LA ORIENTACION DE LA VIDA
“Entonces vi un LIBRO en forma de rollo
escrito por los dos lados y sellado con siete sellos…¿Quién es digno de abrir
el libro y romper los sellos?...No llores, Él abrirá el LIBRO y sus siete
sellos” (Rev. 5, 1-3)”
INDICE:
- La
orientación de la vida
1. Nuestra
vida a la luz del Misterio Pascual
- La
centralidad de la Pascua
2.1 La
Pascua anual
2.2 La
Pascua semanal
2.3 El
Triduo Pascual
2.4 La
Pascua diaria
3. La vivencia de la Pascua
3.0 La vivencia judía
3.1 La
vivencia en Jesús
3.2 Nuestra vivencia
4. El relato de la Pasión: La Pascua Mc 14,1-16,8
4.0 La orientación de toda la vida de Jesús
4.0.1 La preparación en el contexto más inmediato Mc 14, 1-2
4.0.2 La unción: Consolación y conspiración Mc 14,3-11
4.0.3 Contexto previo: La entrada a Jerusalén Mc 11, 1-11
4.0.4 Corolario
La confianza absoluta en el Dios
providente
La limpieza de corazón
La pobreza de corazón
La verdadera amistad
El clima de familia
La actitud del siervo
4.1
Jueves Santo
4.1.1 La Cena Pascual: El mayor
signo de donación y comunión
4.1.1.0 Preparación: El compendio de una vida Mc 14,12-16
4.1.1.1 Realización: El mayor gesto de amor Mc 14, 17-31
4.1.2 Oración y arresto en la oscuridad Mc 14, 32-35
4.1.3 Jesús y Pedro bajo interrogatorio Mc 14,
53-72
4.1.4 Corolario
Más que un signo profético: El lavatorio de los pies
La
Eucaristía una nueva presencia
Una
súplica nacida del corazón de Cristo
Un
mandamiento nuevo
La oración de Jesús
La búsqueda de la voluntad
de Dios
El
abandono en la providencia
4.2
Viernes Santo
4.2.1 Jesús ante Pilato y sus soldados: Mc 15, 1-20
4.2.2 Ultrajes y muerte de Jesús: Mc 15, 21-41
4.1.3 Corolario
La paradoja de la cruz
Nuestra verdadera identidad
y nuestro origen
Jesús nos revela el
verdadero rostro de Dios
Un nuevo culto, un nuevo
sacerdocio
La ofrenda de la vida
El tengo sed
4.3.
Sábado Santo
4.3.1 Sepultura de Jesús Mc 15, 42-47
4.3.2
Corolario
Maria en la Pascua y en toda su vida
Con
Maria al pie de la cruz preparando las promesas
4.4
Domingo de Resurrección
4.4.1 El mensaje Pascual: Mc 16, 1-6
4.4.2 Corolario
La Gran noche de la Gran Vigilia
Celebrando la Vigilia de Resurrección
con María
La renovación de las promesas
Una vida nueva en Cristo, en su Iglesia, en comunidad.
Una vivencia inserta en
Cristo y en su Misterio Pascual
El lucernario: El Cirio y
procesión de las luces
El “exsultet” o pregón
Pascual
5. Los elementos característicos de nuestra
vida a la luz del Misterio Pascual
5.1 La experiencia fuente
5.1.1
El Misterio Pascual
5.1.2 Cristo crucificado y
su tengo sed
5.1.3 El Cuerpo Místico
5.1.4 La clave de vida eterna
5.1.5 La misericordia
5.1.6 La Eucaristía
5.1.7 Maria
5.2 La orientación de toda nuestra vida
5.2.1
La comunión, el reino
5.2.2 La
misión
5.2.3 El
servicio
5.2.4 La
misericordia
5.3 La vivencia de la comunión en
sintonía con Cristo
5.3.1 Trato en continuidad con
Cristo: La vida en Cristo
5.3.2 Clima de la vivencia con Dios
5.3.2.1
La oración, el trato personal
5.3.2.2
La providencia de Dios
5.3.2.3
La limpieza de corazón y la vivencia de la castidad
5.3.2.4
La pobreza de corazón
5.3.2.5
La obediencia y la búsqueda de la voluntad de Dios
5.3.2.5
El discernimiento comunitario
5.3.3 La vivencia de la
fraternidad
5.3.3.1 La corresponsabilidad
5.3.3.2
La amistad en Cristo
5.3.3.3
La certeza del amor comunitario
5.3.3.4
La formación
5.3.4 La vivencia de la misión
en la dinámica de la encarnación
5.3.4.1 El anuncio explícito
5.3.4.2 Formar núcleos de hermanos
5.3.4.3 El clima de familia
5.3.4.4 Núcleos de fe
5.3.4.5 El acompañamiento
5.3.5 Al servicio de la Iglesia
5.4 La vivencia de las promesas en
el cima de la Pascua
5. 4.1 El “exsultet”: pregón Pascual
5.4.2 La narración de la
historia de salvación
5.4.3 El lavatorio de los pies
5.4.3 La renovación de las
promesas
DESARROLLO
0.
La
orientación de la vida
“Estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta
de su esperanza” (1 Pe 3,13).
Creemos que es justo y necesario,
poder poner por escrito, para todos aquellos que nos piden cuenta de la razón
de nuestro vivir, cuáles fueron las motivaciones más profundas que nos movieron
en un principio a vivir lo que vivimos.
Toda la vida la vivimos en un dinamismo
de muerte y resurrección. Lo que da a la vida una luz singular es descubrirla a
la luz de la fe, no abocada a la muerte sino participando de la Muerte y
Resurrección de Cristo, toda ella dirigida hacia la plenitud de vida en Él.
Al plantearnos, cómo podíamos hacer una relectura de la vida, como acontece con los evangelios, aunque tiene
toda su componente histórica, no lo queríamos hacer sin perder toda la lectura
y la experiencia de fe, que nos hicieron leer los acontecimientos históricos,
como una historia que era Dios mismo quien la guiaba y escribía.
No podemos entender la vida sin esta
lectura de fe, que nos desvela el misterio de nuestra vida, de nuestra llamada
y de nuestra vocación, dentro del Misterio de Cristo y más específicamente
dentro de su Misterio Pascual.
Según pasa el tiempo, cada vez nos
hacemos más conscientes, que todo lo vivido fue ocasión providencial para
juntos pararnos a orar y leer lo sucedido bajo esta luz de la fe de la Pascua[1].
Quienes fueron testigos oculares de
los hechos de la Pasión de Cristo, quedaron fuertemente conmocionados. Toda la
gente que lo presenció se retiraba con el corazón compungido, golpeándose el
pecho. El grupito que estuvo cerca de la cruz escuchando sus palabras, quedó
sobrecogido de la realeza de su muerte, dándose cuenta que mucho más amó que
padeció y fueron testigos de la sublimidad de su Amor.
Pero sería precisa la experiencia de
la Resurrección para que después de la agitada tormenta que provocara
reacciones tan dispares, de nuevo congregara a los discípulos dispersos y les
hiciera entender, bajo la clara y serena luz del Resucitado, todo lo sucedido.
Creemos que el relato de Emaús, expresa muy vivamente, el proceso
del sorprendente cambio que se opera en los discípulos, a partir de la
Resurrección. La fe de Jesús vivo entre nosotros, nos hizo comprender la
historia bajo su mirada y entretejer los hilos que relacionan unos
acontecimientos con otros.
Queremos recordar ante las
generaciones de hermanos venideras, cómo Dios nos llamó a tomar parte de esta
nueva comunidad de "servidores del evangelio de la misericordia" y de las circunstancias que providencialmente se valió el Señor,
para hacernos perseverar firmes en la fe y madurar en el conocimiento vivo de
su amor. La lectura que hacemos de nuestra historia, nos permite Dios leerla,
como dentro de su historia de salvación y haciéndonos participar
existencialmente de su Misterio Pascual.
1.
Nuestra vida
a la luz del Misterio Pascual
“Nuestra vida está escondida con Cristo
en Dios” (Col 3,3)
Toda la vida del hombre esta marcada
y orientada a la Pascua. El hombre, creado para la vida, está marcado por la
muerte y mientras vive la vida, su sentido se hace oculto y misterioso[2].
Tanto vida del hombre, como toda la
creación, está sellada y marcada por la muerte y la resurrección. El día y la
noche, la primavera y el invierno, la luz y las tinieblas dan prueba de ello.
Diríamos que nacemos ya con la cruz, la tenemos dentro de nosotros mismos, pero
esta cruz tantas veces no la llevamos reconciliada, la llevamos solos. Nuestra
cruz, a menudo, la experimentamos vacía sin sentido, sin embargo esta
solidarizada y redentoramente unida a Cristo.
La cruz nos acompaña y va creciendo
a lo largo de toda nuestra existencia, casi siempre nos da la impresión que nos
supera, que va más allá de nuestra medida, de nuestras fuerzas. Nos viene
grande, incómoda hasta decir esta cruz no es mía, no es para mí y buscamos la
manera de deshacernos de ella.
Cristo viene precisamente a hacer
suya la nuestra, para acompañarnos en todos nuestros caminos y marchas
dolorosas, para hacerse solidario de todas nuestras trágicas suertes y destinos
que corremos en nuestra vida y darles a todos un destino feliz.
Decía Juan Pablo II que la vida del
hombre no se comprende plenamente hasta que el hombre no se incorpora, hasta
hacer suyo, el Misterio Pascual de Cristo, su Muerte y su Resurrección[3].
Aunque todos, desde que fuimos bautizados en Cristo, participamos por pura
gracia de esta vida nueva en El, por su muerte y su resurrección, podríamos
hablar, que todos pasamos por un segundo Bautismo, que dio origen a una segunda
llamada.
Si la vida de Jesús es un progresivo
desvelamiento del Misterio de su persona y su amor y por consiguiente del
misterio de nuestras vidas, no cabe duda que en su Misterio Pascual: Pasión,
Muerte y Resurrección se condensa, con todo su dramatismo y grandiosidad, la
gran obra de la Redención.
Si para Jesús fue la orientación de
toda su Vida, “la Hora” esperada, no
cabe duda que para nosotros sus servidores, este Misterio Pascual es la puerta
de entrada, de lectura y de comprensión de nuestra vida y nuestra propia
historia. Cristo lo apostó todo por el Reino, con la convicción de que vería surgir
el Reino, entre el grupo de quienes creerían en Él.
“Allí donde esta el maestro debe estar su servidor” (Cf. Jn 12, 26) Si la suerte que corre el Maestro
no es fortuita, tampoco la será la de sus seguidores, sus servidores. Jesús
prepara a sus discípulos para que no se escandalicen de la cruz. La suerte y el
destino reservado a los discípulos, no será distinta a la del Maestro[4].
A cada anuncio de la Pasión, sigue
una instrucción del Maestro, encaminada a que su camino sea también el camino
del discípulo. Toda su misión es camino de donación y de servicio, camino para
los que siguiendo su ejemplo, se hagan solidarios con su destino. Jesús no
busca para sus seguidores reconocimientos o privilegios, sino el compromiso de
una vida como la de Él, de donación y de servicio.
Nosotros, después de todo lo vivido,
hemos experimentado a un Dios vivo, queriendo salvaguardar su amor entre
nosotros. Si Cristo sufrió hasta el punto de dar la vida, nosotros nos hemos
visto sostenidos y guiados por su amor durante todo el tiempo y que, a pesar de
tantas dificultades, su gracia nos sostuvo.
Después de la noche oscura, donde se
oscurece el sentido pero sigue viva la fe, a tientas caminamos esperando la luz
de la Pascua. Juntos experimentamos la alegría de descubrir su rostro vivo
entre nosotros.
Podríamos resumir tal experiencia, como
lo hicieron los primeros cristianos: “Nosotros
hemos conocido el Amor y hemos creído en Él”. Concédenos que podamos
participar de la plenitud de tal Misterio, que podamos vivir en la plenitud de
amor a Dios y del amor fraterno, de forma que nos haga buscar siempre la
comunión” [5]
La Pascua, la fiesta de las fiestas,
es el centro de todo el año litúrgico[7].
Todo el año litúrgico tiene como punto
culminante la Pascua y hacia ella va dirigido. Celebrar el misterio de Cristo,
es celebrar la vida y toda la existencia cristiana.
La celebración de la Pascua, se
convierte así, en un camino hacia la Pascua definitiva y eterna. La Pascua
vivida y realizada en Cristo, ha de proyectarse a toda la vida, a toda la
Iglesia, a todo el mundo. La Iglesia celebra y vive el Misterio Pascual en la
espera de la Pascua eterna. La celebración de la Pascua en la Iglesia se hace
pues, anual, semanal, diaria y
siempre cíclica.
La única Pascua de Cristo se celebra
en el año litúrgico de un modo triple:
-
Pascua anual: el triduo Pascual y en ella la
Vigilia
-
Pascua semanal: la estructura de la semana y en
ella el Domingo.
-
Pascua diaria: la Eucaristía como centro y cúlmen
de la vida.
2.1 La Pascua anual
Una vez en el año se celebra el
Santo Triduo Pascual, donde se celebra la pasión, muerte y resurrección de
Cristo y que viene preparado de manera más inmediata, en el tiempo de Cuaresma
y que se prolonga en la alegría de los cincuenta días sucesivos acabando en
Pentecostés. Ya Tertuliano habla de que la Vigilia Pascual que se celebraba el
14 de Nissan se dilata en 50 días como si fuera una prolongación de la
Resurrección, un único día de alegría Pascual[8].
Más tarde, se incorporaría en el año
litúrgico, la celebración de Adviento y de Navidad. La fiesta de la Natividad y
la Epifanía ya se celebra en el s. III, al multiplicarse las peregrinaciones a
Tierra Santa y poner de relieve los episodios de la infancia de la vida de
Cristo[9].
Poco a poco se fue difuminando la centralidad
de la Pascua, contribuyendo estas fiestas a restar el foco de la alegría Pascual.
La dilatada expansión de la celebración Pascual originó la fragmentación del
Misterio de Cristo en momentos y fiestas diversas consideradas más bien como
episodios y momentos autónomos, más que puestas en relación con el único
Misterio de Cristo centrado en la Pascua.
El tiempo de Cuaresma sí se mantuvo
vinculado al Misterio Pascual, como tiempo privilegiado de preparación de los
catecúmenos que iban a recibir el Bautismo. Las 5 semanas de Cuaresma están
distribuidas en catequesis mistagógicas
que siguen toda una preparación: 1ª semana: “Las Tentaciones”: importancia y entrega de la oración cristiana por
excelencia, el “Padre Nuestro”; 2ª
semana: “La Transfiguración” el
sentido de la cruz, 3ª semana: “La
samaritana”: el sentido y la preparación del Bautismo; 4ª semana: “La curación del ciego”: Preparación para
la Vigilia, significado de la luz y el cirio Pascual; 5ª semana: “La Resurrección de Lázaro”: El
significado de la Pascua, de la Muerte y Resurrección de Jesús.
En el año litúrgico, donde se va
celebrando los misterios de la vida de Cristo, el cristiano se pone en contacto
con las realidades salvíficas de los misterios de la vida de Cristo y de su
muerte gloriosa, a las que él tiene que conformar su propia vida. Durante todo
el ciclo anual en el año litúrgico, la Iglesia desarrolla toda una mistagogía que gira en torno al Misterio
Pascual, de esta manera la Iglesia provee a través de la gracia del año
litúrgico, el cauce de la propia vida y la pedagogía perenne y programada para
el pueblo de Dios de todos los tiempos y lugares de la tierra.
Los catecúmenos, elegidos para
recibir el Bautismo, llamados iluminados
“photizomensi”, llevaban a cabo una preparación intensa para
el Bautismo[10]. Lo
mismo sucede con la preparación de los iluminados en Antioquia y Constantinopla[11].
Así lo confirma la rica estructura
bautismal, que poco a poco, se desarrolla en la Iglesia de Roma[12].
Las catequesis mistagógicas eran desde
antiguo parte de los ritos de iniciación[13].
No queremos acabar este apartado sin
antes dar una breve idea del año litúrgico judío: El ciclo anual judío tenía
como origen y centro ante el cual giraba todo “La Gran solemnidad de la fiesta de Pascua” Pesá-Matsot: conmemoraba la salida de Egipto e iba seguida de otras
tres grandes fiestas: “La fiesta de las
semanas” shabuot: que conmemoraba
las 5 semanas el don la Alianza en el Sinaí; “La fiesta de las tiendas o de los tabernáculos” sukot: que conmemoraba el tiempo de
peregrinación por el desierto y finalmente “La
fiesta de la Dedicación” Purim: que conmemoraba la dedicación del Templo.
Este año litúrgico judío tiene mucha
importancia pues está a la base del año litúrgico cristiano. Así “las fiestas” se
trasladarían, con la correspondiente cristianización, a nuestro año litúrgico
que seguiría teniendo como centro, “La gran solemnidad de la fiesta de la Pascua”.
A ésta, la seguirían las fiestas de Ascensión y Pentecostés. Posteriormente se
incluirán la Fiesta de la Dedicación seguida a la Natividad y la Epifanía como
preparación previa, mientras que “la
fiesta de las Tiendas” , “la de la Expiación,
Yom Kippur serían sustituidas por otras
fiestas específicamente cristianas: La Santísima Trinidad, Sagrado Corazón, Corpus
Christi y Exaltación de la Cruz, etc.
2.2 La
Pascua semanal
Las fiestas judías solían durar una
semana. Tan sólo La Gran celebración de la Pascua Pesá al unirse con la de los Ázimos Matsot se prolongaría hasta dos semanas. Así la Pascua Judía Pesá-Matsot comenzaba con una semana de
preparación que se iniciaba con una comida introductoria y se prolongaba con
otra semana que culminaba con otra comida sagrada y festiva. Esta semana posterior
era la que se había añadido a la Pascua como fusión con la celebración de la
fiesta de los Ázimos[14].
Ese sería el contexto de la
celebración de la Pascua de Jesús y que Juan intenta reproducir con fidelidad
manteniendo la estructura de la Semana
Santa, que empieza con la vigilia del domingo de Ramos con la unción en
Betania y la semana siguiente descrita hasta el Domingo de Resurrección. Este, el primer día de la semana, daba inicio
a otra semana que acaba con la aparición a todos los discípulos reunidos,
incluso Tomás, a los seis días después[15].
Coincidirá que la semana de los Ácimos
judía, adquiere el significado de la Octava de Pascua, como catequesis que
Jesús va haciendo en la primera comunidad cristiana, como la nueva presencia
entre ellos del Resucitado, sobre todo los momentos donde sentándose con ellos a
la mesa parte el pan.
Siguiendo el evangelio de Juan, la primera semana (c. 1-2), hace
relación a la semana de la Creación, creación del hombre y descanso. La segunda semana ( c. 12-19), descrita
con todo detalle sería La Semana Santa,
que hace relación a la redención llevada a cabo por Cristo. La tercera semana (c.20), será la Semana de Resurrección, la octava Pascual que inaugura el tiempo definitivo de Cristo.
Durante este tiempo hasta Pentecostés, incluyendo la octava simple, se
complementaba la mistagogía de los
neófitos que acababan de ser bautizados[16].
Así, la tradición va a conservar la importancia de este tiempo, como
instrucción para dar sentido y significado a los sacramentos de iniciación, que tenían como cúlmen la Eucaristía[17].
La conmemoración de la Semana Santa proyecta la celebración de
la Pascua a todo el año. La celebración de la Eucaristía dominical en el “día
del Señor” se proyecta a toda la semana
y renueva con el sentido de la fiesta y el descanso el misterio de la Creación
y de la Nueva Creación de Cristo resucitado, en la espera de su parusía, el
definitivo “día del Señor”[18].
Así se fue tomando la costumbre de
reunirse el primer día, después del sábado,
para celebrar la Resurrección[19].
De la primitiva celebración de la Vigilia Pascual, se pasa en el S. IV a la
celebración del Triduo y la gran Semana[20].
Destaca sobre todo la forma en que en Jerusalén ya en el S. IV se vivía toda la Semana Santa y la influencia que esto
iba a tener en otras Iglesias dónde se irían trasportando sus ritos[21].
Justino, durante la mitad del S. II,
nos ofrece la descripción de la celebración eucarística, que sigue al Bautismo
de los neófitos y que se hace el Domingo, en “El día del Sol” [22].
Siguiendo su relato, se podía ya distinguir varios momentos del rito de la
celebración: Liturgia de la palabra, con las lecturas del Antiguo y Nuevo
Testamento, homilía del presidente y plegaria de los fieles, abrazo de paz,
presentación de los dones y plegaria eucarística, comunión eucarística y
liturgia de la caridad o comunión de los bienes. Al final, la comunión
eucarística es llevada a los ausentes por los diáconos y la colecta recibida,
era distribuida por los mismos a aquellos que pasaban más necesidad[23].
Notable es también el relato del
martirio de la comunidad de Abitiene a principios del S. IV donde los fieles
después de haber celebrado el Dominicum, la
Eucaristía del “día del Señor” fueron
martirizados[24].
2.3 Triduo Pascual
Los tres días
del Triduo Pascual son el Viernes, el Sábado y el Domingo de Resurrección, con
el prólogo de la Cena Vespertina del Señor del Jueves y la Vigilia de Pascua
que con la celebración del Domingo, son el centro y la cumbre del año litúrgico[25].
La Vigilia Pascual
sería el vértice neurálgico de toda la liturgia. Originalmente la única
liturgia del Triduo Sacro era la Gran Vigilia Pascual en la que se
celebraba e “transitus” de
Jesucristo, de su Muerte a su Resurrección. Esta Gran Vigilia Pascual se consideraba la Vigilia madre de todas las
vigilias del año.
La presencia
del Triduo Pascual en la liturgia de
la Iglesia, se observa ya en el SII[26]. Una
controversia de no leve entidad vino a turbar la celebración Pascual. El asunto
de la cronología[27]. Las comunidades de
oriente de Asia mantenían el 14 de Nisán, mientras las comunidades de occidente
aguardaban para romper el ayuno a la noche del sábado posterior, al plenilunio[28].
La
intervención conciliadora de San Irineo, puso fin a la controversia. No
obstante, se fue poco a poco desdibujando la intensidad de la Vigilia, en la
fragmentación del Misterio Pascual, pasando a celebrarse el Jueves, el Viernes y el Sábado anterior a la Vigilia Pascual, a
la par de otro triduo posterior, para
acentuar la vertiente de la Resurrección: el
domingo, lunes y martes “in albis”.
Así al Triduo de la Pasión se
contrapone el Triduo de Resurrección.
Este
sería el esquema general que la
Tradición mantuvo de celebración del Triduo
Pascual: El Jueves Santo, antes
considerado día conclusivo de la Cuaresma, estaba caracterizado por una triple celebración:
la reconciliación de los penitentes, la Misa Crismal y la conmemoración de la Institución
de la Eucaristía. El Viernes Santo centraba la liturgia en la
Celebración de la Muerte del Señor, con la Adoración de la Cruz. Tenía un
marcado carácter penitencial y de ayuno. La liturgia bizantina incluía una
hermosa celebración litúrgica que celebraba la Deposición del Señor de la Cruz
y su Santo Entierro. El Sábado Santo
centraba la liturgia con un día de oración ante el Sepulcro. Tenía un marcado
carácter penitencial y de preparación para la Gran Vigilia. La liturgia ha
hecho hincapié en profundizar también el descenso de Jesús a los infiernos.
