SEMANA SANTA 2020
INTRODUCCION
Esta Semana Santa 2020 será una "Semana Santa" especial que nunca olvidaremos. No la podremos celebrar ni en los templos en las acostumbradas celebraciones ni en las calles con las tradicionales procesiones sino confinados en nuestras casas, ingresados en residencias y hospitales en medio de un clima de estupor y de dolor.
La invitación que recibimos es transformar nuestras casas en pequeñas iglesias domésticas para vivirla en un clima de hogar y de intimidad. El Papa nos invita a vivirla en dos claves: Crucifijo y Evangelio, Contemplando a Cristo en la cruz y leyendo las lecturas que cada día nos presenta la liturgia. Sin duda la realidad presente también nos invita a orara con la Pasión actual de Cristo hoy.
Este va a ser nuestro interés y nuestra propuesta. Para una lectura continuada del evangelio además del relato de la Pasión que nos presenta el evangelio del Domingo de Ramos invitamos a una lectura continuada de los cánticos del siervo.
Los cánticos del Siervo que se leerán durante la
Semana Santa nos ayudarán a comprender la identidad de Jesús. El Siervo quedará
enigmático en lo que anunció y contempló Isaías, y se revelará plenamente en la
Pasión de Jesús. Los apóstoles después de su Pasión y muerte harán una
relectura de fe para redescubrir en los cánticos de Isaías la figura de Jesús.
Los cánticos son utilizados en la liturgia para celebrar los misterios del
Señor en la Semana Santa:
Domingo de Ramos:Presentación del Siervo
Lunes Santo: Primer Cántico del Siervo.
Martes Santo: Segundo Cántico del Siervo.
Miércoles Santo: Tercer Cántico del Siervo.
Viernes Santo: Cuarto Cántico del Siervo
Los Cuatro Canticos revela varias facetas del
ministerio del mesías, esto es, el llamado ‘Siervo del Señor’. Siervo elegido y
amado, humilde, obediente, sostenido. Dichos cantos se encuentran en los
siguientes capítulos de Isaías:
• El primer
canto: Isaías 42:1-4
• El segundo
canto: Isaías 49:1-6.
• El tercer
canto: Isaías 50:4-10.
• El cuarto canto: Isaías 52:13-53:12.
¿Qué son los Cuatro Cánticos del Siervo de Yahvé? Son
cuatro poemas que se encuentran en el libro de Isaías, y que contemplan a un
misterioso Siervo de Dios que por su obediencia y sufrimiento, por su amor y su
entrega, va a ser el redentor del pueblo. Si tomamos la Biblia, anotamos estos
pasajes en el libro de Isaías. Primero 42, 1-9. Segundo 49,1-7. Tercero
50,4-11. Cuarto y principal: capítulo 53 entero.
Estamos en lo más puro, en lo más bello de la teología del
libro de Isaías. Son pasajes que no se pueden leer sino saboreándolos…,
paladeándolos con gusto, despacio, porque pronto advertimos que aquí hay un
divino misterio que toca el corazón: Mirad a mi Siervo,
a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco (Is
42,1).
Ese Dios soberano de la Biblia, ese que es el Todo Otro y el
más próximo, ese a quien Isaías llama “el Santo de Israel”, pero no con un
ejército avasallador y triunfante, sino con un Siervo Sufriente.
¿Quién es esta figura enigmática del Siervo?
¿Quién es este Siervo misterioso? Nuestros hermanos judíos
leen la Santas Escrituras y le dan un nombre a ese Siervo… También nosotros. He
aquí al Maestro de exégesis que escribe en la pizarra para explicar quién es el
Siervo:
-El Siervo es el mismo Israel, en cuando Israel doliente (no
un grupo de Israel).
-Un israelita: El Siervo es todo hijo de Israel.
-El Siervo es Uno de Israel.
-El Siervo es Jesús (Mt 12,15-17. 18-20)
-El Siervo es una sierva: la Sierva del Señor.
-El Siervo soy yo, proclamando la única Soberanía del único
Dios.
Es claro que san Mateo identificó al Siervo de Dios con
Jesús.
“Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran.
Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Mirad a mi siervo, mi
elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que
anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su
voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la
apagará…” (Mateo 12).
La liturgia se atiene a este criterio. Y en las
celebraciones de Semana Santa, como hemos indicado al principio, vamos
contemplando a Jesús meditando, frase por frase, los cuatro Cánticos del Siervo
del Señor. Yo soy el Siervo, asociado al Siervo que es Jesús. El mensaje está
claro: Dios Padre de amor salvó al mundo por los sufrimientos de su Hijo -no
por batallas, conquistas y triunfos-; y Dios cuenta conmigo para salvarme a mí
y a mis hermanos con la misma lógica: entrega silenciosa, sufrimiento, y, en
definitiva, amor. Amor gratuito, amor sin condiciones. El Amor sufriente salva
al mundo.
Reflexión sobre los Canticos del Siervo
Según los exegetas cristianos, el libro de Isaías habría
sido compuesto en realidad por dos o tres profetas diversos. Los textos del
«canto del Siervo» se encuentran incluidos en la parte que se adjudica al
llamado Deuteroisaías o Libro de la Consolación (cap. 49-55). Las
interpretaciones sobre a quién se refiere el escritor sagrado con el «Siervo de
Yahvéh» son muchas y discutidas, dado el carácter polifacético de la persona a
la que refiere: siervo, profeta, mártir, sacerdote y rey. En el cristianismo se
ha aplicado tradicionalmente este conjunto de profecías a Jesús de Nazaret.
El Siervo y lo que se afirma de él
Tres son las interpretaciones más comunes sobre a quién o
quiénes se deba referir el profeta cuando habla del Siervo de Yahvéh.
Interpretación colectiva, individual y misteriosa personalidad corporativa.
Algunos exegetas sostienen la tesis de una misteriosa personalidad «corporativa».
Esta hipótesis hace recaer la referencia del «siervo» en una personalidad
transhistórica que no correspondería a ninguna persona en particular sino a
varias a lo largo del tiempo y que solo alcanza su máxima aplicación en Jesús
de Nazaret y en la doctrina paulina de su Cuerpo místico.
La expresión Siervo de Yahvéh se ha referido a un personaje
anónimo como al pueblo de Israel o a uno personal como Jacob, Moisés, David,
Ciro, Job, Jeremías y finalmente Jesús. En la Iglesia cristiana primitiva, el
Siervo de Yahvéh fue identificado con Jesús. Así lo atestiguan algunos pasajes
de los Evangelios (cf. Mt 8, 17; Lc 22, 37; Jn 12, 38) y otros textos del Nuevo
Testamento (cf. Hch 8, 32; Rm 15, 21; 1P 2, 22). Los exegetas discuten si la
profecía deba aplicarse de manera literal o típica a Jesucristo ya que el texto
afirma que recibirá honores de parte de los reyes, es decir, gloria terrena,
que Jesús no recibió.
Unidad de contenido y lectura unitaria interpretativa
La misión profética del Siervo implica toda la tierra: este
tema se subraya a menudo y de particular forma en el segundo canto: «Oídme,
islas, atended, pueblos lejanos!» (Is 49, 1). Y es una misión tan particular
que no le ha sido confiada en algún momento de su vida, como a Abraham o
Moisés, sino «desde el seno materno» (cf. Is 49, 1.5).
La primera mención a una interpretación no mesiánica
la encontramos en Orígenes que comenta que los judíos niegan que el cuarto
canto del siervo pueda aplicarse al Mesías. San Jerónimo afirma en su
traducción de la Vulgata que los hebreos consideraban estas partes del libro
como una profecía autobiográfica de Isaías mismo. Con el tiempo las
interpretaciones se han ido variando pero lo constante es que nunca se ha dado
una interpretación unánime de su carácter mesiánico en el ámbito judío. Más
tarde se da un sentido colectivo referido a Israel a los textos que hablan de
los padecimientos del siervo.
En el Nuevo Testamento en muchas ocasiones emplea la
figura del Siervo para referirlo a Jesús. San Pablo incluso afirma que Cristo
tomó la forma de siervo. Así, los textos de las predicaciones en los Hechos de
los apóstoles en realidad, son usos de la expresión «siervo de Yahvéh» dado que
se acompañan del contexto del sacrificio expiatorio que es aceptado por Dios y
que le significa una glorificación.
Los padres de la Iglesia son unánimes al interpretar
los cantos del siervo como aplicados a Jesús. Incluso el capítulo 53 lo citan
por entero en sus obras referido a los padecimientos del Cristo, San Clemente
de Roma, San Justino, etc. Y lo mismo con los demás cantos por parte de Ireneo
de Lyon, Tertuliano, San Cipriano, etc. Así se ha mantenido también la
tradición exegética de las iglesias cristianas. La liturgia católica latina usa
los cantos del siervo en los días domingo de ramos, lunes, martes, miércoles y
viernes de la Semana Santa.
Reflexión actual
La interpretación más exacta, la pandemia ha convertido la
humanidad en la figura del siervo sufriente. El siervo sufriente que acoge la
vida de la humanidad entera. El Siervo Sufriente es mensaje de paz, perdón y
reconciliación. Pero en la Cruz Cristo lucha y vence la muerte, es promesa de
vida. Somos invitados a hacer visibles los rasgos del Siervo sufriente. En
medio de una humanidad asediada por el coronavirus. En tantos sanitarios,
luchando por la vida, tantos hombres de buena voluntad que en medio de la
tragedia son, alivio, consuelo, refrigerio.
DOMINGO DE RAMOS
Introducción
Celebramos este Domingo de Ramos como inicio de la Semana Santa. Esta
Semana Santa no habrá procesiones ni concentraciones, no alzaremos nuestras
palmas para entrar en procesión. Lo tendremos que celebrar en nuestras casas
confinados en medio de pesadumbre y dolor en comunión con tantos que están
sufriendo en, residencias, hospitales muchos luchando entre la vida y la
muerte. La humildad es lo que preside también la entrada de Jesús en Jerusalén
montado sobre la borriquilla y rodeado de toda una chiquillería y populacho
agitando palmas. No entra en una carroza real ni armado de armas para vencer
con la fuerza. Es así como quiere conquistar nuestros corazones.
Destaca en toda la Semana Santa contemplar a Jesús en su condición no
tanto de Rey sino de Siervo. Se presenta como un Rey frágil, indefenso, cuyo
cetro y corona va a ser de espinas y dolor. Jesús inicia su Pasón entrando como
una persona humilde dispuesto a afrontar el fracaso, el dolor, la muerte. Va a experimentar
el abandono, la negación, la traición de los suyos. Ante esa contradicción se
dona así mismo como pan partido. Se despoja de sus vestidos ante el asombro de
los suyos y se arrodilla ante ellos a lavarles los pies.
La invitación por parte de la liturgia es a revestirnos de Cristo, de la
humildad de Cristo, de su condición de servidor. Pensemos en estos días tantos
que tendrán que vivir esta Semana Santa
en completa soledad infectados por el coronavirus en los hospitales o
residencias y veamos también quienes están entregando la vida al servicio de
los más débiles e indefensos.
LA CONDICION DEL SIERVO
Homilía del Papa
Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo»
(Flp 2,7).
Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos,
donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo:
el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que
sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza
sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente
pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió
gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún
más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.
Tomando la condición de siervo
Pero, ¿cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama,
puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró
haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo
llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos
deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase
con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del
siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el
servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo
sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que
fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.
Hasta el extremo
El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más
dolorosas de quien ama: la
traición y el abandono, la muerte y la muerte en Cruz. La traición. Jesús sufrió
la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue
traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado»
(Mt 27,22).
Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por
la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones
pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre
que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo
profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede
porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de
quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera
imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.
Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos
daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez.
Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas.
Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que
nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas
veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar
ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo
que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré
generosamente» (Os 14,5).
Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para
que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de
levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi
infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con
tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.
El abandono.
En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).
Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido.
Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo
llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?” más lacerante:
“¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un
salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la
desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el
abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras
originales: Elí, Elí,
lemá sabaqtaní.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando
nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón
sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios
responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total,
la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo
por mí, por ti, para decirte: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu
desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de
servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces,
hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas
certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el
sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno:
“Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te
sostiene”.
¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta tal punto?
Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar
lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás.
El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando nos obliga a
tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir
que la vida no sirve,
si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo,
en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida
del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos
la gracia de vivir para
servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y
necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos
hacer.
Mirad a mi Siervo, a
quien sostengo.
El Padre, que sostuvo a Jesús en la
Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede
costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como
en la sociedad; puede parecer un vía
crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos
salvó y nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes,
en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos:
Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que
tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a
los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por
Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe
entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al
amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.
Reflexión
Jesús es un mesías, un rey
totalmente distinto al que esperaban. Deja claro de que su mesianismo no será
el del poder o la fuerza, sino el de la vía del amor, de la misericordia y de
la paz. Cuando las multitudes lo quisieron aclamar como Rey el se retiraba a un
lugar solitario. La invitación de Jesús y del Papa en este inicio de esta
Semana Santa es a revestirnos de esta humildad siguiendo los pasos del Siervo. Mirad
a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen
fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los
demás. Amar y seguir al Señor es servir. Ojalá no nos quedemos encerrados en
nuestras seguridades y nos sintamos llamados a servir a jugarnos la vida por
los demás. No tengáis miedo a servir a dar la vida a gastarla por Dios y por
los demás así la ganaremos la encontraremos con pleno sentido. La humildad y
aparente debilidad de Jesús nos deja ver cuál es su fortaleza. Jesús vive su
condición de hombre pobre y vulnerable que se apoya en su Padre. El hombre no
es Dios omnipotente. Ante el abandono de todos Jesús nos muestra que vive
apoyado en su abandono amoroso en el Padre. No estoy solo el Padre me ama y
está conmigo y yo he venido como su Siervo elegido a hacer su voluntad. El Hijo
se apoya totalmente en su Padre Dios.
LUNES SANTO
PRIMER CANTICO DEL SIERVO
Breve lectura del primero de los cuatro cánticos del Siervo
Sufriente Is 42, 1-7
Así dice el Señor:
"Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido,
a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a
las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña
cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente
el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra,
y sus leyes que esperan las islas. "Así dice el Señor Dios, que creó y
desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al
pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:
"Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he
cogido de la mano, te he formado, y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que
abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la
mazmorra a los que habitan las tinieblas."
Leemos este poema el lunes santo, a la vista de la pasión de
Jesús, y como profecía cumplida plenamente en él; pero el poema no habla sólo
de un cumplimiento que podemos dejar en el pasado, sino de un reclamo siempre actúa
de superar el exclusivismo religioso. Este bello poema que leemos como primera
lectura de la misa del lunes santo es el llamado "Primer canto del siervo
sufriente", parte de un conjunto de 4 poemas de tema semejante que se
encuentran repartidos en el libro de Isaías, entre los capítulos 42 y 53.
Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al
"Libro de la Consolación de Israel" (Is 40 a 55), debido a un profeta
anónimo que llamamos "Segundo Isaías. A pesar de la alegría y la esperanza
que trasluce su libro, el Segundo Isaías se formó en la escuela del
sufrimiento: su pueblo, Israel, estaba deportado desde hacía ya varias décadas.
Sin tierra, sin templo, sin culto, sin instituciones nacionales, rodeados de
una civilización pujante y arrolladora como era Babilonia, cuando la mayoría de
los que habían venido deportados o habían ya nacido en el exilio se habían
afincado, la existencia de Israel estaba amenazada de raíz, de simplemente
desaparecer tragados por el devenir de la historia.
Pero para poder entender a fondo este poema y el mensaje
general del Segundo Isaías, debemos atender a lo que anuncia centralmente: los
procedimientos de Dios son inesperados, Dios no puede ser manejado por
nuestros modos de entenderlo, Dios no redime al modo como nosotros queremos:
Frente a una religión de Israel que pretendía ser autosuficiente, y comprender
a Dios y expresarlo, el profeta anuncia: No gritará, no clamará, no voceará
por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo
apagará. Frente a un Israel que se pretendía a sí mismo elegido con
exclusividad ante los demás pueblos, dirá el profeta: "te he formado, y te
he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
La misión del Siervo
Hay tres grandes términos interrelacionados que describen la
obra del Siervo de Dios, a saber, traer justicia, restaurar, salvar y hacer
expiación por el pecado (53:4-6, 10-12). Por medio de la muerte expiatoria del
Siervo, el pueblo de Dios iba a ser librado de la opresión del pecado. “Por
su conocimiento, justificará mi siervo a justo a muchos” (53:11). Sorprendentemente,
el Siervo de Isaías no está únicamente interesado en restaurar al pueblo de
Israel (49:6) sino también a los gentiles (42:1, 4; 49:1, 6; 52:15). Es decir,
su ministerio de justicia, restauración, salvación y expiación tiene ramificaciones
internacionales.
La humillación del
Siervo
Aunque el Siervo de Dios ministra con la intención de
restaurar a los israelitas y a los gentiles, Isaías nos dice que sufrirá,
peleando contra el desánimo y la enemistad. “Yo dije: Por demás he trabajado,
en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas” (49:4). “Di mi cuerpo a los
heridores y mis mejillas a los que mesaban la barba; no escondí mi rostro de
injurias y de esputos” (50:6). “¿Quién contenderá conmigo? Juntémonos. ¿Quién
es el adversario de mi causa? Acérquese a mí” (50:8). “De tal manera fue desfigurado de los hombres
su parecer y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (53:14).
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en
quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo
estimamos” (53:3).
El carácter del Siervo
En medio de su humillación, el Siervo de Dios se comporta de
manera ejemplar. A diferencia del despótico rey de Asiria, el mesías será
humilde y compasivo (42:2-3; 53:7, 12), obediente (50:5), confiando en el Señor
(49:1-4; 50:7). Lo más llamativo de su carácter es que el mesías estará
completamente libre de pecado, “Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”
(53:9). Y de nuevo, “Justificará mi siervo justo a muchos” (53:11). El mesías
podrá soportar la humillación porque en cada paso será sostenido por su Dios
(49:2; 50:7-8). La unción del Espíritu es la señal indubitable de que el Señor
se alegra en su Siervo. “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogió, en
quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu” (42:1). Por
un lado, pues, el Siervo será desechado por los hombres. Pero por el otro, es
escogido por Dios y precioso.
