jueves, 16 de abril de 2020

La espiritualidad de los Padres (III Parte)

La espiritualidad de los Padres 
(Parte III)

LA PROYECCION





1- LLAMAMIENTO AL AMOR

            Toda la vida nueva, el Reino Nuevo, la Nueva Creación se da a partir de un encuentro, de una llamada: Jesús llama a estar con él (Mc 3, 14). Es el principio de un renacer a una vida totalmente nueva: la vida auténtica. Jesús invita y llama a entrar en esta relación de verdadera confianza, como amigos: “A vosotros, mis amigos, os digo” (Lc 12, 4); “Os he llamado amigos” (Jn 15, 15).¡¡Cuál la belleza y la grandeza de este maravilloso encuentro!!. El calor de su comprensión, la dulzura de su ternura, la inmensa belleza de su amistad. Es el gozo del encuentro más transformante de la vida, la sorpresa revolucionaria de ser amado de una manera totalmente nueva, sin comparaciones. Este encuentro y esta primera llamada es el comienzo de una historia de amor hacia la plena comunión. El llamamiento es el despertarse de aquel amor auténtico, pleno, fiel, hasta al final que será eterno y definitivo, la alegría y belleza de este encuentro no se puede retener, es incontenible.

LA LLAMADA DE JESÚS ES PERSONAL

            Dios se autocomunica, Dios no comunica algo fuera de sí, sino a sí mismo, con amor indecible, y todo lo que comunica fuera de sí no es otra cosa que la señal o el símbolo de la voluntad de comunicarse como don supremo.
            Al mismo tiempo la comunicación divina es interpersonal, interpela al otro, al hombre que la recibe, para que se ponga en un estado de atención, de acogida, de escucha, de reciprocidad. Sin reciprocidad no hay comunicación. El Dios viviente llama al hombre viviente. Es la llamada de amor. Interpela al hombre llamando, prometiendo, amenazando, exhortando. Jesús cuando llama mira y ama al mismo tiempo: “Jesús, mirándole fijamente, le amó y dijo: “SÍGUEME” (Mc 10, 21).

 

JESÚS ME LLAMA

            Mientras Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea (Mc 1, 16a), en el silencio de todos los ruidos y otras voces del mundo, en el infinito donde queda la voz del Padre… Jesús vio a unos pescadores y dijo… (Mc 1, 16b-17).
            Es la mirada profunda del amor filial de Dios Padre que desde el principio de la creación del mundo pensaba en nosotros, nos deseaba, nos amaba, nos quería suyos. Es la hora esperada, es el tiempo del amor, es el tiempo de la salvación (Cant 2, 12-13). Había algunos hombres que echaban las redes. Vieron a Jesús por primera vez, pero como si ya lo conocieran. Ellos escucharon a Jesús por primera vez, pero como si su acento les fuera familiar. La voz de Jesús tiene el acento de la verdad, de lo eterno. Jesús los llama con sólo dos palabras: “Venid conmigo”. Nunca en tan pocas palabras un mensaje y una invitación más profunda.



ELLOS ESCUCHARON SU VOZ: “VENID CONMIGO” (Mc 1, 17a)
            Ahora mi amor habla: “vamos amada mía, amiga mía: ¡Ven! (Ct 2, 10). Alguna cosa deben haber visto y escuchado estos hombres que quedaron atraídos y fuertemente cautivados. Ellos se encontraron con la mirada fija de Jesús, con el amor personal de Jesús: Jesús lo miró con gran simpatía, con profundo amor y le dijo… (Mc 10, 21). Jesús les llamó uno a uno, les miró y les amó uno a uno; Jesús les amó con un amor totalmente nuevo superior a todo otro amor, un amor sin comparaciones con ningún otro, más allá del amor de padre, madre, esposa, hijos, hermanos, etc. (Mc 10, 37).
            Jesús les declara su amor eterno y personal y su deseo de convivir con ellos, de establecer una comunión profunda de vida con ellos; “Jesús los eligió para tenerlos con él (Mc 3, 14a).

 

VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS

            El amor busca la proximidad, la cercanía del amado, la convivencia, el trato familiar e íntimo. Esto es lo que ante todo Jesús quiere brindar y buscar en su reciprocidad, esta amistad sincera de amigos. Jesús quiere compañeros de camino con los que pueda compartir todos sus anhelos. Jesús se retiró en la región cerca del desierto donde se quedó con sus discípulos (Jn 11, 54).
            El Señor quiere la compañía de sus discípulos como si, no encontrando la comprensión de la multitud, busque llegar al menos al corazón de sus algunos íntimos amigos, capaces de escuchar y de obedecerle. Delante de su mensaje hace falta alguien que quiera aceptarlo, vivirlo y tomarlo como norma de su vida. El Señor tiene ganas de encontrar discípulos, personas que lo conozcan, que lo entiendan, que lo sigan de verdad.
            El Señor quiere revelar, manifestar su amor y hace falta corazones abiertos. Solamente los que entran en esta relación íntima con el Señor podrán de verdad anunciarlo.

OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES (Mc 1, 17b)
            Jesús les eligió para una misión: el anuncio del Reino de Dios (Mc 3, 14b). Una misión singularísima y delicada en la cual está en juego el destino temporal y eterno de los hombres: la misma misión salvadora y redentora por la cual él ha sido enviado: “Como el Padre me envió así os envío, en el mismo empuje de amor (Jn 20, 21).
            El encuentro con Jesús hace brotar en el discípulo las ganas de comunicarlo. La novedad de vida, la plenitud de su amor en una acción de gracias total (Lc 1, 46). “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 116, 12); “Anunciaré a los errantes tus caminos, los pecadores volverán a ti” (Sal 51, 15).
            Hay una felicidad al vivir esta fiesta interior del encuentro con el amor que nadie podrá quitar… y que nos hace capaces de introducir en esta comunión de amor a todos.

ELLOS AL INSTANTE, LO DEJARON TODO (Mc 1, 20a)
            La llamada de Jesús pide una respuesta pronta, sin demora. El que se para a deliberar o a observar o a considerar otras dedicaciones no es digno: “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios” (Lc 9, 62).
            Todos los que siguen a Jesús han de vivir con la radicalidad del Maestro. La sal es algo útil, pero también la sal, si pierde su sabor no sirve de nada, ni como abono para los campos: por eso se tira (Lc 14, 34). Si el apóstol pierde esta jerarquía y orden de valores ya no vale. “El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23). El discípulo debe estar dispuesto a vivir el mismo destino que el Maestro. Si el apóstol no se libera de todo, de todos y de sí mismo no podrá anunciar con libertad el Reino de Dios.

Y SIGUIERON A JESÚS (Mc 1, 20b)
            El verdadero discípulo es la persona que de manera afectiva y efectiva es capaz de salir de sí mismo, olvidándose de todo para vivir totalmente polarizado y atraído por Cristo y su misión, fijando la mirada solamente en Cristo. Que tengamos la mirada fija en Jesús: es él que nos ha abierto el camino y nos llevará hasta el final (Hb 12, 2).
            Nosotros estamos llamados a vivir ya el Reino de Dios. Esta felicidad máxima de comunión de vida y amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y también a compartir y ayudar a los demás a entrar en la vida eterna de la Trinidad. “Aquel día conoceréis como el Padre vive en mí, y yo en vosotros” (Jn 14, 20). “El Padre y yo haremos morada en vosotros… Yo os doy mi mismo Espíritu de amor de modo que haréis obras mayores de las que yo he hecho… ” (Jn 14, 12).

 

LA BÚSQUEDA DEL AMOR (Leonardo Boff)[368]

            El seguimiento no es otra cosa que la misma dinámica del amor. El despertar al amor, a la conciencia o al conocimiento profundo de un Dios que nos creó por amor y que nos quiso para sí como compañeros del amor, que nos invita a convivir y compartir su amor con todos haciendo del mundo su Reino de amor en el; que las personas lleguen a amarse como él nos ama: El movimiento de Dios hacia el mundo es el amor. El movimiento del hombre hacia Dios no es otro que el del amor. El movimiento de los hombres en el mundo entre sí no debe ser otro que el del amor. El que encuentra a Dios, lo encuentra todo, porque Dios es EL AMOR. “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4, 16).
            Jesús viene a colmar la realización de todos los deseos, anhelos y esperanzas del hombre. Jesús no sólo anunció y predicó el Reino de Amor, sino que lo instauró en su persona. En su vida y su persona se realizó el Reino de Amor y la esperanza de todos los pueblos.

 

LA LLAMADA DEL AMOR

            Jesús nos invita a adentrarnos en la novedad de su vida, de su amor, de su Reino. Cristo apareció en Galilea anunciando un Reino Nuevo, una Buena Nueva (evangelio). Trajo la novedad absoluta como diría San Ireneo 180 años después de su venida[369].
            Con Jesús apareció el hombre nuevo. El Reino nuevo, los cielos nuevos y la tierra nueva (Ap 21, 5). Los primeros discípulos comprendieron el alcance extraordinario de la novedad aportada por Jesús, y de hecho, se descubrían y reconocían como hombres nuevos

LO VIEJO YA PASÓ Y HA SURGIDO UN NUEVO MUNDO (2COR 5, 17).

            Cristo acaba con todas las alienaciones y divisiones que los hombres habían creado entre sí y establece un hombre nuevo con la victoria sobre los enemigos del hombre, contra las enemistades, los odios, las muertes. En una palabra, el pecado. El mal y el pecado es vencido por la fuerza de su amor. El Reino de Dios, la fraternidad, la comunidad, comunión de todos con todos y con Dios empieza.

LLAMADA A LA LIBERTAD[370]
            El seguimiento nace de la llamada del amor y de la respuesta al amor. La llamada al amor es también una llamada a la libertad (Jn 8, 32). El amor sin libertad no existe. El amor no se ordena ni se compra, si fuera así merecería desprecio (Cant 8). El amor es una donación totalmente gratuita y libre. El amor es dar con libertad una respuesta a una propuesta. Dios nos hace una propuesta de amor a que vivamos en el amor, a que vivamos con él, a que podamos participar en un proyecto de eternidad con él. El no nos obliga, nos invita. Y su propuesta espera una respuesta. El amor sólo merece ser respondido y correspondido con amor. Dios da al hombre la libertad de responderle con amor, con indiferencia o con rechazo. Ahí descansa la dignidad más absoluta del hombre, en poder decidir en todo: un proyecto de vida eterna y en la eternidad con Dios, o por el contrario sin él.

 

LLAMADA A LA VERDADERA VIDA, A LA PLENITUD[371]

            La salvación que nos brinda Jesús es sobrenatural, transciende con mucho todas las expectativas y aspiraciones humanas. Pero la vida divina que nos comunica no es ajena a nuestra vida humana, es una perfecta plenitud. El llamamiento al AMOR, la vocación sobrenatural no es trasplantada desde el exterior. Pertenece a la más profunda vocación de hombre: el hombre es más humano cuanto más divino (G.S. 24).
            La vocación sobrenatural desarrolla y lleva a la plenitud y consumación por la gracia de Dios lo que Dios desde un principio deseó y pensó para el hombre. Creer en Jesús, adherirse a él es aceptarle como principio y fuente, como sentido y razón y fin último de nuestra existencia personal y social, histórica y trascendente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).

 

LLAMADA A LA SANTIDAD, A LA PERFECCIÓN EN EL AMOR (J. Lafrance)[372]

            La comunión, la alegría y la santidad que te ofrece Jesús supera infinitamente tu espera de hombre. El hombre se asombra y se admira ante la salvación que le trae el Señor (Is 52, 14). Así el evangelista Lucas repite con frecuencia la expresión de asombro y de admiración: “y todos se maravillaban de lo que decían los pastores” (Lc 2, 18). Todos los que han encontrado a Cristo en el evangelio se han llenado de alegría. La Samaritana dejó el cántaro y corrió al pueblo a hablar a todos de Jesús (Jn 4, 28).
            Zaqueo bajó rápidamente y recibió a Jesús con alegría (cf Lc 19, 6). Todos ellos han encontrado el tesoro precioso, la gran perla del Reino (Mt 13, 44-46). La salud que te trae Cristo supera con mucho la salud corporal. Jesús colma con creces todo lo que el hombre pueda esperar: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá y el que cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11, 25).

LLAMADA A LA FELICIDAD EN EL SENTIRNOS AMADOS POR SIEMPRE (J. Lafrance)[373]
            Jesús es el único capaz de calmar y saciar tu sed de amor. El nos da a beber el agua viva de su amistad que refresca y quita la sed: “El que beba del agua que yo le de no tendrá sed jamas sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente que brota para la vida eterna” (Jn 4, 14). Como Pedro, llegar a tener la experiencia de que sólo Jesús nos llena plenamente: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna… ” (Jn 6, 69).
            En Jesús tu vida adquiere consistencia y solidez, todo tu ser se unifica. Sólo la existencia polarizada y unificada alrededor de tu persona es capaz no sólo de librarnos de la angustia, soledad, sin sentido, tristeza, desgracia y división interior sino de adquirir seguridad, confianza, consistencia y solidez. El te penetrará e invadirá como alguien sumamente cercano: “Mi única regla es tener continuamente y sin cesar el sentimiento de la presencia de Dios” (Mounier).

