martes, 14 de abril de 2020

Jesús servidor: Mi orientación de vida


LA ORIENTACION DE LA VIDA





“Entonces vi un LIBRO en forma de rollo escrito por los dos lados y sellado con siete sellos…¿Quién es digno de abrir el libro y romper los sellos?...No llores, Él abrirá el LIBRO y sus siete sellos” (Rev. 5, 1-3)”


                                                          
  


INDICE:
  

  1. La orientación de la vida 
1.  Nuestra vida a la luz del Misterio Pascual

  1. La centralidad de la Pascua
2.1  La Pascua anual
2.2  La Pascua semanal
2.3  El Triduo Pascual
2.4  La Pascua diaria

      3. La vivencia de la Pascua
3.0 La vivencia judía
3.1 La vivencia en Jesús
3.2 Nuestra vivencia

4. El relato de la Pasión: La Pascua Mc 14,1-16,8
4.0  La orientación de toda la vida de Jesús
4.0.1 La preparación en el contexto más inmediato Mc 14, 1-2
4.0.2 La unción: Consolación y conspiración Mc 14,3-11
4.0.3 Contexto previo: La entrada a Jerusalén Mc 11, 1-11
4.0.4 Corolario
            La confianza absoluta en el Dios providente
            La limpieza de corazón
            La pobreza de corazón
            La verdadera amistad
            El clima de familia
            La actitud del siervo

4.1  Jueves Santo
            4.1.1 La Cena Pascual: El mayor signo de donación y comunión
                        4.1.1.0  Preparación: El compendio de una vida Mc 14,12-16
                        4.1.1.1  Realización: El mayor gesto de amor Mc 14, 17-31
            4.1.2  Oración y arresto en la oscuridad Mc 14, 32-35
            4.1.3  Jesús y Pedro bajo interrogatorio Mc 14, 53-72
            4.1.4 Corolario
                        Más que un signo profético: El lavatorio de los pies
                        La Eucaristía una nueva presencia
                        Una súplica nacida del corazón de Cristo
                        Un mandamiento nuevo
La oración de Jesús
La búsqueda de la voluntad de Dios
                        El abandono en la providencia

4.2   Viernes Santo
            4.2.1  Jesús ante Pilato y sus soldados: Mc 15, 1-20
            4.2.2  Ultrajes y muerte de Jesús: Mc 15, 21-41
4.1.3 Corolario
La paradoja de la cruz      
Nuestra verdadera identidad y nuestro origen
Jesús nos revela el verdadero rostro de Dios
Un nuevo culto, un nuevo sacerdocio
La ofrenda de la vida
El tengo sed

4.3.  Sábado Santo
            4.3.1  Sepultura de Jesús Mc 15, 42-47
            4.3.2 Corolario
                        Maria en la Pascua y en toda su vida
                        Con Maria al pie de la cruz preparando las promesas

4.4   Domingo de Resurrección
            4.4.1 El mensaje Pascual: Mc 16, 1-6
4.4.2 Corolario
            La Gran noche  de la Gran Vigilia
Celebrando la Vigilia de Resurrección con María
            La renovación de las promesas
            Una vida nueva en Cristo, en su Iglesia, en comunidad.
Una vivencia inserta en Cristo y en su Misterio Pascual
El lucernario: El Cirio y procesión de las luces
El “exsultet” o pregón Pascual

   
5.   Los elementos característicos de nuestra vida a la luz del Misterio Pascual
     
5.1  La experiencia fuente
            5.1.1  El Misterio Pascual
5.1.2 Cristo crucificado y su tengo sed
5.1.3  El Cuerpo Místico
5.1.4  La clave de vida eterna
5.1.5  La misericordia
                  5.1.6  La Eucaristía
5.1.7  Maria

5.2  La orientación de toda nuestra vida
                  5.2.1  La comunión, el reino
                  5.2.2  La misión
                  5.2.3  El servicio
                  5.2.4  La misericordia

5.3 La vivencia de la comunión en sintonía con Cristo

            5.3.1  Trato en continuidad con Cristo: La vida en Cristo

            5.3.2  Clima de la vivencia con Dios
                        5.3.2.1  La oración, el trato personal
                        5.3.2.2  La providencia  de Dios
                        5.3.2.3  La limpieza de corazón y la vivencia de la castidad
                        5.3.2.4  La pobreza de corazón
                        5.3.2.5  La obediencia y la búsqueda de la voluntad de Dios
                        5.3.2.5  El discernimiento comunitario

            5.3.3   La vivencia de la fraternidad
                        5.3.3.1 La corresponsabilidad
                        5.3.3.2  La amistad en Cristo
                        5.3.3.3  La certeza del amor comunitario
                        5.3.3.4  La formación

            5.3.4   La vivencia de la misión en la dinámica de la encarnación
                        5.3.4.1 El anuncio explícito
                        5.3.4.2 Formar núcleos de hermanos
                        5.3.4.3 El clima de familia
                        5.3.4.4 Núcleos de fe
                        5.3.4.5 El acompañamiento
           
5.3.5   Al servicio de la Iglesia
                       
5.4 La vivencia de las promesas en el cima de la Pascua
5. 4.1 El “exsultet”: pregón Pascual
5.4.2  La narración de la historia de salvación
5.4.3  El lavatorio de los pies
5.4.3  La renovación de las promesas




DESARROLLO


0.                 La orientación de la vida

“Estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza” (1 Pe 3,13).

Creemos que es justo y necesario, poder poner por escrito, para todos aquellos que nos piden cuenta de la razón de nuestro vivir, cuáles fueron las motivaciones más profundas que nos movieron en un principio a vivir lo que vivimos.

Toda la vida la vivimos en un dinamismo de muerte y resurrección. Lo que da a la vida una luz singular es descubrirla a la luz de la fe, no abocada a la muerte sino participando de la Muerte y Resurrección de Cristo, toda ella dirigida hacia la plenitud de vida en Él.

Al plantearnos, cómo podíamos hacer una relectura de la vida, como acontece con los evangelios, aunque tiene toda su componente histórica, no lo queríamos hacer sin perder toda la lectura y la experiencia de fe, que nos hicieron leer los acontecimientos históricos, como una historia que era Dios mismo quien la guiaba y escribía.

No podemos entender la vida sin esta lectura de fe, que nos desvela el misterio de nuestra vida, de nuestra llamada y de nuestra vocación, dentro del Misterio de Cristo y más específicamente dentro de su Misterio Pascual.

Según pasa el tiempo, cada vez nos hacemos más conscientes, que todo lo vivido fue ocasión providencial para juntos pararnos a orar y leer lo sucedido bajo esta luz de la fe de la Pascua[1].

Quienes fueron testigos oculares de los hechos de la Pasión de Cristo, quedaron fuertemente conmocionados. Toda la gente que lo presenció se retiraba con el corazón compungido, golpeándose el pecho. El grupito que estuvo cerca de la cruz escuchando sus palabras, quedó sobrecogido de la realeza de su muerte, dándose cuenta que mucho más amó que padeció y fueron testigos de la sublimidad de su Amor.

Pero sería precisa la experiencia de la Resurrección para que después de la agitada tormenta que provocara reacciones tan dispares, de nuevo congregara a los discípulos dispersos y les hiciera entender, bajo la clara y serena luz del Resucitado, todo lo sucedido.

Creemos que el relato de Emaús, expresa muy vivamente, el proceso del sorprendente cambio que se opera en los discípulos, a partir de la Resurrección. La fe de Jesús vivo entre nosotros, nos hizo comprender la historia bajo su mirada y entretejer los hilos que relacionan unos acontecimientos con otros.

Queremos recordar ante las generaciones de hermanos venideras, cómo Dios nos llamó a tomar parte de esta nueva comunidad de "servidores del evangelio de la misericordia" y de las circunstancias que providencialmente se valió el Señor, para hacernos perseverar firmes en la fe y madurar en el conocimiento vivo de su amor. La lectura que hacemos de nuestra historia, nos permite Dios leerla, como dentro de su historia de salvación y haciéndonos participar existencialmente de su Misterio Pascual.




1.                 Nuestra vida a la luz del Misterio Pascual

“Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3)

Toda la vida del hombre esta marcada y orientada a la Pascua. El hombre, creado para la vida, está marcado por la muerte y mientras vive la vida, su sentido se hace oculto y misterioso[2].

Tanto vida del hombre, como toda la creación, está sellada y marcada por la muerte y la resurrección. El día y la noche, la primavera y el invierno, la luz y las tinieblas dan prueba de ello. Diríamos que nacemos ya con la cruz, la tenemos dentro de nosotros mismos, pero esta cruz tantas veces no la llevamos reconciliada, la llevamos solos. Nuestra cruz, a menudo, la experimentamos vacía sin sentido, sin embargo esta solidarizada y redentoramente unida a Cristo.

La cruz nos acompaña y va creciendo a lo largo de toda nuestra existencia, casi siempre nos da la impresión que nos supera, que va más allá de nuestra medida, de nuestras fuerzas. Nos viene grande, incómoda hasta decir esta cruz no es mía, no es para mí y buscamos la manera de deshacernos de ella.

Cristo viene precisamente a hacer suya la nuestra, para acompañarnos en todos nuestros caminos y marchas dolorosas, para hacerse solidario de todas nuestras trágicas suertes y destinos que corremos en nuestra vida y darles a todos un destino feliz.

Decía Juan Pablo II que la vida del hombre no se comprende plenamente hasta que el hombre no se incorpora, hasta hacer suyo, el Misterio Pascual de Cristo, su Muerte y su Resurrección[3]. Aunque todos, desde que fuimos bautizados en Cristo, participamos por pura gracia de esta vida nueva en El, por su muerte y su resurrección, podríamos hablar, que todos pasamos por un segundo Bautismo, que dio origen a una segunda llamada.

Si la vida de Jesús es un progresivo desvelamiento del Misterio de su persona y su amor y por consiguiente del misterio de nuestras vidas, no cabe duda que en su Misterio Pascual: Pasión, Muerte y Resurrección se condensa, con todo su dramatismo y grandiosidad, la gran obra de la Redención.

Si para Jesús fue la orientación de toda su Vida, “la Hora” esperada, no cabe duda que para nosotros sus servidores, este Misterio Pascual es la puerta de entrada, de lectura y de comprensión de nuestra vida y nuestra propia historia. Cristo lo apostó todo por el Reino, con la convicción de que vería surgir el Reino, entre el grupo de quienes creerían en Él.

“Allí donde esta el maestro debe estar su servidor” (Cf. Jn 12, 26) Si la suerte que corre el Maestro no es fortuita, tampoco la será la de sus seguidores, sus servidores. Jesús prepara a sus discípulos para que no se escandalicen de la cruz. La suerte y el destino reservado a los discípulos, no será distinta a la del Maestro[4].

A cada anuncio de la Pasión, sigue una instrucción del Maestro, encaminada a que su camino sea también el camino del discípulo. Toda su misión es camino de donación y de servicio, camino para los que siguiendo su ejemplo, se hagan solidarios con su destino. Jesús no busca para sus seguidores reconocimientos o privilegios, sino el compromiso de una vida como la de Él, de donación y de servicio.

Nosotros, después de todo lo vivido, hemos experimentado a un Dios vivo, queriendo salvaguardar su amor entre nosotros. Si Cristo sufrió hasta el punto de dar la vida, nosotros nos hemos visto sostenidos y guiados por su amor durante todo el tiempo y que, a pesar de tantas dificultades, su gracia nos sostuvo.

Después de la noche oscura, donde se oscurece el sentido pero sigue viva la fe, a tientas caminamos esperando la luz de la Pascua. Juntos experimentamos la alegría de descubrir su rostro vivo entre nosotros.

Podríamos resumir tal experiencia, como lo hicieron los primeros cristianos: “Nosotros hemos conocido el Amor y hemos creído en Él”. Concédenos que podamos participar de la plenitud de tal Misterio, que podamos vivir en la plenitud de amor a Dios y del amor fraterno, de forma que nos haga buscar siempre la comunión” [5]
           





2.                 La centralidad de la Pascua[6]


La Pascua, la fiesta de las fiestas, es el centro de todo el año litúrgico[7]. Todo el  año litúrgico tiene como punto culminante la Pascua y hacia ella va dirigido. Celebrar el misterio de Cristo, es celebrar la vida y toda la existencia cristiana.

La celebración de la Pascua, se convierte así, en un camino hacia la Pascua definitiva y eterna. La Pascua vivida y realizada en Cristo, ha de proyectarse a toda la vida, a toda la Iglesia, a todo el mundo. La Iglesia celebra y vive el Misterio Pascual en la espera de la Pascua eterna. La celebración de la Pascua en la Iglesia se hace pues, anual, semanal, diaria y siempre cíclica.

La única Pascua de Cristo se celebra en el año litúrgico de un modo triple:

-                     Pascua anual: el triduo Pascual y en ella la Vigilia
-                     Pascua semanal: la estructura de la semana y en ella el Domingo.
-                     Pascua diaria: la Eucaristía como centro y cúlmen de la vida.


2.1       La Pascua anual

Una vez en el año se celebra el Santo Triduo Pascual, donde se celebra la pasión, muerte y resurrección de Cristo y que viene preparado de manera más inmediata, en el tiempo de Cuaresma y que se prolonga en la alegría de los cincuenta días sucesivos acabando en Pentecostés. Ya Tertuliano habla de que la Vigilia Pascual que se celebraba el 14 de Nissan se dilata en 50 días como si fuera una prolongación de la Resurrección, un único día de alegría Pascual[8].  

Más tarde, se incorporaría en el año litúrgico, la celebración de Adviento y de Navidad. La fiesta de la Natividad y la Epifanía ya se celebra en el s. III, al multiplicarse las peregrinaciones a Tierra Santa y poner de relieve los episodios de la infancia de la vida de Cristo[9].

Poco a poco se fue difuminando la centralidad de la Pascua, contribuyendo estas fiestas a restar el foco de la alegría Pascual. La dilatada expansión de la celebración Pascual originó la fragmentación del Misterio de Cristo en momentos y fiestas diversas consideradas más bien como episodios y momentos autónomos, más que puestas en relación con el único Misterio de Cristo centrado en la Pascua.

El tiempo de Cuaresma sí se mantuvo vinculado al Misterio Pascual, como tiempo privilegiado de preparación de los catecúmenos que iban a recibir el Bautismo. Las 5 semanas de Cuaresma están distribuidas en catequesis mistagógicas que siguen toda una preparación: 1ª semana: “Las Tentaciones”: importancia y entrega de la oración cristiana por excelencia, el “Padre Nuestro”; 2ª semana: “La Transfiguración” el sentido de la cruz, 3ª semana: “La samaritana”: el sentido y la preparación del Bautismo; 4ª semana: “La curación del ciego”: Preparación para la Vigilia, significado de la luz y el cirio Pascual; 5ª semana: “La Resurrección de Lázaro”: El significado de la Pascua, de la Muerte y Resurrección de Jesús.

En el año litúrgico, donde se va celebrando los misterios de la vida de Cristo, el cristiano se pone en contacto con las realidades salvíficas de los misterios de la vida de Cristo y de su muerte gloriosa, a las que él tiene que conformar su propia vida. Durante todo el ciclo anual en el año litúrgico, la Iglesia desarrolla toda una mistagogía que gira en torno al Misterio Pascual, de esta manera la Iglesia provee a través de la gracia del año litúrgico, el cauce de la propia vida y la pedagogía perenne y programada para el pueblo de Dios de todos los tiempos y lugares de la tierra.

Los catecúmenos, elegidos para recibir el Bautismo, llamados iluminados “photizomensi”,  llevaban a cabo una preparación intensa para el Bautismo[10]. Lo mismo sucede con la preparación de los iluminados en Antioquia y Constantinopla[11]. Así lo confirma la  rica estructura bautismal, que poco a poco, se desarrolla en la Iglesia de Roma[12]. Las catequesis mistagógicas eran desde antiguo parte de los ritos de iniciación[13].

No queremos acabar este apartado sin antes dar una breve idea del año litúrgico judío: El ciclo anual judío tenía como origen y centro ante el cual giraba todo “La Gran solemnidad de la fiesta de PascuaPesá-Matsot: conmemoraba la salida de Egipto e iba seguida de otras tres grandes fiestas: “La fiesta de las semanasshabuot: que conmemoraba las 5 semanas el don la Alianza en el Sinaí; “La fiesta de las tiendas o de los tabernáculos” sukot: que conmemoraba el tiempo de peregrinación por el desierto y finalmente “La fiesta de la DedicaciónPurim:  que conmemoraba la dedicación del Templo.  

Este año litúrgico judío tiene mucha importancia pues está a la base del año litúrgico cristiano. Así “las fiestas” se trasladarían, con la correspondiente cristianización, a nuestro año litúrgico que seguiría teniendo como centro, “La gran solemnidad de la fiesta de la Pascua”. A ésta, la seguirían las fiestas de Ascensión y Pentecostés. Posteriormente se incluirán la Fiesta de la Dedicación seguida a la Natividad y la Epifanía como preparación previa, mientras que “la fiesta de las Tiendas” , “la de la Expiación, Yom Kippur serían sustituidas por otras fiestas específicamente cristianas: La Santísima Trinidad, Sagrado Corazón, Corpus Christi y Exaltación de la Cruz, etc.


2.2  La Pascua semanal

Las fiestas judías solían durar una semana. Tan sólo La Gran celebración de la Pascua Pesá al unirse con la de los Ázimos Matsot se prolongaría hasta dos semanas. Así la Pascua Judía Pesá-Matsot comenzaba con una semana de preparación que se iniciaba con una comida introductoria y se prolongaba con otra semana que culminaba con otra comida sagrada y festiva. Esta semana posterior era la que se había añadido a la Pascua como fusión con la celebración de la fiesta de los Ázimos[14].

Ese sería el contexto de la celebración de la Pascua de Jesús y que Juan intenta reproducir con fidelidad manteniendo la estructura de la Semana Santa, que empieza con la vigilia del domingo de Ramos con la unción en Betania y la semana siguiente descrita hasta el Domingo de Resurrección. Este, el primer día de la semana, daba inicio a otra semana que acaba con la aparición a todos los discípulos reunidos, incluso Tomás, a los seis días después[15].

Coincidirá que la semana de los Ácimos judía, adquiere el significado de la Octava de Pascua, como catequesis que Jesús va haciendo en la primera comunidad cristiana, como la nueva presencia entre ellos del Resucitado, sobre todo los momentos donde sentándose con ellos a la mesa parte el pan.

Siguiendo el evangelio de Juan, la primera semana (c. 1-2), hace relación a la semana de la Creación, creación del hombre y descanso. La segunda semana ( c. 12-19), descrita con todo detalle sería La Semana Santa, que hace relación a la redención llevada a cabo por Cristo. La tercera semana (c.20), será la Semana de Resurrección, la octava Pascual  que inaugura el tiempo definitivo de Cristo. Durante este tiempo hasta Pentecostés, incluyendo la octava simple, se complementaba la mistagogía de los neófitos que acababan de ser bautizados[16]. Así, la tradición va a conservar la importancia de este tiempo, como instrucción para dar sentido y significado a los sacramentos de iniciación, que tenían como cúlmen la Eucaristía[17].

La conmemoración de la Semana Santa proyecta la celebración de la Pascua a todo el año. La celebración de la Eucaristía dominical en el “día del Señor” se proyecta a toda la semana y renueva con el sentido de la fiesta y el descanso el misterio de la Creación y de la Nueva Creación de Cristo resucitado, en la espera de su parusía, el definitivo “día del Señor[18].

Así se fue tomando la costumbre de reunirse el primer día, después del sábado, para celebrar la Resurrección[19]. De la primitiva celebración de la Vigilia Pascual, se pasa en el S. IV a la celebración del Triduo y la gran Semana[20]. Destaca sobre todo la forma en que en Jerusalén ya en el S. IV se vivía toda la Semana Santa y la influencia que esto iba a tener en otras Iglesias dónde se irían trasportando sus ritos[21].

Justino, durante la mitad del S. II, nos ofrece la descripción de la celebración eucarística, que sigue al Bautismo de los neófitos y que se hace el Domingo, en “El día del Sol [22]. Siguiendo su relato, se podía ya distinguir varios momentos del rito de la celebración: Liturgia de la palabra, con las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, homilía del presidente y plegaria de los fieles, abrazo de paz, presentación de los dones y plegaria eucarística, comunión eucarística y liturgia de la caridad o comunión de los bienes. Al final, la comunión eucarística es llevada a los ausentes por los diáconos y la colecta recibida, era distribuida por los mismos a aquellos que pasaban más necesidad[23].

Notable es también el relato del martirio de la comunidad de Abitiene a principios del S. IV donde los fieles después de haber celebrado el Dominicum, la Eucaristía del “día del Señor” fueron martirizados[24].


2.3   Triduo Pascual

Los tres días del Triduo Pascual son el Viernes, el Sábado y el Domingo de Resurrección, con el prólogo de la Cena Vespertina del Señor del Jueves y la Vigilia de Pascua que con la celebración del Domingo, son el centro y la cumbre del año litúrgico[25].

La Vigilia Pascual sería el vértice neurálgico de toda la liturgia. Originalmente la única liturgia del Triduo Sacro era la Gran Vigilia Pascual en la que se celebraba e “transitus” de Jesucristo, de su Muerte a su Resurrección. Esta Gran Vigilia Pascual se consideraba la Vigilia madre de todas las vigilias del año.

La presencia del Triduo Pascual en la liturgia de la Iglesia, se observa ya en el SII[26]. Una controversia de no leve entidad vino a turbar la celebración Pascual. El asunto de la cronología[27]. Las comunidades de oriente de Asia mantenían el 14 de Nisán, mientras las comunidades de occidente aguardaban para romper el ayuno a la noche del sábado posterior, al plenilunio[28].

La intervención conciliadora de San Irineo, puso fin a la controversia. No obstante, se fue poco a poco desdibujando la intensidad de la Vigilia, en la fragmentación del Misterio Pascual, pasando a celebrarse el Jueves, el Viernes y el Sábado anterior a la Vigilia Pascual, a la par de otro triduo posterior, para acentuar la vertiente de la Resurrección: el domingo, lunes y martesin albis”. Así al Triduo de la Pasión se contrapone el Triduo de Resurrección.

Este sería el esquema general  que la Tradición mantuvo de celebración del Triduo Pascual: El Jueves Santo, antes considerado día conclusivo de la Cuaresma, estaba caracterizado por una triple celebración: la reconciliación de los penitentes, la Misa Crismal y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía. El  Viernes Santo centraba la liturgia en la Celebración de la Muerte del Señor, con la Adoración de la Cruz. Tenía un marcado carácter penitencial y de ayuno. La liturgia bizantina incluía una hermosa celebración litúrgica que celebraba la Deposición del Señor de la Cruz y su Santo Entierro. El Sábado Santo centraba la liturgia con un día de oración ante el Sepulcro. Tenía un marcado carácter penitencial y de preparación para la Gran Vigilia. La liturgia ha hecho hincapié en profundizar también el descenso de Jesús a los infiernos. Finalmente la Gran Vigilia de Pascua por la noche incluía el rito del fuego, la bendición del cirio, la procesión, el “exsultet”, la liturgia e la palabra, la gran liturgia bautismal y la Eucaristía como centro de la Vigilia.

La celebración de la Eucaristía como Memorial de la Pascua de Cristo la refiere  un pseudo Hipólito de la siguiente manera: “Esta es la Pascua que Jesús deseaba padecer por nosotros… este era el deseo salvífico de Jesús , este su amor totalmente espiritual, mostrar el tipo por aquello que es, o sea, solo un tipo, y dar,  por el contrario a los discípulos, en su lugar, su santo cuerpo: Tomad y comed[29].

Así vemos como la celebración de la Vigilia se va prolongando progresivamente con un tiempo de preparación y un tiempo de prolongación. El tiempo de preparación  más inmediato dura cuarenta horas de ayuno con sus correspondientes celebraciones durante el Viernes, Sábado y Domingo que constituyen el Triduo Pascual y que luego se extiende a toda la semana y se prolonga toda la preparación de la Cuaresma[30].


2.4  La Pascua diaria

La Eucaristía es la Pascua diaria. Toda la vida espiritual, al igual que toda la vida del cristiano tiene un carácter Pascual. La Eucaristía, centro de la vida cristiana ha de ser foco irradiante que ilumine la vida espiritual de los cristianos. Cada Eucaristía de cada día, es una pequeña Pascua. En cada celebración de la Eucaristía se celebra todo el misterio de Cristo. Cada vez que celebramos la Eucaristía se realiza la obra de nuestra redención, es decir, se presencializa el Misterio Pascual.

La Eucaristía como Cena del Señor es a la vez, Sacrificio, Memorial y Banquete. Sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz. Memorial de la muerte by resurrección del Señor que dijo: “Haced esto en conmemoración mía.” (Lc 22,19). Banquete Pascual en el que por la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo participamos de los frutos de la Redención y prefigura y anticipa el Banquete Escatológico.

La comunión con Cristo nos lleva a establecer una verdadera comunión con los hermanos, de forma que la vida del cristiano tras recibir la Eucaristía pasa a ser una vida eucaristizada, transformándonos en lo que hemos recibido. Comulgamos para establecer una verdadera comunión con Dios y con los hermanos[31].

De la Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y obtiene como máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación  de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin. Toda la vida espiritual inicia y madura en contacto con Cristo, pero Cristo entra en contacto con los hombres por medio de los sacramentos. La vida cristiana empieza con el Bautismo y la Confirmación se restaura con la Penitencia y se alimenta con la Eucaristía[32].

La Eucaristía como actualización del Misterio Pascual de Cristo y presencia real de él, es la fuente de toda la gracia para la vida del cristiano. Es preciso que la celebración del misterio de nuestra fe, pida una continuidad existencial que la abra espontáneamente hacia la vida. El lugar de la celebración de la Pascua es toda la existencia cristiana, toda la vida que pasa a ser una vida en Cristo, penetrada por su Misterio Pascual. El auténtico sentido de la Eucaristía es convertirse en escuela de amor activo hacia el prójimo. La vida cristiana pasa necesariamente por la celebración del Misterio Pascual vivido en la Eucaristía, sin la cual es impensable que pueda darse la comunión de vida con él y con los hermanos[33].

Toda la vida espiritual del cristiano tiene un fuerte carácter Pascual como camino de maduración en el amor que conlleva una necesaria configuración con Cristo muerto y resucitado expresado en el simbolismo bautismal de la participación en una continua muerte y resurrección. El cristiano tiene que ser “staurophoros”, portador de la cruz, para ser un “pnematophom” portador del Espíritu[34].

La tradición en oriente nos deja ver el orden de  la celebración eucarística: liturgia de la palabra, plegaria de los catecúmenos, plegaria de los fieles que concluía con el abrazo de la paz, presentación de los dones, anáfora o gran plegaria eucarística, la comunión de los fieles, la plegaria después de la comunión y la plegaria de bendición[35].

                                      



3.                 La vivencia de la Pascua


3.0 La vivencia judía

La fiesta de La Pascua para el pueblo judío estaba cargada de significado y constituía el centro del culto y del año litúrgico. La Pascua va a sufrir todo un proceso de historización y Yahvización a lo largo de toda la historia de salvación. La Pascua era celebrada como el principio del año, la irrupción de la vida.

Al principio la Pascua fue una fiesta primaveral que fue celebrada por el pueblo de pastores nómadas por el desierto. Se ofrecía un cordero como signo de los primogénitos. Más tarde, cuando el pueblo se va asentando como pueblo sedentario, se le suma la significación de acción de gracias por los primeros frutos de la tierra: los panes ácimos. La fiesta de La Pascua terminará asociándose a la fiesta de los ácimos, celebrando una gran fiesta que se alargaría por dos semanas. Será a partir del Éxodo dónde va a cobrar toda una significación nueva con un profundo significado para la teología israelita. 

