LA TEOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD DE LOS ICONOS
Introducción
Estamos en un arte eminentemente religioso cuyo único
interés es transmitir la fe. Los artistas de los iconos fueron eminentemente
monjes. La producción artística procedía de la experiencia de fe, se ejecutaba
desde la oración y tenían como objetivo la transmisión de la fe. El principal y
verdadero iconógrafo interior es el Espíritu Santo. Los iconógrafos eran intérpretes o
mejor traductores, fieles a la tradición que eran divinamente inspirados. Las
figuras no eran aleatorias porque se utilizaban moldes y estrictas reglas que
se transmitían de generación en generación. Los trazos y colores respondían a
todo un simbolismo. El color verde y marrón respondía a la tierra, el azul era
signo del color celeste, el rojo se asociaba a Cristo y la sangre de los
mártires. El blanco representaba la pureza y el dorado lo divino. Las pinturas
de los iconos estaban dedicadas al culto. Los iconos ornamentaban los
iconostasios, las paredes y bóvedas de los templos. La función del icono se
compara con la de la Escritura, dándole un significado litúrgico, educativo y
dogmático.
A menudo se ha asociado los iconos a la biblia de los pobres, de los iletrados. Esto no
quiere decir que los monjes que los pintaban eran unos iletrados sino que
intentaban transmitir la fe desde patrones a los que la mayoría del pueblo
pudiera acceder. Los iconos salvo en el contexto en que nacieron no fueron bien
aceptados. No olvidemos que el origen del cristianismo partió del contexto
judío. Los judíos eran reacios a las imágenes que estaban prohibidas en la
Torah (Ex 20, 4-5). Así no había imágenes en el templo de Jerusalén.
Las primeras imágenes que se han encontrado en las catacumbas, durante los
tres primeros siglos, la imagen del Buen Pastor, o de la Virgen responden al
culto cristiano. Los iconos florecieron dentro del arte bizantino una vez que Constantino con el Edicto De Milán declaro el cristianismo como religión del Imperio.
El arte bizantino fue promovido por los grandes emperadores como Constantino y
Justiniano.[1]
Tuvieron una fuerte oposición con la lucha iconoclasta.[2]
Muchas grandes obras se perdieron en este periodo.
Con este trabajo tratamos de profundizar en la teología y a espiritualidad
de los iconos, según su espiritualidad ortodoxa de origen, para poder valorarlos
como rica transmisión de la fe.
1.
Espiritualidad de los iconos
Para la comprensión y el aprovechamiento del conjunto
del arte cristiano resulta de la mayor importancia aproximarse al icono
oriental, a la definición, características, justa interpretación y fundamento
teológico de la iconografía tal como se entiende según la tradición cristiana
ortodoxa.
El icono etimológicamente viene de la palabra griega eikôn
que significa imagen. La teología de la imagen cristiana se fijó en
el séptimo concilio ecuménico, Concilio II de Nicea, en 787, varios siglos
antes del cisma de 1054. Los acuerdo conciliares fueron desarrollados
posteriormente de diferente manera en Oriente y Occidente, con el resultado de
que las consideraciones teológicas y las funciones litúrgicas de las imágenes
son muy diferentes en ambos “pulmones” de la única Iglesia de Cristo.[3]
En Occidente, ni antes, ni después del Concilio II de
Nicea el tema del culto a las imágenes ha supuesto un problema mayor para
la Iglesia de Roma, debido, sin duda, a la consideración de la función de las
imágenes en el templo, reducida a elementos ornamentales o decorativos, sin la
trascendencia teológica y litúrgica que tuvieron en Oriente. “Roma no elaboró
en la antigüedad ni en la Edad Media una “teología de la imagen” como la
de Oriente. Para los occidentales las imágenes son un reclamo dirigido a
nuestra atención, un medio sensible que nos ayuda a concentrar nuestro
pensamiento y a mantener presente bajo la mirada de nuestra fe el ser invisible
al cual se dirige nuestra atención”. [4]
En Oriente fue muy distinto el desarrollo de las artes
pictóricas, sobre todo a partir del “triunfo de la Ortodoxia”, tan
celebrado en el Concilio de 842. La preocupación teológica de los siglos IX al
XIV en la parte oriental de la Iglesia católica sería preeminentemente pneumatológica,
y la economía del Espíritu Santo marcará la visión oriental sobre el icono.
Para el Oriente, el icono es un sacramental, por el valor, concretamente, de la
presencia personal. Hasta tal punto que el Concilio de 860 afirmará: «Lo que
el Evangelio nos dice a través de la palabra, el icono nos lo anuncia a través
de los colores y nos lo hace presente».» [5]
El icono es una unidad artística, espiritual y
litúrgica, que no puede ser separada de la fe, oración y vida litúrgica de la
Iglesia. Un icono no es arte religioso decorativo. Su fin no es el de decorar
el salón de una casa ni simplemente el de embellecer algún templo. Su fin, en
cambio, es el de revelar y proclamar la Palabra de Dios. “La tradición
ortodoxa declara que a través del icono es la manifestación de la presencia y
de la hipóstasis divina lo que se desvela y son dejados de lado o en penumbra
todos los detalles exteriores que caen bajo los sentidos. La persona representada
en el icono es un ser que pertenece a la naturaleza, pero que ya no le está
sometido. No es un símbolo” [6]
1.1 Contemplar la
imagen, el rostro de Cristo
Se trata de contemplar el
rostro de Cristo que Cristo hace para brillar su luz en nuestros corazones. Contemplamos
el Icono de Cristo (la luz no creada) para
que podamos irradiar su luz. Para contemplar y dejar que penetrara en nosotros
requería un ascetismo para pasar de lo sensato a lo invisible, de la manera mística.
Debemos dejar penetrar y ser guiados por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el iconografo interior que nos transforma en su misma imagen:
“La única orientación del espíritu, la única
dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros
ésta: la orientación hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él
nosotros queremos dirigir, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación,
renovando la afirmación de Pedro «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras
de vida eterna”.[7]
El icono no es un objeto de decoración sino de culto. Los iconos responden a un deseo de comunicarnos con Dios, a un deseo de oración. Nos ayudan así a la oración. El icono como decíamos no es un mero símbolo sino que se trata de un sacramental que nos evoca una presencia. Se trata de algo más pasivo que activo. Se trata de ser mirados, dejarnos mirar, dejar imprimir “su imagen” su pensar, sentir...Que me reciba de Tí y me consagre a Ti para que toda mi vida, mis pensamientos, sentimientos, intenciones, acciones se orienten a hacer su voluntad, vivir y extender su Reino. "Tu imagen sobre mí me cambiará".
1.2 Cristo, “la
verdadera imagen”, “el icono viviente”
Cristo es la Imagen
viva dinámica que da vida. Cristo es la imagen del Dios invisible, toda la
vida está en El, todo lo creó Dios en él y está sostenido en él (Col 1,15). A
Dios nadie lo ha visto, su Hijo nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 17). Hemos sido creados a imagen
de Cristo. Somos “imago Dei”.
Hemos sido llamados a reproducir en nosotros la imagen viva de Cristo.
Cristo es el icono
original (Mandylion). Esta palabra griega bizantina corresponde al
llamado lienzo de Edesa, reliquia cristiana consistente en una pieza de tela en
la se había impreso milagrosamente el rostro de Jesús[8].
(Responde a la tradición de la Verónica: Vero icono) Este sería por
tanto el primer icono del cristianismo. Otro nombre con el cual se conocía la
imagen de Edesa era Tetradiplon que en griego significa “doblado cuatro
veces” lo que es interpretado como una identificación entre la reliquia y el
sudario.[9]
Lo que interesa destacar es la creencia que el vero icon, el rostro de Cristo no fue creado por mano humana. De ahí el valor “quasi sagrado”, “quasi sacramental” del icono. Al icono original Mandylion recogido en Edesa se le atribuyen numerosos milagros. A él se le atribuye la salvación de la ciudad cuando tuvo lugar el sitio de los persas en el 544. Cuatrocientos años más tarde la imagen fue llevada triunfalmente a Constantinopla donde se convirtió en objeto de veneración. La imagen se halla a menudo sobre las Puertas reales de los iconostasios. En 1204, el ejército de la IV cruzada lo llevó consigo.
Nos situamos pues ante la imagen con auténtica veneración para dejarnos iluminar por el resplandor que irradia el rostro de Cristo para que su imagen se imprima en nosotros, para hacer brillar el rostro de Cristo en cada hombre es obra de Dios y de la Iglesia.
Cristo, verdadera imagen:
No hay nada más hermoso
que ser cautivado por el amor y la mirada de Cristo.
No hay nada más sublime
que verlo, que conocerlo.
No hay nada más hermoso
que darlo a conocer.
1.3 El encuentro contemplativo
Se trata pues de un
mutuo trasvase, recibirme de Jesús, dejar que su imagen (icono) entre en mí. Dejarnos
seducir, prender, tocar, que algo de la persona de Jesús, de su belleza,
bondad, verdad pase, se trasvase, a mí
Dejarnos afectar por su modo de pensar, de sentir, de proceder. Dejarme conmover que su modo de proceder nos cambie nos transforme. También Jesús me recibe y se deja afectar
Jesús me recibe, recibe mi gesto, mi deseo mi acto de amor.
Mi confesión de fe, de amor, mi deseo de cambiar alcanza el corazón de Jesús que también y más que yo se conmueve. «ya llega la hora y es ésta, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad» [10]
1.4 La Encarnación, la Anábasis, la Kénosis
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre”[11].
Todo deriva del
Misterio de la Encarnación. “El Verbo de Dios se hizo carne. A Dios nadie lo ha
visto jamás, pero Dios, el Hijo único que comparte la intimidad del Padre nos
lo dio a conocer”. (Jn 1, 14; 18). Así empieza el descenso la kénosis,
la Anábasis. El movil de la encarnacion es puro deseo de amor de salvar
al hombre. Dios por puro amor quiso revelarse darse a conocer.