Finalmente la Gran Vigilia de Pascua
por la noche incluía el rito del fuego, la bendición del cirio, la procesión,
el “exsultet”, la liturgia e la palabra,
la gran liturgia bautismal y la Eucaristía como centro de la Vigilia.
La celebración
de la Eucaristía como Memorial de la Pascua de Cristo la refiere un pseudo Hipólito de la siguiente manera: “Esta es la Pascua que Jesús deseaba padecer
por nosotros… este era el deseo salvífico de Jesús , este su amor totalmente
espiritual, mostrar el tipo por aquello que es, o sea, solo un tipo, y
dar, por el contrario a los discípulos,
en su lugar, su santo cuerpo: Tomad y comed”[29].
Así vemos como
la celebración de la Vigilia se va prolongando progresivamente con un tiempo de
preparación y un tiempo de prolongación. El tiempo de preparación más inmediato dura cuarenta horas de ayuno con
sus correspondientes celebraciones durante el Viernes, Sábado y Domingo que
constituyen el Triduo Pascual y que
luego se extiende a toda la semana y se prolonga toda la preparación de la Cuaresma[30].
2.4 La
Pascua diaria
La Eucaristía es la Pascua diaria. Toda la vida espiritual, al igual que toda la vida
del cristiano tiene un carácter Pascual. La
Eucaristía, centro de la vida cristiana ha de ser foco irradiante que
ilumine la vida espiritual de los cristianos. Cada Eucaristía de cada día, es una pequeña Pascua. En cada celebración de la Eucaristía se celebra todo el misterio de Cristo. Cada vez que
celebramos la Eucaristía se realiza
la obra de nuestra redención, es decir, se presencializa el Misterio Pascual.
La Eucaristía como Cena del Señor es a la vez, Sacrificio,
Memorial y Banquete. Sacrificio
en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz. Memorial de la muerte by resurrección del Señor que dijo: “Haced esto en conmemoración mía.” (Lc 22,19).
Banquete Pascual en el que por la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo
participamos de los frutos de la Redención y prefigura y anticipa el Banquete Escatológico.
La comunión
con Cristo nos lleva a establecer una verdadera comunión con los hermanos, de
forma que la vida del cristiano tras recibir la Eucaristía pasa a ser una vida
eucaristizada, transformándonos en lo que hemos recibido. Comulgamos para
establecer una verdadera comunión con Dios y con los hermanos[31].
De la Eucaristía mana hacia nosotros la
gracia como de su fuente y obtiene como máxima eficacia aquella santificación
de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia
tienden como a su fin. Toda la vida espiritual inicia y madura en contacto con
Cristo, pero Cristo entra en contacto con los hombres por medio de los
sacramentos. La vida cristiana empieza con el Bautismo y la Confirmación se
restaura con la Penitencia y se alimenta con la Eucaristía[32].
La Eucaristía como actualización del Misterio
Pascual de Cristo y presencia real de él, es la fuente de toda la gracia para
la vida del cristiano. Es preciso que la celebración del misterio de nuestra fe,
pida una continuidad existencial que la abra espontáneamente hacia la vida. El
lugar de la celebración de la Pascua es toda la existencia cristiana, toda la vida
que pasa a ser una vida en Cristo, penetrada por su Misterio Pascual. El
auténtico sentido de la Eucaristía es
convertirse en escuela de amor activo hacia el prójimo. La vida cristiana pasa
necesariamente por la celebración del Misterio Pascual vivido en la Eucaristía, sin la cual es impensable
que pueda darse la comunión de vida con él y con los hermanos[33].
Toda la vida
espiritual del cristiano tiene un fuerte carácter Pascual como camino de
maduración en el amor que conlleva una necesaria configuración con Cristo
muerto y resucitado expresado en el simbolismo bautismal de la participación en
una continua muerte y resurrección. El cristiano tiene que ser “staurophoros”, portador de la cruz, para
ser un “pnematophom” portador del
Espíritu[34].
La tradición
en oriente nos deja ver el orden de la celebración eucarística: liturgia de la
palabra, plegaria de los catecúmenos, plegaria de los fieles que concluía con
el abrazo de la paz, presentación de los dones, anáfora o gran plegaria
eucarística, la comunión de los fieles, la plegaria después de la comunión y la
plegaria de bendición[35].
3.
La vivencia
de la Pascua
3.0 La vivencia judía
La fiesta de
La Pascua para el pueblo judío estaba cargada de significado y constituía el
centro del culto y del año litúrgico. La Pascua va a sufrir todo un proceso de
historización y Yahvización a lo largo de toda la historia de salvación. La Pascua
era celebrada como el principio del año, la irrupción de la vida.
Al principio la
Pascua fue una fiesta primaveral que fue celebrada por el pueblo de pastores
nómadas por el desierto. Se ofrecía un cordero como signo de los primogénitos. Más
tarde, cuando el pueblo se va asentando como pueblo sedentario, se le suma la
significación de acción de gracias por los primeros frutos de la tierra: los
panes ácimos. La fiesta de La Pascua terminará asociándose a la fiesta de los
ácimos, celebrando una gran fiesta que se alargaría por dos semanas. Será a
partir del Éxodo dónde va a cobrar toda una significación nueva con un profundo
significado para la teología israelita.
Con Moisés,
como se narra en Ex 12, dónde con motivo
de la décima plaga, se pedía al Faraón el permiso de salir a celebrar esta
fiesta y ante la dureza del mismo, es donde Dios actuará. En aquella noche
previa a la salida de Egipto, “el ángel del Señor” “pasará” salvando a los primogénitos
israelitas y destruyendo a los egipcios. Es aquella noche donde el pueblo
celebra la liberación de la opresión de Egipto. Más tarde se van asociando
distintos significados relacionados con este hecho central. La fiesta de Pesá-Matsot se pondrá en relación con la
fiesta de las semanas shabuot, al final de la cosecha celebrando
el don de la ley en el Sinaí, la fiesta de las tiendas sukkot, después de recoger el fruto de la vid celebrando la
permanencia en el desierto y la fiesta de la Dedicación purim donde se celebraba la entrada en la tierra prometida y la
dedicación del templo[36].
Como se ve,
todo giraba en torno a las Pascua, a la que se irían añadiendo toda una serie
de significados. También la celebración de la fiesta como tal, al principio más
tribal y familiar, iría tomando cada vez más un carácter nacional, sobre todo
desde la reforma del rey Josías, girando toda ella entorno a Jerusalén, la
ciudad santa, donde todo varón debía peregrinar para su celebración anual, y al
templo que centralizaba también el culto. En tiempos de Jesús se hacía el
sacrificio del cordero en el templo y se comía en las casas según la costumbre.
Según se
describe en Ex 12 la celebración
empezaba con un banquete sagrado el 8 de Nissan,
al tercer día se preparaba el cordero. La noche del 13, víspera de la Pascua se
comía el codero. El 14 era el día de descanso de la Pascua y terminaba la
fiesta. Posteriormente se prolongó durante la semana de los ácimos con otro
banquete sagrado en la vigilia del 21. En la Pascua judía había una serie de
elementos esenciales: El cordero Pesá,
los panes ácimos matsha y las hierbas
amargas maror. Se hacía memoria de la
Pascua haggadah narrando los siete
grandes acontecimientos salvíficos con siete copas y siete bendiciones. También
se bendecían los panes y se iban intercalando los himnos del hallel ( Sal 111-113 y 136) donde se hacia alusión a
todos estos hechos.
Así pues el
pueblo judío celebraba cada año la Pascua, el acontecimiento más grande de su
fe. El Padre de familia se reunirá con su familia y contará a sus hijos de
generación en generación como el Señor pasó por sus casas liberando a sus
primogénitos de la muerte. Serían alrededor de 430 años de esclavitud los que
precedieron a aquella noche de Pascua en que el Señor sacó del país de Egipto a
su pueblo perseguido por los egipcios.
El Señor los
libró de sus manos abriéndoles las aguas del mar Rojo y haciéndoles pasar entre
las aguas mientras los ejércitos del Faraón perecían ahogados. El Señor guió al
pueblo por el desierto durante 40 años en medio de signos y prodigios
proveyéndoles del mana para que no muriesen de hambre y dándoles de beber del
agua de la roca para que no muriesen de sed, a fin de darles a conocer que El
les acompañaba y socorría en todo momento.
En el monte Sinaí
el Señor pactó con su pueblo una Alianza, haciéndoles el pueblo de su propiedad,
entregándoles el don de la ley para que la guardasen y haciéndoles caminar como
un pueblo unido hasta entrar en la tierra de promisión que mana leche y miel.
Esta Pascua judía que como decíamos
ya existía antes del éxodo y que dio identidad al pueblo, iba a prefigurar otra Pascua ya no temporal sino
definitiva y eterna. La primera
conmemoraba la momentánea preservación de la vida de los primogénitos, la segunda definitiva Alianza eterna que
establecería Jesús celebra el don de la vida eterna para todos los hombres[37].
3.1 La
vivencia en Jesús
Aunque la
descripción de la Pascua varía entre los sinópticos y Juan, es curioso como
este último estructura todo el evangelio en torno a la Pascua y sigue un
paralelismo mimético con la Pascua judía. Para Juan la narración del evangelio y la Pascua
viene a ser una verdadera haggadah de la Pascua pasando de la versión judía a la versión cristiana. Sorprende como
durante el evangelio además de hablar de la fiestas (Semanas 5,1, Tiendas 7,2,
Dedicación, 7,2) presenta las tres semanas y las tres Pascuas ( 2,17; 6,4; 13,1
) y hace un desarrollo de los 7 signos seguidos de sus discursos.
Sorprende el
paralelismo sobre todo cuando hace la cronología de la última semana. La semana Pascual
va precedida con una cena en la víspera del Domingo de Ramos, situando la cena
de Pascua un día anterior el Jueves Santo y presentando la Muerte de Jesús en
la tarde del Viernes el día de la parasceve
preparación del sacrificio. Sorprende igualmente la primera aparición en el
cenáculo el primer día de la semana,
el Domingo, inicio de esa semana de octava que termina con la última aparición
en el cenáculo.
Juan sitúa así
la Pascua como centro de todo el Misterio de Cristo, en su realización histórica,
en su prolongación sacramental y en su prefiguración tipológica. Jesús
presentado al tercer día de la primera
semana por Juan el Bautista a sus discípulos, era el Cordero de Dios, el
mismo que el tercer día de la Semana Santa
se presenta para ofrecerse libre y voluntariamente a su Pasión y Muerte, el
mismo que el Jueves lo anuncia por primera vez a los discípulos en la Cena y el
mismo ofrecido voluntariamente el Viernes Santo en la Cruz, la misma hora en
que en el templo se inmolan los corderos, a los que no se debía de quebrar
ningún hueso.
Así pues,
Jesús de Nazaret, a sus 33 años, en plena efervescencia de la vida, después de
anunciar un mensaje de salvación que conmovió a las multitudes, cuando era
Poncio Pilato gobernador de Judea, provincia romana, la vigilia del 14 de Nisán
del año 3790 desde la fundación del mundo, según la tradicional contabilidad
judía, del año 784 después de la fundación de Roma, según el calendario romano,
al celebrar el 1480 aniversario de la Pascua judía, conmemorando la
independencia nacional, cuando hacía 40 años que habían perdido su soberanía
por la dominación romana y todo el pueblo esperaba la llegada del Mesías para
liberar al pueblo oprimido, se reunió a celebrar la Pascua con sus discípulos y
aquella noche cambió el rumbo y el destino no sólo del pueblo judío sino de
toda la humanidad.
Pletórico de
amor, en un gesto descomunal de amor, plenamente consciente y libre para hacer
lo que hacía, cambió radicalmente el sentido de la Pascua, inaugurando una Pascua
eterna y definitiva que iba a traer la independencia, la liberación plena y la salvación
a todos los hombres.
Jesús no
inmolaba ningún cordero sino su propia vida, su propio cuerpo y su propia
sangre para saldar la deuda del pecado de los hombres ante Dios Padre. Él, con
su vida, traspasaba el poder del maligno y de la muerte y anunciaba la plena
liberación y realización del hombre en el amor y proclamaba el evangelio y las
bienaventuranzas como el camino para transformar y vencer el mal a fuerza de
bien, ofreciendo el perdón y la reconciliación como mandamiento nuevo del amor
y fermento del Reino, de una fraternidad universal sin acepción de personas, de
raza, sexo o condición social.
Jesús de
Nazaret se constituía en el nuevo pastor y guía de su pueblo, asegurándoles su
presencia, su amor y su fidelidad, dándoles a comer y beber de su cuerpo y de
su sangre y prometiéndoles el don de su Espíritu para guiarles hasta la vida
eterna[38].
2.5 Nuestra
vivencia
Nos
situaríamos nosotros ahora en esa Pascua continua que se abre en esa primera
octava de Pascua y se prolonga hasta la Pascua eterna. Es el tiempo de la Iglesia donde
experimentamos a Jesús vivo por medio de su Espíritu. Nuestra vivencia como la
semana de las apariciones, se sitúa en una continua secuencia de encuentros con
Jesús vivo.
Nuestra
vivencia se centra pues en la Pascua como la plenitud del misterio de Cristo que
creemos, celebramos, vivimos y anunciamos. Cristo revelación y donación
suprema del Padre. En la plenitud de la historia de salvación esta presente hoy
en su Misterio Pascual. Jesús por medio del don del Espíritu culmina su obra la
que estaba prometida a través de toda la Escritura y la que hoy se prolonga en
el tiempo de la Iglesia. Este misterio lo hacemos presente hecho memorial
perenne en el sacrificio de la Eucaristía, en la liturgia, celebrado en el año
litúrgico a través de todos los acontecimientos de su vida, pasión, muerte y
resurrección.
Celebramos
siempre el Cristo Crucificado y Resucitado, que se esta realizando y se
comunica en la historia, que es asumida en el Cuerpo Místico y que llegara su
plenitud al final de los tiempos. Nuestra vida es una vida en Cristo, llamada a
transformarnos más y más en Cristo participando de su Misterio Pascual.
Ante un mundo
dividido por odios y rencores, envuelto en guerras, genocidios y atentados que
se olvidó del amor, del respeto y aprecio por la vida. Ante tanta agresión y
violación de los derechos más fundamentales. Ante la degradación de la vida
hasta el punto de no ser digna de ser vivida por las condiciones infrahumanas
de falta de alimento, salud, escolaridad, vivienda, trabajo y sentido. Ante
tantos niños, jóvenes, mujeres, ancianos
maltratados, despreciados, marginados, desestimados por su color de piel o su
condición social, celebrar la Pascua hoy ha de llevarnos a descubrir el valor
que Jesús ha dado a nuestras vidas y a
la vida de todo hombre. Ha de significar la opción de salir en defensa de la
verdadera vida sobrenatural y eterna y de optar por el verdadero amor en un
camino de solidaridad y fraternidad real con todos los hombres.
Celebrar hoy
la Pascua nos ha de suponer un verdadero cambio de vida, pasando de todo lo que
ocasiona la muerte, nuestros orgullos, envidias, celos, discrepancias,
ambiciones, luchas de poder, etc para vivir una vida nueva en Cristo comienzo
de la verdadera y definitiva vida eterna.
Participamos
de la Pascua que es Cristo, para unirnos a su Pascua, a su muerte y
resurrección, pasando a vivir una vida nueva con él, pasando a ser en él un
solo cuerpo y una sola sangre, entrando en comunión con él y con los hermanos.
Participamos de la Eucaristía para pasar a ser con él Eucaristía, portadores de
Cristo, de su amor y de su salvación para todos los hombres. Participamos de la
comunión para pasar a ser fermento de comunión y de fraternidad con todos los
hombres. Cristo es nuestra Pascua y por el Bautismo fuimos injertados con él
para en él otorgársenos la plenitud del culto divino, para que a través de
nosotros se continúe la obra de salvación.
El nuevo culto que estamos llamados a vivir es la ofrenda total de la
persona en comunión con toda la Iglesia. Participamos de la Eucaristía para
pasar a vivir de una forma eucarística[39].
4. El relato de la Pasión: La Pascua Mc 14,1-16,8
Hemos escogido
como base escriturística el relato de la Pasión y Pascua de Jesús en Marcos Mc14-16 por ser este el relato más
antiguo de los evangelios desde donde los otros se nutren. Este relato
constituye la última sección del evangelio que es no sólo la más detallada pormenorizada sino a la vez aquella hacia la
cual se orienta todo el evangelio[40].
En efecto toda
la vida de Jesús como se refleja en el evangelio se orienta a la Pascua. El
acontecimiento de su Pasión muerte y resurrección que se desarrolla en el
Calvario no es sino el acto final que concluye y cierra no de una manera
arbitraria toda la vida de Jesús.
Sobre todo a
partir del episodio central de la confesión de Pedro, se hace más
explícitamente el anuncio de su pasión muerte y resurrección indicando la clase
de muerte que e esperaba: “El Hijo del
hombre va a ser entregado…lo condenarán a muerte…se burlarán de él, le
escupirán, lo azotarán, lo matarán y a los tres días resucitará” (Mc 10-33-34)
A la confesión
de su identidad como el Mesías, el Hijo de Dios vivo, Jesús no tarda en aclarar
la especificidad de su mesianismo, la forma concreta en que se va a llevar a
cabo la redención de los hombres.
La pasión y
muerte en cruz es el cúlmen de su vida de donación y servicio. A través de su
entrega, la humanidad entera será reconciliada con Dios y entrará en comunión
con él restableciendo la comunión con los que estaban dispersos y divididos. Su
final es la consecuencia de toda su vida y su ministerio, es decir dónde su
mesianismo y ministerio queda totalmente esclarecido al igual que la identidad
de su persona. Frente a la cruz el centurión pagano exclama: “verdaderamente era el Hijo de Dios”( Mc 15,39)
Su identidad de “Mesías-Hijo de Dios”
será tan fácilmente malinterpretada que va a ser del todo esclarecida en la
donación y entrega sin límites al Padre y a los suyos hasta el punto de aceptar
con total libertad y sumisión la prueba más sublime de amor como es el dar la
vida por los que se ama.
La verdadera
identidad del Hijo, confirmada por el Padre en la Resurrección, se dará bajo la
condición de Siervo Sufriente en lo más
profundo de la impotencia y del anonadamiento. No es una filiación hecha de
poder y de inmortalidad sino de entrega y de amor sin reservas a Dios y a los
hermanos.
4.0 La orientación de toda la vida de Jesús
La orientación de toda la vida de
Jesús parece descubrirse paradójicamente en aquellos que pretenden quitarle la
vida: “ Un hombre debe morir para congregar a todos los hijos dispersos”
(Jn 11, 51-52)
Poco antes de la Pascua el Sumo
sacerdote reunido con el Consejo resuelven dar muerte a Jesús: “es mejor que un hombre muera por el pueblo,
para que no perezca la nación. Jesús iba a morir para reunir y congregar en Él
todos los que estaban dispersos”[41].
Toda la orientación de la vida de Jesús parece dirigida a salvaguardar la
comunión. El mismo Jesús había predicho: “El
Hijo del hombre tiene que ser elevado a lo alto, cuando haya sido levantado en
alto atraeré a todos hacia Mi “ (Cf.
Jn 12 32), y toda su vida ansiaba esta hora.
El amor de Cristo, en su Misterio
Pascual de muerte y resurrección, se va a convertir en la fuente de toda
comunión y fraternidad. Llegó pues “la
hora” que Jesús había ansiado. Un hombre debe de morir. Es muy importante
remarcar cómo Jesús afronta su Pasión porque nos va a revelar su identidad de
Mesías y mesianismo. Jesús habría de mostrarse como Rey mesiánico y Señor del
cosmos y de la historia, pero Señor humilde y servidor de Dios y de la
humanidad.
Nunca se pensó que el Mesías esperado se fuera a revelar con
los rasgos descritos en el último cántico del Siervo Sufriente (Is 53, 1-12), pero así iba a suceder. La realeza
de Jesús va a ser su actitud humilde de servidor que con soberana libertad,
frente a las estrategias del mal, no teme a nadie ni siquiera a la muerte.
El misterio de Jesús, que se irá
desvelando progresivamente durante toda su vida, se va a dar a la luz
plenamente en el momento crucial en su Misterio Pascual, de su Muerte y Resurrección.
Se trata de la asombrosa y dolorosa manifestación del Siervo Sufriente, que cargando con el sufrimiento de la lejanía que
vive el hombre por el pecado, va a provocar la reconciliación y la máxima cercanía
con Dios. Es la manifestación de la más grande declaración de amor de Dios, de
un Dios tan amante de la vida del hombre que le lleva al extremo de darse así
mimo para que brote su misma vida y amor en el propio hombre.
El Misterio de la Pascua es el lugar
donde se revela quien es Dios, la auténtica imagen de Dios y la auténtica
imagen que el hombre esta llamado a ser. En el Crucificado- Resucitado se
muestra al que es el Señor de la historia y de la humanidad. Si Jesús resucita
es porque Dios Padre lo ha resucitado fiel a sus promesas. Jesús resucitado es
el que concede su Espíritu al hombre para hacernos partícipes de su misma vida
y amor. En la Pascua se nos da a conocer quienes somos, el valor de nuestras
vidas que son objeto de tal amor, tasadas y compradas con su sangre.
A través de la Pascua Jesús nos
introduce en su existencia nueva participando de su redención. Somos liberados
del pecado para vivir en su amor. Es el misterio escandaloso de amor gratuito
de Dios que es revelado a los pequeños y simples, a los que se encuentran en
situaciones de sufrimiento y opresión y que perciben cuál es el verdadero
rostro de Dios.
4.0.1 La preparación en el contexto más inmediato Mc 14, 1-2
En
víspera de la fiesta de Pascua, la fiesta más importante del año, la fiesta por
excelencia del Dios liberador, se va a producir la conspiración y traición
contra Jesús. Los sacerdotes y los maestros de la ley iban por fin a resolver
darle muerte a Jesús y buscaban la ocasión para detenerle.
El
evangelio de Mateo más desarrollado nos habla de una reunión del Consejo en el
Palacio de Caifás donde finalmente se ponen de acuerdo (Cf. Mt 26,3) y donde
sería con toda probabilidad, como relata Juan, que el sumo sacerdote profetiza
que Jesús debía de morir por la nación para reunir a los hijos de Dios que
estaban dispersos (Cf. Jn 11, 51-52)
Los
jefes de los sacerdotes, ansiosos de dar muerte a Jesús, no saben como hacerlo
ante la proximidad de las fiestas y antes de que ellos lleven a cabo su
propósito, adelantará su entrega para que quede claro que es por su propia
voluntad y no consecuencia de una estratagema
Será
pues en este ambiente de contrastes, de luces y sombras, muy propio de los
evangelios, donde se va a poner de manifiesto la luz.
4.0.2 La unción: Consolación y conspiración Mc 14,3-11
El
evangelista Marcos relata con anterioridad que faltaban dos días para la fiesta
de Pascua (Cf. Mc 14,1). La cronología va a ser diferente en el evangelio de Juan
dónde va a situar claramente la cena de Betania seis días antes de la Pascua,
lo que coincidiría en la vigilia del Domingo que daría inicio a la Semana Santa[42].
