La espiritualidad de los Padres
( II Parte)
LA CONVERSION
1-
INCONSCIENCIA DE LA VIDA Y DEL AMOR
NOSOTROS HEMOS PERDIDO EL SENTIDO
DE LA VIDA-AMOR, DE LA VERDAD Y DE LA BELLEZA (C. M.
Martini)[254].
Durante una visita a
Varanasi, la capital religiosa de la india, un viajero decía: a lo largo de la
cuesta abajo que lleva al río Ganges, antes de llegar a la última escalera
donde se baja para el baño sagrado, están amasados en medio de la calle
montones de miserables: cojos, leprosos, paralíticos, ciegos. Se agitan
incesantemente, gritan, tienden las manos a los que pasan para conseguir un
poco de limosna. Se mueven con fatiga, agarrándose a una barandilla de madera
que pasa por el centro de la calle y les permite de lanzarse con las manos y de
resbalar sobre el terreno para conseguir un sitio mejor, para pedir la limosna.
¡Es una visión que te deja sin aliento! Ninguno de ellos habla con quien le
está cerca, nadie parece que piense a su vecino y a sus inmensos sufrimientos.
Cada uno busca que se le note más que Al otro con gritos y gestos, para llamar
sobre sí la atención de los peregrinos.
Recuerdo muchas veces
este triste espectáculo cuando considero la fuerza de la falta de comunicación
entre los hombres de nuestro mundo. Nosotros decimos: “no es verdad, todo es
bien y connatural a la vida (‘c’est la vie’)”. Alguien todavía me dirá: “¡No
exageremos con estas imágenes tétricas! Nosotros sabemos compartir, comunicar.
Nosotros no somos como estos de la masa que se tocan unos a otros, pero no se
hablan, no se miran. Nosotros no tenemos que pedir nada a nadie. ¿Eso es
verdad?
La vida que nosotros
vivimos y que decimos que es normal, que ya no hay remedio, se ha hecho pesada,
y la relación es, muchas veces, difícil, insoportable. No es fácil escuchar,
aceptar, soportar, perdonar, amar a los demás. ¿Por qué esta división entre la
realidad y el ideal, entre deseos y realizaciones, entre sentimientos y
expresiones externas, entre malcontentos y desahogos como una auténtica
esquizofrenia? ¿La vida que nosotros vivimos es la verdadera vida, es la vida
que nosotros deberíamos vivir? No es verdad que nosotros reconocemos en nuestro
mundo, en nuestra vida el proyecto de Dios.
EL CONTRASTE CON EL IDEAL:
Pero cuando vemos
alguna vida de los santos o cuando encontramos alguna persona de la que
transparenta una gran limpieza, dominio de sí, paz, interioridad, armonía,
amor, entonces intuimos que existe un modo distinto de vivir, que esto que
vivimos no sería más connatural, sino la triste realidad de nuestra vida
enferma (C. M. Martini)[255]
Yo pido derechos humanos para nuestros ojos.
¿Para qué queremos
los ojos si no nos paramos a ver, la mayor parte de la gente no sabe digerir
las imágenes que ve. Nunca ha visto el ojo humano tanto horror y nunca el
hombre se ha mostrado tan insensible e indiferente ante el sufrimiento humano.
Los ojos parecen llenarse de lo que no son ellos mismos[256].
LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE LA VIDA
Y DEL AMOR (Carlo M. Martini)
No podemos separar el
hombre de Dios y contraponerlo a Dios. Eso estaría en contra de la naturaleza
más profunda del hombre, en contra de la intrínseca verdad que lo constituye
como respuesta sobre sí y su destino último. Cuando el hombre pierde la fe no
encuentra respuesta y pierde el sentido de su vida. La perdida del sentido de
la vida y del sentido del amor verdadero no tiene otro motivo que la perdida de
la fe, del sentido de Dios.
Cuanto más fuerte es
el sentido de Dios más fuerte es el sentido de su ausencia: el pecado. Los más
grandes pecadores, en el sentido de la conciencia de ser pecadores perdonados,
son los santos. Esta conciencia es fuente de gozo, de paz, de vitalidad, de
vida. El hombre que se reconoce pecador vive en la serenidad, porque sabe que
el amor de Dios es más fuerte del pecado y, si acogido, permite abrirse siempre
con confianza a Dios[257].
PORQUE PERDEMOS EL SENTIDO
DE LA VIDA, PERDEMOS TAMBIÉN EL SENTIDO DEL PECADO
Los jóvenes viven en
un contexto moral en el que no está el sentido del pecado. Las personas tienden
a hacerse la única medida de ellas mismas, metiéndose en el lugar de Dios y
juzgando por ellas mismas el bien y el mal. Eso provoca una dificultad real a
comprender el pecado como origen de opciones equivocadas. Falta en modo
especial la capacidad de hacer referencia a un punto unitario (la ley de Dios),
cualificante del actuar moral; este criterio se deja al sentido común de cada
uno, con los riesgos que esto puede implicar. La pérdida del sentido del pecado
es una de las causas más grandes de las crisis de valores y de degradación
moral.
Vivimos la
pseudocultura de los ojos vacíos, de las mentes empobrecidas que sólo sirve
para los “Don Nadie”. “Don Nadie” pueden ser, el hombre importante, el hombre
de poder, incluso el intelectual corrompido a fuerza de pontificar desde el
egoísmo de los intereses que es o representa[258].
LA PÉRDIDA DE LA CONCIENCIA DE LA
LIBERTAD (Cf. GS 13)
Dos son los motivos
más importantes que han llevado al hombre de hoy a la marginalidad de la
conciencia del pecado en nuestra sociedad, no sólo LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE LA
VIDA Y DEL AMOR como hemos visto, sino también otro: LA PÉRDIDA DE LA
CONCIENCIA DE LA LIBERTAD como responsabilidad personal. El sentido del pecado
está unido a la conciencia de la libertad personal y de la responsabilidad. La
cultura en la que vivimos tiende mucho a desresponsabilizar a la persona
delante del mal que, de hecho, condiciona la vida personal y social. Por esto
es fácil encontrar personas que viven en la INCONSCIENCIA
o con una CONCIENCIA LAXA MUY TRANQUILA sin sentido del pecado como
responsabilidad personal y, entonces, sin esperar la salvación y el perdón. Si
el hombre de hoy, muchas veces, está angustiado, eso en parte es debido también
a la pérdida del sentido de responsabilidad personal.
LA FORMACIÓN DE LA RECTA
CONCIENCIA MORAL[259]
La conciencia es el
heraldo que exhorta al bien. “La conciencia es el núcleo más secreto del hombre
donde resuena la voz de hacer el bien, la conciencia es el instrumento con el
cual siempre en un modo nuevo se reconoce en que modo el bien eterno e infinito
tenga que actuarse en lo específico del tiempo” (R. Guardini).
Seguir el dictamen de
la conciencia es la obligación indeclinable de cada una de nuestras opciones,
es el criterio moral inmediato de cada una de nuestras acciones. No podemos
pactar con nuestra conciencia.
¿Y qué conciencia hay
que seguir? ¿Qué conciencia nos abre al bien? Hemos de seguir la conciencia
cierta, verdadera y recta (NCIC, 1783). En la
fidelidad a la conciencia todos los hombres se sienten atraídos a buscar la
verdad. Tanto más prevalece la conciencia recta, tanto más el hombre se aleja
del ciego arbitrio y se esfuerza de conformarse a las normas objetivas de la
moralidad. Sin embargo, no pocas veces sucede que la conciencia sea errónea
invencible (GS 16).
DEFORMACIÓN DE LA
CONCIENCIA: CEGUERA DE LA CONCIENCIA[260]
La conciencia ha de
ser educada y el juicio moral iluminado por la Palabra de Dios y por el
Magisterio. Solamente así tendremos una conciencia bien formada y recta y
verdadera (NCIC, 1783 ss.). La
educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Ella se va formando,
se tiene que iluminar y continuamente corroborar, para no caer en una manera de
portarse mezquina y salvaje, en un subjetivismo muy alejado del bien del
hombre.
Cuando el hombre se
cuida poco de buscar la verdad y el bien es cuando la conciencia se hace casi
ciega como consecuencia de la costumbre del pecado. Existe una ceguera de la
conciencia cuando ella no pulsa ya delante del bien o del mal o cuando la luz
de la verdad no atrae ya al corazón. “Tú has llamado y gritado y has
quebrantado mi sordera. Tú como un rayo has brillado y has alejado mi ceguera” [261].
No hay falta moral
sino cuando la persona obra libremente contra el juicio de su conciencia. El
pecado es una infidelidad aceptada libremente a los valores auténticos de
realización de uno mismo en la línea del ser (ni soy yo ni dejo que los demás
lo sean). El pecado es ante todo una infidelidad al llamamiento del amor.
El pecado es el
repudio del hombre mismo al amor divino, el rechazo al Amor con mayúsculas. El
hombre debe de ser educado desde la toma de conciencia de responsabilidad
personal y comunitaria delante de Dios y delante de los hombres.
La conciencia formada
es la que tiene en cuenta la dimensión religiosa, la dimensión comunitaria y la
dimensión personal en una integración de una responsabilidad comunitaria de
tipo personal. La componente comunitaria ha de ser asumida desde la propia
interioridad de la persona. Si la comunitariedad se vive como una presión exterior
de normas puede darse la conciencia despersonalizada masificada (la
irresponsabilidad diluida en la masa)[264].
EL
SENTIDO RELIGIOSO DE CULPABILIDAD
Va más allá de una
simple ruptura de las pautas o normas establecidas en referencia a una ley que
resulta del conjunto de prohibiciones con cierto carácter de presión o
sometimiento. Para tener una noción y vivencia de la culpabilidad
moral-ético-religiosa es necesario sobrepasar este nivel de presión social para ser asumidas de una manera activa tomando partido el nivel personal. A partir sólo del apropiación activa el hombre asume responsabilidad personal haciendo los actos propios[265].
moral-ético-religiosa es necesario sobrepasar este nivel de presión social para ser asumidas de una manera activa tomando partido el nivel personal. A partir sólo del apropiación activa el hombre asume responsabilidad personal haciendo los actos propios[265].
Ha de considerarse no
solamente la objetividad de la transgresión sino la intencionalidad del acto.
Se ha de superar una concepción legalista de la conciencia moral situándola en
su debido plano. La consideración legalista de la culpabilidad ha provocado la
orientación casuística del mínimo legal, ha atomizado la vida moral en multitud
de actos y ha conducido el tema del pecado a una orientación ineficaz y
ridícula (B. Häring[266]).
La culpabilidad ha de
integrar adecuadamente la dimensión objetiva y subjetiva ya que no puede
hablarse de un pecado abstracto separado de la persona ni de una culpabilidad
que no tenga en cuenta la objetividad[267].
ATENCIÓN A LA CONCIENCIA:
FIDELIDAD A LA CONCIENCIA, FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA
La conciencia es el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre en el que se siente a solas con
Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquello. Es la conciencia la
que de modo admirable da a conocer la ley divina (Pío XII)[268].
De ahí la obligación
de seguir la propia conciencia y de formar la propia conciencia. La persona de
moral recta procurará honradamente cuidar de que sus juicios sean rectos. Quien
no actúa de esta manera será responsable de sus propios errores de conciencia.
La persona debe formar su conciencia a la luz de la Sagrada Escritura, de la
Tradición y del Magisterio. No se puede separar la lealtad a la Verdad con la
lealtad a Cristo y la obediencia a sus pastores y a la doctrina de la Iglesia.
No se puede ser discípulo de Cristo a la vez que se desdeña a los que comparten
con él la misión de enseñar su Evangelio (Irish Episcopal Conference)[269].
No puede existir conflicto entre la conciencia de la persona y la doctrina de
la Iglesia (Lawler)[270].
Los fieles han de dar su asentimiento interno a las doctrinas proclamadas con
autoridad en materia de costumbres (Juan Pablo II, Familiaris Consortio II).
LA
CONCIENCIA NOS DICTA LA LEY DIVINA
El hombre percibe y
reconoce por medio de la conciencia los dictámenes de la ley divina[271].
La conciencia guía al hombre al reconocimiento de su creador, al descubrimiento
de su ser dependiente de éste y al sometimiento a la ley divina eterna y
universal por la cual Dios ordena, dirige y gobierna todo el mundo y la
comunidad humana universal. No se puede tolerar un pluralismo de opiniones
dejadas al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de
condiciones sociales y culturales[272].
La pérdida de la fe
ha conllevado una pérdida de la conciencia, una corrupción y degradación de
todos los valores de la persona y un atentado contra la dignidad humana. Al no
existir una verdad última la cual oriente toda la praxis humana, entonces las ideas
y acciones pueden ser instrumentalizadas fácilmente por fines de poder[273].
LA LEY MORAL DIVINA: LA LEY ETERNA
(NCIC, 1950)
La ley moral es obra
de la sabiduría divina: tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La
ley eterna tiene un punto en Dios origen de todas las leyes. La ley es
declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia.
Esta ordenación de la razón es lo que se ha venido a denominar ley moral: el
hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber
recibido de Dios una ley: dotado de razón, capaz de comprender y discernir,
regular su conducta disponiendo de consciencia y libertad en la sumisión al que
le ha entregado todo[274].
“La conciencia tiene
unos derechos porque tiene unos deberes” (C. Newman)[275].
No se puede dar a la
conciencia el privilegio de fijar de modo autónomo una ética individualista con
la creación subjetiva de los valores y normas morales, si esta autonomía
implicase una negación de la participación de la razón práctica en la sabiduría
del Creador, o si bien se sugiriera una libertad creadora de las normas morales
según condicionamientos socioculturales contradiciendo la enseñanza del
Magisterio de la Iglesia (VS 32-44).
