LA CAPILLA REDEMPTORIS MATER
Introducción
La Capilla Redemptoris
Mater se
le ha venido a llamar la capilla Sixtina del s. XXI, es una obra magistral
donde se funde la espiritualidad de Oriente y Occidente y es el símbolo
ecuménico del Vaticano, construida en favor de la unidad de los cristianos y
promover así la unidad de la Iglesia de Oriente y Occidente. La Iglesia tiene
dos pulmones Oriente y Occidente y ha de caminar al unísono.[1]
La Capilla
Redemptoris Mater anteriormente conocida como Capilla
Matilde, es una capilla católica situada en el segundo piso del Palacio
Apostólico de la Ciudad del
Vaticano. Localizada a las afueras de las puertas de los
apartamentos papales, el santuario se destaca por sus mosaicos similares a las
primeras obras de arte religioso bizantinos, y está reservada para el uso
exclusivo del Papa. [2]
El papa
Juan Pablo II la mandó construir en 1996. El costo de la renovación de la
propia capilla fue un regalo del Colegio de Cardenales para conmemorar el 50
aniversario de la ordenación sacerdotal el Beato Papa Juan Pablo II en 1996.
El autor
del programa iconográfico de los mosaicos de la capilla se convirtió en el
teólogo ruso Profesor
Oleg Ulyanov. Representa una visión contemplativa de la unión de la Iglesia de
Oriente y Occidente. El elaboró el frontis de la Nueva Jerusalén. Después fue
continuada y terminada por el taller Aletti del padre Jesuita Marko Rupnik[3]
El Predicador
Apostólico actual, capuchino Fray Padre Raniero Cantalamessa a menudo preside
las homilías en la capilla y fue utilizada ocasionalmente por el entonces
Papa Benedicto XVI.
El cometido de esta capilla será la de hacer una síntesis entre la espiritualidad de Oriente y Occidente. Del 20 de
junio al 21 de junio de 2011, Moscú acogerá una conferencia internacional en
memoria del cardenal Tomasz Spindlich "Espiritualidad Cristiana:
Perspectivas Históricas y Culturales". El 16 de abril de
2010, falleció el cardenal Tomasz Spidlik, un eminente investigador de la
espiritualidad cristiana. Entre los muchos temas tratados en sus libros, uno de
los principales es la espiritualidad en la tradición ortodoxa y en particular,
ortodoxa rusa. En su obra fundamental "Espiritualidad del Oriente
Cristiano" cuyo primer volumen, "Tradición espiritual del
cristianismo oriental" en una declaración sistemática", el cardenal ruso
Spidlik analiza los aspectos más importantes de la vida espiritual cristiana en
diferentes culturas y en diferentes períodos de la historia.
Un amigo
cercano del cardenal Tomasz Spidlich durante muchos años fue el
profesor Oleg Ulyanov, jefe del Sector Arqueológico de la Iglesia del Museo
Central de Cultura y Arte Ruso Antiguo. Adrey Rublev. Fue su cardenal Tomasz
Spidlik en abril de 1996 pidió para desarrollar un programa
teológico de mosaicos para la capilla papal Redemptoris Mater en el Vaticano hasta el 2000 aniversario del cristianismo.
1.
BREVE HISTORIA DE LA
CAPILLA[4]
La Capilla Redemptoris
Mater se encuentra en
el Palacio Apostólico, en la Ciudad del Vaticano. Con anterioridad se llamaba
Capilla Matilde, pero el Papa Juan Pablo II, al concluir el año mariano
1987-1988, cambió su nombre a "Redemptoris Mater" en honor a la Santísima
Virgen, por quien sentía una profunda devoción. De hecho, durante muchos años
esta fue la capilla donde el Papa Juan Pablo II celebró la Eucaristía con
grupos de fieles, hasta que la enfermedad se lo impidió.
En 1996, con ocasión
del 50° aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa Juan Pablo II, la
capilla fue completamente reestructurada y decorada, gracias a las donaciones
del Colegio de Cardenales. El Papa quiso que la nueva capilla incluyese la
presencia de la tradición oriental, otorgándole un importante valor ecuménico.
De este modo, la capilla se convirtió en un signo visible de comunión entre las
Iglesias oriental y occidental.
San Juan Pablo II
confió el trabajo de renovación de la capilla al "Atelier de Arte
Espiritual" del Centro Aletti, bajo la dirección del sacerdote jesuita P.
Marko Ivan Rupnik. Este último invitó al artista ortodoxo ruso Alexander
Kornooukhov a realizar la obra del Muro Principal o Muro de la Jerusalén
celestial; y al artista checo O. Oliva, a diseñar y construir la cátedra, el
ambón y el altar de la capilla. El P. Rupnik y los artistas del "Centro
Aletti" trabajaron en la bóveda y las paredes adyacentes restantes, el
Muro de la Encarnación, el Muro de la Ascensión y Pentecostés, y el Muro de la
Parusía. Después de tres años de trabajo, el Papa Juan Pablo II presidió
solemnemente el rito de dedicación de la capilla el 14 de noviembre de 1999.
2.
LA ESPIRITUALIDAD
Con su diversidad de
colores y texturas, los mosaicos dan vida a los personajes y símbolos de la
Capilla Redemptoris Mater, celebrando la historia de la salvación centrada
en el misterio de la Santísima Trinidad. Dicho misterio se representa en la
capilla, ante todo, en Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo carne, y luego
en la Santísima Virgen, su madre. En la Capilla Redemptoris Mater,
la historia de la salvación se hace visible a través de episodios y figuras del
Antiguo Testamento, los misterios de la vida de Cristo, los santos de la
Iglesia (incluidos los mártires del siglo XX) y los testigos de la fe de otras
iglesias y comunidades cristianas.
La Santísima Trinidad
rodea y orienta todo a la esperanza del nuevo Cielo y la Tierra nueva, y a la
segunda y definitiva venida del Señor Jesucristo. Las imágenes llevan la
impronta característica de los cánones de la iconografía oriental clásica, pero
con un toque incisivo de modernidad que les otorga originalidad y vigor.
La Capilla Redemptoris
Mater es un excelente
ejemplo de un poderoso instrumento para la nueva evangelización, un verdadero
"locus theologicus" donde el misterio de Dios, manifestado en Cristo,
se contempla no solo con la verdad teológica que abarca todo, sino también con
la teología estética. De esta manera experimentamos la belleza atribuida a Dios
representándola con bondad en todas sus obras, especialmente en la Encarnación
salvífica del Hijo de Dios, junto con la bendita Madre de Dios, que es el ícono
de la Iglesia y de la humanidad redimida.