En
medio de la turbación y del abatimiento que siente Jesús ante la proximidad de
su “hora”, solamente una mujer
percibe el trance y se vuelca a confortarle. Jesús es consciente del destino
que le aguarda y libremente parece emprender el camino sin vuelta atrás. Se
acerca, es ya inminente “la hora” de
su muerte y su sepultura. Jesús consciente de su destino es asumido y aceptado
en plena libertad. No es alguien que se ve arrastrado y dominado por los
acontecimientos. Se acerca a los acontecimientos de una manera soberana y
decidida, conscientemente optándolos y eligiéndolos con plena y soberana
libertad mostrando su plena aceptación a la voluntad del Padre.
Jesús no va
sólo a su Pasión, va con los suyos. Los ha preparado para “esta hora”. Jesús va unido a todas aquellas personas con las que El
ha vivido y convivido. Jesús es consciente que sus pasos, gestos y palabras, no
serán del todo comprendidos pero vive con la certeza que los comprenderán más
tarde.
Jesús
percibe el gesto de amor de la mujer que a su vez es recriminada y la defiende
y la enaltece. Jesús percibe el gesto, humilde y grande a la vez, de aquella
pobre mujer que pone todo lo que tiene para suavizar el trago amargo que le
toca beber a Jesús. Jesús reconoce que ese pequeño gesto tiene un valor enorme
porque refleja la donación total con la que su Señor va a derramar su vida por
los pecadores. En el gesto de aquella mujer, Él se identifica, dándole un
alcance que ni la misma mujer podía llegar a imaginar. Jesús deja intuir el
camino de la Pascua, el camino del “Siervo
Sufriente”, el Dios humilde decidido a abajarse. El grande que se inclina
ante el débil, el creador que se abaja a la criatura, el todopoderoso que se
hace vulnerable hasta el punto de dejarse afectar y herir por la propia muerte para darnos la
vida.
Lo
que provoca que Jesús alabe y ensalce la obra buena de la mujer, provoca el
acto de desagravio más grande por parte de uno de los discípulos: Judas y le es
ocasión para ponerse de acuerdo con los enemigos de Jesús y decidir entregarlo.
A Judas le escandaliza sobremanera ese Dios humilde que se hace débil y
vulnerable y que se dispone a morir para salvarnos dejando al lado todo su
mesianismo de gloria y poder. A Judas le escandaliza ese camino por Jesús cada
vez más delineado. Los poderosos prometen a sus seguidores éxitos y les ocultan
o minimizan las dificultades, en cambio Jesús pide a sus seguidores que tomen
la cruz y les anuncia los dolores y sufrimientos antes de la victoria. “ Si alguno quiere venir en pos de mi, que
renuncie así mismo que tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). En la percepción
de Judas la causa está perdida y va al fracaso.
El
final pronosticado por Jesús como estaba profetizado, será para unos escándalo
y para otros salvador. El destino de la muerte de Jesús no fue un desenlace
casual o movido por las circunstancias sino la consecuencia y expresión de la
orientación de toda su vida. Toda la vida de Jesús tenía como horizonte su
entrega y donación total expresada en la Cruz. Ese destino cada vez más patente
se vuelve insidioso y escandaloso para el discípulo que a todo trance evade la
cruz.
Judas
creía que la grandeza en este mundo nace del poder y de la fuerza. Creía que
sólo tal poder era la fuerza revolucionadora capaz de sacar el pueblo de la
opresión. Soñaba con el imperio del mundo para Jesús y sus seguidores, y ese
imperio sólo era posible con el uso del poder y de la fuerza. No cabía en su
mente que no es el poder sino el amor lo que prevalece en el reino de Jesús y
sólo el amor por el que reina Cristo es la única forma de transformar el mundo.
4.0.3 Contexto previo: La entrada a Jerusalén Mc 11, 1-11
Aunque
el evangelista Marcos presenta la entrada en otra sección (Mc. 1-11), no cabe duda de su interconexión. Por ello que el
evangelista Juan lo inserte en el Domingo de Ramos después de la cena de
Betania (Cf. Jn 12, 12-19).
Después
de retirarse a Betania Jesús decide emprender su entrada a Jerusalén y hacerlo
resueltamente y públicamente dando fin a todas las conjeturas que se hacían.
Finalmente Jesús se adelanta hacia Jerusalén totalmente desarmado, manso y
humilde sobre un burrico, aclamado por un cortejo de niños. Como había sido
profetizado: “Pusiste la gloria y la
alabanza en boca de los niños y de los infantes…” (Mt 21,16) y aseguraste que, aunque hicieran callar a estos,
hablarían las piedras.
La humildad que preside la entrada de Jesús montado sobre
la borriqilla y rodeado de toda una chiquillería y populacho agitando palmas,
deja claro de que su mesianismo no será el de la imposición o la fuerza, sino
el de la vía de la misericordia y de la paz.
La
exclamación del “hosanna”, traducción
del hebreo Yahvé salva, y el batir de las palmas o ramos de olivo iba a
presagiar que de un leño, convertido en árbol de la vida, vendría la salvación,
como cuando en Noé regresó la paloma con el pequeño ramo de olivo en su pico.
Este
gesto como el de la unción también va ser tergiversado y malinterpretado. Para
Judas, como los extremistas más radicales que querían acentuar la dimensión
política del mesianismo de Jesús, la entrada en Jerusalén debía de convertirse
en una verdadera ocupación y a ser mejor armada. El “hosanna” del gentío debía de expresar más un grito de guerra y de
liberación final contra la opresión de los romanos que una acogida del
Salvador. Estos no veían en Jesús otra cosa que un jefe nacionalista que habría
de liberarlos del poder de sus enemigos los extranjeros.
La
fuga reiterada de Jesús cuando le querían hacer rey, y en especial esta última,
debió de ser el detonante, la gota que rebosa el vaso para la decepción de Judas
y de los extremistas radicales.
En el
evangelio de Juan se deja ver como ante el propio templo de Jerusalén Jesús
desvela que llega la hora de su muerte, esa hora tantas veces anunciada y
presentida y que ahora ya es inminente. De cualquier forma no será fácil llegar
a ella, no ocultará su turbación incluso miedo: “ahora mi alma se siente turbada, más qué he de decir: Padre líbrame e
esta hora; al contrario aquí estoy Padre resuelto y decidido a afrontarla, pues
para esto he venido” (Cf. Jn 12,
20-36)
4.0.4 Corolario
La confianza absoluta en el Dios
providente
El misterio de la encarnación esta
todo el penetrado por la actitud obediencial del Hijo al designio del Padre. La
vida de Jesús esta toda ella sostenida en una actitud de escucha, obediencia y
abandono absoluto y confiado en el
Padre. Jesús encarna esa actitud de Abraham que cuando pregunta su hijo al padre
acerca de a quién iba a sacrificar, contesta : “Dios proveerá” ( Gn 22, 8).
Dios se había mostrado providente en
toda la historia de su pueblo, providente con los primeros padres patriarcas,
con los profetas y mucho más ahora con su Hijo.
Dios se
manifestó como Padre providente, formador y guía de su pueblo. Por su infinita
misericordia formó al pueblo que había elegido para enseñarles sus caminos y
habituarles a vivir en la tierra guiados por su Espíritu y llevándoles a una
comunión más profunda con El y con los demás hombres sus hermanos.
El
Dios omnipotente que no necesitaba de nada, se hacía necesitado del hombre y le
concedía a este su comunión, a aquellos que sí necesitaban de Él.
Así Dios les proveía de todo lo
necesario los amaba y los servía.
El
mismo manifestaba su presencia en medio de ellos siendo su protector y guía en
medio de los turbulentos y difíciles días de peregrinación por el desierto.
Así, de múltiples formas, iba
predisponiendo al hombre para que lo obedeciera y vivera concorde con su plan
de salvación. Así en medio de toda clase de acontecimientos, educaba a su
pueblo y lo iba capacitando para perseverar en el servicio a Dios y en el
servicio a los hermanos llevándoles a través de caminos humanos a las promesas
divinas, del amor humano al amor divino.
Los hombres mutuamente se ayudaban a
rastrear su voz y ser llevados por su Espíritu, descubrir su presencia en medio
de ellos, a retener sus palabras y a mantenerse en Dios y vivir bajo su mirada
perseverando en su servicio. Comían del maná cada mañana y bebían de la roca
espiritual que los seguía. Dios mismo los llevaba como en alas de águila a la
tierra de promisión.
El Señor iba haciendo prodigios en
medio de su pueblo, les abrió paso por las aguas caudalosas, les daba de comer
del mana y de beber de la roca para que perseveraran unidos en medio de las
dificultades[43].
Jesús tendrá que descubrir, poco a poco,
los caminos tan paradójicos por los cuales se iba a llevar a cabo nuestra
salvación y optarlos. Fue así también que Jesús aprendió como verdadero hombre
e Hijo de Dios a vivir en la confianza
absoluta en el Dios providente y a aprender en su pasión lo que cuesta obedecer.
Con grandes clamores y lágrimas presento ruegos y súplicas a aquel que podía
librarlo de la muerte y espero reverentemente y a la escucha de este padre para
someterse y abandonarse enteramente en Él (Cf. Hb 5, 7-8)
La limpieza de corazón
Jesús
ha puesto todo su interés en librar al hombre de toda una falsa apariencia,
falso culto de cumplir y mentir, fariseísmo de atender a la normativa faltando
al amor. No quiero sacrificios vacíos quiero amor, misericordia. Podemos dar
limosna a los pobres pero si no hay amor no es obra que revele el amor de Dios.
“La mujer” que como expresión de
estima y amor, unge la cabeza de Jesús derramando sobre él un perfume
<puro> tan caro con el que perfumó no solo a él sino a toda la casa, no
repara en traspasar todos os protocolos y
las barreras sociales, ni en
desprenderse de algo muy preciado y valioso. Su acción llena de arrojo y de
generosidad constituye la primera lección en todo el relato de la pasión.
“Esta mujer” con las otras “mujeres” que
narra el evangelio serían las que acompañarían a Jesús hasta el final[44]. De
esta mujer se hablará de generación en generación porque gracias a ella a su
fidelidad amorosa, a su presencia valiente y a su intervención silenciosa,
quedará asegurado el testimonio ininterrumpido de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús.
El Hijo de Dios nos revela en su
humanidad el nuevo modo de ser del que obra en verdad y plena libertad ante el
Padre. El Hijo pretende llevarnos a esa grandeza del ser para dirigir todas nuestras
energías hacia Dios como respuesta a su amor y a su gracia buscando siempre su
gloria. Sólo aceptando la realidad de las cosas y nuestro destino tal como
Jesús acepta el suyo seremos capaces de relacionarnos con nosotros mismos y con
los demás en su verdad. En la glorificación de Dios descansa también la gloria
del propio hombre. La gloria del hombre reside en la gloria del Hijo que llega
a ser el don del Padre y su don para los demás.
La falta de limpieza de corazón nos
nubla la mirada, nuestro amor se desordena y se dan las más grandes
contradicciones. Mas que glorificar la presencia de Dios en todo y en todos, la
persona puede buscar glorificarse así misma y más que ser dueña de sus propias
acciones puede convertirse en esclava cayendo en la idolatría de su propia
autorrealización.
A manera de un rayo de luz que pasa a
través del cristal, cuanto más limpio esta el cristal es mayor la cantidad de
luz que irradia. Si nuestra mirada y nuestros ojos están limpios el sol puede
comunicarse de tal modo que da una luz igual que la de los rayos del sol. Todo
reside en la conformidad de la voluntad humana con la divina en el amor, por
medio de la fe.
El alma del hombre tiene que ser
pura, como un espejo brillante, Cuando en el espejo hay orín no se puede ver el
rostro de la persona, el hombre no puede contemplar a Dios, ni a Dios en su
vida, ni a Dios en el hermano. Ven a Dios los que son capaces de mirarlo porque
tienen abiertos los ojos del corazón. Todo el mundo tiene ojos, pero algunos
los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol[45].
La castidad se vive como respuesta al
ágape de amor divino con el que somos amados y que nos mueve amar convirtiéndonos
en don a Dios y a los hermanos. Se trata de amar con un amor gratuito y
universal a todos los hermanos impulsándonos a todos a la comunión.
La pobreza de corazón
La imprecación de Judas: “Este perfume se podría haber vendido en más
de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres” luego, bien
aclaraba Jesús, que esto no lo decía tanto por su amor a los pobres como por su
amor al dinero.
“Que
difícil al rico al que esta apegado al dinero que entre en el Reino de Dios.
Mas fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja que entrar un Rico
en el Reino de Dios”. (cf. Mt 19, 23)
Sin la pobreza de corazón, sin la
libertad de corazón no podemos amar, ni se logra la comunión con Dios ni con
los hermanos. No podemos a acumular y guardar dinero mientras otros tienen que
luchar en medio de la pobreza[46].
Sería la actitud de Ananías y Zafira en la primera comunidad.
Pero la imprecación de Judas sobre la
mujer poniendo la excusa del amor a los pobres no estaba justificada. Es
absurdo pensar que esta donación total a la persona de Jesús pudiera perjudicar
a los pobres. Jesús y los pobres se encuentran en la misma orientación. Un amor
sin reservas hacia él se traducirá necesariamente en una atención y
preocupación sin reservas a los pobres. Los necesitados e indigentes podrán
recobrar su esperanza sólo cuando desaparezcan los prudentes cálculos de los
que pretenden administrar sin riesgo su propia existencia y la de los demás. De
estos no recibirán más que migajas.
Los verdaderos benefactores de los
pobres han sido y seguirán siendo aquellas personas dispuestas a los excesos
más irracionales a los que les mueve y empuja el amor. No debe haber oposición
alguna entre el amor a Cristo y el amor a los hermanos. La oposición se da
entre la donación total y la simple entrega de algo que no se necesita[47].
El misterio de la encarnación esta totalmente
penetrado por la actitud Kenótica de descenso del Hijo al hombre para
enriquecerlo. “El Hijo de Dios se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). ¿De que pobreza se
trata? El Padre en su infinita sabiduría
y providencia dispuso para el Hijo que naciera, viviera y muriera en la máxima
desnudez, asumiendo toda nuestra fragilidad, impotencia y debilidad.
Todo el evangelio nos deja ver el valor
que Jesús da a la pobreza de corazón: felices los pobres de espíritu porque de
ellos es el Reino de Dios. Cristo promete la felicidad a los pobres de espíritu
e invita a sus discípulos a dejarlo todo por el Reino.
En su invitación a la pobreza evangélica
el propone un modo de ser nuevo para poner remedio a la vieja levadura de la vieja concupiscencia
a la que nos somete el pecado.
La pobreza evangélica hunde sus raíces no
sólo en nuestra condición humana como seres finitos, creaturales, sino en la
actitud entre dos seres que se aman. La inicia Dios por medio del don de sí
mismo a nosotros. Aceptar este don significa que nos dejamos conducir por él.
Reconociendo su amor personal en nosotros nace en nosotros la conciencia de
pertenecerle a el. Todo absolutamente nos es dado, es pura gracia y don de
Dios. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido?
Más que una privación de bienes
materiales o de personas, se trata de una integración de una liberación o diríamos
de una revelación. Proviene de la conciencia de lo que Dios que somos y nos ha
dado y es un modo de ofrecer nuestra pobreza o limitación a aquel que dándonoslo
todo nos pide irnos transformando en don pudiéndonos transformar más y mas en él.
Así la pobreza evangélica supone una
orientación clara por el Reino, es ordenadora e integradora, un ordenar los
bienes y las personas conforme al sentido esencial que todo tiene para Dios. La
pobreza evangélica se convierte en una expresión y revelación del amor
trascendente propuesto por Dios para consolidar un modo de ser que expresa sobre
todo nuestra pertenencia a él.
La verdadera amistad
Jesús en la cena en Betania con sus
amigos, está preparando su última cena y definitiva del cenáculo, la cena de la
Fiesta del amor donde se nos va a revelar la plenitud del amor. No hay amor más
grande de el que da su vida sus amigos, vosotros sois mis amigos. Sólo con esta
amistad se abren realmente las potencialidades de la condición humana. Solo con
esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera[48].
Cristo no viene a quitar ni reducir en
nada la amistad humana, Cristo no quita nada de lo que hay en el hombre de
hermoso, bello y verdadero sino que lo lleva a la plenitud, a la perfección
para gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo[49].
Como dijo el Papa en su primera
encíclica, no cabe duda que el amor tiene múltiples acepciones, amor sensual (eros), amor de benevolencia (philia), amor de entera donación de
nosotros mismos (ágape). Jesús trata
de llevarnos mediante toda una pedagogía del amor, del amor más humano al amor
más divino[50].
El amor sensual, sin quitarle su bondad
primaria, esta expuesto a la concupiscencia. Queremos a la persona como un
objeto deseado, como bien para mí. La atracción está con frecuencia basada
sobre un querer emotivo, un impulso instintivo de placer de forma que la satisfacción
o el complementarse se convierten en fin.
El amor de benevolencia es una voluntad de bien no simplemente para
uno mismo sino también buscando el bien del otro. En este caso la primera
afirmación no es te deseo sino deseo tu bien. Esto supone tratar al otro como
persona, sin usarla para la propia realización.
El amor benévolo o de amistad puede
transformarse en ágape hasta el punto de dar libremente todo lo que soy. “ María tomó una libra de un perfume muy caro,
hecho de nardo <puro> y lo derramó en Jesús”. Este tipo de amor
supone la convergencia o encuentro entre el amor humano y el amor divino. El
amor humano se hace divino cuando la acción decida a cualquier nivel se hace en
presencia y como respuesta a El y por El, No se excluye ni mi bien, ni el bien
del otro, ni de Dios, sino que los integra y los eleva a una primacía del amor de Dios[51].
“La
hora” de Jesús es “la hora” de
amar, “la hora” en la cual vence el
amor. Sentarnos a su mesa a comer de su pan supone entrar en toda una dinámica
de transformación en el amor, de dejarnos transformar por él. Nos pide el reconocimiento de su amor como
nuestra propia medida. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere
propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo[52]. “Toda la casa se llenó del olor de aquel
perfume”
Sabía Jesús que había llegado “su hora”. Jesús nos ha dado a nosotros
la posibilidad de entrar en “su hora”,
entrar en contacto con su amor, boca a boca, beso abrazo y, por tanto, en
resumen verdadero y pleno amor de comunión en total adhesión y comunión con él
que se hace unión irrompible. No existirá verdadera comunión entre nosotros,
sin esta comunión de nosotros con él.
Por último, el amor de la verdadera
amistad, es un amor recíproco de verdadera correspondencia. Jesús trata de
adentrarnos mediante la Eucaristía en su amor oblativo y su intención es no
solo que lo recibamos de un modo pasivo, sino que también atraídos por él, nos
impliquemos en la dinámica de su entrega[53].
El clima de familia
Jesús como gran amante nos quiso atar a
todos con lazos y vínculos de amor irrompibles para vivir en una comunión
sólida y fuerte capaz de no ser destruida por la menor de las desavenencias.
Jesús no quiso que nos faltara el don de la amistad y tampoco quiere que nos
falte el don de la comunidad, de la fraternidad, de una familia grande y
numerosa dónde todos vivamos como hermanos.
Como en una súplica de amor enternecida
no quiere que exista ningún corte en la amistad entre nosotros. Todo el deseo
de Jesús con los suyos será ir fraguando una verdadera amistad y fraternidad entre
los suyos, vivir dispuestos a amarnos, a ayudarnos, reconociendo a cada hermano
como un don precioso y dando los uno la vida por los otros.
Jesús les va no solo a decir sino mostrar en qué consiste esto de dar la vida.
La primacía de su amor le lleva hasta dar la vida. No debemos de poner precio a
la unidad.
No podemos poner nunca como antagonismo
el amor a Dios y el amor a los hermanos. Hemos conocido el amor porque nos
amamos, el que no ama no conoce a Dios. No podemos caer en la tentación y en la
disociación de comulgar con Cristo y no comulgar con los hermanos[54].
Nuestra visión del hermano no podemos ni
disociarla, ni securalizarla, ni paganizarla, ni profanarla. Del amor a Cristo
nace el amor por el hermano, sea cual sea su condición y situación. Hemos de
hacer de la comunión con Dios, del banquete eucarístico toda una escuela
profunda de humanidad, de fraternidad, de espiritualidad de comunión y de
sociología cristiana, estableciendo una verdadera solidaridad entre nosotros,
saliendo al encuentro de los que más sufren, tanto cercanos como lejanos, no
solo compartiendo el pan, lo superfluo sino también lo más necesario para vivir
que es el amor[55].
Para encarnarse el amor, Dios dispuso en
Nazaret de una familia. La familia de Nazaret fue el ámbito que Dios dispuso
para que creciera y se desarrollase el Amor, en un clima de familia. Jesús se
reúne en Betania , la casa y la familia de su amigo Lázaro. Cuánto valora Jesús
este clima de familia y que costoso para Jesús fue crearlo entre los suyos. Allí
había peleas, discusiones, enfrentamientos. “Viendo el gesto de la mujer… algunos se indignaron y decían entre sí ¿Cómo
pudo derrochar este perfume? Se podría haber vendido en más de trescientas
monedas de plata para ayudar a los pobre y estaban enojados con ella”.
Que importante es la comunión con su
forma de pensar y su querer si queremos
salvaguardar la comunión. “Jesús sale en
su defensa diciéndoles que la dejaran tranquila, que no la molestasen”. Jesús
nos recuerda el relato de José vendido y ultrajado por sus hermanos, reconociéndoles
pese a eso como los suyos: “José se dio a
conocer a sus hermanos y rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios
y los servidores…acérquense yo soy su hermano al que vendieron” (Gen 45, 1-4). A
veces vendemos la amistad por tan poco: “treinta
monedas” no valen lo precioso de una amistad.
No se construye la comunidad, la
familia, la fraternidad, el mundo si no es comulgando con el mismo amor de
Cristo, desde la práctica sincera de la caridad y ayuda mutua de los unos
para con los otros.
No podemos separar el vínculo inherente
entre fe, vida y anuncio, entre celebración, vida y compromiso, entre
celebración, evangelización y diaconía. Toda la vida del cristiano que
participa de la comunión eucarística ha de convertirse en una liturgia viva
eucarística, de quien pasa a ser ofrenda eucarística, de quien se ofrece al
servicio del amor de Dios y a los hombres, adhiriéndose así a la ofrenda y a la
obra de Cristo que quiso santificar nuestras vidas y a través nuestra el mundo[56].
Los Santos Padres van a ser modelo
de esta integración entre fe y vida, entre celebración y testimonio y
compromiso cristiano. La comunión con Dios debe de llevarnos a la comunión con
os hermanos y a la percepción de los hermanos como sacramentos de la presencia
y del amor de Cristo. Han de unificarse los dos sacramentos, el sacramento del
amor a Cristo en la Eucaristía y el sacramento al amor a Cristo en el hermano,
en el pobre, en el necesitado[57].
Al que asistes en la indigencia, no
es otro que el mismo Cuerpo de Cristo. El altar sobre el que está el Cuerpo de
Cristo lo puedes encontrar por todas partes y puedes en todo momento ofrecer
sobre el mismo un verdadero sacrificio. Cada vez que ves ante ti a un hermano,
piensa que tienes ante ti un altar, para asistirlo y venerarlo. Es lo que se ha
dado en llamar el sacramento del hermano[58].