Dios quiso salvar
al hombre por amor y con amor, contando con el hombre y salvándolo no
desde la imposición o el miedo sino desde la seducción ganando su libertad. María
acoge y se recibe totalmente de Dios y se consagra totalmente a Dios y a su
designio.
1.5 El camino de desvelamiento, Soy Yo, Ego eimi
«Mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre»[12]. La Iglesia divisa por tanto su cometido fundamental en lograr que tal unión pueda actuarse y renovarse continuamente. La Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella”[13].
La contemplación es
un camino de desvelamiento. Los discípulos no lo reconocen creen que es
un fantasma. Del fantasma sale una voz: “Soy Yo, no temais”. Pedro que lo ve y
lo escucha lanza esta invocaión: Si eres Tú mandame ir a Ti. Pedro se
lanza y empieza a caminar. Las olas soplaron y empieza a hundirse. Es
entonces cuando surge la oración, la súplica, la intercesión: Señor sálvame. Al
instante Jesús tiende su mano y lo cogió. Pedro volvió a la barca
con Jesús.
1.6 El Descenso , la Anástasis. La belleza
crucificada
“La verdadera imagen, vero icon, de Cristo, donde se
nos revela su gran amor es en la Cruz, en su misterio Pascual. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo
—no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a
veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre
e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte,
acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe
«apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención
para encontrarse a sí mismo”[14]. El hombre no se salva
por si mismo sino acogiendo la salvación por medio de Cristo. ¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del
Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor»,[15]si
«Dios ha dado a su Hijo», a fin de que él, el hombre, «no muera sino que tenga
la vida eterna»![16]
Miren
ahora el rostro del Salvador: “El rostro de Yahvé ¿a quién se reveló? No tenía
gracia ni belleza, para que nos fijáramos en Él, ni era agradable para que
pudiéramos contemplarlo, despreciado y tenido como la basura de los hombres,
hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento…castigado y humillado”…
(Is 53, 2-3 ss)
…”Por su
conocimento justificará a muchos, verán la luz y serán saciados” … (Is 53,11)
1.7 La Ascensión, La Anábaasis
Se trata de ser iluminados, para reflejar el rostro de
Cristo. Dios ha hecho brillar su
rostro en nuestros corazones para iliuminarnos con el conocimiento de la gloria
de dios que está en la faz de Cristo para que nosotros reflejemos su
rostro.
Lo contemplamos para que nos vayamos
transformando en su imagen cada vez más gloriosa, verónicas, vero
iconos, revelar el rostro de Jesús, revelar el esplendor del glorioso
evangelio de la misericordia.
Lo contemplamos para convertirnos en verónicas, en cirineos, para ayudar a cargar la cruz de Jesús en nuestros
hermanos.
2.8 La iluminación de los neófitos
Los que van a ser bautizados son preparados para el Bautismo a través de una serie de Catequesis Mistagógicas. A través de ellas los catecúmenos profundizan en el valor y el significado de los Sacramentos de Iniciación.
La primera catequesis que se conserva son las de San Cirilo en la Iglesia de Jerusalén alrededor de las 350 b. C. Esta catequesis de San Cirilo se hizo a tiempo para la Pascua en la Basílica del Santo Sepulcro.
En el siglo IV se continuaba practicando en la Iglesia el
bautismo de adultos, aunque empezaba a ser cada vez más frecuente el bautismo de
niños (hijos de padres cristianos). Aunque el siglo III es la época en que
alcanzó su mayor auge el catecumenado de adultos, es en el siglo IV cuando se
da mayor abundancia de testimonios literarios de este tipo clásico de
catequización.
El propósito era la conversión, el cambio de mentalidad, de
vida (metanoia). “Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos las
maldades de vuestra alma”, de modo que os aclame el coro de los ángeles: “Dichoso
el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado"[17]. Los que habéis
encendido hace poco por primera vez las lámparas de la fe,[18]
sostenedlas en las manos sin que se apaguen, para que aquel que en otro tiempo
abrió por la fe el paraíso al ladrón en este santísimo monte del Gólgota[19] os conceda también a
vosotros cantar el cántico nupcial.
2.Orar con los iconos. Contemplar a Cristo a través del Año litúrgico
El propósito de todo el Año litúrgico es contemplar todo el misterio de Cristo a lo largo de todo el año. La Iglesia celebra todo el misterio de Cristo desde la Encarnación hasta Pentecostés.
Durante el transcurso del
año litúrgico, las iglesias de Oriente y Occidente tienen muchas fiestas
importantes dedicadas a la celebración de los grandes misterios de la vida de
Jesús.
Estas fiestas tienen su colocación armónica en el tiempo litúrgico en cuyos tiempos ancestrales prepararon el advenimiento de la venida del Salvador que fue anunciada desde antiguo. El pueblo cristiano intensifica la oración en los tiempos especiales de la Navidad, en la preparación para la Pascua y la celebración de la Pascua con todo el tiempo pascual.
En el año litúrgico de la Iglesia oriental se enmarca en doce grandes fiestas llamadas el Dodecaorton. Estas fiestas pueden clasificarse según diferentes criterios y tener un significado litúrgico muy diverso. El año litúrgico también se justifica por razones históricas y por una experiencia devocional y espiritual del pueblo cristiano.
Los iconos tienen un rico
trasfondo bíblico y litúrgico. Los iconos empiezan a utilizarse en las
celebraciones de los lugares santos donde acontecieron los misterios que celebramos.
3.1 La Anunciación
Se comenzaba contemplando los misterios gozosos que nos traen la alegría de nuestra salvación. El ángel anuncia la buena noticia de la venida de Jesús. María, José, los pastores, los reyes, Simeón, Ana son los primeros en recibir las buenas noticias. Estaban abrumados de alegría.
María es la puerta a los
misterios de la vida de Cristo. Esta fiesta, una de la más antigua, celebra el misterio de
María su maternidad divina como madre de Dios (Theotokos). María, como madre de Jesús, es proclamada madre
de Dios (Theotokos). Por eso recibe los privilegios más especiales. María
también es madre de la Iglesia y también madre de nosotros. María está
profundamente esperando y absorta en la oración. El arcángel entrega su mensaje
María está reflexionando sobre el mensaje en su corazón: ¿cómo puede esto?. María se rinde con confianza: hágase de acuerdo con lo que Dios dice.
3.2 La Visitación
Después de escuchar el mensaje María se apresuró a visitar a su prima Isabel hacia las montañas. Isabel recibe a María con saludo especial como la madre de Dios. Ella se encuentra profundamente bendecida y honrada con la visita de la madre del Señor
El pequeño Juan salta con
alegría en su vientre ante la presencia del niño Jesús en el seno de María. María
e Isabel se regocijan por experimentar la alegría de la venida de Jesús como
salvador María se alegra de haber sido elegida en su madre. Ella glorifica al
Señor porque él ha visto su humildad. Ella canta la misericordia de Dios que la
eleva de su humilde condición. Ella profetiza que todas las generaciones la
llamarán feliz y se convertirá en fuente de bendición como portadora de Jesús y
con él de todas las bendiciones.
3.3 La Natividad
No hay lugar en la posada y Jesús nace en una cueva. “María envuelve a Jesús en pañales y lo pone en un pesebre”. También recibimos a Jesús de nuestras manos, nuestro pesebre, en la Eucaristía
Adoremos a Jesús tomando
al niño en nuestros brazos, corazones. Podemos acercarnos a Jesús hecho niño,
podemos adorarle, contemplarle reclinado en nuestra carne. Ver a Dios hecho
criatura, ver a Dios hecho mortal, verlo en semejante portal. Qué hermoso el Niño Jesús puesto en nuestras
manos. (Es la realidad sacramental
cuando lo recibimos en la eucaristía).
3.4 La Epifania, El
Bautismo
La fiesta de la luz de la manifestación de Jesús como
Mesías para todos los pueblos.
Jesús es la luz mesiánica
de la estrella de David como rey de todas las naciones.
La adoración de los tres
reyes de Oriente representa la manifestación a todos los gentiles de las religiones paganas. La
venida de Jesús trae la buena noticia de la salvación para todos.
Jesús es bautizado como prefiguración de su misterio pascual. Es al mismo tiempo el comienzo de su misión como Siervo Sufriente. Jesús se pone a la fila de los que van a ser bautizados, es contado como pecador, se ofrece como el Cordero de Dios para quitar los pecados del mundo. Jesús se somete a cumplir por completo la voluntad de su Padre
La voz del Padre responde
a la aceptación del Hijo proclamando su deleite en su Hijo
La pila bautismal se considera como la corriente de agua viva que fluye desde el lado de Cristo, es fuente de fertilidad. Los ríos de agua viva fluyen de Cristo en el seno de la Iglesia, se refiere a las corrientes y dones del Espíritu. Es una invitación a renacer, a entrar en las profundas corrientes del Espíritu para recibir sus dones y ponernos al servicio de la Iglesia y de la comunidad.
3.5 Transfiguración (el Icono tipológico)
Los discípulos estaban turbados,
confundidos y molestos ante el anuncio de la Pasión.
Los discípulos
necesitaban levantar los ojos a Jesús y reconocerlo como Mesías Salvador.
Jesús los lleva a la montaña a orar. Jesús se revela, se manifiesta, pone delante de ellos el esplendor de su gloria. Se trata de una prefiguración, anticipa la Resurrección, anuncia la Divinización del Hijo del hombre.
La Transfiguración es la revelación de la gloria del Hijo, la divinidad del Hijo que estaba escondida, escondida en su humanidad. Cristo glorifica al Padre sometiéndose a su voluntad y abrazando el camino de la pasión y la muerte. La gloria de Dios se manifiesta en la acaptación humilde llena de fe y amor. Nosotros somos llamados también a someternos a la voluntad de Dios, escuchando al Hijo y siguiendo sus pasos.
