La espiritualidad de los Padres
(Parte III)
LA PROYECCION
1-
LLAMAMIENTO AL AMOR
Toda
la vida nueva, el Reino Nuevo, la Nueva Creación se da a partir de un
encuentro, de una llamada: Jesús llama a estar con él (Mc 3, 14). Es el
principio de un renacer a una vida totalmente nueva: la vida auténtica. Jesús
invita y llama a entrar en esta relación de verdadera confianza, como amigos:
“A vosotros, mis amigos, os digo” (Lc 12, 4); “Os he llamado amigos” (Jn 15,
15).¡¡Cuál la belleza y la grandeza de este maravilloso encuentro!!. El calor
de su comprensión, la dulzura de su ternura, la inmensa belleza de su amistad.
Es el gozo del encuentro más transformante de la vida, la sorpresa
revolucionaria de ser amado de una manera totalmente nueva, sin comparaciones.
Este encuentro y esta primera llamada es el comienzo de una historia de amor
hacia la plena comunión. El llamamiento es el despertarse de aquel amor
auténtico, pleno, fiel, hasta al final que será eterno y definitivo, la alegría
y belleza de este encuentro no se puede retener, es incontenible.
LA
LLAMADA DE JESÚS ES PERSONAL
Dios
se autocomunica, Dios no comunica algo fuera de sí, sino a sí mismo, con amor
indecible, y todo lo que comunica fuera de sí no es otra cosa que la señal o el
símbolo de la voluntad de comunicarse como don supremo.
Al
mismo tiempo la comunicación divina es interpersonal, interpela al otro, al
hombre que la recibe, para que se ponga en un estado de atención, de acogida,
de escucha, de reciprocidad. Sin reciprocidad no hay comunicación. El Dios
viviente llama al hombre viviente. Es la llamada de amor. Interpela al hombre
llamando, prometiendo, amenazando, exhortando. Jesús cuando llama mira y ama al
mismo tiempo: “Jesús, mirándole fijamente, le amó y dijo: “SÍGUEME” (Mc 10,
21).
JESÚS
ME LLAMA
Mientras
Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea (Mc 1, 16a), en el silencio de
todos los ruidos y otras voces del mundo, en el infinito donde queda la voz del
Padre… Jesús vio a unos pescadores y dijo… (Mc 1, 16b-17).
Es
la mirada profunda del amor filial de Dios Padre que desde el principio de la
creación del mundo pensaba en nosotros, nos deseaba, nos amaba, nos quería
suyos. Es la hora esperada, es el tiempo del amor, es el tiempo de la salvación
(Cant 2, 12-13). Había algunos hombres que echaban las redes. Vieron a Jesús
por primera vez, pero como si ya lo conocieran. Ellos escucharon a Jesús por
primera vez, pero como si su acento les fuera familiar. La voz de Jesús tiene
el acento de la verdad, de lo eterno. Jesús los llama con sólo dos palabras:
“Venid conmigo”. Nunca en tan pocas palabras un mensaje y una invitación más
profunda.
ELLOS ESCUCHARON SU VOZ: “VENID CONMIGO” (Mc 1, 17a)
Ahora
mi amor habla: “vamos amada mía, amiga mía: ¡Ven! (Ct 2, 10). Alguna cosa deben
haber visto y escuchado estos hombres que quedaron atraídos y fuertemente
cautivados. Ellos se encontraron con la mirada fija de Jesús, con el amor
personal de Jesús: Jesús lo miró con gran simpatía, con profundo amor y le
dijo… (Mc 10, 21). Jesús les llamó uno a uno, les miró y les amó uno a uno;
Jesús les amó con un amor totalmente nuevo superior a todo otro amor, un amor
sin comparaciones con ningún otro, más allá del amor de padre, madre, esposa,
hijos, hermanos, etc. (Mc 10, 37).
Jesús
les declara su amor eterno y personal y su deseo de convivir con ellos, de
establecer una comunión profunda de vida con ellos; “Jesús los eligió para
tenerlos con él (Mc 3, 14a).
VOSOTROS
SOIS MIS AMIGOS
El
amor busca la proximidad, la cercanía del amado, la convivencia, el trato
familiar e íntimo. Esto es lo que ante todo Jesús quiere brindar y buscar en su
reciprocidad, esta amistad sincera de amigos. Jesús quiere compañeros de camino
con los que pueda compartir todos sus anhelos. Jesús se retiró en la región
cerca del desierto donde se quedó con sus discípulos (Jn 11, 54).
El
Señor quiere la compañía de sus discípulos como si, no encontrando la
comprensión de la multitud, busque llegar al menos al corazón de sus algunos
íntimos amigos, capaces de escuchar y de obedecerle. Delante de su mensaje hace
falta alguien que quiera aceptarlo, vivirlo y tomarlo como norma de su vida. El
Señor tiene ganas de encontrar discípulos, personas que lo conozcan, que lo
entiendan, que lo sigan de verdad.
El
Señor quiere revelar, manifestar su amor y hace falta corazones abiertos.
Solamente los que entran en esta relación íntima con el Señor podrán de verdad
anunciarlo.
OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES (Mc 1, 17b)
Jesús
les eligió para una misión: el anuncio del Reino de Dios (Mc 3, 14b). Una
misión singularísima y delicada en la cual está en juego el destino temporal y
eterno de los hombres: la misma misión salvadora y redentora por la cual él ha
sido enviado: “Como el Padre me envió así os envío, en el mismo empuje de amor
(Jn 20, 21).
El
encuentro con Jesús hace brotar en el discípulo las ganas de comunicarlo. La
novedad de vida, la plenitud de su amor en una acción de gracias total (Lc 1,
46). “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116, 12);
“Anunciaré a los errantes tus caminos, los pecadores volverán a ti” (Sal 51,
15).
Hay
una felicidad al vivir esta fiesta interior del encuentro con el amor que nadie
podrá quitar… y que nos hace capaces de introducir en esta comunión de amor a
todos.
ELLOS AL INSTANTE, LO DEJARON TODO (Mc 1, 20a)
La
llamada de Jesús pide una respuesta pronta, sin demora. El que se para a
deliberar o a observar o a considerar otras dedicaciones no es digno: “El que
pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios”
(Lc 9, 62).
Todos
los que siguen a Jesús han de vivir con la radicalidad del Maestro. La sal es
algo útil, pero también la sal, si pierde su sabor no sirve de nada, ni como
abono para los campos: por eso se tira (Lc 14, 34). Si el apóstol pierde esta
jerarquía y orden de valores ya no vale. “El que quiera venir en pos de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23).
El discípulo debe estar dispuesto a vivir el mismo destino que el Maestro. Si
el apóstol no se libera de todo, de todos y de sí mismo no podrá anunciar con
libertad el Reino de Dios.
Y SIGUIERON A JESÚS (Mc 1, 20b)
El
verdadero discípulo es la persona que de manera afectiva y efectiva es capaz de
salir de sí mismo, olvidándose de todo para vivir totalmente polarizado y
atraído por Cristo y su misión, fijando la mirada solamente en Cristo. Que
tengamos la mirada fija en Jesús: es él que nos ha abierto el camino y nos
llevará hasta el final (Hb 12, 2).
Nosotros
estamos llamados a vivir ya el Reino de Dios. Esta felicidad máxima de comunión
de vida y amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y también a compartir
y ayudar a los demás a entrar en la vida eterna de la Trinidad. “Aquel día
conoceréis como el Padre vive en mí, y yo en vosotros” (Jn 14, 20). “El Padre y
yo haremos morada en vosotros… Yo os doy mi mismo Espíritu de amor de modo que
haréis obras mayores de las que yo he hecho… ” (Jn 14, 12).
LA BÚSQUEDA DEL AMOR (Leonardo Boff)[368]
El
seguimiento no es otra cosa que la misma dinámica del amor. El despertar al
amor, a la conciencia o al conocimiento profundo de un Dios que nos creó por
amor y que nos quiso para sí como compañeros del amor, que nos invita a
convivir y compartir su amor con todos haciendo del mundo su Reino de amor en
el; que las personas lleguen a amarse como él nos ama: El movimiento de Dios
hacia el mundo es el amor. El movimiento del hombre hacia Dios no es otro que
el del amor. El movimiento de los hombres en el mundo entre sí no debe ser otro
que el del amor. El que encuentra a Dios, lo encuentra todo, porque Dios es EL
AMOR. “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él
(Jn 4, 16).
Jesús
viene a colmar la realización de todos los deseos, anhelos y esperanzas del
hombre. Jesús no sólo anunció y predicó el Reino de Amor, sino que lo instauró
en su persona. En su vida y su persona se realizó el Reino de Amor y la
esperanza de todos los pueblos.
LA
LLAMADA DEL AMOR
Jesús
nos invita a adentrarnos en la novedad de su vida, de su amor, de su Reino.
Cristo apareció en Galilea anunciando un Reino Nuevo, una Buena Nueva
(evangelio). Trajo la novedad absoluta como diría San Ireneo 180 años después
de su venida[369].
Con
Jesús apareció el hombre nuevo. El Reino nuevo, los cielos nuevos y la tierra
nueva (Ap 21, 5). Los primeros discípulos comprendieron el alcance
extraordinario de la novedad aportada por Jesús, y de hecho, se descubrían y
reconocían como hombres nuevos
LO VIEJO YA PASÓ Y HA SURGIDO UN NUEVO MUNDO (2COR 5, 17).
Cristo
acaba con todas las alienaciones y divisiones que los hombres habían creado
entre sí y establece un hombre nuevo con la victoria sobre los enemigos del
hombre, contra las enemistades, los odios, las muertes. En una palabra, el
pecado. El mal y el pecado es vencido por la fuerza de su amor. El Reino de
Dios, la fraternidad, la comunidad, comunión de todos con todos y con Dios
empieza.
El
seguimiento nace de la llamada del amor y de la respuesta al amor. La llamada
al amor es también una llamada a la libertad (Jn 8, 32). El amor sin libertad
no existe. El amor no se ordena ni se compra, si fuera así merecería desprecio
(Cant 8). El amor es una donación totalmente gratuita y libre. El amor es dar
con libertad una respuesta a una propuesta. Dios nos hace una propuesta de amor
a que vivamos en el amor, a que vivamos con él, a que podamos participar en un
proyecto de eternidad con él. El no nos obliga, nos invita. Y su propuesta
espera una respuesta. El amor sólo merece ser respondido y correspondido con
amor. Dios da al hombre la libertad de responderle con amor, con indiferencia o
con rechazo. Ahí descansa la dignidad más absoluta del hombre, en poder decidir
en todo: un proyecto de vida eterna y en la eternidad con Dios, o por el
contrario sin él.
LLAMADA A LA VERDADERA VIDA, A LA PLENITUD[371]
La
salvación que nos brinda Jesús es sobrenatural, transciende con mucho todas las
expectativas y aspiraciones humanas. Pero la vida divina que nos comunica no es
ajena a nuestra vida humana, es una perfecta plenitud. El llamamiento al AMOR,
la vocación sobrenatural no es trasplantada desde el exterior. Pertenece a la
más profunda vocación de hombre: el hombre es más humano cuanto más divino
(G.S. 24).
La
vocación sobrenatural desarrolla y lleva a la plenitud y consumación por la
gracia de Dios lo que Dios desde un principio deseó y pensó para el hombre.
Creer en Jesús, adherirse a él es aceptarle como principio y fuente, como
sentido y razón y fin último de nuestra existencia personal y social, histórica
y trascendente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
LLAMADA A LA SANTIDAD, A LA PERFECCIÓN EN EL AMOR (J.
Lafrance)[372]
La
comunión, la alegría y la santidad que te ofrece Jesús supera infinitamente tu
espera de hombre. El hombre se asombra y se admira ante la salvación que le
trae el Señor (Is 52, 14). Así el evangelista Lucas repite con frecuencia la
expresión de asombro y de admiración: “y todos se maravillaban de lo que decían
los pastores” (Lc 2, 18). Todos los que han encontrado a Cristo en el evangelio
se han llenado de alegría. La Samaritana dejó el cántaro y corrió al pueblo a
hablar a todos de Jesús (Jn 4, 28).
Zaqueo
bajó rápidamente y recibió a Jesús con alegría (cf Lc 19, 6). Todos ellos han
encontrado el tesoro precioso, la gran perla del Reino (Mt 13, 44-46). La salud
que te trae Cristo supera con mucho la salud corporal. Jesús colma con creces
todo lo que el hombre pueda esperar: “Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque muera vivirá y el que cree en mí no morirá para siempre”
(Jn 11, 25).
Jesús
es el único capaz de calmar y saciar tu sed de amor. El nos da a beber el agua
viva de su amistad que refresca y quita la sed: “El que beba del agua que yo le
de no tendrá sed jamas sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en
fuente que brota para la vida eterna” (Jn 4, 14). Como Pedro, llegar a tener la
experiencia de que sólo Jesús nos llena plenamente: “Sólo tú tienes palabras de
vida eterna… ” (Jn 6, 69).
En
Jesús tu vida adquiere consistencia y solidez, todo tu ser se unifica. Sólo la
existencia polarizada y unificada alrededor de tu persona es capaz no sólo de
librarnos de la angustia, soledad, sin sentido, tristeza, desgracia y división
interior sino de adquirir seguridad, confianza, consistencia y solidez. El te
penetrará e invadirá como alguien sumamente cercano: “Mi única regla es tener
continuamente y sin cesar el sentimiento de la presencia de Dios” (Mounier).