LA LEY MORAL NATURAL (GS 89, 1; NCIC, . 1954; VS 43-44)
La ley natural
expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la
razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira: la ley natural está
inscrita y gravada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la
razón humana que ordena hacer el bien y prohibe pecar.
Pero esta
prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley sino fuese la voz
y el interprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra
libertad deben de estar sometidos (León XIII)[276].
La criatura racional
está sometida a la divina providencia de una manera especial, ya que se hace
partícipe de esa providencia, siendo previdente sobre sí y para los demás.
Participa pues, de la razón eterna; esta ley inclina naturalmente a la acción y
al fin debidos, y semejante participación de la ley eterna en la criatura
racional es lo que llama Sto. Tomás ley natural[277].
Tal prescripción no
tendría fuerza de ley sino fuese la voz de una razón más alta a la que toda
nuestra libertad debe de estar sometida (León XIII)[278].
EL
PELIGRO DE LLEGAR A VER LO MALO COMO BUENO
Puede suceder muchas
veces que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hace ver
como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen falsa
apariencia de virtud o también de vicio que engañan a los ojos del corazón y
vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta
hacerle ver lo malo como bueno; ello forma parte de nuestra miseria e
ignorancia muy lamentable y temible. Para evitar este peligro se precisa de
examen y discernimiento de espíritu: este discernimiento es la madre de todas
las virtudes y a todos es necesario. La decisión en el obrar es recta cuando se
rige por el beneplácito divino; la intención es buena cuando tiende a Dios sin
doblez. La recta decisión es incompatible con el error, la buena intención
excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión
de la recta decisión y de la buena intención. Todo, por consiguiente, debemos
hacerlo guiados por la luz del discernimiento pensando que obramos en Dios y en
su presencia[279].
EL PELIGRO DEL SUBJETIVISMO MORAL:
EL SUBJETIVISMO-RELATIVISMO Y LA TOLERANCIA
Muchos factores
intervienen para agudizar y acelerar los debates sobre la conciencia. El
difundirse del pluralismo ideológico y la sensibilidad cada vez más vasta y
profunda de la sociedad liberal y democrática de hoy que priva el relativismo y
la tolerancia. El relativizar las normas objetivas y absolutas en beneficio del
contexto cultural y la desvalorización análoga de la objetividad moral ha
producido una clase de relativismo y de tolerancia totalmente pernicioso y
decadente para el hombre de hoy.
La cultura
contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre
Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, una de las exigencias más fuertes hoy es la
de conducir al hombre a volver a descubrirlo.
El hombre debe
convencerse que sólo en Dios alcanza su verdadera libertad, que sólo en la
verdad puede encontrar la salvación y que Dios ha marcado en su propia ley la
salvaguarda del único verdadero bien del hombre(VS 84)[280].
CUSTODIA DE
LA VIDA-AMOR PARA DESARROLLARTE EN PLENITUD
Quien quiera vivir
tiene dónde vivir y tiene de dónde vivir[281].
Dios nos llama a que entremos en Él, la fuente de la Vida y el Amor:
‘permaneced en mi amor’; ‘sin mí no podéis hacer nada’. Dios lo que quiere es
nuestra máxima plenitud promoción y desarrollo. “He venido para que tengan vida
y la tengan en abundancia”, depende de que acudamos a él y nos dejemos alimentar
por él, tendremos vitalidad y fertilidad en el amor, en la medida que sea
nuestra unión y permanencia con la fuente y el manantial del amor. Es el amor
mismo el que nos llama, el que nos reclama, nos urge, nos creó, nos redimió,
nos consagro para Él. porque nos quiere para él y en Él plenamente felices. La
auténtica vitalidad del seguimiento de Cristo, del Amor: la fuerza vital para
su proyecto de amor precisa de la vigilancia para no ser falsificadas ni
soslayadas, las exigencias que ello comporta[282].
CUSTODIA LA
VIDA-AMOR PARA PROPAGARLA ABUNDANTEMENTE[283]
¿Qué he de hacer para
tener vida? El Señor le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente,
corazón, fuerzas”. Para amar se precisa tener la mente y el corazón y todo el
ser llenos del Amor de Dios, y no dejar adulterar este amor en nuestra mente y
nuestro corazón, pues minarían nuestra voluntad. Dios constantemente llama a su
pueblo a la conversión por la corrupción y prostitución del corazón: “Pasmaos
cielos… doble mal ha cometido mi pueblo, a mí me dejaron para hacerse cisternas
agrietadas incapaces de retener el agua” (Jr 2, 12). Nuestra vida, nuestro
corazón debe ser purificado de tanta adulteración que se nos va pegando: ¿qué
pasó con aquella viña selecta, plantada con tanto amor y destinada a dar tanto
fruto? (Is 5 , 1-5) Rompieron la cerca y dejaron entrar toda clase de bichos,
creciendo toda clase de frutos de la carne, dejándoos llevar por la seducción
del mundo y la tierra quedó agotada y desolada.
NECESIDAD DE VIGILAR Y GUARDAR
PARA MANTENER LA PUREZA-VITALIDAD-ESENCIA
La norma divina es
que debemos procurar que todos nuestros pensamientos, palabras y acciones
tiendan a conformarse con la norma divina del pensar de Cristo; porque, como
dice S. Pablo: ‘nosotros tenemos mente de Cristo’ (1Co 2, 8). Debemos, pues,
examinar con diligencia que todos nuestros pensamientos, palabras y obras
partan de Cristo como su origen y tiendan a Cristo como a su fin. En este
discernimiento hemos de considerar que todo pensamiento, palabra y obra que vaya
mezclándose con algunas perturbaciones no está de acuerdo con Cristo, sino que
lleva la impronta del adversario, el cual se esfuerza por morder con la
perturbación[284].
La vida de oración y
de seguimiento supone una vigilancia y examen continuo de todos los movimientos
de la mente, corazón y voluntad para adquirir una gran libertad y capacidad de
amor a Dios y a todas sus criaturas con un corazón indiviso. Este amor no puede
ser egoísta ni posesivo de las personas, sino todo lo opuesto: gratitud,
desinterés y libertad.
EL PELIGRO DE DEJAR CONTAMINAR-CORROMPER LA VIDA-AMOR DE DIOS
La verdadera
fecundidad y fertilidad de la vida-amor de Dios en nuestros corazones conlleva
este doble movimiento de apegarlo, por un lado, a la fuente de toda nitidez y
pureza, y por otro lado, no dejar que nada ni nadie nos pueda perturbar ni
separar de este amor, ajustándonos en lo interior y lo exterior con moderación
y rectitud al pensar y querer de Cristo.
En todas las cosas
existe una ley de acuerdo a su naturaleza y Dios ha dispuesto que nada pueda
dañar todo lo que ha puesto en nuestro corazón, por eso dice: “Felices los
limpios de corazón porque ellos verán a Dios”; no es algo inalcanzable (cf. Mt
5, 3). El que tiene una mente y un corazón limpios de todo afecto desordenado a
las criaturas contempla en su misma belleza interna la imagen de la naturaleza
divina que lleva dentro de sí. Si nos esmeramos con una actitud diligente en
limpiar nuestro corazón de toda suciedad con que haya sido ensombrecido, él nos
promete que volverá a resplandecer en nosotros la hermosura divina, recuperando
la semejanza de nuestro origen[285].
VIGILANCIA DE
LOS SENTIDOS
La permanencia en el
amor de Dios supone una atención y vigilancia continua, mantenida desde una
constante oración: “Velad y orad para no caer en tentación porque el espíritu
está pronto pero la carne es débil”. Esta vigilancia ha de extenderse a todo
tiempo y circunstancia de nuestra vida, porque la carne tiene deseos contrarios
al espíritu y el espíritu contrarios a la carne. Si alguno cede por poco que
sea a los halagos del cuerpo, la gloria del mundo o satisfacción de la carne
pronto se vera arrastrado a aquella obras de la carne. Se precisa, pues, la
vigilancia de los SENTIDOS para someterlos a la recta razón y a la ley de Dios,
la lampara del cuerpo son los ojos, si tu ojo esta contaminado todo tu cuerpo
estará a oscuras. Es así como la constante de todos los santos es esta
“vigilancia atenta” de los movimientos de todos sus sentidos y pasiones, al
punto de refrenarse con toda clase de medios y con la máxima firmeza y
esperanza. El mismo S. Agustín dice “No digas que tienes alma pura si tienes
ojos impuros porque el ojo impuro es mensajero de un corazón impuro”[286].
VIGILANCIA DE
LA MENTE
Es del pensamiento de
donde salen las cosas buenas o malas, el primer lugar donde se opera y se
fraguan las acciones es en el pensamiento. En el pensamiento y en las palabras,
ideas, intenciones que dimanan de éste, dejando descubrir los sentimientos y
movimientos más profundos y secretos del hombre. Por ello que ni siquiera con
el pensamiento hemos de ceder jamás al pecado: ”todo el que mire a una mujer
con mal deseo hacia ella ya ha adulterado en su corazón” Es según el modo de
examinar las intenciones de nuestras opciones es en el hablar, en éste se
descubren y desvelan lo interno de nuestros pensamientos ”porque de lo que
rebosa el corazón habla la boca”[287].
La castidad, pues, no
comienza en el corazón sino en la mente; un corazón puro pide y exige una mente
pura y unos ojos limpios. El corazón es ciego y va donde le dirija nuestra
mente.
VIGILANCIA
DEL CORAZÓN
Porque del corazón
salen las aciones buenas y las malas; los asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, injurias, etc…, salen todas del corazón. Porque donde
está tu tesoro allí está tu corazón. ¡Cuánto precisamos de esta pureza,
integridad y libertad del corazón para orientarlo a Dios, para ordenarlo por
encima de todas las inclinaciones de la carne en vistas del amor de Dios,
trascendiendo incluso las cosas más santas, los amores humanos para ordenarlo
todo al amor de Dios!
La grandeza del
hombre es esta vivencia de exclusividad del amor de Dios situado por encima de
todo, de todos y de nosotros mismos. Se puede y se debe amar con el alma
encarnada sí pero trascendiendo lo meramente humano, para ser movido por el
amor de Dios, por lo que él desea de mí de los demás y del mundo[288].
El amor al que Dios nos llama es algo más que mera atracción, placer,
complacencia mutua. Es el don total, libre, incondicional del amor de Dios a
nosotros que pide, de igual manera, el don de nuestra libertad y del amor
incondicional de nuestra vida, ordenando todo nuestro ser desde su plan y
designios de amor[289].
LA
EXCLUSIVIDAD DEL CORAZÓN: CASTIDAD-PUREZA
La castidad debe ser
entendida como un proceso hacia la madurez del amor[290].
Se debe tener toda una educación en la castidad desde el seno de la pequeña
comunidad; la castidad es educación hacia la caridad y convivencia en los
pequeños detalles cotidianos. ¡Cuánto hay por hacer en el campo de la castidad
en la amplia gama de la vida de la comunidad! Ésta supondrá una combinación de
suavidad y exigencia, de humilde vigilancia y examen, una vida de oración en
constante apertura, docilidad y obediencia al Espíritu. ¡Cuán importante se
hace cuidar con exclusividad y la integridad del corazón, la virtud de la
castidad!. No se puede dar uno a sí mismo de manera total y absoluta a dos
personas al mismo tiempo. Si uno se da del todo a uno, no se puede dar de la
misma manera y al mismo tiempo al otro (Mt 6, 24). Cristo, para la persona
consagrada, ha de ser el Amado, el Esposo, El Señor, el máximo amor de su alma;
de la misma manera los cónyuges cristianos se deben exclusividad en el mismo
amor de Cristo.
LA DELICADEZA
DE CORAZÓN: PRUDENCIA, MODESTIA, PUDOR
La prudencia es el
amor que sabe discernir lo que se precisa y lo que impide andar a Dios[291].
Para la adquisición del Único y Sumo bien se precisa de la renuncia de los
otros múltiples bienes; se precisa discernimiento para elegir y prudencia y
fortaleza par no ser desviados o derribados por ningún sentimiento de soberbia
o de lujuria[292]. La persona
verdaderamente prudente se esfuerza por examinar, corregir y valorar todas las
cosas, situaciones, actuaciones según el Verdadero Bien de toda la persona.
¡Cuán necesario valorar las virtudes de la prudencia, modestia y pudor
cristiano! El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, detesta toda
conducta inmodesta, incluso lo más leve, se obliga con todo cuidado a evitar la
excesiva familiaridad con personas de otro sexo, porque lleva plenamente el
alma de un profundo respeto hacia el cuerpo, sabe que es miembro de Cristo y
verdadero Templo del Espíritu Santo. El pudor se acompaña de una sana formación
de conciencia moral y practica de las otras virtudes[293].
VIGILANCIA DE
LA VOLUNTAD
¡Cuánto se precisa en
nuestro mundo de personas firmes, capaces de manifestar sus opciones y
compromisos hasta el final. Nuestra sociedad se caracteriza por una debilidad y
flojera increíble, por una inestabilidad y volubilidad, aun en las resoluciones
más fundamentales. Se precisa, pues, una voluntad firme, preparada para la
lucha. El seguimiento resultará imposible para el que no se ejercite en
mantener sus opciones en un ejercicio continuo de voluntad libre de todo y de
todos. No basta ser atraído por Jesús ni basta tener la intención de serguirle
a él, sino se determina por una resolución firme para no ser arrastrado por el
ambiente.
Se precisa una
educación de la voluntad hacia el ordenamiento de la fe y del nuevo orden de
valores que presenta Cristo y su Evangelio, a la luz de la oración y de su
Palabra diariamente asimilada. Se precisa la orientación y complementación de
todo nuestro ser: mente, corazón y fuerzas hacia el ser más profundo,
independientemente de todo lo que pueda resultar apasionante, placentero, de lo
que piense el mundo e incluso de lo que aparece más lógico a nuestros sentidos
y a nuestra razón.