Los discípulos contemplan
la imagen resplandeciente de Cristo. Los discípulos contemplan la belleza
inigualable de Cristo, el único capaz de salvar al hombre. Jesús irradia su
resplandor, nos inunda con su luz para convertirnos en testigos de la luz, una
representación luminosa del modelo original. Jesús nos invita a conformar
nuestras vidas de acuerdo con lo que hemos visto y oído.
“La luz tabórica”
Este icono se convierte en el icono tipológico de iniciación de los iconografos. El icono debe ser pintado bajo la inspiración del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el revelador de la belleza que nos hace descubrir el esplendor de la luz de Cristo y nos hace compartirlo.
El Espíritu Santo es el Iconografo Interior que nos moldea a imagen
de Cristo. El Espíritu Santo es el revelador de la imagen, lo que nos hace
Santos. Contemplar bajo la luz de Cristo es ver a través del ojo divino. Contemplar cómo somos contemplados, considerados y
amados por Dios.
3.6 La Resurrección de
Lázaro
“Os daré
un corazón nuevo y tos infundiré un Espíritu nuevo”. Así lo profetizaba
Ezequiel.
Dios obra la resurrección a través del
Espíritu haciendo para revivir “los huesos secos “
Invitación a considerar
la gracia del Bautismo y hacerla efectiva, y ineficaz a través de la Cruz del Señor, de la muerte de Cristo.
Este icono nos prepara para la ya próxima celebración del misterio Pascual. Se anticipa la Pasión de Cristo. La Cruz es un remedio para nuestras heridas y purificación de todas nuestras impurezas: “Desátadlo y déjadlo caminar”.
Es una invitación a la conversión. El pecado nos impide caminar para
seguir a Cristo para vivir la comunión y la misión. El objetivo y el horizonte
de la vida cristiana es la comunión y la misión. Cristo viene a cancelar la
deuda, infundiendo valor para convertirnos en testigos valientes. Cristo viene
a restaurar la comunión.
3.7 La entrada en
Jerusalén
La Semana Santa comienza con la Bendición de las Palmas, de los Ramos, en un clima de alegría antes de la venida del Señor. Dios nos llama a intensificar la oración y la meditación sobre la pasión.
Dios nos invita a retirarnos de todo y centrarnos en la contemplación y celebración de la Pascua. Dios nos invita al ayuno y a la moderación. Estamos invitados a prepararnos para la celebración inmediata del Misterio Pascal.
Como se hace en la liturgia antes de la Anáfora tiene lugar, el gran introito, la gran entrada, con el traslado de las ofrendas desde el altar de la Proskomedia pasando por las Puertas Santas al Altar Central donde se conmemora la Cena del Señor.
Simboliza el solemne ingreso e Cristo a Jerusalén para
inmolarse en el altar de la Cruz. Los fieles lo acompañan cantando el Himno de
los Querubines. Las Puertas Santas quedarán abiertas durante la celebración
eucarística.
3.8 La crucifixión del Señor
“Te adoramos y te bendecimos porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo”. En la Cruz Cristo manifiesta el amor en su forma más radical. En la cruz Cristo se inclina hasta el fondo de nuestra miseria para levantar al hombre y traerle la salvación.
En la cruz Dios estaba salvando al mundo y venciendo definitivamente el mal. Dios no lo destruyó con su omnipotencia, sino apoyándolo y sufriendo, superando el mal con el bien.
Dios derrota el odio con
amor, la rebelión con obediencia, la violencia con dulzura, la venganza con el
perdón y la paz.
3.9 La Gran Vigilia de la Resurrección. La
gran Fiesta de la Luz. La recepción del bautismo
Día de oración y silencio. Toda la Iglesia se prepara para la Gran Vigilia de la Luz . La Vigilia Pascual es el ápice de la Semana Santa, la gran noche, La gran Eucaristía del año, cuando las tinieblas se disipan y asistimos al amanecer del gran día. Comenzamos con el Rito de Lucernario, encendiendo el Cirio Pascual y cantando el Exsultet, como Anuncio Pascual.
En la Gran Vigilia será donde recibirán el
Bautismo los neófitos. Tiene lugar la renovación de las promesas. Tiene lugar el rito del Efeta (Abrete): ojos abiertos para ver, oídos abiertos
para escuchar y la lengua para proclamar. Cristo nos llama, una vez más,
dándonos el nombre de cristianos. Somos revestidos con una vestidura nueva. Rezamos como hermanos en la fe miembros de la misma familia el Padre Nuestro.
La anástasis. El descenso a los infiernos
Jesús desciende al abismo del infierno para rescatar a los primeros padres.
Como el Buen Pastor viene
a buscar a la humanidad perdida para liberarlos de la prisión oscura.
Jesús extendiendo sus manos
los toma: despierta a los que duermen en la sombra de muerte, entre los muertos. Yo soy el
que tiene poder para liberar a los que están encadenados: "levántate y sal de
aquí".
Jesús el Nuevo Adán
Cristo como Fuente de la Vida el es el inicio de la vida nueva. Los que morimos con Él por el bautismo (inmersión en las aguas) renacemos con Él, por su Resurrección a una vida nueva. Su Resurrección da comienzo a la nuestra y se extiende a todo su Cuerpo. Un Nuevo Adán da origen a nueva Creación con el poder de su Espíritu.
María la Nueva
Eva
En el Sábado Santo estamos invitados a esperar con María. María ocupa un lugar central en el misterio Pascual. María sufre la separación de su Hijo para convertirse en la Madre de todos los creyentes. El recién nacido precisa una nueva maternidad y fecundidad espiritual que le lleve a participar, en Cristo, de una vida nueva. María es propuesta como modelo ejemplar en la escucha de la Palabra, en la oración, en la ofrenda del sacrificio y en la fertilidad espiritual.
El tiempo Pascual
Durante este tiempo se intensifica las catequesis mistagógicas de los Sacramentos de Iniciación: Bautismo-confirmación-Eucaristía. Renovados con el Bautismo estamos listos para servir a Dios y a nuestros hermanos con nuestro compromiso de colaborar con la gracia de Dios para convertirnos en testigos de nuestra fe. Se intensifica la comunión eclesial. Se lleva a cabo la formación a través de la formación catequética mistagógica sucesiva. La secuencia pascual culmina en los cincuenta días con la gran Fiesta de Pentecostés. Hay un intermedio a los cuarenta días con la Fiesta de la Ascensión
3.11 La Ascensión
Celebramos la glorificación de Cristo y nuestra propia divinización. Cristo se eleva a los cielos como cabeza trayendo a todos para abrir todas las puertas de nuestro destino al paraíso final. Dios nos llama a la vida eterna para resucitar un cuerpo glorioso con el cuerpo resucitado. Brillemos pues con el esplendor de Cristo.
3.12 Pentecostés
La fiesta que cierra el tiempo Pascua. Recuerda el nacimiento de la Iglesia y se abre a la recepción del Espíritu y a la misión la Iglesia. Se profundiza en el misterio de la comunión y la misión. A través de las catequesis mistagógicas se profundiza en las notas y características de la Iglesia: una Iglesia Santa, Católica y Apostólica. La Iglesia vive en un constante Pentecostés continuado hasta la última venida, la Parusía.
El Espíritu realiza la
Parusía en una epíclesis actual que nos empuja a la segunda venida. La Iglesia
como el niño permanece en su existencia kenótica esperando la glorificación
final
El Cenáculo se abre sobre un arco oscuro, que representa el universo cautivo, el mundo no bautizado que espera la predicación del Evangelio.
3. El nacimiento del icono y el nacimiento de la Iglesia
Los cimientos del arte iconográfico hay que buscarlos
en el reinado de Constantino, cuando cesan las persecuciones contra la nueva
religión y ésta se convierte en la religión de Constantinopla, el nuevo nombre
de Bizancio, donde ha instalado su capital. La fusión de las culturas romana y
griega en la “nueva Roma” bajo los valores morales del cristianismo dará
lugar a la cultura que ha marcado el desarrollo y auge de Europa en estos
últimos 1.700 años. En este Imperio Bizantino, desde su capital Constantinopla,
se desarrollará el arte del icono por todo el Oriente ortodoxo con fuerza
desigual hasta nuestros días, de modo especial en Grecia y en Rusia.
3.1. Jesucristo, rostro de Dios.
Jesucristo apareció en la tierra en una zona geográfica y cultural en la que no estaba en uso el retrato; puede que en otra parte sus discípulos se hubiesen preocupado de fijar los rasgos amados del Maestro para transmitirlos en otras generaciones. Ya en las primeras generaciones cristianas encontramos discusiones entre sostenedores de la belleza de Jesús y opositores “No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como despreciable, un Don nadie.” (Is 53,2s)
Oposición entre
los que pedían y mostraban retratos de Cristo y los que disuadían de buscarlos
porque lo importante no era el aspecto externo del redentor, sino su misión salvífica.
Las primeras imágenes de Cristo aparecen en ambiente pagano. A fin de explicar
a los hombres lo que para ellos significaba Jesucristo, era más apto el
símbolo.
El arte cristiano más antiguo, el de las catacumbas,
nos ayudan a conocerlos: el buen pastor; pero también el pez, cuyo acróstico se
lee “Jesucristo”; símbolos de origen bíblico; pero también de origen pagano.[20]
En el s. III perdura el interés por la imagen de
Jesucristo: disminuyen los símbolos primitivos, cediendo el puesto a una figura
que no podía menos de ser ideal: junto al joven taumaturgo imberbe de cabellos
rizados encontramos al maestro más maduro, con barba y cabello largo.
Las decisiones de los primeros concilios, al dar
importancia a la persona humano-divina de Cristo, ya visible con el rollo de
las Escrituras en la mano y rodeado a menudo de los apóstoles, mueven a llevar
su imagen también a las sedes absidales, es decir, a los lugares reservados al
culto.