La exaltación del Siervo
Dios, sin embargo, no se quedará contento con sostener a su
Siervo por medio del Espíritu. Después de la muerte expiatoria y sepultura del
mesías, su Dios se encargará de levantar su nombre en alto. “Te di por luz de las naciones, para que
seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (49:6). “Mi siervo será prosperado, será engrandecido
y exaltado, y será puesto muy en alto” (52:13). “Cuando haya puesto su vida en expiación por
el pecado, verá linaje, vivirá por largos días y la voluntad del Señor será en
su mano prosperada; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos”
(53:10-11). “Yo le daré parte con los grandes y con los fuertes repartirá
despojos” (53:12)
Reflexion
Toda la situación que vivimos con esta
pandemia nos deja ver nuestra vulnerabilidad. El hombre no es un ser
todopoderoso y omnipotente. Debemos de abandonar nuestra prepotencia y
revestirnos de humildad. Como ya hemos dicho la humildad y aparente debilidad
de Jesús nos deja ver cuál es su fortaleza. Jesús vive su condición de hombre
pobre y vulnerable que se apoya en su Padre. Ante el abandono de todos Jesús
nos muestra que vive apoyado en su abandono amoroso en el Padre. No estoy solo
el Padre me ama y está conmigo y yo he venido como su Siervo elegido a hacer su
voluntad. El Hijo se apoya totalmente en su Padre Dios.
Dios se manifestó como Padre
providente, formador y guía de su pueblo. Por su infinita misericordia formó al
pueblo que había elegido para enseñarles sus caminos y habituarles a vivir en
la tierra guiados por su Espíritu y llevándoles a una comunión más profunda con
El y con los demás hombres sus hermanos. El
Dios omnipotente que no necesitaba de nada, se hacía necesitado del hombre y le
concedía a este su comunión, a aquellos que sí necesitaban de Él. Así Dios les
proveía de todo lo necesario los amaba y los servía. El mismo manifestaba su
presencia en medio de ellos siendo su protector y guía en medio de los
turbulentos y difíciles días de peregrinación por el desierto.
No estamos solos ante la muerte. Podemos sentir la mano de aquel
que se hace cercano a nuestras vidas. El Siervo del Señor, en medio de gran
tribulación hará justicia entre los judíos y los gentiles, siendo sostenido por
el Espíritu de su Dios y será grandemente exaltado. El no se queda lejos. El no
esconde el rostro ante el pobre y afligido y nos libra de una muerte sin
sentido. Jesús se hace presente en los afligidos en medio de la soledad, el
desamparo. El viene a darnos una palabra de aliento cuando nos sentimos
derrotados.
MARTES SANTO
SEGUNDO
CÁNTICO DEL SIERVO Is 49, 1-6
¡Escuchadme,
islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh me llamó desde el seno materno; en las
entrañas de mi madre pronunció mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, me escondió en la
sombra de su mano; me hizo saeta aguda, me guardó en su carcaj. Tú eres mi
siervo (Israel), en quien me gloriaré. Ahora, pues, dice Yahveh, el que me
plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a
él, y que Israel se le una: “Es poco que seas mi siervo para restablecer las
tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te pongo como luz de
las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.
El
segundo cántico del Siervo
Se
trata de un anuncio maravilloso, de un nuevo noviazgo. Israel cual esposa
abandonada, estéril, sin hijos será repoblada y sus hijos se extenderán a
derecha y a izquierda. Dios entregó a sus hijos al exilio para disipar toda
duda. La figura del siervo se presenta como una comunidad, una persona elegida
por Dios bajo un designio misterioso para ser, un profeta, persona de palabra,
designada para una misión que se convertirá en luz de las naciones.
Destaca
el amor fiel de Dios para con el pueblo elegido, como madre para sus hijos, que
lo saca de la humillación y el desprecio. El siervo de Yahveh habla en primera
persona. Se presenta ante las naciones como el elegido de Dios. Dios
llama por su nombre al siervo antes de nacer. El siervo es llamado en primer
lugar a ser profeta de Dios. Dios pone en su boca una palabra, afilada
como una espada o como flecha bruñida. Es una palabra que alcanza a los que
están cerca y a los lejanos. El siervo, de momento escondido, actuará en
Babilonia y en las costas lejanas.
Antes
de que salga de su corazón el lamento, mientras se dice en su interior “por
poco me he fatigado, en vano y nada he gastado mis fuerzas”. Los siervos de
Dios, sus profetas, han fracasado en su misión de mantener a Israel y Judá
unidos entre sí y con el Señor. El destierro es la prueba de ese fracaso. Los
lamentos se oyen en boca de Jeremías (Jr 15,10-18; 20, 17-18) y en Ezequiel (Ez
2,4-6; 3,4-9; 33,30-33). Pero la misión, vista desde Dios, sigue en pie.
El calendario de Dios no tiene los días contados como el de los hombres.
La
misión se alarga y dilata. Lo que Dios va a realizar en favor de Israel le
glorificará ante todas las naciones. La luz de la salvación brillará para todos
los hombres.
Dios
no abandona a su Siervo, aunque le toque pasar por el sufrimiento. Se puede
recordar a José en Egipto y, más tarde, a todo el pueblo, liberado de la
esclavitud de Egipto. También ahora Dios se hace presente con la salvación en
la cautividad de Babilonia. Dios, por fidelidad a su amor, salva a su siervo
y los exalta por encima de reyes y príncipes.
Dios
salva a su Siervo, con el que lleva a cabo su obra salvadora. Se trata de un nuevo
éxodo con sus tres etapas: salir, caminar y entrar. Salir de
Babilonia, caminar de vuelta por el desierto, transformado en jardín, y entrar
en la tierra. Babilonia y Sión se unen por un camino allanado por el Señor.
En
Jerusalén, al ver confluir a sus hijos desde todos los rincones de la tierra,
se eleva un himno de gloria, en el que participan el cielo y la tierra. Sin
embargo, al escuchar las palabras de consuelo que Dios dirige a Sión, esposa de
su alma, ella se ve como esposa abandonada, que no ha podido proteger a
sus hijos; el enemigo se los ha arrebatado, llevándoselos como cautivos de
guerra.
Es
como si Dios ofreciera a Sión un nuevo noviazgo, en el que la colma de
joyas y le da un cinturón nuevo. Dios la corteja de nuevo (Os 2,16). Es la
renovación en la madurez, como la celebración de las bodas de plata o de
oro, pues el cinturón lo forman en este momento los hijos recobrados. Ese
es el adorno más glorioso para una madre. La corona de los esposos son sus
hijos en torno a la mesa de casa. Y son tantos los hijos recobrados que la
casa, la ciudad, resulta pequeña, estrecha para albergar a tantos.
Reflexión:
También nosotros en este tiempo de pandemia la Iglesia
aparece en el exilio de la desesperación y el desprecio como abandonada por
Dios y por los hombres. Dios promete restaurarla como nueva Jerusalén. Voy a
crear una nueva tierra y unos nuevos cielos. Cuando nos podemos sentir decaídos
y sin vida, Dios nos recuerda que no se ha olvidado de nosotros. Dios nos
promete su fidelidad y nos invita a mirara más allá. Dios nos invita a vivir
como pobres servidores en manos de Dios. Ante tantos enfermos abatidos, a los
que colaboran a compartir la enfermedad y la muerte, a los que se sienten
amenazados, agobiados, abatidos. No perdamos la esperanza. En medio de la lucha
por la salud y la vida, no desmayemos, no bajemos los brazos. Al atardecer de
la vida y de la historia nos encomendamos a Jesús el Siervo Sufriente. A Ti
Señor me acojo, no quedaremos defraudados. En estos momentos que nos sentimos
abatidos somos alentados para ser aliento para los más desalentados. Aunque no
podamos juntarnos a celebrar juntos como en otras ocasiones, podemos generar
confianza en torno a nosotros, más que nunca se precisa generar esperanza.
MIERCOLES SANTO
TERCER CÁNTICO DEL SIERVO
LECTURA:
Is 50, 4-9
El
Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que sepa decir al cansado una
palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como
los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me
resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis
mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro esquivó insultos y salivazos. Yahveh
me ayuda, por eso no me acobardaba, por eso endurecí mi cara como el pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado. Cerca está el que me justifica: ¿quién
disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante? ¡Que se
llegue a mí! He aquí que el Señor Yahveh me ayuda: ¿quién me condenará? Pues
todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá.”
El
siervo de Dios, en su misión profética, nos narra su vocación a llevar una
palabra de parte del Señor a los abatidos y cansados. El profeta es
siempre el hombre de la palabra. Pero la palabra cumple tareas diversas.
Jeremías, en quien se cumple este tercer canto del Siervo, recibe una palabra
“para destruir y edificar”. El Siervo que nos presenta ahora Isaías recibe la
palabra para consolar. Esta palabra no es suya, Dios se la confía cada mañana.
Dios
modela totalmente a su Siervo. Le da lengua de iniciado, le abre el oído para que escuche
como un discípulo. Antes de hablar recibe la palabra del Señor. El
Siervo, como Isaías (6,8), no opone resistencia a la llamada de Dios (Mc 10,32ss),
aunque la palabra de Dios signifique para él, como para Jeremías, cargar con el
rechazo de todos.
El
Siervo que carga con el pecado del mundo los señala Juan Bautista al encontrarse con Jesucristo (Jn
1,29), y nos lo describe Mateo en su cumplimiento pleno (Mt 26,67; 27,30). El
Siervo de Dios entra en el sufrimiento pues en medio de él experimenta la
ayuda de Dios, que lo hace más fuerte que todo dolor (Jr 1,18; Ez 2,8):
Dios
es el defensor de su Siervo. Confiando en Él puede afrontar tranquilo el juicio de los
hombres. Dios demostrará su inocencia. El Padre mandará a su abogado defensor,
el Espíritu Paráclito, a demostrar la inocencia de su siervo Jesús condenado a
muerte por los hombres en un juicio inicuo (Jn 8,33-34). También el discípulo de
Cristo puede confiar en que nadie le condenará (Rm 8,31-39). Apoyado en su
experiencia, el Siervo de Dios puede anunciar una palabra de ánimo para
cuantos, como él, ponen su confianza en el Señor:
A la
palabra de aliento para quienes confían en Dios acompaña la amonestación para
quienes ponen su confianza en sí mismos, en la lumbre de su mente. Su luz se
les transformará en incendio que les devorará. A cuantos buscan a Dios el
Siervo les invita a hacer memoria para encontrar la esperanza en la historia.
Del pueblo sólo queda un resto que vive lejos de Jerusalén, con la ciudad
arrasada y el templo incendiado. A este pueblo desconsolado le invita a mirar a
Abraham, de quien descienden. En ellos, aunque sean pocos, sigue viva la
promesa de Abraham.
Dios
urge a su pueblo a acoger su palabra, pues desea salvarlo. Pero quiere además
que la salvación llegue a todas las naciones y la salvación para el
mundo procede de Jerusalén, de Dios presente en su pueblo. El cielo y la
tierra, signo de estabilidad, en comparación con la salvación de Dios parecen
algo que se tambalea, su caducidad es manifiesta. El pueblo despierta de su
somnolencia con el anuncio de la salvación y se dirige a Dios, invitándolo
a despertar, como si hubiera estado dormido durante su exilio. Pero “no duerme
ni reposa el Santo de Israel” (Sal 121,3). Dios no duerme, pero el
hombre no siente su presencia y su acción porque se olvida de Él. No es el
Señor quien duerme, sino Jerusalén. Jerusalén está dormida, pero no con el
sueño normal, reparador de fuerzas, sino con el sueño del vértigo y borrachera.
Peor aún, no es borrachera de vino, sino de vino drogado. Y la droga es la ira
del Señor, que Él mismo ha suministrado a Israel. Dios ha suministrado la droga
a su esposa para calmarla, para curarla de sus infidelidades. Ahora el Señor la
sacude para que se despabile y despierte:
Dios
sigue sacudiendo a Israel para que se despierte y vista su traje de gala. Es la
hora de salir para la fiesta de la salvación. Comienza una etapa nueva y
gloriosa. Es la etapa de la libertad recobrada tras la esclavitud. Los gritos
de triunfo de los enemigos -Egipto, Asiria y Babilonia- han sonado en los oídos
de Dios como blasfemias. Su santo nombre ha sido profanado (Rm 2,24) al
humillar a su pueblo. Dios sale en defensa de su nombre. Para santificar su
nombre, Cristo nos rescatará “no con oro ni plata, sino con su sangre” (1P
1,18).
Reflexión:
Precisamente
a través de esos momentos difíciles Dios modela totalmente a su Siervo. Pide
al siervo oídos atentos a su voz, a su llamada, a su Palabra. Día tras día el
nos despierta y nos habla. Es muy importante esta actitud propia del discípulo
escuchar por la mañana tu Palabra y
mantener el oído abierto. El Señor nos confía la misión de alentar a los
que se sienten decaídos. Nada más actual que estas palabras: mi pueblo yace.
Tus hijos yacen desfallecidos en la esquina de todas las calles ¿quién te dará
el pésame? ¿quién te consuela? No debemos bajar los brazos. Sacúdete el
polvo, levántate, cautiva Jerusalén. El pueblo despierta de su somnolencia.
No podemos romper esta dependencia y obediencia a Dios para caer en otras
dependencias que nos esclavizan. Debemos permanecer en esta libertad de los que
se dejan guiar por el Espíritu de Dios.
JUEVES
SANTO
Introduccion
La celebración del
Jueves Santo este año tiene una peculariedad que la diferencia de otros años.
Debido a las medidas de confinamiento por el coronavirus no se celebra ni la
misa crismal que se pospone para otra ocasión, quizás en Pentecostés, ni
tampoco se realiza el lavatorio de los pies como caracteriza la celebración de
la institución de la eucaristía en la tarde.
Sin embargo nosotros
vamos a sustituir la misa crismal que se suele adelantar a los miércoles por la
alocución que hizo el Papa este miércoles en la catequesis especial para esta
Semana Santa en su audiencia general. En estos días, todos en cuarentena, en
casa, confinados, tomemos dos cosas en la mano: el crucifijo, mirémoslo; y
abramos el evangelio. Será para nosotros -por decirlo así- como una gran
liturgia doméstica porque estos días no podemos ir a la iglesia. ¡Crucifijo y
Evangelio!”.
El Papa Francisco
siguiendo la actitud de Jesús como Siervo enfatiza que amar es servir. Hoy
especialmente la liturgia contemplando el rostro del siervo lavando los pies.
ESQUEMA CELEBRACION DEL
JUEVES SANTO:
I LA MISA CRISMAL
II LA CENA DEL SEÑOR
I LA MISA CRISMAL
Catequesis del Santo Padre
En estas semanas de
preocupación por la pandemia que está haciendo sufrir tanto al mundo, entre las
muchas preguntas que nos hacemos, también puede haber preguntas sobre Dios: ¿Qué
hace ante nuestro dolor? ¿Dónde está cuando todo se tuerce? ¿Por qué no
resuelve nuestros problemas rápidamente? Son preguntas que nos hacemos
sobre Dios.
Nos sirve de ayuda el
relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. También
allí en efecto, se adensan tantos interrogantes. La gente, después de haber
recibido triunfalmente a Jesús en Jerusalén, se preguntaba si liberaría por
fin al pueblo de sus enemigos (cf. Lc 24,21).
Ellos esperaban a un
Mesías poderoso, triunfador con la espada. En cambio, llega uno manso y humilde
de corazón, que llama la conversión y a la misericordia. Y precisamente la
multitud, que antes lo había aclamado, es la que grita: “¡Sea crucificado!” (Mt 27:23).
Los que lo seguían, confundidos y asustados, lo abandonan. Pensaban: si esta es
la suerte de Jesús, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte, Dios es
invencible.
Pero, si seguimos
leyendo el relato de la Pasión, encontramos un hecho sorprendente. Cuando Jesús
muere, el centurión romano, que no era creyente, no era judío sino pagano, que
le había visto sufrir en la cruz, y le había escuchado perdonar a todos, que
había sentido de cerca su amor sin medida, confiesa: “Verdaderamente este
hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15,39). Dice, precisamente, lo
contrario de los demás. Dice que Dios está allí, que verdaderamente es
Dios.
Hoy podemos
preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero rostro de Dios? Habitualmente
proyectamos en Él lo que somos, a toda potencia: nuestro éxito, nuestro sentido
de la justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que
Dios no es así. Es diferente y no podíamos conocerlo con nuestras fuerzas. Por
eso se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua
se reveló completamente.
¿Y dónde se reveló completamente? En la cruz. Allí aprendemos los rasgos
del rostro de Dios. No olvidemos, hermanos y hermanas, que la cruz es
la cátedra de Dios. Nos hará bien mirar al Crucificado en silencio
y ver quién es nuestro Señor: El que no señala a nadie con el dedo, ni
siquiera contra los que le están crucificando, sino que abre los brazos a
todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar por
nosotros; el que no nos ama por decir, sino que nos da la vida en silencio; el
que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos trata como a extraños,
sino que toma sobre sí nuestro mal, toma sobre sí nuestros pecados. Y, para
liberarnos de los prejuicios sobre Dios, miremos al Crucificado.
Y luego abramos el
Evangelio. En estos días, todos en cuarentena, en casa, confinados, tomemos dos
cosas en la mano: el crucifijo, mirémoslo; y abramos el evangelio. Será para
nosotros -por decirlo así- como una gran liturgia doméstica porque estos días no
podemos ir a la iglesia. ¡Crucifijo y Evangelio!
En el Evangelio leemos
que cuando la gente va donde está Jesús para hacerlo rey, por ejemplo, después
de la multiplicación de los panes, él se va (cf. Jn 6:15). Y
cuando los demonios quieren revelar su divina majestad, los silencia (cf. Mc 1,
24-25). ¿Por qué? Porque Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que
la gente confunda al verdadero Dios, que es amor humilde, con un dios falso, un
dios mundano, espectacular, y que se impone con la fuerza. No es un ídolo.