FORTALEZA DE
VOLUNTAD: DOMINIO DE SÍ: TEMPLANZA[294]
La fortaleza de
espíritu deriva del Espíritu de oración, de vigilancia y austeridad, por lo que
debemos mantener el espíritu fervoroso y la carne a “raya” para no dejarnos
llevar por las pasiones y las apetencias desordenadas de la carne. Con decisión
y firmeza debemos de alejar de nosotros todo lo que pueda separarnos de Dios y
del sentimiento de su Ley divina. Quien no aprenda a negarse a sí mismo y a
todas las ofertas y apetencias del mundo, quien no sabe de sacrificio y de
dolores no sabe de este camino de verdaderos amadores[295].
Para crecer,
practicar y alcanzar un amor exclusivo y consagrado se precisa purificar y
resanar nuestras tendencias egoístas, sometiendo nuestra voluntad; lo que
supondrá el ejercicio de muerte diaria a nosotros mismos y un ejercicio diario
de cruz y de humillación, entrar constantemente en el Misterio Pascual de
Muerte y Resurrección de nuestro Maestro y en la incomprensibilidad de su Cruz
(1Co 2, 3). Sólo un corazón libre de toda atadura egoísta y de toda atadura de
este mundo puede nacer a la libertad de los hijos de Dios.
EDUCACIÓN
EN LA PENITENCIA-MORTIFICACIÓN-ASCESIS-OBEDIENCIA-SERVICIO
La principal penitencia ha de ser
funcional, es decir, en vistas de la fraternidad; la vida de comunidad supondrá
muchas veces una penitencia en lo que significa dejar mi propio interés, morir
a mí mismo: a mis gustos, mi carácter… que posibilite una convivencia fraterna.
También estamos llamados a ser dueños de pasiones desde una voluntaria
penitencia corporal: “Los que son de Cristo, han crucificado su carne y sus
vicios e concupiscencias”; “Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre no sea
yo mismo descalificado”, dice S. Pablo[296].
En esto ninguna diligencia es excesiva, ni ninguna severidad resulta exagerada:
“si tu ojo te es escándalo, arráncatelo y échalo dejos de ti, mejor es que
perezca uno de tus miembros que no el que todo tu cuerpo sea arrojado a la
Gehena”, dice el mismo Jesús. Si la falta de salud o la poca estabilidad en
ella no permiten a alguno mayores austeridades corporales no por ello se puede
dispensar de la VIGILANCIA y de la mortificación INTERIOR, aquella que sólo tú
y el Señor conocen.
EDUCACIÓN
PARA EL SACRIFICIO Y PARA LA DONACIÓN
La
negación y renuncia a uno mismo supondría diversos niveles:
a) nivel psicofisiológico: el
control y moderación en nuestros instintos sexuales, la persona se vive sometida
a instintos y pasiones percibiendo al otro como algo agradable con el deseo de
poder instintivamente tocar, gozar y poseer. Se precisa que la persona célibe
sublime los instintos a la razón y de la razón a la fe.
b) A nivel psicosocial: más
allá de la búsqueda de un mero bienestar físico, puede haber toda una serie de
búsqueda de aprecios humanos, valoraciones, estimas, amistades particulares con
acepción de personas, buscando compensaciones o utilidades, por lo que se
precisa que la persona célibe viva con gran libertad y exclusividad de corazón.
c) A nivel espiritual: el amor
se deberá ir purificando de sentimientos, pagas, consuelos y búsquedas de amor
propio para ir pasando a un amor gratuito, sacrificado, desinteresado que sólo
busque al Amor desde el olvido y la total donación de uno mismo[297].
EVITAR
LOS PELIGROS, ALEJÁNDOSE CON PREMURA DE LAS OCASIONES DE PECADO
Es importante recordar algunos santos
como, por ejemplo, S. Francisco de Sales, S. Caesar Arelat[298]
y algunos de los insignes doctores de la Iglesia como por ejemplo, Santo Tomás
de Aquino, San Alfonso Maria de Liguori[299].
Es más fácil vencer las tentaciones de la carne de los halagos y atractivos de
la pasión con una “pronta fuga” que afrontándolos directamente. A veces sirve
más la fuga que la lucha en campo abierto como dice S. Jerónimo[300]:
“por esto lo rehuso para no ser yo nunca vencido”. Tal fuga no consiste tanto
sólo en alejarse con premura de la ocasión de pecado, sino de cómo de saber
alzar la mente durante esas luchas a las cosas divinas, fijando la vista en
Aquél a quien hemos consagrado toda nuestra vida, “contemplad la belleza de
nuestro amante Esposo” nos recomienda el doctor y santo Agustín[301].
“Estad pues siempre vigilantes, porque quien ama el peligro en él perece” (Sir
3, 27). Ningún medio es más cercano y más seguro para vencer las tentaciones
contra la hermosa virtud de la castidad que recurrir inmediatamente a Dios por
la oración[302].
NECESIDAD
DE UN AMBIENTE DE ORACIÓN, FRATERNIDAD, RECOGIMIENTO Y CULTIVO DE VALORES
De todo esto se
desprende la necesidad de cuidar el ambiente donde se vayan transformando y
formando la vida de los futuros discípulos; será necesario que durante un largo
proceso reciban una educación-formación diligente y cuidadosa que les haga
fuertes para enfrentarse a las adversidades y difíciles situaciones de nuestro
mundo ¿Habrá algún jardinero que exponga a las tempestades plantas selectas,
pero aún tiernas, con el pretexto de probar una fortaleza que todavía no
tienen?[303]
La formación en los
valores cristianos impone una atención delicada a un clima fraterno social y
moral, que respete y eduque las personas en los valores cristianos. Se precisa
una educación en el trato, en el respeto, en el pudor, en las discreciones;
conviene pedir a los responsables de la educación que pongan especial atención
y cuidado en promover estos ambientes que fortalezcan el verdadero culto y
desarrollo de los valores cristianos, humanos, morales y religiosos[304]
2 BIS. MANDAMIENTOS
DIOS QUIERE NUESTRO MÁXIMO DESARROLLO, DESPLIEGUE Y REALIZACIÓN
EN EL AMOR
Dios quiere nuestra máxima
promoción. Como Hijos del Amor somos llamados a la perfección en el amor, a ser
perfectos, maduros, acabados como el Padre es perfecto. Dios creó al hombre a
su imagen y semejanza ordenándolo a su fin, con sabiduría y amor mediante la
ley inscrita en su corazón. El hombre lleva en su propia naturaleza inserta
esta ley del amor como ley natural[305].
Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio
esta luz y esta ley en la creación. Conócete a ti mismo, hombre, lo grande que
eres y vigila sobre ti[306]. El hombre está
constantemente llamado a adecuar su vida a esta ley que lleva dentro, ‘grava en
tu corazón esta ley que te digo y adecua tu vida a ella’. Reconocer a Dios como
Señor de nuestra vida es el núcleo fundamental, el corazón de la ley.
PARA ASEGURAR NUESTRO PROCESO NOS DEJA UNAS NORMAS
Dios nos
deja unas normas para saber cómo conservar la vida y el amor puro. Dios. que
nos ha dado una vida de mucho valor y trascendencia incalculable y que conoce
mejor que nadie su desarrollo-perfección en el amor, nos llama a ser un pueblo
Santo en la perfección en el amor. Dios mismo nos ha propuesto como camino que
conduce a la vida eterna y nos manda: “sed Santos porque yo el Señor soy santo”.
Aquello que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento que
Dios se revela a sí mismo y se propone como modelo de nuestra acción y
comportamiento moral para caminar en el amor. Mediante la custodia de los
mandamientos se manifiesta la perfección del Pueblo de Dios a su único Dios y
llamada de todos a responder a su santidad[307]
SI QUIERES ENTRAR Y PERMANECER EN LA VIDA GUARDA LOS
MANDAMIENTOS
Los mandamientos no
son más que el ordenamiento de todo nuestro ser para la plenitud de la vida en
Dios. Como se forma toda nuestra vida conforme a nuestro máximo bien, como
compendio de las múltiples bienes que cuentan nuestra auténtica identidad, en
relación a Dios con el prójimo y con el mundo material.
Los mandamientos nos
enseñan el camino que conduce a la vida, nos enseñan la verdadera humanidad del
hombre. Ponen de relieve deseos esenciales y derechos fundamentales inherentes
a la naturaleza de la persona humana; los mandamientos están destinados a
tutelar el bien de la persona humana a imagen de Dios, a través de la tutela de
sus bienes particulares. Los preceptos negativos son normas morales fundadas en
términos de prohibición pero que expresan con singular forma la exigencia
inalienable de proteger la vida humana, la vivacidad, la convivencia, la
justicia, la integridad, en definitiva de los derechos ineludibles de toda
persona humana. Constituye la condición básica y primera etapa necesaria en el
camino de la libertad[308].
EL
PRIMER MANDAMIENTO: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS
El primer mandamiento
como precepto fundamental de la ley y los profetas: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón y con todas tus fuerzas”. Constituye el núcleo y el centro
de la ley de Dios. Es la exigencia movida del amor, la respuesta personal al
amor, reconocerle como Dios, como Señor único y absoluto de nuestra vida y
darle sólo culto a él porque sólo él es Santo; el supremo bien de nuestra vida
es él, por lo que estamos todos llamados a conocerle, amarle y servirle lo
máximo de nuestra existencia, a obedecerle y caminar humildemente con él
practicando la justicia y amando la piedad.
La existencia misma
es respuesta al don y a la iniciativa amorosa de Dios, es el reconocimiento,
homenaje, culto de acción de gracias y cooperación libre y amorosa con el
designio que Dios nos propone. Dios nos ama primero. Los mandamientos
explicitan la respuesta de amor que el hombre esta llamada a dar a su Dios
desde su nacimiento.
EL SEGUNDO MANDAMIENTO: AMARÁS AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO[309]
El segundo
mandamiento semejante al primero, dice Jesús, es: “Amarás al prójimo como a ti
mismo”. Este precepto es derivación directa del primero. Todo el que ama a Dios
que da el Ser ama a los que han nacido de él. Es expresión de la singular
dignidad de la persona humana que es la única criatura a la que ha amado por sí
misma. Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la prevalencia al amor al
prójimo o peor aún separarlo del amor a Dios. Estos dos mandamientos son
inseparables y no se puede entender el uno sin el otro: el que ama a Dios debe
amar también al hermano, si alguno dice: amo a Dios y aborrece a su hermano es
un mentiroso (asesino). En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si
amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de
Dios, en que guardemos sus mandamientos.
LAS DERIVACIONES: EL RESTO DE LOS MANDAMIENTOS[310]
De los dos
mandamientos anteriores penden toda la ley y los profetas. Todo el Decálogo
debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad,
plenitud de la ley: la caridad es la ley en su plenitud. Por descontado que si
amas se deduce obviamente que ni adulteraras ni mataras, ni robaras ni
codiciaras, y que seguirás todos los demás preceptos. Todos los mandamientos
encarnados en la ley de Dios forman una sola unidad, un todo indisociable; cada
uno de los diez mandamientos remite a cada uno de los demás y al conjunto, pues
se condicionan recíprocamente. Transgredir un mandamiento es quitar todos los
otros. No se puede disociar en el hombre un comportamiento hacia Dios y hacia a
los otros hombres, ni hacia a sí mismo: el hombre es una unidad y el Decálogo
unifica la vida teologal y social del hombre.
TERCER MANDAMIENTO: SANTIFICARÁS LAS FIESTAS
El cristiano llamado
a la santidad esta llamado a santificar su vida, su jornada, su trabajo, su
actitud y todo cuanto hace y vive; la oración debe de desembocar en una vida de
oración en una vida convertida en liturgia viva, en culto continuo buscando en
todo la gloria de Dios. Este carácter profundo litúrgico y cultual de la vida
humana pide momentos especialmente reservados durante la jornada y durante la
semana para interrumpir la actividad cotidiana y ofrecerla en alabanza y acción
de gracias al Señor. El hombre debe saber parar y descansar de toda actividad
para rendir culto a su Dios, culto exterior, visible, público y comunitario en
fraternidad universal con toda la Iglesia, donde la alabanza a Sión se eleve
como un solo corazón unido al de Cristo[311].
El Domingo y las fiestas de precepto los fieles tienen la obligación de
participar en la misa como testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a
su Iglesia dando un ejemplo y testimonio público de oración, fraternidad,
alegría, culto del espíritu y atención a las necesidades de los otros.
CUARTO MANDAMIENTO: HONRAR A TU PADRE Y A TU MADRE
Este cuarto
mandamiento refiere a la segunda parte y hace referencia a las exigencias
derivadas de la caridad en orden de jerarquía. Dios quiso que después de él
honráramos a nuestros padres, a los que debemos la vida física y también en
gran parte la espiritual, pues como buenos padres cristianos nos han
transmitido a su manera el conocimiento de Dios. A ellos se le debe siempre
reconocimiento, agradecimiento, afecto y cariño. Especial respeto y veneración,
piden las personas ya mayores que se hallan en condiciones de recibir más ayuda
y consuelo que nunca.
La piedad filial, es
decir, el respeto a los padres debe siempre ir cubierto de inmensa gratuidad,
no sólo tratando de ayudarles a nivel material sino a nivel moral, espiritual,
afectivo sobre todo en los momentos de soledad, abatimiento, vejez o enfermedad.
Jesús reconocía este deber de gratuidad frente a sus padres: bajo con ellos a
Nazaret, y vivió bajo su tutela, crecía en sabiduría, estatura y aprecio ante
Dios y ante los hombres[312].
