (Gen 1, 2). Hay una gran afinidad entre las palabras «soplo-espiración»
e «inspiración». El Espíritu es el misterioso artista del universo.
En la perspectiva del tercer milenio, todos estamos llamados a
recibir abundantemente el don del Espíritu, el don de las inspiraciones
creativas, de las que surge toda auténtica obra de arte.
Como dice Juan Pablo II en su carta a los artistas: “Queridos
artistas, sabéis muy bien que hay muchos estímulos, interiores y exteriores,
que pueden inspirar vuestro talento. No obstante, en toda inspiración auténtica
hay una cierta vibración de aquel « soplo » con el que el Espíritu
creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. Presidiendo
sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del
Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad
creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo
tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la
mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma
en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de
«momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta
experiencia del Absoluto que le transciende”.
5. LA HISTORIA DEL ARTE
5.1 LA BELLEZA EN LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO[37]
Los primeros
cristianos dieron una visión nueva y originaria de la belleza rompiendo los
moldes de la belleza clásica y formal. Ellos dieron paso a la belleza
existencial, simbólica y orgánica (dimensión sacramental: dentro de una
realidad se descubre otra). El símbolo es la unidad orgánica de mundos o
dimensiones diversas.
El arte en los
primeros cristianos nace en lo orgánico con la liturgia y la vida. La belleza
la consideraron como unidad dentro de un organismo vivo. La belleza no es
formal sino relacional. La belleza no es un ideal es una persona, la encarna
una persona, Cristo. El Logos tiene un rostro, una carne. La realidad no se
ajusta a una idea sino a Cristo. No es la idea que corresponde a una forma. La
forma la da Cristo. Se trata de entrar en la nueva forma de ser de Cristo, una
persona viva que orienta toda la vida del hombre. El que es de Cristo tiene una
inteligencia nueva, una mente distinta, un modo de ser y de razonar distinto,
no está regido por el mundo exterior sino por la voz de Cristo, que resuena en
su interior.
La belleza no
está en una perfección ideal. La belleza proviene del color (crasna) de
la luz interior (luz tabórica)[38]. La luz verdadera
que es Cristo, hace resplandecer la santidad, el color verdadero[39]. La santidad es el
color que brilla en la vida de los santos. No es un modelo a imitar desde fuera
sino una luz que brilla y se irradia desde dentro.
El arte que el cristianismo encontró en sus comienzos era el fruto maduro del mundo clásico, manifestaba sus cánones estéticos y, al mismo tiempo, transmitía sus valores. La fe imponía a los cristianos, tanto en el campo de la vida y del pensamiento como en el del arte, un discernimiento que no permitía una recepción automática de este patrimonio. Así, el arte de inspiración cristiana comenzó de forma silenciosa, estrechamente vinculado a la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar los misterios de la fe y de disponer al mismo tiempo de un «código simbólico», gracias al cual poder reconocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difíciles de persecución. ¿Quién no recuerda aquellos símbolos que fueron también los primeros inicios de un arte pictórico o plástico? El pez, los panes o el pastor evocaban el misterio, llegando a ser, casi insensiblemente, los esbozos de un nuevo arte.
5.2 EL ORIGEN DE LA DESCRISTIANIZACION. LA SECULARIZACION DEL ARTE Y
DE LA BELLEZA[40]
Con la llegada de
Constantino y la cristianización del Imperio paradójicamente se inició una
descristianización. Se abandonó la experiencia viva de fe de los primeros
cristianos y se entró en una religión formal. Se quiso encontrar un pensamiento
conciso, preciso, claro con el que se podía descubrir el ideal de la vida cristiana.
Se elaboró un dogma, se propuso un credo, una doctrina universal (ideal
universal).
Cristo no vino a
fundar una religión, otra religión.[41] El cristianismo
como fe fue sustituido por una religión. Se paso de la experiencia viva de fe a
una religión. Se puso énfasis en la doctrina normativa, en el enfoque jurídico,
ético, moral. La institución de la religión ocasiono un declive de la
experiencia de fe. Primero es la doctrina y luego la práctica. Se puso en el
centro el individuo y la doctrina.
La fe se amoldó
al mundo clásico del dogmatimo y el moralismo, a las ideas filosóficas de
Platón (con el dedo hacia arriba: de las ideas al mundo) o Aristóteles (con el
dedo hacia abajo: del mundo a las ideas). Así surgieron las corrientes
teológicas y las disputas teológicas.[42] Los misterios de
la fe se comienzan a explicar desde categorías humanas. Se cae en un modelo de
perfección donde el individuo se tiene que conformar al ideal universal.
Del mismo modo
pasa con el arte. Se trata de presentar un modelo de ideal universal. El
individuo es vestido de perfección. Se pierde la dimensión espiritual y se
entra en un enfoque y modelo filosófico racional. El individuo se pone por
epicentro y se pierde la vida comunional en el Espíritu. El individuo busca
realizarse su propia realización.[43] Se abandona la
belleza y se pone primacía a la verdad y el bien. Se caen en los dogmatismos y
moralismos, en los fanatismos ideológicos y se pierde la dimensión estética de
la belleza. Con el paso del tiempo se pierde el verdadero sentido de lo bello.
Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos
expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de
manifestación de la fe. Comenzaron a aparecer majestuosas basílicas, en las que
se asumían los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su
vez a las exigencias del nuevo culto.[44]
Mientras la arquitectura diseñaba el espacio sagrado, la necesidad
de contemplar el misterio y de proponerlo de forma inmediata a los sencillos
suscitó progresivamente las primeras manifestaciones de la pintura y la
escultura. Surgían al mismo tiempo los rudimentos de un arte de la palabra y
del sonido. Mientras Agustín incluía entre los numerosos temas de su producción
un De musica, Hilario, Ambrosio, Prudencio, Efrén el Sirio,
Gregorio Nacianceno y Paulino de Nola, por citar sólo algunos nombres, se
hacían promotores de una poesía cristiana, que con frecuencia alcanzaba un alto
valor no sólo teológico, sino también literario. Su programa poético valoraba
las formas heredadas de los clásicos, pero se inspiraba en la savia pura del
Evangelio, como sentenciaba con acierto el santo poeta de Nola: «Nuestro único
arte es la fe y Cristo nuestro canto»[45].
Por su parte, Gregorio Magno, con la compilación del Antiphonarium,
ponía poco después las bases para el desarrollo orgánico de una música sagrada
tan original que de él ha tomado su nombre. Con sus inspiradas modulaciones el
Canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica
característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los
sagrados misterios. Lo «bello» se conjugaba así con lo «verdadero», para que
también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible
a lo eterno.
En este itinerario no faltaron momentos difíciles. Precisamente la
antigüedad conoció una áspera controversia sobre la representación del misterio
cristiano, que ha pasado a la historia con el nombre de «lucha iconoclasta».
Las imágenes sagradas, muy difundidas en la devoción del pueblo de Dios, fueron
objeto de una violenta contestación. El Concilio celebrado en Nicea el año 787,
que estableció la licitud de las imágenes y de su culto, fue un acontecimiento
histórico no sólo para la fe, sino también para la cultura misma. El argumento
decisivo que invocaron los Obispos para dirimir la discusión fue el misterio de
la Encarnación: si el Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades
visibles, tendiendo un puente con su humanidad entre lo visible y lo invisible,
de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser
usada, en la lógica del signo, como evocación sensible del misterio. El icono
no se venera por sí mismo, sino que lleva al sujeto representado[46].