La imagen de Cristo es concebida como basileus
(rey emperador celeste). Se le atribuyen a Jesús el nimbo,
la mano derecha levantada, el manto de púrpura, la toga y
otras insignias asociadas al poder soberano.
Sin embargo, hacia el final del siglo IV se observa en
las zonas orientales del imperio una confluencia de aportaciones diversas al
arte: Constantinopla se convierte en el punto de cristalización de lo que se
llamará el arte bizantino “cristiano por esencia, helenístico y oriental por
sus raíces”. A partir de esta época Cristo será representado con cabellos
largos, barba y ojos oscuros.
En el florecimiento del s V, el arte cristiano
encontró en oriente elocuentes defensores, pero tendría que llegar el año 691,
fecha probable del concilio Quinquisexto, para encontrar un texto oficial y
colegial en el que se dan normas para el arte sagrado. Es sabido que los
cánones de aquel concilio, firmados por el emperador y por los patriarcas de
Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén, no fueron aceptados, por
varios motivos, por el papa romano de aquel tiempo; de aquí arranca el
alejamiento de Occidente de la reflexión teológica sobre el icono.
La encarnación es la palabra clave que sirve de
fundamento al icono. El VI concilio ecuménico de Nicea del 788 condenó el
iconoclasmo. La función del icono se compara con la de la Escritura,
dándole un significado litúrgico, educativo y dogmático.
Así como el que representa con la pintura un hombre no
lo hace por ello inanimado, sino que el hombre, por el contrario, permanece
animado y a la imagen se le llama su retrato a causa del parecido, así cuando
hacemos el icono del Señor confesamos su carne deificada y reconocemos en el
icono solamente una imagen que representa una semejanza del prototipo. Por eso
recibe su nombre; únicamente en esto participa de él, y por eso es venerable y
santa.
Para la teología
del icono es importante afirmar que, por así decir, participa de la
santidad de su prototipo y de él recibe su nombre. El fin de la crisis
iconoclasta, ligada así al misterio Cristo, llegó en 843.
3.2.-Dos tradiciones
En su Historia Eclesiástica, Eusebio de Cesarea, cuenta cómo los
cristianos usaban imágenes: "He visto una gran cantidad de imágenes del Salvador,
de Pedro y de Pablo, que han sido conservadas hasta nuestros días".[21]
Existen dos tradiciones importantes referentes
al comienzo de esa iconografía:
a) la que se
inicia a partir de una leyenda del rey Agbar y que da lugar al icono “ajeiropoíetos”,
que quiere decir, "no hecho por manos humanas", el icono Mandylion,
y
b) la que
representa a la Virgen María con Jesús en su brazo izquierdo mientras lo señala
con un gesto de su mano derecha: es el icono de la Virgen “hodigitria”,
es decir, "la que muestra el camino".
El Mandylion
Las primeras imágenes del rostro del Salvador aparecen
en lienzos atribuidos a manos no humanas, iconos conocidos por su denominación
griega de “ajeiropoíetos”.
El Mandylion recoge la primera leyenda sobre el
origen de estos iconos señalando que es el propio Jesús, secándose con una
tela, el que imprime en ella su rostro de forma milagrosa, produciendo
literalmente un ajeiropoíetos, es decir, una imagen no realizada por
manos humanas.
La Virgen Hodigitria
La segunda tradición iconográfica que data de la época
apostólica es la del llamado icono Hodigitria, o “la que muestra el
camino”. La figura estándar hace aparecer a la Madre de Dios con el Niño en
brazos, generalmente en el izquierdo, mientras su mano derecha le señala, le
muestra al espectador. La cabeza de la Virgen se inclina hacia su hijo. La
tradición cuenta que fue el evangelista san Lucas quien comenzó a pintar este
cuadro y que, cuando le faltaron las fuerzas estando pintando la imagen,
imploró la ayuda celestial y el icono mismo acabó la pintura. Por ello, no es
de extrañar que existan versiones del mismo en las que aparece el evangelista
delante de su caballete pintando a la Virgen.
La denominación "Vírgen Hodigitria"
se extiende a todos los iconos en donde la Virgen extiende la mano derecha en
su gesto de “señalar el camino”.
4. Significado espiritual del canon iconográfico
La escena del Tabor
aclara definitivamente la visión que el iconógrafo debe reflejar en su
obra. “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el
sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17, 2). Es,
precisamente, esta visión “realista” de la figura del Salvador
la que el autor de iconos trata de representar en su obra, mirando a través de
los ojos interiores la esencia profunda de la naturaleza de la persona
representada, de la mirada subyugante que la santidad de Dios ilumina con “la
luz del Tabor” (La luz tabórica).
El icono es, pues, una visión, no una interpretación, sino la representación de algo visto por el iconógrafo. Cuando el objeto de esa visión es la santidad de Dios nos encontramos plenamente en el mundo de lo invisible, como bien revela la escena del Tabor, que precisa de un don divino para poder ser vista por los testigos de ella.
4.1. Los santos como testigos
«Pero lo invisible,
precisamente por serlo, resulta inaccesible por sí solo para la mirada de los
sentidos;… El cielo con respecto a la tierra, lo celeste con respecto a lo
terreno, el altar con respecto al templo, pueden ser delimitados exclusivamente
por los testigos visibles del mundo invisible, aquellos símbolos vivientes de
la unión entre ambas dimensiones; con otras palabras, por las criaturas santas».[22]
La experiencia del
Tabor llega otra vez el oscurecimiento de la gloria del Hijo del Hombre que se
consolida tras la orden de Jesús: «Cuando bajaban del monte, les ordenó
que no contasen a nadie lo que habían visto» (Mc 9,9). Pero la realidad
vista no puede silenciarse y, por eso, tras la Pascua, es anunciada: «Eso
que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con
nosotros» (1 Jn. 1,3).
4.2. El icono, limite visible de lo invisible
El Iconostasio, es esa barrera de iconos que
separa en el templo ortodoxo el altar, símbolo del mundo invisible, del lugar
de los fieles[23].
El iconostasio es una visión. El iconostasio es la manifestación de los ángeles
y los santos. El iconostasio son los propios santos».[24]
El icono goza del estatus anterior: es la línea que
limita el mundo visible y el invisible. La gloria de Dios no precisa para su
existencia de representación alguna, es real por sí misma. Pero el icono
participa, por esa cualidad liminal entre ambas realidades, de la visión y da
testimonio de ella: es visión celeste sin dejar de ser realidad terrena. El
icono no es nunca lo que aparenta a los sentidos. Si participa de la visión
celestial alcanza cotas celestiales; si no es capaz de llevar la conciencia del
espectador al mundo invisible de los santos testigos de la gloria divina, no
pasa de ser una tablilla pintada.
4.3. El Icono y culto
Las formas iconográficas y los mismos iconografos
no tienen una función marginal en la organización del culto. Ni la técnica
empleada ni el material utilizado pueden tener, en relación con el culto, un
carácter ocasional, como si cayesen por casualidad en manos de la Iglesia en su
caminar histórico. Técnica y material están, en general, íntimamente ligados en
las obras de arte a la concepción artística y no se los puede considerar como
arbitrarios y ocasionales.
La consistencia del color, el modo de extenderlo por
la superficie, los fenómenos químicos que reúnen los colores, todo el material
sugiere ya la concepción del mundo que imanta inconscientemente la creación del
artista.
5. Lo canónico en el icono
Al contemplar un icono, el espectador occidental se da
cuenta inmediatamente que se encuentra ante un lenguaje artístico que se
expresa con unos códigos interpretativos que le son muy ajenos. Los contenidos,
las formas, los colores y toda la figuración, en conjunto, le resultan muy
extraños.
La pintura de los iconos se dirige a plasmar y hacer
asequible a nuestros sentidos la realidad celeste de la santidad divina, ya
directamente a través de la figura del Salvador, ya de las representaciones de
sus testigos, de la virgen María, en primer lugar, o de los ángeles y santos
mártires, en cualquier caso.
Tras la visión en el icono de la presencia de la
gloria de Dios y Dios mismo, «nosotros, al igual que la samaritana, decimos a
los pintores de iconos: No creemos ya porque vosotros hayáis testimoniado con
vuestros iconos la santidad de los santos, sino porque nosotros mismos hemos
escuchado el autotestimonio de los santos”.[25]
5.1. Una visión trascendente del mundo
Tras las agrias disputas iconoclastas, el Concilio II
de Nicea, en 787, no sólo estableció los principios cristológico del culto a
las imágenes y, más concretamente, de los iconos, sino que aseguró el
mantenimiento práctico de esos principios mediante el establecimiento de unas
“exigencias personales” a los autores de iconos y unas normas “técnicas” sobre
su realización.
Desde entonces, un verdadero canon iconográfico
asegura la conformidad del icono con la Escritura y la Tradición, consideradas
ambas como fuentes de la revelación, como garantes de esa visión que trasmite
la tablilla.
No es, pues, una visión subjetiva de la realidad santa
lo que el pintor de iconos está llamado a representar, no es suya esa realidad
como para poder alterarla subjetivamente, según gusto o moda.
Pero, al mismo tiempo, el icono presenta una
perceptible perfección artística, pues un icono debe mantener un cierto nivel,
simplemente como mínimo instrumental. Además de “lugar teológico, es también
alabanza, canto y poesía en colores.”[26]
Por ello, la necesaria visión propia de la luz tabórica, tenida
directamente o trasmitida por los testigos, admite ser representada por las
habilidades técnicas o expresivas del iconógrafo, siempre cambiantes de
un autor a otro, o dentro del mismo autor, de un momento a otro.
5.2. La Hermeneia
Hacia el 850 se realizaron unas normas técnicas,
conocidas como "Hermeneia", donde se contiene las directrices,
tanto sobre las escenas en los iconos, como de los lugares del templo donde
pueden ser colocados.