QUINTO MANDAMIENTO: NO MATARAS[313]
El orden en el amor
requiere el recto orden de uno mismo; el respeto a la propia vida y a la ajena.
El amor a sí mismo constituye un principio fundamental. La norma o fundamento
ultimo de la moralidad es el reconocimiento del valor ineludible y sagrado de
la vida.
Sólo Dios es dueño de
la vida y al hombre le toca el saber administrarla, nadie en ninguna
circunstancia puede atribuirse el derecho de matar = quitar la vida de un modo
directo a un ser humano inocente. La vida humana debe ser respetada y protegida
de una manera absoluta desde el momento de la concepción hasta el momento de su
consumación en este mundo, la muerte.
En todo se ha de
salvar y respetar la dignidad personal y suprema de la vida humana,
custodiándola y salvaguardándola en su totalidad e integridad, tanto a nivel
corporal como a nivel moral, espiritual. El sermón de la montaña recuerda el
precepto de no matarás y recuerda el rechazo absoluto de la ira, el odio, la
venganza. Cristo exige de sus discípulos amar a los enemigos.
SEXTO MANDAMIENTO: NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS[314]
La sexualidad abraza
todos los aspectos de la persona humana en la unidad del cuerpo y deben ser
orientados en la vocación de todos al amor y comunión. Jesús vino a restaurar
la creación en la pureza de sus orígenes.
Todos los cristianos
estamos llamados a la vocación divina, a la castidad. La castidad significa la
integración lograda de la sexualidad en la persona y por ello la unidad
interior del hombre en su ser corporal y espiritual; la sexualidad es la que
expresa la pertenencia del hombre hacia el mundo corporal y biológico. Se hace
personal y verdaderamente humano cuando está integrada en la relación persona a
persona, en el don mutuo e incondicional y total del hombre y la mujer
establecido en el matrimonio: la virtud de la castidad matrimonial entraña la
integridad de las personas y totalidad del don. De igual manera, la castidad
perfecta por el Reino de los cielos, pide la integridad y la ordenación total
del corazón en cuanto colaboración del hombre en toda la obra de la Redención.
SÉPTIMO MANDAMIENTO: NO ROBARAS[315]
El orden en el amor
supondrá el orden de todos los bienes en razón a la caridad fraterna y el
último destino universal solidario con todos los hombres. De todo lo que hemos
recibido, somos administradores y no propietarios . Dios confía al hombre los
bienes de la tierra destinada a toda la familia humana; la propiedad privada es
legítima pero no derecho absoluto, la apropiación de bienes es legitima para
garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a
atender a sus hermanos, a sus necesidades fundamentales y las de los que están
a su cargo pero esta subordinada al destino universal y al bien común. Lo que
te ha sido dado es para el uso de todos (destino universal de los bienes). La
tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos[316]. El derecho de propiedad
no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común, sigue la
doctrina tradicional de Los Padres y de los doctores de la Iglesia[317]. Es intolerable el
excesivo acaparamiento de riquezas habiendo tantos hombres con hambre.
OCTAVO MANDAMIENTO: NO DIRÁS FALSO TESTIMONIO[318]
Se debe defender la
realidad de toda falsedad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral
deriva de la vocación del pueblo santo, a ser testigo de la Verdad. Las ofensas
a la verdad son una infidelidad u expresan un rechazo frente a la alianza de
Dios con su pueblo. Dios, que es verdad, pide que el hombre se adecue a la
verdad. Puesto que Dios es el veraz, los miembros de su pueblo están llamados a
vivir en la verdad. El hombre que busca naturalmente la verdad está obligado a
honrarla y a administrarla. Una vez que el hombre ha conocido la verdad está
obligado a adherirse a ella, ordenando toda su vida según sus exigencias. El
verdadero discípulo de Cristo está llamado a vivir en la verdad desechando toda
mentira, engaño hipócrita, mentira y maldad. El bien y la integridad del
prójimo y el respeto a su dignidad son razones suficientes para callar lo que
no debe ser conocido.
NOVENO MANDAMIENTO: NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS
IMPUROS
S. Juan distingue
tres tipos de concupiscencia: la carne. los ojos y la soberbia de la vida. El
noveno haría referencia a la concupiscencia de la carne. La concupiscencia
desordena las facultades morales, inclinando al hombre a cometer pecado. La
lucha contra la concupiscencia de carne pasa por la purificación del corazón.
“El cristiano debe de creer y someter todo su actuar a aquello que cree, para
que haciendo así purifique su corazón y llega a comprender aquello que cree”[319].
La pureza de corazón
es la condición necesaria para entrar en este “conocer” vivamente a Dios.
Mediante la pureza de la mirada exterior e interior, mediante la disciplina de
los sentidos y la imaginación mediante el rechazo de toda complacencia en los
pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos
divinos, a partir de este rechazo el hombre va adquiriendo esta purificación
del corazón. La práctica de la virtud de la pureza va unida íntimamente a la
práctica de la oración.
DÉCIMO MANDAMIENTO: NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS
El décimo mandamiento
desdobla y completa el noveno que como hemos dicho hace relación a la
concupiscencia de la carne, prohibiendo la codicia, avaricia. El desorden de la
concupiscencia nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Se
trata de que del recto ejercicio de la razón lleguemos a un justo y moderado
uso y apropiación de los bienes terrenos. La complacencia de los ojos y la
soberbia de la vida llevan al hombre a una pasión inmoderada de las riquezas y
de su poder. Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus
deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no
les impidan encontrar seguir el espíritu de pobreza evangélica, ni el buscar el
amor perfecto. Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia,
de belleza y de paz que esconden la fuente de la verdadera riqueza, placer y
alegría[320].
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
El programa más
completo y la formación más amplia de la ley Nueva se pone en clara conexión
con el Decálogo y constituye la carta Magna de la moral evangélica. Así como
Dios por medio de Moisés entrega el Decálogo a su pueblo en el Monte Sinaí,
Dios por medio de Jesús, el Nuevo Moisés, entrega los mandamientos nuevamente a
los hombres.
Jesús lleva a
cumplimiento los mandamientos de Dios. “No he venido a abolir la ley sino a
darle cumplimiento”. El mandamiento del amor al prójimo es interiorizado en sus
exigencias. El amor brota de un corazón que ama y precisamente porque ama está
dispuesto a mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser
entendidos como un mínimo lícito que no hay que sobrepasar sino como una senda
abierta para un camino moral de perfección evangélica cuyo impulso interior es
el amor. Jesús mismo es el cumplimiento vivo de la ley que él cumple con el don
total de sí mismo[321].
EL SEGUIMIENTO DE JESÚS[322]
Jesús se convierte en
la pauta máxima referencial para todo hombre y de todo los hombres de todos los
tiempos: “si quieres ser perfecto, ven y sígueme”. Jesucristo es el Camino, la
Verdad y la Vida para todo hombre, él es la Luz verdadera que ilumina a todo el
hombre y a todos los hombres, se convierte para todos en luz de la verdad y
fuente del sentido para la vida. Los hombres llegan a ser luz en el Señor,
hijos de la luz; obedeciendo a la verdad, conocerás la verdad y la verdad os
hará libres.
El misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. La respuesta
decisiva al problema moral del hombre la da plenamente Jesús de Nazaret, el
Cristo. Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para
obtener de él la respuesta a sus quehaceres morales. Es urgente que la moral
recupera su dimensión Cristológica; debe la respuesta personal a la llamada de
Cristo a todo hombre a Seguirle. El modo de actuar de Jesús, sus palabras,
acciones y preceptos constituyen LA NORMA MORAL CRISTIANA. Seguir a Cristo: es
el “fundamento esencial y originario de la moral cristiana”.
EL RECHAZO DEL AMOR
El don del amor puede
ser rechazado. El primer paso hacia el rechazo es la desconfianza, el miedo que
el otro no comunique de verdad gratuitamente, sino que tenga algún interés
escondido. EL PRIMER PECADO en el jardín del Edén es la desconfianza y la desobediencia.
En la base del rechazo del amor está ciertamente la falta de confianza en la
gratuidad y sinceridad del acto comunicativo de Dios.
A la iniciativa divina
de la alianza el hombre puede responder con la infidelidad. El tentador se
llama también diablo, es decir “el divisor”. Él tiende a dividir:
a) al hombre de Dios.
b) al hombre del otro hombre.
c) al hombre de sí mismo.
a)
insinuando la sospecha de una propuesta falsa. “¿Es verdad que Dios ha dicho:
“No tenéis que comer de ningún árbol del jardín?” (Gen 3, 1). Esta frase del
tentador, en su paradoja (¿cómo es posible que Dios haya prohibido todos los
frutos?), tiene un presupuesto maligno: debe haber una razón de conveniencia
personal por la que Dios os ha prohibido al menos uno de los frutos, quizás su
actuar no es en el fondo tan desinteresado como parece. El tentador busca crear
en el hombre la incredulidad y la desconfianza en la gratuidad y sinceridad del
acto comunicativo de amor de parte de Dios.
b) El segundo paso es la falta de confianza en
el otro, insinuando la sospecha que el otro busca su propio interés y quiere
eliminarme. No existe comunicación auténtica -repite la voz maligna-; hay que
arreglárselas para sobrevivir defendiéndose de todos. La comunicación está
viciada por una sospecha de fondo: el otro se busca en realidad a sí mismo.
Entonces me puede engañar, y muchas veces, de hecho me engaña.
Esta tentación de desconfianza
prevale en cada relación humana y la amenaza en su raíz. El comunicar está
continuamente insidiado por la sospecha. ¿Me querrá de verdad? ¿Se merece de
verdad mi amor? ¿Podré alguna vez fiarme de alguien en el mundo? Por esta
desconfianza se cortan las amistades, se separan las familias, se rompen los
contratos, se violan los pactos sagrados entre las naciones. A lo opuesto de la
alianza y la fidelidad de Dios, está el rechazo en la desconfianza, la
división, la tristeza de no entenderse, la vergüenza de no responder en una
relación lograda, la incapacidad de convivir juntos. De un pueblo llamado a
vivir una profunda unidad, se pasa a la confusión de Babel, a la destrucción y
a la guerra (Hch 2 y 4; Ex 19; Gen 11).
c)
El hombre pierde la confianza en sí mismo. El hombre se hace incapaz de hablar
y de escuchar. El hombre se hace incapaz de amar y compartir con los demás. El
hombre se alza contra los otros, los grupos contra los grupos, las naciones
contra las naciones. Dios había hecho el hombre según su imagen, con una
naturaleza similar a él, para vivir en el amor en fuerza del cual habríamos
adherido a él con el deseo y gracia, a los otros con el recíproco afecto[323].
Por nuestra desobediencia y nuestro volvernos malamente contra nuestra propia naturaleza, ésta se queda dividida y sin amparo. Por el pecado entra la división, y el hombre se hace incapaz de crear esta unidad. Si por naturaleza la misma semilla, el amor, unifica, el pecado divide y corrompe la naturaleza en un estado dispersivo, inestable, polimorfo y desunido[324].
Por nuestra desobediencia y nuestro volvernos malamente contra nuestra propia naturaleza, ésta se queda dividida y sin amparo. Por el pecado entra la división, y el hombre se hace incapaz de crear esta unidad. Si por naturaleza la misma semilla, el amor, unifica, el pecado divide y corrompe la naturaleza en un estado dispersivo, inestable, polimorfo y desunido[324].
Por
el pecado se desordena el hombre, al perder su finalidad última se desordena el
amor[325]: más que glorificar la
presencia de Dios en nosotros y todas sus criaturas, la persona se glorifica a
sí misma. Más que ser dueño de sus propias acciones resulta su esclavo, por la
incapacidad de comprender la verdad total e ineptitud para descubrir la
presencia de posibles racionalizaciones.
EL PECADO ES ESTA RUPTURA EN EL DIALOGO CON Dios CON LOS DEMÁS Y CONSIGO MISMO
Toda nuestra historia
es la historia del comunicar divino a la humanidad. El diálogo de Dios con la
humanidad empieza desde el primer tiempo de la creación y sigue por toda
nuestra vida. Este diálogo tiene sus momentos de crisis y de ruptura. El pecado
es esta ruptura en el diálogo entre el hombre y Dios (a), entre el hombre Y los
demás (b), en el hombre en sí mismo(c).
(a): EL PECADO ante todo nace cuando el hombre, puesto de frente a la
realización de acuerdo al proyecto de Dios elige la autosuficiencia negando la
necesidad de Dios en la realización de su propia vida y de su propia felicidad.
La voluntad del hombre de ponerse como el dueño de sí mismo y de su vida lo
lleva fácilmente al fracaso y a la decepción.
(b): EL PECADO se extiende a todos las dimensiones posibles: personal,
social, estructural, en las relaciones con el prójimo, en el enfoque de las
relaciones sociales y civiles. Basta con ver todo lo negativo presente en la
cultura de violencia, de guerra, de muerte en la cual vivimos, en todas las
formas de alienaciones y esclavitudes de nuestra sociedad. Se hace imposible
compartir en solidaridad y amistad, es más fuerte la división.
(c): EL PECADO implica todo el ser de la persona. Desde la situación
de ruptura con Dios brotan la ruptura interna en el hombre mismo; la ruptura de
la comunicación produce la cerrazón; la incapacidad al diálogo y al compartir
recíproco, el desequilibrio afectivo y social de la propia persona. Esto
produce la división, el conflicto, la falta de unidad y de paz. La inseguridad
produce la falta de responsabilidad y la desorientación y la lógica terrena de
vida según su propia voluntad.
