jueves, 16 de abril de 2020

La espiritualidad de los Padres (II Parte)

La espiritualidad de los Padres 
( II Parte)


LA CONVERSION





1- INCONSCIENCIA DE LA VIDA Y DEL AMOR


NOSOTROS HEMOS PERDIDO EL SENTIDO DE LA VIDA-AMOR, DE LA VERDAD Y DE LA BELLEZA (C. M. Martini)[254].
            Durante una visita a Varanasi, la capital religiosa de la india, un viajero decía: a lo largo de la cuesta abajo que lleva al río Ganges, antes de llegar a la última escalera donde se baja para el baño sagrado, están amasados en medio de la calle montones de miserables: cojos, leprosos, paralíticos, ciegos. Se agitan incesantemente, gritan, tienden las manos a los que pasan para conseguir un poco de limosna. Se mueven con fatiga, agarrándose a una barandilla de madera que pasa por el centro de la calle y les permite de lanzarse con las manos y de resbalar sobre el terreno para conseguir un sitio mejor, para pedir la limosna. ¡Es una visión que te deja sin aliento! Ninguno de ellos habla con quien le está cerca, nadie parece que piense a su vecino y a sus inmensos sufrimientos. Cada uno busca que se le note más que Al otro con gritos y gestos, para llamar sobre sí la atención de los peregrinos.
            Recuerdo muchas veces este triste espectáculo cuando considero la fuerza de la falta de comunicación entre los hombres de nuestro mundo. Nosotros decimos: “no es verdad, todo es bien y connatural a la vida (‘c’est la vie’)”. Alguien todavía me dirá: “¡No exageremos con estas imágenes tétricas! Nosotros sabemos compartir, comunicar. Nosotros no somos como estos de la masa que se tocan unos a otros, pero no se hablan, no se miran. Nosotros no tenemos que pedir nada a nadie. ¿Eso es verdad?
            La vida que nosotros vivimos y que decimos que es normal, que ya no hay remedio, se ha hecho pesada, y la relación es, muchas veces, difícil, insoportable. No es fácil escuchar, aceptar, soportar, perdonar, amar a los demás. ¿Por qué esta división entre la realidad y el ideal, entre deseos y realizaciones, entre sentimientos y expresiones externas, entre malcontentos y desahogos como una auténtica esquizofrenia? ¿La vida que nosotros vivimos es la verdadera vida, es la vida que nosotros deberíamos vivir? No es verdad que nosotros reconocemos en nuestro mundo, en nuestra vida el proyecto de Dios.

EL CONTRASTE CON EL IDEAL:

            Pero cuando vemos alguna vida de los santos o cuando encontramos alguna persona de la que transparenta una gran limpieza, dominio de sí, paz, interioridad, armonía, amor, entonces intuimos que existe un modo distinto de vivir, que esto que vivimos no sería más connatural, sino la triste realidad de nuestra vida enferma (C. M. Martini)[255]
Yo pido derechos humanos para nuestros ojos.
            ¿Para qué queremos los ojos si no nos paramos a ver, la mayor parte de la gente no sabe digerir las imágenes que ve. Nunca ha visto el ojo humano tanto horror y nunca el hombre se ha mostrado tan insensible e indiferente ante el sufrimiento humano. Los ojos parecen llenarse de lo que no son ellos mismos[256].

LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE LA VIDA Y DEL AMOR (Carlo M. Martini)
            No podemos separar el hombre de Dios y contraponerlo a Dios. Eso estaría en contra de la naturaleza más profunda del hombre, en contra de la intrínseca verdad que lo constituye como respuesta sobre sí y su destino último. Cuando el hombre pierde la fe no encuentra respuesta y pierde el sentido de su vida. La perdida del sentido de la vida y del sentido del amor verdadero no tiene otro motivo que la perdida de la fe, del sentido de Dios.
            Cuanto más fuerte es el sentido de Dios más fuerte es el sentido de su ausencia: el pecado. Los más grandes pecadores, en el sentido de la conciencia de ser pecadores perdonados, son los santos. Esta conciencia es fuente de gozo, de paz, de vitalidad, de vida. El hombre que se reconoce pecador vive en la serenidad, porque sabe que el amor de Dios es más fuerte del pecado y, si acogido, permite abrirse siempre con confianza a Dios[257].

PORQUE PERDEMOS EL SENTIDO DE LA VIDA, PERDEMOS TAMBIÉN EL SENTIDO DEL PECADO

            Los jóvenes viven en un contexto moral en el que no está el sentido del pecado. Las personas tienden a hacerse la única medida de ellas mismas, metiéndose en el lugar de Dios y juzgando por ellas mismas el bien y el mal. Eso provoca una dificultad real a comprender el pecado como origen de opciones equivocadas. Falta en modo especial la capacidad de hacer referencia a un punto unitario (la ley de Dios), cualificante del actuar moral; este criterio se deja al sentido común de cada uno, con los riesgos que esto puede implicar. La pérdida del sentido del pecado es una de las causas más grandes de las crisis de valores y de degradación moral.
            Vivimos la pseudocultura de los ojos vacíos, de las mentes empobrecidas que sólo sirve para los “Don Nadie”. “Don Nadie” pueden ser, el hombre importante, el hombre de poder, incluso el intelectual corrompido a fuerza de pontificar desde el egoísmo de los intereses que es o representa[258].

LA PÉRDIDA DE LA CONCIENCIA DE LA LIBERTAD (Cf. GS 13)
            Dos son los motivos más importantes que han llevado al hombre de hoy a la marginalidad de la conciencia del pecado en nuestra sociedad, no sólo LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE LA VIDA Y DEL AMOR como hemos visto, sino también otro: LA PÉRDIDA DE LA CONCIENCIA DE LA LIBERTAD como responsabilidad personal. El sentido del pecado está unido a la conciencia de la libertad personal y de la responsabilidad. La cultura en la que vivimos tiende mucho a desresponsabilizar a la persona delante del mal que, de hecho, condiciona la vida personal y social. Por esto es fácil encontrar personas que viven en la INCONSCIENCIA o con una CONCIENCIA LAXA MUY TRANQUILA sin sentido del pecado como responsabilidad personal y, entonces, sin esperar la salvación y el perdón. Si el hombre de hoy, muchas veces, está angustiado, eso en parte es debido también a la pérdida del sentido de responsabilidad personal.

LA FORMACIÓN DE LA RECTA CONCIENCIA MORAL[259]

            La conciencia es el heraldo que exhorta al bien. “La conciencia es el núcleo más secreto del hombre donde resuena la voz de hacer el bien, la conciencia es el instrumento con el cual siempre en un modo nuevo se reconoce en que modo el bien eterno e infinito tenga que actuarse en lo específico del tiempo” (R. Guardini).
            Seguir el dictamen de la conciencia es la obligación indeclinable de cada una de nuestras opciones, es el criterio moral inmediato de cada una de nuestras acciones. No podemos pactar con nuestra conciencia.
            ¿Y qué conciencia hay que seguir? ¿Qué conciencia nos abre al bien? Hemos de seguir la conciencia cierta, verdadera y recta (NCIC, 1783). En la fidelidad a la conciencia todos los hombres se sienten atraídos a buscar la verdad. Tanto más prevalece la conciencia recta, tanto más el hombre se aleja del ciego arbitrio y se esfuerza de conformarse a las normas objetivas de la moralidad. Sin embargo, no pocas veces sucede que la conciencia sea errónea invencible (GS 16).

 

DEFORMACIÓN DE LA CONCIENCIA: CEGUERA DE LA CONCIENCIA[260]

            La conciencia ha de ser educada y el juicio moral iluminado por la Palabra de Dios y por el Magisterio. Solamente así tendremos una conciencia bien formada y recta y verdadera (NCIC, 1783 ss.). La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Ella se va formando, se tiene que iluminar y continuamente corroborar, para no caer en una manera de portarse mezquina y salvaje, en un subjetivismo muy alejado del bien del hombre.
            Cuando el hombre se cuida poco de buscar la verdad y el bien es cuando la conciencia se hace casi ciega como consecuencia de la costumbre del pecado. Existe una ceguera de la conciencia cuando ella no pulsa ya delante del bien o del mal o cuando la luz de la verdad no atrae ya al corazón. “Tú has llamado y gritado y has quebrantado mi sordera. Tú como un rayo has brillado y has alejado mi ceguera” [261].

SENTIDO DE CULPABILIDAD MORAL ÉTICO-RELIGIOSA (M. Vidal[262], L. Monden [263])
            No hay falta moral sino cuando la persona obra libremente contra el juicio de su conciencia. El pecado es una infidelidad aceptada libremente a los valores auténticos de realización de uno mismo en la línea del ser (ni soy yo ni dejo que los demás lo sean). El pecado es ante todo una infidelidad al llamamiento del amor.
            El pecado es el repudio del hombre mismo al amor divino, el rechazo al Amor con mayúsculas. El hombre debe de ser educado desde la toma de conciencia de responsabilidad personal y comunitaria delante de Dios y delante de los hombres.
            La conciencia formada es la que tiene en cuenta la dimensión religiosa, la dimensión comunitaria y la dimensión personal en una integración de una responsabilidad comunitaria de tipo personal. La componente comunitaria ha de ser asumida desde la propia interioridad de la persona. Si la comunitariedad se vive como una presión exterior de normas puede darse la conciencia despersonalizada masificada (la irresponsabilidad diluida en la masa)[264].

 

EL SENTIDO RELIGIOSO DE CULPABILIDAD

            Va más allá de una simple ruptura de las pautas o normas establecidas en referencia a una ley que resulta del conjunto de prohibiciones con cierto carácter de presión o sometimiento. Para tener una noción y vivencia de la culpabilidad
moral-ético-religiosa es necesario sobrepasar este nivel de presión social para ser asumidas de una manera activa tomando partido el nivel personal. A partir sólo del apropiación activa el hombre asume responsabilidad personal haciendo los actos propios[265].
            Ha de considerarse no solamente la objetividad de la transgresión sino la intencionalidad del acto. Se ha de superar una concepción legalista de la conciencia moral situándola en su debido plano. La consideración legalista de la culpabilidad ha provocado la orientación casuística del mínimo legal, ha atomizado la vida moral en multitud de actos y ha conducido el tema del pecado a una orientación ineficaz y ridícula (B. Häring[266]).
            La culpabilidad ha de integrar adecuadamente la dimensión objetiva y subjetiva ya que no puede hablarse de un pecado abstracto separado de la persona ni de una culpabilidad que no tenga en cuenta la objetividad[267].

ATENCIÓN A LA CONCIENCIA: FIDELIDAD A LA CONCIENCIA, FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA
            La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquello. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer la ley divina (Pío XII)[268].
            De ahí la obligación de seguir la propia conciencia y de formar la propia conciencia. La persona de moral recta procurará honradamente cuidar de que sus juicios sean rectos. Quien no actúa de esta manera será responsable de sus propios errores de conciencia. La persona debe formar su conciencia a la luz de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio. No se puede separar la lealtad a la Verdad con la lealtad a Cristo y la obediencia a sus pastores y a la doctrina de la Iglesia. No se puede ser discípulo de Cristo a la vez que se desdeña a los que comparten con él la misión de enseñar su Evangelio (Irish Episcopal Conference)[269]. No puede existir conflicto entre la conciencia de la persona y la doctrina de la Iglesia (Lawler)[270]. Los fieles han de dar su asentimiento interno a las doctrinas proclamadas con autoridad en materia de costumbres (Juan Pablo II, Familiaris Consortio II).

LA CONCIENCIA NOS DICTA LA LEY DIVINA

            El hombre percibe y reconoce por medio de la conciencia los dictámenes de la ley divina[271]. La conciencia guía al hombre al reconocimiento de su creador, al descubrimiento de su ser dependiente de éste y al sometimiento a la ley divina eterna y universal por la cual Dios ordena, dirige y gobierna todo el mundo y la comunidad humana universal. No se puede tolerar un pluralismo de opiniones dejadas al juicio de la conciencia subjetiva individual o a la diversidad de condiciones sociales y culturales[272].
            La pérdida de la fe ha conllevado una pérdida de la conciencia, una corrupción y degradación de todos los valores de la persona y un atentado contra la dignidad humana. Al no existir una verdad última la cual oriente toda la praxis humana, entonces las ideas y acciones pueden ser instrumentalizadas fácilmente por fines de poder[273].

LA LEY MORAL DIVINA: LA LEY ETERNA (NCIC, 1950)
            La ley moral es obra de la sabiduría divina: tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley eterna tiene un punto en Dios origen de todas las leyes. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia. Esta ordenación de la razón es lo que se ha venido a denominar ley moral: el hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber recibido de Dios una ley: dotado de razón, capaz de comprender y discernir, regular su conducta disponiendo de consciencia y libertad en la sumisión al que le ha entregado todo[274].
            “La conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes” (C. Newman)[275].
            No se puede dar a la conciencia el privilegio de fijar de modo autónomo una ética individualista con la creación subjetiva de los valores y normas morales, si esta autonomía implicase una negación de la participación de la razón práctica en la sabiduría del Creador, o si bien se sugiriera una libertad creadora de las normas morales según condicionamientos socioculturales contradiciendo la enseñanza del Magisterio de la Iglesia (VS 32-44).

