jueves, 16 de abril de 2020

La Conversión a Cristo y al Evangelio



“La Conversión a Cristo y al Evangelio”




0.   INTRODUCCIÓN

Cuando fui a vosotros a anunciaros el misterio de Dios… no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado(1Cor 2, 1-2)
            
La evangelización es “el gran servicio que la Iglesia presta a los hombres”, ofrecida no sólo con palabras, sino también con hechos, siendo “la Buena Nueva de que el Reino de Dios… llega a los hombres en Jesucristo”. Por ello es lógico que en el centro de la evangelización haya que situar el misterio de la cruz; y la llamada a participar del ministerio evangelizador de Jesucristo sea, a la vez, una llamada a participar de su cruz[1]. Somos enviados a propagar y a servir la vida a los hermanos acercándonos a Cristo, configurándonos a él en su propio misterio Pascual de muerte y resurrección[2].

            La cruz de Cristo, ya sea como contenido esencial de la evangelización, ya sea como dimensión permanente en la que debe integrarse el evangelizador, estará siempre presente en éste. La cruz es, paradójica pero verdaderamente, el ideal que se le propone al hombre para su realización plena, ya en el mundo, manifestándolo gozosamente el propio evangelizador con su testimonio de vida. Pero antes de nada hay que tener en cuenta que el evangelizador es miembro de la Iglesia en la que se prolonga y se hace presente el misterio de Cristo. Por tanto, es en comunión con la Iglesia como el evangelizador se sabe llamado, enviado, impulsado por el Espíritu a vivir con Cristo crucificado. Por eso, el primer punto de referencia del cristiano es su propia vida en profunda comunión con la Iglesia que, a su vez, constituye el Cuerpo de Cristo.

            Cristo es también, siguiendo a la EN, “el primer evangelizador” que “evangeliza dando testimonio veraz de lo que ha visto junto al Padre y hace las obras que ve hacer al Padre”. Por lo tanto, aún este aspecto testimonial, martirial, el cristiano lo realiza “en” Jesucristo porque son sus obras, su amor, su poder salvífico, los que realmente son significativos ante Dios y ante los hombres. Y será en esas obras, en ese amor y en ese poder de Cristo mismo en el que deberá participar el auténtico testimonio de los cristianos. Esa es la gran debilidad pero, a la vez, la gran fuerza del testimonio del cristiano.

            El Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones es capaz de introducirnos en el amor mismo de Cristo, en su testimonio, en su obra reveladora del Padre, en su evangelización, en su cruz. En consecuencia, el testimonio es el “elemento primero de la evangelización y condición esencial en vista a la eficacia real de la predicación”[3]. Es el “signo” que atestigua la presencia del Señor. Por eso es tan importante despojarse de toda actitud que no sea evangélica y que desfigure el rostro de Cristo.

            Cuando se habla de evangelizadores o “agentes de la evangelización”[4] se trata en la perspectiva de participación profunda en el misterio de Cristo; es ahí donde el hombre encuentra su sitio y su destino. No se trata de predicar una ideología o construir una sociedad de orden humano. Se trata de introducirse en el misterio de la vida Pascual, de la vida de Dios. Urge, como venimos viendo desde el inicio de nuestro trabajo, introducirse en el misterio de la cruz de Cristo y desde ahí no sólo caminar, sino hacer posible que los otros caminen introduciéndose hacia el misterio de la Trinidad, y convirtiéndose, en el sentido más profundo e intrínseco, en agentes del designio de Dios.

             La conformación a Cristo, y éste crucificado, es la vía maestra por la que todo hombre debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la vida, del amor, de la libertad, de la verdad. Todos nosotros estamos llamados a encontrar en la cruz el sentido pleno del amor, en el don de sí. La vida encuentra su plenitud cuando se entrega libre y generosamente como Cristo y con Cristo al servicio del Reino[5].

            La cruz es la máxima declaración de amor del Esposo por su esposa. El Esposo revela a la esposa la belleza de su amor, y la esposa, ante el don-entrega de su Esposo, queda fecundada, iluminada, por el resplandor de su luz, que la hace irradiar de su amor y de su vida participando plenamente de su misterio. Esta luz llega a todos sus hijos igualmente llamados a seguirle desde el encuentro singular con Cristo en la cruz, desde la relación íntima y esponsal que mana del Verbo, por nosotros entregado en la cruz. Resplandor ante el cual cualquier otra luz languidece. Jesús manifiesta la infinita belleza del amor divino, única capaz de satisfacer y colmar totalmente el corazón humano[6].

            En el misterio de la redención se manifiesta precisamente este amor de Dios y llega a su cumplimiento el carácter esponsal de este amor en la historia del hombre. Todo hombre está llamado a la unión plena con Cristo. Esta comunión de amor, comunión esponsal, viene prefigurada en el AT sobre todo en la tradición profética: Oseas[7], Jeremías[8], Ezequiel[9], Isaías[10]… La imagen del amor esponsal, junto con la figura del esposo divino encuentra su arquetipo, afirmación y plenitud en el NT, donde se desarrolla la dimensión esponsal referida a Cristo con su Iglesia. La dimensión arquetípica y simbólica de esta relación esponsal, Pablo la desarrolla ampliamente en la carta a los Efesios[11].

            La plena manifestación de esta realidad mistérica de comunión se vislumbra en el misterio del cuerpo místico y de la misión universal de la Iglesia. Jesús, en su misterio de la encarnación y muerte, abraza a toda la humanidad en sus brazos abiertos sobre la cruz para insertarnos a todos en él. Esta asimilación de la amada al Amado es tan fuerte que pasamos a habitar y a formar una sola realidad con él[12]. Contemplad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa para siempre[13]. ¡Oh admirable poder de la cruz, en la cual el Salvador atrajo a todos hacia sí![14]. Allí me hallaste y me aprehendiste, para ya jamás soltarme. Allí te ofreciste a la esposa para siempre. Esta realidad mistérica sigue viva y operante hoy en la Iglesia y en el mundo. Cristo nos injerta la vida, y por el misterio de la cruz nos introduce en su cuerpo. En su mismo cuerpo nos urge a que a su vez nos apliquemos a sus miembros débiles, enfermos, muertos, para transmitirles la vida. De ahí viene el vínculo tan estrecho entre seguimiento y misión[15]. Aplicarnos a Cristo significa aplicarnos íntegramente al Cristo crucificado de hoy, introduciéndonos en su mismo dinamismo de entrega-amor para comunicar su vida a todos, de forma que todos lleguemos a la unidad y comunión plena en él[16].





1.      FINALIDAD

No me habéis elegido vosotros a mí sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis mucho fruto y que vuestro fruto permanezca. (Jn 15,16)

Jesús nos invita a alzar la mirada y ver las mieses. El nos ha elegido para una vida fecunda plenamente misionera. Con la fuerza del Resucitado se nos presenta revestido de poder después de su Pascua, infundiéndonos su mismo Espíritu y enviándonos como el Padre le envió:

            Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándoles y enseñándoles a guardar todo lo que os he enseñado…(Mt 28,19-20)

            Para esta misión hemos sido llamados. Como sus primeros discípulos hemos sido por Él constituidos testigos, apóstoles y maestros (cf. 2 Tim 1,11). A los que el llamó el formó y capacitó para que llevaran a cabo su misma misión (cf. Rm 8, 29). Tú, por tu parte, sé creyente, sé fiel, enseña a guardar todo lo Él nos ha enseñado.

            No hay tesoro más valioso, ni vocación más grande que el transmitir la vida de Dios y compartir vida eterna con nuestros hermanos, ver surgir la vida de Dios, hombres nuevos, un pueblo nuevo. Para esta misión de anunciar el evangelio bien merece la pena la entrega de toda la vida[17] .

            Hemos poder disfrutar no sólo de vivir con Dios sino de transmitir su vida engendrándola en nuestros hermanos.





2.      EL COMO

        Nos preguntamos ¿Cómo lograr el mayor fruto en la misión y un fruto que permanezca? ¿Cómo lograr que el mayor número de personas sean capaces de escuchar, de guardar, predicar y enseñar a otros la palabra consiguiendo mayores frutos que nosotros?

            La eficacia y feliz realización de nuestra misión dependerá en gran parte de cómo enseñamos a guardar lo que recibimos de Él a otros, de cómo capacitamos a otros a que le conozcan, le anuncien y den testimonio de Él con toda la vida, como introducimos a las personas en la sublimidad de este conocimiento de Dios.
           
            Oh abismo de la riqueza de la sabiduría y ciencia de Dios, cuán insondables sus designios. ¿Quién conoció la mente de Dios?… (Rm 11, 33)

¿A quién se le concedió tal don? Ha sido Él el que se nos ha dado a conocer por pura gracia. Es puro don que viene de Dios.

            Pablo recomienda a su discípulo Timoteo: tú, por tu parte, reaviva el carisma que hay en ti”(2 Tm 1,6), cree en la fuerza de Dios que actúa en ti.

            No te avergüences del testimonio que has de dar de nuestro Señor,…al contrario soporta los sufrimientos por el Evangelio ayudado por la fuerza de Dios…mantente fuerte en la gracia de Dios y cuanto me has oído confíalo a hombres fieles que sean capaces, a su vez, de instruir a otros (2 Tm 1, 9; 2,1-2)

            No hemos pues de desalentarnos ni avergonzarnos de las cruces que suframos por el Evangelio[18]. Hemos de tener y de dar confianza afianzándonos en quien nos llamó[19]. Confiar en quien nos llamó para esta vocación y misión. No fuimos nosotros los que le elegimos ni elegimos la vocación. Fue Él quien nos eligió (cf. Jn15, 15). El que nos elige también nos capacita para llevarla acabo. Hemos de confiar en la fuerza de su poder, de su Espíritu derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5). No hemos de desistir en medio de las dificultades; antes al contrario, hemos de arraigarnos fuertes en Él para poder desempeñar con fruto duradero en tal misión.
           
              Para una misión tan grande, tan valiosa, tan delicada bien merece la pena poner bases firmes, una buena base y formación, un buen fundamento. No podemos poner otro fundamento que el ya puesto Cristo (Cf. 1 Cor 3,11).





3.  APÓSTOLES FIRMES

            Todo el que oiga sus palabras y las ponga en práctica será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca…(Mt 7, 24)

            Para levantar un gran movimiento se precisan pilares, apóstoles bien firmes que no se tambaleen en medio de las dificultades. Se precisa para ello:

-          Un corazón creyente, firme, afianzado en la Palabra de Dios, para el que nada hay imposible.
-          Un corazón enamorado que lleve a una identificación total, dispuesto a soportar los sufrimientos por llevar el Evangelio.
-          Un verdadero apóstol que sea fuerte y valiente para soportar todos los esfuerzos de hacerse cargo de todo un pueblo de Dios, no buscando otro apoyo que el de Dios y su amor prendido en el corazón.
           
            Para esto ningún método ni medio alcanzará la eficacia y la fuerza del misionero seducido y enamorado de Cristo, que buscando la gloria del Padre se apoya en la fuerza del Espíritu actuando en su pequeñez.

            Tenemos en quien confiar, tenemos en quien apoyarnos, a quien dirigirnos, a quien implorar, de quien recibirlo todo. Tenemos en quien habitar, en quien vivir[20] (S. Agustín). No se trata de sentimientos ni sensiblerías sino de un amor firme, estable y seguro.

            Permanecer en mi amor porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5)





4.       EL MÉTODO

            No hay otro método ni modelo que el seguimiento de Cristo, entrar en su modo de ser y de obrar. Es necesario definir todo un estilo de formación, toda una forma de vivir, de orar, de estudiar, de anunciar, aprendiendo de la pedagogía peculiar del Maestro.

-          ¿Cómo dar con este estilo de vida que asegure el máximo fruto?

            No toda formación despierta en los corazones el deseo de seguir y anunciar a Cristo con toda la vida. No todo anuncio provoca en los corazones la opción de entregarle toda la vida sin cláusulas ni condiciones. No toda formación forma los corazones preparándoles para resistir toda clase de pruebas y dificultades, listos para perseverar en las duras y en las maduras.

            No toda formación imprime la impronta genuina del verdadero discípulo de Cristo, dispuesto a seguirle con toda radicalidad, siguiendo los mismos pasos y huellas del Maestro, sabiéndose su pertenencia y totalmente dependiente de Él con una dedicación a su misión que comporte toda la vida.






5.      LA EFICACIA EN EL SER

            Le basta  al discípulo ser como su Maestro, todo discípulo bien formado ha de ser como su maestro. (Lc 6, 40)

            Fijémonos como el Maestro hizo y formó a sus discípulos en esta escuela e amor y de vida.

            Estando a la mesa con sus discípulos se quitó los vestidos… y se puso a lavar los pies a los discípulos…¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor y hacéis bien. Pues si yo el Maestro y Señor os he lavado los pies, vosotros también debéis hacer lo mismo, lavándoos los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros (Jn 13, 5ss; 12-17)

            ¿Cómo se fragua el apóstol que levante tales movimientos? Formado y forjado por el mismo Cristo en la fragua de la Cruz y de la Eucaristía. En la Eucaristía, verdadero costado abierto y entraña viva de Cristo, se gesta y forma la nueva criatura, el hombre nuevo, reproducción del mismo Cristo.

            Es ahí donde se llega a este conocimiento personal, cara a cara, boca a boca, corazón a corazón, como cumplimiento de aquellas palabras:

            Pondré mi Palabra (Mi Amor, mi Espíritu) en sus corazones, la escribiré (la grabaré e imprimiré a fuego) en sus corazones, infundiré en ellos mi Espíritu y me conocerán.(cf. Ez 36, 26)

            Es, entonces, cuando no será ya necesario que otro les hable. Ellos mismos me conocerán, estableceré una alianza de amor eterno con ellos y ellos serán mi pueblo y Yo seré su Dios.

            Esa será, pues, nuestra labor: llevar a las personas a este conocimiento, de forma que pongamos a Cristo en el centro de sus corazones.





6.      SE NOS HA DADO PODER

            Hemos de confiar en el poder de Dios actuando en nosotros, pues verdaderamente se nos ha dado poder: poder de creer en Él, en la fuerza de su palabra para infundir la vida en los corazones de los hombres.

