martes, 14 de abril de 2020

Oraciones Semana Santa 5-12 abril, 2020


SEMANA SANTA 2020




INTRODUCCION

Esta Semana Santa 2020 será una "Semana Santa" especial que nunca olvidaremos. No la podremos celebrar ni en los templos en las acostumbradas celebraciones ni en las calles con las tradicionales procesiones sino confinados en nuestras casas, ingresados en residencias y hospitales en medio de un clima de estupor y de dolor. 

La invitación que recibimos es transformar nuestras casas en pequeñas iglesias domésticas para vivirla en un clima de hogar y de intimidad. El Papa nos invita a vivirla en dos claves: Crucifijo y Evangelio, Contemplando a Cristo en la cruz y leyendo las lecturas que cada día nos presenta la liturgia. Sin duda la realidad presente también nos invita a orara con la Pasión actual de Cristo hoy.

Este va a ser nuestro interés y nuestra propuesta. Para una lectura continuada del evangelio además del relato de la Pasión que nos presenta el evangelio del Domingo de Ramos invitamos a una lectura continuada de los cánticos del siervo.

Los cánticos del Siervo que se leerán durante la Semana Santa nos ayudarán a comprender la identidad de Jesús. El Siervo quedará enigmático en lo que anunció y contempló Isaías, y se revelará plenamente en la Pasión de Jesús. Los apóstoles después de su Pasión y muerte harán una relectura de fe para redescubrir en los cánticos de Isaías la figura de Jesús. Los cánticos son utilizados en la liturgia para celebrar los misterios del Señor en la Semana Santa:

Domingo de Ramos:Presentación del Siervo
Lunes Santo: Primer Cántico del Siervo.
Martes Santo: Segundo Cántico del Siervo.
Miércoles Santo: Tercer Cántico del Siervo.
Viernes Santo: Cuarto Cántico del Siervo

Los Cuatro Canticos revela varias facetas del ministerio del mesías, esto es, el llamado ‘Siervo del Señor’. Siervo elegido y amado, humilde, obediente, sostenido. Dichos cantos se encuentran en los siguientes capítulos de Isaías:

    El primer canto: Isaías 42:1-4
    El segundo canto: Isaías 49:1-6.
    El tercer canto: Isaías 50:4-10.
    El cuarto canto: Isaías 52:13-53:12.

¿Qué son los Cuatro Cánticos del Siervo de Yahvé? Son cuatro poemas que se encuentran en el libro de Isaías, y que contemplan a un misterioso Siervo de Dios que por su obediencia y sufrimiento, por su amor y su entrega, va a ser el redentor del pueblo. Si tomamos la Biblia, anotamos estos pasajes en el libro de Isaías. Primero 42, 1-9. Segundo 49,1-7. Tercero 50,4-11. Cuarto y principal: capítulo 53 entero.

Estamos en lo más puro, en lo más bello de la teología del libro de Isaías. Son pasajes que no se pueden leer sino saboreándolos…, paladeándolos con gusto, despacio, porque pronto advertimos que aquí hay un divino misterio que toca el corazón: Mirad a mi Siervo,
a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco (Is 42,1).

Ese Dios soberano de la Biblia, ese que es el Todo Otro y el más próximo, ese a quien Isaías llama “el Santo de Israel”, pero no con un ejército avasallador y triunfante, sino con un Siervo Sufriente.

¿Quién es esta figura enigmática del Siervo?

¿Quién es este Siervo misterioso? Nuestros hermanos judíos leen la Santas Escrituras y le dan un nombre a ese Siervo… También nosotros. He aquí al Maestro de exégesis que escribe en la pizarra para explicar quién es el Siervo:

-El Siervo es el mismo Israel, en cuando Israel doliente (no un grupo de Israel).
-Un israelita: El Siervo es todo hijo de Israel.
-El Siervo es Uno de Israel.
-El Siervo es Jesús (Mt 12,15-17. 18-20)
-El Siervo es una sierva: la Sierva del Señor.
-El Siervo soy yo, proclamando la única Soberanía del único Dios.

Es claro que san Mateo identificó al Siervo de Dios con Jesús.

“Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará…” (Mateo 12).

La liturgia se atiene a este criterio. Y en las celebraciones de Semana Santa, como hemos indicado al principio, vamos contemplando a Jesús meditando, frase por frase, los cuatro Cánticos del Siervo del Señor. Yo soy el Siervo, asociado al Siervo que es Jesús. El mensaje está claro: Dios Padre de amor salvó al mundo por los sufrimientos de su Hijo -no por batallas, conquistas y triunfos-; y Dios cuenta conmigo para salvarme a mí y a mis hermanos con la misma lógica: entrega silenciosa, sufrimiento, y, en definitiva, amor. Amor gratuito, amor sin condiciones. El Amor sufriente salva al mundo.

Reflexión sobre los Canticos del Siervo

Según los exegetas cristianos, el libro de Isaías habría sido compuesto en realidad por dos o tres profetas diversos. Los textos del «canto del Siervo» se encuentran incluidos en la parte que se adjudica al llamado Deuteroisaías o Libro de la Consolación (cap. 49-55). Las interpretaciones sobre a quién se refiere el escritor sagrado con el «Siervo de Yahvéh» son muchas y discutidas, dado el carácter polifacético de la persona a la que refiere: siervo, profeta, mártir, sacerdote y rey. En el cristianismo se ha aplicado tradicionalmente este conjunto de profecías a Jesús de Nazaret.

El Siervo y lo que se afirma de él

Tres son las interpretaciones más comunes sobre a quién o quiénes se deba referir el profeta cuando habla del Siervo de Yahvéh. Interpretación colectiva, individual y misteriosa personalidad corporativa. Algunos exegetas sostienen la tesis de una misteriosa personalidad «corporativa». Esta hipótesis hace recaer la referencia del «siervo» en una personalidad transhistórica que no correspondería a ninguna persona en particular sino a varias a lo largo del tiempo y que solo alcanza su máxima aplicación en Jesús de Nazaret y en la doctrina paulina de su Cuerpo místico.

La expresión Siervo de Yahvéh se ha referido a un personaje anónimo como al pueblo de Israel o a uno personal como Jacob, Moisés, David, Ciro, Job, Jeremías y finalmente Jesús. En la Iglesia cristiana primitiva, el Siervo de Yahvéh fue identificado con Jesús. Así lo atestiguan algunos pasajes de los Evangelios (cf. Mt 8, 17; Lc 22, 37; Jn 12, 38) y otros textos del Nuevo Testamento (cf. Hch 8, 32; Rm 15, 21; 1P 2, 22). Los exegetas discuten si la profecía deba aplicarse de manera literal o típica a Jesucristo ya que el texto afirma que recibirá honores de parte de los reyes, es decir, gloria terrena, que Jesús no recibió.

Unidad de contenido y lectura unitaria interpretativa

La misión profética del Siervo implica toda la tierra: este tema se subraya a menudo y de particular forma en el segundo canto: «Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!» (Is 49, 1). Y es una misión tan particular que no le ha sido confiada en algún momento de su vida, como a Abraham o Moisés, sino «desde el seno materno» (cf. Is 49, 1.5).

La primera mención a una interpretación no mesiánica la encontramos en Orígenes que comenta que los judíos niegan que el cuarto canto del siervo pueda aplicarse al Mesías. San Jerónimo afirma en su traducción de la Vulgata que los hebreos consideraban estas partes del libro como una profecía autobiográfica de Isaías mismo. Con el tiempo las interpretaciones se han ido variando pero lo constante es que nunca se ha dado una interpretación unánime de su carácter mesiánico en el ámbito judío. Más tarde se da un sentido colectivo referido a Israel a los textos que hablan de los padecimientos del siervo.

En el Nuevo Testamento en muchas ocasiones emplea la figura del Siervo para referirlo a Jesús. San Pablo incluso afirma que Cristo tomó la forma de siervo. Así, los textos de las predicaciones en los Hechos de los apóstoles en realidad, son usos de la expresión «siervo de Yahvéh» dado que se acompañan del contexto del sacrificio expiatorio que es aceptado por Dios y que le significa una glorificación.

Los padres de la Iglesia son unánimes al interpretar los cantos del siervo como aplicados a Jesús. Incluso el capítulo 53 lo citan por entero en sus obras referido a los padecimientos del Cristo, San Clemente de Roma, San Justino, etc. Y lo mismo con los demás cantos por parte de Ireneo de Lyon, Tertuliano, San Cipriano, etc. Así se ha mantenido también la tradición exegética de las iglesias cristianas. La liturgia católica latina usa los cantos del siervo en los días domingo de ramos, lunes, martes, miércoles y viernes de la Semana Santa.


Reflexión actual

La interpretación más exacta, la pandemia ha convertido la humanidad en la figura del siervo sufriente. El siervo sufriente que acoge la vida de la humanidad entera. El Siervo Sufriente es mensaje de paz, perdón y reconciliación. Pero en la Cruz Cristo lucha y vence la muerte, es promesa de vida. Somos invitados a hacer visibles los rasgos del Siervo sufriente. En medio de una humanidad asediada por el coronavirus. En tantos sanitarios, luchando por la vida, tantos hombres de buena voluntad que en medio de la tragedia son, alivio, consuelo, refrigerio.






DOMINGO DE RAMOS
Introducción
Celebramos este Domingo de Ramos como inicio de la Semana Santa. Esta Semana Santa no habrá procesiones ni concentraciones, no alzaremos nuestras palmas para entrar en procesión. Lo tendremos que celebrar en nuestras casas confinados en medio de pesadumbre y dolor en comunión con tantos que están sufriendo en, residencias, hospitales muchos luchando entre la vida y la muerte. La humildad es lo que preside también la entrada de Jesús en Jerusalén montado sobre la borriquilla y rodeado de toda una chiquillería y populacho agitando palmas. No entra en una carroza real ni armado de armas para vencer con la fuerza. Es así como quiere conquistar nuestros corazones.
Destaca en toda la Semana Santa contemplar a Jesús en su condición no tanto de Rey sino de Siervo. Se presenta como un Rey frágil, indefenso, cuyo cetro y corona va a ser de espinas y dolor. Jesús inicia su Pasón entrando como una persona humilde dispuesto a afrontar el fracaso, el dolor, la muerte. Va a experimentar el abandono, la negación, la traición de los suyos. Ante esa contradicción se dona así mismo como pan partido. Se despoja de sus vestidos ante el asombro de los suyos y se arrodilla ante ellos a lavarles los pies.
La invitación por parte de la liturgia es a revestirnos de Cristo, de la humildad de Cristo, de su condición de servidor. Pensemos en estos días tantos que tendrán que vivir esta Semana Santa  en completa soledad infectados por el coronavirus en los hospitales o residencias y veamos también quienes están entregando la vida al servicio de los más débiles e indefensos.

LA CONDICION DEL SIERVO
Homilía del Papa
Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.
Tomando la condición de siervo
Pero, ¿cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.
Hasta el extremo
El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono, la muerte y la muerte en Cruz. La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.
Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.
El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?” más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales: Elí, Elí, lemá sabaqtaní.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, para decirte: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.
¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta tal punto?
Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.
Mirad a mi Siervo, a quien sostengo.
 El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.
Reflexión

Jesús es un mesías, un rey totalmente distinto al que esperaban. Deja claro de que su mesianismo no será el del poder o la fuerza, sino el de la vía del amor, de la misericordia y de la paz. Cuando las multitudes lo quisieron aclamar como Rey el se retiraba a un lugar solitario. La invitación de Jesús y del Papa en este inicio de esta Semana Santa es a revestirnos de esta humildad siguiendo los pasos del Siervo. Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Amar y seguir al Señor es servir. Ojalá no nos quedemos encerrados en nuestras seguridades y nos sintamos llamados a servir a jugarnos la vida por los demás. No tengáis miedo a servir a dar la vida a gastarla por Dios y por los demás así la ganaremos la encontraremos con pleno sentido. La humildad y aparente debilidad de Jesús nos deja ver cuál es su fortaleza. Jesús vive su condición de hombre pobre y vulnerable que se apoya en su Padre. El hombre no es Dios omnipotente. Ante el abandono de todos Jesús nos muestra que vive apoyado en su abandono amoroso en el Padre. No estoy solo el Padre me ama y está conmigo y yo he venido como su Siervo elegido a hacer su voluntad. El Hijo se apoya totalmente en su Padre Dios.






LUNES SANTO
PRIMER CANTICO DEL SIERVO

Breve lectura del primero de los cuatro cánticos del Siervo Sufriente Is 42, 1-7                                                                                                                                    
Así dice el Señor:
"Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. "Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:
"Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas."

Leemos este poema el lunes santo, a la vista de la pasión de Jesús, y como profecía cumplida plenamente en él; pero el poema no habla sólo de un cumplimiento que podemos dejar en el pasado, sino de un reclamo siempre actúa de superar el exclusivismo religioso. Este bello poema que leemos como primera lectura de la misa del lunes santo es el llamado "Primer canto del siervo sufriente", parte de un conjunto de 4 poemas de tema semejante que se encuentran repartidos en el libro de Isaías, entre los capítulos 42 y 53.

Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al "Libro de la Consolación de Israel" (Is 40 a 55), debido a un profeta anónimo que llamamos "Segundo Isaías. A pesar de la alegría y la esperanza que trasluce su libro, el Segundo Isaías se formó en la escuela del sufrimiento: su pueblo, Israel, estaba deportado desde hacía ya varias décadas. Sin tierra, sin templo, sin culto, sin instituciones nacionales, rodeados de una civilización pujante y arrolladora como era Babilonia, cuando la mayoría de los que habían venido deportados o habían ya nacido en el exilio se habían afincado, la existencia de Israel estaba amenazada de raíz, de simplemente desaparecer tragados por el devenir de la historia.

Pero para poder entender a fondo este poema y el mensaje general del Segundo Isaías, debemos atender a lo que anuncia centralmente: los procedimientos de Dios son inesperados, Dios no puede ser manejado por nuestros modos de entenderlo, Dios no redime al modo como nosotros queremos: Frente a una religión de Israel que pretendía ser autosuficiente, y comprender a Dios y expresarlo, el profeta anuncia: No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Frente a un Israel que se pretendía a sí mismo elegido con exclusividad ante los demás pueblos, dirá el profeta: "te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.

La misión del Siervo
Hay tres grandes términos interrelacionados que describen la obra del Siervo de Dios, a saber, traer justicia, restaurar, salvar y hacer expiación por el pecado (53:4-6, 10-12). Por medio de la muerte expiatoria del Siervo, el pueblo de Dios iba a ser librado de la opresión del pecado. “Por su conocimiento, justificará mi siervo a justo a muchos” (53:11). Sorprendentemente, el Siervo de Isaías no está únicamente interesado en restaurar al pueblo de Israel (49:6) sino también a los gentiles (42:1, 4; 49:1, 6; 52:15). Es decir, su ministerio de justicia, restauración, salvación y expiación tiene ramificaciones internacionales.

La humillación del Siervo
Aunque el Siervo de Dios ministra con la intención de restaurar a los israelitas y a los gentiles, Isaías nos dice que sufrirá, peleando contra el desánimo y la enemistad. “Yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas” (49:4). “Di mi cuerpo a los heridores y mis mejillas a los que mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos” (50:6). “¿Quién contenderá conmigo? Juntémonos. ¿Quién es el adversario de mi causa? Acérquese a mí” (50:8).  “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (53:14). “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos” (53:3).

El carácter del Siervo
En medio de su humillación, el Siervo de Dios se comporta de manera ejemplar. A diferencia del despótico rey de Asiria, el mesías será humilde y compasivo (42:2-3; 53:7, 12), obediente (50:5), confiando en el Señor (49:1-4; 50:7). Lo más llamativo de su carácter es que el mesías estará completamente libre de pecado, “Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (53:9). Y de nuevo, “Justificará mi siervo justo a muchos” (53:11). El mesías podrá soportar la humillación porque en cada paso será sostenido por su Dios (49:2; 50:7-8). La unción del Espíritu es la señal indubitable de que el Señor se alegra en su Siervo. “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogió, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu” (42:1). Por un lado, pues, el Siervo será desechado por los hombres. Pero por el otro, es escogido por Dios y precioso.