La actitud del siervo
La unción de Betania presagia la muerte
de Jesús: El camino que adopta el Siervo
Sufriente para nuestra liberación es un camino de anonadamiento y
despojamiento que pasa por el sufrimiento y la cruz. Despreciado desfigurado su
tormento iba a ser considerado como juicio de Dios, cuando de verdad sus
espectadores y ejecutores son los que tendrán que reconocer su propio pecado,
el que cayó sobre Él sin culpa ninguna. El castigo sería el nuestro, pero el
dolor, el suyo.
Toda la vida de Jesús desde los primeros
momentos de su encarnación está orientada a la Pascua. Es precisamente en la Pascua
donde parece delinearse cada vez con más fuerza los rasgos del Siervo Sufriente. El Siervo Sufriente carga con el pecado,
pasa por el maltrato, la violencia, la crueldad hasta la desolación máxima de
sentir el abandono de Dios.
El Mesías, Salvador y Redentor del mundo
adoptó la forma del Siervo Sufriente
porque su pasión era el único modo de redimir al hombre. No puede ser salvado
lo que no es asumido y amado hasta el fondo y hasta el final y este es
precisamente el camino que adopta Jesús.
Dios quiso salvar al hombre a través del
propio Hombre que a imagen y semejanza del verdadero Hijo de Dios restituyera
al hombre caído. La muerte al entrar en el mundo por el pecado desgarra por
medio el ser del hombre. Dios quiso salvar al hombre desde dentro. Para Dios la
encarnación es un camino de vaciamiento, abajamiento, anonadamiento que tiene
como final la cruz.
Aunque Dios haciéndose hombre no
disminuye ni altera su condición divina, hay un vaciamiento de la plenitud, una
humillación de lo elevado de Dios al aceptar los límites de la condición humana
hasta el punto de aceptar la muerte y muerte en cruz. La cruz de Cristo va
inscrita en el mundo creado desde su fundación y la pasión redentora comienza
desde el momento de la encarnación.
La
misma kenósis del Hijo tiene una dimensión profundamente trinitaria. El
Padre de alguna forma enviando o desposeyéndose del Hijo y el Espíritu Santo
uniendo a través de la separación y la distancia. La igualdad de la Trinidad
económica y la inmanente se da desde una dimensión kenótica.
Cristo en la cruz vence al pecado y la muerte
y ese triunfo no se produce después cuando el Padre lo resucita sino al mismo
tiempo que grita e implora al Padre al verse abandonado cuando bebe el cáliz y
cuando pasa por el Bautismo hasta sumergirse en el abismo de la muerte.
Como pastor bueno y solícito que ha
venido a curarnos, nos cura desde dentro, hubo de desnudarse y abajarse para
llegar al lugar donde yacen los enfermos de muerte para curarlos. Dios carga
con lo opuesto a él con lo eternamente rechazado por él en la forma de la
extrema obediencia del Hijo para reconciliarlo y recapitularlo todo en él.
Su
docilidad al Padre y a su plan de salvación es total, como Cordero llevado al
matadero lo que aguarda es su muerte y su sepultura aunque no hubo engaño en su
boca ni jamás cometió pecado. Su sufrimiento fue expiatorio, su dolor acercó
nuestra reconciliación.
Este entramado de humillación y
exaltación es lo que traduce Cristo en su pasión muerte y resurrección. La
muerte hace surgir la vida y su fidelidad hace brotar el misterio de fecundidad
que aquel retoño contenía. Nuestros ojos contemplaran su rostro y se saciaran
de su semblante y ante Él todos se postraran y reconocerán su grandeza.
4.1
Jueves Santo
La liturgia de
la Iglesia que revive la Pascua cada año en la Semana Santa, concentra toda su
intensidad den el Triduo Pascual. Aunque el Triduo propiamente se refiere al
Viernes, Sábado y Domingo, comienza el Jueves con la misa vespertina de la Cena
del Señor como víspera del Viernes.
Así pues, el
Santo Triduo Pascual de la Muerte y Resurrección del Señor, comienza el Jueves
Santo con la misa vespertina de la Cena del Señor y esta encabeza la liturgia
de toda la celebración del Triduo[59].
El Triduo Pascual
es el núcleo culminante de todo el año litúrgico y comprende como decimos los
tres días de celebrar la muerte, la sepultura y la resurrección del Señor. Sin
perjuicio de la unidad total del Misterio Pascual los Santos Padres tenían
buenas razones para consagrar la idea del Triduo Pascual. Su interés era
presentar los aspectos sucesivos de la Pasión de Jesús para prepararse para
vivir la Vigilia. En continuidad con la Cuaresma era la forma mejor de preparar
tanto a los catecúmenos como a todos los fieles para una vivencia celebrativa
mejor[60].
El Jueves va a
tener como objeto esta preparación, el Viernes y Sábado como se arrastra de la
tradición tienen más un carácter penitencial y contemplativo y así van
discurriendo “los tres días” de espera para la Resurrección.
Es el Jueves
Santo donde Jesús instituye la Eucaristía y donde da el mandamiento nuevo como
signo y distintivo de los suyos. El Viernes Santo donde veneramos su muerte, El
Sábado donde se recuerda su entierro en el sepulcro y su descenso a los
infiernos y finalmente el Domingo día de Pascua donde celebramos su Resurrección.
La Resurrección la celebramos en la vigilia del Domingo dónde la celebración de
la Pascua tiene su ápice y culminación.
La institución
de la Eucaristía no esta exenta de contraste y dramatismo. Mientras los
discípulos estaban discutiendo sobre cuál sería el mayor y uno de ellos tramaba
la traición, Jesús es movido al gesto más escandaloso de su amor. Era la
voluntad y el deseo de Dios de que su amor fuera acogido para vivir en comunión
pero ese deseo se ve amenazado por el libre albedrío del hombre que puede
rechazarlo hasta la oposición total a este deseo como es la división[61].
Como remedio a
tal ruptura Jesús adopta la estrategia del “opositum
per diametrum” un gesto escandaloso de amor que hiciera volver de la
perversión del corazón a la adhesión en el amor.
La Eucaristía
nos deja ver el extremo del amor de Jesús, la fuerza de reconciliación y de
amor que se desprende de su corazón. Y que emana de su Pascua. Este amor no se
quedará en un gesto, lo llevará al extremo de la auto donación, que se hará perenne en todo tiempo y para toda
la humanidad. Dios en su Hijo se ofrece por todos: “ Tomen este es mi cuerpo” .
Dios en su
Hijo renueva su Alianza eterna y lo hace con todos a pesar de todas las
traiciones huidas e infidelidades de los hombres. Su amor las aguas
torrenciales no lo podrán apagar, al contrario más evidenciará la gratuidad y
el colmo de su amor. La medida de su amor es su amor desmesurado y desmedido
que llegará hasta el fin por rescatar la persona amada.
El más
perdido, el más pecador será el objeto privilegiado de su amor confiando que
sólo así, sintiéndose inmerecidamente amado, podrá volver a ganar su entera
confianza. Se trata pues de la primacía de la gracia y de la misericordia ante
toda miseria humana. En su misericordia nosotros somos lo que somos nuestra miseria se vuelve el recipiente donde
se derrama su misericordia.
¿Qué
respuesta cabe a tan amor? Jesús mismo lo dice: “Haced esto en memoria mía” Podemos perpetuar su memoria siendo
misericordiosos y amándonos con su mismo amor de misericordia ofreciendo
nuestra vida para salvaguardar su amor y su comunión.
El mismo Jueves Santo concede mucha importancia
a la vigilia que se desarrolla en un clima de adoración y contemplación ante
Jesús expuesto en el monumento. Un análisis detallista y litúrgico de esta
noche desarrolla la gran vigilia del Jueves Santo en cuatro vigilias.
La primera de
6 a 9 donde se desarrolla la última cena, la segunda de 9 a 12 dónde se lleva a
cabo la oración en Getsemaní, una tercera de 12 a 3 donde se desarrolla la
comparecencia ante el Sanedrín y una cuarta y última de 3 a 6 donde es
ultrajado y privado de libertad antes de su comparecencia de madrugada ante
Pilato. Trataremos pues de recorrer esta secuencia.
4.1.1 La Cena Pascual: El mayor
signo de donación y comunión
La Cena Pascual como decimos va a ser el
compendio donde concurre y se sintetiza toda una vida marcada por el signo de
la donación y de la comunión. Es la llegada de esa “hora” tan ansiada por Jesús donde lleva a la plenitud toda la orientación
de su vida para así certificarla como una vida en permanente entrega de amor,
al servicio de la comunión. La vida Jesús la vive dándola. Jesús vivió y
existió en un dar dándose, en una existencia entregada, en un ser para los demás,
en un misterio constante de donación, de comunión y de servicio.
Se trata pues
de la “hora” preparada con todo
esmero por alguien que todo lo había dirigido hacia esa “hora”. Es la “hora” de su
entrega de su auto donación. Esa noche y esa cena había sido reservada y fijada
desde toda la eternidad para hacer memoria de ella por todas las generaciones
sin fin.
Las Pascuas
posteriores celebradas[62], las comidas, las cenas y banquetes que
refieren los evangelios en tantas ocasiones con los pobres y pecadores son como
preludios de esta cena. El mismo milagro de la multiplicación de los panes
narrado dos veces en los sinópticos y las pescas milagrosas, parecen
encaminadas a la culminación y revelación plena en esta cena del misterio de la
entrega de Jesús, como punto culminante de toda su vida.
No cabe duda
que lo que llega al punto culminante es la entrega de toda su vida vivida toda
ella como misterio de donación gratuita de su amor misericordioso hacia todos,
sobre todo a los más pobres y pecadores.
Lo que se
prepara no es simplemente un gesto o acto aislado sino el cúlmen, el punto
culminante y supremo de oblación en lo que es la meta de un itinerario de
constante entrega y derramamiento de sí mismo.
4.1.1.0
Preparación: El compendio de una vida Mc 14,12-16
“Dónde quieres que preparemos la Pascua? Id y
encontrareis un lugar ya reservado”. (Mc 14, 13-14)
Jesús había
preparado minuciosamente todo para esta “hora” y manda a dos de sus discípulos que se adelanten dándoles las
instrucciones y diciéndoles que encontraran todo listo para esta cena.
El lugar que
encuentran preparado es una sala grande que vendría a denominarse por los
discípulos como cenáculo. El cenáculo se convertiría en el lugar más íntimo y
reservado para los seguidores de Jesús, el lugar privilegiado de reunión y de
oración para los cristianos de Jerusalén después de la muerte de Jesús.
Cuando el
dueño de la casa[63], enseña a Pedro y Juan el lugar, se pusieron a
ultimar todos los detalles de los preparativos como era propio del rito de la Pascua
más sin embargo todo hacía intuir y presagiar que esta Pascua tan ansiada por
Jesús iba a tener un sentido distinto y nuevo.
El Maestro lleno de emoción estaba viviendo
esas horas como si fueran las últimas y esa cena tenía todo el aspecto de una
cena de despedida. Jesús que preveía la traición y entrega de Judas como lo
deja explícito en las palabras introductorias a la cena quiso adelantar aquella
cena antes de padecer[64].
Con intenso
deseo pues había aguardado Jesús este momento y se dispone a vivirlo en medio
del desconcierto de los suyos, sumergido en la horrenda tristeza de la traición
de uno de sus íntimos seguidores. Una vez más, los sombríos presagios como
tonalidades oscuras frente a la claridad meridiana de su intenso amor, iba a
poner más de relieve como en claro-oscuro la profundidad de su amor.
Los discípulos
perplejos y aturdidos en aquel aire de despedida que amargaba su alegría y
entre sospechas, intrigas y discusiones ante lo que se venía por delante vieron
como Jesús, alterando todo protocolo, empezó a revelar el sentido y el
significado propio de aquella cena con unos gestos que quedarían impresos y
guardados para siempre como si hubieran sido preparados para aquella “hora” desde toda la eternidad.
Tratemos pues
de adentrarnos detenidamente en esta “hora”
tan soñada y esperada para tratar de sopesar lo que hizo y quiso Jesús dejarnos
para la posteridad en aquella cena y el sentido y el valor que tuvieron sus
palabras y gestos para que queden así grabados y perpetuados en nuestras vidas.
4.1.1.1 Realización: El mayor gesto de amor Mc 14, 17-31
Llega al fin
“la hora” de Jesús de llevar su amor hasta el extremo: “habiendo amado a los suyos…los amó hasta el fin” (Jn 13, 1)
Se trata pues
de la última cena que va a poder celebrar con sus discípulos antes de padecer y
donde les va a mostrar el gesto más asombroso e insólito de su amor. Jesús
paradójicamente lo sitúa en medio de la incomprensión y la traición de uno de
los suyos lo que comporta gran sufrimiento[65]. No se oculta pues el escándalo de la negación,
la deserción, la traición. Pero ninguna debilidad humana será capaz de echar
para atrás tal gesto de donación que es el cúlmen y la proyección de toda su
vida.
El evangelista
Marcos no muestra a Jesús con una aureola de grandeza y de poder sino en una
actitud sumisa y humilde que extrema su delicadeza y amor. Entre traiciones e
infidelidades va a mostrar su inquebrantable amor y fidelidad a todos aún a
pesar de su infidelidad.
Contrasta su
actitud frente al más alejado. Muestra su predilección por Judas sentándolo a
su derecha. Algo sorprendente que no dejó de levantar polémica y discusión,
sobre todo por parte de Pedro, que muy probablemente ante su disgusto y
sorpresa debía estar ocupando el último lugar, destinado a hacer la función del
esclavo, lavar los pies a los comensales[66].
Jesús empieza
por levantarse de la mesa en medio de la cena, despojarse de su manto y ponerse
a lavar a todos los pies ante el asombro de todos los discípulos. Lo discípulos
no comprendieron el significado de este gesto tan sorprendente y extraño para
ellos, lo comprenderían como el mismo Jesús dijo, más tarde[67].
Aunque la cena
pascual estaba de por sí llena de significado, Jesús va a dar un sentido radicalmente nuevo y distinto a
aquella Pascua. Su vida entregada iba a ser causa y a la vez fuente de una
liberación plena para todos que iba a llevar a cabo abajándose a los más bajo
para levantarnos a lo más alto.
A la vez que
anuncia el final a su presencia terrena anuncia una presencia nueva, el inicio
de un tiempo nuevo, de unos cielos nuevos y una tierra nueva. El don y
ofrecimiento de Jesús nos va a traer la paz y la liberación plena. Lo que Jesús
ofrece no es algo aparte a su propia vida o existencia, es precisamente su
propio ser, su propio cuerpo, su propia sangre.
“Tomad esto es mi cuerpo”, entregando su
cuerpo y su sangre bajo el signo del pan y vino, les entrega todo su ser y toda
su vida hasta la muerte como medio y remedio de salvación y vida para ellos y
para todos.
Jesús inaugura
un modo de presencia nueva entre ellos y por ellos. A partir de hora estoy y
estaré presente entre vosotros, por este pan que compartís en mi nombre,
sacramento de la Alianza y de comunión entre vosotros pero también por vosotros
para todos. Jesús va a dar este sentido nuevo universalista de su entrega por
todos, a favor de todos. Por medio de la comunión en esta Alianza nueva es la
entrada a una forma nueva de ser, de amar de vivir en unas relaciones nuevas
presididas por El, en su amor, en su mismo Espíritu de amor garante de la verdadera
comunión. La novedad de vida que caracteriza al Reino Nuevo, a los cielos
nuevos y la tierra nueva, no una novedad pasajera sino la novedad de vida y
comunión definitiva y eterna que obliga a vivir en esta de donación de servicio
y entrega de la vida a Dios y a los hermanos.
En medio de la
noche, de la negación, la incomprensión y el rechazo brilló resplandeció la
abundancia, la exhuberancia de su amor. Jesús deja a sus discípulos como
herencia la sublimidad de este amor y
les exhorta encarecidamente a que se amen con el mismo amor. También
nosotros estamos llamados a vivir su amor aún en medio del sufrimiento, la
alegría en medio del dolor. Su entrega ha cambiado el destino de horror y de
división por un destino de comunión y de reconciliación. Allí donde habitó la división y el pecado se hizo
posible la reconciliación y la paz. En la máxima ruptura se dio el signo mayor
de reconciliación y del perdón. El nuevo Reino lo vivimos en esta tierra de una
forma velada y provisoria esperando la Pascua definitiva y eterna[68].
4.1.2 Oración y arresto en la oscuridad Mc 14, 32-35
Acabada la
cena después de rezar los últimos himnos Jesús se retira con los suyos al
huerto de Getsemaní[69]. Se
aproxima el momento de su prendimiento y veremos caer al Hijo por los suelos en
la máxima debilidad. Jesús no tiene miedo ni vergüenza de dejar ver ante los
suyos el momento de mayor abatimiento y angustia más profunda. Sólo tras esta
revelación podrán los discípulos llegar a comprender la verdadera identidad de
Jesús. Jesús aparece sólo y abandonado no sólo de los suyos sino ante el
aparente abandono del Padre.
Los testigos
que le habían presenciado revestido de gloria en el Tabor, lo van a contemplar
ahora envuelto en la angustia más profunda. Jesús que se había mostrado sereno
y lúcido hasta ahora, comienza a mostrarse angustiado y turbado no tanto por el
sufrimiento que le espera sino por el miedo ante el propio poder del mal. Jesús
no aparece como un titán que nadie le para sino como un pobre desamparado que
ha de atravesar el túnel de la angustia y del abatimiento.
Jesús acude
como tantas veces a la oración al Padre y por tres veces implora a su Abba que a ser posible le libre de esa
hora que se había vuelto tan amarga. Se deja también claro el contraste entre
Jesús que ora y los discípulos que no pueden orar.
Jesús sufre el
más profundo destierro en esta tierra, la lejanía y el silencio de Dios. Jesús
aparece postrado por tierra como lleno de impotencia y abatimiento. En medio de
tal postración acude con infinito amor y confianza a su Abba pidiendo
que si es posible retire el cáliz de agonía pero que no e haga su voluntad sino
la suya.
Cuanto mayor
es el deseo de verse libre del cáliz de su pasión inminente, mayor la decisión
de someterse a la voluntad del Padre. Jesús se ve envuelto en la tentación de
rechazar la consumación de su mesianismo a través de la Pasión y apela su Abba con la confianza del hijo pero con
la angustia humana que le inspira la misma muerte y el poder del mal.
El Hijo no
sólo se muestra necesitado de su Abba
sino de los suyos: “permaneced aquí
conmigo”. Disponiéndose Jesús para tal trance pide a los suyos que le
acompañen a orar y en especial a sus tres más íntimos para hacerles descubrir
sus sentimientos más profundos incluso su pavor y angustia. La muerte
amenazante se desvela en su aspecto más aterrador y Jesús siente pánico.
Jesús no
oculta frente a los suyos el miedo y su deseo de verse libre de aquel destino.
Quizás para mostrarnos que el miedo y la angustia no deben avergonzarnos. Jesús
ante su inminente muerte no quiere estar sólo y les pide que se unan a su
oración. Pero ellos en lugar de orar con Jesús y como Jesús, se dejan llevar
por el sueño hasta dejar entrar la indecisión, la desolación, la duda que es el
preludio de la deserción.
Jesús da a
entender la fuerza de su oración. De ella finalmente sale confortado y
fortalecido. De la angustia de muerte que le invade da paso a una asombrosa
firmeza y serenidad. Llega la “hora” y se dispone a ella a pesar que hubiera
deseado que se alejase él. Contrasta la plena libertad y total disposición a
llevar a cabo su entrega.
Jesús percibe
la Pasión no como algo fortuito o forzado simplemente por los hombres sino
claramente como un designio de Dios. Jesús se pone voluntariamente en manos de
quienes le van a entregar no sin antes ponerse él mismo enteramente en manos
del Padre y dispuesto al sacrificio.
Según vamos
adentrándonos en la Pasión observaremos un progresivo desvelamiento de la
imagen de Dios. Un Dios en Cristo tan solidario del hombre que no habría de
avergonzarse de cargar con nuestros sufrimientos y debilidades. Como bien diría
el apóstol Pablo: “Nuestro sumo sacerdote
no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo
igual que nosotros a excepción del pecado” (Hb 4,15) y en otra ocasión: “No vino para hacerse cargo de ángeles sino
de hombres de la raza de Abrahán y por eso tuvo que hacerse semejante en todo a
sus hermanos. El mismo que ha sido probado por medio del sufrimiento no se
avergüenza de llamarnos hermanos y es por eso capaz de ayudar a los que son
puestos a prueba” (Hb 2, 16-18).
Por eso no ha
de extrañarnos pues ni la actitud de Jesús ni la de sus discípulos. No se
oculta ni el miedo, ni el desamparo. Todo entra dentro de la pedagogía de Dios:
Si a mí al Señor le hicieron esto no os extrañéis que os suceda lo mismo”. No
ha de extrañarnos el vértigo que todos experimentamos ante el suplicio de la
muerte. Sí, vértigo y miedo es lo que experimenta cualquiera que tome en serio
el camino del seguimiento y no trate de esquivar la cruz que conlleva. No es
extraño que en cualquier momento del camino nos encontremos turbados y
perplejos vacilando en medio de la duda y el miedo, atribulados en medio de
tristeza con el corazón angustiado y vacilante.
Sí, por ahí
quiso pasar el Señor y mostrarnos que el túnel tiene salida. El entró y salió
de el. Cristo no escapó de la aflicción y la muerte sino que nos enseño a
traspasarlas con fe inquebrantable arrojándose ciegamente a la voluntad de
Dios. Era pues absolutamente necesario que el guía de la salvación fuera
probado en todo para hacerse semejante a sus hermanos y aprendiese lo que
cuesta la obediencia a la voz del Padre sin obviar el sufrimiento para
convertirse así en garante de la salvación para todos los que le obedecen.
4.1.3 Jesús y Pedro bajo interrogatorio Mc 14,
53-72
Según
va progresando la noche, entre las densas sombras que parecen ir creciendo no
va a dejar de resplandecer la luz. En el medio de la noche, en la más
angustiosa oscuridad, las tinieblas no van a extinguir ni sofocar su luz. Jesús
es prendido como malhechor y conducido al palacio del sumo sacerdote. En
aquella noche Jesús y Pedro van a ser ambos sometidos a flagrante
interrogatorio. Jesús confiesa valientemente su identidad y Pedro cobardemente
la niega. Frente al abandono de los suyos se desvela el silencio mesiánico:
Jesús es el Mesías el hijo de Dios. Tal confesión en lugar de provocar la
adhesión provoca la condena.
Maestro
y discípulo van a ser sometidos a un interrogatorio que versa sobre la
identidad de cada uno por tres veces y cada vez con mayor intensidad. Pedro va
a negar conocer a Jesús, cualquier clase de vinculación con él, es decir,
reniega de su condición de discípulo.