Los fieles que entran
en la Capilla Redemptoris Mater experimentan una bella
representación de la iconografía cristiana y entran así en contacto con la
tradición teológica, artística y litúrgica. No solo viven una experiencia
estética, sino también un encuentro espiritual celebrado con una comunidad de
fe. El creyente está en comunión con los que vienen ante Cristo en la fe, la
iglesia orante se reúne como una asamblea que experimenta el misterio infinito
de Nuestro Señor en todo momento.
Para los fieles, la
contemplación del icono es una invitación a la oración, particularmente a la
oración litúrgica. Es una llamada al creyente para que "permanezca ante el
Señor", a fin de que pueda renovarse y transformarse. Los íconos exhortan
a la conversión, a la transformación de la cual habló San Pablo:
"Nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la
gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor
cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu."(2 Co. 3:
18).
3.
COMUNION DE
DOS ESPIRITUALIDADES
Un occidental
recibe el don del arte de la tradición iconográfica que lanza mensajes para el
hombre y la mujer de la postmodernidad en algunos detalles elocuentes de las
escenas y de las figuras: la constante afirmación del amor misericordioso de
Dios, el misterio del mal y de la libertad, la santificación del cosmos, la
perspectiva de la esperanza, la cercanía de un Dios amigo. Un oriental, sensible a la modernidad como O.
Clément, se conmueve ante la plasticidad y simbolismo de la Capilla que combina
la audacia del arte tradicional que siempre se renueva en nuevas formas. Otros
orientales que han comentado el arte de la capilla, se encuentran en su
ambiente artístico y espiritual de los iconos de los grandes misterios y de los
santos orientales.
La capilla
integra la espiritualidad occidental y oriental. En su estructura litúrgica
mantiene los tres espacios fundamentales de la celebración: el altar, el
ambón, la sede. Se combinan otros elementos característicos, la cruz astil
y la pila bautismal. Estos espacios están colocados con una cierta
originalidad. El altar colocado de cara a la asamblea a la pared de la
Jerusalén celestial donde en el centro está la imagen de la Madre del Redentor
a quien se dedica la Capilla.
4.
EL OBJETIVO
El objetivo o interés primordial de
la Capilla Redemptoris Mater se enmarca en el contexto del Pontificado de Juan
Pablo II. El papa convoca a toda la Iglesia con un Gran Jubilieo a prepararse
para el comienzo del Nuevo Milenio.
El
papa quiere proponer a Cristo como centro de todas nuestras miradas, dela Iglesia
y de la humanidad. Recogemos a manera de
resumen los aspectos más importantes de la Carta Apostólica Novo Millenio
Inneunte (6-I-2001)
4.1 La preparación del gran jubileo
Juan Pablo II en Novo Millenio Inneunte dice: Al comienzo del nuevo milenio,
mientras se cierra el Gran Jubileo en el que hemos celebrado los dos mil años
del nacimiento de Jesús y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino,
resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de
haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar
mar adentro» para pescar: «Duc in altum» (Lc 5,4). Pedro y los
primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. «Y
habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces» (Lc 5,6).
¡Duc in altum! Esta palabra
resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el
pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: «Jesucristo
es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8).
La alegría de la Iglesia, que se ha
dedicado a contemplar el rostro de su Esposo y Señor, ha sido grande este año.
Se ha convertido, más que nunca, en pueblo peregrino, guiado por Aquél que es «el
gran Pastor de las ovejas » (Hb 13,20). Con un extraordinario dinamismo,
que ha implicado a todos sus miembros, el Pueblo de Dios, aquí en Roma, así
como en Jerusalén y en todas las Iglesias locales, ha pasado a través de la «
Puerta Santa » que es Cristo. A él, meta de la historia y único Salvador del
mundo, la Iglesia y el Espíritu Santo han elevado su voz: « Marana tha -
Ven, Señor Jesús » (cf. Ap 22,17.20; 1 Co 16,22).
4.2 Contemplar a Cristo. Un rostro
para contemplar
«Queremos ver a Jesús» (Jn
12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían
acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también
espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos
de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre
conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino
en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar
la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su
rostro ante las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio sería, además,
enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores
de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al
final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en
el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la
mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.
4.3 Caminar desde Cristo. Un camino
a recorrer
«He aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,20). Esta certeza,
queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y
se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De
ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo
que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta
presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta
dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de
Pentecostés: « ¿Qué hemos de hacer, hermanos? » (Hch 2,37).
Nos lo preguntamos con confiado
optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente
la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos
de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una
Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!
No se trata, pues, de inventar un
nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el
Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al
que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y
transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas,
aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una
comunicación eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer
milenio.
El Jubileo nos ha ofrecido la
oportunidad extraordinaria de dedicarnos, durante algunos años, a un camino de
unidad en toda la Iglesia, un camino de catequesis articulada sobre el tema
trinitario y acompañada por objetivos pastorales orientados hacia una fecunda
experiencia jubilar. Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido
acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio
adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata,
sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria.
Hemos de esforzarnos a que el
anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida
profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad
y en la cultura. Juan Pablo enfatiza la necesidad de llevar el mensaje de Dios
a "todas las culturas, todos los conceptos ideológicos, todas las personas
de buena voluntad" con una adecuada "actitud misionera". Esta
actitud, insiste, debe comenzar primero con una consideración adecuada de
"lo que hay en el hombre", enfatizando nuevamente el tema
personalista. Insiste en que Cristo se acerca a cada persona como individuo.
Así, cada persona por sí sola puede recorrer su propio camino de vida y
alcanzar su máximo potencial a partir de esa experiencia personal del amor de
Cristo por él como individuo. De la misma manera, la misión de la Iglesia debe
ser también llegar personalmente a todas y cada una de las personas.
Juan Pablo utiliza esto como base
para otro de los temas centrales de su papado: el de la libertad religiosa.
Sobre la base de la declaración del Concilio Vaticano II en Dignitatis
humanae ( Declaración sobre la libertad religiosa ), el Papa Juan
Pablo enseña que cualquier trabajo misionero de la Iglesia debe comenzar con
una "profunda estima por el hombre, por su intelecto, su voluntad, su
conciencia y su libertad ". Pasa a la Iglesia católica como el verdadero
depositario de la libertad humana, al tiempo que destaca el respeto de la
Iglesia por otras religiones; esta es otra reprimenda implícita a los gobiernos
comunistas que suprimen la libertad de culto.