La exaltación del Siervo
Dios, sin embargo, no se quedará contento con sostener a su Siervo por medio del Espíritu. Después de la muerte expiatoria y sepultura del mesías, su Dios se encargará de levantar su nombre en alto.   “Te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (49:6).  “Mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (52:13).   “Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días y la voluntad del Señor será en su mano prosperada; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos” (53:10-11). “Yo le daré parte con los grandes y con los fuertes repartirá despojos” (53:12)

Reflexion

Toda la situación que vivimos con esta pandemia nos deja ver nuestra vulnerabilidad. El hombre no es un ser todopoderoso y omnipotente. Debemos de abandonar nuestra prepotencia y revestirnos de humildad. Como ya hemos dicho la humildad y aparente debilidad de Jesús nos deja ver cuál es su fortaleza. Jesús vive su condición de hombre pobre y vulnerable que se apoya en su Padre. Ante el abandono de todos Jesús nos muestra que vive apoyado en su abandono amoroso en el Padre. No estoy solo el Padre me ama y está conmigo y yo he venido como su Siervo elegido a hacer su voluntad. El Hijo se apoya totalmente en su Padre Dios.

Dios se manifestó como Padre providente, formador y guía de su pueblo. Por su infinita misericordia formó al pueblo que había elegido para enseñarles sus caminos y habituarles a vivir en la tierra guiados por su Espíritu y llevándoles a una comunión más profunda con El y con los demás hombres sus hermanos.     El Dios omnipotente que no necesitaba de nada, se hacía necesitado del hombre y le concedía a este su comunión, a aquellos que sí necesitaban de Él. Así Dios les proveía de todo lo necesario los amaba y los servía. El mismo manifestaba su presencia en medio de ellos siendo su protector y guía en medio de los turbulentos y difíciles días de peregrinación por el desierto.

No estamos solos ante la muerte. Podemos sentir la mano de aquel que se hace cercano a nuestras vidas. El Siervo del Señor, en medio de gran tribulación hará justicia entre los judíos y los gentiles, siendo sostenido por el Espíritu de su Dios y será grandemente exaltado. El no se queda lejos. El no esconde el rostro ante el pobre y afligido y nos libra de una muerte sin sentido. Jesús se hace presente en los afligidos en medio de la soledad, el desamparo. El viene a darnos una palabra de aliento cuando nos sentimos derrotados.





MARTES SANTO

SEGUNDO CÁNTICO DEL SIERVO Is 49, 1-6

¡Escuchadme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh me llamó desde el seno materno; en las entrañas de mi madre pronunció mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo saeta aguda, me guardó en su carcaj. Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré. Ahora, pues, dice Yahveh, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él, y que Israel se le una: “Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te pongo como luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.

El segundo cántico del Siervo
Se trata de un anuncio maravilloso, de un nuevo noviazgo. Israel cual esposa abandonada, estéril, sin hijos será repoblada y sus hijos se extenderán a derecha y a izquierda. Dios entregó a sus hijos al exilio para disipar toda duda. La figura del siervo se presenta como una comunidad, una persona elegida por Dios bajo un designio misterioso para ser, un profeta, persona de palabra, designada para una misión que se convertirá en luz de las naciones.

Destaca el amor fiel de Dios para con el pueblo elegido, como madre para sus hijos, que lo saca de la humillación y el desprecio. El siervo de Yahveh habla en primera persona. Se presenta ante las naciones como el elegido de Dios. Dios llama por su nombre al siervo antes de nacer. El siervo es llamado en primer lugar a ser profeta de Dios. Dios pone en su boca una palabra, afilada como una espada o como flecha bruñida. Es una palabra que alcanza a los que están cerca y a los lejanos. El siervo, de momento escondido, actuará en Babilonia y en las costas lejanas.

Antes de que salga de su corazón el lamento, mientras se dice en su interior “por poco me he fatigado, en vano y nada he gastado mis fuerzas”. Los siervos de Dios, sus profetas, han fracasado en su misión de mantener a Israel y Judá unidos entre sí y con el Señor. El destierro es la prueba de ese fracaso. Los lamentos se oyen en boca de Jeremías (Jr 15,10-18; 20, 17-18) y en Ezequiel (Ez 2,4-6; 3,4-9; 33,30-33). Pero la misión, vista desde Dios, sigue en pie. El calendario de Dios no tiene los días contados como el de los hombres. 

La misión se alarga y dilata. Lo que Dios va a realizar en favor de Israel le glorificará ante todas las naciones. La luz de la salvación brillará para todos los hombres.
Dios no abandona a su Siervo, aunque le toque pasar por el sufrimiento. Se puede recordar a José en Egipto y, más tarde, a todo el pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto. También ahora Dios se hace presente con la salvación en la cautividad de Babilonia. Dios, por fidelidad a su amor, salva a su siervo y los exalta por encima de reyes y príncipes.

Dios salva a su Siervo, con el que lleva a cabo su obra salvadora. Se trata de un nuevo éxodo con sus tres etapas: salir, caminar y entrar. Salir de Babilonia, caminar de vuelta por el desierto, transformado en jardín, y entrar en la tierra. Babilonia y Sión se unen por un camino allanado por el Señor.

En Jerusalén, al ver confluir a sus hijos desde todos los rincones de la tierra, se eleva un himno de gloria, en el que participan el cielo y la tierra. Sin embargo, al escuchar las palabras de consuelo que Dios dirige a Sión, esposa de su alma, ella se ve como esposa abandonada, que no ha podido proteger a sus hijos; el enemigo se los ha arrebatado, llevándoselos como cautivos de guerra.

Es como si Dios ofreciera a Sión un nuevo noviazgo, en el que la colma de joyas y le da un cinturón nuevo. Dios la corteja de nuevo (Os 2,16). Es la renovación en la madurez, como la celebración de las bodas de plata o de oro, pues el cinturón lo forman en este momento los hijos recobrados. Ese es el adorno más glorioso para una madre. La corona de los esposos son sus hijos en torno a la mesa de casa. Y son tantos los hijos recobrados que la casa, la ciudad, resulta pequeña, estrecha para albergar a tantos.

Reflexión:

También nosotros en este tiempo de pandemia la Iglesia aparece en el exilio de la desesperación y el desprecio como abandonada por Dios y por los hombres. Dios promete restaurarla como nueva Jerusalén. Voy a crear una nueva tierra y unos nuevos cielos. Cuando nos podemos sentir decaídos y sin vida, Dios nos recuerda que no se ha olvidado de nosotros. Dios nos promete su fidelidad y nos invita a mirara más allá. Dios nos invita a vivir como pobres servidores en manos de Dios. Ante tantos enfermos abatidos, a los que colaboran a compartir la enfermedad y la muerte, a los que se sienten amenazados, agobiados, abatidos. No perdamos la esperanza. En medio de la lucha por la salud y la vida, no desmayemos, no bajemos los brazos. Al atardecer de la vida y de la historia nos encomendamos a Jesús el Siervo Sufriente. A Ti Señor me acojo, no quedaremos defraudados. En estos momentos que nos sentimos abatidos somos alentados para ser aliento para los más desalentados. Aunque no podamos juntarnos a celebrar juntos como en otras ocasiones, podemos generar confianza en torno a nosotros, más que nunca se precisa generar esperanza.





MIERCOLES SANTO
TERCER CÁNTICO DEL SIERVO 

LECTURA: Is 50, 4-9

El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que sepa decir al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos;  el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro esquivó insultos y salivazos. Yahveh me ayuda, por eso no me acobardaba, por eso endurecí mi cara como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante? ¡Que se llegue a mí! He aquí que el Señor Yahveh me ayuda: ¿quién me condenará? Pues todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá.”

 El siervo de Dios, en su misión profética, nos narra su vocación a llevar una palabra de parte del Señor a los abatidos y cansados. El profeta es siempre el hombre de la palabra. Pero la palabra cumple tareas diversas. Jeremías, en quien se cumple este tercer canto del Siervo, recibe una palabra “para destruir y edificar”. El Siervo que nos presenta ahora Isaías recibe la palabra para consolar. Esta palabra no es suya, Dios se la confía cada mañana.

Dios modela totalmente a su Siervo. Le da lengua de iniciado, le abre el oído para que escuche como un discípulo. Antes de hablar recibe la palabra del Señor. El Siervo, como Isaías (6,8), no opone resistencia a la llamada de Dios (Mc 10,32ss), aunque la palabra de Dios signifique para él, como para Jeremías, cargar con el rechazo de todos.

El Siervo que carga con el pecado del mundo los señala Juan Bautista al encontrarse con Jesucristo (Jn 1,29), y nos lo describe Mateo en su cumplimiento pleno (Mt 26,67; 27,30). El Siervo de Dios entra en el sufrimiento pues en medio de él experimenta la ayuda de Dios, que lo hace más fuerte que todo dolor (Jr 1,18; Ez 2,8):

Dios es el defensor de su Siervo. Confiando en Él puede afrontar tranquilo el juicio de los hombres. Dios demostrará su inocencia. El Padre mandará a su abogado defensor, el Espíritu Paráclito, a demostrar la inocencia de su siervo Jesús condenado a muerte por los hombres en un juicio inicuo (Jn 8,33-34). También el discípulo de Cristo puede confiar en que nadie le condenará (Rm 8,31-39). Apoyado en su experiencia, el Siervo de Dios puede anunciar una palabra de ánimo para cuantos, como él, ponen su confianza en el Señor:

A la palabra de aliento para quienes confían en Dios acompaña la amonestación para quienes ponen su confianza en sí mismos, en la lumbre de su mente. Su luz se les transformará en incendio que les devorará. A cuantos buscan a Dios el Siervo les invita a hacer memoria para encontrar la esperanza en la historia. Del pueblo sólo queda un resto que vive lejos de Jerusalén, con la ciudad arrasada y el templo incendiado. A este pueblo desconsolado le invita a mirar a Abraham, de quien descienden. En ellos, aunque sean pocos, sigue viva la promesa de Abraham.

Dios urge a su pueblo a acoger su palabra, pues desea salvarlo. Pero quiere además que la salvación llegue a todas las naciones y la salvación para el mundo procede de Jerusalén, de Dios presente en su pueblo. El cielo y la tierra, signo de estabilidad, en comparación con la salvación de Dios parecen algo que se tambalea, su caducidad es manifiesta. El pueblo despierta de su somnolencia con el anuncio de la salvación y se dirige a Dios, invitándolo a despertar, como si hubiera estado dormido durante su exilio. Pero “no duerme ni reposa el Santo de Israel” (Sal 121,3). Dios no duerme, pero el hombre no siente su presencia y su acción porque se olvida de Él. No es el Señor quien duerme, sino Jerusalén. Jerusalén está dormida, pero no con el sueño normal, reparador de fuerzas, sino con el sueño del vértigo y borrachera. Peor aún, no es borrachera de vino, sino de vino drogado. Y la droga es la ira del Señor, que Él mismo ha suministrado a Israel. Dios ha suministrado la droga a su esposa para calmarla, para curarla de sus infidelidades. Ahora el Señor la sacude para que se despabile y despierte:

Dios sigue sacudiendo a Israel para que se despierte y vista su traje de gala. Es la hora de salir para la fiesta de la salvación. Comienza una etapa nueva y gloriosa. Es la etapa de la libertad recobrada tras la esclavitud. Los gritos de triunfo de los enemigos -Egipto, Asiria y Babilonia- han sonado en los oídos de Dios como blasfemias. Su santo nombre ha sido profanado (Rm 2,24) al humillar a su pueblo. Dios sale en defensa de su nombre. Para santificar su nombre, Cristo nos rescatará “no con oro ni plata, sino con su sangre” (1P 1,18).


Reflexión:

Precisamente a través de esos momentos difíciles Dios modela totalmente a su Siervo. Pide al siervo oídos atentos a su voz, a su llamada, a su Palabra. Día tras día el nos despierta y nos habla. Es muy importante esta actitud propia del discípulo escuchar por la mañana tu Palabra y  mantener el oído abierto. El Señor nos confía la misión de alentar a los que se sienten decaídos. Nada más actual que estas palabras: mi pueblo yace. Tus hijos yacen desfallecidos en la esquina de todas las calles ¿quién te dará el pésame? ¿quién te consuela? No debemos bajar los brazos. Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén. El pueblo despierta de su somnolencia. No podemos romper esta dependencia y obediencia a Dios para caer en otras dependencias que nos esclavizan. Debemos permanecer en esta libertad de los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios.





JUEVES SANTO

Introduccion
La celebración del Jueves Santo este año tiene una peculariedad que la diferencia de otros años. Debido a las medidas de confinamiento por el coronavirus no se celebra ni la misa crismal que se pospone para otra ocasión, quizás en Pentecostés, ni tampoco se realiza el lavatorio de los pies como caracteriza la celebración de la institución de la eucaristía en la tarde.
Sin embargo nosotros vamos a sustituir la misa crismal que se suele adelantar a los miércoles por la alocución que hizo el Papa este miércoles en la catequesis especial para esta Semana Santa en su audiencia general. En estos días, todos en cuarentena, en casa, confinados, tomemos dos cosas en la mano: el crucifijo, mirémoslo; y abramos el evangelio. Será para nosotros -por decirlo así- como una gran liturgia doméstica porque estos días no podemos ir a la iglesia. ¡Crucifijo y Evangelio!”.
El Papa Francisco siguiendo la actitud de Jesús como Siervo enfatiza que amar es servir. Hoy especialmente la liturgia contemplando el rostro del siervo lavando los pies.