5.3 EL ARTE EN LA EDAD MEDIA[47]
Los siglos posteriores fueron testigos de un gran desarrollo del
arte cristiano. En Oriente continuó floreciendo el arte de los iconos,
vinculado a significativos cánones teológicos y estéticos y apoyado en la
convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En
efecto, de forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el
misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos. Precisamente por esto
la belleza del icono puede ser admirada sobre todo dentro de un templo con
lámparas que arden, produciendo infinitos reflejos de luz en la penumbra.
Escribe al respecto el teólogo ruso Pavel Florenskij: «El oro, bárbaro, pesado
y fútil a la luz difusa del día, se reaviva a la luz temblorosa de una lámpara
o de una vela, pues resplandece en miríadas de centellas, haciendo presentir
otras luces no terrestres que llenan el espacio celeste»[48].
En Occidente los puntos de vista de los que parten los artistas
son muy diversos, dependiendo en parte de las convicciones de fondo propias del
ambiente cultural de su tiempo. El patrimonio artístico que se ha ido formando
a lo largo de los siglos cuenta con innumerables obras sagradas de gran
inspiración, que provocan una profunda admiración aún en el observador de hoy.
Se aprecia, en primer lugar, en las grandes construcciones para el culto, donde
la funcionalidad se conjuga siempre con la fantasía, la cual se deja inspirar
por el sentido de la belleza y por la intuición del misterio. De aquí nacen los
estilos tan conocidos en la historia del arte.
La fuerza y la sencillez del románico, expresada en las catedrales
o en los monasterios, se va desarrollando gradualmente en la esbeltez y el
esplendor del gótico. En estas formas, no se aprecia únicamente el genio de un
artista, sino el alma de un pueblo. En el juego de luces y sombras, en las formas
a veces robustas y a veces estilizadas, intervienen consideraciones de técnica
estructural, pero también las tensiones características de la experiencia de
Dios, misterio «tremendo» y «fascinante». ¿Cómo sintetizar en pocas palabras, y
para las diversas expresiones del arte, el poder creativo de los largos siglos
del medioevo cristiano?
Una entera cultura, aunque siempre con las limitaciones propias de todo lo humano, se impregnó del Evangelio y, cuando el pensamiento teológico producía la Summa de Santo Tomás, el arte de las iglesias doblegaba la materia a la adoración del misterio, a la vez que un gran poeta como Dante Alighieri podía componer «el poema sacro, en el que han dejado su huella el cielo y la tierra »[49], como él mismo llamaba la Divina Comedia.
5.4 EL ARTE EN EL RENACIMIENTO[50]
El fértil ambiente cultural en el que surge el extraordinario
florecimiento artístico del Humanismo y del Renacimiento, tiene repercusiones
significativas también en el modo en que los artistas de este período abordan
el tema religioso. Naturalmente, al menos en aquéllos más importantes, las
inspiraciones son tan variadas como sus estilos. No es mi intención, sin
embargo, recordar cosas que vosotros, artistas, sabéis de sobra.
Dice Juan Pablo II en su carta a los artistas. “Cómo quisiera hacerme
voz de los grandes artistas que prodigaron aquí las riquezas de su ingenio,
impregnado con frecuencia de gran hondura espiritual. Desde aquí habla Miguel
Ángel, que en la Capilla Sixtina, desde la Creación al Juicio Universal, ha
recogido en cierto modo el drama y el misterio del mundo, dando rostro a Dios
Padre, a Cristo juez y al hombre en su fatigoso camino desde los orígenes hasta
el final de la historia. Desde aquí habla el genio delicado y profundo de
Rafael, mostrando en la variedad de sus pinturas, y especialmente en la
«Disputa» del Apartamento de la Signatura, el misterio de la revelación del
Dios Trinitario, que en la Eucaristía se hace compañía del hombre y proyecta
luz sobre las preguntas y las expectativas de la inteligencia humana. Desde
aquí, desde la majestuosa Basílica dedicada al Príncipe de los Apóstoles, desde
la columnata que arranca de sus puertas como dos brazos abiertos para acoger a
la humanidad, siguen hablando aún Bramante, Bernini, Borromini o Maderno, por
citar sólo los más grandes, ofreciendo plásticamente el sentido del misterio
que hace de la Iglesia una comunidad universal, hospitalaria, madre y compañera
de viaje de cada hombre en la búsqueda de Dios”.
El arte sagrado ha encontrado en este extraordinario complejo una
expresión de excepcional fuerza, alcanzando niveles de imperecedero valor
estético y religioso a la vez. Sea bajo el impulso del Humanismo y del
Renacimiento, sea por influjo de las sucesivas tendencias de la cultura y de la
ciencia, su característica más destacada es el creciente interés por el hombre,
el mundo y la realidad de la historia. Este interés, por sí mismo, en modo
alguno supone un peligro para la fe cristiana, centrada en el misterio de la
Encarnación y, por consiguiente, en la valoración del hombre por parte de Dios.
Lo demuestran precisamente los grandes artistas apenas mencionados. Baste
pensar en el modo en que Miguel Ángel expresa, en sus pinturas y esculturas, la
belleza del cuerpo humano[51].
5.5 LA BELLEZA CLASICA. LA SEDUCCION DE LA BELLEZA FORMAL. EL OCASO DE
LA BELLEZA
El renacimiento volvió al mundo clásico al modelo de belleza clásica. Se cae en el formalismo de la belleza formal. Se confunde el fin de la belleza. La perfección se pone en la forma, en el modelo. La belleza parte de la forma (forma-formoso-hermoso).
La belleza clásica es una forma perfecta. Se hace de
acuerdo a la idea de lo perfecto. La idea domina el espacio. Se corrige la idea
de lo perfecto porque la realidad no se ajusta a la idea. En la pedagogía
clásica se necesita corregir para que quede más perfecta. Se presenta el modelo
y luego se imita.
La belleza idealista es cosmética, no parte de la realidad, sino que se ajusta a un mero ideal que no existe. Este fue el porqué del idealismo se pasó al realismo y al expresionismo.
5.6 EL NUEVO AMBIENTE DE LOS
ÚLTIMOS SIGLOS
En el mundo contemporáneo donde parece que parte de la sociedad se
ha hecho indiferente a la fe, tampoco el arte religioso ha interrumpido su
camino. La constatación se amplía si, de las artes figurativas, pasamos a
considerar el gran desarrollo que también en este período de tiempo ha tenido
la música sagrada, compuesta para las celebraciones litúrgicas o vinculada al
menos a temas religiosos. Además de tantos artistas que se han dedicado
preferentemente a ella,[52] es bien sabido que muchos
grandes compositores, desde Händel a Bach, desde Mozart a Schubert, desde
Beethoven a Berlioz, desde Liszt a Verdi, nos han dejado asimismo obras de gran
inspiración en este campo.