Es Dios que se ha
hecho hombre, como cada uno de nosotros, y se expresa como un hombre, pero con
la fuerza de su divinidad. En cambio, ¿cuando se proclama solemnemente en el
Evangelio la identidad de Jesús?… Cuando el centurión dice: “Verdaderamente
era el Hijo de Dios”. Se dice allí, apenas cuando acaba de dar su vida en
la cruz, porque ya no cabe equivocación: Se ve que Dios es omnipotente en el
amor, y no de otra manera. Es su naturaleza, porque está hecho así. Él es el
Amor.
Tú podrías objetar: “¿Qué
hago de un Dios tan débil, que muere? Preferiría un Dios fuerte, un Dios
poderoso”. Pero, sabes, el poder de este mundo pasa, mientras el amor
permanece. Sólo el amor guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras
fragilidades y las transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro
pecado con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió
nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza.
La Pascua nos dice que
Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos confiar verdaderamente en
que todo saldrá bien. Y esta no es una ilusión, porque la muerte y resurrección
de Jesús no son una ilusión: ¡fue una verdad! Por eso en la mañana de Pascua se
nos dice: “¡No tengáis miedo!” (cf. Mt 28,5). Y
las angustiosas preguntas sobre el mal no se esfuman de repente, pero
encuentran en el Resucitado la base sólida que nos permite no naufragar.
Queridos hermanos y
hermanas, Jesús cambió la historia acercándose a nosotros y la convirtió,
aunque todavía marcada por el mal, en historia de salvación. Ofreciendo su vida
en la Cruz, Jesús también derrotó a la muerte. Desde el corazón abierto del
Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar
nuestras historias acercándonos a Él, acogiendo la salvación que nos ofrece.
Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la oración, esta semana,
estos días: con el crucifijo y con el evangelio. No os olvidéis: La liturgia
doméstica será esta. Crucifijo y Evangelio.
Abrámosle todo el
corazón en nuestra oración. Dejemos que su mirada se pose sobre nosotros y
comprenderemos que no estamos solos, sino que somos amados, porque el Señor no
nos abandona y nunca se olvida de nosotros. Y con estos pensamientos os deseo
una Santa Semana y una Santa Pascua.
Reflexión
La Pasión de Jesucristo
ilumina de forma especial estos días de pandemia y sufrimiento: “Contemplando a
Jesús en la cruz vemos el rostro de Dios”, que se revela “Omnipotente, pero en
el amor, porque Él es amor”. A Dios “no es posible conocerlo y alcanzarlo con
nuestro esfuerzo personal”, ha advertido. “Es Él quien ha venido a nuestro
encuentro y se nos ha revelado en el misterio pascual de Jesús, en su
muerte y en su Resurrección”. En la Cruz, en esa aparente derrota, Dios está
presente verdaderamente. Este tiempo de preocupación por la pandemia que está
afectando al mundo, “podríamos pensar que Dios está ausente, que no se
interesa por nosotros y por nuestro sufrimiento”. Sin embargo, ha asegurado
que ante estas preguntas “que afligen nuestro corazón”, “nos ayuda la narración
de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos”.
II CELEBRACIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR
Misa del Papa Francisco la tarde del Jueves
Santo:
Homilía del Papa Francisco: el don del sacerdocio
La
Eucaristía es servicio, es unción, la realidad que hoy vivimos en esta
celebración es que el Señor que quiere permanecer con nosotros en la
Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en tabernáculo del Señor,
llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que Él mismo nos dice que si
no comemos su cuerpo y no bebemos su sangre no entraremos en el Reino de los
Cielos.
Este
misterio del pan y del vino es el misterio del Señor con nosotros, en nosotros
y dentro de nosotros. Servicio, ese gesto que es condición para entrar en el Reino
de los Cielos. Servir, los unos a los otros. Lo vemos en ese intercambio de
palabras que ha tenido con Pedro le hace entender que para entrar en el Reino
de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que sea el siervo de Dios
nuestro siervo.
Esto
es difícil de entender: Si yo no dejo que el Señor sea mi servidor, que el
Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los
Cielos.
El
sacerdocio. Quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes:
desde los recientemente ordenados hasta los mayores, de los obispos… todos
somos sacerdotes. Somos ungidos por el Señor, ungidos para hacer la Eucaristía,
ungidos para servir.
Hoy
no se celebra la Misa Crismal, espero que podamos tenerla antes de Pentecostés.
Si no, la tendremos que trasladar al año que viene, pero puedo dejar pasar esta
celebración sin recordar a los sacerdotes, los sacerdotes que ofrecen la vida
por el Señor, sacerdotes que son servidores. Estos días han muerto más de 60
aquí en Italia, en la atención a los enfermos, en los hospitales, con los
médicos, con los enfermeros son los santos de la puerta de al lado, sirviendo
han dado la vida.
Pienso
también en los que están lejos. He recibido una carta de un sacerdote que me
habla de una cárcel lejana, narra como vive esta Semana Santa con los reos, un
franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí,
como me decía un obispo que la primera cosa que hacía cuando iba a los lugares
de misión era visitar la tumba de los sacerdotes que han dejado su vida ahí,
que han muerto por la peste de esos lugares, porque no estaba preparados, no
tenía anticuerpos, nadie sabe su nombre: sacerdotes anónimos, párrocos del
campo, que son párrocos de 4, 5, 6 ó 7 pequeñas aldeas, que van allí y conocen
a la gente. Una vez, uno me decía que conocía el nombre de toda la gente del
pueblo. “¿De verdad?” –Le pregunté yo–. “Incluso el nombre de los perros”. La
cercanía sacerdotal, buenos sacerdotes.
Hoy
los llevo en el corazón y los presento al altar. A los sacerdotes calumniados,
que muchas veces sucede hoy, y que no pueden ir por la calle, suceden cosas
feas en relación al drama que hemos vivido y que hemos descubierto a sacerdotes
que no eran sacerdotes. Algunos me decían que no pueden salir de casa con el
clériman y ellos continúan. Sacerdotes pecadores que junto con el Papa pecador,
no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar. Porque ellos saben que
tienen la necesidad de pedir perdón y de perdonar porque somos pecadores.
Sacerdotes que sufren alguna crisis y no saben que hacer, están en la
oscuridad. Hoy todos ustedes, queridos sacerdotes, están aquí conmigo en el
altar.
Queridos
consagrados: Solo les digo una cosa. No sean testarudos como Pedro, déjense
lavar los pies, el Señor es vuestro siervo, Él está cerca de ustedes para
darles la fuerza, para lavarles los pies. Que así, con esta conciencia de tener
necesidad de ser lavados perdonen con un corazón grande, generoso, de perdón.
Es la medida con la cual nosotros seremos medidos, con lo que tú has perdonado
serás perdonado, con la misma medida. ¡No tengan miedo de perdonar! Muchas
veces tenemos dudas: Miren a Cristo, ahí está el perdón de todos y sean
valientes, incluso en el arriesgar, en el perdonar.
Para
consolar, y si no pueden dar un perdón sacramental en ese momento, den la
consolación y dejen la puerta abierta. Agradezco a Dios por la gracia del
sacerdocio, todos nosotros. Agradezco a Dios por ustedes, sacerdotes, Jesús les
quiere bien. Solo quiere que ustedes se dejen lavar los pies
Reflexión
El
centro de la homilía improvisada del Papa y dirigida a os sacerdotes y
consagrados, lo ha puesto en la conciencia de tener necesidad de ser lavados
para poder amar y perdonar como Jesús: “¡No tengan miedo de perdonar!” ha
exclamado. “Miren a Cristo, ahí está el perdón de todos y sean valientes,
incluso en el arriesgar, en el perdonar”. Sus palabras han sido de aliento y
agradecimiento a quienes hemos entregado la vida a Cristo para servir. “Agradezco
a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros”, ha expresado el Papa.
Recordando la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el Pontífice se ha
dirigido principalmente a los sacerdotes, los “ungidos por el Señor, ungidos
para hacer la Eucaristía, ungidos para servir”, les ha dicho. “Quisiera estar
cerca de todos los sacerdotes: desde los recientemente ordenados hasta los
mayores, de los obispos, de todos”.
VIERNES SANTO
Introducción
El Viernes Santo es el último
día de la vida de Jesús de escuchar sus últimas palabras. Jesús es condenado y
sometido a los mas horrendos ultrajes y a la más horrenda muerte. Jesús no se
echa para atrás, nadie le quita la vida, la da, la entrega voluntariamente.
También nosotros vivimos este Viernes Santo cargado de dolor, en los corredores
de los hospitales, en las morges, en aquellos que no pueden despedirse de sus
seres queridos alejados de sus presencia y conforto. El Viernes Santo está
cargado de dolor, pero más fuete que el dolor resplandece su amor. El día del
amor más grande. Dediquemos en este día
a contemplar a Jesús en la Cruz. Fueron sus últimos momentos y sus últimas
palabras.
ESQUEMA:
I LAS SIETE PALABRAS
II LA CELEBRACION DE LA
MUERTE
III EL SANTO VIACRUCIS EN
NUESTRA NOCHE DE HOY
I LAS SIETE PALABRAS
Introducción:
Se trata de
escuchar las últimas palabras de Jesús en la Cruz:
·
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». ...
·
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». ...
·
«Tengo sed». ...
Hemos
querido incluso resumir las últimas palabras en siete:
·
Perdón
·
Contigo
·
Apoyo
·
Soledad
·
Sed
·
Compromiso
·
Sentido
En este tiempo de pandemia Jesús asume estas
notas tan vitales de nuestra condición humana cuando atravesamos por el dolor
la soledad, la necesidad de apoyo, compañía, de dar sentido al sufrimiento y la
muerte.
PRIMERA PALABRA
1. PERDON. Padre, perdónales porque no
saben lo que hacen (Lc 23,34)
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad,
cuando es violentada, grita pidiendo "justicia", buscando
"reparación", exigiendo "venganza"... pero, ¿perdón ?
Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz... porque eres capaz de
seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo
que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta
palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna:
el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar
en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de
las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite
que haya esperanza para él. Y atreverse a verlo es hermoso. Dios también me
sigue perdonando hoy, por cosas que en mi vida destruyen, rompen, hieren a
otros, a mi mundo... por mi pecado.
SEGUNDA PALABRA
2. CONTIGO. Hoy estarás conmigo en el
paraíso (Lc 23,43)
Una promesa que muchas gentes tienen que oír hoy. En cruces
injustas, en cruces pesadas; en realidades atravesadas por el dolor, la
soledad, la duda, la incomprensión o el llanto... ¿cómo sonarán esas palabras,
dichas desde la confianza de quien no tiene por qué mentir? Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hoy, porque los cambios, la nueva creación, la humanidad
reconciliada, no tiene que esperar más. HOY, ahora, ya...tal vez si no llega
ese hoy es por tanta gente que no decide, no opta, espera sentada...
Conmigo... Tengo que conocerte mejor, pues ese
"conmigo" me suena a promesa y despierta ecos de una plenitud que no
termino de entender.
En el paraíso... que no es un mítico edén, sino ese lugar en el
que no habrá más llantos, en que las lanzas serán podaderas, el niño y el león
jugarán juntos, habrá paz...
TERCERA PALABRA
3. APOYO. He aquí a tu Hijo: he ahí a
tu madre. (Jn 19,26)
Alguien para acompañarte en las horas difíciles. Alguien que te
sostenga en estos momentos trágicos. Alguien que comparta tu pérdida... y que
también estará en las horas buenas, que llegarán. Alguien que te cuide y a
quien cuides...
No estamos solos, ni en las horas más oscuras. Amigos, madres,
hijos, parejas, colegas. Y como creyentes, tenemos a más gente al pie de la
misma cruz, a innumerables hombres y mujeres de Iglesia que han sido y son
compañeros de camino, de esfuerzo, de lucha, de errores, de búsquedas y de
amor.
CUARTA PALABRA
4. SOLEDAD. Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? (Mt 27,46)
¿Quién no tiene momentos de noche oscura? De depresión, de
inseguridad, de absoluta incertidumbre... Esos momentos en los que parece que
todas tus opciones han sido equivocadas, que cada decisión te ha llevado por un
sendero erróneo. Esos tiempos en que te muerde la soledad, el fracaso, la
miseria propia y ajena. ¿Quién no tiene momentos de escepticismo, de
sinsentido, de amargura? ¿Quién no se pregunta, tal vez por un instante fugaz
pero punzante, dónde está Dios ahora? La duda no es inhumana, ni el enfado, ni
el miedo... El reto está en no ceder, en no creer que todo ha sido una mentira.
El desafío es no abandonar, no rendirse, no capitular en esos momentos.
QUINTA PALABRA
5. SED. Tengo Sed... (Jn 19,28)
Grita el hombre con la garganta reseca. Quiero justicia, clama
la joven utilizada en los burdeles del mundo. "Pan", pide el niño con
la barriga inflada de aire y de hambre. Paz, exclama el testigo de atrocidades
sin fin. Amor, pide el muchacho solitario por ser extraño. Casa, sueña el
mendigo que duerme en un banco. Trabajo, suspira una joven que se siente
fracasar. Libertad, escribe el presidiario en sus poemas. Salud, recita el
enfermo desde su cama... Voces de pena, voces de llanto, voces que reflejan los
dolores del mundo. Hay alaridos, y también susurros, todos cargados de pena. Tu
voz en la cruz recoge todos esos aullidos de la humanidad rota. Y no hay
explicación. No hay sentido. No hay justicia. Sólo un grito más: "Basta
ya".
SEXTA PALABRA
6. COMPROMISO. Todo está cumplido.
(Jn 19,30)
Qué suerte acostarse cada día y poder mirar atrás y decir:
"estuvo bien". Qué alegría cuando uno siente que ha hecho lo que
tenía que hacer. Sí, mañana de nuevo comenzará el esfuerzo diario... pero al
menos por ahora está hecho. Al menos por ahora puedo recostarme en silencio, y
siento que he podido... Todos tenemos nuestras luchas pequeñas o grandes,
nuestros compromisos que nos cuestan sudor y a veces lágrimas, pero que
queremos vivir... y cada día tiene algo de tarea y misión. Y cada año, y cada
etapa del camino... Ojalá pueda, a veces, aun cargado de ingenuidad, mirar
atrás y sentir que las cosas se van cumpliendo, y reposarme en ti.
SEPTIMA PALABRA
7. SENTIDO. En tus manos encomiendo mi
espíritu. (Lc 23,46)
No sólo el día de la muerte, sino cada día. En este mundo que en
todo busca seguridades, que en todo quiere tener salvavidas. En este mundo que
me invita a tener siempre cubiertas las espaldas...quiero arriesgar, apostar
por ti y tu proyecto y tu Reino. Quiero saberme confiado, atravesar tormentas o
espacios serenos, sintiendo que en tus manos voy protegido. Que tus manos
curan, acarician, sanan, acunan, sostienen... firmes y tiernas a la vez.
II LA CELEBRACION DE LA
MUERTE DE JESUS
Introducción:
Este Viernes nos acercamos a contemplar el sufrimiento y la
muerte de Cristo en la cruz. En este momento de dolor e incertidumbre por la
crisis de la pandemia, crisis sanitaria y social que ha causado el coronavirus.
Dios participa en nuestro dolor para vencerlo, ha asegurado, es aliado nuestro,
no del virus.
La pandemia del coronavirus nos ha despertado bruscamente
del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del
delirio de omnipotencia”. “La cruz de Cristo”, ha
reflexionado sobre la situación actual, “ha cambiado el sentido del dolor y del
sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo,
una maldición”. Y ha recordado que “Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento
se ha convertido también, a su manera, en una especie de ‘sacramento universal
de salvación’ para el género humano.
En este tiempo más que nunca palpamos nuestra
vulnerabilidad, mortalidad. Sí, somos mortales. En este contexto, podemos
destacar algunos aspectos positivos de la pandemia: ¿Cuándo, en la memoria
humana, los pueblos se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos,
como en este momento de dolor. Nos hemos olvidado de los muros a construir. El
virus no conoce fronteras”.
Después de tres días resucitaré, predijo Jesús. El Viernes la
Cruz esconde un mensaje de esperanza: Nosotros también, después de estos días
que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de
nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida
nueva.
PRIMERA LECTURA: CUARTO
CANTICO DEL SIERVO
Primera Lectura: Is 52,13-53,12
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como
muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la
boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el
brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin
figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de
dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado
y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros
lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por
nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices
nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino; y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se
humillaba y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quien
meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados
de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con
los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,y entregar su vida como expiación; verá su descendencia,
prolongará sus años,lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los
trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo
justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una
multitud como parte,y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su
vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.
El viernes santo leemos el cuarto y último cántico
de Isaías acerca de la misteriosa figura del Siervo sufriente.
La lectura del cuarto cántico del Siervo sufriente
del Segundo Isaías nos sobrecoge, nos parece que al leerlo van desfilando ante
nosotros los momentos de la Pasión del Señor.
No es casual que ocurra eso: la pasión del Señor fue
meditada y profundizada por la primera Iglesia a la luz de textos del Antiguo
Testamento, y muy especialmente a la luz de este texto. Pero también es cierto
lo opuesto: este texto se vuelve especialmente claro al confrontarlo con su
cumplimiento en nuestro Señor. Posiblemente con ningún otro texto
"dialoga" la Pasión como con este poema; me atrevería a decir que más
incluso que con un salmo eminentemente de pasión como el Sal 22.
Este Cántico va a hablar del sufrimiento del Siervo,
incluso lo va a hablar con mucha mayor claridad y contundencia que en los tres
anteriores. Se diría que en este aspecto los cuatro poemas forman una escala:
en el primero se nos presenta la figura del siervo, su cometido, y el método
con el que lo intentará cumplir; en el segundo se abre el foco del misterio del
Siervo: su tarea afectará no sólo a Juda e Israel, sino a todas las naciones, y
aparece ya con una luz incipiente la cuestión del sufrimiento: él cree que no
consigue realizar el designio de Dios, pero Dios anuncia el cumplimiento, e
incluso lo exalta por encima de su carácter de siervo; en el tercero el propio
Siervo penetra en el misterio del sufrimiento como lugar de la salvación: él
mismo abre su oído para que le sea destilada en él, no la sabiduría de los
manuales, sino la sabiduría del dolor que salva.