LA GRAN INVERSIÓN DE LA VIDA (Juan Pablo II)[374]
La
pregunta del joven rico: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mt
19, 16), tiene en Jesús respuesta y propuesta de alcanzar valor absoluto. La
vida alcanza su riqueza verdadera desde la respuesta personal a la propuesta
del autor de la vida y a su llamada al amor. Jesús responde a aquel que tiene
la osadía de preguntarse: ¿qué he de hacer para que mi vida tenga pleno sentido
para que pueda alcanzar la verdadera felicidad? Este encontró en Jesús atención
llena de ternura: “Jesús mirándole fijamente, lo amó y le dijo: “Ven y sígueme”.
Siguiendo a Jesús, viviendo y conviviendo con él, es como la vida revela toda
su riqueza, posibilidades y plenitud de significado. Siguiendo a Jesús es como
llegamos a descubrir el valor y significado del amor, el sentido de una vida
vivida como don de sí, experimentando la belleza, la verdad y la bondad del
crecimiento y maduración en el amor.
LA GRAN CARRERA DE LA VIDA EN Y PARA LA COMUNIÓN (Juan Pablo
II)[375]
Siguiendo
a Jesús es como somos introducidos en esta dinámica y proyecto de comunión con
él y con todos los hombres como miembros vivos de su mismo cuerpo que es la
Iglesia. Así la Iglesia, la comunidad cristiana se hace mediadora de tal
llamada y educadora y formadora de la respuesta que todos esperamos. La Iglesia
recibe la misión de Cristo para hacer descubrir a todos esta llamada personal a
responder a Jesús con toda la vida a ser Iglesia y a hacer Iglesia. La
comunidad cristiana se convierte en el lugar de encuentro y de acogida y
formación como itinerario educativo donde no sólo se descubre la llamada del
Señor sino que todos nos ayudamos a responderle correspondiendo con fidelidad a
la vocación que el Dios de la vida ha previsto para cada uno desde la creación
del mundo.
1BIS-
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
Todos, aunque de
forma distinta, están llamados por Jesús para colaborar en su obra y para ser
testigos de la entera misión. “Jesús a todos decía: si alguien quiere
seguirme…” (Lc 9, 23). El primer sujeto al que Jesús dirige su llamada es la
gente común. Grandes masas empezaron a seguirle (Cf. Mt 4, 23; 9, 35). Estas
masas, como masas heterogéneas, buscan a Jesús y lo siguen; con maravilla
escuchan su enseñanza y asombro; gozan y tiemblan de asombro por sus milagros;
admiraban a Jesús por su doctrina y por la integridad de su vida… En todo caso
Jesús llama a todos a escuchar su palabra, a seguir su persona: “venid a mí
todos los que estáis agobiados y cansados, yo os daré descanso” (Mt 11, 28).
Delante de las
masas necesitadas que se acercaban a él, les expresaba la necesidad de
comprometer a otros en su misma obra de Evangelización
(Cf Mt 9, 36-37)[377].
(Cf Mt 9, 36-37)[377].
EL DISCIPULADO DE JESÚS
AYER
El grupo que
Jesús ha reunido alrededor de él es la señal más clara del Reino de Dios ya
presente en su persona como embrión viviente de la futura Iglesia, Cuerpo de
Cristo (Cf Col 1, 18-19. 23). Justamente el discipulado de Jesús constituye “el
lugar” en el que “se ha situado” la Salvación anunciada como cercana en la
predicación de Jesús sobre el Reino de Dios; es precisamente este “discipulado
de Jesús”, que él, mirando al futuro, llama “mi Iglesia” (Cf. Mt 16, 18).
De la masa
fluctuante y anónima que seguía a Jesús aparece un pequeño grupo de discípulos
que constituye una propia identidad por su vocación, por el seguimiento de
Jesús y por la misión que ellos reciben de él (Cf Mc 3, 13;
Mt 4, 18-20). Desde el principio de la vida pública de Jesús los discípulos constituyen la “familia” de Jesús y los exhorta a sentirse “hermanos” entre ellos (Cf Mc 3, 34; Mt 12, 49; Lc 8, 21).
Mt 4, 18-20). Desde el principio de la vida pública de Jesús los discípulos constituyen la “familia” de Jesús y los exhorta a sentirse “hermanos” entre ellos (Cf Mc 3, 34; Mt 12, 49; Lc 8, 21).
EL DISCIPULADO DE JESÚS
HOY
En general se
puede decir que forman parte de este discipulado todos aquellos que
experimentando su llamada se han hecho “cercanos” a él, para vivir y anunciar
su Reino y, hacerse con él, don de Salvación para todos los hombres.
Esta llamada de
Jesús se acoge en la fe en su propia persona. Ser discípulos de Jesús es la
característica esencial de la relación personal con él: la relación que él
instaura entre sus propios discípulos.
El término
“discípulo” testimonia siempre la presencia de una conexión personal que plasma
toda la vida de aquel que ha sido llamado y de aquel que llama; entre ellos hay
una comunión íntima de vida. Los discípulos son sus “amigos” porque les ha dado
a conocer todos sus secretos (Cf. Jn 15, 15); son los amigos del Esposo que
celebran sus bodas con la humanidad (Cf Jn 2, 1; 13, 1), para vivir de
principio a final una entera comunidad de vida y amor.
Cuando una gran
masa seguía a Jesús, él se retiró con sus discípulos. En un lugar aparte él les
enseña el significado más profundo de su palabra… “a vosotros, Dios os da a
conocer el secreto de su Reino, para otros se queda oculto”
(Lc 10, 23). “Jesús se dirigió a sus discípulos, los tomó aparte y
les dijo: dichosos vosotros que podéis ver todas estas cosas porque muchos
otros lo habrían deseado, pero no lo han visto ni oído”. Con sus discípulos
Jesús se retira aparte y les enseña a orar (Cf Lc 9, 18; 11, 2). El Maestro
enseña a llamar a Dios: Padre, a hablar, a vivir con él: “Padre nuestro” (Cf.
20, 17). “Les he revelado quien eres tú (tu Nombre) y ellos te han
reconocido como su verdadero Padre” (Cf Jn 17, 7).
Jesús invita y
enseña a sus discípulos a vivir con familiaridad con su Padre, a abandonarse totalmente
en sus manos y se compromete a cuidar de ellos (Cf Lc 12, 22).
“No os preocupéis por lo que tenéis que vestir o comer, porque el Padre sabe
bien lo que necesitáis. No os preocupéis, el Padre ha querido daros su Reino”[379].
LA CARACTERÍSTICA
ESENCIAL DEL DISCIPULADO DE JESÚS
La característica
esencial de los discípulos de Jesús es su fe en su persona. A este propósito es
muy significativa la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo (Cf. Mt 16,
16). “Señor ¿a dónde iremos? tú solo tienes palabras de vida Eterna, nosotros
hemos creído y conocido que tú eres
el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
La fe personal en
Jesús está al origen del “seguimiento” de los discípulos y de su perseverancia
en seguirle a él, aún entre luces y sombras, entre fidelidad e infidelidades.
Toda la relación de Jesús con sus discípulos y de los discípulos con su Maestro
se mueve dentro del horizonte de la fe en él, el Señor.
Jesús vincula sus
discípulos a su persona (“Mi Señor… ” Jn 20, 28). Los discípulos de Jesús se
habían sometido sin reservas a su autoridad y no sólo interiormente porque
creían, sino también exteriormente porque le obedecían: “no todo el que dice:
Señor, Señor… sino los que hacen la voluntad del Padre que está en el cielo”
(Mt 7, 21).
JESÚS VINCULA A SUS
DISCÍPULOS A SU PALABRA
“Si permanecéis
unidos a mí, mirad que mis palabras permanezcan en vosotros” (Jn 15, 7); “si
ponéis en práctica mis palabras estaréis verdaderamente unidos a mí” (Jn 15,
17). “Vosotros sois mis discípulos (amigos) si hacéis lo que yo os mando” (Jn
15, 14). Discípulos son más bien los que escuchan la palabra de Jesús y la
ponen en práctica, y lo que implica el discipulado (Cf. Lc 8, 21).
Ser discípulos de Jesús quiere decir acoger y custodiar su palabra; no es
una caridad exterior sino que es recíproco amor, como su propio distintivo (Cf
Jn 13, 35). La verdadera actitud del discípulo hacia su maestro es, no
solamente escuchar sino creer,
comprender, acoger y vivir la palabra del Maestro. El discípulo está
sentado a los pies del Señor escuchando su palabra (Cf. Lc 10, 40; 8, 35). A
sus discípulos Jesús enseña y revela sus secretos más íntimos (Cf. Jn 15, 15).
“Os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre… os he dicho a vosotros
todas las palabras que el Padre me ha dicho; ellos las han acogido y las han
creído (Cf. Jn 17, 18).
LA ESENCIA DEL
DISCIPULADO: CONVERSIÓN Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Jesús hace
escuchar su llamada urgente a la conversión, no de una manera temporánea, sino
definitiva y total. La exigencia de Jesús es radical (Cf, Lc 9, 60). En
positivo, la conversión significa la entrada en la dinámica del Reino de Dios,
de la nueva manera de ser, de vivir siguiendo la lógica de las Bienaventuranzas
y del Evangelio (adhesión a su persona y a su programa)[380].
Significa aceptar el estilo de vida propio de Jesús, humilde y pobre, con la
perspectiva de llegar a ser pescadores de hombres: los misioneros del Reino de
Dios[381].
A los discípulos
Cristo les pide dejarlo todo. Así que quien no renuncia a todos sus bienes no
puede ser mi discípulo; si alguien quiere seguirme se niegue a sí mismo, tome
su cruz. A estas condiciones Lucas añade “cada día” para significar las
dificultades y las tribulaciones diarias que implican el imitar el estilo de
vida de Jesús, su cruz[382].
PARA UNA ADHESIÓN VITAL
CON EL MAESTRO
Quien acoge la
llamada del Maestro le brota una adhesión de corazón y de vida. El seguimiento
de Jesús significa entrar en la comunión más íntima con el Maestro para
compartir su mismo destino.
La pertenencia al
discipulado supone sufrimiento en comunión con el Maestro, por amor a él:
“dichosos los perseguidos por mi causa… ” (Mt 5, 10-12). De sus discípulos
Jesús exige, por su persona, un amor superior, puro y desinteresado
(exactamente como el amor preferencial a Dios) (Cf Mt 10, 37). Jesús compartía
todo con sus discípulos, y esto mismo tiene que hacer el discípulo: “Todo lo
que es mío les pertenece… Padre quiero que donde yo esté, estén también los que
tu me has dado para que reciban la gloria que tu me has dado” (Jn 17, 24).
EL SIGNO DISTINTIVO DEL
DISCÍPULO: EL AMOR HACIA JESÚS Y HACIA LOS DEMÁS
El propósito del
discípulo no es aprender una determinada doctrina para repetirla de memoria,
sino el entrar en la intencionalidad y en el corazón de Jesús mismo; es estar
con Él, entrar en comunión íntima de amor con su persona, adheriéndose a la
misma intencionalidad, al mismo “yugo” de Jesús (Cf. Mt 11, 28).
La enseñanza de
Jesús se dirige al discípulo no para satisfacer su sed de conocimiento
intelectual, sino para indicarle el camino de la verdadera comunión,
imprimiéndole en el corazón el mismo amor, la misma dinámica y actitud del
Maestro. La norma suprema del verdadero discípulo es amar del mismo modo y
manera que el Maestro, lo cual implica una verdadera comunión de vida y de
amor.
El seguimiento de
Jesús por parte de los discípulos es la imitación del Maestro, vivida en su
donación de vida-amor y servicio hasta el sacrificio de sí mismo. El verdadero
amor hacia Jesús se manifiesta también en el cuidado de los demás: “Simón ¿me
amas? Apacienta mis corderos” (Jn 21, 15).
PARA UNA DONACIÓN DE LA
MISMA VIDA
La especial
relación de amistad y de familiaridad de Jesús con sus discípulos une a los
discípulos en el mismo destino de Jesús, como la búsqueda del mayor don del
Maestro: “Nadie tiene mayor amor que el que da su misma vida” (Jn 15, 13). En
la misión de ser propagador y portador de la Vida y de la Salvación se supone
la donación de la vida misma, entrando en la misma dinámica del Maestro. “Como
el Padre me ha enviado, así os envío yo”[383].
Como Jesús ha
sido enviado por el Padre para revelar su amor y sacrificar su vida para la
Salvación del mundo, así los discípulos están invitados a participar de su
obra. Jesús les confiere la misma forma de su misión y hace entrar a sus
discípulos en su misma pasión: Jesús se hace acompañar hacia Jerusalén hasta
introducir a los suyos en su donación de amor. Jesús se fue con los suyos para
darles ejemplo de lo que tenían que hacer. Es necesario que Yo beba el cáliz de
dolor que el Padre me ha preparado… vosotros también beberéis mi cáliz y
recibiréis mi bautismo (Cf Jn 18, 11; Mc 18, 1).
HACIA LA IDENTIFICACIÓN
TOTAL CON EL MAESTRO
Ningún discípulo
es más grande que su maestro, y si se deja instruir bien por su maestro será
como él. Quien a vosotros escucha a mí me escucha, quien os acoge, a mí me
acoge. Es suficiente que un discípulo se haga como su maestro. Un siervo no es
más grande que su dueño, y un embajador no es más grande que quien lo ha
enviado… Os he dado ejemplo para que lo hagáis como yo lo he hecho con
vosotros. Seréis felices cuando, acogiendo mi ejemplo, lo pongáis en práctica.
Os aseguro que quien cree en mí hará también las obras que yo hago y aún
mayores. Si me pedís algo en mi nombre yo lo haré en vosotros. Es la
intencionalidad de Jesús que busca establecer esta comunión profunda con él.