La Iglesia de
occidente no debe renegar de ese camino específico, el naturalismo y la
expresividad, que ha ido recorriendo aproximadamente desde el siglo XIII,
aunque también sea cierto al mismo tiempo que el arte no puede ser campo para
la pura arbitrariedad. Las formas artísticas que niegan la presencia del Logos
en la realidad y fijan la atención del hombre en la apariencia sensible, no
pueden conciliarse con el sentido de la imagen en la Iglesia.
De la subjetividad aislada no puede surgir el arte sacro, sino que presupone, más bien, el sujeto formado interiormente en la Iglesia y abierto al “nosotros” de la fe. El arte cristiano debe remitirse de modo continuo a toda la Iglesia, y no sólo a un individuo o a una parte de ella. Sólo de este modo el arte hace visible la fe común y vuelve a hablar al corazón del hombre.
5.
LA GRAN CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN PRESENTE
Necesitamos
pararnos a pensar que estamos viviendo, que nos está pasando, cuáles son los
desafíos que nos encontramos frente a la cultura contemporánea. En el alba de
este tercer milenio nos preguntamos cómo podemos superar el ambiente de
increencia e indiferencia religiosa en que vivimos, ¿cuáles son las causas de
este ocaso del arte y de la belleza?, ¿Cómo superar la corriente inmanentista y
atea de nuestra sociedad secularizada?
Vivimos una cultura marcad por una visión materialista fruto de la pérdida de la fe, pérdida de la dimensión transcendente y espiritual, pero lejos de caer en el lamento debemos avivar y despertar el Espíritu para vivir este tiempo como la oportunidad de hacer emerger en lo profundo del hombre la sed verdadera de belleza la sed trascendente que en el fondo clama nuestro corazón. El hombre sigue teniendo hambre de verdad, sed de bien y de bondad, sed de belleza, sed de Dios aunque quizás manifieste este rechazo.
También como Iglesia hemos de
cuestionarnos por la causa de este ateísmo y confesar que la vivencia de
nuestra fe a menudo no es bella ni atrayente.[53] Necesitamos de una transformación de
volver a una nueva espiritualidad, una nueva religiosidad que integre la
adoración, la contemplación, la celebración, la liturgia, con la vida; un
volver a las fuentes de la creatividad y de la Belleza como camino del Espíritu
que nos invita a salir del ocaso y vivir una nueva primavera.
6.1 NECESITAMOS DE UNA TRANSFORMACION
Nos preocupa la
falta de vocaciones pero nos hemos preguntado cuál es la raíz. ¿Como es posible
que vivamos una secularización tan violenta y un rechazo a todo lo que es de
Iglesia? No somos bellos. En el mejor de los casos somos buenos quizás dicen
cosas buenas de nosotros, pero nuestra vida no es bella no tiene el poder de la
fascinación de la atracción, no seduce a nadie.
El sentido de la
vida espiritual es ser bellos, ser santos. Falta santidad en la Iglesia. Hemos
heredado una belleza clásica y formal y hemos olvidado la experiencia cristiana
de la belleza. La arquitectura, la pintura o escultura, el arte en general
deben reflejar lo que somos, la belleza de lo que vivimos.
Hemos exaltado la
forma y hemos roto la conexión, la integración vital. Al perder la experiencia
de vida nueva en Cristo como vida de comunión caemos en un individualismo
exacerbado. La vida nueva que recibimos por el bautismo es una vida nueva en el
Espíritu. Se muere al hombre viejo, al individualismo, a la autoafirmación del
yo para pasar al hombre nuevo, a la vida de comunión, al ser relacional del
nosotros, hermano de todos.
En la actualidad se exalta el individuo. No somos primero individuos y luego amamos.[54] La experiencia de fe nos hace entrar en una nueva forma de ser y de vivir en comunión y para la comunión. Somos el Cuerpo de Cristo, estamos llamados a vivir y amar en Otro, Cristo.
6.2. UN GRAN RETO Y DESAFIO
HOY: TRATAR DE ARMONIZAR EL ARTE Y LA FE
Estamos viviendo un gran reto y desafío de nuestra sociedad secularizada. La cultura marcada por una visión materialista y atea, característica de las sociedades secularizadas, provoca un verdadero alejamiento, más aún, una acusación de la religión en general, y del cristianismo en particular, así como un nuevo anti-catolicismo[55]. Muchos viven como si Dios no existiera (etsi Deus non daretur), como si su presencia y su palabra no pudieran influir de ninguna manera en la vida concreta de las personas y las sociedades.[56]
Hoy
más que nunca se necesita que el arte sea un camino de conocimiento de Dios y
de nosotros mismos. El camino de la belleza es un camino precioso de
conocimiento y de comunicación con el Creador, autor de todo cuanto es bello. “Hay que formar a la belleza del misterio
cristiano que se expresa en el arte... Hay que crear las condiciones apropiadas
para renovar la creación artística en la comunidad cristiana … Es necesario
introducir al lenguaje de la belleza y desarrollar la capacidad de captar el
mensaje del arte cristiano: lo que hace que las obras sean bellas y, sobre
todo, lo que en ellas favorece un encuentro con el misterio de Cristo”[57].
Somos buscadores incansables del bien, la verdad
y la belleza porque somos buscadores de Dios la Verdad eterna, el Sumo bien, la
Belleza que no se marchita. “El
camino de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la
belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y
disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad
encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación. Esta belleza
sigue invitando hoy a “los Agustines” de nuestro tiempo, buscadores incansables
de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la belleza sensible a la
Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo, artífice de toda
belleza”.[58]
Hemos de ser buscadores y rastreadores de las obras de arte y saber reconocer el mensaje que los artistas han querido dejarnos como los juglares de Dios. El arte nació de una experiencia de fe y hemos de recoger esa experiencia que nos ha sido transmitida.“Si bien se ha hecho mucho en estos últimos decenios todavía queda mucho por hacer para valorizar el riquísimo patrimonio cultural y artístico de la Iglesia, nacido de la fe cristiana y utilizarlo como instrumento de evangelización, de catequesis y de diálogo. No basta construir museos, es necesario que este patrimonio pueda expresar el contenido de su mensaje”.[59]
6.3 UNA LLAMADA A LOS ARTISTAS
Juan Pablo II al finales del milenio
quiso dirigir una carta a los artistas del mundo entero para tratar de
armonizar el arte con la fe y el legado que hemos recibido de parte de la Iglesia:
“Con esta Carta
me dirijo a vosotros, artistas del mundo entero, para confirmaros mi estima y
para contribuir a reanudar una más provechosa cooperación entre el arte y la
Iglesia. La mía es una invitación a redescubrir la profundidad de la
dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los
tiempos, en sus más nobles formas expresivas… Hago una llamada especial a
los artistas cristianos. Quiero recordar a cada uno de vosotros que la
alianza establecida desde siempre entre el Evangelio y el arte, más allá de
las exigencias funcionales, implica la invitación a adentrarse con intuición
creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo
tiempo, en el misterio del hombre”.[60]
Todo ser humano es, en cierto sentido, un desconocido para sí mismo. Jesucristo no solamente revela a Dios, sino que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»[61]. En Cristo, Dios ha reconciliado consigo al mundo. Todos los creyentes están llamados a dar testimonio de ello; pero os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis dedicado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que en Cristo el mundo ha sido redimido: redimido el hombre, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera, de la cual san Pablo ha escrito que espera ansiosa «la revelación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte. Ésta es vuestra misión. En contacto con las obras de arte, la humanidad de todos los tiempos, también la de hoy, espera ser iluminada sobre el propio rumbo y el propio destino.