Con Moisés, como se narra en Ex 12, dónde con motivo de la décima plaga, se pedía al Faraón el permiso de salir a celebrar esta fiesta y ante la dureza del mismo, es donde Dios actuará. En aquella noche previa a la salida de Egipto, “el ángel del Señor” “pasará” salvando a los primogénitos israelitas y destruyendo a los egipcios. Es aquella noche donde el pueblo celebra la liberación de la opresión de Egipto. Más tarde se van asociando distintos significados relacionados con este hecho central. La fiesta de Pesá-Matsot se pondrá en relación con la fiesta de las  semanas shabuot, al final de la cosecha celebrando el don de la ley en el Sinaí, la fiesta de las tiendas sukkot, después de recoger el fruto de la vid celebrando la permanencia en el desierto y la fiesta de la Dedicación purim donde se celebraba la entrada en la tierra prometida y la dedicación del templo[36].

Como se ve, todo giraba en torno a las Pascua, a la que se irían añadiendo toda una serie de significados. También la celebración de la fiesta como tal, al principio más tribal y familiar, iría tomando cada vez más un carácter nacional, sobre todo desde la reforma del rey Josías, girando toda ella entorno a Jerusalén, la ciudad santa, donde todo varón debía peregrinar para su celebración anual, y al templo que centralizaba también el culto. En tiempos de Jesús se hacía el sacrificio del cordero en el templo y se comía en las casas según la costumbre.

Según se describe en Ex 12  la celebración empezaba con un banquete sagrado el 8 de Nissan, al tercer día se preparaba el cordero. La noche del 13, víspera de la Pascua se comía el codero. El 14 era el día de descanso de la Pascua y terminaba la fiesta. Posteriormente se prolongó durante la semana de los ácimos con otro banquete sagrado en la vigilia del 21. En la Pascua judía había una serie de elementos esenciales: El cordero Pesá, los panes ácimos matsha y las hierbas amargas maror. Se hacía memoria de la Pascua haggadah narrando los siete grandes acontecimientos salvíficos con siete copas y siete bendiciones. También se bendecían los panes y se iban intercalando los himnos del hallel  ( Sal 111-113 y 136) donde se hacia alusión a todos estos hechos.

Así pues el pueblo judío celebraba cada año la Pascua, el acontecimiento más grande de su fe. El Padre de familia se reunirá con su familia y contará a sus hijos de generación en generación como el Señor pasó por sus casas liberando a sus primogénitos de la muerte. Serían alrededor de 430 años de esclavitud los que precedieron a aquella noche de Pascua en que el Señor sacó del país de Egipto a su pueblo perseguido por los egipcios.

El Señor los libró de sus manos abriéndoles las aguas del mar Rojo y haciéndoles pasar entre las aguas mientras los ejércitos del Faraón perecían ahogados. El Señor guió al pueblo por el desierto durante 40 años en medio de signos y prodigios proveyéndoles del mana para que no muriesen de hambre y dándoles de beber del agua de la roca para que no muriesen de sed, a fin de darles a conocer que El les acompañaba y socorría en todo momento.

En el monte Sinaí el Señor pactó con su pueblo una Alianza, haciéndoles el pueblo de su propiedad, entregándoles el don de la ley para que la guardasen y haciéndoles caminar como un pueblo unido hasta entrar en la tierra de promisión que mana leche y miel. Esta Pascua judía que como decíamos ya existía antes del éxodo y que dio identidad al pueblo, iba a prefigurar otra Pascua ya no temporal sino definitiva y eterna. La primera conmemoraba la momentánea preservación de la vida de los primogénitos, la segunda definitiva Alianza eterna que establecería Jesús celebra el don de la vida eterna para todos los hombres[37].


3.1 La vivencia en Jesús

Aunque la descripción de la Pascua varía entre los sinópticos y Juan, es curioso como este último estructura todo el evangelio en torno a la Pascua y sigue un paralelismo mimético con la Pascua judía. Para Juan la narración del evangelio y la Pascua viene a ser una verdadera haggadah de la Pascua pasando de la versión judía a la versión cristiana. Sorprende como durante el evangelio además de hablar de la fiestas (Semanas 5,1, Tiendas 7,2, Dedicación, 7,2) presenta las tres semanas y las tres Pascuas ( 2,17; 6,4; 13,1 ) y hace un desarrollo de los 7 signos seguidos de sus discursos.

Sorprende el paralelismo sobre todo cuando hace la cronología de la última semana. La semana Pascual va precedida con una cena en la víspera del Domingo de Ramos, situando la cena de Pascua un día anterior el Jueves Santo y presentando la Muerte de Jesús en la tarde del Viernes el día de la parasceve preparación del sacrificio. Sorprende igualmente la primera aparición en el cenáculo el primer día de la semana, el Domingo, inicio de esa semana de octava que termina con la última aparición en el cenáculo.

Juan sitúa así la Pascua como centro de todo el Misterio de Cristo, en su realización histórica, en su prolongación sacramental y en su prefiguración tipológica. Jesús presentado al tercer día de la primera semana por Juan el Bautista a sus discípulos, era el Cordero de Dios, el mismo que el tercer día de la Semana Santa se presenta para ofrecerse libre y voluntariamente a su Pasión y Muerte, el mismo que el Jueves lo anuncia por primera vez a los discípulos en la Cena y el mismo ofrecido voluntariamente el Viernes Santo en la Cruz, la misma hora en que en el templo se inmolan los corderos, a los que no se debía de quebrar ningún hueso.

Así pues, Jesús de Nazaret, a sus 33 años, en plena efervescencia de la vida, después de anunciar un mensaje de salvación que conmovió a las multitudes, cuando era Poncio Pilato gobernador de Judea, provincia romana, la vigilia del 14 de Nisán del año 3790 desde la fundación del mundo, según la tradicional contabilidad judía, del año 784 después de la fundación de Roma, según el calendario romano, al celebrar el 1480 aniversario de la Pascua judía, conmemorando la independencia nacional, cuando hacía 40 años que habían perdido su soberanía por la dominación romana y todo el pueblo esperaba la llegada del Mesías para liberar al pueblo oprimido, se reunió a celebrar la Pascua con sus discípulos y aquella noche cambió el rumbo y el destino no sólo del pueblo judío sino de toda la humanidad.

Pletórico de amor, en un gesto descomunal de amor, plenamente consciente y libre para hacer lo que hacía, cambió radicalmente el sentido de la Pascua, inaugurando una Pascua eterna y definitiva que iba a traer la independencia, la liberación plena y la salvación a todos los hombres.

Jesús no inmolaba ningún cordero sino su propia vida, su propio cuerpo y su propia sangre para saldar la deuda del pecado de los hombres ante Dios Padre. Él, con su vida, traspasaba el poder del maligno y de la muerte y anunciaba la plena liberación y realización del hombre en el amor y proclamaba el evangelio y las bienaventuranzas como el camino para transformar y vencer el mal a fuerza de bien, ofreciendo el perdón y la reconciliación como mandamiento nuevo del amor y fermento del Reino, de una fraternidad universal sin acepción de personas, de raza, sexo o condición social.

Jesús de Nazaret se constituía en el nuevo pastor y guía de su pueblo, asegurándoles su presencia, su amor y su fidelidad, dándoles a comer y beber de su cuerpo y de su sangre y prometiéndoles el don de su Espíritu para guiarles hasta la vida eterna[38].


2.5  Nuestra vivencia

Nos situaríamos nosotros ahora en esa Pascua continua que se abre en esa primera octava de Pascua y se prolonga hasta la Pascua eterna.  Es el tiempo de la Iglesia donde experimentamos a Jesús vivo por medio de su Espíritu. Nuestra vivencia como la semana de las apariciones, se sitúa en una continua secuencia de encuentros con Jesús vivo.

Nuestra vivencia se centra pues en la Pascua como la plenitud del misterio de  Cristo que  creemos, celebramos, vivimos y anunciamos. Cristo revelación y donación suprema del Padre. En la plenitud de la historia de salvación esta presente hoy en su Misterio Pascual. Jesús por medio del don del Espíritu culmina su obra la que estaba prometida a través de toda la Escritura y la que hoy se prolonga en el tiempo de la Iglesia. Este misterio lo hacemos presente hecho memorial perenne en el sacrificio de la Eucaristía, en la liturgia, celebrado en el año litúrgico a través de todos los acontecimientos de su vida, pasión, muerte y resurrección.

Celebramos siempre el Cristo Crucificado y Resucitado, que se esta realizando y se comunica en la historia, que es asumida en el Cuerpo Místico y que llegara su plenitud al final de los tiempos. Nuestra vida es una vida en Cristo, llamada a transformarnos más y más en Cristo participando de su Misterio Pascual.

Ante un mundo dividido por odios y rencores, envuelto en guerras, genocidios y atentados que se olvidó del amor, del respeto y aprecio por la vida. Ante tanta agresión y violación de los derechos más fundamentales. Ante la degradación de la vida hasta el punto de no ser digna de ser vivida por las condiciones infrahumanas de falta de alimento, salud, escolaridad, vivienda, trabajo y sentido. Ante tantos niños, jóvenes,  mujeres, ancianos maltratados, despreciados, marginados, desestimados por su color de piel o su condición social, celebrar la Pascua hoy ha de llevarnos a descubrir el valor que Jesús ha dado a nuestras  vidas y a la vida de todo hombre. Ha de significar la opción de salir en defensa de la verdadera vida sobrenatural y eterna y de optar por el verdadero amor en un camino de solidaridad y fraternidad real con todos los hombres.

Celebrar hoy la Pascua nos ha de suponer un verdadero cambio de vida, pasando de todo lo que ocasiona la muerte, nuestros orgullos, envidias, celos, discrepancias, ambiciones, luchas de poder, etc para vivir una vida nueva en Cristo comienzo de la verdadera y definitiva vida eterna.

Participamos de la Pascua que es Cristo, para unirnos a su Pascua, a su muerte y resurrección, pasando a vivir una vida nueva con él, pasando a ser en él un solo cuerpo y una sola sangre, entrando en comunión con él y con los hermanos. Participamos de la Eucaristía para pasar a ser con él Eucaristía, portadores de Cristo, de su amor y de su salvación para todos los hombres. Participamos de la comunión para pasar a ser fermento de comunión y de fraternidad con todos los hombres. Cristo es nuestra Pascua y por el Bautismo fuimos injertados con él para en él otorgársenos la plenitud del culto divino, para que a través de nosotros se continúe la obra de salvación.  El nuevo culto que estamos llamados a vivir es la ofrenda total de la persona en comunión con toda la Iglesia. Participamos de la Eucaristía para pasar a vivir de una forma eucarística[39].






4. El relato de la Pasión: La Pascua Mc 14,1-16,8

Hemos escogido como base escriturística el relato de la Pasión y Pascua de Jesús en Marcos Mc14-16 por ser este el relato más antiguo de los evangelios desde donde los otros se nutren. Este relato constituye la última sección del evangelio que es no sólo la más detallada  pormenorizada sino a la vez aquella hacia la cual se orienta todo el evangelio[40].

En efecto toda la vida de Jesús como se refleja en el evangelio se orienta a la Pascua. El acontecimiento de su Pasión muerte y resurrección que se desarrolla en el Calvario no es sino el acto final que concluye y cierra no de una manera arbitraria toda la vida de Jesús.

Sobre todo a partir del episodio central de la confesión de Pedro, se hace más explícitamente el anuncio de su pasión muerte y resurrección indicando la clase de muerte que e esperaba: “El Hijo del hombre va a ser entregado…lo condenarán a muerte…se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán, lo matarán y a los tres días resucitará” (Mc 10-33-34)

A la confesión de su identidad como el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Jesús no tarda en aclarar la especificidad de su mesianismo, la forma concreta en que se va a llevar a cabo la redención de los hombres.

La pasión y muerte en cruz es el cúlmen de su vida de donación y servicio. A través de su entrega, la humanidad entera será reconciliada con Dios y entrará en comunión con él restableciendo la comunión con los que estaban dispersos y divididos. Su final es la consecuencia de toda su vida y su ministerio, es decir dónde su mesianismo y ministerio queda totalmente esclarecido al igual que la identidad de su persona. Frente a la cruz el centurión pagano exclama: “verdaderamente era el Hijo de Dios”( Mc 15,39) Su identidad de “Mesías-Hijo de Dios” será tan fácilmente malinterpretada que va a ser del todo esclarecida en la donación y entrega sin límites al Padre y a los suyos hasta el punto de aceptar con total libertad y sumisión la prueba más sublime de amor como es el dar la vida por los que se ama.

La verdadera identidad del Hijo, confirmada por el Padre en la Resurrección, se dará bajo la condición de Siervo Sufriente en lo más profundo de la impotencia y del anonadamiento. No es una filiación hecha de poder y de inmortalidad sino de entrega y de amor sin reservas a Dios y a los hermanos.


4.0  La orientación de toda la vida de Jesús

La orientación de toda la vida de Jesús parece descubrirse paradójicamente en aquellos que pretenden quitarle la vida: “ Un hombre debe morir  para congregar a todos los hijos dispersos” (Jn  11, 51-52)

Poco antes de la Pascua el Sumo sacerdote reunido con el Consejo resuelven dar muerte a Jesús: “es mejor que un hombre muera por el pueblo, para que no perezca la nación. Jesús iba a morir para reunir y congregar en Él todos los que estaban dispersos”[41]. Toda la orientación de la vida de Jesús parece dirigida a salvaguardar la comunión. El mismo Jesús había predicho: “El Hijo del hombre tiene que ser elevado a lo alto, cuando haya sido levantado en alto atraeré a todos hacia Mi(Cf. Jn 12 32), y toda su vida ansiaba esta hora.

El amor de Cristo, en su Misterio Pascual de muerte y resurrección, se va a convertir en la fuente de toda comunión y fraternidad. Llegó pues “la hora” que Jesús había ansiado. Un hombre debe de morir. Es muy importante remarcar cómo Jesús afronta su Pasión porque nos va a revelar su identidad de Mesías y mesianismo. Jesús habría de mostrarse como Rey mesiánico y Señor del cosmos y de la historia, pero Señor humilde y servidor de Dios y de la humanidad.

Nunca se pensó  que el Mesías esperado se fuera a revelar con los rasgos descritos en el último cántico del Siervo Sufriente (Is 53, 1-12), pero así iba a suceder. La realeza de Jesús va a ser su actitud humilde de servidor que con soberana libertad, frente a las estrategias del mal, no teme a nadie ni siquiera a la muerte.

El misterio de Jesús, que se irá desvelando progresivamente durante toda su vida, se va a dar a la luz plenamente en el momento crucial en su Misterio Pascual, de su Muerte y Resurrección. Se trata de la asombrosa y dolorosa manifestación del Siervo Sufriente, que cargando con el sufrimiento de la lejanía que vive el hombre por el pecado, va a provocar la reconciliación y la máxima cercanía con Dios. Es la manifestación de la más grande declaración de amor de Dios, de un Dios tan amante de la vida del hombre que le lleva al extremo de darse así mimo para que brote su misma vida y amor en el propio hombre.

El Misterio de la Pascua es el lugar donde se revela quien es Dios, la auténtica imagen de Dios y la auténtica imagen que el hombre esta llamado a ser. En el Crucificado- Resucitado se muestra al que es el Señor de la historia y de la humanidad. Si Jesús resucita es porque Dios Padre lo ha resucitado fiel a sus promesas. Jesús resucitado es el que concede su Espíritu al hombre para hacernos partícipes de su misma vida y amor. En la Pascua se nos da a conocer quienes somos, el valor de nuestras vidas que son objeto de tal amor, tasadas y compradas con su sangre.

A través de la Pascua Jesús nos introduce en su existencia nueva participando de su redención. Somos liberados del pecado para vivir en su amor. Es el misterio escandaloso de amor gratuito de Dios que es revelado a los pequeños y simples, a los que se encuentran en situaciones de sufrimiento y opresión y que perciben cuál es el verdadero rostro de Dios.


4.0.1 La preparación en el contexto más inmediato Mc 14, 1-2

            En víspera de la fiesta de Pascua, la fiesta más importante del año, la fiesta por excelencia del Dios liberador, se va a producir la conspiración y traición contra Jesús. Los sacerdotes y los maestros de la ley iban por fin a resolver darle muerte a Jesús y buscaban la ocasión para detenerle.

            El evangelio de Mateo más desarrollado nos habla de una reunión del Consejo en el Palacio de Caifás donde finalmente se ponen de acuerdo (Cf. Mt 26,3) y donde sería con toda probabilidad, como relata Juan, que el sumo sacerdote profetiza que Jesús debía de morir por la nación para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos (Cf. Jn 11, 51-52)

            Los jefes de los sacerdotes, ansiosos de dar muerte a Jesús, no saben como hacerlo ante la proximidad de las fiestas y antes de que ellos lleven a cabo su propósito, adelantará su entrega para que quede claro que es por su propia voluntad y no consecuencia de una estratagema

            Será pues en este ambiente de contrastes, de luces y sombras, muy propio de los evangelios, donde se va a poner de manifiesto la luz.


4.0.2 La unción: Consolación y conspiración Mc 14,3-11

            El evangelista Marcos relata con anterioridad que faltaban dos días para la fiesta de Pascua (Cf. Mc 14,1). La cronología va a ser diferente en el evangelio de Juan dónde va a situar claramente la cena de Betania seis días antes de la Pascua, lo que coincidiría en la vigilia del Domingo que daría inicio a la Semana Santa[42].

            En medio de la turbación y del abatimiento que siente Jesús ante la proximidad de su “hora”, solamente una mujer percibe el trance y se vuelca a confortarle. Jesús es consciente del destino que le aguarda y libremente parece emprender el camino sin vuelta atrás. Se acerca, es ya inminente “la hora” de su muerte y su sepultura. Jesús consciente de su destino es asumido y aceptado en plena libertad. No es alguien que se ve arrastrado y dominado por los acontecimientos. Se acerca a los acontecimientos de una manera soberana y decidida, conscientemente optándolos y eligiéndolos con plena y soberana libertad mostrando su plena aceptación a la voluntad del Padre.

Jesús no va sólo a su Pasión, va con los suyos. Los ha preparado para “esta hora”. Jesús va unido a todas aquellas personas con las que El ha vivido y convivido. Jesús es consciente que sus pasos, gestos y palabras, no serán del todo comprendidos pero vive con la certeza que los comprenderán más tarde.

            Jesús percibe el gesto de amor de la mujer que a su vez es recriminada y la defiende y la enaltece. Jesús percibe el gesto, humilde y grande a la vez, de aquella pobre mujer que pone todo lo que tiene para suavizar el trago amargo que le toca beber a Jesús. Jesús reconoce que ese pequeño gesto tiene un valor enorme porque refleja la donación total con la que su Señor va a derramar su vida por los pecadores. En el gesto de aquella mujer, Él se identifica, dándole un alcance que ni la misma mujer podía llegar a imaginar. Jesús deja intuir el camino de la Pascua, el camino del “Siervo Sufriente”, el Dios humilde decidido a abajarse. El grande que se inclina ante el débil, el creador que se abaja a la criatura, el todopoderoso que se hace vulnerable hasta el punto de dejarse afectar  y herir por la propia muerte para darnos la vida.

            Lo que provoca que Jesús alabe y ensalce la obra buena de la mujer, provoca el acto de desagravio más grande por parte de uno de los discípulos: Judas y le es ocasión para ponerse de acuerdo con los enemigos de Jesús y decidir entregarlo. A Judas le escandaliza sobremanera ese Dios humilde que se hace débil y vulnerable y que se dispone a morir para salvarnos dejando al lado todo su mesianismo de gloria y poder. A Judas le escandaliza ese camino por Jesús cada vez más delineado. Los poderosos prometen a sus seguidores éxitos y les ocultan o minimizan las dificultades, en cambio Jesús pide a sus seguidores que tomen la cruz y les anuncia los dolores y sufrimientos antes de la victoria. “ Si alguno quiere venir en pos de mi, que renuncie así mismo que tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). En la percepción de Judas la causa está perdida y va al fracaso.

            El final pronosticado por Jesús como estaba profetizado, será para unos escándalo y para otros salvador. El destino de la muerte de Jesús no fue un desenlace casual o movido por las circunstancias sino la consecuencia y expresión de la orientación de toda su vida. Toda la vida de Jesús tenía como horizonte su entrega y donación total expresada en la Cruz. Ese destino cada vez más patente se vuelve insidioso y escandaloso para el discípulo que a todo trance evade la cruz.

            Judas creía que la grandeza en este mundo nace del poder y de la fuerza. Creía que sólo tal poder era la fuerza revolucionadora capaz de sacar el pueblo de la opresión. Soñaba con el imperio del mundo para Jesús y sus seguidores, y ese imperio sólo era posible con el uso del poder y de la fuerza. No cabía en su mente que no es el poder sino el amor lo que prevalece en el reino de Jesús y sólo el amor por el que reina Cristo es la única forma de transformar el mundo.



4.0.3 Contexto previo: La entrada a Jerusalén Mc 11, 1-11

            Aunque el evangelista Marcos presenta la entrada en otra sección (Mc. 1-11), no cabe duda de su interconexión. Por ello que el evangelista Juan lo inserte en el Domingo de Ramos después de la cena de Betania (Cf. Jn 12, 12-19).

      Después de retirarse a Betania Jesús decide emprender su entrada a Jerusalén y hacerlo resueltamente y públicamente dando fin a todas las conjeturas que se hacían. Finalmente Jesús se adelanta hacia Jerusalén totalmente desarmado, manso y humilde sobre un burrico, aclamado por un cortejo de niños. Como había sido profetizado: “Pusiste la gloria y la alabanza en boca de los niños y de los infantes…” (Mt 21,16) y aseguraste que, aunque hicieran callar a estos, hablarían las piedras.

            La humildad que preside la entrada de Jesús montado sobre la borriqilla y rodeado de toda una chiquillería y populacho agitando palmas, deja claro de que su mesianismo no será el de la imposición o la fuerza, sino el de la vía de la misericordia y de la paz.

            La exclamación del “hosanna”, traducción del hebreo Yahvé salva, y el batir de las palmas o ramos de olivo iba a presagiar que de un leño, convertido en árbol de la vida, vendría la salvación, como cuando en Noé regresó la paloma con el pequeño ramo de olivo en su pico.

            Este gesto como el de la unción también va ser tergiversado y malinterpretado. Para Judas, como los extremistas más radicales que querían acentuar la dimensión política del mesianismo de Jesús, la entrada en Jerusalén debía de convertirse en una verdadera ocupación y a ser mejor armada. El “hosanna” del gentío debía de expresar más un grito de guerra y de liberación final contra la opresión de los romanos que una acogida del Salvador. Estos no veían en Jesús otra cosa que un jefe nacionalista que habría de liberarlos del poder de sus enemigos los extranjeros.

            La fuga reiterada de Jesús cuando le querían hacer rey, y en especial esta última, debió de ser el detonante, la gota que rebosa el vaso para la decepción de Judas y de los extremistas radicales.
           
En el evangelio de Juan se deja ver como ante el propio templo de Jerusalén Jesús desvela que llega la hora de su muerte, esa hora tantas veces anunciada y presentida y que ahora ya es inminente. De cualquier forma no será fácil llegar a ella, no ocultará su turbación incluso miedo: “ahora mi alma se siente turbada, más qué he de decir: Padre líbrame e esta hora; al contrario aquí estoy Padre resuelto y decidido a afrontarla, pues para esto he venido(Cf. Jn 12, 20-36)


4.0.4 Corolario

            La confianza absoluta en el Dios providente

           El misterio de la encarnación esta todo el penetrado por la actitud obediencial del Hijo al designio del Padre. La vida de Jesús esta toda ella sostenida en una actitud de escucha, obediencia y abandono absoluto  y confiado en el Padre. Jesús encarna esa actitud de Abraham que cuando pregunta su hijo al padre acerca de a quién iba a sacrificar, contesta : “Dios proveerá” ( Gn 22, 8). 

            Dios se había mostrado providente en toda la historia de su pueblo, providente con los primeros padres patriarcas, con los profetas y mucho más ahora con su Hijo.

      Dios se manifestó como Padre providente, formador y guía de su pueblo. Por su infinita misericordia formó al pueblo que había elegido para enseñarles sus caminos y habituarles a vivir en la tierra guiados por su Espíritu y llevándoles a una comunión más profunda con El y con los demás hombres sus hermanos.

            El Dios omnipotente que no necesitaba de nada, se hacía necesitado del hombre y le concedía a este su comunión, a aquellos que sí necesitaban de Él.
Así Dios les proveía de todo lo necesario los amaba y los servía.

El mismo manifestaba su presencia en medio de ellos siendo su protector y guía en medio de los turbulentos y difíciles días de peregrinación por el desierto.

           Así, de múltiples formas, iba predisponiendo al hombre para que lo obedeciera y vivera concorde con su plan de salvación. Así en medio de toda clase de acontecimientos, educaba a su pueblo y lo iba capacitando para perseverar en el servicio a Dios y en el servicio a los hermanos llevándoles a través de caminos humanos a las promesas divinas, del amor humano al amor divino.

            Los hombres mutuamente se ayudaban a rastrear su voz y ser llevados por su Espíritu, descubrir su presencia en medio de ellos, a retener sus palabras y a mantenerse en Dios y vivir bajo su mirada perseverando en su servicio. Comían del maná cada mañana y bebían de la roca espiritual que los seguía. Dios mismo los llevaba como en alas de águila a la tierra de promisión.

            El Señor iba haciendo prodigios en medio de su pueblo, les abrió paso por las aguas caudalosas, les daba de comer del mana y de beber de la roca para que perseveraran unidos en medio de las dificultades[43].

Jesús tendrá que descubrir, poco a poco, los caminos tan paradójicos por los cuales se iba a llevar a cabo nuestra salvación y optarlos. Fue así también que Jesús aprendió como verdadero hombre e Hijo de Dios  a vivir en la confianza absoluta en el Dios providente y a aprender en su pasión lo que cuesta obedecer. Con grandes clamores y lágrimas presento ruegos y súplicas a aquel que podía librarlo de la muerte y espero reverentemente y a la escucha de este padre para someterse y abandonarse enteramente en Él (Cf. Hb 5, 7-8)


La limpieza de corazón

            Jesús ha puesto todo su interés en librar al hombre de toda una falsa apariencia, falso culto de cumplir y mentir, fariseísmo de atender a la normativa faltando al amor. No quiero sacrificios vacíos quiero amor, misericordia. Podemos dar limosna a los pobres pero si no hay amor no es obra que revele el amor de Dios.

            “La mujer” que como expresión de estima y amor, unge la cabeza de Jesús derramando sobre él un perfume <puro> tan caro con el que perfumó no solo a él sino a toda la casa, no repara en traspasar todos os protocolos y  las barreras  sociales, ni en desprenderse de algo muy preciado y valioso. Su acción llena de arrojo y de generosidad constituye la primera lección en todo el relato de la pasión.

“Esta mujer” con las otras “mujeres” que narra el evangelio serían las que acompañarían a Jesús hasta el final[44]. De esta mujer se hablará de generación en generación porque gracias a ella a su fidelidad amorosa, a su presencia valiente y a su intervención silenciosa, quedará asegurado el testimonio ininterrumpido de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

            El Hijo de Dios nos revela en su humanidad el nuevo modo de ser del que obra en verdad y plena libertad ante el Padre. El Hijo pretende llevarnos a esa grandeza del ser para dirigir todas nuestras energías hacia Dios como respuesta a su amor y a su gracia buscando siempre su gloria. Sólo aceptando la realidad de las cosas y nuestro destino tal como Jesús acepta el suyo seremos capaces de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás en su verdad. En la glorificación de Dios descansa también la gloria del propio hombre. La gloria del hombre reside en la gloria del Hijo que llega a ser el don del Padre y su don para los demás.
           
La falta de limpieza de corazón nos nubla la mirada, nuestro amor se desordena y se dan las más grandes contradicciones. Mas que glorificar la presencia de Dios en todo y en todos, la persona puede buscar glorificarse así misma y más que ser dueña de sus propias acciones puede convertirse en esclava cayendo en la idolatría de su propia autorrealización.
           
A manera de un rayo de luz que pasa a través del cristal, cuanto más limpio esta el cristal es mayor la cantidad de luz que irradia. Si nuestra mirada y nuestros ojos están limpios el sol puede comunicarse de tal modo que da una luz igual que la de los rayos del sol. Todo reside en la conformidad de la voluntad humana con la divina en el amor, por medio de la fe.