Permaneced unidos a mí y yo permaneceré unido a vosotros[384].
VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS
DISCÍPULOS
Al origen del
grupo de los discípulos está únicamente la iniciativa de Jesús y todo se juega
en conexión estrecha con su persona: “Jesús les llamó para estar con él y para
enviarlos a predicar” (Mc 3, 13). Sólo los que están con Jesús recibirán la
misión y el envío, sólo los que han acompañado a Jesús y han vivido con él. Él
se revela a los que habían vivido con él: ellos serán sus testigos, recibirán
del Señor su mandato de anunciar la Palabra de Dios, para llevar su Salvación
por todo el mundo[385].
Jesús les dio su poder, su espíritu, el poder de comunicar esta vida. Él les
dijo a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). Jesús empezó a
partir los panes y a darlos ante todo a sus discípulos para que luego estos los
repartieran a la gente[386].
COLABORADORES Y TESTIGOS
DE JESÚS
Los discípulos se
hacen testigos de Jesús colaborando con su misma misión, trabajando en el mismo
campo y en la misma manera que Jesús ha hecho (Cf Mc 16, 20). Después
Jesús mismo por medio de los discípulos difundió por todo el mundo el mensaje
permanente de la Salvación Eterna (Cf. Mc 16, 10).
Los discípulos
representan los creyentes que Jesús se
gana con su palabra y sus señales; los discípulos representan los futuros
creyentes también en su insuficiente responsabilidad y en la fe inmadura. Las
dificultades que ellos muestran en creer a Jesús y en seguirle hasta la cruz no
son ciertamente un modelo ideal de la futura comunidad, sino sirven más bien de
ejemplo para llamar la atención de la comunidad sobre los peligros y las
actitudes equivocadas que obstaculizan una fe total y verdadera. Todo esto
lleva a afirmar que el discipulado es un lugar donde se ha hecho presente el
Reino de Dios.
EL GRUPO DE LOS
DISCÍPULOS FERMENTO DEL REINO
El discipulado es
el fermento en el que se ha hecho presente el Reino predicado e inaugurado por
Jesús. En el grupo de los discípulos la Iglesia está ya presente de manera
provisoria, porque este equipo de discípulos, separado de las gentes, se ve
como la velada anticipación de la Iglesia: “Vosotros sois la sal de la tierra…
vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14).
Los discípulos
son los primeros “seguidores” y, por eso, los primeros “creyentes” en Cristo.
Los discípulos constituyen su familia, su Cuerpo, su manifestación: “Quien
acoge al que yo he enviado me acoge a mí” (Jn 13, 20).
Ellos han sido su
verdadera comunidad, germen y preludio de Reino de Dios. La Iglesia que nace de
la pascua del Señor e inicia públicamente “su misión de anuncio y de testimonio
es como el brotar de la planta o de la flor, originadas por la pequeña semilla
escondida en el terreno”[387].
“Como el Padre me
envió así yo os envío” (Jn 20, 21). Estas palabras tienen para nosotros el
mismo significado que tenían para los primeros discípulos; tienen siempre un
significado vivo y nuevo. Siempre es Cristo quien llama y envía, lo importante
es sabernos llamados y enviados por él; lo importante es que vivamos nuestra
vida con un sentido profundo de vocación.
Nuestra vida debe
tener un significado y una dignidad bien profunda y precisa. Poco a poco a
través de la oración debemos de descubrir el modo práctico en qué, y cómo
debemos servirle, respondiendo a la vocación y misión que él nos hace: “Yo te
envío”. Él es quien nos llama y nos habla y nos envía a comunicar su palabra a
todos los hombres. Son muchos los que no han escuchado; la mayor parte de la
tierra es tierra de misión… Jesús nos llama y nos envía. Jesús ora por ti, pide
al Señor de la mies que nos haga descubrir la grandeza de su llamada, la
necesidad y responsabilidad del envío.
De ordinario
cuando nos decidimos por un seguimiento radical, en ese momento hacen su
aparición los temores y vacilaciones que nos turban y hacen más difícil la
respuesta. Y entonces, igual que a lo largo de todo el itinerario que conlleva
el seguimiento del discipulado, tenemos necesidad de escuchar la garantía del
Señor: “Yo estaré contigo”. El discipulado parte y se vive con profunda
experiencia personal de la verdad de estas palabras.
Todo
el discipulado nace y se vive en la familiaridad con la Palabra de Dios e
implica todo el ser para transmitir esta palabra a los demás. Cualquiera que
sean las dificultades, el discípulo sabe que nunca estará solo: “El Señor es el
lote de mi heredad… Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no
vacilaré” (Sal 15, 5.8).
2-
ENCARNACIÓN
DIOS, AMOR QUE SE ENCARNA
Creado
por sobreabundancia de amor, el hombre, por el pecado, cayó fuera de Dios
perdiendo así la incorruptibilidad y la semejanza con Dios, como dice Cirilo de
Alejandría[390]:
“Por exceso de amor Dios sale al encuentro del hombre más allá de toda
esperanza”. En la Encarnación del Hijo nosotros podemos ver a Dios bajando
hasta la tierra para buscar la oveja perdida, para luego subir de nuevo para
presentar al Padre suyo el hombre hallado” (S. Ireneo)[391].
“Fue por exceso de caridad que se dio la Encarnación”, dirá S. Buenaventura[392].
“Era
necesario que Aquél que es el verdadero autor, según la naturaleza de la
esencia de los seres, se hiciera también -a través de su gracia- el autor de la
divinización de las criaturas” según dijo otro Padre de la Iglesia, (Máximo el
Confesor)[393].
“Nada
puede igualar el milagro cumplido por él para mi salvación” (Gregorio de Nisa)[394],
y de la misma forma es la explicación que da otro Padre, Clemente de Roma[395]:
“Es por Amor que el Señor nos ha atraído a él…, su carne por nuestra carne, su
vida para nuestra vida”.
DIOS NO SOLO REDIME DEL PECADO, SINO QUE DIVINIZA AL
HOMBRE
Dios
se ha encarnado y el hombre se ha hecho Dios, porque ha sido unido a Dios y
hace una cosa sola con él. “Lo que ha ganado ha sido la más grande seguridad
del Amor, que ha querido que yo me hiciera Dios tanto como él se ha hecho
hombre” (Gregorio de Nazancio)[396].
Esta perfecta comunión de amor para establecer esta igualdad con Dios es el
gesto de amor esponsalicio de Dios con la humanidad. Como dice Hipólito[397]:
“Estas bodas se celebran en la Encarnación y se consuman en la Cruz”. Para
Orígenes el amor de Dios para el hombre se manifestó en modo sumo en la
Encarnación: “La bondad de Cristo pienso que es más grande y más divina cuando
él se abajó, haciéndose obediente hasta la muerte y a la muerte de cruz; en
lugar de mantener su igualdad con Dios como una prerrogativa celosa y rechazar
de hacerse siervo” (Orígenes)[398].
EL MISTERIO DEL HOMBRE REVELADO EN EL MISTERIO DE LA
ENCARNACIÓN
Solamente
en el misterio de la Encarnación encuentra su verdadera luz el misterio del
hombre. Cristo, revelando el misterio del Padre y de su amor revela plenamente
el hombre al hombre y le hace manifiesta su última vocación (G.S. 22 y RH. 10).
“En la Encarnación, Cristo pone en evidencia el abismo del Amor divino (como
dice S. Gregorio de Elvira)[399],
porque el amor humano quede renovado, exaltado, y encuentre en él la plenitud
del ser”. “En la Encarnación Cristo muestra la perfecta imagen del Amor divino
y así la perfecta imagen del hombre según Dios” (H. Von Balthasar)[400].
“El
hombre no habría sido deificado si aquél que se ha hecho carne no venía del
Padre, siendo él su auténtico Verbo. Sin embargo el contacto se ha dado: la
naturaleza divina se unió a la naturaleza humana para que la salvación y la
deificación fueran aseguradas” (S. Atanasio)[401].
“De
la misma manera como la unión con el Hijo nuestra naturaleza humana se
transforma en la plenitud de Dios: aquí se realiza esta asombrosa unión, esta
recíproca posesión que se dio entre el hombre y Dios y se hace con Dios un solo
Espíritu, un solo Amor” (Guillermo de San Thierry)[402].
DIOS SE HIZO HOMBRE PARA QUE EL HOMBRE SE HAGA
IMAGEN DE DIOS
El
cristiano conformado a la imagen del Hijo se hace capaz de cumplir la ley nueva
del amor (S. Ireneo)[403],
la nueva naturaleza divina (2Pe 1, 4). “El Verbo de Dios se hizo carne, y la
carne se ha hecho Verbo, sin que el uno y la otra pierdan su propia naturaleza
íntima” (J. Damasceno)[404].
Gracias a la Encarnación, Jesucristo ha divinizado en sí mismo la naturaleza
humana asumida de él. Esto sin obligar a los hombres individuales, porque la
deificación no se impone al hombre quitando su libertad, sino propuesto como
don.
El
Verbo llega a ser consanguíneo de los hombres, reformando la amistad y la
concordia entre las dos partes en conflicto, de manera que Dios acoge al hombre
y el hombre se ofrece a Dios. Así, Dios y el hombre entran en comunión
recíproca. El Verbo se ha hecho hombre a fin de que el hombre mezclándose con
el Verbo recibiera la adopción filial, se convirtiera en hijo de Dios.
LA DEIFICACIÓN, SANTIFICACIÓN Y COMUNIÓN CON DIOS SÓLO SE DA VIVIENDO
EN CRISTO
“Es
el mismo Dios la vida de aquellos que participan de Él”[405].
El amor de Dios por el hombre no se ha contentado de darle una semblanza divina
sino una autentica divinización, y no sólo relativamente al alma sino también
al cuerpo[406]. En
el eterno consejo de Dios, él desde siempre ha querido unirse al ser humano
para edificarlo[407]
Dios ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos y le ha dado la plenitud de
Espíritu y quiere que todos lo recibiéramos por él. Nosotros somos hijos en el
Hijo: el Verbo es la puerta, por medio de la cual hemos recibido la adopción de
hijos; por medio del Espíritu Santo Cristo pone en nosotros el grito “¡¡Abba!!
Padre. La adopción filial, la deificación, la santificación y la nueva vida del
hombre es su identidad; este advenimiento es el que lo hace heredero de todos
los bienes de Dios Padre, que el Verbo de Dios posee en cuanto Hijo: “Hoy te he
generado y en ti me he complacido, has dado prueba de ser hijo porque en cada
momento has acogido la voluntad del Padre[408].
EL MOTIVO DE LA ENCARNACIÓN
La
Encarnación estaba en el plan y proyecto de Dios antes que el hombre pecase. No
es sólo el pecado el que obliga al Verbo a Encarnarse como si hubiese sido la
caída la causa de la Encarnación, como ocasionado de modo accidental del
pecado. Pensar que Dios había renunciado a tal obra si Adán no hubiese pecado,
sería del todo irrazonable[409].
El pecado ha sido, por así decirlo, un incidente de camino debido al hecho que
el hombre ha estado creado libre, porque el amor es libertad. Pero Dios ha
querido siempre unirse al ser humano para mostrarle el designio originario de
Dios, de la deificación del hombre. El designio global de Dios en la creación
de mundo entero, de todos los elementos y de todas las generaciones, de toda
nuestra especie, y de toda la raza humana estaba revelada en la Encarnación, en
este amor esponsal revelado en Jesucristo. El mundo entero ha estado previsto y
predestinado a esta meta desde los orígenes, independientemente del hecho del
pecado original.
REHACER AL HOMBRE ES RECONSTRUIR EL MUNDO
La
gran ambición del hombre de llegar a ser el ser supremo, hombre libre,
autónomo, legislador de sí mismo como primera tentación del Paraíso… hace al
hombre libremente salir del plan de Dios y andar a tientas entre las tinieblas.
El ser humano es expuesto a todas las otras tentaciones, a las más aberrantes
degeneraciones que lo dejan miserablemente esclavo de todo.
El cuadro de
nuestra sociedad moderna es aquel de una humanidad profundamente
desequilibrada, en ruinas; el hombre se ha procurado la construcción babilónica
de una civilización sin Dios, una cultura sin valoración espiritual, sin la
belleza, la verdad, la justicia, la armonía, el amor, la paz etc. El hombre
moderno, apropiándose de su autonomía, ha pretendido convertirse a sí mismo en
el fundamento de los valores absolutos convirtiéndose en un “dios” sin Dios. La
“muerte de Dios” ha estado acompañada de la “muerte del mismo hombre”. Al
origen de todo este desconcierto está la libertad del mismo hombre. Y por esta
debilidad el hombre se autoincapacita para la comunión con Dios: es necesario
que el principio del rescate venga de lo alto[410].
JESÚS VIENE A DESCUBRIR AL HOMBRE SU DIGNIDAD, SU
VOCACIÓN
¡Oh
hombre, reconoce tu grandeza! Y, en efecto, de verdad que el hombre es grande,
lo más grande que existe sobre toda la tierra. Cristo viene a liberarle de
todas las cadenas que le mantienen oprimido: las primeras y principales cadenas
son:
a) la seducción del tener,
b) la seducción del placer,
c) la seducción del poder.
El
hombre ha entrado a formar parte de una sociedad disgregada y desintegrada, sin
forma y sin unidad, llevando inevitablemente a la ruina de la persona. La gran
bondad de Dios ha guiado al hombre a comprender el significado profundo de la
libertad, a cultivar los sentimientos de gratuidad en el amor por Él. La
encarnación es el acto de amor más alto y lo más alto de confianza en la
capacidad del hombre por revelar el sentido de la salvación y llegar a la
gloria celeste[411].
a)
El hombre esclavo de la materia
La
sociedad de hoy ha sofocado progresivamente la dimensión del espíritu y ha
concentrado su atención sobre la dimensión de la materia. Una cultura
materialista que ha introducido en las personas una cantidad de necesidades
superfluas pero cada vez más punzantes, porque toda nuestra preocupación está
en torno a los bienes materiales, dejando de un lado el verdadero bien, el
espíritu.