7. RECUPERAR EL ESPLENDOR DE LA
BELLEZA[62]
Hans
Urs von Balthasar, con su estética teológica, se proponía abrir los horizontes
del pensamiento a la meditación y a la contemplación de la belleza de Dios, de
su misterio, y de Cristo en quien se revela. En la introducción al primer
volumen de su obra magistral, Gloria, el teólogo cita la palabra
belleza «será nuestra palabra inicial», expresando su alcance con relación al
bien que «ha perdido su contundencia », cuando «los argumentos
demostrativos de la verdad han perdido su fuerza de conclusión lógica»[63].
Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión. La belleza desinteresada, sin la cual no sabría entenderse a sí mismo el mundo antiguo, pero que se ha despedido sigilosamente y de puntillas del mundo moderno de los intereses, abandonándolo a su avidez y a su tristeza.
La belleza, que tampoco es ya apreciada ni protegida por la religión y que, sin embargo, cual máscara desprendida de su rostro, deja al descubierto rasgos que amenazan volverse ininteligibles para los hombres. De aquel cuyo semblante se crispa ante la sola mención de su nombre (pues para él la belleza es sólo bagatela exótica del pasado burgués) podemos asegurar que —abierta o tácitamente— ya no es capaz de rezar y, pronto, ni siquiera será capaz de amar… En un mundo sin belleza, —aunque los hombres no puedan prescindir de la palabra y la pronuncien constantemente, si bien utilizándola de modo equivocado—, en un mundo que quizá no está privado de ella, pero que ya no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido asimismo su fuerza atractiva, la evidencia de su deber-ser realizado… En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica.
7.1 HEMOS DE VOLVER A LA VERDADERA BELLEZA QUE RESIDE EN EL INTERIOR
Vivimos en un
mundo en cambio, en crisis que está perdiendo la fe. Hemos caído en el
racionalismo, en la abstracción, en el devocionismo, perdiendo la vida en el
Espíritu. No podemos experimentar lo bello sino somos guiados por el Espíritu,
si no entramos en la novedad de ida de Cristo. Los primeros cristianos dieron
una visión nueva y original de la belleza. La belleza no es fruto de una idea,
ideología moral. La belleza tiene un rostro, es una persona viva Cristo. La belleza
es relacional se trata de vivir contemplando a Cristo irradiando la nueva vida
de Cristo. Hemos de abrirnos al escatón que es Cristo, la plenitud y
culminación de todo en Cristo.
Estamos en el
tránsito de una época a otra nueva. Un cambio epocal.[64] Estamos ante una
primavera nueva. Esta nueva época no puede inspirarse en modelos antiguos sino
en algo nuevo. Las épocas culturales se suceden unas a otras. Pero cabe hacer
una reflexión. Un modelo no sigue a otro modelo.[65] La nueva época no
acepta nada de la precedente. De una época clásica con el primado de la idea y
la razón se pasó a un época orgánica con el primado en la vida y el símbolo.
También nosotros hora estamos frente a un gran cambio. Pasar del primado de la
idea y de la razón al primado del Espíritu.
Hemos de
abandonar la especulación, la estructura y elaboración intelectual abstracta,
separada de la vida, el primado de la razón, la crítica, la ley, la ciencia, la
técnica y dar paso a una nueva era del Espíritu.
Hemos dado
prioridad a la verdad y el bien y hemos olvidado a la belleza. La grande
síntesis del futuro no se será ni de la verdad ni del bien sino de la belleza.
La belleza es el fin de la vida espiritual y sobrenatural. Estamos llamados a
recuperar el verdadero sentido de la belleza. Abandonar la idea clásica de la
belleza formal y entrar en la belleza el Espíritu.
Estamos llamados
a recuperar el arte de la belleza de la fe para que nuestra vida, acorde con
nuestra fe, sea expresión y manifestación de la novedad de la vida de Cristo.
Vivir nuestra vida bella en la acogida del don para pasar a ser don. Vivir la
vida en el verdadero amor que es don de nosotros mismos. Se trata de una
belleza pascual que se realiza de una manera pascual. Dentro de nuestro amor
imperfecto descubrimos un amor más profundo que nos seduce y nos enamora.
“Llevamos este
tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4, 1) En el amor verdadero el cuerpo se
destruye, pero germina la vida nueva. Es la dinámica del grano de trigo. El
grano muera y germina la espiga de trigo con la que se hace el pan de la comunión.
Comunión que no anula la diferencia sin que vive la unidad en la integración
armónica de lo diferente.
Hemos de
recuperar el valor testimonial y sacramental de la belleza. El testimonio es
sacramental, existencial y simbólico. En los gestos y obras emerge Otro, el
Señor vivo y operante en nuestras vidas.
Estamos llamados a vivir nuestra humanidad como teofanía, lugar donde
Dios se manifiesta en nuestra humanidad, en nuestra historia.
La suprema belleza se da en el Cristo Pascual, en el amor realizado y consumado en Cristo. El arte de la vida del cristiano es creatividad en el Espíritu. El cristiano impulsado por el Espíritu vive en una inteligencia nueva, en el empeño creativo de hacer un mundo nuevo. Una nueva existencia de la humanidad vivida en comunión. “El vino nuevo en odres nuevos” (Mt 9,17). El Espíritu es el artífice de la vida nueva y del mundo nuevo.
7.2 EL CAMINO HACIA LA BELLEZA LUMINOSA DE CRISTO
La singular
belleza de Cristo, como modelo de «vida verdaderamente bella», se
refleja en la santidad de una vida transformada por la gracia. Muchos, por
desgracia, sienten el cristianismo como sumisión a unos mandamientos hechos de
prohibiciones y límites a la libertad personal. El papa Benedicto XVI lo expresaba:
«A mí, en cambio, me gustaría que comprendiesen que estar sostenidos por un
gran amor y por una revelación, no es una carga: nos da alas, y es hermoso ser
cristiano. Esta experiencia nos ensancha el corazón… El gozo de ser cristiano:
es hermoso y también es justo creer»[66]. De la belleza
interior y de la profunda emoción provocada por el encuentro con la Belleza en
persona nace la capacidad de proponer acontecimientos de belleza en todas las
dimensiones de la existencia y de la experiencia de fe.
Si la belleza es
el esplendor de la verdad, entonces nuestra pregunta se vincula a la de Pilato
y la respuesta es idéntica: Jesús mismo es la Belleza. Él se
manifiesta, desde el Tabor a la Cruz, para iluminar el misterio del hombre
desfigurado por el pecado, pero purificado y recreado por el Amor redentor.
Jesús no es un camino entre otros muchos, una verdad entre otras, una belleza
entre otras. Él tampoco propone un camino entre otros muchos: Él es la vía que
conduce a la verdad viva que da la vida. Jesús, belleza suprema, esplendor de
Verdad, es la fuente de toda belleza, porque en cuanto Verbo de Dios hecho
carne, es la manifestación del Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto al
Padre» (Jn 14, 9).