            El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante, Cuando en el espejo hay orín no se puede ver el rostro de la persona, el hombre no puede contemplar a Dios, ni a Dios en su vida, ni a Dios en el hermano. Ven a Dios los que son capaces de mirarlo porque tienen abiertos los ojos del corazón. Todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol[45].
           
La castidad se vive como respuesta al ágape de amor divino con el que somos amados y que nos mueve amar convirtiéndonos en don a Dios y a los hermanos. Se trata de amar con un amor gratuito y universal a todos los hermanos impulsándonos a todos a la comunión.
           

            La pobreza de corazón

La imprecación de Judas: “Este perfume se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres” luego, bien aclaraba Jesús, que esto no lo decía tanto por su amor a los pobres como por su amor al dinero.

“Que difícil al rico al que esta apegado al dinero que entre en el Reino de Dios. Mas fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja que entrar un Rico en el Reino de Dios”. (cf. Mt 19, 23)

Sin la pobreza de corazón, sin la libertad de corazón no podemos amar, ni se logra la comunión con Dios ni con los hermanos. No podemos a acumular y guardar dinero mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza[46]. Sería la actitud de Ananías y Zafira en la primera comunidad.

Pero la imprecación de Judas sobre la mujer poniendo la excusa del amor a los pobres no estaba justificada. Es absurdo pensar que esta donación total a la persona de Jesús pudiera perjudicar a los pobres. Jesús y los pobres se encuentran en la misma orientación. Un amor sin reservas hacia él se traducirá necesariamente en una atención y preocupación sin reservas a los pobres. Los necesitados e indigentes podrán recobrar su esperanza sólo cuando desaparezcan los prudentes cálculos de los que pretenden administrar sin riesgo su propia existencia y la de los demás. De estos no recibirán más que migajas.

Los verdaderos benefactores de los pobres han sido y seguirán siendo aquellas personas dispuestas a los excesos más irracionales a los que les mueve y empuja el amor. No debe haber oposición alguna entre el amor a Cristo y el amor a los hermanos. La oposición se da entre la donación total y la simple entrega de algo que no se necesita[47].

El misterio de la encarnación esta totalmente penetrado por la actitud Kenótica de descenso del Hijo al hombre para enriquecerlo. “El Hijo de Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). ¿De que pobreza se trata?  El Padre en su infinita sabiduría y providencia dispuso para el Hijo que naciera, viviera y muriera en la máxima desnudez, asumiendo toda nuestra fragilidad, impotencia y debilidad.

Todo el evangelio nos deja ver el valor que Jesús da a la pobreza de corazón: felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de Dios. Cristo promete la felicidad a los pobres de espíritu e invita a sus discípulos a dejarlo todo por el Reino.

En su invitación a la pobreza evangélica el propone un modo de ser nuevo para poner remedio a  la vieja levadura de la vieja concupiscencia a la que nos somete el pecado.

La pobreza evangélica hunde sus raíces no sólo en nuestra condición humana como seres finitos, creaturales, sino en la actitud entre dos seres que se aman. La inicia Dios por medio del don de sí mismo a nosotros. Aceptar este don significa que nos dejamos conducir por él. Reconociendo su amor personal en nosotros nace en nosotros la conciencia de pertenecerle a el. Todo absolutamente nos es dado, es pura gracia y don de Dios. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido?

Más que una privación de bienes materiales o de personas, se trata de una integración de una liberación o diríamos de una revelación. Proviene de la conciencia de lo que Dios que somos y nos ha dado y es un modo de ofrecer nuestra pobreza o limitación a aquel que dándonoslo todo nos pide irnos transformando en don pudiéndonos transformar más y mas en él.

Así la pobreza evangélica supone una orientación clara por el Reino, es ordenadora e integradora, un ordenar los bienes y las personas conforme al sentido esencial que todo tiene para Dios. La pobreza evangélica se convierte en una expresión y revelación del amor trascendente propuesto por Dios para consolidar un modo de ser que expresa sobre todo nuestra pertenencia a él.


            La verdadera amistad

            Jesús en la cena en Betania con sus amigos, está preparando su última cena y definitiva del cenáculo, la cena de la Fiesta del amor donde se nos va a revelar la plenitud del amor. No hay amor más grande de el que da su vida sus amigos, vosotros sois mis amigos. Sólo con esta amistad se abren realmente las potencialidades de la condición humana. Solo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera[48].

Cristo no viene a quitar ni reducir en nada la amistad humana, Cristo no quita nada de lo que hay en el hombre de hermoso, bello y verdadero sino que lo lleva a la plenitud, a la perfección para gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo[49].

Como dijo el Papa en su primera encíclica, no cabe duda que el amor tiene múltiples acepciones, amor sensual (eros), amor de benevolencia (philia), amor de entera donación de nosotros mismos (ágape). Jesús trata de llevarnos mediante toda una pedagogía del amor, del amor más humano al amor más divino[50].

El amor sensual, sin quitarle su bondad primaria, esta expuesto a la concupiscencia. Queremos a la persona como un objeto deseado, como bien para mí. La atracción está con frecuencia basada sobre un querer emotivo, un impulso instintivo de placer de forma que la satisfacción o el complementarse se convierten en fin.

            El amor de benevolencia  es una voluntad de bien no simplemente para uno mismo sino también buscando el bien del otro. En este caso la primera afirmación no es te deseo sino deseo tu bien. Esto supone tratar al otro como persona, sin usarla para la propia realización.

            El amor benévolo o de amistad puede transformarse en ágape hasta el punto de dar libremente todo lo que soy. “ María tomó una libra de un perfume muy caro, hecho de nardo <puro> y lo derramó en Jesús”. Este tipo de amor supone la convergencia o encuentro entre el amor humano y el amor divino. El amor humano se hace divino cuando la acción decida a cualquier nivel se hace en presencia y como respuesta a El y por El, No se excluye ni mi bien, ni el bien del otro, ni de Dios, sino que los integra y los eleva a  una primacía del amor de Dios[51].
           
            La hora” de Jesús es “la hora” de amar, “la hora” en la cual vence el amor. Sentarnos a su mesa a comer de su pan supone entrar en toda una dinámica de transformación en el amor, de dejarnos transformar por él.  Nos pide el reconocimiento de su amor como nuestra propia medida. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo[52]. “Toda la casa se llenó del olor de aquel perfume”

            Sabía Jesús que había llegado “su hora”. Jesús nos ha dado a nosotros la posibilidad de entrar en “su hora”, entrar en contacto con su amor, boca a boca, beso abrazo y, por tanto, en resumen verdadero y pleno amor de comunión en total adhesión y comunión con él que se hace unión irrompible. No existirá verdadera comunión entre nosotros, sin esta comunión de nosotros con él.

Por último, el amor de la verdadera amistad, es un amor recíproco de verdadera correspondencia. Jesús trata de adentrarnos mediante la Eucaristía en su amor oblativo y su intención es no solo que lo recibamos de un modo pasivo, sino que también atraídos por él, nos impliquemos en la dinámica de su entrega[53].


            El clima de familia

Jesús como gran amante nos quiso atar a todos con lazos y vínculos de amor irrompibles para vivir en una comunión sólida y fuerte capaz de no ser destruida por la menor de las desavenencias. Jesús no quiso que nos faltara el don de la amistad y tampoco quiere que nos falte el don de la comunidad, de la fraternidad, de una familia grande y numerosa dónde todos vivamos como hermanos.

Como en una súplica de amor enternecida no quiere que exista ningún corte en la amistad entre nosotros. Todo el deseo de Jesús con los suyos será ir fraguando una verdadera amistad y fraternidad entre los suyos, vivir dispuestos a amarnos, a ayudarnos, reconociendo a cada hermano como un don precioso y dando los uno la vida por los otros.

Jesús les va no solo a decir sino  mostrar en qué consiste esto de dar la vida. La primacía de su amor le lleva hasta dar la vida. No debemos de poner precio a la unidad.

No podemos poner nunca como antagonismo el amor a Dios y el amor a los hermanos. Hemos conocido el amor porque nos amamos, el que no ama no conoce a Dios. No podemos caer en la tentación y en la disociación de comulgar con Cristo y no comulgar con los hermanos[54].

Nuestra visión del hermano no podemos ni disociarla, ni securalizarla, ni paganizarla, ni profanarla. Del amor a Cristo nace el amor por el hermano, sea cual sea su condición y situación. Hemos de hacer de la comunión con Dios, del banquete eucarístico toda una escuela profunda de humanidad, de fraternidad, de espiritualidad de comunión y de sociología cristiana, estableciendo una verdadera solidaridad entre nosotros, saliendo al encuentro de los que más sufren, tanto cercanos como lejanos, no solo compartiendo el pan, lo superfluo sino también lo más necesario para vivir que es el amor[55].

Para encarnarse el amor, Dios dispuso en Nazaret de una familia. La familia de Nazaret fue el ámbito que Dios dispuso para que creciera y se desarrollase el Amor, en un clima de familia. Jesús se reúne en Betania , la casa y la familia de su amigo Lázaro. Cuánto valora Jesús este clima de familia y que costoso para Jesús fue crearlo entre los suyos. Allí había peleas, discusiones, enfrentamientos. “Viendo el gesto de la mujer… algunos se indignaron y decían entre sí ¿Cómo pudo derrochar este perfume? Se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobre y estaban enojados con ella”.

Que importante es la comunión con su forma de  pensar y su querer si queremos salvaguardar la comunión. “Jesús sale en su defensa diciéndoles que la dejaran tranquila, que no la molestasen”. Jesús nos recuerda el relato de José vendido y ultrajado por sus hermanos, reconociéndoles pese a eso como los suyos: “José se dio a conocer a sus hermanos y rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios y los servidores…acérquense yo soy su hermano al que vendieron” (Gen 45, 1-4). A veces vendemos la amistad por tan poco: “treinta monedas” no valen lo precioso de una amistad.

No se construye la comunidad, la familia, la fraternidad, el mundo si no es comulgando con el mismo amor de Cristo, desde la práctica sincera de la caridad y ayuda mutua de los unos para  con los otros.

No podemos separar el vínculo inherente entre fe, vida y anuncio, entre celebración, vida y compromiso, entre celebración, evangelización y diaconía. Toda la vida del cristiano que participa de la comunión eucarística ha de convertirse en una liturgia viva eucarística, de quien pasa a ser ofrenda eucarística, de quien se ofrece al servicio del amor de Dios y a los hombres, adhiriéndose así a la ofrenda y a la obra de Cristo que quiso santificar nuestras vidas y a través nuestra el mundo[56].

            Los Santos Padres van a ser modelo de esta integración entre fe y vida, entre celebración y testimonio y compromiso cristiano. La comunión con Dios debe de llevarnos a la comunión con os hermanos y a la percepción de los hermanos como sacramentos de la presencia y del amor de Cristo. Han de unificarse los dos sacramentos, el sacramento del amor a Cristo en la Eucaristía y el sacramento al amor a Cristo en el hermano, en el pobre, en el necesitado[57].

            Al que asistes en la indigencia, no es otro que el mismo Cuerpo de Cristo. El altar sobre el que está el Cuerpo de Cristo lo puedes encontrar por todas partes y puedes en todo momento ofrecer sobre el mismo un verdadero sacrificio. Cada vez que ves ante ti a un hermano, piensa que tienes ante ti un altar, para asistirlo y venerarlo. Es lo que se ha dado en llamar el sacramento del hermano[58].


La actitud del siervo

La unción de Betania presagia la muerte de Jesús: El camino que adopta el Siervo Sufriente para nuestra liberación es un camino de anonadamiento y despojamiento que pasa por el sufrimiento y la cruz. Despreciado desfigurado su tormento iba a ser considerado como juicio de Dios, cuando de verdad sus espectadores y ejecutores son los que tendrán que reconocer su propio pecado, el que cayó sobre Él sin culpa ninguna. El castigo sería el nuestro, pero el dolor, el suyo.

Toda la vida de Jesús desde los primeros momentos de su encarnación está orientada a la Pascua. Es precisamente en la Pascua donde parece delinearse cada vez con más fuerza los rasgos del Siervo Sufriente. El Siervo Sufriente carga con el pecado, pasa por el maltrato, la violencia, la crueldad hasta la desolación máxima de sentir el abandono de Dios.

El Mesías, Salvador y Redentor del mundo adoptó la forma del Siervo Sufriente porque su pasión era el único modo de redimir al hombre. No puede ser salvado lo que no es asumido y amado hasta el fondo y hasta el final y este es precisamente el camino que adopta Jesús.

Dios quiso salvar al hombre a través del propio Hombre que a imagen y semejanza del verdadero Hijo de Dios restituyera al hombre caído. La muerte al entrar en el mundo por el pecado desgarra por medio el ser del hombre. Dios quiso salvar al hombre desde dentro. Para Dios la encarnación es un camino de vaciamiento, abajamiento, anonadamiento que tiene como final la cruz.

Aunque Dios haciéndose hombre no disminuye ni altera su condición divina, hay un vaciamiento de la plenitud, una humillación de lo elevado de Dios al aceptar los límites de la condición humana hasta el punto de aceptar la muerte y muerte en cruz. La cruz de Cristo va inscrita en el mundo creado desde su fundación y la pasión redentora comienza desde el momento de la encarnación.

La  misma kenósis del Hijo tiene una dimensión profundamente trinitaria. El Padre de alguna forma enviando o desposeyéndose del Hijo y el Espíritu Santo uniendo a través de la separación y la distancia. La igualdad de la Trinidad económica y la inmanente se da desde una dimensión kenótica.

Cristo en la cruz vence al pecado y la muerte y ese triunfo no se produce después cuando el Padre lo resucita sino al mismo tiempo que grita e implora al Padre al verse abandonado cuando bebe el cáliz y cuando pasa por el Bautismo hasta sumergirse en el abismo de la muerte.

Como pastor bueno y solícito que ha venido a curarnos, nos cura desde dentro, hubo de desnudarse y abajarse para llegar al lugar donde yacen los enfermos de muerte para curarlos. Dios carga con lo opuesto a él con lo eternamente rechazado por él en la forma de la extrema obediencia del Hijo para reconciliarlo y recapitularlo todo en él.
           
        Su docilidad al Padre y a su plan de salvación es total, como Cordero llevado al matadero lo que aguarda es su muerte y su sepultura aunque no hubo engaño en su boca ni jamás cometió pecado. Su sufrimiento fue expiatorio, su dolor acercó nuestra reconciliación.

            Este entramado de humillación y exaltación es lo que traduce Cristo en su pasión muerte y resurrección. La muerte hace surgir la vida y su fidelidad hace brotar el misterio de fecundidad que aquel retoño contenía. Nuestros ojos contemplaran su rostro y se saciaran de su semblante y ante Él todos se postraran y reconocerán su grandeza.





4.1  Jueves Santo

La liturgia de la Iglesia que revive la Pascua cada año en la Semana Santa, concentra toda su intensidad den el Triduo Pascual. Aunque el Triduo propiamente se refiere al Viernes, Sábado y Domingo, comienza el Jueves con la misa vespertina de la Cena del Señor como víspera del Viernes.

Así pues, el Santo Triduo Pascual de la Muerte y Resurrección del Señor, comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la Cena del Señor y esta encabeza la liturgia de toda la celebración del Triduo[59].

El Triduo Pascual es el núcleo culminante de todo el año litúrgico y comprende como decimos los tres días de celebrar la muerte, la sepultura y la resurrección del Señor. Sin perjuicio de la unidad total del Misterio Pascual los Santos Padres tenían buenas razones para consagrar la idea del Triduo Pascual. Su interés era presentar los aspectos sucesivos de la Pasión de Jesús para prepararse para vivir la Vigilia. En continuidad con la Cuaresma era la forma mejor de preparar tanto a los catecúmenos como a todos los fieles para una vivencia celebrativa mejor[60].

El Jueves va a tener como objeto esta preparación, el Viernes y Sábado como se arrastra de la tradición tienen más un carácter penitencial y contemplativo y así van discurriendo “los tres días” de espera para la Resurrección.

Es el Jueves Santo donde Jesús instituye la Eucaristía y donde da el mandamiento nuevo como signo y distintivo de los suyos. El Viernes Santo donde veneramos su muerte, El Sábado donde se recuerda su entierro en el sepulcro y su descenso a los infiernos y finalmente el Domingo día de Pascua donde celebramos su Resurrección. La Resurrección la celebramos en la vigilia del Domingo dónde la celebración de la Pascua tiene su ápice y culminación.

La institución de la Eucaristía no esta exenta de contraste y dramatismo. Mientras los discípulos estaban discutiendo sobre cuál sería el mayor y uno de ellos tramaba la traición, Jesús es movido al gesto más escandaloso de su amor. Era la voluntad y el deseo de Dios de que su amor fuera acogido para vivir en comunión pero ese deseo se ve amenazado por el libre albedrío del hombre que puede rechazarlo hasta la oposición total a este deseo como es la división[61].

Como remedio a tal ruptura Jesús adopta la estrategia del “opositum per diametrum” un gesto escandaloso de amor que hiciera volver de la perversión del corazón a la adhesión en el amor.

La Eucaristía nos deja ver el extremo del amor de Jesús, la fuerza de reconciliación y de amor que se desprende de su corazón. Y que emana de su Pascua. Este amor no se quedará en un gesto, lo llevará al extremo de la auto donación,  que se hará perenne en todo tiempo y para toda la humanidad. Dios en su Hijo se ofrece por todos: “ Tomen este es mi cuerpo  .

Dios en su Hijo renueva su Alianza eterna y lo hace con todos a pesar de todas las traiciones huidas e infidelidades de los hombres. Su amor las aguas torrenciales no lo podrán apagar, al contrario más evidenciará la gratuidad y el colmo de su amor. La medida de su amor es su amor desmesurado y desmedido que llegará hasta el fin por rescatar la persona amada.

El más perdido, el más pecador será el objeto privilegiado de su amor confiando que sólo así, sintiéndose inmerecidamente amado, podrá volver a ganar su entera confianza. Se trata pues de la primacía de la gracia y de la misericordia ante toda miseria humana. En su misericordia nosotros somos lo que somos  nuestra miseria se vuelve el recipiente donde se derrama su misericordia.

¿Qué respuesta cabe a tan amor? Jesús mismo lo dice: “Haced esto en memoria mía” Podemos perpetuar su memoria siendo misericordiosos y amándonos con su mismo amor de misericordia ofreciendo nuestra vida para salvaguardar su amor y su comunión.

El  mismo Jueves Santo concede mucha importancia a la vigilia que se desarrolla en un clima de adoración y contemplación ante Jesús expuesto en el monumento. Un análisis detallista y litúrgico de esta noche desarrolla la gran vigilia del Jueves Santo en cuatro vigilias.

La primera de 6 a 9 donde se desarrolla la última cena, la segunda de 9 a 12 dónde se lleva a cabo la oración en Getsemaní, una tercera de 12 a 3 donde se desarrolla la comparecencia ante el Sanedrín y una cuarta y última de 3 a 6 donde es ultrajado y privado de libertad antes de su comparecencia de madrugada ante Pilato. Trataremos pues de recorrer esta secuencia.


            4.1.1 La Cena Pascual: El mayor signo de donación y comunión

La  Cena Pascual como decimos va a ser el compendio donde concurre y se sintetiza toda una vida marcada por el signo de la donación y de la comunión. Es la llegada de esa “hora” tan ansiada por Jesús donde lleva a la plenitud toda la orientación de su vida para así certificarla como una vida en permanente entrega de amor, al servicio de la comunión. La vida Jesús la vive dándola. Jesús vivió y existió en un dar dándose, en una existencia entregada, en un ser para los demás, en un misterio constante de donación, de comunión y de servicio.

Se trata pues de la “hora” preparada con todo esmero por alguien que todo lo había dirigido hacia esa “hora”. Es la “hora” de su entrega de su auto donación. Esa noche y esa cena había sido reservada y fijada desde toda la eternidad para hacer memoria de ella por todas las generaciones sin fin.

Las Pascuas posteriores celebradas[62],  las comidas, las cenas y banquetes que refieren los evangelios en tantas ocasiones con los pobres y pecadores son como preludios de esta cena. El mismo milagro de la multiplicación de los panes narrado dos veces en los sinópticos y las pescas milagrosas, parecen encaminadas a la culminación y revelación plena en esta cena del misterio de la entrega de Jesús, como punto culminante de toda su vida.

No cabe duda que lo que llega al punto culminante es la entrega de toda su vida vivida toda ella como misterio de donación gratuita de su amor misericordioso hacia todos, sobre todo a los más pobres y pecadores.

Lo que se prepara no es simplemente un gesto o acto aislado sino el cúlmen, el punto culminante y supremo de oblación en lo que es la meta de un itinerario de constante entrega y derramamiento de sí mismo.


4.1.1.0    Preparación: El compendio de una vida Mc 14,12-16

Dónde quieres que preparemos la Pascua? Id y encontrareis un lugar ya reservado”. (Mc 14, 13-14)

Jesús había preparado minuciosamente todo para esta “hora” y manda a dos de sus discípulos que se adelanten dándoles las instrucciones y diciéndoles que encontraran todo listo para esta cena.

El lugar que encuentran preparado es una sala grande que vendría a denominarse por los discípulos como cenáculo. El cenáculo se convertiría en el lugar más íntimo y reservado para los seguidores de Jesús, el lugar privilegiado de reunión y de oración para los cristianos de Jerusalén después de la muerte de Jesús.

Cuando el dueño de la casa[63],  enseña a Pedro y Juan el lugar, se pusieron a ultimar todos los detalles de los preparativos como era propio del rito de la Pascua más sin embargo todo hacía intuir y presagiar que esta Pascua tan ansiada por Jesús iba a tener un sentido distinto y nuevo.

 El Maestro lleno de emoción estaba viviendo esas horas como si fueran las últimas y esa cena tenía todo el aspecto de una cena de despedida. Jesús que preveía la traición y entrega de Judas como lo deja explícito en las palabras introductorias a la cena quiso adelantar aquella cena antes de padecer[64].

Con intenso deseo pues había aguardado Jesús este momento y se dispone a vivirlo en medio del desconcierto de los suyos, sumergido en la horrenda tristeza de la traición de uno de sus íntimos seguidores. Una vez más, los sombríos presagios como tonalidades oscuras frente a la claridad meridiana de su intenso amor, iba a poner más de relieve como en claro-oscuro la profundidad de su amor.

Los discípulos perplejos y aturdidos en aquel aire de despedida que amargaba su alegría y entre sospechas, intrigas y discusiones ante lo que se venía por delante vieron como Jesús, alterando todo protocolo, empezó a revelar el sentido y el significado propio de aquella cena con unos gestos que quedarían impresos y guardados para siempre como si hubieran sido preparados para aquella “hora” desde toda la eternidad.

Tratemos pues de adentrarnos detenidamente en esta “hora” tan soñada y esperada para tratar de sopesar lo que hizo y quiso Jesús dejarnos para la posteridad en aquella cena y el sentido y el valor que tuvieron sus palabras y gestos para que queden así grabados y perpetuados en nuestras vidas.


                        4.1.1.1  Realización: El mayor gesto de amor Mc 14, 17-31

Llega al fin “la hora” de Jesús de llevar su amor hasta el extremo: “habiendo amado a los suyos…los amó hasta el fin” (Jn 13, 1)

Se trata pues de la última cena que va a poder celebrar con sus discípulos antes de padecer y donde les va a mostrar el gesto más asombroso e insólito de su amor. Jesús paradójicamente lo sitúa en medio de la incomprensión y la traición de uno de los suyos lo que comporta gran sufrimiento[65].  No se oculta pues el escándalo de la negación, la deserción, la traición. Pero ninguna debilidad humana será capaz de echar para atrás tal gesto de donación que es el cúlmen y la proyección de toda su vida.

El evangelista Marcos no muestra a Jesús con una aureola de grandeza y de poder sino en una actitud sumisa y humilde que extrema su delicadeza y amor. Entre traiciones e infidelidades va a mostrar su inquebrantable amor y fidelidad a todos aún a pesar de su infidelidad.

Contrasta su actitud frente al más alejado. Muestra su predilección por Judas sentándolo a su derecha. Algo sorprendente que no dejó de levantar polémica y discusión, sobre todo por parte de Pedro, que muy probablemente ante su disgusto y sorpresa debía estar ocupando el último lugar, destinado a hacer la función del esclavo, lavar los pies a los comensales[66].

Jesús empieza por levantarse de la mesa en medio de la cena, despojarse de su manto y ponerse a lavar a todos los pies ante el asombro de todos los discípulos. Lo discípulos no comprendieron el significado de este gesto tan sorprendente y extraño para ellos, lo comprenderían como el mismo Jesús dijo, más tarde[67].

Aunque la cena pascual estaba de por sí llena de significado, Jesús va a dar  un sentido radicalmente nuevo y distinto a aquella Pascua. Su vida entregada iba a ser causa y a la vez fuente de una liberación plena para todos que iba a llevar a cabo abajándose a los más bajo para levantarnos a lo más alto.

A la vez que anuncia el final a su presencia terrena anuncia una presencia nueva, el inicio de un tiempo nuevo, de unos cielos nuevos y una tierra nueva. El don y ofrecimiento de Jesús nos va a traer la paz y la liberación plena. Lo que Jesús ofrece no es algo aparte a su propia vida o existencia, es precisamente su propio ser, su propio cuerpo, su propia sangre.

Tomad esto es mi cuerpo”, entregando su cuerpo y su sangre bajo el signo del pan y vino, les entrega todo su ser y toda su vida hasta la muerte como medio y remedio de salvación y vida para ellos y para todos.

Jesús inaugura un modo de presencia nueva entre ellos y por ellos. A partir de hora estoy y estaré presente entre vosotros, por este pan que compartís en mi nombre, sacramento de la Alianza y de comunión entre vosotros pero también por vosotros para todos. Jesús va a dar este sentido nuevo universalista de su entrega por todos, a favor de todos. Por medio de la comunión en esta Alianza nueva es la entrada a una forma nueva de ser, de amar de vivir en unas relaciones nuevas presididas por El, en su amor, en su mismo Espíritu de amor garante de la verdadera comunión. La novedad de vida que caracteriza al Reino Nuevo, a los cielos nuevos y la tierra nueva, no una novedad pasajera sino la novedad de vida y comunión definitiva y eterna que obliga a vivir en esta de donación de servicio y entrega de la vida a Dios y a los hermanos.

En medio de la noche, de la negación, la incomprensión y el rechazo brilló resplandeció la abundancia, la exhuberancia de su amor. Jesús deja a sus discípulos como herencia la sublimidad de este amor y  les exhorta encarecidamente a que se amen con el mismo amor. También nosotros estamos llamados a vivir su amor aún en medio del sufrimiento, la alegría en medio del dolor. Su entrega ha cambiado el destino de horror y de división por un destino de comunión y de reconciliación. Allí donde habitó la división y el pecado se hizo posible la reconciliación y la paz. En la máxima ruptura se dio el signo mayor de reconciliación y del perdón. El nuevo Reino lo vivimos en esta tierra de una forma velada y provisoria esperando la Pascua definitiva y eterna[68].


            4.1.2  Oración y arresto en la oscuridad Mc 14, 32-35

Acabada la cena después de rezar los últimos himnos Jesús se retira con los suyos al huerto de Getsemaní[69]. Se aproxima el momento de su prendimiento y veremos caer al Hijo por los suelos en la máxima debilidad. Jesús no tiene miedo ni vergüenza de dejar ver ante los suyos el momento de mayor abatimiento y angustia más profunda. Sólo tras esta revelación podrán los discípulos llegar a comprender la verdadera identidad de Jesús. Jesús aparece sólo y abandonado no sólo de los suyos sino ante el aparente abandono del Padre.

Los testigos que le habían presenciado revestido de gloria en el Tabor, lo van a contemplar ahora envuelto en la angustia más profunda. Jesús que se había mostrado sereno y lúcido hasta ahora, comienza a mostrarse angustiado y turbado no tanto por el sufrimiento que le espera sino por el miedo ante el propio poder del mal. Jesús no aparece como un titán que nadie le para sino como un pobre desamparado que ha de atravesar el túnel de la angustia y del abatimiento.