LA LEY MORAL NATURAL (GS 89, 1; NCIC, . 1954; VS 43-44)
            La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira: la ley natural está inscrita y gravada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohibe pecar.
            Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley sino fuese la voz y el interprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben de estar sometidos (León XIII)[276].
            La criatura racional está sometida a la divina providencia de una manera especial, ya que se hace partícipe de esa providencia, siendo previdente sobre sí y para los demás. Participa pues, de la razón eterna; esta ley inclina naturalmente a la acción y al fin debidos, y semejante participación de la ley eterna en la criatura racional es lo que llama Sto. Tomás ley natural[277].
            Tal prescripción no tendría fuerza de ley sino fuese la voz de una razón más alta a la que toda nuestra libertad debe de estar sometida (León XIII)[278].

 

EL PELIGRO DE LLEGAR A VER LO MALO COMO BUENO

            Puede suceder muchas veces que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hace ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen falsa apariencia de virtud o también de vicio que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia muy lamentable y temible. Para evitar este peligro se precisa de examen y discernimiento de espíritu: este discernimiento es la madre de todas las virtudes y a todos es necesario. La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino; la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. La recta decisión es incompatible con el error, la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención. Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento pensando que obramos en Dios y en su presencia[279].

EL PELIGRO DEL SUBJETIVISMO MORAL: EL SUBJETIVISMO-RELATIVISMO Y LA TOLERANCIA
            Muchos factores intervienen para agudizar y acelerar los debates sobre la conciencia. El difundirse del pluralismo ideológico y la sensibilidad cada vez más vasta y profunda de la sociedad liberal y democrática de hoy que priva el relativismo y la tolerancia. El relativizar las normas objetivas y absolutas en beneficio del contexto cultural y la desvalorización análoga de la objetividad moral ha producido una clase de relativismo y de tolerancia totalmente pernicioso y decadente para el hombre de hoy.
            La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, una de las exigencias más fuertes hoy es la de conducir al hombre a volver a descubrirlo.
            El hombre debe convencerse que sólo en Dios alcanza su verdadera libertad, que sólo en la verdad puede encontrar la salvación y que Dios ha marcado en su propia ley la salvaguarda del único verdadero bien del hombre(VS 84)[280].





2. CUSTODIA DEL AMOR

 

 

CUSTODIA DE LA VIDA-AMOR PARA DESARROLLARTE EN PLENITUD

            Quien quiera vivir tiene dónde vivir y tiene de dónde vivir[281]. Dios nos llama a que entremos en Él, la fuente de la Vida y el Amor: ‘permaneced en mi amor’; ‘sin mí no podéis hacer nada’. Dios lo que quiere es nuestra máxima plenitud promoción y desarrollo. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, depende de que acudamos a él y nos dejemos alimentar por él, tendremos vitalidad y fertilidad en el amor, en la medida que sea nuestra unión y permanencia con la fuente y el manantial del amor. Es el amor mismo el que nos llama, el que nos reclama, nos urge, nos creó, nos redimió, nos consagro para Él. porque nos quiere para él y en Él plenamente felices. La auténtica vitalidad del seguimiento de Cristo, del Amor: la fuerza vital para su proyecto de amor precisa de la vigilancia para no ser falsificadas ni soslayadas, las exigencias que ello comporta[282].

 

CUSTODIA LA VIDA-AMOR PARA PROPAGARLA ABUNDANTEMENTE[283]

            ¿Qué he de hacer para tener vida? El Señor le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente, corazón, fuerzas”. Para amar se precisa tener la mente y el corazón y todo el ser llenos del Amor de Dios, y no dejar adulterar este amor en nuestra mente y nuestro corazón, pues minarían nuestra voluntad. Dios constantemente llama a su pueblo a la conversión por la corrupción y prostitución del corazón: “Pasmaos cielos… doble mal ha cometido mi pueblo, a mí me dejaron para hacerse cisternas agrietadas incapaces de retener el agua” (Jr 2, 12). Nuestra vida, nuestro corazón debe ser purificado de tanta adulteración que se nos va pegando: ¿qué pasó con aquella viña selecta, plantada con tanto amor y destinada a dar tanto fruto? (Is 5 , 1-5) Rompieron la cerca y dejaron entrar toda clase de bichos, creciendo toda clase de frutos de la carne, dejándoos llevar por la seducción del mundo y la tierra quedó agotada y desolada.

NECESIDAD DE VIGILAR Y GUARDAR PARA MANTENER LA PUREZA-VITALIDAD-ESENCIA
            La norma divina es que debemos procurar que todos nuestros pensamientos, palabras y acciones tiendan a conformarse con la norma divina del pensar de Cristo; porque, como dice S. Pablo: ‘nosotros tenemos mente de Cristo’ (1Co 2, 8). Debemos, pues, examinar con diligencia que todos nuestros pensamientos, palabras y obras partan de Cristo como su origen y tiendan a Cristo como a su fin. En este discernimiento hemos de considerar que todo pensamiento, palabra y obra que vaya mezclándose con algunas perturbaciones no está de acuerdo con Cristo, sino que lleva la impronta del adversario, el cual se esfuerza por morder con la perturbación[284].
            La vida de oración y de seguimiento supone una vigilancia y examen continuo de todos los movimientos de la mente, corazón y voluntad para adquirir una gran libertad y capacidad de amor a Dios y a todas sus criaturas con un corazón indiviso. Este amor no puede ser egoísta ni posesivo de las personas, sino todo lo opuesto: gratitud, desinterés y libertad.

 

EL PELIGRO DE DEJAR CONTAMINAR-CORROMPER LA VIDA-AMOR DE DIOS


            La verdadera fecundidad y fertilidad de la vida-amor de Dios en nuestros corazones conlleva este doble movimiento de apegarlo, por un lado, a la fuente de toda nitidez y pureza, y por otro lado, no dejar que nada ni nadie nos pueda perturbar ni separar de este amor, ajustándonos en lo interior y lo exterior con moderación y rectitud al pensar y querer de Cristo.
            En todas las cosas existe una ley de acuerdo a su naturaleza y Dios ha dispuesto que nada pueda dañar todo lo que ha puesto en nuestro corazón, por eso dice: “Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”; no es algo inalcanzable (cf. Mt 5, 3). El que tiene una mente y un corazón limpios de todo afecto desordenado a las criaturas contempla en su misma belleza interna la imagen de la naturaleza divina que lleva dentro de sí. Si nos esmeramos con una actitud diligente en limpiar nuestro corazón de toda suciedad con que haya sido ensombrecido, él nos promete que volverá a resplandecer en nosotros la hermosura divina, recuperando la semejanza de nuestro origen[285].

 

VIGILANCIA DE LOS SENTIDOS

            La permanencia en el amor de Dios supone una atención y vigilancia continua, mantenida desde una constante oración: “Velad y orad para no caer en tentación porque el espíritu está pronto pero la carne es débil”. Esta vigilancia ha de extenderse a todo tiempo y circunstancia de nuestra vida, porque la carne tiene deseos contrarios al espíritu y el espíritu contrarios a la carne. Si alguno cede por poco que sea a los halagos del cuerpo, la gloria del mundo o satisfacción de la carne pronto se vera arrastrado a aquella obras de la carne. Se precisa, pues, la vigilancia de los SENTIDOS para someterlos a la recta razón y a la ley de Dios, la lampara del cuerpo son los ojos, si tu ojo esta contaminado todo tu cuerpo estará a oscuras. Es así como la constante de todos los santos es esta “vigilancia atenta” de los movimientos de todos sus sentidos y pasiones, al punto de refrenarse con toda clase de medios y con la máxima firmeza y esperanza. El mismo S. Agustín dice “No digas que tienes alma pura si tienes ojos impuros porque el ojo impuro es mensajero de un corazón impuro”[286].

 

VIGILANCIA DE LA MENTE

            Es del pensamiento de donde salen las cosas buenas o malas, el primer lugar donde se opera y se fraguan las acciones es en el pensamiento. En el pensamiento y en las palabras, ideas, intenciones que dimanan de éste, dejando descubrir los sentimientos y movimientos más profundos y secretos del hombre. Por ello que ni siquiera con el pensamiento hemos de ceder jamás al pecado: ”todo el que mire a una mujer con mal deseo hacia ella ya ha adulterado en su corazón” Es según el modo de examinar las intenciones de nuestras opciones es en el hablar, en éste se descubren y desvelan lo interno de nuestros pensamientos ”porque de lo que rebosa el corazón habla la boca”[287].
            La castidad, pues, no comienza en el corazón sino en la mente; un corazón puro pide y exige una mente pura y unos ojos limpios. El corazón es ciego y va donde le dirija nuestra mente.

VIGILANCIA DEL CORAZÓN

            Porque del corazón salen las aciones buenas y las malas; los asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, injurias, etc…, salen todas del corazón. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. ¡Cuánto precisamos de esta pureza, integridad y libertad del corazón para orientarlo a Dios, para ordenarlo por encima de todas las inclinaciones de la carne en vistas del amor de Dios, trascendiendo incluso las cosas más santas, los amores humanos para ordenarlo todo al amor de Dios!
            La grandeza del hombre es esta vivencia de exclusividad del amor de Dios situado por encima de todo, de todos y de nosotros mismos. Se puede y se debe amar con el alma encarnada sí pero trascendiendo lo meramente humano, para ser movido por el amor de Dios, por lo que él desea de mí de los demás y del mundo[288]. El amor al que Dios nos llama es algo más que mera atracción, placer, complacencia mutua. Es el don total, libre, incondicional del amor de Dios a nosotros que pide, de igual manera, el don de nuestra libertad y del amor incondicional de nuestra vida, ordenando todo nuestro ser desde su plan y designios de amor[289].

 

LA EXCLUSIVIDAD DEL CORAZÓN: CASTIDAD-PUREZA

            La castidad debe ser entendida como un proceso hacia la madurez del amor[290]. Se debe tener toda una educación en la castidad desde el seno de la pequeña comunidad; la castidad es educación hacia la caridad y convivencia en los pequeños detalles cotidianos. ¡Cuánto hay por hacer en el campo de la castidad en la amplia gama de la vida de la comunidad! Ésta supondrá una combinación de suavidad y exigencia, de humilde vigilancia y examen, una vida de oración en constante apertura, docilidad y obediencia al Espíritu. ¡Cuán importante se hace cuidar con exclusividad y la integridad del corazón, la virtud de la castidad!. No se puede dar uno a sí mismo de manera total y absoluta a dos personas al mismo tiempo. Si uno se da del todo a uno, no se puede dar de la misma manera y al mismo tiempo al otro (Mt 6, 24). Cristo, para la persona consagrada, ha de ser el Amado, el Esposo, El Señor, el máximo amor de su alma; de la misma manera los cónyuges cristianos se deben exclusividad en el mismo amor de Cristo.

LA DELICADEZA DE CORAZÓN: PRUDENCIA, MODESTIA, PUDOR
            La prudencia es el amor que sabe discernir lo que se precisa y lo que impide andar a Dios[291]. Para la adquisición del Único y Sumo bien se precisa de la renuncia de los otros múltiples bienes; se precisa discernimiento para elegir y prudencia y fortaleza par no ser desviados o derribados por ningún sentimiento de soberbia o de lujuria[292]. La persona verdaderamente prudente se esfuerza por examinar, corregir y valorar todas las cosas, situaciones, actuaciones según el Verdadero Bien de toda la persona. ¡Cuán necesario valorar las virtudes de la prudencia, modestia y pudor cristiano! El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, detesta toda conducta inmodesta, incluso lo más leve, se obliga con todo cuidado a evitar la excesiva familiaridad con personas de otro sexo, porque lleva plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo, sabe que es miembro de Cristo y verdadero Templo del Espíritu Santo. El pudor se acompaña de una sana formación de conciencia moral y practica de las otras virtudes[293].

 

VIGILANCIA DE LA VOLUNTAD

            ¡Cuánto se precisa en nuestro mundo de personas firmes, capaces de manifestar sus opciones y compromisos hasta el final. Nuestra sociedad se caracteriza por una debilidad y flojera increíble, por una inestabilidad y volubilidad, aun en las resoluciones más fundamentales. Se precisa, pues, una voluntad firme, preparada para la lucha. El seguimiento resultará imposible para el que no se ejercite en mantener sus opciones en un ejercicio continuo de voluntad libre de todo y de todos. No basta ser atraído por Jesús ni basta tener la intención de serguirle a él, sino se determina por una resolución firme para no ser arrastrado por el ambiente.
            Se precisa una educación de la voluntad hacia el ordenamiento de la fe y del nuevo orden de valores que presenta Cristo y su Evangelio, a la luz de la oración y de su Palabra diariamente asimilada. Se precisa la orientación y complementación de todo nuestro ser: mente, corazón y fuerzas hacia el ser más profundo, independientemente de todo lo que pueda resultar apasionante, placentero, de lo que piense el mundo e incluso de lo que aparece más lógico a nuestros sentidos y a nuestra razón.