“Los personajes sagrados son representados en posición
frontal según las reglas de una rígida simetría –precisamente porque ésta no
existe en la naturaleza-, simetría que vale tanto para los rostros como para
los cuerpo. Aparecen carentes de todo movimiento porque son perfectos y, según
los bizantinos, sólo la imperfección podía llevar al deseo de cambiar de
estado”[27].
La búsqueda de la espiritualidad e intemporalidad que
ya vive el prototipo, hace que se abandone el intento de reflejar el espacio
real y tridimensional; una luz irreal ilumina el fondo de la tablilla que
presenta una gran luminosidad, propia de la luz divina que procede de Dios. En
su conjunto, es una técnica que pretende, tanto llevar al espectador al mundo
celestial, que es la verdadera vida, como mostrar cuán diferente es ésta de la
que aquí llamamos “valle de lágrimas”.
La Hermeneia señala también cuales son las
normas que rigen para la confección material de los iconos con objeto de que la
representación del personaje o la escena remita a la presencia de la santidad
divina, que es la verdadera realidad que ven los ojos de los apóstoles en el
Tabor. Respecto al tratamiento del espacio, la norma busca remitir a “otra
cosa” diferente a la experiencia tridimensional de la vida mortal, y anula
cualquier sensación espacial.
Se trata de que todos los aspectos estilísticos y
estéticos de estas artes aproximen al hombre a lo divino. En consecuencia,
buscan la anulación espacial mediante:
• Fondos de oro como telón de fondo y si no se usa el oro, telones
cromáticos.
• Representación de paisajes y arquitecturas totalmente conceptuales.
• Los suelos no tienen relación real con los objetos o figuras que se depositan
en ellos.
• Se usan perspectivas conceptuales: las jerárquicas y las diversas
fundamentalmente.
• Se buscan los arquetipos intemporales, las figuras-esquema, que anulen el
concepto de tiempo.
Para ello: Se suprimen los moldeados y las sombras,
que dan sensación de plasticidad y relieve. Por el contrario, predomina la
línea. Tendencia a figuras muy estilizadas, ya que la estilización contribuye a
manifestar espiritualidad. Impasibilidad e inmovilidad. Las figuras siempre se proyectan en dos dimensiones.[28]
6. El papel del iconógrafo
Después de ver el concepto teológico del icono, y su
función litúrgica, dogmática y pedagógica, se entiende que el trabajo del iconógrafo
se corresponde con un verdadero ministerio litúrgico cuando dota a su obra del
contenido teológico y didáctico que desempeña en la liturgia. Su labor es parte
de la vida de la Iglesia y, por ello, El Concilio II de Nicea estableció que
"Solamente el aspecto técnico de la obra depende del pintor; todo su
plan, su disposición depende de los santos Padres". Los Padres son los
testigos primeros, los que trasmiten “lo que han visto” al resto de la
Iglesia, los mártires, los santos.
El Concilio II de Nicea no se limita a señalar sólo
condiciones técnicas a la labor del iconógrafo. Exige que su obra sea
concebida en un clima personal y de trabajo que aseguran la ejecución de una
obra santa. La escritura del icono exige que el iconógrafo siga un
estilo de vida santo, identificado con la liturgia a la que sirve con su
trabajo, y alimentado por la oración y la ascesis, condiciones plenamente
consecuentes con la finalidad litúrgica propia del icono. No puede encomendarse
la representación de la santidad a quien, no participando de la vida de la
Iglesia, no sabe lo que representa.
Su labor iconográfica presupone oración y ayuno: “Antes de comenzar un nuevo icono, el pintor reza el himno de la Transfiguración y la Oración del Iconógrafo, además de sus propias intercesiones. El iconógrafo se sirve de tres fuentes para realizar su trabajo: su propia creatividad y talento artístico, la Fe y Tradición de la Iglesia y su experiencia de lo divino, su contemplación de Dios y de los Santos. Mediante esta contemplación, él o ella pueden entrar personalmente en lo que va a representar»
“Otro aspecto importante es el carácter conciliar del icono. Se considera
que el icono, al ser expresión de la fe de la Iglesia, es obra de la Iglesia.
Por lo mismo, el iconógrafo no firma su obra, pues en verdad no es suya, sino
obra de la Iglesia.” [29]
7. Algunas características generales de los iconos
En primer lugar, “Es
importante destacar que todo icono debe necesariamente llevar el nombre de la
persona o acontecimiento representado en él. La fuerza del nombre es un aspecto
conocido en toda religión. Los antiguos egipcios, por ejemplo, mantenían la
idea de que el nombre era parte íntegra de la persona. También es así en la
tradición iconográfica. Es entonces "por la inscripción del nombre que el
icono recibe una presencia”.[30]
7.1 Significado de los colores
La luz es un aspecto
primordial en la iconografía: “La luz de las teofanías comporta un
significado existencial para los que son agraciados con ella, sea que subraye
la majestad de un DIOS hecho familiar, sea que haga sentir su carácter
temeroso”.[31]
Las normas canónicas limitan el uso de los colores,
tanto en el número de ellos, como en las tonalidades admitidas. Cada uno de
ellos está cargado de significado; expresan, para quien conoce las claves de su
lenguaje, la catequesis que el iconógrafo ha preparado para el mejor servicio
de la liturgia dirigida al pueblo cristiano.
Los colores tienen en
iconografía un lenguaje propio y son portadores de un significado místico,
trascendente. “Los colores son utilizados por el artista con el objeto
de separar el cielo de nuestra existencia terrenal, ahí está la clave que
permite comprender la belleza inefable de la simbología del icono".[32]
“En el corazón del
universo, la luz manifiesta dos colores particularmente intensos: el rojo y el
azul. Los cristianos del primer milenio reconocían en el rojo lo divino y en el
azul lo humano. El corazón del universo es la divino-humanidad, Cristo, el Hijo
de Dios, que en el amor del Padre une lo humano y lo divino, lo creado y lo
increado. El rojo y el azul son el fundamento indestructible de la armonía de
los colores. Llegar a la madurez y descubrir la propia identidad significa
encontrar en uno mismo la armonía rojo-azul. El Espíritu Santo es la persona
que, a través de nuestro espíritu, nos encola de rojo y de azul, haciéndonos
hijos en el Hijo”.[33]
En los iconos que
representan acontecimientos, la arquitectura y el paisaje intervienen de manera
importante. «Se observa que las proporciones de las figuras
arquitectónicas en el icono no corresponden a las dimensiones reales. Las
figuras de los santos predominan, dada su importancia en el mensaje de la
imagen. El hecho de colocar la arquitectura y paisaje sirve para indicar que lo
sucedido está realmente relacionado con un lugar físico concreto, en un tiempo
específico. Al mismo tiempo, sin embargo, si el acontecimiento sucedió al
interior de un edificio, es representado afuera, con la arquitectura del
edificio en el fondo. Según el propio significado del icono, la trascendencia
del acontecimiento no está limitada a su lugar histórico, ni al tiempo de su
acontecer, sino que es cósmica y eterna. Enseña, además, que el misterio divino
es tan infinito que no puede ser contenido en ningún lugar».[34]
7.2 La perspectiva inversa
Una constante en los esquemas de los iconos es el
empleo de la perspectiva inversa. Si en occidente estamos acostumbrados a ver
los puntos de fuga detrás de la figuración, de manera que la imagen se abre
sobre el espectador, los iconos trabajan al revés, trayendo el punto de fuga a
los ojos del espectador. Parece que es él quien da perspectiva a los elementos
arquitectónicos de los iconos, creando la sensación de que el triángulo formado
por el cuadro, el autor y el espectador aparece cerrado donde se hace presente
el prototipo representado.
Por otra parte, el iconógrafo,
aun moviéndose dentro del canon, disfruta de una gran libertad artística en
función de sus aptitudes y su sensibilidad. "En la antigua
Rusia…los pintores podían añadir algo personal, enriquecer y dar una
interpretación nueva a cánones antiguos, crear algo nuevo. Los iconógrafos se esforzaban
por descubrir los modelos en el arte más antiguo y en la literatura, pero no se
han de infravalorar los elementos nuevos que se hallan en casi toda
reproducción de un tema”.[35]
7.3 Los elementos decorativos
Para el iconógrafo no sólo las personas
aparecen transfiguradas, también los objetos de la naturaleza (montañas,
bosques, ciudades, etc.) pierden sus proporciones reales para convertirse en
signos representativos de una realidad más compleja.
En la parte superior del conocido icono de La trinidad,
de Rublev, los elementos decorativos aparecen en segundos planos, apenas
insinuados en sus reducidas proporciones. La casa, el árbol y la montaña, los
tres elementos decorativos, están colocados encima de cada personaje. En su
conjunto recogen el lugar donde se desarrolla la escena: una montaña en cuyo
pie está situada la tienda de Abraham, a la sombra de la encina, en Mambré.
Extraña, por otra parte, la figura de la montaña, suspendida encima de la
cabeza del ángel de la derecha, en forma de ola que avanzara hacia la
izquierda. Puede tratarse de la roca que Daniel, al desvelar un sueño de
Nabucodonosor, ve avanzar imparable destruyendo los cuatro imperios del mal y
dando lugar a una montaña que llenaría el universo. La roca, así entendida,
designa a un ser divino que instauraría un reino nuevo sobre las cenizas del
mundo antiguo. Toda la tradición ha visto en esta roca al Mesías, al Hijo de
Dios.
7.4 El escenario
En la tradición de Bizancio, la escena ocurre en el
exterior, entre edificaciones que simbolizan los lugares donde ha vivido la
Virgen, Nazaret y el Templo. En occidente, la Virgen aparece en un recinto
interior, generalmente simbolizando el Templo o una vivienda. Si está cerrada,
la Virgen queda como símbolo de “puerta del cielo”.