Jesús acude como tantas veces a la oración al Padre y por tres veces implora a su Abba que a ser posible le libre de esa hora que se había vuelto tan amarga. Se deja también claro el contraste entre Jesús que ora y los discípulos que no pueden orar.

Jesús sufre el más profundo destierro en esta tierra, la lejanía y el silencio de Dios. Jesús aparece postrado por tierra como lleno de impotencia y abatimiento. En medio de tal postración acude con infinito amor y confianza a su  Abba pidiendo que si es posible retire el cáliz de agonía pero que no e haga su voluntad sino la suya.

Cuanto mayor es el deseo de verse libre del cáliz de su pasión inminente, mayor la decisión de someterse a la voluntad del Padre. Jesús se ve envuelto en la tentación de rechazar la consumación de su mesianismo a través de la Pasión y apela su Abba con la confianza del hijo pero con la angustia humana que le inspira la misma muerte y el poder del mal.

El Hijo no sólo se muestra necesitado de su Abba sino de los suyos: “permaneced aquí conmigo”. Disponiéndose Jesús para tal trance pide a los suyos que le acompañen a orar y en especial a sus tres más íntimos para hacerles descubrir sus sentimientos más profundos incluso su pavor y angustia. La muerte amenazante se desvela en su aspecto más aterrador y Jesús  siente pánico.

Jesús no oculta frente a los suyos el miedo y su deseo de verse libre de aquel destino. Quizás para mostrarnos que el miedo y la angustia no deben avergonzarnos. Jesús ante su inminente muerte no quiere estar sólo y les pide que se unan a su oración. Pero ellos en lugar de orar con Jesús y como Jesús, se dejan llevar por el sueño hasta dejar entrar la indecisión, la desolación, la duda que es el preludio de la deserción.

Jesús da a entender la fuerza de su oración. De ella finalmente sale confortado y fortalecido. De la angustia de muerte que le invade da paso a una asombrosa firmeza y serenidad. Llega la “hora” y se dispone a ella a pesar que hubiera deseado que se alejase él. Contrasta la plena libertad y total disposición a llevar a cabo su entrega.

Jesús percibe la Pasión no como algo fortuito o forzado simplemente por los hombres sino claramente como un designio de Dios. Jesús se pone voluntariamente en manos de quienes le van a entregar no sin antes ponerse él mismo enteramente en manos del Padre y dispuesto al sacrificio.

Según vamos adentrándonos en la Pasión observaremos un progresivo desvelamiento de la imagen de Dios. Un Dios en Cristo tan solidario del hombre que no habría de avergonzarse de cargar con nuestros sufrimientos y debilidades. Como bien diría el apóstol Pablo: “Nuestro sumo sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo igual que nosotros a excepción del pecado” (Hb 4,15) y en otra ocasión: “No vino para hacerse cargo de ángeles sino de hombres de la raza de Abrahán y por eso tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos. El mismo que ha sido probado por medio del sufrimiento no se avergüenza de llamarnos hermanos y es por eso capaz de ayudar a los que son puestos a prueba” (Hb 2, 16-18).

Por eso no ha de extrañarnos pues ni la actitud de Jesús ni la de sus discípulos. No se oculta ni el miedo, ni el desamparo. Todo entra dentro de la pedagogía de Dios: Si a mí al Señor le hicieron esto no os extrañéis que os suceda lo mismo”. No ha de extrañarnos el vértigo que todos experimentamos ante el suplicio de la muerte. Sí, vértigo y miedo es lo que experimenta cualquiera que tome en serio el camino del seguimiento y no trate de esquivar la cruz que conlleva. No es extraño que en cualquier momento del camino nos encontremos turbados y perplejos vacilando en medio de la duda y el miedo, atribulados en medio de tristeza con el corazón angustiado y vacilante.

Sí, por ahí quiso pasar el Señor y mostrarnos que el túnel tiene salida. El entró y salió de el. Cristo no escapó de la aflicción y la muerte sino que nos enseño a traspasarlas con fe inquebrantable arrojándose ciegamente a la voluntad de Dios. Era pues absolutamente necesario que el guía de la salvación fuera probado en todo para hacerse semejante a sus hermanos y aprendiese lo que cuesta la obediencia a la voz del Padre sin obviar el sufrimiento para convertirse así en garante de la salvación para todos los que le obedecen.


            4.1.3  Jesús y Pedro bajo interrogatorio Mc 14, 53-72

            Según va progresando la noche, entre las densas sombras que parecen ir creciendo no va a dejar de resplandecer la luz. En el medio de la noche, en la más angustiosa oscuridad, las tinieblas no van a extinguir ni sofocar su luz. Jesús es prendido como malhechor y conducido al palacio del sumo sacerdote. En aquella noche Jesús y Pedro van a ser ambos sometidos a flagrante interrogatorio. Jesús confiesa valientemente su identidad y Pedro cobardemente la niega. Frente al abandono de los suyos se desvela el silencio mesiánico: Jesús es el Mesías el hijo de Dios. Tal confesión en lugar de provocar la adhesión provoca la condena.

            Maestro y discípulo van a ser sometidos a un interrogatorio que versa sobre la identidad de cada uno por tres veces y cada vez con mayor intensidad. Pedro va a negar conocer a Jesús, cualquier clase de vinculación con él, es decir, reniega de su condición de discípulo.

            En la primera llamada de Jesús  a los suyos los llamó a conocer, entender y comprender su identidad más profunda para luego anunciarle y Pedro deja claro que ni le conoce, le entiende, ni le comprende y que lejos de anunciarle le niega. Guiado y movido por su característico ímpetu, mas confiado en su prepotencia que en otra cosa iba a caer en lo mas bajo hasta verse totalmente decepcionado de sí mismo, avergonzado de caer hasta dónde él no se veía capaz de caer. Allí abajo el que había abandonado a su Maestro se iba a sentir misericordiosamente amado por su Señor que le miraba con esa infinita mirada de amor de aquel que nunca nos abandona.

            Frente a la debilidad de Pedro que desfallece, que reniega de su identidad, va a  contrastar como Jesús confiesa y desvela por fin el misterio de su identidad aún a sabiendas que tal confesión le acarearía su propia sentencia de muerte. Jesús contrasta en su veracidad con la actitud insidiosa y falsa de sus detractores.

            Los jefes de los sacerdotes buscan testigos y testimonios falsos contra Jesús con un solo propósito “acabar definitivamente con él”. El fin justifica todos los medios incluso apelar a la mentira, al descrédito, la tergiversación. Lo que menos interesa es hacer justicia. Se recurren a falsos testigos y se levantan falsos testimonios. La falsedad de los testigos es evidente por su falta de concordancia y por la impetuosidad como a toda costa buscaban el descrédito levantando su voz frente al grupo acusador.

            Quien finalmente se hace el portavoz de las acusaciones es el Sumo sacerdote quien irónicamente como ya había ocurrido en los prolegómenos de la pasión en la reunión de aquel otro consejo que preparó su prendimiento sin saberlo, también ahora, su resuelta manera de conducirlo y concluirlo iba a provocar el pronunciar las palabras proféticas  que desvelarían la verdad de Jesús.

Llega así “la hora” de la verdad y la verdad se va a imponer por sí misma. La Verdad no se va a imponer por la fuerza de los argumentos sino por la sola fuerza del amor del que fiel a su identidad y su destino deja que la luz penetre por sí misma con suavidad y dulzura sin coacción o violencia. Jesús llegada “la hora” no teme declararse por fin como el auténtico Mesías, El Hijo de Dios. Jesús quiere evitar toda tergiversación sobre su identidad y destino y cuando la suerte está ya echada, no tiene miedo para guardar más silencio. El que tenía todo poder se somete a su poder y se deja acusar y condenar.

La reacción era de esperar como animales de rapiña o jauría de leones se abalanzan contra él. Jesús no sólo se deja acusar de blasfemo sino que se deja herir con los gestos más degradantes. Comienzan a ultrajar y a escarnecer al procesado, le escupen, le tapan la cara, le abofetean, se burlan de él hasta la saciedad. Escupir a uno y abofetearle es el gesto más degradante de desprecio que pueda hacerse. Jesús se revela como el “Siervo Sufriente” manso y humilde que no oculta su cara ante los salivazos[70].

Jesús aún con su cara tapada es el único que realmente ve y se pone en manos de su único Juez que es Dios que dictaminará su último veredicto. Sus jueces están tan ciegos de ira y de maldad que les impide ver la verdad.


            4.1.4 Corolario
                       
El lavatorio de los pies Más que un signo profético: 

“Cuando estaban comiendo la cena, se levantó de la mesa se quitó su manto y se ató una toalla a la cintura. Echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos. Luego se los secaba con la toalla que se había atado” (Jn 13, 2-5)

            Jesús que había amado a los suyos, los ama con un amor esponsal que llega al colmo de entregarse a ellos y por ellos incondicionalmente. Él se abaja con un amor extremo hasta el fondo de nuestras heridas, de nuestro corazón herido, para rescatar a la oveja perdida y herida, la perla escondida que entre escombros yace en cada corazón.

            Cómo no iba a provocar el asombro de los suyos ver el Señor, el Santo abajarse a nuestro basural, verle entre los despojos entre los despojados para hacer resaltar su amor, con la certeza de que de nuestras heridas sanadas brotará un pozo caudaloso de misericordia que haga brillar la fuerza sanadora de su amor.
           
El lavatorio de los pies  es más que un sigo profético, es el gesto más descomunal de amor que los suyos se hubieran imaginado ver. El abajamiento del Hijo del hombre a nuestro infierno, a nuestro pecado, a nuestra ausencia de amor.  Jesús el más loco amante, con un amor todopoderoso se hace el más pobre el más mendigo y necesitado de nuestro amor. Empieza el descenso que llegará hasta el colmo. Aparecerá así pobre, débil, sin recursos, hasta hacerse polvo, triturado como alimento de los débiles, en un pedazo de pan, sin apariencia humana que podamos estimar, con el único propósito de que descubramos a un Dios necesitado de nuestro amor, que no puede vivir sin nuestro amor.

            Ante el orgullo, la prepotencia, los egoísmos, las envidias, los celos que nos separan de Dios y de los hermanos. Ante un hombre arrogante que excluye a Dios del mundo y de la historia creyéndose el Señor y el dueño absoluto de la vida con el derecho de usar y hasta abusar a su antojo, con pleno poder, ante tantas vidas utilizadas y maltratadas y expoliadas del verdadero amor, sólo un gesto descomunal de amor es capaz de abrir la dureza de nuestro corazón y de hacernos despertar a su inmenso amor. Jesús nos muestra el hasta donde del colmo de su amor que por nosotros se hace pobre, esclavo, obediente.

Se invierten los términos. Dios postrado ante la criatura, el Señor arrodillado frente al pecador, el Señor al servicio de su servidor.

Y para colmo perpetua este gesto en la Eucaristía. Sí, la Eucaristía es este gesto descomunal de amor, sostenido, ininterrumpido, para siempre, para sostener con paciencia extrema nuestra debilidad. La Eucaristía es ese gesto descomunal de amor abajado y humillado hasta el fondo de nuestra miseria hasta convertirla en misericordia[71].

Jesús quiso asumir en todo nuestra naturaleza humana para transformarla y hacer de nosotros con Él un solo hombre cabeza y cuerpo. No se avergonzó de unirse a nosotros como si en ello dejase de ser menos Dios. Al contrario por ese gesto descomunal de amor, descomunal de amor entregado hasta el fin por nosotros, nos salva y salva al mundo[72].

Jesús al servir y lavar sus pies a su criatura revela lo más propio de su identidad, de su divinidad y de su gloria. Dios quiso hacerse hombre y hacer experiencia e la existencia humana desde dentro, para desde dentro sanarla y restaurarla. Dios en su Hijo se abaja y ama a los hombres hasta el punto de adentrarse en el abismo del pecado y de la muerte para hacernos partícipes de su ser después de haberse hecho él partícipe del nuestro. Es así la realización más profunda de la divinidad vertida hacia el hombre y todo lo que el hombre llama su infeliz destino para desvelar el hasta dónde de su amor misericordioso.


                        La Eucaristía: una nueva presencia

            “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin” (Jn 13,1)

La última cena es compendio y cúlmen de toda la vida de Jesús. Jesús hace memoria de toda su vida compendiándola en un gesto supremo de oblación y resumiéndola como un itinerario constante de entrega y de donación de sí mismo desvelando así la razón última del misterio de su encarnación: el misterio de donación y de comunión al Padre y a todos los hombres.

            Tanto nos amó que llevó su amor hasta el fin. Tomando pan lo bendijo lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen esto es mi cuerpo” ( Cf. Mc 14,22 ) . ¿Qué querrían decir aquellas palabras?[73]

Juan en su discurso del pan de vida aclara las palabras de Jesús: “Este es mi cuerpo, el pan vivo bajado del cielo. Los isrealitas comieron del mana y murieron pero quien come de este pan vivirá para siempre”. Moisés el más sufrido de los hombres imploró a Dios levantando sus manos al cielo y Dios le proveyó con un pan de los ángeles. Cristo el nuevo Moisés que asistido por el mismísimo y dulcísimo Espíritu levantó hacia el cielo sus manos y nos proveyó de un alimento no terreno y caduco sino eterno.

Una de las imágenes que asociaban los primeros cristianos a la Eucaristía era la del pelícano. Jesús quiso abrevarnos como tierno pelícano haciéndose golpear su propio cuerpo para que brotara la fuente de su corriente salvadora.

Jamás nadie pudo preparar un banquete semejante en el que nos alimentara con su propio cuerpo y su propia sangre. Quienes nos acercamos al altar recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo para que al tomarlos pasemos a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él[74]

            Al recibir a Cristo nos hacemos partícipes de la naturaleza divina y nos convertimos en portadores de Cristo, pasamos a formar parte e su Cuerpo, miembros de su Iglesia, unidos en la caridad para perseverar en la unidad.

            Mediante la Eucaristía sacramento de unidad  y caridad se establece la comunión con Dios y con los hermanos por la gracia del Espíritu Santo que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo en la unidad de naturaleza, igualdad y caridad. Quienes  participamos de su Cuerpo y de su Sangre pasamos a ser un solo corazón y una sola alma con Él.

            Las palabras sobre el pan y el vino desvelaron una presencia no solamente estática sino una presencia dinámica, oblativa, sacrificial y perenne de toda su vida. Jesús ha existido, existe y existirá  dándose, entregándose, es un vivir y estar permanentemente entregándose. Se trata del ser y existir dándose un vivir permanentemente entregándose, comunicándose para que tengamos vida.

Su comunicación y entrega la lleva al extremo de su automación, su inmolación plena para nuestra reconciliación en orden a la plena comunión. Dándose así mismo a los discípulos, a través de ellos y en ellos se une a todos los hombres del modo más íntimo posible. Quien recibe tal alimento se convierte también en alimento, en un ser que ha de vivir bajo el signo de la donación y de la entrega a Dios y a los demás. Pasamos a ser eso mismo que hemos recibido, germen y fuente de comunión y fraternidad.

           
                        Más que un memorial: Una súplica nacida del corazón de Cristo

Haced esto en memoria mía”. Además del valor sacramental de lo que supone perpetuar este rito perenne de la Nueva Alianza, Jesús quiere dar a entender el valor existencial de su actitud. Como yo me entrego, como yo les he lavado los pies, así ha de ser su actitud frente al hermano.

Jesús después de vivir con sus discípulos llegada “la hora”, durante la cena les abre y les deja ver lo que esconde su corazón. Ha convivido con ellos, orado con ellos y ahora ora por ellos. Padre cuida de ellos, ellos son tuyos tu me los diste y yo los hice míos, mis amigos del alma. Les siento en mi corazón como mi hubieran pertenecido desde siempre y para siempre. Ahora siento una profunda nostalgia de dejarlos.

No puedo ni quiero dejaros solos, huérfanos. Os lo ruego permaneced en mi amor, mi mismo amor, el amor con el que el padre me ama y yo le amo, mi  Espíritu de amor, estará presente entre vosotros. Pido por eso al Padre perpetuar mi amor entre vosotros. Os quiero unidos a mi y entre vosotros. Os quiero sentir siempre a mi lado, no solo cada vez que oréis sino sentir físicamente conmigo siempre, sin ninguna distancia, ni barrera entre mi corazón y el vuestro. Como el Padre me amó así yo os he amado, permaneced en mi amor.

La Eucaristía de la Última Cena es el Sacramento de la Comunión de la comunidad como sacramento de unidad, de fiesta de reconciliación y el perdón. Para establecer y restablecer la comunión perdida Cristo se ofrece, se entrega y le pide al Padre y a los suyos encarecidamente el don de la unidad. Por la entrega del Hijo nos viene la paz. Es Jesús mismo quien asumiendo en su carne la división, la ruptura, la separación, el pecado lo convierte en medio de comunión y causa de alanza. Su entrega pasó a ser fuente de perdón y de comunión.

Jesús suplica al Padre para su Iglesia naciente y para todos, el don de la unidad y nos da el modo de establecer esta comunión: “Padre que sean uno”. Cristo se entrega y nos pide que nos entreguemos en alma y cuerpo al servicio de la comunión. Nos quiere en la tierra por medio de su Iglesia signo de unidad y sacramento de comunión.

No es posible la fraternidad, si no esta a la base de ella su amor incondicional hasta el fin, su amor de misericordia y de perdón. En la última cena queda bien claro que las personas por las que Jesús se entrega son personas envueltas en fragilidad, que han experimentado la ruptura, el fracaso, personas débiles en suma, que experimentan hasta el fondo su fragilidad y que en su fragilidad se han sentido profundamente amadas por Dios.

El don del amor y de la comunión que reciben de Cristo en el banquete de su amor y que recibirán después una y otra vez en su debilidad es garante de su fidelidad y están llamados a irradiarlo y propagarlo.

Jesús mediante la entrega de su amor por su mismo Espíritu hace nuevas todas las cosas, a las personas y a la comunidad, con una forma de amor nuevo entre nosotros. Jesús contemplando su comunidad naciente ora al Padre para que se cumpla su sueño de unidad: “Padre no ruego sólo por estos sino por todos cuantos crean en mi…que sean uno” La unidad es la gran obsesión de Jesús en esta hora y deja clara y patente que toda su ofrenda y consagración de su vida es para este último y definitivo empeño.


                        Un mandamiento nuevo

Ámense como yo les he amado”. Más que un precepto es una revelación. Yo he ido por delante lavándoles los pies y entregándome por todos y cada uno de ustedes para que también ahora ustedes hagan lo mismo los unos por los otros.

Podemos amar porque Él nos amó primero porque su amor se nos ha dado y revelado y nosotros hemos conocido su amor. El mandamiento nuevo de Jesús no es ni una imposición ni una obligación es una donación de Jesús que supone una auténtica revolución en quien la recibe.

Es imposible conocer su amor y resistirse a amar cuando Jesús mismo dice que lo que hagamos con el mas pequeños de los suyos se lo hacemos a él. La respuesta a su amor viene de una respuesta agradecida de correspondencia amorosa y se convertirá en la contraseña y signo más fehaciente de los servidores de Jesús.

Cristo mismo se pone en el centro como fundamento y garante de esta comunión y da su vida para establecerla sellándola con su sangre. Por eso los que comulgamos del mismo pan y bebemos de la misma sangre pasamos a ser hermanos de carne y sangre, de un mismo cuerpo y de una misma sangre.

Pasamos a ser baluarte recíproco para defender el amor y la unidad en plena comunión de vida y amor con Dios y con los hermanos. Jesús nos llama a eliminar todos los obstáculos y barreras no poniendo ni límites ni precio a la fraternidad.

El don de su amor que recibimos de Cristo en el banquete de su amor es fuerza en nuestra debilidad. Aún en medio de la dificultad, de la infidelidad e incluso de la deserción estamos llamados a perseverar ofreciendo a todos el perdón y siendo instrumentos y fermento de reconciliación.

La Eucaristía habrá de ser para nosotros, débiles y pecadores como somos, el remedio a nuestra debilidad, el reencuentro entre nosotros los débiles y los rotos, la sanación a todas nuestras heridas. Jesús se entrega y se inclina sobre los más débiles para levantarlos y fortalecerlos. Sigue siendo el gesto asombroso sostenido e ininterrumpido de nuestro Dios.

El Señor de la gloria que es divino se despoja de su manto, de su rango y viene a nosotros pobres criaturas bajo la forma del “Servidor” de todos ejerciendo el “servicio más humilde” para mostrarnos que solamente sirviendo con toda humildad podemos alcanzar lo divino.

Jesús abajándose al abismo de nuestra miseria y con infinita misericordia levanta al desgraciado del polvo y saca del estiércol al pobre para sentar a su derecha al indigno anfitrión convertido en noble y príncipe de su pueblo.


La oración de Jesús

            Los discípulos si bien vieron a Jesús cientos de veces orar, no obstante debieron de asombrarse ante la oración de esa noche en Getsemaní. No rezaba como era tradicional entre los judíos de pie, sino rostro a tierra, preso de terror y angustia. Se trata de una oración desconcertante en donde se junta por un lado la ternura habitual del Hijo y por otra lo insólito de aquella “hora” de amargura. Su súplica no era con el tono sereno con la que Jesús solía dirigirse a su Padre. Dejaba ver su angustia y miedo pero sobre todo una firme y permanente insistencia en que se haga la voluntad del Padre.

            Esa nota será precisamente la que Jesús inculca a sus discípulos cuando le piden que les enseñe a orar y les da la oración del “Padre nuestro” Esta firme resolución de no apearse de esa “hora” si era la voluntad del Padre es precisamente lo que le va a dar la fuerza para resolverse. Sorprende la actitud con la que entra tembloroso en la oración y con la que sale totalmente resuelto y decidido. Al final el coraje de Jesús es más fuerte que el desaliento. Sabe que no hay otro camino para ir hacia el Padre con todos sus hermanos que pasando por la cruz y por la muerte y se decide a recorrerlo.

            Jesús acepta esa “hora” sabiendo sus consecuencias. No carga con el pecado del mundo como si se tratara de un saco de patatas. Carga sobre sus espaldas el pecado del mundo sabiendo de la dura carga que le espera pero convencido que su Padre le dará la fuerza para soportarla.

            Jesús se decide a hacer suyo todo lo nuestro y a salvarnos desde dentro soportando en su propia carne lo que nos aleja de Dios pasando por el abandono la ausencia y el silencio de Dios. No hay redención sin sufrimiento y este es el sufrimiento más espantoso, experimentar aquel que estaba en total cercanía y sintonía con el Padre, la ausencia o la lejanía de Dios.

            Jesús exhorta a los suyos a la oración, a la vigilancia, a la perseverancia en medio de la prueba y de la dificultad. No dejen de velar, no dejen entrar la duda y que se les enfríe el amor. Jesús mismo lo había predicho: “Llegarán las situaciones más adversas de repente se encontrarán en que muchos les odiarán y se traicionarán unos a otros, tanta será la maldad que el amor se enfriara en muchos pero el que se mantenga firme hasta el fin se salvará”  (Cf. Mt 24, 10-13). La tentación será difícil de superar, será imposible sino somos fortalecidos por la oración.

            Como el mismo Jesús, también los discípulos han de llegar a comprender y aceptar la voluntad divina y para descubrirla y aceptarla, necesitarán  la fuerza y la luz de la oración. Jesús no se impone por la fuerza. La revelación incomprensible del Hijo de Dios sin gloria y sin deseo de imponerse es lo que le lleva hasta hacerse necesitado y recurrir en tono de súplica. Verle que por amor se abaja y se hace necesitado es lo que va a dejar un fuerte impacto en los suyos hasta provocar una respuesta de amor.


La búsqueda de la voluntad de Dios

Resalta de forma sorprendente en la oración de Jesús en Getsemaní la búsqueda y sumisión incondicional a la voluntad de Dios. Toda la vida de Jesús ha sido una verdadera escuela de obediencia y tal obediencia no le fue fácil: “Era necesario que Jesús, aunque Hijo de Dios, aprendiese la obediencia en la escuela del dolor y se convirtiese, así para cuantos obedecen en autor de la eterna salvación” (Heb 4,8)

Getsemaní es una verdadera cátedra de la escuela obediencial de Jesús a la voluntad del Padre, su búsqueda y forma de poder concordar con corazón y voluntad a su designio de amor. La obediencia con que Jesús acepta su Pasión, es la expresión más intensa de su confianza inquebrantable en el Padre.

Dios no castiga, ni prueba, ni tienta. Dios provee y su designio es siempre de amor. Se trata de ahondar por debajo de la capa superficial de los acontecimientos y las circunstancias e indagar secretamente los caminos de Dios. El tentador será aquel que intente destruir la fe y sembrar la duda del amor de Dios.

Dios no podría nunca querer la muerte por la muerte ni siquiera que sufran aquellos que ama. Para comprender que la muerte de Jesús pueda ser querida por Dios que es amor, se hace necesario tener como horizonte la redención del hombre. Es por amor al Padre y con el Padre al mundo y por tanto al hombre, que el Hijo opta por el único camino de su redención Es algo que viene exigido por su amor incondicional al Padre y al hombre.

El Padre no quiere en absoluto la muerte de su Hijo por sí misma. Es algo que viene dado por amor a toda la humanidad. Getsemaní resulta incomprensible sino somos capaces de unir el amor doloroso del Hijo y la ternura y amor victorioso del Padre complacido en la ofrenda del Hijo.

La verdadera obediencia nace de un sabernos amados y de la conciencia de total pertenencia para querer vivir en un total abandono a Él. Nuestro ser esta capacitado para no determinarse sencillamente por las solicitaciones externas  que nos rodean, las circunstancias que nos rodean, sino para buscar en todo su voluntad y poder adherirnos a ella.

En cuanto que somos personas tenemos la capacidad de libremente elegir y optar por lo que consideramos nuestro verdadero bien según el designio de Dios. Esta obediencia supone la capacidad de conciencia, deliberación y acción para libremente determinarse por la verdad, el verdadero amor, el verdadero bien.

Obedecemos no sólo de un modo reactivo y utilitarista en base a las necesidades inmediatas y de los demás sino trascendiéndonos al propio querer y designio de Dios. Es en la trascendencia y no sólo en la integración de la emotividad humana, donde se manifiesta el sentido más profundo del ser de la persona y donde encontramos la base mas adecuada para probar la grandeza del alma humana.


El abandono en la providencia

Getsemaní es salto por un lado más difícil y por otro más cierto que el hombre debe dar ante Dios. Más difícil porque se da en la noche de la fe y del sentido sin ninguna prueba evidente. Más cierto porque a pesar de la falta de evidencias es sin duda el camino mas seguro. Nada más cierto que el amor de Dios.

En Getsemaní como Mateo deja ver en las tentaciones, se pone a prueba la forma de mesianismo del Hijo[75]. Dios no va a salvar al mundo actuando de un modo mágico y milagrero sin contar con el hombre. Va a respetar profundamente con la libre voluntad del hombre y a contar con ella. La salvación en Jesús por el camino de la Pasión es expresión de ello, evitando el caer en la tentación de un milagro que le evite todo dolor y sufrimiento. Así se lo proponían los que se burlaban ante El en la cruz: “Si eres el Hijo de la cruz, baja de la cruz y creeremos(Cf. Mt 27,40).

Jesús nos invita al total abandono en la providencia, aunque cueste pasar por el miedo, la angustia, el dolor, el sufrimiento o la misma muerte. “Aunque sea densa la tiniebla, allí también estas Tú y tu diestra me sostiene” (Sal 139, 9-12).

Hay una manera de contemplar la omnisciencia de Dios que nos aplasta porque parece que está al acecho para castigarnos y otra manera de situarnos ante la providencia divina que nos salva porque está pronto a socorrernos. Lo que está en juego es la imagen de Dios que tengamos.