5.
TEOLOGIA DE LA CAPILLA REDEMPTORIS
MATER
La teología de la capilla responde
al propio magisterio de Juan Pablo II que lo inicia con la encíclica Redemptor
hominis y lo termina refiriéndose a María a quien dedica el lema de su
pontificado. (Totus Tuos). Vamos por ello primeramente a de tenernos en
estas dos claves teológicas : Redemptor hominis y Redemptoris Mater
5.1 Redemptor hominis
Redemptor hominis ( El Redentor del Hombre ) es el nombre de la
primera encíclica escrita por el Papa Juan Pablo II . Establece un plan para su
pontificado en su exploración de los problemas humanos contemporáneos y
especialmente sus soluciones propuestas encontradas en una comprensión más
profunda de la persona humana. La encíclica fue promulgada el 4 de marzo de
1979, menos de cinco meses después de su instalación como Papa.
Esta primera encíclica del Papa Juan
Pablo II examina los principales problemas que enfrenta el mundo en ese momento.
Juan Pablo II inició su papado durante una crisis de desconfianza y crítica
interna en la Iglesia Católica . Alude a esto en la introducción de la
encíclica, afirmando su confianza en que el nuevo movimiento de la vida en la
Iglesia "es mucho más fuerte que los síntomas de la duda, el colapso y la crisis".
Dice que Jesús es real y vivo.
Redemptor hominis propone que la solución a estos problemas se encuentre en
una comprensión más completa de la persona: tanto de la persona humana como de
Cristo . Como tal, su primera encíclica enfatiza repetidamente el enfoque
filosófico del personalismo favorecido por el Papa, un enfoque que utilizó
repetidamente durante el resto de su papado.
La encíclica también trabaja para
preparar a la Iglesia para el próximo tercer milenio , llamando a los años
restantes del siglo XX "una temporada de un nuevo Adviento , una temporada
de expectativa" en preparación para el nuevo milenio.
Juan Pablo II señala los temas
centrales de la Encarnación y la Redención como, sobre todo,
evidencia del amor de Dios por la humanidad: "El hombre no puede vivir sin
amor. Por eso Cristo Redentor revela plenamente al hombre a sí mismo." (Gs
10, 22) En respuesta, cualquier persona, por débil que sea, que desee
comprenderse a sí mismo en profundidad, debe "asimilar la totalidad de la
realidad de la Encarnación y Redención para encontrarse a sí
mismo".
Redemptor hominis defiende el derecho de la libertad religiosa como derecho
inalienable de la persona y confronta el sistema de comunismo de base atea ,
como el que se encuentra en su Polonia natal , un " ateísmo que está
programado, organizado y estructurado como un sistema político". Juan
Pablo II enfrenta esto en el nivel filosófico como inherentemente inhumano.
Citando a Agustín. La famosa cita de "Tú nos hiciste para ti, Señor, y
nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti", Juan Pablo II
sostiene que la persona humana naturalmente se esfuerza por Dios y por el
hombre respondiendo así a la realización completa de la humanidad.
Los sistemas que actualmente nos
rigen tanto el capitalismo como el comunismo niegan este aspecto esencial de la
naturaleza humana y son fundamentalmente defectuosos e inherentemente incapaces
de satisfacer los anhelos humanos más profundos de la expresión más plena de la
vida humana. Esto sienta un fundamento filosófico a las acciones notablemente
exitosas del propio Papa al enfrentar al comunismo en el campo político.
El papa en concreto, denuncia a los
gobiernos que se oponen a la libertad de religión como un ataque a la dignidad
inherente al hombre: "la restricción de la libertad religiosa de los
individuos y las comunidades no es sólo una experiencia dolorosa, sino sobre
todo un ataque a la dignidad misma del hombre".
5.2 Redemptoris Mater
Redemptoris Mater (La Madre del Redentor) es una carta encíclica
publicada por el Papa Juan Pablo II. Trata el tema de la Virgen María en la
vida de la Iglesia peregrina. Del 25 de marzo de 1987
Con esta Encíclica, Juan Pablo II,
se propone reflexionar sobre el lugar preciso de María en el plan de salvación.
Desea comenzar su reflexión citando a Gal 4, 4-6, que es la misma cita que
realiza el Concilio Vaticano II:“al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer…”. Esta plenitud delimita el momento en el que el Padre envió a su
Hijo; señala el momento en que la Palabra se hizo carne; señala el momento en
que el Espíritu Santo plasmó, en el seno virginal de María, la naturaleza
humana de Cristo; define el instante en el que el tiempo mismo es redimido y se
convierte en “tiempo de salvación”, designa así el comienzo de la Iglesia.
La Iglesia está en camino hacia el
Señor que llega “Pero en este camino procede. recorriendo de nuevo el
itinerario realizado por la Virgen María, que avanzó en la peregrinación y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz”. (LG 58)
Esto es la “síntesis eficaz de la
doctrina de la Iglesia sobre el tema de la madre de Cristo.” El Papa cita las
obras de su predecesor Pablo VI: “Christi Matri”, Signum Mágnum y Marialis
Cultus”.
Escribe sobre el tema debido a
la perspectiva del año 2000. “Su presencia en medio de Israel –tan discreta que
pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente
ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida hija de Sión al
plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad. Con razón, pues,
al término del segundo milenio, nosotros los cristianos, que sabemos como el
plan providencial de la Santísima Trinidad sea la realidad central de la
revelación y de la fe, sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia
singular de la madre de Cristo en la historia…”
Como el mismo concilio
Vaticano II señala al principio de GS 22 el misterio del hombre sólo se
esclarece a la luz del misterio Verbo Encarnado. Esto se cumple de un modo
particular en María: “Solo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente su
misterio.”
El dogma de la maternidad divina
(Concilio de Éfeso, 431) es para la Iglesia “como un sello del dogma de la
encarnación”. “La realidad de la encarnación encuentra casi su prolongación en
el misterio de la Iglesia-Cuerpo de Cristo. Y no puede pensarse en la
realidad misma de la encarnación sin hacer referencia a María, madre del
Verbo Encarnado”.
Así María sera quien acompañe nuestra peregrinación según expresa en la
Encíclica: “…peregrinación de la fe, en la que la Santísima Virgen avanzó,
manteniendo fielmente su unión con Cristo”. Y aquí se ve el doble vínculo
de María: con Cristo y con la Iglesia. Y cita a LG 64, que dice que la Iglesia
realiza su misión uniendo en sí, al igual que María, las cualidades de madre y virgen.