El
culmen, el arquetipo de la belleza se manifiesta en el rostro del Hijo del
hombre crucificado en la cruz dolorosa, revelación del amor infinito de dios
que, en su misericordia hacia sus criaturas, restaura la belleza perdida a
causa del pecado original. «La belleza salvará el mundo», porque esta
belleza es Cristo, la única belleza que desafía el mal y triunfa sobre la muerte.
Por amor, el «más bello de los hijos de los hombres» se hizo «varón
de dolores», «sin apariencia ni belleza que atraiga nuestra mirada»
(Is 53, 2), y de este modo ha devuelvo al hombre, a todo hombre,
plenamente su belleza, su dignidad y su verdadera grandeza. En Cristo y sólo en
Él, nuestra via crucis se trasforma en via lucis y
en via pulchritudinis.
La Iglesia del tercer milenio busca continuamente esta belleza en el encuentro con su Señor y, con Él, en el diálogo de amor de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. En el corazón de las culturas, para responder a sus angustias, a sus gozos y esperanzas. Juan Pablo II al inicio del tercer milenio nos invitaba: “Abrid la puertas a Cristo”. Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.
7.3 LA VÍA DE
LA BELLEZA COMO CAMINO DE EVANGELIZACIÓN
La
Iglesia lleva a cabo su misión, que consiste en llevar a los hombres a Cristo
Salvador, compartiendo la Palabra de Dios y el don de los Sacramentos de la
Gracia. Para llegar mejor a ellos, a través de una pastoral de la
cultura adaptada a la luz de Cristo, contemplado en el misterio de su
encarnación,[67]
escruta los signos de los tiempos y descubre en ellos
preciosas indicaciones para tender puentes que permitan encontrar al Dios de
Jesucristo a través de un itinerario de amistad en un diálogo de verdad.
En esta
perspectiva, la Via pulchritudinis se presenta como un
itinerario privilegiado para llegar a muchos que experimentan grandes
dificultades para acoger la enseñanza, sobre todo moral, de la Iglesia. Con
demasiada frecuencia, en estos últimos decenios, la verdad se ha resentido de
la instrumentalización a que la han sometido las ideologías y la bondad se ha
visto reducida a su dimensión horizontal, a mero acto social, como si la
caridad hacia el prójimo pudiese vivir sin extraer su propia fuerza de Dios. El
relativismo, que halla en el pensamiento débil una de sus expresiones más
claras, contribuye, por lo demás, a dificultar un debate auténtico, serio y
razonable.
La Vía
de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la
belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y
disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de la santidad
encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación. Esta belleza
sigue invitando hoy a los Agustines de nuestro tiempo, buscadores incansables
de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la belleza sensible a la
Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo, artífice de toda
belleza.
7.4
EL ARTE SACRO, INSTRUMENTO DE EVANGELIZACIÓN
Juan
Pablo II definía el patrimonio artístico inspirado por la fe cristiana «un
formidable instrumento de catequesis», fundamental para «volver a
proponer el mensaje universal de la belleza y de la bondad». En sintonía
con él, el Cardinal Ratzinger, como Presidente de la Comisión especial
preparatoria del Compendio del Catecismo de la Iglesia
católica, motivaba así la introducción característica de las imágenes en esta obra:
“también la imagen es predicación evangélica. Los artistas de todos los tiempos
han ofrecido, para contemplación y asombro de los fieles, los hechos más
sobresalientes del misterio de la salvación, presentándolo en el esplendor del
color y la perfección de la belleza. Es éste un indicio de cómo hoy más que
nunca, en la civilización de la imagen, la imagen sagrada puede expresar mucho
más que la misma palabra, dada la gran eficacia de su dinamismo de comunicación
y de transmisión del mensaje evangélico”.[68].
El
documento del Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la
cultura, expresa este mismo deseo: “En nuestra cultura, marcada por un
torrente de imágenes frecuentemente banales y brutales diariamente arrojadas
por las televisiones, películas y videos, una alianza fecunda entre el
Evangelio y el arte suscitará nuevas epifanías de la belleza, nacidas de la
contemplación de Cristo, Dios hecho hombre, de la meditación de sus misterios,
de su irradiación en la vida de la Virgen María y de los santos”.[69]
El
enorme poder de comunicación del arte sacro le hace capaz de superar las
barreras y los filtros de los prejuicios para alcanzar el corazón de los
hombres y de las mujeres de otras culturas y religiones y darles el modo de
captar la universalidad del mensaje de Cristo y de su Evangelio. Por ello,
cuando una obra de arte inspirada por la fe se ofrece al público, en el marco
de su función religiosa, se revela como una «vía», un «camino de
evangelización y de diálogo», que ofrece la posibilidad de disfrutar del
patrimonio vivo del cristianismo y, al mismo tiempo, de la fe cristiana.
La via
pulchritudinis, tomando el camino del arte, conduce a la veritas de
la fe, a Cristo mismo, que con la Encarnación, se ha hecho «icono
del Dios invisible». Juan Pablo II no ha dudado en manifestar su «convicción
de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En efecto, de forma
análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la
Encarnación en uno u otro de sus aspectos»[70].
Las
obras de arte cristiano ofrecen al creyente un tema de reflexión y una ayuda
para entrar en contemplación en una oración intensa, a través de un momento de
catequesis y de confrontación con la Sagrada Escritura. Las obras maestras
inspiradas por la fe son auténticas «biblias para los pobres», «escalas de
Jacob», que elevan el alma hasta el autor de toda belleza y, con Él, al
misterio de Dios y de los que viven en su visión beatífica: «Visio Dei vita
hominis», «la vida del hombre es la visión de Dios», como profesa San
Ireneo. Son las vías privilegiadas de una auténtica experiencia de fe.
8. CONCLUSION
Estamos
necesitados de una nueva epifanía de la belleza. Así lo expresaba el Papa Juan
Pablo II, en su Carta a los artistas. La iglesia nos llama y
nos convoca a una nueva epifanía de la belleza y a un nuevo
diálogo entre la fe y la cultura, entre la Iglesia y el arte, subrayando la
necesidad de recíproca de la una y de la otra y la fecundidad de su alianza
milenaria.
Sentimos
la imperiosa necesidad se salvar la belleza, porque salvar la belleza es salvar
al hombre. Es preciso releer las obras de arte cristiana, grandes o pequeñas,
artísticas o musicales, y situarlas en su contexto, ahondando sus lazos vitales
con la vida de la Iglesia, en particular con la liturgia, significa hacer
«hablar» de nuevo a tales obras, permitiéndoles trasmitir el mensaje que
inspiró su creación.
Si el
ambiente cultural condiciona fuertemente al artista, surge entonces la
pregunta: cómo ser custodios de la belleza, según el deseo de von Balthasar, en
esta cultura artística contemporánea en la que la seducción erótica
omnipresente hipertrofia los instintos y el imaginario e inhibe las facultades
espirituales. Salvar la belleza es salvar al hombre. Tal es el papel de la
Iglesia, «experta en humanidad».
En
este sentido, se entiende la famosa frase de Dostoievski: “la belleza salvará
al mundo”. Pero –seguía preguntando el protagonista agnóstico de esa novela–
“¿qué belleza salvará el mundo?”[71].