No es fácil tal abandono confiado en Dios en medio de la oscuridad, la dificultad y la falta de evidencias. Al sufrimiento no se le puede colgar fácilmente un sentido pensando que sólo así es fácilmente superable. Ese “beber” el cáliz de amargura y retomar el sufrimiento con sentido sólo puede manifestársenos desde el abandono en Dios con la firme certeza y confianza inquebrantable en su infinita bondad y amorosa providencia. De seguro “Dios proveerá”  (Gn 22,8).

No quiere decir que, porque Dios no desee el sufrimiento por el sufrimiento, vaya siempre a evitárnoslo. El misterio del sufrimiento y del mal no es tan trivial como para poder a primera vista comprenderlo[76].

La ayuda de Dios no quiere decir que desaparezca el sufrimiento ni experimentemos la ausencia del llanto, del disgusto e incluso de la queja sino que siempre hemos de estar abiertos a que Dios pueda convertirlo como en Jesús en completa sumisión obediencial de amor a Dios.

El sufrimiento puede abrir el camino al abandono más completo y confiado en Dios. Lo que podría aparecer a primera vista castigo Jesús lo convierte en ofrenda voluntaria de amor y hace del sufrimiento un camino de redención.

Sí, el sufrimiento jamás dejará de ser un enigma, nuestro sufrimiento vivido y compartido con Cristo está destinado a asociarse a la obra redentora e Cristo: “Completo en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo en su Cuerpo que es su Iglesia” (Col 1,24). En nuestros sufrimientos no estamos solos, Cristo los hace suyos y está misteriosamente presente en ellos para darles un sentido y fecundarlos uniéndolos a su Pasión de amor.





4.2   Viernes Santo

            En el Viernes Santo día primero del Santo Triduo, la liturgia resalta la celebración de la muerte de Jesús y la adoración de la Cruz[77]. Como la misma tradición recoge comenzaba con un silencio (más tarde con la postración del presbítero celebrante que presidía la celebración) seguido de dos oraciones y tres lecturas y oraciones solemnes para dar paso a la adoración de la cruz y el rito de la comunión con la reserva eucarística[78].

El Viernes Santo va a concentrar todo su interés en la celebración de la muerte de Jesús y en la adoración de la Cruz con la conocida aclamación: “Te adoramos Cristo y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo[79]. Como dice el apóstol Pablo: “debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo…” (Ga 6,14). En él está nuestra salvación, nuestra vida, nuestra victoria. Por él fuimos salvados y redimidos.

            Lo que Jesús celebra como anticipación en el Cenáculo, lo reaviva de forma cruenta en el sacrificio del Calvario. En la cruz Jesús da el sí total, fiel y definitivo al Padre y a los hombres, para sellar su Alianza de amor con todos como hermanos incluso con aquellos que no lo reconocen.

Si la Pasión va a estar repleta de actos de agravio, dónde Jesús una vez entregado pasa de mano en mano siendo objeto de toda clase de burlas y desprecios a contra luz va a estar repleta  de innumerables gestos y actos de amor para arrebatarnos y seducirnos hacia él. Jesús amó mucho más que padeció[80]. Jesús nos invita a creer en un Dios que no tiene el rostro ensombrecido, enojado, amargado, desilusionado por nuestras faltas de amor y de correspondencia, sino que tiene el rostro lleno de ternura, de confianza y de compasión.

Es el rostro durmiente, mansísimo del que en la cruz cargó con nuestros pecados y no le impidieron amarnos hasta el extremo. Como reza el último cántico del Siervo: “El soportó el castigo que nos trae la paz y en sus heridas fuimos curados”. Jesús es quien encarna el misterio del “Siervo Sufriente” que se ofrece con plena y libre obediencia al Padre a un destino de sufrimiento y muerte par darnos a todos el verdadero sentido del sufrimiento y de la muerte y abrirnos a todos el camino de regreso a Dios Padre.

Hasta los más incrédulos, el ladrón o el centurión, viéndole morir se abren a la confesión. Las tinieblas encuentran la luz y la terrible lucha del mal no logran sofocar el poder de su amor. Si bien es verdad que la cruz revela todo el poder del mal no menos verdad es que la cruz revela todo el poder de su amor.

Jesús en la cruz pasa en su propia carne por los ultrajes, la desolación máxima de sentir la ausencia de Dios y también al mismo tiempo nos revela la mayor cercanía, presencia y revelación de Dios que sufre pacientemente por nuestra redención salvándole del pecado y de a muerte. Su amor por nosotros lo lleva al límite de la desolación humana de modo de poder rescatarla en sí mismo y volver a conducir al hombre a la confianza y abandono en Dio Padre.

 La Iglesia nos invita a contemplar al que traspasaron como fuente de luz y de vida[81]. Mirar, adorar el rostro sereno la sublime majestad de aquel que muere por amor y con tanto amor por la redención de los pecadores. Ante la contemplación del Crucificado el velo de nuestra ceguera se cae y ante su amor desmesurado es difícil que quien tenga la gracia de detenerse no se sienta traspasado en lo más profundo de su ser. El costado traspasado de Cristo es la máxima expresión del amor de Dios para el hombre pecador, sufriente, condenado. Ante él se apagan nuestras quejas, nuestros dolores, no cuenta lo que sentimos, no cuenta lo que nos han hecho, no cuenta ni siquiera lo que hicimos, lo que somos o dejamos de hacer, cuenta lo que él siente, lo que es él, lo que dimana de él.

Aquí se desvela nuestro propio misterio, ante el sublime misterio del crucificado. Nadie hubiera pensado semejante forma de destruir el mal y la muerte. Dios que había podido arrasar el mal aniquilando a todos los malvados prefiere entrar en el hombre en la carne de su Hijo proclamando el perdón y la misericordia. Toma sobre sí las consecuencias del mal para redimirlo  en su propia carne crucificada. El mal no es eliminado sino transformado en bien por la fuerza del amor del que se levanta en la cruz como Señor y Salvador del mundo.


4.2.1  Jesús ante Pilato y sus soldados: Mc 15, 1-20

            Después de su condena por parte del tribunal religioso, van a llevarlo al palacio de Pilato para que este dicte la sentencia de muerte. Jesús vuelve a ser procesado ahora ante el tribunal político. Jesús definitivamente se confiesa como “Rey” y “Mesías” y esclarece definitivamente su mesianismo.

            Jesús revela ante Pilato que su condición divina reside no en el poder y la inmortalidad sino en el amor humildemente apasionado por los hombres hasta el punto de sufrir la muerte por ellos en lugar de imponerles su poder. Jesús se revela como Rey no envuelto en el poder, honor y gloria de los emperadores de este mundo dispuesto a salvar el mundo por medio del sufrimiento y de la sumisión del siervo que se dispone a la muerte. La fuerza capaz de salvar al hombre y al mundo no será otra que la misericordia y el perdón buscando la liberación del poder y la muerte ofreciendo su vida por amor.

            Aquí tenemos al “Rey”. Un rey humillado atado y escarnecido: el verdadero siervo sufriente. Jesús es presentado ante Pilato hecho una piltrafa, atado, escupido y golpeado, no para despertar pena ni compasión sino para que certificaran la pena y mover a su condena, a la condena más vil, la del crucificado. “Como cordero llevado al matadero no habría la boca” (Is 52,7).

            Jesús atado muestra con plena libertad su soberanía y realeza frente a todo poder no dejándose sobornar por nada ni por nadie sino siendo fiel a la verdad. Aunque las cosas discurran por el camino de la falsedad está convencido que la verdad se esclarecerá por si misma y que el Padre dictará la última palabra sobre su propia sentencia. Mejor es ponerse en manos de Dios que en manos de los hombres.

            El diálogo entre Pilato y Jesús esclarece aún más su destino. Sin más preámbulos Pilato le pregunta por su identidad: “¿Eres tu el rey de los judíos?”. Y la respuesta de Jesús como ante el Sumo sacerdote no se hace esperar aunque su contestación no sea tan tajante: “tu lo dices”. No contento Pilato Jesús es de nuevo interrogado y su respuesta va aclarar la primera: “mi realeza no procede de este mundo…yo doy testimonio de la verdad, para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que escucha mi voz está de lado de la verdad y me sigue”. Pilato desconcertado termina el interrogatorio con la última pregunta: “y que es la verdad”. Jesús lejos de defenderse prefiere callar y asumir pacientemente la injusta condena que cargan sobre él.

            Pilato se vende por miedo a ser relegado del cargo. Se ve claro que lo que mueve a Pilato es el deseo de salvaguardar a toda costa su cargo y sus intereses, aún a costa de entregar a la muerte a un inocente. Aunque en un principio parece buscar una estrategia para defenderle, ve que esta, la de proponer a la muchedumbre chantajearlo por un impostor, no funciona y ante el miedo de ser tachado y verse cómplice del reo considerado revoltoso político que solivianta las multitudes, claudica por declararlo reo y de una muerte en cruz aún viéndolo inocente. Las presuntas razones y ventajas políticas son más importantes que la defensa del reo inocente, incluso la exigencia de hacer justicia.

            Jesús es entregado a la muerte y muerte de cruz. Pilato aún sabiendo de su inocencia, lo entrega al arbitrio del pueblo mandándolo flagelar como preludio de la propia crucifixión. La brutalidad y la crueldad de los soldados que la infligían, aceleraba la muerte del propio condenado. Para que el cuerpo colgado en la cruz no dilatara su agonía por mucho tiempo. Con la flagelación de los 39 latigazos comenzaba pues así la más horrorosa y espantosa muerte del reo[82]. Al suplicio de los golpes se añadía la vergüenza de su desnudez pues era despojado de los vestidos y atado a una columna preparada para tal efecto.

Su cuerpo empezó a ser desgarrado y su sangre derramada saciando así la sed de maldad de sus ejecutores. Después de flagelado y antes de ser entregado a que lo crucificaran tienen el descaro de aún exponerle como “ecce homo”. Sin duda en aquel hombre despojado de todo honor, realza una nobleza y grandeza sin igual. El rasgo que caracterizaba esta realeza es si lugar a dudas el de la entrega total de sí mismo: “El no ha venido a ser servido sino a servir y entregar su vida por la redención de todos” (Mc 10,45.)
                                              

           
4.2.2        Ultrajes y muerte de Jesús: Mc 15, 21-41

Después del veredicto Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen y Jesús cargando con la cruz inicia el “vía crucis” hasta el Calvario. El Hijo asumiendo hasta el fondo nuestra humanidad, se determina a hacerlo hasta la muerte. También en la muerte ignominiosa de la cruz y ante los ultrajes más infames, en la mayor oscuridad resplandecerá la luz, incluso en la aparente mayor lejanía de Dios se dará la mayor cercanía aceptando su voluntad hasta la misma muerte.

No es posible para el Padre abandonar al Hijo, pero permite que el Hijo haga suyo el abandono del hombre. El Hijo desciende al abismo de la debilidad humana para abrir al hombre el acceso roto a Dios, a la filiación divina y a la fraternidad universal. Jesús que está completamente unido a su Padre Dios, más unido que cualquier otro hombre lo haya estado jamás, debe sufrir la muerte de la manera más horrorosa. Jesús va a probar el máximo aislamiento y separación originada por el pecado del hombre para volver al mismo hombre hacia Dios. Jesús bebe la copa amarga del abandono hasta apurarla hasta el final y experimenta el máximo abandono de Dios y los suyos. Conoce la ausencia y el silencio de Dios la más espesa negrura de la noche. El Hijo grita y Dios parece callar permaneciendo mudo. Pasemos a analizar esta muerte de Jesús en la cruz y los ultrajes a los que se ve sometido detenidamente.

Como ya habíamos dicho, Jesús se encamina al cumplimiento más acabado de lo que había sido anunciado: la figura del “Siervo Sufriente”. En el modo en que Jesús es condenado injustamente, en el modo como es tratado por sus ejecutores, en el modo en que reacciona frente a sus acusadores y detractores, se va perfilando con meridiana claridad y nitidez la profecía del Siervo del profeta Isaías. Jesús está dispuesto a dar su vida en cumplimiento fiel a su misión abandonándose por completo en las manos del Padre. Como cordero llevado al matadero, en silencio, no reacciona con violencia ante sus agresores, no hace ni el más mínimo esfuerzo por evadirse, disculparse o defenderse de sus agresores. Jesús se ofrece pasando como hombre débil e impotente que no ofrece resistencia alguna ante la violencia de los poderosos solidarizándose con todas las penas, en compasión de misericordia en el grado más alto de participación con nuestros sufrimientos.

Jesús en la cruz sufre una larga y terrible agonía. Por tres horas todo se llena de la más espantosa oscuridad y soledad. Silenciados sus dolores físicos nos adentramos a un dolor más atroz: su abandono, su noche oscura. Una oscuridad inmensa que llena la tierra y que pareciera prolongarse sin fin[83]. En medio de la más  desoladora impotencia Jesús lanza un grito de súplica: “Eloí, Eloí, lammá sabactaní” (Mc 15, 34). El grito de abandono de Jesús en la cruz no deja de ser un grito desgarrador pero de súplica y de abandono en Dios, el testimonio inequívoco de aquel pobre hombre indefenso que en su desamparo más radical se arroja en manos de Aquel, que aún no pareciendo cercano sino ausente, le es digno de toda confianza y fidelidad. Jesús se aferra a él como un niño buscando los brazos de su Padre en medio de la más profunda turbación.

La  muerte de Jesús no deja de describirla Marcos escuetamente con asombrosa austeridad y sin embargo no está exenta de la muestra misteriosamente velada y casi oculta de la intervención de Dios. Una muerte que a primera luz se muestra escandalosa pero que a nivel más profundo responde plenamente a los designios de Dios, lo que revela tanto en el Hijo como en el Padre la profundidad de su amor. Precisamente a la “hora” de nona, la hora del sacrificio vespertino en el templo, en aquel Viernes de la parasceve, donde se celebraba la gran vigilia de la Pascua judía, Jesús se ofrecía como “Cordero” inmolando su propio cuerpo. Nos sitúa con toda la humanidad ante el gran milagro que frente a tantos incrédulos durante tanto tiempo se ha negado a ver.

El evangelista no espera al hecho de la resurrección para en medio de la oscuridad dar paso a la luz. En medio de la mayor oscuridad se abre a la luz el secreto de la filiación divina de Jesús en este caso en boca del centurión romano que acababa de llevar a cabo su ejecución[84]. El centurión romano viéndole morir confiesa  su filiación divina, su relación verdadera de Hijo de Dios. Su forma de morir deja claro a todas luces y prodigiosa magnificencia a los ojos de todos, incluso de los más ingratos que lo habían ejecutado, que aquel hombre era verdaderamente el Hijo de Dios.

Es el momento final de su muerte donde se termina desvelando por completo el misterio de la persona de Jesús. El secreto mesiánico llegó así a su fin. Solo el final de la vida de Jesús hace descubrir su identidad y su destino y permite comprender en plenitud su filiación divina. Su muerte en a cruz es ante todo un misterio de obediencia y de amor. Obediencia total  los designios del Padre y amor sin límites hacia Él y hacia toda la humanidad. Este misterio de obediencia y de amor es precisamente el que desvela  hace posible comprender en todo su alcance su condición de Hijo de Dios.



4.1.3 Corolario
           
            La paradoja de la cruz

            “El lenguaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden pero para nosotros poder de Dios. Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la pericia de los instruidos…El mundo con su sabiduría no reconoció a Dios cuando ponía por obra su sabiduría, pero a Dios le pareció bien salvar a los creyentes con la locura de la cruz.” (1 Co, 18-21)

            Dice Pablo: “No quiero saber de otra cosa que Cristo y este crucificado (Ga 5,14). Somos llamados a entrar en un conocimiento nuevo impregnado de amor, no vía de la adquisición sino del desprendimiento.

            Paradoja será siempre la propuesta del Maestro: “Quien pierda la vida por mí la encontrará” (Mt 16, 25 ). El trágico destino que Jesús voluntariamente recorre hasta su muerte, una muerte en la cruz, se va a convertir en la consumación de su redención. Asumiendo libremente y con infinito amor su destino lo escandaloso de su muerte se va a convertir en consumación de su obra salvadora, en medio de comunión, causa de alianza y de salvación para todos. Jesús hace de su condena injusta de muerte un poderoso remedio a nuestros males. La más cruel de las injusticias pasa a ser fuente de perdón y de reconciliación. En la cruz se escribe el motivo de su condena: “Jesús Rey de los judíos” Jesús se levanta como rey en la cruz, no envuelto en poder, honor y gloria sino como el “Siervo” que por el sufrimiento y sumisión se ofrece hasta la muerte para salvar al hombre por la misericordia y el perdón.

            El hombre es rescatado del poder de la muerte y del maligno por la fuerza del amor. Al final se impone la verdad no por la fuerza y la violencia haciendo uso del poder sino por la fuerza del amor y la fidelidad mantenida hasta el final con mansedumbre y suavidad propias de la mayor verdad.

            Jesús siendo de condición divina no consideró como presa codiciable o privilegio a defender ser igual a Dios usurpando o haciendo uso de su poder sino que se humilló, se desprendió, se vació de sí mismo tomando la condición de siervo y se abajó así mismo hasta la muerte y muerte de cruz (Cf. Fil 2, 1-8)

            Dios mismo en Cristo se abajó por los suelos hasta asumir la postración de la carne y de la muerte y por nosotros sufrió como hombre la muerte en su carne para ofreciéndose al Padre por nosotros elevarnos a su dignidad de hijos de Dios. Su bajeza es nuestra alteza y su debilidad es nuestra gloria.

            Jesús en la cruz cambia radicalmente la imagen de Dios. Del Dios omnipotente de poder absoluto pasa a ser absoluto amor. Su soberanía no se manifiesta en aferrarse a lo propio sino en dejarlo, en desprenderse de todo entregándose por entero (despojándose hasta el colmo de sí mismo). En el colmo de su condición de “Siervo sufriente” en la cruz irrumpe la gloria del Hijo en cuanto que ahí se revela su amor hasta el colmo[85].

            La cruz de Cristo es salvadora, es el supremo abrazo de Cristo que nos da para unirnos, pacificarnos, hermanarnos a todos con él. En la cruz Jesús hace suyo el sufrimiento y la muerte del hombre en su realidad más dolorosa y profunda. Su solidaridad con el hombre llega a su punto culminante. En la cruz Jesús se hace hermano de todos los hombres, hasta compartir todos nuestros sufrimientos, todas nuestras miserias. No existe dolor, abandono, soledad que no sea asumida por Cristo. Para alcanzar y redimir al hombre Cristo ha querido abajarse hasta la situación de máximo abandono y rechazo como es el pecado para sacarnos del pecado y reconciliarnos con Dios.

            Para levantarnos, él se abaja hasta el abismo de nuestra soledad, vacíos, sinsentido, sintiendo sobre sí la espantosa distancia que establecemos entre el hombre y Dios para que desde la más amarga aflicción brote el perdón y se nos de la salvación. De lo que era la más horrenda injusticia y el más trágico final se va a convertir en consumación de su obra. Lo escandaloso de su muerte lo convierte en ofrenda y sumisión amorosa al Padre, en remedio y fuente de reconciliación y comunión para todos.

En la máxima flaqueza nos muestra todo su poder. Prueba mucho más patente de su poder, que la multitud de sus poderosos milagros, es el hecho de que su naturaleza omnipotente fuera capaz de descender hasta la bajura del hombre. La altura brilla en la bajura sin que por ello la altura quede rebajada[86].

            En la debilidad de Dios, se manifiesta su fuerza y en su necedad y locura se muestra su superioridad sobre la sabiduría humana. De ahí que Pablo termine diciendo, en la carta a los Gálatas, que no quiere saber en delante de otra cosa que Cristo crucificado, pues sólo en Él está el centro de la salvación.

            En el centro de lo sucedido en la cruz es que Jesús va a ser resucitado y exaltado sobremanera por Dios: La cruz no será más la condena sino la salvación, es el acontecimiento al cual se encamina toda la historia de la vida de Jesús, de nuestras vidas y de toda la humanidad.


Nuestra verdadera identidad y nuestro origen

            Ante la muerte de Jesús no solamente se desvela la identidad del Hijo de Dios sino nuestra verdadera identidad y nuestro verdadero origen. Si en la primera creación Adán (hecho del polvo de la tierra) y Eva (madre de los creyentes) nos refieren a nuestros primeros padres, el misterio de la Pascua y de la cruz nos refiere a nuestro verdadero origen. Cristo nuevo Adán muerto y resucitado es nuestro origen. Del misterio de la Pascua y de la cruz nace la Iglesia[87].

            Como refiere el evangelista Juan, poniéndose el mismo como testigo presencial de los hechos, cuando llegaron a Jesús para cortarle las piernas y así se acelerara su muerte para no quedar expuesto en la celebración de la Pascua judía, vieron que ya estaba muerto y un soldado le atravesó el costado con una lanza. Su corazón fue traspasado y al instante salió agua y sangre.

            El corazón traspasado de Jesús, como ya el mismo había profetizado[88], va a ser ese manantial que salta hasta la vida eterna. Jesús en la cruz, es el sacerdote, la víctima y el nuevo templo y de su costado abierto, como había profetizado Ezequiel, brotaba la fuente de la vida[89]. Del corazón traspasado de Jesús, de su costado abierto sale agua y sangre que simbolizan los sacramentos de Bautismo y la Eucaristía[90]. La cruz se nos presenta como el nuevo árbol de la vida. Si del primer árbol comieron nuestros primeros padres y entró la muerte, por este árbol nos viene la vida. Este leño en el que Jesús fue herido en sus divinas manos pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que nos dejó[91].

Así como Eva nació del costado de Adán, Cristo el nuevo Adán adormecido en este árbol, de su costado abierto nace la Iglesia [92]. Así como Moisés en el desierto golpeó la roca, para dar de beber agua a su pueblo en el desierto, para que calmara su sed y levantó el cayado de la serpiente para sanarlos de su mordedura mortal, así también Cristo nos da de beber de su cuerpo herido y golpeado en la cruz y fruto de la medicina que brota de sus heridas somos curados.

            Como anunciaba el profeta Isaías en su último cántico del Siervo: “El fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo cayó sobre Él y Él se convirtió en nuestro remedio saludable (Is 53,5), sus cicatrices sus propias heridas nos curaron. Sus entrañas rebosan misericordia. Atravesaron sus manos pies y costado y a través de estas heridas puedo entrar a gustar y ver cuán bueno es el Señor. Podemos entrar a mirar a través de la hendidura. Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón, el gran misterio de piedad, la entrañable misericordia de nuestro Dios[93].

        La cruz es torrente de misericordia y fuente de perdón, de reconciliación, de solidaridad y fraternidad, fuente de paz. Cristo en la Cruz abre sus brazos para abrazar y abrasar con el fuego de su amor a toda la tierra y para congregar bajo la sobra de sus brazos como de águila a todos los hijos dispersos[94].


Jesús nos desvela el verdadero rostro de Dios

            Cristo nos revela en la cruz el verdadero rostro de Dios: La misericordia. Jesús en la cruz nos abrió el corazón, podemos entrar por la hendidura de su costado hasta su corazón y descubrir la entraña de nuestro Dios. Sus entrañas rebosan misericordia.

            Cristo que había anunciado de mil maneras la entrañable misericordia del Padre a través de bellas imágenes y parábolas y miles de gestos de compasión y atención privilegiada hacia los más necesitados, los  pobres y pecadores, llega al final de esta revelación con su propia muerte. Del misterio de la cruz surge “otro rostro e imagen” de Dios: El Dios de la misericordia y el perdón. Un Dios abajado, inclinado, arrodillado a nuestras miserias, abrazando nuestras flaquezas, soportando nuestros dolores, besando nuestras heridas, ungiéndolas con el óleo santo de su misericordia para levantarnos y unirnos con un definitivo beso al corazón del Padre[95].

            Para los Santos Padres asociaban el Espíritu Santo al beso de Dios. Este Espíritu se nos es dado en la cruz: “y dando el último suspiro entregó su Espíritu”. De la gran cristofanía podemos pasar a la gran teofanía. La gran teofanía del Padre, del Hijo y del Espíritu.

            Dios no está impasible ante la muerte de su Hijo. En la cruz, el Hijo llega hasta el extremo de su amor y de su entrega filial, pero también el Padre habiendo tomado la iniciativa de esa entrega llega hasta el fondo de su amor paternal.

Dios no asiste impasible al sufrimiento del Hijo. Si el Hijo sufre la crueldad no es el único que sufre. El Padre sufre también, tanto que no quiere intervenir para preservar a su Hijo de la violencia de los hombres lo cual supondría coartar su libertad.

Su silencio es la paradoja más fuerte de su providencia amorosa y paternal. El silencio de Dios llega a la cima más insospechada. Dios es injuriado en su Hijo y parece callar, no intervenir. Es interpelado por el Hijo y no responde.

Esto lejos de parecer consecuencia de una actitud indiferente y fría puede ser visto como la expresión más pura de su profunda comunión con su Hijo, comunión que implica compasión de amor en el sufrimiento del Hijo[96].

Padre e Hijo están indisolublemente unidos en  sólo ser divino. Esta unidad permanente excluye toda separación en el interior de la Trinidad. Se trata de una unidad que se realiza en el amor. En el momento más penoso de la pasión, cuando la distancia parece crecer entre el Padre y el Hijo se consolida una unión que asegura el efecto esencial de la salvación para la humanidad, llamada a entrar también en esta unidad divina.

Esta unión indisoluble perpetuada en el Hijo con toda la humanidad se lleva a cabo en el Espíritu. El Padre compadecido por toda la obra redentora del Hijo, lo avala con la última palabra que rompe el silencio: la Resurrección. Al amor con que el Padre entrega al Hijo, corresponde el amor con que el Hijo se entrega al Padre y este Amor no es otro que el Espíritu Santo.


Un nuevo culto, un nuevo sacerdocio

            El culto judío se había centrado en el templo y en torno a los sacrificios rituales que en este se ofrecían como expiación de los pecados del pueblo. Cristo sacado del templo y de la ciudad santa inaugura en su Cuerpo ofrecido en la Cruz un nuevo culto, un nuevo sacerdocio, un nuevo templo.

            Cristo inaugura el nuevo culto en su Cuerpo, en espíritu y en verdad. “No quisiste más ofrendas ni sacrificios. Tu Señor me diste un Cuerpo y aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. (Cf. Hb 10, 7). La cumbre del nuevo culto es la realización del plan salvífico del Padre ofreciéndose en la Cruz como rescate por toda la humanidad.

            El verdadero culto se desplaza claramente al culto de la vida, al sacrificio de la propia vida. Cristo deja a su Iglesia el sacramento de este verdadero sacrificio que inaugura un verdadero y definitivo culto espiritual agradable al Padre. (Cf. Rm 12, 1-3).

            El verdadero culto consiste en la glorificación de Dios y proclamación de su obra dejándonos nosotros mismos hacer la obra agradable a Dios. No se pone el acento en la suntuosidad del culto externo en el templo sino en la cotidianidad de la vida ordinaria que ofrecida a Dios con amor se convierta en el verdadero culto agradable al Padre. El verdadero culto es inseparable de la vida y cuán fácil es separarlo.

            El misterio de la presencia de Dios en medio de su pueblo, el lugar de la manifestación como morada de Dios va a ser su Cuerpo. El templo será destruido y profanado y Cristo inaugura en su Cuerpo el nuevo templo. Pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Jesucristo en su Cuerpo, que pasa a ser la Iglesia pasa a ser la nueva presencia de Dios entre los hombres.

            Jesús es la nueva tienda de la presencia de Dios, pero ahora en su carne, hecha verdadera y definitiva morada divina para la humanidad. Jesús es el nuevo templo y su Cuerpo pasa a ser el verdadero santuario, el verdadero y definitivo lugar del culto en espíritu y verdad.

            El verdadero culto y la morada que a Dios le agrada es una comunidad congregada en su amor que pasa a ser sacramento e irradiación de su amor. Una comunidad sacramento, que pasa a ser su presencia entre los hombres, sacramento de Cristo entre los más pobres, indigentes y necesitados, donde Cristo sigue viviendo su Pasión.