            El Espíritu del Señor está sobre mí,  porque Él  me ha ungido para anunciar a todos la Buena Nueva de Evangelio (cf. Lc 4, 16)
             
            Se nos ha dado el poder de comunicar la vida de Dios a través de la Palabra, pues es ella misma la que actúa en nosotros. Se nos ha dado el poder de dar la vida, de entregarla voluntariamente[21]. Se nos ha dado el poder de identificarnos con la vida y la pasión de amor del Maestro. Se nos ha dado el poder conocerle adentrándonos en su corazón.

            En la Eucaristía, en la Cruz, Cristo nos ha abierto su pecho y su entraña, nos ha abierto la puerta de entrada en el verdadero conocimiento amoroso que engendra vida:

            Yo soy la puerta, quien entra por mí encontrará pasto (Jn 10, 9).

            Es vital la entrada en este conocimiento amoroso. Podemos entrar, está abierta la puerta, la hendidura[22] para reconocer y gustar lo que hay en el corazón del Buen pastor que nos hace pasar a querer ser pasto como Él también. Se nos ha dado poder para poder ver y amar y actuar como Cristo, como si Cristo hablara, amara y actuara en nosotros y a través nuestra:

            Quien a vosotros acoge, a mí me acoge; quien a vosotros escucha, a mí me escucha. ( cf. Lc 10,16; Jn 13 20)

            Somos llamados a ser pastores que hacen suyo los sentimientos y la entraña del Buen Pastor. Pastores que, a semejanza del Buen Pastor, conocen y aman a las ovejas hasta dar la vida por ellas, llevándolas a los pastos del verdadero conocimiento. Pastores que no son asalariados, que no actúan por pagas humanas, que actúan movidos por el mismo amor de Cristo, que no se vuelven atrás en medio de las persecuciones y dificultades. (cf. Jn 10,1ss)

            Al ver a la muchedumbre, se compadeció porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor (Mt 9, 36)




           
7.      LE BASTA AL DISCÍPULO SER COMO EL MAESTRO

            La eficacia de la misión no está en hacer cosas por muy grandes que sean.[23] La eficacia vendrá de hacerse y conformarse con el Maestro, aprendiendo con Él y como Él sus caminos, su forma de ser, de amar, de actuar. El discípulo es quien aprende del Maestro. Tenemos de quien aprender, aprender continuamente de Él siguiendo su instrucción:

            Venid a mí y tomad sobre vosotros mi yugo (mi horma, mi forma)
            Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. (cf. Mt 11, 28)

            Esta es nuestra tarea, ésta debe ser nuestra pasión y locura de amor: adentrarnos en la sublimidad del conocimiento de Cristo, nuestro Señor y Maestro, identificándonos con Él hasta ser hallados en Él, comulgando con sus padecimientos y haciéndonos semejantes a Él en su muerte para lograr su resurrección en muchos (cf. Fil 3, 9).

            No habrá discípulos ni movimiento que se levante sin sacrificio, sin sufrimiento. No hay redención sin sangre.

            Mi caliz lo beberéis y seréis bautizados con mi bautismo de sangre (cf. Mt 20, 23)

            El genuino discípulo ha de pasar por este bautismo de sangre. El apóstol formador de discípulos ha de “bautizar” e introducir a los discípulos en los caminos de la verdadera entrega.

            Se precisa como condición básica y fundamental la humildad del que se hace pequeño (cf. Mt 18, 3). Como dice el mismo Jesús:

            Yo te bendigo, Padre, porque has querido revelar estas cosa a los pequeños. Sí, Padre, tal ha sido tu beneplácito…Me ha sido dado todo poder…todo me ha sido entregado por mi Padre. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar… (Mt 11,25-27)





8.      APRENDED DE MÍ

            Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso (Mt 11, 28).

            Somos invitados a entrar y permanecer en Él, adquiriendo sus mismos sentimientos, su misma entraña de amor y compasión para con todos.[24] Adoptar la actitud del Siervo, que se despojó de sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Fil 2, 1-11).

            Estos son los genuinos rasgos del buen pastor y maestro a semejanza del único Maestro:

-          El maestro que no actúa imponiéndose por la fuerza o la coacción.
-          El maestro que no descarta, que no descalifica, que no condena.
-          El maestro que asume, carga y se hace cargo del discípulo.
-          El maestro que, con amor de padre y de madre, da la vida por sus hijos.
-          El maestro que se abaja a lavar los pies del discípulo, haciendo suya su debilidad y cargándola sobre sí con amor[25].
-          El maestro que no rompe la caña cascada ni apaga la llama humeante.

            El cargó con nuestras flaquezas, El soportó nuestras iniquidades (Mt 8,17)

            El discípulo debe de ser como el Maestro. Revestidos con su poder, se nos ha capacitado para poder “bautizar”, es decir, introducir a los discípulos en este conocimiento profundo amoroso de Cristo, que les mueva voluntariamente a querer entregar la vida a semejanza del Buen Pastor[26]: Nadie me quita la vida; soy yo quien la doy voluntariamente (Jn 10, 18 ).

            Este debe ser nuestro anhelo, a semejanza del Buen Pastor: ser pasto con Él, pasar a ser con Él Eucaristía, hostia de amor, pasar a ofrecernos con Él, movidos y seducidos por su mismo Amor. Cuando éramos indignos, Él se entregó por nosotros. Tanto nos amó el Padre que no tuvo en cuenta nuestro delito sino que nos entregó a su Hijo en rescate de todos para quitar el pecado del mundo. Así también nosotros ahora, movidos por ese mismo amor, somos llamados a ofrecernos con Él para quitar el pecado del mundo, para no imputar el delito sino quitar la maldad a base de amor.




9.  Jesús pide al discípulo seguirle tomando la cruz

‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará
(Lc 9, 23-24)


            La llamada al seguimiento, Lucas la sitúa inmediatamente después del anuncio de la pasión[27]. Jesús anuncia que debe sufrir y ser rechazado, despreciado… (todo lo que supone el escándalo de la cruz) para ser al tercer día resucitado (todo lo que conlleva el misterio de la gloria asociado a su pasión). Jesús se ve obligado a poner en contacto a sus discípulos con esta doble realidad inserta en el misterio Pascual. El seguimiento, en cuanto vinculación a la persona de Cristo, sitúa al seguidor bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz[28].

            El simple hecho de ser hombre implica la llamada a vivir en Cristo. El hecho de ser cristiano implica, desde el bautismo, la llamada a la perfección, que no es otra cosa que la comunión con Cristo, y por tanto, dar testimonio del Reino y cumplir con la misión de la evangelización.

            Lo mismo que el Concilio habla de la “vocación universal a la santidad”, siguiendo las enseñanzas conciliares, podríamos igualmente hablar de vocación universal al seguimiento de Cristo y a la evangelización. Todos están llamados a la comunión con Dios mediante la cruz de Cristo, todos están llamados a participar de la misión y vida de la Iglesia que es la evangelización. Todos, por tanto, y cada uno según su ministerio, están llamados a vivir en Cristo. Este es el designio de Dios sobre todos los hombres: reproducir la imagen de su Hijo[29]. Sólo así, con el esplendor de esta imagen, el hombre puede ser liberado de la esclavitud, de la idolatría, puede reconstruir la fraternidad rota y reencontrar su propia identidad[30]. La invitación:  Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, junto con la promesa Tendrás un tesoro en los cielos, se dirige a todos, porque es una radicalización del mandamiento del amor al prójimo. De la misma manera, la invitación Ven y sígueme es la nueva forma del mandamiento del amor a Dios y de su mandato: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial[31].

            El seguimiento a Cristo tiene una serie de condiciones para el hombre: supone una total confianza en Él, en su fuerza, en su poder; en definitiva, el seguimiento no tiene nada que ver con la fuerza y poder humanos sino con la fuerza, el poder y la sabiduría de la cruz[32]. Para todo miembro del Pueblo de Dios, estar en camino supone un constante esfuerzo para ir muriendo diariamente con Cristo, venciendo el pecado y la debilidad. Es la muerte propia a todo intento de acomodación y de instalación en lo caduco, pero es necesario ir asumiendo este morir con Cristo en el horizonte del misterio Pascual. La cruz es el distintivo propio del discípulo de Cristo, porque expresa el ligamen estrechísimo del discípulo con la vida y misión del Maestro, hasta una comunión íntima con su misterio Pascual[33].

            Insertarse en el misterio de la encarnación y, más aún, en el misterio Pascual, supone insertarse en el mismo dinamismo de Cristo. Por una parte, consolador, gozoso; y por otra parte, exigente y comprometedor[34]. Verdaderamente, como acogida del don-llamada del Señor, nos hace beneficiarios de su gracia y su gloria. Pero, al mismo tiempo, se nos pide una respuesta total, aceptando y secundando, de una forma dinámica, su entrega y su intencionalidad. Sólo aceptando su proyecto de vida con su finalidad e intencionalidad propia, la palabra de Cristo se hace presencia reveladora y luminosa para el discípulo[35]. Cristo llama al discípulo al seguimiento desde el ejercicio libre y consciente de su voluntad y espera de él el asentimiento para acoger esta llamada libre y voluntariamente. El camino de identificación con Cristo es el camino de la cruz, que no es otro que el del sometimiento amoroso y el de la obediencia[36].

            La cruz conllevará la renuncia a nuestros propios intereses y manera de pensar; la renuncia a nuestro propio arbitrio y manera de actuar; la renuncia, en definitiva, a actuar por nosotros mismos para pasar a vivir en Cristo; es decir, para pensar, decidir y actuar en todo conforme a su querer[37]. Esto supone verdaderamente una vida de oración y de conversión continua[38]. La radicalidad en el seguimiento de Jesús pide que la persona deba estar siempre en actitud y ejercicio de conversión. La universalidad de esta llamada imprime un dinamismo de amor abierto a todos, hasta que Cristo pueda ser todo en todos[39]. La llamada a vivir el Reino, a vivir en Cristo, exige una tensión constante para que pueda darse la respuesta de una total adhesión a Cristo. Esta enseñanza hunde sus raíces en el Magisterio, situando el seguimiento en la profunda conformación con Cristo crucificado [40].

            Los consejos evangélicos con los que Cristo invita a compartir su experiencia de virgen, pobre y obediente, exigen y manifiestan el deseo explícito de una total conformación a él. La forma de vida casta, pobre y obediente, aparecen como el modo más radical de vivir el evangelio[41].

            La vida consagrada es reflejo y resplandor de la belleza que irradia Cristo-Esposo en la cruz, de la que quiere adornar con sus diversos dones a los hijos de la Iglesia, como esposa que se arregla y adereza para su Esposo[42]. La vida consagrada es una expresión particularmente profunda de la Iglesia-Esposa, la cual, conducida por el Espíritu a reproducir en sí los rasgos del Esposo, se presenta ante él resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga, sino santa e inmaculada[43].

            La castidad es el reflejo del amor infinito del Verbo encarnado hasta la entrega de su vida. La pobreza, reflejo de la auténtica riqueza, resplandece vivida según el ejemplo de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre en la expresión de la entrega total de sí. La obediencia manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil[44].

            El seguimiento se sitúa en la línea de conformación profunda con él, en una perspectiva de vocación universal, de profunda raíz antropológica y de total referencia teológica. Véase el paralelismo con el cauce que ya marcaba AG:

el hombre debe responder al llamamiento de Dios de forma que, sin entregarse a la carne y a la sangre, se consagre totalmente a la obra del Evangelio. Ahora bien, no puede darse esa respuesta si no lo mueve y fortalece el Espíritu Santo. Porque el enviado entra en la vida y en la misión de Aquél que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo (Flp 2, 7). Por eso, debe estar dispuesto a perseverar toda la vida en su vocación, a renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces, y a hacerse todo para todos [45].

            El que anuncia el Evangelio debe dar a conocer con confianza el misterio de Cristo, sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, debe mostrar que su yugo es suave y su carga llevadera. En una vida realmente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con caridad sincera, dé testimonio de su Señor, si es necesario hasta el derramamiento de la sangre. Debe pedir a Dios fortaleza y valor para conocer la abundancia de gozo que se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza. Tiene que persuadirse de que la obediencia es una virtud peculiar del discípulo de Cristo, que con su obediencia redimió al género humano.

            La comunión con Cristo en sus padecimientos[46] nos hará sentirnos en Cristo solidarios de los otros. Asociarnos a la cruz de Cristo significará acoger con él el dolor de todos. La cruz con la que tiene que cargar el cristiano no es otra que la participación libre y voluntaria en la cruz de Cristo, única que salva y redime a los hombres. Pero en esa cruz, aparte de estar presente Cristo, están místicamente presentes todos los dolores y sufrimientos de los hombres. Por eso, cargar con la cruz es la manifestación del amor perfecto[47].
            
            El criterio de “seguimiento” a Cristo no solamente estará referido al compromiso frente a las realidades humanas, o una imitación más o menos externa de Jesús sino fundamentalmente a la participación con Cristo en su gloria, configurándose realmente con él en la cruz[48], que propicia el perdón de Dios, la reconciliación profunda de Dios con el hombre, y de todo hombre que quiera mantenerse en la gracia de Dios -en Jesucristo-, con su hermano.

            El seguimiento a Cristo no aparece, pues, como una simple imitación de algunos aspectos formales, sino como la inserción en toda la realidad del Cristo vivo de hoy, sufriente en muchos miembros. Jesús, invitándonos a acoger la cruz, no sólo nos llama a asumir la contradicción de nuestra propia situación dialéctica -que experimenta el hombre entre la propia limitación de su vida y las ansias infinitas que anhelan su corazón, entre la precariedad de la vida y la afirmación de su valor, en las contradicciones y riesgos, amenazas e inseguridades que conlleva la propia vida[49]-; sino que es también llamada a asumir la situación de precariedad de la vida en que se encuentra todo hombre. Es el mismo Cristo que nos lo recuerda pidiendo ser amado y servido en los hermanos más necesitados, probados por cualquier tipo de sufrimiento: En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis[50]. El mismo Papa Juan Pablo II hace alusión a las palabras de San Juan Crisóstomo cuando dice:

¿Queréis contemplar-adorar honrar el cuerpo de Cristo crucificado? Si queréis verdaderamente honrar el cuerpo de Cristo, no consintáis que esté desnudo, que esté hambriento. Cubrid su desnudez y dadle de comer alimentando al hambriento…[51].
            