 

LA GRAN INVERSIÓN DE LA VIDA (Juan Pablo II)[374]

            La pregunta del joven rico: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mt 19, 16), tiene en Jesús respuesta y propuesta de alcanzar valor absoluto. La vida alcanza su riqueza verdadera desde la respuesta personal a la propuesta del autor de la vida y a su llamada al amor. Jesús responde a aquel que tiene la osadía de preguntarse: ¿qué he de hacer para que mi vida tenga pleno sentido para que pueda alcanzar la verdadera felicidad? Este encontró en Jesús atención llena de ternura: “Jesús mirándole fijamente, lo amó y le dijo: “Ven y sígueme”. Siguiendo a Jesús, viviendo y conviviendo con él, es como la vida revela toda su riqueza, posibilidades y plenitud de significado. Siguiendo a Jesús es como llegamos a descubrir el valor y significado del amor, el sentido de una vida vivida como don de sí, experimentando la belleza, la verdad y la bondad del crecimiento y maduración en el amor.

 

LA GRAN CARRERA DE LA VIDA EN Y PARA LA COMUNIÓN (Juan Pablo II)[375]

            Siguiendo a Jesús es como somos introducidos en esta dinámica y proyecto de comunión con él y con todos los hombres como miembros vivos de su mismo cuerpo que es la Iglesia. Así la Iglesia, la comunidad cristiana se hace mediadora de tal llamada y educadora y formadora de la respuesta que todos esperamos. La Iglesia recibe la misión de Cristo para hacer descubrir a todos esta llamada personal a responder a Jesús con toda la vida a ser Iglesia y a hacer Iglesia. La comunidad cristiana se convierte en el lugar de encuentro y de acogida y formación como itinerario educativo donde no sólo se descubre la llamada del Señor sino que todos nos ayudamos a responderle correspondiendo con fidelidad a la vocación que el Dios de la vida ha previsto para cada uno desde la creación del mundo.





1BIS- EL SEGUIMIENTO DE JESÚS


TODOS ESTAMOS LLAMADOS[376]
            Todos, aunque de forma distinta, están llamados por Jesús para colaborar en su obra y para ser testigos de la entera misión. “Jesús a todos decía: si alguien quiere seguirme…” (Lc 9, 23). El primer sujeto al que Jesús dirige su llamada es la gente común. Grandes masas empezaron a seguirle (Cf. Mt 4, 23; 9, 35). Estas masas, como masas heterogéneas, buscan a Jesús y lo siguen; con maravilla escuchan su enseñanza y asombro; gozan y tiemblan de asombro por sus milagros; admiraban a Jesús por su doctrina y por la integridad de su vida… En todo caso Jesús llama a todos a escuchar su palabra, a seguir su persona: “venid a mí todos los que estáis agobiados y cansados, yo os daré descanso” (Mt 11, 28).
            Delante de las masas necesitadas que se acercaban a él, les expresaba la necesidad de comprometer a otros en su misma obra de Evangelización
(Cf Mt 9, 36-37)[377].
           
EL DISCIPULADO DE JESÚS AYER
            El grupo que Jesús ha reunido alrededor de él es la señal más clara del Reino de Dios ya presente en su persona como embrión viviente de la futura Iglesia, Cuerpo de Cristo (Cf Col 1, 18-19. 23). Justamente el discipulado de Jesús constituye “el lugar” en el que “se ha situado” la Salvación anunciada como cercana en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios; es precisamente este “discipulado de Jesús”, que él, mirando al futuro, llama “mi Iglesia” (Cf. Mt 16, 18).
            De la masa fluctuante y anónima que seguía a Jesús aparece un pequeño grupo de discípulos que constituye una propia identidad por su vocación, por el seguimiento de Jesús y por la misión que ellos reciben de él (Cf Mc 3, 13;
Mt 4, 18-20). Desde el principio de la vida pública de Jesús los discípulos constituyen la “familia” de Jesús y los exhorta a sentirse “hermanos” entre ellos (Cf Mc 3, 34; Mt 12, 49; Lc 8, 21).

EL DISCIPULADO DE JESÚS HOY
            En general se puede decir que forman parte de este discipulado todos aquellos que experimentando su llamada se han hecho “cercanos” a él, para vivir y anunciar su Reino y, hacerse con él, don de Salvación para todos los hombres.
            Esta llamada de Jesús se acoge en la fe en su propia persona. Ser discípulos de Jesús es la característica esencial de la relación personal con él: la relación que él instaura entre sus propios discípulos.
            El término “discípulo” testimonia siempre la presencia de una conexión personal que plasma toda la vida de aquel que ha sido llamado y de aquel que llama; entre ellos hay una comunión íntima de vida. Los discípulos son sus “amigos” porque les ha dado a conocer todos sus secretos (Cf. Jn 15, 15); son los amigos del Esposo que celebran sus bodas con la humanidad (Cf Jn 2, 1; 13, 1), para vivir de principio a final una entera comunidad de vida y amor.

LA ESPECIAL CERCANÍA DE LA RELACIÓN DE JESÚS CON SUS DISCÍPULOS[378]
            Cuando una gran masa seguía a Jesús, él se retiró con sus discípulos. En un lugar aparte él les enseña el significado más profundo de su palabra… “a vosotros, Dios os da a conocer el secreto de su Reino, para otros se queda oculto” (Lc 10, 23). “Jesús se dirigió a sus discípulos, los tomó aparte y les dijo: dichosos vosotros que podéis ver todas estas cosas porque muchos otros lo habrían deseado, pero no lo han visto ni oído”. Con sus discípulos Jesús se retira aparte y les enseña a orar (Cf Lc 9, 18; 11, 2). El Maestro enseña a llamar a Dios: Padre, a hablar, a vivir con él: “Padre nuestro” (Cf. 20, 17). “Les he revelado quien eres tú (tu Nombre) y ellos te han reconocido como su verdadero Padre” (Cf Jn 17, 7).
            Jesús invita y enseña a sus discípulos a vivir con familiaridad con su Padre, a abandonarse totalmente en sus manos y se compromete a cuidar de ellos (Cf Lc 12, 22). “No os preocupéis por lo que tenéis que vestir o comer, porque el Padre sabe bien lo que necesitáis. No os preocupéis, el Padre ha querido daros su Reino”[379].

LA CARACTERÍSTICA ESENCIAL DEL DISCIPULADO DE JESÚS
            La característica esencial de los discípulos de Jesús es su fe en su persona. A este propósito es muy significativa la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo (Cf. Mt 16, 16). “Señor ¿a dónde iremos? tú solo tienes palabras de vida Eterna, nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
            La fe personal en Jesús está al origen del “seguimiento” de los discípulos y de su perseverancia en seguirle a él, aún entre luces y sombras, entre fidelidad e infidelidades. Toda la relación de Jesús con sus discípulos y de los discípulos con su Maestro se mueve dentro del horizonte de la fe en él, el Señor.
            Jesús vincula sus discípulos a su persona (“Mi Señor… ” Jn 20, 28). Los discípulos de Jesús se habían sometido sin reservas a su autoridad y no sólo interiormente porque creían, sino también exteriormente porque le obedecían: “no todo el que dice: Señor, Señor… sino los que hacen la voluntad del Padre que está en el cielo” (Mt 7, 21).

JESÚS VINCULA A SUS DISCÍPULOS A SU PALABRA
            “Si permanecéis unidos a mí, mirad que mis palabras permanezcan en vosotros” (Jn 15, 7); “si ponéis en práctica mis palabras estaréis verdaderamente unidos a mí” (Jn 15, 17). “Vosotros sois mis discípulos (amigos) si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 14). Discípulos son más bien los que escuchan la palabra de Jesús y la ponen en práctica, y lo que implica el discipulado (Cf. Lc 8, 21). Ser discípulos de Jesús quiere decir acoger y custodiar su palabra; no es una caridad exterior sino que es recíproco amor, como su propio distintivo (Cf Jn 13, 35). La verdadera actitud del discípulo hacia su maestro es, no solamente escuchar sino creer, comprender, acoger y vivir la palabra del Maestro. El discípulo está sentado a los pies del Señor escuchando su palabra (Cf. Lc 10, 40; 8, 35). A sus discípulos Jesús enseña y revela sus secretos más íntimos (Cf. Jn 15, 15). “Os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre… os he dicho a vosotros todas las palabras que el Padre me ha dicho; ellos las han acogido y las han creído (Cf. Jn 17, 18).

LA ESENCIA DEL DISCIPULADO: CONVERSIÓN Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
            Jesús hace escuchar su llamada urgente a la conversión, no de una manera temporánea, sino definitiva y total. La exigencia de Jesús es radical (Cf, Lc 9, 60). En positivo, la conversión significa la entrada en la dinámica del Reino de Dios, de la nueva manera de ser, de vivir siguiendo la lógica de las Bienaventuranzas y del Evangelio (adhesión a su persona y a su programa)[380]. Significa aceptar el estilo de vida propio de Jesús, humilde y pobre, con la perspectiva de llegar a ser pescadores de hombres: los misioneros del Reino de Dios[381].
            A los discípulos Cristo les pide dejarlo todo. Así que quien no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi discípulo; si alguien quiere seguirme se niegue a sí mismo, tome su cruz. A estas condiciones Lucas añade “cada día” para significar las dificultades y las tribulaciones diarias que implican el imitar el estilo de vida de Jesús, su cruz[382].

PARA UNA ADHESIÓN VITAL CON EL MAESTRO
            Quien acoge la llamada del Maestro le brota una adhesión de corazón y de vida. El seguimiento de Jesús significa entrar en la comunión más íntima con el Maestro para compartir su mismo destino.
            La pertenencia al discipulado supone sufrimiento en comunión con el Maestro, por amor a él: “dichosos los perseguidos por mi causa… ” (Mt 5, 10-12). De sus discípulos Jesús exige, por su persona, un amor superior, puro y desinteresado (exactamente como el amor preferencial a Dios) (Cf Mt 10, 37). Jesús compartía todo con sus discípulos, y esto mismo tiene que hacer el discípulo: “Todo lo que es mío les pertenece… Padre quiero que donde yo esté, estén también los que tu me has dado para que reciban la gloria que tu me has dado” (Jn 17, 24).

EL SIGNO DISTINTIVO DEL DISCÍPULO: EL AMOR HACIA JESÚS Y HACIA LOS DEMÁS
            El propósito del discípulo no es aprender una determinada doctrina para repetirla de memoria, sino el entrar en la intencionalidad y en el corazón de Jesús mismo; es estar con Él, entrar en comunión íntima de amor con su persona, adheriéndose a la misma intencionalidad, al mismo “yugo” de Jesús (Cf. Mt 11, 28).
            La enseñanza de Jesús se dirige al discípulo no para satisfacer su sed de conocimiento intelectual, sino para indicarle el camino de la verdadera comunión, imprimiéndole en el corazón el mismo amor, la misma dinámica y actitud del Maestro. La norma suprema del verdadero discípulo es amar del mismo modo y manera que el Maestro, lo cual implica una verdadera comunión de vida y de amor.
            El seguimiento de Jesús por parte de los discípulos es la imitación del Maestro, vivida en su donación de vida-amor y servicio hasta el sacrificio de sí mismo. El verdadero amor hacia Jesús se manifiesta también en el cuidado de los demás: “Simón ¿me amas? Apacienta mis corderos” (Jn 21, 15).

PARA UNA DONACIÓN DE LA MISMA VIDA
            La especial relación de amistad y de familiaridad de Jesús con sus discípulos une a los discípulos en el mismo destino de Jesús, como la búsqueda del mayor don del Maestro: “Nadie tiene mayor amor que el que da su misma vida” (Jn 15, 13). En la misión de ser propagador y portador de la Vida y de la Salvación se supone la donación de la vida misma, entrando en la misma dinámica del Maestro. “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”[383].
            Como Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar su amor y sacrificar su vida para la Salvación del mundo, así los discípulos están invitados a participar de su obra. Jesús les confiere la misma forma de su misión y hace entrar a sus discípulos en su misma pasión: Jesús se hace acompañar hacia Jerusalén hasta introducir a los suyos en su donación de amor. Jesús se fue con los suyos para darles ejemplo de lo que tenían que hacer. Es necesario que Yo beba el cáliz de dolor que el Padre me ha preparado… vosotros también beberéis mi cáliz y recibiréis mi bautismo (Cf Jn 18, 11; Mc 18, 1).

HACIA LA IDENTIFICACIÓN TOTAL CON EL MAESTRO
            Ningún discípulo es más grande que su maestro, y si se deja instruir bien por su maestro será como él. Quien a vosotros escucha a mí me escucha, quien os acoge, a mí me acoge. Es suficiente que un discípulo se haga como su maestro. Un siervo no es más grande que su dueño, y un embajador no es más grande que quien lo ha enviado… Os he dado ejemplo para que lo hagáis como yo lo he hecho con vosotros. Seréis felices cuando, acogiendo mi ejemplo, lo pongáis en práctica. Os aseguro que quien cree en mí hará también las obras que yo hago y aún mayores. Si me pedís algo en mi nombre yo lo haré en vosotros. Es la intencionalidad de Jesús que busca establecer esta comunión profunda con él. Permaneced unidos a mí y yo permaneceré unido a vosotros[384].


VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS
            Al origen del grupo de los discípulos está únicamente la iniciativa de Jesús y todo se juega en conexión estrecha con su persona: “Jesús les llamó para estar con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13). Sólo los que están con Jesús recibirán la misión y el envío, sólo los que han acompañado a Jesús y han vivido con él. Él se revela a los que habían vivido con él: ellos serán sus testigos, recibirán del Señor su mandato de anunciar la Palabra de Dios, para llevar su Salvación por todo el mundo[385]. Jesús les dio su poder, su espíritu, el poder de comunicar esta vida. Él les dijo a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9, 13). Jesús empezó a partir los panes y a darlos ante todo a sus discípulos para que luego estos los repartieran a la gente[386].