ESQUEMA CELEBRACION DEL JUEVES SANTO:
I LA MISA CRISMAL
II LA CENA DEL SEÑOR




I LA MISA CRISMAL
Catequesis del Santo Padre
En estas semanas de preocupación por la pandemia que está haciendo sufrir tanto al mundo, entre las muchas preguntas que nos hacemos, también puede haber preguntas sobre Dios: ¿Qué hace ante nuestro dolor? ¿Dónde está cuando todo se tuerce? ¿Por qué no resuelve nuestros problemas rápidamente? Son preguntas que nos hacemos sobre Dios.
Nos sirve de ayuda el relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. También allí en efecto, se adensan tantos interrogantes. La gente, después de haber recibido triunfalmente a Jesús en Jerusalén, se preguntaba si liberaría por fin al pueblo de sus enemigos (cf. Lc 24,21).
Ellos esperaban a un Mesías poderoso, triunfador con la espada. En cambio, llega uno manso y humilde de corazón, que llama la conversión y a la misericordia. Y precisamente la multitud, que antes lo había aclamado, es la que grita: “¡Sea crucificado!” (Mt 27:23). Los que lo seguían, confundidos y asustados, lo abandonan. Pensaban: si esta es la suerte de Jesús, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte, Dios es invencible.
Pero, si seguimos leyendo el relato de la Pasión, encontramos un hecho sorprendente. Cuando Jesús muere, el centurión romano, que no era creyente, no era judío sino pagano, que le había visto sufrir en la cruz, y le había escuchado perdonar a todos, que había sentido de cerca su amor sin medida, confiesa: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15,39). Dice, precisamente, lo contrario de los demás. Dice que Dios está allí, que verdaderamente es Dios.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero rostro de Dios? Habitualmente proyectamos en Él lo que somos, a toda potencia: nuestro éxito, nuestro sentido de la justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Es diferente y no podíamos conocerlo con nuestras fuerzas. Por eso se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua se reveló completamente.
¿Y dónde se reveló completamente? En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios. No olvidemos, hermanos y hermanas, que la cruz es la cátedra de Dios. Nos hará bien mirar al Crucificado en silencio y ver quién es nuestro Señor: El que no señala a nadie con el dedo, ni siquiera contra los que le están crucificando, sino que abre los brazos a todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar por nosotros; el que no nos ama por decir, sino que nos da la vida en silencio; el que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos trata como a extraños, sino que toma sobre sí nuestro mal, toma sobre sí nuestros pecados. Y, para liberarnos de los prejuicios sobre Dios, miremos al Crucificado.
Y luego abramos el Evangelio. En estos días, todos en cuarentena, en casa, confinados, tomemos dos cosas en la mano: el crucifijo, mirémoslo; y abramos el evangelio. Será para nosotros -por decirlo así- como una gran liturgia doméstica porque estos días no podemos ir a la iglesia. ¡Crucifijo y Evangelio!
En el Evangelio leemos que cuando la gente va donde está Jesús para hacerlo rey, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes, él se va (cf. Jn 6:15). Y cuando los demonios quieren revelar su divina majestad, los silencia (cf. Mc 1, 24-25). ¿Por qué? Porque Jesús no quiere que se le malinterprete, no quiere que la gente confunda al verdadero Dios, que es amor humilde, con un dios falso, un dios mundano, espectacular, y que se impone con la fuerza. No es un ídolo.
Es Dios que se ha hecho hombre, como cada uno de nosotros, y se expresa como un hombre, pero con la fuerza de su divinidad. En cambio, ¿cuando se proclama solemnemente en el Evangelio la identidad de Jesús?… Cuando el centurión dice: “Verdaderamente era el Hijo de Dios”. Se dice allí, apenas cuando acaba de dar su vida en la cruz, porque ya no cabe equivocación: Se ve que Dios es omnipotente en el amor, y no de otra manera. Es su naturaleza, porque está hecho así. Él es el Amor.
Tú podrías objetar: “¿Qué hago de un Dios tan débil, que muere? Preferiría un Dios fuerte, un Dios poderoso”. Pero, sabes, el poder de este mundo pasa, mientras el amor permanece. Sólo el amor guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras fragilidades y las transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro pecado con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza.
La Pascua nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos confiar verdaderamente en que todo saldrá bien. Y esta no es una ilusión, porque la muerte y resurrección de Jesús no son una ilusión: ¡fue una verdad! Por eso en la mañana de Pascua se nos dice: “¡No tengáis miedo!” (cf. Mt 28,5). Y las angustiosas preguntas sobre el mal no se esfuman de repente, pero encuentran en el Resucitado la base sólida que nos permite no naufragar.
Queridos hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia acercándose a nosotros y la convirtió, aunque todavía marcada por el mal, en historia de salvación. Ofreciendo su vida en la Cruz, Jesús también derrotó a la muerte. Desde el corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras historias acercándonos a Él, acogiendo la salvación que nos ofrece. Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la oración, esta semana, estos días: con el crucifijo y con el evangelio. No os olvidéis: La liturgia doméstica será esta. Crucifijo y Evangelio.
Abrámosle todo el corazón en nuestra oración. Dejemos que su mirada se pose sobre nosotros y comprenderemos que no estamos solos, sino que somos amados, porque el Señor no nos abandona y nunca se olvida de nosotros. Y con estos pensamientos os deseo una Santa Semana y una Santa Pascua.
Reflexión
La Pasión de Jesucristo ilumina de forma especial estos días de pandemia y sufrimiento: “Contemplando a Jesús en la cruz vemos el rostro de Dios”, que se revela “Omnipotente, pero en el amor, porque Él es amor”. A Dios “no es posible conocerlo y alcanzarlo con nuestro esfuerzo personal”, ha advertido. “Es Él quien ha venido a nuestro encuentro y se nos ha revelado en el misterio pascual de Jesús, en su muerte y en su Resurrección”. En la Cruz, en esa aparente derrota, Dios está presente verdaderamente. Este tiempo de preocupación por la pandemia que está afectando al mundo, “podríamos pensar que Dios está ausente, que no se interesa por nosotros y por nuestro sufrimiento”. Sin embargo, ha asegurado que ante estas preguntas “que afligen nuestro corazón”, “nos ayuda la narración de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos”.






II CELEBRACIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR

Misa del Papa Francisco la tarde del Jueves Santo:

Homilía del Papa Francisco: el don del sacerdocio
La Eucaristía es servicio, es unción, la realidad que hoy vivimos en esta celebración es que el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en tabernáculo del Señor, llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y no bebemos su sangre no entraremos en el Reino de los Cielos.
Este misterio del pan y del vino es el misterio del Señor con nosotros, en nosotros y dentro de nosotros. Servicio, ese gesto que es condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, los unos a los otros. Lo vemos en ese intercambio de palabras que ha tenido con Pedro le hace entender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que sea el siervo de Dios nuestro siervo.
Esto es difícil de entender: Si yo no dejo que el Señor sea mi servidor, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.
El sacerdocio. Quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes: desde los recientemente ordenados hasta los mayores, de los obispos… todos somos sacerdotes. Somos ungidos por el Señor, ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.
Hoy no se celebra la Misa Crismal, espero que podamos tenerla antes de Pentecostés. Si no, la tendremos que trasladar al año que viene, pero puedo dejar pasar esta celebración sin recordar a los sacerdotes, los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, sacerdotes que son servidores. Estos días han muerto más de 60 aquí en Italia, en la atención a los enfermos, en los hospitales, con los médicos, con los enfermeros son los santos de la puerta de al lado, sirviendo han dado la vida.
Pienso también en los que están lejos. He recibido una carta de un sacerdote que me habla de una cárcel lejana, narra como vive esta Semana Santa con los reos, un franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí, como me decía un obispo que la primera cosa que hacía cuando iba a los lugares de misión era visitar la tumba de los sacerdotes que han dejado su vida ahí, que han muerto por la peste de esos lugares, porque no estaba preparados, no tenía anticuerpos, nadie sabe su nombre: sacerdotes anónimos, párrocos del campo, que son párrocos de 4, 5, 6 ó 7 pequeñas aldeas, que van allí y conocen a la gente. Una vez, uno me decía que conocía el nombre de toda la gente del pueblo. “¿De verdad?” –Le pregunté yo–. “Incluso el nombre de los perros”. La cercanía sacerdotal, buenos sacerdotes.
Hoy los llevo en el corazón y los presento al altar. A los sacerdotes calumniados, que muchas veces sucede hoy, y que no pueden ir por la calle, suceden cosas feas en relación al drama que hemos vivido y que hemos descubierto a sacerdotes que no eran sacerdotes. Algunos me decían que no pueden salir de casa con el clériman y ellos continúan. Sacerdotes pecadores que junto con el Papa pecador, no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar. Porque ellos saben que tienen la necesidad de pedir perdón y de perdonar porque somos pecadores. Sacerdotes que sufren alguna crisis y no saben que hacer, están en la oscuridad. Hoy todos ustedes, queridos sacerdotes, están aquí conmigo en el altar.
Queridos consagrados: Solo les digo una cosa. No sean testarudos como Pedro, déjense lavar los pies, el Señor es vuestro siervo, Él está cerca de ustedes para darles la fuerza, para lavarles los pies. Que así, con esta conciencia de tener necesidad de ser lavados perdonen con un corazón grande, generoso, de perdón. Es la medida con la cual nosotros seremos medidos, con lo que tú has perdonado serás perdonado, con la misma medida. ¡No tengan miedo de perdonar! Muchas veces tenemos dudas: Miren a Cristo, ahí está el perdón de todos y sean valientes, incluso en el arriesgar, en el perdonar.
Para consolar, y si no pueden dar un perdón sacramental en ese momento, den la consolación y dejen la puerta abierta. Agradezco a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros. Agradezco a Dios por ustedes, sacerdotes, Jesús les quiere bien. Solo quiere que ustedes se dejen lavar los pies
Reflexión

El centro de la homilía improvisada del Papa y dirigida a os sacerdotes y consagrados, lo ha puesto en la conciencia de tener necesidad de ser lavados para poder amar y perdonar como Jesús: “¡No tengan miedo de perdonar!” ha exclamado. “Miren a Cristo, ahí está el perdón de todos y sean valientes, incluso en el arriesgar, en el perdonar”. Sus palabras han sido de aliento y agradecimiento a quienes hemos entregado la vida a Cristo para servir. “Agradezco a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros”, ha expresado el Papa. Recordando la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el Pontífice se ha dirigido principalmente a los sacerdotes, los “ungidos por el Señor, ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir”, les ha dicho. “Quisiera estar cerca de todos los sacerdotes: desde los recientemente ordenados hasta los mayores, de los obispos, de todos”.


VIERNES SANTO


Introducción

El Viernes Santo es el último día de la vida de Jesús de escuchar sus últimas palabras. Jesús es condenado y sometido a los mas horrendos ultrajes y a la más horrenda muerte. Jesús no se echa para atrás, nadie le quita la vida, la da, la entrega voluntariamente. También nosotros vivimos este Viernes Santo cargado de dolor, en los corredores de los hospitales, en las morges, en aquellos que no pueden despedirse de sus seres queridos alejados de sus presencia y conforto. El Viernes Santo está cargado de dolor, pero más fuete que el dolor resplandece su amor. El día del amor más grande.  Dediquemos en este día a contemplar a Jesús en la Cruz. Fueron sus últimos momentos y sus últimas palabras.

ESQUEMA:

I LAS SIETE PALABRAS
II LA CELEBRACION DE LA MUERTE
III EL SANTO VIACRUCIS EN NUESTRA NOCHE DE HOY



I LAS SIETE PALABRAS


Introducción:

Se trata de escuchar las últimas palabras de Jesús en la Cruz:

·         «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». ...
·         «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». ...

Hemos querido incluso resumir las últimas palabras en siete: 

·         Perdón
·         Contigo
·         Apoyo
·         Soledad
·         Sed
·         Compromiso
·         Sentido

En este tiempo de pandemia Jesús asume estas notas tan vitales de nuestra condición humana cuando atravesamos por el dolor la soledad, la necesidad de apoyo, compañía, de dar sentido al sufrimiento y la muerte.

 PRIMERA PALABRA
 1. PERDON. Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad, cuando es violentada, grita pidiendo "justicia", buscando "reparación", exigiendo "venganza"... pero, ¿perdón ?
Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz... porque eres capaz de seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite que haya esperanza para él. Y atreverse a verlo es hermoso. Dios también me sigue perdonando hoy, por cosas que en mi vida destruyen, rompen, hieren a otros, a mi mundo... por mi pecado.

SEGUNDA PALABRA
2. CONTIGO. Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43)
Una promesa que muchas gentes tienen que oír hoy. En cruces injustas, en cruces pesadas; en realidades atravesadas por el dolor, la soledad, la duda, la incomprensión o el llanto... ¿cómo sonarán esas palabras, dichas desde la confianza de quien no tiene por qué mentir? Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hoy, porque los cambios, la nueva creación, la humanidad reconciliada, no tiene que esperar más. HOY, ahora, ya...tal vez si no llega ese hoy es por tanta gente que no decide, no opta, espera sentada...
Conmigo... Tengo que conocerte mejor, pues ese "conmigo" me suena a promesa y despierta ecos de una plenitud que no termino de entender.
En el paraíso... que no es un mítico edén, sino ese lugar en el que no habrá más llantos, en que las lanzas serán podaderas, el niño y el león jugarán juntos, habrá paz...

TERCERA PALABRA
 3. APOYO. He aquí a tu Hijo: he ahí a tu madre. (Jn 19,26)
Alguien para acompañarte en las horas difíciles. Alguien que te sostenga en estos momentos trágicos. Alguien que comparta tu pérdida... y que también estará en las horas buenas, que llegarán. Alguien que te cuide y a quien cuides...
No estamos solos, ni en las horas más oscuras. Amigos, madres, hijos, parejas, colegas. Y como creyentes, tenemos a más gente al pie de la misma cruz, a innumerables hombres y mujeres de Iglesia que han sido y son compañeros de camino, de esfuerzo, de lucha, de errores, de búsquedas y de amor.

CUARTA PALABRA
 4. SOLEDAD. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46)
¿Quién no tiene momentos de noche oscura? De depresión, de inseguridad, de absoluta incertidumbre... Esos momentos en los que parece que todas tus opciones han sido equivocadas, que cada decisión te ha llevado por un sendero erróneo. Esos tiempos en que te muerde la soledad, el fracaso, la miseria propia y ajena. ¿Quién no tiene momentos de escepticismo, de sinsentido, de amargura? ¿Quién no se pregunta, tal vez por un instante fugaz pero punzante, dónde está Dios ahora? La duda no es inhumana, ni el enfado, ni el miedo... El reto está en no ceder, en no creer que todo ha sido una mentira. El desafío es no abandonar, no rendirse, no capitular en esos momentos.

QUINTA PALABRA
 5. SED. Tengo Sed... (Jn 19,28)
Grita el hombre con la garganta reseca. Quiero justicia, clama la joven utilizada en los burdeles del mundo. "Pan", pide el niño con la barriga inflada de aire y de hambre. Paz, exclama el testigo de atrocidades sin fin. Amor, pide el muchacho solitario por ser extraño. Casa, sueña el mendigo que duerme en un banco. Trabajo, suspira una joven que se siente fracasar. Libertad, escribe el presidiario en sus poemas. Salud, recita el enfermo desde su cama... Voces de pena, voces de llanto, voces que reflejan los dolores del mundo. Hay alaridos, y también susurros, todos cargados de pena. Tu voz en la cruz recoge todos esos aullidos de la humanidad rota. Y no hay explicación. No hay sentido. No hay justicia. Sólo un grito más: "Basta ya".

 SEXTA PALABRA
 6. COMPROMISO. Todo está cumplido. (Jn 19,30)
Qué suerte acostarse cada día y poder mirar atrás y decir: "estuvo bien". Qué alegría cuando uno siente que ha hecho lo que tenía que hacer. Sí, mañana de nuevo comenzará el esfuerzo diario... pero al menos por ahora está hecho. Al menos por ahora puedo recostarme en silencio, y siento que he podido... Todos tenemos nuestras luchas pequeñas o grandes, nuestros compromisos que nos cuestan sudor y a veces lágrimas, pero que queremos vivir... y cada día tiene algo de tarea y misión. Y cada año, y cada etapa del camino... Ojalá pueda, a veces, aun cargado de ingenuidad, mirar atrás y sentir que las cosas se van cumpliendo, y reposarme en ti.

 SEPTIMA PALABRA
 7. SENTIDO. En tus manos encomiendo mi espíritu. (Lc 23,46)
No sólo el día de la muerte, sino cada día. En este mundo que en todo busca seguridades, que en todo quiere tener salvavidas. En este mundo que me invita a tener siempre cubiertas las espaldas...quiero arriesgar, apostar por ti y tu proyecto y tu Reino. Quiero saberme confiado, atravesar tormentas o espacios serenos, sintiendo que en tus manos voy protegido. Que tus manos curan, acarician, sanan, acunan, sostienen... firmes y tiernas a la vez.


                               

II LA CELEBRACION DE LA MUERTE DE JESUS


Introducción:

Este Viernes nos acercamos a contemplar el sufrimiento y la muerte de Cristo en la cruz. En este momento de dolor e incertidumbre por la crisis de la pandemia, crisis sanitaria y social que ha causado el coronavirus. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo, ha asegurado, es aliado nuestro, no del virus.
La pandemia del coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia”. “La cruz de Cristo”, ha reflexionado sobre la situación actual, “ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición”. Y ha recordado que “Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de ‘sacramento universal de salvación’ para el género humano.

En este tiempo más que nunca palpamos nuestra vulnerabilidad, mortalidad. Sí, somos mortales. En este contexto, podemos destacar algunos aspectos positivos de la pandemia: ¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento de dolor. Nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras”.

Después de tres días resucitaré, predijo Jesús. El Viernes la Cruz esconde un mensaje de esperanza: Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva.




PRIMERA LECTURA: CUARTO CANTICO DEL SIERVO

 Primera Lectura: Is 52,13-53,12

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quien meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años,lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte,y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.


El viernes santo leemos el cuarto y último cántico de Isaías acerca de la misteriosa figura del Siervo sufriente.                                                                                            

La lectura del cuarto cántico del Siervo sufriente del Segundo Isaías nos sobrecoge, nos parece que al leerlo van desfilando ante nosotros los momentos de la Pasión del Señor.
No es casual que ocurra eso: la pasión del Señor fue meditada y profundizada por la primera Iglesia a la luz de textos del Antiguo Testamento, y muy especialmente a la luz de este texto. Pero también es cierto lo opuesto: este texto se vuelve especialmente claro al confrontarlo con su cumplimiento en nuestro Señor. Posiblemente con ningún otro texto "dialoga" la Pasión como con este poema; me atrevería a decir que más incluso que con un salmo eminentemente de pasión como el Sal 22.

Este Cántico va a hablar del sufrimiento del Siervo, incluso lo va a hablar con mucha mayor claridad y contundencia que en los tres anteriores. Se diría que en este aspecto los cuatro poemas forman una escala: en el primero se nos presenta la figura del siervo, su cometido, y el método con el que lo intentará cumplir; en el segundo se abre el foco del misterio del Siervo: su tarea afectará no sólo a Juda e Israel, sino a todas las naciones, y aparece ya con una luz incipiente la cuestión del sufrimiento: él cree que no consigue realizar el designio de Dios, pero Dios anuncia el cumplimiento, e incluso lo exalta por encima de su carácter de siervo; en el tercero el propio Siervo penetra en el misterio del sufrimiento como lugar de la salvación: él mismo abre su oído para que le sea destilada en él, no la sabiduría de los manuales, sino la sabiduría del dolor que salva.