En general, los edificios, las casas y las
construcciones no respetan escalas o proporciones con el resto de la
ornamentación. En el interior, donde se desarrolla la escena, los límites
espaciales o no existe, o están señalados por cortinas o paños con diferentes
dibujos, llevando hasta quien contempla el icono el valor perecedero e
insustancial de lo terreno.
7.5 Los símbolos
Por razón de su mayor
o menor facilidad de captación, se dividen en esotéricos y exotéricos. Los
símbolos esotéricos son el círculo, el cuadrado, el rectángulo, el triángulo y
la cruz. El círculo es símbolo de la unidad principal, la manifestación
universal del Ser, no tiene principio ni fin, es símbolo del cielo.
En iconografía se construye la figura humana en base a
círculos. Para cabeza de los personajes se utilizan círculos concéntricos. El
cuadrado es el símbolo de la tierra, por oposición al cielo; es el símbolo del
universo creado. En la antigüedad la tierra se consideraba cuadrada con cuatro
puntos cardinales. Muchos espacios sagrados adoptan formas cuadrangulares.
Si el círculo y el
cuadrado se unen, simbolizan la unión de lo celestial con lo terrenal. En las
relaciones del círculo y el cuadrado existe una coincidencia. El círculo será
al cuadrado lo que el cielo es a la tierra; pero el cuadrado se inscribe en el
círculo, es decir, que la tierra depende del cielo”.[36]
Los símbolos exotéricos son aquellos que se ven a
simple vista; son muy abundantes en la iconografía y, en general, en todo el
arte pictográfico. Son innumerables: el agua, fuente de vida, medio de
purificación y centro de regeneración; la antorcha, representa la luz; el árbol
es el símbolo de la vida en perpetua evolución, en ascensión hacia el cielo; y,
así, innumerables imágenes capaces de alimentar el universo simbólico del
hombre.
8. Clasificación de los iconos
Como puede imaginarse, son numerosos los estudiosos
que han realizados propuestas de clasificación de los iconos a partir de
variables relevantes de los mismos.
Algunos autores
advierten inicialmente dos grandes grupos:[37]
1 Los iconos que representan únicamente a personajes sacros.
2 Los que reproducen escenas, sean bíblicas o hagiográficas.
Tras esta básica e
inicial división, los iconos admiten la siguiente clasificación:
1. Por razones del tema, en teofánicos, marianos y hagiofánicos.
2. Por razón de su estructura, en sencillos y bifaces.
3. Por razón del tema-estructura (combinados), en historiados o narrativos
4. Por razón de su emplazamiento, en fijos o portátiles.
5. Por razón de su origen, en votivos o milagrosos.
6. Por razón de su finalidad, en litúrgicos, litúrgicos- ceremoniales y
devocionales.
7. Por razón de su estilo: iconos de la metrópoli o típicamente bizantinos, y
los pertenecientes al ámbito bizantino.
De forma simplificada,
toda la clasificación anterior podría resumirse en los tres grupos siguientes:
A. Retratos de Jesucristo, de la Virgen, y de los Santos.
B. Representaciones pictóricas de festividades religiosas y de episodios
hagiográficos.
C. Ilustraciones simbólicas de la doctrina cristiana, de los conceptos
teológicos y de la himnología litúrgica.[38]
Algunos atienden a otro criterio para clasificar los
iconos[39]:
«En la base del icono se da una experiencia espiritual. Por eso, según la
fuente de su origen, los iconos pueden ser subdivididos en cuatro categorías:
1.- Iconos bíblicos, fundados en la realidad dada por la palabra de
2.- Iconos-retratos, basados en la experiencia personal y en la memoria del
pintor de iconos que es contemporáneo de las personas o acontecimientos
representados y que pudo presenciarlos no solo como fenómenos exteriormente
reales, sino también como espirituales e iluminados.
3.- Iconos basados en la tradición, fundados en una experiencia espiritual de
otros acontecida en el pasado y relatada oralmente o por escrito; y
4.- los iconos revelados, pintados basándose en una experiencia espiritual
personal del pintor, como una visión o un sueño misterioso ».[40]
8.1. Clasificación de los iconos de Cristo
En la predicación, la persona de Jesús, su muerte y su
resurrección son el centro del kerigma. En el Templo, en el Iconostasio o, más
generalmente, en el conjunto del arte del iconográfico, el icono de Jesús ocupa
el lugar principal como corresponde al personaje central de la Historia de la
Salvación.
Hablar del icono de Cristo puede hacernos olvidar o,
simplemente, velar que Él es el icono de Dios. “Él es imagen del Dios
invisible" (Col 1,15) y, como él mismo afirma, "quien me ha visto a
mí, ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” (Jn14,
9s).
La contemplación del icono de Cristo hace presente a
Jesús el Salvador ( “Soter”, en griego, “Spas” en ruso) con la misma fuerza que
la proclamación de su Palabra, y el triángulo contemplativo formado por el
icono, el autor y el espectador se abre para acoger al representado.
Un intento de clasificación de la iconografía de
Cristo llevan a considerar seis tipos diferentes, según le representa en las
diferentes situaciones del Verbo en la Historia de la Salvación:
El Salvador, llamado Pantocrátor.
El Salvador, en figura no hecha por mano de hombre,
El Salvador, en Majestad.
El Salvador, como Emmanuel
El Salvador, en el silencio.
El Salvador, como Sabiduría eterna del Padre.
8.2.-Clasificación de los iconos de la virgen.
Ciertos autores han llevado a cabo "Una propuesta
de clasificación iconográfica de los iconos marianos" que ayudará con toda
seguridad a desenvolverse por el infinito mundo del icono de la Madre de Dios.[41]
Iconos de la Virgen Theotokos:
Theotokos (Virgen Madre de Dios)
Angelokistos (Virgen con ángeles)
Nicopoia (Virgen que trae la victoria)
Kiriotisaa (Virgen Señora y Reina)
Kiriotisaa con santos
Hodigitria (la
Virgen que muestra el camino)
ámbito griego: Virgen del Perpetuo Socorro / ámbito ruso: ejemplo: Virgen
de Smolensko
Virgen Orante (Virgen en actitud de súplica)
Virgen Eleousa
(Virgen de la ternura)
ámbito griego /ámbito ruso/ de adoración
9. El icono hasta nuestros días
Establecidas una vez por todas las bases teológicas y
reafirmada su importancia, la representación de Cristo, de la madre de Dios y
de los Santos se ha multiplicado y difundido, llegando a nosotros en ejemplares
antiguos y en nuevas creaciones. Desgraciadamente, durante la crisis
iconoclasta muchos iconos fueros destruidos o dispersados. En el campo de los
iconos se han alternado periodos de decadencia con otros de florecimiento.
Desde oriente, donde ya desde el siglo VI se había
fijado el tipo tradicional de Jesús con barba, aspecto de gran dignidad y
majestuosa belleza, se difundió ampliamente, caracterizado siempre por un
rostro expresivo fuertemente oval, de frente ancha, nariz delgada, grandes ojos
almendrados, largos cabellos oscuros y barba frecuentemente partida.
Análogamente para los santos, el icono grafo intenta dar una representación cercana
a la realidad y al mismo tiempo transfiguraba de la persona, cuya presencia no
solo es recordada, sino evocada en un tipo ideal.
Varios
ejemplos de iconos:
-Iconos Mandylion
-El icono de María, la Virgen Hodigitria
-El icono de Cristo
-El icono de la Transfiguración
9.1 Iconos Mandylion
Las primeras imágenes
del rosto del Salvador aparecen en lienzos atribuidos a manos no humanas,
iconos conocidos por su denominación griega de “ajeiropoietos”, que
significa “no hecho por manos humanas”
Icono de la Verónica
Tiene tradición especialmente seguida en España el
icono de la Santa Faz o de la Verónica, por atribuir el origen de la imagen de
este lienzo al gesto de las santas mujeres que se apresuran a enjugar el rostro
de Jesús durante la marcha al Calvario. La Verónica no aparece en los
Evangelios, no se menciona este nombre. Seguramente, este nombre exprese más
bien lo que esa mujer hizo. La tradición oriental se inclina a considerar como
el “verdadero” rostro de Cristo, no la tela de la Verónica, sino la imagen que,
según la leyenda anterior, el mismo Jesús envió a Edesa para curar al rey
Abgar. Así considerada, dicha tela no sería obra de un artista ni de mano
humana (en griego “ajeiropoíetos”) sino la revelación del rostro de Cristo,
realizada por él mismo.
Santo sudario
Una segunda imagen de
Cristo “ajeiropoíetos”, evidentemente atribuida a manos no humanas,
se encuentra en el santo lienzo hoy conservado en Turín.
Rastreando en estos orígenes, no ha dejado de
subrayarse la semejanza entre el santo sudario y la figura generalmente
hierática del Mandylion o los primeros Pantocrator, asunto donde es difícil dar
una opinión tajante ante el asombro casi hipnótico que produce la contemplación
de la Sábana Santa.
El icono ortodoxo “Mandylion”
Es un icono cuadrado
con una base dorada sobre la cual se ha dibujado la figuración, siendo ésta
sustancialmente la santa faz de Cristo. El torno a la cabeza una aureola
muestra una forma de cruz de tres brazos en la que las letras griegas
"O-W-H" significan: "Yo soy el que soy" expresión
con la cual Dios se manifiesta a si mismo (Ex.3, 14). Sobre el manto y fuera de
la aureola se ven las letras IC XC, inscripción ésta que identifica a todos los
iconos de Cristo y significa: Jesucristo, Salvador.
La importancia teológica de este icono “no hecho por manos humanas” es de difícil superación, pues su origen no humano lo garantiza contra cualquier posibilidad de manipulación y, por analogía, extiende su carácter sacro a toda la producción icónica. La contrafigura pagana del icono es el ídolo que, como dice el salmo, “los ídolos de los gentiles son oro y plata, hechura de manos humanas: tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven…” (Sal 135, 15).