La Iglesia es virgen cuando guarda pura e íntegra la fe prometida al Esposo y
el madre cuando engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por
obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios.
6.
LOS TEMAS ESENCIALES DE LA CAPILLA REDEMPTORIS
MATER:
Los temas esenciales de la capilla Redemptoris
Mater quedan
reogidos en dos de sus cartas apostólicas que escribe al final del segundo milenio, Tertio
milenio Adveniente y al principio del tercer milenio, Novo milenio ineunte.
En estas cartas prepara a la Iglesia para este comienzo del tercer milenio. Jesucristo es el origen y destino de
toda la humanidad,de quien procede todo y a quien se encamina todo, “Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8)
Tercio milenio Adveniente, Carta apostólica del 10 de noviembre del año 1994,
decimoséptimo de mi Pontificado.
6.1 Cristo principio y fin.
El gran acontecimiento que vive la
humanidad en la plenitud de la historia es la venida de Cristo. «En la plenitud
de los tiempos » (cf. Gal 4, 4). En realidad el tiempo se ha cumplido
por el hecho mismo de que Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la
historia del hombre. La eternidad ha entrado en la historia.
Cristo, verdadero Dios y verdadero
hombre, es Señor del cosmos y también Señor de la historia, de la que es « el
Alfa y la Omega » (Ap 1, 8; 21, 6), « el Principio y el Fin » (Ap 21,
6). En El el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia.
Esto es lo que expresa sintéticamente la Carta a los Hebreos: «Muchas veces y
de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los
Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»
(1, 1-2).
La revelación cristiana habla de un
cumplimiento que el hombre está llamado a realizar en el curso de una única
existencia sobre la tierra. Este cumplimiento del propio destino lo alcanza el
hombre en el don sincero de sí, un don que se hace posible solamente en el encuentro
con Dios. Por tanto, el hombre halla en Dios la plena realización de sí: esta
es la verdad revelada por Cristo. El hombre se autorrealiza en Dios, que ha
venido a su encuentro mediante su Hijo eterno.
Gracias a la venida de Dios a la
tierra, el tiempo humano, iniciado en la creación, ha alcanzado su plenitud. En
efecto, «la plenitud de los tiempos» es sólo la eternidad, mejor aún, Aquel que
es eterno, es decir Dios. Entrar en la «plenitud de los tiempos» significa,
por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para
encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios.
En el cristianismo el tiempo tiene
una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el
mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su
culmen en la «plenitud de los tiempos» de la Encarnación y su término en el
retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo,
Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí
mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los «últimos tiempos» (cf. Hb
1, 2), la «última hora» (cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la
Iglesia que durará hasta la Parusía.
6.2
La Anunciación
Lucas en su Evangelio nos pone a
María como la puerta de entrada al misterio de la Encarnación. Nos transmite de
forma concisa las circunstancias relativas al nacimiento de Jesús: «
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se
empadronase todo el mundo (...). Iban todos a empadronarse, cada uno a su
ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a
la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de
David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió
que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento,
y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento » (Lc 2, 1. 3-7).
Se cumplía así lo que el ángel
Gabriel había revelado en la Anunciación. Se había dirigido a la Virgen de
Nazaret con estas palabras: « Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo
» (1, 28). Estas palabras habían turbado a María y por ello el Mensajero divino
se apresuró a añadir: « No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo (...). El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios » (1,
30-32. 35). La respuesta de María al mensaje angélico fue clara: « He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (1, 38). Nunca en la
historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de la
criatura humana.
6.3 La Encarnación
Juan, en el Prólogo de su Evangelio,
sintetiza en una sola frase toda la profundidad del misterio de la Encarnación.
Escribe: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno
de gracia y de verdad » (1, 14). Para Juan, en la concepción y en el nacimiento
de Jesús se realiza la Encarnación del Verbo eterno, consustancial al Padre. El
Evangelista se refiere al Verbo que en el principio estaba con Dios, por medio
del cual ha sido hecho todo cuanto existe; el Verbo en quien estaba la vida,
vida que era la luz de los hombres (cf. 1, 1-5). Del Hijo unigénito, Dios de
Dios, el apóstol Pablo escribe que es « primogénito de toda la creación
» (Col 1, 15). Dios crea el mundo por medio del Verbo. El Verbo es la
Sabiduría eterna, el Pensamiento y la Imagen sustancial de Dios, « resplandor
de su gloria e impronta de su sustancia » (Hb 1, 3). El, engendrado
eternamente y eternamente amado por el Padre, como Dios de Dios y Luz de Luz,
es el principio y el arquetipo de todas las cosas creadas por Dios en el
tiempo.
El hecho de que el Verbo eterno
asumiera en la plenitud de los tiempos la condición de criatura confiere a lo
acontecido en Belén hace dos mil años un singular valor cósmico. Gracias al
Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como cosmos, es decir, como
universo ordenado. Y es que el Verbo, encarnándose, renueva el orden cósmico
de la creación. La Carta a los Efesios habla del designio que Dios había
prefijado en Cristo, «para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que
todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en
la tierra» (1, 10).
6.4 La redención
Cristo, Redentor del mundo, es el único Mediador entre Dios y los hombres porque no hay bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvados (cf. Hch 4, 12). Leemos en la Carta a los Efesios: « En El tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia (...) según el benévolo designio que en El se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos » (1, 7-10). Cristo, Hijo consustancial al Padre, es pues Aquel que revela el plan de Dios sobre toda la creación, y en particular sobre el hombre.
Como afirma de modo sugestivo el Concilio Vaticano II, El « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ». Le muestra esta vocación revelando el misterio del Padre y de su amor. « Imagen de Dios invisible », Cristo es el hombre perfecto que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el pecado. En su naturaleza humana, libre de todo pecado y asumida en la Persona divina del Verbo, la naturaleza común a todo ser humano viene elevada a una altísima dignidad: « El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado ».
6.5 La Parusia, la plenitud de los
tiempos
La coincidencia de este Jubileo con
la entrada en un nuevo milenio, ha favorecido ciertamente, sin ceder a
fantasías milenaristas, la percepción del misterio de Cristo en el gran
horizonte de la historia de la salvación. ¡El cristianismo es la religión que
ha entrado en la historia! En efecto, es sobre el terreno de la historia
donde Dios ha querido establecer con Israel una alianza y preparar así el
nacimiento del Hijo del seno de María, « en la plenitud de los tiempos » (Ga
4,4).