En el cuarto cántico del Siervo se detallarán esos sufrimientos, pero aparece una novedad: los que rodean al Siervo han comprendido su obra, realmente por efecto del obrar del Siervo -¡por sus sufrimientos!- el ser humano al que el Siervo se dirigía ha cambiado, se ha vuelto capaz de algo nuevo. El cuarto poema habla del sufrimiento del Siervo, pero no es una endecha sino un cántico triunfal: el dolor ha servido, ha transformado a los hombres, que ahora comprenden.
Por eso el poema comienza con un grito de triunfo: «Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.». El cuarto canto comienza por el final que había quedado abierto en el tercero: "Mirad, efectivamente el Siervo consigue ser el verdadero discípulo que aspiraba ser. Sí, tiene éxito".

¿Pero qué era lo que el Siervo/discípulo quería penetrar, qué era lo que necesitaba "saber" para considerar que alcanza ese saber? No el saber de los antiguos, lo dicho y repetido, sino un saber nuevo: el valor salvador del sufrimiento, y eso sólo lo puede saber sufriendo. El sufrimiento no se sabe escuchando hablar sobre él, sino sufriéndolo con paciencia. Podemos leer mil libros sobre el dolor de muelas, pero sólo sufriendo un dolor de muelas sabremos lo que es. Sobre muchas cosas hay saber teórico, pero sobre el sufrimiento no hay saber teórico, su escuela es siempre el sufrimiento mismo. Y puesto que él mismo ofreció la espalda a los que lo golpeaban, la mejilla a los que tiraban de su barba, entonces el Señor puede asegurar que el Siervo consigue su objetivo: realizar en él la revelación del sufrimiento, el sentido total del sufrimiento.

A partir de aquí el poema avanzará unos versículos contándonos lo que el Siervo tuvo que padecer, pero no lo cuenta como un regodeo en el dolor, sino más bien como un "catálogo" de lo que ahora ha adquirido por fin sentido por primera vez: el abandono, la fealdad, la soledad, el aislamiento... todo eso lleva el Siervo en sus espaldas hacia su triunfo, que ya ha comenzado.

Pero precisamente cuando el poema está catalogando los dolores de este "varón de dolores" (53,3) se produce un fenómeno aparentemente casual: ¡el poema cambia de sujeto! Había comenzado hablando el Señor, para garantizar (y sólo él puede hacerlo) el éxito de su Siervo, pero en 53,1 aparece un plural que en principio puede ser ambiguo: "¿Quién creyó nuestro anuncio?" Todavía podría ser que estuviera hablando el Señor, y que usara un plural de majestad, como tantas veces Dios aparece hablando en plural en la Biblia (por ejemplo, el famoso "hagamos al hombre a nuestra imagen"). Sin embargo en la siguiente parte del verso dice "¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote..."

Está claro que el que habla, o más bien los que hablan ahora no son el Señor ni el Siervo, sino un grupo que se va perfilando de a poco. El efecto poético es el que experimentaríamos si escucháramos venir un coro por una callejuela: primero escucharíamos confusamente, nos daríamos cuenta de que hay varios, pero no sabríamos aun cómo esa voces conjugan entre sí; pero a medida que se fueran acercando podríamos definir mucho mejor lo que oímos, incluso podríamos determinar si cantan al unísono, o cómo se relacionan.

En "¿Quién creyó nuestro anuncio?" ese plural es todavía vago y lejano, pero inexorablemente avanza, y pocos versículos más abajo ya nos dicen: "Él soportó nuestros sufrimientos", y poco más abajo: "sus cicatrices nos curaron". Ese plural se ha vuelto del todo concreto: somos los que rodeamos al Siervo, que reconocemos no sólo que él ha adquirido la sabiduría en el sufrimiento, sino que en él la hemos adquirido todos. Su "éxito" es el éxito de todos, su "prosperidad", la prosperidad de todos. Somos seres humanos nuevos, en el sufrimiento de este Siervo. No en vano se pasa a la metáfora de la oveja.... pero es una metáfora doble: él fue como una oveja, muda ante el esquilador, pero nosotros también éramos como ovejas, sin pastor, errantes, siguiendo cada una su propio camino. Por todo ello, el premio de este Siervo solitario, abandonado, aislado, no es sólo la vida.... ¡que ya es mucho! es la propia multitud que habla de él, y que queda incorporada a él: "Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre."

Y nuevamente sobre el final la voz del poema vuelve a ser la del Señor, precisamente porque la promesa que se inaugura en los sufrimientos del Siervo es demasiado grande como para que pueda ser garantizado por algún otro. No basta que nos digan de terceras partes que por sus heridas fuimos curados: es el propio Señor, ante quien fuimos curados, quien asegura la eficacia de ese remedio, y la sobreabundancia de no ser ya más ovejas errantes, sino estar incorporadas al rebaño de la oveja muda, vuelta ella misma -y para siempre- el único Pastor. El cántico no nos presenta una expresión del sufrimiento vicario y redentor: más bien pone a hablar al Salvador y a los salvados, nos pone en diálogo con Dios, y ese diálogo, ese poder hablar con Dios ("como un amigo con su amigo") es ya la salvación. Dios mismo nos anuncia la grandeza de ese sufrimiento vicario, y nos descubre el secreto inaudito, escondido desde la escena del Edén: era posible adquirir eso que deseaba el primer ser humano, sólo que no se adquiría estirando la mano cómodamente, sino que se recibe en la vicariedad, admitiendo ser nada, para que Dios pueda realizar en cada uno de nosotros, lo de todos.

Reflexión:

También hoy más que nunca ante esta situación de pandemia nos planteamos muchas preguntas. Quién podrá hoy creer que la Buena Noticia de la salvación descansa en el Crucificado. Unos piden señales y otros sabiduría y nosotros predicamos a un Cristo Crucificado escándalos para los sabios y los poderosos. En el Crucificado vemos el amor extremo de quien ofreció su vida por nosotros. Paga el precio de nuestro rescate con sus propias vidas. Pensemos en las personas que han arriesgado hasta perderla vida por salvar a los contagiados. Se trata los santos de la puerta de al lado, que no subirán a los altares ni saldrán en los periódicos. No temieron la muerte dieron su vida como Cristo por rescatar la del prójimo.



II LA ADORACION DE LA CRUZ

Homilía de Raniero Cantalamessa
«Tengo proyectos de paz, no de aflicción»
San Gregorio Magno decía que la Escritura cum legentibus crescit, crece con quienes la leen[1]. Expresa significados siempre nuevos en función de las preguntas que el hombre lleva en su corazón al leerla. Y nosotros este año leemos el relato de la Pasión con una pregunta —más aún, con un grito— en el corazón que se eleva por toda la tierra. Debemos tratar de captar la respuesta que la palabra de Dios le da.
Lo que acabamos de escuchar es el relato del mal objetivamente más grande jamás cometido en la tierra. Podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: o de frente o por detrás, es decir, o por sus causas o por sus efectos. Si nos detenemos en las causas históricas de la muerte de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como Pilato: “Yo soy inocente de la sangre de este hombre” (Mt 27,24). La cruz se comprende mejor por sus efectos que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo? ¡Justificados por la fe en Él, reconciliados y en paz con Dios, llenos de la esperanza de una vida eterna! (cf. Rom 5, 1-5).
Pero hay un efecto que la situación que se está dando nos ayuda a reflexionar en particular. La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Es si Él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él.
Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano. Él murió por todos. “Cuando yo sea levantado sobre la tierra —había dicho—, atraeré a todos a mí” (Jn 12,32). ¡Todos, no sólo algunos! “Sufrir —escribía san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado— significa hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo”[2]. Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de “sacramento universal de salvación” para el género humano.
¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad? También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar.
La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Tenemos la ocasión —ha escrito un conocido Rabino judío— de celebrar este año un especial éxodo pascual, salir “del exilio de la conciencia”[3]. Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos. “El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen” (Sal 49,21). ¡Qué verdad es!
Mientras pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro, estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo.
Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus! “Tengo proyectos de paz, no de aflicción”, nos dice él mismo en la Biblia (Jer 29,11). Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros? ¡No! El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la humanidad. Sí, Dios “sufre”, como cada padre y cada madre. Cuando nos enteremos un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra él en la vida. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. “Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien”[4].
¿Acaso Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella? No, simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo, sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres. Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita. Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad. Libertad de evolucionar según sus leyes de desarrollo. No ha creado el mundo como un reloj programado con antelación en cualquier mínimo movimiento suyo. Es lo que algunos llaman la casualidad, y que la Biblia, en cambio, llama “sabiduría de Dios”.
El otro fruto positivo de la presente crisis sanitaria es el sentimiento de solidaridad. ¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones se sintieron tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento de dolor? Nunca como ahora hemos percibido la verdad del grito de un nuestro poeta: “¡Hombres, paz! Sobre la tierra postrada demasiado es el misterio” [5]. Nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un instante ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás cuando este momento haya pasado. Como nos ha exhortado el Santo Padre no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Esta es la “recesión” que más debemos temer.
De las espadas forjarán arados,.de las lanzas, podaderas.No alzará la espada pueblo contra pueblo,no se adiestrarán para la guerra (Is 2,4).
Es el momento de realizar algo de esta profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera desde siempre la humanidad. Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.
La Palabra de Dios nos dice qué es lo primero que debemos hacer en momentos como estos: gritar a Dios. Es él mismo quien pone en labios de los hombres las palabras que hay que gritarle, a veces incluso palabras duras, de llanto y casi de acusación. “¡Levántate, Señor, ven en nuestra ayuda! ¡Sálvanos por tu misericordia! […] ¡Despierta, no nos rechaces para siempre!” (Sal 44,24.27). “Señor, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38).
¿Acaso a Dios le gusta que se le rece para conceder sus beneficios? ¿Acaso nuestra oración puede hacer cambiar sus planes a Dios? No, pero hay cosas que Dios ha decidido concedernos como fruto conjunto de su gracia y de nuestra oración, casi para compartir con sus criaturas el mérito del beneficio recibido [6]. Es él quien nos impulsa a hacerlo: “Pedid y recibiréis, ha dicho Jesús, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Cuando, en el desierto, los judíos eran mordidos por serpientes venenosas, Dios ordenó a Moisés que levantara en un estandarte una serpiente de bronce, y quien lo miraba no moría. Jesús se ha apropiado de este símbolo. “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto –le dijo a Nicodemo– así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15). También nosotros, en este momento, somos mordidos por una “serpiente” venenosa invisible. Miremos a Aquel que fue “levantado” por nosotros en la cruz. Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano. Quien lo mira con fe no muere. Y si muere, será para entrar en la vida eterna.
“Después de tres días resucitaré”, predijo Jesús (cf. Mt 9, 31). Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!

                           

III VIA CRUCIS
Introducción
Las meditaciones del Via Crucis de este año han sido propuestas por la capellanía del Centro Penitenciario de cumplimiento Due Palazzi de Padua. Aceptando la invitación del Papa Francisco, catorce personas meditaron sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, actualizándola en su propia vida. Entre ellas figuran cinco personas detenidas, una familia víctima de un delito de homicidio, la hija de un hombre condenado a cadena perpetua, una educadora de instituciones penitenciarias, un juez de vigilancia penitenciaria, la madre de una persona detenida, una catequista, un fraile voluntario, un agente de policía penitenciaria y un sacerdote que fue acusado y ha sido absuelto definitivamente por la justicia, tras ocho años de proceso ordinario.
Acompañar a Cristo en el Camino de la Cruz, con la voz ronca de la gente que vive en el mundo de las cárceles, da la oportunidad para asistir al prodigioso duelo entre la vida y la muerte, descubriendo cómo los hilos del bien se entretejen inevitablemente con los hilos del mal. La contemplación del Calvario detrás de las rejas es creer que toda una vida se puede poner en juego en unos breves instantes, como le sucedió al buen ladrón. Bastará llenar esos instantes de verdad: el arrepentimiento por la culpa cometida, la convicción de que la muerte no es para siempre, la certeza de que Cristo es el inocente injustamente escarnecido. Todo es posible para el que cree, porque también en la oscuridad de las cárceles resuena el anuncio lleno de esperanza: «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37). Si alguien le estrecha la mano, el hombre que fue capaz del crimen más horrendo podrá ser el protagonista de la resurrección más inesperada. Con la certeza de que «incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio» (Mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2020).
De este modo, el Via Crucis se convierte en un Via Lucis.
Los textos, recogidos por el capellán D. Marco Pozza y la voluntaria Tatiana Mario, fueron escritos en primera persona, pero se ha optado por no poner el nombre. Quien participó en esta meditación quiso prestar su voz a todos los que comparten la misma condición en el mundo. En esta tarde, en el silencio de las prisiones, la voz de uno desea convertirse en la voz de todos.
 Oremos
Oh Dios, Padre todopoderoso, que en tu Hijo Jesucristo. asumiste las llagas y los sufrimientos de la humanidad, hoy tengo la valentía de suplicarte, como el ladrón arrepentido:“¡Acuérdate de mí!”. Estoy aquí, solo ante Ti, en la oscuridad de esta cárcel, pobre, desnudo, hambriento y despreciado, y te pido que derrames sobre mis heridas el aceite del perdón y del consuelo y el vino de una fraternidad que reconforta el corazón. Sáname con tu gracia y enséñame a esperar en la desesperación. Señor mío y Dios mío, yo creo, ayúdame en mi incredulidad. Padre misericordioso, sigue confiando en mí, dándome siempre una nueva oportunidad, abrazándome en tu amor infinito. Con tu ayuda y el don del Espíritu Santo, yo también seré capaz de reconocerte y de servirte en mis hermanos. Amén.