Para salvar la belleza terrenal, esta ha de convertirse en una belleza
transfigurada: en una belleza que nos lleve a Cristo y que –de hecho– se
parezca lo más posible a la de Cristo, “el más hermoso entre los hijos de los
hombres” (Sal 44, 3). Es esta la belleza que salvará al mundo, en la que se
unen verdad y belleza, amor y dolor, tal como se presentan en la misma Persona
de Jesucristo.
Tenemos en la Iglesia de abrir el camino de la belleza, la vía pulchritudinis como camino de transmisión de la fe. Albert Camus dio expresión de un modo estremecedor con motivo de un viaje a Praga a la experiencia de soledad y de ser extranjero. Uno puede vivir como desterrado, exiliado, expatriado, en una ciudad cuya lengua no entiende. Cuando la fe el amor la comunión no se manifiesta en el arte, la liturgia, la vida, la misma vida pierde su esplendor. El esplendor de la Iglesia es mudo y no consuela.
Como creyentes no puede ser así: donde hay Iglesia, donde hay presencia eucarística del Señor, allí todo hombre debe encuentra su hogar y su patria. La casa de Dios se convierte en casa humana. Se convierte en la verdadera casa humana cuanto menos pretenda serlo, cuanto más apueste por Dios.
Como decía el papa Benedicto XVi en su discurso a los artistas: “Queridos artistas, ustedes son los custodios de la belleza, […] ¡sean también ustedes, a través de su arte, anunciadores y testimonios de esperanza para la humanidad¡ […] La fe no quita nada a al genio de ustedes, a su arte; es más, los exalta y los nutre, los anima a atravesar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin crepúsculo que ilumina y hace bello el presente”.
Como también decía Juan Pablo II en la carta dirigida a los artistas “Os deseo,
artistas del mundo, que vuestros múltiples caminos conduzcan a todos hacia
aquel océano infinito de belleza, en el que el asombro se convierte en
admiración, embriaguez, gozo indecible. Que el misterio de Cristo resucitado,
con cuya contemplación exulta en estos días la Iglesia, os inspire y oriente”.
BIBLIOGRAFÍA:
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____, “Hacer
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en: Labrada, M. S. (ed.), La belleza que salva. Comentario a la ‘Carta a los
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Tratti bonaventuriani nella teologia del cardinale Joseph Ratzinger”, en:
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Dostoievski,
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____, Un canto
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Rupnik, Marco, Il lingaggi del divino, ponencia
5 Diciembre, 2017
____, La
belleza lugar de comunión, ponencia 10 Marzo, 2016
____, Sobre la
vida consagrada, ponencia 22 Diciembre, 2015
Documento del
Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura.
Documento del
Consejo Pontificio de la Cultura, La via pulchritudinis, camino
de evangelización y de diálogo, Asamblea Plenaria 2004.
NOTAS:
[1] El Cardenal Nicolás de Cusa dice: “el arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo. Dialogus de ludo globi, Lib. II: Philosophisch-Theologische Schriften, Viena 1967, III, p. 332.
[2]
El hombre no se crea así mismo, es
un ser creado y lleva en sí la huella y la marca de su Creador.
[3] El Papa Juan Pablo II ha
recogido esta afirmación esencial en su Carta a los artistas, n.
11.
[4] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
12.
[5] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
13.
[6] Juan Pablo II,
Carta a los artistas, Altair, Sevilla 2000, n. 12. Benedicto XVI añadirá por su
parte: “En realidad, para mí el arte y los santos son la más grande apología de
nuestra fe” (Benedicto XVI, “Alocución al clero de la diócesis de Bressanone
del 6.8.2008”, AAS 9 (2008), Editrice vaticana, Vaticano 2008. Sobre este tema,
puede verse también sobre este tema: A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger:
an introductory study, T&T Clark, Edimburgo 1988, 213-219.
[7] Juan Pablo II,
Carta a los artistas, o. c., n. 12.
[8] Puede verse también J. Arnold, "Nüchterne
Trunkenheit in liturgicis – eine evangelische Antwort auf Joseph Ratzingers
Theologie der Liturgia”, o. c., 101-103.
[9] J. Ratzinger, Un
canto nuevo para el Señor, o. c., 96. Puede verse también algunas de las
manifestaciones concretas en M. Alderman, “Heaven Made Manifest. An
Architectural Solution for The Spirit of Liturgy”, Antiphon 12 (2008/3)
240-273; E.M. Radaelli, “Cómo descubrir en el edificio sacro el rostro del
Eterno”, L’Osservatore romano (4-5.2.2008).
[10] Ibidem, 104; cf. A. Gerhards, “Vom jüdischen
zum christlichen Gotteshaus? Gestaltwerdung des christlichen
Liturgie-Raumes”, o. c., 111-137.
[11] El templo
cristiano es por tanto Cenáculo, Gólgota y Sepulcro a la vez: lugar en el que
se actualiza no solo la última cena, sino también todo el misterio pascual,
también la muerte y la resurrección de Cristo. La iglesia será casa de la
Palabra y de la Eucaristía, en la que se resumen y concentran todos los
misterios de la fe. Así, para el cristianismo la iglesia queda configurada a la
vez como sinagoga (lugar de reunión y oración) y templo (lugar de sacrificio):
casa de Dios y casa de hombres y mujeres –“piedras vivas” de la Iglesia (1 Pe
2,4-5)– que quieren ir al encuentro de Dios (cf. J. Ratzinger, El espíritu de la
liturgia, o. c., 76-77, 85-88) el lugar de culto presenta también sus propias
peculiaridades; existen algunas diferencias entre la iglesia y la sinagoga. En
primer lugar, “el templo de piedra ya no es expresión de la esperanza de los
cristianos; su velo está rasgado para siempre. Ahora se mira hacia el oriente,
hacia el sol naciente. No es un culto al sol: es el cosmos que habla de Cristo”
(ibídem., 90). El centro de este nuevo templo será Cristo, el Verbo de Dios
encarnado, muerto y resucitado.
[12] Ibídem, 112. Sobre
la theologia gloriae y la dignidad y la necesidad de la materia artística, dirá
unos años más tarde: “Hay en esto algo parecido al trabajo del escultor, que
debe constantemente medirse con la materia sobre la que trabaja –pensemos en el
mármol de la Pietà de Miguel Ángel–, y con todo consigue hacer hablar a esa
materia, hacer surgir una síntesis singular e irrepetible de pensamiento y de
emoción, una expresión artística absolutamente original pero que, al mismo
tiempo, está totalmente al servicio de ese preciso contenido de fe, está como
dominada por el acontecimiento que representa – en nuestro caso, por las siete
palabras y por su contexto. Aquí se esconde una ley universal de la expresión
artística: el saber comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad,
a través de un medio sensible –una pintura, una música, una escultura, un texto
escrito, una danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que ha seguido Dios para
comunicarnos a sí mismo y a su amor: se encarnó en nuestra carne humana y
realizó la mayor obra de arte de toda la creación: “el único mediador entre
Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” – como escribe san Pablo (1Tm 2,5)”
Cfr. J. Ratzinger, “Discurso en la solemnidad de san José”, (19.3.2010), AAS
102, Editrice vaticana, Vaticano 2010.