            Celebrar la Pascua, la Muerte y la Resurrección de Cristo en su Iglesia es descubrirlo y reconocerlo en el hombre  de hoy, en nuestros hermanos. Esto nos pide un verdadero compromiso, es de eliminar todo cuanto impide a los hermanos vivir la fiesta del perdón y de la reconciliación.

Jesús nos mueve a eliminar todo cuanto impide la solidaridad y la fraternidad, toda opresión, hambre injusticia que son signos de contradicción, para que el hombre no sea ya más victima del hombre[97].   

           
La ofrenda de la vida

            Jesús hace de toda su vida donación, ofrenda a Dios y a los hermanos. Si toda su ida es expresión de ello, lo es más su final en la cruz y su último suspiro: “Padre en tus manos pongo mi vida”.

La primera y última palabra que aparece en los labios de Jesús en el evangelio es Padre. En sus manos vive toda su vida y en sus manos muere. Sus palabras anteriores en la cruz dónde experimenta el máximo abandono también van precedidas de una tierna súplica al Padre. El abandono de Cristo en la cruz no encierra a Jesús en la soledad, sino que paradójicamente, es donde tiene lugar la más perfecta unión con Dios siendo esta unión la que le desvela plenamente como Hijo de Dios.

Como dijo Juan Pablo II: “El grito de Jesús en la cruz no delata angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro pecado, <abandonado> por el Padre el se <abandona> en manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Solo  él que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente que significa resistir al el pecado con su amor…la tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono[98].

Del costado abierto de Cristo nace la Iglesia y un cuto nuevo. La Iglesia, su Cuerpo es el lugar donde él habita y done él viene a manifestarse. El Misterio Pascual de Cristo, no pertenece al pasado, domina sobre todos los tiempos y en todos los tiempos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz, permanece presente en tantos hombres-mujeres  y acontecimientos de la vida de hoy.

            En la liturgia primitiva era una norma la de no disociar la comunión con Cristo y los hermanos. La celebración de la Eucaristía como participación del Misterio Pascual de Cristo debía conllevar una verdadera comunión, reconciliación sincera con los hermanos. Hoy también no se puede celebrar la Pascua sin vivir la justicia, solidaridad, la fraternidad. No podemos venerar su Cuerpo, honrar su Cuerpo y despreciarlo cuando lo vemos cubierto de andrajos.

            La celebración de la Pascua pasa a ser sincera en espíritu y verdad cuando implica la vida desde un verdadero compromiso en el ejercicio de la caridad, la ayuda mutua y la acción misionera, impulsándonos a salir al encuentro sobre todo de los más necesitados[99].

            Su grito de abandono y de tengo sed en la cruz sigue resonado hoy en tantos corazones. Ahí esta Cristo muriendo en la cruz por todos, despojado de todo, totalmente pobre, humilde, desnudo, solidarizándose con todos los abandonados, desposeídos, despojados de la vida. Así esta Cristo hoy como ayer despojado y desposeído absolutamente de todo[100].

            En ese Cuerpo triturado, machacado, convulsionado y retorcido, en aquella piltrafa humana que colgaba sin piedad de aquel madero se nos ofrecía la forma de transformar el odio y la injusticia en la justicia de Dios por el amor la misericordia y el perdón. Padre por ellos me ofrezco, perdónales.

            Nunca en ningún hombre, ni en ningún momento de la historia, ha habido tanta injusticia, tanto pecado junto, como en aquel Viernes Santo. Sobre Jesús gravitaba todos los crímenes y pecados de toda la humanidad, todos cayeron sobre el Justo y fue necesario que el Justo pasara por injusto y que el bendito pasara por maldito para que en esa cruz nos ofreciera el precio de nuestra salvación.

            Desde ese día gracias a tu muerte en cruz y tu resurrección, cuántos crucificados empezaron entonces a anunciar tu presencia amorosa y tu salvación. Cuántos crucificados anónimos arrinconados, empezaron a ocupar una presencia privilegiada para Ti y para toda la humanidad ofreciendo sus vidas como relevo y prolongación de tu misma ofrenda de amor. Hombres y mujeres que pasaban a ser en sus cuerpos humanidad de añadidura redentora que aplacan, compensan, equilibran los pecados, las injusticias y las aberraciones que vivimos en nuestra humanidad dando paso a la misericordia y a la reconciliación.


El tengo sed

            Siempre quedará como enigma el significado de este tengo sed. Siguiendo la lógica joánica no se trata simplemente de la sed física de un crucificado que asfixiado cuando los pulmones se ven ahogados de sangre clama pidiendo sed. Este era efectivamente uno de los más grandes tomentos. Jesús no había bebido nada desde la noche anterior y la pérdida  de la sangre había sido brutal. Clavado en la cruz se hacía más rápida la deshidratación y más a esa hora sexta del mediodía.

            Pero esta sed, siguiendo el paralelismo con la samaritana bien podría significar una realidad más profunda, una sed más profunda, sed de amor, sed de ser amado, conocido, comprendido, correspondido. El amor no es perfecto si no llega a esta correspondencia y reciprocidad en el de amor[101].

Es precisamente lo que intenta Jesús con la Samaritana: “¿Si conocieras <el don de Dios>y quien te pide <dame de beber>, tú le pedirías a él y él te daría <agua viva>. El agua que yo te daré se convertirá en <fuente que salta hasta la vida eterna>” (Jn 14, 18-19). Contemplando a Jesús morir, su última súplica despierta incluso a los más incrédulos la más benévola compasión. Frente a aquel moribundo agonizante que suplica “tengo sed” uno de los soldados tomó una esponja, la sumergió en su jarro, y se la tendió a sus labios con la punta de su lanza. Jesús no la prueba, porque habla de “otra sed”.

Jesús agonizante, impotente, menesteroso, suplica, pide y “esta sed” se descubre precisamente ahí en la contradicción de su impotencia y su súplica despertando nuestra necesidad: “Tú puedes amarme, atenderme, aliviarme, saciar mi sed(Cf. Sal 6,3-5; 59,2-3; 64, 2-3). Jesús, en su impotencia nos hace sentir necesitados y nos mueve a solidarizarnos con él y con tantos con él crucificados. Jesús es el único sacar de nosotros lo mejor, su misma respuesta de amor.

Jesús nos suplica: “quien tenga sed que venga a mí y beba” (Jn7, 37) prueba de mi amor, recibe de mi don entregado y te aseguro que de ti saldrá una fuerza irresistible de amor que te llevará a perpetuar mi entrega en el mundo ante tantos despojados, agonizantes, crucificados del mundo de hoy.

            Esta sed de ser amado, conocido, comprendido, correspondido, es la que expresa Jesús a Pedro cuando después de haber sido tres veces negado busca por tres veces sacar de nuevo la confesión del discípulo. No es nada fácil sanar la herida de una negación y deserción tan grande. Jesús sin embargo después de Resucitado y de haber fortalecido la fe del discípulo, después de cenar, le dirige por tres veces la misma pregunta: “Simón hijo de Juan ¿me amas?[102].

            Pedro necesita experimentar un amor más fuerte que su infidelidad y el Señor levanta su mirada triste y avergonzada hacia él: “¿me amas más que estos?” No sabía Pedro como responder. Tantas veces comparándose seguro que esta ve tenía otra intención curativa la pregunta del Maestro algo así cómo ¿descubres mi amor, cuánto te he amado incluso mucho más que a estos otros tus hermanos que tan sólo me dejaron como tu en el momento de la tormenta pero no me negaron tres veces como lo hiciste tu? Más sin embargo, Jesús más delicado y tierno, no le pone al descubierto tanto su pecado como su mirada de predilección: date cuenta Pedro de cuán grande es mi amor.

            Verdaderamente no comprendías mi gesto de amor cuando, arrodillado ante ti, te pedí que te dejaras lavar mis pies. Verdaderamente decías bien cuando a la mujer “no lo conozco” en la noche del prendimiento y la traición, pues no conocías mi amor de misericordia que no te abandonaba ni te rechazaba aún a pesar de tu rechazo, verdaderamente no conocías mi amor expresado hasta el extremo en la cruz v abajado hasta el fono de la miseria del hombre para levantarle pero ahora si lo conoces.

            Pedro experimenta el beso de Jesús no sólo en los pies sino en la mano y en su boca[103]. No es el amor (beso) apasionado del primer inicio todo fogosidad e impetuosidad del primer momento (eros). Tampoco el amor (beso) fraterno del amigo y compañero de camino con el que te codeabas y bromeabas compartiendo el pan y la vida (philia). Es el amor (beso) esponsal del que te suplica que entres en la verdadera comunión de vida de suerte y de destino (ágape)[104].

            Pedro, tú antes te apoyabas en ti mismo y confiabas en tus propias fuerzas. De ahora en adelante confiarás más en mí que en ti y te dejarás moldear y llevar por mi amor hasta “donde tú no irías”. Necesito Pedro que pongas tu certeza y firmeza en mi infinita misericordia para que ames así con mi mismo amor a tus hermanos.





4.3.  Sábado Santo

La liturgia del Sábado Santo, segundo día del Santo Triduo se centra en la vigilante espera ante el sepulcro meditando la Pasión del Señor y en espera del Resurrección. La Tradición lo tiene como un día de oración y reposo.

El Sábado Santo la Iglesia nos invita a esperar en silencio ante el sepulcro vacío. Dos van a ser las figuras que la Iglesia nos propone imitar la de la Virgen y la de María Magdalena. Ambas permanecen en vela aguardando a su Señor.

María Magdalena ansiosa permanece ante el sepulcro y ante la tumba vacía permanece llorando. Ella representa a la humanidad resignada ante la muerte e impelida a salir a la búsqueda del Salvador.

Nuestras búsquedas  son a veces muy humanas, con parámetros demasiado humanos donde a Jesús es difícil encontrarlo. Muchas veces buscamos a Dios donde no está: “No busquéis al que está vivo entre los muertos” A Dios es difícil encontrarlo cuando vamos con nuestras expectativas de eficacias humanas, de éxito, de poder, de satisfacciones fugaces.

Dios nos pide la perseverancia y la actitud vigilante en medio de la noche. El tema de la noche y de la espera no debe asustarnos. En medio de la noche la espera vigilante y confiada purifica y fortalece el amor. La noche es tiempo de salvación. No debemos apresurarnos ante la falta de pruebas, de eficacias o de resultados inmediatos. Hemos de aprender a esperar a respetar los silencios de Dios y a abandonarnos en él con infinita confianza dejándole a él toda la iniciativa.

A veces los contratiempos y las dificultades forman parte del plan de Dios, la manera de enseñarnos, el medio de agradarle perseverando en medio de la aridez, del sufrimiento, del cansancio y aparente desolación. Lo que importa es mantener clara la conciencia de que todo lo dispone Dios para bien de los elegidos o lo hace concurrir  para bien El no dejara de manifestarse a su tiempo si con confianza perseveramos.

A través de la noche y de la confiada espera Dios dispone el alma para purificarla,  madurarla en el amor y capacitarla para un más profundo conocimiento y comunión de amor. Dios no resucitó a su Hijo de una forma inmediata sino que también dispuso de este tiempo de espera. El Señor también pasa por la noche de la agonía y la angustia del corazón para convertirse en guía de nuestra salvación.

También a su Madre dolorosa al pie de la cruz no le evita el sufrimiento y la invita a unirse a su pasión de amor. No la priva de la noche y la angustia del corazón para que también a través de ella aprendamos que también el dolor es la llave santa de la santa puerta. También el dolor es vía de conocimiento amoroso y quizá la puerta que nos abre el acceso al corazón traspasado de Jesús. El padecer amando y aguardando es el amor más puro, purificado en el sufrimiento.[105]

A nosotros nos gustaría que siempre fuera de día y con un sol radiante y no escogeríamos la noche, pero la noche también es camino hacia la Resurrección.. Un gran silencio y oscuridad envuelve la tierra cuando la luz se esconde.

Dios a través de su Hijo quiso descender hasta los abismos, hasta las más sombrías tinieblas para sacarnos de las oscuridades más lúgubres y abrirnos a su luz.      Despierta tu que duermes levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz… El baja a levantarnos a rescatarnos de entre los muertos y darnos su vida inmortal[106].



            4.3.1  Sepultura de Jesús Mc 15, 42-47

El evangelista nos describe la última acción antes del Sábado: el descendimiento de Jesús de la cruz. José de Arimatea miembro respetable del consejo se dirige directamente a Pilato y pide permiso para tomar y descender el cuerpo de Jesús de la cruz . Cerca ya de la puesta del sol, José e Arimatea con Nicodemo y Juan y con la ayuda de algunas mujeres se disponen a bajar a Jesús[107].

En el más profundo silencio procedieron a la tarea de desclavar a Jesús de la cruz tratando su cuerpo con todo mimo y veneración[108]. ¿Cómo lo sostendría su Madre y lo limpiaría con su manto comenzando a limpiar su rostro y tocando sus heridas como acariciándole?. Su ternura seguro era mayor que su tristeza. Inclinada sobre su cuerpo permanecería con su rostro pegado al cuerpo inerte y frío de su Hijo dándole calor como si éste fuera a despertar y transcurriera sin tiempo toda la eternidad. Las mujeres procederían a colocar su cuerpo en una sábana con la que lo envolvieron, para que luego los varones cargaran con él hasta trasladarlo a la sepultura[109].

A pocos metros de donde fue crucificado, a la vuelta de la colina donde fue crucificado estaba el sepulcro que había mandado construir José de Arimatea, un sepulcro nuevo donde todavía no había sido enterrado nadie. Una vez introducido en el las mujeres envolvieron el cuerpo con vendajes empapados con ungüentos y colocando sobre él un sudario. Luego los varones procedieron a cerrar la puerta con la inmensa piedra que en forma de rueda de molino hicieron deslizar hasta que quedaba frenada en un surco a su caída. Con todos estos preparativos no es de extrañar que se hiciera ya de noche y se entrara pues en la vigilia del sábado.

La comitiva de los  siete testigos presenciales de esta sepultura, retornarían con el forcejeo de algunas de las mujeres que querían permanecer allí. Las mujeres, mucho más intrépidas y leales que los discípulos, permanecieron a su lado sobre todo en este ultimo desenlace de su muerte y su entierro. Sorprende como paradoja que los discípulos, que le habían acompañado durante toda su vida pública, ahora no estuvieran, salvo el más joven de ellos, que quedó tan vinculado a la Madre de Jesús desde su mismo encargo bajo la cruz. Vuelve a repetirse el contraste de la luz en medio de la oscuridad de la noche.

Estas mismas mujeres iban a ser recompensadas por Jesús convirtiéndose más tarde en las primeras testigos de su resurrección. Jesús iba a recompensar su fe y su búsqueda después de aparentemente haberse perdido y desmoronado todas las posibilidades humanas. Algo hacía presagiar que todo no podía haber sido un absurdo y sobre todo María la madre de Jesús les movía a esperar contra toda esperanza.

Los sacerdotes después de regresar del oficio vespertino del templo se reunieron de nuevo donde hacía poco, la noche anterior, habían convocado el proceso de Jesús y mandaron a Pilato que pusiera una guardia en el sepulcro para evitar que los discípulos lo robaran y difundieran “el bulo” de una resurrección tal y como él había predicho. Pilato accedió a lo que le parecía una extravagante idea y les proporcionó una guardia para asegurar el sepulcro. Fueron pues y sellaron y custodiaron la sepultura de Jesús.

Por fin vino la paz, el descanso, al final de tan intenso y dramático final donde se habían acumulado tantas experiencias impactantes en tan poco tiempo. Es como si se hubiera llegado al límite y ya los cuerpos no pudieran más y pidieran el exigido descanso y reposo para dejar también reposar tantas experiencias y sentimientos tan dispares. Pero ¿dónde podrá hallar descanso nuestra debilidad? Nuestra humanidad no encuentra descanso seguro y tranquilo hasta dar con el Señor. Grita el mundo nos oprime las asechanzas y nos resistimos a pensar que todo ha acabado. En medio de la noche y del silencio parecen resonar las promesas del Señor: “Confiad en Dios y volveréis a alabarlo”.



            4.3.2 Corolario

                        Maria en la Pascua y en toda su vida

“Junto a la cruz de Jesús, <estaba> su madre, con Maria la hermana de su Madre, esposa de Cleofás y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo que más quería dijo a la madre; mujer ahí tienes a tu hijo y al discípulo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 25-27)

María ocupa un lugar central en el Misterio Pascual aunque su presencia sea siempre discreta hasta silenciosa[110].  María está de lleno y de pleno inserta en el Misterio y unida con un lazo indisoluble a la obra de su Hijo[111].

¿Cual ese “stabat” de la Madre? Si recorriésemos toda la vida de Jesús descubriríamos que no ha habido un sólo momento donde su Madre de una u otra forma no haya estado presente existiendo entre Madre en una profunda comunión física y espiritual[112].

Esta comunión se expresa de una manera muy honda  en los últimos momentos con Jesús al pie de la Cruz. Al final María al pie de la cruz participa de ese momento del camino de Jesús que es también su camino. María se asocia como nadie a la Pasión de su Hijo. Diríamos que en la cruz en el intercambio entre Jesús y Juan y en Juan cada uno de nosotros, María sufre la separación de su Hijo para pasar a ser madre de todos los creyentes.

Este nacer a esta maternidad y fecundidad espiritual conlleva su muerte. María ha debido sentir en ese momento algo semejante al abandono que experimenta el Hijo en la cruz. Abandonado El y abandonado ella, como una comunión extensísima con su Hijo comulgando con sus mismos sentimientos de una purificación que es redentora.

No es de extrañar que Dios prepare la fecundidad espiritual en medio de pruebas, persecuciones, incomprensiones. Dios más que las obras que podamos hacer nos pide que nos dejemos hacer la obra de Dios, lo que conlleva una desolación, desposesión de nuestra propia obra para que pase a ser la obra de Dios.

María es propuesta como modelo ejemplar para la Iglesia en la escucha de la palabra, en la oración, en la maternidad virginal, en la ofrenda sacrificial y en la fecundidad espiritual. En María la Iglesia contempla admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y descubre en ella como la más pura imagen de lo que ella misma ansía y espera.

María en las Bodas de Caná ya está prefigurando el misterio y señalando “la hora”. María viendo la ausencia del vino y la tristeza para los novios y comensales pide a los servidores que hagan lo que él les diga. Sin saberlo adelanta aquella hora que Jesús había determinado para dar a conocer su gloria. El Misterio Pascual de Cristo fue anticipado en María. Cristo en Caná preanuncia de alguna manera que todavía no ha llegado “la hora”, “el día de su boda nupciales” que celebraría en su Pascua. Allí en la cruz “bajo el manzano donde nos concibió(Cf. CC 8,5), nos daría a beber del “vino nuevo y aromado (Cf. CC 8,2), nacido de la Pascua hasta hacernos experimentar a todos la alegría de la Resurrección.

María en la Cruz está presente donde el Misterio de su Hijo se revela plenamente. María que ha acompañado escondida y silenciosamente a su Hijo en toda su vida mucho más ahora en su amino a Jerusalén, hacia la Cruz y la Pascua. Alí se encuentra precisamente en “la hora” del Hijo, porque ha caminado siempre con él. Allí nos la da el Hijo como madre porque sabía que la necesitábamos como él la necesitó. María, ”la nueva Eva”, sostenida por la fe, por la esperanza y llena de amor, llega a ser modelo para toda la Iglesia[113].

 María más tarde con los discípulos en el cenáculo va ser modelo de la Iglesia que en oración espera al Espíritu. María como nadie participa de la Pascua del Hijo y de la alegría de la Resurrección. María como “mujer nueva” es el fruto más espléndido de la gracia, que ha vivido como “madre” junto al “hombre nuevo” y ha bebido del “vino nuevo del Misterio Pascual.

María está presente en el Cenáculo, presente en Pentecostés, en la oración en común, como madre de Jesús y made de la primitiva Iglesia. María Virgen de la Pascua está en la Iglesia orante de la Ascensión y en espera del Espíritu hasta la efusión del Espíritu Santo.

La Iglesia quiere vivir el misterio de Cristo con Ella y como Ella, allí donde la Iglesia siente más próxima en la fe, la presencia de Cristo su Señor, allí también experimenta la comunión más intensa, con Aquella que está unida a Cristo en su gloria.


                       
Con Maria al pie de la cruz preparando las promesas

María va a ser para nosotros el mejor modelo de itinerario espiritual que va desde el nacimiento hasta la muerte y la Resurrección. Para nosotros el camino hecho por María desde la Anunciación hasta la venida del Espíritu Santo va a ser paradigmático[114].

Como María recorre este peregrinar de fe desde la Anunciación pasando por la Visitación, el Nacimiento, la Presentación y circuncisión en el templo, la Huida a Egipto, la presentación y perdida de Jesús en el templo, las Bodas de Caná, hasta la Cruz y después la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés  así tenemos a María como modelo y compañera que ilumina nuestro camino.

Como María y con María estamos llamados a permanecer como ella al pie de la cruz y a mantenernos firmes en la fe y la esperanza de la resurrección en medio de todas las pruebas y dificultades que pudieran venir.

Nada más grande que ver a María en ese primer cenáculo de la primera Eucaristía como si de ella quedara prendara para toda la vida[115]. María en oración y vigilante espera con los discípulos va a prolongar la Pascua de su Hijo hasta la recepción del Espíritu en Pentecostés. Es la venida del Espíritu, la que formó en ella en la Anunciación la concepción del Cuerpo de Jesús, y es en Pentecostés, donde por la acción del mismo Espíritu, forma la Iglesia, el Cuerpo de la Iglesia.

María es modelo de culto espiritual ofrecido a Dios en una existencia toda ella orientada al cumplimiento fiel de los designios de Dios y toda ella puesta al servicio de los hermanos. “Ofreced vuestras vidas como hostias vivas”, este ha de ser vuestro culto espiritual agradable a Dios” (Cf. Rm 12, 1-3)

María, mejor que nadie, nos introduce en el mismo misterio de su Hijo. Antes de pronunciar las promesas en la invocación a la Iglesia del cielo, se invoca a ella en primer lugar, en compañía de todos los santos. Especialmente cuando nos ponemos delante del baptisterio primero de su Hijo, junto a la Cruz, queremos reconocer a aquella que “stabat” presente en el parto de su Hijo y en el parto de la Iglesia[116].

Con ella contemplamos nuestro origen, de donde venimos y a donde vamos. Como del costado de Adán fue formado Eva, del costado de Cristo nace la Iglesia. Del Bautismo de Cristo nacemos todos. Asociándonos al Bautismo de Cristo en la Cruz todos somos bautizados y resucitados a una vida nueva. Cristo nos dio una madre, la Iglesia y en ella a María, para ser alimentados. Ella nos enseña alimentarnos y a beber de la sangre de su Hijo que brota de su costado, que es su propia sangre.

Como María estuvo junto a la Cruz, María está junto a nosotros en el Bautismo, como lo estuvo en el acontecimiento salvífico de su Hijo. Esta junto a toda fuente bautismal donde en la fe nacen a la vida divina los miembros del Cuerpo Místico que son también sus hijos.

María está junto a nosotros junto al altar. Allí donde se celebra el memorial de la Pascua, María sigue presente adhiriéndonos e invitándonos a tomar parte en el sacrificio de su Hijo. María está presente en cada memorial porque estuvo allí presente con su Hijo.

María está junto a nosotros en todo cenáculo. Como los discípulos reciben con ella el Espíritu, también nosotros queremos participar de esta Santa Unción y efusión pentecostal del Espíritu. María sigue presente hoy en su Iglesia como intercesora, medianera y auxiliadora.

Nosotros también queremos participar del nuevo culto del Hijo y de la Madre ofreciendo también nuestras vidas, pero lo queremos hacer como lo hizo el Hijo de las manos de la Madre. María esta con nosotros preparando cada vigilia y disponiéndonos con los hermanos y hermanas a renovar las promesas. Como nos sentimos pobres pecadores indignos de tal acción recurrimos a ella y a todos los santos del cielo implorando su intercesión. Ella nos cubre con su manto y nos dispone de las vestiduras blancas para tal celebración.

¿Quiénes son éstos que se ofrecen ante el altar de Dios? Venimos de la gran tribulación. Fuimos exiliados de la gran asamblea difamados y sentenciados a muerte. Pero ahora volvemos, los que partimos con lágrimas regresamos entre cantares. Queremos celebrar la fiesta y la Pascua de Resurrección en cada lugar dónde se padeció. La vida ha vencido a la muerte y el amor al odio y al rencor. ¡Cantemos  el “halleluya”, un canto de victoria, un canto de Amor[117]!  





4.4      Domingo de Resurrección

Llegamos al gran día de la Pascua o mejor dicho la gran noche: La gran santa noche de la gran Vigilia Pascual centro donde gravita todo el Misterio Pascual.

La gran Vigila Pascual es sin lugar a dudas el punto culminante y en los primeros orígenes la única celebración litúrgica. Luego la incorporación del resto de los días, tendrían sentido como preparación previa de este día, el gran día de la victoria de Cristo, de su Resurrección.

La Eucaristía de la Vigilia era la gran Eucaristía del año, donde se celebraba la alegría de la Pascua y se rompía el ayuno y el carácter penitencial. Toda la celebración se empapaba de un fuerte carácter festivo.

La gran vigilia se va enriqueciendo progresivamente de diversos gestos o ritos con fuerte contenido de significado que iban dando realce a la celebración. Así se introduce una apertura con el rito del fuego y el antiquísimo rito del lucernario significando la Luz Pascual de Cristo que vence las tinieblas y anuncia la resurrección[118].

La extensa liturgia de la palabra es el memorial agradecido por la salvación a lo largo de toda la historia y que culmina con el anuncio del Evangelio proclamando el Cristo vivo de la Pascua[119]. Después de la narración de las distintas alianzas que hizo Dios con su pueblo las tres últimas lecturas están directamente orientadas hacia la celebración inmediata del Bautismo.

Después del evangelio esta el rito del Bautismo y la renovación de las promesas[120]. Después de una larga preparación a través de toda la Cuaresma con la sucesión de las grandes catequesis mistagógicas.

Al rito del Bautismo y promesas seguía la celebración de la liturgia eucarística como culminación del memorial de la muerte y Resurrección del Señor. La vigilia dominical terminaba con el amanecer y en un principio era la única celebración del domingo.

La gran noche santa es pues toda una explosión jubilosa, exultamos llenos de gozo el halleluya Pascual con la victoria definitiva del bien sobre el mal.

La Resurrección es el sí del Padre a la vida y a la obra del Hijo. El silencio del sábado y de la noche se rompe  con la aurora de la resurrección. Es el grito jubiloso pletórico de e y esperanza porque anuncia lo que todos veremos cuando lo veamos con su fulgurante gloria.

La certeza de este grito gozoso proclama que todo abismo de mal en el mundo ha sido traspasado y sofocado por el abismo de amor y que no hay situación que no tenga superación y redención desde el poder y la fuerza poderosa de su amor. Su amor y su poder es capaz de hacer nuevas todas las cosas. El Resucitado inaugura verdaderamente un mundo nuevo, un orden nuevo de cosas, transforma el sentido e la vida y de la historia y la encamina hacia un final feliz.

Nunca aconteció en la historia humana un hecho similar de fe en la resurrección definitiva y gloriosa de un hombre del que se verificara su muerte y su sepultura. Cristo se levanta como el sol del nuevo día sin ocaso y sin fin. El Cirio encendido es el símbolo de esta luz que no tiene ocaso.

El cristianismo empieza con el anuncio e aquellos testigos que afirman haberlo encontrado resucitado dando pruebas y señales de que esta vivo y no ya provisto de una dimensión sólo humana sino revestido de toda su plenitud divina. Y lo más grande no es sólo el poder de  su resurrección sino por ese mismo poder el poder de su resurrección en nosotros, dándonos a participar de su vida divina con la potencia de su Espíritu.

La Iglesia aparece como esa comunidad de creyentes reunida ante el Resucitado que recibe el poder el Espíritu para convertirse en sacramento de su salvación El Resucitado está con nosotros y junto a Él estamos capacitados para vencer el mal con el bien y para extraer del mal el bien más grande.