             Así, a la dimensión del seguimiento queda íntimamente unida la misión y la evangelización como tarea ineludible de todo cristiano. Asumiendo su seguimiento surge la responsabilidad evangelizadora de la Iglesia, en profunda comunión con Cristo en la situación actual de todo su Cuerpo.






10. La misión vivida asociándose con Cristo al misterio de
la cruz


‘¿…Podréis vosotros beber la misma copa de amargura que yo voy a beber, o recibir el mismo bautismo con el que yo voy a ser bautizado? Ellos le contestaron: ‘¡Sí, podemos hacerlo!’ Jesús les dijo: ‘Pues bien, la copa que yo voy a beber la beberéis, y también seréis bautizados con el mismo bautismo
con el que yo voy a ser bautizado…’
 (Mc 10, 38-40).

            La misión del apóstol está traspasada por el signo de la cruz. No existe verdadero apóstol ni verdadera misión si no es asociándose al misterio de la cruz de Cristo. La copa que yo voy a beber, la beberéis, y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado[52]: Quien bebe de la sangre de Cristo y entra en comunión con él, queda comprometido en su mismo dinamismo de amor y de entrega[53]. La entrada del hombre al misterio Trinitario de comunión con Dios, se da en la medida que él mismo se asocia al bautismo de Cristo. Con la expresión “beber de la misma copa” Jesús se refiere a su pasión, a llegar a compartir su mismo destino: Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor[54]. Jesús anuncia de forma encubierta su pasión, y no sólo eso, sino que les revela que la entrada en su Reino supone que también ellos pasen por esa pasión. En virtud de la participación en el misterio Pascual de Cristo, verdadero bautismo para nosotros[55], surge la participación en su misión sacerdotal profética y real, para poder acoger, compartir y propagar el don de la vida como el mayor y más grande servicio de amor a los hermanos.

            Hemos insistido en que la evangelización es la misión fundamental de la Iglesia, su identidad más profunda, su razón de existir, respondiendo al mandato del Señor de id y evangelizad a todos los hombres[56]. Además, si la Iglesia es el sacramento de Jesucristo muerto y resucitado en la historia, quiere decir que la cruz de Cristo es su continuo punto de referencia, tanto como identidad del discípulo marcada en su “seguimiento” del maestro, como contenido de su tarea evangelizadora. Así, “del misterio Pascual surge la misión, dimensión que determina toda la vida eclesial (…) el primer contenido misionero… lo llevan a cabo los propios testigos del misterio Pascual abriendo el propio corazón a la acción del espíritu… En la medida en que viven una vida entregada al Padre, sostenida por Cristo y animada por el Espíritu, cooperando eficazmente en la misión del Señor Jesús y contribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo”[57].

            La fecundidad del apóstol se centra en la capacidad de asociarse al misterio Pascual de Cristo, contemplando y acogiendo a Cristo en la cruz[58]. Sólo el hombre que contempla a Dios, que acoge del mismo Dios el don de su vida puede, a su vez, propagarla. Éste es el sentido que da el Papa Juan Pablo II[59], citando a San Ireneo: “La vida del hombre consiste en la visión de Dios”[60]. Quien contempla a Dios se convierte a su vez en manifestación y resplandor de su gloria: “el hombre que vive es la gloria de Dios”[61]. Es precisamente la cruz el lugar privilegiado de encuentro y comunión más profunda de Dios con el hombre. Dios se ha unido a todo hombre para siempre en la cruz, y el hombre ha pasado a ser el cuerpo, el templo, el lugar de la manifestación de la gloria de Dios, lugar de encuentro, convivencia, comunión, comunicación y manifestación de la misma vida-amor de Dios. Conocer a Dios es conocer al Hijo, y conocerle es acogerle y adentrarse en su misterio de comunión. Cristo en la cruz manifiesta al hombre su grandeza y su gloria: la sublimidad de su vocación divina. Todo hombre está llamado al diálogo y a la comunión con Dios, hasta hacer de su vida don sincero y total de sí mismo, abandonándose por entero a Dios[62].

            Para entrar a participar de la novedad de vida de Cristo, es necesario imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio en su vida, sino en los misterios que nos desveló en su muerte y resurrección, ejemplos de humildad, de caridad, de obediencia, de mansedumbre:
¡Oh admirable poder de la cruz, en el cual el Salvador atrajo a todos hacia sí, fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias![63]
            Así lo revela también con distintas palabras S. Galilea:. “Participar en la misión de Cristo como discípulo, es integrar en nuestra fidelidad cristiana las tres dimensiones de la encarnación misionera de Jesús: Nazaret, la actividad pública y la pasión. No podemos ser fieles a lo que tiene la actividad misionera de gratificante y a veces de brillante, sin aceptar la oscura rutina de Nazaret y las cruces y frustraciones de la pasión. Así como Jesús liberó integralmente a los hombres siendo fiel a estas tres grandes etapas de su vida, así también nuestro seguimiento e identificación con Cristo debe saber integrar estos tres aspectos de la misión, que, por otra parte, constituyen valores básicos en toda la vida cristiana y, en último término, en todo auténtico humanismo”[64].

            Jesús, en el memorial del sacrificio de su cruz, nos invita a beber su cáliz, a comulgar con él, a reproducir en nuestras vidas su misma entrega de amor: Haced esto en conmemoración mía[65]. La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos[66]. Jesús nos invita a reproducirle hasta la máxima prueba de amor. Al igual que él dio la vida por nosotros, también nosotros estamos llamados a dar la vida por los hermanos[67], realizando de este modo en plenitud y de verdad el sentido y el destino propio de nuestra existencia[68].

            Entre el “pasivismo” propio de quienes se excluyen de la propia colaboración en los designios de Dios, y el “activismo” propio de quienes piensan que por sus solas fuerzas pueden dirigir el rumbo de la historia hacia su plenitud, está la actitud de Jesús, conjugando la total responsabilidad y compromiso con la total confianza en los planes de Dios[69]. Todo está en manos del Padre, y de él depende la fecundidad de toda obra, pero todo depende de la propia decisión para cargar con la propia cruz. Ahí está el altísimo nivel y significado que tiene para el cristiano cargar con la cruz de Cristo: se trata de la participación en el misterio de Dios haciéndole presente entre los hombres. De ahí que la cruz de Cristo siempre será “fuente de vida Pascual”, de vida de Dios para los hombres. De la cruz, fuente de vida, nace y se propaga el Evangelio de la Vida. El mismo misterio Pascual es la fuente y el origen de la misión de la Iglesia. De la cruz brota el corazón nuevo que hace al hombre testigo y apóstol. El amor a Cristo crucificado es el motor y sostén del testigo de Cristo, hasta poder decir como el Apóstol: Para mí la vida es Cristo[70]. Del amor de Cristo recibido y donado en la cruz, surge esa caridad sin límites según la ley nueva del espíritu[71].

            El apóstol debe llegar hasta el don total de sí mismo, como lo hizo Cristo en la cruz[72]. La vida consagrada y la práctica de los consejos evangélicos es un modo particularmente íntimo y fecundo de participar en la misión de la Iglesia[73]. Somos enviados a propagar y servir la vida de Cristo, introduciéndonos en su mismo misterio Pascual. Del radicalismo evangélico surge el ímpetu que lleva al testigo al testimonio supremo de entregar su vida. El martirio es el testimonio culminante de la fe en Cristo[74]. En nuestro siglo han vuelto los mártires… testigos de la gran causa de Dios[75]. El mártir, testigo de Cristo, demuestra con claridad que la cruz del misterio Pascual es fuente de gozo y de vida en la entrega y donación total de su propia vida[76].






11.  Anunciar la inescrutable riqueza de Cristo crucificado

A mí me fue concedida la gracia de anunciar a todos la inescrutable riqueza de Cristo y de esclarecer el misterio escondido desde los siglos
(Ef 3, 8-9)

             La Iglesia, nacida del mismo costado de Cristo, ha recibido el Evangelio como anuncio y fuente de salvación, y siente el deber y el mandato del Maestro de llevar a todos los hombres la salvación[77]. Como decía el Papa Pablo VI: Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar[78]

            La Iglesia no puede sustraerse al mandato explícito de Cristo. Toda la actividad misionera de la Iglesia está orientada hacia la proclamación de la Palabra que revela e introduce a todos en el misterio de Cristo[79].

            La evangelización sólo es verdadera cuando parte del encuentro y contacto con Cristo, de la contemplación, de la acogida, de la entrega, del don de la vida de Cristo: Lo que hemos visto y oído… lo anunciamos[80]. Urge cultivar en los evangelizadores esta mirada contemplativa para que iluminados por el que es la fuente y el resplandor de la vida, sepamos acogerla de él, y entregarla a los hermanos como el don más sublime[81]. Iluminados por el resplandor de la vida, sentimos la necesidad de reflejarla, de testimoniarla, de proclamarla. Para que la inescrutable riqueza de Cristo sea manifestada mediante la Iglesia y podamos todos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo[82], ayudando así a vivir todas las realidades de la vida, incluso las tribulaciones, oscuridades, sufrimientos, como participación en el misterio Pascual de Cristo muerto y resucitado[83].

            El apóstol junto a la cruz recibe del mismo Cristo la misión y el don del Espíritu que le impulsa a llevarla a cabo. ¿Con qué palabras, pensamiento o impulso se podrá exaltar la sobreabundancia de esta gracia recibida de Cristo? No con palabras aprendidas de ciencia o sabiduría humana, sino del Espíritu[84]. Lo que ojo jamás vio, ni mente humana pudo imaginar, lo que supera a la expectativa de todo hombre: la sublimidad del amor de Dios manifestada en Cristo Jesús[85]. El agradecimiento y la alegría del don recibido en Cristo nos mueve a hacer a todos partícipes de este don. Esto os lo anunciamos… para que también vosotros entréis en comunión con nosotros…, y así nuestro gozo sea completo[86].

            El anuncio del Evangelio no queda exento de la contradicción que conlleva la propia cruz de Cristo. Al anunciar el Evangelio, no debemos temer la hostilidad, la impopularidad, el rechazo, todo compromiso y ambigüedad que nos lleva a conformarnos con la mentalidad de este mundo[87]. Debemos estar en el mundo pero no ser del mundo[88]. Transformar este mundo con la fuerza del Evangelio de Cristo y con la confianza que nos viene de Él, que con su muerte y su resurrección ha vencido al mundo[89].

            Vivir el desafío de la evangelización como tarea primordial del propio ministerio, implica estar siempre en pie de lucha y de sufrimiento por dar todo de sí mismo. En coherencia con el misterio de la cruz de Cristo, el evangelizador deberá asumir su propia cruz: la cruz del testimonio de pobreza, de sencillez de vida, de acercamiento a los más pobres, de afecto y de comprensión para con todos… Sólo asumirá su primer deber, que es el de ser evangelizador, si es siempre el hombre de oración, del sacrificio, llegando a afrontar con frecuencia en esa tarea “la soledad, el aislamiento, la incomprensión, e incluso la persecución y la muerte”[90].

            Sólo en este horizonte profundamente teológico y espiritual, se entiende la exhortación a convertirse al evangelio, y reconocer a Cristo sufriente sobre todo entre los más pobres. Comulgar y participar de él precisamente comulgando y participando de los más sencillos y humildes. Para ello es imprescindible una oración más profunda y asidua, un despojo de los propios privilegios, una mayor sencillez en todos los ámbitos de la vida del cristiano. Para la Iglesia, asumir la cruz de Cristo supone un compromiso con el anuncio profético del evangelio y la denuncia del misterio de la iniquidad, a fin de que sea posible una justa y fraternal participación de los bienes, donde vengan tomadas en consideración las graves situaciones de los pobres y de los que sufren, aunque ello implique un enorme esfuerzo.

            El modo propio de servir de la Iglesia es evangelizar; es un servicio que sólo ella puede prestar. Determina su identidad y la originalidad de su aporte. Dicho servicio evangelizador de la Iglesia se dirige a todos los hombres, sin distinción. Pero debe reflejarse siempre en él la especial predilección por los pobres y los que sufren.

            La manera fundamental de evangelizar que tiene la Iglesia, es precisamente el anuncio del evangelio, mediante el testimonio de la propia vida, transparentando, como sacramento de la cruz de Cristo, lo que anuncia[91]. Esa es la pedagogía de la Encarnación, el impulso que Cristo decididamente puede dar a la historia. Por lo tanto, en la evangelización no quedan comprometidos solamente algunos aspectos o dimensiones del cristiano, sino todo el ser, y esto durante todos los momentos de la existencia. Todo en él es testimonio de lo que significa la fe, y por tanto, es evangelizador; eso significará, según lo que venimos diciendo, que el camino del cristiano, y sobre todo del cristiano que asume responsablemente la evangelización como tarea esencial de la Iglesia, es un camino de cruz por los pasos del Señor, de santidad y de entrega. El “ejercicio de la cruz” que se comienza a realizar durante el “ejercicio de la oración” y de la contemplación, necesariamente se prolongará durante la diaria “vida de oración”: “el culto que Dios nos pide se prolonga en la vida diaria a través del esfuerzo por convertirlo todo en ofrenda, y por tanto, haciendo que todo en la vida del cristiano participe de la cruz de Cristo, como ofrenda única agradable al Padre[92]. La gran dicha del cristiano es precisamente que toda la vida y todo el ser queda santificado y elevado a la comunión con Dios en la medida en que permanece vitalmente unido a Cristo crucificado, testigo (mártir del amor del Padre) fiel[93].

            Ninguna tarea puede eximir al apóstol de predicar y evangelizar, estimulando a todos para que colaboren también con él en esa tarea. Ciertamente la evangelización, cuando es entendida y vivida en su profundo significado salvífico, es la manera más específica de entrar en la cruz de Cristo porque, en definitiva, apunta y se deriva de la Eucaristía, momento culminante en el que se celebra y actualiza el misterio Pascual. Tomarse con interés el gran desafío de una predicación que quiera ser incisiva en la vida de la comunidad, aún en el más material de los sentidos, implica enorme sacrificio, atención y trabajo, continua tensión en el cuidado de la vida del rebaño, constante exposición a críticas, humillaciones, incomprensiones y hasta persecuciones[94].


  




12.  La misión de hacer discípulos: asociar a los hombres a Cristo

Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado 
(Mt 28, 19-20).