Contemplado en su misterio divino y
humano, Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el
sentido y la meta última. En efecto, es por medio él, Verbo e imagen del Padre,
que «todo se hizo» (Jn 1,3; cf. Col 1,15). Su encarnación,
culminada en el misterio pascual y en el don del Espíritu, es el eje del tiempo,
la hora misteriosa en la cual el Reino de Dios se ha hecho cercano (cf. Mc
1,15), más aún, ha puesto sus raíces, como una semilla destinada a convertirse
en un gran árbol (cf. Mc 4,30-32), en nuestra historia.
«Gloria a ti, Cristo Jesús, hoy y siempre tú reinarás». Con este canto, tantas veces repetido, hemos contemplado en este año a Cristo como nos lo presenta el Apocalipsis: «El Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22,13). Y contemplando a Cristo hemos adorado juntos al Padre y al Espíritu, la única e indivisible Trinidad, misterio inefable en el cual todo tiene su origen y su realización.
7. LA ESTRUCTURA DE LA CAPILLA REDEMPTORIS MATER
Quien visita la Capilla entra en un mundo
misterioso y santo que invita ante todo a dejarse envolver por el misterio y
abarcarlo todo con una sola mirada.
Para entender su conjunto hemos de notar que
esta amplia Capilla tiene seis amplios espacios cubiertos totalmente de mosaicos.
El altar. Según se entra
en la Capilla, de frente, está la pared de la Jerusalén celestial donde está el
altar, a la izquierda la de la Encarnación, kénosis o Anábasis.
La sede o a cátedra
se situa a la derecha la de la Iglesia o anástasis, en la parte posterior la
pared de la Parusía, en lo alto la bóveda
con el Pantocrátor que preside toda la capilla y en el piso la cruz central
donde está el ambón.
El ambón de la
Palabra está en el centro mismo de la Capilla, a la altura perpendicular de la
imagen del Pantocrátor, que está en la cúpula de la capilla, en el centro de la
bóveda. La sede del Papa en la parte posterior, junto la pared de la Parusía y
cerca de la imagen de Pedro que abre las puertas del paraíso.
La capilla recoge los cuatro grandes eventos de
la historia de Salvación en cuatro paredes.
1.
La Encarnación, la kénosis, la Anábasis, la
bajada
2. La Ascensión y glorificación, la Anástasis, la subida
3. La Parusía, la Venida gloriosa
4. La Koinonía, La nueva Jerusalén , la comunión del cielo
5. LA BOVEDA
El Cristo Pantocrator en la bóveda es el centro de la Capilla, El Cristo Pantocrator es la Fuente de la revelación y de la luz
Todo es don, todo viene de lo alto. La contemplación de la Capilla puede empezar elevando los ojos hacia la bóveda, en la que impera como centro cósmico y revelador la figura de Cristo Pantocrátor, con la mano que bendice y el rollo de la revelación en sus manos, con su vestido de doble color – rojo y azul – que nos habla de la doble naturaleza en su única persona divina. Él es el mediador de la revelación de la vida divina.
Del círculo de Cristo parten como cuatro
amplios ramos de mosaico blanquecino con estrías doradas, que son como los
cuatro lados de la cruz, que idealmente envuelven, en los cuatro puntos
cardinales, como en un círculo, más bien, en un globo, toda la Capilla desde lo
alto hasta el suelo y continúan en el pavimento en forma de cruz. Se puede
contemplar todo el esplendor de la Capilla, como una manifestación
de la obra salvadora de Cristo.
Él está en el centro siempre, como revelación
del amor del Padre y transmisor del Espíritu, en todas y en cada una de las
paredes atrae la atención y la mirada. Desde esta visión Cristocéntrica Cristo
es el Alfa y Omega de la Capilla, y presenta al Cristo de la primera Encíclica
de Juan Pablo II, “centro del cosmos y de la historia”.
8. LA PARED DE LA ANABASIS, EL Mural de la kénosis
El descenso o abajamiento del Hijo del Hijo de
Dios como Hijo del Hombre.
Secuencia: Nacimiento-Bautismo-Descenso
a los Infiernos
Nacimiento
Bautismo
Descenso a los Infiernos
Esta pared expresa todo el dinamismo salvador de la
Encarnación, el descenso, abajamiento del Hijo.
Entrando, a la izquierda, encontramos la pared
de la kénosis de Cristo, desde el Nacimiento hasta el Descenso a los abismos.
Toda la escena tiene en su estructura geométrica el vuelo y el encanto de la
tierra que se abre como una flor, tras haber recibido la fecunda acción de la
encarnación del Hijo por el don del Padre y la fuerza del Espíritu.
Nacimiento. La escena
de Navidad en lo alto, casi esencial en su difuminada blancura, representa la
gruta, el Niño en el pesebre (altar, mesa y sepulcro a la vez), el buey y el asno
como testigos, la madre-Virgen como descansando y meditando lo que en ella ha
acontecido.
Tiene un eje central que va desde el Nacimiento
del Señor en la cima, bajando por el Bautismo en el Jordán y el Anábasis o Descenso
glorioso del Señor a los abismos, donde Cristo es ya el Resucitado.
Horizontalidad superior:
Crucifixion- Encuentro Cananea- Presentación en
el Templo- Anunciación
Crucifixion
Encuentro Cananea
Presentación en el Templo
Anunciación
La "Presentación del Señor" nos
ofrece un cuadro sencillo del episodio evangélico. Maria y José, con porte de
pobreza y sencillez, van en procesión al templo. Simeón acoge al Niño en sus
brazos con un rayo de luz que lo ilumina, la profetisa Ana contempla lo que
acaece. Es el encuentro de Dios con su pueblo, en el templo, con el
cumplimiento de la ley, a la que se somete Cristo, como premisa necesaria a esa
apertura que vamos a contemplar en el episodio paralelo de la cananea.
El Bautismo
Se retrata a Cristo sumergido en el Jordán, como una anticipación de su muerte. Los cielos
se abren con un rayo dorado para indicar la voz del Padre; aletea el Espíritu
sobre la cabeza del Hijo Amado; Juan se inclina profundamente como siervo para bautizarlo,
con un pie en el desierto y otro en el río, para indicar el paso del Antiguo al
Nuevo Testamento. Un ángel contempla con estupor lo que ha acaecido
Se presenta a María como la puerta de entrada al misterio de la salvación
Se remarca la centralidad de la Anunciación
como puerta de entrada al Misterio de Cristo. En la Anunciación María aparece
de rodillas, recogida y silenciosa, como rendida a la voluntad de Dios, con su
imagen puesta en una especie de rollo que significa la Escritura; en ella se
cumplen las esperanzas y las promesas de las profecías mesiánicas. A la altura
de su seno materno tiene una madeja de lana, signo de la carne del Verbo que se
va a tejer en ella y de ella. El arcángel Gabriel, de pie, lleva la mano a su
oído para indicar el mensaje que María acoge con fe y amor.