EL PECADO ES, FUNDAMENTALMENTE, LA
AUSENCIA DE DIOS EN LA VIDA DEL HOMBRE
El hombre sin Dios se
convierte en una destrucción feroz para él mismo y para los demás. No se puede
separar el hombre de Dios y contraponerlo a Dios. No se puede separar el mundo
de Dios y contraponerlo a Dios en el corazón del hombre: eso sería en contra de
la naturaleza del mundo y en contra de la naturaleza del hombre, contra de la
intrínseca verdad que constituye toda su realidad más profunda, la verdad
entera sobre sí y sobre su destino último.
Habiendo conocido a
Dios, los hombres no le han dado el honor debido, sino que se ofuscó su
corazón, y prefirieron servir a la criatura más que al Creador. Por eso Dios
les ha abandonado a sus deseos: se han abandonado a impurezas de todo tipo, se
han entregado a pasiones vergonzosas los unos con los otros: las mujeres con
relaciones sexuales contra su naturaleza, los hombres los unos con los otros;
ellos reciben así en ellos mismos el castigo por su perdición (Rm 1, 21ss;
Cf. Juan Pablo II).
EL PECADO EN EL USO EQUIVOCADO DE NUESTRA LIBERTAD (GS 13)
El hombre puede
abusar de su libertad cayendo en la ilusión de autorealizarse, de
autoproyectarse, de ponerse como única norma de su actuar. En este sentido el
pecado corresponde a una visión torcida de uno mismo, de la sociedad y del
mundo, que impide un contacto positivo con la realidad. El hombre tiene la
posibilidad de elegir el bien o el mal, la vida o la muerte (Ecl 1, 1).
El hombre puede
intuir el bien y orientarse hacia él, pero puede encontrarse con una voluntad
frágil que le lleva en cambio a opciones de ruina y de muerte para sí y para
los demás. De ahí la responsabilidad que tiene hacia su misma libertad.
Desde los comienzos
de la historia el hombre abusó de su libertad poniéndose en contra de Dios y
añorando conseguir su fin fuera de él. El pecado es la raíz de todas las
esclavitudes humanas: “Vosotros erais esclavos del pecado por no obedecer de
corazón a la ley recibida”[326].
EL PECADO COMO DIVISIÓN
Por el pecado el
hombre se encuentra dividido en sí mismo (Rm 7, 1ss.). No queriendo reconocer a
Dios cual su principio, el hombre ha quebrantado el debido orden en relación a
su fin último y, al mismo tiempo, toda la armonía tanto en la relación consigo
mismo, como en la relación con los demás y toda la creación. Toda la vida
humana tanto individual como colectiva se presenta como una lucha dramática
entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Hasta el punto que el
hombre se encuentra incapaz de superar eficazmente por él mismo los ataques del
mal. Así que cada uno se siente como encadenado.
El pecado se presenta
como una esclavitud, una diminución para el hombre mismo, porque le impide
conseguir su propia plenitud. A la luz de esta revelación encuentran juntos su
razón última tanto la sublime vocación, como la profunda miseria, de las que
también los hombres hacen la experiencia (GS 13).
FALSAS FORMAS DE LIBERTAD LLEVAN A LA ESCLAVITUD (R. H. 16)[327]
La auténtica libertad
tiene la exigencia de una relación honesta hacia la verdad: “conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32), que es también la advertencia
para que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y
unilateral, o una libertad que no penetre toda la verdad sobre el hombre.
Importante y
necesaria es la libertad exterior, garantía de justas leyes civiles, pero más
importante y preciosa es la libertad interior.
En la raíz de la
verdadera libertad debe estar siempre la libertad interior porque la exterior
por sí misma no basta (2Cor 3, 17). Sólo los que viven según el Espíritu y que
están guiados por una recta conciencia moral capaz de elegir el verdadero bien
están preparados para hacerse verdaderamente libre. El hombre alcanza su
dignidad cuando libre de cualquier esclavitud tiende a su fin con opción libre[328].
Es verdad que el
hombre de hoy tiene muchas cosas, pero también es verdad que esas muchas cosas
“le tienen” a él (esclavo). El hombre llega así a ser mísero cuando se hace
esclavo de las cosas.
EL PECADO COMO ALIENACIÓN
Aunque de hecho
constatamos la existencia del pecado en la vivencia moral de los hombres,
podemos preguntarnos: ¿Es la vivencia y noción del pecado una realidad o una
alienación? El hombre es un “animal de realidades” (J. Zubin), pero también es
un poderoso constructor de superestructuras alienantes (Marx y Freud).
El pecado no es sólo
un mal para el hombre, sino para la humanidad. La negación y la desintegración
de la historia humana es negación y desintegración de la Historia de Salvación
y de la presencia de Cristo en ella (Mt 25, 31-46). El pecado es la negación de
la Esperanza escatológica operante dentro de la historia humana. La negación de
la Esperanza se traduce en la individualización de las personas y de los
grupos: la cerrazón dentro de ellos mismos engendra el egoísmo y el egoísmo la
desintegración y la alienación. El pecado no une, sino dispersa. Dispersión que
es la alienación del hombre por el hombre. El mal del mal se manifiesta en una
síntesis de falsificaciones: la mentira de las síntesis de las totalizaciones
violentas, las totalizaciones a nivel cultural, político o eclesiástico.
EL PECADO COMO TRANSGRESIÓN DE LA
LEY ETERNA (definición tradicional Agustiniana)
Ninguna definición
del pecado ha tenido tanta influencia como la de San Agustín[329] “un dicho, hecho o deseo
contra la ley eterna”, como también recogería Sto. Tomás[330].
Esta definición incluye dos elementos esenciales en la realidad del
pecado:
·
el elemento material: la sustancia
del acto humano en cuanto dicho, hecho o deseo;
·
el elemento formal: la razón
propia del mal en cuanto ir en contra de la ley eterna.
Habrá que considerar
que la ley, como ya hemos dicho (ver mandamientos), no es sólo una norma impuesta
desde el exterior que frena o limita la libertad (o, legalista), sino que más
radicalmente es una dimensión que estructura el ser humano en sí mismo y
orienta y estimula su desarrollo[331].
S. Agustín sitúa el
pecado como transgresión del orden natural inviolable, invariable, aunque corre
el peligro de entenderlo como transgresión o ruptura de una norma o ley con una
orientación legalista de la culpabilidad.
EL PECADO COMO AVERSIÓN DE DIOS Y CONVERSIÓN A LAS CRIATURAS
También se tienen
otras formas de concebir el pecado en la teología Agustiniana: “procurar los
bienes temporales despreciando los eternos”[332],
“usar de cosas de que debemos gozar y gozar de las cosas que debemos usar”[333], “apartamiento de Dios y
conversión a las criaturas”[334]. Para algunos esta última
sería la definición más acertada sobre el pecado (M. Hufter).
Para S. Agustín el
hombre es una tensión de deseo. El corazón humano vive en una inquietud radical
de búsqueda. El pecado es la distorsión o el mal encauzamiento de ese deseo
radical; en lugar de orientarse hacia Dios, el corazón se convierte hacia los
bienes creados (cambio del objeto del amor). Si bien esta visión tiene la
ventaja de adecuarse profundamente a la experiencia psicológica en cuanto
proceso antropológico y tiene la desventaja de ser interpretada en términos
individualistas dejando al margen la dimensión social.
EL PECADO COMO ACCIÓN DESORDENADA
(definición escolástico-tomística)
La definición
tomista, aun aceptando los planteamientos agustinianos, tiene sus matices
propios. La noción de pecado está condicionada por la comprensión que se tiene
de todo el ser moral. Sto. Tomás presenta la moral como ciencia de los actos
humanos, diferencia lo universal y lo particular: el fin de la vida moral lo
constituye la bienaventuranza.
“El pecado es un acto
humano malo. Acto humano en cuanto voluntario y malo en cuanto carece de la
medida obligada que siempre se toma en orden a una regla. La regla de la
voluntad humana es doble: la razón y la ley eterna que es como la razón del
mismo Dios” (S. Tomás)[335].
El pecado se concreta
pues en la acción desordenada a una norma inicialmente de carácter racional
humano, pero que en segundo término tiene un carácter religioso trascendente.
Si bien corre también el peligro en la vida moral de dividir de tal modo el comportamiento
humano pecaminoso que pierda el sentido de referencia a la totalidad de la
persona. Hoy en día se busca superar la moral de actos por una moral de
actitudes, de opción fundamental.
LA VISIÓN PERSONALISTA COMO DIVISIÓN DEL HOMBRE EN SÍ MISMO
Al separarse el
hombre de Dios también se separa del propio hombre en cuanto que el hombre
sufre la locura de invertirse, de convertirse para sí mismo en Dios. El hombre
peca al parodiar a Dios y pretender ser para uno mismo su propia norma y regla.
De ahí que todo pecado prolongue y reproduzca de una u otra forma el pecado
original. Pecar es rehusar permanecer en la propia condición de criatura. Pecar
es rehusar la propia condición de hombre. El pecado desde una perspectiva
personalista es un no que el hombre dice y hace:
no al Dios personal,
no al hombre,
no a la comunidad,
no a la propia vocación histórico-cósmica.
El
pecado se conceptúa como división del hombre en sí mismo y deformación humana[336].
LA VISIÓN ECLESIAL
La noción eclesial
aparece como una perspectiva muy marcada en la noción y vivencia dentro de la
comunidad cristiana y su visión eclesial[337].
El Concilio. Vaticano II reconoce el pecado dentro de la propia Iglesia: la
Iglesia acoge en su propio seno a pecadores y se declara al mismo tiempo santa
y necesitada de purificación.
El pecado no sólo
hiere al hombre sino a la Iglesia y a todo el Cuerpo de Cristo (LG 8)[338].
K. Rahner hace un
estudio de esta visión eclesial del pecado a la luz del Vaticano II[339].
El horizonte del
pecado se debe de abrir a unas perspectivas cristológicas eclesiológicas y
escatológicas para ser valorado en su dimensión más profunda. La confesión del
pecado ante Dios que se revela en Cristo tiene una llamada a la salvación que
se realiza en la reconciliación que Dios Padre nos otorga en Cristo mediante el
Sacramento de Reconciliación con un marcado carácter personal y eclesial.
a) DENTRO DE NOSOTROS: (confusión, contradicción,
GS 83)
No estoy en paz
conmigo mismo. Estoy en contradicción conmigo mismo. No tengo correlación entre
lo que pienso, digo, hago; entre sentimientos y expresión externa. No logro
expresar mis sentimientos como quisiera. Tengo que tragar y reprimir, y esto a
lo largo me desgasta y me deprime. No me entiendo, siento por dentro tanta
confusión. Esta es la radiografía de lo que sentimos dentro de nosotros.
Sentimos el peso de vivir con nosotros, dentro de nosotros. Rechazamos el
silencio, tenemos miedo de nosotros mismos.
Hemos perdido el
sentido de la vida, de la verdad, de la belleza, de la contemplación, del
misterio, del asombro, del respeto, de la inocencia, de la pureza. Nosotros
decimos que no ven nada, no escuchan nada. Estamos cansados, hartos. ¿Dónde
está la pureza de corazón? Los limpios de corazón verán a Dios (Mt 5, 8). Hay
algo que tenemos dentro que ha corrompido todo.
b) CON LOS DEMÁS (GS 85)
El peso de la
comunicación en la relación de pareja y en la relación padres-hijos y en la
relación comunal, vecinal es tan proverbial que consideramos excepciones
aquellas parejas o aquellos padres o familias que dicen de no tener problemas:
(el tercio de las uniones matrimoniales fracasadas; crisis de las relaciones de
pareja, divorcio). Es verdad que hay momentos comunicativos también entre
padres e hijos sobre todo en los años de la infancia y de la adolescencia. Pero
son tan pocos estos momentos bonitos en comparación con todo el resto de la
vida y del mundo… ¡Cuántos deseos frustrados de comunicar, de amar! ¡Cuánta
amargura y también rabia de no saber vivir, compartir entre nosotros, alrededor
de nosotros y dentro de nosotros! ¡Hay algo que nos rompe por dentro!
c) EN LA SOCIEDAD (LG 11)[340]
Las experiencias de
dificultad en el compartir son tan grandes que casi nos hemos resignado a una
conflictualidad permanente entre grupos o bloques con intereses distintos,
tanto a nivel económico como a nivel cultural y, sobre todo, político. Como si
viviéramos una cierta “neurosis social”. Hay un clima de total inestabilidad y
de continuo conflicto que impide de disfrutar también de las cosas buenas que
la vida y la sociedad también nos ofrecen. Rupturas dramáticas provocadas por
la droga, por el SIDA, o por otros males, la conflictualidad que genera la
guerra o al menos los bloques contrapuestos. Toda esta situación toma niveles
altos, muy preocupantes, alarmantes en la sociedad siempre en conflicto con
otras situaciones de nuestra enferma cultura occidental.
La colaboración en el
pecado llega a producir “estructuras de pecado” que son expresión y efecto de
la suma de pecados personales induciendo a sus víctimas a cometer maldad.
Constituyen un pecado social y provocan situaciones sociales e institucionales
de pecado (R. P. 16)[341].
d) EN LA IGLESIA
También la Iglesia
aparece muchas veces con la falta de unidad y de comunicación. No pocas veces
se comunica con dificultad en el interior pero también al exterior. El mutismo
de fe que roza la parálisis es uno de los problemas más dramáticos de nuestra
Iglesia.
Cristo vive las
amarguras de su Pasión (no en su humanidad histórica, es decir, en su cuerpo
físico de hace veinte siglos, sino, como enseña la fe católica, en su Cuerpo
Místico que es la Iglesia de la cual él es cabeza y nosotros miembros). Como
somos conscientes de la Pasión del Cristo físico de igual manera la Pasión se
perpetua en el Cuerpo Místico de hoy.