COLABORADORES Y TESTIGOS DE JESÚS
            Los discípulos se hacen testigos de Jesús colaborando con su misma misión, trabajando en el mismo campo y en la misma manera que Jesús ha hecho (Cf Mc 16, 20). Después Jesús mismo por medio de los discípulos difundió por todo el mundo el mensaje permanente de la Salvación Eterna (Cf. Mc 16, 10).
            Los discípulos representan los creyentes que Jesús se gana con su palabra y sus señales; los discípulos representan los futuros creyentes también en su insuficiente responsabilidad y en la fe inmadura. Las dificultades que ellos muestran en creer a Jesús y en seguirle hasta la cruz no son ciertamente un modelo ideal de la futura comunidad, sino sirven más bien de ejemplo para llamar la atención de la comunidad sobre los peligros y las actitudes equivocadas que obstaculizan una fe total y verdadera. Todo esto lleva a afirmar que el discipulado es un lugar donde se ha hecho presente el Reino de Dios.

EL GRUPO DE LOS DISCÍPULOS FERMENTO DEL REINO
            El discipulado es el fermento en el que se ha hecho presente el Reino predicado e inaugurado por Jesús. En el grupo de los discípulos la Iglesia está ya presente de manera provisoria, porque este equipo de discípulos, separado de las gentes, se ve como la velada anticipación de la Iglesia: “Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14).
            Los discípulos son los primeros “seguidores” y, por eso, los primeros “creyentes” en Cristo. Los discípulos constituyen su familia, su Cuerpo, su manifestación: “Quien acoge al que yo he enviado me acoge a mí” (Jn 13, 20).
            Ellos han sido su verdadera comunidad, germen y preludio de Reino de Dios. La Iglesia que nace de la pascua del Señor e inicia públicamente “su misión de anuncio y de testimonio es como el brotar de la planta o de la flor, originadas por la pequeña semilla escondida en el terreno”[387].

LLAMADOS Y ENVIADOS CON LA MISMA MISIÓN DE JESÚS[388]
            “Como el Padre me envió así yo os envío” (Jn 20, 21). Estas palabras tienen para nosotros el mismo significado que tenían para los primeros discípulos; tienen siempre un significado vivo y nuevo. Siempre es Cristo quien llama y envía, lo importante es sabernos llamados y enviados por él; lo importante es que vivamos nuestra vida con un sentido profundo de vocación.
            Nuestra vida debe tener un significado y una dignidad bien profunda y precisa. Poco a poco a través de la oración debemos de descubrir el modo práctico en qué, y cómo debemos servirle, respondiendo a la vocación y misión que él nos hace: “Yo te envío”. Él es quien nos llama y nos habla y nos envía a comunicar su palabra a todos los hombres. Son muchos los que no han escuchado; la mayor parte de la tierra es tierra de misión… Jesús nos llama y nos envía. Jesús ora por ti, pide al Señor de la mies que nos haga descubrir la grandeza de su llamada, la necesidad y responsabilidad del envío.

NO TEMAS, YO ESTARÉ CONTIGO[389]
            De ordinario cuando nos decidimos por un seguimiento radical, en ese momento hacen su aparición los temores y vacilaciones que nos turban y hacen más difícil la respuesta. Y entonces, igual que a lo largo de todo el itinerario que conlleva el seguimiento del discipulado, tenemos necesidad de escuchar la garantía del Señor: “Yo estaré contigo”. El discipulado parte y se vive con profunda experiencia personal de la verdad de estas palabras.
            Todo el discipulado nace y se vive en la familiaridad con la Palabra de Dios e implica todo el ser para transmitir esta palabra a los demás. Cualquiera que sean las dificultades, el discípulo sabe que nunca estará solo: “El Señor es el lote de mi heredad… Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré” (Sal 15, 5.8).





2- ENCARNACIÓN

 

 

DIOS, AMOR QUE SE ENCARNA

            Creado por sobreabundancia de amor, el hombre, por el pecado, cayó fuera de Dios perdiendo así la incorruptibilidad y la semejanza con Dios, como dice Cirilo de Alejandría[390]: “Por exceso de amor Dios sale al encuentro del hombre más allá de toda esperanza”. En la Encarnación del Hijo nosotros podemos ver a Dios bajando hasta la tierra para buscar la oveja perdida, para luego subir de nuevo para presentar al Padre suyo el hombre hallado” (S. Ireneo)[391]. “Fue por exceso de caridad que se dio la Encarnación”, dirá S. Buenaventura[392].
            “Era necesario que Aquél que es el verdadero autor, según la naturaleza de la esencia de los seres, se hiciera también -a través de su gracia- el autor de la divinización de las criaturas” según dijo otro Padre de la Iglesia, (Máximo el Confesor)[393].
            “Nada puede igualar el milagro cumplido por él para mi salvación” (Gregorio de Nisa)[394], y de la misma forma es la explicación que da otro Padre, Clemente de Roma[395]: “Es por Amor que el Señor nos ha atraído a él…, su carne por nuestra carne, su vida para nuestra vida”.

 

DIOS NO SOLO REDIME DEL PECADO, SINO QUE DIVINIZA AL HOMBRE

            Dios se ha encarnado y el hombre se ha hecho Dios, porque ha sido unido a Dios y hace una cosa sola con él. “Lo que ha ganado ha sido la más grande seguridad del Amor, que ha querido que yo me hiciera Dios tanto como él se ha hecho hombre” (Gregorio de Nazancio)[396]. Esta perfecta comunión de amor para establecer esta igualdad con Dios es el gesto de amor esponsalicio de Dios con la humanidad. Como dice Hipólito[397]: “Estas bodas se celebran en la Encarnación y se consuman en la Cruz”. Para Orígenes el amor de Dios para el hombre se manifestó en modo sumo en la Encarnación: “La bondad de Cristo pienso que es más grande y más divina cuando él se abajó, haciéndose obediente hasta la muerte y a la muerte de cruz; en lugar de mantener su igualdad con Dios como una prerrogativa celosa y rechazar de hacerse siervo” (Orígenes)[398].

 

EL MISTERIO DEL HOMBRE REVELADO EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

            Solamente en el misterio de la Encarnación encuentra su verdadera luz el misterio del hombre. Cristo, revelando el misterio del Padre y de su amor revela plenamente el hombre al hombre y le hace manifiesta su última vocación (G.S. 22 y RH. 10). “En la Encarnación, Cristo pone en evidencia el abismo del Amor divino (como dice S. Gregorio de Elvira)[399], porque el amor humano quede renovado, exaltado, y encuentre en él la plenitud del ser”. “En la Encarnación Cristo muestra la perfecta imagen del Amor divino y así la perfecta imagen del hombre según Dios” (H. Von Balthasar)[400].
            “El hombre no habría sido deificado si aquél que se ha hecho carne no venía del Padre, siendo él su auténtico Verbo. Sin embargo el contacto se ha dado: la naturaleza divina se unió a la naturaleza humana para que la salvación y la deificación fueran aseguradas” (S. Atanasio)[401].
            “De la misma manera como la unión con el Hijo nuestra naturaleza humana se transforma en la plenitud de Dios: aquí se realiza esta asombrosa unión, esta recíproca posesión que se dio entre el hombre y Dios y se hace con Dios un solo Espíritu, un solo Amor” (Guillermo de San Thierry)[402].

 

DIOS SE HIZO HOMBRE PARA QUE EL HOMBRE SE HAGA IMAGEN DE DIOS

            El cristiano conformado a la imagen del Hijo se hace capaz de cumplir la ley nueva del amor (S. Ireneo)[403], la nueva naturaleza divina (2Pe 1, 4). “El Verbo de Dios se hizo carne, y la carne se ha hecho Verbo, sin que el uno y la otra pierdan su propia naturaleza íntima” (J. Damasceno)[404]. Gracias a la Encarnación, Jesucristo ha divinizado en sí mismo la naturaleza humana asumida de él. Esto sin obligar a los hombres individuales, porque la deificación no se impone al hombre quitando su libertad, sino propuesto como don.
            El Verbo llega a ser consanguíneo de los hombres, reformando la amistad y la concordia entre las dos partes en conflicto, de manera que Dios acoge al hombre y el hombre se ofrece a Dios. Así, Dios y el hombre entran en comunión recíproca. El Verbo se ha hecho hombre a fin de que el hombre mezclándose con el Verbo recibiera la adopción filial, se convirtiera en hijo de Dios.

LA DEIFICACIÓN, SANTIFICACIÓN Y COMUNIÓN CON DIOS SÓLO SE DA VIVIENDO EN CRISTO
            “Es el mismo Dios la vida de aquellos que participan de Él”[405]. El amor de Dios por el hombre no se ha contentado de darle una semblanza divina sino una autentica divinización, y no sólo relativamente al alma sino también al cuerpo[406]. En el eterno consejo de Dios, él desde siempre ha querido unirse al ser humano para edificarlo[407] Dios ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos y le ha dado la plenitud de Espíritu y quiere que todos lo recibiéramos por él. Nosotros somos hijos en el Hijo: el Verbo es la puerta, por medio de la cual hemos recibido la adopción de hijos; por medio del Espíritu Santo Cristo pone en nosotros el grito “¡¡Abba!! Padre. La adopción filial, la deificación, la santificación y la nueva vida del hombre es su identidad; este advenimiento es el que lo hace heredero de todos los bienes de Dios Padre, que el Verbo de Dios posee en cuanto Hijo: “Hoy te he generado y en ti me he complacido, has dado prueba de ser hijo porque en cada momento has acogido la voluntad del Padre[408].

EL MOTIVO DE LA ENCARNACIÓN

            La Encarnación estaba en el plan y proyecto de Dios antes que el hombre pecase. No es sólo el pecado el que obliga al Verbo a Encarnarse como si hubiese sido la caída la causa de la Encarnación, como ocasionado de modo accidental del pecado. Pensar que Dios había renunciado a tal obra si Adán no hubiese pecado, sería del todo irrazonable[409]. El pecado ha sido, por así decirlo, un incidente de camino debido al hecho que el hombre ha estado creado libre, porque el amor es libertad. Pero Dios ha querido siempre unirse al ser humano para mostrarle el designio originario de Dios, de la deificación del hombre. El designio global de Dios en la creación de mundo entero, de todos los elementos y de todas las generaciones, de toda nuestra especie, y de toda la raza humana estaba revelada en la Encarnación, en este amor esponsal revelado en Jesucristo. El mundo entero ha estado previsto y predestinado a esta meta desde los orígenes, independientemente del hecho del pecado original.

 

REHACER AL HOMBRE ES RECONSTRUIR EL MUNDO

            La gran ambición del hombre de llegar a ser el ser supremo, hombre libre, autónomo, legislador de sí mismo como primera tentación del Paraíso… hace al hombre libremente salir del plan de Dios y andar a tientas entre las tinieblas. El ser humano es expuesto a todas las otras tentaciones, a las más aberrantes degeneraciones que lo dejan miserablemente esclavo de todo.
            El cuadro de nuestra sociedad moderna es aquel de una humanidad profundamente desequilibrada, en ruinas; el hombre se ha procurado la construcción babilónica de una civilización sin Dios, una cultura sin valoración espiritual, sin la belleza, la verdad, la justicia, la armonía, el amor, la paz etc. El hombre moderno, apropiándose de su autonomía, ha pretendido convertirse a sí mismo en el fundamento de los valores absolutos convirtiéndose en un “dios” sin Dios. La “muerte de Dios” ha estado acompañada de la “muerte del mismo hombre”. Al origen de todo este desconcierto está la libertad del mismo hombre. Y por esta debilidad el hombre se autoincapacita para la comunión con Dios: es necesario que el principio del rescate venga de lo alto[410].

 

JESÚS VIENE A DESCUBRIR AL HOMBRE SU DIGNIDAD, SU VOCACIÓN

            ¡Oh hombre, reconoce tu grandeza! Y, en efecto, de verdad que el hombre es grande, lo más grande que existe sobre toda la tierra. Cristo viene a liberarle de todas las cadenas que le mantienen oprimido: las primeras y principales cadenas son:
a) la seducción del tener,
b) la seducción del placer,
c) la seducción del poder.

            El hombre ha entrado a formar parte de una sociedad disgregada y desintegrada, sin forma y sin unidad, llevando inevitablemente a la ruina de la persona. La gran bondad de Dios ha guiado al hombre a comprender el significado profundo de la libertad, a cultivar los sentimientos de gratuidad en el amor por Él. La encarnación es el acto de amor más alto y lo más alto de confianza en la capacidad del hombre por revelar el sentido de la salvación y llegar a la gloria celeste[411].