Si
hoy nos examinamos dentro descubriremos un espantoso vacío de espíritu:
carencia de virtudes, ausencia de valores, pobreza de principios morales,
debilidad de pensamiento. La cultura está siempre caracterizada de un armónico
equilibrio entre los valores materiales y aquellos espirituales. El colapso de
nuestra cultura moderna es el desuso de los valores absolutos (espirituales).
El hombre y la sociedad mueren cuando el espíritu se va y queda solamente la
materia. La dimensión del haber y del tener se trasladan a aquella del Ser. No
son las cosas materiales que hacen crecer al hombre como persona y que lo hacen
feliz. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene o hace[412],
la norma de toda actividad humana y que responde al designio de Dios y a su
voluntad es aquella que corresponde a verdadero bien de la humanidad, con la
meta de lograr una mayor justicia, una más autentica fraternidad, un orden más
humano en la relación entre todos, como corresponde a la única e integral
vocación del hombre al Amor[413].
Debemos
recuperar la dignidad de todos llamados en Jesús a la santidad[414]
“Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Los seguidores
de Jesús debemos aspirar a esta perfección según los consejos evangélicos, a
imitación de Cristo pobre: que siendo rico se hizo pobre… Todos aquellos que
siguen de cerca a Jesús, sus exigencias, abrazamos la pobreza en la libertad de
los hijos de Dios por el Reino de los cielos, siendo signos con Cristo de las
riquezas del cielo. Por tanto todos estamos invitados a esta perfección, a la
cual debemos ordenar todas las cosas del mundo con el fin de atacar a las
riquezas y además no seamos impedidos para alcanzar la caridad perfecta.
“Aquellos que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia
de este mundo está a punto de acabar”[415]
b)
El hombre esclavo del placer
La
sociedad de hoy esta toda lanzada desordenadamente sobre el cuerpo: el
bienestar del cuerpo, la salud del cuerpo, lo que el cuerpo pide, lo que le
“plazca y le apetezca”. El prototipo del hombre de hoy es el “Don Juan”: “El
hombre lujurioso por excelencia. El hombre moderno no concede ningún espacio al
“hombre espiritual”, se ocupa sólo del “hombre carnal” como lo ha mostrado el
psicólogo humanista E. Fromm: ”El hombre del siglo XX es el eterno infante
que solamente chupa: chupetes, cigarros, bebidas, conferencias, espectáculos.
Pero todo va digerido en modo pasivo, de forma que la atención excesiva por el
cuerpo sólo trae la obsesión y el desenfreno del tener y del placer”[416].
Todo
esto seca el corazón y sofoca el espíritu. El hombre se va convirtiendo en un
animal cada vez peor “homo hominis lupus” (hombre lobo), según Hobbes[417].
La única ventaja que el hombre tiene sobre los animales es de ser omnívoro: sus
codicias son insaciables, su capacidad no tiene limites[418].
El diablo, con engaños malignos, nos ha engañado con el estímulo del placer,
así ha dividido nuestra voluntad de Dios y de los otros. Ha dividido la
naturaleza y la ha herido de muchos modos…
Jesús
sana las pasiones del hombre con su pasión, renovándonos sobrenaturalmente con
la privación sufrida en su carne, en su amor por los hombres, para conformarnos
al Espíritu. Él vence la tendencia del alma hacia el cuerpo y se presenta libre
delante de cualquier cosa que esté sobre Dios. Desea, por tanto, a Dios con
toda la capacidad de su alma y no le permite enredarse con ninguna realidad
corpórea[419]. De
la concupiscencia debemos ser conducidos al deseo de Dios, purificando nuestras
pasiones en aquel amor divino que nos une a Dios y hace sus amantes.
Jesús
ha matado en sí mismo la concupiscencia, todas las pasiones, así como la
ignorancia, origen del mal. Jesús nos guía y nos guía íntegramente a aquél bien
que por naturaleza es estable, permanente. Sobre ese bien El persiste
inmovible, reflejando a rostro descubierto la gloria de Dios en la
contemplación a través del resplandor luminoso de la verdad… [420].
El Evangelio enseña a negar la vida según la carne y a vivir según el Espíritu
de Dios (cf Ga 5, 20).
c)El
hombre esclavo del poder
El
hombre en lugar de rendirle culto sólo a Dios rinde culto a las criaturas,
corrompiendo su cuerpo y se convierte así en amante de sí mismo[421].
En lugar de la bella imagen divina por la transgresión se ha convertido en
esclavo y se ha asemejado con los animales irracionales. El hombres se ha
elegido a sí mismo en el lugar de Dios, ha buscado ser “dios” sin Dios.
Consecuencia de esto ha sido la desviación del impulso que lo conducía a Dios,
el apego a los objetos sensibles y la búsqueda de placeres, además de la
ruptura de la voluntad natural del hombre. Esta, destinada inicialmente a
buscar la caridad de Dios y de los otros, está dividida en miles de voluntades
parciales. Debido a esta voluntad múltiple, la naturaleza se encuentra constantemente
en lucha consigo misma. En la base de este fraccionamiento está el amor propio,
el orgullo[422].
Este
amor propio agrieta la conciencia haciendo perder al hombre su misma
autoconciencia, disolviendo la armonía de su realidad personal en el extravío
de una involución espiritual y psíquica. Así desfigurado, el amor propio se
convierte en lo opuesto a su identidad. El amor propio, la autoindependencia,
el individualismo de los hombres, han dividido la humanidad en muchas partes, y
con ellos, viene al mundo la lucha de la humanidad contra sí misma, mediante el
encuentro de voluntades personales en sí mismas divididas que sólo buscan
defender sus propios intereses. De esta división de la misma naturaleza contra
la única voluntad divina surgen el despotismo tiránico sobre los propios
iguales y el desprecio hacia aquellos que tenían por naturaleza los mismos
derechos y honores[423].
El amor propio, fraccionando la naturaleza humana, se rebela contra la persona
humana, acabando en repercusiones alienantes y también mortales.
Jesús
ha venido para acabar con la soberbia desde su humildad. Con su enseñanza y su
vida ha mostrado el camino de esta humildad, recorriéndola y sufriéndola por
nosotros. Aprende de Jesús aquello que no aprendes de los hombres… Él ha venido
humilde, sobre todo eligiendo nacer de aquella mujer sencilla que estaba
desposada con un obrero. Ni siquiera ha elegido una ciudad grande para nacer.
Quien se acerca a él viene formado primero en la humildad para ser honrado en
la exaltación[424].
EL HIJO DE DIOS NOS OFRECE EN LA ENCARNACIÓN LA VERDADERA LIBERTAD
El
Verbo de Dios se ha atribuido el ser: el Camino, la Verdad y la Vida del
hombre. Él se revela en su encarnación la puerta a través de la cual se entra y
se contempla la inaccesible belleza de la Santa Trinidad en la perfecta
comunión de amor. “Si el Hijo os libera entonces seréis verdaderamente libres”,
libres de todos, libres de las cosas, del desorden de las riquezas, de todas
las criaturas, de las desordenadas pasiones, de sí mismo y, al final, del mismo
pecado. Las tres pasiones anteriores están ordenadas hacia el pecado.
Por
obra de Cristo, que no ha conocido el pecado, el hombre pasa de siervo del
pecado a ser siervo de Dios, desde la justicia, siervo del amor. En Cristo
viene obrada una renovación que devolverá la Imagen de Dios en su interioridad
y realidad más profunda, y recupera la deificación por esta obra del Espíritu
Santo en Cristo. Tenemos necesidad de liberación de todo aquello que circunda
el pecado. La lucha entre la carne y el espíritu deberá ser continuamente
actualizada; permanecen las pasiones desordenadas que se deben reorientar a su
nuevo orden en el amor[425].
CRISTO NOS OFRECE EN SU ENCARNACIÓN LA VERDADERA
COMUNIÓN-UNIDAD
COMUNIÓN-UNIDAD
Cristo
hombre es el nuevo vencedor de la muerte. Es, así, el centro de la unidad
universal y como en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la
divinidad, de la misma manera en él habita corporalmente toda la plenitud
cósmica. En él la naturaleza humana puede comportarse en plena armonía y unidad
en la medida en que voluntariamente cada uno se adhiera a él. En él se resuelve
la división de la única naturaleza contra sí misma, a causa de la cual ha
prevalecido entre los hombres la ley contra naturaleza del homicidio.
En
Cristo se resuelve la división de la naturaleza contra la voluntad, origen del
dispositivo tiránico y el abuso del poder. Unificado consigo mismo, con los
otros y con Dios, el hombre puede llegar a la expresión plena de su ser en una
universal comunión, y esto, gracias a la liberación del amor propio[426].
3- EL ANUNCIO DEL REINO
LA MISION DE LA EVANGELIZACIÓN
Los
destinatarios del amor de Dios, de la vida y comunicación divina son todos los
hombres. Tal pasión comunicativa universal de Dios en Jesús Cristo y en el
Espíritu Santo es la evangelización, esto es, el anuncio de la Buena Nueva de
Dios comunicándonos el misterio mismo de Dios-amor, y haciéndose vecino y
presente a cada hombre y mujer en cualquier parte de su historia y de su
cultura. Aquel que ha sido evangelizado ,a su vez evangeliza.
Es
imposible que uno haya escuchado la Palabra de Dios y se le haya dado el Reino
sin convertirse uno mismo, a su vez, en testigo y anuncio vivo. Todos los
creyentes, como cristianos, habiendo sido incorporados en Cristo mediante el
Bautismo participamos de su función sacerdotal, profética y real, y han sido
llamados a ejercitar la misión que Dios ha confiado a su Iglesia de irradiase
por el mundo entero[427].
EL MANDATO A LOS DISCÍPULOS
Discípulo
es toda persona llamada y amada de Dios, por lo tanto, impulsada a evangelizar,
a participar del fuego divino “porque el amor de Cristo nos impulsa, al pensar
que uno ha muerto por todos y por lo tanto todos han muerto. Él ha muerto por
todos, para que los que viven no vivan más por sí mismos, sino por aquél que ha
muerto y resucitado por ellos”
Así,
cada creyente por razón de los mismos dones recibidos, es testimonio e
instrumento vivo de la misión de la misma Iglesia ”según la medida con que
Cristo le ha dado su don”. El mandato a evangelizar a todos los hombres
constituye la misión esencial de la Iglesia, su identidad profunda.
Evangelizar, por lo tanto, es la VOCACIÓN PROPIA de la Iglesia, ella existe
para Evangelizar[428].
UN IMPULSO DEL AMOR
El
secreto de la evangelización es la comunicación de la Vida-Amor. La
comunicación del Evangelio según el estilo del Evangelio: la gratuidad, la
alegría del don divino recibido por puro amor. “Gratuitamente lo habéis
recibido, dadlo gratuitamente” (Mt 10, 8). Sólo quien ha probado tal alegría la
puede comunicar, todos la pueden probar por lo que a todos se les ha dado el
anunciarla. No existen pretextos, no exige ninguna particular predisposición.
Basta ser hombres y mujeres y aceptar ser amados como podemos sabernos amados
del Padre gracias a Jesucristo y en el Espíritu Santo. Quien ha aceptado ser
amado debe dejar amar cada vez más, de modo que encontrado no exista “otra
noticia” por comunicar y dar a conocer, y más autentica e valida que ésta. La
evangelización es una cosa misteriosa y algo inaferrable, como la comunicación
auténtica que no se deja del todo programar o poseer. Es un misterio que
procede del amor de Dios mismo, motor de vida y amor.
COMUNICAR TAMBIÉN A PARTIR DE LA POCA FE[429]
El
comportamiento de Jesús con los doce apóstoles después de la Resurrección es
muy significativo: les reprochó por su incredulidad, dureza de corazón, porque
no habían creído a quien había resucitado; pero después Jesús les dice: “Id a
todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 14-15). Siempre
me ha asombrado y confortado este comportamiento de Jesús, justamente a estos
hombres incrédulos y obstinados… les ha confiado la comunicación del Evangelio.
El mismo comportamiento que nosotros encontramos en el encuentro de Jesús con
Pedro. Después de haber negado a Jesús, Jesús le dice a Simón Pedro:
"Simón ¿me amas?… Esta es la única condición para el Jefe de la Iglesia,
le pide una respuesta de amor gratuita como la que ha tenido y tiene su Maestro
por él; ahora haz tú lo mismo por tus hermanos todos los hombres: apacienta y
compadécete de mis ovejas (Jn 21, 15).
En
esto, pues, radica la fuerza del mensaje cristiano y la mayor prueba del poder
del RESUCITADO. ¿Cómo explicar que aquellos hombres apocados, temerosos y sin
estudios, ni formación humana… éstos y no otros hombres, se enfrentaran contra
el mundo entero, y además con tanta valentía…? Si no fuese por la fuerza del
Resucitado, sería inexplicable.
PORQUE NOS HA SIDO COMUNICADO
Podemos
comunicar el Evangelio, sobre todo, porque ha estado comunicado a nosotros por
aquellos que antes de nosotros han creído. De verdad podemos repetir con S.