            La misión de los discípulos consistirá en introducir a los hombres en esta comunión intratrinitaria a través del mismo bautismo de Jesús. El bautismo-cruz es la puerta de entrada del discipulado[95]. El bautismo de Jesús se da en la medida que se vive su misión. Jesús la vive hasta bautizar-consagrar a los discípulos, para que estos lleven, a su vez, su misma misión. Primero se hace bautizar él mismo y luego se ofrece en la cruz. Y esto no solo para dar ejemplo para que ellos luego lo imiten, sino queriendo expresar el precio del sacrificio que supone llegar a que los discípulos libremente “beban su cáliz”. Jesús se entregó a sí mismo, se consagró y se hizo oblación y sacrificio en la cruz, hasta derramar la última gota de sangre (bautismo de sangre), para suscitar también la consagración-entrega amorosa de sus discípulos[96]. En esta dinámica de amor se ven introducidos, haciéndose solidarios de su cruz, hasta beber su mismo cáliz y reproducir su mismo martirio. La entrega de Jesús no es simplemente modelo para ellos, sino bautismo necesario que abre el acceso a los propios discípulos, capacitándoles para la misión.

            Quien quiere seguir a Cristo y llevar a los demás a ser discípulos de Cristo, debe apuntar desde el primer momento, clara y decididamente, a la cruz, a la muerte del yo y a la reproducción al vivo del misterio Pascual de Cristo. La formación evangélica es una formación con la vida[97]. La misión de Cristo como pastor con sus discípulos, será la de llegar a introducirlos en su mismo misterio Pascual. Jesús asocia la entrada en su Reino con el beber la copa que él va a beber[98]. ¿Cómo se dará esta incorporación al misterio Pascual? En la medida que el discípulo se una voluntariamente al bautismo-entrega-cruz de Cristo[99]. La introducción al misterio de comunión trinitaria no se logra a nivel intelectual, sino existencial, a medida que se participa del mismo bautismo de Jesús. La entrada en el Reino supone la participación en su misma misión, en su misma pasión, en su misma muerte y resurrección. “En el comunicarse de Dios al hombre está contenida la llamada a que el propio hombre, donándose a sí mismo, participe del dar y recibir la vida como lo hace el Hijo de Dios”[100].

            Dar a conocer a Cristo, y éste crucificado, no es la entrega de una simple doctrina. Debe ir acompañada de la entrega de la vida. Como dice el Apóstol: Quisiéramos daros no sólo el evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser[101]. Esta tarea la asumen de manera especial los pastores que, como el Buen Pastor, va delante de las ovejas y da la vida para que ellas tengan Vida: Completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia… a fin de presentaros a todos perfectos en Cristo[102]. El apóstol participa de la paternidad conferida por el mismo Cristo, que le da el poder de comunicar-engendrar la misma Vida de Dios por la fuerza del Espíritu, y no le exime de los sufrimientos que eso conlleva, haciéndole partícipe de su propio misterio Pascual: Sufro dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros[103]. Todo lo soporto para bien de los elegidos[104], todo lo hago para edificación vuestra[105] …hasta presentaros cual casta virgen a Cristo y veros desposados con vuestro verdadero Esposo[106].

            En el servicio de la vida, del evangelio de la vida, hemos de hacernos cargo del otro, como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad. Como discípulos de Jesús, estamos llamados a hacer discípulos, a hacernos próximos, prójimos y solidarios de todo hombre, de cada hombre, teniendo una preferencia especial por quien es más pobre y necesitado. “Hacerme cargo” de toda vida y de la vida de todos supone llegar a las raíces mismas de la vida y del amor[107]. Partiendo de una amor profundo y apasionado por Cristo, hemos de llevar y acompañar a cada hombre al encuentro con Cristo y al reconocimiento progresivo de su más sublime vocación en él, ayudándole a que pueda desplegarla plenamente de forma que él mismo pueda pasar a ser un verdadero discípulo de Cristo. Esto supone el ejercicio de toda una verdadera paternidad y maternidad responsable[108], reconociendo el valor absoluto y divino de toda vida y su carácter sagrado[109] y ayudando a descubrir la misión de acoger, custodiar y comunicar este amor a sus hermanos como verdaderos transmisores de la misma vida de Dios[110].

            La adhesión a Cristo no puede quedar como algo abstracto y desencarnado. Se trata de la entrada visible a una comunidad que sea en sí misma signo de la transformación, de la novedad de vida del evangelio y las bienaventuranzas[111]. A todo hombre hemos de ayudar a vivir en una verdadera comunidad de vida y amor donde sean verdaderos testigos y anunciadores del evangelio de la vida. La primera comunidad cristiana son las propias familias, donde se fragua el futuro de la humanidad[112]

            En realidad, la evangelización auténticamente cristiana, está ligada a la entrega misma de Jesucristo, ofreciéndonos la posibilidad de participar en su misma muerte. Y participar en la muerte de Cristo, por parte del cristiano, supone el rechazo, a veces muy doloroso y sacrificado, de todo lo que se opone al Reino. Construir la fraternidad, a veces, supone una ruptura radical con categorías e ídolos humanos.

            Cristo ha muerto por todos queriéndonos salvar y atraer en esa muerte hacia su glorificación. La evangelización consiste precisamente en hacernos partícipes de esa muerte en su sentido salvífico, hasta que todos podamos ser asociados a ella. Por eso, el esfuerzo evangelizador de la Iglesia, de una parte, no puede cesar hasta que todo hombre pueda ser introducido en la salvación en Cristo, pues la evangelización ha de extenderse a todas las gentes, calando hondo en los hombres y en todas sus dimensiones: cultura, personalidad, signos, costumbres, etc. Ese esfuerzo, lógicamente, implica el decidido ejercicio del misterio de la cruz por parte del evangelizador, pues debe proclamarse una realidad de la que se llevan huellas en la propia carne[113]. Esa es la llamada que Dios hace al evangelizador, y por eso los criterios y signos para que la evangelización sea auténtica, confluyen en la fidelidad en la comunión con Cristo: en la oración y en el testimonio de vida, porque “lo que se pide al servidor del evangelio es que sea encontrado fiel”; de esa fidelidad “emana una gran fuerza apostólica”[114].

            Es lo que significa, en definitiva, participar en la misión salvífica de Cristo como salvador de los hombres, como objetivo de la evangelización: el auténtico evangelizador es el seguidor de Cristo que ha sido asociado a su misma misión. Sólo así el amor del seguidor (apóstol) congrega e integra a todos en una fraternidad capaz de abrir la ruta de una nueva historia.

            El anuncio del evangelio debe ser aceptado, asimilado, de manera que provoque en quienes lo escuchan el verdadero deseo de anunciar. “El que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He aquí la prueba de la verdadera evangelización: es impensable que un hombre que haya acogido la palabra de vida y se haya adherido a ella, no se convierta en alguien que, a su vez, la testimonie y la anuncie”[115]. Somos llamados a ser verdaderos artífices de comunidades de discípulos, auténticos ministros de la comunión, engendrándola desde lo más profundo. introduciendo a todo hombre en el misterio del amor trinitario de Dios.

     Os exhorto a ser testigos de los sufrimientos de Cristo… Apacentad la grey de Dios que os ha sido encomendada… siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral recibiréis la corona de gloria que no se marchita[116].

            Ir delante de las ovejas significa estar atentos a los caminos por los que los fieles transitan, a fin de que, unidos por el Espíritu, den testimonio de la vida, de los sufrimientos, la Muerte y la resurrección de Jesucristo. Dar testimonio de la vida y sufrimientos de Cristo significa, de hecho, introducir en el misterio Pascual a los fieles, en comunión con la propia participación en ese misterio. Por eso significa, lógicamente, “dar la vida”, a imitación de Pablo[117] y, en definitiva, de Cristo, como el mayor testimonio de amor[118].

            La nueva cultura de la vida y del amor tiene su raíz en la misma misión evangelizadora. La creación de la cultura de la vida supone la formación de verdaderas comunidades cristianas: comunidades de discípulos de Cristo donde se acoge, se convive, se celebra y se sirve la vida y la plenitud de la verdad; donde se redescubra la vocación cristiana y la misión en relación con el anuncio del evangelio de la vida, llevado a cabo con lucidez y valentía, iluminados y compenetrados del mismo Espíritu de Dios[119]. Unas comunidades donde se viva y se anuncie el evangelio, asumiendo un nuevo estilo de vida que manifieste la justa escala de valores de acuerdo al mundo nuevo, al reino nuevo que presenta la primacía absoluta de Dios, el valor sagrado e inviolable de la vida, la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas, viviendo como verdaderos hermanos y hermanas en el nuevo amor de Cristo, siendo testigos de una verdadera fraternidad universal en favor de la paz y la unidad entre todos los hombres, para que todos entren en comunión con nosotros y con la Trinidad[120].






13. JESÚS COMUNICA EL ESPÍRITU A LOS APÓSTOLES Y LES REVISTE DE PODER

Como el Padre me envió también yo os envío.
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo.
(Jn 20, 21-22)


            El Papa Juan Pablo II, hablando del Espíritu Santo, le señala como protagonista de la misión[121]. Como aparece claramente en el texto de Juan, Cristo comunica el Espíritu a sus discípulos y les confía su misma misión. Cristo envía a los suyos al mundo al igual que el Padre le ha enviado a él, y por esto les da el Espíritu[122]. El Espíritu Santo, el que santifica, lleva a cabo su obra en personas abiertas a acoger su don y colaborar con su acción en sus vidas. Como dice K. Rahner: “el nombre propio de la gracia santificante es el Espíritu Santo”[123]. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia, la preside, la guía y la sostiene con toda la fuerza de Dios. La teología de los dones del Espíritu Santo ha sido elaborada a lo largo de la Iglesia tanto en la tradición griega como en la latina[124].

            Si bien todos los dones del Espíritu Santo tienen en él, lógicamente, su origen, lo que les confiere una unidad radical, cada uno de ellos tiene un efecto diverso en el creyente. En esta pequeña reflexión quiero pararme a considerar el don de la fortaleza, quizás porque entre todos ellos es el que muestra con más realce su poder en la acción salvífica y misión de la Iglesia. El Espíritu viene en socorro de nuestra debilidad dándonos fortaleza a nuestra voluntad poniendo en nosotros, como dice S. Tomás, la seguridad y la confianza de triunfar sobre cualquier obstáculo y de perseverar en el bien[125].

            Así, después de la unción del Espíritu Santo, los apóstoles quedaron revestidos de poder, de la fuerza que viene de lo alto [126] para llevar acabo la misión de anunciar el evangelio a todas las gentes: Me ha sido dado todo poder… id pues y haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo[127].

            El misterio de la muerte y resurrección de Cristo después de Pentecostés es testificado y anunciado por los apóstoles, testigos privilegiados de su resurrección, movidos por el poder del Espíritu Santo. El Espíritu actúa desde dentro en toda su obra santificadora. Actúa en la inteligencia, en el corazón, en la voluntad, reforzando y renovando todo el hombre. La íntima relación con Dios en el Espíritu Santo hace que el hombre se comprenda en modo nuevo a sí mismo[128]. El Espíritu Santo actúa con su gracia fortificando nuestra inteligencia sometida a tantas dudas y engaños y nuestra voluntad contra las propias sorpresas u oscilaciones frente al misterio de amor insondables[129]. 

            Si la presencia del Espíritu es evidente en la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo (manifestación trinitaria: el Padre resucita el Hijo en la fuerza del Espíritu), esta presencia del Espíritu es la garante de la acción salvífica y santificadora de Cristo en la Iglesia. El Hijo resucitado derrama sobre los apóstoles en Pentecostés la plenitud el Espíritu[130] y la presencia y la acción de su Espíritu sigue haciéndose evidente en la misión de la Iglesia.





14.  LOS APÓSTOLES RECIBEN EL ESPÍRITU Y DAN TESTIMONIO CON GRAN PODER

Los apóstoles daban testimonio con gran poder
de la resurrección del Señor
(Act 4, 33).


            Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, relaciona estrechamente cómo el testimonio de los apóstoles se da bajo la acción del Espíritu[131]. Precisamente a unos hombres que se habían mantenido hasta entonces incrédulos, obstinados, miedosos y atemorizados, Jesús les reviste con el poder y la fortaleza de su Espíritu para que lleven a cabo su misión. Según comenta San Juan Crisóstomo[132], ahí radica la fuerza del Evangelio y la mayor prueba de la resurrección de Jesús. ¿Cómo explicar que aquellos hombres apocados y temerosos, sin estudios ni formación humana, se enfrentaran con el mundo entero con tanta valentía, si no fuera por el hecho de la resurrección de Cristo y de la comunicación de su Espíritu?

            La experiencia de que la Iglesia primitiva testimonia la fe del Cristo crucificado-resucitado en la fuerza del Espíritu Santo es la prueba más evidente de su resurrección. El mismo Jesús que había anunciado y prometido las promesas mesiánicas, a través de su pasión y muerte las daba cumplimiento, las manifestaba y las realizaba por medio de sus elegidos. Los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales, con gran poder y el temor se apoderaba de todos[133]. En la firmeza y fortaleza de los discípulos ante las persecuciones se evidenciaba con más relieve la fuerza y acción del Espíritu[134].

            A todo creyente se le ofrece la posibilidad de hacerse propia la humanidad de Cristo: sin renunciar por ello al anuncio del amor de Dios revelado en Cristo mediante el Espíritu Santo y confiado a la Iglesia[135]. El don de la fortaleza supone en el alma cristiana el pleno desarrollo de las virtudes teologales así como la acción de los otros dones del Espíritu Santo[136].





15.  EL DON DEL ESPÍRITU ACTUANDO EN EL APÓSTOL

Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo
que actúa poderosamente en mí.
(Col 1, 29)


            A veces existe la tentación de creer que el seguimiento y el anuncio queda reservado a los perfectos, mas el Señor ha llamado a su seguimiento no a los que se creen justos sino a los pecadores, a lo débil del mundo para confundir a los fuertes[137]… para que sean hombres débiles y pecadores quienes con la fuerza y la fortaleza comunicada por el Espíritu puedan anunciar con gratitud su infinita misericordia[138]. Como dice Pablo: Me afano luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí[139], porque mi fuerza se manifiesta mejor en la debilidad[140].