Cristo no permanece
indiferente ante la situación de la Iglesia y ante el dolor de tantos hijos que
sufren las consecuencias de nuestro pecado personal y colectivo. La cruz de
Cristo es consecuencia del pecado del mundo y de la justicia misericordiosa de
Dios[342].
e) EN EL CUERPO DE JESÚS EN LA CRUZ
Mucha gente hoy niega
o ignora el pecado: el pecado no existe. Pero basta ver al mundo para ver sus
efectos. Tanto sufrimiento, tanta miseria y odio en el mundo son los efectos
del hombre sin Dios. La pasión y la muerte dolorosa de Jesús es la prueba de la
seriedad del “no” a Dios.
El hombre
crucificado, torturado, lleno de sufrimientos y de dolor (Is 53, 8). La imagen
de Jesús burlado es, en realidad, el rostro privado de su dignidad de cada uno
de nosotros. Todos los hombre están llamados a ser hijos de Dios y reproducir
la imagen de Cristo en su rostro. En esto consiste la dignidad nuestra, el
sentido y la meta de la vida humana. Pero si destruimos esto rostro, ¿qué es el
hombre?
El hombre sin Dios es
el hombre desesperado, sin esperanza, sin salvador. Es el hombre sin amor, sin
sentido de vida, que sucumbe abocado a la muerte.
EL GRITO DE JESÚS EN LA CRUZ (Cf.
Juan Crisóstomo)
La muerte cruel de
Jesús en la cruz es como un grito de Dios a cada uno de nosotros. Desde la cruz
grita metiéndose en fila con todos los hombres “crucificados” en la tierra.
“Cristo es un crucificado para mí en el mundo y yo soy un crucificado para el mundo
(Gal 6, 14). Este grito de Jesús en la cruz resuena todavía hoy: “¡Tengo sed!”
(Jn 19, 28). Este grito de Jesús no busca repetirse en los calvarios de la
tierra. Es la llamada, la apelación el ansia del Cristo identificado con el
pobre, el indefenso, el pecador, el enfermo el desesperado (Mt 25, 35). “Tu
grito fuerte me turba, y me interpelan tus palabras; resuenan en el silencio
interior y penetran como espada que traspasa (Hb 4, 12). Nos llama a quebrantar
los instrumentos de muerte y a curar todas las plagas: “Los que éramos esclavos
del pecado al servicio de la muerte, estamos llamados a salir de la esclavitud
para vivir al servicio del amor (Rm 6, 19)[343].
LA LLAMADA DE JESÚS POR TU VIDA
En la situación de
nuestra sociedad el hombre poco a poco parece sucumbir a la droga y a la falsa
búsqueda de la felicidad en la búsqueda del placer por el placer, del hedonismo
y la sensualidad, del materialismo, del ansia del tener y del acumular, en la
economía consumista y capitalista, del ansia de la apariencia, de la corrupción
y codificación de todos los valores, del abuso del poder usando y manipulando a
los otros sin ningún respeto de la dignidad más profunda de la persona humana.
El grito de Jesús es
para la salvación integral del hombre: NO MATES TU PROPIA PERSONA Y SUS VALORES
E IDEALES MÁS PROFUNDOS, en el cual resplandezca la verdad, el amor, la
fidelidad, la donación, la gratuidad, el servicio, la humildad, la valentía, la
libertad, el compromiso, la tarea, el amor por la realización de nuestro
proyecto de vida de acuerdo con nuestro destino en Cristo.
EL GRITO DE JESÚS POR LA VIDA DE LOS DEMÁS
Los efectos del
pecado no son solamente la destrucción de nuestra vida sino también la
destrucción de la vida de los demás de nuestro mundo en todas las
manifestaciones: destrucción de los valores morales y religiosos de la sociedad
en la cual vivimos. Nos toca profundamente los actos de violación de los
derechos de las personas sobre todo hacia los más indefensos: las mujeres, los
ancianos, los niños. Nosotros debemos despertar de la inercia y la indiferencia
en la cual vivimos, debemos caminar sin descanso en el compromiso continuo de
la paz, en la solidaridad con nuestros hermanos.
El grito de Jesús es
el grito solidario por la vida de los otros, de los indefensos, de los
marginados, de los pobres, de los oprimidos, de los humillados de este mundo.
Nosotros debemos quedar en la solidaridad con nuestros hermanos y no renunciar
a la búsqueda de la justicia de la fraternidad.
LA LLAMADA DE NUESTRO MUNDO
Todos somos víctimas
y responsables de la situación de nuestro mundo. En la ex-Yugoslavia, como en
Irlanda del Norte. Después de la caída del muro de Berlín, se han levantado
nuevos muros para separar no tanto los sistemas como las naciones. La recíproca
hostilidad que divide pueblos antes capaces de convivir pacíficamente, se ha
hecho por todo el mundo fuente de inquietud y manifiesto peligro. En un mundo
que lentamente parece sucumbir a la tentación del indiferentismo, pasotismo,
nihilismo, materialismo, desesperación, estamos llamados a construir un mundo
nuevo, en el cual su continua y ordenada transformación no se confíe a la
utopía del terrorismo, a la revolución violenta, a la carrera armamentística de
la guerra y de la violencia, a la cultura de la muerte sino a la cultura de la
vida y del Espíritu.
LA LLAMADA DE NUESTRA IGLESIA
Los primeros llamados
a dar una respuesta a esta apelación de SOS para nuestro mundo son los
cristianos mismos como miembros del mismo CUERPO DE JESÚS que nos grita:
“SÁLVAME POR TU AMOR” (Sal 6, 4; 54, 1; 59, 2; 69, 1; 86, 2; 109, 26; 119,
94). Nosotros debemos ser los primeros que respondamos con el ejemplo de
nuestra vida en el compromiso de la construcción del Reino de Dios. El papel de
los cristianos y nuestro testimonio ha de ser determinante y creíble para la
construcción de la paz en todo el mundo. Como cristianos no podemos quedarnos
en la indiferencia, no podemos resignarnos hacia situaciones de guerra, de
violencia, de masacres, y violaciones de todos los derechos humanos. Nosotros
debemos ser los anunciadores, los realizadores, los testigos de la esperanza
cristiana, si miedos, sin titubeos, guiados por el amor y la fuerza del
Espíritu Santo, “siempre dispuestos a responder a quien os pregunte la razón de
nuestra esperanza” (1Pe 3, 14).
De este modo nuestra
vida será respuesta a la vocación de esta comunión con Cristo y con los
hermanos[344].
LA DINÁMICA DEL PECADO
El pecado convertido
en un acto puede crear un hábito, una facilidad para el pecado por la
repetición de sucesivos actos; así el pecado tiende a reproducir y a reforzarse
creando toda una dinámica de pecado.
El pecado crea una
ruptura, un desorden, una desintegración profunda en la persona, rompiéndole la
armonía entre deseos, reacciones y creencias, rompiendo con la unidad y
rectitud de toda su personalidad conforme a lo que somos con nosotros mismos
(Lawler)[345].
La vida auténtica: la
vida virtuosa se define por una integración o una estructura de concientización
y adecuación de la vida desde una respuesta libre, responsable y llena de amor.
Los actos llegan a desencadenar actitudes, inclinaciones y tendencias de las
que el hombre cada vez se ve más cogido y privado de libertad, El pecado se
manifiesta así, como todo un dinamismo que crece de forma progresiva desde
dentro hacia fuera ocasionando la ruptura y la desintegración, corrupción del
corazón y del propio hombre y la destrucción del mundo que lo rodea.
EL PECADO EMPIEZA POR DEBILITAR LA RELACIÓN CON DIOS
Se empieza creando
lazos y afectos desordenados hacia los bienes creados, de ahí resultan
inclinaciones desordenadas. Inducidos a todas las criaturas anteponemos éstas
en lugar del creador, cambiando lo que es transitorio por lo eterno: al Dios
por los ídolos: Rm 1, 25 (L. Magno)[346].
Nos entregamos a los
bienes temporales y cambiamos la gloria del Creador por la gloria de la
criaturas perdiendo el objeto y meta de nuestra esperanza. Los que han renacido
en Cristo no nos entreguemos a los bienes temporales sino los eternos, habéis
muerto al mundo y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 3).
Afectados
desordenadamente por deseos desordenados y pasiones de la carne perdemos la
ordenada y moderada relación que debemos tener con las criaturas entregándonos
a las apetencias de un corazón desordenado envuelto en toda clase de pasiones
haciéndonos nosotros mismos esclavos del pecado.
EL PECADO DEBILITA LA CONCIENCIA
Los vicios y malos
hábitos llegan a oscurecer la conciencia y corromper la valoración concreta del
bien y del mal: el sentido del bien y del mal es tan delicado, tan fino, tan
fácil de complicar, tan fácil de oscurecer, tan impresionable por la formación
tan predispuesta por la pasión y el orgullo, tan inestable en su curso, que en
la lucha por la existencia en medio de los distintos ejercicios este sentido
puede convertirse no sólo en el más alto de los maestros sino en el menos
brillante (J. H. Newman)[347].
El efecto del pecado
es la ofuscación: se ofuscaron en sus vanos razonamientos (Rm 1, 21a). El
orgullo lleva al hombre a cerrarse a la evidencia y verdad de Dios. La propia
reivindicación de autonomía y autosuficiencia del hombre frente a Dios buscando
su propia gloria y estima cambia la verdad de Dios por la mentira. Es necesario
que el hombre de hoy si dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la
respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. Es él quien revela plenamente
al hombre la verdad sobre sí mismo y le hace capaz de vivir su verdadera y
plena vocación[348].
EL PECADO PRODUCE EL
ENTENEBRECIMIENTO
“…y su insensato
corazón se entenebreció” (Rm 1, 25)
La persistencia en decisiones
pecaminosas pueden cegar nuestra conciencia (GS)[349],
hasta perder la conciencia de bien y de mal. Cuando deja de reconocer al hombre
al Señor como Creador y quiere el mismo imponerse como Señor, siendo el mismo
quien decide con total independencia sobre lo que es bueno y es malo: “seréis
como dioses conocedores del bien y del mal” (Gen 3, 5ss), el hombre se ve
entonces inclinado a ceder al pecado y se ve dominado por la concupiscencia. Es
inaceptable quien se hace a sí mismo criterio de verdad y quien se
autojustifica sin apelar a Dios terminando por confundir todos los juicios de
valor, terminando por adaptar la norma moral a las propias capacidades y a los
propios intereses concibiéndose a sí mismo autor de su propia moralidad (VS)[350]. La pérdida de fe o su
falta de relevancia para la vida lleva al hombre a una decadencia u
oscurecimiento del sentido moral y acaba por una disolución de la conciencia de
la moral (VS)[351].
EL PECADO LLEVA AL ENDURECIMIENTO
El hombre poco a poco
apartándose de Dios lleva a ver su proyecto como un ideal lejano imposible de
practicar y trata por sí mismo de adaptarlo y proporcionarlo gradualmente a sus
propias medidas y proporcionalidades: haciendo a Dios a su medida. La visión
del seguimiento de Cristo y la norma de la Iglesia se concibe falsamente como
demasiado difícil, exigente y prácticamente impracticable: algo totalmente
falso[352]. Semejante creencia
corrompe la moralidad del sujeto y de la sociedad entera creando la
incredulidad sobre cualquier objetividad de la ley moral rechazando las
prohibiciones morales absolutas terminando por confundir los juicios de valor[353].
La mirada es el
origen de la inteligencia de la teoría de la contemplación; “théoreia” en
griego es ver, contemplar. El día que dejamos de ver, de contemplar regresamos
de nuevo a mirar las sombras de la caverna (Emilio Nedó)[354].
EL PECADO PRODUCE LA FRUSTRACIÓN Y LA DESESPERACIÓN
No es que haya
límites para la misericordia de Dios, pero el hombre puede llegar a cerrarse
deliberadamente a la misericordia divina. La mentalidad contemporánea parece
oponerse al Dios de la misericordia y tiende, además, a orillar de la vida y
arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra misma
se la rodea de un carácter peyorativo, como la misma confesión, como quienes
tratan de oponerse a toda experiencia de reconocimiento de la flaqueza del
propio hombre. Esto termina produciendo en el hombre una desazón, desencanto,
frustración profunda[355].
El hombre puede
llegar a sucumbir en el vacío y desesperación que le produce su propia
situación. El hombre llega no sólo a no aceptarse a sí mismo sino a no aceptar
la misericordia de Dios. Se incapacita así para descubrir la gratuidad de la
misericordia y el perdón de Dios, llegando a quedar hundido en su propia miseria
pensando de que Dios no puede perdonar su pecado. El hombre está llamado desde
su pecaminosidad a abrirse por entero a su Redentor[356].
DIOS TOMA LA INICIATIVA DE BUSCAR AL HOMBRE.
Esta iniciativa de
buscar al hombre se cumple de forma clara y plena en Jesús: “cuando por
desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino
que compadecido, tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te
busca”[357].
Jesús con amor toca y
sana al hombre incapaz de hablar y de escuchar (Mc 7, 1) y le ofrece, le
da su amor, su don, el Espíritu Santo.
En el don del
Espíritu Santo le hace regresar a la comunicación divina y por lo tanto
trinitaria. Al hombre delante de la consciencia de rompimiento y pérdida de
identidad, Dios le da la posibilidad de convertirse, de cambiar de camino, de
reconstrucción. El Padre bueno abre los brazos de la misericordia al hijo que
ha decidido regresar a la casa paterna (Lc 15, 11-32). Es estando lejos de Dios
y de su ley de vida que la persona siente que se le escapa de las manos la
felicidad y al contrario reconoce que sólo en Él, en la “casa” en que vive (la
Iglesia) puede alcanzar la bienaventuranza.
DIOS SOBRE LA CRUZ RECONCILIANDO AL HOMBRE.