En
la primera llamada de Jesús a los suyos los
llamó a conocer, entender y comprender su identidad más profunda para luego
anunciarle y Pedro deja claro que ni le conoce, le entiende, ni le comprende y
que lejos de anunciarle le niega. Guiado y movido por su característico ímpetu,
mas confiado en su prepotencia que en otra cosa iba a caer en lo mas bajo hasta
verse totalmente decepcionado de sí mismo, avergonzado de caer hasta dónde él
no se veía capaz de caer. Allí abajo el que había abandonado a su Maestro se
iba a sentir misericordiosamente amado por su Señor que le miraba con esa
infinita mirada de amor de aquel que nunca nos abandona.
Frente
a la debilidad de Pedro que desfallece, que reniega de su identidad, va a contrastar como Jesús confiesa y desvela por
fin el misterio de su identidad aún a sabiendas que tal confesión le acarearía
su propia sentencia de muerte. Jesús contrasta en su veracidad con la actitud
insidiosa y falsa de sus detractores.
Los
jefes de los sacerdotes buscan testigos y testimonios falsos contra Jesús con
un solo propósito “acabar definitivamente
con él”. El fin justifica todos los medios incluso apelar a la mentira, al
descrédito, la tergiversación. Lo que menos interesa es hacer justicia. Se
recurren a falsos testigos y se levantan falsos testimonios. La falsedad de los
testigos es evidente por su falta de concordancia y por la impetuosidad como a
toda costa buscaban el descrédito levantando su voz frente al grupo acusador.
Quien
finalmente se hace el portavoz de las acusaciones es el Sumo sacerdote quien
irónicamente como ya había ocurrido en los prolegómenos de la pasión en la
reunión de aquel otro consejo que preparó su prendimiento sin saberlo, también
ahora, su resuelta manera de conducirlo y concluirlo iba a provocar el
pronunciar las palabras proféticas que desvelarían
la verdad de Jesús.
Llega así “la hora” de la verdad y la verdad se va
a imponer por sí misma. La Verdad no se va a imponer por la fuerza de los
argumentos sino por la sola fuerza del amor del que fiel a su identidad y su
destino deja que la luz penetre por sí misma con suavidad y dulzura sin
coacción o violencia. Jesús llegada “la
hora” no teme declararse por fin como el auténtico Mesías, El Hijo de Dios.
Jesús quiere evitar toda tergiversación sobre su identidad y destino y cuando
la suerte está ya echada, no tiene miedo para guardar más silencio. El que
tenía todo poder se somete a su poder y se deja acusar y condenar.
La reacción
era de esperar como animales de rapiña o jauría de leones se abalanzan contra
él. Jesús no sólo se deja acusar de blasfemo sino que se deja herir con los
gestos más degradantes. Comienzan a ultrajar y a escarnecer al procesado, le
escupen, le tapan la cara, le abofetean, se burlan de él hasta la saciedad.
Escupir a uno y abofetearle es el gesto más degradante de desprecio que pueda
hacerse. Jesús se revela como el “Siervo
Sufriente” manso y humilde que no oculta su cara ante los salivazos[70].
Jesús aún con
su cara tapada es el único que realmente ve y se pone en manos de su único Juez
que es Dios que dictaminará su último veredicto. Sus jueces están tan ciegos de
ira y de maldad que les impide ver la verdad.
4.1.4 Corolario
El lavatorio de los pies: Más que un signo profético:
“Cuando
estaban comiendo la cena, se levantó de la mesa se quitó su manto y se ató una toalla
a la cintura. Echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los
discípulos. Luego se los secaba con la toalla que se había atado” (Jn 13, 2-5)
Jesús
que había amado a los suyos, los ama con un amor esponsal que llega al colmo de
entregarse a ellos y por ellos incondicionalmente. Él se abaja con un amor
extremo hasta el fondo de nuestras heridas, de nuestro corazón herido, para rescatar
a la oveja perdida y herida, la perla escondida que entre escombros yace en
cada corazón.
Cómo no iba a provocar el asombro de
los suyos ver el Señor, el Santo abajarse a nuestro basural, verle entre los
despojos entre los despojados para hacer resaltar su amor, con la certeza de que
de nuestras heridas sanadas brotará un pozo caudaloso de misericordia que haga
brillar la fuerza sanadora de su amor.
El lavatorio de los pies es más que un sigo profético, es el gesto más
descomunal de amor que los suyos se hubieran imaginado ver. El abajamiento del
Hijo del hombre a nuestro infierno, a nuestro pecado, a nuestra ausencia de
amor. Jesús el más loco amante, con un
amor todopoderoso se hace el más pobre el más mendigo y necesitado de nuestro
amor. Empieza el descenso que llegará hasta el colmo. Aparecerá así pobre,
débil, sin recursos, hasta hacerse polvo, triturado como alimento de los
débiles, en un pedazo de pan, sin apariencia humana que podamos estimar, con el
único propósito de que descubramos a un Dios necesitado de nuestro amor, que no
puede vivir sin nuestro amor.
Ante el orgullo, la prepotencia, los
egoísmos, las envidias, los celos que nos separan de Dios y de los hermanos.
Ante un hombre arrogante que excluye a Dios del mundo y de la historia
creyéndose el Señor y el dueño absoluto de la vida con el derecho de usar y
hasta abusar a su antojo, con pleno poder, ante tantas vidas utilizadas y
maltratadas y expoliadas del verdadero amor, sólo un gesto descomunal de amor es
capaz de abrir la dureza de nuestro corazón y de hacernos despertar a su
inmenso amor. Jesús nos muestra el hasta donde del colmo de su amor que por
nosotros se hace pobre, esclavo, obediente.
Se invierten los términos. Dios postrado
ante la criatura, el Señor arrodillado frente al pecador, el Señor al servicio
de su servidor.
Y para colmo perpetua este gesto en la Eucaristía.
Sí, la Eucaristía es este gesto descomunal de amor, sostenido, ininterrumpido,
para siempre, para sostener con paciencia extrema nuestra debilidad. La Eucaristía
es ese gesto descomunal de amor abajado y humillado hasta el fondo de nuestra
miseria hasta convertirla en misericordia[71].
Jesús quiso asumir en todo nuestra
naturaleza humana para transformarla y hacer de nosotros con Él un solo hombre
cabeza y cuerpo. No se avergonzó de unirse a nosotros como si en ello dejase de
ser menos Dios. Al contrario por ese gesto descomunal de amor, descomunal de
amor entregado hasta el fin por nosotros, nos salva y salva al mundo[72].
Jesús al servir y lavar sus pies a su
criatura revela lo más propio de su identidad, de su divinidad y de su gloria.
Dios quiso hacerse hombre y hacer experiencia e la existencia humana desde
dentro, para desde dentro sanarla y restaurarla. Dios en su Hijo se abaja y ama
a los hombres hasta el punto de adentrarse en el abismo del pecado y de la
muerte para hacernos partícipes de su ser después de haberse hecho él partícipe
del nuestro. Es así la realización más profunda de la divinidad vertida hacia
el hombre y todo lo que el hombre llama su infeliz destino para desvelar el
hasta dónde de su amor misericordioso.
La
Eucaristía: una nueva presencia
“Habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin” (Jn 13,1)
La última cena es compendio y cúlmen de
toda la vida de Jesús. Jesús hace memoria de toda su vida compendiándola en un
gesto supremo de oblación y resumiéndola como un itinerario constante de
entrega y de donación de sí mismo desvelando así la razón última del misterio
de su encarnación: el misterio de donación y de comunión al Padre y a todos los
hombres.
Tanto nos amó que llevó su amor
hasta el fin. Tomando pan lo bendijo lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen esto es mi cuerpo” ( Cf. Mc 14,22 ) . ¿Qué querrían decir
aquellas palabras?[73]
Juan en su discurso del pan de vida
aclara las palabras de Jesús: “Este es mi
cuerpo, el pan vivo bajado del cielo. Los isrealitas comieron del mana y
murieron pero quien come de este pan vivirá para siempre”. Moisés el más
sufrido de los hombres imploró a Dios levantando sus manos al cielo y Dios le
proveyó con un pan de los ángeles. Cristo el nuevo Moisés que asistido por el
mismísimo y dulcísimo Espíritu levantó hacia el cielo sus manos y nos proveyó
de un alimento no terreno y caduco sino eterno.
Una de las imágenes que asociaban los
primeros cristianos a la Eucaristía era la del pelícano. Jesús quiso abrevarnos
como tierno pelícano haciéndose golpear su propio cuerpo para que brotara la
fuente de su corriente salvadora.
Jamás nadie pudo preparar un banquete
semejante en el que nos alimentara con su propio cuerpo y su propia sangre.
Quienes nos acercamos al altar recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de
Cristo para que al tomarlos pasemos a ser un solo cuerpo y una sola sangre con
él[74]
Al recibir a Cristo nos hacemos
partícipes de la naturaleza divina y nos convertimos en portadores de Cristo,
pasamos a formar parte e su Cuerpo, miembros de su Iglesia, unidos en la
caridad para perseverar en la unidad.
Mediante la Eucaristía sacramento de
unidad y caridad se establece la
comunión con Dios y con los hermanos por la gracia del Espíritu Santo que es el
mismo Espíritu del Padre y del Hijo en la unidad de naturaleza, igualdad y
caridad. Quienes participamos de su
Cuerpo y de su Sangre pasamos a ser un solo corazón y una sola alma con Él.
Las palabras sobre el pan y el vino
desvelaron una presencia no solamente estática sino una presencia dinámica,
oblativa, sacrificial y perenne de toda su vida. Jesús ha existido, existe y
existirá dándose, entregándose, es un
vivir y estar permanentemente entregándose. Se trata del ser y existir dándose
un vivir permanentemente entregándose, comunicándose para que tengamos vida.
Su comunicación y entrega la lleva al
extremo de su automación, su inmolación plena para nuestra reconciliación en
orden a la plena comunión. Dándose así mismo a los discípulos, a través de
ellos y en ellos se une a todos los hombres del modo más íntimo posible. Quien
recibe tal alimento se convierte también en alimento, en un ser que ha de vivir
bajo el signo de la donación y de la entrega a Dios y a los demás. Pasamos a
ser eso mismo que hemos recibido, germen y fuente de comunión y fraternidad.
Más que un memorial: Una
súplica nacida del corazón de Cristo
“Haced
esto en memoria mía”. Además del valor sacramental de lo que supone
perpetuar este rito perenne de la Nueva Alianza, Jesús quiere dar a entender el
valor existencial de su actitud. Como yo me entrego, como yo les he lavado los
pies, así ha de ser su actitud frente al hermano.
Jesús después de vivir con
sus discípulos llegada “la hora”,
durante la cena les abre y les deja ver lo que esconde su corazón. Ha convivido
con ellos, orado con ellos y ahora ora por ellos. Padre cuida de ellos, ellos
son tuyos tu me los diste y yo los hice míos, mis amigos del alma. Les siento
en mi corazón como mi hubieran pertenecido desde siempre y para siempre. Ahora
siento una profunda nostalgia de dejarlos.
No puedo ni quiero dejaros solos, huérfanos.
Os lo ruego permaneced en mi amor, mi mismo amor, el amor con el que el padre
me ama y yo le amo, mi Espíritu de amor,
estará presente entre vosotros. Pido por eso al Padre perpetuar mi amor entre
vosotros. Os quiero unidos a mi y entre vosotros. Os quiero sentir siempre a mi
lado, no solo cada vez que oréis sino sentir físicamente conmigo siempre, sin
ninguna distancia, ni barrera entre mi corazón y el vuestro. Como el Padre me
amó así yo os he amado, permaneced en mi amor.
La Eucaristía de la Última Cena es el
Sacramento de la Comunión de la comunidad como sacramento de unidad, de fiesta
de reconciliación y el perdón. Para establecer y restablecer la comunión
perdida Cristo se ofrece, se entrega y le pide al Padre y a los suyos
encarecidamente el don de la unidad. Por la entrega del Hijo nos viene la paz.
Es Jesús mismo quien asumiendo en su carne la división, la ruptura, la
separación, el pecado lo convierte en medio de comunión y causa de alanza. Su
entrega pasó a ser fuente de perdón y de comunión.
Jesús suplica al Padre para su Iglesia
naciente y para todos, el don de la unidad y nos da el modo de establecer esta
comunión: “Padre que sean uno”.
Cristo se entrega y nos pide que nos entreguemos en alma y cuerpo al servicio
de la comunión. Nos quiere en la tierra por medio de su Iglesia signo de unidad
y sacramento de comunión.
No es posible la fraternidad, si no esta
a la base de ella su amor incondicional hasta el fin, su amor de misericordia y
de perdón. En la última cena queda bien claro que las personas por las que
Jesús se entrega son personas envueltas en fragilidad, que han experimentado la
ruptura, el fracaso, personas débiles en suma, que experimentan hasta el fondo
su fragilidad y que en su fragilidad se han sentido profundamente amadas por
Dios.
El don del amor y de la comunión que
reciben de Cristo en el banquete de su amor y que recibirán después una y otra
vez en su debilidad es garante de su fidelidad y están llamados a irradiarlo y
propagarlo.
Jesús mediante la entrega de su amor por
su mismo Espíritu hace nuevas todas las cosas, a las personas y a la comunidad,
con una forma de amor nuevo entre nosotros. Jesús contemplando su comunidad
naciente ora al Padre para que se cumpla su sueño de unidad: “Padre no ruego sólo por estos sino por todos
cuantos crean en mi…que sean uno” La unidad es la gran obsesión de Jesús en
esta hora y deja clara y patente que toda su ofrenda y consagración de su vida
es para este último y definitivo empeño.
Un
mandamiento nuevo
“Ámense
como yo les he amado”. Más que un precepto es una revelación. Yo he ido por
delante lavándoles los pies y entregándome por todos y cada uno de ustedes para
que también ahora ustedes hagan lo mismo los unos por los otros.
Podemos amar porque Él nos amó primero
porque su amor se nos ha dado y revelado y nosotros hemos conocido su amor. El
mandamiento nuevo de Jesús no es ni una imposición ni una obligación es una
donación de Jesús que supone una auténtica revolución en quien la recibe.
Es imposible conocer su amor y
resistirse a amar cuando Jesús mismo dice que lo que hagamos con el mas
pequeños de los suyos se lo hacemos a él. La respuesta a su amor viene de una
respuesta agradecida de correspondencia amorosa y se convertirá en la
contraseña y signo más fehaciente de los servidores de Jesús.
Cristo mismo se pone en el centro como
fundamento y garante de esta comunión y da su vida para establecerla sellándola
con su sangre. Por eso los que comulgamos del mismo pan y bebemos de la misma
sangre pasamos a ser hermanos de carne y sangre, de un mismo cuerpo y de una
misma sangre.
Pasamos a ser baluarte recíproco para
defender el amor y la unidad en plena comunión de vida y amor con Dios y con
los hermanos. Jesús nos llama a eliminar todos los obstáculos y barreras no
poniendo ni límites ni precio a la fraternidad.
El don de su amor que recibimos de
Cristo en el banquete de su amor es fuerza en nuestra debilidad. Aún en medio
de la dificultad, de la infidelidad e incluso de la deserción estamos llamados
a perseverar ofreciendo a todos el perdón y siendo instrumentos y fermento de
reconciliación.
La Eucaristía habrá de ser para
nosotros, débiles y pecadores como somos, el remedio a nuestra debilidad, el
reencuentro entre nosotros los débiles y los rotos, la sanación a todas
nuestras heridas. Jesús se entrega y se inclina sobre los más débiles para
levantarlos y fortalecerlos. Sigue siendo el gesto asombroso sostenido e
ininterrumpido de nuestro Dios.
El Señor de la gloria que es divino se
despoja de su manto, de su rango y viene a nosotros pobres criaturas bajo la
forma del “Servidor” de todos
ejerciendo el “servicio más humilde”
para mostrarnos que solamente sirviendo con toda humildad podemos alcanzar lo
divino.
Jesús abajándose al abismo de nuestra
miseria y con infinita misericordia levanta al desgraciado del polvo y saca del
estiércol al pobre para sentar a su derecha al indigno anfitrión convertido en
noble y príncipe de su pueblo.
La oración de Jesús
Los discípulos si bien vieron a
Jesús cientos de veces orar, no obstante debieron de asombrarse ante la oración
de esa noche en Getsemaní. No rezaba como era tradicional entre los judíos de
pie, sino rostro a tierra, preso de terror y angustia. Se trata de una oración
desconcertante en donde se junta por un lado la ternura habitual del Hijo y por
otra lo insólito de aquella “hora” de
amargura. Su súplica no era con el tono sereno con la que Jesús solía dirigirse
a su Padre. Dejaba ver su angustia y miedo pero sobre todo una firme y
permanente insistencia en que se haga la voluntad del Padre.
Esa nota será precisamente la que
Jesús inculca a sus discípulos cuando le piden que les enseñe a orar y les da
la oración del “Padre nuestro” Esta
firme resolución de no apearse de esa “hora”
si era la voluntad del Padre es precisamente lo que le va a dar la fuerza para
resolverse. Sorprende la actitud con la que entra tembloroso en la oración y
con la que sale totalmente resuelto y decidido. Al final el coraje de Jesús es
más fuerte que el desaliento. Sabe que no hay otro camino para ir hacia el
Padre con todos sus hermanos que pasando por la cruz y por la muerte y se
decide a recorrerlo.
Jesús acepta esa “hora” sabiendo sus consecuencias. No
carga con el pecado del mundo como si se tratara de un saco de patatas. Carga
sobre sus espaldas el pecado del mundo sabiendo de la dura carga que le espera
pero convencido que su Padre le dará la fuerza para soportarla.
Jesús se decide a hacer suyo todo lo
nuestro y a salvarnos desde dentro soportando en su propia carne lo que nos
aleja de Dios pasando por el abandono la ausencia y el silencio de Dios. No hay
redención sin sufrimiento y este es el sufrimiento más espantoso, experimentar
aquel que estaba en total cercanía y sintonía con el Padre, la ausencia o la
lejanía de Dios.
Jesús exhorta a los suyos a la
oración, a la vigilancia, a la perseverancia en medio de la prueba y de la
dificultad. No dejen de velar, no dejen entrar la duda y que se les enfríe el
amor. Jesús mismo lo había predicho: “Llegarán
las situaciones más adversas de repente se encontrarán en que muchos les
odiarán y se traicionarán unos a otros, tanta será la maldad que el amor se
enfriara en muchos pero el que se mantenga firme hasta el fin se salvará” (Cf. Mt 24, 10-13). La tentación será
difícil de superar, será imposible sino somos fortalecidos por la oración.
Como el mismo Jesús, también los
discípulos han de llegar a comprender y aceptar la voluntad divina y para
descubrirla y aceptarla, necesitarán la
fuerza y la luz de la oración. Jesús no se impone por la fuerza. La revelación
incomprensible del Hijo de Dios sin gloria y sin deseo de imponerse es lo que
le lleva hasta hacerse necesitado y recurrir en tono de súplica. Verle que por
amor se abaja y se hace necesitado es lo que va a dejar un fuerte impacto en
los suyos hasta provocar una respuesta de amor.
La búsqueda de la voluntad
de Dios
Resalta de forma sorprendente en la
oración de Jesús en Getsemaní la búsqueda y sumisión incondicional a la voluntad
de Dios. Toda la vida de Jesús ha sido una verdadera escuela de obediencia y
tal obediencia no le fue fácil: “Era
necesario que Jesús, aunque Hijo de Dios, aprendiese la obediencia en la
escuela del dolor y se convirtiese, así para cuantos obedecen en autor de la
eterna salvación” (Heb 4,8)
Getsemaní es una verdadera cátedra de la
escuela obediencial de Jesús a la voluntad del Padre, su búsqueda y forma de
poder concordar con corazón y voluntad a su designio de amor. La obediencia con
que Jesús acepta su Pasión, es la expresión más intensa de su confianza
inquebrantable en el Padre.
Dios no castiga, ni prueba, ni tienta.
Dios provee y su designio es siempre de amor. Se trata de ahondar por debajo de
la capa superficial de los acontecimientos y las circunstancias e indagar
secretamente los caminos de Dios. El tentador será aquel que intente destruir
la fe y sembrar la duda del amor de Dios.
Dios no podría nunca querer la muerte
por la muerte ni siquiera que sufran aquellos que ama. Para comprender que la muerte
de Jesús pueda ser querida por Dios que es amor, se hace necesario tener como
horizonte la redención del hombre. Es por amor al Padre y con el Padre al mundo
y por tanto al hombre, que el Hijo opta por el único camino de su redención Es
algo que viene exigido por su amor incondicional al Padre y al hombre.
El Padre no quiere en absoluto la muerte
de su Hijo por sí misma. Es algo que viene dado por amor a toda la humanidad.
Getsemaní resulta incomprensible sino somos capaces de unir el amor doloroso del
Hijo y la ternura y amor victorioso del Padre complacido en la ofrenda del
Hijo.
La verdadera obediencia nace de un
sabernos amados y de la conciencia de total pertenencia para querer vivir en un
total abandono a Él. Nuestro ser esta capacitado para no determinarse
sencillamente por las solicitaciones externas
que nos rodean, las circunstancias que nos rodean, sino para buscar en
todo su voluntad y poder adherirnos a ella.
En cuanto que somos personas tenemos la
capacidad de libremente elegir y optar por lo que consideramos nuestro verdadero
bien según el designio de Dios. Esta obediencia supone la capacidad de
conciencia, deliberación y acción para libremente determinarse por la verdad,
el verdadero amor, el verdadero bien.
Obedecemos no sólo de un modo reactivo y
utilitarista en base a las necesidades inmediatas y de los demás sino trascendiéndonos
al propio querer y designio de Dios. Es en la trascendencia y no sólo en la integración
de la emotividad humana, donde se manifiesta el sentido más profundo del ser de
la persona y donde encontramos la base mas adecuada para probar la grandeza del
alma humana.
El abandono en la
providencia
Getsemaní es salto por un lado más
difícil y por otro más cierto que el hombre debe dar ante Dios. Más difícil porque
se da en la noche de la fe y del sentido sin ninguna prueba evidente. Más
cierto porque a pesar de la falta de evidencias es sin duda el camino mas
seguro. Nada más cierto que el amor de Dios.
En Getsemaní como Mateo deja ver en las
tentaciones, se pone a prueba la forma de mesianismo del Hijo[75]. Dios
no va a salvar al mundo actuando de un modo mágico y milagrero sin contar con
el hombre. Va a respetar profundamente con la libre voluntad del hombre y a
contar con ella. La salvación en Jesús por el camino de la Pasión es expresión
de ello, evitando el caer en la tentación de un milagro que le evite todo dolor
y sufrimiento. Así se lo proponían los que se burlaban ante El en la cruz: “Si eres el Hijo de la cruz, baja de la cruz
y creeremos” (Cf. Mt 27,40).
Jesús nos invita al total abandono en la
providencia, aunque cueste pasar por el miedo, la angustia, el dolor, el
sufrimiento o la misma muerte. “Aunque
sea densa la tiniebla, allí también estas Tú y tu diestra me sostiene” (Sal
139, 9-12).
Hay una manera de contemplar la omnisciencia
de Dios que nos aplasta porque parece que está al acecho para castigarnos y
otra manera de situarnos ante la providencia divina que nos salva porque está
pronto a socorrernos. Lo que está en juego es la imagen de Dios que tengamos.