                                         
PRIMERA ESTACION
Jesús es condenado a muerte
* (Meditación de una persona condenada a cadena perpetua)
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad (Lc 23,20-25).
Muchas veces, en los tribunales y en los periódicos, resuena ese grito: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Es un grito que también escuché referido a mí: fui condenado, junto con mi padre, a la pena de cadena perpetua. Mi crucifixión comenzó cuando era niño. Si pienso en ello, me veo acurrucado en el autobús que me llevaba a la escuela, marginado por mi tartamudez, sin relacionarme con nadie. Inicié a trabajar desde pequeño, sin tener posibilidad de estudiar. La ignorancia pudo más que mi ingenuidad. Después, el acoso le robó destellos de infancia a aquel niño nacido en la Calabria de los años setenta. Me parezco más a Barrabás que a Cristo y, sin embargo, la condena más feroz sigue siendo la de mi propia conciencia. De noche abro los ojos y busco desesperadamente una luz que ilumine mi historia.
Cuando estoy encerrado en la celda y releo las páginas de la Pasión de Cristo, comienzo a llorar. Después de veintinueve años en la cárcel, aún no he perdido la capacidad de llorar, de avergonzarme de mi historia pasada, del mal cometido. Me siento Barrabás, Pedro y Judas en una única persona. Me da asco el pasado, aun sabiendo que es mi propia historia. Viví años sometido al régimen de aislamiento previsto por el artículo 41-bis (de la Ley del sistema penitenciario italiano) y mi padre murió bajo esas mismas condiciones. Muchas veces, de noche, lo oía llorar en la celda. Lo hacía a escondidas, pero yo me daba cuenta. Ambos estábamos en una oscuridad profunda. Pero en esa no-vida, siempre busqué algo que fuera vida. Es extraño decirlo, pero la cárcel fue mi salvación. No me enfado si soy todavía Barrabás para alguien. Percibo en el corazón, que ese Hombre inocente, condenado como yo, vino a buscarme a la cárcel para educarme a la vida.
Señor Jesús, a pesar de los fuertes gritos que nos distraen, te vislumbramos entre la multitud de cuantos vociferan que debes ser crucificado, y tal vez entre ellos estamos también nosotros, inconscientes del mal del que podemos llegar a ser capaces. Desde nuestras celdas, queremos pedir a tu Padre por quienes, como Tú, están condenados a muerte, y por cuantos quieren remplazar todavía tu juicio supremo.
Oremos
Oh Dios, que amas la vida, siempre nos das una nueva oportunidad a través de la reconciliación para que gustemos tu misericordia infinita, te suplicamos que infundas en nosotros el don de la sabiduría, para que consideremos a cada hombre y a cada mujer como templo de tu Espíritu, y respetemos su dignidad inviolable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


II SEGUNDA ESTACION
Jesús con la cruz a cuestas
* (Meditación de dos padres cuya hija fue asesinada)
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo (Mc 15,16-20).
En ese verano horrible, nuestra vida de padres murió junto a la de nuestras dos hijas. Una fue asesinada con su mejor amiga por la violencia ciega de un hombre sin piedad; la otra, que sobrevivió de milagro, fue privada para siempre de su sonrisa. Nuestra vida ha sido una vida de sacrificios, cimentada en el trabajo y la familia. Enseñamos a nuestros hijos el respeto por el otro y el valor del servicio hacia el que es más pobre. A menudo nos preguntamos: “¿Por qué a nosotros este mal que nos ha devastado?”. No encontramos paz; tampoco la justicia, en la que siempre hemos creído, fue capaz de curar las heridas más profundas. Nuestra condena al sufrimiento durará hasta el final.
El tiempo no alivió el peso de la cruz que nos pusieron sobre los hombros, es imposible olvidar a quien hoy ya no está. Somos ancianos, cada vez más desvalidos, y somos víctimas del peor dolor que pueda existir: sobrevivir a la muerte de una hija.
Es difícil decirlo, pero en el momento en que parece que la desesperación toma el control, el Señor nos sale al encuentro de diferentes maneras, dándonos la gracia de amarnos como esposos, sosteniéndonos el uno al otro, a pesar de las dificultades. Él nos invita a tener abierta la puerta de nuestra casa al más débil, al desesperado, acogiendo a quien llama aunque sólo sea por un plato de sopa. Haber hecho de la caridad nuestro mandamiento es para nosotros una forma de salvación, no queremos rendirnos ante el mal. En efecto, el amor de Dios es capaz de regenerar la vida porque, antes que nosotros, su Hijo Jesús experimentó el dolor humano para poder sentir ante el mismo la justa compasión.
Señor Jesús, nos hace tanto mal verte golpeado, despreciado y despojado, víctima inocente de una crueldad inhumana. En esta noche de dolor, nos dirigimos suplicantes a tu Padre para confiarle a todos los que han sufrido violencias e injusticias.
Oremos
Oh Dios, justicia y redención nuestra, que nos diste a tu único Hijo glorificándolo en el trono de la Cruz, infunde tu esperanza en nuestros corazones para reconocerte presente en los momentos oscuros de nuestra vida. Consuélanos en toda aflicción y sostennos en las pruebas, mientras esperamos tu Reino. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


III ESTACION
Jesús cae por primera vez
* (Meditación de una persona detenida)
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is 53,4-6).
Fue la primera vez que caí, pero esa caída fue para mí la muerte: le quité la vida a una persona. Un día fue suficiente para pasar de una vida irreprochable a cumplir un gesto que encierra la violación de todos los mandamientos. Me siento la versión moderna del ladrón que implora a Cristo: «¡Acuérdate de mí!». Más que arrepentido, lo imagino como uno que es consciente de estar en el camino equivocado. De mi infancia, recuerdo el ambiente frío y hostil en el que crecí. Bastaba descubrir una fragilidad en el otro para traducirla en una forma de diversión. Buscaba amigos sinceros, buscaba ser aceptado tal como era, sin poder lograrlo. Sufría por la felicidad de los demás, sentía que todo eran obstáculos, me pedían sólo sacrificios y reglas que respetar. Me sentí un extraño para todos y busqué, a cualquier precio, mi venganza.
No me di cuenta que el mal, lentamente, crecía dentro de mí. Hasta que una tarde, sobrevino mi hora de las tinieblas: en un momento, como una avalancha, se desencadenaron dentro de mí los recuerdos de todas las injusticias sufridas en la vida. La rabia asesinó a la amabilidad, cometí un mal inmensamente mayor a todos los que había recibido. Después, en la cárcel, el insulto de los demás se convirtió en desprecio hacia mí mismo. Bastaba poco para acabar con todo, estaba al límite. También conduje a mi familia al precipicio, por mi causa perdieron su apellido, el honor, se convirtieron solamente en la familia del asesino. No busco excusas ni rebajas, expiaré mi pena hasta el último día porque en la cárcel he encontrado gente que me ha devuelto la confianza que perdí.
Mi primera caída fue pensar que en el mundo no existiese la bondad. La segunda, el homicidio, fue casi una consecuencia; ya estaba muerto por dentro.
Señor Jesús, Tú también caíste por tierra. La primera vez es quizá la más dura porque todo es nuevo; el golpe es fuerte y prevalece el desconcierto. Confiamos a tu Padre a quienes se cierran en sus propias razones y no logran reconocer las culpas cometidas.
Oremos
Oh Dios, que levantaste al hombre de su caída, te suplicamos: ven en ayuda de nuestra debilidad y concédenos ojos capaces de contemplar los signos de tu amor que están diseminados en nuestra vida cotidiana. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


IV ESTACION
Jesús encuentra a su madre
* (Meditación de la madre de una persona detenida)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (Jn 19,25-27).
Cuando condenaron a mi hijo, ni siquiera por un instante tuve la tentación de abandonarlo. El día que lo arrestaron toda nuestra vida cambió, toda la familia entró con él en la prisión. Todavía hoy, el juicio de la gente no se aplaca, es una cuchilla afilada. Los dedos que nos señalan aumentan el sufrimiento que ya llevamos en el corazón.
Las heridas empeoran con el pasar de los días, quitándonos hasta la respiración.
Percibo la cercanía de la Virgen. Me ayuda a no dejarme vencer por la desesperación, a soportar la malicia. Encomendé a mi hijo a María; solamente a ella le puedo confiar mis miedos, puesto que ella misma los experimentó mientras subía al Calvario. En su corazón sabía que su Hijo no podría escapar de la crueldad del hombre, pero no lo abandonó. Estaba allí, compartiendo su dolor, haciéndole compañía con su presencia. Imagino que Jesús, levantando la mirada, encontró sus ojos llenos de amor, y no se sintió nunca solo.
Yo también quiero hacer eso.
Cargué con las culpas de mi hijo, también pedí perdón por mis responsabilidades. Imploro para mí la misericordia que sólo una madre puede experimentar, para que mi hijo pueda volver a vivir después de haber expiado su pena. Rezo continuamente por él para que, día tras día, pueda convertirse en un hombre distinto, capaz de amarse nuevamente a sí mismo y a los demás.
Señor Jesús, el encuentro con tu Madre en el camino de la cruz es quizá el más conmovedor y doloroso. Entre su mirada y la tuya ponemos la de todos los familiares y amigos que se sienten destrozados e impotentes por la suerte de sus seres queridos.
Oremos
Oh María, madre de Dios y de la Iglesia, fiel discípula de tu Hijo, nos dirigimos a ti para confiar a tu mirada amorosa y al cuidado de tu corazón maternal el grito de la humanidad que gime y sufre, mientras espera el día en que se enjugarán todas las lágrimas de nuestros rostros. Amén.

                                       
V ESTACION
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
* (Meditación de una persona detenida)
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).
Con mi trabajo, ayudé a generaciones de niños a caminar erguidos. Después, un día, me encontré tirado por tierra. Fue como si me hubieran roto la columna. Mi trabajo se volvió el pretexto de una acusación infamante. Entré en la cárcel, la cárcel entró en mi casa. Desde entonces me convertí en un vagabundo por la ciudad; perdí mi nombre, me llaman con el nombre del delito por el que la justicia me acusa, ya no soy el dueño de mi vida. Cuando lo pienso, me vuelve a la mente ese niño con los zapatos rotos, los pies mojados, la ropa usada; una vez, yo era ese niño. Después, un día, el arresto: tres hombres uniformados, un rígido protocolo, la cárcel que me traga vivo en su cemento.
La cruz que me cargaron en la espalda es pesada. Con el pasar del tiempo aprendí a convivir con ella, a mirarla a la cara, a llamarla por su nombre. Pasamos noches enteras haciéndonos compañía mutuamente. Dentro de las cárceles, a Simón de Cirene lo conocen todos; es el segundo nombre de los voluntarios, de quien sube a este calvario para ayudar a cargar una cruz. Es gente que rechaza las leyes de la manada poniéndose a la escucha de la conciencia. Además, Simón de Cirene es mi compañero de celda. Lo conocí la primera noche que pasé en la cárcel. Era un hombre que había vivido durante años en un banco, sin afectos ni ingresos. Su única riqueza era una caja de dulces. Él, aun cuando era goloso, insistió que la llevase a mi mujer la primera vez que vino a verme. Ella comenzó a llorar por ese gesto tan inesperado como afectuoso.
Estoy envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a confiar en el hombre algún día, con convertirme en un cirineo de la alegría para alguien.
Señor Jesús, desde el momento de tu nacimiento hasta el encuentro con un desconocido que te llevó la cruz, quisiste tener necesidad de nuestra ayuda. También nosotros, como el Cirineo, queremos hacernos prójimos de nuestros hermanos y hermanas, y colaborar con la misericordia del Padre para aliviar el yugo del mal que los oprime.
Oremos
Oh Dios, defensor de los pobres y consuelo de los afligidos, protégenos con tu presencia y ayúdanos a llevar cada día el dulce yugo de tu mandamiento del amor. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


VI ESTACION
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
* (Meditación de una catequista de la parroquia)
Oigo en mi corazón:«Buscad mi rostro».Tu rostro buscaré, Señor.No me escondas tu rostro.No rechaces con ira a tu siervo,que Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 27,8-9).
Como catequista enjugo muchas lágrimas, dejándolas correr. No se puede encauzar el desbordamiento de los corazones desgarrados. Muchas veces encuentro hombres desesperados que, en la oscuridad de la prisión, buscan un porqué al mal que les parece infinito. Esas lágrimas tienen el sabor del fracaso y de la soledad, del remordimiento y de la falta de comprensión. Con frecuencia imagino a Jesús en la cárcel, en mi lugar: ¿Cómo enjugaría esas lágrimas? ¿Cómo calmaría la angustia de esos hombres que no encuentran una salida a aquello en lo que se han convertido sucumbiendo al mal?
Encontrar una respuesta es un ejercicio arduo, a menudo incomprensible para nuestras pequeñas y limitadas lógicas humanas. El camino que me sugiere Cristo es contemplar esos rostros desfigurados por el sufrimiento sin tener miedo. Me pide quedarme allí, a su lado, respetando sus silencios, escuchando su dolor, buscando mirar más allá de los prejuicios. Exactamente como Cristo mira nuestras fragilidades y nuestros límites, con ojos llenos de amor. A cada uno, también a las personas que están recluidas, se nos ofrece cada día la posibilidad de convertirnos en personas nuevas, gracias a esa mirada que no juzga, sino que infunde vida y esperanza.
Y, de ese modo, las lágrimas derramadas pueden transformarse en el germen de una belleza que era incluso difícil imaginar.
Señor Jesús, la Verónica tuvo compasión de Ti, encontró un hombre que estaba sufriendo y descubrió el rostro de Dios. En la oración confiamos a tu Padre a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo que siguen enjugando las lágrimas de muchos hermanos nuestros.
Oremos
Oh Dios, luz verdadera y fuente de la luz, que en la debilidad revelas la omnipotencia y la radicalidad del amor, imprime tu rostro en nuestros corazones, para que sepamos reconocerte en los padecimientos de la humanidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


VII ESTACION
Jesús cae por segunda vez
* (Meditación de una persona detenida)
Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte (Lc 23,34).
Cuando pasaba delante de una cárcel, miraba para otro lado: “Bueno, yo no acabaré nunca ahí dentro”, me decía a mí mismo. Las veces que la miraba respiraba tristeza y oscuridad, me parecía que pasaba junto a un cementerio de muertos vivientes. Un día acabé entre rejas, junto con mi hermano. Como si no fuera suficiente, también conduje allí dentro a mi padre y a mi madre. La cárcel, que era para mí como un país extranjero, se convirtió en nuestra casa. En una celda estábamos nosotros, los hombres, en otra nuestra madre. Los miraba, sentía vergüenza de mí mismo, ya no podía llamarme hombre. Están envejeciendo en la prisión por mi culpa.
Caí en tierra dos veces. La primera cuando el mal me cautivó y yo sucumbí. Traficar con droga, en mi opinión, valía más que el trabajo de mi padre, que se deslomaba diez horas al día. La segunda fue cuando, después de haber arruinado a la familia, empecé a preguntarme: “¿Quién soy yo para que Cristo muera por mí?”. El grito de Jesús —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»— lo leo en los ojos de mi madre, que asumió la vergüenza de todos los hombres de la casa para salvar a la familia. Y tiene el rostro de mi padre que se desesperaba de manera escondida en la celda. Sólo ahora soy capaz de admitirlo; en aquellos años no sabía lo que hacía. Ahora que lo sé, con la ayuda de Dios estoy intentando reconstruir mi vida. Lo debo a mis padres, que años atrás subastaron nuestras cosas más queridas porque no querían que estuviese en la calle. Lo debo sobre todo a mí mismo, pues la idea de que el mal siga controlando mi vida es insoportable. Esto se ha convertido en mi vía crucis.
Señor Jesús, estás otra vez caído por tierra, fatigado por mi apego al mal, por mi miedo a no lograr ser una persona mejor. Con fe nos dirigimos a tu Padre y le pedimos por todos los que todavía no han podido huir del poder de Satanás, del atractivo de sus obras y de sus mil formas de seducción.
Oremos
Oh Dios, que no nos abandonas en las tinieblas y en las sombras de la muerte, sostiene nuestra debilidad, líbranos de las cadenas del mal y protégenos con el escudo de tu poder, para que podamos cantar eternamente tu misericordia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


VIII ESTACION
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
* (Meditación de la hija de un hombre condenado a cadena perpetua)
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”» (Lc 23,27-30).
Como hija de una persona detenida, en algunas ocasiones me preguntaron: “Usted siente gran afecto por su papá, ¿piensa alguna vez en el dolor que su padre causó a las víctimas?”. En todos estos años, jamás eludí la respuesta; les digo: “Cierto, es imposible dejar de pensar en ello”. Después, yo también les hago otra pregunta: “¿Habéis pensado alguna vez que, entre todas las víctimas de las acciones de mi padre, yo fui la primera? Hace veintiocho años que estoy cumpliendo la condena de crecer sin padre”. Durante todos estos años viví con rabia, inquietud, tristeza. Su ausencia es cada vez más dura de soportar. Crucé Italia, de sur a norte, para estar a su lado. Conozco las ciudades no por sus monumentos sino por las cárceles que visité. Me parece que soy como Telémaco cuando busca a su padre Ulises. Lo mío es un “Giro de Italia” de cárceles y de afectos.
Hace años perdí el amor porque soy la hija de un hombre detenido, mi madre cayó víctima de la depresión, la familia se derrumbó. Quedé yo, con mi salario escaso, para sostener el peso de esta historia hecha trizas. La vida me obligó a convertirme en mujer sin dejarme tiempo para ser niña. En nuestra casa, todo es un vía crucis: papá es uno de esos condenados a cadena perpetua. El día que me casé, soñaba con tenerlo a mi lado. También él pensó en mí en ese momento, a cientos de kilómetros de distancia. “¡Es la vida!”, me repito para darme ánimo. Es verdad, hay padres que, por amor, aprenden a esperar que los hijos maduren. Yo, por amor, tengo que esperar el regreso de papá.
Para gente como nosotros la esperanza es una obligación.
Señor Jesús, el reproche a las mujeres de Jerusalén lo sentimos como una advertencia para cada uno de nosotros. Nos invita a la conversión, pasando de una religión sentimentalista a una fe arraigada en tu Palabra. Te pedimos por quienes están obligados a soportar el peso de la vergüenza, el sufrimiento del abandono, el vacío de una presencia. Y por cada uno de nosotros, para que no permitamos que las culpas de los padres recaigan sobre los hijos.
Oremos
Oh Dios, Padre de toda bondad, que no abandonas a tus hijos en las pruebas de la vida, concédenos la gracia de poder descansar en tu amor y de gozar siempre del consuelo de tu presencia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