En el cuarto cántico del Siervo se detallarán esos
sufrimientos, pero aparece una novedad: los que rodean al Siervo han
comprendido su obra, realmente por efecto del obrar del Siervo -¡por sus
sufrimientos!- el ser humano al que el Siervo se dirigía ha cambiado, se ha
vuelto capaz de algo nuevo. El cuarto poema habla del sufrimiento del Siervo,
pero no es una endecha sino un cántico triunfal: el dolor ha servido, ha
transformado a los hombres, que ahora comprenden.
Por eso el poema comienza con un grito de triunfo: «Mirad,
mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.». El cuarto canto comienza por
el final que había quedado abierto en el tercero: "Mirad, efectivamente el
Siervo consigue ser el verdadero discípulo que aspiraba ser. Sí, tiene
éxito".
¿Pero qué era lo que el Siervo/discípulo quería penetrar,
qué era lo que necesitaba "saber" para considerar que alcanza
ese saber? No el saber de los antiguos, lo dicho y repetido, sino un saber
nuevo: el valor salvador del sufrimiento, y eso sólo lo puede saber sufriendo.
El sufrimiento no se sabe escuchando hablar sobre él, sino sufriéndolo con
paciencia. Podemos leer mil libros sobre el dolor de muelas, pero sólo
sufriendo un dolor de muelas sabremos lo que es. Sobre muchas cosas hay saber
teórico, pero sobre el sufrimiento no hay saber teórico, su escuela es siempre
el sufrimiento mismo. Y puesto que él mismo ofreció la espalda a los que lo
golpeaban, la mejilla a los que tiraban de su barba, entonces el Señor puede
asegurar que el Siervo consigue su objetivo: realizar en él la revelación del
sufrimiento, el sentido total del sufrimiento.
A partir de aquí el poema avanzará unos versículos
contándonos lo que el Siervo tuvo que padecer, pero no lo cuenta como un
regodeo en el dolor, sino más bien como un "catálogo" de lo que ahora
ha adquirido por fin sentido por primera vez: el abandono, la fealdad, la
soledad, el aislamiento... todo eso lleva el Siervo en sus espaldas hacia su
triunfo, que ya ha comenzado.
Pero precisamente cuando el poema está catalogando los
dolores de este "varón de dolores" (53,3) se produce un fenómeno
aparentemente casual: ¡el poema cambia de sujeto! Había comenzado hablando el
Señor, para garantizar (y sólo él puede hacerlo) el éxito de su Siervo, pero en
53,1 aparece un plural que en principio puede ser ambiguo: "¿Quién creyó
nuestro anuncio?" Todavía podría ser que estuviera hablando el Señor, y
que usara un plural de majestad, como tantas veces Dios aparece hablando en
plural en la Biblia (por ejemplo, el famoso "hagamos al hombre a nuestra
imagen"). Sin embargo en la siguiente parte del verso dice "¿a quién
se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote..."
Está claro que el que habla, o más bien los que hablan ahora
no son el Señor ni el Siervo, sino un grupo que se va perfilando de a poco. El
efecto poético es el que experimentaríamos si escucháramos venir un coro por
una callejuela: primero escucharíamos confusamente, nos daríamos cuenta de que
hay varios, pero no sabríamos aun cómo esa voces conjugan entre sí; pero a
medida que se fueran acercando podríamos definir mucho mejor lo que oímos,
incluso podríamos determinar si cantan al unísono, o cómo se relacionan.
En "¿Quién creyó nuestro anuncio?" ese plural es
todavía vago y lejano, pero inexorablemente avanza, y pocos versículos más
abajo ya nos dicen: "Él soportó nuestros sufrimientos", y poco más
abajo: "sus cicatrices nos curaron". Ese plural se ha vuelto del todo
concreto: somos los que rodeamos al Siervo, que reconocemos no sólo que él ha
adquirido la sabiduría en el sufrimiento, sino que en él la hemos adquirido
todos. Su "éxito" es el éxito de todos, su "prosperidad",
la prosperidad de todos. Somos seres humanos nuevos, en el sufrimiento de este
Siervo. No en vano se pasa a la metáfora de la oveja.... pero es una metáfora
doble: él fue como una oveja, muda ante el esquilador, pero nosotros también
éramos como ovejas, sin pastor, errantes, siguiendo cada una su propio camino. Por
todo ello, el premio de este Siervo solitario, abandonado, aislado, no es sólo
la vida.... ¡que ya es mucho! es la propia multitud que habla de él, y que
queda incorporada a él: "Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo
una muchedumbre."
Y nuevamente sobre el final la voz del poema vuelve a ser la
del Señor, precisamente porque la promesa que se inaugura en los sufrimientos
del Siervo es demasiado grande como para que pueda ser garantizado por algún
otro. No basta que nos digan de terceras partes que por sus heridas fuimos
curados: es el propio Señor, ante quien fuimos curados, quien asegura la
eficacia de ese remedio, y la sobreabundancia de no ser ya más ovejas errantes,
sino estar incorporadas al rebaño de la oveja muda, vuelta ella misma -y para
siempre- el único Pastor. El cántico no nos presenta una expresión del
sufrimiento vicario y redentor: más bien pone a hablar al Salvador y a los
salvados, nos pone en diálogo con Dios, y ese diálogo, ese poder hablar con
Dios ("como un amigo con su amigo") es ya la salvación. Dios mismo
nos anuncia la grandeza de ese sufrimiento vicario, y nos descubre el secreto
inaudito, escondido desde la escena del Edén: era posible adquirir eso que
deseaba el primer ser humano, sólo que no se adquiría estirando la mano
cómodamente, sino que se recibe en la vicariedad, admitiendo ser nada, para que
Dios pueda realizar en cada uno de nosotros, lo de todos.
Reflexión:
También hoy más que nunca ante esta situación de pandemia
nos planteamos muchas preguntas. Quién podrá hoy creer que la Buena Noticia de
la salvación descansa en el Crucificado. Unos piden señales y otros sabiduría y
nosotros predicamos a un Cristo Crucificado escándalos para los sabios y los
poderosos. En el Crucificado vemos el amor extremo de quien ofreció su vida por
nosotros. Paga el precio de nuestro rescate con sus propias vidas. Pensemos en
las personas que han arriesgado hasta perderla vida por salvar a los
contagiados. Se trata los santos de la puerta de al lado, que no subirán a los
altares ni saldrán en los periódicos. No temieron la muerte dieron su vida como
Cristo por rescatar la del prójimo.
II LA ADORACION DE LA CRUZ
Homilía de Raniero Cantalamessa
«Tengo
proyectos de paz, no de aflicción»
San Gregorio
Magno decía que la Escritura cum legentibus crescit, crece con
quienes la leen[1]. Expresa significados siempre nuevos en función de las
preguntas que el hombre lleva en su corazón al leerla. Y nosotros este año
leemos el relato de la Pasión con una pregunta —más aún, con un grito— en el
corazón que se eleva por toda la tierra. Debemos tratar de captar la respuesta
que la palabra de Dios le da.
Lo que
acabamos de escuchar es el relato del mal objetivamente más grande jamás
cometido en la tierra. Podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: o de
frente o por detrás, es decir, o por sus causas o por sus efectos. Si nos
detenemos en las causas históricas de la muerte de Cristo nos confundimos y
cada uno estará tentado de decir como Pilato: “Yo soy inocente de la sangre de
este hombre” (Mt 27,24). La cruz se comprende mejor por sus efectos
que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo?
¡Justificados por la fe en Él, reconciliados y en paz con Dios, llenos de la
esperanza de una vida eterna! (cf. Rom 5, 1-5).
Pero
hay un efecto que la situación que se está dando nos ayuda a reflexionar en
particular. La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del
sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo,
una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado
sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece
no está envenenada? Es si Él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha
hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta
las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla
en el fondo de él.
Y no
sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano. Él murió por
todos. “Cuando yo sea levantado sobre la tierra —había dicho—, atraeré a todos
a mí” (Jn 12,32). ¡Todos, no sólo algunos! “Sufrir —escribía san
Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado— significa hacerse
particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas
salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo”[2].
Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su
manera, en una especie de “sacramento universal de salvación” para el género
humano.
¿Cuál
es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo
la humanidad? También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos.
No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los
positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar.
La
pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que
siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de
omnipotencia. Tenemos la ocasión —ha escrito un conocido Rabino judío— de
celebrar este año un especial éxodo pascual, salir “del exilio de la
conciencia”[3]. Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza,
un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la
tecnología no bastan para salvarnos. “El hombre en la prosperidad no comprende
—dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen” (Sal 49,21).
¡Qué verdad es!
Mientras
pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James
Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su
fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a
precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió
que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos
veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro,
estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él
estaba a salvo.
Así
actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra
tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos a no
engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra
orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus! “Tengo
proyectos de paz, no de aflicción”, nos dice él mismo en la Biblia (Jer 29,11).
Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten
igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus
consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros? ¡No! El que lloró un día por
la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad.
Sí, Dios “sufre”, como cada padre y cada madre. Cuando nos enteremos un día,
nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra él en la vida.
Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. “Dios —escribe san Agustín—,
siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en
sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal
mismo el bien”[4].
¿Acaso
Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella? No,
simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo,
sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres. Esto vale también
para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita.
Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente
diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de
libertad. Libertad de evolucionar según sus leyes de desarrollo. No ha creado
el mundo como un reloj programado con antelación en cualquier mínimo movimiento
suyo. Es lo que algunos llaman la casualidad, y que la Biblia, en cambio, llama
“sabiduría de Dios”.
El otro
fruto positivo de la presente crisis sanitaria es el sentimiento de
solidaridad. ¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones
se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento
de dolor? Nunca como ahora hemos percibido la verdad del grito de un nuestro
poeta: “¡Hombres, paz! Sobre la tierra postrada demasiado es el misterio” [5]. Nos
hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un
instante ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de
religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás cuando este momento haya
pasado. Como nos ha exhortado el Santo Padre no debemos desaprovechar esta
ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico
por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la “recesión”
que más debemos temer.
De las
espadas forjarán arados,.de las lanzas, podaderas.No alzará la espada pueblo
contra pueblo,no se adiestrarán para la guerra (Is 2,4).
Es el
momento de realizar algo de esta profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera
desde siempre la humanidad. Digamos basta a la trágica carrera de armamentos.
Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro
destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para
las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones:
la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado
de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y
de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.
La
Palabra de Dios nos dice qué es lo primero que debemos hacer en momentos como
estos: gritar a Dios. Es él mismo quien pone en labios de los hombres las
palabras que hay que gritarle, a veces incluso palabras duras, de llanto y casi
de acusación. “¡Levántate, Señor, ven en nuestra ayuda! ¡Sálvanos por tu
misericordia! […] ¡Despierta, no nos rechaces para siempre!” (Sal 44,24.27).
“Señor, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38).
¿Acaso
a Dios le gusta que se le rece para conceder sus beneficios? ¿Acaso nuestra
oración puede hacer cambiar sus planes a Dios? No, pero hay cosas que Dios ha
decidido concedernos como fruto conjunto de su gracia y de nuestra oración,
casi para compartir con sus criaturas el mérito del beneficio recibido [6]. Es él
quien nos impulsa a hacerlo: “Pedid y recibiréis, ha dicho Jesús, llamad y se
os abrirá” (Mt 7,7).
Cuando,
en el desierto, los judíos eran mordidos por serpientes venenosas, Dios ordenó
a Moisés que levantara en un estandarte una serpiente de bronce, y quien lo
miraba no moría. Jesús se ha apropiado de este símbolo. “Como Moisés levantó la
serpiente en el desierto –le dijo a Nicodemo– así es preciso que sea levantado
el Hijo del hombre, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15).
También nosotros, en este momento, somos mordidos por una “serpiente” venenosa
invisible. Miremos a Aquel que fue “levantado” por nosotros en la cruz.
Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano. Quien lo mira con fe no
muere. Y si muere, será para entrar en la vida eterna.
“Después
de tres días resucitaré”, predijo Jesús (cf. Mt 9, 31).
Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos
levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la
vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más
fraterna, más humana. ¡Más cristiana!
III VIA
CRUCIS
Introducción
Las
meditaciones del Via Crucis de este año han sido propuestas
por la capellanía del Centro Penitenciario de cumplimiento Due Palazzi de
Padua. Aceptando la invitación del Papa Francisco, catorce personas meditaron
sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, actualizándola en su propia vida.
Entre ellas figuran cinco personas detenidas, una familia víctima de un delito
de homicidio, la hija de un hombre condenado a cadena perpetua, una educadora
de instituciones penitenciarias, un juez de vigilancia penitenciaria, la madre
de una persona detenida, una catequista, un fraile voluntario, un agente de
policía penitenciaria y un sacerdote que fue acusado y ha sido absuelto
definitivamente por la justicia, tras ocho años de proceso ordinario.
Acompañar
a Cristo en el Camino de la Cruz, con la voz ronca de la gente que vive en el
mundo de las cárceles, da la oportunidad para asistir al prodigioso duelo entre
la vida y la muerte, descubriendo cómo los hilos del bien se entretejen
inevitablemente con los hilos del mal. La contemplación del Calvario detrás de
las rejas es creer que toda una vida se puede poner en juego en unos breves
instantes, como le sucedió al buen ladrón. Bastará llenar esos instantes de
verdad: el arrepentimiento por la culpa cometida, la convicción de que la
muerte no es para siempre, la certeza de que Cristo es el inocente injustamente
escarnecido. Todo es posible para el que cree, porque también en la oscuridad
de las cárceles resuena el anuncio lleno de esperanza: «Para Dios nada hay
imposible» (Lc 1,37). Si alguien le estrecha la mano, el hombre
que fue capaz del crimen más horrendo podrá ser el protagonista de la
resurrección más inesperada. Con la certeza de que «incluso cuando contamos el
mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio
del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio» (Mensaje del Santo Padre para
la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2020).
De este
modo, el Via Crucis se convierte en un Via Lucis.
Los
textos, recogidos por el capellán D. Marco Pozza y la voluntaria Tatiana Mario,
fueron escritos en primera persona, pero se ha optado por no poner el nombre.
Quien participó en esta meditación quiso prestar su voz a todos los que
comparten la misma condición en el mundo. En esta tarde, en el silencio de las
prisiones, la voz de uno desea convertirse en la voz de todos.
Oremos
Oh
Dios, Padre todopoderoso, que en tu Hijo Jesucristo. asumiste las llagas y los
sufrimientos de la humanidad, hoy tengo la valentía de suplicarte, como el
ladrón arrepentido:“¡Acuérdate de mí!”. Estoy aquí, solo ante Ti, en la
oscuridad de esta cárcel, pobre, desnudo, hambriento y despreciado, y te pido
que derrames sobre mis heridas el aceite del perdón y del consuelo y el vino de
una fraternidad que reconforta el corazón. Sáname con tu gracia y enséñame a
esperar en la desesperación. Señor mío y Dios mío, yo creo, ayúdame en mi
incredulidad. Padre misericordioso, sigue confiando en mí, dándome siempre una
nueva oportunidad, abrazándome en tu amor infinito. Con tu ayuda y el don del
Espíritu Santo, yo también seré capaz de reconocerte y de servirte en mis
hermanos. Amén.
PRIMERA ESTACION
Jesús
es condenado a muerte
*
(Meditación de una persona condenada a cadena perpetua)
Pilato
volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían
gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué
mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte.
Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima,
pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato
entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban
(al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo
entregó a su voluntad (Lc 23,20-25).
Muchas
veces, en los tribunales y en los periódicos, resuena ese grito: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!». Es un grito que también escuché referido a mí:
fui condenado, junto con mi padre, a la pena de cadena perpetua. Mi crucifixión
comenzó cuando era niño. Si pienso en ello, me veo acurrucado en el autobús que
me llevaba a la escuela, marginado por mi tartamudez, sin relacionarme con
nadie. Inicié a trabajar desde pequeño, sin tener posibilidad de estudiar. La
ignorancia pudo más que mi ingenuidad. Después, el acoso le robó destellos de
infancia a aquel niño nacido en la Calabria de los años setenta. Me parezco más
a Barrabás que a Cristo y, sin embargo, la condena más feroz sigue siendo la de
mi propia conciencia. De noche abro los ojos y busco desesperadamente una luz
que ilumine mi historia.
Cuando
estoy encerrado en la celda y releo las páginas de la Pasión de Cristo,
comienzo a llorar. Después de veintinueve años en la cárcel, aún no he
perdido la capacidad de llorar, de avergonzarme de mi historia pasada, del mal
cometido. Me siento Barrabás, Pedro y Judas en una única persona. Me da asco el
pasado, aun sabiendo que es mi propia historia. Viví años sometido al régimen
de aislamiento previsto por el artículo 41-bis (de la Ley del sistema
penitenciario italiano) y mi padre murió bajo esas mismas condiciones. Muchas
veces, de noche, lo oía llorar en la celda. Lo hacía a escondidas, pero yo me
daba cuenta. Ambos estábamos en una oscuridad profunda. Pero en esa no-vida,
siempre busqué algo que fuera vida. Es extraño decirlo, pero la cárcel fue mi
salvación. No me enfado si soy todavía Barrabás para alguien. Percibo en el
corazón, que ese Hombre inocente, condenado como yo, vino a buscarme a la
cárcel para educarme a la vida.
Señor
Jesús, a pesar de los fuertes gritos que nos distraen, te vislumbramos entre la
multitud de cuantos vociferan que debes ser crucificado, y tal vez entre ellos
estamos también nosotros, inconscientes del mal del que podemos llegar a ser
capaces. Desde nuestras celdas, queremos pedir a tu Padre por quienes, como Tú,
están condenados a muerte, y por cuantos quieren remplazar todavía tu juicio
supremo.