 

FORTALEZA DE VOLUNTAD: DOMINIO DE SÍ: TEMPLANZA[294]

            La fortaleza de espíritu deriva del Espíritu de oración, de vigilancia y austeridad, por lo que debemos mantener el espíritu fervoroso y la carne a “raya” para no dejarnos llevar por las pasiones y las apetencias desordenadas de la carne. Con decisión y firmeza debemos de alejar de nosotros todo lo que pueda separarnos de Dios y del sentimiento de su Ley divina. Quien no aprenda a negarse a sí mismo y a todas las ofertas y apetencias del mundo, quien no sabe de sacrificio y de dolores no sabe de este camino de verdaderos amadores[295].
            Para crecer, practicar y alcanzar un amor exclusivo y consagrado se precisa purificar y resanar nuestras tendencias egoístas, sometiendo nuestra voluntad; lo que supondrá el ejercicio de muerte diaria a nosotros mismos y un ejercicio diario de cruz y de humillación, entrar constantemente en el Misterio Pascual de Muerte y Resurrección de nuestro Maestro y en la incomprensibilidad de su Cruz (1Co 2, 3). Sólo un corazón libre de toda atadura egoísta y de toda atadura de este mundo puede nacer a la libertad de los hijos de Dios.

EDUCACIÓN EN LA PENITENCIA-MORTIFICACIÓN-ASCESIS-OBEDIENCIA-SERVICIO
            La principal penitencia ha de ser funcional, es decir, en vistas de la fraternidad; la vida de comunidad supondrá muchas veces una penitencia en lo que significa dejar mi propio interés, morir a mí mismo: a mis gustos, mi carácter… que posibilite una convivencia fraterna. También estamos llamados a ser dueños de pasiones desde una voluntaria penitencia corporal: “Los que son de Cristo, han crucificado su carne y sus vicios e concupiscencias”; “Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre no sea yo mismo descalificado”, dice S. Pablo[296]. En esto ninguna diligencia es excesiva, ni ninguna severidad resulta exagerada: “si tu ojo te es escándalo, arráncatelo y échalo dejos de ti, mejor es que perezca uno de tus miembros que no el que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena”, dice el mismo Jesús. Si la falta de salud o la poca estabilidad en ella no permiten a alguno mayores austeridades corporales no por ello se puede dispensar de la VIGILANCIA y de la mortificación INTERIOR, aquella que sólo tú y el Señor conocen.

EDUCACIÓN PARA EL SACRIFICIO Y PARA LA DONACIÓN
            La negación y renuncia a uno mismo supondría diversos niveles:
a)   nivel psicofisiológico: el control y moderación en nuestros instintos sexuales, la persona se vive sometida a instintos y pasiones percibiendo al otro como algo agradable con el deseo de poder instintivamente tocar, gozar y poseer. Se precisa que la persona célibe sublime los instintos a la razón y de la razón a la fe.
b)   A nivel psicosocial: más allá de la búsqueda de un mero bienestar físico, puede haber toda una serie de búsqueda de aprecios humanos, valoraciones, estimas, amistades particulares con acepción de personas, buscando compensaciones o utilidades, por lo que se precisa que la persona célibe viva con gran libertad y exclusividad de corazón.
c)   A nivel espiritual: el amor se deberá ir purificando de sentimientos, pagas, consuelos y búsquedas de amor propio para ir pasando a un amor gratuito, sacrificado, desinteresado que sólo busque al Amor desde el olvido y la total donación de uno mismo[297].

EVITAR LOS PELIGROS, ALEJÁNDOSE CON PREMURA DE LAS OCASIONES DE PECADO
            Es importante recordar algunos santos como, por ejemplo, S. Francisco de Sales, S. Caesar Arelat[298] y algunos de los insignes doctores de la Iglesia como por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, San Alfonso Maria de Liguori[299]. Es más fácil vencer las tentaciones de la carne de los halagos y atractivos de la pasión con una “pronta fuga” que afrontándolos directamente. A veces sirve más la fuga que la lucha en campo abierto como dice S. Jerónimo[300]: “por esto lo rehuso para no ser yo nunca vencido”. Tal fuga no consiste tanto sólo en alejarse con premura de la ocasión de pecado, sino de cómo de saber alzar la mente durante esas luchas a las cosas divinas, fijando la vista en Aquél a quien hemos consagrado toda nuestra vida, “contemplad la belleza de nuestro amante Esposo” nos recomienda el doctor y santo Agustín[301]. “Estad pues siempre vigilantes, porque quien ama el peligro en él perece” (Sir 3, 27). Ningún medio es más cercano y más seguro para vencer las tentaciones contra la hermosa virtud de la castidad que recurrir inmediatamente a Dios por la oración[302].

NECESIDAD DE UN AMBIENTE DE ORACIÓN, FRATERNIDAD, RECOGIMIENTO Y CULTIVO DE VALORES
            De todo esto se desprende la necesidad de cuidar el ambiente donde se vayan transformando y formando la vida de los futuros discípulos; será necesario que durante un largo proceso reciban una educación-formación diligente y cuidadosa que les haga fuertes para enfrentarse a las adversidades y difíciles situaciones de nuestro mundo ¿Habrá algún jardinero que exponga a las tempestades plantas selectas, pero aún tiernas, con el pretexto de probar una fortaleza que todavía no tienen?[303]
            La formación en los valores cristianos impone una atención delicada a un clima fraterno social y moral, que respete y eduque las personas en los valores cristianos. Se precisa una educación en el trato, en el respeto, en el pudor, en las discreciones; conviene pedir a los responsables de la educación que pongan especial atención y cuidado en promover estos ambientes que fortalezcan el verdadero culto y desarrollo de los valores cristianos, humanos, morales y religiosos[304]





2 BIS. MANDAMIENTOS



DIOS QUIERE NUESTRO MÁXIMO DESARROLLO, DESPLIEGUE Y REALIZACIÓN EN EL AMOR
            Dios quiere nuestra máxima promoción. Como Hijos del Amor somos llamados a la perfección en el amor, a ser perfectos, maduros, acabados como el Padre es perfecto. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza ordenándolo a su fin, con sabiduría y amor mediante la ley inscrita en su corazón. El hombre lleva en su propia naturaleza inserta esta ley del amor como ley natural[305]. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación. Conócete a ti mismo, hombre, lo grande que eres y vigila sobre ti[306]. El hombre está constantemente llamado a adecuar su vida a esta ley que lleva dentro, ‘grava en tu corazón esta ley que te digo y adecua tu vida a ella’. Reconocer a Dios como Señor de nuestra vida es el núcleo fundamental, el corazón de la ley.

PARA ASEGURAR NUESTRO PROCESO NOS DEJA UNAS NORMAS
            Dios nos deja unas normas para saber cómo conservar la vida y el amor puro. Dios. que nos ha dado una vida de mucho valor y trascendencia incalculable y que conoce mejor que nadie su desarrollo-perfección en el amor, nos llama a ser un pueblo Santo en la perfección en el amor. Dios mismo nos ha propuesto como camino que conduce a la vida eterna y nos manda: “sed Santos porque yo el Señor soy santo”. Aquello que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento que Dios se revela a sí mismo y se propone como modelo de nuestra acción y comportamiento moral para caminar en el amor. Mediante la custodia de los mandamientos se manifiesta la perfección del Pueblo de Dios a su único Dios y llamada de todos a responder a su santidad[307]

SI QUIERES ENTRAR Y PERMANECER EN LA VIDA GUARDA LOS MANDAMIENTOS

            Los mandamientos no son más que el ordenamiento de todo nuestro ser para la plenitud de la vida en Dios. Como se forma toda nuestra vida conforme a nuestro máximo bien, como compendio de las múltiples bienes que cuentan nuestra auténtica identidad, en relación a Dios con el prójimo y con el mundo material.
            Los mandamientos nos enseñan el camino que conduce a la vida, nos enseñan la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve deseos esenciales y derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana; los mandamientos están destinados a tutelar el bien de la persona humana a imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares. Los preceptos negativos son normas morales fundadas en términos de prohibición pero que expresan con singular forma la exigencia inalienable de proteger la vida humana, la vivacidad, la convivencia, la justicia, la integridad, en definitiva de los derechos ineludibles de toda persona humana. Constituye la condición básica y primera etapa necesaria en el camino de la libertad[308].

EL PRIMER MANDAMIENTO: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS
            El primer mandamiento como precepto fundamental de la ley y los profetas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas”. Constituye el núcleo y el centro de la ley de Dios. Es la exigencia movida del amor, la respuesta personal al amor, reconocerle como Dios, como Señor único y absoluto de nuestra vida y darle sólo culto a él porque sólo él es Santo; el supremo bien de nuestra vida es él, por lo que estamos todos llamados a conocerle, amarle y servirle lo máximo de nuestra existencia, a obedecerle y caminar humildemente con él practicando la justicia y amando la piedad.
            La existencia misma es respuesta al don y a la iniciativa amorosa de Dios, es el reconocimiento, homenaje, culto de acción de gracias y cooperación libre y amorosa con el designio que Dios nos propone. Dios nos ama primero. Los mandamientos explicitan la respuesta de amor que el hombre esta llamada a dar a su Dios desde su nacimiento.
 
EL SEGUNDO MANDAMIENTO: AMARÁS AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO[309]
            El segundo mandamiento semejante al primero, dice Jesús, es: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Este precepto es derivación directa del primero. Todo el que ama a Dios que da el Ser ama a los que han nacido de él. Es expresión de la singular dignidad de la persona humana que es la única criatura a la que ha amado por sí misma. Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la prevalencia al amor al prójimo o peor aún separarlo del amor a Dios. Estos dos mandamientos son inseparables y no se puede entender el uno sin el otro: el que ama a Dios debe amar también al hermano, si alguno dice: amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso (asesino). En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios, en que guardemos sus mandamientos.

 

LAS DERIVACIONES: EL RESTO DE LOS MANDAMIENTOS[310]

            De los dos mandamientos anteriores penden toda la ley y los profetas. Todo el Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la ley: la caridad es la ley en su plenitud. Por descontado que si amas se deduce obviamente que ni adulteraras ni mataras, ni robaras ni codiciaras, y que seguirás todos los demás preceptos. Todos los mandamientos encarnados en la ley de Dios forman una sola unidad, un todo indisociable; cada uno de los diez mandamientos remite a cada uno de los demás y al conjunto, pues se condicionan recíprocamente. Transgredir un mandamiento es quitar todos los otros. No se puede disociar en el hombre un comportamiento hacia Dios y hacia a los otros hombres, ni hacia a sí mismo: el hombre es una unidad y el Decálogo unifica la vida teologal y social del hombre.
 
TERCER MANDAMIENTO: SANTIFICARÁS LAS FIESTAS
            El cristiano llamado a la santidad esta llamado a santificar su vida, su jornada, su trabajo, su actitud y todo cuanto hace y vive; la oración debe de desembocar en una vida de oración en una vida convertida en liturgia viva, en culto continuo buscando en todo la gloria de Dios. Este carácter profundo litúrgico y cultual de la vida humana pide momentos especialmente reservados durante la jornada y durante la semana para interrumpir la actividad cotidiana y ofrecerla en alabanza y acción de gracias al Señor. El hombre debe saber parar y descansar de toda actividad para rendir culto a su Dios, culto exterior, visible, público y comunitario en fraternidad universal con toda la Iglesia, donde la alabanza a Sión se eleve como un solo corazón unido al de Cristo[311]. El Domingo y las fiestas de precepto los fieles tienen la obligación de participar en la misa como testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a su Iglesia dando un ejemplo y testimonio público de oración, fraternidad, alegría, culto del espíritu y atención a las necesidades de los otros.
 
CUARTO MANDAMIENTO: HONRAR A TU PADRE Y A TU MADRE
            Este cuarto mandamiento refiere a la segunda parte y hace referencia a las exigencias derivadas de la caridad en orden de jerarquía. Dios quiso que después de él honráramos a nuestros padres, a los que debemos la vida física y también en gran parte la espiritual, pues como buenos padres cristianos nos han transmitido a su manera el conocimiento de Dios. A ellos se le debe siempre reconocimiento, agradecimiento, afecto y cariño. Especial respeto y veneración, piden las personas ya mayores que se hallan en condiciones de recibir más ayuda y consuelo que nunca.
            La piedad filial, es decir, el respeto a los padres debe siempre ir cubierto de inmensa gratuidad, no sólo tratando de ayudarles a nivel material sino a nivel moral, espiritual, afectivo sobre todo en los momentos de soledad, abatimiento, vejez o enfermedad. Jesús reconocía este deber de gratuidad frente a sus padres: bajo con ellos a Nazaret, y vivió bajo su tutela, crecía en sabiduría, estatura y aprecio ante Dios y ante los hombres[312].