IX ESTACION
Jesús cae por tercera vez
* (Meditación de una persona detenida)
Es bueno que el hombre cargue con el yugo desde su juventud. Siéntese solo y silencioso cuando el Señor se lo impone; ponga su boca en el polvo, quizá haya esperanza; ponga la mejilla al que lo maltrata y se harte de oprobios. Porque el Señor no rechaza para siempre; y si hace sufrir, se compadece conforme a su inmensa bondad (Lam 3,27-32).
Caerse al suelo nunca es agradable. Pero hacerlo varias en repetidas ocasiones, además de no ser agradable se convierte incluso en una especie de condena, como si ya no se fuera capaz de permanecer en pie. Como hombre caí demasiadas veces, y otras tantas me levanté. En la cárcel pienso a menudo cuántas veces un niño se cae al suelo antes de aprender a caminar. Me estoy convenciendo de que esos son ensayos para los momentos en que caeremos cuando seamos mayores. Desde pequeño experimenté la cárcel dentro de mi casa; vivía en la angustia del castigo, alternaba la tristeza de los adultos con la despreocupación de los niños. De esos años recuerdo a la hermana Gabriela, la única imagen alegre. Fue la única que percibió en mí lo mejor dentro de lo peor. Como Pedro busqué y encontré mil excusas a mis errores; lo raro es que un fragmento de bien siempre permaneció encendido dentro de mí.
En la cárcel me convertí en abuelo; me perdí el embarazo de mi hija. Un día, a mi nieta no le contaré el mal que cometí, sino solamente el bien que encontré. Le hablaré de quien, cuando estaba caído, me llevó la misericordia de Dios. En la cárcel, la verdadera desesperación es sentir que ya nada de tu vida tiene sentido. Es la cumbre del sufrimiento, te sientes el más solo de todos los solitarios del mundo. Es verdad que me rompí en mil pedazos, pero lo más hermoso es que esos pedazos todavía se pueden recomponer. No es fácil, pero es lo único que aquí dentro todavía tiene un sentido.
Señor Jesús, por tercera vez caes por tierra y, cuando todos piensan que es el final, una vez más te levantas. Con confianza nos ponemos en las manos de tu Padre y le encomendamos a quienes se sienten atrapados en los abismos de los propios errores, para que tengan la fuerza de levantarse y la valentía de dejarse ayudar.
Oremos
Oh Dios, fortaleza de quien en Ti espera, que concedes vivir en paz a quien sigue tus enseñanzas, sostiene nuestros pasos temerosos, levántanos de las caídas de nuestra infidelidad y derrama sobre nuestras heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  

X ESTACION
Jesús es despojado de sus vestiduras
* (Meditación de una educadora de instituciones penitenciarias)
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica» (Jn 19,23-24).
Como educadora de instituciones penitenciarias veo entrar en la cárcel a hombres privados de todo, despojados de toda dignidad como consecuencia de las culpas cometidas, de todo respeto en relación a sí mismos y a los demás. Cada día me doy cuenta de que su autonomía disminuye detrás de las rejas. Necesitan de mí incluso para escribir una carta. Estas son las criaturas suspendidas que me confían: unos hombres indefensos, exasperados en su fragilidad, a menudo privados de lo necesario para comprender el mal cometido. Sin embargo, por momentos se parecen a unos niños recién nacidos que todavía pueden moldearse. Percibo que sus vidas pueden volver a comenzar en otra dirección, dando definitivamente la espalda al mal.
Pero mis fuerzas disminuyen día a día. Ser un embudo de rabia, de dolor y de rencores rumiados acaba por desgastar incluso al hombre y a la mujer más preparados. Elegí este trabajo después de que un joven, que estaba bajo los efectos de estupefacientes, matara a mi madre en un choque frontal. Enseguida decidí responder a ese mal con el bien. Pero, aun amando este trabajo, en ocasiones me cuesta encontrar la fuerza para llevarlo adelante.
Necesitamos sentirnos acompañados en este servicio tan delicado, para poder sostener las numerosas vidas que se nos confían y que cada día corren el riesgo de naufragar.
Señor Jesús, al contemplarte despojado de tus vestiduras experimentamos incomodidad y vergüenza. En efecto, ante la verdad desnuda, ya desde el primer hombre comenzamos a escapar. Nos escondemos detrás de máscaras de respetabilidad y tejemos ropas de mentiras, a menudo con los jirones deshilachados de los pobres, usados por nuestra avidez de dinero y de poder. Que tu Padre tenga piedad de nosotros y nos ayude con paciencia a ser más sencillos, más transparentes, más auténticos; capaces de abandonar definitivamente las armas de la hipocresía.
Oremos
Oh Dios, que nos haces libres con tu verdad, despójanos del hombre viejo que pone resistencia en nuestro interior y revístenos con tu luz, para ser en el mundo el reflejo de tu gloria. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


XI ESTACION
Jesús es clavado en la cruz
* (Meditación de un sacerdote acusado y después absuelto)
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,33-43).
Cristo clavado en la cruz. Como sacerdote, muchas veces medité esta página del Evangelio. Y cuando un día me pusieron en una cruz, sentí todo el peso de aquel madero: la acusación estaba hecha de palabras duras como clavos, se me hizo muy cuesta arriba, el padecimiento se me grabó en la piel. El momento más oscuro fue ver mi nombre colgado fuera de la sala del tribunal; en ese instante comprendí que era un hombre que estaba obligado a demostrar su inocencia sin ser culpable. Estuve colgado en la cruz durante diez años, fue mi vía crucis, lleno de legajos, sospechas, acusaciones, injurias. Cada vez que iba a los tribunales buscaba el Crucifijo allí colgado; lo miraba fijamente mientras la ley investigaba mi historia.
La vergüenza me llevó por un instante a la idea de pensar que era mejor acabar con todo. Pero luego decidí seguir siendo el sacerdote que siempre había sido. Nunca pensé en aligerar la cruz, ni siquiera cuando la ley me lo concedía. Elegí someterme al juicio ordinario; lo debía a mí mismo, a los jóvenes que eduqué durante los años de Seminario, a sus familias. Mientras subía mi calvario, los encontré a todos a lo largo del camino; se convirtieron en mis cirineos, soportaron conmigo el peso de la cruz, me enjugaron muchas lágrimas. Junto a mí, muchos de ellos rezaron por el joven que me acusó; nunca dejaremos de hacerlo. El día que fui absuelto de todos los cargos, descubrí que era más feliz que diez años atrás; pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi vida. Colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó.
Señor Jesús, tu amor sin límites por nosotros te llevó a la Cruz. Estás muriendo, pero no te cansas de perdonarnos y de darnos vida. Confiamos a tu Padre a los inocentes de la historia que sufrieron una condena injusta. Que resuene en sus corazones el eco de tu palabra: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Oremos
Oh Dios, fuente de misericordia y de perdón, que te revelas en los sufrimientos de la humanidad, ilumínanos con la gracia que brota de las llagas del Crucificado y concédenos perseverar en la fe durante la noche oscura de la prueba. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.


XII ESTACION
Jesús muere en la cruz
* (Meditación de un juez de vigilancia penitenciaria)
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró (Lc 23,44-46).
Como juez de vigilancia penitenciaria, no puedo clavar a un hombre, a cualquier hombre, en su condena; sería condenarlo por segunda vez. Es necesario que el hombre expíe el mal que cometió; no hacerlo sería banalizar sus delitos y justificar las acciones intolerables que realizó, causando a otros sufrimiento físico y moral.
Pero una verdadera justicia sólo es posible a través de la misericordia, que no clava al hombre en la cruz para siempre, sino que se ofrece como guía para ayudarlo a levantarse, enseñándole a captar el bien que, no obstante el mal cometido, nunca se apaga totalmente en su corazón. Sólo recobrando su propia humanidad, la persona condenada podrá reconocer esa humanidad en el otro, en la víctima a la que provocó dolor. Este recorrido de recuperación es tortuoso y el riesgo de volver a caer en el mal está siempre al acecho, pero no existen otros caminos para tratar de reconstruir una historia personal y colectiva.
La rigidez del juicio pone a dura prueba la esperanza del hombre; ayudarlo a reflexionar y a preguntarse por las motivaciones de sus acciones podría convertirse en una ocasión para mirarse desde otra perspectiva. Pero para hacer esto, sin embargo, es necesario aprender a reconocer a la persona que está escondida detrás de la culpa cometida. Así, en ocasiones se logra entrever un horizonte que puede infundir esperanza a las personas condenadas y, una vez expiada la pena, devolverlas a la sociedad, invitando a los hombres a volver a acogerlas después de haberlas, quizás, por un tiempo rechazado.
Porque todos, aun siendo condenados, somos hijos de la misma humanidad.
Señor Jesús, mueres por una sentencia corrompida, pronunciada por jueces inicuos y atemorizados por la fuerza impetuosa de la Verdad. A tu Padre confiamos a los magistrados, a los jueces y a los abogados, para que se mantengan con rectitud en el servicio que ejercen a favor del Estado y de sus ciudadanos, sobre todo de los que sufren por una situación de pobreza.
Oremos
Oh Dios, rey de justicia y de paz, que en el grito de tu Hijo acogiste el grito de toda la humanidad, enséñanos a no identificar a la persona con el mal que cometió y ayúdanos a percibir en cada uno la llama viva de tu Espíritu. Por Cristo nuestro Señor. Amén.



XIII ESTACION
Jesús es bajado de la cruz
* (Meditación de un fraile voluntario)
Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía (Lc 23,50-53).
Las personas detenidas son, desde siempre, mis maestros. Hace sesenta años que entro en las cárceles como fraile voluntario, y siempre bendije el día que, por primera vez, encontré este mundo escondido. En esas miradas comprendí con claridad que yo mismo, si mi vida hubiera tomado otra dirección, hubiera podido estar en su lugar. Nosotros, cristianos, caemos a menudo en la ilusión de sentirnos mejores que los demás, como si el hecho de poder ocuparnos de los pobres nos diera una superioridad tal que nos convierte en jueces de los demás, condenándolos todas las veces que queramos, sin dar oportunidad de defensa.
Cristo eligió y quiso estar en su vida con los últimos; recorrió las periferias olvidadas del mundo rodeado de ladrones, leprosos, prostitutas y estafadores. Quiso compartir la miseria, la soledad y la turbación. Siempre pensé que este era el verdadero sentido de sus palabras: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,36).
Pasando de una a otra celda veo la muerte que habita en su interior. La cárcel sigue sepultando a hombres vivos; son historias que ya nadie quiere. A mí, Cristo me repite una y otra vez:
“Continúa, no te detengas. Sigue cargándolos en tus brazos”. No puedo dejar de escucharlo; Él está siempre, aun en el interior del peor de los hombres, por más manchado que esté su recuerdo. Sólo debo frenar mi frenesí, detenerme en silencio delante de esos rostros devastados por el mal y escucharlos con misericordia. Es la única manera que conozco para acoger al hombre, quitando de mi mirada el error que cometió. Solamente así podrá confiar y encontrar la fuerza para rendirse ante el Bien, imaginándose distinto de como se ve ahora.
Señor Jesús, ahora a tu cuerpo, deformado por tanta maldad, lo envuelven en una sábana y lo entregan a la tierra desnuda: esta es la nueva creación. Confiamos a tu Padre la Iglesia, que nace de tu costado abierto, para que nunca se rinda ante el fracaso y la apariencia, sino que siga saliendo para llevar a todo el mundo el anuncio gozoso de la salvación.
Oremos
Oh Dios, principio y fin de todo lo creado, que en la Pascua de Cristo redimiste a toda la humanidad, danos la sabiduría de la Cruz para poder abandonarnos a tu voluntad, aceptándola con ánimo alegre y agradecido. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


XIV ESTACION
Jesús es puesto en el sepulcro
* (Meditación de un agente de policía penitenciaria)
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (Lc 23,54-56).
En mi misión de agente de policía penitenciaria, cada día experimento el sufrimiento de quien vive recluido. No es fácil relacionarse con quien fue vencido por el mal y causó enormes heridas a otros hombres, haciendo difíciles tantas vidas. Pero la indiferencia en la cárcel crea más daños aún en la historia de quien fracasó y está pagando su deuda a la justicia. Un compañero, que fue mi maestro, repetía con frecuencia: “La cárcel te transforma. Un hombre bueno puede convertirse en un hombre sádico; uno malvado podría llegar a ser mejor persona”. El resultado también depende de mí, y apretar los dientes es esencial para alcanzar el objetivo de nuestro trabajo: dar otra posibilidad a quien contribuyó al mal. Para lograrlo, no puedo limitarme a abrir y cerrar una celda, sin hacerlo con un poco de humanidad.
Cada uno tiene su tiempo, y las relaciones humanas pueden florecer poco a poco, incluso dentro de este mundo difícil. Esto se traduce en gestos, atenciones y palabras capaces de marcar la diferencia, aun cuando se pronuncian en voz baja. No me avergüenzo de ejercer el diaconado permanente vistiendo el uniforme, que llevo con orgullo. Conozco el sufrimiento y la desesperación; los experimenté siendo niño. Mi pequeño deseo es ser punto de referencia para quienes encuentro detrás de las rejas. Hago todo lo que puedo por defender la esperanza de aquellas personas que se encierran en sí mismas, que sienten temor ante la idea de salir un día y correr el riesgo de ser rechazadas una vez más por la sociedad.
En la cárcel les recuerdo que, con Dios, ningún pecado tendrá jamás la última palabra.
Señor Jesús, una vez más te entregan a las manos del hombre, pero esta vez te acogen las manos amables de José de Arimatea y de algunas mujeres piadosas venidas de Galilea, que saben que tu cuerpo es precioso. Estas manos representan las manos de todas las personas que nunca se cansan de servirte y que hacen visible el amor del que el hombre es capaz. Este amor es el que justamente nos hace esperar en que un mundo mejor es posible; sólo basta que el hombre esté dispuesto a dejarse alcanzar por la gracia que viene de Ti. En la oración confiamos a tu Padre, de modo particular, a todos los agentes de la policía penitenciaria y a cuantos, de una u otra manera, colaboran en las cárceles.
Oremos
Oh Dios, eterna luz y día sin ocaso, colma de tus bienes a los que se dedican a tu alabanza y al servicio del que sufre, en los innumerables lugares de sufrimiento de la humanidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


SABADO SANTO

Introducción:


El Sábado es una invitación a vivir en silencio acercándonos a María. María se encuentra sola sosteniendo el cuerpo de Jesús y velando su sepultura. Dónde está Dios, dónde están sus amigos, dónde los que escucharon su mensaje, dónde los que vieron sus milagros y fueron curados. Parece que todo se ha desvanecido, todo parecía haber fracasado. Quieren borrar de su mente lo que ha pasado, no se atreven a aceptar la muerte de Jesús. En estos momentos de la pandemia en la cual tantos viven arrancados de la vida con sus sueños hechos pedazos y amenazados de perder el sentido y la esperanza también son muchos se resisten a aceptar la muerte de sus seres queridos, el no haberles ni siquiera despedir, velar, enterrar con dignidad. Vivimos en un enorme duelo. María aguarda, espera, resiste para seguir esperando, viviendo, amando. María nos invita a aguardar con ella la victoria de la Resurrección.

ESQUEMA:

I LOS SIETE SILENCIOS DE MARIA
II LOS SIETE SILENCIOS DEL SABADO SANTO
III LA VIGILIA DE LA RESURRECCION



I LOS SIETE SILENCIOS DE MARIA

Introducción:
Jesús ha muerto. Jesús es sepultado y baja hasta los infiernos. El Señor quier bajar a nuestros infiernos y habitar en nuestra soledad más profunda. María como siempre guardaba y meditaba en su corazón Hemos ido reflexionando, en meditaciones sucesivas, las palabras de María en el Evangelio. Como vimos, no hay grandes discursos de María en el Nuevo Testamento. Sus mensajes los recogimos en esas “siete espadas” en donde María se asocia a la kénosis de su Hijo. María modesta y discreta a penas nos deja sus vivencias, sin embargo es la primera en escuchar las enseñanzas de Jesús como discípula y como madre. Hoy somos invitados a contemplar lo que se denominan “los siete silencios de María” que son suficientes porque nos remiten a su experiencia fundamental como discípula del Señor y Madre del Redentor. Ella dijo todo lo que tenía que decir, y sólo eso. Su palabra final, como testamento, fue “Hagan todo lo que Él les diga”.
María nos remite a la Palabra de su Hijo, al Verbo encarnado, a la eterna Palabra salida de Dios. Los silencios de María en el Evangelio son más abundantes que sus palabras. No obstante, por sentido pedagógico, para nuestras meditaciones también los resumiremos en “siete silencios de María” que me parecen significativos. En ellos se refleja la actitud acogedora de María hacia la Palabra del Señor y hacia la Historia de Salvación en la que ella participa no de un modo pasivo y mudo, sino mediante un silencio activo y acogedor.  