            Contradictoria manera de mostrarse fuerte el que no quiere ser considerado super-apóstol de Cristo: no fiado para nada en sus propias fuerzas, sino mostrándose fuerte en las debilidades[141]. Esa experiencia, Pablo la ha vivido sin echarse atrás. Sabe que su vida, como apóstol que es, ha sido convertida en un espectáculo para el mundo entero, tanto de los ángeles como de los hombres[142], sin posibilidad de escapar: …Ahí están las dificultades, las estrecheces, los golpes, las prisiones, los tumultos, los trabajos agotadores, las noches sin dormir, los días sin comer (…) unos nos ensalzan y otros nos afrentan; unos nos difaman y otros nos alaban. se nos considera impostores, aunque decimos la verdad; querrían desconocernos, pero somos bien conocidos; nos vemos siempre en trance de muerte, pero todavía con vida; castigados, pero sin que la muerte nos alcance. Nos imaginan tristes, y estamos llenos de alegría; parecemos pobres, y enriquecemos a muchos; damos la impresión de no tener nada, y lo tenemos todo…[143].

            No debe esperar el apóstol a unas condiciones optimas y favorables, sin ninguna dificultad, para anunciar a Cristo. En medio de la fragilidad, la debilidad, la fatiga, el cansancio, se puede y se debe anunciar a Cristo: se mostrará así que poder tan extraordinario que actúa en el evangelizador no viene de él, sino de Dios. Es la confesión de la doble experiencia de debilidad y fuerza como paradoja del apóstol, la que testimonia la acción de Dios. Es “condición de posibilidad” para la misión, ya que la fuerza de Dios actúa no “a pesar de nuestra debilidad”, sino precisamente “en nuestra debilidad”, de donde surge la evidencia de que la fuerza no está en el hombre, sino en el Espíritu que se nos ha dado,  pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12, 10).

            Por ello, la conciencia apostólica de Pablo no es triunfalista[144], sino que, por el contrario, es una conciencia atribulada, de quien está sujeto al cansancio, a la turbación, a la angustia, debilidad que no desaparece, que está siempre y que le lleva a suspirar por verse libre de ella (tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto[145] , y, sin embargo, poderosamente invadido por la fuerza de Dios, pues  otras tantas me ha dicho: ‘Te basta con mi gracia, pues mi fuerza se pone de manifiesto en lo que es débil’ (2 Cor 12,9)[146]. La vida tiene valor y sentido en la medida en que se hace, como la de Jesús, don gratuito para los demás[147]. El amor de Cristo derramado en los corazones de los apóstoles es el alma y la raíz de toda la vida apostólica. Es el mismo amor del Hijo y del Padre en el Espíritu Santo que es la catapulta y motor que mueve el discípulo-misionero y que le hace capaz de testimoniar con su propia vida el mensaje del Reino. La misión de Cristo solamente puede ser entendida y vivida en las claves del misterio pascual, propia de Cristo y del llamado por él, que se da del todo a quien ya se ha dado del todo, sin poner nunca límites o fronteras a la acción de Dios, que quiere actuar, desde el interior del apóstol por el mismo Espíritu de Cristo[148].







16. ANUNCIAR A CRISTO DESDE NUESTRA DEBILIDAD APOYADOS EN LA FORTALEZA DE SU ESPÍRITU

...seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas,
para que habite en mí la fuerza de Cristo...
pues cuando estoy débil entonces es cuando soy fuerte.
(2 Cor 12, 9-10)

            Toda la vida cristiana, y especialmente el camino de la contemplación, de la perfección y de la misión, está marcada con la cruz. Se sigue a Cristo en sintonía con sus amores y vivencias, que le llevaron al “anonadamiento” de una muerte redentora asumida por la obediencia al Padre[149]. “La misión recorre este mismo camino[150] y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz”[151]

            La misión se vive siempre en el contraste de nuestra indigencia y pide una absoluta confianza en nuestro Señor; pide andar desarraigados y desprovistos de toda otra seguridad que no sea él: Os mando como ovejas en medio de lobos. Sed pacientes y sencillos como palomas.[152] El apóstol no ha de temer el hecho de tener que desarrollar la misión en medio de situaciones de todo tipo[153], peligros, dificultades[154], etc.; no ha de sorprender que ante el ataque feroz de los lobos, el Maestro diga de comportarse como palomas, con paciencia y sencillez, porque ésas serán las mejores armas para derribar a nuestros enemigos[155]. Así el apóstol no habrá de actuar desde la violencia, la prepotencia o la arrogancia humana, sino desde la confianza infinita en aquél que tiene poder sobre todas las cosas[156], que hace que todo lo podamos  en aquel que me conforta[157]       

Esta seguridad en el Señor de poderlo todo manifiesta precisamente la fuerza y la fecundidad del sufrimiento y de la cruz, que hace al cristiano vivir en una constante actitud martirial de arriesgarlo todo por amor. La propia debilidad, como la de Cristo en Getsemaní, convertida en instrumento dócil de la voluntad salvífica del Padre, confiere la serenidad de corazón. El miedo incontrolable y la huída nacen del odio, de la agresividad o del desprecio. Por eso la invitación del apóstol San Juan: En el amor no hay temor, pues el amor perfecto desecha el temor[158]. No temáis cuando vengan las dificultades, cuando tengáis que sufrir y pasar contradicción por mi causa, porque todo eso será ocasión para manifestar mejor mi fuerza y mi poder, y para que la excelencia de tal poder sea evidente que es de Dios y no parezca vuestra[159].

El Señor nos invita a vivir la misión en el contraste de nuestra propia impotencia y debilidad[160], viviendo su misma vida[161], hasta que se convierta en asociación esponsal con Cristo, porque ya sea que vivamos, ya sea que muramos, pertenecemos al Señor[162] y compartimos con él (encontré  al amor de mi alma, le así y no le soltaré)[163]: la misma “copa” de bodas[164], corriendo su misma suerte[165], haciendo vivo el cántico nuevo que, por seguir esponsalmente a Cristo sólo los “testigos” pueden cantar[166]. Él nos promete su protección y su presencia constante y perenne a nuestro lado[167]. El Señor ha mandado su Espíritu sobre mí… para sostener a los débiles y dar una palabra de aliento al afligido[168]. No temáis aquellos que os persigan o se rebelen contra vosotros, no seréis vosotros los que hablaréis, el Espíritu Santo será el que hable en vosotros[169]. El testimonio de fortaleza del apóstol se hace requisito imprescindible para hacer visible y palpable la veracidad del mensaje que proclama. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan. o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio...El mundo de hoy está más necesitado de testigos que de maestros” [170], y quiere ver a Jesús (Jn 12, 21). Sólo cuando, participando en el mismo sacrificio de Cristo, el apóstol sea alzado, atraerá a todos hacia Jesús (Cf. Jn 12, 32), cumpliendo así los deseos de Cristo que envía y las esperanzas de los hombres a quienes es enviado.






17. UNA VEZ FORTALECIDO, FORTALECE A TUS HERMANOS

He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.
Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.
(Lc 22, 32)

            Jesús, en la antesala de su pasión amonesta a Pedro: He rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú cuando hayas vuelto,... ¿Qué quiere decir volver? De nuevo una y más profunda conversión. No es propio ni espontáneo volver. Muchos no vuelven. Muchos son los que habiendo iniciado el seguimiento, lo dejan, se pierden. Comenzasteis en el Espíritu, terminasteis en la carne[171]. Volver al Señor no con arrogancia de nuestras fuerzas, sino más bien porque el Señor nos haga volver movidos por la fuerza de su amor[172]. Volver de la prepotencia, de la autosuficiencia, de la presunción, del hacernos fuertes en nuestras propias fuerzas, convicciones y seguridades: Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte[173], para vivir desprovistos de todo y sobre todo de nosotros mismos, poniendo la confianza en el Señor[174].

            Tomar como cimiento en lo profundo de nosotros mismos, de nuestra pobreza, de la propia flaqueza, incluso del pecado: …te digo Pedro que hoy antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces[175]. Y a la par tomar la conciencia de la grandeza del amor de Dios, de su fuerza y de su fortaleza, sobre todo de la grandeza inmensa de su misericordia… pero yo volveré y os tomaré conmigo[176]. Pedro había confesado a los pies del Señor en aquella primera pesca milagrosa del lago de Galilea: Señor, apártate de mí que soy un hombre pecador[177]. Ahora el Señor pide de nuevo al apóstol caído que se abra al milagro de una humilde conversión, de creer verdaderamente en el Señor, reconociendo que su fuerza y su amor es más fuerte que nuestra pobreza e indignidad. El apóstol había seguido al maestro movido más por compensaciones y valoraciones humanas que por la propia intencionalidad y espíritu del maestro. El apóstol se ve probado, contradicho, caído, sin fuerzas, sin entusiasmo, se experimenta inútil incluso infiel, pierde por entero la confianza en sí mismo y, justamente ahí, lo vuelve a llamar el Señor.





18.  TE PONGO COMO FORTALEZA PARA EDIFICACIÓN DE MI PUEBLO

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
(Mt 16, 18)

            La misión del apóstol, como la del profeta, será la de llevar el pueblo a la fe. Como le es dicho al profeta Jeremías: Por fortaleza te he puesto para mi pueblo[178], como le es dicho a Simón, hijo de Jonás: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia[179]. Esta misión tropezará con la incredulidad del pueblo, con la dureza del corazón del hombre. El apóstol es revestido de fortaleza para llevar a cabo esta misión precisamente cuando éste es consciente de su pobreza y de su debilidad, cuando se presta a manifestar a Dios desde su pobreza; es cuando más capacitado se encuentra o mejor dicho, cuando el Señor le capacitará revistiéndole con la fuerza de su amor[180]. Pedro, no porque fuera el más fuerte, el más bravo, el más fiel, sino todo lo contrario, habiendo contradicho y negado al Señor como ningún otro de los apóstoles[181], es llamado nuevamente por el Señor, es confirmado de nuevo por el Señor: Pedro, ¿me amas?… Apacienta[182]. Apacienta no desde la fuerza, no desde el amor humano, sino fiado del poder y de la fuerza del Señor, movido por un nuevo amor. La fuerza del apóstol no estará ya puesta en sí mismo. Su fuerza será el Señor: Mi Dios será mi fuerza[183]. La fuerza del apóstol está en Aquel que lo elige, lo acoge, lo perdona, lo sostiene, lo reviste de poder y lo envía[184]. Nos gloriamos en Cristo Jesús, sin poner nuestra confianza en la carne[185] Pablo no se apoyará ni gloriará más en sus fuerzas y talentos, capacidades, títulos o méritos propios que considera vanagloria, locura y necedad[186].

            El mismo Espíritu que resucitó a Jesús manifestando su poder y sabiduría en la necedad de la cruz, es el que capacita y da fuerza al apóstol para mostrar su poder asociándose a la flaqueza y necedad de la cruz de Cristo[187].





19.  SIENDO TESTIGO CON SU FORTALEZA DE LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias,
en las necesidades, en las persecuciones y las angustias
sufridas por Cristo. (2 Cor 12, 10)

            Aunque por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, no desfallezcáis; antes al contrario, rebosad alegría a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor en la revelación de Jesucristo[188]. Tal participación a la existencia terrena de Jesús comporta un estilo de vida conforme al Evangelio, al espíritu de las bienaventuranzas y a la llamada a la santidad[189]. En verdad te digo: cuando eras joven tú mismo e ceñías e ibas donde querías, pero cuando llegues a viejo otro te ceñirá[190].

Así pues, el camino de Pedro es el símbolo y paradigma de todo camino de la humanidad hacia el reino, de toda peregrinación hacia la casa del Padre. Sin presunciones, sin perfeccionismos o inútiles esfuerzos de fantasías, tenemos la seguridad de que el Espíritu Santo nos hará descubrir esto “mejor”, nos llevará a reconocer cuánto nos falta y no obstante, podemos, razonablemente hacer, y lo que, por el contrario, permanece objeto de deseo, de grito en la oración, de sufrimiento. No es jamás lícito abandonarse en la frustración o en el cansancio acogidos como solución definitiva. Al contrario, se nos pide siempre olvidar el pasado y lanzarse hacia el futuro, para correr hacia la meta y conseguir el premio al que Dios nos llama a recibir en Cristo Jesús[191]. 

             De hecho nada nos será pedido que no podamos humildemente, de algún modo, llevar a cabo con la gracia del Señor, con el empeño diario, en la sencillez del corazón, en la paciencia, en la escucha de los hermanos y en el perdón mutuo[192]. Ceñid vuestros lomos, los lomos de vuestro espíritu y poned toda vuestra esperanza en el Señor y en la gracia que se os procurará[193]. Añadid a vuestra fe la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la tenacidad; a la tenacidad, la piedad; a la piedad, el amor fraterno, al amor fraterno, la caridad… poniendo el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y elección[194]. Traed a la memoria el duro y doloroso combate que han mantenido los que os precedieron, y no perdáis la confianza en el Señor.

Necesitáis paciencia en el sufrimiento, hasta gloriaros de Cristo en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia, la paciencia virtud probada y la virtud probada, esperanza, esperanza que no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado[195]. Alegraos en la medida en que participáis de los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios reposa obre vosotros[196]. Es mediante el Espíritu como se obra la redención y la santificación de los hombres, asociándose libremente a la pasión de Cristo[197]

            El seguimiento, en cuanto vinculación a la persona de Cristo, sitúa al seguidor bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz. La llamada al seguimiento de Jesús, el bautismo en su nombre, son muerte y son vida. La cruz no puede ser entendida simplemente como un mal cotidiano fruto de nuestra existencia natural, como la propia condición de miedo, de angustia, de sufrimiento ante las propias miserias y muertes que podemos experimentar. Toda persona vive la vida en una situación dialéctica entre el bien y el mal en medio de luchas y dificultades. Quien entra en el camino del seguimiento se sitúa ante la vida y la muerte desde un plano totalmente nuevo. La cruz es con-sufrir con Cristo, es vinculación y comunión con los sufrimientos de Cristo. El discípulo-seguidor de Cristo sitúa al cristiano en un combate diario frente al pecado. Las heridas que son infligidas en esta lucha, las cicatrices que el cristiano conserva de ella, son signos vivos de la comunión de amor con Cristo en la cruz[198]. Pero el sufrimiento vivido con Cristo no es miserable ni deshumanizante, al contrario santificante, divinizante, redentor.