No es fácil tal abandono confiado en
Dios en medio de la oscuridad, la dificultad y la falta de evidencias. Al
sufrimiento no se le puede colgar fácilmente un sentido pensando que sólo así
es fácilmente superable. Ese “beber”
el cáliz de amargura y retomar el sufrimiento con sentido sólo puede
manifestársenos desde el abandono en Dios con la firme certeza y confianza
inquebrantable en su infinita bondad y amorosa providencia. De seguro “Dios proveerá” (Gn 22,8).
No quiere decir que, porque Dios no
desee el sufrimiento por el sufrimiento, vaya siempre a evitárnoslo. El misterio
del sufrimiento y del mal no es tan trivial como para poder a primera vista
comprenderlo[76].
La ayuda de Dios no quiere decir que
desaparezca el sufrimiento ni experimentemos la ausencia del llanto, del
disgusto e incluso de la queja sino que siempre hemos de estar abiertos a que
Dios pueda convertirlo como en Jesús en completa sumisión obediencial de amor a
Dios.
El sufrimiento puede abrir el camino al
abandono más completo y confiado en Dios. Lo que podría aparecer a primera
vista castigo Jesús lo convierte en ofrenda voluntaria de amor y hace del
sufrimiento un camino de redención.
Sí, el sufrimiento jamás dejará de ser
un enigma, nuestro sufrimiento vivido y compartido con Cristo está destinado a
asociarse a la obra redentora e Cristo: “Completo
en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo en su Cuerpo que es su
Iglesia” (Col 1,24). En nuestros sufrimientos no estamos solos, Cristo los
hace suyos y está misteriosamente presente en ellos para darles un sentido y
fecundarlos uniéndolos a su Pasión de amor.
4.2
Viernes Santo
En
el Viernes Santo día primero del Santo Triduo, la liturgia resalta la
celebración de la muerte de Jesús y la adoración de la Cruz[77].
Como la misma tradición recoge comenzaba con un silencio (más tarde con la
postración del presbítero celebrante que presidía la celebración) seguido de
dos oraciones y tres lecturas y oraciones solemnes para dar paso a la adoración
de la cruz y el rito de la comunión con la reserva eucarística[78].
El Viernes
Santo va a concentrar todo su interés en la celebración de la muerte de Jesús y
en la adoración de la Cruz con la conocida aclamación: “Te adoramos Cristo y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste
al mundo”[79]. Como dice el apóstol
Pablo: “debemos gloriarnos en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo…” (Ga 6,14). En él está nuestra salvación, nuestra
vida, nuestra victoria. Por él fuimos salvados y redimidos.
Lo
que Jesús celebra como anticipación en el Cenáculo, lo reaviva de forma cruenta
en el sacrificio del Calvario. En la cruz Jesús da el sí total, fiel y
definitivo al Padre y a los hombres, para sellar su Alianza de amor con todos
como hermanos incluso con aquellos que no lo reconocen.
Si la Pasión
va a estar repleta de actos de agravio, dónde Jesús una vez entregado pasa de
mano en mano siendo objeto de toda clase de burlas y desprecios a contra luz va
a estar repleta de innumerables gestos y
actos de amor para arrebatarnos y seducirnos hacia él. Jesús amó mucho más que padeció[80]. Jesús
nos invita a creer en un Dios que no tiene el rostro ensombrecido, enojado,
amargado, desilusionado por nuestras faltas de amor y de correspondencia, sino
que tiene el rostro lleno de ternura, de confianza y de compasión.
Es el rostro
durmiente, mansísimo del que en la cruz cargó con nuestros pecados y no le
impidieron amarnos hasta el extremo. Como reza el último cántico del Siervo: “El soportó el castigo que nos trae la paz y
en sus heridas fuimos curados”. Jesús es quien encarna el misterio del “Siervo Sufriente” que se ofrece con
plena y libre obediencia al Padre a un destino de sufrimiento y muerte par
darnos a todos el verdadero sentido del sufrimiento y de la muerte y abrirnos a
todos el camino de regreso a Dios Padre.
Hasta los más
incrédulos, el ladrón o el centurión, viéndole morir se abren a la confesión.
Las tinieblas encuentran la luz y la terrible lucha del mal no logran sofocar
el poder de su amor. Si bien es verdad que la cruz revela todo el poder del mal
no menos verdad es que la cruz revela todo el poder de su amor.
Jesús en la
cruz pasa en su propia carne por los ultrajes, la desolación máxima de sentir
la ausencia de Dios y también al mismo tiempo nos revela la mayor cercanía,
presencia y revelación de Dios que sufre pacientemente por nuestra redención
salvándole del pecado y de a muerte. Su amor por nosotros lo lleva al límite de
la desolación humana de modo de poder rescatarla en sí mismo y volver a
conducir al hombre a la confianza y abandono en Dio Padre.
La Iglesia nos invita a contemplar al que
traspasaron como fuente de luz y de vida[81].
Mirar, adorar el rostro sereno la sublime majestad de aquel que muere por amor
y con tanto amor por la redención de los pecadores. Ante la contemplación del
Crucificado el velo de nuestra ceguera se cae y ante su amor desmesurado es
difícil que quien tenga la gracia de detenerse no se sienta traspasado en lo
más profundo de su ser. El costado traspasado de Cristo es la máxima expresión
del amor de Dios para el hombre pecador, sufriente, condenado. Ante él se
apagan nuestras quejas, nuestros dolores, no cuenta lo que sentimos, no cuenta
lo que nos han hecho, no cuenta ni siquiera lo que hicimos, lo que somos o
dejamos de hacer, cuenta lo que él siente, lo que es él, lo que dimana de él.
Aquí se
desvela nuestro propio misterio, ante el sublime misterio del crucificado.
Nadie hubiera pensado semejante forma de destruir el mal y la muerte. Dios que
había podido arrasar el mal aniquilando a todos los malvados prefiere entrar en
el hombre en la carne de su Hijo proclamando el perdón y la misericordia. Toma
sobre sí las consecuencias del mal para redimirlo en su propia carne crucificada. El mal no es
eliminado sino transformado en bien por la fuerza del amor del que se levanta
en la cruz como Señor y Salvador del mundo.
4.2.1 Jesús ante Pilato y sus
soldados: Mc 15, 1-20
Después
de su condena por parte del tribunal religioso, van a llevarlo al palacio de
Pilato para que este dicte la sentencia de muerte. Jesús vuelve a ser procesado
ahora ante el tribunal político. Jesús definitivamente se confiesa como “Rey” y
“Mesías” y esclarece definitivamente su mesianismo.
Jesús
revela ante Pilato que su condición divina reside no en el poder y la
inmortalidad sino en el amor humildemente apasionado por los hombres hasta el
punto de sufrir la muerte por ellos en lugar de imponerles su poder. Jesús se
revela como Rey no envuelto en el poder, honor y gloria de los emperadores de
este mundo dispuesto a salvar el mundo por medio del sufrimiento y de la
sumisión del siervo que se dispone a la muerte. La fuerza capaz de salvar al
hombre y al mundo no será otra que la misericordia y el perdón buscando la
liberación del poder y la muerte ofreciendo su vida por amor.
Aquí
tenemos al “Rey”. Un rey humillado atado y escarnecido: el verdadero siervo
sufriente. Jesús es presentado ante Pilato hecho una piltrafa, atado, escupido
y golpeado, no para despertar pena ni compasión sino para que certificaran la
pena y mover a su condena, a la condena más vil, la del crucificado. “Como cordero llevado al matadero no habría
la boca” (Is 52,7).
Jesús atado
muestra con plena libertad su soberanía y realeza frente a todo poder no
dejándose sobornar por nada ni por nadie sino siendo fiel a la verdad. Aunque
las cosas discurran por el camino de la falsedad está convencido que la verdad
se esclarecerá por si misma y que el Padre dictará la última palabra sobre su
propia sentencia. Mejor es ponerse en manos de Dios que en manos de los hombres.
El
diálogo entre Pilato y Jesús esclarece aún más su destino. Sin más preámbulos
Pilato le pregunta por su identidad: “¿Eres
tu el rey de los judíos?”. Y la respuesta de Jesús como ante el Sumo
sacerdote no se hace esperar aunque su contestación no sea tan tajante: “tu lo dices”. No contento Pilato Jesús
es de nuevo interrogado y su respuesta va aclarar la primera: “mi realeza no procede de este mundo…yo doy
testimonio de la verdad, para esto he nacido y para esto he venido al mundo,
para dar testimonio de la verdad. Todo el que escucha mi voz está de lado de la
verdad y me sigue”. Pilato desconcertado termina el interrogatorio con la
última pregunta: “y que es la verdad”.
Jesús lejos de defenderse prefiere callar y asumir pacientemente la injusta
condena que cargan sobre él.
Pilato
se vende por miedo a ser relegado del cargo. Se ve claro que lo que mueve a
Pilato es el deseo de salvaguardar a toda costa su cargo y sus intereses, aún a
costa de entregar a la muerte a un inocente. Aunque en un principio parece
buscar una estrategia para defenderle, ve que esta, la de proponer a la
muchedumbre chantajearlo por un impostor, no funciona y ante el miedo de ser
tachado y verse cómplice del reo considerado revoltoso político que solivianta
las multitudes, claudica por declararlo reo y de una muerte en cruz aún
viéndolo inocente. Las presuntas razones y ventajas políticas son más
importantes que la defensa del reo inocente, incluso la exigencia de hacer
justicia.
Jesús
es entregado a la muerte y muerte de cruz. Pilato aún sabiendo de su inocencia,
lo entrega al arbitrio del pueblo mandándolo flagelar como preludio de la
propia crucifixión. La brutalidad y la crueldad de los soldados que la
infligían, aceleraba la muerte del propio condenado. Para que el cuerpo colgado
en la cruz no dilatara su agonía por mucho tiempo. Con la flagelación de los 39
latigazos comenzaba pues así la más horrorosa y espantosa muerte del reo[82]. Al
suplicio de los golpes se añadía la vergüenza de su desnudez pues era despojado
de los vestidos y atado a una columna preparada para tal efecto.
Su cuerpo
empezó a ser desgarrado y su sangre derramada saciando así la sed de maldad de
sus ejecutores. Después de flagelado y antes de ser entregado a que lo
crucificaran tienen el descaro de aún exponerle como “ecce homo”. Sin duda en aquel hombre despojado de todo honor,
realza una nobleza y grandeza sin igual. El rasgo que caracterizaba esta
realeza es si lugar a dudas el de la entrega total de sí mismo: “El no ha venido a ser servido sino a servir
y entregar su vida por la redención de todos” (Mc 10,45.)
4.2.2
Ultrajes y muerte de Jesús: Mc 15, 21-41
Después del
veredicto Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen y Jesús cargando con
la cruz inicia el “vía crucis” hasta
el Calvario. El Hijo asumiendo hasta el fondo nuestra humanidad, se determina a
hacerlo hasta la muerte. También en la muerte ignominiosa de la cruz y ante los
ultrajes más infames, en la mayor oscuridad resplandecerá la luz, incluso en la
aparente mayor lejanía de Dios se dará la mayor cercanía aceptando su voluntad
hasta la misma muerte.
No es posible
para el Padre abandonar al Hijo, pero permite que el Hijo haga suyo el abandono
del hombre. El Hijo desciende al abismo de la debilidad humana para abrir al
hombre el acceso roto a Dios, a la filiación divina y a la fraternidad
universal. Jesús que está completamente unido a su Padre Dios, más unido que
cualquier otro hombre lo haya estado jamás, debe sufrir la muerte de la manera
más horrorosa. Jesús va a probar el máximo aislamiento y separación originada
por el pecado del hombre para volver al mismo hombre hacia Dios. Jesús bebe la
copa amarga del abandono hasta apurarla hasta el final y experimenta el máximo
abandono de Dios y los suyos. Conoce la ausencia y el silencio de Dios la más
espesa negrura de la noche. El Hijo grita y Dios parece callar permaneciendo
mudo. Pasemos a analizar esta muerte de Jesús en la cruz y los ultrajes a los
que se ve sometido detenidamente.
Como ya
habíamos dicho, Jesús se encamina al cumplimiento más acabado de lo que había
sido anunciado: la figura del “Siervo
Sufriente”. En el modo en que Jesús es condenado injustamente, en el modo
como es tratado por sus ejecutores, en el modo en que reacciona frente a sus
acusadores y detractores, se va perfilando con meridiana claridad y nitidez la profecía del Siervo del profeta
Isaías. Jesús está dispuesto a dar su vida en cumplimiento fiel a su misión
abandonándose por completo en las manos del Padre. Como cordero llevado al
matadero, en silencio, no reacciona con violencia ante sus agresores, no hace
ni el más mínimo esfuerzo por evadirse, disculparse o defenderse de sus
agresores. Jesús se ofrece pasando como hombre débil e impotente que no ofrece
resistencia alguna ante la violencia de los poderosos solidarizándose con todas
las penas, en compasión de misericordia en el grado más alto de participación
con nuestros sufrimientos.
Jesús en la
cruz sufre una larga y terrible agonía. Por tres horas todo se llena de la más
espantosa oscuridad y soledad. Silenciados sus dolores físicos nos adentramos a
un dolor más atroz: su abandono, su noche oscura. Una oscuridad inmensa que
llena la tierra y que pareciera prolongarse sin fin[83]. En
medio de la más desoladora impotencia
Jesús lanza un grito de súplica: “Eloí, Eloí,
lammá sabactaní” (Mc 15, 34). El grito de abandono de Jesús en la cruz no
deja de ser un grito desgarrador pero de súplica y de abandono en Dios, el testimonio
inequívoco de aquel pobre hombre indefenso que en su desamparo más radical se
arroja en manos de Aquel, que aún no pareciendo cercano sino ausente, le es
digno de toda confianza y fidelidad. Jesús se aferra a él como un niño buscando
los brazos de su Padre en medio de la más profunda turbación.
La muerte de Jesús no deja de describirla Marcos
escuetamente con asombrosa austeridad y sin embargo no está exenta de la
muestra misteriosamente velada y casi oculta de la intervención de Dios. Una
muerte que a primera luz se muestra escandalosa pero que a nivel más profundo
responde plenamente a los designios de Dios, lo que revela tanto en el Hijo
como en el Padre la profundidad de su amor. Precisamente a la “hora” de nona,
la hora del sacrificio vespertino en el templo, en aquel Viernes de la parasceve, donde se celebraba la gran
vigilia de la Pascua judía, Jesús se ofrecía como “Cordero” inmolando su propio cuerpo. Nos sitúa con toda la
humanidad ante el gran milagro que frente a tantos incrédulos durante tanto
tiempo se ha negado a ver.
El evangelista
no espera al hecho de la resurrección para en medio de la oscuridad dar paso a
la luz. En medio de la mayor oscuridad se abre a la luz el secreto de la
filiación divina de Jesús en este caso en boca del centurión romano que acababa
de llevar a cabo su ejecución[84]. El
centurión romano viéndole morir confiesa
su filiación divina, su relación verdadera de Hijo de Dios. Su forma de
morir deja claro a todas luces y prodigiosa magnificencia a los ojos de todos,
incluso de los más ingratos que lo habían ejecutado, que aquel hombre era
verdaderamente el Hijo de Dios.
Es el momento
final de su muerte donde se termina desvelando por completo el misterio de la
persona de Jesús. El secreto mesiánico llegó así a su fin. Solo el final de la
vida de Jesús hace descubrir su identidad y su destino y permite comprender en plenitud
su filiación divina. Su muerte en a cruz es ante todo un misterio de obediencia
y de amor. Obediencia total los
designios del Padre y amor sin límites hacia Él y hacia toda la humanidad. Este
misterio de obediencia y de amor es precisamente el que desvela hace posible comprender en todo su alcance su
condición de Hijo de Dios.
4.1.3 Corolario
La paradoja de la cruz
“El
lenguaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden pero para
nosotros poder de Dios. Destruiré la sabiduría de los sabios y haré fracasar la
pericia de los instruidos…El mundo con su sabiduría no reconoció a Dios cuando
ponía por obra su sabiduría, pero a Dios le pareció bien salvar a los creyentes
con la locura de la cruz.” (1 Co, 18-21)
Dice Pablo: “No quiero saber de otra cosa que Cristo y este crucificado” (Ga 5,14). Somos llamados a entrar en
un conocimiento nuevo impregnado de amor, no vía de la adquisición sino del
desprendimiento.
Paradoja será siempre la propuesta
del Maestro: “Quien pierda la vida por mí
la encontrará” (Mt 16, 25 ). El trágico destino que Jesús voluntariamente
recorre hasta su muerte, una muerte en la cruz, se va a convertir en la
consumación de su redención. Asumiendo libremente y con infinito amor su
destino lo escandaloso de su muerte se va a convertir en consumación de su obra
salvadora, en medio de comunión, causa de alianza y de salvación para todos.
Jesús hace de su condena injusta de muerte un poderoso remedio a nuestros
males. La más cruel de las injusticias pasa a ser fuente de perdón y de
reconciliación. En la cruz se escribe el motivo de su condena: “Jesús Rey de los judíos” Jesús se
levanta como rey en la cruz, no envuelto en poder, honor y gloria sino como el “Siervo” que por el sufrimiento y
sumisión se ofrece hasta la muerte para salvar al hombre por la misericordia y
el perdón.
El hombre es rescatado del poder de
la muerte y del maligno por la fuerza del amor. Al final se impone la verdad no
por la fuerza y la violencia haciendo uso del poder sino por la fuerza del amor
y la fidelidad mantenida hasta el final con mansedumbre y suavidad propias de
la mayor verdad.
Jesús siendo de condición divina no
consideró como presa codiciable o privilegio a defender ser igual a Dios
usurpando o haciendo uso de su poder sino que se humilló, se desprendió, se
vació de sí mismo tomando la condición de siervo y se abajó así mismo hasta la
muerte y muerte de cruz (Cf. Fil 2, 1-8)
Dios mismo en Cristo se abajó por
los suelos hasta asumir la postración de la carne y de la muerte y por nosotros
sufrió como hombre la muerte en su carne para ofreciéndose al Padre por
nosotros elevarnos a su dignidad de hijos de Dios. Su bajeza es nuestra alteza
y su debilidad es nuestra gloria.
Jesús en la cruz cambia radicalmente
la imagen de Dios. Del Dios omnipotente de poder absoluto pasa a ser absoluto
amor. Su soberanía no se manifiesta en aferrarse a lo propio sino en dejarlo,
en desprenderse de todo entregándose por entero (despojándose hasta el colmo de
sí mismo). En el colmo de su condición de “Siervo sufriente” en la cruz irrumpe
la gloria del Hijo en cuanto que ahí se revela su amor hasta el colmo[85].
La cruz de Cristo es salvadora, es
el supremo abrazo de Cristo que nos da para unirnos, pacificarnos, hermanarnos
a todos con él. En la cruz Jesús hace suyo el sufrimiento y la muerte del
hombre en su realidad más dolorosa y profunda. Su solidaridad con el hombre
llega a su punto culminante. En la cruz Jesús se hace hermano de todos los
hombres, hasta compartir todos nuestros sufrimientos, todas nuestras miserias.
No existe dolor, abandono, soledad que no sea asumida por Cristo. Para alcanzar
y redimir al hombre Cristo ha querido abajarse hasta la situación de máximo
abandono y rechazo como es el pecado para sacarnos del pecado y reconciliarnos
con Dios.
Para levantarnos, él se abaja hasta
el abismo de nuestra soledad, vacíos, sinsentido, sintiendo sobre sí la
espantosa distancia que establecemos entre el hombre y Dios para que desde la
más amarga aflicción brote el perdón y se nos de la salvación. De lo que era la
más horrenda injusticia y el más trágico final se va a convertir en consumación
de su obra. Lo escandaloso de su muerte lo convierte en ofrenda y sumisión
amorosa al Padre, en remedio y fuente de reconciliación y comunión para todos.
En la máxima flaqueza nos muestra todo
su poder. Prueba mucho más patente de su poder, que la multitud de sus
poderosos milagros, es el hecho de que su naturaleza omnipotente fuera capaz de
descender hasta la bajura del hombre. La altura brilla en la bajura sin que por
ello la altura quede rebajada[86].
En la debilidad de Dios, se
manifiesta su fuerza y en su necedad y locura se muestra su superioridad sobre
la sabiduría humana. De ahí que Pablo termine diciendo, en la carta a los
Gálatas, que no quiere saber en delante de otra cosa que Cristo crucificado,
pues sólo en Él está el centro de la salvación.
En el centro de lo sucedido en la
cruz es que Jesús va a ser resucitado y exaltado sobremanera por Dios: La cruz
no será más la condena sino la salvación, es el acontecimiento al cual se encamina
toda la historia de la vida de Jesús, de nuestras vidas y de toda la humanidad.
Nuestra verdadera
identidad y nuestro origen
Ante la muerte de Jesús no solamente
se desvela la identidad del Hijo de Dios sino nuestra verdadera identidad y
nuestro verdadero origen. Si en la primera creación Adán (hecho del polvo de la
tierra) y Eva (madre de los creyentes) nos refieren a nuestros primeros padres,
el misterio de la Pascua y de la cruz nos refiere a nuestro verdadero origen.
Cristo nuevo Adán muerto y resucitado es nuestro origen. Del misterio de la Pascua
y de la cruz nace la Iglesia[87].
Como refiere el evangelista Juan,
poniéndose el mismo como testigo presencial de los hechos, cuando llegaron a
Jesús para cortarle las piernas y así se acelerara su muerte para no quedar
expuesto en la celebración de la Pascua judía, vieron que ya estaba muerto y un
soldado le atravesó el costado con una lanza. Su corazón fue traspasado y al
instante salió agua y sangre.
El corazón traspasado de Jesús, como
ya el mismo había profetizado[88], va
a ser ese manantial que salta hasta la vida eterna. Jesús en la cruz, es el
sacerdote, la víctima y el nuevo templo y de su costado abierto, como había
profetizado Ezequiel, brotaba la fuente de la vida[89]. Del
corazón traspasado de Jesús, de su costado abierto sale agua y sangre que
simbolizan los sacramentos de Bautismo y la Eucaristía[90]. La
cruz se nos presenta como el nuevo árbol de la vida. Si del primer árbol
comieron nuestros primeros padres y entró la muerte, por este árbol nos viene
la vida. Este leño en el que Jesús fue herido en sus divinas manos pies y
costado, curó las huellas del pecado y las heridas que nos dejó[91].
Así como Eva nació del costado de Adán,
Cristo el nuevo Adán adormecido en este árbol, de su costado abierto nace la
Iglesia [92]. Así como Moisés en el
desierto golpeó la roca, para dar de beber agua a su pueblo en el desierto,
para que calmara su sed y levantó el cayado de la serpiente para sanarlos de su
mordedura mortal, así también Cristo nos da de beber de su cuerpo herido y
golpeado en la cruz y fruto de la medicina que brota de sus heridas somos
curados.
Como anunciaba el profeta Isaías en
su último cántico del Siervo: “El fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo cayó sobre Él y Él se
convirtió en nuestro remedio saludable (Is 53,5), sus cicatrices sus
propias heridas nos curaron. Sus entrañas rebosan misericordia. Atravesaron sus
manos pies y costado y a través de estas heridas puedo entrar a gustar y ver
cuán bueno es el Señor. Podemos entrar a mirar a través de la hendidura. Las
heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón, el gran
misterio de piedad, la entrañable misericordia de nuestro Dios[93].