 

                        a) El hombre esclavo de la materia

            La sociedad de hoy ha sofocado progresivamente la dimensión del espíritu y ha concentrado su atención sobre la dimensión de la materia. Una cultura materialista que ha introducido en las personas una cantidad de necesidades superfluas pero cada vez más punzantes, porque toda nuestra preocupación está en torno a los bienes materiales, dejando de un lado el verdadero bien, el espíritu.
            Si hoy nos examinamos dentro descubriremos un espantoso vacío de espíritu: carencia de virtudes, ausencia de valores, pobreza de principios morales, debilidad de pensamiento. La cultura está siempre caracterizada de un armónico equilibrio entre los valores materiales y aquellos espirituales. El colapso de nuestra cultura moderna es el desuso de los valores absolutos (espirituales). El hombre y la sociedad mueren cuando el espíritu se va y queda solamente la materia. La dimensión del haber y del tener se trasladan a aquella del Ser. No son las cosas materiales que hacen crecer al hombre como persona y que lo hacen feliz. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene o hace[412], la norma de toda actividad humana y que responde al designio de Dios y a su voluntad es aquella que corresponde a verdadero bien de la humanidad, con la meta de lograr una mayor justicia, una más autentica fraternidad, un orden más humano en la relación entre todos, como corresponde a la única e integral vocación del hombre al Amor[413].
            Debemos recuperar la dignidad de todos llamados en Jesús a la santidad[414] “Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Los seguidores de Jesús debemos aspirar a esta perfección según los consejos evangélicos, a imitación de Cristo pobre: que siendo rico se hizo pobre… Todos aquellos que siguen de cerca a Jesús, sus exigencias, abrazamos la pobreza en la libertad de los hijos de Dios por el Reino de los cielos, siendo signos con Cristo de las riquezas del cielo. Por tanto todos estamos invitados a esta perfección, a la cual debemos ordenar todas las cosas del mundo con el fin de atacar a las riquezas y además no seamos impedidos para alcanzar la caridad perfecta. “Aquellos que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar”[415]

 

                        b) El hombre esclavo del placer

            La sociedad de hoy esta toda lanzada desordenadamente sobre el cuerpo: el bienestar del cuerpo, la salud del cuerpo, lo que el cuerpo pide, lo que le “plazca y le apetezca”. El prototipo del hombre de hoy es el “Don Juan”: “El hombre lujurioso por excelencia. El hombre moderno no concede ningún espacio al “hombre espiritual”, se ocupa sólo del “hombre carnal” como lo ha mostrado el psicólogo humanista E. Fromm: ”El hombre del siglo XX es el eterno infante que solamente chupa: chupetes, cigarros, bebidas, conferencias, espectáculos. Pero todo va digerido en modo pasivo, de forma que la atención excesiva por el cuerpo sólo trae la obsesión y el desenfreno del tener y del placer”[416].
            Todo esto seca el corazón y sofoca el espíritu. El hombre se va convirtiendo en un animal cada vez peor “homo hominis lupus” (hombre lobo), según Hobbes[417]. La única ventaja que el hombre tiene sobre los animales es de ser omnívoro: sus codicias son insaciables, su capacidad no tiene limites[418]. El diablo, con engaños malignos, nos ha engañado con el estímulo del placer, así ha dividido nuestra voluntad de Dios y de los otros. Ha dividido la naturaleza y la ha herido de muchos modos…
            Jesús sana las pasiones del hombre con su pasión, renovándonos sobrenaturalmente con la privación sufrida en su carne, en su amor por los hombres, para conformarnos al Espíritu. Él vence la tendencia del alma hacia el cuerpo y se presenta libre delante de cualquier cosa que esté sobre Dios. Desea, por tanto, a Dios con toda la capacidad de su alma y no le permite enredarse con ninguna realidad corpórea[419]. De la concupiscencia debemos ser conducidos al deseo de Dios, purificando nuestras pasiones en aquel amor divino que nos une a Dios y hace sus amantes.
            Jesús ha matado en sí mismo la concupiscencia, todas las pasiones, así como la ignorancia, origen del mal. Jesús nos guía y nos guía íntegramente a aquél bien que por naturaleza es estable, permanente. Sobre ese bien El persiste inmovible, reflejando a rostro descubierto la gloria de Dios en la contemplación a través del resplandor luminoso de la verdad… [420]. El Evangelio enseña a negar la vida según la carne y a vivir según el Espíritu de Dios (cf Ga 5, 20).

 

                        c)El hombre esclavo del poder

            El hombre en lugar de rendirle culto sólo a Dios rinde culto a las criaturas, corrompiendo su cuerpo y se convierte así en amante de sí mismo[421]. En lugar de la bella imagen divina por la transgresión se ha convertido en esclavo y se ha asemejado con los animales irracionales. El hombres se ha elegido a sí mismo en el lugar de Dios, ha buscado ser “dios” sin Dios. Consecuencia de esto ha sido la desviación del impulso que lo conducía a Dios, el apego a los objetos sensibles y la búsqueda de placeres, además de la ruptura de la voluntad natural del hombre. Esta, destinada inicialmente a buscar la caridad de Dios y de los otros, está dividida en miles de voluntades parciales. Debido a esta voluntad múltiple, la naturaleza se encuentra constantemente en lucha consigo misma. En la base de este fraccionamiento está el amor propio, el orgullo[422].
            Este amor propio agrieta la conciencia haciendo perder al hombre su misma autoconciencia, disolviendo la armonía de su realidad personal en el extravío de una involución espiritual y psíquica. Así desfigurado, el amor propio se convierte en lo opuesto a su identidad. El amor propio, la autoindependencia, el individualismo de los hombres, han dividido la humanidad en muchas partes, y con ellos, viene al mundo la lucha de la humanidad contra sí misma, mediante el encuentro de voluntades personales en sí mismas divididas que sólo buscan defender sus propios intereses. De esta división de la misma naturaleza contra la única voluntad divina surgen el despotismo tiránico sobre los propios iguales y el desprecio hacia aquellos que tenían por naturaleza los mismos derechos y honores[423]. El amor propio, fraccionando la naturaleza humana, se rebela contra la persona humana, acabando en repercusiones alienantes y también mortales.
            Jesús ha venido para acabar con la soberbia desde su humildad. Con su enseñanza y su vida ha mostrado el camino de esta humildad, recorriéndola y sufriéndola por nosotros. Aprende de Jesús aquello que no aprendes de los hombres… Él ha venido humilde, sobre todo eligiendo nacer de aquella mujer sencilla que estaba desposada con un obrero. Ni siquiera ha elegido una ciudad grande para nacer. Quien se acerca a él viene formado primero en la humildad para ser honrado en la exaltación[424].

EL HIJO DE DIOS NOS OFRECE EN LA ENCARNACIÓN LA VERDADERA LIBERTAD
            El Verbo de Dios se ha atribuido el ser: el Camino, la Verdad y la Vida del hombre. Él se revela en su encarnación la puerta a través de la cual se entra y se contempla la inaccesible belleza de la Santa Trinidad en la perfecta comunión de amor. “Si el Hijo os libera entonces seréis verdaderamente libres”, libres de todos, libres de las cosas, del desorden de las riquezas, de todas las criaturas, de las desordenadas pasiones, de sí mismo y, al final, del mismo pecado. Las tres pasiones anteriores están ordenadas hacia el pecado.
            Por obra de Cristo, que no ha conocido el pecado, el hombre pasa de siervo del pecado a ser siervo de Dios, desde la justicia, siervo del amor. En Cristo viene obrada una renovación que devolverá la Imagen de Dios en su interioridad y realidad más profunda, y recupera la deificación por esta obra del Espíritu Santo en Cristo. Tenemos necesidad de liberación de todo aquello que circunda el pecado. La lucha entre la carne y el espíritu deberá ser continuamente actualizada; permanecen las pasiones desordenadas que se deben reorientar a su nuevo orden en el amor[425].

CRISTO NOS OFRECE EN SU ENCARNACIÓN LA VERDADERA
COMUNIÓN-UNIDAD
            Cristo hombre es el nuevo vencedor de la muerte. Es, así, el centro de la unidad universal y como en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, de la misma manera en él habita corporalmente toda la plenitud cósmica. En él la naturaleza humana puede comportarse en plena armonía y unidad en la medida en que voluntariamente cada uno se adhiera a él. En él se resuelve la división de la única naturaleza contra sí misma, a causa de la cual ha prevalecido entre los hombres la ley contra naturaleza del homicidio.
            En Cristo se resuelve la división de la naturaleza contra la voluntad, origen del dispositivo tiránico y el abuso del poder. Unificado consigo mismo, con los otros y con Dios, el hombre puede llegar a la expresión plena de su ser en una universal comunión, y esto, gracias a la liberación del amor propio[426].





3- EL ANUNCIO DEL REINO

 

LA MISION DE LA EVANGELIZACIÓN
            Los destinatarios del amor de Dios, de la vida y comunicación divina son todos los hombres. Tal pasión comunicativa universal de Dios en Jesús Cristo y en el Espíritu Santo es la evangelización, esto es, el anuncio de la Buena Nueva de Dios comunicándonos el misterio mismo de Dios-amor, y haciéndose vecino y presente a cada hombre y mujer en cualquier parte de su historia y de su cultura. Aquel que ha sido evangelizado ,a su vez evangeliza.
            Es imposible que uno haya escuchado la Palabra de Dios y se le haya dado el Reino sin convertirse uno mismo, a su vez, en testigo y anuncio vivo. Todos los creyentes, como cristianos, habiendo sido incorporados en Cristo mediante el Bautismo participamos de su función sacerdotal, profética y real, y han sido llamados a ejercitar la misión que Dios ha confiado a su Iglesia de irradiase por el mundo entero[427].

 

EL MANDATO A LOS DISCÍPULOS

            Discípulo es toda persona llamada y amada de Dios, por lo tanto, impulsada a evangelizar, a participar del fuego divino “porque el amor de Cristo nos impulsa, al pensar que uno ha muerto por todos y por lo tanto todos han muerto. Él ha muerto por todos, para que los que viven no vivan más por sí mismos, sino por aquél que ha muerto y resucitado por ellos”
            Así, cada creyente por razón de los mismos dones recibidos, es testimonio e instrumento vivo de la misión de la misma Iglesia ”según la medida con que Cristo le ha dado su don”. El mandato a evangelizar a todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia, su identidad profunda. Evangelizar, por lo tanto, es la VOCACIÓN PROPIA de la Iglesia, ella existe para Evangelizar[428].

 

UN IMPULSO DEL AMOR

            El secreto de la evangelización es la comunicación de la Vida-Amor. La comunicación del Evangelio según el estilo del Evangelio: la gratuidad, la alegría del don divino recibido por puro amor. “Gratuitamente lo habéis recibido, dadlo gratuitamente” (Mt 10, 8). Sólo quien ha probado tal alegría la puede comunicar, todos la pueden probar por lo que a todos se les ha dado el anunciarla. No existen pretextos, no exige ninguna particular predisposición. Basta ser hombres y mujeres y aceptar ser amados como podemos sabernos amados del Padre gracias a Jesucristo y en el Espíritu Santo. Quien ha aceptado ser amado debe dejar amar cada vez más, de modo que encontrado no exista “otra noticia” por comunicar y dar a conocer, y más autentica e valida que ésta. La evangelización es una cosa misteriosa y algo inaferrable, como la comunicación auténtica que no se deja del todo programar o poseer. Es un misterio que procede del amor de Dios mismo, motor de vida y amor.

COMUNICAR TAMBIÉN A PARTIR DE LA POCA FE[429]

            El comportamiento de Jesús con los doce apóstoles después de la Resurrección es muy significativo: les reprochó por su incredulidad, dureza de corazón, porque no habían creído a quien había resucitado; pero después Jesús les dice: “Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 14-15). Siempre me ha asombrado y confortado este comportamiento de Jesús, justamente a estos hombres incrédulos y obstinados… les ha confiado la comunicación del Evangelio. El mismo comportamiento que nosotros encontramos en el encuentro de Jesús con Pedro. Después de haber negado a Jesús, Jesús le dice a Simón Pedro: "Simón ¿me amas?… Esta es la única condición para el Jefe de la Iglesia, le pide una respuesta de amor gratuita como la que ha tenido y tiene su Maestro por él; ahora haz tú lo mismo por tus hermanos todos los hombres: apacienta y compadécete de mis ovejas (Jn 21, 15).
            En esto, pues, radica la fuerza del mensaje cristiano y la mayor prueba del poder del RESUCITADO. ¿Cómo explicar que aquellos hombres apocados, temerosos y sin estudios, ni formación humana… éstos y no otros hombres, se enfrentaran contra el mundo entero, y además con tanta valentía…? Si no fuese por la fuerza del Resucitado, sería inexplicable.

 

PORQUE NOS HA SIDO COMUNICADO

            Podemos comunicar el Evangelio, sobre todo, porque ha estado comunicado a nosotros por aquellos que antes de nosotros han creído. De verdad podemos repetir con S. Agustín: ”Yo creo en aquél en quien han creído Pedro, Pablo, Juan… ”¿Por qué no continuar añadiéndonos a estos primeros testigos, en favor de todos los hombres por los cuales hemos venido a creer, para ir constituyendo la historia? Mirando nuestro pasado, encontraremos sus rostros y sus voces, entonces saldrá de nuestras bocas el agradecimiento porque hemos descubierto que la comunicación de la fe ha sido para nosotros ante todo un don de Dios para con nosotros.
            Hoy, como entonces, a cada uno de nosotros le ha sido dado el deber y el derecho , el don y la tarea de responder a cuantos nos pidan razón de nuestra esperanza, a lo que debemos responder con entusiasmo y gratitud (1 Pe 3, 15).