La Crucifixion
En la escena de la Crucifixión, en simetría con
el de la Anunciación, encontramos tres personajes esenciales del misterio.
Jesús Crucificado, con la cruz que en su travesaño se inclina sobre el mundo,
como una balanza donde prevalece la misericordia de Dios, con su aureola divina
y gloriosa para indicar que es la luz
del mundo.
La Madre, Virgen y Esposa, nueva Eva con el
nuevo Adán, revestida de rojo, abraza a su Hijo y con la palma de la mano, gesto
maternal y esponsal a la vez, recoge del costado la sangre y el agua que brotan
de ese corazón traspasado por la lanza. El centurión romano aparece de perfil,
sin que se adivine el rostro por parte de quien contempla desde fuera la
escena. Pero se supone que está frente a María y a su Hijo que no pueden
ignorar quien es. Cristo es el Salvador de todos los "sin rostro",
despreciados y humillados por los totalitarismos que no reconocen en cada
persona la imagen de Dios. Queda manifiesta la centralidad de la Cruz.
Horizontalidad central:
Se representan dos mesas: la mesa de los
pecadores y la mesa de los apóstoles
La mesa de los pecadores
La mesa de los apóstoles
La kénosis de Cristo desemboca así en la gloria
de su resurrección y en la victoria de nuestra redención. Parece resonar en
nuestros oídos el tropario de Pascua: "Cristo ha resucitado de entre los
muertos, con la muerte ha aplastado a la muerte y a los que estaban en el
sepulcro ha dado la vida". El abajarse de Dios llega hasta tocar el límite
de la muerte, se convierte en una fecunda acción salvadora que alcanza, con el
poder del amor misericordioso del Dios de la vida, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, a la humanidad entera y al cosmos.
En la parte central de la pared entre las
montañas que indican la tierra que se ha abierto para acoger a Cristo en su
sepultura de los tres días, vemos al Resucitado, con su vestidura blanca, que
aplasta las puertas del infierno, y con la fuerza de alguien que se ha
sumergido hasta el abismo de nuestra muerte, con la fuerza de un nadador y de
un pacífico guerrero, tomando a Adán y a Eva por los pulsos, los arranca de la
muerte, como Resucitado y Resucitador. El hombre y la mujer se aferran a esa
mano. Eva sobre todo ve en Cristo el árbol de la vida y por eso se pega la mano
poderosa de Jesús.
Horizontalidad central:
Se presentan dos lavatorios; El lavatorio de
Jesús a los apóstoles y el lavatorio de la pecadora a Jesús
El lavatorio de Jesús a los apóstoles
El lavatorio de la pecadora a Jesús
Detalle de Jesús con la pecadora
En la base, de un lado al otro de la pared,
dividida por la escena del Resucitado en los abismos, se abre una mesa que es
la del banquete de la salvación. Por una parte la mesa de los pecadores con la
Magdalena que lava los pies a Jesús, y por otra la de los discípulos en la que
Jesús, de rodillas, lava los pies de Pedro, mesa de la Eucaristía y del
servicio.
En la parte opuesta quien está de rodillas es
Jesús con un vestido de intenso color rojo que significa su amor hasta el extremo
(Jn 13, 1. Ahora es él quien lava los pies a Pedro el pecador, quien llevándose
la mano hasta la cabeza le dice que le lave completamente. Juan, discípulo
amado, con un rostro de ternura contempla el episodio. Sobre la mesa de la
última Cena se ven el pan y el cáliz de la Eucaristía. Servicio de amor y
memorial de la Eucaristía.
Son como nueve misterios de kénosis y de
misericordia. Tres en vertical (nacimiento, bautismo, descenso a los abismos)
cuatro en horizontal: anunciación, presentación en el templo, episodio de la
cananea, crucifixión; dos en la base: el perdón de la pecadora y el lavatorio
de los pies con la Eucaristía. Son significativos los detalles.
El episodio de la cananea está, en simetría con
la presentación dinámica de la predicación del reino a los gentiles. Jesús sale
del templo, porque el mismo es el templo, escucha con amor a la cananea, abre
sus manos grandes para acogerla e invitarla al banquete del Reino, con esa mesa
con dos panes y cinco peces. Bajo la mesa un perrito, y junto a él las migajas
que caen de la mesa.
9. EL MURAL DE LA ANÁSTASIS:
Representa el esplendor de la vida gloriosa en
la Iglesia
A la derecha de quien entra, nos encontramos
con la estupenda manifestación de la Iglesia. La Anástasis, esta remarcando la
subida la verticalidad ascensional:
Secuencia: Pentecostés. (El Don del Espíritu
dador de vida)- La Ascensión- La Asunción
Pentecostés.
La Ascensión
La Asunción
También aquí nueve escenas con una lógica
distribución y una armonía, con el vuelo de las llamas del Espíritu que suben y
bajan, como misterio de santificación y culto, que lo envuelve todo. Es la
pared de la "anábasis", de la Ascensión del Señor y de la constante venida
del Espíritu en la Iglesia.
La imagen central funde a la vez la
Ascensión y Pentecostés en una misma escena. La mano del Padre y las llamas
del Espíritu desde el cielo dan sentido trinitario a todo el misterio. Cristo
Resucitado, en un círculo azul, como se le pinta en los iconos en su subida al
cielo, tiene el pecho, los pies y las manos marcados con las llagas gloriosas,
pero una orla de su vestido traspasa en la parte inferior el círculo para
indicar la comunión del cielo y de la tierra. El color de su vestido se refleja
en el manto exterior de los apóstoles que en la unidad del mismo color hacen
alusión al misterio del Cuerpo de Cristo
Los doce apóstoles en un círculo ascendente
tienen su rostro distinto, diverso también, una parte de su vestido, un objeto
particular en sus manos. Cada uno tiene la llama del Espíritu que se manifiesta
con la fuerza del fuego y el movimiento de unos rombos que se adivinan en el
conjunto de la escena. Cuatro apóstoles, los más cercanos a derecha e izquierda
miran a Cristo, cuatro se miran recíprocamente, dos miran a la Virgen.