 

QUINTO MANDAMIENTO: NO MATARAS[313]

            El orden en el amor requiere el recto orden de uno mismo; el respeto a la propia vida y a la ajena. El amor a sí mismo constituye un principio fundamental. La norma o fundamento ultimo de la moralidad es el reconocimiento del valor ineludible y sagrado de la vida.
            Sólo Dios es dueño de la vida y al hombre le toca el saber administrarla, nadie en ninguna circunstancia puede atribuirse el derecho de matar = quitar la vida de un modo directo a un ser humano inocente. La vida humana debe ser respetada y protegida de una manera absoluta desde el momento de la concepción hasta el momento de su consumación en este mundo, la muerte.
            En todo se ha de salvar y respetar la dignidad personal y suprema de la vida humana, custodiándola y salvaguardándola en su totalidad e integridad, tanto a nivel corporal como a nivel moral, espiritual. El sermón de la montaña recuerda el precepto de no matarás y recuerda el rechazo absoluto de la ira, el odio, la venganza. Cristo exige de sus discípulos amar a los enemigos.

SEXTO MANDAMIENTO: NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS[314]

            La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana en la unidad del cuerpo y deben ser orientados en la vocación de todos al amor y comunión. Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes.
            Todos los cristianos estamos llamados a la vocación divina, a la castidad. La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y por ello la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual; la sexualidad es la que expresa la pertenencia del hombre hacia el mundo corporal y biológico. Se hace personal y verdaderamente humano cuando está integrada en la relación persona a persona, en el don mutuo e incondicional y total del hombre y la mujer establecido en el matrimonio: la virtud de la castidad matrimonial entraña la integridad de las personas y totalidad del don. De igual manera, la castidad perfecta por el Reino de los cielos, pide la integridad y la ordenación total del corazón en cuanto colaboración del hombre en toda la obra de la Redención.
 
SÉPTIMO MANDAMIENTO: NO ROBARAS[315]
            El orden en el amor supondrá el orden de todos los bienes en razón a la caridad fraterna y el último destino universal solidario con todos los hombres. De todo lo que hemos recibido, somos administradores y no propietarios . Dios confía al hombre los bienes de la tierra destinada a toda la familia humana; la propiedad privada es legítima pero no derecho absoluto, la apropiación de bienes es legitima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender a sus hermanos, a sus necesidades fundamentales y las de los que están a su cargo pero esta subordinada al destino universal y al bien común. Lo que te ha sido dado es para el uso de todos (destino universal de los bienes). La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos[316]. El derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común, sigue la doctrina tradicional de Los Padres y de los doctores de la Iglesia[317]. Es intolerable el excesivo acaparamiento de riquezas habiendo tantos hombres con hambre.
 
OCTAVO MANDAMIENTO: NO DIRÁS FALSO TESTIMONIO[318]
            Se debe defender la realidad de toda falsedad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo, a ser testigo de la Verdad. Las ofensas a la verdad son una infidelidad u expresan un rechazo frente a la alianza de Dios con su pueblo. Dios, que es verdad, pide que el hombre se adecue a la verdad. Puesto que Dios es el veraz, los miembros de su pueblo están llamados a vivir en la verdad. El hombre que busca naturalmente la verdad está obligado a honrarla y a administrarla. Una vez que el hombre ha conocido la verdad está obligado a adherirse a ella, ordenando toda su vida según sus exigencias. El verdadero discípulo de Cristo está llamado a vivir en la verdad desechando toda mentira, engaño hipócrita, mentira y maldad. El bien y la integridad del prójimo y el respeto a su dignidad son razones suficientes para callar lo que no debe ser conocido.

NOVENO MANDAMIENTO: NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS

            S. Juan distingue tres tipos de concupiscencia: la carne. los ojos y la soberbia de la vida. El noveno haría referencia a la concupiscencia de la carne. La concupiscencia desordena las facultades morales, inclinando al hombre a cometer pecado. La lucha contra la concupiscencia de carne pasa por la purificación del corazón. “El cristiano debe de creer y someter todo su actuar a aquello que cree, para que haciendo así purifique su corazón y llega a comprender aquello que cree”[319].
            La pureza de corazón es la condición necesaria para entrar en este “conocer” vivamente a Dios. Mediante la pureza de la mirada exterior e interior, mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos, a partir de este rechazo el hombre va adquiriendo esta purificación del corazón. La práctica de la virtud de la pureza va unida íntimamente a la práctica de la oración.
 
DÉCIMO MANDAMIENTO: NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS
            El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno que como hemos dicho hace relación a la concupiscencia de la carne, prohibiendo la codicia, avaricia. El desorden de la concupiscencia nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Se trata de que del recto ejercicio de la razón lleguemos a un justo y moderado uso y apropiación de los bienes terrenos. La complacencia de los ojos y la soberbia de la vida llevan al hombre a una pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan encontrar seguir el espíritu de pobreza evangélica, ni el buscar el amor perfecto. Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz que esconden la fuente de la verdadera riqueza, placer y alegría[320].
 
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
            El programa más completo y la formación más amplia de la ley Nueva se pone en clara conexión con el Decálogo y constituye la carta Magna de la moral evangélica. Así como Dios por medio de Moisés entrega el Decálogo a su pueblo en el Monte Sinaí, Dios por medio de Jesús, el Nuevo Moisés, entrega los mandamientos nuevamente a los hombres.
            Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios. “No he venido a abolir la ley sino a darle cumplimiento”. El mandamiento del amor al prójimo es interiorizado en sus exigencias. El amor brota de un corazón que ama y precisamente porque ama está dispuesto a mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un mínimo lícito que no hay que sobrepasar sino como una senda abierta para un camino moral de perfección evangélica cuyo impulso interior es el amor. Jesús mismo es el cumplimiento vivo de la ley que él cumple con el don total de sí mismo[321].

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS[322]
            Jesús se convierte en la pauta máxima referencial para todo hombre y de todo los hombres de todos los tiempos: “si quieres ser perfecto, ven y sígueme”. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida para todo hombre, él es la Luz verdadera que ilumina a todo el hombre y a todos los hombres, se convierte para todos en luz de la verdad y fuente del sentido para la vida. Los hombres llegan a ser luz en el Señor, hijos de la luz; obedeciendo a la verdad, conocerás la verdad y la verdad os hará libres.
            El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. La respuesta decisiva al problema moral del hombre la da plenamente Jesús de Nazaret, el Cristo. Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta a sus quehaceres morales. Es urgente que la moral recupera su dimensión Cristológica; debe la respuesta personal a la llamada de Cristo a todo hombre a Seguirle. El modo de actuar de Jesús, sus palabras, acciones y preceptos constituyen LA NORMA MORAL CRISTIANA. Seguir a Cristo: es el “fundamento esencial y originario de la moral cristiana”.






3- DESORDEN Y RUPTURA DE LA VIDA Y DEL AMOR

 

 

EL RECHAZO DEL AMOR

            El don del amor puede ser rechazado. El primer paso hacia el rechazo es la desconfianza, el miedo que el otro no comunique de verdad gratuitamente, sino que tenga algún interés escondido. EL PRIMER PECADO en el jardín del Edén es la desconfianza y la desobediencia. En la base del rechazo del amor está ciertamente la falta de confianza en la gratuidad y sinceridad del acto comunicativo de Dios.
            A la iniciativa divina de la alianza el hombre puede responder con la infidelidad. El tentador se llama también diablo, es decir “el divisor”. Él tiende a dividir:
a) al hombre de Dios.
b) al hombre del otro hombre.
c) al hombre de sí mismo.
              a) insinuando la sospecha de una propuesta falsa. “¿Es verdad que Dios ha dicho: “No tenéis que comer de ningún árbol del jardín?” (Gen 3, 1). Esta frase del tentador, en su paradoja (¿cómo es posible que Dios haya prohibido todos los frutos?), tiene un presupuesto maligno: debe haber una razón de conveniencia personal por la que Dios os ha prohibido al menos uno de los frutos, quizás su actuar no es en el fondo tan desinteresado como parece. El tentador busca crear en el hombre la incredulidad y la desconfianza en la gratuidad y sinceridad del acto comunicativo de amor de parte de Dios.
               b) El segundo paso es la falta de confianza en el otro, insinuando la sospecha que el otro busca su propio interés y quiere eliminarme. No existe comunicación auténtica -repite la voz maligna-; hay que arreglárselas para sobrevivir defendiéndose de todos. La comunicación está viciada por una sospecha de fondo: el otro se busca en realidad a sí mismo. Entonces me puede engañar, y muchas veces, de hecho me engaña.
        Esta tentación de desconfianza prevale en cada relación humana y la amenaza en su raíz. El comunicar está continuamente insidiado por la sospecha. ¿Me querrá de verdad? ¿Se merece de verdad mi amor? ¿Podré alguna vez fiarme de alguien en el mundo? Por esta desconfianza se cortan las amistades, se separan las familias, se rompen los contratos, se violan los pactos sagrados entre las naciones. A lo opuesto de la alianza y la fidelidad de Dios, está el rechazo en la desconfianza, la división, la tristeza de no entenderse, la vergüenza de no responder en una relación lograda, la incapacidad de convivir juntos. De un pueblo llamado a vivir una profunda unidad, se pasa a la confusión de Babel, a la destrucción y a la guerra (Hch 2 y 4; Ex 19; Gen 11).
              c) El hombre pierde la confianza en sí mismo. El hombre se hace incapaz de hablar y de escuchar. El hombre se hace incapaz de amar y compartir con los demás. El hombre se alza contra los otros, los grupos contra los grupos, las naciones contra las naciones. Dios había hecho el hombre según su imagen, con una naturaleza similar a él, para vivir en el amor en fuerza del cual habríamos adherido a él con el deseo y gracia, a los otros con el recíproco afecto[323].
            Por nuestra desobediencia y nuestro volvernos malamente contra nuestra propia naturaleza, ésta se queda dividida y sin amparo. Por el pecado entra la división, y el hombre se hace incapaz de crear esta unidad. Si por naturaleza la misma semilla, el amor, unifica, el pecado divide y corrompe la naturaleza en un estado dispersivo, inestable, polimorfo y desunido[324].
              Por el pecado se desordena el hombre, al perder su finalidad última se desordena el amor[325]: más que glorificar la presencia de Dios en nosotros y todas sus criaturas, la persona se glorifica a sí misma. Más que ser dueño de sus propias acciones resulta su esclavo, por la incapacidad de comprender la verdad total e ineptitud para descubrir la presencia de posibles racionalizaciones.

 

EL PECADO ES ESTA RUPTURA EN EL DIALOGO CON Dios CON LOS DEMÁS Y CONSIGO MISMO

            Toda nuestra historia es la historia del comunicar divino a la humanidad. El diálogo de Dios con la humanidad empieza desde el primer tiempo de la creación y sigue por toda nuestra vida. Este diálogo tiene sus momentos de crisis y de ruptura. El pecado es esta ruptura en el diálogo entre el hombre y Dios (a), entre el hombre Y los demás (b), en el hombre en sí mismo(c).
(a): EL PECADO ante todo nace cuando el hombre, puesto de frente a la realización de acuerdo al proyecto de Dios elige la autosuficiencia negando la necesidad de Dios en la realización de su propia vida y de su propia felicidad. La voluntad del hombre de ponerse como el dueño de sí mismo y de su vida lo lleva fácilmente al fracaso y a la decepción.
(b): EL PECADO se extiende a todos las dimensiones posibles: personal, social, estructural, en las relaciones con el prójimo, en el enfoque de las relaciones sociales y civiles. Basta con ver todo lo negativo presente en la cultura de violencia, de guerra, de muerte en la cual vivimos, en todas las formas de alienaciones y esclavitudes de nuestra sociedad. Se hace imposible compartir en solidaridad y amistad, es más fuerte la división.
(c): EL PECADO implica todo el ser de la persona. Desde la situación de ruptura con Dios brotan la ruptura interna en el hombre mismo; la ruptura de la comunicación produce la cerrazón; la incapacidad al diálogo y al compartir recíproco, el desequilibrio afectivo y social de la propia persona. Esto produce la división, el conflicto, la falta de unidad y de paz. La inseguridad produce la falta de responsabilidad y la desorientación y la lógica terrena de vida según su propia voluntad.

EL PECADO ES, FUNDAMENTALMENTE, LA AUSENCIA DE DIOS EN LA VIDA DEL HOMBRE
            El hombre sin Dios se convierte en una destrucción feroz para él mismo y para los demás. No se puede separar el hombre de Dios y contraponerlo a Dios. No se puede separar el mundo de Dios y contraponerlo a Dios en el corazón del hombre: eso sería en contra de la naturaleza del mundo y en contra de la naturaleza del hombre, contra de la intrínseca verdad que constituye toda su realidad más profunda, la verdad entera sobre sí y sobre su destino último.
            Habiendo conocido a Dios, los hombres no le han dado el honor debido, sino que se ofuscó su corazón, y prefirieron servir a la criatura más que al Creador. Por eso Dios les ha abandonado a sus deseos: se han abandonado a impurezas de todo tipo, se han entregado a pasiones vergonzosas los unos con los otros: las mujeres con relaciones sexuales contra su naturaleza, los hombres los unos con los otros; ellos reciben así en ellos mismos el castigo por su perdición (Rm 1, 21ss; Cf. Juan Pablo II).