Las letras: IXΘΥΣ: I=Jesús,
X=Christos, Θ=Theou (de Dios), Υ=Uios (Hijo), Σ=Soter (Salvador)
9.2-El icono de María, la Virgen Hodigitria
De los motivos más conocidos en la iconología mariana
es el de la Virgen Hodigitria, o “la que muestra el camino”. La figura
estándar hace aparecer a la Madre de Dios con el Niño en brazos, generalmente
en el izquierdo, mientras su mano derecha le señala, le muestra al espectador.
La cabeza de la Virgen se inclina hacia su hijo.
Hace un gesto de
bendición con la mano derecha mientras, con gran frecuencia el Niño sujeta un
rollo con el Evangelio de Lucas, donde Cristo se autodefine diciendo “Yo
soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Sus piernas aparecen
cruzadas, y en algunos iconos es posible percibir la planta descalza y llagada
del pie derecho, señalando la muerte que ha de sufrir.
La mirada del espectador siente inmediatamente la
fuerza expresiva de los personajes que, entre sí, parecen ignorarse, ambos con
la vista puesta en un horizonte lejano, pero que se cruzan con la suya sin
dejarle indiferente.
La tradición cuenta que fue el evangelista san Lucas
quien comenzó a pintar este cuadro y que, cuando le faltaron las fuerzas
estando pintando la imagen, imploró la ayuda celestial y el icono mismo acabó
la pintura. Por ello, no es de extrañar que existan versiones del mismo en las
que aparece el evangelista delante de su caballete pintando a la Virgen.
La denominación "Vírgen
Hodigitria" extiende a todos los iconos en donde la Virgen emplea
la mano derecha en un gesto de “señalar el camino”, exceptuándose
las que, aun conservando en todo la figuración de este icono, tienen un motivo
local (Smolenskaia, Tickvinskaia , Jerusalen) o de devoción particular por
razones de piedad popular (Perpetuo socorro), para ser veneradas con nombres
propios.
La composición de la Hodigitria mantiene el uso
simbólico de los colores y su significado religioso, asignando el color de
púrpura fuerte, tan propio de la realeza bizantina, a su manto. Mientras, el
niño Jesús viste los colores blanco (símbolos de la pureza y de la luz del
Tabor), y rojo (símbolo del amor y del fuego del Espíritu Santo.
9.3 El icono de Cristo Pantocrator
La imagen de la
victoria de la fe católica y universal sobre las herejías fue el icono de
Cristo Pantocrátor, Señor del universo y de la historia. Estas imágenes de
Cristo Pantocrátor ("todo poderoso", omnipotente, “el
que todo lo ve”, etc.) se presentan con dos figuraciones diferentes. Al
principio se desarrolló el icono con la imagen de medio busto, con los
atributos canónicos de gesto, colorido, ropaje, etc., y el libro cerrado, que
posteriormente dio paso a representaciones con el gesto dulcificado y el libro
abierto. Otras veces, el redentor aparece entronizado, rodeado de una
figuración rica en signos teológicos cuya contemplación es a menudo una
verdadera catequesis apocalíptica.
Cristo adulto, bendiciendo y con el Evangelio abierto
o cerrado es un prototipo de mucha antigüedad. Testimonia la historicidad de la
encarnación contra las herejías de los primero siglos.
El concilio de Nicea, a. 325, al redactar el Credo
“Creemos… en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, nacido unigénito del
Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz… que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó…”[42],
declara que Cristo, siendo Dios, es visible, pues es hombre , y, por tanto, se
convierte en el icono de Dios, en la imagen visible y perfecta del Padre.
Durante tres siglos, en las luchas contra el arrianismo y el monofisismo,
herejías que negaban la naturaleza divina o humana de Cristo, respectivamente,
los iconos sufrieron destrucciones.
Los Padres, fundándose en los datos del Antiguo y del
Nuevo Testamento y utilizando algunas nociones y expresiones de la filosofía
helenística, establecieron el significado de Pantocrátor comprendiendo en ello
cuatro dimensiones diferentes: Omnipotencia, Omnicomprensión, Omnipresencia y
Omniconservación. El icono de Cristo Pantocrátor es realmente la figura de
Jesús más difundida y conocida; es la imagen del Dios invisible y trascendente
que ha tomado forma humana.
"Tú eres Señor
del universo, en tus manos está el poder y la gloria, tú engrandeces y
confortas a todos" (1Cro 29, 12).
“Entonces aparecerá en
el cielo la señal del Hijo del Hombre; y entonces se golpearán el pecho todas
las razas de la tierra y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del
cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus Ángeles con sonora trompeta, y
reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos
hasta el otro” (Mt 24, 30-31).
El icono de Cristo Pantocrátor presenta siempre
elementos fijos, como la diestra bendiciendo, el cabello en forma de casco, la
barba y el conjunto del rostro siguiendo sorprendentemente el cliché de la faz
del Santo Sudario. Pueden presentar variaciones del gusto del iconógrafo:
el libro sostenido en el brazo izquierdo puede estar abierto o cerrado, la
expresión severa o más amable del rostro, el nimbo alrededor de la cabeza, el
brazo derecho está a veces más envuelto y sostenido por la toga.
En Occidente esta representación del Pantocrátor es
conocida como Cristo en Majestad. El icono de Cristo en Majestad aparece en los
tiempos anteriores a la iconoclastia y quiere presentar al Dios del Antiguo
Testamento según los sueños de Isaías y Ezequiel, confirmados por la visión de
San Juan en el Apocalipsis.
“Vi yo al Señor
sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo.
Por encima de Él había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus
rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban” (Is 6,1). (cfr. Ap 4,
2-9).
No es difícil
identificar estas visiones proféticas con el Cristo del Juicio Final, y,
consecuentemente, no es de extrañar que la figura del icono presente un rostro
severo, ciertamente hierático, mirada al frente y planta frontal simétrica. Es
el Cristo anunciado por Mateo: “Entonces dirá también a los de su
izquierda: `Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado
para el diablo y sus ángeles. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer,
tuve sed, y no me disteis de beber” (Mt 25, 41).
Pero la colocación del
icono en el templo aclara su verdadero significado cuando se le contempla en el
ábside de la iglesia, en lo alto de la parte posterior del ala central,
presidiendo y contemplando desde este lugar privilegiado a toda la asamblea. Es
el Dios que dice “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré” (Mt 11,28). Allí situado, es más la epifanía del Cristo
misericordioso que la del dueño de la casa que “reparando que uno no
llevaba traje de fiesta, le dijo: Amigo ¿cómo has entrado aquí sin el vestido
de boda?" (Mt 22, 12).
La mano derecha bendice y parece simbolizar, con la
posición de los dedos pulgar, anular y meñique unidos, la unión de la Trinidad,
mientras que el índice y corazón desplegados nos remiten a la doble naturaleza
de su persona.
En el icono, aparece
sentado en el interior de la almendra que representa el universo, porque en la
Historia de la Salvación también el universo debe ser redimido ya que "sabemos
que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto...
aguardando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 22.19).
Su cabeza viene adornada con un nimbo dorado
cruciforme, característico del Cristo Jesús. Es el Señor del tiempo y de la
historia, el alfa y omega de la creación, y estas letras aparecen en los brazos
horizontales de la cruz, mientras en la línea superior se indica expresamente
que estamos ante I C X C.
Con el brazo izquierdo mantiene el Libro de la Vida
que contempla el Apocalipsis (cfr Ap 20, 12-15; 21, 27), y el conjunto de la
figura, situado dentro de la almendra que simboliza, tanto el señorío sobre
todo lo creado, como el abrazo y acogimiento a todo el que lo contempla, lleva
a sentir que es el Cristo de la misericordia quien nos mira.
7.4 El icono tipológico de la Transfiguración
Al situarnos ante el
icono de la Transfiguración del Señor conviene hacer una “composición de lugar”: colocarnos imaginariamente en un taller monástico aprendiendo el
arte sacro iconográfico. Tras los estudios de liturgia, teología, pintura,
lectio divina, etc. llega el momento de la prueba final: pintar un icono sobre el tema de la
Transfiguración en el monte Tabor.
¿Por qué este ejercicio, común a todos los aspirantes?
Porque el relato evangélico anticipa el mundo futuro, la visión definitiva. Así
visto, el icono de la Transfiguración es el modelo de la vida cristiana
contemplativa, la hermenéutica de la visión profética, enseña a ver la realidad
con los ojos de Dios. Para la vida monástica esta visión tabórica no
sólo ve las cosas transfiguradas, sino que es transformante del propio
observador. Por eso, no es extraño oír decir que el icono no se mira, se
contempla.
También por la dificultad del intento, porque la
propuesta es hacer lo imposible: emplear el símbolo, expresado a través del
color, para representar la revelación evangélica” su rostro se puso brillante
como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.” (Mt 17,1-3).
Y, finalmente, porque a cada monje se le pide algo
distinto: expresar la apropiación interior del suceso, hecha durante la oración
personal, y su habilidad para ser, con su trabajo artístico, comunicación para
el espectador creyente de los rayos de Cristo que iluminaron la escena del
Tabor. Fijándonos en la imagen del icono, hay espacios diferenciados y hay
protagonistas propios en cada uno de ellos, sobre un fondo que dibuja el monte
Tabor.
En la mitad superior aparece Jesús hablando con Moisés
y Elías. En algunos iconos, la figura de Jesús aparece inscrita en un
círculo o una almendra central (mandorla) que, en este caso,
representa la nube de luz que lo cubre, signo de la presencia de Dios en el
A.T.
Moisés y Elías son iconos veterotestamentarios de la
Ley y de los Profetas, y, al mismo tiempo, representantes de toda la humanidad:
Moisés de los muertos y Elías de los vivos, pues dice la Escritura que así fue
arrebatado al cielo (2 Re 2, 11). En medio, Jesús, como rey de vivos y muertos.