[13]
J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor, o. c., 112.
[14] Juan Pablo II, Carta a
los artistas, n. 12-13.
[15]
Como Francisco de
Asís en su tiempo, contemplando el rostro de Cristo crucificado en San Damián o
escuchando de rodillas el canto de la Pasión de Cristo (el Te
Deum).
[16] J. Ratzinger, El
espíritu de la liturgia, o. c., 176.
[17] J. Ratzinger,
Informe sobre la fe, o. c., 143. Cf. U.M. Lang, “The Crisis of Sacred Art and the Sources for Its Renewal
in the Thought Benedict XVI”, o. c., 227-229; T. Rowland, La fe de Ratzinger,
o. c., 232-233.
[18] J. Ratzinger,
Caminos hacia Jesucristo, o. c., 34. Sobre esta teología de la cruz aplicada al
arte, pueden servir las palabras pronunciadas en 2010 como sucesor de Pedro:
“Aquí se esconde una ley universal de la expresión artística: el saber
comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad, a través de un
medio sensible – una pintura, una música, una escultura, un texto escrito, una
danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que ha seguido Dios para comunicarse a
sí mismo y a su amor: se encarnó en nuestra carne humana y realizó la mayor
obra de arte de toda la creación: “el único mediador entre Dios y los hombres,
el hombre Cristo Jesús”, como escribe san Pablo (1Tm 2,5). Más “dura” es la
materia, más son estrechos los condicionantes de la expresión, y mayormente
resalta el genio del artista. Así sobre la “dura” cruz, Dios pronunció en
Cristo la palabra de amor más bella y más verdadera, que es Jesús en su entrega
plena y definitiva: Él es la última palabra de Dios, en sentido no cronológico,
sino cualitativo. Es la Palabra universal, absoluta, pero fue pronunciada en
ese hombre concreto, en ese tiempo y en ese lugar, en esa “hora”, dice el
Evangelio de Juan. Esta vinculación a la historia, a la carne, es signo por
excelencia de fidelidad, de un amor tan libre que no tiene miedo de atarse para
siempre, de expresar el infinito en lo finito, el todo en el fragmento. Esta
ley, que es la ley del amor, es también la ley del arte en sus expresiones más
altas” (Benedicto XVI, “Discurso en la solemnidad de san José”, (19.3.2010), o.
c.
[19] J. Ratzinger, Caminos hacia Jesucristo, o. c., 41.
[20] San Agustín,
Confesiones 10, 27, 38: PL 32, 795. Cf. B. Forte, En el umbral de la Belleza.
Por una estética teológica, Edicep, Valencia 2004, 9-22. Necesitamos cada día
una cierta dosis de belleza, también para poder llegar a la plenitud y a la
verdad, dijo ya siendo papa a los artistas, reunidos en la Capilla sixtina. “La
belleza golpea, pero por ello mueve al hombre hacia su destino último, lo pone
en marcha, lo llena de nueva esperanza”. No vale sin embargo cualquier belleza,
ni todo vale lo mismo. “La belleza que se nos ofrece es ilusoria y falaz,
superficial y cegadora hasta el aturdimiento. En lugar de hacer salir a los
hombres de sí y abrirles horizontes de verdadera libertad empujándolos hacia lo
alto, los encarcela en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privados de
esperanza y de alegría. Se trata de una seductora pero hipócrita belleza”. Por
eso, seguía diciendo el papa-teólogo “la auténtica belleza, en cambio, abre el
corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir
hacia el otro, hacia más allá de sí mismo”. Se requiere esa colaboración entre
fe y arte, es decir, de una “afinidad, sintonía entre recorrido de fe e
itinerario artístico” (Benedicto XVI,“Discurso a los artistas”, Roma
21.11.2009, AAS 101/12, Editrice vaticana, Vaticano 2009). Por eso se hablaba
ahí de una via pulchritudinis, de un camino hacia Dios a través de la belleza.
Citaba también ahí a su amigo, el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar “Nuestra palabra inicial se llama belleza” y al poco cristiano escritor
alemán Hermann Hesse: “Arte significa: dentro de cada cosa mostrar a Dios”.
Dios y la belleza se buscan e identifican. Y tras citar por último a su maestro –también en la búsqueda de la
belleza– san Agustín, se despedía el papa alemán de aquellos artistas (ibídem).
[21]
Concilio Vaticano
II, Gaudium
et spes,
22.
[22] Concilio Vaticano II, Gaudium
et spes, 22.
[23] J. Ratzinger,
Caminos hacia Jesucristo, o. c., 38-39.
[24] J. Plazaola,
Historia y sentido del arte cristiano, o. c., 24.
[25] Cf. ibídem, 699-724. Cf. A. Nichols, The
theology of Joseph Ratzinger: an introductory study, o. c., 215-216.
[26] Cf. J. Ratzinger,
El espíritu de la liturgia, o. c., 140
[27] Cf. J. Ratzinger,
El espíritu de la liturgia, o. c., 143. Por el contrario, según Ratzinger, el
arte occidental habría tomado otro camino. En occidente, el arte encuentra su
inspiración no tanto en la liturgia, sino en la religiosidad popular y ésta, a
su vez, se nutre de las imágenes de la historia, en las que puede contemplar el
camino que lleva a Jesucristo y se concentra en la vida de los santos. La
separación que se produjo, en el ámbito de las imágenes, entre oriente y
occidente a partir del siglo XIII fue indudablemente muy profunda, y ha dejado
sus huella en la iconografía religiosa. Incluso en las mismas representaciones
de Jesucristo. “Una devoción a la cruz de carácter más historicista sustituye
la disposición hacia el Oriente, hacia el Cristo resucitado que va por delante
de nosotros en el camino” (ibídem, 149). Esta conjunción entre cruz y resurrección
se encontrará sin embargo todavía en la crux gloriosa del románico. En las
imágenes, habría que volver también a la centralidad de Cristo glorioso,
opinaba Ratzinger.
[28]Pavel
Florinski, Vladimir Soloviov, Serguei Bulgakov, Nokolai Bugaiev entre otros
[29]
Dice el P. Marco Rupnik: De pequeño aprendí de mi padre que me decía “Los que
te hablan de la vida de modo bello escúchalos porque dicen la verdad”
[30] Ibídem.
[31] La necesidad y
urgencia de un diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad,
vuelve a surgir en el actual debate cultural y artístico y en la misma realidad
cotidiana. Emerge dramáticamente la separación, e, incluso, la confrontación
entre las dos dimensiones a distintos niveles: la de la búsqueda de la belleza,
comprendida sólo como forma visible, como una apariencia que se ha de perseguir
a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las buenas acciones. “Una
búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la
verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede, en mero
estetismo, y sobre todo para los más jóvenes, en un itinerario que desemboca en
lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia
paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia
interior. Esta búsqueda aparente y superficial ciertamente no tendría una
inspiración universal, sino que resultaría inevitablemente del todo subjetiva,
si no incluso individualista, para terminar quizás incluso en la
incomunicabilidad” (Benedicto XVI,“Universalidad de la belleza: estética y
ética al contraste. Mensaje a las Pontificas Academias”, Roma, (25.11.2008),
AAS 100/12, Editrice vaticana, Vaticano 2008. Una anécdota de Bach, podría
servir para ilustrar lo dicho. “Tras la ejecución de una cantata, se le acercó
un estudiante y le dijo: Después de oír esta música siento que, por lo menos
durante una semana, no podría hacer nada malo” (E. Meynell, La pequeña crónica
de Ana Magdalena Bach, o. c.,144). Esto no supondría caer en el esteticismo.