La cruz es torrente de misericordia
y fuente de perdón, de reconciliación, de solidaridad y fraternidad, fuente de
paz. Cristo en la Cruz abre sus brazos para abrazar y abrasar con el fuego de
su amor a toda la tierra y para congregar bajo la sobra de sus brazos como de
águila a todos los hijos dispersos[94].
Jesús nos desvela el
verdadero rostro de Dios
Cristo nos revela en la cruz el
verdadero rostro de Dios: La misericordia. Jesús en la cruz nos abrió el
corazón, podemos entrar por la hendidura de su costado hasta su corazón y
descubrir la entraña de nuestro Dios. Sus entrañas rebosan misericordia.
Cristo que había anunciado de mil
maneras la entrañable misericordia del Padre a través de bellas imágenes y
parábolas y miles de gestos de compasión y atención privilegiada hacia los más
necesitados, los pobres y pecadores,
llega al final de esta revelación con su propia muerte. Del misterio de la cruz
surge “otro rostro e imagen” de Dios: El Dios de la misericordia y el perdón.
Un Dios abajado, inclinado, arrodillado a nuestras miserias, abrazando nuestras
flaquezas, soportando nuestros dolores, besando nuestras heridas, ungiéndolas
con el óleo santo de su misericordia para levantarnos y unirnos con un
definitivo beso al corazón del Padre[95].
Para los Santos Padres asociaban el
Espíritu Santo al beso de Dios. Este Espíritu se nos es dado en la cruz: “y dando el último suspiro entregó su
Espíritu”. De la gran cristofanía podemos pasar a la gran teofanía. La gran
teofanía del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Dios no está impasible ante la
muerte de su Hijo. En la cruz, el Hijo llega hasta el extremo de su amor y de
su entrega filial, pero también el Padre habiendo tomado la iniciativa de esa
entrega llega hasta el fondo de su amor paternal.
Dios no asiste impasible al sufrimiento
del Hijo. Si el Hijo sufre la crueldad no es el único que sufre. El Padre sufre
también, tanto que no quiere intervenir para preservar a su Hijo de la
violencia de los hombres lo cual supondría coartar su libertad.
Su silencio es la paradoja más fuerte de
su providencia amorosa y paternal. El silencio de Dios llega a la cima más
insospechada. Dios es injuriado en su Hijo y parece callar, no intervenir. Es
interpelado por el Hijo y no responde.
Esto lejos de parecer consecuencia de
una actitud indiferente y fría puede ser visto como la expresión más pura de su
profunda comunión con su Hijo, comunión que implica compasión de amor en el
sufrimiento del Hijo[96].
Padre e Hijo están indisolublemente
unidos en sólo ser divino. Esta unidad
permanente excluye toda separación en el interior de la Trinidad. Se trata de
una unidad que se realiza en el amor. En el momento más penoso de la pasión,
cuando la distancia parece crecer entre el Padre y el Hijo se consolida una
unión que asegura el efecto esencial de la salvación para la humanidad, llamada
a entrar también en esta unidad divina.
Esta unión indisoluble perpetuada en el
Hijo con toda la humanidad se lleva a cabo en el Espíritu. El Padre compadecido
por toda la obra redentora del Hijo, lo avala con la última palabra que rompe
el silencio: la Resurrección. Al amor con que el Padre entrega al Hijo,
corresponde el amor con que el Hijo se entrega al Padre y este Amor no es otro
que el Espíritu Santo.
Un nuevo culto, un nuevo
sacerdocio
El culto judío se había centrado en
el templo y en torno a los sacrificios rituales que en este se ofrecían como
expiación de los pecados del pueblo. Cristo sacado del templo y de la ciudad
santa inaugura en su Cuerpo ofrecido en la Cruz un nuevo culto, un nuevo
sacerdocio, un nuevo templo.
Cristo inaugura el nuevo culto en su
Cuerpo, en espíritu y en verdad. “No quisiste
más ofrendas ni sacrificios. Tu Señor me diste un Cuerpo y aquí estoy Señor
para hacer tu voluntad”. (Cf. Hb 10, 7). La cumbre del nuevo culto es la
realización del plan salvífico del Padre ofreciéndose en la Cruz como rescate
por toda la humanidad.
El verdadero culto se desplaza
claramente al culto de la vida, al sacrificio de la propia vida. Cristo deja a
su Iglesia el sacramento de este verdadero sacrificio que inaugura un verdadero
y definitivo culto espiritual agradable al Padre. (Cf. Rm 12, 1-3).
El verdadero culto consiste en la
glorificación de Dios y proclamación de su obra dejándonos nosotros mismos
hacer la obra agradable a Dios. No se pone el acento en la suntuosidad del
culto externo en el templo sino en la cotidianidad de la vida ordinaria que
ofrecida a Dios con amor se convierta en el verdadero culto agradable al Padre.
El verdadero culto es inseparable de la vida y cuán fácil es separarlo.
El misterio de la presencia de Dios
en medio de su pueblo, el lugar de la manifestación como morada de Dios va a
ser su Cuerpo. El templo será destruido y profanado y Cristo inaugura en su
Cuerpo el nuevo templo. Pondré mi santuario en medio de ellos para siempre.
Jesucristo en su Cuerpo, que pasa a ser la Iglesia pasa a ser la nueva
presencia de Dios entre los hombres.
Jesús es la nueva tienda de la
presencia de Dios, pero ahora en su carne, hecha verdadera y definitiva morada divina
para la humanidad. Jesús es el nuevo templo y su Cuerpo pasa a ser el verdadero
santuario, el verdadero y definitivo lugar del culto en espíritu y verdad.
El verdadero culto y la morada que a
Dios le agrada es una comunidad congregada en su amor que pasa a ser sacramento
e irradiación de su amor. Una comunidad sacramento, que pasa a ser su presencia
entre los hombres, sacramento de Cristo entre los más pobres, indigentes y
necesitados, donde Cristo sigue viviendo su Pasión.
Celebrar la Pascua, la Muerte y la
Resurrección de Cristo en su Iglesia es descubrirlo y reconocerlo en el
hombre de hoy, en nuestros hermanos.
Esto nos pide un verdadero compromiso, es de eliminar todo cuanto impide a los
hermanos vivir la fiesta del perdón y de la reconciliación.
Jesús nos mueve a eliminar todo cuanto
impide la solidaridad y la fraternidad, toda opresión, hambre injusticia que
son signos de contradicción, para que el hombre no sea ya más victima del
hombre[97].
La ofrenda de la vida
Jesús
hace de toda su vida donación, ofrenda a Dios y a los hermanos. Si toda su ida
es expresión de ello, lo es más su final en la cruz y su último suspiro: “Padre en tus manos pongo mi vida”.
La primera y última palabra que aparece
en los labios de Jesús en el evangelio es Padre. En sus manos vive toda su vida
y en sus manos muere. Sus palabras anteriores en la cruz dónde experimenta el
máximo abandono también van precedidas de una tierna súplica al Padre. El
abandono de Cristo en la cruz no encierra a Jesús en la soledad, sino que
paradójicamente, es donde tiene lugar la más perfecta unión con Dios siendo
esta unión la que le desvela plenamente como Hijo de Dios.
Como dijo Juan Pablo II: “El grito de Jesús en la cruz no delata
angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al
Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro
pecado, <abandonado> por el Padre el se <abandona> en manos del
Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la
experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve
límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Solo él que ve al Padre y lo goza plenamente,
valora profundamente que significa resistir al el pecado con su amor…la
tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez
la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y
la agonía hasta el grito de abandono”[98].
Del costado abierto de Cristo nace la Iglesia
y un cuto nuevo. La Iglesia, su Cuerpo es el lugar donde él habita y done él
viene a manifestarse. El Misterio Pascual de Cristo, no pertenece al pasado,
domina sobre todos los tiempos y en todos los tiempos se mantiene
permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz, permanece presente en
tantos hombres-mujeres y acontecimientos
de la vida de hoy.
En la liturgia primitiva era una
norma la de no disociar la comunión con Cristo y los hermanos. La celebración
de la Eucaristía como participación del Misterio Pascual de Cristo debía
conllevar una verdadera comunión, reconciliación sincera con los hermanos. Hoy
también no se puede celebrar la Pascua sin vivir la justicia, solidaridad, la
fraternidad. No podemos venerar su Cuerpo, honrar su Cuerpo y despreciarlo
cuando lo vemos cubierto de andrajos.
La celebración de la Pascua pasa a
ser sincera en espíritu y verdad cuando implica la vida desde un verdadero
compromiso en el ejercicio de la caridad, la ayuda mutua y la acción misionera,
impulsándonos a salir al encuentro sobre todo de los más necesitados[99].
Su grito de abandono y de tengo sed
en la cruz sigue resonado hoy en tantos corazones. Ahí esta Cristo muriendo en
la cruz por todos, despojado de todo, totalmente pobre, humilde, desnudo,
solidarizándose con todos los abandonados, desposeídos, despojados de la vida.
Así esta Cristo hoy como ayer despojado y desposeído absolutamente de todo[100].
En ese Cuerpo triturado, machacado,
convulsionado y retorcido, en aquella piltrafa humana que colgaba sin piedad de
aquel madero se nos ofrecía la forma de transformar el odio y la injusticia en
la justicia de Dios por el amor la misericordia y el perdón. Padre por ellos me
ofrezco, perdónales.
Nunca en ningún hombre, ni en ningún
momento de la historia, ha habido tanta injusticia, tanto pecado junto, como en
aquel Viernes Santo. Sobre Jesús gravitaba todos los crímenes y pecados de toda
la humanidad, todos cayeron sobre el Justo y fue necesario que el Justo pasara
por injusto y que el bendito pasara por maldito para que en esa cruz nos
ofreciera el precio de nuestra salvación.
Desde ese día gracias a tu muerte en
cruz y tu resurrección, cuántos crucificados empezaron entonces a anunciar tu
presencia amorosa y tu salvación. Cuántos crucificados anónimos arrinconados,
empezaron a ocupar una presencia privilegiada para Ti y para toda la humanidad
ofreciendo sus vidas como relevo y prolongación de tu misma ofrenda de amor.
Hombres y mujeres que pasaban a ser en sus cuerpos humanidad de añadidura
redentora que aplacan, compensan, equilibran los pecados, las injusticias y las
aberraciones que vivimos en nuestra humanidad dando paso a la misericordia y a
la reconciliación.
El tengo sed
Siempre quedará como enigma el
significado de este tengo sed. Siguiendo la lógica joánica no se trata simplemente
de la sed física de un crucificado que asfixiado cuando los pulmones se ven
ahogados de sangre clama pidiendo sed. Este era efectivamente uno de los más
grandes tomentos. Jesús no había bebido nada desde la noche anterior y la
pérdida de la sangre había sido brutal.
Clavado en la cruz se hacía más rápida la deshidratación y más a esa hora sexta
del mediodía.
Pero esta sed, siguiendo el
paralelismo con la samaritana bien podría significar una realidad más profunda,
una sed más profunda, sed de amor, sed de ser amado, conocido, comprendido,
correspondido. El amor no es perfecto si no llega a esta correspondencia y
reciprocidad en el de amor[101].
Es precisamente lo que intenta Jesús con
la Samaritana: “¿Si conocieras <el don
de Dios>y quien te pide <dame de beber>, tú le pedirías a él y él te
daría <agua viva>. El agua que yo te daré se convertirá en <fuente que
salta hasta la vida eterna>” (Jn 14, 18-19). Contemplando a Jesús morir,
su última súplica despierta incluso a los más incrédulos la más benévola
compasión. Frente a aquel moribundo agonizante que suplica “tengo sed” uno de los soldados tomó una
esponja, la sumergió en su jarro, y se la tendió a sus labios con la punta de
su lanza. Jesús no la prueba, porque habla de “otra sed”.
Jesús agonizante, impotente,
menesteroso, suplica, pide y “esta sed”
se descubre precisamente ahí en la contradicción de su impotencia y su súplica
despertando nuestra necesidad: “Tú puedes
amarme, atenderme, aliviarme, saciar mi sed” (Cf. Sal 6,3-5; 59,2-3; 64, 2-3). Jesús, en su impotencia nos hace
sentir necesitados y nos mueve a solidarizarnos con él y con tantos con él
crucificados. Jesús es el único sacar de nosotros lo mejor, su misma respuesta
de amor.
Jesús nos suplica: “quien tenga sed que venga a mí y beba” (Jn7, 37) prueba de mi amor,
recibe de mi don entregado y te aseguro que de ti saldrá una fuerza
irresistible de amor que te llevará a perpetuar mi entrega en el mundo ante
tantos despojados, agonizantes, crucificados del mundo de hoy.
Esta sed de ser amado, conocido,
comprendido, correspondido, es la que expresa Jesús a Pedro cuando después de
haber sido tres veces negado busca por tres veces sacar de nuevo la confesión
del discípulo. No es nada fácil sanar la herida de una negación y deserción tan
grande. Jesús sin embargo después de Resucitado y de haber fortalecido la fe
del discípulo, después de cenar, le dirige por tres veces la misma pregunta: “Simón hijo de Juan ¿me amas?”[102].
Pedro necesita experimentar un amor
más fuerte que su infidelidad y el Señor levanta su mirada triste y avergonzada
hacia él: “¿me amas más que estos?”
No sabía Pedro como responder. Tantas veces comparándose seguro que esta ve
tenía otra intención curativa la pregunta del Maestro algo así cómo ¿descubres
mi amor, cuánto te he amado incluso mucho más que a estos otros tus hermanos
que tan sólo me dejaron como tu en el momento de la tormenta pero no me negaron
tres veces como lo hiciste tu? Más sin embargo, Jesús más delicado y tierno, no
le pone al descubierto tanto su pecado como su mirada de predilección: date
cuenta Pedro de cuán grande es mi amor.
Verdaderamente no comprendías mi
gesto de amor cuando, arrodillado ante ti, te pedí que te dejaras lavar mis
pies. Verdaderamente decías bien cuando a la mujer “no lo conozco” en la noche del prendimiento y la traición, pues no
conocías mi amor de misericordia que no te abandonaba ni te rechazaba aún a
pesar de tu rechazo, verdaderamente no conocías mi amor expresado hasta el
extremo en la cruz v abajado hasta el fono de la miseria del hombre para
levantarle pero ahora si lo conoces.
Pedro experimenta el beso de Jesús
no sólo en los pies sino en la mano y en su boca[103]. No
es el amor (beso) apasionado del primer inicio todo fogosidad e impetuosidad
del primer momento (eros). Tampoco el
amor (beso) fraterno del amigo y compañero de camino con el que te codeabas y
bromeabas compartiendo el pan y la vida (philia).
Es el amor (beso) esponsal del que te suplica que entres en la verdadera
comunión de vida de suerte y de destino (ágape)[104].
Pedro, tú antes te apoyabas en ti
mismo y confiabas en tus propias fuerzas. De ahora en adelante confiarás más en
mí que en ti y te dejarás moldear y llevar por mi amor hasta “donde tú no irías”. Necesito Pedro que
pongas tu certeza y firmeza en mi infinita misericordia para que ames así con
mi mismo amor a tus hermanos.
4.3.
Sábado Santo
La liturgia
del Sábado Santo, segundo día del Santo Triduo se centra en la vigilante espera
ante el sepulcro meditando la Pasión del Señor y en espera del Resurrección. La
Tradición lo tiene como un día de oración y reposo.
El Sábado
Santo la Iglesia nos invita a esperar en silencio ante el sepulcro vacío. Dos
van a ser las figuras que la Iglesia nos propone imitar la de la Virgen y la de
María Magdalena. Ambas permanecen en vela aguardando a su Señor.
María
Magdalena ansiosa permanece ante el sepulcro y ante la tumba vacía permanece
llorando. Ella representa a la humanidad resignada ante la muerte e impelida a
salir a la búsqueda del Salvador.
Nuestras
búsquedas son a veces muy humanas, con parámetros
demasiado humanos donde a Jesús es difícil encontrarlo. Muchas veces buscamos a
Dios donde no está: “No busquéis al que
está vivo entre los muertos” A Dios es difícil encontrarlo cuando vamos con
nuestras expectativas de eficacias humanas, de éxito, de poder, de
satisfacciones fugaces.
Dios nos pide
la perseverancia y la actitud vigilante en medio de la noche. El tema de la
noche y de la espera no debe asustarnos. En medio de la noche la espera
vigilante y confiada purifica y fortalece el amor. La noche es tiempo de
salvación. No debemos apresurarnos ante la falta de pruebas, de eficacias o de
resultados inmediatos. Hemos de aprender a esperar a respetar los silencios de
Dios y a abandonarnos en él con infinita confianza dejándole a él toda la
iniciativa.
A veces los
contratiempos y las dificultades forman parte del plan de Dios, la manera de
enseñarnos, el medio de agradarle perseverando en medio de la aridez, del
sufrimiento, del cansancio y aparente desolación. Lo que importa es mantener
clara la conciencia de que todo lo dispone Dios para bien de los elegidos o lo
hace concurrir para bien El no dejara de
manifestarse a su tiempo si con confianza perseveramos.
A través de la
noche y de la confiada espera Dios dispone el alma para purificarla, madurarla en el amor y capacitarla para un
más profundo conocimiento y comunión de amor. Dios no resucitó a su Hijo de una
forma inmediata sino que también dispuso de este tiempo de espera. El Señor
también pasa por la noche de la agonía y la angustia del corazón para
convertirse en guía de nuestra salvación.
También a su
Madre dolorosa al pie de la cruz no le evita el sufrimiento y la invita a
unirse a su pasión de amor. No la priva de la noche y la angustia del corazón para
que también a través de ella aprendamos que también el dolor es la llave santa
de la santa puerta. También el dolor es vía de conocimiento amoroso y quizá la
puerta que nos abre el acceso al corazón traspasado de Jesús. El padecer amando
y aguardando es el amor más puro, purificado en el sufrimiento.[105]
A nosotros nos
gustaría que siempre fuera de día y con un sol radiante y no escogeríamos la
noche, pero la noche también es camino hacia la Resurrección.. Un gran silencio
y oscuridad envuelve la tierra cuando la luz se esconde.
Dios a través
de su Hijo quiso descender hasta los abismos, hasta las más sombrías tinieblas
para sacarnos de las oscuridades más lúgubres y abrirnos a su luz. “Despierta
tu que duermes levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz… El baja a
levantarnos a rescatarnos de entre los muertos y darnos su vida inmortal[106].
4.3.1 Sepultura de Jesús Mc 15, 42-47
El evangelista
nos describe la última acción antes del Sábado: el descendimiento de Jesús de
la cruz. José de Arimatea miembro respetable del consejo se dirige directamente
a Pilato y pide permiso para tomar y descender el cuerpo de Jesús de la cruz .
Cerca ya de la puesta del sol, José e Arimatea con Nicodemo y Juan y con la
ayuda de algunas mujeres se disponen a bajar a Jesús[107].
En el más
profundo silencio procedieron a la tarea de desclavar a Jesús de la cruz
tratando su cuerpo con todo mimo y veneración[108]. ¿Cómo
lo sostendría su Madre y lo limpiaría con su manto comenzando a limpiar su
rostro y tocando sus heridas como acariciándole?. Su ternura seguro era mayor
que su tristeza. Inclinada sobre su cuerpo permanecería con su rostro pegado al
cuerpo inerte y frío de su Hijo dándole calor como si éste fuera a despertar y
transcurriera sin tiempo toda la eternidad. Las mujeres procederían a colocar
su cuerpo en una sábana con la que lo envolvieron, para que luego los varones
cargaran con él hasta trasladarlo a la sepultura[109].
A pocos metros
de donde fue crucificado, a la vuelta de la colina donde fue crucificado estaba
el sepulcro que había mandado construir José de Arimatea, un sepulcro nuevo
donde todavía no había sido enterrado nadie. Una vez introducido en el las
mujeres envolvieron el cuerpo con vendajes empapados con ungüentos y colocando
sobre él un sudario. Luego los varones procedieron a cerrar la puerta con la
inmensa piedra que en forma de rueda de molino hicieron deslizar hasta que
quedaba frenada en un surco a su caída. Con todos estos preparativos no es de
extrañar que se hiciera ya de noche y se entrara pues en la vigilia del sábado.
La comitiva de
los siete testigos presenciales de esta
sepultura, retornarían con el forcejeo de algunas de las mujeres que querían
permanecer allí. Las mujeres, mucho más intrépidas y leales que los discípulos,
permanecieron a su lado sobre todo en este ultimo desenlace de su muerte y su
entierro. Sorprende como paradoja que los discípulos, que le habían acompañado
durante toda su vida pública, ahora no estuvieran, salvo el más joven de ellos,
que quedó tan vinculado a la Madre de Jesús desde su mismo encargo bajo la
cruz. Vuelve a repetirse el contraste de la luz en medio de la oscuridad de la
noche.
Estas mismas
mujeres iban a ser recompensadas por Jesús convirtiéndose más tarde en las
primeras testigos de su resurrección. Jesús iba a recompensar su fe y su
búsqueda después de aparentemente haberse perdido y desmoronado todas las
posibilidades humanas. Algo hacía presagiar que todo no podía haber sido un
absurdo y sobre todo María la madre de Jesús les movía a esperar contra toda
esperanza.
Los sacerdotes
después de regresar del oficio vespertino del templo se reunieron de nuevo
donde hacía poco, la noche anterior, habían convocado el proceso de Jesús y
mandaron a Pilato que pusiera una guardia en el sepulcro para evitar que los
discípulos lo robaran y difundieran “el bulo” de una resurrección tal y como él
había predicho. Pilato accedió a lo que le parecía una extravagante idea y les
proporcionó una guardia para asegurar el sepulcro. Fueron pues y sellaron y
custodiaron la sepultura de Jesús.
Por fin vino
la paz, el descanso, al final de tan intenso y dramático final donde se habían
acumulado tantas experiencias impactantes en tan poco tiempo. Es como si se
hubiera llegado al límite y ya los cuerpos no pudieran más y pidieran el
exigido descanso y reposo para dejar también reposar tantas experiencias y
sentimientos tan dispares. Pero ¿dónde podrá hallar descanso nuestra debilidad?
Nuestra humanidad no encuentra descanso seguro y tranquilo hasta dar con el
Señor. Grita el mundo nos oprime las asechanzas y nos resistimos a pensar que
todo ha acabado. En medio de la noche y del silencio parecen resonar las
promesas del Señor: “Confiad en Dios y
volveréis a alabarlo”.
4.3.2
Corolario
Maria en la Pascua y en toda su vida
“Junto
a la cruz de Jesús, <estaba> su madre, con Maria la hermana de su Madre,
esposa de Cleofás y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella al
discípulo que más quería dijo a la madre; mujer ahí tienes a tu hijo y al
discípulo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 25-27)
María ocupa un lugar central en el Misterio
Pascual aunque su presencia sea siempre discreta hasta silenciosa[110]. María está de lleno y de pleno inserta en el
Misterio y unida con un lazo indisoluble a la obra de su Hijo[111].
¿Cual ese “stabat” de la Madre? Si recorriésemos toda la vida de Jesús
descubriríamos que no ha habido un sólo momento donde su Madre de una u otra
forma no haya estado presente existiendo entre Madre en una profunda comunión
física y espiritual[112].