Agustín: ”Yo creo en aquél en quien han creído Pedro, Pablo, Juan… ”¿Por qué no
continuar añadiéndonos a estos primeros testigos, en favor de todos los hombres
por los cuales hemos venido a creer, para ir constituyendo la historia? Mirando
nuestro pasado, encontraremos sus rostros y sus voces, entonces saldrá de
nuestras bocas el agradecimiento porque hemos descubierto que la comunicación
de la fe ha sido para nosotros ante todo un don de Dios para con nosotros.
Hoy,
como entonces, a cada uno de nosotros le ha sido dado el deber y el derecho ,
el don y la tarea de responder a cuantos nos pidan razón de nuestra esperanza,
a lo que debemos responder con entusiasmo y gratitud (1 Pe 3, 15).
LA RESPONSABILIDAD DE COMUNICAR
De
este Don que hemos recibido
gratuitamente nace la gozosa responsabilidad de comunicarlo; con Pablo hemos de
repetir: ”He creído y por esto he hablado” (2Co 4, 13). Justo porque se nos ha
dado, nosotros debemos dar la fe. El mismo Apóstol dice: “Efectivamente, no
puedo excusarme de anunciar la Palabra, no puedo hacer menos… y ¡ay! de mí si
no anuncio el Evangelio… no he decidido anunciarlo por mi propia voluntad…
cumplo mi deber: ¿cuál será mi recompensa…? la satisfacción de anunciarlo
gratuitamente[430].
Los primeros discípulos del Señor, cuando los tribunales hebreos querían cerrar
sus bocas, replicaron: “No podemos no hablar aquello que hemos visto y
escuchado…” Jesús mismo les había amonestado: “Quien me reconozca delante de
los hombres, lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo…”[431].
ANUNCIAR LA PALABRA EN NOMBRE DE DIOS
Cuán
hermoso y cuán fácil es comunicar cuando se tiene de verdad algo dentro. Cada
comunicación nace de la oración, de escuchar la Palabra de Dios, de encontrarse
con él; produce la esperanza de la autentica comunicación: “La Palabra que da
la vida, nosotros la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos
contemplado, la hemos tocado con nuestras manos… por esto os hablamos de lo que
hemos contemplado, tocado, visto, oído… para que nuestra alegría sea perfecta…[432].
La
evangelización tendrá siempre como base, centro y vértice de su dinamismo
expansivo una clara proclamación de la Palabra de Dios, anunciada en nombre de
Dios. El contenido de nuestro mensaje no puede ser otro que el mismo Jesús nos
ha revelado. Por lo tanto la misión nace de la fe en Jesucristo, solamente en
la fe se comprende y se funda la misión y el hombre llega a descubrir la
realidad última de sí mismo y de todos los otros.
COMUNICAR CON NUESTRO TESTIMONIO[433]
La
comunicación del Evangelio no se agota en la sola palabra, existe un inmenso
campo de acción que compete a todos los creyentes que quizá no tienen la
facilidad del anuncio explícito. El anuncio, pues, del Reino incumbe también al
testimonio de la vida, de la verdadera dignidad humana, en el sostener,
promover y defender la vida; defender sus valores más profundos, estos derechos
que reguardan e interesan a todos los hombres. Todo lo que corresponde a la conciencia,
a la responsabilidad, a la libertad, a la justicia, a la paz, a la salvaguardia
del orden en el amor a todos los hombres de todos los pueblos… todo ello nos
interesa profundamente porque somos personas. El Evangelio interesa y comporta
todas las persona, influye en todo el comportarse y busca integrarlo en su vida
cotidiana y sobre todo en sus relaciones interpersonales en el ámbito familiar,
laboral, deportivo, etc.; allí donde esté la persona, incluso en cuestiones
modestas y decisiones morales simples, se pueden iluminar con nuevos valores de
la vida nueva del evangelio.
ANUNCIAR A CRISTO CON CORAJE, CON LA FUERZA DE SU
ESPÍRITU
“El
Señor ha enviado su Espíritu sobre mí… para sostener a los débiles para hacer
una alianza con todos los pueblos, para llevar mi palabra a todo el mundo y
conducirlos a mí de todas las naciones. El me ha comunicado su palabra. No
dejaré de anunciarlo con la fuerza de mi espíritu… te mando a proclamar mi
palabra, a llevar mi mismo mensaje, palabras de aliento al cansado, palabras de
luz para el ciego y ofrecer la salvación a los trabajadores… He puesto mi
palabra en tus manos, cual espada, mi mensaje penetrante como una flecha… no
tengas miedo de los hombres, no temas a los que te persigan y se rebelen contra
vosotros… no seréis vosotros quienes habléis sino el Espíritu Santo que hablará
en vosotros… Todo lo que yo os digo en el secreto tu repítelo a la luz, aquello
que escuches a baja voz grítalo con fuerza y sin miedo en los terrados…”[434].
ANUNCIAR A CRISTO CON PRUDENCIA Y VALENTÍA, CON SENCILLEZ E
INTELIGENCIA
Estáis
en el mundo como ovejas en medio de lobos, sed sencillos como palomas y sagaces
como serpientes. Permaneced en mi amor como yo permanezco unido al Padre. Que
mis palabras se enraícen en vosotros, que sean vuestra firmeza y seguridad.
Como lo veis en mí y como os lo digo… hacedlo y enseñadlo a los otros y sin
miedo. Buscad el Reino de los cielos y trabajad en la voluntad del Padre y lo
demás vendrá por añadidura[435].
Por
ello, el cristiano-creyente-seguidor de Cristo no ha de temer vivir esto en
todo e incluso en su contraste entre su impotencia y debilidad… ”mi fuerza se
manifiesta en la debilidad”. El nos promete su protección: estoy con vosotros
siempre. El sólo nos pide ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas,
en esto consiste la virtud cristiana-humana[436].
ANUNCIAR A CRISTO DESDE NUESTRA POBREZA
Os mando como ovejas en medio de lobos, sed
pacientes y astutos como palomas (cf Mt 10, 16). La misión se vive siempre en
el contraste de nuestra indigencia:
-de un lado, pide una
absoluta confianza en N. S. Jesucristo, nuestro Buen Pastor.
-por otra parte, pide
un andar desarraigados y desprovistos de toda seguridad que no sea él.
Antes
de enviarnos nos ofrece presencia protectora: no temáis. No temáis el hecho de
que apenas estéis por desarrollar la misión en medio de lobos, en medio de
situaciones peligrosas, dificultades de todo tipo… Al mismo tiempo nos pide
comportarnos como palomas con paciencia y sencillez porque esas serán las
mejores armas para derribar al enemigo, no desde la prepotencia humana sino
desde la confianza infinita en aquel que tiene poder sobre todas las cosas. No
temáis cuando vengan los días oscuros y grises, los sufrimientos y
contradicciones por su causa… serán las mejores ocasiones para manifestar mejor
su fuerza y su poder, para manifestar la excelencia del poder de su amor
personal y que no parezca obra nuestra[437].
ANUNCIAR A CRISTO
DESDE LA DEBILIDAD
A
veces hemos creído que el seguimiento y el anuncio queda reservado a los
perfectos, pero el Señor ha llamado a su seguimiento, no a las que se creen
listos, sino a los pecadores (el primero de ellos soy yo, dice San Pablo), para
que sean estos pecadores quienes con su fuerza puedan anunciar con gratitud su
infinita misericordia. Tus pecados son perdonados al mostrar mucho amor porque
a quien poco se le perdona poco amor muestra. Porque mi fuerza se manifiesta
mejor en la debilidad[438].
Si
no podemos anunciar a Cristo siendo perfectos, anunciémosle siendo pecadores
que es más fácil. En medio de la fragilidad, debilidad, fatiga, cansancio, etc.
se puede y se debe anunciar a Cristo para que se muestre que este poder
extraordinario que actúa en el evangelizador viene de Dios. Es la confesión de
la doble experiencia de debilidad y fuerza como paradoja del apóstol. La
conciencia apostólica de Pablo no es triunfalista sino que, por el contrario,
es una conciencia atribulada, sujeta al cambio, la tribulación y la angustia y,
sin embargo, poderosamente válida por la fuerza de Dios.
ANUNCIAR A CRISTO EN CRISTO
No
nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo Jesús Señor Nuestro. El apóstol
habla en nombre de Cristo, movido por el mismo Cristo desde el encuentro y
confesión de la fe profunda en él: "Creí por eso hablé" El que nos ha
destinado a tal misión es el mismo Cristo; se puede decir que incluso el
apóstol, según S. Pablo, no debe sólo hablar de Cristo sino en Cristo, hablando no sólo como de
parte de Dios sino delante de Dios: hablemos en Cristo. Pablo intenta evitar
una manera sucedánea de ser evangelizador, negociando o manipulando la Palabra
en vistas de ganar beneficios o ganancias propias, incluso evitando lo que
pueda ser prestigio humano: no vamos comerciando con la Palabra de Dios como
hacen la mayoría… sino con sinceridad. El verdadero apóstol tiene la conciencia
de que su palabra le viene de Otro y que es Dios quien le mueve a hablar, como
lo fueron los verdaderos profetas: "los que hablaron a los hombres de
parte de Dios”… ”Todo proviene de Dios que nos confió el ministerio”[439].
NOSOTROS SIERVOS VUESTROS POR JESÚS
Si
hemos perdido el juicio es por Jesús y si somos sensatos es por vosotros. El
apóstol no tratará en ningún momento de agradar a los hombres sino a Dios. El
sabe que no todos entienden, que le juzgarán exagerado, una persona que pide
demasiado, demasiado exigente más allá de lo razonable… Pero el apóstol lo que
hace, lo hace no tanto movido por el reconocimiento de los hombres sino por el
de Dios, quien le llama irresistiblemente: es un deber que hago asignado por Otro,
si evangelizara por propia iniciativa tendría derecho a recompensas, pero lo
hago movido, ”obligado” “forzado” seducido por su amor como por encargo que se
me confía… El predicar no es algo que elija el apóstol, no es por iniciativa
personal, sino una misión que me es dada y yo la realizo como un encargo que he
recibido, obedeciendo un mandato, con plena confianza, sin preocuparme por las
consecuencias. El apóstol anuncia la Palabra con la conciencia de ser
ENVIADO-“MANDADO” por Dios y de tributar únicamente a él la gloria y el honor[440].
MOVIDOS POR EL AMOR DE CRISTO (EN NOSOTROS)
Porque
el amor de Cristo nos apremia de forma que ya no vivimos para nosotros mismos
sino para Aquél que murió por nosotros. Sólo el amor de Cristo es la razón de
la vida apostólica. Este amor es la CATAPULTA y el motor que mueve el discípulo
misionero a hacerse capaz de entregar su propia vida: todo su tiempo, sus
energías, sus talentos, toda su persona por la causa del Reino.
La
vida tiene sentido en la medida en que se hace como la de Jesús: don gratuito
para los demás”[441].
Jesús después de resucitado aparece a los discípulos y les muestra su costado
herido: son los signos de su Pasión y de su muerte como Redentor en la cruz. La
fuente de ese manantial inagotable de amor que mana del costado abierto, vivo
en la fe del Hijo de Dios movido por amor a mí, quien me amó y se entregó por
mí (Pablo).
MOVIDO POR EL AMOR A CRISTO (EN LOS HERMANOS)
Si
Cristo murió por todos nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los
hombres. El amor de Cristo impulsa a todos los miembros de su cuerpo porque
Cristo ha muerto por todos, la vocación de amor solamente puede ser plenamente
entendida y vivida desde Cristo y en él por todos los hombre nuestros hermanos.
La vocación del amor es entendida auténticamente, cuando es apertura a nuestros
hermanos todos los hombres en profunda solidaridad con ellos.
Jesús
muestra a sus discípulos su Cuerpo herido y el Apóstol se ve movido a asociarse
a la Pasión de Cristo en cuanto complemento y participación: “Sufro en mi carne
y en mi vida lo que le falta a la pasión de Cristo". Esta necesidad en la
que vemos al mismo Cristo en la situación de dolor, necesidad y sufrimiento del
hermano, se transforma, a su vez, en razón y fuente de gozo y esperanza, por
razón de Jesucristo, muerto y resucitado[442].
4- LA INSTAURACION DEL REINO
El hombre es un ser comunitario
“La naturaleza
humana es algo de social donde la fuerza de la amistad es un grande bien que
ella posee como innato”[443] Todos
los hombres tienen la necesidad de una familia y de una comunidad. Dios ha
creado al hombre para la existencia pero también para la convivencia, para que
no fuese solo: he aquí la exigencia de la comunidad, he aquí porqué[444]
Cada hombre es
parte del genero humano de la familia de los hombres; su naturaleza tiene algo
de comunidad. Por esta razón, Dios quiere dar a todos los hombres un sentido
único de comunidad, de un único individuo, en modo, que en la comunidad ellos
estuvieran unidos no sólo por pertenecer al mismo genero originario, sino
también por el vínculo de la parentela en el mismo amor[445]
LA COMUNIDAD INSCRITA EN LA NATURALEZA COMO IMAGEN DE LA PRIMERA
COMUNIDAD.
Dios ha creado al
genero humano de un solo hombre. Lo creó de inmediato como “socios” para que no
faltase la amistad. La amistad se expande plenamente en la vida común, en la
comunidad.
En esta condición
privilegiada, la comunidad adquiere cuatro prerrogativas:
1. Crea la comunión, aquella de la cual habla Hch 4,
32-36.
2. Fomenta el amor, se extiende sobre Dios, se abre
a la necesidad de la Iglesia.
3. Da testimonio de unidad fundada sobre la búsqueda
y sobre el amor de Dios.
4. Preanunciando el reino de Dios, donde la
caridad llega a ser realmente recíproca y perfecta amistad.