Oremos
Oh
Dios, que amas la vida, siempre nos das una nueva oportunidad a través de la
reconciliación para que gustemos tu misericordia infinita, te suplicamos que
infundas en nosotros el don de la sabiduría, para que consideremos a cada
hombre y a cada mujer como templo de tu Espíritu, y respetemos su
dignidad inviolable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
II SEGUNDA
ESTACION
Jesús
con la cruz a cuestas
*
(Meditación de dos padres cuya hija fue asesinada)
Los
soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a
toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que
habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los
judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las
rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le
pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo (Mc 15,16-20).
En ese
verano horrible, nuestra vida de padres murió junto a la de nuestras dos hijas.
Una fue asesinada con su mejor amiga por la violencia ciega de un hombre sin
piedad; la otra, que sobrevivió de milagro, fue privada para siempre de su
sonrisa. Nuestra vida ha sido una vida de sacrificios, cimentada en el trabajo
y la familia. Enseñamos a nuestros hijos el respeto por el otro y el valor del
servicio hacia el que es más pobre. A menudo nos preguntamos: “¿Por qué a
nosotros este mal que nos ha devastado?”. No encontramos paz; tampoco la
justicia, en la que siempre hemos creído, fue capaz de curar las heridas más
profundas. Nuestra condena al sufrimiento durará hasta el final.
El
tiempo no alivió el peso de la cruz que nos pusieron sobre los hombros, es
imposible olvidar a quien hoy ya no está. Somos ancianos, cada vez más
desvalidos, y somos víctimas del peor dolor que pueda existir: sobrevivir a la
muerte de una hija.
Es
difícil decirlo, pero en el momento en que parece que la desesperación toma el
control, el Señor nos sale al encuentro de diferentes maneras, dándonos la
gracia de amarnos como esposos, sosteniéndonos el uno al otro, a pesar de las
dificultades. Él nos invita a tener abierta la puerta de nuestra casa al más
débil, al desesperado, acogiendo a quien llama aunque sólo sea por un plato de
sopa. Haber hecho de la caridad nuestro mandamiento es para nosotros una forma
de salvación, no queremos rendirnos ante el mal. En efecto, el amor de Dios es
capaz de regenerar la vida porque, antes que nosotros, su Hijo Jesús
experimentó el dolor humano para poder sentir ante el mismo la justa compasión.
Señor
Jesús, nos hace tanto mal verte golpeado, despreciado y despojado, víctima
inocente de una crueldad inhumana. En esta noche de dolor, nos dirigimos
suplicantes a tu Padre para confiarle a todos los que han sufrido violencias e
injusticias.
Oremos
Oh
Dios, justicia y redención nuestra, que nos diste a tu único Hijo
glorificándolo en el trono de la Cruz, infunde tu esperanza en nuestros
corazones para reconocerte presente en los momentos oscuros de nuestra vida.
Consuélanos en toda aflicción y sostennos en las pruebas, mientras esperamos tu
Reino. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
III ESTACION
Jesús
cae por primera vez
*
(Meditación de una persona detenida)
Él
soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó
sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno
siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is 53,4-6).
Fue la
primera vez que caí, pero esa caída fue para mí la muerte: le quité la vida a
una persona. Un día fue suficiente para pasar de una vida irreprochable a
cumplir un gesto que encierra la violación de todos los mandamientos. Me siento
la versión moderna del ladrón que implora a Cristo: «¡Acuérdate de mí!». Más
que arrepentido, lo imagino como uno que es consciente de estar en el camino
equivocado. De mi infancia, recuerdo el ambiente frío y hostil en el que crecí.
Bastaba descubrir una fragilidad en el otro para traducirla en una forma de
diversión. Buscaba amigos sinceros, buscaba ser aceptado tal como era, sin
poder lograrlo. Sufría por la felicidad de los demás, sentía que todo eran
obstáculos, me pedían sólo sacrificios y reglas que respetar. Me sentí un
extraño para todos y busqué, a cualquier precio, mi venganza.
No me
di cuenta que el mal, lentamente, crecía dentro de mí. Hasta que una tarde,
sobrevino mi hora de las tinieblas: en un momento, como una avalancha, se
desencadenaron dentro de mí los recuerdos de todas las injusticias sufridas en
la vida. La rabia asesinó a la amabilidad, cometí un mal inmensamente
mayor a todos los que había recibido. Después, en la cárcel, el insulto de los
demás se convirtió en desprecio hacia mí mismo. Bastaba poco para acabar con
todo, estaba al límite. También conduje a mi familia al precipicio, por mi
causa perdieron su apellido, el honor, se convirtieron solamente en la familia
del asesino. No busco excusas ni rebajas, expiaré mi pena hasta el último día
porque en la cárcel he encontrado gente que me ha devuelto la confianza que
perdí.
Mi
primera caída fue pensar que en el mundo no existiese la bondad. La segunda, el
homicidio, fue casi una consecuencia; ya estaba muerto por dentro.
Señor
Jesús, Tú también caíste por tierra. La primera vez es quizá la más dura porque
todo es nuevo; el golpe es fuerte y prevalece el desconcierto. Confiamos a tu
Padre a quienes se cierran en sus propias razones y no logran reconocer las
culpas cometidas.
Oremos
Oh
Dios, que levantaste al hombre de su caída, te suplicamos: ven en ayuda de
nuestra debilidad y concédenos ojos capaces de contemplar los signos de tu amor
que están diseminados en nuestra vida cotidiana. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
IV ESTACION
Jesús
encuentra a su madre
* (Meditación
de la madre de una persona detenida)
Junto a
la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de
Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al
discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego,
dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo
la recibió como algo propio (Jn 19,25-27).
Cuando
condenaron a mi hijo, ni siquiera por un instante tuve la tentación de
abandonarlo. El día que lo arrestaron toda nuestra vida cambió, toda la familia
entró con él en la prisión. Todavía hoy, el juicio de la gente no se aplaca, es
una cuchilla afilada. Los dedos que nos señalan aumentan el sufrimiento que ya
llevamos en el corazón.
Las
heridas empeoran con el pasar de los días, quitándonos hasta la respiración.
Percibo
la cercanía de la Virgen. Me ayuda a no dejarme vencer por la desesperación, a
soportar la malicia. Encomendé a mi hijo a María; solamente a ella le puedo
confiar mis miedos, puesto que ella misma los experimentó mientras subía al
Calvario. En su corazón sabía que su Hijo no podría escapar de la crueldad del
hombre, pero no lo abandonó. Estaba allí, compartiendo su dolor, haciéndole
compañía con su presencia. Imagino que Jesús, levantando la mirada, encontró
sus ojos llenos de amor, y no se sintió nunca solo.
Yo
también quiero hacer eso.
Cargué
con las culpas de mi hijo, también pedí perdón por mis responsabilidades.
Imploro para mí la misericordia que sólo una madre puede experimentar, para que
mi hijo pueda volver a vivir después de haber expiado su pena. Rezo
continuamente por él para que, día tras día, pueda convertirse en un hombre
distinto, capaz de amarse nuevamente a sí mismo y a los demás.
Señor
Jesús, el encuentro con tu Madre en el camino de la cruz es quizá el más
conmovedor y doloroso. Entre su mirada y la tuya ponemos la de todos los
familiares y amigos que se sienten destrozados e impotentes por la suerte de
sus seres queridos.
Oremos
Oh
María, madre de Dios y de la Iglesia, fiel discípula de tu Hijo, nos dirigimos
a ti para confiar a tu mirada amorosa y al cuidado de tu corazón maternal el
grito de la humanidad que gime y sufre, mientras espera el día en que se
enjugarán todas las lágrimas de nuestros rostros. Amén.
V ESTACION
El
Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
*
(Meditación de una persona detenida)
Mientras
lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo,
y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).
Con mi trabajo,
ayudé a generaciones de niños a caminar erguidos. Después, un día, me encontré
tirado por tierra. Fue como si me hubieran roto la columna. Mi trabajo se
volvió el pretexto de una acusación infamante. Entré en la cárcel, la cárcel
entró en mi casa. Desde entonces me convertí en un vagabundo por la ciudad;
perdí mi nombre, me llaman con el nombre del delito por el que la justicia me
acusa, ya no soy el dueño de mi vida. Cuando lo pienso, me vuelve a la mente
ese niño con los zapatos rotos, los pies mojados, la ropa usada; una vez, yo
era ese niño. Después, un día, el arresto: tres hombres uniformados, un rígido
protocolo, la cárcel que me traga vivo en su cemento.
La cruz
que me cargaron en la espalda es pesada. Con el pasar del tiempo aprendí a
convivir con ella, a mirarla a la cara, a llamarla por su nombre. Pasamos
noches enteras haciéndonos compañía mutuamente. Dentro de las cárceles, a Simón
de Cirene lo conocen todos; es el segundo nombre de los voluntarios, de quien
sube a este calvario para ayudar a cargar una cruz. Es gente que rechaza las
leyes de la manada poniéndose a la escucha de la conciencia. Además, Simón de
Cirene es mi compañero de celda. Lo conocí la primera noche que pasé en la
cárcel. Era un hombre que había vivido durante años en un banco, sin afectos ni
ingresos. Su única riqueza era una caja de dulces. Él, aun cuando
era goloso, insistió que la llevase a mi mujer la primera vez que vino a
verme. Ella comenzó a llorar por ese gesto tan inesperado como afectuoso.
Estoy
envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a confiar en el hombre algún día,
con convertirme en un cirineo de la alegría para alguien.
Señor
Jesús, desde el momento de tu nacimiento hasta el encuentro con un desconocido
que te llevó la cruz, quisiste tener necesidad de nuestra ayuda. También
nosotros, como el Cirineo, queremos hacernos prójimos de nuestros hermanos y
hermanas, y colaborar con la misericordia del Padre para aliviar el yugo del
mal que los oprime.
Oremos
Oh
Dios, defensor de los pobres y consuelo de los afligidos, protégenos con tu
presencia y ayúdanos a llevar cada día el dulce yugo de tu mandamiento del
amor. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
VI ESTACION
La
Verónica enjuga el rostro de Jesús
*
(Meditación de una catequista de la parroquia)
Oigo en mi corazón:«Buscad mi rostro».Tu rostro buscaré, Señor.No me escondas tu rostro.No rechaces con ira a tu siervo,que Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 27,8-9).
Como
catequista enjugo muchas lágrimas, dejándolas correr. No se puede encauzar el
desbordamiento de los corazones desgarrados. Muchas veces encuentro hombres
desesperados que, en la oscuridad de la prisión, buscan un porqué al mal que
les parece infinito. Esas lágrimas tienen el sabor del fracaso y de la soledad,
del remordimiento y de la falta de comprensión. Con frecuencia imagino a Jesús
en la cárcel, en mi lugar: ¿Cómo enjugaría esas lágrimas? ¿Cómo calmaría la
angustia de esos hombres que no encuentran una salida a aquello en lo que se
han convertido sucumbiendo al mal?
Encontrar
una respuesta es un ejercicio arduo, a menudo incomprensible para nuestras
pequeñas y limitadas lógicas humanas. El camino que me sugiere Cristo es
contemplar esos rostros desfigurados por el sufrimiento sin tener miedo. Me
pide quedarme allí, a su lado, respetando sus silencios, escuchando su dolor,
buscando mirar más allá de los prejuicios. Exactamente como Cristo mira
nuestras fragilidades y nuestros límites, con ojos llenos de amor. A cada
uno, también a las personas que están recluidas, se nos ofrece cada día la
posibilidad de convertirnos en personas nuevas, gracias a esa mirada que no
juzga, sino que infunde vida y esperanza.
Y, de
ese modo, las lágrimas derramadas pueden transformarse en el germen de una
belleza que era incluso difícil imaginar.
Señor
Jesús, la Verónica tuvo compasión de Ti, encontró un hombre que estaba
sufriendo y descubrió el rostro de Dios. En la oración confiamos a tu Padre a
los hombres y las mujeres de nuestro tiempo que siguen enjugando las lágrimas
de muchos hermanos nuestros.
Oremos
Oh
Dios, luz verdadera y fuente de la luz, que en la debilidad revelas la
omnipotencia y la radicalidad del amor, imprime tu rostro en nuestros
corazones, para que sepamos reconocerte en los padecimientos de la humanidad.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
VII ESTACION
Jesús
cae por segunda vez
*
(Meditación de una persona detenida)
Jesús
decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con
sus ropas y los echaron a suerte (Lc 23,34).
Cuando
pasaba delante de una cárcel, miraba para otro lado: “Bueno, yo no acabaré
nunca ahí dentro”, me decía a mí mismo. Las veces que la miraba respiraba
tristeza y oscuridad, me parecía que pasaba junto a un cementerio de muertos
vivientes. Un día acabé entre rejas, junto con mi hermano. Como si no fuera
suficiente, también conduje allí dentro a mi padre y a mi madre. La cárcel, que
era para mí como un país extranjero, se convirtió en nuestra casa. En una celda
estábamos nosotros, los hombres, en otra nuestra madre. Los miraba, sentía
vergüenza de mí mismo, ya no podía llamarme hombre. Están envejeciendo en la
prisión por mi culpa.
Caí en
tierra dos veces. La primera cuando el mal me cautivó y yo sucumbí. Traficar
con droga, en mi opinión, valía más que el trabajo de mi padre, que se
deslomaba diez horas al día. La segunda fue cuando, después de haber arruinado
a la familia, empecé a preguntarme: “¿Quién soy yo para que Cristo muera por
mí?”. El grito de Jesús —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen»— lo leo en los ojos de mi madre, que asumió la vergüenza
de todos los hombres de la casa para salvar a la familia. Y tiene el rostro de
mi padre que se desesperaba de manera escondida en la celda. Sólo ahora soy
capaz de admitirlo; en aquellos años no sabía lo que hacía. Ahora que lo sé,
con la ayuda de Dios estoy intentando reconstruir mi vida. Lo debo a mis
padres, que años atrás subastaron nuestras cosas más queridas porque no querían
que estuviese en la calle. Lo debo sobre todo a mí mismo, pues la idea de que
el mal siga controlando mi vida es insoportable. Esto se ha convertido en
mi vía crucis.
Señor
Jesús, estás otra vez caído por tierra, fatigado por mi apego al mal, por mi
miedo a no lograr ser una persona mejor. Con fe nos dirigimos a tu Padre y le
pedimos por todos los que todavía no han podido huir del poder de Satanás, del
atractivo de sus obras y de sus mil formas de seducción.
Oremos
Oh
Dios, que no nos abandonas en las tinieblas y en las sombras de la muerte,
sostiene nuestra debilidad, líbranos de las cadenas del mal y protégenos con el
escudo de tu poder, para que podamos cantar eternamente tu misericordia. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.
VIII ESTACION
Jesús
encuentra a las mujeres de Jerusalén
*
(Meditación de la hija de un hombre condenado a cadena perpetua)
Lo
seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y
lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque
mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los
vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces
empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas:
“Cubridnos”» (Lc 23,27-30).
Como
hija de una persona detenida, en algunas ocasiones me preguntaron: “Usted
siente gran afecto por su papá, ¿piensa alguna vez en el dolor que su padre
causó a las víctimas?”. En todos estos años, jamás eludí la respuesta; les
digo: “Cierto, es imposible dejar de pensar en ello”. Después, yo también les
hago otra pregunta: “¿Habéis pensado alguna vez que, entre todas las víctimas
de las acciones de mi padre, yo fui la primera? Hace veintiocho años que estoy
cumpliendo la condena de crecer sin padre”. Durante todos estos años viví con
rabia, inquietud, tristeza. Su ausencia es cada vez más dura de soportar. Crucé
Italia, de sur a norte, para estar a su lado. Conozco las ciudades no por sus
monumentos sino por las cárceles que visité. Me parece que soy como Telémaco
cuando busca a su padre Ulises. Lo mío es un “Giro de Italia” de cárceles y de
afectos.
Hace
años perdí el amor porque soy la hija de un hombre detenido, mi madre cayó
víctima de la depresión, la familia se derrumbó. Quedé yo, con mi salario
escaso, para sostener el peso de esta historia hecha trizas. La vida me obligó
a convertirme en mujer sin dejarme tiempo para ser niña. En nuestra casa, todo
es un vía crucis: papá es uno de esos condenados a cadena perpetua.
El día que me casé, soñaba con tenerlo a mi lado. También él pensó en mí en ese
momento, a cientos de kilómetros de distancia. “¡Es la vida!”, me repito para
darme ánimo. Es verdad, hay padres que, por amor, aprenden a esperar que los hijos
maduren. Yo, por amor, tengo que esperar el regreso de papá.
Para
gente como nosotros la esperanza es una obligación.
Señor
Jesús, el reproche a las mujeres de Jerusalén lo sentimos como una advertencia
para cada uno de nosotros. Nos invita a la conversión, pasando de una religión
sentimentalista a una fe arraigada en tu Palabra. Te pedimos por quienes están
obligados a soportar el peso de la vergüenza, el sufrimiento del abandono, el
vacío de una presencia. Y por cada uno de nosotros, para que no permitamos que
las culpas de los padres recaigan sobre los hijos.
Oremos
Oh
Dios, Padre de toda bondad, que no abandonas a tus hijos en las pruebas de la
vida, concédenos la gracia de poder descansar en tu amor y de gozar siempre del
consuelo de tu presencia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
IX ESTACION
Jesús
cae por tercera vez
*
(Meditación de una persona detenida)
Es
bueno que el hombre cargue con el yugo desde su juventud. Siéntese solo y
silencioso cuando el Señor se lo impone; ponga su boca en el polvo, quizá haya
esperanza; ponga la mejilla al que lo maltrata y se harte de oprobios. Porque
el Señor no rechaza para siempre; y si hace sufrir, se compadece conforme a su
inmensa bondad (Lam 3,27-32).