 

LA RESPONSABILIDAD DE COMUNICAR

            De este Don que hemos recibido gratuitamente nace la gozosa responsabilidad de comunicarlo; con Pablo hemos de repetir: ”He creído y por esto he hablado” (2Co 4, 13). Justo porque se nos ha dado, nosotros debemos dar la fe. El mismo Apóstol dice: “Efectivamente, no puedo excusarme de anunciar la Palabra, no puedo hacer menos… y ¡ay! de mí si no anuncio el Evangelio… no he decidido anunciarlo por mi propia voluntad… cumplo mi deber: ¿cuál será mi recompensa…? la satisfacción de anunciarlo gratuitamente[430]. Los primeros discípulos del Señor, cuando los tribunales hebreos querían cerrar sus bocas, replicaron: “No podemos no hablar aquello que hemos visto y escuchado…” Jesús mismo les había amonestado: “Quien me reconozca delante de los hombres, lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo…”[431].

ANUNCIAR LA PALABRA EN NOMBRE DE DIOS

            Cuán hermoso y cuán fácil es comunicar cuando se tiene de verdad algo dentro. Cada comunicación nace de la oración, de escuchar la Palabra de Dios, de encontrarse con él; produce la esperanza de la autentica comunicación: “La Palabra que da la vida, nosotros la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos contemplado, la hemos tocado con nuestras manos… por esto os hablamos de lo que hemos contemplado, tocado, visto, oído… para que nuestra alegría sea perfecta…[432].
            La evangelización tendrá siempre como base, centro y vértice de su dinamismo expansivo una clara proclamación de la Palabra de Dios, anunciada en nombre de Dios. El contenido de nuestro mensaje no puede ser otro que el mismo Jesús nos ha revelado. Por lo tanto la misión nace de la fe en Jesucristo, solamente en la fe se comprende y se funda la misión y el hombre llega a descubrir la realidad última de sí mismo y de todos los otros.

 

COMUNICAR CON NUESTRO TESTIMONIO[433]

            La comunicación del Evangelio no se agota en la sola palabra, existe un inmenso campo de acción que compete a todos los creyentes que quizá no tienen la facilidad del anuncio explícito. El anuncio, pues, del Reino incumbe también al testimonio de la vida, de la verdadera dignidad humana, en el sostener, promover y defender la vida; defender sus valores más profundos, estos derechos que reguardan e interesan a todos los hombres. Todo lo que corresponde a la conciencia, a la responsabilidad, a la libertad, a la justicia, a la paz, a la salvaguardia del orden en el amor a todos los hombres de todos los pueblos… todo ello nos interesa profundamente porque somos personas. El Evangelio interesa y comporta todas las persona, influye en todo el comportarse y busca integrarlo en su vida cotidiana y sobre todo en sus relaciones interpersonales en el ámbito familiar, laboral, deportivo, etc.; allí donde esté la persona, incluso en cuestiones modestas y decisiones morales simples, se pueden iluminar con nuevos valores de la vida nueva del evangelio.

 

ANUNCIAR A CRISTO CON CORAJE, CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU

            “El Señor ha enviado su Espíritu sobre mí… para sostener a los débiles para hacer una alianza con todos los pueblos, para llevar mi palabra a todo el mundo y conducirlos a mí de todas las naciones. El me ha comunicado su palabra. No dejaré de anunciarlo con la fuerza de mi espíritu… te mando a proclamar mi palabra, a llevar mi mismo mensaje, palabras de aliento al cansado, palabras de luz para el ciego y ofrecer la salvación a los trabajadores… He puesto mi palabra en tus manos, cual espada, mi mensaje penetrante como una flecha… no tengas miedo de los hombres, no temas a los que te persigan y se rebelen contra vosotros… no seréis vosotros quienes habléis sino el Espíritu Santo que hablará en vosotros… Todo lo que yo os digo en el secreto tu repítelo a la luz, aquello que escuches a baja voz grítalo con fuerza y sin miedo en los terrados…”[434].

ANUNCIAR A CRISTO CON PRUDENCIA Y VALENTÍA, CON SENCILLEZ E INTELIGENCIA
            Estáis en el mundo como ovejas en medio de lobos, sed sencillos como palomas y sagaces como serpientes. Permaneced en mi amor como yo permanezco unido al Padre. Que mis palabras se enraícen en vosotros, que sean vuestra firmeza y seguridad. Como lo veis en mí y como os lo digo… hacedlo y enseñadlo a los otros y sin miedo. Buscad el Reino de los cielos y trabajad en la voluntad del Padre y lo demás vendrá por añadidura[435].
            Por ello, el cristiano-creyente-seguidor de Cristo no ha de temer vivir esto en todo e incluso en su contraste entre su impotencia y debilidad… ”mi fuerza se manifiesta en la debilidad”. El nos promete su protección: estoy con vosotros siempre. El sólo nos pide ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas, en esto consiste la virtud cristiana-humana[436].

ANUNCIAR A CRISTO DESDE NUESTRA POBREZA
             Os mando como ovejas en medio de lobos, sed pacientes y astutos como palomas (cf Mt 10, 16). La misión se vive siempre en el contraste de nuestra indigencia:
-de un lado, pide una absoluta confianza en N. S. Jesucristo, nuestro Buen Pastor.
-por otra parte, pide un andar desarraigados y desprovistos de toda seguridad que no sea él.
            Antes de enviarnos nos ofrece presencia protectora: no temáis. No temáis el hecho de que apenas estéis por desarrollar la misión en medio de lobos, en medio de situaciones peligrosas, dificultades de todo tipo… Al mismo tiempo nos pide comportarnos como palomas con paciencia y sencillez porque esas serán las mejores armas para derribar al enemigo, no desde la prepotencia humana sino desde la confianza infinita en aquel que tiene poder sobre todas las cosas. No temáis cuando vengan los días oscuros y grises, los sufrimientos y contradicciones por su causa… serán las mejores ocasiones para manifestar mejor su fuerza y su poder, para manifestar la excelencia del poder de su amor personal y que no parezca obra nuestra[437].

            ANUNCIAR A CRISTO DESDE LA DEBILIDAD
            A veces hemos creído que el seguimiento y el anuncio queda reservado a los perfectos, pero el Señor ha llamado a su seguimiento, no a las que se creen listos, sino a los pecadores (el primero de ellos soy yo, dice San Pablo), para que sean estos pecadores quienes con su fuerza puedan anunciar con gratitud su infinita misericordia. Tus pecados son perdonados al mostrar mucho amor porque a quien poco se le perdona poco amor muestra. Porque mi fuerza se manifiesta mejor en la debilidad[438].
            Si no podemos anunciar a Cristo siendo perfectos, anunciémosle siendo pecadores que es más fácil. En medio de la fragilidad, debilidad, fatiga, cansancio, etc. se puede y se debe anunciar a Cristo para que se muestre que este poder extraordinario que actúa en el evangelizador viene de Dios. Es la confesión de la doble experiencia de debilidad y fuerza como paradoja del apóstol. La conciencia apostólica de Pablo no es triunfalista sino que, por el contrario, es una conciencia atribulada, sujeta al cambio, la tribulación y la angustia y, sin embargo, poderosamente válida por la fuerza de Dios.

ANUNCIAR A CRISTO EN CRISTO
            No nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo Jesús Señor Nuestro. El apóstol habla en nombre de Cristo, movido por el mismo Cristo desde el encuentro y confesión de la fe profunda en él: "Creí por eso hablé" El que nos ha destinado a tal misión es el mismo Cristo; se puede decir que incluso el apóstol, según S. Pablo, no debe sólo hablar de Cristo sino en Cristo, hablando no sólo como de parte de Dios sino delante de Dios: hablemos en Cristo. Pablo intenta evitar una manera sucedánea de ser evangelizador, negociando o manipulando la Palabra en vistas de ganar beneficios o ganancias propias, incluso evitando lo que pueda ser prestigio humano: no vamos comerciando con la Palabra de Dios como hacen la mayoría… sino con sinceridad. El verdadero apóstol tiene la conciencia de que su palabra le viene de Otro y que es Dios quien le mueve a hablar, como lo fueron los verdaderos profetas: "los que hablaron a los hombres de parte de Dios”… ”Todo proviene de Dios que nos confió el ministerio”[439].

NOSOTROS SIERVOS VUESTROS POR JESÚS
            Si hemos perdido el juicio es por Jesús y si somos sensatos es por vosotros. El apóstol no tratará en ningún momento de agradar a los hombres sino a Dios. El sabe que no todos entienden, que le juzgarán exagerado, una persona que pide demasiado, demasiado exigente más allá de lo razonable… Pero el apóstol lo que hace, lo hace no tanto movido por el reconocimiento de los hombres sino por el de Dios, quien le llama irresistiblemente: es un deber que hago asignado por Otro, si evangelizara por propia iniciativa tendría derecho a recompensas, pero lo hago movido, ”obligado” “forzado” seducido por su amor como por encargo que se me confía… El predicar no es algo que elija el apóstol, no es por iniciativa personal, sino una misión que me es dada y yo la realizo como un encargo que he recibido, obedeciendo un mandato, con plena confianza, sin preocuparme por las consecuencias. El apóstol anuncia la Palabra con la conciencia de ser ENVIADO-“MANDADO” por Dios y de tributar únicamente a él la gloria y el honor[440].

MOVIDOS POR EL AMOR DE CRISTO (EN NOSOTROS)
            Porque el amor de Cristo nos apremia de forma que ya no vivimos para nosotros mismos sino para Aquél que murió por nosotros. Sólo el amor de Cristo es la razón de la vida apostólica. Este amor es la CATAPULTA y el motor que mueve el discípulo misionero a hacerse capaz de entregar su propia vida: todo su tiempo, sus energías, sus talentos, toda su persona por la causa del Reino.
            La vida tiene sentido en la medida en que se hace como la de Jesús: don gratuito para los demás”[441]. Jesús después de resucitado aparece a los discípulos y les muestra su costado herido: son los signos de su Pasión y de su muerte como Redentor en la cruz. La fuente de ese manantial inagotable de amor que mana del costado abierto, vivo en la fe del Hijo de Dios movido por amor a mí, quien me amó y se entregó por mí (Pablo).

MOVIDO POR EL AMOR A CRISTO (EN LOS HERMANOS)
            Si Cristo murió por todos nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hombres. El amor de Cristo impulsa a todos los miembros de su cuerpo porque Cristo ha muerto por todos, la vocación de amor solamente puede ser plenamente entendida y vivida desde Cristo y en él por todos los hombre nuestros hermanos. La vocación del amor es entendida auténticamente, cuando es apertura a nuestros hermanos todos los hombres en profunda solidaridad con ellos.
            Jesús muestra a sus discípulos su Cuerpo herido y el Apóstol se ve movido a asociarse a la Pasión de Cristo en cuanto complemento y participación: “Sufro en mi carne y en mi vida lo que le falta a la pasión de Cristo". Esta necesidad en la que vemos al mismo Cristo en la situación de dolor, necesidad y sufrimiento del hermano, se transforma, a su vez, en razón y fuente de gozo y esperanza, por razón de Jesucristo, muerto y resucitado[442].





4- LA INSTAURACION DEL REINO


El hombre es un ser comunitario
            “La naturaleza humana es algo de social donde la fuerza de la amistad es un grande bien que ella posee como innato”[443] Todos los hombres tienen la necesidad de una familia y de una comunidad. Dios ha creado al hombre para la existencia pero también para la convivencia, para que no fuese solo: he aquí la exigencia de la comunidad, he aquí porqué[444]
            Cada hombre es parte del genero humano de la familia de los hombres; su naturaleza tiene algo de comunidad. Por esta razón, Dios quiere dar a todos los hombres un sentido único de comunidad, de un único individuo, en modo, que en la comunidad ellos estuvieran unidos no sólo por pertenecer al mismo genero originario, sino también por el vínculo de la parentela en el mismo amor[445]

LA COMUNIDAD INSCRITA EN LA NATURALEZA COMO IMAGEN DE LA PRIMERA COMUNIDAD.
            Dios ha creado al genero humano de un solo hombre. Lo creó de inmediato como “socios” para que no faltase la amistad. La amistad se expande plenamente en la vida común, en la comunidad.
            En esta condición privilegiada, la comunidad adquiere cuatro prerrogativas:
1. Crea la comunión, aquella de la cual habla Hch 4, 32-36.
2. Fomenta el amor, se extiende sobre Dios, se abre a la necesidad de la Iglesia.
3. Da testimonio de unidad fundada sobre la búsqueda y sobre el amor de Dios.
4. Preanunciando el reino de Dios, donde la caridad llega a ser realmente recíproca y perfecta amistad.
            La comunidad cristiana es la expresión, la imagen de la comunidad perfecta: La Trinidad, un solo corazón, una sola alma, una sola vida y amor, cf Hch 4, 32ss. Comunión en la igualdad de la misma naturaleza, del mismo amor: La comunión que no excluye sino que más bien exige la diversidad.

EL SER RELACIONAL en la experiencia de la complementariedad sexual: (PAREJA)
            El camino del hombre es el de la relación en la complementariedad hacia la comunión. El primer encuentro a integrar con el otro es la complementariedad y diferencia sexual. Todas las criaturas aparecen en el relato del Génesis como obra de Dios, pero el hombre es algo más que meramente obra: es Imagen de Dios. De entre las criaturas sólo el hombre es ser personal (Div. Vif. 2), es ser relacional, es participante del mismo ser y naturaleza del ser relacional de Dios. Dios, que es una comunión-comunicación interpersonal, crea para esta comunión otro ser personal (Div. Vif. 10). Pero esta comunicación no se queda sólo entre Dios y el hombre sino que imprime al hombre ese dinamismo relacional como ser necesitado de la relación, llamado a vivir en comunión con los otros hombres. El primer estadio de vida en comunión lo establece el hombre en la búsqueda y relación con la persona del otro sexo a nivel de pareja. También esta relación pide que sea profundamente humana. Cabe la tentación de reducir el proceso de comunión a este estadio de pareja, que sería una degradación dentro del ser relacional en esta pareja romántica de enamorados: “egoísmo a dos”, amándose y mirándose tontamente el uno al otro (cf. Cafarena y Blondel)[446].