La
comunidad cristiana es la expresión, la imagen de la comunidad perfecta: La
Trinidad, un solo corazón, una sola alma, una sola vida y amor, cf Hch 4, 32ss.
Comunión en la igualdad de la misma naturaleza, del mismo amor: La comunión que
no excluye sino que más bien exige la diversidad.
EL SER RELACIONAL en la experiencia de la complementariedad sexual:
(PAREJA)
El
camino del hombre es el de la relación en la complementariedad hacia la
comunión. El primer encuentro a integrar con el otro es la complementariedad y
diferencia sexual. Todas las criaturas aparecen en el relato del Génesis como
obra de Dios, pero el hombre es algo más que meramente obra: es Imagen de Dios.
De entre las criaturas sólo el hombre es ser personal (Div. Vif. 2), es ser
relacional, es participante del mismo ser y naturaleza del ser relacional de
Dios. Dios, que es una comunión-comunicación interpersonal, crea para esta
comunión otro ser personal (Div. Vif. 10). Pero esta comunicación no se queda
sólo entre Dios y el hombre sino que imprime al hombre ese dinamismo relacional
como ser necesitado de la relación, llamado a vivir en comunión con los otros
hombres. El primer estadio de vida en comunión lo establece el hombre en la
búsqueda y relación con la persona del otro sexo a nivel de pareja. También
esta relación pide que sea profundamente humana. Cabe la tentación de reducir
el proceso de comunión a este estadio de pareja, que sería una degradación
dentro del ser relacional en esta pareja romántica de enamorados: “egoísmo a
dos”, amándose y mirándose tontamente el uno al otro (cf. Cafarena y Blondel)[446].
EL SER RELACIONAL abierto a la fecundidad: (HIJOS)
La
naturaleza misma mueve a prolongar el dinamismo relacional mediante la unión
sexual y la entrada en una fecundidad del amor siempre mayor al de la propia
pareja. la mirada común hacia el hijo hace salir a la pareja de su propio
caparazón para abrirse a un nuevo horizonte. El hombre, por naturaleza, está
hecho también para dar y formar comunión. La realidad del amor es
descentramiento y proyección, lo que le hace cada vez más universal, y, sin
dejar de ser personal, sino más bien por serlo, el amor se va dirigiendo a todo
ser personal mostrándosenos como virtualmente universal.
El
hombre debe ir haciendo prójimos a sus hermanos. Hacerlos próximos supondrá un
sentirme afectado por su situación y prestarles una verdadera ayuda efectiva.
Será necesario, sin duda, abrirnos a la realidad de la fe para que del
encuentro con el otro yo desconocido pase a descubrir la dinámica universalista
del amor (Lc 10, 30).
EL
SER RELACIONAL abierto a los otros y al mundo
El
camino del amor-relación-comunión es como una expansión del amor hacia formas
cada vez más generosas y universales (M. Blondel)[447].
La
búsqueda de amor y de comunión manifiesta un deseo y una búsqueda más profunda:
la de un amor transcendente que pueda llegar a abrazar toda nuestra realidad
existencial y la búsqueda de una comunión plena con un ser que le trasciende y
que es el mismo fuente de esa comunión en sí y fuente de comunión con los
demás: es la completa comunión con Dios. El hombre busca así la comunión con
los demás dentro de una llamada a la comunión más profunda que parte de esa
comunión originaria en la Trinidad. Esta necesidad, deseo y búsqueda de
comunión con los hombres y con Dios presente en todo hombre no es, pues,
fortuita, fruto de una casualidad sino que proviene de su ser creado a imagen y
semejanza del mismo Dios (Gn 1, 26ss).
EL ITINERARIO HACIA LA COMUNIÓN NO SE REALIZA
ESPONTÁNEAMENTE
El
itinerario hacia la comunión no se da de una manera lineal siempre progresiva.
El camino hacia la comunión viene expuesto por el propio pecado personal y
estructural a numerosos bloqueos y retrocesos: retrocesos de en lugar de
aspirar al “ágape”, ser conducidos por el “eros” en una forma de reducción y
degradación del amor que lleva a una deshumanización con la consiguiente
ruptura de la comunidad, imposibilidad de vivir la comunidad, reducción a un
puro ideal.
La
comunión no es sólo llamada, sino tarea que se hace a veces ardua y difícil en
la integración de elementos diferentes, a veces dispares a veces enfrentados
con situaciones no exentas de conflictividad. La Iglesia en su peregrinar en
este mundo se ha caracterizado constantemente por una tensión muchas veces
dolorosa hacia la unidad efectiva.
El
Concilio Vaticano II ha puesto de relieve el carácter y finalidad propia de la
Iglesia tomando conciencia, tal vez como nunca se había hecho, de esta
dimensión de la Iglesia como MISTERIO Y COMUNIÓN (D.V. 9)[448].
El
designio y proyecto de COMUNIÓN establecido por Dios desde el principio de la
creación quedó comprometido por el PECADO.
El
PECADO rompió todas las relaciones: entre el género humano y Dios, entre el
hombre y la mujer, entre hermano y hermano (Caín- Abel), entre los pueblos
(torre de Babel), entre la humanidad y la creación (el diluvio universal), /cf.
Gen cap. 3-11/.
¿Cómo
se logra restablecer esta UNIÓN-COMUNIÓN perdida? Cristo no abandonó al hombre al poder del pecado dejándole en la
división-desintegración-muerte, sino que, compadecido de él, se abajó para
curarle, restaurarle, redimirle, reconstruirle (Pleg. euc. IV). Entregándose a
la voluntad del Padre en el misterio pascual realizó aquella misma unidad que
había enseñado a vivir a sus discípulos y que había perdido, entregándose al
Padre en su oración sacerdotal (Jn 17). Con su muerte en la Cruz destruyó el
muro de separación entre los pueblos (Ef 2, 14-26), reconciliándolos a todos en
la unidad y enseñándoles de este modo que la comunión y la unidad son el fruto
de la participación en su misterio de muerte.
LA UNIÓN DE LA COMUNIDAD BASADA EN LA UNIÓN DE CADA UNO CON
CRISTO[450]
Cristo, como nuevo ADÁN, vino a restablecer en él
mismo la UNIDAD perdida. Como NUEVO ADÁN vive en él la reconstrucción del
hombre: la imagen perfecta del hombre[451].
Cristo no solamente nos revela a Dios, sino que nos revela la imagen perfecta
del hombre, estableciendo en sí la verdadera comunión con Dios y con los
hermanos y con toda la creación, haciendo posible esta UNIDAD perfecta y
llamando así a todo hombre a imitarle y reproducirle. La llamada a la UNIÓN con
Dios es, sin duda la base de la unión fraterna entre los hermanos[452]. La
unión de la comunidad cristiana está basada en la UNIÓN de cada uno con Dios en
Cristo. Esta UNIÓN se expresa en la Biblia bajo diversas formas: (Jn 6, 56; 14,
17; 17):
·
el cristiano permanece en Dios y Dios permanece en él (1Jn 2,
5-6.24.27; 3, 6.24; 4, 12-13.15-16).
·
el cristiano ha nacido de Dios (1Jn 2, 29; 3, 29; 4, 7; 5, 1.18).
·
el cristiano es de Dios (1Jn 2, 16; 3, 10; 4, 4.6; 5, 19).
·
el cristiano conoce a Dios (1Jn 2, 3.13-14; 3, 6; 4, 7-8).
Al
crear el ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), Dios ha creado al
hombre-mujer para la COMUNIÓN, para vivir en COMUNIDAD. El Dios creador que se
ha revelado como AMOR, como TRINIDAD y COMUNIÓN ha llamado al hombre a entrar
en íntima relación con él y a la COMUNIÓN interpersonal, es decir a la
fraternidad universal (GS 3).
Esta
es la más alta vocación del hombre: entrar en COMUNIÓN con Dios y con los otros
hombres, sus hermanos. Cristo fue enviado por el Padre para reconstruir el
proyecto originario de Dios perdido por el pecado. Viniendo a nosotros
constituyó el comienzo del pueblo de Dios para llevar toda la creación a la
unidad perfecta.
La
Iglesia naciente: la primera comunidad cristiana de Jerusalén se levanta como
modelo y primicia de esta nueva forma de vivir, de convivir juntos en la UNIDAD
instaurada en Cristo. La comunidad cristiana encuentra su arquetipo y su
dinamismo unificante en la vida de UNIDAD de las Personas de la Santísima
Trinidad.
CRISTO LLAMA Y CONGREGA EN COMUNIDAD
Cristo,
llamando en torno a sí a los apóstoles y discípulos, hombres y mujeres. Como
parábola (cuasi sacramento) viviente de la familia humana, lleva a efecto el
plan y el deseo del Padre de congregar en torno a él a todos en la unidad (Jn
17). Cristo les anunció el Reino, les anunció la fraternidad universal en el
Padre, el cual nos ha hecho familiares suyos, sus hijos y hermanos entre
nosotros (Mt 23, 9). Así enseñó la igualdad en la fraternidad y la
reconciliación en el perdón (Mt 18, 6-18). Cambió totalmente las
relaciones de poder y dominio, dando él mismo ejemplo de cómo se ha de servir y
ponerse en el último lugar (Mt 20, 26-28; Jn 13, 12-17).
Durante
la última cena les dio el mandamiento nuevo del amor recíproco (Jn 13, 34;
15, 12), instituyó la Eucaristía que alimenta el amor mutuo haciéndoles
comulgar en el mismo pan (1Cor 13). Después se dirigió al Padre pidiendo como
síntesis de sus deseos, la unidad de todos conforme al modelo de la unidad
trinitaria: Padre, que sean uno como tú y yo somos uno (Jn 17, 21).
EL MODELO DE LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
La
Venida del Espíritu Santo, el DON por excelencia concedido a los creyentes,
realizó la UNIDAD querida por Cristo (At 2, 44; 4, 32). El mismo ESPÍRITU
comunicado a los discípulos reunidos en el cenáculo con María dio visibilidad a
la Iglesia, que desde el primer momento se caracteriza como signo de
FRATERNIDAD y COMUNIÓN en la UNIDAD de todos en Cristo: un solo corazón y una
sola alma. Esta comunión es el vínculo de la caridad que une entre sí a todos
los miembros del mismo Cuerpo de Cristo y al Cuerpo con su Cabeza (Rm 12, 1;
1Cor 12, 1).
La
misma presencia vivificante del Espíritu Santo construye la comunidad en Cristo
(LG 7)[454].
El ESPÍRITU SANTO es el que unifica la Iglesia en la COMUNIÓN y en el
ministerio (Ef 4; 5, 5ss). El ESPÍRITU SANTO es el que la coordina y la dirige
con diversos dones, jerárquicos y carismáticos que se complementan entre sí y
la hermosea con sus frutos (LG. 4; M.R. 2).
¿CUÁLES SON LOS RASGOS DE LA GENUINA IDENTIDAD DE LA COMUNIDAD
CRISTIANA? (At 2, 42-47)
¿Cuáles
son los medios, elementos que hacen posible la COMUNIÓN entre todos los
creyentes? La comunión de vida-oración-formación-apóstolado se constituyen como
los elementos y componentes esenciales y distintivos de la comunidad cristiana
signo de la verdadera comunión fraterna en Cristo.
En
medio de un mundo dividido y en medio de todos los hombres sus hermanos, la
comunidad cristiana es manifestación palpable de COMUNIÓN dando testimonio y
prueba de la posibilidad real de poner en común los bienes, de amarse
fraternalmente, de seguir un proyecto de vida fundado en la invitación de Jesús
a seguirle y a construir y anunciar su Reino de Amor. Expertos en comunión,
estamos llamados a ser en comunidad dentro de nuestro mundo roto y dividido,
testigos y artífices de aquel proyecto de COMUNIÓN que está en el vértice de la
historia del hombre según Dios.
COMUNIDAD QUE ORA QUE VIVE QUE CELEBRA SU FE (C.U. 12)[455]
La
oración se convierte en la fuente de la verdadera unidad, en fuerza liberadora
de todo egoísmo e individualismo para pasar a ser fraternos en el mismo amor de
Cristo. Es mediante la oración donde se consigue esta liberación de corazón de
todo impedimento; encendido por el fervor de la caridad y movido por el mismo
Espíritu de amor somos conducidos a vivir en esta íntima comunión de amor con
Dios y con los hermanos.
Toda
comunidad cristiana aparece en sí misma una obra que surge a partir de la
oración (D.C. 15)[456],
de ahí, que ante todo es un misterio que sólo puede ser entendido y vivido
desde una dimensión de fe. Cuando se olvida esta dimensión mística y teologal
que la pone en contacto con el misterio de la comunión divina presente y
comunicada como participación a través de la vida de oración, la comunidad
perderá su razón de ser y se haría imposible la fraternidad.
Es
el mismo Cristo quien convoca y congrega en comunidad llamándonos a vivir
unidos a él y unidos entre sí. Esta llamada se hace todavía más palpable y
presente en la celebración de la Eucaristía (Hch 2, 42). La oración en común se
ha considerado siempre como base de toda vida comunitaria.
COMUNIDAD QUE CONVIVE: DONDE SE COMPARTE Y SE FORMA LA FE
(C.U. 11)[457]
La
comunidad cristiana constituye este lugar de formación-escuela de fraternidad
(C.U. 35), donde se aprende a vivir en comunión: donde se llega a ser hermanos.
Del don de la COMUNIÓN recibido en la oración proviene la tarea de la
construcción de la fraternidad en el gozo y la acción del Espíritu Santo (Hch
13, 52).
La
obra de la fraternidad es, pues, don y tarea, es obra divino-humana que pide el
empeño de todos asistidos por la gracia y el poder del mismo Espíritu de Amor.