La Pascua de Jesús para los que aún peregrinamos en este mundo no nos exime del mal, no nos sustrae a un mudo irreal, ilusorio, sino a una existencia de fe más real que la vida misma llena de esperanza y de amor. Sí, la Pascua de Jesús no nos trasplanta automáticamente al Reino. Es la puerta de entrada como camino a recorrer de purificación y maduración en un amor ya vivo y operante en nosotros y que tiene un punto de partida y de llegada. Su amor y su vida que en Él no tiene fin.

Esta es la fuerza y el sentido de la Pascua. El Misterio Pascual comprenderá por toda la eternidad la muerte y la Resurrección inseparablemente porque Dios ha elegido salvarnos así. Para nosotros participar de la Pascua de Jesús supone en cierta manera participar aquí y ahora en la perdurabilidad de gestos de fidelidad, de paz, de amor, de perdón, donde uno se abandona y confía a la obra del Crucificado-Resucitado que ha vencido la muerte[121].

La Resurrección de Jesús no es sólo esperada después de la muerte, es un hecho Pascual presente que se realiza día tras día en aquel que cree, espera, sufre y ama y que en lo cotidiano hace experiencia de Cristo y de su amor que lo soporta y transforma todo. Nuestra Pascua es toda la liberación del mal, de la depresión, del miedo, de la angustia, que el Señor realiza en nosotros en camino de liberación definitiva del pecado y de la muerte en la Pascua eterna.


            4.4.1 El mensaje Pascual: Mc 16, 1-6

De madrugada, el domingo, el primer día de la semana fueron las mujeres al salir el sol y al llegar donde el sepulcro para embalsamar el cuerpo[122], cuando vieron la piedra corrida y entrando en el sepulcro vieron la tumba vacía. Junto a la tumba un joven vestido de blanco les dijo: “No os asustéis, Jesús Nazareno, el Crucificado, no está aquí, HA RESUCITADO(Mc 16,7).

El primer relato que abre la Semana Santa era una unción y coincide con el relato de otra unción en esta primera semana que se va a convertir en el anuncio gozoso de la Resurrección. Vuelve el contraste entre la primera triste unción que anunciaba la muerte y la sepultura y esta gozosa unción que anuncia la Resurrección.

El acto de veneración, de piedad y de amor de aquellas mujeres que van al sepulcro es ahora elogiado y recompensado infinitamente por el gozoso anuncio de la Resurrección[123]. Se rompe por fin el silencio y se acaba por fin la búsqueda y la espera.

La experiencia de fe de la Pascua no se va a estribar en valoraciones, suposiciones o argumentaciones humanas. No es conclusión de unos datos revelados sino de un acontecimiento revelador, de una experiencia de fe vivida en comunidad.

No se trata tanto de que nosotros encontremos a Dios sino en que Dios sale a nuestro encuentro. Se trata de dejarnos encontrar, de haber sido por Él alcanzados e incorporados a Él, habiendo sido objetos de todo su amor y de todo su perdón para convertirnos así en testigos del Resucitado.

El mismo joven sentado en la tumba vacía que les ha anunciado la Resurrección termina diciendo a las mujeres: “Id y decid a sus discípulos que él os precederá en Galilea y allí le veréis tal como os dijo”. Este pesaje Pascual encierra todo un significado. Este “Id a Galilea y allí le veréis”, supone un retornar al origen, al escenario del primer llamamiento y del primer anuncio de Jesús, allí donde todo comenzó, para  al fin creer que todas sus promesas se hacen realidad. Supone el definitivo rencuentro con él, que permitirá de ahora en adelante, un nuevo seguimiento en un permanente encuentro. Se lleva a cabo como una nueva llamada al seguimiento, desde la constatación irrenunciable de su acción y de su Resurrección.

Así, los discípulos y la nueva comunidad en torno al Crucificado-Resucitado, reiniciaba de nuevo el seguimiento para dar paso a la verdadera fe y al seguimiento auténtico desde el encuentro personal con Él. Un encuentro dónde él no se manifiesta más sólo en clave humana sino desde una humanidad gloriosa y resucitada.

Es el Resucitado que como buen Pastor sale al encuentro de los suyos hasta congregar a todos los que estaban dispersos. Aquellos que se veían acosados por el miedo pasan de repente al anuncio jubiloso de la fe, del silencio angustiado, al testimonio más valiente e intrépido.

El alba de aquel Domingo era el preludio de una primavera nueva, signo y presencia en germen de la Pascua definitiva y eterna, los nuevos cielos y la nueva humanidad renovada por la fe gozosa de la Pascua. La celebración de la Pascua no quedará reducida a una celebración anual, ni siquiera semanal o de un día de domingo, sino de todos los días.

Levantarse cada día experimentando la nueva vida que nos ha sido dada en Cristo. Cuando los enemigos del Justo, creían haber obtenido por fin la victoria, Dios irrumpe de forma inusitada y se hace cargo de la suerte del Justo y lo rescata. Es la acción poderosa de Dios que despierta de la muerte al Cordero Inocente y lo hace resurgir del polvo y de la muerte a una vida nueva, imperecedera y eterna.

No se trata de una simple liberación o vuelta a la vida, sujeto a las mismas limitaciones, sino la inauguración de una nueva vida, germen de un reino nuevo donde se da la liberación plena, no sometida ya a ninguna limitación. Dios sale al encuentro de los que se veían perdidos y se revela como el Dios amoroso, fiel a sus promesas, como el Dios que ofrece a todos su amor y su perdón, como el Dios que pasa a ser el Señor al acoger a aquellos que no podían esperar más que la muerte.

La secuencia de las apariciones, sobre todo en esa primera semana, marca la nueva vida del cristiano y de la comunidad cristiana como en una permanente sucesión de encuentros con el Resucitado. “Allí le veréis”, en cada  encuentro de la comunidad, en cada celebración rememorando su presencia y partiendo el pan, en el anuncio gozoso de la fe de la Pascua. Cuando los discípulos daban testimonio, Él se hacía presente y certificaba con sus propias palabras lo que decían y anunciaban los mensajeros.

Y sobre todo y por encima de todo, Él se hace presente cuando en su mismo amor perpetuamos su entrega. Su mensaje y mandamiento principal es el del amor, ahí me descubrirán y me reconocerán todos. Jamás existió un distintivo más valioso, una exhortación más persistente, ámense los unos a otros y vivan como verdaderos hermanos, sean uno y en eso reconocerán que Dios es Padre de todos.



4.4.2 Corolario


            La Gran noche  de la Gran Vigilia

            Como ya dijimos La Gran Vigilia de Pascua de Resurrección es la vigilia de las vigilias, la madre de todas las vigilas cristianas. Se trata de introducirnos y contagiarnos del gran gozo de la alegría Pascual y no dejar que esta mengüe o se extinga durante toda nuestra vida.

            Recapacitemos ¿Qué pasó esta Noche Santa? Pasó el Señor de la muerte a la vida y nosotros con él. Miremos al lugar donde fuimos concebidos y recapacitemos en el precio al que fuimos comprados. No con bienes efímeros de oro o plata sino con la preciosísima sangre de Cristo. El es nuestro rescate, El Cordero inmolado por nosotros.

            El es nuestra Pascua, nuestra victoria, nuestra luz y nuestro guía, nuestra salvación y nuestra Resurrección. El es nuestro Señor el que os congregó haciéndonos su pueblo. Los que andábamos errantes, sin patria, no  éramos pueblo y ahora hemos pasado a formar parte del pueblo de Dios. Entremos a celebrar La Noche Santa, La Pascua Divina. La gran sala de bodas está llena y todos estamos invitados al banquete nupcial.

La tradición cristiana quiso perpetuar la Pascua celebrándola cada año, dando inicio al año litúrgico y manteniéndola viva todo el año y toda la vida[124]. La Iglesia nace de la Pascua, del sacrificio de Cristo y de su Misterio Pascual. Cristo, su Cuerpo y Sangre entregado y derramada es el nuevo templo y da origen al nuevo culto, la nueva fuente y el nuevo altar donde se funda la nueva Alianza, donde se consagra la nueva comunidad, el Cordero, el Sacerdote,  el sacrificio y banquete que congrega a la nueva comunidad de creyentes y el Espíritu de esa nueva comunidad.

La Iglesia que surge en esa comunidad de creyentes, cree, celebra vive y anuncia su fe[125]. Desde los primeros siglos la Iglesia celebra el misterio de su fe que gira en torno a la Pascua. El primer anuncio de la fe, el “kerigma”, hunde su raíz en el Misterio Pascual. Es fácil constatar la celebración de la Pascua a través de numerosos testimonios[126].

            También nosotros en compañía de la Madre, de los hermanos del cielo y de la tierra queremos seguir celebrando la alegría de la Pascua durante toda nuestra vida, viendo nacer del agua y del Espíritu a numerosos hijos de Dios. María que se modelo de la Iglesia en cuanto su maternidad y fecundidad nos invita a colaborar con Dios en su obra redentora en la gestación y formación de sus hijos en su gran hogar de la Iglesia.

            Ella nos invita a permanecer en la cruz de cada hijo, sosteniendo, alimentando y fortaleciendo la fe de sus hijos.

    
Celebrando la Vigilia de Resurrección con María

            ¿Que celebramos en esta Noche Santa? La Resurrección del Señor y la nuestra. En vano celebraríamos la Resurrección  del Señor sino resucitáramos nosotros con él. El esplendor del amor de Cristo se irradia por nuestras vidas y su luz ilumina nuestras vidas. El esplendor de las antorchas que siguen el lucernario es expresión de la nube de fuego que iluminaba al pueblo por el desierto. Las antorchas encendidas son los símbolos de los deseos de todos[127].

            Los himnos y cánticos que cantamos son como un río de gozo que desciende de los oídos a nuestras almas llenándonos de esperanza. Esta noche brillante e luz que une el esplendor de las antorchas a los primeros rayos el sol y que hace con ellos un solo día sin dejar intervalo a las tinieblas[128].

            La experiencia viva de fe trasmitida, la oración compartida, el amor entre hermanos, la paz y la concordia que experimentamos entre nosotros es la experiencia de su Resurrección en nosotros y la participación del misterio que celebramos[129].

La experiencia de su Resurrección nos lleva a celebrar y anunciar su Resurrección haciéndonos testigos del poder de su amor en nuestras vidas y disponiéndonos a colaborar  y  secundar su obra salvadora a través de nuestras vidas.

            Todo es respuesta a su gracia. El nos amó primero. Se trata de una respuesta agradecida a su inmenso amor totalmente inmerecido. ¿Cómo le pagaremos al Señor todo el bien que nos ha hecho?

            Levantaremos ante toda la asamblea nuestras manos en alabanza y proclamaremos su inmenso amor y su infinita misericordia. Profesaremos juntos las promesa de nuestra consagración a su amor.

            Queremos por puro amor y agradecimiento darte una respuesta de amor a tu inmenso amor con la ofrenda de toda nuestra vida, ofrecernos como dones que se asocian a tu gran ofrenda al Padre y que tú haces bendita.

            María es para nosotros el mejor modelo en enseñarnos a vivir una vida eucarística, eucaristizada, haciendo de la propia vida un culto semejante al suyo y a su Hijo agradable a Dios En Jesús el Servidor y María la humilde Servidora encontramos los mejores modelos para vivir nuestra consagración.
           
            Ayudarnos Señor y Señora a vivir como servidores vuestros desde una vida ofrecida a Dios y al servicio de nuestros hermanos buscando que todos las hijos de Dios, sus hijos, reproduzcan lo mejor posible el amor y los rasgos del Hijo, formando todos una verdadera familia de hermanos.

           
            La renovación de las promesas

            La Tradición muy pronto asoció esta gran noche de la Vigila Pascual, celebración del verdadero Bautismo del Señor, como el momento más idóneo para celebrar el Bautismo de los que iban a ser incorporados a Cristo y a su Iglesia[130]. A estos nuevos candidatos se los llamaba catecúmenos por la preparación que debían recibir con una catequesis adecuada. La misma preparación hizo que la celebración litúrgica se fuera alargando y enriqueciendo de ritos y simbolismos para hacer una catequesis más mistagógica, iluminativa, del misterio que iban a celebrar y tratando de perpetuar este misterio cada vez con más fidelidad. Nuestra celebración de la Semana Santa tiene una correlación muy grande con la práctica de la primitiva Iglesia.

            La Iglesia primitiva de Jerusalén comenzaba el sábado anterior a la semana santa en Betania celebrando el banquete de la unción. El Domingo se celebraba una procesión con palmas y ramos de olivos invitando a los niños a participar desde el monte de los Olivos a Betfagé y desde allí hasta la Anástasis imitando cuanto hicieron con Jesús. El lunes, martes y miércoles también se tenían celebraciones[131]. El Jueves Santo además de la celebración eucarística se hacía una vigilia del Señor para recordar la agonía en Getsemaní. El viernes Santo se leían lecturas que se referían a la Pasión y se veneraba la cruz en el lugar donde murió el Señor, el sábado con ayuno y oración se preparaban los que iban a recibir el Bautismo y se preparaba la gran Vigilia Pascual en La Iglesia Mayor y madre de todas las iglesias, con la lectura de la Resurrección ante el sepulcro vacío y la fiesta continuaba durante todo el domingo[132].

            Durante la Cuaresma, rememorando los cuarenta días de oración y ayuno de Jesús y los cuarenta años de peregrinación de los isrealitas por el desierto, los cuarenta días estaban llenos de catequesis con gran significado. Se realizaba con los catecúmenos toda una profunda formación catequética con catequesis mistagógicas siguiendo los ritos de la iniciación cristiana[133]. Se utilizaba una variada expresividad de símbolos que los Padres comentaban en sus homilías mistagógicas, cada rito era explicado con su significado místico[134].

            Se daba mucha importancia al carácter litúrgico simbólico y ritual de las celebraciones dando el paso de la anámnesis, como memorial, a la mímesis, como imitación. En rito del Bautismo proliferaba en estos signos de una manera especial como lo era leer la letanía de los santos, la bendición del agua y fuente bautismal, las oraciones propias en la unción, crismación, el éffata, etc.

Entre ellos tomaba especial interés las renuncias y las promesas del Bautismo. Pronto la Pascua de los neófitos se extendía a toda la asamblea que celebraba junto con ellos la renovación de las promesas bautismales. Tomó también mucha fuera el momento de rezar todos juntos el “Padre nuestro” y el rito del “beso de la paz”.

            La celebración bautismal se iniciaba tras la liturgia de la palabra y justo después de la homilía con la procesión de los catecúmenos, la letanía de los santos, la bendición del agua, Las renuncias, la triple profesión de fe, la triple inmersión, la unción y la crismación.

Tras la celebración del rito del Bautismo, los catecúmenos pasaban a ser “neófitos” con pleno derecho a recibir la Eucaristía sacramento cúlmen de la iniciación cristiana con el que eran definitivamente incorporados a la comunión con Cristo e incorporados así plenamente en la comunidad cristiana, cosa que tomaba especial significado en el momento de rezar el “Padre nuestro”.

            También nosotros haciendo memoria de nuestro Bautismo se nos exhorta a renovar las promesas y a abrirnos con un confiado abandono al abrazo misericordioso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para hacerlo extensible en ellos a todos los hermanos.


Una vida nueva en Cristo, en su Iglesia, en comunidad.

La resurrección de Cristo es para todos, germen de vida nueva. Nuestra vida está ahora injertada en Cristo, con Cristo en Dios. Toda nuestra existencia  está ahora inserta en Cristo y en su Misterio Pascual. Quien cree y vive en Cristo es una criatura nueva, lo viejo ha pasado y participa de la novedad de la filiación divina del Hijo de Dios que nos llama a vivir en fraternidad universal con todos los hombres.

Somos herederos del Reino y participes de la paz y reconciliación que ha establecido Cristo en la cruz entre Dios y el mundo. Ninguno de nosotros vive ya para sí mismo. Si vivimos o morimos somos del Señor (cf. Rm 14,7). Cristo nos lo ha dado todo, se nos ha dado así mismo y con él y a través de él todas las cosas. La salvación es don de Dios en Cristo. Nuestra salvación reside en Cristo por medio del Espíritu, sólo en Cristo en su persona se nos otorga la plenitud del don salvífico otorgado por el Padre.

Aunque  participamos en la fe de este don, de este nuevo estado de cosas, mientras vivimos en este mundo lo vivimos en esperanza, aguardando con paciencia, las realidades futuras. Estamos bajo la guía y la ley del Resucitado. Él nos pone en el camino hacia la cruz con la esperanza de quien al resucitar, ha vencido al mundo. Cristo como primicia lo ha realizado y ahora camina con nosotros.

Este camino no ha querido Dios que lo recorriésemos solos. En este camino no estamos solos, caminamos en Iglesia, en la Iglesia, en comunidad, nos ha dado hermanos para caminar. Ahora podemos descubrir a Cristo en su Iglesia a través de la oración, la liturgia, los sacramentos. La vida en Cristo es una vida nueva en comunión, en comunión con Cristo y con los hermanos.

La comunión es don, comunicación de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Se hace realidad en esta comunicación personal de Dios que sale a nuestro encuentro en Cristo y que nos invita a vivir como hermanos. La comunión con Dios no se da sin la comunión con los hermanos.

Dios nos reconcilia consigo y nos capacita para una vida nueva a fin de que vivamos como hermanos en fraternidad universal con todos. No existe filiación sin fraternidad[135]. La salvación sólo puede darse en comunidad, en la comunidad salvífica que es la Iglesia. La Iglesia, el pueblo de Dios, es el sujeto y el portador de la salvación en el mundo. La Iglesia es y será, la asamblea, fraternidad en Espíritu, semilla y germen del Reino de Dios.

No es accesorio sino esencial la pertenencia a la Iglesia, en la confesión de fe, en los sacramentos, en los ministerios y la obediencia a la jerarquía. Celebrar, participar en la Iglesia de la Pascua y recibir la Eucaristía ha de llevarnos a implicarnos en la dinámica de su entrega. Aceptando y recibiendo el amor de Jesús, hemos de aprender a difundirlo entre nuestros hermanos especialmente a los que más sufren, a los más pobres y necesitados, solo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua[136].


Una vivencia inserta en Cristo y en su Misterio Pascual
        
        
Todos nosotros somos invitados a actualizar este misterio en nuestras vidas configurándonos cada vez más con Cristo estableciendo cada vez lazos de comunión cada vez más profunda con Dios y con los hermanos.

Dios nos ha dado la salvación en Cristo. El camino hacia el Padre nos lo ha abierto Cristo. Cristo camina en este camino con nosotros. Este camino supone llevar al hombre desde la lejanía de su pecado, hasta la misericordia de Dios.

La dinámica del seguimiento y la conformación en Cristo da toda nuestra vida hasta nuestra muerte, dónde se da esta plena incorporación y verdadero nacimiento, por ello que mientras dure esta vida, nos mantenemos en una dinámica Pascual de muerte y resurrección y conversión permanente.

Nosotros somos llamados a permanecer en una experiencia viva de su presencia en nosotros y entre nosotros dejándonos guiar por su Espíritu colaborando con él en su plan de salvación. Nos anima e impulsa el amor de Cristo, el Crucificado-Resucitado: “No hemos de temer[137]. Arriesguémonos a seguirle y anunciarle, dejemos que Él sea nuestro el Camino, la Verdad y la  Vida, nuestra salvación y nuestra felicidad[138]. Dejemos que Él ocupe toda nuestra vida para alcanzar con Él todos nuestros anhelos y aspiraciones.

Miremos al Crucificado-Resucitado, es la revelación más impresionante del amor de Dios y no nos conformemos con contemplarle, venerarle, adorarle o reconocerle y comprenderle, ni incluso meramente aceptarle o confesarle. Aceptar su amor no es suficiente, hay que corresponderle imitarle y anunciarle. Cristo nos atrae y nos une así para que aprendamos a amar a los hermanos como Él nos amó[139].

No hay transformación del mundo que no pase por una transformación del corazón. Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, un cambio, una transformación del mundo. Es la Pascua, precisamente “la hora” del amor, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente al hombre y al mundo  “La hora” de transformar la violencia en amor y por tanto la muerte en vida. Jesús en la Pascua convierte la muerte en vida a través del amor más fuerte entregando su vida por nosotros.

La muerte ha sido profundamente herida, tanto que de ahora en adelante, no tendrá la última palabra [140]. La Iglesia nace contemplando su rostro. Como en el Viernes y Sábado Santo la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro sufriente del Crucificado, el Domingo de Gloria, contemplando su Resurrección, descubrimos en Él la plenitud de la vida y del amor. La Iglesia continúa mirándole a Él y recibiendo de Él la plenitud de la vida[141].

El lucernario: El Cirio y procesión de las luces

            El Cirio Pascual es símbolo de la luz de Cristo, de la victoria de Cristo, de su amor que ha vencido las tinieblas y la muerte. La liturgia de la Pascua toda ella se desarrolla como fiesta de la luz[142].La vida del cristiano es una vida iluminada por la muerte de Cristo y traspasada por su Resurrección.

Nadie se hubiera atrevido a venerar una Cruz, a un Dios Crucificado sino hubiera sido traspasado por la Luz de Cristo. La Cruz del crucificado es fuente de Luz que brilla sin ocaso y que las tinieblas no pudieron sofocar.

Lo que era un signo de condena se convirtió para los creyentes en un signo de salvación. La primitiva Iglesia y los cristianos son la Iglesia nacida de la Cruz y los seguidores del Crucificado que han sido testigos de su Resurrección. El escándalo de la cruz pasa a ser la corona de gloria apetecible para aquellos primeros testigos, mártires seguidores de Cristo[143].

            Toda la noche santa se ilumina de esta luz de Pascua. Mientras todos nos encaminamos como cortejo de vírgenes al encuentro de su esposo. Estamos todos invitados al gran banquete de bodas para comer y beber del vino nuevo que alegra el corazón y llenarnos del gozo de la Pascua celebrando la gran Vigilia de Resurrección del Señor.

            Salgamos revestidos con túnicas blancas, dejemos los “odres viejos” y a “vino nuevo  odres nuevos”, el mandilón de la humildad ceñidos todos con el cinturón del amor. Salgamos al encuentro del Cordero que lavó nuestras túnicas rompiendo toda atadura y destruyendo las cláusulas condenatorias[144].

Que se acallen las voces de tanta condena, del acusador que nos acosaba día y noche y abrámonos y celebremos su amor irrumpiendo con cantos de alabanza: ¡La victoria es de nuestro Dios y del Cordero!, ¡Oh noche más resplandeciente que el día!, ¡Oh noche más hermosa que el Sol



El “exsulteto pregón Pascual


         El canto jubiloso del “exsultet” es bien expresivo del gozo de la alegría Pascual, de aclamación y exultación jubilosa: “Oh feliz noche, oh feliz culpa, oh feliz madero y árbol de la vida de donde nos ha venido la salvación”[145].

El mundo entero es quien ha sido reconciliado con Dios por la cruz y la Resurrección de Cristo. No es pretensioso decir que hemos nacido de la Pascua, de la Cruz, del costado de Cristo.

La primitiva Iglesia está fundada  en la experiencia Pascual de Cristo viviendo y actuando en medio de ellos. No se trata de que lo recordasen, es que lo experimentaban,  les hacía revivir dentro de sí mismos.

Que toda la creación pueda alabar al Señor, que ala be al Señor toda la tierra, que todos pronuncien y proclamen las maravillas del Señor la admirable bondad para con nosotros.

Toda la creación que permanecía dormida se levante para proclamar con alabanzas al Señor de los señores, al Rey del amor. “gloria a Cristo Jesús cielos y tierra, alaben al Señor!

Jamás de esta tierra se levantó tan buen fruto. Canten nuestras voces y ríndale tributo. Renovemos todos en esta noche Santa la victoria del Cordero Santo. El borró con su sangre la condena del antiguo pecado.

Celebremos su paso y su acción salvadora y sanadora, cuando estábamos perdidos y sin esperanza, Él se apiadó de nosotros y nos libró de la fosa fatal, y nos abrió paso entre las aguas caudalosas.

Él rompió los lazos de la muerte y los cerrojos y miedos que nos atenazaban. A los prisioneros y esclavos los hizo libres haciéndonos en su amor sus servidores. Alejó de nosotros toda maldad y lavó todas nuestras culpas. Devolvió la alegría a los afligidos y a los pobres los colmó de bienes.

A los que estaban dispersos los congregó de nuevo, disipó los odios, derribó los muros que los separaba y nos trajo a todos la paz y la concordia restableciendo definitivamente la hermandad y la fraternidad.

Este es sin duda el día en que actuó el señor y le queremos dar gracias porque su misericordia es eterna y llega a sus fieles de generación en generación. Aquellos que fueron desechados y desheredados el Señor les bendijo y les dio su paz como heredad.

           

“El es nuestra paz”[146]

Solo El nos la puede dar.
Contempladlo en la Cruz, alzado está,
manantial que sacia la vida,
el perdón que cura nuestro mal.

Recordad que estabais lejos de Cristo,
lejos de su Alianza, sin esperanza,
como quien no tienen a Dios en el mundo.
Mas ahora, por su preciosísima Sangre,
Hemos sido rescatados y perdonados de toda culpa.

En la Cruz venció para siempre al poder de la muerte
Y en El hemos recibido una vida nueva.
En la Cruz fuimos sanados,
Fruto de su dolor y de su inmenso amor
Fuimos de nuevo llamados a una esperanza imperecedera.












[1] Dios respeta al máximo la libertad del hombre y parece someterse a su libre albedrío. El respeto por las funciones jerárquicas y al orden de las situaciones no desbarata el poder de Dios que permite tales acontecimientos para revertirlos para su propio fin. El momento donde se consuma el atentado más grande contra Dios, Dios lo recibe para reunir a su pueblo en su Hijo, en la unidad irrompible de su vida y su amor sellada con su muerte y resurrección.