En lo alto, y siempre con la forma alusiva de
un mosaico blanco se insinúa el icono de la Dormición de María. Recostada en su
lecho en la tierra, acogida como una niña por Cristo en la gloria, es imagen y
profecía de la glorificación final de la Iglesia y del cosmos. Con ese juego
característico de los dos iconos que se iluminan. El de la Madre de Dios que
acoge a Cristo, el Verbo Encarnado, como un Niño, y el de la Dormición de María
en el que Cristo acoge a la Madre como una niña. Si el cielo es acogido en la
tierra con la Encarnación, la tierra es acogida en el cielo con la Asunción
gloriosa de la Virgen, primicia e icono escatológico de la Iglesia.
Horizontalidad superior
A los extremos de la pared las dos escenas de
la presencia de Cristo
después de la Resurrección:
El sepulcro vacío, con las mujeres que van a
embalsamar con aromas el cuerpo del Señor y
El envío misionero de los discípulos-apóstoles
junto al mar de Tiberíades.
Horizontalidad superior central:
Martirio de Pablo- La Deisis- Martirio de Edith Stein
Martirio de Pablo
La Deisis
Martirio de Edith Stein
Horizontalidad superior en los extremos
Aparición en Galilea y Las Miróforas
Aparición en Galilea
Las Miróforas
Horizontalidad central
Buen Samaritano- la Asunción de María- Joaquín y Ana
Buen Samaritano
La Asunción de María
Joaquín y Ana
Y en torno a la escena de Pentecostés, con la
mano del Padre, las llamas del Espíritu y la figura del Cristo glorioso, los
doce apóstoles en un círculo ascendente de comunión, con María en el centro
Hay un eje central que contiene a la vez el
misterio de la Ascensión del Señor y la venida del Espíritu en Pentecostés, con
el icono en su parte alta de la Dormición de la Virgen, que es el culmen
anticipado de la futura vida gloriosa de la Iglesia, realizada en su prototipo
que es la Virgen María.
Pedro
Pablo
Son las miradas de una comunión eclesial. En el
centro, hermosa y majestuosa, con su vestido rojo y azul, los mismos colores
que los del Pantocrátor de la bóveda, está la Virgen María. En pie, orante, es
la figura de la Iglesia, su rostro es virginal y maternal a la vez.
En la parte extrema, junto a la pared posterior de la Parusía se ven a dos mujeres con sus frascos de perfumes que van al sepulcro y al ángel que anuncia la resurrección de Cristo. En el sepulcro vacío, lleno de destellos de luz, sólo se encuentran los vestidos de la mortaja; en torno a ellos las cuatro letras del nombre del viviente: o on; yo soy el que soy. Las mujeres, invitadas a anunciar la resurrección, se convierten, como en la liturgia pascual bizantina, en "evangelistas" del misterio, "miroforas" portadoras de aromas. Las mujeres, "isapóstolas", apóstoles de los apóstoles.
10. LA PARED DE LA PARUSIA
Nos ofrece la clave de comprensión en el centro
de la pared, el Cristo Pantocrátor que viene a nosotros con la estola
sacerdotal, el vestido blanco y las llagas gloriosas en su costado, en sus
manos y en sus pies. Es el erchómenos, que viene siempre a su Iglesia
desde la gloria. En torno a El se concentra, como Alfa y Omega de la historia,
el pasado, el presente y el futuro.
En el presente histórico Cristo sigue viniendo
y haciéndose presente a su Iglesia, ya que parusía significa presencia; viene
siempre, misteriosamente, sacramentalmente, realmente en el altar de la palabra
y de la Eucaristía. Es promesa del nuevo jardín de la vida eterna, con la cruz
eslava con dos travesaños, plantada en un Edén que es profecía de la renovación
del cosmos, de los cielos nuevos y de la tierra nueva. Y a ambos lados Adán y
Eva.
Por eso se representa a Cristo que sale de un
círculo intensamente rojo con ráfagas de luz dorada y está encima del altar. A
su lado derecho el evangelista Marcos, con el Evangelio de Pedro en sus manos,
nos habla de la Palabra; a su izquierda el apóstol Felipe con el cáliz en las
manos nos sugiere el misterio de la Eucaristía y del culto espiritual del
sacerdocio de los fieles.
Con la mirada en la historia de la salvación
antigua, el pasado que tiene su cumplimiento en Cristo y en su misterio
pascual, reconocemos a nuestros progenitores Adán y Eva, como decimos en
actitud orante.
Dos escenas majestuosas del Antiguo Testamento
hacen alusión a la pascua y al bautismo, al misterio pascual vivido y
actualizado por Cristo:
Noé con el arca en medio del océano y Moisés
con los brazos extendidos en forma de cruz, ambos son figura de Cristo
Está presente en la majestuosa y compleja
simbología de esta pared en la que las piedras del mosaico son más grandes y
más desordenadas, el misterio del mal y del infierno. Miguel, el Arcángel de la
justicia de Dios, lleva en sus manos la balanza en la que pesa más el plato de
la misericordia divina que el de los pecados del hombre, pero sin escatimar el
misterio del infierno, con la imagen de un diablo negro precipitado en el
abismo.
Los profetas Daniel e Isaías con sus sentencias bíblicas en sendos rótulos que llevan en sus manos, nos
aseguran la fidelidad de Dios hasta el final y la promesa de la resurrección de
la carne: "Te has acordado de mí, no has abandonado a los que te
aman" (Dan. 14,38); " Toda carne verá la salvación" (Is. 40,5)
Cristo da al futuro toda la esperanza
aleccionadora. La tierra, al final de los tiempos, en el momento de la última y
definitiva venida del Señor, devuelve a los muertos, que se encaminan como en
una procesión de los resucitados hacia el Cristo Glorioso. Todos los
resucitados, según la tipología del Apocalipsis, llevan vestidos blancos,
lavados con la sangre del cordero.
Se representan varias figuras:
El artista vuelve con
la paleta de colores en su mano;
La ayudante artesana de la programación lleva un ordenador portátil;
El profesor escritor lleva sus libros; un niño juega con un balón;
El trabajador tiene en sus
manos el martillo y un compás;
Un sacerdote, Juan Pablo
II, con una maqueta de la iglesia en sus manos expresa su servicio eclesial; el
esposo, la esposa y un hijo juntos vuelven a Dios.