Es necesario que
exista Alguien de cuyo amor no podamos dudar, que realice un gesto de amor
irrefutable (capaz de recuperar nuestra confianza): éste es Jesús sobre la
cruz.
Es necesario que
todas las relaciones humanas estén llenas de esta gratuidad que viene en
abundancia de lo alto, del misterio del amor gratuito de Dios, del misterio de
la muerte de Jesús por nosotros por puro amor y sin interés alguno propio. El
misterio de la cruz es el culmen de la revelación del amor de Dios. Al trasluz
de nuestra obra, de nuestro pecado, se revela con más fuerza el amor
misericordioso de Dios, más fuerte, inmensamente más grande que nuestro pecado
(Lc 15, 20). La cruz es la inclinación más profunda de Dios hacia el hombre. Es
el toque, el beso de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia
del hombre.
DIOS RICO EN
MISERICORDIA (cf. Ef 2, 4)
Dios es nuestro
Padre, más aún es nuestra madre (amor particularísimo, único, singular). Dios
no nos quiere hacer daño, lo único que desea es nuestro bien, lleno de ternura
y de compasión. Dios sale al encuentro del hombre cuando éste se hace daño y se
siente caído.
El amor que sale al
encuentro del hombre caído y que lo eleva de las más altas caídas se llama
misericordia (amor puramente gratuito que surge del corazón compasivo de Dios,
cf. DM 15).
Todos los matices más
ricos del amor se manifiestan en la misericordia del Señor: él es padre,
también el esposo, también la madre que tendrá compasión infinita de sus hijos;
“¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho sin compadecerse de hijo de sus entrañas?
Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15). Incluso
cuando el pueblo exasperado por la infidelidad se aleja del Señor, el Señor le
sigue amando con ternura y amor generoso: “¿Cómo voy a dejarte Efraim, mi
corazón está en mí trastornado?”.
Cristo encarna y
personifica esta misericordia de Dios, Él mismo es, en cierto sentido, la
MISERICORDIA. (cf. DM 2)
EL HOMBRE NECESITADO DE MISERICORDIA.
Cuando un niño está
enfermo tiene “derecho” a ser amado, necesita, precisa, busca el amor de la
madre[358]. Nosotros cuando sufrimos
nuestros males tenemos “derecho”, el gran derecho de ser amados por el Señor.
En la última parte de la encíclica RH se recuerda el derecho que todo fiel
tiene de ser escuchado y reconciliado de una manera interpersonal.
Es el derecho del
hombre a un encuentro más personal con Cristo crucificado que perdona, con
Cristo que habla por medio del ministro de la reconciliación y que dice “tus
pecados te son perdonados” (Mc 2, 5). Este es al mismo tiempo el derecho de
Cristo hacia cada hombre redimido por El. Es el derecho a encontrarse con cada
uno de nosotros en aquel momento clave de la vida de la persona que es el
momento de la conversión y del perdón.
El sacramento de la
penitencia es el medio que Dios ha dispuesto para saciar al hombre de la
misericordia que provienen del mismo Redentor.
NO TEMER PRESENTARNOS A JESÚS PECADORES.
“Dichosa culpa que
mereció tal Redentor”. (lit. euc).
“Dichosos nuestros
pecados que dan a Dios motivo de que ejerza tanta virtud como resalta en Dios
con el pecador ¿y dudaremos nosotros en arrastrar todos nuestros pecados ante
tal redentor?” (Sta. Micaela del Stmo Sacramento).
“Si hubiera cometido
todos los crímenes posibles no dudaría ni un momento en acercarme a nuestro
Dios porque sé muy bien que la multitud de mis ofensas no son sino una gota de
agua en una montaña de brasa ardiente” (Teresa de Lisieux)[359].
Soy necesitado de un
corazón todo envuelto en ternura y compasión que me ama en medio de mis
debilidades. Tú me amas incluso en mi pecado, por eso que no me abandonas. Me
esperas, me llamas, sales a mi encuentro, cargas y sufres mi pecado, Él soportó
nuestros pecados: “eran nuestras dolencias las que él llevaba” (Is 53, 4). ¿A
dónde ir lejos de tu amor?, aún en lo hondo de la fosa también allí te
encuentro (Sal 139, 7. 8).
DIOS JUSTIFICA GRATUITAMENTE AL PECADOR.
El hombre incapaz de
amar verdaderamente hasta el fondo, se ve curado y fortalecido. Se vuelve capaz
del amor verdadero por la transformación del Espíritu que lo purifica. Si perdemos
este punto de paso -el Espíritu que purifica gratuitamente y hace capaz de amar
venciendo el egoísmo y el miedo a la muerte- ya no somos capaces de construir
la comunidad cristiana. Conllevaría además, perder el sentido de la gratuidad
de la salvación como don de Dios que no solamente perdona curando sino
super-dona infundiendo un nuevo amor[360].
La misericordia se
nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que una vez
sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que vivamos por siempre con
Dios pues sin Él no podemos hacer nada[361].
“Pues a los que de
antemano conoció, también los predestinó, y a los que predestinó, a ésos
también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm
8, 29-30).
JESÚS, EL BUEN PASTOR, SALE EN BUSCA DE LA OVEJA
PERDIDA. (Lc. 15, 4).
En la parábola del
hijo pródigo, que muy bien podría llamarse del padre misericordioso, el padre
sale conmovido al encuentro de su hijo (Lc. 15, 20).
“En la parábola de la
oveja perdida el buen pastor deja las noventa y nueve y marcha en busca de la
perdida. Nosotros diríamos: “Total una, ¿qué más da teniendo aún 99?” El texto
incluso remarca que las deja a la intemperie, en el desierto, con riesgo de
perderlas. En esta imagen hay un cierto exceso, casi un tris de locura: una
valoración extraordinaria de la importancia que Dios le da al uno, aún a uno
sólo, aún el más pequeño pecador. Uno, uno sólo es suficiente para justificar
todo el cuidado, la atención, la alegría de Dios. Por uno sólo sufre, no tiene
paz, y hará todo lo que esté en su mano hasta encontrarla. Es el valor inmenso
que Dios da a la persona, el valor inmenso de la dignidad de la persona humana.
Una persona, tan sólo una, vale el precio de la vida de todo un Dios. A los
ojos de Dios cada uno lo representa todo, lo vale todo”[362].
Solamente el amor que
llamamos misericordia es capaz de restituir al hombre a sí mismo (DM 14).
HASTA ENCONTRARLA (Lc. 15, 4)
Si algo sorprende en
nuestro Dios es su incansable compasión con, por el pecador. Dios no cesa de
buscar y de salir al encuentro del pecador.
No somos nosotros los
que viéndonos débiles y pecadores nos encaminamos a Dios porque es cuando más
nos puede el miedo y la indignación. Es el mismo Dios el que sale a nuestro
encuentro y se abaja hasta lo profundo de nuestra realidad con una infinita compasión.
Él se abaja a mi
miseria, El se hace pecado por nosotros. El que no perdonó a su propio Hijo
antes lo entregó por nosotros a la muerte. El que murió por nosotros, el que
descendió hasta los abismos de los infiernos, el que levantó a los muertos de
la fosa para resucitarles a la vida, el que intercede por nosotros a la derecha
del Padre ¿no va a tener misericordia de nosotros? ¿Quien podrá separarnos del
amor de Dios? (Rm. 8, 31)
CUANDO LA VE, LA RECOGE. (Lc. 15,
5).
El amor
misericordioso es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo compadecido por
la miseria humana. El que es objeto de misericordia se siente recogido, no
increpado; se siente perdonado, no humillado; se siente, en lo más profundo de
su ser, amado y revalorizado; no se puede revalorizar “desde fuera”. Se valora
tan sólo lo que se ama, lo que se espera, lo que se sufre. Jesús nos ama hasta
el extremo de habernos esperado, sufrido, cargado con nuestras propias
dolencias.
El amor
misericordioso de Dios no tiene comparación, no podemos encontrar algo que se
le iguale. Si tuviéramos cuenta de nuestros delitos, nadie se atrevería a
ponerse delante de Dios, más Tú eres el Dios del perdón, en Ti encontramos
misericordia. Aunque me cubre la oscuridad y la tiniebla. aunque todo se haga
tenebroso para mí, postrado en el seol allí también imploraría y te
encontraría, allí también tu mano me aprehendería y tu diestra me levantaría y
la noche se convertiría luminosa como el día.
Y LA PONE CONTENTO SOBRE SUS HOMBROS.
En la parábola del
Padre misericordioso, el Padre le echó los brazos al cuello y le abrazó
efusivamente (Lc 15, 20).
Es la alegría
desbordante de Dios. Se subraya la alegría, el pastor invita a alegrarse con
él. “Así habrá más alegría en el cielo por un pecador convertido que por
noventa y nueve justos”
El Padre
misericordioso dirá “hagamos fiesta y alegrémonos”.
Dios loco de amor es
capaz de perder la cabeza por uno solo y tirar la casa por la ventana. La
inmediata alegría es acoger al hijo pródigo cuando vuelve a casa, se expresa
aún más plenamente con aquella alegría, con aquella festividad generosa
respecto al designio de la herencia después de su vuelta porque con más honor y
dignidad si cabe, es recibido. Los términos utilizados están llenos de profunda
ternura, compasión y afecto. Le salió conmovido, le echó los brazos al cuello y
lo besó. La felicidad del Padre está totalmente centrada en la humanidad y
dignidad del hijo, perdida, denigrada y ahora levantada.
OH ABISMO DE MISERICORDIA
¡Cuán grande la
inmensidad del amor de Dios! ¿Quién pudo medir su misericordia? ¿Quién se hizo
digno de recibirla? ¿Quién le dio primero y qué podríamos dar para recibir o
cambiar tan gran don y recompensa? (Rm 11, 34).
Dios rico en misericordia
por puro amor nos amó hasta el extremo (Ef 2, 4). Por la entrañable
misericordia de nuestro Dios nos visitó y revistió de misericordia (Lc 1, 7-8).
Estando nosotros condenados a muerte por causa de nuestros delitos nos amó
sobreabundantemente en Cristo a fin de mostrarnos la sobreabundante riqueza de
su gracia para que descubramos que esto no viene de nosotros sino que esto
viene de Dios. ¡Hasta dónde el misterio de misericordia! hasta no sólo
recibirla sino convertirla en misericordia. El fruto de la experiencia del amor
misericordioso de Dios es algo impresionante. No sólo sana y libera al hombre
del pecado sino que lo plenifica. En su amor transforma al hombre de tal manera
que despertando en él su amor, le hace vivir la vida como don y regalo misericordioso
de Dios (Lc 1, 17; Sal 89, 2).
RECIBIENDO SU CORAZÓN
MISERICORDIOSO CONVIERTE LA MISERIA EN MISERICORDIA.
En mi propia carne
podrida y desde mi propia realidad él me levantó la mirada; con mis ojos le
miré y se llenaron de luminosidad, de infinita misericordia. Él me llenó de
misericordia y en mi corazón deshecho y roto, apagado y frío se encendió el
fuego de su amor. Dichosos los miserables porque no sólo alcanzaron
misericordia sino que se convertirán en misericordiosos.
El perseguidor se
convierte en anunciador, testigo y pregonero de la misericordia divina. La
auténtica conversión a Dios consiste en abrirse y experimentar su misericordia
infinita (DM 53). La conversión a Dios es fruto del reencuentro de este Padre
mío en misericordia, que tanto ama al hombre que incluso en el pecado le ama
con locura, revistiéndolo de misericordia. El auténtico conocimiento de la
misericordia de Dios transforma al hombre y lo convierte, en lo profundo del
corazón viciado del hombre, en un corazón como el de Cristo lleno de
misericordia.
NADIE COMO EL PECADOR ESTÁ
CAPACITADO PARA PROCLAMAR SU MISERICORDIA.
“Doy infinitas
gracias a Dios por haberme hecho objeto de su infinita misericordia, al
llamarme a mí, perseguidor insolente, convertido en apóstol y ministro de
misericordia. Yo fui quien primero encontré misericordia. Y quiso Dios en mí
manifestarla para que yo a su vez la pudiera anunciar y manifestar a
todos" (cf. 2Tm 1, 12ss.). Solamente el que se abre a saber recibir
el don de Dios, se capacita para repartirlo (cf. DM 14).
El apóstol es aquél
que habiendo experimentado en su carne la misericordia divina, invita y exhorta
a que todos los hombres se acerquen y experimenten la misericordia de Dios.
“Dejáos reconciliar con Dios” (2Cor 5, 20). Acudid al que es la fuente de toda
misericordia (Mt 11, 18). En ti Señor, somos enriquecidos y capacitados por tu
infinita misericordia para ser también nosotros misericordiosos y ministros de
misericordia.
No existe otro
cimiento, ni fundamento para el apóstol y misionero de Cristo que la confianza
infinita en la misericordia de Dios, en el poder y fuerza de su misericordia
para transformar y cambiar todos los corazones.
A QUIEN MUCHO SE LE PERDONA, PODRÁ MOSTRAR MUCHO
AMOR (Lc 7, 47).
Porque se le perdonó
mucho y recibió mucho amor, pudo mostrarlo y testificarlo con sobreabundancia,
con agradecimiento, con valentía.
En la base de la
misión de la Iglesia en todas las esferas, no hay más que “el sacar de las
fuentes del Salvador”, esto es, el sacar de la fuente, (Is. 12, 3) el misterio
de la misericordia de Dios revelada en Jesucristo.
Este sacar de las
fuentes del Salvador, no puede ser realizado de otro modo si no es en espíritu
de aquella pobreza a la que nos exhorta el Señor después del perdón: lo que
habéis recibido gratuitamente dadlo gratuitamente (Mt. 10, 8).