 

EL PECADO EN EL USO EQUIVOCADO DE NUESTRA LIBERTAD (GS 13)

            El hombre puede abusar de su libertad cayendo en la ilusión de autorealizarse, de autoproyectarse, de ponerse como única norma de su actuar. En este sentido el pecado corresponde a una visión torcida de uno mismo, de la sociedad y del mundo, que impide un contacto positivo con la realidad. El hombre tiene la posibilidad de elegir el bien o el mal, la vida o la muerte (Ecl 1, 1).
            El hombre puede intuir el bien y orientarse hacia él, pero puede encontrarse con una voluntad frágil que le lleva en cambio a opciones de ruina y de muerte para sí y para los demás. De ahí la responsabilidad que tiene hacia su misma libertad.
            Desde los comienzos de la historia el hombre abusó de su libertad poniéndose en contra de Dios y añorando conseguir su fin fuera de él. El pecado es la raíz de todas las esclavitudes humanas: “Vosotros erais esclavos del pecado por no obedecer de corazón a la ley recibida”[326].

 

EL PECADO COMO DIVISIÓN

            Por el pecado el hombre se encuentra dividido en sí mismo (Rm 7, 1ss.). No queriendo reconocer a Dios cual su principio, el hombre ha quebrantado el debido orden en relación a su fin último y, al mismo tiempo, toda la armonía tanto en la relación consigo mismo, como en la relación con los demás y toda la creación. Toda la vida humana tanto individual como colectiva se presenta como una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Hasta el punto que el hombre se encuentra incapaz de superar eficazmente por él mismo los ataques del mal. Así que cada uno se siente como encadenado.
            El pecado se presenta como una esclavitud, una diminución para el hombre mismo, porque le impide conseguir su propia plenitud. A la luz de esta revelación encuentran juntos su razón última tanto la sublime vocación, como la profunda miseria, de las que también los hombres hacen la experiencia (GS 13).

 

FALSAS FORMAS DE LIBERTAD LLEVAN A LA ESCLAVITUD (R. H. 16)[327]

            La auténtica libertad tiene la exigencia de una relación honesta hacia la verdad: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32), que es también la advertencia para que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, o una libertad que no penetre toda la verdad sobre el hombre.
            Importante y necesaria es la libertad exterior, garantía de justas leyes civiles, pero más importante y preciosa es la libertad interior.
            En la raíz de la verdadera libertad debe estar siempre la libertad interior porque la exterior por sí misma no basta (2Cor 3, 17). Sólo los que viven según el Espíritu y que están guiados por una recta conciencia moral capaz de elegir el verdadero bien están preparados para hacerse verdaderamente libre. El hombre alcanza su dignidad cuando libre de cualquier esclavitud tiende a su fin con opción libre[328].
            Es verdad que el hombre de hoy tiene muchas cosas, pero también es verdad que esas muchas cosas “le tienen” a él (esclavo). El hombre llega así a ser mísero cuando se hace esclavo de las cosas.

 

EL PECADO COMO ALIENACIÓN

            Aunque de hecho constatamos la existencia del pecado en la vivencia moral de los hombres, podemos preguntarnos: ¿Es la vivencia y noción del pecado una realidad o una alienación? El hombre es un “animal de realidades” (J. Zubin), pero también es un poderoso constructor de superestructuras alienantes (Marx y Freud).
            El pecado no es sólo un mal para el hombre, sino para la humanidad. La negación y la desintegración de la historia humana es negación y desintegración de la Historia de Salvación y de la presencia de Cristo en ella (Mt 25, 31-46). El pecado es la negación de la Esperanza escatológica operante dentro de la historia humana. La negación de la Esperanza se traduce en la individualización de las personas y de los grupos: la cerrazón dentro de ellos mismos engendra el egoísmo y el egoísmo la desintegración y la alienación. El pecado no une, sino dispersa. Dispersión que es la alienación del hombre por el hombre. El mal del mal se manifiesta en una síntesis de falsificaciones: la mentira de las síntesis de las totalizaciones violentas, las totalizaciones a nivel cultural, político o eclesiástico.

EL PECADO COMO TRANSGRESIÓN DE LA LEY ETERNA (definición tradicional Agustiniana)
            Ninguna definición del pecado ha tenido tanta influencia como la de San Agustín[329] “un dicho, hecho o deseo contra la ley eterna”, como también recogería Sto. Tomás[330].
Esta definición incluye dos elementos esenciales en la realidad del pecado:
·         el elemento material: la sustancia del acto humano en cuanto dicho, hecho o deseo;
·         el elemento formal: la razón propia del mal en cuanto ir en contra de la ley eterna.
            Habrá que considerar que la ley, como ya hemos dicho (ver mandamientos), no es sólo una norma impuesta desde el exterior que frena o limita la libertad (o, legalista), sino que más radicalmente es una dimensión que estructura el ser humano en sí mismo y orienta y estimula su desarrollo[331].
            S. Agustín sitúa el pecado como transgresión del orden natural inviolable, invariable, aunque corre el peligro de entenderlo como transgresión o ruptura de una norma o ley con una orientación legalista de la culpabilidad.


EL PECADO COMO AVERSIÓN DE DIOS Y CONVERSIÓN A LAS CRIATURAS

            También se tienen otras formas de concebir el pecado en la teología Agustiniana: “procurar los bienes temporales despreciando los eternos”[332], “usar de cosas de que debemos gozar y gozar de las cosas que debemos usar”[333], “apartamiento de Dios y conversión a las criaturas”[334]. Para algunos esta última sería la definición más acertada sobre el pecado (M. Hufter).
            Para S. Agustín el hombre es una tensión de deseo. El corazón humano vive en una inquietud radical de búsqueda. El pecado es la distorsión o el mal encauzamiento de ese deseo radical; en lugar de orientarse hacia Dios, el corazón se convierte hacia los bienes creados (cambio del objeto del amor). Si bien esta visión tiene la ventaja de adecuarse profundamente a la experiencia psicológica en cuanto proceso antropológico y tiene la desventaja de ser interpretada en términos individualistas dejando al margen la dimensión social.

EL PECADO COMO ACCIÓN DESORDENADA (definición escolástico-tomística)
            La definición tomista, aun aceptando los planteamientos agustinianos, tiene sus matices propios. La noción de pecado está condicionada por la comprensión que se tiene de todo el ser moral. Sto. Tomás presenta la moral como ciencia de los actos humanos, diferencia lo universal y lo particular: el fin de la vida moral lo constituye la bienaventuranza.
            “El pecado es un acto humano malo. Acto humano en cuanto voluntario y malo en cuanto carece de la medida obligada que siempre se toma en orden a una regla. La regla de la voluntad humana es doble: la razón y la ley eterna que es como la razón del mismo Dios” (S. Tomás)[335].
            El pecado se concreta pues en la acción desordenada a una norma inicialmente de carácter racional humano, pero que en segundo término tiene un carácter religioso trascendente. Si bien corre también el peligro en la vida moral de dividir de tal modo el comportamiento humano pecaminoso que pierda el sentido de referencia a la totalidad de la persona. Hoy en día se busca superar la moral de actos por una moral de actitudes, de opción fundamental.

 

LA VISIÓN PERSONALISTA COMO DIVISIÓN DEL HOMBRE EN SÍ MISMO

            Al separarse el hombre de Dios también se separa del propio hombre en cuanto que el hombre sufre la locura de invertirse, de convertirse para sí mismo en Dios. El hombre peca al parodiar a Dios y pretender ser para uno mismo su propia norma y regla. De ahí que todo pecado prolongue y reproduzca de una u otra forma el pecado original. Pecar es rehusar permanecer en la propia condición de criatura. Pecar es rehusar la propia condición de hombre. El pecado desde una perspectiva personalista es un no que el hombre dice y hace:
no al Dios personal,
no al hombre,
no a la comunidad,
no a la propia vocación histórico-cósmica.
            El pecado se conceptúa como división del hombre en sí mismo y deformación humana[336].

LA VISIÓN ECLESIAL

            La noción eclesial aparece como una perspectiva muy marcada en la noción y vivencia dentro de la comunidad cristiana y su visión eclesial[337]. El Concilio. Vaticano II reconoce el pecado dentro de la propia Iglesia: la Iglesia acoge en su propio seno a pecadores y se declara al mismo tiempo santa y necesitada de purificación.
            El pecado no sólo hiere al hombre sino a la Iglesia y a todo el Cuerpo de Cristo (LG 8)[338].
            K. Rahner hace un estudio de esta visión eclesial del pecado a la luz del Vaticano II[339].
            El horizonte del pecado se debe de abrir a unas perspectivas cristológicas eclesiológicas y escatológicas para ser valorado en su dimensión más profunda. La confesión del pecado ante Dios que se revela en Cristo tiene una llamada a la salvación que se realiza en la reconciliación que Dios Padre nos otorga en Cristo mediante el Sacramento de Reconciliación con un marcado carácter personal y eclesial.






3 BIS. -EFECTOS DEL PECADO

 

 

a) DENTRO DE NOSOTROS: (confusión, contradicción, GS 83)

            No estoy en paz conmigo mismo. Estoy en contradicción conmigo mismo. No tengo correlación entre lo que pienso, digo, hago; entre sentimientos y expresión externa. No logro expresar mis sentimientos como quisiera. Tengo que tragar y reprimir, y esto a lo largo me desgasta y me deprime. No me entiendo, siento por dentro tanta confusión. Esta es la radiografía de lo que sentimos dentro de nosotros. Sentimos el peso de vivir con nosotros, dentro de nosotros. Rechazamos el silencio, tenemos miedo de nosotros mismos.
            Hemos perdido el sentido de la vida, de la verdad, de la belleza, de la contemplación, del misterio, del asombro, del respeto, de la inocencia, de la pureza. Nosotros decimos que no ven nada, no escuchan nada. Estamos cansados, hartos. ¿Dónde está la pureza de corazón? Los limpios de corazón verán a Dios (Mt 5, 8). Hay algo que tenemos dentro que ha corrompido todo.

 

b) CON LOS DEMÁS (GS 85)

            El peso de la comunicación en la relación de pareja y en la relación padres-hijos y en la relación comunal, vecinal es tan proverbial que consideramos excepciones aquellas parejas o aquellos padres o familias que dicen de no tener problemas: (el tercio de las uniones matrimoniales fracasadas; crisis de las relaciones de pareja, divorcio). Es verdad que hay momentos comunicativos también entre padres e hijos sobre todo en los años de la infancia y de la adolescencia. Pero son tan pocos estos momentos bonitos en comparación con todo el resto de la vida y del mundo… ¡Cuántos deseos frustrados de comunicar, de amar! ¡Cuánta amargura y también rabia de no saber vivir, compartir entre nosotros, alrededor de nosotros y dentro de nosotros! ¡Hay algo que nos rompe por dentro!

 

c) EN LA SOCIEDAD (LG 11)[340]

            Las experiencias de dificultad en el compartir son tan grandes que casi nos hemos resignado a una conflictualidad permanente entre grupos o bloques con intereses distintos, tanto a nivel económico como a nivel cultural y, sobre todo, político. Como si viviéramos una cierta “neurosis social”. Hay un clima de total inestabilidad y de continuo conflicto que impide de disfrutar también de las cosas buenas que la vida y la sociedad también nos ofrecen. Rupturas dramáticas provocadas por la droga, por el SIDA, o por otros males, la conflictualidad que genera la guerra o al menos los bloques contrapuestos. Toda esta situación toma niveles altos, muy preocupantes, alarmantes en la sociedad siempre en conflicto con otras situaciones de nuestra enferma cultura occidental.
            La colaboración en el pecado llega a producir “estructuras de pecado” que son expresión y efecto de la suma de pecados personales induciendo a sus víctimas a cometer maldad. Constituyen un pecado social y provocan situaciones sociales e institucionales de pecado (R. P. 16)[341].

d) EN LA IGLESIA

            También la Iglesia aparece muchas veces con la falta de unidad y de comunicación. No pocas veces se comunica con dificultad en el interior pero también al exterior. El mutismo de fe que roza la parálisis es uno de los problemas más dramáticos de nuestra Iglesia.
            Cristo vive las amarguras de su Pasión (no en su humanidad histórica, es decir, en su cuerpo físico de hace veinte siglos, sino, como enseña la fe católica, en su Cuerpo Místico que es la Iglesia de la cual él es cabeza y nosotros miembros). Como somos conscientes de la Pasión del Cristo físico de igual manera la Pasión se perpetua en el Cuerpo Místico de hoy.
            Cristo no permanece indiferente ante la situación de la Iglesia y ante el dolor de tantos hijos que sufren las consecuencias de nuestro pecado personal y colectivo. La cruz de Cristo es consecuencia del pecado del mundo y de la justicia misericordiosa de Dios[342].