Por el contrario, deberá buscarse una unión inseparable entre bien, verdad y belleza,
también en nuestras acciones y palabras. “Nuestro testimonio, por tanto, debe
nutrirse de esta belleza, nuestro anuncio del evangelio debe percibirse en su
belleza y bondad, y por ello es necesario saber comunicar con el lenguaje de
las imágenes y de los símbolos; nuestra misión cotidiana debe convertirse en
elocuencia transparente del amor de Dios para alcanzar eficazmente a nuestros
contemporáneos, a menudo distraídos y absorbidos por un clima cultural no
siempre propenso a acoger una belleza en plena armonía con la verdad y a
bondad, pero siempre deseosos y nostálgicos de una belleza auténtica, no
superficial y efímera” (ibídem. Sobre este tema, puede verse también: E. M.
Radaelli, “Cómo descubrir en el edificio sacro el rostro del Eterno”, o. c.)
[32]
Somos “iluminados” como se llamaba en la antigüedad a los catecúmenos en las
catequesis mistagógicas.
[33] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
16.
[34] F. Dostoievski, El
Idiota, p. III, cap. V.
[35] «Sero te amavi!
Pulchritudo tam antiqua et tam nova, sero te amavi!»: Confesiones,
10, 27, 38: CCL 27, 251.
[36] Himno de Vísperas de Pentecostés.
[37] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
7.
[38]
Vladimir Soliviov, la belleza del color no se religa a la forma sino a la Luz.
[39]
San Basilio, en el fondo de cada hombre se revela el rostro de Cristo. La
santidad, la belleza brota desde dentro.
[40]
P. Marco Rupnik, ponencia sobre la vida consagrada, 22 Dic 2015, Madrid
[41]
El P. Marco Rupnik comenta el cuadro de Lameti del “Triunfo de la religión
cristiana” en las salas del Vaticano. No fue un triunfo sino una claudicación.
Se cambió el dios pagano por “otro dios”, “otra religión”.
[42]
El P. Marco Rupnik comenta el cuadro de Rafael sobre la Disputa de Platón y
Descartes y de la disputa eucarística entre Agustinianos y Tomasianos.
[43]
Se cae en un subordinacionismo: Dios pasa a ser un mero instrumento como un
asistente una ayuda.
[44]
Decía Juan Pablo II: ¿Cómo
no recordar, al menos, las antiguas Basílicas de San Pedro y de San Juan de
Letrán, construidas por cuenta del mismo Constantino, o ese esplendor del arte
bizantino, la Haghia Sophia de Constantinopla, querida por
Justiniano?. Cf. Carta a los artistas.
[45] «At nobis ars una fides et
musica Christus»: Carmen 20, 31: CCL 203, 144.
[46] Cf. Carta ap. Duodecimum saeculum,
al cumplirse el XII centenario del II Concilio de Nicea (4 diciembre 1987),
8-9: AAS 80 (1988), 247-249.
[47] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
8.
[48] La prospettiva rovesciata ed
altri scritti,
Roma 1984, p. 63.
[49] Paraíso XXV, 1-2.
[50] Juan Pablo II,
Carta a los artistas n.
9.
[51] Cf. Homilía
durante la Santa Misa al término de los trabajos de restauración de los frescos
de Miguel Ángel (8 abril 1994): L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 15 abril 1994, 12.
[52]
Dice Juan Pablo II: “¿cómo
no recordar a Pier Luigi da Palestrina, a Orlando di Lasso y Tomás Luis de
Victoria”. Cf. Carta a los artistas.
[53]
El Concilo Vaticano II en la constitución Gadium et spes dice que una causa
del ateismo reinante la tenemos los propios cristianos por la falta de
autenticidad y testimonio.
[54]
Según el principio de Descares: “Eres luego existes”.
[55] Cf. R. Remond, Le
Christianisme en accusation, Paris 2000; Id., Le nouvel
antichristianisme, Paris 2005.
[56] La Vía
Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la
Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)
[57] Cf. Paul Poupard, Consejo
Pontificio de la Cultura, ¿Donde está tu Dios?, Edicep, Valencia
2005, publicado en diversas lenguas: Dov’è il tuo Dio? Fede
cristiana, non credenza e indifferenza religiosa, en Religioni e
sette nel mondo 26 (2003-2004); Où est-il ton
Dieu ? La foi chrétienne au défi de
l’indifférence religieuse, Salvator, Paris 2004 ; Where
Is Your God? Responding to the Challenge of Unbelief and Religious
Indifference Today — ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa, LTP, Chicago 2004; Gdje
je tvoj Bog? Kršćanska vjera pred izazovom vjerske ravnodušnosti, Sarajevo 2005.
[58] La Vía
Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la
Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)
[59] La Vía
Pulchritudinis, Camino de Evangelización y Diálogo, Consejo Pontificio de la
Cultura, Asamblea Plenaria, 2004, Roma (VP 1)
[60] Juan Pablo II,
Carta a los Artistas, 1999, n. 14.
[61] Conc. Ecum. Vat. II, Const.
past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 22.
[62] La Via Pulchritudinis,
camino de la verdad y la bondad, n.3
[63] H. U. von Balthasar, Gloria.
La percepción de la forma, Encuentro, Madrid 1985, 22-23.
[64]
El modelo viejo ya no se sostiene, pero el modelo nuevo apenas irrumpe y aún no
se ha desarrollado.
[65]
El P, Marco Rupnik comenta el Sal 19, 3: “El día al día comunica el mensaje, y
la noche a la noche transmite la noticia”.
[66] Padre E. von Gemmingen,
responsable de la sección alemana de la Radio Vaticana, entrevista al Papa en su residencia
estiva de Castelgandolfo, 15 agosto 2005. E. Bianchi se
hace eco de estas palabras cuando exhorta a «saber anunciar la diferencia
cristiana» como una verdadera respuesta a la indiferencia: «¡O el cristianismo
es filocalía, amor a la belleza, via pulchritudinis, vía de la
belleza, o no será! Y si es vía de belleza, sabrá atraer a sí también a otros a
este camino que lleva a la vida que es más fuerte que la muerte, sabrá
ser sequentia sancti Evangelii para los hombres y mujeres de
nuestro tiempo», «Perché e come evangelizzare di fronte all’indifferentismo»,
in Vita e pensiero 2, 2005, p. 92-93.
[67] Cf. Gaudium et spes, n. 22
[68] Catecismo de la Iglesia
Católica. Compendio.
Introducción. Libreria Editrice Vaticana, 2005.
[69] Consejo Pontificio de la
Cultura, Para una pastoral de la cultura, n. 36.
[70] Juan Pablo II, Lettera
agli artisti, op. cit., n. 12 e 8.
[71] Cf. F.
Dostoievski, El idiota, Alianza, Madrid 2012, III, 5.
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