No quita que, a
través de pobres y pecadores, se manifieste aún todavía con más fuerza el poder
del amor de Dios rico en misericordia[363].
Dios ha querido
manifestar su fuerza a través de la debilidad para que se muestre así con mayor
evidencia que una fuerza tan extraordinaria viene de Dios y no de los hombres.
LA
IGLESIA CONFIESA LA MISERICORDIA Y LA PROCLAMA (D. M.)[364]
El hombre alcanza la
plenitud y el cenit de su vida cuando experimentando la misericordia de Dios,
se convierte en misericordioso confesándola y proclamándola. Es el atributo más
estupendo del cristiano y de la Iglesia, del Creador y del Redentor.
Esta es nuestra
tarea: acercar a todos los hombres a las fuentes de la misericordia del
Salvador. La Iglesia se hace pues, madre depositaria y dispensadora de la
misericordia de Dios.
¡Oh
si lográramos descubrir el don maravilloso del sacramento de la penitencia o
reconciliación!
El Señor Jesucristo
médico y pastor de nuestras vidas, que perdonó los pecados al paralítico y le
devolvió la salud del cuerpo (Mc. 2, 1, 12), quiso que su Iglesia continuase
con la fuerza de su Espíritu Santo, su obra de curación y salvación en los
propios miembros de la Iglesia[365]. Dios ha querido hacer
sensible y palpable su acción misericordiosa.
Los que se acercan al
Sacramento de la Penitencia obtienen de Dios su misericordia. No solamente
quita el pecado sino que da el don, el super-dón del perdón.
EL SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA
La conversión es
primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros
corazones.
El corazón humano se
convierte volviendo nuestra mirada a nuestro Redentor[366]
y acogiéndonos al trono de su misericordia: (Hb. 4, 16): mirando al que
nuestros pecados traspasaron (Zac. 12, 10) (Jn. 19, 37).
Sólo esta experiencia
de encuentro profundo con el verdadero Amor de Dios cura, sana, libera, redime,
transforma y convierte el corazón del hombre.
Sólo Dios perdona: el
Hijo de Dios tiene poder para perdonar los pecados (Mc. 2, 10).
Jesús ejerce este
poder divino como manifestación de su misericordia infinita y confiere este
poder a los hombres que sean administradores de su misericordia en su nombre.
(Mt. 16, 19) (Jn. 20, 21).
Así el pecador es
curado y restablecido a su comunión con Dios y en su comunión con los hermanos
en la comunión eclesial[367].
[254] Cf.
C.M. Martini, Lettera ai giovani.
Pastorale della comunicazione e l’amore.
[255]
id.
[256] Cf.
E. Nedò, La filosofía en la vida.
Álbum: letras y artes, p. 77.
[257] Cf.
TERESA del Niño Jesús.
[258] Cf.
E. Nedò, La filosofía…
[259] Cf.
D.H. 14.
[260] Cf.
VS 62.
[261] Cf.
Agustín, Confesiones X, 27.
[262] Cf.
M. Vidal, Estructura de la
culpabilidad etico-religiosa, p.63.
[263] Cf.
L. Monden, Conciencia, libre
albedrío, pecado, Barcelona 1968, 12-22.
[264] Cf.
Kierkegard, Mi punto de vista.
[265] Cf.
ZubiRI, en: J. Luis ARANGUREN,
Ética, Madrid 1972, 53
[266] Cf.
B. Häring, Pecado y secularización, Madrid 1974,
23-24.
[267] Cf.
M. Vidal, Moral objetiva o moral subjetiva,
Barcelona 1974, 563-575.
[268] Cf.
GS 16; PÍo XII, Radio message on Rightly Forming Conscience
in Christian Youth, 23 Marzo 1952, AAS 44, 271.
[269] Cf.
I.E.C.: Conscience and Morality,
n.11.
[270] Cf.
Lawler- Boyle- May, Ética sexual,
Pamplona 1992.
[271] Cf.
P.C. 73.
[272] Cf.
VS 4 (Veritatis Splendor).
[273] Cf.
Id., 101.
[274] Cf.
Tertuliano, Marc, 2, 4.
[275] Newman, Certain
difficulties felt by Anglicans in catholic teaching”, London 1868, 250.
[276] LEÓN XIII, enc. Libertas praestantissimus.
[277] Tomás de aquino,
Summa theologiae I-II.
[278] Leon XIII, Libertas praestantissimus.
[279] BaldUino de Canterbury, Tratado 6: PL 204, 466-467 Sobre el discernimiento de espíritus (L.H.
vol. III, p. 256-7).
[280]
J. Pablo II, Enseñanzas IX, 1 (1986) Congreso internacional de teología moral.
[281]
Cf. Agustín, In Iohanni Evangelium Tractartus 26, 13: CCL 36, 266;
Jn 15, 3-5; 10, 10.
Jn 15, 3-5; 10, 10.
[282]
Cf. V. S. 119; Cant 2, 1-3.
[283] S. Basilio Magno, De la regla monástica: la fuerza de
amar, respuesta, 2, 1: PG 31, 909-910 (Lh vol III, 1913).
[284]
Cf. GREGORIO de Nisa, Sobre el perfecto modelo del cristiano:
PG 46, 283
(LH III 330-331).
(LH III 330-331).
[285]
Cf. Id.; Ap 2, 20; Gn 1, 26. 9.
[286]
Cf. Agustín, Ep. 211: PL 33, 97; Mt 26, 41; Ga 5, 7. 19-21; Mt 6, 22-23.
[287]
Cf. Mt 12, 32-33; 5, 28; 12, 37; 15, 17-18.
[288]
Cf. J. RIDICK, Un tesoro en vasijas de barro, p.80; Mt
25, 19; 6, 21.
[289]
Cf. Id., 90.
[290]
Cf. P. Cristanello, Psycosexual Maturity in Celibate
Developomen; en: Review for Religions, p 37.
[291]
Cf. Agustín, M.E. 1, 15, 25.
[292]
Cf. Id., L 155, 4, 13.
[293]
Cf. PÍo XII, Sacra Virginitas, 1954; 1Co 16, 15; 6, 19.
[294]
Cf. CATECISMO de la Iglesia Católica
(NCIC)., 2338: La integridad de la persona;
aprendizaje en el dominio de sí.
[295]
Cf. S. Juan de la Cruz, Subida
al monte Carmelo. Comentario sobre la
noche oscura del alma.
[296]
Cf. Ga 5, 24; 1Co 9, 27.
[297]
Cf. J Ridick, Un tesoro en vasijas de barro, Madrid
1988, 107-108.
[298]
Cf. Francisco de Sales, Introducción a la vida devota 4, 7; Caesar Arelat, Sermón 41.
[299]
Cf. Tomás de Aquino, In ep. ad Cor. 6, 3; Alfonso Maria de LIGUORI, La verdadera esposa de Jesucristo 1,
16; 15, 10.
[300]
Cf. JerÓnimo, Contra vigilant: 16: PL 23, 352.
[301]
Cf. Agustín, Le Sante Virginitate 54: PL 40, 418.
[302]
Cf. Alfonso Maria de LigUori, Pratica di amare Gesù Cristo, 14, 7, 6.
[303]
Cf. SV 27; MN 42.
[304]
Cf. NCIC, n. 2521-2527.
[305]
Cf Tomás de Aquino, In duo
prececto caritatis et in decom logis praecepta. Opusculo teologia II n. 1129;
Id., Suma Teologica I-II q.91-2; Catecismo de la Iglesia Católica # 1955; citas
Mt 5; Gn 1, 26; Rm 2, 15.
[306]
Cf Ambrosio, Examen dies IV, sermon IX, 8: CSEL 32, 241.
[307]
Cf V.S. 10-12; Ex 19, 8-24; 20, 18-21; Lv 19, 2.
[308]
Cf Agustín, In Iohannis Evangelium. Tratatum" 41, 9-10: CCL 36, 363; VS
13; NCIC, 2070.
[309]
Cf NCIC, 2142; GS 24; Mt 22, 36;
Mc 12, 24; Mt 19, 19; 1Jn 5, 1; 4, 20; 5, 2-3.
[310]
Cf NCIC, 2069; Dt 6, 5; Lv 19,
18; Mt 22, 37-40; 19, 18; Rm 13, 9-11; St 2, 10.
[311]
Cf J. CRISÓSTOMO, Incomprehens 3,
6; NCIC, 2168.
[312]
Cf NCIC, 2197; Mt 7, 10-12; Lc 2,
50-52.
[313]
Cf NCIC, 2253; DV introd. 5; 1,
1; Mt 5, 21ss.
[314]
Cf NCIC, 2331; Persona Humana, 3; Donum Vitae: Instrucción
de la Sagrada Congregación de la Doctrina para la Familia (SCDF) 22. feb.
1987 y 29 Dic 1975; Mt 19, 10.
[315]
Cf NCIC, 2401; Populorum Progressio, 22ss de 1967; Sollicitudo rei socialis, 42 de 1987.
[316]
Cf Ambrosio, De Nabathe 12, 53; PL 14, 747.
[317]
Cf Tomás de Aquino, Sobre la propiedad ST II.II q 66 art 2;
GD 69.
[318]
Cf NCIC, 2464; Dignitatis humanae 2; Jn 14, 6; Rm 3, 4;
Jn 8, 12; 1Pe 2, 1.
[319]
Agustín, “Fide et symbolum" 10, 25; NCIC, 2514; 1Jn 2, 16.
[320]
Cf NCIC, 2534; LG 42; Lc 6, 20.
[321]
Cf VS 15, 16; Mt 5-7; 5, 17; Col 3, 4.
[322]
Cf VS 2. 8. 19. 20; Mt 19, 16-21; Jn 19, 16-21; Jn 1, 9; 1Pe 1, 22; Jn 8, 32.
[323] MÁximo Confesor,
Obras de Máximo Confesor, I Centuria
46-49, Vol II Filocalia.
[324] id.
[325]
B. Lonergan, “Religious experience”. Thomás A. Dunne y
Jean Mane Laporteeds.
[326] Rm 6, 17; Cf. Juan Pablo II, Mag., enc.: Redemptoris Hominis y Mensaje del Santo
Padre a los jóvenes, 1991.
[327]
Cf GS 16.
[328]
R.H. 16.
[329] Agustín, Contra
Faustum 1, 22, c. 27: PL, 42, 418.
[330] Tomás DE AQUINO, Suma teológica I-II, art. 6 de la q. 71.
[331]
D, Mongillo, Peccato, en: Dizionario
enciclopedico di teologia morale, Roma 1973, 688-689.
[332]
AGUSTÍN, De libero arbitrio, c. 11:
PL, 42, 105.
[333] Tomás DE AQUINO, De diversis quaestionibus 11:
PL 32, 1233/”; Id., De Confesiones” IX, 4, 10: PL 32, 679.
[334] Tomás de aquino, De diversis quaestionibus ad Simplicium I, 18:
PL, 40, 122; Id., De Civitate Dei”
12, 6: PL, 41, 354.
[335] Tomás DE AQUINO, Suma Teológica I-II, art. 6, q. 71.
[336]
B. HÄRING, La ley de Cristo I, Barcelona 1968, 397-408.
[337]
A. Peteiro, Pecado y hombre actual, Estella 1972, 368-375.
[338]
L.G. 8, 11.
[339]
K. Rahner, El pecado en la Iglesia, en:
Iglesia del Vat. II, Barcelona 1966, 433-438.
[340]
Cf NCIC, 1869, L.G. 11.
[341]
Cf R.P. 16 y VI Sínodo de los Obispos,
Roma oct. 1983, Osservatore Romano, ed. especial 6 nov. 1983, p. 12.
[342]Cf
Revista Iglesia Mundo, N 274-275,
Mar.-abr. 1984, pp. 6-8.
[343] Cf J. CRISÓSTOMO, Homilía 15, 6: PG 60, 547-548, Liturgia de las Horas,
vol. 2, p. 1834.
[344] Cf. JUAN PABLO II: Mensaje a los jóvenes del mundo, 1991; y Mensaje de interpelación por
la paz en Yugoslavia, Angelus.
[345] Cf
Lawler- Boye- May, Etica sexual (Catholic sexual ethics),
Pamplona 1992, 166.
[346] Cf
León Magno, Sermón 7 en la Natividad del Señor 2, 6:
PL 54, 217-218, 220-221 (LH vol III, p. 158).
[347] Cf
J. H. Newman, Letter to the Duke of Norfolk, citada por la
Conf. Ep. Irl. en: Concience and Morality, n.20
[348]
Cf V.S. 8
[349] Cf
GS 16 y P.H. 2
[350] Cf
V.S. 105
[351] Cf
Id., 106
[352] Cf
Id., 103 y 119
[353] Cf
Id., 104
[354] Cf
E. Nedó, La filosofía en la vida, en: Album,
letras, artes, Sept. 95, p.77.
[355] Cf
D.M. 2.
[356] Cf
R.H. 10.
[357]
PLEGARIA EUCARÍSTICA IV.
[358] Cf
JUAN PABLO I, Señor acéptame como
soy, Kanisius Verlag. Friburg 1984, 7.
[359] Cf
Teresa DE LISEUX, MS.C.F. y
últimas conversaciones. en: JEAN LAFRANCE, Mi vocación es el Amor, Madrid 1985, 89-90.
[360] Cf
C. M. MARTINI, El evangelizador en
S. Lucas: El sentido del pecado, Bogotá 1992, 66.
[361]Cf
AGUSTÍN, Trat. de natura et gratia 31, NBA
III/2.
[362] Cf
Id., 115-116.
[363]
Cf D.M. 14.
[364]
D.M. 13.
[365]
Cf NCIC, 1421 y
1422.
[366]
Cf Id., 1432.
[367]
Cf Id., 1448.
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