Y por último dos figuras centrales a ambos
lados laterales en los ángulos superiores, en la típica imagen de la Deisis,
María, la Esposa Madre, vestida de un manto rojo, y
Juan el Bautista, el amigo del Esposo, con gesto de intercesión orante, piden que se cumplan
misericordiosamente los designios de Dios
Mientras detrás de ellos interceden los
mártires de todos los tiempos y de todas las iglesias, representados por dos
mártires de los primeros siglos, Esteban y Práxedes y cuatro de nuestro tiempo,
hijos de diversas iglesias.
En la cima de la escena de la Parusía,
contemplamos la Transfiguración del Señor, con Moisés y Elías, en
mosaico blanco, como en los casos anteriores de la Natividad del Señor y la
Dormición de la Madre de Dios, al final del brazo de la cruz que parte del
Pantocrátor de la bóveda; es como el icono profético de la participación de
todo y de todos en el misterio de la glorificación de Cristo anticipada en la
luz y en la "metamorfosis" del Monte Tabor.
La figura central es Cristo Redemptor Homins.
El Erchomenos
Cristo Redentor del Hombre. Centro de la
Parusía. El Erchomenos, Aquel que está viniendo a restituir el primer
Eden
Oriente y Occidente dialogan en el mensaje
teológico y espiritual del conjunto de la Capilla, en la armonía de santos
orientales y occidentales de la Jerusalén celestial, en la serie de mártires,
testigos de la fe, antiguos y recientes, de varias iglesias o confesiones
cristianas, incluido un ortodoxo y una luterana, que interceden junto a la
Virgen María y Juan el Bautista, en la escena de la Deisis:
La Parusía del cumplimiento del designio de
Dios en la historia contiene 4 Prefiguraciones del Cristo Pascual:
Secuencia: Noe- Jonás- José-Moisés
Noe y Jonás
Primer plano: Eva Elías
Moisés Adán
Eva
Elías
Moisés
Adán
La niña (la Familia)
El Teólogo, (el Informático)
Tercer plano: San Pedro y
San Miguel Arcángel
San Pedro
San Miguel Arcángel
En la parte inferior, junto al trono del Papa,
se destaca la imagen sacerdotal de San Pedro, con su vestido blanco y su
estola. Es el que abre con la llave del Reino la puerta del paraíso en la que
se destacan tres círculos entrelazados que simbolizan la Trinidad.
11. LA PARED DE LA JERUSALÉN CELESTIAL.
Representa el misterio de la comunión de
los santos , la koinonia celeste.
Idealmente esta imagen de Pedro que abre la
puerta del paraíso, nos lleva a contemplar la pared central, la que el
visitante ve delante de sus ojos cuando entra en la Capilla. Con la imagen
central de la Virgen, Madre del Redentor, que en su majestuosa y tierna
presencia es la sede de la sabiduría y nos ofrece a su Hijo sentado sobre sus
rodillas. A sus pies dos ríos de agua viva que brotan de la fuente celestial
del cordero.
Toda la escena está coronada por lo que es la
fuente y la meta de todo, el misterio de la Trinidad, representada por los tres
Ángeles que aparecieron a Abraham en el encinar de Mambré, según la visión
mística del pintor ruso Andrej Roubliëv. El paraíso está abierto y un serafín
en la puerta da acceso a todos los llamados.
Estos son los santos representados de arriba
abajo y de izquierda a derecha de quien contempla la Jerusalén celestial. Son
de diversas épocas y naciones. Se reconocen por su iconografía clásica o por
algún detalle ornamental. Están como sentados en las mesas del banquete.
En torno a ella, en el escenario de la
Jerusalén celestial, con doce murallas y doce puertas, con cuatro columnas en
las que están representados los símbolos de los cuatro evangelistas, dispuestos
en grupos de tres, como un reflejo de la Trinidad, doce grupos de tres santos y
santas cada uno, que hacen un total de 36 santos de Oriente y de Occidente, en
representación de todos los santos del cielo. La comunión de los Santos de
Oriente y de Occidente está marcada por la simetría; a veces son dos orientales
y un occidental, otras dos occidentales y un oriental.
Aparecen algunos santos sentados mesas en triadas:
Domingo de Guzmán, Pacomio y Juan de Rila (Bulgaria)
Vladimir (Rus de Kiev) Edwige (Polonia), Wenceslao (Rep. Checa)
Isabel de Rusia, Tomás Moro, Catalina del Sinaí
Gregorio Magno, Nicolás de Mira, Juan Crisóstomo
Cirilo apóstol de los eslavos, Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán.
Juan Damasceno, Tomás de Aquino, Gregorio Palamás
Francisco y Clara de Asís, Serafín de Sarov
Basilio el Grande, Benito, Sergio de Radonez,
Antonio el Grande, Juan Clímaco, Jerónimo
Juan de la Cruz, Dionisio Areopagita, Teresa de Lisieux
Melania, José Moscati (médico napolitano) Catalina de Siena
Gregorio Iluminador (Armenia) Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola.
María aparece como la Madre del Redentor en el
centro La Madre del Redentor está presidiendo la Nueva Jerusalén y mirando de
frente a su Hijo el Redentor del Hombre.
|
Esta capilla se ha venido a denominar la nueva capilla Sixtina del tercer milenio. Hace más de 500 años
Miguel Ángel empezó a trabajar en la que sería una de las obras artísticas más
importantes del mundo: los frescos de la capilla Sixtina. Millones de
personas visitan cada año el Vaticano sin saber que en cada representación se
esconden numerosos enigmas, códigos cifrados que ponen de relieve la posición
ideológica de uno de los mayores genios del Renacimiento Hoy en día Sarah Simon
como crítica de arte hace un paralelismo entre la capilla Sixtina y la capilla
Redemptoris Mater y se atreve a hablar de los secretos de la nueva
Sixtina. Como historiadora del arte, la autora nos ofrece una fresca
panorámica de la capilla sin dudar en hacer los correspondientes paralelismos
contemporáneos.
[1] Como
decía el padre Jesús Castellano, consultor de la Congregación de liturgia y
culto.
[2] Esta
capilla es para uso exclusivo de los papas y está reservada solo para
celebraciones especiales como el retiro de cuaresma o las vísperas con
representantes de otras confesiones.
[3] Marko
Rupnik con su centro Aletti es autor de la decoración de numerosas capillas,
entre otras la del Padre Pío en San Giovani Rotondo y la de la Almudena y de la
Conferencia episcopal española.
[4] Il
Percorso di Teologia e spiritulitá della capella “Redemptoris Mater”
[5] Simona
Sarah Labadyach, Los secretos de la nueva Sixtina
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