[2] Cf. Constitución pastoral del Vat II, Gadium et spes 10
[3] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10
[4] Jesús cuando habla de seguimiento habla de tomar la cruz y de beber el cáliz y de ser bautizado con el bautismo que él mismo va a ser bautizado. Cf. Mc 10,38
[5] Cf. Oración colecta del Jueves Santo, Misal Romano.
[6] Para este apartado se ha atizado como base de estudio a: J. Castellano, El año litúrgico. Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia, Biblioteca litúrgica , Barcelona 1994, p. 127
[7] Como indica la constitución del Vaticano II sobre liturgia, Sacrosantum concilium, SC 102
[8]  Cf. Tertuliano, De orat. 23,2: CCL 1,267
[9]  Cf. Egeria Itinerarium 35-42: CCL 175, 78-85
[10] Así  lo asegura Hipólito s. III; las catequesis de Cirilo; el Itinerario de Egeria y el leccionario armenio del s. IV.
[11] Como atestiguan las catequesis bautismales de S. Juan Crisóstomo.
[12] Como atestigua la carta a Senario del Diácono Juan; el Sacramentario Gelasiano y el  Ordo Romanus; Cf. Diácono Juan,  “Carta a Senario” :PL 59, 399-408.
[13] Las bases escriturísticas son muchas según las numerosa prescripciones como se regulaban y se dejan ver en el Levítico y Deuteronomio, a manera de ejemplo cf. Dt y Lv 16,1-ss
[14] Según se ve en el libro del Éxodo, La Fiesta de la Pascua ( v. 1-14); se llega a unir con los ácimos (v. 15-28); Cf. Ex 12, 1- 28
[15] Esta secuencia aparece con todo detalle en el Evangelio de Juan; Cf. Jn 12,1-20,31
[16] Así se recogen diversos santos padres que son famosos por sus catequesis  mistagógicas como por ejemplo San Cirilo en Jerusalén y Sanjuán Crisóstomo en Constantinopla. Cf. S. Juan Crisóstomo, Hom. In sanct. Pascha 7,4: SC 48,115
[17] San Juan, desde su interés por estructurar todo el evangelio desde un haggadah Pascual judía traducida en una  haggadah Pascual cristiana, relata siete acciones salvíficas y siete bendiciones preparando el gran signo y acción salvífica de Cristo. Es el único evangelista en especificar detalladamente la Semana Santa en el centro y cúlmen de su evangelio. Una semana preliminar lo abre y la semana de Resurrección lo cierra. También la Pascua judía como fiesta centro se desarrollaba con una semana preliminar del 8 al 15 de Nisán y una semana conclusiva, del 15 al 24 de Nisán, teniendo ambas  al inicio y al final una cena introductoria y una cena conclusiva ; así se nota el paralele que hace Juan en su evangelio
[18] Así lo expresaba S. Ignacio de Antioquia cuando decía ”vivir el domingo, el día del Señor” una vivencia renovada por el encuentro con Cristo; Cf. San Ignacio de Antioquia, A los magnesios, 9,1:PGG, 430 s. 427-430
[19] Cf. S. Justino Martir, I, Apología 67,1-6:PGG, 430 s. 427-430. Así también lo recoge Benedicto XVI en SC n. 72
[20]  Cf. Jesús Castellano, El año litúrgico Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia, Biblioteca Litúrgica. Barcelona 1994, p. 167-168
[21] La perergrina Egeria, Itinerarium, S. III
[22] Como lo narra Justino en su apología al emperador Antonio Pío  a favor de los cristianos. Justino, Le due Apologie.Paoline. Roma 1983, p. 116-117
[23] Jesús Castellano, El Misterio de la Eucaristía, Edicep. Valencia. 2004, p. 90-91
[24] Cf. o.c. , p. 95
[25] Cf. Orígenes, la exod. hom. 5, 2:GCS
[26] Epístola Apostolorum reccopta 15: TU 43
[27]  Desde los comienzos había discrepancias no poniéndose de acuerdo por las diferencias entre la cronología sinóptica y la de Juan. Cf. Eusebio de Cesarea, Historia eccles 5,23-25:GCS 2,1; 488-498
[28] La diferencia es clara en los evangelios. Los sinópticos se centran en el esquema de tres días. Así el evangelio de Marcos que es el más primitivo y que sirve de base a los otros dos comienza en el cap. 14 diciendo que faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes ácimos. Los tres sinópticos parecen coincidir con Juan en situar la cena en un jueves y la muerte un viernes, pero mientras los sinópticos parecen colocar ese jueves en el día de la Pascua, es decir, 14 de Nisán y la muerte en el día siguiente, Juan coloca la Pascua el viernes con lo que ese jueves habría sido el 13 de Nisán y así Jesús
habría celebrado su cena Pascual un día antes de lo prescrito en la ley judía.
[29] Homilía del anónimo cuartodecimano, Pseudo Hipólito, Homilía in S. Pascha, 48
[30] Cf. Jesús Castellano,  El Misterio de la Eucaristía, Edicep, Valencia, p.123-124
[31] Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentus caritatis, n. 84-88
[32] Es el sentido que tienen los sacramentos de la iniciación cristiana que tienen por cúlmen la eucaristía.
[33] Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentus caritatis, n.88-92
[34] Juan Pablo II, Vita Consecrata n.6
[35] El libro de las constituciones apostólicas ya en el S IV, nos deja constancia de ello. Constituciones Apostolicae lib. VIII, p. 477-519
[36] Es muy interesante el Documento en torno a la Biblia que estudia las fiestas judías: Anne-Catherine Avril, Dominique de la Maisonneuve, Doc.25, Las Fiestas Judías, Ed. Verbo Divino, Estela. Navarra 2001;Cf. Dt y Lv 16,1ss dónde se especifican estas fiestas.
[37] Cf. S. Juan Crisóstomo, Catequesis 3, 24-27: SC 50, 165-167
[38] “Oh maravilla nueva e inaudita… oh exuberante amor para con los hombres. Cristo el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies sufriendo grandes dolores por nosotros. .. Por nosotros se entregó recibiendo los escupidazos, los azotes, los clavos, sufriendo los más graves dolores para ofrecernos a todos la salvación” Cf. De las Catequesis de Jerusalén,  Catequesis 20 (mistagógica 2), 4-6: PG 33, 1079-1082
[39] Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, 70
[40] Se utiliza como herramienta de exégesis la tesis de doctorado de Francisco Pérez Herrero, Pasión y Pascua de Jesús según San Marcos, defendida en la Facultad del Norte de España sede en Burgos en el 2001 y publicada por dicha Facultad.

[41] Juan remarca en su evangelio cómo por caminos insospechados se iba a llevar a cabo nuestra salvación e iba a remarcar el sentido de la vida y la muerte de Jesús Cf. Jn 11, 51-52
[42] Va a haber discordancia en la cronología que presenta Marcos y Juan. Si bien pueden darse muchas explicaciones tan sólo nosotros remarcamos que esta diferencia pudiera tener relación con el cambio que también se va produciendo en las comunidades joánicas, que más posteriores ya en el S. II empiezan a dar importancia no sola mente al Triduo sino a toda la Semana Santa.
[43] Todo esto sucedía y fue escrito como testimonio y testamento espiritual para testimoniar a las generaciones futuras y a quienes les toque vivir en las últimas de las edades que Dios es fiel y bondadoso con su pueblo. Cf. S. Irineo, Adversus haerejes, Lib IV 14, 2-3; 15,1: SC 100, 542.548
[44] El máximo  parangón de “la mujer” es su madre que encabeza el grupo de “las mujeres”. De “estas mujeres” Marcos va relatando su presencia en esta última parte de la Pasión, en la muerte (15,40-41), en su sepultura (15, 47) y en la tumba vacía (16, 1-8)
[45] Durante todo el relato de la Pasión se contraponen la luz y las tinieblas. La Luz vino pero os hombres no la reconocieron, pero a los que la reconocieron vieron la gloria de Dios Cf. Teófilo de Antioquia, Libro I, 2. 7: PG 6, 1026-1027. 1035
[46] Cf. San Gregorio Nacianceno, Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25: PG 35, 887-890
[47] El relato de la defensa de Jesús por la mujer en la unción de Betania no justifica la alternativa u oposición entre Jesús y los pobres. Cf. San Juan Crisóstomo; in Mattheum, Homil. LXXXI: PG 58, 726
[48] Cf. Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio cetrino, 24,4 2005
[49] Cf. Benedicto XVI , Discurso a los jóvenes, Embarcadero del Poller Rheinwiesen, Colonia, 18, 8, 2005
[50] Cf. Benedicto XVI,  primera Carta encíclica, Deus carita est, 5ss
[51] Cf. Benedicto XVI,  Homilía a los jóvenes en la explanada de Marienfeld, WYD, 2005
[52] Cf. Benedicto XVI,  Homilía a los jóvenes en la explanada de Marienfeld, WYD, 2005
[53] Cf. Benedicto XVI,  Carta encíclica, Deus caritas est, 21
[54] Esta disociación ha sido muy nociva para la Iglesia y la causa para que muchos se separasen de ella. Como ya decía el Vaticano II, una de la causa del ateismo que vivimos ha sido originada por la falta de testimonio y el divorcio de vida. Más que revelar el rostro de Dios a través del amor, lo hemos velado. Cf. Vaticano II, Constitución pastoral Gadium et spes, n. 19
[55] Benedicto XVI ha insistido mucho en esto tanto en no caer en un asistencialismo sin amor en la última parte de “Deus caritas est” como en una forma de vida eucaristizada solidaria con los hermanos sobre todo la tercera y última parte. Cf Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 70-93
[56] Cf. Jesús Castellano, Liturgia y vida espiritual, Teología, celebración y experiencia, Biblioteca Litúrgica, Barcelona 2006, p.324-325
[57] Cf. Idem o.c. y San Juan Crisóstomo, In Matth. 45, 2-3: P G58, 474
[58] Cf. Idem o.c. y San Juan Crisóstomo, In Ep 2 ad Co. Hom.20,3: PG 61, 54
[59] Así es el título del Ordo del Misal Romano. Aunque la Misa vespertina el Jueves si tenía  tradición,  había perdido importancia al concentrar todo el interés en la vigilia. La reforma litúrgica lo recupera. Cf. Reforma del Ordo de 1970. La misa vespertina era celebrada ya en la Italia del S IV según un antiguo uso de dos misas para este día una matutina y otra por la tarde.
[60] Así reza la oración de colecta del martes Santo: “Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón”
[61] La misa vespertina del Jueves Santo nos ha dejado  el lavatorio de los pies como anticipo y preparación de la cena de forma que a través de este gesto se nos revela toda la intencionalidad de Jesús.
[62] Aunque los sinópticos sólo mencionen una Pascua en la vida pública de Jesús al narrar la segunda parte del evangelio como una sola subida a Jerusalén, esta claro como deja ver Juan que Jesús habría celebrado cada año la Pascua con sus discípulos: Cf. Jn 2,17;6,14; 13,1
[63] La tradición la refiere con probabilidad que se trate de la familia del propio Marcos
[64] Como el propio Juan dejará ver en su evangelio, Jesús había adelantado enigmáticamente la cena propia del viernes (la parasceve o preparación de la Pascua) al jueves.
[65] Se da así a entender dos clases de sufrimientos, más fuertes que los dolores físicos van a ser los dolores anímicos de Jesús mucho más profundos.
[66] Sobre todo, esto se observa en la perícopa del 21 al 26 del cap. 13 del Evangelio de Jn. Es interesante los estudios que se han hecho por algunos exégetas Lagrange-Bernard, Riccoti y otros. Nosotros nos quedamos con el resultado a la que llegan expertos del Instituto Bíblico de Jerusalén proponiendo no sólo a Judas ocupando el primer puesto sino Pedro el último de ahí su resistencia a dejarse lavar los pies, pues era sin duda el último el designado a hacer el oficio del esclavo.  
[67] A la luz de la Pascua y después de ver a Cristo alzado en la Cruz, este gesto era el que mejor revelaba la actitud de todo un Dios inclinado ante el más pequeño, el más pobre, el más pecador. El despojamiento y anonadamiento más grande de todo un Dios que se despojaba de toa su condición gloriosa para revelar la plenitud soberana de su amor. Cf. Himno cristológico de la carta a los Filipenses, Fil 2, 1-8
[68] Cf. Catequesis de Jerusalén, Catequesis22, Mistagógica 4, 1, 3-6, 9: PG 33, 1098-1106
[69] La etimología de Getsemaní: “Get shemanim” lagar de aceite” expresa lo que va a ocurrir allí. Se va a dar paso a la rueda de molino para que el Hijo se exprima se derrame como óleo santo en el lagar de la Pasión.
[70] Como ya dijimos a medida que avanza la pasión con más relieve van a destacarse los rasgos del “Siervo Sufriente”. Los ultrajes que recibe se van a convertir en la prueba fehaciente de lo que predecían las Escrituras. Cf. Is 50, 6
[71] Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Dives in misericordia n. 8 AAS 72 (1980) 1204-1205
[72] Cf. S. Agustín, Sobre los Salmos, Sal 85,1 CCL 39, 1176-1177
[73] Nos vamos a apoyar en catequesis de los Santos Padres: De las catequesis de Jerusalén, Cat. 22. Mistagógica 4 PG 33, 1098-1106; De los libros de S. Fulgencio Rupe, Lib. 2, 11-12  CCL 91, 46-48; S. Agustín, Serm. 272 y 277: SC 116, 235-237
[74] Como explica el mismo Santo Padre: Benedicto XVI: “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cf. Exhortación apostólica,  Sacramentum caritatis 70
[75] Marcos sólo las nombra al principio: Mc 1,12-13 pero Mateo las va a desarrollar: Mt 4,1-11. La tentación va a estar presente a lo largo de todo el ministerio de Jesús, pero sobre todo, concentrándose en este momento.
[76] Es conocida toda la maduración que tiene que hacer el pueblo de Israel para llegar a entender lo que plantea todo el libro de Job: el porqué del sufrimiento del justo. Jesús sin duda va ayudarnos a penetrar en este misterio.
[77] La celebración de la muerte y la adoración de la Cruz ya es practicada en el S. III. como lo refiere las noticias de Egeria.  Se pone especial interés de que sea a la “hora de nona” para conmemorar la hora de la muerte del Señor. Es el único día del año donde la Iglesia no celebra la eucaristía.
[78] La Reforma del Ordo de 1970 para potenciar el sentido contemplativo opta por dar prioridades las lecturas al anuncio de la Pasión según San Juan para sí resaltar la gran “hora” de Jesús y una muerte abierta a la glorificación.
[79] Aclamación propia de la liturgia del Viernes Santo utilizada tanto en la adoración de la Cruz como en el Vía crucis.
[80] La frase esta tomada de los escritos de San Juan de Ávila sobre la pasión de Jesús. Obras completas. Sermones ciclo temporal II, La BAC, Madrid, p.264ss
[81] Precisamente este año 2007, este ha sido el lema de nuestro papa Benedicto XVI para toda la Cuaresma: “Mirarán al que traspasaron”. Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2007. Vat. 21, 11, 2006.
[82] Los 39 golpes de rigor eran los que se daban como fustuarium utilizando un horrible látigo de cuero, horribile flagellum,  provisto de huesos ensartados o de bolitas de plomo y púas en su extremidad como preludio a la ejecución tras haber sido dada la sentencia de muerte.  
[83] Por mucho que queramos no podemos en todo el sentido y alcance de tal oscuridad. Tan sólo nos queda el respeto profundo que impone el misterio de la muerte sumado al misterio del mal en el mundo.
[84] Para Marcos no es necesario esperar a la Resurrección como comprobante de la veracidad de la vida y obra de Jesús. El centurión romano viéndole morir exclama: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15,38 ). Esta confesión será el vértice a dónde apunta todo su evangelio. La confesión del oficial pagano abre a las naciones paganas que reconocerán en el Crucificado al Hijo de Dios.
[85] S. Hilario, De Trinitate II, 25: PL 10. 67 A
[86] S. Gregorio de Nisa, Or. Cat. 24: PG 45, 64 CD
[87] La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio del Vaticano II Sacrosantum Concilium así lo recoge: Cf. SC 5
[88] El último día de la gran fiesta de las tiendas Jesús puesto en pie exclamo: “…de las entrañas saldrán ríos de agua viva” Jn 7,37
[89] Del costado del templo salía una fuente como un torrente que no se podía vadear. Cf. Ez 47,1ss
[90] Los Santos Padres no se cansan de proferir elogios de la cruz que se nos presenta como el nuevo árbol de la vida de dónde pende tan precioso fruto: “Oh preciosísimo árbol de la vida donde se nos da un fruto tan precioso”. De aquel árbol de la vida como olivo estrujado en el lagar se derrama el santo óleo fuente de toda la alegría espiritual. Cf. Teodoro Estudita, Sermones sobre la adoración de la cruz, PG 99, 691-695
[91] Los Santos Padres utilizan mucho esta analogía de Cristo como nuevo Adán: San Agustín de Hipona, In Jo tr, 9, 10: PL 35,1463-1464; San Ambrosio, In Lc4,66: PL 15,1632; De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis 21, mistagógica 3 : 1-3: PG1097-1091
[92] San Juan Crisóstomo, Catequesis3, 3-19:SC 50, 174-177
[93] San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares desarrolla de manera admirable el tema. Cf.  San Bernardo, Sermones. Sobre el Cantar de los Cantares, sermón 61, 3-5: opera Omnia 1839, 1, 2, 3033
[94] Cf. San Cirilo de Jerusalén , Oracula Sibyllina VI, 26, 36: CSEL 19, 383
[95] Como dice Juan Palo II en su encíclica “Dives in Misrecordia” En la Cruz está Dios, se encuentra como arrollidado al hombre besándole sus heridas: “La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre… la cruz es como el toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre”. DM. n. 8
[96] Creer en el Hijo crucificado significa “ver al Padre”, significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos, creer en ese amor significa creer en la misericordia. DM. n. 7
[97] Cristo sigue cayendo y muriendo hoy, en nuestro mundo, en nuestros barrios, en nuestras calles, en las cunetas de nuestra propia existencia, donde la dignidad de la vida humana es aplastada, donde no son tenido en cuenta los más elementales derechos a la vida, a la vivienda y trabajo digno, donde tantos niños y niñas jóvenes y ancianos son ultrajados, despojados como víctimas inocentes, en tantos patíbulos de injusticia y de impiedad que hemos levantado en nuestro mundo de hoy. Cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 88-92 y homilía en Marienfield WYD 2005
[98] Juan Pablo II, Carta apostólica “Novo millenio Ineunte” 26
[99] Numerosas son las exhortaciones de los últimos pontífices al respecto: Pablo VI, Evangelii Nunntiandi, 25-39; Juan Pablo II, Sollicitudo Res sociales, n.31, Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 11 y 89
[100] Muchas son las referencias en este sentido que se recogen en los documentos del CELAM. Cf. Documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo
[101] Como decía Benedicto XVI en su discurso con motivo de la Cuaresma 2007:En la cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura. El tiene sed de amor, de cada uno de nosotros… No es de extrañar que muchos santos hayan encontrado en el corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Aceptar su amor no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás”. Benedicto XVI. Mensaje para la Cuaresma 2007. lib. Edit. Vat. 21, 11, 2006
[102] El texto original griego deja ver el uso de diferentes verbos en el término “amar” utilizado en las tres interrogaciones ¿me quieres? en progresión creciente, primero eros, luego philia y finalmente ágape
[103] San Bernardo hace una bellísima relación de los “tres besos: en los pies, manos y boca” en su Comentario al Cantar de los Cantares. Nadie se osaría besar directamente a la boca (CC 1,3) si antes no se dejara purificar el amor besando y limpiando sus pies (CC 4,3) y besando y dando su mano (CC 4,5).Cf. San Bernardo. Obras completas, Tomo V, sermones sobre el CC. La BAC. Madrid 1987, pg. 105
[104] El término ágape que aparece muchas veces en el NT, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro, en cambio eros denota el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la comunión con el amado. Cf. Benedicto XVI Mensaje de para la Cuaresma 2007. Lib. Edit. Vat. 21, 11, 2006
[105] Las prescripciones judías impedían dejar allí colgados los cadáveres durante la Pascua y ordenaban que los cadáveres de los condenados fueran sepultados antes de la Pascua. Cf. Dt 21,22
[106] Así reza la liturgia del sábado santo. Cf. Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado. PG 43, 439.451. 462-463
[107] Eran tres mujeres: María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José y Salomé que habían estado con Jesús al pie de la cruz y que con los tres hombres señalados y la madre de Jesús María hacían el número de 7. Cf  Mc 15,40 y 16,1
[108] Seguramente fue primero desencajando el travesaño horizontal con el cuerpo aún clavado descendiendo el cuerpo y el travesaño y ya en el suelo sacaban del cuerpo los clavos.
[109] El sepulcro no estaba lejos al contrario en el mismo campo de las ejecuciones muy cerca bordeando la colina de la calavera en la pendiente del cero y se entraba a ella por una puerta muy baja que se cerraba con una gran piedra redonda de molino de alrededor de metro y medio de diámetro.
[110] Hemos tomado la referencia del Evangelio de Juan, el único de los evangelistas en situar este lugar central de María en la pasión. También el evangelista Lucas, tanto en su evangelio como en los Hechos de los apóstoles, va a presentar a María como fue para la comunidad primitiva el modelo de la Iglesia que acoge el misterio de Cristo (Anunciación)  y colabora para hacerlo presente en el tiempo de la Iglesia (Ascensión y Pentecostés). La presencia de María tanto en la cruz como en el cenáculo marca la impronta de la primitiva Iglesia como una comunidad mariana.
[111] Así lo deja ver Juan Pablo II en la Redemptoris Mater
[112] La Beata Ana Catalina de Emmerick describe muy bien esta sintonía y comunión espiritual entre la Madre y el Hijo sobre todo en la pasión. Cf. Ana Catalina de Emmerick,  Pasión y Resurrección de Jesús, Visiones y Revelaciones, Edit. Guadalupe, Buenos Aires, 2005, p. 38-135
[113] Cf. San Juan Crisóstomo, Cat. 3, 3-19: SC 50, 174-177
[114] Este Paradigma lo establece la Iglesia no sólo en la Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II: Lumen Gentium , sino en otros documentos como Redentoris Mater de Juan Pablo II. A nivel bíblico nos ayudarán más las resonancias presentadas por el evangelio de Lucas y los Hechos y el evangelio de Juan. Este camino se ha venido a llamar “la Via Mariae”. Cf. Jesús Castellano, Conferencia VIII del Encuentro Teológico Espiritual celebrado en Guadalajara Méjico con motivo del Congreso Eucarístico Internacional 2004.
[115] Sorprende que la Basílica de la Dormición en Jerusalén, próxima a la muralla, de a la otra parte de la misma con el Cenáculo.
[116] Reconocemos su maternidad espiritual. María es modelo de esa cooperación activa con la cual la Iglesia colabora con Dios, a través especialmente del bautismo en trasmitir a los hombres la vida nueva del Espíritu.
[117] Nada más acertado que el aleluya de Pascua, el “Regina coeli laetare” como final de la celebración de la Vigilia Pascual. Maria llena de luz y de vida, nadie como ella nos hará experimentar el fruto de la Pascua de su Hijo y la alegría de la Resurrección. Especialmente lo reza la Iglesia en “este gran Domingo” durante los 50 días en los que la Iglesia celebra el Misterio Pascual. La Iglesia entera se reviste del cántico gozoso y de los sentimientos de María para entonar su acción de gracias resplandecientes de la alegría Pascual.
[118] A partir del S VII entra en el rito la bendición del mismo y más tarde en el S. XII la procesión.
[119] Se hace a manera de la “haggada” con las siete lecturas
[120] La organización bautismal se retrae como una práctica ya extendida en toda la Iglesia en el S. IV
[121] Conviene por tanto no separar la identidad del Crucificado- Resucitado. El Resucitado es por siempre el Crucificado y está frente al Padre como aquel que ha pasado por amor a través de la pasión y muerte en cruz.
[122] La tarea de ungir el cuerpo de Jesús había quedado sin concluir por la premura con que tuvieron que proceder el Viernes y por la imposibilidad de hacerlo el Sábado por ser el día de descanso.
[123] Con la primera unción se abría el relato de la Pasión con este se concluye. Si el primero apuntaba ya la muerte de Jesús, este último certifica de forma tajante la Resurrección y el final feliz a su vida y obra.
[124] Aunque el año litúrgico comience con el Adviento y la Navidad estos tiempos también se ven como dirigidos  en relación con la Pascua por participar de ella toda la Encarnación. Sorprende como en la iconografía más temprana el icono de la Navidad ponía al niño Jesús envuelto en vendas y dentro de un pequeño sepulcro. Cf. Los mosaicos antiguos sobre el Misterio del Nacimiento en la Basílica de Sta María la Mayor de Roma.  
[125] La canción: ¿Quiénes son estos que surgen como el amanecer? Surge en un momento clave para  la comunidad fruto de esta fe de la Pascua.
[126] Ya en el S. II se recoge la celebración de la Pascua como se ve en la Epístola Apostolorum y la homilía Pascual de Melitón de Sardes. La Vigilia, el ayuno, la fiesta y la eucaristía Pascual aparecen en la Discalía Apostolorum y bien la Tradición apostólica de San Hipólito.
[127] Cf. San Agustín, Serm. 219: PL 38,1088
[128] Cf. San Gregorio de Nisa, PL 38, 1087-1080
[129] Cf. San Juan Crisóstomo, PG 415-432
[130] Así lo recoge la tradición apostólica que ya desde los primeros decenios del siglo III certifica que se celebraba el bautismo, la unción y la primera eucaristía de los neófitos. Tradición apostólica, Consttutiones Apostolicae, Lib.VII, p.474-519
[131] El miércoles se conmemoraba los lamentos y gemidos de Judas el que traicionó a Jesús. Cf.  Egeria, Itinerario, S. III
[132] Según se constata en el testimonio de la peregrina Egeria de lo que conoció y vivió en los lugares donde acontecieron los últimos misterios de Cristo. Estos ritos que se celebraban en Jerusalén considerada la comunidad primitiva, madre del resto de las comunidades, eran después transportados a otras Iglesias. Al final del S. IV en Jerusalén y después por imitación en otras iglesias la celebración de la Semana Santa ocupará casi todo el tiempo en el recuerdo fiel al Evangelio de lo que aconteció a Jesús. Cf. Egeria, Itinerario, S. III
[133] Eran muy conocidas las catequesis mistagógicas de San Cirilo de Jerusalén según los testimonios de Tertuliano y la Tradición apostólica. Tradición apostólica, Consttutiones Apostolicae, Lib.VII, p.474-519. Se pueden confrontar otras publicaciones a este respecto: San Cirilo de Jerusalén, Catequesis de la iniciación cristiana, Lumen. Buenos Aires. 1984, 2ª ed.2004; San Juan Crisóstomo, La Divina liturgia, Lumen. Buenos Aires, 1990, 2ªed.
[134] Así lo comenta  Gregorio de Nisa por ejemplo en relación al “beso de la paz”, San Gregorio de Nisa Gregorio de Nisa, Estikirás de Pascua, PG 35, 396-401
[135] Es preciso resaltar hoy más que nunca esta dimensión comunitaria de la fe y de nuestra salvación. Como ya dice la Iglesia en el Vaticano II “no nos salvamos solos sino en comunidad”. Cf. Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium,  n.9
[136] Cf. Benedicto XVI, exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, 84-90
[137]Como decía Juan Pablo II en su homilía de inicio de su pontificado: “No temáis abrir las puertas de par en par a Cristo”.  Juan Pablo I, Discurso inaugural de su pontificado, Roma.:TMI, 25-28 o también nuestro papa Benedicto: “quien deja entrar a Cristo no pierde nada-absolutamente nada- de lo que hace la vida, bella, grande, libre” . Benedicto XVI, Homilía en el solemne  inicio del ministerio petrino, Roma, 24,4, 2005
[138] Como decía el papa Benedicto XVI en su discurso en Colonia: “La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret…Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad”. Benedicto XVI, discurso en el embarcadero del Poller Rheinwiesen, Colonia, 18, 8, 2005
[139] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma, 2006
[140] Cf. Benedicto XVI, Homilía a los jóvenes, Explanada Marienfeld, WYD, 21, 8, 2005
[141] La contemplación de la Iglesia no separa nunca el Crucificado del Resucitado. Cf. San Juan Crisóstomo, Catequesis de Pascua,3,14
[142] A. Hamman describe vivamente el ambiente de la noche de Pascua : “la noche del sábado toda la ciudad estaba iluminada; las antorcha alumbraban las calles mientras los fieles con sus luces se encaminaban a la asamblea litúrgica…los neófitos salían vistiendo las vestiduras blancas con las cuales volvían en procesión. Al alba cada uno volvía a su casa con los ojos resplandecientes de alegría Pascual” A. Haamman, Le Mystère de Pâques, París, Grasset, 1965.
[143] La liturgia de la luz es una incorporación más posterior, la liturgia del S. VII ya nos habla de la ceremonia de la bendición, alumbramiento y procesión.
[144] Ahora que te has despojado de las vestiduras viejas y has sido vestido espiritualmente por las nuevas de blanco, es necesario que siempre estés vestido de blanco. No decimos que vistas siempre de color blanco, sino que es necesario que estés vestido de candor, de esplendor y de espiritualidad. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis de la iniciación cristiana, Lumen. Buenos Aires 2004, pg. 124
[145] No sabemos si los sermones e los Santos Padres inspirarían el himno, o los himnos a los sermones. Las maravillosas alabanzas del “exsultet” anteceden a San Agustín y estaba ya en uso en Italia en el S. V. El Himno del “exsultet “puede tener varias fuentes. Probablemente inspirado en los sermones de los Santos Padres que aparecen en la liturgia más primitiva de la Iglesia de Jerusalén, Sermones sobre la adoración de la cruz PG 99, 691-695, o de los himnos Pascuales de la antigüedad cristiana y la liturgia romana o en los Extikirás de Pascua de la liturgia bizantina o de la Discalía siriaca. Cf. Ad uxorem, 2,4,2:PL 1,1407.
[146] A manera de “exsultet” proponemos con algunos arreglos la letra de la canción “El es nuestra paz” compuesta por la comunidad fruto de la fe de la Pascua

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