Caerse
al suelo nunca es agradable. Pero hacerlo varias en repetidas ocasiones, además
de no ser agradable se convierte incluso en una especie de condena, como si ya
no se fuera capaz de permanecer en pie. Como hombre caí demasiadas veces, y
otras tantas me levanté. En la cárcel pienso a menudo cuántas veces un niño se
cae al suelo antes de aprender a caminar. Me estoy convenciendo de que esos son
ensayos para los momentos en que caeremos cuando seamos mayores. Desde pequeño
experimenté la cárcel dentro de mi casa; vivía en la angustia del castigo,
alternaba la tristeza de los adultos con la despreocupación de los niños. De
esos años recuerdo a la hermana Gabriela, la única imagen alegre. Fue la única
que percibió en mí lo mejor dentro de lo peor. Como Pedro busqué y encontré mil
excusas a mis errores; lo raro es que un fragmento de bien siempre permaneció
encendido dentro de mí.
En la
cárcel me convertí en abuelo; me perdí el embarazo de mi hija. Un día, a mi
nieta no le contaré el mal que cometí, sino solamente el bien que encontré. Le
hablaré de quien, cuando estaba caído, me llevó la misericordia de Dios. En la
cárcel, la verdadera desesperación es sentir que ya nada de tu vida
tiene sentido. Es la cumbre del sufrimiento, te sientes el más solo de
todos los solitarios del mundo. Es verdad que me rompí en mil pedazos, pero lo
más hermoso es que esos pedazos todavía se pueden recomponer. No es fácil, pero
es lo único que aquí dentro todavía tiene un sentido.
Señor
Jesús, por tercera vez caes por tierra y, cuando todos piensan que es el final,
una vez más te levantas. Con confianza nos ponemos en las manos de tu Padre y
le encomendamos a quienes se sienten atrapados en los abismos de los propios
errores, para que tengan la fuerza de levantarse y la valentía de dejarse
ayudar.
Oremos
Oh
Dios, fortaleza de quien en Ti espera, que concedes vivir en paz a quien sigue
tus enseñanzas, sostiene nuestros pasos temerosos, levántanos de las caídas de
nuestra infidelidad y derrama sobre nuestras heridas el aceite del consuelo y
el vino de la esperanza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
X ESTACION
Jesús
es despojado de sus vestiduras
*
(Meditación de una educadora de instituciones penitenciarias)
Los
soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la
rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Así se cumplió la
Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica» (Jn 19,23-24).
Como
educadora de instituciones penitenciarias veo entrar en la cárcel a hombres
privados de todo, despojados de toda dignidad como consecuencia de las culpas
cometidas, de todo respeto en relación a sí mismos y a los demás. Cada día me
doy cuenta de que su autonomía disminuye detrás de las rejas. Necesitan de mí
incluso para escribir una carta. Estas son las criaturas suspendidas que me
confían: unos hombres indefensos, exasperados en su fragilidad, a menudo
privados de lo necesario para comprender el mal cometido. Sin embargo, por
momentos se parecen a unos niños recién nacidos que todavía pueden moldearse.
Percibo que sus vidas pueden volver a comenzar en otra dirección, dando
definitivamente la espalda al mal.
Pero
mis fuerzas disminuyen día a día. Ser un embudo de rabia, de dolor y de
rencores rumiados acaba por desgastar incluso al hombre y a la mujer más
preparados. Elegí este trabajo después de que un joven, que estaba bajo los
efectos de estupefacientes, matara a mi madre en un choque frontal. Enseguida
decidí responder a ese mal con el bien. Pero, aun amando este trabajo, en
ocasiones me cuesta encontrar la fuerza para llevarlo adelante.
Necesitamos
sentirnos acompañados en este servicio tan delicado, para poder sostener las
numerosas vidas que se nos confían y que cada día corren el riesgo de
naufragar.
Señor
Jesús, al contemplarte despojado de tus vestiduras experimentamos incomodidad y
vergüenza. En efecto, ante la verdad desnuda, ya desde el primer hombre
comenzamos a escapar. Nos escondemos detrás de máscaras de respetabilidad y
tejemos ropas de mentiras, a menudo con los jirones deshilachados de los
pobres, usados por nuestra avidez de dinero y de poder. Que tu Padre tenga
piedad de nosotros y nos ayude con paciencia a ser más sencillos, más transparentes,
más auténticos; capaces de abandonar definitivamente las armas de la
hipocresía.
Oremos
Oh
Dios, que nos haces libres con tu verdad, despójanos del hombre viejo que pone
resistencia en nuestro interior y revístenos con tu luz, para ser en el mundo
el reflejo de tu gloria. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
XI ESTACION
Jesús
es clavado en la cruz
*
(Meditación de un sacerdote acusado y después absuelto)
Y
cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los
echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían
muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el
Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se
acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey
de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No
eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro,
respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando
en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque
recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada
malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le
dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,33-43).
Cristo
clavado en la cruz. Como sacerdote, muchas veces medité esta página del
Evangelio. Y cuando un día me pusieron en una cruz, sentí todo el peso de aquel
madero: la acusación estaba hecha de palabras duras como clavos, se me hizo muy
cuesta arriba, el padecimiento se me grabó en la piel. El momento más oscuro
fue ver mi nombre colgado fuera de la sala del tribunal; en ese instante
comprendí que era un hombre que estaba obligado a demostrar su inocencia sin ser
culpable. Estuve colgado en la cruz durante diez años, fue mi vía
crucis, lleno de legajos, sospechas, acusaciones, injurias. Cada vez que
iba a los tribunales buscaba el Crucifijo allí colgado; lo miraba fijamente
mientras la ley investigaba mi historia.
La vergüenza
me llevó por un instante a la idea de pensar que era mejor acabar con todo.
Pero luego decidí seguir siendo el sacerdote que siempre había sido. Nunca
pensé en aligerar la cruz, ni siquiera cuando la ley me lo concedía. Elegí
someterme al juicio ordinario; lo debía a mí mismo, a los jóvenes que eduqué
durante los años de Seminario, a sus familias. Mientras subía mi calvario, los
encontré a todos a lo largo del camino; se convirtieron en mis cirineos,
soportaron conmigo el peso de la cruz, me enjugaron muchas lágrimas. Junto a
mí, muchos de ellos rezaron por el joven que me acusó; nunca dejaremos de
hacerlo. El día que fui absuelto de todos los cargos, descubrí que era más
feliz que diez años atrás; pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi vida.
Colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó.
Señor
Jesús, tu amor sin límites por nosotros te llevó a la Cruz. Estás muriendo,
pero no te cansas de perdonarnos y de darnos vida. Confiamos a tu Padre a los
inocentes de la historia que sufrieron una condena injusta. Que resuene en sus
corazones el eco de tu palabra: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Oremos
Oh
Dios, fuente de misericordia y de perdón, que te revelas en los sufrimientos de
la humanidad, ilumínanos con la gracia que brota de las llagas del Crucificado
y concédenos perseverar en la fe durante la noche oscura de la prueba. Por
Cristo nuestro Señor.
Amén.
XII ESTACION
Jesús
muere en la cruz
*
(Meditación de un juez de vigilancia penitenciaria)
Era ya
como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la
hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y
Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu». Y, dicho esto, expiró (Lc 23,44-46).
Como
juez de vigilancia penitenciaria, no puedo clavar a un hombre, a cualquier
hombre, en su condena; sería condenarlo por segunda vez. Es necesario que el
hombre expíe el mal que cometió; no hacerlo sería banalizar sus delitos y
justificar las acciones intolerables que realizó, causando a otros sufrimiento
físico y moral.
Pero
una verdadera justicia sólo es posible a través de la misericordia, que no
clava al hombre en la cruz para siempre, sino que se ofrece como guía para
ayudarlo a levantarse, enseñándole a captar el bien que, no obstante el mal
cometido, nunca se apaga totalmente en su corazón. Sólo recobrando su propia
humanidad, la persona condenada podrá reconocer esa humanidad en el otro, en la
víctima a la que provocó dolor. Este recorrido de recuperación es tortuoso y el
riesgo de volver a caer en el mal está siempre al acecho, pero no existen otros
caminos para tratar de reconstruir una historia personal y colectiva.
La
rigidez del juicio pone a dura prueba la esperanza del hombre; ayudarlo a reflexionar
y a preguntarse por las motivaciones de sus acciones podría convertirse en una
ocasión para mirarse desde otra perspectiva. Pero para hacer esto, sin
embargo, es necesario aprender a reconocer a la persona que está escondida
detrás de la culpa cometida. Así, en ocasiones se logra entrever un horizonte
que puede infundir esperanza a las personas condenadas y, una vez expiada la
pena, devolverlas a la sociedad, invitando a los hombres a volver a acogerlas
después de haberlas, quizás, por un tiempo rechazado.
Porque
todos, aun siendo condenados, somos hijos de la misma humanidad.
Señor
Jesús, mueres por una sentencia corrompida, pronunciada por jueces inicuos y
atemorizados por la fuerza impetuosa de la Verdad. A tu Padre confiamos a los
magistrados, a los jueces y a los abogados, para que se mantengan con rectitud
en el servicio que ejercen a favor del Estado y de sus ciudadanos, sobre todo
de los que sufren por una situación de pobreza.
Oremos
Oh
Dios, rey de justicia y de paz, que en el grito de tu Hijo acogiste el grito de
toda la humanidad, enséñanos a no identificar a la persona con el mal que
cometió y ayúdanos a percibir en cada uno la llama viva de tu Espíritu. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.
XIII ESTACION
Jesús
es bajado de la cruz
* (Meditación
de un fraile voluntario)
Había
un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo
(este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de
ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de
Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo
envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde
nadie había sido puesto todavía (Lc 23,50-53).
Las
personas detenidas son, desde siempre, mis maestros. Hace sesenta años que
entro en las cárceles como fraile voluntario, y siempre bendije el día que, por
primera vez, encontré este mundo escondido. En esas miradas comprendí con
claridad que yo mismo, si mi vida hubiera tomado otra dirección, hubiera podido
estar en su lugar. Nosotros, cristianos, caemos a menudo en la ilusión de
sentirnos mejores que los demás, como si el hecho de poder ocuparnos de los
pobres nos diera una superioridad tal que nos convierte en jueces de los demás,
condenándolos todas las veces que queramos, sin dar oportunidad de defensa.
Cristo
eligió y quiso estar en su vida con los últimos; recorrió las periferias
olvidadas del mundo rodeado de ladrones, leprosos, prostitutas y estafadores.
Quiso compartir la miseria, la soledad y la turbación. Siempre pensé que este
era el verdadero sentido de sus palabras: «Estuve en la cárcel y vinisteis a
verme» (Mt 25,36).
Pasando
de una a otra celda veo la muerte que habita en su interior. La cárcel sigue
sepultando a hombres vivos; son historias que ya nadie quiere. A mí, Cristo me
repite una y otra vez:
“Continúa,
no te detengas. Sigue cargándolos en tus brazos”. No puedo dejar de escucharlo;
Él está siempre, aun en el interior del peor de los hombres, por más manchado
que esté su recuerdo. Sólo debo frenar mi frenesí, detenerme en silencio
delante de esos rostros devastados por el mal y escucharlos con misericordia.
Es la única manera que conozco para acoger al hombre, quitando de mi mirada el
error que cometió. Solamente así podrá confiar y encontrar la fuerza para
rendirse ante el Bien, imaginándose distinto de como se ve ahora.
Señor
Jesús, ahora a tu cuerpo, deformado por tanta maldad, lo envuelven en una
sábana y lo entregan a la tierra desnuda: esta es la nueva creación. Confiamos a
tu Padre la Iglesia, que nace de tu costado abierto, para que nunca se rinda
ante el fracaso y la apariencia, sino que siga saliendo para llevar a todo el
mundo el anuncio gozoso de la salvación.
Oremos
Oh
Dios, principio y fin de todo lo creado, que en la Pascua de Cristo redimiste a
toda la humanidad, danos la sabiduría de la Cruz para poder abandonarnos a tu
voluntad, aceptándola con ánimo alegre y agradecido. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
XIV ESTACION
Jesús
es puesto en el sepulcro
*
(Meditación de un agente de policía penitenciaria)
Era el
día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo
habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había
sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado
descansaron de acuerdo con el precepto (Lc 23,54-56).
En mi
misión de agente de policía penitenciaria, cada día experimento el sufrimiento
de quien vive recluido. No es fácil relacionarse con quien fue vencido por el
mal y causó enormes heridas a otros hombres, haciendo difíciles tantas vidas.
Pero la indiferencia en la cárcel crea más daños aún en la historia de quien
fracasó y está pagando su deuda a la justicia. Un compañero, que fue mi
maestro, repetía con frecuencia: “La cárcel te transforma. Un hombre bueno
puede convertirse en un hombre sádico; uno malvado podría llegar a ser mejor
persona”. El resultado también depende de mí, y apretar los dientes es esencial
para alcanzar el objetivo de nuestro trabajo: dar otra posibilidad a quien
contribuyó al mal. Para lograrlo, no puedo limitarme a abrir y cerrar una
celda, sin hacerlo con un poco de humanidad.
Cada
uno tiene su tiempo, y las relaciones humanas pueden florecer poco a poco,
incluso dentro de este mundo difícil. Esto se traduce en gestos, atenciones y
palabras capaces de marcar la diferencia, aun cuando se pronuncian en voz baja.
No me avergüenzo de ejercer el diaconado permanente vistiendo el uniforme, que
llevo con orgullo. Conozco el sufrimiento y la desesperación; los experimenté
siendo niño. Mi pequeño deseo es ser punto de referencia para quienes
encuentro detrás de las rejas. Hago todo lo que puedo por defender la esperanza
de aquellas personas que se encierran en sí mismas, que sienten temor ante la
idea de salir un día y correr el riesgo de ser rechazadas una vez más por la
sociedad.
En la
cárcel les recuerdo que, con Dios, ningún pecado tendrá jamás la última
palabra.
Señor
Jesús, una vez más te entregan a las manos del hombre, pero esta vez te acogen
las manos amables de José de Arimatea y de algunas mujeres piadosas venidas de
Galilea, que saben que tu cuerpo es precioso. Estas manos representan las manos
de todas las personas que nunca se cansan de servirte y que hacen visible el
amor del que el hombre es capaz. Este amor es el que justamente nos hace
esperar en que un mundo mejor es posible; sólo basta que el hombre esté
dispuesto a dejarse alcanzar por la gracia que viene de Ti. En la oración
confiamos a tu Padre, de modo particular, a todos los agentes de la policía
penitenciaria y a cuantos, de una u otra manera, colaboran en las cárceles.
Oremos
Oh
Dios, eterna luz y día sin ocaso, colma de tus bienes a los que se dedican a tu
alabanza y al servicio del que sufre, en los innumerables lugares de sufrimiento
de la humanidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
SABADO
SANTO
Introducción:
El Sábado es una invitación a vivir en silencio
acercándonos a María. María se encuentra sola sosteniendo el cuerpo de Jesús y
velando su sepultura. Dónde está Dios, dónde están sus amigos, dónde los que
escucharon su mensaje, dónde los que vieron sus milagros y fueron curados.
Parece que todo se ha desvanecido, todo parecía haber fracasado. Quieren borrar
de su mente lo que ha pasado, no se atreven a aceptar la muerte de Jesús. En
estos momentos de la pandemia en la cual tantos viven arrancados de la vida con
sus sueños hechos pedazos y amenazados de perder el sentido y la esperanza
también son muchos se resisten a aceptar la muerte de sus seres queridos, el no
haberles ni siquiera despedir, velar, enterrar con dignidad. Vivimos en un
enorme duelo. María aguarda, espera, resiste para seguir esperando, viviendo,
amando. María nos invita a aguardar con ella la victoria de la Resurrección.
ESQUEMA:
I LOS SIETE SILENCIOS DE MARIA
II LOS SIETE SILENCIOS DEL SABADO SANTO
III LA VIGILIA DE LA RESURRECCION
I LOS
SIETE SILENCIOS DE MARIA
Introducción:
Jesús ha
muerto. Jesús es sepultado y baja hasta los infiernos. El Señor quier bajar a
nuestros infiernos y habitar en nuestra soledad más profunda. María como
siempre guardaba y meditaba en su corazón Hemos ido reflexionando, en
meditaciones sucesivas, las palabras de María en el Evangelio. Como vimos, no
hay grandes discursos de María en el Nuevo Testamento. Sus mensajes los
recogimos en esas “siete espadas” en donde María se asocia a la kénosis
de su Hijo. María modesta y discreta a penas nos deja sus vivencias, sin
embargo es la primera en escuchar las enseñanzas de Jesús como discípula y como
madre. Hoy somos invitados a contemplar lo que se denominan “los siete silencios
de María” que son suficientes porque nos remiten a su experiencia
fundamental como discípula del Señor y Madre del Redentor. Ella dijo todo lo
que tenía que decir, y sólo eso. Su palabra final, como testamento, fue “Hagan
todo lo que Él les diga”.
María nos
remite a la Palabra de su Hijo, al Verbo encarnado, a la eterna Palabra salida
de Dios. Los silencios de María en el Evangelio son más abundantes que sus
palabras. No obstante, por sentido pedagógico, para nuestras meditaciones
también los resumiremos en “siete silencios de María” que me
parecen significativos. En ellos se refleja la actitud acogedora de María hacia
la Palabra del Señor y hacia la Historia de Salvación en la que ella participa
no de un modo pasivo y mudo, sino mediante un silencio activo y acogedor.
Primer
silencio: Ante el anuncio del ángel y ante la duda de San José
En el momento
de la encarnación y de la concepción del Verbo, en el nacimiento de Jesús y
durante toda su infancia, María aparece en los evangelios con una actitud de
reverente y acogedor silencio. Es la virgen de la escucha que está atenta a los
signos de los tiempos y observa con atención las acciones de Dios en la
historia de su pueblo y en su propia historia. La vida oculta, el misterio
escondido y el silencio prolongado de Nazaret se transforman en misterio de
salvación. San José se encontró con un misterio. Nosotros también nos
encontramos ante tantas situaciones graves y misteriosas. María aceptó en
silencio. No entiende el misterio y lo acoge.
Segundo
silencio: El silencio ante el nacimiento
Ante el
nacimiento de Jesús, los ángeles cantan y dan gloria a Dios, los pastores
cuentan admirados lo que habían visto, los magos acogen gozosos la
manifestación de Dios y se alegra jubilosa la creación entera, la Virgen-Madre
guarda silencio. “María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los
meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Ante el nacimiento del Hijo de Dios en
Belén, acontecimiento central en la Historia de la Salvación, María guarda
silencio. Su hijo le colma de gracia y de amor, mientras ella lo adora en su
corazón. María aceptó el nacimiento de Jesús en total pobreza. Aprender el
silencio cuando no se, no puedo.