            Sólo el sufrimiento de Cristo es un sufrimiento reconciliador. Cristo ha sufrido por causa del pecado del mundo, cargando con nuestros pecados cayeron todo el peso de nuestras culpas sobre él[199], mas sus heridas nos trajeron la paz[200], por las fatigas de su alma justificó a muchos[201]. Así también el discípulo es llamado con Cristo a cargar la cruz desde una actitud de ofrenda y de agradecimiento agradable al Padre. El cristiano unido a Cristo en la cruz se convierte en portador del pecado y de la culpa en favor de los hombres. Quedaría aplastado bajo este peso si él mismo no fuese sostenido por el que ha llevado todos los pecados. Pero en la fuerza del sufrimiento de Cristo le es posible triunfar de los pecados que recaen sobre él, en la medida en que los perdona.[202]






20. EL MARTIRIO, TESTIMONIO SUBLIME DE LA FUERZA Y DEL PODER DE DIOS

Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte,
pues para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia.
(Flp. 1, 21)

            Extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieras. Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Y dicho esto añadió ‘sígueme’[203]. Con la palabra ‘sígueme’ que repetía aquella que le había sido dirigida por Jesús la primera vez, ha edificado la vocación sobre la naturaleza más profunda, aquella en la que el alma y el toque del Espíritu Santo creador se funden en unidad. Pero es cuanto Dios cumple también en nosotros en el Bautismo y que renueva cada vez en el sacramento… con Jesús médico, con Jesús que conoce y ama a cada hombre. Gracias a la mediación de la Iglesia nos es ofrecida así la posibilidad de encontrar la transparencia de Cristo que ha amado a Pedro hasta el fondo y lo ha vuelto a llamar después de la caída[204].

            El apóstol se verá llamado a poder reproducir en su misma vida el amor hasta el extremo del maestro y descubrir en ello la máxima gloria. Cristo será glorificado en mi cuerpo por mi vía o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia[205], Todo lo tengo por pérdida, más aún como basura, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él hasta hacerme semejante a él en su muerte[206].  Aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio, como ofrenda de vuestra fe me alegraría y me congratularía con vosotros[207].


           Como afirma una epíclesis antiquísima del siglo IV:

“El Espíritu Santo no sólo da testimonio en el sufrimiento de la pasión del Señor, sino también en aquél que anima en el interior del alma del testigo (mártir) transformándolo en sacrificio de suave olor”[208].

La sangre derramada en el martirio vendrá, pues, a ser el sacrificio más agradable a Dios y la semilla más fructífera al servicio de la propagación de la fe de la Iglesia. Los numerosos testimonios de los seguidores de Cristo y de los numerosos mártires[209] que murieron por confesar su fe y su amor al maestro atestiguan la verdad de su mensaje con el don de sus vidas, que es sin duda alguna la manifestación, la revelación y el anuncio más sublime de la verdad. El martirio es el testimonio y confesión culminante del verdadero seguidor de Jesús[210], porque es confesión del amor radical a Dios y a los hombres.

            Todos los cristianos están llamados a este testimonio de coherencia, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. Ante las múltiples pruebas y dificultades a las que pueden ser sometidos; los cristianos, sostenidos por el don del Espíritu recibido de Cristo, han sido capacitados a superarlas a la vista del premio eterno[211].

            Queremos hacer mención, en este punto, del testimonio precioso de uno de los mártires de la primitiva Iglesia, que selló el final de su vida terrena con esta profesión de fe en la Trinidad:

 …Yo te bendigo porque me tuviste digno de esta hora a fin de tomar parte, como contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida en alma y cuerpo y en la incorrupción del Espíritu Santo… por lo tanto yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote Jesucristo, tu siervo amado por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo ahora y en los siglos por venir”[212].

            Así, revestidos de la fuerza que viene de lo alto, la vida entera del apóstol[213] puede ser una liturgia, ofrenda asociada al sacrificio de Cristo al Padre. Este vivir bajo la acción del Espíritu Santo, como a Jesús, no puede sino llevar a ser himno viviente a la gloria de Dios[214], objeto de las complacencias del Padre [215]: porque la alegría de Yahvé es vuestra fortaleza[216].





CONCLUSION

            La vida del cristiano, del testigo y anunciador de Cristo se ve atravesada por esta experiencia de la participación kenótica: vaciamiento de uno mismo por amor, que se ve continua y perfectamente vencida por la bienaventuranza infinita, hasta el punto que no se habla ya tanto de sacrificio y sufrimiento, sino de glorificación y amor perfecto[217]., que nace de la comunión y de la permanencia en el Señor[218]. El apóstol participa así de las alegrías y de los amores de Cristo, y es de aquí de donde nace la fortaleza martirial-testimonial.

            Desarrollando el tema de esta kénosis de amor en relación al Espíritu Santo, S. Bulgakov, teólogo relevante de la teología ortodoxa, hace la siguiente aportación original: “El Espíritu es el amor que reúne en sí mismo todo el proceso de amor: la renuncia de sí en el sacrificio, la sacrificialidad del amor y su bienaventuranza… en este anonadamiento sacrificial se cumple la bienaventuranza del amor, la auto-dilección, el ápice de amor. Así en el amor que es la Santísima Trinidad, la tercera hipóstasis es el amor mismo, que realiza en sí, hipostáticamente toda la plenitud del amor”[219]. El Espíritu Santo es precisamente la alegría del amor de sacrificio, su bienaventuranza y su realización. Como puede argüirse de la concepción de Bulgakov, el subrayado de la kénosis del Espíritu Santo no implica absolutamente ninguna forma de patripasianismo, sino el infinito dinamismo de amor que se realiza eternamente en Dios.

La experiencia de la vida trinitaria no se refiere solamente al individuo en cuyo espíritu, como en un castillo interior habita el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo[220], sino también a la propia misión de la Iglesia, en la comunidad de creyentes, en la realidad de todo el cuerpo de Cristo. “Dios que está en mí, que ha plasmado mi alma, que reside en ella en Trinidad, está también en el corazón de los hermanos. No es razonable que yo lo ame sólo en mí. Por tanto mi celda es nosotros: mi cielo está en mí y como en mí en el alma de los hermanos”[221].

Podemos por ello pensar que el dolor particular de Jesús en su abandono en la cruz, Tengo sed[222], tiene también una relación especial con el Espíritu Santo. Jesús en la cruz advirtió en aquel tremendo instante de su agonía final la separación del Padre. Pero el que lo ligaba y lo sigue ligando al Padre en la comunión personal, ¿no es precisamente el Espíritu? Entonces se podrá pensar que es en el abandono donde se da el signo del amor espirante que procede del Santo Espíritu[223]. Cristo nos enseña en la cruz a hacernos uno con Dios y con los hermanos. Nos enseña a hacer callar pensamientos y afectos; a mortificar nuestros sentidos, a postponer incluso las aspiraciones personales para poder “hacernos uno con los prójimos”, es decir, para servirle y amarle en los hermanos[224], teniendo sólo el amor como única norma de conducta para vencer el mal con la fuerza del bien[225].

Acercándonos al fin de esta reflexión, creo que es justo remarcar el carácter gratuito de la llamada de Dios y la dimensión de don que supone la vivencia de la vocación y la misión. La vocación es vivida como participación del gran Don de Dios: su Espíritu. Es en el Espíritu, en la actitud de la constante apertura y acogida al Don de Dios, como se vive también la misión en una actitud de agradecimiento fruto del amor magnánimo de Dios, que lo da total y completamente gratis. Esto supone que en relación al Creador, la creatura no goza de ningún título que le haga acreedor del don de Dios: Dios no está condicionado de ninguna manera para dar el don: el Espíritu sopla donde quiere…[226]. 

Al hombre le es dado colaborar activamente, en mayor o menor medida, con este don, que no le “pertenece”, pero que pide su colaboración. Es, pues, fundamental la memoria habitual de la actuación de Dios en la propia vida concreta desde una acción de gracias y de profunda alabanza como la de nuestra madre María. Secundar su acción, tomar conciencia de esa actuación de Dios, es la tónica de la existencia de María, que discurría a cada paso acerca de los acontecimientos y los guardaba y meditaba cuidadosamente en su corazón[227]. Esta debe de ser la actitud propia del discípulo de Cristo, cuya vida se transforma como la de María en un Magnificat[228].

            