EL SER RELACIONAL abierto a la fecundidad: (HIJOS)
            La naturaleza misma mueve a prolongar el dinamismo relacional mediante la unión sexual y la entrada en una fecundidad del amor siempre mayor al de la propia pareja. la mirada común hacia el hijo hace salir a la pareja de su propio caparazón para abrirse a un nuevo horizonte. El hombre, por naturaleza, está hecho también para dar y formar comunión. La realidad del amor es descentramiento y proyección, lo que le hace cada vez más universal, y, sin dejar de ser personal, sino más bien por serlo, el amor se va dirigiendo a todo ser personal mostrándosenos como virtualmente universal.
            El hombre debe ir haciendo prójimos a sus hermanos. Hacerlos próximos supondrá un sentirme afectado por su situación y prestarles una verdadera ayuda efectiva. Será necesario, sin duda, abrirnos a la realidad de la fe para que del encuentro con el otro yo desconocido pase a descubrir la dinámica universalista del amor (Lc 10, 30).

 

EL SER RELACIONAL abierto a los otros y al mundo

            El camino del amor-relación-comunión es como una expansión del amor hacia formas cada vez más generosas y universales (M. Blondel)[447].
            La búsqueda de amor y de comunión manifiesta un deseo y una búsqueda más profunda: la de un amor transcendente que pueda llegar a abrazar toda nuestra realidad existencial y la búsqueda de una comunión plena con un ser que le trasciende y que es el mismo fuente de esa comunión en sí y fuente de comunión con los demás: es la completa comunión con Dios. El hombre busca así la comunión con los demás dentro de una llamada a la comunión más profunda que parte de esa comunión originaria en la Trinidad. Esta necesidad, deseo y búsqueda de comunión con los hombres y con Dios presente en todo hombre no es, pues, fortuita, fruto de una casualidad sino que proviene de su ser creado a imagen y semejanza del mismo Dios (Gn 1, 26ss).

 

EL ITINERARIO HACIA LA COMUNIÓN NO SE REALIZA ESPONTÁNEAMENTE

            El itinerario hacia la comunión no se da de una manera lineal siempre progresiva. El camino hacia la comunión viene expuesto por el propio pecado personal y estructural a numerosos bloqueos y retrocesos: retrocesos de en lugar de aspirar al “ágape”, ser conducidos por el “eros” en una forma de reducción y degradación del amor que lleva a una deshumanización con la consiguiente ruptura de la comunidad, imposibilidad de vivir la comunidad, reducción a un puro ideal.
            La comunión no es sólo llamada, sino tarea que se hace a veces ardua y difícil en la integración de elementos diferentes, a veces dispares a veces enfrentados con situaciones no exentas de conflictividad. La Iglesia en su peregrinar en este mundo se ha caracterizado constantemente por una tensión muchas veces dolorosa hacia la unidad efectiva.
            El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve el carácter y finalidad propia de la Iglesia tomando conciencia, tal vez como nunca se había hecho, de esta dimensión de la Iglesia como MISTERIO Y COMUNIÓN (D.V. 9)[448].

EL DRAMA HACIA LA COMUNIÓN SOLO RESUELTO EN CRISTO EN SU MISTERIO PASCUAL (C.U. 9)[449]
            El designio y proyecto de COMUNIÓN establecido por Dios desde el principio de la creación quedó comprometido por el PECADO.
            El PECADO rompió todas las relaciones: entre el género humano y Dios, entre el hombre y la mujer, entre hermano y hermano (Caín- Abel), entre los pueblos (torre de Babel), entre la humanidad y la creación (el diluvio universal), /cf. Gen cap. 3-11/.
            ¿Cómo se logra restablecer esta UNIÓN-COMUNIÓN perdida? Cristo no abandonó al hombre al poder del pecado dejándole en la división-desintegración-muerte, sino que, compadecido de él, se abajó para curarle, restaurarle, redimirle, reconstruirle (Pleg. euc. IV). Entregándose a la voluntad del Padre en el misterio pascual realizó aquella misma unidad que había enseñado a vivir a sus discípulos y que había perdido, entregándose al Padre en su oración sacerdotal (Jn 17). Con su muerte en la Cruz destruyó el muro de separación entre los pueblos (Ef 2, 14-26), reconciliándolos a todos en la unidad y enseñándoles de este modo que la comunión y la unidad son el fruto de la participación en su misterio de muerte.

 

LA UNIÓN DE LA COMUNIDAD BASADA EN LA UNIÓN DE CADA UNO CON CRISTO[450]

       Cristo, como nuevo ADÁN, vino a restablecer en él mismo la UNIDAD perdida. Como NUEVO ADÁN vive en él la reconstrucción del hombre: la imagen perfecta del hombre[451]. Cristo no solamente nos revela a Dios, sino que nos revela la imagen perfecta del hombre, estableciendo en sí la verdadera comunión con Dios y con los hermanos y con toda la creación, haciendo posible esta UNIDAD perfecta y llamando así a todo hombre a imitarle y reproducirle. La llamada a la UNIÓN con Dios es, sin duda la base de la unión fraterna entre los hermanos[452]. La unión de la comunidad cristiana está basada en la UNIÓN de cada uno con Dios en Cristo. Esta UNIÓN se expresa en la Biblia bajo diversas formas: (Jn 6, 56; 14, 17; 17):

·         el cristiano permanece en Dios y Dios permanece en él (1Jn 2, 5-6.24.27; 3, 6.24; 4, 12-13.15-16).
·         el cristiano ha nacido de Dios (1Jn 2, 29; 3, 29; 4, 7; 5, 1.18).
·         el cristiano es de Dios (1Jn 2, 16; 3, 10; 4, 4.6; 5, 19).
·         el cristiano conoce a Dios (1Jn 2, 3.13-14; 3, 6; 4, 7-8).

LA COMUNIDAD COMO RESPUESTA AL PLAN ORIGINARIO DE DIOS EN EL HOMBRE (CV 9)[453]
            Al crear el ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), Dios ha creado al hombre-mujer para la COMUNIÓN, para vivir en COMUNIDAD. El Dios creador que se ha revelado como AMOR, como TRINIDAD y COMUNIÓN ha llamado al hombre a entrar en íntima relación con él y a la COMUNIÓN interpersonal, es decir a la fraternidad universal (GS 3).
            Esta es la más alta vocación del hombre: entrar en COMUNIÓN con Dios y con los otros hombres, sus hermanos. Cristo fue enviado por el Padre para reconstruir el proyecto originario de Dios perdido por el pecado. Viniendo a nosotros constituyó el comienzo del pueblo de Dios para llevar toda la creación a la unidad perfecta.
            La Iglesia naciente: la primera comunidad cristiana de Jerusalén se levanta como modelo y primicia de esta nueva forma de vivir, de convivir juntos en la UNIDAD instaurada en Cristo. La comunidad cristiana encuentra su arquetipo y su dinamismo unificante en la vida de UNIDAD de las Personas de la Santísima Trinidad.

CRISTO LLAMA Y CONGREGA EN COMUNIDAD

            Cristo, llamando en torno a sí a los apóstoles y discípulos, hombres y mujeres. Como parábola (cuasi sacramento) viviente de la familia humana, lleva a efecto el plan y el deseo del Padre de congregar en torno a él a todos en la unidad (Jn 17). Cristo les anunció el Reino, les anunció la fraternidad universal en el Padre, el cual nos ha hecho familiares suyos, sus hijos y hermanos entre nosotros (Mt 23, 9). Así enseñó la igualdad en la fraternidad y la reconciliación en el perdón (Mt 18, 6-18). Cambió totalmente las relaciones de poder y dominio, dando él mismo ejemplo de cómo se ha de servir y ponerse en el último lugar (Mt 20, 26-28; Jn 13, 12-17).
            Durante la última cena les dio el mandamiento nuevo del amor recíproco (Jn 13, 34; 15, 12), instituyó la Eucaristía que alimenta el amor mutuo haciéndoles comulgar en el mismo pan (1Cor 13). Después se dirigió al Padre pidiendo como síntesis de sus deseos, la unidad de todos conforme al modelo de la unidad trinitaria: Padre, que sean uno como tú y yo somos uno (Jn 17, 21).

 

EL MODELO DE LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA

            La Venida del Espíritu Santo, el DON por excelencia concedido a los creyentes, realizó la UNIDAD querida por Cristo (At 2, 44; 4, 32). El mismo ESPÍRITU comunicado a los discípulos reunidos en el cenáculo con María dio visibilidad a la Iglesia, que desde el primer momento se caracteriza como signo de FRATERNIDAD y COMUNIÓN en la UNIDAD de todos en Cristo: un solo corazón y una sola alma. Esta comunión es el vínculo de la caridad que une entre sí a todos los miembros del mismo Cuerpo de Cristo y al Cuerpo con su Cabeza (Rm 12, 1; 1Cor 12, 1).
            La misma presencia vivificante del Espíritu Santo construye la comunidad en Cristo (LG 7)[454]. El ESPÍRITU SANTO es el que unifica la Iglesia en la COMUNIÓN y en el ministerio (Ef 4; 5, 5ss). El ESPÍRITU SANTO es el que la coordina y la dirige con diversos dones, jerárquicos y carismáticos que se complementan entre sí y la hermosea con sus frutos (LG. 4; M.R. 2).

¿CUÁLES SON LOS RASGOS DE LA GENUINA IDENTIDAD DE LA COMUNIDAD CRISTIANA? (At 2, 42-47)
            ¿Cuáles son los medios, elementos que hacen posible la COMUNIÓN entre todos los creyentes? La comunión de vida-oración-formación-apóstolado se constituyen como los elementos y componentes esenciales y distintivos de la comunidad cristiana signo de la verdadera comunión fraterna en Cristo.
            En medio de un mundo dividido y en medio de todos los hombres sus hermanos, la comunidad cristiana es manifestación palpable de COMUNIÓN dando testimonio y prueba de la posibilidad real de poner en común los bienes, de amarse fraternalmente, de seguir un proyecto de vida fundado en la invitación de Jesús a seguirle y a construir y anunciar su Reino de Amor. Expertos en comunión, estamos llamados a ser en comunidad dentro de nuestro mundo roto y dividido, testigos y artífices de aquel proyecto de COMUNIÓN que está en el vértice de la historia del hombre según Dios.

 

COMUNIDAD QUE ORA QUE VIVE QUE CELEBRA SU FE (C.U. 12)[455]

            La oración se convierte en la fuente de la verdadera unidad, en fuerza liberadora de todo egoísmo e individualismo para pasar a ser fraternos en el mismo amor de Cristo. Es mediante la oración donde se consigue esta liberación de corazón de todo impedimento; encendido por el fervor de la caridad y movido por el mismo Espíritu de amor somos conducidos a vivir en esta íntima comunión de amor con Dios y con los hermanos.
            Toda comunidad cristiana aparece en sí misma una obra que surge a partir de la oración (D.C. 15)[456], de ahí, que ante todo es un misterio que sólo puede ser entendido y vivido desde una dimensión de fe. Cuando se olvida esta dimensión mística y teologal que la pone en contacto con el misterio de la comunión divina presente y comunicada como participación a través de la vida de oración, la comunidad perderá su razón de ser y se haría imposible la fraternidad.
            Es el mismo Cristo quien convoca y congrega en comunidad llamándonos a vivir unidos a él y unidos entre sí. Esta llamada se hace todavía más palpable y presente en la celebración de la Eucaristía (Hch 2, 42). La oración en común se ha considerado siempre como base de toda vida comunitaria.

COMUNIDAD QUE CONVIVE: DONDE SE COMPARTE Y SE FORMA LA FE (C.U. 11)[457]

            La comunidad cristiana constituye este lugar de formación-escuela de fraternidad (C.U. 35), donde se aprende a vivir en comunión: donde se llega a ser hermanos. Del don de la COMUNIÓN recibido en la oración proviene la tarea de la construcción de la fraternidad en el gozo y la acción del Espíritu Santo (Hch 13, 52).
            La obra de la fraternidad es, pues, don y tarea, es obra divino-humana que pide el empeño de todos asistidos por la gracia y el poder del mismo Espíritu de Amor. La fraternidad pide como primer signo y ayuda de amor fraterno en Cristo la comunicación de las experiencias personales de fe y de las preocupaciones apostólicas (1Cor 12, 7).
            Esta comunicación que se practica con sencillez, humildad y alegría y que se practica espontáneamente y de común acuerdo, nutre la fe así como la estima y la confianza recíproca, favorece la reconciliación y alimenta la solidaridad fraterna en el compromiso cristiano (D.C. 15)[458].

 

COMUNIDAD QUE TESTIMONIA SU FE CON SU VIDA (C.U. 21-28)

            La comunidad no se construye en un día, supone la creación común mantenida con constancia. La comunidad precisa de una vigilancia continua para no perder su identidad originaria, debe pues ser vigilante para cuidar y salvaguardar la unidad por encima de todo. El camino hacia la fraternidad y a la plena comunión exige el coraje de la renuncia de sí mismo en la aceptación y acogida del otro en el sometimiento y la obediencia. La comunión como don ofrecido, exige al mismo tiempo, una respuesta, una colaboración, un paciente entrenamiento y una constante lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad y pluralidad de deseos e intenciones. El altísimo ideal comunitario implica necesariamente la conversión de toda actitud que obstaculice la comunión (Ef 4, 2; 4, 32).
            La comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis, no tiene cuerpo. Se necesita este esfuerzo constante para superar la tensión entre la llamada y el compromiso cristiano para construir una comunión encarnada.