 

e) EN EL CUERPO DE JESÚS EN LA CRUZ

            Mucha gente hoy niega o ignora el pecado: el pecado no existe. Pero basta ver al mundo para ver sus efectos. Tanto sufrimiento, tanta miseria y odio en el mundo son los efectos del hombre sin Dios. La pasión y la muerte dolorosa de Jesús es la prueba de la seriedad del “no” a Dios.
            El hombre crucificado, torturado, lleno de sufrimientos y de dolor (Is 53, 8). La imagen de Jesús burlado es, en realidad, el rostro privado de su dignidad de cada uno de nosotros. Todos los hombre están llamados a ser hijos de Dios y reproducir la imagen de Cristo en su rostro. En esto consiste la dignidad nuestra, el sentido y la meta de la vida humana. Pero si destruimos esto rostro, ¿qué es el hombre?
            El hombre sin Dios es el hombre desesperado, sin esperanza, sin salvador. Es el hombre sin amor, sin sentido de vida, que sucumbe abocado a la muerte.

EL GRITO DE JESÚS EN LA CRUZ (Cf. Juan Crisóstomo)
            La muerte cruel de Jesús en la cruz es como un grito de Dios a cada uno de nosotros. Desde la cruz grita metiéndose en fila con todos los hombres “crucificados” en la tierra. “Cristo es un crucificado para mí en el mundo y yo soy un crucificado para el mundo (Gal 6, 14). Este grito de Jesús en la cruz resuena todavía hoy: “¡Tengo sed!” (Jn 19, 28). Este grito de Jesús no busca repetirse en los calvarios de la tierra. Es la llamada, la apelación el ansia del Cristo identificado con el pobre, el indefenso, el pecador, el enfermo el desesperado (Mt 25, 35). “Tu grito fuerte me turba, y me interpelan tus palabras; resuenan en el silencio interior y penetran como espada que traspasa (Hb 4, 12). Nos llama a quebrantar los instrumentos de muerte y a curar todas las plagas: “Los que éramos esclavos del pecado al servicio de la muerte, estamos llamados a salir de la esclavitud para vivir al servicio del amor (Rm 6, 19)[343].

 

LA LLAMADA DE JESÚS POR TU VIDA

            En la situación de nuestra sociedad el hombre poco a poco parece sucumbir a la droga y a la falsa búsqueda de la felicidad en la búsqueda del placer por el placer, del hedonismo y la sensualidad, del materialismo, del ansia del tener y del acumular, en la economía consumista y capitalista, del ansia de la apariencia, de la corrupción y codificación de todos los valores, del abuso del poder usando y manipulando a los otros sin ningún respeto de la dignidad más profunda de la persona humana.
            El grito de Jesús es para la salvación integral del hombre: NO MATES TU PROPIA PERSONA Y SUS VALORES E IDEALES MÁS PROFUNDOS, en el cual resplandezca la verdad, el amor, la fidelidad, la donación, la gratuidad, el servicio, la humildad, la valentía, la libertad, el compromiso, la tarea, el amor por la realización de nuestro proyecto de vida de acuerdo con nuestro destino en Cristo.

 

EL GRITO DE JESÚS POR LA VIDA DE LOS DEMÁS

            Los efectos del pecado no son solamente la destrucción de nuestra vida sino también la destrucción de la vida de los demás de nuestro mundo en todas las manifestaciones: destrucción de los valores morales y religiosos de la sociedad en la cual vivimos. Nos toca profundamente los actos de violación de los derechos de las personas sobre todo hacia los más indefensos: las mujeres, los ancianos, los niños. Nosotros debemos despertar de la inercia y la indiferencia en la cual vivimos, debemos caminar sin descanso en el compromiso continuo de la paz, en la solidaridad con nuestros hermanos.
            El grito de Jesús es el grito solidario por la vida de los otros, de los indefensos, de los marginados, de los pobres, de los oprimidos, de los humillados de este mundo. Nosotros debemos quedar en la solidaridad con nuestros hermanos y no renunciar a la búsqueda de la justicia de la fraternidad.

 

LA LLAMADA DE NUESTRO MUNDO

            Todos somos víctimas y responsables de la situación de nuestro mundo. En la ex-Yugoslavia, como en Irlanda del Norte. Después de la caída del muro de Berlín, se han levantado nuevos muros para separar no tanto los sistemas como las naciones. La recíproca hostilidad que divide pueblos antes capaces de convivir pacíficamente, se ha hecho por todo el mundo fuente de inquietud y manifiesto peligro. En un mundo que lentamente parece sucumbir a la tentación del indiferentismo, pasotismo, nihilismo, materialismo, desesperación, estamos llamados a construir un mundo nuevo, en el cual su continua y ordenada transformación no se confíe a la utopía del terrorismo, a la revolución violenta, a la carrera armamentística de la guerra y de la violencia, a la cultura de la muerte sino a la cultura de la vida y del Espíritu.

 

LA LLAMADA DE NUESTRA IGLESIA

            Los primeros llamados a dar una respuesta a esta apelación de SOS para nuestro mundo son los cristianos mismos como miembros del mismo CUERPO DE JESÚS que nos grita: “SÁLVAME POR TU AMOR” (Sal 6, 4; 54, 1; 59, 2; 69, 1; 86, 2; 109, 26; 119, 94). Nosotros debemos ser los primeros que respondamos con el ejemplo de nuestra vida en el compromiso de la construcción del Reino de Dios. El papel de los cristianos y nuestro testimonio ha de ser determinante y creíble para la construcción de la paz en todo el mundo. Como cristianos no podemos quedarnos en la indiferencia, no podemos resignarnos hacia situaciones de guerra, de violencia, de masacres, y violaciones de todos los derechos humanos. Nosotros debemos ser los anunciadores, los realizadores, los testigos de la esperanza cristiana, si miedos, sin titubeos, guiados por el amor y la fuerza del Espíritu Santo, “siempre dispuestos a responder a quien os pregunte la razón de nuestra esperanza” (1Pe 3, 14).
            De este modo nuestra vida será respuesta a la vocación de esta comunión con Cristo y con los hermanos[344].

 

LA DINÁMICA DEL PECADO

            El pecado convertido en un acto puede crear un hábito, una facilidad para el pecado por la repetición de sucesivos actos; así el pecado tiende a reproducir y a reforzarse creando toda una dinámica de pecado.
            El pecado crea una ruptura, un desorden, una desintegración profunda en la persona, rompiéndole la armonía entre deseos, reacciones y creencias, rompiendo con la unidad y rectitud de toda su personalidad conforme a lo que somos con nosotros mismos (Lawler)[345].
            La vida auténtica: la vida virtuosa se define por una integración o una estructura de concientización y adecuación de la vida desde una respuesta libre, responsable y llena de amor. Los actos llegan a desencadenar actitudes, inclinaciones y tendencias de las que el hombre cada vez se ve más cogido y privado de libertad, El pecado se manifiesta así, como todo un dinamismo que crece de forma progresiva desde dentro hacia fuera ocasionando la ruptura y la desintegración, corrupción del corazón y del propio hombre y la destrucción del mundo que lo rodea.

 

EL PECADO EMPIEZA POR DEBILITAR LA RELACIÓN CON DIOS

            Se empieza creando lazos y afectos desordenados hacia los bienes creados, de ahí resultan inclinaciones desordenadas. Inducidos a todas las criaturas anteponemos éstas en lugar del creador, cambiando lo que es transitorio por lo eterno: al Dios por los ídolos: Rm 1, 25 (L. Magno)[346].
            Nos entregamos a los bienes temporales y cambiamos la gloria del Creador por la gloria de la criaturas perdiendo el objeto y meta de nuestra esperanza. Los que han renacido en Cristo no nos entreguemos a los bienes temporales sino los eternos, habéis muerto al mundo y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 3).
            Afectados desordenadamente por deseos desordenados y pasiones de la carne perdemos la ordenada y moderada relación que debemos tener con las criaturas entregándonos a las apetencias de un corazón desordenado envuelto en toda clase de pasiones haciéndonos nosotros mismos esclavos del pecado.

 

EL PECADO DEBILITA LA CONCIENCIA

            Los vicios y malos hábitos llegan a oscurecer la conciencia y corromper la valoración concreta del bien y del mal: el sentido del bien y del mal es tan delicado, tan fino, tan fácil de complicar, tan fácil de oscurecer, tan impresionable por la formación tan predispuesta por la pasión y el orgullo, tan inestable en su curso, que en la lucha por la existencia en medio de los distintos ejercicios este sentido puede convertirse no sólo en el más alto de los maestros sino en el menos brillante (J. H. Newman)[347].
            El efecto del pecado es la ofuscación: se ofuscaron en sus vanos razonamientos (Rm 1, 21a). El orgullo lleva al hombre a cerrarse a la evidencia y verdad de Dios. La propia reivindicación de autonomía y autosuficiencia del hombre frente a Dios buscando su propia gloria y estima cambia la verdad de Dios por la mentira. Es necesario que el hombre de hoy si dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. Es él quien revela plenamente al hombre la verdad sobre sí mismo y le hace capaz de vivir su verdadera y plena vocación[348].

EL PECADO PRODUCE EL ENTENEBRECIMIENTO
            “…y su insensato corazón se entenebreció” (Rm 1, 25)
            La persistencia en decisiones pecaminosas pueden cegar nuestra conciencia (GS)[349], hasta perder la conciencia de bien y de mal. Cuando deja de reconocer al hombre al Señor como Creador y quiere el mismo imponerse como Señor, siendo el mismo quien decide con total independencia sobre lo que es bueno y es malo: “seréis como dioses conocedores del bien y del mal” (Gen 3, 5ss), el hombre se ve entonces inclinado a ceder al pecado y se ve dominado por la concupiscencia. Es inaceptable quien se hace a sí mismo criterio de verdad y quien se autojustifica sin apelar a Dios terminando por confundir todos los juicios de valor, terminando por adaptar la norma moral a las propias capacidades y a los propios intereses concibiéndose a sí mismo autor de su propia moralidad (VS)[350]. La pérdida de fe o su falta de relevancia para la vida lleva al hombre a una decadencia u oscurecimiento del sentido moral y acaba por una disolución de la conciencia de la moral (VS)[351].

 

EL PECADO LLEVA AL ENDURECIMIENTO

            El hombre poco a poco apartándose de Dios lleva a ver su proyecto como un ideal lejano imposible de practicar y trata por sí mismo de adaptarlo y proporcionarlo gradualmente a sus propias medidas y proporcionalidades: haciendo a Dios a su medida. La visión del seguimiento de Cristo y la norma de la Iglesia se concibe falsamente como demasiado difícil, exigente y prácticamente impracticable: algo totalmente falso[352]. Semejante creencia corrompe la moralidad del sujeto y de la sociedad entera creando la incredulidad sobre cualquier objetividad de la ley moral rechazando las prohibiciones morales absolutas terminando por confundir los juicios de valor[353].
            La mirada es el origen de la inteligencia de la teoría de la contemplación; “théoreia” en griego es ver, contemplar. El día que dejamos de ver, de contemplar regresamos de nuevo a mirar las sombras de la caverna (Emilio Nedó)[354].

 

EL PECADO PRODUCE LA FRUSTRACIÓN Y LA DESESPERACIÓN

            No es que haya límites para la misericordia de Dios, pero el hombre puede llegar a cerrarse deliberadamente a la misericordia divina. La mentalidad contemporánea parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende, además, a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra misma se la rodea de un carácter peyorativo, como la misma confesión, como quienes tratan de oponerse a toda experiencia de reconocimiento de la flaqueza del propio hombre. Esto termina produciendo en el hombre una desazón, desencanto, frustración profunda[355].
            El hombre puede llegar a sucumbir en el vacío y desesperación que le produce su propia situación. El hombre llega no sólo a no aceptarse a sí mismo sino a no aceptar la misericordia de Dios. Se incapacita así para descubrir la gratuidad de la misericordia y el perdón de Dios, llegando a quedar hundido en su propia miseria pensando de que Dios no puede perdonar su pecado. El hombre está llamado desde su pecaminosidad a abrirse por entero a su Redentor[356].





4. AMOR MISERICORDIOSO

 

 

DIOS TOMA LA INICIATIVA DE BUSCAR AL HOMBRE.

            Esta iniciativa de buscar al hombre se cumple de forma clara y plena en Jesús: “cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que compadecido, tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca”[357].
            Jesús con amor toca y sana al hombre incapaz de hablar y de escuchar (Mc 7, 1) y le ofrece, le da su amor, su don, el Espíritu Santo.
            En el don del Espíritu Santo le hace regresar a la comunicación divina y por lo tanto trinitaria. Al hombre delante de la consciencia de rompimiento y pérdida de identidad, Dios le da la posibilidad de convertirse, de cambiar de camino, de reconstrucción. El Padre bueno abre los brazos de la misericordia al hijo que ha decidido regresar a la casa paterna (Lc 15, 11-32). Es estando lejos de Dios y de su ley de vida que la persona siente que se le escapa de las manos la felicidad y al contrario reconoce que sólo en Él, en la “casa” en que vive (la Iglesia) puede alcanzar la bienaventuranza.

 

DIOS SOBRE LA CRUZ RECONCILIANDO AL HOMBRE.