[1] “Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (EN 7; Cf. RMi 88)
[2] Cf. EV 78.
[3] Cf. EN 21. 49. 76.
[4] La EN dedica todo el capítulo VI a ese tema con dos partes bien diferenciadas: en primer lugar se subraya el compromiso general de toda la Iglesia y de todos los cristianos de evangelizar, sabiendo, no obstante, que se evangeliza solamente “en” la misión de la Iglesia. La segunda parte especifica cómo las tareas de la evangelización son diferenciadas, correspondiéndole a cada miembro una determinada función, según su ministerio específico. De la misma manera la carta encíclica RMi destina todo el ca VI a este tema. En este sentido señala: “No se da testimonio sin testigos (mártires). No existe misión sin misioneros. A todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe según su genuína condición…a través de una entrega que abarque toda la persona, exigiendo de él, una donación sin límites de fuerzas ni tiempo. Cf. EN 59-65, RMi 61-76.
[5] Cf. Jn 12, 32; 14, 6; VS 87. EV 51.
[6] Cf. EV 51; VC 15-16.
[7] Cf. Os 1, 2; 2, 16-18.
[8] Cf. Jer 2, 2.
[9] Cf. Ez 16, 8.
[10] Cf. Is 50, 1; 54, 5-8.
[11] Cf. Ef 5, 22-23; MuD, capítulo VII.
[12] Cf. Jn 15, 1-5; RH 13; RMi 4;  AGUSTÍN DE HIPONA, In Ioannis Evangelium tractatus, 2,11; 21,8; 80,1.
[13] Cf. Ef 2, 16; 3, 17; JUAN CRISÓSTOMO, Cat. 3, 13-19: SC 50, 174-177.
[14] Cf. Ct 3, 4; 8, 3; LEÓN MAGNO, Sermón 8, sobre la pasión del Señor 6-8: PL54,  40-342.
[15] Cf. RH 11. Este punto desarrolla el tema del misterio de Cristo en la base de la misión de la Iglesia y del cristianismo.
[16] Cf. Ef 4, 13-16. Cf. S. AMBROSIO, In Luc. 2, 87: PL 15, 1585.
[17] “Merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida”. (Cf. EV 5).
[18] “No hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador si no más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación y fuerza de Dios” Cf. Catequesis de Jerulalén, 13, 6, PG 33, 773
[19] “El hombre debe de responder al llamamiento de Dios de tal modo que no asintiendo ni a la carne ni a la sangre se entregue totalmente a la obra del Evangelio. Pero no se puede dar esta respuesta si no lo inspira y lo alienta el Espíritu Santo” (AG 24)
[20] Cf. S. Agustín, Sermón 336 1.6 PL 38, 1471 y Comentario al Evangelio de S. Juan 2, 11. NBA XXXIV 1-2
[21] Siguiendo el ejemplo de Jesús: “El no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza sino voluntariamente. Fue, pues, a la pasión por su libre determinación contento con la gran obra que iba a realizar consciente del triunfo que iba a obtener”, Cf. Catequesis de Jerulalén, 13, 1-3, PG 33, 771-3
[22] “Agujerearon sus manos y sus pies y atravesaron su costado con una lanza y a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre…es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor…¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura?…esta se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento…” Cf. S. BERNARDO, Comentario al Cantar de los Cantares, Sermón 61, 3-5. Opera Omnia 2, 150-151.
[23] El peligro de un activismo será siempre una trampa para el apóstol que pronto quedará agobiado y sin fuerzas. No podemos fiarnos de nuestras propias fuerzas. Decía Pablo VI: “No anunciamos una salvación puramente inmanente a medida de las necesidades materiales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal sino una salvación que desborda todos estos límites y que se realiza en comunión con el único Absoluto, Dios.  Las resistencias, muchas veces humanamente insuperables, acaban por dejar desalentado y en la cuneta quien no se apoya en la gracia y acción de Dios. No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo”. (Cf. EN  27, 75). En nuestro tiempo actual se precisa conjugar contemplación y misión, dice Juan Pablo II: “El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del hacer por hacer. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer”. NMI 15.
[24] Cuando se habla de la “entraña” del apóstol no es algo vanal sino nuclear. Así lo declaran multitud de Santos y maestros espirituales: Sta Teresa, S. Juan de la Cruz, Sta Catalina de Siena o S. Bernardo: “Yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia” Cf. S. BERNARDO, Comentario al Cantar de los Cantares, Sermón 61, 3-5. Opera Omnia 2, 150-151.
[25] “Tal es el modo como el Señor se puso a nuestro servicio y como quiere que nosotros nos pongamos al servicio de los demás…fue su abajamiento lo que nos levantó de nuestra postración. También nosotros debemos de poner nuestra pequeña parte a favor de sus miembros”. S. Agustín, Sermón Güelferbitano 32, PLS 2, 639.
[26] “Jesús que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tu, ¿no te crucificarás por Él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a Él, saldando la deuda que tienes con aquel que fue crucificado por ti”. (De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis !3, 1.23: PG 33, 802) 
[27] Cf. Lc 9, 21- 22.
[28] Cf. D. BONHOEFFER, El precio de la gracia. El seguimiento (Capítulo: El seguimiento y la cruz), Salamanca, 1986, 50-56.
[29] Cf. Rm 8, 29.
[30] Cf. EV 36.
[31] Cf. Mt 5, 48; 19, 16. 21; VS 18.
[32] Cf. 1Cor 1, 18-25; Rm 5, 1-11.
[33] La cruz es la prueba suprema de la fidelidad a Jesús. Su cruz -y la nuestra- no tienen sentido sino al interior de la fidelidad a una misión. Cf. S. GALILEA, El seguimiento..., 73-82; G. MARCHESE, Il discepolado di Gesù, en: CC III 1992, 131-144.
[34] La dialéctica de la cruz como integración dialéctica entre gracia sobrenatural actuando en nuestra naturaleza humana, expuesta al pecado, da pie a descubrir la lucha interior por ordenar todo nuestro ser a la llamada del Señor, cf. P. COUTUNER, Écrits Magnificat, Paris 1995, 324; J. RIDICK, Un tesoro en vasijas de barro, Madrid 1968, 20.
[35] Cf. R. GUARDINI, Realismo crítico, en: Humanitas 30, 1979, 95-101.
[36] El seguimiento de Cristo como imitación libre desde la obediencia a su voluntad, viene mencionado por numerosos Padres. Citamos entre otros: HIPÓLITO, Tratado contra la herejía de Noeto, ca 9-12: PG 10, 815-819; y sobre todo IRENEO DE LYON, Adversus haereses, III,20,2-3: SC 34, 343-244; IV, 20,4-5: SC 100, 634-640; IV,13,4-14: SC 100, 534-540.
[37] S. Bastianel profundiza en este vivir en Cristo a través de una vida de oración en un proceso permanente de real conversión interior, que va haciendo madurar la persona creyente en el efectivo conformar la conciencia a actuar como Cristo, en el modo suyo de sentir, de valorar, de decidir, de vivir desde la interioridad del corazón y en la exterioridad del gesto. Cf. Sergio BASTIANEL, La preghiera nella vita morale, Casale Monferrato, 1995.
[38] S. Galilea pone en relación la dinámica de conversión con la dinámica de seguimiento: seguir a Cristo implica la decisión de someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Cristo. Por eso hablar de seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de “venderlo todo”, en la expresión evangélica, con tal de adquirir esa “perla” y ese “tesoro escondido” que constituye el seguir a Jesús (Mt 13, 44-46). Sólo Dios puede exigir un seguimiento así, y es que seguir a Jesús es seguir a Dios, el único Absoluto. Cf. S. GALILEA, El seguimiento..., 9.
[39] Cf. 1Cor 15, 20-28; Ef 1, 10; Ap 12, 10.
[40] Cf. EN 10: “Este Reino y esta salvación -palabras clave en la evangelización de Jesucristo- pueden ser recibidos por todo hombre como gracia y misericordia, pero a la vez cada uno debe conquistarlos con la fuerza [‘el Reino de los cielos está en tensión y los esforzados lo arrebatan’ dice el Señor (Mt 11, 12; cf.: Lc 16, 16)], con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al evangelio, con la renuncia y la cruz, con el espíritu de las bienaventuranzas. Pero, ante todo, cada uno los consigue mediante un total cambio interior, que el evangelio designa con el nombre de metanoia, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón” (cf. Mt 4,17).
[41] Cf. PC 1; VS 18; VC 18.  T. Matura muestra que los tres tradicionales votos o consejos evangélicos deben referirse no tanto a la categoría de una estructura privilegiada de la vida consagrada, sino que deben referirse más bien a la noción de radicalismo evangélico, es decir, en tomar en serio las exigencias más extremas, pero también más dinámicas y motivadoras, del mensaje evangélico. Cf. T. MATURA, De los consejos de perfección al radicalismo Evangélico, Santander 1984.
[42] Cf. VC 19.
[43] Cf. Ef 5, 22; VC 19.
[44] Cf. VC 21.
[45] AG 24.
[46] “Cristo padeció para fundar el Reino de Dios, y todos los que prosiguen su obra han de participar igualmente de sus padecimientos. Ciertamente Pablo no pretende añadir nada al valor propiamente redentor de la cruz, al que nada le falta; pero se asocia a las ‘tribulaciones’ de Jesús, es decir, a sus tribulaciones apostólicas. Cf. 2Cor 1, 5; Flp 1, 20. Esas tribulaciones de la era mesiánica, Mt 24, 8; Act 14, 22, 1Tim 4, 1, suponen una medida prevista por el plan divino, y que Pablo, como apóstol de los gentiles, se siente muy especialmente llamado a colmar” (Nota de la Biblia de Jerusalén a Col 1, 24). Cf. SD 19-24.
[47] Veremos que cuando el motivo por el que se “carga con la cruz” de Cristo, significada en los sufrimientos de los hermanos, es precisamente en orden a la misión que él nos confía, la cruz empieza a revestir en el cristiano tintes de fecundidad. El Papa pidió en la homilía de la Catedral de México, con motivo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Puebla (México), en 1979: “Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación, y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida… Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público”.
[48] Mc 8, 34; 9, 35; Mt, 27, 46.
[49] Cf. GS 10; EV 33.
[50] Mt 25, 40; Cf. EV 43.
[51] Cf. Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo 2, 3: PG 58, 508; EV 87.
[52] Mc 10,39
[53] Cf. DM 38; EV 25.
[54] Jn 12, 26.
[55] Por el bautismo actualizamos la muerte de Cristo y somos incorporados a la misma vida de Cristo (Rm 6). El bautismo del cristiano es presentado como figura de la pasión de Cristo. La inmersión en el agua es símbolo de la inmersión de Cristo en la muerte, imagen y símbolo de los tres días de su sepultura. Nuestro bautismo es tipo y expresión de la pasión de Cristo. Cf. CIRILO DE JERUSALÉN, “De las catequesis de Jerusalén”, Catequesis 20 (Mistagogica 2) 4-6: PG 33, 1079-1082.
[56] Mt 28, 19; Cf. AG 2; EN 14.
[57] VC 25.
[58] H. U. Von Balthasar hace mención a que toda verdadera fecundidad de la vida procede de la irrevocabilidad. Citando a Kierkegard, llama a este modo de vivir “existencia estética”. Menciona el peligro de si solamente bajo pretextos éticos se escoge la existencia estética. Mencionando a Pablo, hace referencia a la paradoja de la cruz, diciendo que las cosas espirituales solamente los hombres espirituales pueden captarlas. La doctrina de la cruz es una necedad para el mundo, pero una necedad que es sabiduría escondida de Dios, la cual convence al mundo de que su sabiduría es estupidez. Cf. H. U. Von BALTHASAR, Chi è il cristiano?, Brescia 1966,  91.( trad. ital)
[59] En toda la pastoral magisterial de Juan Pablo II, desde su primera encíclica RH (Cf. n. 11) pasando por RMi (Cf. n. 4), hasta las últimas: TMA (cfr.: 6), se deja ver la centralidad del misterio de Cristo y de su misterio Pascual asociado a la misión. En definitiva, es el intento de asociar la teología de la cruz con la teología de la manifestación de la gloria. Muchas son las profundizaciones que se han hecho que ponen en conexión la teología de la cruz con la teología de la gloria. Tema sin duda clásico en toda la teología de S. Irineo, y profundizado actualmente por Balthasar en su Teodramática y Estética teológica (Gloria), aunque no pudiera completar esta última parte. Cfr.: H. U. Von BALTHASAR, Theodramatic. Die Personen dei Spiels II: Die personen in Christus, Einsiedein 1965.
[60] “Gloria Dei vivens homo”: IRENEO, Contra las herejías, IV,20,7: Sch 100/2, 648-649.
[61] “Vita autem hominis visio Dei”: Id.
[62] Cf. GS 19; EV 37.
[63] Cf. S. LEON MAGNO, Sermón 8, sobre la pasión del Señor, 6-8: PL 54, 340-342.
[64] S. GALILEA, La Inserción en la vida de Jesús y en la Misión, Bogotá 1991,  11. En cuanto a lo que se refiere al auténtico humanismo, este concepto se desarrolla también en otros documentos del Magisterio: Cf. PABLO VI, Carta encíclica Populorum progressio 21; RH 14 y 15.
[65] 1Cor 11, 24-25. Dice S. Gaudencio de Brescia: “Quiso el Señor que las almas redimidas por su preciosa sangre, fueran santificadas por este sacramento imagen de su pasión. De este modo los sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca y recibiéndolo en el pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención”. Cf. GAUDENCIO DE BRESCIA, Tratado 2: CSEL 68, 30-32.
[66] LG  26; Cf. S. LEÓN MAGNO, Sermón 63, 7: PL 54, 357c.
[67] 1Jn 3, 16.
[68] Cf. EV 51.
[69] Frente a la inercia del que se queda pasivo, esperando que Dios todo lo haga, se nos pide secundar su gracia, la acción del Espíritu. Esto pide trabajo y misión desde una actitud de fieles colaboradores(1Cor 4, 1ss). «“¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20). Esta espera es lo más opuesto a la inercia: aunque dirigida al Reino futuro, se traduce en trabajo y misión, para que el Reino se haga presente ya ahora mediante la instauración del espíritu de las bienaventuranzas, capaz de suscitar también en la sociedad humana actitudes eficaces de justicia, paz, solidaridad y perdón»: cf.: VC 27.
[70] Flp 1, 21; Cf. Gal 2, 20; 6, 14. 17; EV 51; VC 15. 25.
[71] Cf. EV 66-67. El paso de la ley antigua a la ley nueva comunicada por el Espíritu de Cristo, donde el hombre encuentra toda la plenitud, y sobre la superación y primacía de esta ley del Espíritu sobre la ley moral natural, se han realizado numerosos trabajos: Cf. S. TOMMASO: Summa theologica Ia-IIae, 107, 3c; A. VALSECCHI, La “Legge Nuova” del Cristo secondo S. Tommaso d’Aquino, Varese 1963; F. TILLMANN, Die Idee der Nach folge Christi, Düsseldorf 1953; R. SCHNACKEMBURG, Die Sttliche Botschaft des Neuen Testaments, Müchen 1962; J. FUCHS, “The Law of Christ”, recogida en E. McDonagh (ed.), Moral theology Renewed, Dublin 1965,  70-84; K. DEMMER, Seguire le orme del Cristo, Roma 1995.
[72] Cf. VS 89.
[73] Cf. VC 18.
[74] Cf. VS 90. 93.
[75] TMA 37.
[76] Varios son los trabajos donde se profundiza la hilazón entre cruz, martirio y misión. A este propósito son interesantes las aportaciones de: J. ESQUERDA BIFET, Fecundidad misionera del misterio de la cruz, en: Omt. Roma (1995), 133-138; B.R. GHERARDINI, Il martirio nella moderna prospettiva teologica., en: Div. (1982), 19-35; En esta misma orientación el Papa se refería al final de su alocución del Ángelus en la IV Jornada de oración y ayuno por los misioneros mártires: “Hoy… recordamos cuantos, en tierras de misión, han servido a la causa del Evangelio hasta el martirio. Con su sacrificio, han prolongado y difundido en el mundo la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte… Su testimonio encierra una gran fuerza de vida, como el grano que, muriendo en el surco de la tierra, produce mucho fruto” (cf.: Jn 12, 24). Cf. JUAN PABLO II, OR (29 de marzo de 1996) , 1.