Primer silencio: Ante el anuncio del ángel y ante la duda de San José
En el momento de la encarnación y de la concepción del Verbo, en el nacimiento de Jesús y durante toda su infancia, María aparece en los evangelios con una actitud de reverente y acogedor silencio. Es la virgen de la escucha que está atenta a los signos de los tiempos y observa con atención las acciones de Dios en la historia de su pueblo y en su propia historia. La vida oculta, el misterio escondido y el silencio prolongado de Nazaret se transforman en misterio de salvación. San José se encontró con un misterio. Nosotros también nos encontramos ante tantas situaciones graves y misteriosas. María aceptó en silencio. No entiende el misterio y lo acoge.




Segundo silencio: El silencio ante el nacimiento
Ante el nacimiento de Jesús, los ángeles cantan y dan gloria a Dios, los pastores cuentan admirados lo que habían visto, los magos acogen gozosos la manifestación de Dios y se alegra jubilosa la creación entera, la Virgen-Madre guarda silencio. “María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Ante el nacimiento del Hijo de Dios en Belén, acontecimiento central en la Historia de la Salvación, María guarda silencio. Su hijo le colma de gracia y de amor, mientras ella lo adora en su corazón. María aceptó el nacimiento de Jesús en total pobreza. Aprender el silencio cuando no se, no puedo.






Tercer momento: ante la purificación y la profecía de Simeón
En el momento de la purificación, cuando llevan al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor en el Templo, Simeón bendice a Dios por haber visto la Salvación, la profetisa Ana glorifica al Señor y habla del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén… Mientras tanto, José y María guardan reverencial silencio: “Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él” (Lc 2, 33). Aparece ya en el alma de María la espada del dolor porque el niño será signo de contradicción, pero ella calla y acoge el misterio del Hijo ante quien muchos caerán y se levantarán en Israel. La Virgen acepta que Jesús sea piedra de tropiezo y de contradicción.





Cuarto: ante la adoración de los Magos
Ante aquellos sabios de oriente la Madre guarda silencio. En días grandes no pierde la cabeza y es sobria en guardar silencio. María no pretender saber el misterio. Renuncia a la sabiduría de los sabios. La gran arrogancia que vivimos es que nos hemos creído dioses y hemos usurpado con nuestra necia sabiduría el lugar de Dios. Pero acoge el asombro de ver aquellos sabios caer en adoración ante tan sublime misterio. Cuál es nuestra actitud ante la vida. María también aceptó el misterio de ser la madre de Jesús sin arrogarse ser venerada como la madre de Dios.



Quinto silencio: Exilio en Egipto
En el exilio forzoso y angustiado de Egipto, a donde huyó la Sagrada Familia porque Herodes buscaba al niño para matarlo, María y José guardan silencio reverente. Cuando regresan a Palestina se establecen en Galilea, en un pueblo llamado Nazaret. Allí discurre la infancia de Jesús, sin otras novedades que el trabajo cotidiano. José y María observan admirados y en silencio el crecimiento del niño, y conservan todo en su corazón. “El niño crecía y se fortalecía llenándose de sabiduría, y contaba con la gracia de Dios”. María se presta sin ruidos ni aspavientos, desprendida y disponible. No nos agarremos a nada sino estemos desprendidos de todo.



Sexto silencio: Vida oculta y pobre de Nazaret
María en lo pequeño sin milagros pasa totalmente desapercibida en silencio. Oculta en la Providencia se dejó guiar. María guarda silencio durante los treinta años de vida oculta. No reclama títulos ni privilegios. No ocupa el lugar del Hijo, permanece a la sombra. María permanece solamente como una sencilla mujer, como una pobre esclava. Vivió el ser la madre de Jesús en medio de los problemas de la vida cotidiana sin pedir explicaciones a Dios, confiando en la divina providencia.




Séptimo silencio: Ante la Cruz en el calvario
El ser humano se mide por los silencios capacidad de abrir el alma para escuchar a Dios. El quien nos dirige y nos guía. Hoy precisamente nos podemos detener a contemplar el silencio de María en este sábado Santo de Pasión donde María aguarda en silencio la Resurrección de Jesús. Supo aguardar el silencio de Dios en la oscuridad. Ante las siete palabras de Jesús guarda silencio, escucha. María no interviene, no interrumpe, no protesta. Acepta la obra de Dios






II LOS SILENCIOS DE MARIA EN EL SABADO SANTO

El corazón de María es capaz de conservar, de recordar con afecto. La memoria de María recuerda desde el corazón, guarda con amor, medita contemplativamente y en silencio la misericordia de Dios hacia todos los que le aman. Esta ha de ser nuestra actitud hacia la Palabra de Dios: acoger, guardar, recordar, conservar y meditar amorosamente. Esta será la actitud del discípulo y del cristiano hacia Jesucristo: escuchar sus palabras, reclinar la cabeza sobre el pecho del Señor y escuchar sus latidos, conservar su mensaje y meditarlo en nuestro corazón.
¿Cuál es la actitud de Jesús ante sus siete últimas palabras? Escucha en silencio y acepta y otorga corrobora las palabras de su Hijo




Ante la primera palabra de Cristo «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» María escucha a Jesús perdonar y convertirse en abogado defensor. Perdonar más de lo que nos hacen a nosotros, lo que les hacen a los nuestros. Cuanto nos cuesta perdonar, perdonar a Dios, cuánto nos cuesta perdonarnos. No nos atrevemos a aceptar el desenlace al que Dios nos ha colocado. Nos coloca en una soledad que nadie es capaz de entrar en ella. María nos invita a acallar las voces y saber esperar.






Ante la segunda palabra Jesús «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Jesús se olvida de su dolor para aliviar el dolor del prójimo, del malhechor. María también se olvida de su dolor y muestra gratitud frente al ladrón. Hoy nos invita también Jesús, rezar interceder por los pecadores. María nos ayuda a acudir a Jesús. No rebelarnos ante el fracaso. No rebelarnos frente a Dios. No pretender poner componendas a Dios. Nos rebelamos contra Dios y nos viene la ira y la incomprensión. Callar, no acusar, no condenar ni siquiera entender o comprender, Cuando no vemos, no entendemos el actuar de Dios María calla y acepta.





Ante la tercera palabra «Mujer, ahí tienes a tu hijo».  María recibe a Juan como hijo. No podía compararse tal intercambio. María acepta ser madre de todos, acepta amar a todos a pesar de nuestra condición. No es lo mismo tener a Jesús como hijo que aceptarme a mi como hijo, ser imperfecto como soy. Ante tantas desgracias que vemos y que hacemos no deja de ser nuestra madre, es tu hijo. No se avergüenza de nosotros.




Ante la cuarta palabra de Jesús en la Cruz, «¿Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». María acepta el abandono, el silencio de Dios. Pero no se rebela ni piensa que Dios le ha abandonado. No protesta, ni siquiera hace la pregunta ¿porqué permites…?, ¿porqué me has engañado? No entiende pero acepta en silencio. ¿Quién soy yo para pedir explicaciones a Dios? Se fía, se confía. En medio de la noche brilla su fe luminosa como la aurora de esa primera estrella que brilla en nuestras noches más oscuras.






Ante la quinta palabra «Tengo sed» María recibe la súplica de Jesús. Nosotros que podemos dar a Dios. Cree que Jesús le necesita. Cree que siendo poca cosa podemos dar de ver a Cristo, saciar la sed de Dios. Nuestra gota de agua sacia su sed. No quiere pedir ni a saciar su necesidad sino a prestar su ayuda. ¿Qué necesitas? Ese es el verdadero movimiento del amor. Creer que Jesús nos necesita. Danos Madre tu fe intrépida capaz de arriesgarlo todo de estar dispuestos a perderlo todo hasta nuestras evidencias y sentimientos y vivir poniendo nuestra fe y seguridad más allá de nosotros mismos.





Ante la sexta palabra «Todo está cumplido» María no cae en el derrotismo de todo esta acabado, no hay solución, todo se ha perdido, todo se acabó. ¿De verdad me creo que todo fue un sueño que su amor por mí se desvaneció? En medio del más aparente fracaso María  aguarda, espera. Aunque María se le encoje el corazón y se le hace un nudo en la garganta, no desespera. Dichosos los que sin ver creen. María se fía, nos muestra que es la fe y la confianza en Dios. Creo en ti, en tu divina providencia, en tu amor. Es tiempo de morir de morir a todo aquello que es falso, morir a una fe vacía, de ritos de sentimientos. Más alá de nuestras dudas y reproches nos invita a renacer a una esperanza viva.






Ante la séptima palabra «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
María se confía en tus manos mi vida entera. Vivir en ese abandono confiado, en ese Fiat que va desde el primer momento hasta el final. La última palabra la tiene Dios. A veces aunque parecemos vivos estamos muertos por dentro. Dios se abaja a nuestras oscuridades y soledades para habitarlas por dentro, para resucitar todo que quedó muerto en nosotros para resucitarnos a una nueva vida. Dar sepultura a nuestra desesperanza y amargura. Los vestidos de luto se convertirán en trajes de gozo. Esperemos con María en este largo sábado que vivimos el crepúsculo de la aurora de la Resurrección.



Reflexión

Toda nuestra vida se encuentra suspendida entre las nieblas del Viernes y la espera del domingo. Nuestra mirada este sábado se vuelve hoy a María en este silencio de Dios que vivimos ante esta pandemia. En medio de nuestro ambiente anticlerical, de indiferencia, de desconexión ante la Iglesia. Cuando todo se vuelve oscuro hay un lazo de conexión y un puente tendido a través de María. Nuestro drama queriendo ser como dioses nos hemos hecho menos que hombres. Nos hemos engreído y creído dioses por la soberbia. No estamos solo contagiados del coronavirus estamos contagiados de soberbia. María resplandece por su humildad. Cuantas veces no hay respuestas ante tantos acontecimientos de la vida y de la historia. María es la luz que brilla en la oscuridad de nuestro mundo. En el sábado santo resalta la figura de María. En medio del dolor hace suyo nuestro dolor, el dolor de los hijos. Una Madre se olvida de su dolor para atender a los dolores de sus hijos. Ella está al lado del que sufre. María nos enseña a estar frente al misterio. Nos enseña a saber consolar, confortar.



III VIGILIA DE RESURRECCION

Introducción
“En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios”, ha anunciado el Papa. Este año, la Vigilia Pascual cobra un sentido más profundo que nunca, “percibimos más que nunca el Sábado Santo, el día del gran silencio”.“Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida”, ha exhortado el Papa.
Así, el Papa nos ha animado a “no ceder a la resignación” y a “no depositar la esperanza bajo una piedra”. Ha asegurado que “Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte”. La celebración del Sábado Santo comenzó con el rito de la Bendición del fuego, a los pies del Altar de la Confesión. Este año, por la emergencia sanitaria se ha omitido la preparación del cirio pascual, así como el encendido de las velas a los presentes, ni el Pontífice ha bautizado a nadie, solo se han renovado las promesas bautismales.
Homilía del Papa Francisco
“Pasado el sábado” (Mt 28,1) las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado, rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del “primer día de la semana”, día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: “Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!” (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: “No temáis” (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.
En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.
El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido. 
Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: “Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama” (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: “Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: “El valor no se lo puede otorgar uno mismo” (A. MANZONI, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.
Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea” (Mt 28,10), dice Jesús. “Va por delante de vosotros a Galilea” (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede. Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba.
Pero hay más. Galilea era la región más alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios cultos, era la “Galilea de los gentiles” (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.
Al final, las mujeres “abrazaron los pies” de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.



DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION

Introducción

 “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!” ha anunciado el Papa Francisco en su tradicional mensaje de Pascua. Este año, desde el interior de la Basílica Vaticana, en lugar del balcón de las bendiciones, donde se hace tradicionalmente el Domingo de Resurrección. El Santo Padre ha pronosticado otro “contagio” provocado por la Resurrección de Cristo: El contagio de la esperanza, “que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia”. “El Resucitado no es otro que el Crucificado”, ha advertido. “Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada”.

El Papa ha remarcado que “las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre!”. Así, ha descrito que este no es el tiempo de la indiferencia, “porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia”, al igual que no es este el tiempo del egoísmo, “porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas”.

Asimismo, ha asegurado que el tiempo de Pascua no es “no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto al fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo”, ni es tiempo del olvido: “que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas”, ha deseado.

De manera especial, Francisco ha recordado a los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias “que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós”, ha comentado, y ha deseado que el Señor de la vida “acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas”.


Mensaje Pascual del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!
Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.
Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!” (Secuencia pascual).
Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”. No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.
El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.
Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.
Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, “he resucitado y aún estoy contigo” (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).
Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.
En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas.
Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria. Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, este amado continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.
Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto al fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas. Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África.
Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.
Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso. Con esta reflexión querría desearos a todos una feliz Pascua.



TESTIGOS DE LA RESURRECCION

“Llevemos el canto de la vida  a cada Galilea”

Introducción:

Este año la Semana Santa la hemos vivido confinados en nuestras casas sin poder acudir a las acostumbradas celebraciones. El Papa nos ha invitado a contemplar a Jesús en la cruz y en el evangelio. Sin embargo hay otra forma de contemplar a Jesús que es en la realidad de hoy. 
El papa nos ha hecho una invitación a llevar el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. “Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario”.
A continuación comparto una serie de testimonios recogidos por mi comunidad en Filipinas que nos ayudan a contemplar al Jesús actual de nuestro mundo de hoy. Estamos viviendo, todos, la pandemia mundial de Covid19. Las heridas de Cristo son las nuestras, su Cruz es la nuestra y su muerte es la nuestra. Detrás de cada testimonio descubrimos como en medio del dolor se puede ser testigos de la Resurrección dando a conocer un amor más fuerte que la muerte, que vence todo sufrimiento, llanto y dolor. Caminamos en la fe de una promesa verdadera, Jesús nos dice hoy: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.



I. TESTIMONIO: CONFIANZA

Lectura: “Sabemos que Dios conduce todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que han sido llamados”. (Rom 8, 2)

Jesuita Seve Lázaro
“Soy víctima, como tanta y tanta gente que a mi alrededor lo padece y lo sufre. Con esa incertidumbre de ver los síntomas aparecer y darme cuenta de que nada me calma ¡Qué desesperación llegué a sentir con esa maldita fiebre que no se me iba! Porque me sentí esquizofrénicamente desinformado de lo que realmente me pasaba, pues los números oficiales de teléfono a los que llamaba, nunca me cogían. Victima también de verme de repente marcado y señalado, como alguien al que hay que aislar inmediatamente, estoy contagiado y condenado a estar solo, apartado. Todavía resuena en mi cabeza el grito de una enfermera diciéndole a otra que se disponía a entrar en mi habitación: ¡En la 325 no entres por nada del mundo! la debilidad me roza, se instala en mi vida o me llega a invadir: es muy duro vivirse ahí. Pero a la vez es muy fecundo, porque toco el humus y la tierra de eso que soy realmente, un ser terrenal, finito, fragmentado…Muy lejos de ese endiosamiento y centro en el que me gusta vivir.  Qué bueno que este dichoso virus nos esté a todos haciéndonos sentir débiles. Qué oportunidad está siendo para aprender a adorar y dar gracias por el misterio de fragilidad y vulnerabilidad que envuelve esta aventura de mi vida”




II. TESTIMONIO: SOPORTAR LAS DIFICULTADES

Lectura: “Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará” (Rom 8, 18)

Marta López-Sitro “Soy médico de familia, trabajo en un pueblo de Madrid. He trabajado muchos años en urgencias y sé lo que se sufre allí por los pacientes lo mismo que se goza por sus victorias. Defiendo la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte, y desde ahí trabajo. Y puedo asegurar que los desvelos de los sanitarios en estos momentos están en la búsqueda del bien de TODOS nuestros pacientes. En nuestros foros, chats, reuniones...buscamos en qué modo dar la mejor atención a nuestros pacientes. Sé de la lucha de mis amigos y compañeros en urgencias hospitalarias y plantas de UCI y de ingreso, de los compañeros de urgencias extrahospitalarias, de los que han ido como voluntarios a IFEMA, de los que estamos en Atención Primaria...todos vamos a seguir peleando por daros el mejor cuidado que podamos con los recursos de los que dispongamos. Hacen falta como primerísima necesidad respiradores para las almas, para las almas de esos enfermos que no ven la luz, las de los familiares que viven la angustia de la incertidumbre y del no saber nada de su ser querido, las de aquellos que tienen miedo a perder su trabajo,...las de los sanitarios que a veces no disponemos de los medios necesarios para tratar a los enfermos y tampoco encontramos las palabras que curen, conforten o consuelen... todos, de algún modo, podemos ser respiradores de almas para los demás”




III. TESTIMONIO: GENEROSIDAD

Lectura: “Quiero hermanos, haceros conocer la gracia que Dios derramó a las iglesias de Macedonia, que la gran tribulación con que han sido probados abundó en gozo y su extrema pobreza se convirtió en riqueza” 2 Cor 8, 1

P. Giuseppe Berardelli
“El sacerdote italiano Giuseppe Berardelli murió a los 72 años afectado por el virus Covid-19, tras ceder el respirador que su comunidad parroquial había comprado para él a un joven que ni siquiera conocía. Don Giuseppe, pastor de Casnigo, Bérgamo, “murió como sacerdote. Y estoy profundamente conmovido por el hecho de que él, manifestó su voluntad de asignar el respirador a alguien más joven que él. Junto a él, han muerto otros 60 sacerdotes en toda Italia.