La fraternidad pide como primer signo y ayuda de amor fraterno en Cristo la
comunicación de las experiencias personales de fe y de las preocupaciones
apostólicas (1Cor 12, 7).
Esta
comunicación que se practica con sencillez, humildad y alegría y que se
practica espontáneamente y de común acuerdo, nutre la fe así como la estima y
la confianza recíproca, favorece la reconciliación y alimenta la solidaridad
fraterna en el compromiso cristiano (D.C. 15)[458].
COMUNIDAD QUE TESTIMONIA SU FE CON SU VIDA (C.U. 21-28)
La
comunidad no se construye en un día, supone la creación común mantenida con
constancia. La comunidad precisa de una vigilancia continua para no perder su
identidad originaria, debe pues ser vigilante para cuidar y salvaguardar la
unidad por encima de todo. El camino hacia la fraternidad y a la plena comunión
exige el coraje de la renuncia de sí mismo en la aceptación y acogida del otro
en el sometimiento y la obediencia. La comunión como don ofrecido, exige al
mismo tiempo, una respuesta, una colaboración, un paciente entrenamiento y una
constante lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad y
pluralidad de deseos e intenciones. El altísimo ideal comunitario implica
necesariamente la conversión de toda actitud que obstaculice la comunión (Ef 4,
2; 4, 32).
La
comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis, no tiene cuerpo. Se
necesita este esfuerzo constante para superar la tensión entre la llamada y el
compromiso cristiano para construir una comunión encarnada.
COMUNIDAD QUE ANUNCIA Y PROPAGA SU FE (C.U. 29-34; 58-59)
La
comunicación es elemento prioritario para la consolidación como para la
propagación de la fe, para la construcción de la comunidad hacia dentro y hacia
fuera. Para llegar a ser verdaderamente hermanos y hermanas, es necesario
conocerse. Para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de forma más
amplia y profunda. La comunión fraterna contribuye directamente a la
evangelización, puesto que la fecundidad (C.U. 54) de la comunidad dependerá de
la calidad de la vida fraterna en común (Juan Pablo II)[459].
La
comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera.
La comunión y la misión están profundamente unidas, se compenetran y se
implican mutuamente hasta el punto de que la comunión representa la fuente y al
mismo tiempo el fruto de la misión (Juan Pablo II)[460].
Resulta
necesario encontrar el justo equilibrio entre comunidad y tarea apostólica. La
comunidad religiosa debe entenderse en un dinamismo siempre abierto a la unión
que sin perder su propia identidad potencia y genera el movimiento eclesial y
la acción pastoral de la Iglesia.
5- EL SÍ AL AMOR: EL SÍ DE MARÍA
EL “FIAT” DE MARÍA[461]
María
es el modelo más claro de nuestra vocación y llamada a la comunión con Dios y
el anuncio de esta comunión a los hombres. La acogida de la autocomunicación
divina de parte de María es el
fundamento de la capacidad de nuestra comunión en la historia y anticipación de
la comunión en la plenitud de la vida Eterna.
María
se siente y entiende a fondo el amor de Dios, le deja entrar en su corazón; en
su comunicación, Dios, la hace capaz de comunicar. La fuerza y valentía de su
encuentro y de su respuesta es modelo y figura de una comunión lograda. María
ha sido capaz de alcanzar con su acogida al Amor, es capaz de acoger a Dios en
su vida haciéndole su Dios. Por su parte, nuestro Dios, le ha llenado de su
grandeza, plenitud y gracia llena de su presencia.
LA ACOGIDA DE LA PALABRA DE DIOS[462]
La
acogida virginal del acontecimiento de Dios indica la dimensión contemplativa
que está la raíz de su comunicarse. María se encuentra en profundo silencio
contemplativo. De ella salen pocas pero esenciales palabras que manifiestan un
propósito firme de virginidad, un profundo respeto del misterio de Dios, un
estar como “arcilla” en su presencia.
María,
en su escucha contemplativa, se deja encontrar por el misterio del Padre por
medio de la Palabra del Hijo, para celebrar el encuentro en la gracia y en la
fuerza del Espíritu Santo. Ellos manifestaron la estructura trinitaria de la
autocomunicación divina: desde el SILENCIO, a través de la Palabra, hacia el encuentro. María acoge con estupor y
temor la Palabra de Dios y se abre totalmente a su Misterio.
EL ANUNCIO DE MARÍA
La
comunicación de María es un anuncio pleno de alegría, es un encuentro en el
gesto y en la palabra que explica la sobreabundancia del corazón, la gratuidad
y el agradecimiento profundo. María comunica de verdad aquello que ella lleva
dentro: Dios mismo. Su anuncio va lleno de contemplación, de las maravillas de
Dios operadas en favor de su pueblo.
María
no fue un instrumento puramente pasivo en manos de Dios, sino que cooperó con
la salvación de los hombres a través de su fe y su obediencia querida y
aceptada: “Obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para
todo el género humano”[463].
"El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la Virgen MAría mediante su obediencia en la fe”;
“La muerte vino por Eva, la vida por María”[464].
LA FIDELIDAD DE MARÍA
María
ha acompañado a Jesús hasta la cruz, ha sido siempre fiel a la llamada del
Padre y ha hecho de su vida lo que el Padre ha querido. María, en plena
sintonía con el plan de Dios, vive el entusiasmo de la primera entrega, de la
respuesta a la llamada; siente, con júbilo desbordante, esta acción de Dios
singular en su vida y se dispone, pues, con gran corazón, a aceptar el designio
de Dios sobre ella. Pero el Evangelio hace notar que desde el principio María
vivió también la contradicción, la oposición y el rechazo: José resuelve
repudiarla.
Lucas
subraya al inicio de la infancia dos momentos claves para resaltar la fe de
María: cuando en la visita de Simeón le dice que en su corazón una espada le
atravesaría el costado, y cuando en la respuesta de Jesús perdido en el Templo,
al decirle que ella no entendía, no comprendía el significado de sus palabras[465].
MARIA CAMINA EN LA PEREGRINACIÓN DE LA FE
María
no lo tuvo todo fácil y resuelto. Ella no lo comprendía todo, comprende y no
comprende el plan de Dios, se adhiere a él íntimamente en el fondo de su
corazón. María está siempre en perfecta adhesión de fe; su total adhesión no
sufre mengua pero tiene que aceptar que es distinto de lo que como madre,
pudiese imaginarse. Una madre, evidentemente, desea para su hijo éxito,
progreso y el mayor bien.
Jesús
bajó con ellos, vivió con ellos y se sujetó a ellos en Nazaret. Cuán necesario
se nos hace adentrarnos en la fe de María en todo ese tiempo de vida oculta, de
crecer en la sinceridad y en el silencio lo que a los ojos del mundo quedaba
desapercibido. Ella supo retirarse en el silencio, aguardar en el silencio,
descubrir en el silencio de toda manifestación exterior. María estuvo a punto
para aquella primera manifestación pública de la obra de Jesús al comienzo de
su misión, animando a sus primeros discípulos a que creyeran en su Maestro:
“Haced lo que él os diga”[466].
MARÍA PROGRESO EN ESTA
PEREGRINACIÓN[467]
En
el corazón de María sucede una expropiación gradual de su natural apropiación
del Hijo. Toda madre quiere poseer al propio hijo, incluso tiene la tentación
de la posesión de hacer que realice su propio ideal. María desde el inicio de
la vida publica ve cómo se despega progresivamente Jesús de ella, de su lado,
para vivir otro tipo de acercamiento de su hijo en la identificación con su
misma misión . En la vida pública de Jesús hay rivalidades por medio, en las
cuales el Maestro afirma la libertad de su designio ante cualquier deseo de sus
padres sobre él. Cuando niega su familiares, no les quiere recibir y ante
la alabanza de su madre el responder: “Dichosos más bien los que escuchan la
Palabra de Dios y la practican”.
La
bienaventuranza de María, pues, es la de conformarse totalmente al plan divino.
Jesús ama a su madre inmensamente y, precisamente porque la ama, pone en primer
plano su libertad de acción mesiánica, con la confianza de que María acogerá de
manera total el obrar de Dios que se cumple en él
MARÍA, FIEL HASTA LA CRUZ
María
en su camino de fe aprende a acoger de manera misteriosa y profunda el designio
de Dios para su vida, el designio del Padre para con su hijo Jesús. María en el
culmen del misterio de la cruz sufre humanamente la expropiación del hijo. Aquí
María vive el vértice de su camino de fe y de la adhesión a la voluntad de
Dios. Como Abrahán fue sometido a la dura prueba de la ofrenda de su hijo, así
será también María preparada como madre de todos los creyentes.
Precisamente
porque se puso toda ella en las manos de Dios y se abandonó con todo lo que era
y tenía -su hijo-, será por ello ensalzada y destinada a su vez como Madre de
todos los hombres. Ella avanzó en la peregrinación de la fe, manteniéndose
fiel, unida a su hijo, hasta la cruz. Junto a la cruz se mantuvo, siguiendo,
sufriendo profundamente con su Unigénito y en plena unidad con las entrañas de
Madre al sacrificio a la inmolación de la víctima que ella misma había
engendrado[468].
MARÍA ENTREGANDO EL DON DE SU HIJO
María
entrega al Padre el Hijo por amor a toda la humanidad. María comprende más que
nadie el significado del ofrecimiento sacrificial de Jesús, del amor por la
humanidad y de la plenitud de la donación al designio de Dios que está ofrenda
conlleva . María nos introduce en el misterio más profundo de nuestra fe,
solamente a su lado, colocándonos a los pies de la cruz comprenderemos el
significado de la muerte de su Hijo, y como ella, aceptaremos la redención con
lo que nos abre el sentido del misterio de la Redención. María conservaba todo
esto para meditarlo profundamente en su corazón.
A
este misterio divino de la salvación, quiso Dios, por su propio designio
asociar desde el principio a María y, quiso también, que ella estuviese al
inicio de la constitución de la Iglesia. María entregando el cuerpo de su hijo
en la cruz participa de modo singularísimo no sólo del misterio de Cristo sino
de la Iglesia[469].
MARÍA ACOGIENDO LA IGLESIA
María
recibe como don del Hijo toda la humanidad. Jesús, viendo a su Madre y al
discípulo, dice: "Mujer ahí tienes a tu hijo" y luego dice al discípulo
"Ahí tienes a tu Madre". La figura del discípulo representa a la
Iglesia que es puesta en íntima comunión con la Madre como fruto y resultado de
la pasión vivida por María junto con Jesús. María que entrega a Dios lo mas
querido, su hijo, recibe también de Dios lo que para Dios es lo mas querido, el
Cuerpo del Hijo que vivirá en la Iglesia naciente de la Pasión-Muerte y
Resurrección de Jesús.
María
por haber cooperado con su amor a que nacieran los fieles en la Iglesia, que
son los miembros del Cuerpo de su Hijo, es verdadera Madre de todos sus
miembros. Ella por este motivo es proclamada como miembro excelentísimo y
enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la fe,
ocupando en ella el lugar mas alto y ala vez el mas próximo a nosotros[470].
MARÍA, PRIMICIA DE LA NUEVA HUMANIDAD[471]
Con
María y a los pies de María se levanta la Iglesia, la Humanidad Nueva. Su sola
presencia es estímulo en la fidelidad, vigor, serenidad, agilidad, vivacidad de
la fe. Por el don de la maternidad divina con la que está unida al Hijo y por
sus singulares dones, está unida íntimamente también a la Iglesia. La madre de
Dios es tipo de la Iglesia como ya enseñaban los Santos Padres (S. Ambrosio):
a) en el orden de la fe:
presentando su fe no adulterada por duda alguna, ella como la Nueva Eva
obedece, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios.
b) en el orden de la
caridad: ella se conservo fiel, pura e íntegra a la voluntad del Padre, como
fiel proclamadora y discípula de su hijo y como esposa del Espíritu Santo.
c) en el orden de la
perfecta unión con Cristo: en el misterio de la Iglesia que, con razón, también
es llamada Madre y Virgen, María la precedió mostrando de forma eminente y
singular la santidad y la perfección que estamos todos llamados a vivir.
MARÍA, FORMADORA EN LA PRIMERA COMUNIDAD
En
torno al regazo de María se levanta la primera comunidad como germen de la
Iglesia. Ella dio a luz al Hijo único del Padre, y asistida también por la
acción del Espíritu Santo, da a luz a todos los que son miembros del mismo
Cristo, y no se avergüenza de llamarse madre de todos en los que se va formando
Cristo su Hijo[472].
María se comportó con todos ellos con solicitud y afecto maternal. Ella no
solamente brilla ante toda la comunidad de elegidos como modelo de virtud, sino
que es intercesión cuidadosa y formadora para infundir en ellos esas mismas
virtudes de los que ella es Maestra, atrayendo a todos hacia su Hijo.
María
es toda firmeza en la fe, se levanta como pilar fuerte y sólido para la Iglesia.
En toda su figura se le nota serena, firme y hermosa como torre de David,
escudo, baluarte, fortaleza de pecadores, como torre de marfil. Toda humildad,
toda esclava y sumisa, he ahí tu realeza: ¡Que lindos son tus pies en las
sandalias, hija de príncipes![473].
MAESTRA DE ORACIÓN
María
entra como madre en el Misterio de la Encarnación participa y se une
íntimamente con todo su ser al mismo ser de Dios, buscando y obedeciendo en
todo momento la voluntad del Padre, guiada por el Espíritu Santo. Creyendo y obedeciendo
como nadie lo ha hecho, se convirtió en modelo y maestra de oración de todos
los creyentes.