En la mitad inferior, los tres discípulos en actitudes
que reflejan la sorpresa que les produce el extraordinario suceso: Pedro, a la
izquierda, se protege con las manos; Juan, en el centro, caído de espaldas a la
luz; Santiago, en actitud de escape. Son los discípulos selectos, los que, poco
después, volverán a ser elegidos para acompañarle a orar en Getsemaní.
La mitad superior representa el cielo; la mitad
inferior es la tierra. La mitad superior respira calma; la mitad inferior,
movimiento, precipitación. Ambas realidades, expresando la existencia de ellas
en la vida de cada hombre.
Las palabras de
Pedro “qué bien se está aquí”, expresan el bienestar interior que
produce la visión, y es seguido por el natural deseo de hacerlo permanente: “Hagamos
tres tiendas…”. De manera no consciente, Pedro siente que vive el final de
los tiempos, que contempla la gloria eterna que es el esplendor divino de
Jesús, y quiere perpetuar la situación dando un salto en su vida entre la
situación anterior a la subida al monte y esa gloria que contempla.
Es necesario meditar en la respuesta de Jesús, que con
su silencio parece ignorar su propuesta, baja del monte, les pide no comentar
con nadie el suceso, y les enfrenta con un enfermo epiléptico.
La visión del Tabor no es una experiencia sentimental
dirigida a satisfacer emociones humanas y escapistas, sino una luz proyectada
sobre toda la Iglesia que ayuda a ver la realidad con los ojos de Dios y a
enfrentarse al mundo, a la muchedumbre, al dolor, para anunciar la presencia
del Reino y llevar consuelo.
La respuesta
de Jesús a la pretensión de Pedro se hará elocuente pocos días después con su
pasión. La llegada del Reino pasa por el camino de la cruz y de la muerte, como
les había anunciado y la visión del Tabor estaba destinada a fortalecer la
esperanza de quienes habrán de ser sus compañeros en la oración del huerto y
testigos privilegiados de su próximo juicio y crucifixión.
El icono nos sitúa ante una teofanía trinitaria. Como
en el bautismo del Jordán, el Padre que habla desde la nube y el Espíritu que
ilumina la verdad sobre Cristo y, muy concretamente, “que en él habita la
plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9).
También nos sugiere que más que Jesús, que en su
kenosis oculta su gloria aunque no la abandone, quien verdaderamente se
transfigura son los apóstoles, cuyos ojos pasan de la carne al espíritu y son
capaces de ver la gloria de Dios como se nos ha prometido que será en el último
día, cara a cara.
La “composición
de lugar” con que hemos comenzado la contemplación del icono exige, en
este momento, seguir el mandato del profeta: “¡Silencio todo el mundo
ante el Señor que se levanta de su morada santa!” (Zac 2, 17)
9.5. Iconos de santos en relación con el año litúrgico bizantino
El lazo inseparable entre iconografía y celebración
litúrgica destaca también cuando se lo considera en relación con los santos;
por eso conviene conocer un poco el año litúrgico bizantino, que es el
resultado de la combinación de cuatro ciclos. Pascua tiene en Oriente una
importancia y solemnidad muy superiores a las habituales en Occidente, y es el
centro en el cual comienza el ciclo de las fiestas de fecha móvil.
El ciclo anual de las fiestas de fecha fija es predominante
para los santos, comienza el 1 de septiembre. Es sabido también que todos los
iconos, para poder recibir la bendición de la Iglesia cuando están ultimados,
han de llevar siempre grabado también el nombre de la persona o del hecho
representado.
Ya en vida el santo es “icono” de Cristo; persona transfigurada por la luz del Espíritu. Fijar su imagen, para que permanezca ante nuestros ojos incluso después de su muerte terrena, es una invitación a seguirle en nuestra progresiva edificación.
Conclusión
Queda a través de lo expuesto claro la necesidad de profundizar en la espiritualidad y teológia del icono para comprender su significado. No podemos obviar el concepto teológico del icono, y su función litúrgica, dogmática y pedagógica.
El trabajo del iconógrafo se corresponde con un verdadero ministerio litúrgico cuando dota a su obra del contenido teológico y didáctico que desempeña en la liturgia. Su labor es parte de la vida de la Iglesia.
La contemplación de los icono nos da una clave hermenéutica para entender el mensaje del arte sacro iconográfico, para ver cómo la luz y el color del icono quiere traer a la oración contemplativa la gracia que lleva la luz de Cristo. La realidad del mundo precisa el acompañamiento y la iluminación de Cristo, que se hace vida a través de la Iglesia, de los cristianos.
Oración final:
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida…
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. (cfr Sal 22)
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. (sal 42)
¡Qué
inapreciable es tu misericordia, oh Dios!
los humanos se acogen a las sombras de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias:
porque en ti está la fuente viva
y tu luz nos hace ver la luz. (Sal 35)
BIBLIOGRAFIA
[1] Los emperadores trataron de sustituir las imágenes a
los emperadores y divinidades romanas (Apolo o Venus) por imágenes de Cristo o
la Virgen. Las imágenes emulaban la gloria y majestad de las antiguas divinidades
por la Deisis o la Theotokos.
[2]
Según creció la controversia entre los que
estaban a favor o en contra de las imágenes.
los apologistas
teólogos decidieron que "el honor mostrado a la imagen se transmite a su
prototipo",
mientras que las personas que condenaba a los iconos sostenía que "donde
se establecen las imágenes, las costumbres de los paganos hacen el resto".
3 Jesús
Castellano Cervera es uno de los teólogos católicos que más ha valorado la
herencia de la Iglesia Oriental. La iglesia debe caminar al impulso de los dos
“pulmones” de Oriente y Occidente.
[4] Plazaola, El arte sacro
actual, pág. 374. BAC nº250.
[5] P. Evdokimov, L’art de l’icöne, pág. 154.
[6] Dimitrios I, Encíclica en el duodécimo centenario del Concilio Nicea II
(787), nºs 12 y 13.
[7] Jn 6, 68;
cfr. Heb 4, 8-12. Redemptor Hominis 7
[8] Existe además una leyenda del s. IV relatada por
Eusebio de Cesarea relativa a como el rey Abgaro V de Edesa escribió a Jesús
pidiéndole que viniera a curarle. Jesús responde por carta que cuando complete
su misión terrenal y ascienda a los cielos, enviará a un discípulo, Tadeo
portando una tela con sus rasgos faciales. Según Eusebio el documento traducido
y transcrito de la carta original se encuentra entre los documentos de la
cancillería siria del rey de Edesa.
[9] La etimología siriaca propuesta para Mandylion sería
“sudario”. De aquí la identificación de esta reliquia y el rostro de la Sábana
Santa.
[10] Redemptor
Hominis 12
[11] Redemptor
Hominis 10
[12] Conc.
Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22: AAS 58
(1966) 1042.
[13] Redemptor Hominis 13
[14] Redemptor Hominis 10
[15]
Misal Romano,
himno Exultet de la Vigilia pascual.
[16]
Cf. Jn 3, 16.
[17] En esta misma catequesis,
núm. 2, se ha hecho, ya mención de este «sello espiritual...». También se ha
hecho mención de la anterior nota 36 y de cat. 15, núm. 21. No se volverá a
insistir más sombre esto, únicamente, recordar que la ed. de Migne, PG 33,373
vuelve a mencionar la semejanza entre el «sello» y el «carácter del bautismo»
con las marcas impresas en los ganados para distinguir quiénes eran sus dueños,
o también con las señales grabadas con hierro candente en los soldados. Una
cierta tosquedad en la comparación permite hacer entender de modo bastante
plástico que el bautizado será ahora siervo sólo de Cristo.
[18]
Procat., 1, ya señalaba: «Tened en las
manos las lámparas para ir a buscar a la esposa». A ese mismo hecho hace
alusión otra vez la presente catequesis; los catecúmenos que en breve habrían
de recibir el bautismo llevaban lámparas encendidas.
[19] Cf. Lc 23,43
[20]
Recordemos que las imágenes de las catacumbas tenían un doble sentido, eran
imágenes para el culto y para la catequesis y la enseñanza.
[21] Historia Eclesiástica, libro VII, cap. 18
[22] P. Florenski, El iconostasio, págs. 64-65, Ed. Sígueme
[23] Dice P. Florenski: “El iconostasio es el confín entre
el mundo visible y el invisible. Esa barrera del altar la levanta, volviéndose
así accesible para nuestras conciencias, el grupo unido de los santos, la nube
de testigos que circundan el trono divino, la esfera de la gloria celeste,
testigos que anuncian el misterio”.
[24] P. Florenski, El iconostasio, págs. 67, Ed. Sígueme
[25] P. Florenski, o.c., 77
[26] Evdokimov, o.c., pág. 18
[27] Tania Velmans, El estilo de los iconos, en El mundo
del icono, Ed. San Pablo, pág. 41
[28] María José Piñero, Montes, Iconografía del mundo medieval, pág. 13
[29] Cristine Fitzurka, El icono en la teología oriental, Teología y Vida,
Vol. XLIV (2003), pp. 250-264
[30] Cristine Fitzurka, o.c. pp. 250-264
[31] Leon-Dufour, Vocabulario bíblico, voz “luz y tinieblas”
[32] Evgueni N. Troubetskoï
[33] Rupnik, Marko I., Los colores de la luz, pág. 70
[34] Cristine Fitzurka, o.c. 250-264
[35] Maria Donadeo, El icono, imagen de lo invisible, pág. 42
[36] Mascarenhas de Boschkowitsch, María Cecilia. Los Iconos en la Iglesia
Ortodoxa
[37] Esta es la clasificación del P. Ernest Ros.
[38] Ernest Ros Leconte, Reflexión sobre el icono sacro bizantino
[39] El Padre Frorenski hace esta
clasificación.
[40] Florenski, El iconostasio, pag. 84
[41] Esta es la clasificación que hace la profesora Dª
Mercedes Castro.
[42] Denzinger, 54
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