            Es necesario que exista Alguien de cuyo amor no podamos dudar, que realice un gesto de amor irrefutable (capaz de recuperar nuestra confianza): éste es Jesús sobre la cruz.
            Es necesario que todas las relaciones humanas estén llenas de esta gratuidad que viene en abundancia de lo alto, del misterio del amor gratuito de Dios, del misterio de la muerte de Jesús por nosotros por puro amor y sin interés alguno propio. El misterio de la cruz es el culmen de la revelación del amor de Dios. Al trasluz de nuestra obra, de nuestro pecado, se revela con más fuerza el amor misericordioso de Dios, más fuerte, inmensamente más grande que nuestro pecado (Lc 15, 20). La cruz es la inclinación más profunda de Dios hacia el hombre. Es el toque, el beso de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia del hombre.

DIOS RICO EN MISERICORDIA (cf. Ef 2, 4)
            Dios es nuestro Padre, más aún es nuestra madre (amor particularísimo, único, singular). Dios no nos quiere hacer daño, lo único que desea es nuestro bien, lleno de ternura y de compasión. Dios sale al encuentro del hombre cuando éste se hace daño y se siente caído.
            El amor que sale al encuentro del hombre caído y que lo eleva de las más altas caídas se llama misericordia (amor puramente gratuito que surge del corazón compasivo de Dios, cf. DM 15).
            Todos los matices más ricos del amor se manifiestan en la misericordia del Señor: él es padre, también el esposo, también la madre que tendrá compasión infinita de sus hijos; “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho sin compadecerse de hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15). Incluso cuando el pueblo exasperado por la infidelidad se aleja del Señor, el Señor le sigue amando con ternura y amor generoso: “¿Cómo voy a dejarte Efraim, mi corazón está en mí trastornado?”.
            Cristo encarna y personifica esta misericordia de Dios, Él mismo es, en cierto sentido, la MISERICORDIA. (cf. DM 2)

 

EL HOMBRE NECESITADO DE MISERICORDIA.

            Cuando un niño está enfermo tiene “derecho” a ser amado, necesita, precisa, busca el amor de la madre[358]. Nosotros cuando sufrimos nuestros males tenemos “derecho”, el gran derecho de ser amados por el Señor. En la última parte de la encíclica RH se recuerda el derecho que todo fiel tiene de ser escuchado y reconciliado de una manera interpersonal.
            Es el derecho del hombre a un encuentro más personal con Cristo crucificado que perdona, con Cristo que habla por medio del ministro de la reconciliación y que dice “tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 5). Este es al mismo tiempo el derecho de Cristo hacia cada hombre redimido por El. Es el derecho a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento clave de la vida de la persona que es el momento de la conversión y del perdón.
            El sacramento de la penitencia es el medio que Dios ha dispuesto para saciar al hombre de la misericordia que provienen del mismo Redentor.

 

NO TEMER PRESENTARNOS A JESÚS PECADORES.

            “Dichosa culpa que mereció tal Redentor”. (lit. euc).
            “Dichosos nuestros pecados que dan a Dios motivo de que ejerza tanta virtud como resalta en Dios con el pecador ¿y dudaremos nosotros en arrastrar todos nuestros pecados ante tal redentor?” (Sta. Micaela del Stmo Sacramento).
            “Si hubiera cometido todos los crímenes posibles no dudaría ni un momento en acercarme a nuestro Dios porque sé muy bien que la multitud de mis ofensas no son sino una gota de agua en una montaña de brasa ardiente” (Teresa de Lisieux)[359].
            Soy necesitado de un corazón todo envuelto en ternura y compasión que me ama en medio de mis debilidades. Tú me amas incluso en mi pecado, por eso que no me abandonas. Me esperas, me llamas, sales a mi encuentro, cargas y sufres mi pecado, Él soportó nuestros pecados: “eran nuestras dolencias las que él llevaba” (Is 53, 4). ¿A dónde ir lejos de tu amor?, aún en lo hondo de la fosa también allí te encuentro (Sal 139, 7. 8).

 

DIOS JUSTIFICA GRATUITAMENTE AL PECADOR.

            El hombre incapaz de amar verdaderamente hasta el fondo, se ve curado y fortalecido. Se vuelve capaz del amor verdadero por la transformación del Espíritu que lo purifica. Si perdemos este punto de paso -el Espíritu que purifica gratuitamente y hace capaz de amar venciendo el egoísmo y el miedo a la muerte- ya no somos capaces de construir la comunidad cristiana. Conllevaría además, perder el sentido de la gratuidad de la salvación como don de Dios que no solamente perdona curando sino super-dona infundiendo un nuevo amor[360].
            La misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que vivamos por siempre con Dios pues sin Él no podemos hacer nada[361].
            “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó, y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 29-30).

 

JESÚS, EL BUEN PASTOR, SALE EN BUSCA DE LA OVEJA PERDIDA. (Lc. 15, 4).

            En la parábola del hijo pródigo, que muy bien podría llamarse del padre misericordioso, el padre sale conmovido al encuentro de su hijo (Lc. 15, 20).
            “En la parábola de la oveja perdida el buen pastor deja las noventa y nueve y marcha en busca de la perdida. Nosotros diríamos: “Total una, ¿qué más da teniendo aún 99?” El texto incluso remarca que las deja a la intemperie, en el desierto, con riesgo de perderlas. En esta imagen hay un cierto exceso, casi un tris de locura: una valoración extraordinaria de la importancia que Dios le da al uno, aún a uno sólo, aún el más pequeño pecador. Uno, uno sólo es suficiente para justificar todo el cuidado, la atención, la alegría de Dios. Por uno sólo sufre, no tiene paz, y hará todo lo que esté en su mano hasta encontrarla. Es el valor inmenso que Dios da a la persona, el valor inmenso de la dignidad de la persona humana. Una persona, tan sólo una, vale el precio de la vida de todo un Dios. A los ojos de Dios cada uno lo representa todo, lo vale todo”[362].
            Solamente el amor que llamamos misericordia es capaz de restituir al hombre a sí mismo (DM 14).

HASTA ENCONTRARLA (Lc. 15, 4)
            Si algo sorprende en nuestro Dios es su incansable compasión con, por el pecador. Dios no cesa de buscar y de salir al encuentro del pecador.
            No somos nosotros los que viéndonos débiles y pecadores nos encaminamos a Dios porque es cuando más nos puede el miedo y la indignación. Es el mismo Dios el que sale a nuestro encuentro y se abaja hasta lo profundo de nuestra realidad con una infinita compasión.
            Él se abaja a mi miseria, El se hace pecado por nosotros. El que no perdonó a su propio Hijo antes lo entregó por nosotros a la muerte. El que murió por nosotros, el que descendió hasta los abismos de los infiernos, el que levantó a los muertos de la fosa para resucitarles a la vida, el que intercede por nosotros a la derecha del Padre ¿no va a tener misericordia de nosotros? ¿Quien podrá separarnos del amor de Dios? (Rm. 8, 31)

CUANDO LA VE, LA RECOGE. (Lc. 15, 5).
            El amor misericordioso es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo compadecido por la miseria humana. El que es objeto de misericordia se siente recogido, no increpado; se siente perdonado, no humillado; se siente, en lo más profundo de su ser, amado y revalorizado; no se puede revalorizar “desde fuera”. Se valora tan sólo lo que se ama, lo que se espera, lo que se sufre. Jesús nos ama hasta el extremo de habernos esperado, sufrido, cargado con nuestras propias dolencias.
            El amor misericordioso de Dios no tiene comparación, no podemos encontrar algo que se le iguale. Si tuviéramos cuenta de nuestros delitos, nadie se atrevería a ponerse delante de Dios, más Tú eres el Dios del perdón, en Ti encontramos misericordia. Aunque me cubre la oscuridad y la tiniebla. aunque todo se haga tenebroso para mí, postrado en el seol allí también imploraría y te encontraría, allí también tu mano me aprehendería y tu diestra me levantaría y la noche se convertiría luminosa como el día.

Y LA PONE CONTENTO SOBRE SUS HOMBROS.

            En la parábola del Padre misericordioso, el Padre le echó los brazos al cuello y le abrazó efusivamente (Lc 15, 20).
            Es la alegría desbordante de Dios. Se subraya la alegría, el pastor invita a alegrarse con él. “Así habrá más alegría en el cielo por un pecador convertido que por noventa y nueve justos”
            El Padre misericordioso dirá “hagamos fiesta y alegrémonos”.
            Dios loco de amor es capaz de perder la cabeza por uno solo y tirar la casa por la ventana. La inmediata alegría es acoger al hijo pródigo cuando vuelve a casa, se expresa aún más plenamente con aquella alegría, con aquella festividad generosa respecto al designio de la herencia después de su vuelta porque con más honor y dignidad si cabe, es recibido. Los términos utilizados están llenos de profunda ternura, compasión y afecto. Le salió conmovido, le echó los brazos al cuello y lo besó. La felicidad del Padre está totalmente centrada en la humanidad y dignidad del hijo, perdida, denigrada y ahora levantada.

 

OH ABISMO DE MISERICORDIA

            ¡Cuán grande la inmensidad del amor de Dios! ¿Quién pudo medir su misericordia? ¿Quién se hizo digno de recibirla? ¿Quién le dio primero y qué podríamos dar para recibir o cambiar tan gran don y recompensa? (Rm 11, 34).
            Dios rico en misericordia por puro amor nos amó hasta el extremo (Ef 2, 4). Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitó y revistió de misericordia (Lc 1, 7-8). Estando nosotros condenados a muerte por causa de nuestros delitos nos amó sobreabundantemente en Cristo a fin de mostrarnos la sobreabundante riqueza de su gracia para que descubramos que esto no viene de nosotros sino que esto viene de Dios. ¡Hasta dónde el misterio de misericordia! hasta no sólo recibirla sino convertirla en misericordia. El fruto de la experiencia del amor misericordioso de Dios es algo impresionante. No sólo sana y libera al hombre del pecado sino que lo plenifica. En su amor transforma al hombre de tal manera que despertando en él su amor, le hace vivir la vida como don y regalo misericordioso de Dios (Lc 1, 17; Sal 89, 2).

RECIBIENDO SU CORAZÓN MISERICORDIOSO CONVIERTE LA MISERIA EN MISERICORDIA.
            En mi propia carne podrida y desde mi propia realidad él me levantó la mirada; con mis ojos le miré y se llenaron de luminosidad, de infinita misericordia. Él me llenó de misericordia y en mi corazón deshecho y roto, apagado y frío se encendió el fuego de su amor. Dichosos los miserables porque no sólo alcanzaron misericordia sino que se convertirán en misericordiosos.
            El perseguidor se convierte en anunciador, testigo y pregonero de la misericordia divina. La auténtica conversión a Dios consiste en abrirse y experimentar su misericordia infinita (DM 53). La conversión a Dios es fruto del reencuentro de este Padre mío en misericordia, que tanto ama al hombre que incluso en el pecado le ama con locura, revistiéndolo de misericordia. El auténtico conocimiento de la misericordia de Dios transforma al hombre y lo convierte, en lo profundo del corazón viciado del hombre, en un corazón como el de Cristo lleno de misericordia.

NADIE COMO EL PECADOR ESTÁ CAPACITADO PARA PROCLAMAR SU MISERICORDIA.
            “Doy infinitas gracias a Dios por haberme hecho objeto de su infinita misericordia, al llamarme a mí, perseguidor insolente, convertido en apóstol y ministro de misericordia. Yo fui quien primero encontré misericordia. Y quiso Dios en mí manifestarla para que yo a su vez la pudiera anunciar y manifestar a todos" (cf. 2Tm 1, 12ss.). Solamente el que se abre a saber recibir el don de Dios, se capacita para repartirlo (cf. DM 14).
            El apóstol es aquél que habiendo experimentado en su carne la misericordia divina, invita y exhorta a que todos los hombres se acerquen y experimenten la misericordia de Dios. “Dejáos reconciliar con Dios” (2Cor 5, 20). Acudid al que es la fuente de toda misericordia (Mt 11, 18). En ti Señor, somos enriquecidos y capacitados por tu infinita misericordia para ser también nosotros misericordiosos y ministros de misericordia.
            No existe otro cimiento, ni fundamento para el apóstol y misionero de Cristo que la confianza infinita en la misericordia de Dios, en el poder y fuerza de su misericordia para transformar y cambiar todos los corazones.

 

A QUIEN MUCHO SE LE PERDONA, PODRÁ MOSTRAR MUCHO AMOR (Lc 7, 47).

            Porque se le perdonó mucho y recibió mucho amor, pudo mostrarlo y testificarlo con sobreabundancia, con agradecimiento, con valentía.
            En la base de la misión de la Iglesia en todas las esferas, no hay más que “el sacar de las fuentes del Salvador”, esto es, el sacar de la fuente, (Is. 12, 3) el misterio de la misericordia de Dios revelada en Jesucristo.
            Este sacar de las fuentes del Salvador, no puede ser realizado de otro modo si no es en espíritu de aquella pobreza a la que nos exhorta el Señor después del perdón: lo que habéis recibido gratuitamente dadlo gratuitamente (Mt. 10, 8).
            No quita que, a través de pobres y pecadores, se manifieste aún todavía con más fuerza el poder del amor de Dios rico en misericordia[363].
            Dios ha querido manifestar su fuerza a través de la debilidad para que se muestre así con mayor evidencia que una fuerza tan extraordinaria viene de Dios y no de los hombres.
 