Tercer
momento: ante la purificación y la profecía de Simeón
En el momento
de la purificación, cuando llevan al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor
en el Templo, Simeón bendice a Dios por haber visto la Salvación, la profetisa
Ana glorifica al Señor y habla del niño a todos los que esperaban la liberación
de Jerusalén… Mientras tanto, José y María guardan reverencial silencio: “Su
padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él” (Lc 2,
33). Aparece ya en el alma de María la espada del dolor porque el niño será
signo de contradicción, pero ella calla y acoge el misterio del Hijo ante quien
muchos caerán y se levantarán en Israel. La Virgen acepta que Jesús sea piedra
de tropiezo y de contradicción.
Cuarto: ante
la adoración de los Magos
Ante aquellos
sabios de oriente la Madre guarda silencio. En días grandes no pierde la cabeza
y es sobria en guardar silencio. María no pretender saber el misterio. Renuncia
a la sabiduría de los sabios. La gran arrogancia que vivimos es que nos hemos
creído dioses y hemos usurpado con nuestra necia sabiduría el lugar de Dios. Pero
acoge el asombro de ver aquellos sabios caer en adoración ante tan sublime
misterio. Cuál es nuestra actitud ante la vida. María también aceptó el
misterio de ser la madre de Jesús sin arrogarse ser venerada como la madre de
Dios.
Quinto
silencio: Exilio en Egipto
En el exilio
forzoso y angustiado de Egipto, a donde huyó la Sagrada Familia porque Herodes
buscaba al niño para matarlo, María y José guardan silencio reverente. Cuando
regresan a Palestina se establecen en Galilea, en un pueblo llamado Nazaret.
Allí discurre la infancia de Jesús, sin otras novedades que el trabajo
cotidiano. José y María observan admirados y en silencio el crecimiento del
niño, y conservan todo en su corazón. “El niño crecía y se fortalecía llenándose
de sabiduría, y contaba con la gracia de Dios”. María se presta sin ruidos ni aspavientos,
desprendida y disponible. No nos agarremos a nada sino estemos desprendidos de
todo.
Sexto
silencio: Vida oculta y pobre de Nazaret
María en lo
pequeño sin milagros pasa totalmente desapercibida en silencio. Oculta en la
Providencia se dejó guiar. María guarda silencio durante los treinta años de
vida oculta. No reclama títulos ni privilegios. No ocupa el lugar del Hijo,
permanece a la sombra. María permanece solamente como una sencilla mujer, como
una pobre esclava. Vivió el ser la madre de Jesús en medio de los problemas de
la vida cotidiana sin pedir explicaciones a Dios, confiando en la divina
providencia.
Séptimo
silencio: Ante la Cruz en el calvario
El ser humano
se mide por los silencios capacidad de abrir el alma para escuchar a Dios. El
quien nos dirige y nos guía. Hoy precisamente nos podemos detener a contemplar
el silencio de María en este sábado Santo de Pasión donde María aguarda en
silencio la Resurrección de Jesús. Supo aguardar el silencio de Dios en la
oscuridad. Ante las siete palabras de Jesús guarda silencio, escucha. María no
interviene, no interrumpe, no protesta. Acepta la obra de Dios
II LOS
SILENCIOS DE MARIA EN EL SABADO SANTO
El corazón de
María es capaz de conservar, de recordar con afecto. La memoria de María
recuerda desde el corazón, guarda con amor, medita contemplativamente y en
silencio la misericordia de Dios hacia todos los que le aman. Esta ha de ser
nuestra actitud hacia la Palabra de Dios: acoger, guardar, recordar, conservar
y meditar amorosamente. Esta será la actitud del discípulo y del cristiano
hacia Jesucristo: escuchar sus palabras, reclinar la cabeza sobre el pecho del
Señor y escuchar sus latidos, conservar su mensaje y meditarlo en nuestro
corazón.
¿Cuál es la
actitud de Jesús ante sus siete últimas palabras? Escucha en silencio y
acepta y otorga corrobora las palabras de su Hijo
Ante la primera
palabra de Cristo «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
María escucha a Jesús perdonar y convertirse en abogado defensor.
Perdonar más de lo que nos hacen a nosotros, lo que les hacen a los nuestros.
Cuanto nos cuesta perdonar, perdonar a Dios, cuánto nos cuesta perdonarnos. No
nos atrevemos a aceptar el desenlace al que Dios nos ha colocado. Nos coloca en
una soledad que nadie es capaz de entrar en ella. María nos invita a acallar
las voces y saber esperar.
Ante la
segunda palabra Jesús «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Jesús se olvida de su dolor para aliviar el dolor del prójimo, del malhechor. María
también se olvida de su dolor y muestra gratitud frente al ladrón. Hoy nos
invita también Jesús, rezar interceder por los pecadores. María nos ayuda a
acudir a Jesús. No rebelarnos ante el fracaso. No rebelarnos frente a Dios. No
pretender poner componendas a Dios. Nos rebelamos contra Dios y nos viene la
ira y la incomprensión. Callar, no acusar, no condenar ni siquiera entender o
comprender, Cuando no vemos, no entendemos el actuar de Dios María calla y
acepta.
Ante la
tercera palabra «Mujer, ahí tienes a tu hijo». María recibe a Juan como hijo. No
podía compararse tal intercambio. María acepta ser madre de todos, acepta amar
a todos a pesar de nuestra condición. No es lo mismo tener a Jesús como hijo
que aceptarme a mi como hijo, ser imperfecto como soy. Ante tantas desgracias
que vemos y que hacemos no deja de ser nuestra madre, es tu hijo. No se
avergüenza de nosotros.
Ante la
cuarta palabra de Jesús
en la Cruz, «¿Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has abandonado?». María acepta el abandono, el silencio de Dios.
Pero no se rebela ni piensa que Dios le ha abandonado. No protesta, ni siquiera
hace la pregunta ¿porqué permites…?, ¿porqué me has engañado? No entiende pero
acepta en silencio. ¿Quién soy yo para pedir explicaciones a Dios? Se fía, se
confía. En medio de la noche brilla su fe luminosa como la aurora de esa primera
estrella que brilla en nuestras noches más oscuras.
Ante la
quinta palabra «Tengo sed» María recibe la súplica de Jesús.
Nosotros que podemos dar a Dios. Cree que Jesús le necesita. Cree que siendo
poca cosa podemos dar de ver a Cristo, saciar la sed de Dios. Nuestra gota de
agua sacia su sed. No quiere pedir ni a saciar su necesidad sino a prestar su
ayuda. ¿Qué necesitas? Ese es el verdadero movimiento del amor. Creer que Jesús
nos necesita. Danos Madre tu fe intrépida capaz de arriesgarlo todo de estar
dispuestos a perderlo todo hasta nuestras evidencias y sentimientos y vivir
poniendo nuestra fe y seguridad más allá de nosotros mismos.
Ante la
sexta palabra «Todo está cumplido» María no cae en el derrotismo de
todo esta acabado, no hay solución, todo se ha perdido, todo se acabó. ¿De
verdad me creo que todo fue un sueño que su amor por mí se desvaneció? En medio
del más aparente fracaso María aguarda,
espera. Aunque María se le encoje el corazón y se le hace un nudo en la
garganta, no desespera. Dichosos los que sin ver creen. María se fía, nos muestra que es la fe y
la confianza en Dios. Creo en ti, en tu divina providencia, en tu amor. Es
tiempo de morir de morir a todo aquello que es falso, morir a una fe vacía, de
ritos de sentimientos. Más alá de nuestras dudas y reproches nos invita a
renacer a una esperanza viva.
Ante la séptima
palabra «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
María se confía
en tus manos mi vida entera. Vivir en ese abandono confiado, en ese Fiat
que va desde el primer momento hasta el final. La última palabra la tiene Dios.
A veces aunque parecemos vivos estamos muertos por dentro. Dios se abaja a nuestras
oscuridades y soledades para habitarlas por dentro, para resucitar todo que
quedó muerto en nosotros para resucitarnos a una nueva vida. Dar sepultura a
nuestra desesperanza y amargura. Los vestidos de luto se convertirán en trajes
de gozo. Esperemos con María en este largo sábado que vivimos el crepúsculo de
la aurora de la Resurrección.
Reflexión
Toda nuestra vida se encuentra suspendida entre las nieblas
del Viernes y la espera del domingo. Nuestra mirada este sábado se vuelve hoy a
María en este silencio de Dios que vivimos ante esta pandemia. En medio de
nuestro ambiente anticlerical, de indiferencia, de desconexión ante la Iglesia.
Cuando todo se vuelve oscuro hay un lazo de conexión y un puente tendido a
través de María. Nuestro drama queriendo ser como dioses nos hemos hecho menos
que hombres. Nos hemos engreído y creído dioses por la soberbia. No estamos
solo contagiados del coronavirus estamos contagiados de soberbia. María
resplandece por su humildad. Cuantas veces no hay respuestas ante tantos
acontecimientos de la vida y de la historia. María es la luz que brilla en la
oscuridad de nuestro mundo. En el sábado santo resalta la figura de María. En
medio del dolor hace suyo nuestro dolor, el dolor de los hijos. Una Madre se
olvida de su dolor para atender a los dolores de sus hijos. Ella está al lado
del que sufre. María nos enseña a estar frente al misterio. Nos enseña a saber
consolar, confortar.
III VIGILIA
DE RESURRECCION
Introducción
“En esta noche conquistamos un derecho fundamental,
que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza;
es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios”, ha anunciado el Papa. Este
año, la Vigilia Pascual cobra un sentido más profundo que nunca, “percibimos
más que nunca el Sábado Santo, el día del gran silencio”.“Nosotros, peregrinos
en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la
espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida”, ha
exhortado el Papa.
Así, el Papa nos ha animado a “no ceder a la
resignación” y a “no depositar la esperanza bajo una piedra”. Ha asegurado que
“Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha
visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la
muerte”. La celebración del Sábado Santo comenzó con el rito de la Bendición
del fuego, a los pies del Altar de la Confesión. Este año, por la emergencia
sanitaria se ha omitido la preparación del cirio pascual, así como el encendido
de las velas a los presentes, ni el Pontífice ha bautizado a nadie, solo se han
renovado las promesas bautismales.
Homilía del Papa Francisco
“Pasado el sábado” (Mt 28,1) las mujeres
fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el
sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de
la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este
año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos
vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como
nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia
inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían
la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el
mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por
reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para
nosotros, era la hora más oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se quedaron
paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del
remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad.
Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes
para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la
oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado,
rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo,
esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del “primer
día de la semana”, día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la
tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres,
con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas
personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas
mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de
afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el
ángel les dijo: “Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha
resucitado!” (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después
encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les
dijo: “No temáis” (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He
aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las
palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.
En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que
no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es
una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es
una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un
don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá
bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de
nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el
pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida
puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la
certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la
tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale.
Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde
había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada,
tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba,
puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la
resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos
esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido
en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó
la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la
vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no
te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última
palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.
Ánimo:
es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola
vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: “Ánimo, levántate, que
[Jesús] te llama” (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos
levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y
frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: “Ánimo”. Pero tú
podrías decir, como don Abundio: “El valor no se lo puede otorgar uno mismo”
(A. MANZONI, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te
lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la
oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón
para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de
mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos
probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar,
sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección,
porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza
en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca
robarnos el amor que nos tienes.
Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza
que tiene una segunda parte: el envío. “Id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea” (Mt 28,10), dice Jesús. “Va por
delante de vosotros a Galilea” (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede. Es
hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra
muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus
discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que
llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos,
Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera
llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por
Dios. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada
de amor gratuita. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis
y en los tiempos de prueba.
Pero hay más. Galilea era la región más alejada de
Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo
geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la
Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios
cultos, era la “Galilea de los gentiles” (Mt 4,15). Jesús los envió
allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el
anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados,
sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y,
si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la
vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que
consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros
de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a
cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque
todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen
las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque
necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida
inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías
del que carece de lo necesario.
Al final, las mujeres “abrazaron los pies” de Jesús (Mt 28,9),
aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro,
incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la
muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de
esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la
muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION
Introducción
“¡Resucitó de
veras mi amor y mi esperanza!” ha anunciado el Papa Francisco en su tradicional
mensaje de Pascua. Este año, desde el interior de la Basílica Vaticana, en
lugar del balcón de las bendiciones, donde se hace tradicionalmente el Domingo
de Resurrección. El Santo Padre ha pronosticado otro “contagio” provocado por la
Resurrección de Cristo: El contagio de la esperanza, “que se transmite de
corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia”. “El
Resucitado no es otro que el Crucificado”, ha advertido. “Lleva en su cuerpo
glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de
esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la
humanidad desolada”.
El Papa ha remarcado que “las palabras que realmente queremos escuchar en
este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos
suprimirlas para siempre!”. Así, ha descrito que este no es el tiempo de la
indiferencia, “porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido
para afrontar la pandemia”, al igual que no es este el tiempo del egoísmo,
“porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de
personas”.
Asimismo, ha asegurado que el tiempo de Pascua no es “no es tiempo de la
división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades
en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un
alto al fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo”, ni es tiempo
del olvido: “que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a
tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de
muchas personas”, ha deseado.
De manera especial, Francisco ha recordado a los que han sido afectados
directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las
familias “que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos
casos ni siquiera han podido darles el último adiós”, ha comentado, y ha deseado
que el Señor de la vida “acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé
consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a
los ancianos y a las personas que están solas”.
Mensaje Pascual del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas: ¡Feliz Pascua!
Hoy resuena en todo el
mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha
resucitado!”.
Esta Buena Noticia se
ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que
enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la
pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta
noche resuena la voz de la Iglesia: “¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!” (Secuencia pascual).
Es otro “contagio”,
que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta
Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: “¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!”. No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas.
No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la
raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la
muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando
el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.
El Resucitado no es
otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles,
heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra
mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.
Hoy pienso sobre todo
en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos,
los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres
queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós.
Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo
y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los
ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las
gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular
vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o
viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos una Pascua de soledad,
vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la
pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.
Esta enfermedad no
sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de
recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de
la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible
acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la
oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf. Sal 138,5),
repitiéndonos con fuerza: No temas, “he resucitado y aún estoy contigo”
(Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).
Que Jesús, nuestra
Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en
todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la
extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia
salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los
servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del
orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las
dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo
afectuoso y nuestra gratitud.
En estas semanas, la
vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en
casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de
vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero
también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta
incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás
consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes tienen
responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de
los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para
permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las
circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades
cotidianas.
Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo
y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda
esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos
y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que
habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan
solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más
difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como
tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada
asistencia sanitaria. Considerando las circunstancias, se relajen además las
sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a
los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos
los Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso
condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos
une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas
por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda
Guerra Mundial, este amado continente pudo resurgir gracias a un auténtico
espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es
muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no
recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se
sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío
histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que
no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso
recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los
intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de
poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas
generaciones.
Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a
quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía
de adherir al llamamiento por un alto al fuego global e inmediato en todos los
rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo
armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar
personas y salvar vidas. Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga
guerra que ha ensangrentado a Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en
Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes
y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y
duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de
la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen
los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios
países de África.
Este no es tiempo del
olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas
otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas
personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia
y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de
Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que reconforte el corazón de tantas
personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que
proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que
viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera
entre Grecia y Turquía. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas
en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que
sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.
Las palabras que
realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo,
división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera
que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir,
cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en
nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la
salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos
introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso. Con esta reflexión querría
desearos a todos una feliz Pascua.
TESTIGOS DE LA RESURRECCION
“Llevemos el canto de la vida a cada Galilea”
Introducción:
Este año la Semana Santa la hemos vivido confinados
en nuestras casas sin poder acudir a las acostumbradas celebraciones. El Papa
nos ha invitado a contemplar a Jesús en la cruz y en el evangelio. Sin embargo
hay otra forma de contemplar a Jesús que es en la realidad de hoy.
El papa nos ha hecho
una invitación a llevar el canto de la vida a cada Galilea, a cada
región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos
somos hermanos y hermanas. “Acallemos los gritos de muerte, que terminen las
guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos
pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se
abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de
lo necesario”.
A continuación comparto una serie de testimonios recogidos
por mi comunidad en Filipinas que nos ayudan a contemplar al Jesús actual de
nuestro mundo de hoy. Estamos viviendo, todos, la pandemia mundial de Covid19.
Las heridas de Cristo son las nuestras, su Cruz es la nuestra y su muerte es la
nuestra. Detrás de cada testimonio descubrimos como en medio del dolor se puede
ser testigos de la Resurrección dando a conocer un amor más fuerte que la
muerte, que vence todo sufrimiento, llanto y dolor. Caminamos en la fe de una
promesa verdadera, Jesús nos dice hoy: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El
que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás.