 

COMUNIDAD QUE ANUNCIA Y PROPAGA SU FE (C.U. 29-34; 58-59)

            La comunicación es elemento prioritario para la consolidación como para la propagación de la fe, para la construcción de la comunidad hacia dentro y hacia fuera. Para llegar a ser verdaderamente hermanos y hermanas, es necesario conocerse. Para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de forma más amplia y profunda. La comunión fraterna contribuye directamente a la evangelización, puesto que la fecundidad (C.U. 54) de la comunidad dependerá de la calidad de la vida fraterna en común (Juan Pablo II)[459].
            La comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera. La comunión y la misión están profundamente unidas, se compenetran y se implican mutuamente hasta el punto de que la comunión representa la fuente y al mismo tiempo el fruto de la misión (Juan Pablo II)[460].
            Resulta necesario encontrar el justo equilibrio entre comunidad y tarea apostólica. La comunidad religiosa debe entenderse en un dinamismo siempre abierto a la unión que sin perder su propia identidad potencia y genera el movimiento eclesial y la acción pastoral de la Iglesia.





5- EL SÍ AL AMOR: EL SÍ DE MARÍA

 

 

EL “FIAT” DE MARÍA[461]

            María es el modelo más claro de nuestra vocación y llamada a la comunión con Dios y el anuncio de esta comunión a los hombres. La acogida de la autocomunicación divina de parte de María es el fundamento de la capacidad de nuestra comunión en la historia y anticipación de la comunión en la plenitud de la vida Eterna.
            María se siente y entiende a fondo el amor de Dios, le deja entrar en su corazón; en su comunicación, Dios, la hace capaz de comunicar. La fuerza y valentía de su encuentro y de su respuesta es modelo y figura de una comunión lograda. María ha sido capaz de alcanzar con su acogida al Amor, es capaz de acoger a Dios en su vida haciéndole su Dios. Por su parte, nuestro Dios, le ha llenado de su grandeza, plenitud y gracia llena de su presencia.

 

LA ACOGIDA DE LA PALABRA DE DIOS[462]

            La acogida virginal del acontecimiento de Dios indica la dimensión contemplativa que está la raíz de su comunicarse. María se encuentra en profundo silencio contemplativo. De ella salen pocas pero esenciales palabras que manifiestan un propósito firme de virginidad, un profundo respeto del misterio de Dios, un estar como “arcilla” en su presencia.
            María, en su escucha contemplativa, se deja encontrar por el misterio del Padre por medio de la Palabra del Hijo, para celebrar el encuentro en la gracia y en la fuerza del Espíritu Santo. Ellos manifestaron la estructura trinitaria de la autocomunicación divina: desde el SILENCIO, a través de la Palabra, hacia el encuentro. María acoge con estupor y temor la Palabra de Dios y se abre totalmente a su Misterio.

 

EL ANUNCIO DE MARÍA

            La comunicación de María es un anuncio pleno de alegría, es un encuentro en el gesto y en la palabra que explica la sobreabundancia del corazón, la gratuidad y el agradecimiento profundo. María comunica de verdad aquello que ella lleva dentro: Dios mismo. Su anuncio va lleno de contemplación, de las maravillas de Dios operadas en favor de su pueblo.
            María no fue un instrumento puramente pasivo en manos de Dios, sino que cooperó con la salvación de los hombres a través de su fe y su obediencia querida y aceptada: “Obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano”[463]. "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la Virgen MAría mediante su obediencia en la fe”; “La muerte vino por Eva, la vida por María”[464].

LA FIDELIDAD DE MARÍA

            María ha acompañado a Jesús hasta la cruz, ha sido siempre fiel a la llamada del Padre y ha hecho de su vida lo que el Padre ha querido. María, en plena sintonía con el plan de Dios, vive el entusiasmo de la primera entrega, de la respuesta a la llamada; siente, con júbilo desbordante, esta acción de Dios singular en su vida y se dispone, pues, con gran corazón, a aceptar el designio de Dios sobre ella. Pero el Evangelio hace notar que desde el principio María vivió también la contradicción, la oposición y el rechazo: José resuelve repudiarla.
            Lucas subraya al inicio de la infancia dos momentos claves para resaltar la fe de María: cuando en la visita de Simeón le dice que en su corazón una espada le atravesaría el costado, y cuando en la respuesta de Jesús perdido en el Templo, al decirle que ella no entendía, no comprendía el significado de sus palabras[465].

 

MARIA CAMINA EN LA PEREGRINACIÓN DE LA FE

            María no lo tuvo todo fácil y resuelto. Ella no lo comprendía todo, comprende y no comprende el plan de Dios, se adhiere a él íntimamente en el fondo de su corazón. María está siempre en perfecta adhesión de fe; su total adhesión no sufre mengua pero tiene que aceptar que es distinto de lo que como madre, pudiese imaginarse. Una madre, evidentemente, desea para su hijo éxito, progreso y el mayor bien.
            Jesús bajó con ellos, vivió con ellos y se sujetó a ellos en Nazaret. Cuán necesario se nos hace adentrarnos en la fe de María en todo ese tiempo de vida oculta, de crecer en la sinceridad y en el silencio lo que a los ojos del mundo quedaba desapercibido. Ella supo retirarse en el silencio, aguardar en el silencio, descubrir en el silencio de toda manifestación exterior. María estuvo a punto para aquella primera manifestación pública de la obra de Jesús al comienzo de su misión, animando a sus primeros discípulos a que creyeran en su Maestro: “Haced lo que él os diga”[466].

 

MARÍA PROGRESO EN ESTA PEREGRINACIÓN[467]

            En el corazón de María sucede una expropiación gradual de su natural apropiación del Hijo. Toda madre quiere poseer al propio hijo, incluso tiene la tentación de la posesión de hacer que realice su propio ideal. María desde el inicio de la vida publica ve cómo se despega progresivamente Jesús de ella, de su lado, para vivir otro tipo de acercamiento de su hijo en la identificación con su misma misión . En la vida pública de Jesús hay rivalidades por medio, en las cuales el Maestro afirma la libertad de su designio ante cualquier deseo de sus padres sobre él. Cuando niega su familiares, no les quiere recibir y ante la alabanza de su madre el responder: “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
            La bienaventuranza de María, pues, es la de conformarse totalmente al plan divino. Jesús ama a su madre inmensamente y, precisamente porque la ama, pone en primer plano su libertad de acción mesiánica, con la confianza de que María acogerá de manera total el obrar de Dios que se cumple en él

MARÍA, FIEL HASTA LA CRUZ

            María en su camino de fe aprende a acoger de manera misteriosa y profunda el designio de Dios para su vida, el designio del Padre para con su hijo Jesús. María en el culmen del misterio de la cruz sufre humanamente la expropiación del hijo. Aquí María vive el vértice de su camino de fe y de la adhesión a la voluntad de Dios. Como Abrahán fue sometido a la dura prueba de la ofrenda de su hijo, así será también María preparada como madre de todos los creyentes.
            Precisamente porque se puso toda ella en las manos de Dios y se abandonó con todo lo que era y tenía -su hijo-, será por ello ensalzada y destinada a su vez como Madre de todos los hombres. Ella avanzó en la peregrinación de la fe, manteniéndose fiel, unida a su hijo, hasta la cruz. Junto a la cruz se mantuvo, siguiendo, sufriendo profundamente con su Unigénito y en plena unidad con las entrañas de Madre al sacrificio a la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado[468].

 

MARÍA ENTREGANDO EL DON DE SU HIJO

            María entrega al Padre el Hijo por amor a toda la humanidad. María comprende más que nadie el significado del ofrecimiento sacrificial de Jesús, del amor por la humanidad y de la plenitud de la donación al designio de Dios que está ofrenda conlleva . María nos introduce en el misterio más profundo de nuestra fe, solamente a su lado, colocándonos a los pies de la cruz comprenderemos el significado de la muerte de su Hijo, y como ella, aceptaremos la redención con lo que nos abre el sentido del misterio de la Redención. María conservaba todo esto para meditarlo profundamente en su corazón.
            A este misterio divino de la salvación, quiso Dios, por su propio designio asociar desde el principio a María y, quiso también, que ella estuviese al inicio de la constitución de la Iglesia. María entregando el cuerpo de su hijo en la cruz participa de modo singularísimo no sólo del misterio de Cristo sino de la Iglesia[469].

 

MARÍA ACOGIENDO LA IGLESIA

            María recibe como don del Hijo toda la humanidad. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo, dice: "Mujer ahí tienes a tu hijo" y luego dice al discípulo "Ahí tienes a tu Madre". La figura del discípulo representa a la Iglesia que es puesta en íntima comunión con la Madre como fruto y resultado de la pasión vivida por María junto con Jesús. María que entrega a Dios lo mas querido, su hijo, recibe también de Dios lo que para Dios es lo mas querido, el Cuerpo del Hijo que vivirá en la Iglesia naciente de la Pasión-Muerte y Resurrección de Jesús.
            María por haber cooperado con su amor a que nacieran los fieles en la Iglesia, que son los miembros del Cuerpo de su Hijo, es verdadera Madre de todos sus miembros. Ella por este motivo es proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la fe, ocupando en ella el lugar mas alto y ala vez el mas próximo a nosotros[470].

MARÍA, PRIMICIA DE LA NUEVA HUMANIDAD[471]

            Con María y a los pies de María se levanta la Iglesia, la Humanidad Nueva. Su sola presencia es estímulo en la fidelidad, vigor, serenidad, agilidad, vivacidad de la fe. Por el don de la maternidad divina con la que está unida al Hijo y por sus singulares dones, está unida íntimamente también a la Iglesia. La madre de Dios es tipo de la Iglesia como ya enseñaban los Santos Padres (S. Ambrosio):
                        a) en el orden de la fe: presentando su fe no adulterada por duda alguna, ella como la Nueva Eva obedece, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios.
                        b) en el orden de la caridad: ella se conservo fiel, pura e íntegra a la voluntad del Padre, como fiel proclamadora y discípula de su hijo y como esposa del Espíritu Santo.
                        c) en el orden de la perfecta unión con Cristo: en el misterio de la Iglesia que, con razón, también es llamada Madre y Virgen, María la precedió mostrando de forma eminente y singular la santidad y la perfección que estamos todos llamados a vivir.

MARÍA, FORMADORA EN LA PRIMERA COMUNIDAD

            En torno al regazo de María se levanta la primera comunidad como germen de la Iglesia. Ella dio a luz al Hijo único del Padre, y asistida también por la acción del Espíritu Santo, da a luz a todos los que son miembros del mismo Cristo, y no se avergüenza de llamarse madre de todos en los que se va formando Cristo su Hijo[472]. María se comportó con todos ellos con solicitud y afecto maternal. Ella no solamente brilla ante toda la comunidad de elegidos como modelo de virtud, sino que es intercesión cuidadosa y formadora para infundir en ellos esas mismas virtudes de los que ella es Maestra, atrayendo a todos hacia su Hijo.
            María es toda firmeza en la fe, se levanta como pilar fuerte y sólido para la Iglesia. En toda su figura se le nota serena, firme y hermosa como torre de David, escudo, baluarte, fortaleza de pecadores, como torre de marfil. Toda humildad, toda esclava y sumisa, he ahí tu realeza: ¡Que lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipes![473].

 

MAESTRA DE ORACIÓN

            María entra como madre en el Misterio de la Encarnación participa y se une íntimamente con todo su ser al mismo ser de Dios, buscando y obedeciendo en todo momento la voluntad del Padre, guiada por el Espíritu Santo. Creyendo y obedeciendo como nadie lo ha hecho, se convirtió en modelo y maestra de oración de todos los creyentes.
            Así la ensalza su prima Isabel: “feliz tú porque has creído…” .Así la ensalza el mismo Hijo: “felices los que escuchan y cumplen…” quedando clarísimo que nadie como ella ha escuchado, creído y obedecido. ¡Que hermosos tus amores, que sabrosos y la fragancia de tus perfumes! Miel virgen destilan tus labios, miel y leche debajo de tu lengua, y la fragancia de tus vestidos son como la fragancia del ciprés del Líbano: todo amor conyugal, esponsalicio, comprometido, y total[474].

 

MAESTRA Y MODELO DE PUREZA

            María, de forma consciente y singular, es el modelo de virgen y madre. Ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe, prometida al esposo. Ella no solamente se presenta como modelo sin manchas ni arrugas para todos los fieles, sino que se presenta como formadora e intercesora singularísima para educar en esa misma pureza, fidelidad e integridad de corazón a todos sus hijos. María, virgen castísima, virgen de las vírgenes es considerada huerto cerrado del Espíritu Santo, manantial inagotable de imperecedera hermosura soberana; fuente sellada. Toda y sólo amor que invade, que inunda, recrea y fertiliza, en una palabra, un vergel de amor. Fruto exquisito de la Redención, obra maestra de la gracia de Dios; rosa mística; toda hermosura, la encantadora Amada e Hija predilecta del Padre; hermana y fiel discípula de Cristo, su hijo; esposa y fiel colaboradora del Espíritu Santo; de la que el único Dios queda prendado: “me robaste el corazón amada mía, hermosa mía, esposa mía”[475].