Así
la ensalza su prima Isabel: “feliz tú porque has creído…” .Así la ensalza el
mismo Hijo: “felices los que escuchan y cumplen…” quedando clarísimo que nadie
como ella ha escuchado, creído y obedecido. ¡Que hermosos tus amores, que
sabrosos y la fragancia de tus perfumes! Miel virgen destilan tus labios, miel
y leche debajo de tu lengua, y la fragancia de tus vestidos son como la
fragancia del ciprés del Líbano: todo amor conyugal, esponsalicio,
comprometido, y total[474].
MAESTRA Y MODELO DE PUREZA
María,
de forma consciente y singular, es el modelo de virgen y madre. Ella es virgen
que custodia pura e íntegramente la fe, prometida al esposo. Ella no solamente
se presenta como modelo sin manchas ni arrugas para todos los fieles, sino que
se presenta como formadora e intercesora singularísima para educar en esa misma
pureza, fidelidad e integridad de corazón a todos sus hijos. María, virgen
castísima, virgen de las vírgenes es considerada huerto cerrado del Espíritu
Santo, manantial inagotable de imperecedera hermosura soberana; fuente sellada.
Toda y sólo amor que invade, que inunda, recrea y fertiliza, en una palabra, un
vergel de amor. Fruto exquisito de la Redención, obra maestra de la gracia de
Dios; rosa mística; toda hermosura, la encantadora Amada e Hija predilecta del
Padre; hermana y fiel discípula de Cristo, su hijo; esposa y fiel colaboradora
del Espíritu Santo; de la que el único Dios queda prendado: “me robaste el
corazón amada mía, hermosa mía, esposa mía”[475].
MAESTRA Y MODELO DEL AMOR
Si
Pablo, el Apóstol de Cristo, no deja de dar amor a sus hijos con solicitud y
deseo piadoso por medio del anuncio de la Palabra, asistido por la acción del
Espíritu Santo… con cuánta más razón la Madre de Dios, en sus entrañas una sola
vez fecundadas, aunque nunca agotadas, no cesa de dar amor a sus hijos de
generación en generación. Ella, como la Iglesia, de la que es figura, es Madre
de todos los que renacen a la vida, al ser Madre, de aquella vida, por la que
todos viven. Ella al dar a luz la Palabra de un modo singular, mucho más santo
y divino, más aun es hecha madre por la Palabra de Dios fielmente recibida.
María,
como fiel discípula de Cristo y en colaboración con el Espíritu Santo, une y
refleja en sí las más grandes cualidades del apóstol enamorado de Dios. María
es ejemplo de aquel amor materno que debe animar también a los que en la misión
apostólica de la Iglesia cooperan en la regeneración de los hombres por medio
de la Palabra.
MARÍA, PARTICIPANDO DEL SACERDOCIO DE SU HIJO
Todos
se han quedado lejos de la cruz, los compañeros de los caminos felices, los
confidentes de sus bondades, los pobres que fueron curados, los niños que
fueron acariciados, las multitudes que le siguieron enardecidos, los discípulos
que le habían prometido no abandonarle nunca… Todos no… un pequeño grupo está
ahí; entre estas personas, su Madre: ella nunca le abandonó.
María
a los pies de la cruz, de Jesús crucificado no es solamente la madre que sufre
inmensamente los dolores y la muerte de su hijo; además, es sacerdote con
Cristo, corredentora con Cristo que asiste consciente y voluntariamente al gran
sacrificio de nuestra redención, es la Madre del Redentor y Eterno Sacerdote
que en una sublime conformidad con el querer divino ofrece espiritualmente, y
por la expiación de nuestros pecados, la víctima que ella misma dio a luz y
alimentó y preparó cuidadosamente; es la Virgen dolorosa, sacerdotisa con su
hijo, que ofrece la víctima de su propio hijo, inmolado en la cruz al Padre
para la salvación de todos los hombres[476].
MARÍA INTERCESORA[477]
María
predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios y Madre nuestra. Asunta
a los cielos no ha dejado su función mediadora y su misión salvadora. Con sus
múltiples intercesiones continúa obteniéndonos los dones de la salvación
eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su hijo, que todavía
peregrinan y se hallan en el peligro y oscuridad hasta que sean conducidos en
la patria bienaventurada.
Por este motivo
la Santísima Virgen es invocada por todos los creyentes como intercesora,
auxiliadora, mediadora, abogada de todo el género humano[478].
La Iglesia no duda en confiar en esta función misericordiosa de María: la
experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que
apoyados en esta protección maternal se unan con mayor intimidad al mediador y
Salvador.
[368] Cf L. Boff, Hablemos de la otra vida. El cristianismo como la religión del amor,
p.97, Santander 1978, 97.
[369] Cf Ireneo de Lyon, Adversus haereses III, 20,
23: SC 34, 342-344.
[370] L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Santander
1978, 93.
[372] Id., 63.
[373] Id., 64-65
[374] ”Carta a
los jóvenes del mundo con motivo de Año Internacional de la juventud”, Manila,
14-1-95 y “Carta a los jóvenes del mundo con motivo del Año internacional de la
Juventud, Roma 1985.
[375] ”Mensaje de
Juan Pablo II para la jornada mundial de oración por las vocaciones, 18-10-94,
Roma
[376] Nota
semántica: la palabra DISCÍPULO viene del latín “discipulos” y del verbo
correspondiente “discere” que significa: “aprender”. En el NT “mathêtês”
significa la relación del discípulo con su Maestro hasta una comunión íntima
con él (K. H. Rengstorf: “Grande lessico nel Nuovo Testamento”,
vol. VI.
[377] Cf. G.
MARCHESI, Il discepolato di Gesù III,
La Civiltà Cattolica, 1992, 131-144.
[378] Cf. Mc 3,
7; 4, 10; Lc 9, 10; 10, 5.
[379] Cf. G.
MARCHESI, Il discepolato…, 131-144.
[380] Cf. EN 23.
[381] Cf. Mc 1,
18; Mt 1, 20; Lc 5, 11; 9, 58; 14, 33; 9, 23.
[382] Cf.
MARCHESI, Id.
[383] Cf. Mc 16,
16; Mt 28, 19; Jn 20, 21.
[384] Cf. Mt 10,
24; Lc 6, 40; Jn 14, 12; Lc 10, 26; Jn 13, 16; 14, 14; 15, 4; 13, 8.
[385] Lc 9, 1;
10, 1: Hch 1, 21; 13, 30; Lc 2, 32; Mc 16, 15; Hch 13, 40-47.
[386] Cf.
MARCHESI, Id.
[387] Cf. Id.
[388] J. PABLO
II, Homilía por la X Jornada Mundial de
la Juventud, Manila Rizal Park, 14-1-95.
[389] Cf. Mt 28,
20; Ex 3, 12.
[405] Cf IRENEO De Lyon, Adversus haereses 5, 27, 2: SC
153, 342.
[406] Cf Id.,
Adversus haereses III, 10, 2: PG
7, 873.
[407] Cf Duns ScotTO, Reportata parisiencia 7, IV. Esta doctrina profundamente patristica
ha sido desarrollada por los teólogos orientales, sobre todo después de las
obras fundamentales de Nicola Cabasila,
místico bizantino del siglo XVI.
[408] Cf Ambrosio de Milano, Exploratio psalm 40, 35.
[409] Cf Atanasio, De encarnatione Verbi, 54: PG 25, 1929.
[410] Cf IRENEO DE LYON, Adversus haereses 3, 18, 7; 3, 22, 3.
[411] Cf Id., 3,
20, 2.3; 5, 35, 2.
[412] Cf G S35.
[413] Cf Id., 35.
[414] Cf L G 32; Mt 5, 48; 2 Co 8, 9.
[415] Cf Ambrosio, De vidnis, 4, 23; PL 16, 2415; Juan
CRISÓSTOMO, In me hom 7, 7, PG 57,
81; GS 4; 1 Co 7, 31.
[417] Cfr Hobber., Sobre el estado.
[418] Cf Battista Mondin, Ritare l’uomo, Roma 1993, 47.
[419] Cf MÁXIMO el Confesor, Obras de Máximo el confesor, I centuria
35-45 Vol. II Filocalia.
[420] Id., I
Centuria 35-45, Vol. II Filocalia.
[421] Cf MÁXIMO Confesor, I Centuria 55
Filocalia II.
[422] Cf Id., Introducción. Filocalia II, p.17.
[423] Cf Idem, Sobre la oración del Padre Nuestro, p.
303; Id., Sobre la caridad, p 58.
[424] Cf Agustín, Discursos 4, 24, 62, 68.
[425] Cf Id., GV
41, 4-5-6-7-8-9-10-11-12; GS 17 (excelencia de la libertad); Jn 14, 6;
10, 7; 8, 36; Fil 2, 7; 2Co 5, 10.
[426] Cf MÁXIMO Confesor., La recomposición de la unidad universal mediante el amor, Introducción
Filocalia II, 17.
[429] Cf S. Juan CrisÓstomo: Homilía 1 Co 1, 13; Id., Homilía
4, 3: PG 61, 34-36 (LH IV pg.1133-1134).
[430] Cf 2Co 4,
13; 1 Co 9, 18.
[431] Cf Hch 4,
20; Mt 10, 32.
[432] Cf 1 Jn 1,
1-4.
[433] Cf Pablo VI, "Evangelii Nuntiandi".
[434] Cf Jn 6, 1;
Lc 4, 16; Is 50, 1; Hb 4, 4; Mt 10, 18.
[435] Cf Mt 10,
16; 6, 33; 2Co 4, 9; Mt 28, 16; Mt 10, 17.
[436] Cf Juan CRISÓSTOMO, “Comentario sobre el Evangelio de Mateo", Homilía 23, 1.2:
PG 57, 389-390 (LH. III); S. GREGORIO
Magno, Comentario sobre el libro
de Job 1, 2.36: PL 75, 529-530. 543. (LH III p.214).
[437] Cf 1Sam 17,
50; 1 Co 4, 7; Juan CrisÓstomo, Comentario al Evangelio de S. Mateo.
Homilía 33, 1.2: PG 57, 389-390 (LH IV. p 472-474).
[438] Cf C: M. Martini, Hombres de paz y reconciliación, Santander 1988, 52; Lc 7, 47; 2Co
12, 10.
[439] Cf 2Co 4,
5; 4, 13; 2, 17;5, 18; 2Pe 1, 21; C. M.
Martini, Hombres…, 51-55.
[440] Cf C. M. Martini, Hombres…, 12; 2Co 4, 6; 2 Co 5, 13; Gal 1, 10; 1Co 9, 17.
[441] Cf J. Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Roma 1994, 132;
2Co 5, 14-15; Jn 20, 26.OR 21-11-1992, n.3.
Lc 11, 27-28.
[442] Cf J. Pablo II, Mensaje de la vigilia de la X jornada Mundial de la Juventud, Manila
1995.
[444] Id.-, D: Discursos 229 y 1.
[445] Id., BC: De bienes coniugales 1.1.
[446] Cf J. GÓMEZ Cafarena, Metafísica fundamental, Revista de Occidente, Madrid 1969; M. Blondel, L'action, Paris 1893 (Paris, PUF 1950) (sobre todo desde la
pg. 253).
[447] Cf Id.
[448] Cf Congregavit nos in Unum Christi Amor,
S.C.I.C., Roma 1994.
[449] Id.
[450] Cf Nota Biblia de Jerusalén a 1Jn 1, 3.
[451] Cf DV 7.
[452] Cf GS 23 y
RH 10.
[453] Cf Congregavit nos in unum Christus.
[454] Cf GS 7 La acción vivificante del Espíritu Santo en
la Iglesia.
[455] C.U, id.
[456] DC: "Dimensión contemplativa de la vida religiosa",
CRIS 1980.
[457] Id.
[458] DC, id.
[459] Juan Pablo II, Discurso a la Plenaria de la CIVCSVA, 23 noviembre 1992:
[460] Juan Pablo II, Exhortación apostólica "Christifideles laici", Roma 1989.
[461] Cf RM 7-11.
[462] Cf Id.,
12-19; Lc 1, 26-38.
[463] Cf IRENEO DE LYON, : Adversus haereses III 22, 4: PG 7, 959 A; Harvey 2, 123.
[464] Cf Id.,
Haervey 2, 124; JerÓnimo, Epist 22, 21: PL 22, 408; Agustín, Sermón 51, 2, 3: PL 38, 335.
[465] Cf L G 57;
Mt 1, 9; Lc 2, 35; 2, 48.
[466] Cf L G 58;
Lc 2, 19; 2, 51; Jn 2, 5.
[467] Cf C. M. Martini, El evangelio en san Lucas, Bogotá 1987, 117-112;
[468] Cf LG 21 Jn
19, 25.
[469] Cf Id., 52;
Lc 2, 41.
[470] Cf Id.,
53-54; Jn 19, 27.
[471] Cf Id.,
63-65.
[472] Cf Beato Guerrico, abad, Sermón 1 en la Asunción de Sta. María:
PL 185, 187-189 (LH III p.1485).
[473] Cf Cant 7,
5; 7, 2.
[474] Cf Hch 1,
14; Lc 1, 45; 11, 27; Cant 4, 11.
[475] Cf Cant 4,
9.12.13.15; 7, 6.13.15.
[476] Cf J. Julio MARTÍNEZ, El drama de Jesús, Bilbao 1992; Jn 19, 25-27.
[477] Cf LG 21.
62.
[478] Cf S. LEÓN XIII, encíclica Adintricem poproli, 5 Sept. 1895 ASS 15
p. 303; PÍO XI, en Ad dieni illum
2 Feb 1904, Acta 7 p. 154 DS 1978a; PÍo
XII, Mensaje radiofónico 13 Mayo 1946, ASS 38, (1946) p. 266
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