I. TESTIMONIO: CONFIANZA
Lectura:
“Sabemos que Dios conduce todas las cosas para el bien de los que le aman, de
los que han sido llamados”. (Rom 8, 2)
Jesuita Seve Lázaro
“Soy víctima, como tanta y tanta gente que a mi alrededor
lo padece y lo sufre. Con esa incertidumbre de ver los síntomas aparecer y
darme cuenta de que nada me calma ¡Qué desesperación llegué a sentir con esa
maldita fiebre que no se me iba! Porque me sentí esquizofrénicamente
desinformado de lo que realmente me pasaba, pues los números oficiales de
teléfono a los que llamaba, nunca me cogían. Victima también de verme de
repente marcado y señalado, como alguien al que hay que aislar inmediatamente,
estoy contagiado y condenado a estar solo, apartado. Todavía resuena en mi
cabeza el grito de una enfermera diciéndole a otra que se disponía a entrar en
mi habitación: ¡En la 325 no entres por nada del mundo! la debilidad me roza,
se instala en mi vida o me llega a invadir: es muy duro vivirse ahí. Pero a la
vez es muy fecundo, porque toco el humus y la tierra de eso que soy realmente,
un ser terrenal, finito, fragmentado…Muy lejos de ese endiosamiento y centro en
el que me gusta vivir. Qué bueno que
este dichoso virus nos esté a todos haciéndonos sentir débiles. Qué oportunidad
está siendo para aprender a adorar y dar gracias por el misterio de fragilidad
y vulnerabilidad que envuelve esta aventura de mi vida”
II. TESTIMONIO: SOPORTAR LAS DIFICULTADES
Lectura: “Los sufrimientos del tiempo presente
no pueden compararse con la gloria futura que se revelará” (Rom 8, 18)
Marta López-Sitro “Soy
médico de familia, trabajo en un pueblo de Madrid. He trabajado muchos años en
urgencias y sé lo que se sufre allí por los pacientes lo mismo que se goza por
sus victorias. Defiendo la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta
la muerte, y desde ahí trabajo. Y puedo asegurar que los desvelos de los
sanitarios en estos momentos están en la búsqueda del bien de TODOS nuestros
pacientes. En nuestros foros, chats, reuniones...buscamos en qué modo dar la
mejor atención a nuestros pacientes. Sé de la lucha de mis amigos y compañeros
en urgencias hospitalarias y plantas de UCI y de ingreso, de los compañeros de
urgencias extrahospitalarias, de los que han ido como voluntarios a IFEMA, de
los que estamos en Atención Primaria...todos vamos a seguir peleando por daros
el mejor cuidado que podamos con los recursos de los que dispongamos. Hacen
falta como primerísima necesidad respiradores para las almas, para las almas de
esos enfermos que no ven la luz, las de los familiares que viven la angustia de
la incertidumbre y del no saber nada de su ser querido, las de aquellos que
tienen miedo a perder su trabajo,...las de los sanitarios que a veces no
disponemos de los medios necesarios para tratar a los enfermos y tampoco
encontramos las palabras que curen, conforten o consuelen... todos, de algún
modo, podemos ser respiradores de almas para los demás”
III. TESTIMONIO: GENEROSIDAD
Lectura: “Quiero hermanos, haceros conocer la
gracia que Dios derramó a las iglesias de Macedonia, que la gran tribulación
con que han sido probados abundó en gozo y su extrema pobreza se convirtió en
riqueza” 2 Cor 8, 1
P.
Giuseppe Berardelli
“El sacerdote italiano Giuseppe Berardelli murió a los 72
años afectado por el virus Covid-19, tras ceder el respirador que su comunidad
parroquial había comprado para él a un joven que ni siquiera conocía. Don
Giuseppe, pastor de Casnigo, Bérgamo, “murió como sacerdote. Y estoy
profundamente conmovido por el hecho de que él, manifestó su voluntad de
asignar el respirador a alguien más joven que él. Junto a él, han muerto otros
60 sacerdotes en toda Italia.
IV. TESTIMONIO: CONTAGIAR LA FE EN FAMILIA
Lectura: 1 Cor 4, 14 “Y nosotros sabemos que
Aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él”
Guillermo y Pilar “Pilar Carmena Ayuso acaba de perder a su
marido, Guillermo Gómez. Se casaron hace más de 23 años y juntos tuvieron 5
hijos y formaron una hermosa familia. Hoy, a los 50 años, el coronavirus se ha
llevado a Guillermo. Pilar cuenta que durante todo ese tiempo lo más duro ha
sido no poder ir a verle, estar con él y hablarle. Estaba aislado y no dejaban
entrar a nadie. Mientras, en casa, Pilar ha vivido ese dolor con un corazón
enorme. “Es muy duro, pero a mí me está sosteniendo Cristo. Sentir que Él está
conmigo en la cruz y yo con Él y que nos acompañamos, y saber que Guillermo
está en sus manos es lo que me da fuerzas”. Pilar y sus hijos se volcaron en la
oración y encontraron consuelo. Hay días que he estado muy mal, pero ahora lo
estoy viendo con más paz, con aceptación. El vivirlo con aceptación te ayuda a
vivir todo con menos desesperación, con el sufrimiento de no verle, pero con la
paz de que al final es la voluntad de Dios pase lo que pase”. “Agradezco tantos
mensajes de apoyo y oración. Esto a mí me da la vida. El saber que hay mucha
gente rezando por él. Que al final si no se cura, es porque hay un bien mayor.
Es algo muy duro, muy fuerte, pero también a la vez Dios te concede ver el amor
de los demás, de cómo nos quiere. Y eso, es algo muy grande”. Pilar dice al
final: “Ha pasado al cielo, con Jesús. Me fío de Dios, quien me da fuerza y
paz”.
V. TESTIMONIO: CONTAGIANDO LA FE EN LOS MEDIOS
Lectura:
“A pesar de las contrariedades, nos sentimos reconfortados por ustedes, al
comprobar su fe” (1Tes 3,7)
Misión: Retiro on-line “Al planificar el año allá por
febrero, soñábamos con poder acercarnos a más jóvenes con el mensaje del
Evangelio. Pero no imaginábamos cuáles eran los caminos que Dios nos iba a
trazar. Esta situación de la pandemia, que ha dado un giro al curso de la
historia a nivel mundial, también nos ha salido al paso y nos ha pedido generar
respuestas nuevas. El llamado de nuestros dirigentes a quedarnos en casa, y a
cuidarnos entre todos, parecía amenazar nuestra propuesta de comenzar el año
con un retiro. Teníamos que cancelarlo. Justo en ese momento el Espíritu
inquietó nuestros corazones: ¿Y si nos animaremos a hacer una propuesta
on-line? Cada uno de nosotros tenemos que quedarnos en casa…¡¡ pero Jesús está
en la de todos!! Esta llamada del Espíritu nos dejó desconcertadas, ¿Cómo será
esto? Pero al igual que María, dijimos sí, y sin darnos cuenta nos pusimos en
camino a llevar a muchos la presencia de Jesús. Así se gestó nuestro retiro
on-line, que se materializó en 5 videos con meditaciones sobre la Pascua unidas
a los pilares de nuestra espiritualidad: oración, fraternidad, misión y cruz.
Nos ha sorprendido la respuesta de los jóvenes, están participando 48 personas,
cada uno tomándose en serio este deseo de encontrarse con Jesús y preparar el
corazón en esta cuaresma tan especial. A la vez este tiempo los invita a volver
el corazón a Dios, para encontrar en él la esperanza y también interceder por
la humanidad, suplicando por el fin de mal que tanto daño nos está haciendo.
Esta es nuestra gotita de agua para saciar la sed de nuestro cristo
Crucificado, poner el corazón y la mente para llegar con creatividad al corazón
de tantos hermanos que hoy esperan una gota de esperanza, de sentido, de
compañía”
VI. TESTIMONIO: SALVAR A UNA PERSONA ES SALVAR TODA LA HUMANIDAD
Lectura: “Cada vez que lo hicieron con el más
pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40)
Obispo
Ambo. Diócesis de Kalookan. Manila Recibí
el siguiente mensaje hace un tiempo. Me trajo lágrimas a los ojos. Decía:
" Querido Obispo. Hoy temprano recibí 4.7 kg de arroz y seis latas. Me
gustaría contribuir a quienes más lo necesiten, a aquellos que están siendo
ayudados por el programa de la Iglesia. Si esto sirve como donación, ¿dónde
puedo entregarlo?" MI RESPUESTA A ÉL: " Es muy amable de su parte.
Nada es grande o pequeño siempre y cuando provenga de un deseo sincero del
corazón para ayudar. Aquí en la catedral de San Roque está la sede de nuestras
Cáritas. Pregunta a nuestra persona encargada del reparto de los
alimentos."
VII. TESTIMONIO. ACOGIDA
Lectura: “Quien recibe a uno de
estos más pequeños en mi nombre me recibe a Mí”. (Mt 10,40)
Niños de Siria y Afganistán: “Desde enero, 299 sirios han
muerto en la ofensiva en las áreas clave de Idlib y Alepo. Los residentes, en
su mayoría mujeres y niños, estaban tratando de protegerse del duro invierno
sirio y los bombardeos en refugios improvisados con láminas de plástico.
Familias enteras han huido de un área a otra en el país desde el inicio del
conflicto en 2011. El alto comisionado dijo que no hay "justificación
posible" para los ataques "inhumanos e indiscriminados" y que ya
han traumatizado a toda una población. Los afganos forman "una de las
poblaciones de refugiados más grandes y antiguas del mundo" Pakistán e
Irán ofrecen refugio al 90% de los ciudadanos de Afganistán que abandonaron su
país durante 40 años; Los afganos lideran las solicitudes de asilo en Europa;
Conferencia internacional quiere apoyar a alrededor de 4,6 millones de personas
que viven fuera del territorio afgano”
VIII. TESTIMONIO: GRATITUD
Lectura: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo
gratis” Mt 10,8
La
senegalesa Fatoumata Ba. Joven que estudia la apnea
obstructiva del sueño, un síndrome que expone a complicaciones metabólicas e
incluso reduce la esperanza de vida. A Stéphanie le obsesiona resolver la
inseguridad alimentaria; a Francine hallar un remedio local para la leucemia.
Henintsoa está preocupada por el cambio climático y los animales polinizadores;
Carine lo está por la relación entre tuberculosis y diabetes. Estas cinco
mujeres tienen varias cosas en común, entre ellas que son científicas,
africanas y que se reunieron el pasado día 21 de noviembre 2019, en Dakar para
recibir la beca Premio Jóvenes Talentos, de la Fundación L'Oréal y la UNESCO,
junto a otras quince científicas africanas.
IX. TESTIMONIO: ORANDO JUNTOS
Lectura: “Que todos sean uno para que el mundo
crea”. (Cf Jn 17,20)
Testimonio de unidad: “Cuando
el reloj se acercaba a las seis de la tarde, Mintz y Abu Jama se dieron cuenta
de que podría ser su único descanso del turno. Los dos miembros del servicio de
respuesta de emergencia de Israel, se detuvieron para rezar. Mintz, un judío
religioso, estaba de pie frente a Jerusalén, con su chal de oración blanco y
negro colgando de sus hombros. Abu Jama, un musulmán observador, se arrodilló
en dirección a La Meca, con su alfombra de oración granate y blanca desplegada
debajo de él. Para los dos paramédicos, que habitualmente trabajan juntos dos o
tres veces por semana, la oración conjunta no era nada nuevo. Para muchos
otros, fue una imagen inspiradora en medio de la pandemia mundial de
coronavirus. Un usuario respondió en Instagram: “Estoy orgulloso de todos los
servicios de rescate, no importa de qué comunidad o religión sean”. En Twitter,
otro dijo: “¡Una pelea! ¡Una victoria! ¡Unámonos!”
X. TESTIMONIO: RESPONDER A LA LLAMADA DE DIOS
Lectura: “Jesús lo miro con amor y le dijo: Ven
y sígueme.” Mc 10,21
Aga, polaca de 21 años. “Soy
Aga, tengo 21 años y vivo en Gdansk. Cuando escuché que teníamos que estar al
menos, dos semanas en cuarentena me entró pánico. ¿Tanto tiempo sin salir de
fiesta con mis amigos, ni poder encontrarme con ellos? ¿Estar en el mismo lugar
durante tanto tiempo con mis padres y mis hermanos (que tengo seis y ¡dos de
ellos en la edad del pavo!)? Me saltaron las lágrimas de un miedo, que
penetraba todo mi cuerpo. Sin embargo, esa misma noche empecé a pensar en cómo
iba a ser esto y llegué a la conclusión de que necesitaba un plan. Ya que estoy
en una situación que no puedo cambiar, puedo al menos intentar aprovecharla en
la medida de mis posibilidades. Así pues, me busqué nuevas aficiones: empecé a
bordar, a participar por facebook en sesiones de yoga… me propuse de una vez
sentarme con las matemáticas, que hacía tiempo me estaban esperando. En este
corto tiempo me he enterado de lo que viven mis hermanos más que en los últimos
meses. Me apunté como voluntaria para hacer la compra a personas mayores
durante el tiempo de epidemia pensando que era la excusa ideal para salir de
casa y que, a la vez, hacía algo bueno por los demás. La mirada de
agradecimiento de esa viejecita por la que estuve media hora bajo la lluvia
haciendo cola para entrar a una farmacia, fue para mí un super premio. También
estoy teniendo la oportunidad de pasar largos ratos a solas conmigo misma”
XI. TESTIMONIO: OFRENDA
Lectura: “Nadie me quita la vida, sino que la
doy voluntariamente.” Jn 10, 18
Las Carmelitas Descalzas de Fuente de Cantos: las
monjas han dejado sus ocupaciones habituales para fabricar mascarillas con el
fin de contribuir a frenar la propagación del coronavirus, y que tendrán como
destino la residencia de ancianos de la localidad y el centro ocupacional.
Estas nueve religiosas se ganan habitualmente la vida con la costura,
elaborando ornamentos litúrgicos y otro tipo de ropa, como trajecitos para
bebés. «Queremos colaborar con algo para paliar esta pandemia. Aparte de ayudar
con nuestra oración, con nuestra entrega, queremos ayudar también con esto»
XII. TESTIMONIO: SOLIDARIDAD
Lectura: “Así como tenemos parte en los
sufrimientos de Cristo, recibimos también un gran consuelo” (2 Co 1, 5)
Carta a un enfermo con coronavirus: Querido
Diego: Aunque no nos conocemos, quería escribirte esta carta de despedida y
gratitud. Cuando todo el pueblo italiano sale al balcón y aplaude al personal
sanitario, espero que una parte de ese aplauso llegue hasta tu corazón. Junto a
tantos compañeros tuyos de trabajo, hoy mi corazón te honra. Seguramente ahora
que estás junto a Dios, Él te habrá explicado lo que nosotros sólo podemos
intuir: que EL AMOR NO PUEDE MORIR. Tú has amado mucho y eso es eterno.
Seguramente eres de los que no se dan demasiada importancia y mientras
conducías la ambulancia o acogías a la gente enferma, pensabas: “hago
sólo lo que tengo que hacer” Pero precisamente ahí está la heroicidad de una
vida: en hacer lo que tiene que hacer, estar donde tiene que estar,
asumiendo esa cuota de responsabilidad por los que tenemos al lado que nos ha
sido confiada a cada uno. Y tú lo has hecho sin medir los costos. Eso es lo que
te convierte en héroe, y eso es lo que hace que hoy te rindamos
homenaje. Y ESE AMOR NO PUEDE MORIR. Tu
familia sufrirá mucho tu ausencia, pero sabrán que no has muerto…has pasado a
una vida infinitamente mejor. Y que siempre, SIEMPRE, estarás con ellas.
XIII. TESTIMONIO: ORAR POR LOS ENFERMOS
Lectura: Dios nos conforta para que nosotros podamos
consolar a los que se sienten más atribulados. (2 Co 1, 6)
Carta a una enfermera: La
carta nos describe lo que supuso el acompañamiento de una enfermera con una
paciente antes de morir. “Buenas noches, no quiero describirle lo que están
pasando como en los medios de comunicación: números, estadísticas, decretos y
prohibiciones. Me gustaría hacerlo visto desde el lado del paciente covid
positivo y operadores. (…) La paciente es consciente, lúcida y orientada en el
tiempo y el espacio... pero sobre todo sabe que va a morir. Ya sabe, lo siente.
Le han dado la noticia de que ya no tiene solución, la van a entubar y ya tiene
que despedirse de su familia. (…) Su mirada me taladró... no eres solo un
operador, eres mamá, eres hija...Le dije a sus hijos que se juntaran y que
llamaran por video conferencia a mi número de teléfono. Es poca cosa, pero al
menos no va a ser interrumpido, y la verán. (…) La llamada dura aproximadamente
media hora... y es como si un círculo se hubiera cerrado, lo que tenía que ser
fue... ella solo había resistido x ellos, para verlos, para saludarlos. Tienes
el corazón roto. Piensas en ti y en tus hijos y lo entiendes todo... todas sus
preocupaciones. Te toma la mano y te dice “Gracias, cuidaré de ti por lo que
hiciste”. Y te cuesta no llorar.
XIV. TESTIMONIO: ESPERAR CON MARIA
Lectura: “Junto a la cruz de Jesús estaba su
Madre”
Obispo auxiliar de Madrid. Como
parte de un equipo de la pastoral de la salud se ofreció para acompañar las
muertos de la morge que se habilitó en el Palacio de Hielo de Madrid. El obispo
auxiliar inició el rezo de responsos en el Palacio de Hielo, convertido en una
gran morgue. Con mi ritual de exequias, mi estola morada y el corazón abrumado,
llegué a las puertas de un mausoleo donde la muerte parece callarlo todo.
Después de sortear un montón de controles y las dificultades del primer día, me
condujeron a bocajarro al pie de la misma pista de hielo. Sin tiempo para
hacerme a la idea, me vi solo en mitad de la pista, un gran cuadrilátero
repleto de féretros, en medio de un silencio gélido. Todo se paró. Me vi allí
con mi ministerio, mi viejo libro de oraciones, e intentando mirar más allá de
lo que se veía, para escuchar las vidas que allí dormían en el hielo, sus
nombres, sus familias o sus soledades, pues algunos murieron en el más completo
abandono. Con la sola fuerza del viejo salmo: «El Señor es mi Pastor, nada me
falta…». Entonces sucedió el milagro de la oración. Como luz en la tiniebla,
sentí que allí estaba toda la Iglesia rezando por medio de este pobre obispo. Y
con ella, las familias de aquellos difuntos y las personas a las que abrazaron,
y con las que lloraron… Entonces las gradas se poblaron de corazones y, por un
momento, el frío se alejó. «A tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma
de estos hermanos nuestros. Concédeles el lugar de la luz y de la paz…». El eco
del Evangelio humanizaba el frío. Y allí estaba la presencia de Jesucristo,
abrazando a cada uno de sus hermanos, llorando como lo hacía al pie de la tumba
de su amigo Lázaro y dando su esperanza.
MENSAJE
FINAL DE PASCUA
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