 

MAESTRA Y MODELO DEL AMOR

            Si Pablo, el Apóstol de Cristo, no deja de dar amor a sus hijos con solicitud y deseo piadoso por medio del anuncio de la Palabra, asistido por la acción del Espíritu Santo… con cuánta más razón la Madre de Dios, en sus entrañas una sola vez fecundadas, aunque nunca agotadas, no cesa de dar amor a sus hijos de generación en generación. Ella, como la Iglesia, de la que es figura, es Madre de todos los que renacen a la vida, al ser Madre, de aquella vida, por la que todos viven. Ella al dar a luz la Palabra de un modo singular, mucho más santo y divino, más aun es hecha madre por la Palabra de Dios fielmente recibida.
            María, como fiel discípula de Cristo y en colaboración con el Espíritu Santo, une y refleja en sí las más grandes cualidades del apóstol enamorado de Dios. María es ejemplo de aquel amor materno que debe animar también a los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan en la regeneración de los hombres por medio de la Palabra.

 

MARÍA, PARTICIPANDO DEL SACERDOCIO DE SU HIJO

            Todos se han quedado lejos de la cruz, los compañeros de los caminos felices, los confidentes de sus bondades, los pobres que fueron curados, los niños que fueron acariciados, las multitudes que le siguieron enardecidos, los discípulos que le habían prometido no abandonarle nunca… Todos no… un pequeño grupo está ahí; entre estas personas, su Madre: ella nunca le abandonó.
            María a los pies de la cruz, de Jesús crucificado no es solamente la madre que sufre inmensamente los dolores y la muerte de su hijo; además, es sacerdote con Cristo, corredentora con Cristo que asiste consciente y voluntariamente al gran sacrificio de nuestra redención, es la Madre del Redentor y Eterno Sacerdote que en una sublime conformidad con el querer divino ofrece espiritualmente, y por la expiación de nuestros pecados, la víctima que ella misma dio a luz y alimentó y preparó cuidadosamente; es la Virgen dolorosa, sacerdotisa con su hijo, que ofrece la víctima de su propio hijo, inmolado en la cruz al Padre para la salvación de todos los hombres[476].

 

MARÍA INTERCESORA[477]

            María predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios y Madre nuestra. Asunta a los cielos no ha dejado su función mediadora y su misión salvadora. Con sus múltiples intercesiones continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su hijo, que todavía peregrinan y se hallan en el peligro y oscuridad hasta que sean conducidos en la patria bienaventurada.
            Por este motivo la Santísima Virgen es invocada por todos los creyentes como intercesora, auxiliadora, mediadora, abogada de todo el género humano[478]. La Iglesia no duda en confiar en esta función misericordiosa de María: la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que apoyados en esta protección maternal se unan con mayor intimidad al mediador y Salvador.



[368] Cf L. Boff, Hablemos de la otra vida. El cristianismo como la religión del amor, p.97, Santander 1978, 97.
[369] Cf Ireneo de Lyon, Adversus haereses III, 20, 23: SC 34, 342-344.
[370] L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Santander 1978, 93.
[371] J. Lafrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 62.
[372] Id., 63.
[373] Id., 64-65
[374] ”Carta a los jóvenes del mundo con motivo de Año Internacional de la juventud”, Manila, 14-1-95 y “Carta a los jóvenes del mundo con motivo del Año internacional de la Juventud, Roma 1985.
[375] ”Mensaje de Juan Pablo II para la jornada mundial de oración por las vocaciones, 18-10-94, Roma
[376] Nota semántica: la palabra DISCÍPULO viene del latín “discipulos” y del verbo correspondiente “discere” que significa: “aprender”. En el NT “mathêtês” significa la relación del discípulo con su Maestro hasta una comunión íntima con él (K. H. Rengstorf: “Grande lessico nel Nuovo Testamento”, vol. VI.
[377] Cf. G. MARCHESI, Il discepolato di Gesù III, La Civiltà Cattolica, 1992, 131-144.
[378] Cf. Mc 3, 7; 4, 10; Lc 9, 10; 10, 5.
[379] Cf. G. MARCHESI, Il discepolato…, 131-144.
[380] Cf. EN 23.
[381] Cf. Mc 1, 18; Mt 1, 20; Lc 5, 11; 9, 58; 14, 33; 9, 23.
[382] Cf. MARCHESI, Id.
[383] Cf. Mc 16, 16; Mt 28, 19; Jn 20, 21.
[384] Cf. Mt 10, 24; Lc 6, 40; Jn 14, 12; Lc 10, 26; Jn 13, 16; 14, 14; 15, 4; 13, 8.
[385] Lc 9, 1; 10, 1: Hch 1, 21; 13, 30; Lc 2, 32; Mc 16, 15; Hch 13, 40-47.
[386] Cf. MARCHESI, Id.
[387] Cf. Id.
[388] J. PABLO II, Homilía por la X Jornada Mundial de la Juventud, Manila Rizal Park, 14-1-95.
[389] Cf. Mt 28, 20; Ex 3, 12.
[390] Cirilo de Alejandría, De Trinitate 4 : PG 77, 1265.
[391] Ireneo DE LYON, Adversus haereses III, 19, 3: PG 7, 41B.
[392] Bonaventura, In sententias III cl. 1, q. 1.
[393] Máximo el Confesor, Quaestiones ad thalassium 60: PG 90, 624-625.
[394] Gregorio de Nazianzo, Oratio XIX, Theológica III, 29: PG 36.
[395] Clemente de Roma, Epistolari, 49, 6: PL 1, 162.
[396] Gregorio de Nazancio, Oratio…
[397] HIPÓLITO, Comm. su Cantiam passim : CCS 1, 26.
[398] ORÍGENES, Com. in Juan 1, 32, PG 14, 33D.
[399] Gregorio de Elvira, Tr 7: PL Suppl 1, 464.
[400] H. Von Balthasar, Pâques, le mystère, Paris 1981, 32.
[401] Atanasio, Contra arrianos 70: PG 26, 296 AB.
[402] Guillermo de Saint THIERRY, Espoxitio super cantica: PL 180, 506 BC.
[403] Ireneo DE LYON, : Adversus haereses III, 10: PG 7, 823.
[404] Juan Damasceno, Homilía en Transfigurationem, 2: PG 96, 543.
[405] Cf IRENEO De Lyon, Adversus haereses 5, 27, 2: SC 153, 342.
[406] Cf Id., Adversus haereses III, 10, 2: PG 7, 873.
[407] Cf Duns ScotTO, Reportata parisiencia 7, IV. Esta doctrina profundamente patristica ha sido desarrollada por los teólogos orientales, sobre todo después de las obras fundamentales de Nicola Cabasila, místico bizantino del siglo XVI.
[408] Cf Ambrosio de Milano, Exploratio psalm 40, 35.
[409] Cf Atanasio, De encarnatione Verbi, 54: PG 25, 1929.
[410] Cf IRENEO DE LYON, Adversus haereses 3, 18, 7; 3, 22, 3.
[411] Cf Id., 3, 20, 2.3; 5, 35, 2.
[412] Cf G S35.
[413] Cf Id., 35.
[414] Cf L G 32; Mt 5, 48; 2 Co 8, 9.
[415] Cf Ambrosio, De vidnis, 4, 23; PL 16, 2415; Juan CRISÓSTOMO, In me hom 7, 7, PG 57, 81; GS 4; 1 Co 7, 31.
[416] E. FROMM, Tener o ser.
[417] Cfr Hobber., Sobre el estado.
[418] Cf Battista Mondin, Ritare l’uomo, Roma 1993, 47.
[419] Cf MÁXIMO el Confesor, Obras de Máximo el confesor, I centuria 35-45 Vol. II Filocalia.
[420] Id., I Centuria 35-45, Vol. II Filocalia.
[421] Cf MÁXIMO Confesor, I Centuria 55 Filocalia II.
[422] Cf Id., Introducción. Filocalia II, p.17.
[423] Cf Idem, Sobre la oración del Padre Nuestro, p. 303; Id., Sobre la caridad, p 58.
[424] Cf Agustín, Discursos 4, 24, 62, 68.
[425] Cf Id., GV 41, 4-5-6-7-8-9-10-11-12; GS 17 (excelencia de la libertad); Jn 14, 6; 10, 7; 8, 36; Fil 2, 7; 2Co 5, 10.
[426] Cf MÁXIMO Confesor., La recomposición de la unidad universal mediante el amor, Introducción Filocalia II, 17.
 [427] Cf EN 24; Cf L. 71; LG 33. 35; CIC 7.
 [428] Cf EN 14; Ef 4, 7; 2 Co 5, 14; Mt 28, 18.
[429] Cf S. Juan CrisÓstomo: Homilía 1 Co 1, 13; Id., Homilía 4, 3: PG 61, 34-36 (LH IV pg.1133-1134).
[430] Cf 2Co 4, 13; 1 Co 9, 18.
[431] Cf Hch 4, 20; Mt 10, 32.
[432] Cf 1 Jn 1, 1-4.
[433] Cf Pablo VI, "Evangelii Nuntiandi".
[434] Cf Jn 6, 1; Lc 4, 16; Is 50, 1; Hb 4, 4; Mt 10, 18.
[435] Cf Mt 10, 16; 6, 33; 2Co 4, 9; Mt 28, 16; Mt 10, 17.
[436] Cf Juan CRISÓSTOMO, “Comentario sobre el Evangelio de Mateo", Homilía 23, 1.2: PG 57, 389-390 (LH. III); S. GREGORIO Magno, Comentario sobre el libro de Job 1, 2.36: PL 75, 529-530. 543. (LH III p.214).
[437] Cf 1Sam 17, 50; 1 Co 4, 7; Juan CrisÓstomo, Comentario al Evangelio de S. Mateo. Homilía 33, 1.2: PG 57, 389-390 (LH IV. p 472-474).
[438] Cf C: M. Martini, Hombres de paz y reconciliación, Santander 1988, 52; Lc 7, 47; 2Co 12, 10.
[439] Cf 2Co 4, 5; 4, 13; 2, 17;5, 18; 2Pe 1, 21; C. M. Martini, Hombres…, 51-55.
[440] Cf C. M. Martini, Hombres…, 12; 2Co 4, 6; 2 Co 5, 13; Gal 1, 10; 1Co 9, 17.
[441] Cf J. Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Roma 1994, 132;
2Co 5, 14-15; Jn 20, 26.
OR 21-11-1992, n.3.
Lc 11, 27-28.

[442] Cf J. Pablo II, Mensaje de la vigilia de la X jornada Mundial de la Juventud, Manila 1995.
[443] AgustÍn, BC: De bono coniugali y 1.
[444] Id.-, D: Discursos 229 y 1.
[445] Id., BC: De bienes coniugales 1.1.
[446] Cf J. GÓMEZ Cafarena, Metafísica fundamental, Revista de Occidente, Madrid 1969; M. Blondel, L'action, Paris 1893 (Paris, PUF 1950) (sobre todo desde la pg. 253).
[447] Cf Id.
[448] Cf Congregavit nos in Unum Christi Amor, S.C.I.C., Roma 1994.
[449] Id.
[450] Cf Nota Biblia de Jerusalén a 1Jn 1, 3.
[451] Cf DV 7.
[452] Cf GS 23 y RH 10.
[453] Cf Congregavit nos in unum Christus.
[454] Cf GS 7 La acción vivificante del Espíritu Santo en la Iglesia.
[455] C.U, id.
[456] DC: "Dimensión contemplativa de la vida religiosa", CRIS 1980.
[457] Id.
[458] DC, id.
[459] Juan Pablo II, Discurso a la Plenaria de la CIVCSVA, 23 noviembre 1992:
[460] Juan Pablo II, Exhortación apostólica "Christifideles laici", Roma 1989.
[461] Cf RM 7-11.
[462] Cf Id., 12-19; Lc 1, 26-38.
[463] Cf IRENEO DE LYON, : Adversus haereses III 22, 4: PG 7, 959 A; Harvey 2, 123.
[464] Cf Id., Haervey 2, 124; JerÓnimo, Epist 22, 21: PL 22, 408; Agustín, Sermón 51, 2, 3: PL 38, 335.
[465] Cf L G 57; Mt 1, 9; Lc 2, 35; 2, 48.
[466] Cf L G 58; Lc 2, 19; 2, 51; Jn 2, 5.
[467] Cf C. M. Martini, El evangelio en san Lucas, Bogotá 1987, 117-112;
[468] Cf LG 21 Jn 19, 25.
[469] Cf Id., 52; Lc 2, 41.
[470] Cf Id., 53-54; Jn 19, 27.
[471] Cf Id., 63-65.
[472] Cf Beato Guerrico, abad, Sermón 1 en la Asunción de Sta. María: PL 185, 187-189 (LH III p.1485).
[473] Cf Cant 7, 5; 7, 2.
[474] Cf Hch 1, 14; Lc 1, 45; 11, 27; Cant 4, 11.
[475] Cf Cant 4, 9.12.13.15; 7, 6.13.15.
[476] Cf J. Julio MARTÍNEZ, El drama de Jesús, Bilbao 1992; Jn 19, 25-27.
[477] Cf LG 21. 62.
[478] Cf S. LEÓN XIII, encíclica Adintricem poproli, 5 Sept. 1895 ASS 15 p. 303; PÍO XI, en Ad dieni illum 2 Feb 1904, Acta 7 p. 154 DS 1978a; PÍo XII, Mensaje radiofónico 13 Mayo 1946, ASS 38, (1946) p. 266

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