IV. TESTIMONIO: CONTAGIAR LA FE EN FAMILIA

Lectura: 1 Cor 4, 14 “Y nosotros sabemos que Aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él”

Guillermo y Pilar  “Pilar Carmena Ayuso acaba de perder a su marido, Guillermo Gómez. Se casaron hace más de 23 años y juntos tuvieron 5 hijos y formaron una hermosa familia. Hoy, a los 50 años, el coronavirus se ha llevado a Guillermo. Pilar cuenta que durante todo ese tiempo lo más duro ha sido no poder ir a verle, estar con él y hablarle. Estaba aislado y no dejaban entrar a nadie. Mientras, en casa, Pilar ha vivido ese dolor con un corazón enorme. “Es muy duro, pero a mí me está sosteniendo Cristo. Sentir que Él está conmigo en la cruz y yo con Él y que nos acompañamos, y saber que Guillermo está en sus manos es lo que me da fuerzas”. Pilar y sus hijos se volcaron en la oración y encontraron consuelo. Hay días que he estado muy mal, pero ahora lo estoy viendo con más paz, con aceptación. El vivirlo con aceptación te ayuda a vivir todo con menos desesperación, con el sufrimiento de no verle, pero con la paz de que al final es la voluntad de Dios pase lo que pase”. “Agradezco tantos mensajes de apoyo y oración. Esto a mí me da la vida. El saber que hay mucha gente rezando por él. Que al final si no se cura, es porque hay un bien mayor. Es algo muy duro, muy fuerte, pero también a la vez Dios te concede ver el amor de los demás, de cómo nos quiere. Y eso, es algo muy grande”. Pilar dice al final: “Ha pasado al cielo, con Jesús. Me fío de Dios, quien me da fuerza y paz”.




V. TESTIMONIO: CONTAGIANDO LA FE EN LOS MEDIOS

Lectura: “A pesar de las contrariedades, nos sentimos reconfortados por ustedes, al comprobar su fe”  (1Tes 3,7)

Misión: Retiro on-line  “Al planificar el año allá por febrero, soñábamos con poder acercarnos a más jóvenes con el mensaje del Evangelio. Pero no imaginábamos cuáles eran los caminos que Dios nos iba a trazar. Esta situación de la pandemia, que ha dado un giro al curso de la historia a nivel mundial, también nos ha salido al paso y nos ha pedido generar respuestas nuevas. El llamado de nuestros dirigentes a quedarnos en casa, y a cuidarnos entre todos, parecía amenazar nuestra propuesta de comenzar el año con un retiro. Teníamos que cancelarlo. Justo en ese momento el Espíritu inquietó nuestros corazones: ¿Y si nos animaremos a hacer una propuesta on-line? Cada uno de nosotros tenemos que quedarnos en casa…¡¡ pero Jesús está en la de todos!! Esta llamada del Espíritu nos dejó desconcertadas, ¿Cómo será esto? Pero al igual que María, dijimos sí, y sin darnos cuenta nos pusimos en camino a llevar a muchos la presencia de Jesús. Así se gestó nuestro retiro on-line, que se materializó en 5 videos con meditaciones sobre la Pascua unidas a los pilares de nuestra espiritualidad: oración, fraternidad, misión y cruz. Nos ha sorprendido la respuesta de los jóvenes, están participando 48 personas, cada uno tomándose en serio este deseo de encontrarse con Jesús y preparar el corazón en esta cuaresma tan especial. A la vez este tiempo los invita a volver el corazón a Dios, para encontrar en él la esperanza y también interceder por la humanidad, suplicando por el fin de mal que tanto daño nos está haciendo. Esta es nuestra gotita de agua para saciar la sed de nuestro cristo Crucificado, poner el corazón y la mente para llegar con creatividad al corazón de tantos hermanos que hoy esperan una gota de esperanza, de sentido, de compañía”




VI. TESTIMONIO: SALVAR A UNA PERSONA ES  SALVAR TODA LA HUMANIDAD
Lectura: “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40)
 Obispo Ambo. Diócesis de Kalookan. Manila  Recibí el siguiente mensaje hace un tiempo. Me trajo lágrimas a los ojos. Decía: " Querido Obispo. Hoy temprano recibí 4.7 kg de arroz y seis latas. Me gustaría contribuir a quienes más lo necesiten, a aquellos que están siendo ayudados por el programa de la Iglesia. Si esto sirve como donación, ¿dónde puedo entregarlo?" MI RESPUESTA A ÉL: " Es muy amable de su parte. Nada es grande o pequeño siempre y cuando provenga de un deseo sincero del corazón para ayudar. Aquí en la catedral de San Roque está la sede de nuestras Cáritas. Pregunta a nuestra persona encargada del reparto de los alimentos."




VII. TESTIMONIO. ACOGIDA

Lectura: “Quien recibe a uno de estos más pequeños en mi nombre me recibe a Mí”. (Mt 10,40)

Niños de Siria y Afganistán:  “Desde enero, 299 sirios han muerto en la ofensiva en las áreas clave de Idlib y Alepo. Los residentes, en su mayoría mujeres y niños, estaban tratando de protegerse del duro invierno sirio y los bombardeos en refugios improvisados con láminas de plástico. Familias enteras han huido de un área a otra en el país desde el inicio del conflicto en 2011. El alto comisionado dijo que no hay "justificación posible" para los ataques "inhumanos e indiscriminados" y que ya han traumatizado a toda una población. Los afganos forman "una de las poblaciones de refugiados más grandes y antiguas del mundo" Pakistán e Irán ofrecen refugio al 90% de los ciudadanos de Afganistán que abandonaron su país durante 40 años; Los afganos lideran las solicitudes de asilo en Europa; Conferencia internacional quiere apoyar a alrededor de 4,6 millones de personas que viven fuera del territorio afgano”




VIII. TESTIMONIO: GRATITUD

Lectura: “Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” Mt 10,8

La senegalesa Fatoumata Ba. Joven que estudia la apnea obstructiva del sueño, un síndrome que expone a complicaciones metabólicas e incluso reduce la esperanza de vida. A Stéphanie le obsesiona resolver la inseguridad alimentaria; a Francine hallar un remedio local para la leucemia. Henintsoa está preocupada por el cambio climático y los animales polinizadores; Carine lo está por la relación entre tuberculosis y diabetes. Estas cinco mujeres tienen varias cosas en común, entre ellas que son científicas, africanas y que se reunieron el pasado día 21 de noviembre 2019, en Dakar para recibir la beca Premio Jóvenes Talentos, de la Fundación L'Oréal y la UNESCO, junto a otras quince científicas africanas. 





IX. TESTIMONIO: ORANDO JUNTOS

Lectura: “Que todos sean uno para que el mundo crea”.  (Cf Jn 17,20)

Testimonio de unidad: “Cuando el reloj se acercaba a las seis de la tarde, Mintz y Abu Jama se dieron cuenta de que podría ser su único descanso del turno. Los dos miembros del servicio de respuesta de emergencia de Israel, se detuvieron para rezar. Mintz, un judío religioso, estaba de pie frente a Jerusalén, con su chal de oración blanco y negro colgando de sus hombros. Abu Jama, un musulmán observador, se arrodilló en dirección a La Meca, con su alfombra de oración granate y blanca desplegada debajo de él. Para los dos paramédicos, que habitualmente trabajan juntos dos o tres veces por semana, la oración conjunta no era nada nuevo. Para muchos otros, fue una imagen inspiradora en medio de la pandemia mundial de coronavirus. Un usuario respondió en Instagram: “Estoy orgulloso de todos los servicios de rescate, no importa de qué comunidad o religión sean”. En Twitter, otro dijo: “¡Una pelea! ¡Una victoria! ¡Unámonos!”



X. TESTIMONIO: RESPONDER A LA LLAMADA DE DIOS

Lectura: “Jesús lo miro con amor y le dijo: Ven y sígueme.”  Mc 10,21

Aga, polaca de 21 años. “Soy Aga, tengo 21 años y vivo en Gdansk. Cuando escuché que teníamos que estar al menos, dos semanas en cuarentena me entró pánico. ¿Tanto tiempo sin salir de fiesta con mis amigos, ni poder encontrarme con ellos? ¿Estar en el mismo lugar durante tanto tiempo con mis padres y mis hermanos (que tengo seis y ¡dos de ellos en la edad del pavo!)? Me saltaron las lágrimas de un miedo, que penetraba todo mi cuerpo. Sin embargo, esa misma noche empecé a pensar en cómo iba a ser esto y llegué a la conclusión de que necesitaba un plan. Ya que estoy en una situación que no puedo cambiar, puedo al menos intentar aprovecharla en la medida de mis posibilidades. Así pues, me busqué nuevas aficiones: empecé a bordar, a participar por facebook en sesiones de yoga… me propuse de una vez sentarme con las matemáticas, que hacía tiempo me estaban esperando. En este corto tiempo me he enterado de lo que viven mis hermanos más que en los últimos meses. Me apunté como voluntaria para hacer la compra a personas mayores durante el tiempo de epidemia pensando que era la excusa ideal para salir de casa y que, a la vez, hacía algo bueno por los demás. La mirada de agradecimiento de esa viejecita por la que estuve media hora bajo la lluvia haciendo cola para entrar a una farmacia, fue para mí un super premio. También estoy teniendo la oportunidad de pasar largos ratos a solas conmigo misma”



XI. TESTIMONIO: OFRENDA

Lectura: “Nadie me quita la vida, sino que la doy voluntariamente.” Jn 10, 18

Las Carmelitas Descalzas de Fuente de Cantos: las monjas han dejado sus ocupaciones habituales para fabricar mascarillas con el fin de contribuir a frenar la propagación del coronavirus, y que tendrán como destino la residencia de ancianos de la localidad y el centro ocupacional. Estas nueve religiosas se ganan habitualmente la vida con la costura, elaborando ornamentos litúrgicos y otro tipo de ropa, como trajecitos para bebés. «Queremos colaborar con algo para paliar esta pandemia. Aparte de ayudar con nuestra oración, con nuestra entrega, queremos ayudar también con esto»




XII. TESTIMONIO: SOLIDARIDAD

Lectura: “Así como tenemos parte en los sufrimientos de Cristo, recibimos también un gran consuelo” (2 Co 1, 5)

Carta a un enfermo con coronavirus: Querido Diego: Aunque no nos conocemos, quería escribirte esta carta de despedida y gratitud. Cuando todo el pueblo italiano sale al balcón y aplaude al personal sanitario, espero que una parte de ese aplauso llegue hasta tu corazón. Junto a tantos compañeros tuyos de trabajo, hoy mi corazón te honra. Seguramente ahora que estás junto a Dios, Él te habrá explicado lo que nosotros sólo podemos intuir: que EL AMOR NO PUEDE MORIR. Tú has amado mucho y eso es eterno. Seguramente eres de los que no se dan demasiada importancia y mientras conducías la ambulancia o acogías a la gente enferma, pensabas: “hago sólo lo que tengo que hacer” Pero precisamente ahí está la heroicidad de una vida: en hacer lo que tiene que hacer, estar donde tiene que estar, asumiendo esa cuota de responsabilidad por los que tenemos al lado que nos ha sido confiada a cada uno. Y tú lo has hecho sin medir los costos. Eso es lo que te convierte en héroe, y eso es lo que hace que hoy te rindamos homenaje. Y ESE AMOR NO PUEDE MORIR.  Tu familia sufrirá mucho tu ausencia, pero sabrán que no has muerto…has pasado a una vida infinitamente mejor. Y que siempre, SIEMPRE, estarás con ellas.




XIII. TESTIMONIO: ORAR POR LOS ENFERMOS

Lectura:  Dios nos conforta para que nosotros podamos consolar a los que se sienten más atribulados. (2 Co 1, 6)

Carta a una enfermera: La carta nos describe lo que supuso el acompañamiento de una enfermera con una paciente antes de morir. “Buenas noches, no quiero describirle lo que están pasando como en los medios de comunicación: números, estadísticas, decretos y prohibiciones. Me gustaría hacerlo visto desde el lado del paciente covid positivo y operadores. (…) La paciente es consciente, lúcida y orientada en el tiempo y el espacio... pero sobre todo sabe que va a morir. Ya sabe, lo siente. Le han dado la noticia de que ya no tiene solución, la van a entubar y ya tiene que despedirse de su familia. (…) Su mirada me taladró... no eres solo un operador, eres mamá, eres hija...Le dije a sus hijos que se juntaran y que llamaran por video conferencia a mi número de teléfono. Es poca cosa, pero al menos no va a ser interrumpido, y la verán. (…) La llamada dura aproximadamente media hora... y es como si un círculo se hubiera cerrado, lo que tenía que ser fue... ella solo había resistido x ellos, para verlos, para saludarlos. Tienes el corazón roto. Piensas en ti y en tus hijos y lo entiendes todo... todas sus preocupaciones. Te toma la mano y te dice “Gracias, cuidaré de ti por lo que hiciste”. Y te cuesta no llorar.

                                     

XIV. TESTIMONIO: ESPERAR CON MARIA
Lectura: “Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre”
Obispo auxiliar de Madrid. Como parte de un equipo de la pastoral de la salud se ofreció para acompañar las muertos de la morge que se habilitó en el Palacio de Hielo de Madrid. El obispo auxiliar inició el rezo de responsos en el Palacio de Hielo, convertido en una gran morgue. Con mi ritual de exequias, mi estola morada y el corazón abrumado, llegué a las puertas de un mausoleo donde la muerte parece callarlo todo. Después de sortear un montón de controles y las dificultades del primer día, me condujeron a bocajarro al pie de la misma pista de hielo. Sin tiempo para hacerme a la idea, me vi solo en mitad de la pista, un gran cuadrilátero repleto de féretros, en medio de un silencio gélido. Todo se paró. Me vi allí con mi ministerio, mi viejo libro de oraciones, e intentando mirar más allá de lo que se veía, para escuchar las vidas que allí dormían en el hielo, sus nombres, sus familias o sus soledades, pues algunos murieron en el más completo abandono. Con la sola fuerza del viejo salmo: «El Señor es mi Pastor, nada me falta…». Entonces sucedió el milagro de la oración. Como luz en la tiniebla, sentí que allí estaba toda la Iglesia rezando por medio de este pobre obispo. Y con ella, las familias de aquellos difuntos y las personas a las que abrazaron, y con las que lloraron… Entonces las gradas se poblaron de corazones y, por un momento, el frío se alejó. «A tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de estos hermanos nuestros. Concédeles el lugar de la luz y de la paz…». El eco del Evangelio humanizaba el frío. Y allí estaba la presencia de Jesucristo, abrazando a cada uno de sus hermanos, llorando como lo hacía al pie de la tumba de su amigo Lázaro y dando su esperanza.

 MENSAJE FINAL DE PASCUA







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