[77] Cf. 1Cor 9, 16.
[78] EN 14; Cf. EV 78.
[79] Cristo, La Palabra, es el mediador y plenitud de la revelación. Cristo manifestó a su Padre y así mismo a los apóstoles, enviándoles el Espíritu Santo para que predicasen el Evangelio y congregasen la Iglesia. Cf. Conc. Vat. II, Const.Dogmática sobre la Divina Revelación: Dei Verbum. Cf. DV 2, 17. RMi 44.
[80] 1Jn 1, 3; Cf. EV 80.
[81] La vida de oración y de santidad parecen ser exigencias constantes para los evangelizadores en todos los documentos magisteriales. La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La llamada a la santidad solo puede ser acogida y cultivada en el silencio de la adoración ante la infinita trascendencia de Dios. Todos tenemos necesidad de este silencio cargado de presencia adoradora, para que no se olvide nunca de que “ver a Dios” significa “bajar del monte” con un “rostro tan radiente” que obligue a “cubrirlo con un velo ( Cf. Ex 34,33; Mt 17, 1 ss.). Cf.VC 38; EV 83; RMi 90; Ch Lai. 17; Carta a Orientale Lummen 16.
[82] Cf. Ef 3, 1-19. En palabras del mismo pontífice: ¿Por qué la misión?. Porque a nosotros, como a S. Pablo, se nos ha concedido la gracia de anunciar a todos” las inescrutables riquezsas” de Cristo. Cf. RMi 11.
[83] Cf. EV 84.
[84] Cf. 1Cor 2, 2; S. GREGORIO DE NISA, Sobre las Bienaventuranzas. Sermón 7: PG 44, 1280.
[85] Cf. 1Cor 2, 9; Ef 3, 18-19.
[86] 1Jn 1, 4; Cf. EV 80.
[87] Cf. Rm 12, 1-2.
[88] Cf. Jn 15, 19; 17, 16.
[89] Cf. Jn 16, 5; EV 82.
[90] Cf. PO 13. Los evangelizadores darán lo contemplado, gustando profundamente las irrastreables riquezas de Cristo y la multiforme sabiduría de Dios, cuyo misterio escondido de los siglos ha sido revelado en Cristo. El testimonio de sacrificio y de ejercicio de la cruz voluntario, y eso hasta el sacrificio de la propia vida con Cristo, es un ideal verdaderamente muy alto si no se profundiza contemplativamente en el altísimo significado de la cruz de Cristo y del amor hasta el final.
[91] No se mengua la necesidad del anuncio explícito del mensaje por medio del ministerio de la Palabra (Act 6,4) tal como lúcidamente se expresaba en la EN 22: “el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar ‘razón de vuestra esperanza’-, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La buena nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida”.
[92] En relación a la plenitud del culto, señala la constitución Sacrosanctum concilium sobre la Sagrada Liturgia, del Concilio Vaticano II: «Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad ( 1Tim 2, 4)… cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo,… Mediador entre Dios y los hombres… En Cristo ‘se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino’… Esta obra de la redención humana y de la glorificación perfecta de Dios… Cristo la realizó principalmente por el misterio Pascual de su bienaventurada pasión, de su resurección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio, ‘con su muerte destruyó nuestra muerte, y con su resurrección restauró nuestra vida’. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia», cf.: SC 5.
[93] Cf. LG 5;8; Rm 12, 1; Mt 5, 48.
[94] Sobre este punto es útil la referencia a J. ESQUERDA BIFET, Teología de la Evangelización. Curso de Misionología, Madrid 1995, 203-217. También del mismo autor: “El despertar misionero en América Latina”, en: EunDoc 45 (1992),  159-190; J. CAPMANY, “Responsables y agentes de la pastoral misionera” en: AA.VV. Id y haced discípulos a todas las gentes, Valencia 1991, 225-2247; M. BONET, “Solicitud pastoral de los obispos en su dimensión universal”, en: AA.VV: La función pastoral de los obispos, Salamanca, 1967; J. SARAIVA, “Il dovere missionario dei pastori”, en: AA.VV. Chiesa e missione, Roma,, 1990.
[95] Cf. Mc 10, 35-45; Mt 28, 16-20. Aquí se puede referir todo lo que hemos ido viendo en los capítulos anteriores sobre el bautismo como acceso a la comunión trinitaria. Jesús, queriendo agregar a la comunión trinitaria todos los hombres, envía a los discípulos a bautizar y a enseñar a guardar todo lo que El ha enseñado. El bautismo es, así, asociarse a la pasión de Cristo y enseñar a guardar lo por El mandado, asociarse a su misión para adentrar en esa comunión a todos los hombres. Esto supondrá un bautismo-muerte-conversión constante.
[96] Cf. Jn 17, 19.
[97] “Hay que enseñar no sólo con palabras, sino con hechos”: Cf. S.CIPRIANO, Tratado sobre el Padre Nuestro 28,20:  CSEL 3, 287.
[98]Cf. Mc 10,38-39.
[99] En lo que se refiere a hacer discípulos, en esta orientación del participar del sacrificio de Cristo para introducir a su vez a los hombres en esta dinámica bautismal, el mismo Concilio dice: Cristo «envió a los Apóstoles… no sólo para que, al predicar el evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos… Así, mediante el Bautismo, los hombres se insertan en el misterio Pascual de Cristo… reciben el espíritu de adopción… y así se convierten en los verdaderos adoradores que busca el Padre», cf.: SC 6.
[100] Cf. DV 38.
[101] 1Tes 3, 2-8.
[102] Col 1, 24. 28.
[103] Gal 4, 19; Cf. 1Tes 2, 8.
[104] 2Tim 2, 10.
[105] 2Cor 12, 19.
[106] 2Cor 11, 2.
[107] Cf. EV 87.
[108] Cf. EV 88.
[109] Cf. EV 89.
[110] Cf. EV 92.
[111] Cf. EN 25.
[112] Cf. EV 92. 93. 94.
[113] Sería interminable la lista de citas de esta realidad tan presente en los escritos paulinos. Véase por ejemplo: Gal 2, 19: “estoy crucificado con Cristo”; “jamás presumo de algo que no sea llevar la cruz de Cristo… ya tengo bastante con llevar en mi cuerpo las llagas de Jesús” (Gal 6,17).
[114] Cf. 1Cor 4, 2. En la fidelidad se subrayan la profunda comunión con la Iglesia, respeto, diálogo misionero, actitud caritativa y operante con los signos de la presencia de Cristo en las culturas de los hombres, pero sin que por eso sean privados de la proclamación clara de la muerte y resurrección de Cristo; preocupación por la Palabra, amor preferencial por los más necesitados, santidad del evangelizador… empeñándose en esa tarea todos en la Iglesia a partir del ministerio y carisma que a cada uno para bien de todos ha concedido el Espíritu Santo.
[115] Cf. EN 26.
[116] Cf. 1Pe 5, 1-4.
[117] Dice Pablo:  …pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal (1Cor 4, 11).
[118] Jn 15, 13: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.
[119] Cf. EV 95. 96. 98
[120]Cf. CA 24; CF 13; EV 96. 98. 101. Cf. EN 26.
[121] J. PABLO II, “Redemptoris Missio”, Ca III, nº 21.
[122] Id., 22.
[123] K. RAHNER, Investigaciones teológicas, Vol XIII, 77.
[124] J. PABLO II, Homilía: 29 de junio 1995: “Las tradiciones griega y latina respecto a la procesión del Espíritu Santo”, en L’Osservatore Romano, 12 de enero de 1996,  9; Cf. B. STUDER, Dios salvador en los padres de la Iglesia, Ca XVI, “Las grandes tradiciones cristológicas”, Salamanca 1993,  293-310; P. CODA, Dios uno y trino, parte III, “Unidad y distensión de la teología trinitaria de oriente y occidente”, Salamanca 1993, 203-212.
[125] S. TOMAS, L’amité avec Dieu. Essai sur la vie spirituelle d’après Saint Thomas d’Aquin, Estudios de H.D. NOBLE, sobre la vida espiritual de S. Tomás de Aquino, Paris 1932, 337.
[126] Cf., Act. 1, 3.
[127] Cf., Mt 28 18-19.
[128] J. PABLO II, “Dominum et vivificantem”, DeV 58-59.
[129] PH. FERLAY, Compendio de la vida espiritual, 171-173.
[130]Cf., Act 2, 1.
[131] J PABLO II, “Redemptoris Missio”, RMi 22. “El libro de los hechos, escribe G.H. Prats, permite apreciar un progreso notable hacia la personalización del Espíritu”: Cf. G.H. PRATS,. L’Esprit, force de L’Eglise, sa nature et son activitè d’après les Actes des Apôtres, Paris 1975, Estudio citado por Y. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona 1983, 75.
[132] S. J. CRISÓSTOMO, Comentario a 1Cor 1, 18, Homilia 4, 3.4: PG 61, 34-36.
[133] Cf., Act 2, 43.
[134] P. POKORNI, Cristologie et baptême à l’epoque du chritianisme primitif, en: NTS 27 (1981), 365-380.
[135] B. STUDER, Don salvador en los padres de la Iglesia. Trinidad cristológica y soteriológica, Salamanca 1993,  361.
[136] A. RIAUD, La acción del Espíritu Santo en las almas, Madrid 1983, 99.
[137] 1Cor 1, 27.
[138]Cf. 1Tim 1, 12-17.
[139]Col 1, 29
[140]2Cor 12, 10.
[141]2Cor 4, 7-10.
[142]1Cor 4, 9.
[143]2Cor 6, 8-10.
[144] 1Cor 2, 3-5: Me presenté a vosotros sin recursos y temblando de miedo; mi predicación y mi mensaje, no se apoyaben en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.
[145]2 Cor 12, 8.
[146] Cf. C. M. MARTINI, Hombres de paz y de reconciliación, Santander 1988, 52.
[147] J. Paul IIEntrez dans l’Espérance” Paris 1994, 112.
[148] Cf. J. Pablo II “Mensaje de la vigilia de la X jornada mundial de la Juventud”, Manila enero 1995.
[149]Cf. Fil 2, 5-7.
[150] Cf. J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad. Espiritualidad de la cruz, Madrid 1993, 81.
[151]Cf. RMi 88.
[152]Mt 10, 16.
[153] Hablando de los religiosos, la Exhortación apostólica Evangelium Nuntiandi comenta: “Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida…” (EN 69).
[154] Es la misma experiencia ya vivida por Jeremías: No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra…(Jer 1, 17b-18a).
[155] Cf. S. JUAN Crisóstomo, Comentario al Evangelio de San Mateo, Homilia 33, 1.2: PG 57, 338-339.
[156]Cf. 1Sam 17, 50.
[157]Fil 4, 13.
[158]1Jn 4, 18.
[159] Cf. 1Cor 4, 7.
[160]  Cf. S. Gregorio Magno, Libro de Job. Libro 1, 2, 36: PL 75, 529-530.
[161] Cf. Jn 6, 57; 15, 5.
[162] Rm 14, 8.
[163] Ct 3, 4
[164] Cf. J. ESQUERDA BIFET, La fuerza en la debilidad. Espiritualidad de la cruz, 85.
[165] Cf. Jn 12, 26.
[166] Cf. Ap 14, 3.
[167] Cf. Mt 28, 16.
[168] Is 61, 1.
[169] Mt 10, 18.
[170] Pablo VI. Discurso a los miembros del Pontificio Consejo de Laicos, (2 de octubre de 1974): AAS 66 (1974), 568 (citado en EN 41).
[171] Gal 3, 3.
[172] Cf. Jer 15, 19.
[173] Lc 22, 33.
[174]  Cf. C. M. MARTINI, Las  confesiones de Pedro, Estella 1995, Cap 3: “Las pruebas de la vocación de Pedro”: “La llamada de Pedro no implica solo el movimiento de un proceso ascendente, sino también el contrapunto de la prueba de la equivoación” (…) El hombre no hace una verdadera conversión, una experiuencia profunda de Dios “si no pasa, al menos en alguna ocasión,  por esta prueba límite, si no se ve all borde del abismo de la tentación más agobiante, si no siente elñ vértigo del precipicio del más desesperado abandono, sino se encuentra absolutamente solo, en la cima de la soledad más radical”,  67-76.
[175] Lc 22, 34.
[176] Jn 14, 3.
[177] Lc 5, 8.
[178] Jer 6, 27.
[179] Mt 16, 18.
[180] Cf. C.M. MARTINI, Las Confesiones de Pedro, Estella 1995:  “Jesús devuelve la confianza a Pedro. Pedro ha pasado por la prueba, ha sido acrisolado a fuego, y está purificado de sus perplejidades, de su fragilidad, de sus temores. Ahora puede experimentar a Jesús como el Dios que le devuelve la confianza;  ahora puede comprender su voación –aquella primera llamda a orillas del lago- como don gratuito de Dios, no como orgullosa conquista de su propia fidelidad. (…). Jesús devuelve a Pedro su verdadera identidad. Al mismo tiempo, toca el punto más sensible que subyace a nuestra debilidad, a nuestro pecado, a nuestra fragilidad, y que nos cualifica porque es ahí donde descubrimos que Dios nos ama y que estamos abiertos a su salvación”, 82-83.
[181] Cf. Lc 22, 51-62.
[182] Jn 21, 16.
[183] Is 49, 5.
[184] Cf. 1 Cor 2,3
[185] Flp 3,3
[186] 2 Cor 11, 21.
[187]  Cf. G. M. SALVATI, Teología trinitaria della croce, Torino 1987.
[188] 1 Pe 1, 6.
[189]  C. M. MARTINI, Las confesiones de Pedro, 117-118.
[190] Jn 21, 18.
[191] Cf Fil 3, 13-14.
[192]  C.M. MARTINI, Las confesiones de Pedro,  119.
[193] 1Pe 1, 13.
[194] 2Pe 1, 5-10.
[195] Rm 5, 3-5.
[196] 1Pe 4, 13-16;  Cf. Mt 5, 11-12 .
[197] “Así también al Espíritu se le atribuye  la obra de santificación de los hombres. (…) Es también en el Espíritu que tal redención se realiza y se hace eficaz. Y al Espíritu, amor del Padre y del Hijo, se le atribuye la Bondad de la que nace toda obra de Dios ad extra (y la Pasión es la expresión máxima del Amor de Dios y la acción del Espíritu Santo que hace posible la difusión de los beneficios de la redención en el tiempo y en el espacio”:  G. M. SALVATI, Teología trinitaria della croce, 142.
[198] Cf.Gal 6,17
[199] Cf.Is 53,5
[200] Cf.1 Pe 2,24
[201] Cf. Is 53,11
[202] Cf. D. BONHOEFFER, El precio de la Gracia. El seguimiento, Salamanca 1986, 50-56.
[203] Jn 21,18-19.
[204] Cf.  C. M. MARTINI, Las confesiones de Pedro, 84-85.
[205] Fil 1, 20-21.
[206] Fil 3, 8-11
[207] Fil 2, 17; Ef 5,2.
[208]  Constitutiones Apostolorum, in E. LODI, Enchiridium Euchologicum Fontium Liturgicum, Roma 1975,  395.
[209]  Ver por ejemplo: de S. Ambrosio, obispo, Tratado sobre las vírgenes, Libro 1, caps 2.5.7-9: PL 16 [edición 1845, 189-191: “Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita. ¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer la espada”. También S. Cipriano, Cartas, 9, 1: CSEL 3, 488-489: “Hermanos muy amados: Circulaba entre nosotros un rumor no confirmado acerca de la muerte de mi excelente compañero en el episcopado… hasta que llegó a nosotros la carta que habéis mandado… Gracias a ella, he tenido un detallado conocimiento del glorioso martirrio de vuestro obispo y me he alegrado en gran manera al ver cómo su ministerio intachable ha culminado en una santa muerte. Por eso os felicito sinceramente por rendir a su memoria un testimonio tan unánime y esclarecido, ya que, por medio de vosotros, hemos conocido el recuerdo glorioso que guardáis de vuestro pastor, que a nosotros nos da ejemplo de fe y de fortaleza. en efecto, así como la caída de un pastor es un ejemplo pernicioso que induce a sus fieles a seguir el mismo camino, así también es sumamente provechoso y saludable el testimonio de firmeza en la fe que da un obispo”.
[210]  Cf. JUAN PABLO II, VS 90-94.
[211] S.GREGORIO MAGNO, Moralia in Job, VII, 21, 24 :PL 75, 778.
[212] Actas del Martirio de S.Policarpo de Esmirna, martirizado hacia el año 155 y recogida en Actas Martiriales 1, Padres Apostólicos: BAC, Madrid 1985, 682.
[213] Rm 12, 1-2
[214] Ef 1, 12.
[215] Cf. Mt 3, 17
[216] Neh 8, 10.
[217] P. CODA, “Dios uno y trino. Revelación, experiencia y teología del Dios de los cristianos”, Salamanca, 1993, 268.
[218] Cf. Jn 15, 5.
[219]  S. BULGAKOV, Il paraclito, Bologna, 1971,  122.
[220]  S.Teresa de Jesús, Obras Completas, Burgos 1982,787.
[221]  J POVILUS, “Gesù in mezzo nel pensiero di Chiara Lubich”. Roma 1981, 73.
[222] Jn 19, 28.
[223] Ch. LUBICH, “L’unitá è Gesù abbandonato”, Roma, 1984, 87-88.
[224]  Id., 57,58.
[225] Rm 12, 21.
[226] Cf. Jn 3, 8.
[227] Cf. Lc1,29; 2,19; 2,51.
[228] Cf. Lc1,46ss.
[229] Jn 20, 21.
[230] Jn 12, 26
[231] Cf. Libro de la Vida, 47, 50, 83.
[232] Cf. Libro de la Vida, 249.
[233] Rm 14, 8.
[234] Jn 19, 28.
[235] Cf. Libro de la Vida, 250.
[236] 1Cor 2, 2.
[237] Sal 31, 17.
[238] Col 1, 24-26.