LA IGLESIA CONFIESA LA MISERICORDIA Y LA PROCLAMA (D. M.)[364]
            El hombre alcanza la plenitud y el cenit de su vida cuando experimentando la misericordia de Dios, se convierte en misericordioso confesándola y proclamándola. Es el atributo más estupendo del cristiano y de la Iglesia, del Creador y del Redentor.
            Esta es nuestra tarea: acercar a todos los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador. La Iglesia se hace pues, madre depositaria y dispensadora de la misericordia de Dios.

            ¡Oh si lográramos descubrir el don maravilloso del sacramento de la penitencia o reconciliación!

            El Señor Jesucristo médico y pastor de nuestras vidas, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (Mc. 2, 1, 12), quiso que su Iglesia continuase con la fuerza de su Espíritu Santo, su obra de curación y salvación en los propios miembros de la Iglesia[365]. Dios ha querido hacer sensible y palpable su acción misericordiosa.
            Los que se acercan al Sacramento de la Penitencia obtienen de Dios su misericordia. No solamente quita el pecado sino que da el don, el super-dón del perdón.

 

EL SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA

            La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones.
            El corazón humano se convierte volviendo nuestra mirada a nuestro Redentor[366] y acogiéndonos al trono de su misericordia: (Hb. 4, 16): mirando al que nuestros pecados traspasaron (Zac. 12, 10) (Jn. 19, 37).
            Sólo esta experiencia de encuentro profundo con el verdadero Amor de Dios cura, sana, libera, redime, transforma y convierte el corazón del hombre.
            Sólo Dios perdona: el Hijo de Dios tiene poder para perdonar los pecados (Mc. 2, 10).
            Jesús ejerce este poder divino como manifestación de su misericordia infinita y confiere este poder a los hombres que sean administradores de su misericordia en su nombre. (Mt. 16, 19) (Jn. 20, 21).
            Así el pecador es curado y restablecido a su comunión con Dios y en su comunión con los hermanos en la comunión eclesial[367].





[254] Cf. C.M. Martini, Lettera ai giovani. Pastorale della comunicazione e l’amore.
[255] id.
[256] Cf. E. Nedò, La filosofía en la vida. Álbum: letras y artes, p. 77.
[257] Cf. TERESA del Niño Jesús.
[258] Cf. E. Nedò, La filosofía
[259] Cf. D.H. 14.
[260] Cf. VS 62.
[261] Cf. Agustín, Confesiones X, 27.
[262] Cf. M. Vidal, Estructura de la culpabilidad etico-religiosa, p.63.
[263] Cf. L. Monden, Conciencia, libre albedrío, pecado, Barcelona 1968, 12-22.
[264] Cf. Kierkegard, Mi punto de vista.
[265] Cf. ZubiRI, en: J. Luis ARANGUREN, Ética, Madrid 1972, 53
[266] Cf. B. Häring, Pecado y secularización, Madrid 1974, 23-24.
[267] Cf. M. Vidal, Moral objetiva o moral subjetiva, Barcelona 1974, 563-575.
[268] Cf. GS 16; PÍo XII, Radio message on Rightly Forming Conscience in Christian Youth, 23 Marzo 1952, AAS 44, 271.
[269] Cf. I.E.C.: Conscience and Morality, n.11.
[270] Cf. Lawler- Boyle- May, Ética sexual, Pamplona 1992.
[271] Cf. P.C. 73.
[272] Cf. VS 4 (Veritatis Splendor).
[273] Cf. Id., 101.
[274] Cf. Tertuliano, Marc, 2, 4.
[275] Newman, Certain difficulties felt by Anglicans in catholic teaching”, London 1868, 250.
[276] LEÓN XIII, enc. Libertas praestantissimus.
[277] Tomás de aquino, Summa theologiae I-II.
[278] Leon XIII, Libertas praestantissimus.
[279] BaldUino de Canterbury, Tratado 6: PL 204, 466-467 Sobre el discernimiento de espíritus (L.H. vol. III, p. 256-7).
[280] J. Pablo II, Enseñanzas IX, 1 (1986) Congreso internacional de teología moral.
[281] Cf. Agustín, In Iohanni Evangelium Tractartus 26, 13: CCL 36, 266;
Jn 15, 3-5; 10, 10.
[282] Cf. V. S. 119; Cant 2, 1-3.
[283] S. Basilio Magno, De la regla monástica: la fuerza de amar, respuesta, 2, 1: PG 31, 909-910 (Lh vol III, 1913).
[284] Cf. GREGORIO de Nisa, Sobre el perfecto modelo del cristiano: PG 46, 283
(LH III 330-331).
[285] Cf. Id.; Ap 2, 20; Gn 1, 26. 9.
[286] Cf. Agustín, Ep. 211: PL 33, 97; Mt 26, 41; Ga 5, 7. 19-21; Mt 6, 22-23.
[287] Cf. Mt 12, 32-33; 5, 28; 12, 37; 15, 17-18.
[288] Cf. J. RIDICK, Un tesoro en vasijas de barro, p.80; Mt 25, 19; 6, 21.
[289] Cf. Id., 90.
[290] Cf. P. Cristanello, Psycosexual Maturity in Celibate Developomen; en: Review for Religions, p 37.
[291] Cf. Agustín, M.E. 1, 15, 25.
[292] Cf. Id., L 155, 4, 13.
[293] Cf. PÍo XII, Sacra Virginitas, 1954; 1Co 16, 15; 6, 19.
[294] Cf. CATECISMO de la Iglesia Católica (NCIC)., 2338: La integridad de la persona; aprendizaje en el dominio de sí.
[295] Cf. S. Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo. Comentario sobre la noche oscura del alma.
[296] Cf. Ga 5, 24; 1Co 9, 27.
[297] Cf. J Ridick, Un tesoro en vasijas de barro, Madrid 1988, 107-108.
[298] Cf. Francisco de Sales, Introducción a la vida devota 4, 7; Caesar Arelat, Sermón 41.
[299] Cf. Tomás de Aquino, In ep. ad Cor. 6, 3; Alfonso Maria de LIGUORI, La verdadera esposa de Jesucristo 1, 16; 15, 10.
[300] Cf. JerÓnimo, Contra vigilant: 16: PL 23, 352.
[301] Cf. Agustín, Le Sante Virginitate 54: PL 40, 418.
[302] Cf. Alfonso Maria de LigUori, Pratica di amare Gesù Cristo, 14, 7, 6.
[303] Cf. SV 27; MN 42.
[304] Cf. NCIC, n. 2521-2527.
[305] Cf Tomás de Aquino, In duo prececto caritatis et in decom logis praecepta. Opusculo teologia II n. 1129; Id., Suma Teologica I-II q.91-2; Catecismo de la Iglesia Católica # 1955; citas Mt 5; Gn 1, 26; Rm 2, 15.
[306] Cf Ambrosio, Examen dies IV, sermon IX, 8: CSEL 32, 241.
[307] Cf V.S. 10-12; Ex 19, 8-24; 20, 18-21; Lv 19, 2.
[308] Cf Agustín, In Iohannis Evangelium. Tratatum" 41, 9-10: CCL 36, 363; VS 13; NCIC2070.
[309] Cf NCIC, 2142; GS 24; Mt 22, 36; Mc 12, 24; Mt 19, 19; 1Jn 5, 1; 4, 20; 5, 2-3.
[310] Cf NCIC, 2069; Dt 6, 5; Lv 19, 18; Mt 22, 37-40; 19, 18; Rm 13, 9-11; St 2, 10.
[311] Cf J. CRISÓSTOMO, Incomprehens 3, 6; NCIC, 2168.
[312] Cf NCIC, 2197; Mt 7, 10-12; Lc 2, 50-52.
[313] Cf NCIC, 2253; DV introd. 5; 1, 1; Mt 5, 21ss.
[314] Cf NCIC, 2331; Persona Humana, 3; Donum Vitae: Instrucción de la Sagrada Congregación de la Doctrina para la Familia (SCDF) 22. feb. 1987 y 29 Dic 1975; Mt 19, 10.
[315] Cf NCIC, 2401; Populorum Progressio, 22ss de 1967; Sollicitudo rei socialis, 42 de 1987.
[316] Cf Ambrosio, De Nabathe 12, 53; PL 14, 747.
[317] Cf Tomás de Aquino, Sobre la propiedad ST II.II q 66 art 2; GD 69.
[318] Cf NCIC, 2464; Dignitatis humanae 2; Jn 14, 6; Rm 3, 4; Jn 8, 12; 1Pe 2, 1.
[319] Agustín, “Fide et symbolum" 10, 25; NCIC, 2514; 1Jn 2, 16.
[320] Cf NCIC, 2534; LG 42; Lc 6, 20.
[321] Cf VS 15, 16; Mt 5-7; 5, 17; Col 3, 4.
[322] Cf VS 2. 8. 19. 20; Mt 19, 16-21; Jn 19, 16-21; Jn 1, 9; 1Pe 1, 22; Jn 8, 32.
[323] MÁximo Confesor, Obras de Máximo Confesor, I Centuria 46-49, Vol II Filocalia.
[324] id.
[325] B. Lonergan, “Religious experience”. Thomás A. Dunne y Jean Mane Laporteeds.
[326] Rm 6, 17; Cf. Juan Pablo II, Mag., enc.: Redemptoris Hominis y Mensaje del Santo Padre a los jóvenes, 1991.
[327] Cf GS 16.
[328] R.H. 16.
[329] Agustín, Contra Faustum 1, 22, c. 27: PL, 42, 418.
[330] Tomás DE AQUINO, Suma teológica I-II, art. 6 de la q. 71.
[331] D, Mongillo, Peccato, en: Dizionario enciclopedico di teologia morale, Roma 1973, 688-689.
[332] AGUSTÍN, De libero arbitrio, c. 11: PL, 42, 105.
[333] Tomás DE AQUINO, De diversis quaestionibus 11: PL 32, 1233/”; Id., De Confesiones” IX, 4, 10: PL 32, 679.
[334] Tomás de aquino, De diversis quaestionibus ad Simplicium I, 18: PL, 40, 122; Id., De Civitate Dei” 12, 6: PL, 41, 354.
[335] Tomás DE AQUINO, Suma Teológica I-II, art. 6, q. 71.
[336] B. HÄRING, La ley de Cristo I, Barcelona 1968, 397-408.
[337] A. Peteiro, Pecado y hombre actual, Estella 1972, 368-375.
[338] L.G. 8, 11.
[339] K. Rahner, El pecado en la Iglesia, en: Iglesia del Vat. II, Barcelona 1966, 433-438.
[340] Cf NCIC, 1869, L.G. 11.
[341] Cf R.P. 16 y VI Sínodo de los Obispos, Roma oct. 1983, Osservatore Romano, ed. especial 6 nov. 1983, p. 12.
[342]Cf Revista Iglesia Mundo, N 274-275, Mar.-abr. 1984, pp. 6-8.
[343] Cf J. CRISÓSTOMO, Homilía 15, 6: PG 60, 547-548, Liturgia de las Horas, vol. 2, p. 1834.
[344] Cf. JUAN PABLO II: Mensaje a los jóvenes del mundo, 1991; y Mensaje de interpelación por la paz en Yugoslavia, Angelus.
[345] Cf Lawler- Boye- May, Etica sexual (Catholic sexual ethics), Pamplona 1992, 166.
[346] Cf León Magno, Sermón 7 en la Natividad del Señor 2, 6: PL 54, 217-218, 220-221 (LH vol III, p. 158).
[347] Cf J. H. Newman, Letter to the Duke of Norfolk, citada por la Conf. Ep. Irl. en: Concience and Morality, n.20
[348] Cf V.S. 8
[349] Cf GS 16 y P.H. 2
[350] Cf V.S. 105
[351] Cf Id., 106
[352] Cf Id., 103 y 119
[353] Cf Id., 104
[354] Cf E. Nedó, La filosofía en la vida, en: Album, letras, artes, Sept. 95, p.77.
[355] Cf D.M. 2.
[356] Cf R.H. 10.
[357] PLEGARIA EUCARÍSTICA IV.
[358] Cf JUAN PABLO I, Señor acéptame como soy, Kanisius Verlag. Friburg 1984, 7.
[359] Cf Teresa DE LISEUX, MS.C.F. y últimas conversaciones. en: JEAN LAFRANCE, Mi vocación es el Amor, Madrid 1985, 89-90.
[360] Cf C. M. MARTINI, El evangelizador en S. Lucas: El sentido del pecado, Bogotá 1992, 66.
[361]Cf AGUSTÍN, Trat. de natura et gratia 31, NBA III/2.
[362] Cf Id., 115-116.
[363] Cf D.M. 14.
[364] D.M. 13.
[365] Cf NCIC, 1421 y 1422.
[366] Cf Id., 1432.
[367] Cf Id., 1448.

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