Esta comunión se expresa de una manera
muy honda en los últimos momentos con
Jesús al pie de la Cruz. Al final María al pie de la cruz participa de ese
momento del camino de Jesús que es también su camino. María se asocia como
nadie a la Pasión de su Hijo. Diríamos que en la cruz en el intercambio entre
Jesús y Juan y en Juan cada uno de nosotros, María sufre la separación de su
Hijo para pasar a ser madre de todos los creyentes.
Este nacer a esta maternidad y
fecundidad espiritual conlleva su muerte. María ha debido sentir en ese momento
algo semejante al abandono que experimenta el Hijo en la cruz. Abandonado El y
abandonado ella, como una comunión extensísima con su Hijo comulgando con sus
mismos sentimientos de una purificación que es redentora.
No es de extrañar que Dios prepare la
fecundidad espiritual en medio de pruebas, persecuciones, incomprensiones. Dios
más que las obras que podamos hacer nos pide que nos dejemos hacer la obra de
Dios, lo que conlleva una desolación, desposesión de nuestra propia obra para que
pase a ser la obra de Dios.
María es propuesta como modelo ejemplar
para la Iglesia en la escucha de la palabra, en la oración, en la maternidad
virginal, en la ofrenda sacrificial y en la fecundidad espiritual. En María la
Iglesia contempla admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y
descubre en ella como la más pura imagen de lo que ella misma ansía y espera.
María en las Bodas de Caná ya está
prefigurando el misterio y señalando “la
hora”. María viendo la ausencia del vino y la tristeza para los novios y
comensales pide a los servidores que hagan lo que él les diga. Sin saberlo
adelanta aquella hora que Jesús había determinado para dar a conocer su gloria.
El Misterio Pascual de Cristo fue anticipado en María. Cristo en Caná preanuncia
de alguna manera que todavía no ha llegado “la
hora”, “el día de su boda nupciales” que celebraría en su Pascua. Allí en
la cruz “bajo el manzano donde nos
concibió” (Cf. CC 8,5), nos daría
a beber del “vino nuevo y aromado” (Cf. CC 8,2), nacido de la Pascua hasta
hacernos experimentar a todos la alegría de la Resurrección.
María en la Cruz está presente donde el
Misterio de su Hijo se revela plenamente. María que ha acompañado escondida y
silenciosamente a su Hijo en toda su vida mucho más ahora en su amino a
Jerusalén, hacia la Cruz y la Pascua. Alí se encuentra precisamente en “la hora” del Hijo, porque ha caminado
siempre con él. Allí nos la da el Hijo como madre porque sabía que la
necesitábamos como él la necesitó. María, ”la
nueva Eva”, sostenida por la fe, por la esperanza y llena de amor, llega a
ser modelo para toda la Iglesia[113].
María
más tarde con los discípulos en el cenáculo va ser modelo de la Iglesia que en
oración espera al Espíritu. María como nadie participa de la Pascua del Hijo y
de la alegría de la Resurrección. María como “mujer nueva” es el fruto más espléndido de la gracia, que ha vivido
como “madre” junto al “hombre nuevo” y ha bebido del “vino nuevo” del Misterio Pascual.
María está presente en el Cenáculo,
presente en Pentecostés, en la oración en común, como madre de Jesús y made de
la primitiva Iglesia. María Virgen de la Pascua está en la Iglesia orante de la
Ascensión y en espera del Espíritu hasta la efusión del Espíritu Santo.
La Iglesia quiere vivir el misterio de
Cristo con Ella y como Ella, allí donde la Iglesia siente más próxima en la fe,
la presencia de Cristo su Señor, allí también experimenta la comunión más
intensa, con Aquella que está unida a Cristo en su gloria.
Con Maria al pie de la
cruz preparando las promesas
María va a ser para nosotros el mejor
modelo de itinerario espiritual que va desde el nacimiento hasta la muerte y la
Resurrección. Para nosotros el camino hecho por María desde la Anunciación
hasta la venida del Espíritu Santo va a ser paradigmático[114].
Como María recorre este peregrinar de fe
desde la Anunciación pasando por la Visitación, el Nacimiento, la Presentación
y circuncisión en el templo, la Huida a Egipto, la presentación y perdida de
Jesús en el templo, las Bodas de Caná, hasta la Cruz y después la Resurrección,
la Ascensión y Pentecostés así tenemos a
María como modelo y compañera que ilumina nuestro camino.
Como María y con María estamos llamados
a permanecer como ella al pie de la cruz y a mantenernos firmes en la fe y la
esperanza de la resurrección en medio de todas las pruebas y dificultades que
pudieran venir.
Nada más grande que ver a María en ese
primer cenáculo de la primera Eucaristía como si de ella quedara prendara para
toda la vida[115]. María en oración y
vigilante espera con los discípulos va a prolongar la Pascua de su Hijo hasta
la recepción del Espíritu en Pentecostés. Es la venida del Espíritu, la que
formó en ella en la Anunciación la concepción del Cuerpo de Jesús, y es en
Pentecostés, donde por la acción del mismo Espíritu, forma la Iglesia, el Cuerpo
de la Iglesia.
María es modelo de culto espiritual
ofrecido a Dios en una existencia toda ella orientada al cumplimiento fiel de
los designios de Dios y toda ella puesta al servicio de los hermanos. “Ofreced vuestras vidas como hostias vivas”,
este ha de ser vuestro culto espiritual agradable a Dios” (Cf. Rm 12, 1-3)
María, mejor que nadie, nos introduce en
el mismo misterio de su Hijo. Antes de pronunciar las promesas en la invocación
a la Iglesia del cielo, se invoca a ella en primer lugar, en compañía de todos
los santos. Especialmente cuando nos ponemos delante del baptisterio primero de
su Hijo, junto a la Cruz, queremos reconocer a aquella que “stabat” presente en el parto de su Hijo
y en el parto de la Iglesia[116].
Con ella contemplamos nuestro origen, de
donde venimos y a donde vamos. Como del costado de Adán fue formado Eva, del
costado de Cristo nace la Iglesia. Del Bautismo de Cristo nacemos todos.
Asociándonos al Bautismo de Cristo en la Cruz todos somos bautizados y
resucitados a una vida nueva. Cristo nos dio una madre, la Iglesia y en ella a
María, para ser alimentados. Ella nos enseña alimentarnos y a beber de la
sangre de su Hijo que brota de su costado, que es su propia sangre.
Como María estuvo junto a la Cruz, María
está junto a nosotros en el Bautismo, como lo estuvo en el acontecimiento
salvífico de su Hijo. Esta junto a toda fuente bautismal donde en la fe nacen a
la vida divina los miembros del Cuerpo Místico que son también sus hijos.
María está junto a nosotros junto al
altar. Allí donde se celebra el memorial de la Pascua, María sigue presente
adhiriéndonos e invitándonos a tomar parte en el sacrificio de su Hijo. María
está presente en cada memorial porque estuvo allí presente con su Hijo.
María está junto a nosotros en todo
cenáculo. Como los discípulos reciben con ella el Espíritu, también nosotros
queremos participar de esta Santa Unción y efusión pentecostal del Espíritu. María
sigue presente hoy en su Iglesia como intercesora, medianera y auxiliadora.
Nosotros también queremos participar del
nuevo culto del Hijo y de la Madre ofreciendo también nuestras vidas, pero lo
queremos hacer como lo hizo el Hijo de las manos de la Madre. María esta con
nosotros preparando cada vigilia y disponiéndonos con los hermanos y hermanas a
renovar las promesas. Como nos sentimos pobres pecadores indignos de tal acción
recurrimos a ella y a todos los santos del cielo implorando su intercesión.
Ella nos cubre con su manto y nos dispone de las vestiduras blancas para tal
celebración.
¿Quiénes son éstos que se ofrecen ante
el altar de Dios? Venimos de la gran tribulación. Fuimos exiliados de la gran
asamblea difamados y sentenciados a muerte. Pero ahora volvemos, los que
partimos con lágrimas regresamos entre cantares. Queremos celebrar la fiesta y
la Pascua de Resurrección en cada lugar dónde se padeció. La vida ha vencido a
la muerte y el amor al odio y al rencor. ¡Cantemos el “halleluya”,
un canto de victoria, un canto de Amor[117]!
4.4 Domingo de Resurrección
Llegamos al
gran día de la Pascua o mejor dicho la gran noche: La gran santa noche de la
gran Vigilia Pascual centro donde gravita todo el Misterio Pascual.
La gran Vigila
Pascual es sin lugar a dudas el punto culminante y en los primeros orígenes la
única celebración litúrgica. Luego la incorporación del resto de los días,
tendrían sentido como preparación previa de este día, el gran día de la
victoria de Cristo, de su Resurrección.
La Eucaristía
de la Vigilia era la gran Eucaristía del año, donde se celebraba la alegría de
la Pascua y se rompía el ayuno y el carácter penitencial. Toda la celebración
se empapaba de un fuerte carácter festivo.
La gran
vigilia se va enriqueciendo progresivamente de diversos gestos o ritos con
fuerte contenido de significado que iban dando realce a la celebración. Así se
introduce una apertura con el rito del fuego y el antiquísimo rito del
lucernario significando la Luz Pascual de Cristo que vence las tinieblas y
anuncia la resurrección[118].
La extensa
liturgia de la palabra es el memorial agradecido por la salvación a lo largo de
toda la historia y que culmina con el anuncio del Evangelio proclamando el
Cristo vivo de la Pascua[119].
Después de la narración de las distintas alianzas que hizo Dios con su pueblo
las tres últimas lecturas están directamente orientadas hacia la celebración
inmediata del Bautismo.
Después del
evangelio esta el rito del Bautismo y la renovación de las promesas[120].
Después de una larga preparación a través de toda la Cuaresma con la sucesión
de las grandes catequesis mistagógicas.
Al rito del Bautismo
y promesas seguía la celebración de la liturgia eucarística como culminación
del memorial de la muerte y Resurrección del Señor. La vigilia dominical
terminaba con el amanecer y en un principio era la única celebración del
domingo.
La gran noche
santa es pues toda una explosión jubilosa, exultamos llenos de gozo el halleluya Pascual con la victoria
definitiva del bien sobre el mal.
La
Resurrección es el sí del Padre a la vida y a la obra del Hijo. El silencio del
sábado y de la noche se rompe con la
aurora de la resurrección. Es el grito jubiloso pletórico de e y esperanza
porque anuncia lo que todos veremos cuando lo veamos con su fulgurante gloria.
La certeza de
este grito gozoso proclama que todo abismo de mal en el mundo ha sido
traspasado y sofocado por el abismo de amor y que no hay situación que no tenga
superación y redención desde el poder y la fuerza poderosa de su amor. Su amor
y su poder es capaz de hacer nuevas todas las cosas. El Resucitado inaugura
verdaderamente un mundo nuevo, un orden nuevo de cosas, transforma el sentido e
la vida y de la historia y la encamina hacia un final feliz.
Nunca
aconteció en la historia humana un hecho similar de fe en la resurrección
definitiva y gloriosa de un hombre del que se verificara su muerte y su
sepultura. Cristo se levanta como el sol del nuevo día sin ocaso y sin fin. El
Cirio encendido es el símbolo de esta luz que no tiene ocaso.
El cristianismo
empieza con el anuncio e aquellos testigos que afirman haberlo encontrado
resucitado dando pruebas y señales de que esta vivo y no ya provisto de una
dimensión sólo humana sino revestido de toda su plenitud divina. Y lo más
grande no es sólo el poder de su
resurrección sino por ese mismo poder el poder de su resurrección en nosotros, dándonos
a participar de su vida divina con la potencia de su Espíritu.
La Iglesia
aparece como esa comunidad de creyentes reunida ante el Resucitado que recibe
el poder el Espíritu para convertirse en sacramento de su salvación El
Resucitado está con nosotros y junto a Él estamos capacitados para vencer el
mal con el bien y para extraer del mal el bien más grande.
La Pascua de
Jesús para los que aún peregrinamos en este mundo no nos exime del mal, no nos
sustrae a un mudo irreal, ilusorio, sino a una existencia de fe más real que la
vida misma llena de esperanza y de amor. Sí, la Pascua de Jesús no nos
trasplanta automáticamente al Reino. Es la puerta de entrada como camino a
recorrer de purificación y maduración en un amor ya vivo y operante en nosotros
y que tiene un punto de partida y de llegada. Su amor y su vida que en Él no
tiene fin.
Esta es la
fuerza y el sentido de la Pascua. El Misterio Pascual comprenderá por toda la
eternidad la muerte y la Resurrección inseparablemente porque Dios ha elegido
salvarnos así. Para nosotros participar de la Pascua de Jesús supone en cierta
manera participar aquí y ahora en la perdurabilidad de gestos de fidelidad, de
paz, de amor, de perdón, donde uno se abandona y confía a la obra del
Crucificado-Resucitado que ha vencido la muerte[121].
La
Resurrección de Jesús no es sólo esperada después de la muerte, es un hecho Pascual
presente que se realiza día tras día en aquel que cree, espera, sufre y ama y
que en lo cotidiano hace experiencia de Cristo y de su amor que lo soporta y
transforma todo. Nuestra Pascua es toda la liberación del mal, de la depresión,
del miedo, de la angustia, que el Señor realiza en nosotros en camino de
liberación definitiva del pecado y de la muerte en la Pascua eterna.
4.4.1 El mensaje Pascual: Mc 16, 1-6
De madrugada,
el domingo, el primer día de la semana fueron las mujeres al salir el sol y al
llegar donde el sepulcro para embalsamar el cuerpo[122],
cuando vieron la piedra corrida y entrando en el sepulcro vieron la tumba
vacía. Junto a la tumba un joven vestido de blanco les dijo: “No os asustéis, Jesús Nazareno, el
Crucificado, no está aquí, HA RESUCITADO”(Mc 16,7).
El primer
relato que abre la Semana Santa era una unción y coincide con el relato de otra
unción en esta primera semana que se va a convertir en el anuncio gozoso de la
Resurrección. Vuelve el contraste entre la primera triste unción que anunciaba
la muerte y la sepultura y esta gozosa unción que anuncia la Resurrección.
El acto de
veneración, de piedad y de amor de aquellas mujeres que van al sepulcro es
ahora elogiado y recompensado infinitamente por el gozoso anuncio de la
Resurrección[123]. Se rompe por fin el
silencio y se acaba por fin la búsqueda y la espera.
La experiencia
de fe de la Pascua no se va a estribar en valoraciones, suposiciones o
argumentaciones humanas. No es conclusión de unos datos revelados sino de un
acontecimiento revelador, de una experiencia de fe vivida en comunidad.
No se trata
tanto de que nosotros encontremos a Dios sino en que Dios sale a nuestro
encuentro. Se trata de dejarnos encontrar, de haber sido por Él alcanzados e
incorporados a Él, habiendo sido objetos de todo su amor y de todo su perdón
para convertirnos así en testigos del Resucitado.
El mismo joven
sentado en la tumba vacía que les ha anunciado la Resurrección termina diciendo
a las mujeres: “Id y decid a sus
discípulos que él os precederá en Galilea y allí le veréis tal como os dijo”. Este
pesaje Pascual encierra todo un significado. Este “Id a Galilea y allí le veréis”, supone un retornar al origen, al
escenario del primer llamamiento y del primer anuncio de Jesús, allí donde todo
comenzó, para al fin creer que todas sus
promesas se hacen realidad. Supone el definitivo rencuentro con él, que
permitirá de ahora en adelante, un nuevo seguimiento en un permanente
encuentro. Se lleva a cabo como una nueva llamada al seguimiento, desde la
constatación irrenunciable de su acción y de su Resurrección.
Así, los
discípulos y la nueva comunidad en torno al Crucificado-Resucitado, reiniciaba
de nuevo el seguimiento para dar paso a la verdadera fe y al seguimiento
auténtico desde el encuentro personal con Él. Un encuentro dónde él no se
manifiesta más sólo en clave humana sino desde una humanidad gloriosa y
resucitada.
Es el
Resucitado que como buen Pastor sale al encuentro de los suyos hasta congregar
a todos los que estaban dispersos. Aquellos que se veían acosados por el miedo
pasan de repente al anuncio jubiloso de la fe, del silencio angustiado, al
testimonio más valiente e intrépido.
El alba de
aquel Domingo era el preludio de una primavera nueva, signo y presencia en
germen de la Pascua definitiva y eterna, los nuevos cielos y la nueva humanidad
renovada por la fe gozosa de la Pascua. La celebración de la Pascua no quedará
reducida a una celebración anual, ni siquiera semanal o de un día de domingo,
sino de todos los días.
Levantarse
cada día experimentando la nueva vida que nos ha sido dada en Cristo. Cuando
los enemigos del Justo, creían haber obtenido por fin la victoria, Dios irrumpe
de forma inusitada y se hace cargo de la suerte del Justo y lo rescata. Es la
acción poderosa de Dios que despierta de la muerte al Cordero Inocente y lo
hace resurgir del polvo y de la muerte a una vida nueva, imperecedera y eterna.
No se trata de
una simple liberación o vuelta a la vida, sujeto a las mismas limitaciones,
sino la inauguración de una nueva vida, germen de un reino nuevo donde se da la
liberación plena, no sometida ya a ninguna limitación. Dios sale al encuentro
de los que se veían perdidos y se revela como el Dios amoroso, fiel a sus
promesas, como el Dios que ofrece a todos su amor y su perdón, como el Dios que
pasa a ser el Señor al acoger a aquellos que no podían esperar más que la
muerte.
La secuencia
de las apariciones, sobre todo en esa primera semana, marca la nueva vida del
cristiano y de la comunidad cristiana como en una permanente sucesión de
encuentros con el Resucitado. “Allí le
veréis”, en cada encuentro de la
comunidad, en cada celebración rememorando su presencia y partiendo el pan, en
el anuncio gozoso de la fe de la Pascua. Cuando los discípulos daban testimonio,
Él se hacía presente y certificaba con sus propias palabras lo que decían y
anunciaban los mensajeros.
Y sobre todo y
por encima de todo, Él se hace presente cuando en su mismo amor perpetuamos su
entrega. Su mensaje y mandamiento principal es el del amor, ahí me descubrirán
y me reconocerán todos. Jamás existió un distintivo más valioso, una
exhortación más persistente, ámense los unos a otros y vivan como verdaderos
hermanos, sean uno y en eso reconocerán que Dios es Padre de todos.
4.4.2 Corolario
La Gran noche de la Gran Vigilia
Como ya dijimos La Gran Vigilia de
Pascua de Resurrección es la vigilia de las vigilias, la madre de todas las
vigilas cristianas. Se trata de introducirnos y contagiarnos del gran gozo de
la alegría Pascual y no dejar que esta mengüe o se extinga durante toda nuestra
vida.
Recapacitemos ¿Qué pasó esta Noche
Santa? Pasó el Señor de la muerte a la vida y nosotros con él. Miremos al lugar
donde fuimos concebidos y recapacitemos en el precio al que fuimos comprados.
No con bienes efímeros de oro o plata sino con la preciosísima sangre de
Cristo. El es nuestro rescate, El Cordero inmolado por nosotros.
El es nuestra Pascua, nuestra
victoria, nuestra luz y nuestro guía, nuestra salvación y nuestra Resurrección.
El es nuestro Señor el que os congregó haciéndonos su pueblo. Los que andábamos
errantes, sin patria, no éramos pueblo y
ahora hemos pasado a formar parte del pueblo de Dios. Entremos a celebrar La
Noche Santa, La Pascua Divina. La gran sala de bodas está llena y todos estamos
invitados al banquete nupcial.
La tradición cristiana quiso perpetuar
la Pascua celebrándola cada año, dando inicio al año litúrgico y manteniéndola
viva todo el año y toda la vida[124]. La
Iglesia nace de la Pascua, del sacrificio de Cristo y de su Misterio Pascual.
Cristo, su Cuerpo y Sangre entregado y derramada es el nuevo templo y da origen
al nuevo culto, la nueva fuente y el nuevo altar donde se funda la nueva
Alianza, donde se consagra la nueva comunidad, el Cordero, el Sacerdote, el sacrificio y banquete que congrega a la
nueva comunidad de creyentes y el Espíritu de esa nueva comunidad.
La Iglesia que surge en esa comunidad de
creyentes, cree, celebra vive y anuncia su fe[125].
Desde los primeros siglos la Iglesia
celebra el misterio de su fe que gira en torno a la Pascua. El primer anuncio
de la fe, el “kerigma”, hunde su raíz
en el Misterio Pascual. Es fácil constatar la celebración de la Pascua a través
de numerosos testimonios[126].
También nosotros en compañía de la
Madre, de los hermanos del cielo y de la tierra queremos seguir celebrando la
alegría de la Pascua durante toda nuestra vida, viendo nacer del agua y del
Espíritu a numerosos hijos de Dios. María que se modelo de la Iglesia en cuanto
su maternidad y fecundidad nos invita a colaborar con Dios en su obra redentora
en la gestación y formación de sus hijos en su gran hogar de la Iglesia.
Ella nos invita a permanecer en la
cruz de cada hijo, sosteniendo, alimentando y fortaleciendo la fe de sus hijos.
Celebrando la Vigilia de Resurrección
con María
¿Que celebramos en esta Noche Santa?
La Resurrección del Señor y la nuestra. En vano celebraríamos la Resurrección del Señor sino resucitáramos nosotros con él.
El esplendor del amor de Cristo se irradia por nuestras vidas y su luz ilumina
nuestras vidas. El esplendor de las antorchas que siguen el lucernario es
expresión de la nube de fuego que iluminaba al pueblo por el desierto. Las
antorchas encendidas son los símbolos de los deseos de todos[127].
Los himnos y cánticos que cantamos
son como un río de gozo que desciende de los oídos a nuestras almas llenándonos
de esperanza. Esta noche brillante e luz que une el esplendor de las antorchas
a los primeros rayos el sol y que hace con ellos un solo día sin dejar intervalo
a las tinieblas[128].
La experiencia viva de fe
trasmitida, la oración compartida, el amor entre hermanos, la paz y la
concordia que experimentamos entre nosotros es la experiencia de su
Resurrección en nosotros y la participación del misterio que celebramos[129].
La experiencia de su Resurrección nos
lleva a celebrar y anunciar su Resurrección haciéndonos testigos del poder de
su amor en nuestras vidas y disponiéndonos a colaborar y
secundar su obra salvadora a través de nuestras vidas.
Todo es respuesta a su gracia. El
nos amó primero. Se trata de una respuesta agradecida a su inmenso amor
totalmente inmerecido. ¿Cómo le pagaremos al Señor todo el bien que nos ha
hecho?
Levantaremos ante toda la asamblea
nuestras manos en alabanza y proclamaremos su inmenso amor y su infinita misericordia.
Profesaremos juntos las promesa de nuestra consagración a su amor.
Queremos por puro amor y agradecimiento
darte una respuesta de amor a tu inmenso amor con la ofrenda de toda nuestra
vida, ofrecernos como dones que se asocian a tu gran ofrenda al Padre y que tú
haces bendita.
María es para nosotros el mejor
modelo en enseñarnos a vivir una vida eucarística, eucaristizada, haciendo de
la propia vida un culto semejante al suyo y a su Hijo agradable a Dios En Jesús
el Servidor y María la humilde Servidora encontramos los mejores modelos para
vivir nuestra consagración.
Ayudarnos
Señor y Señora a vivir como servidores vuestros desde una vida ofrecida a Dios
y al servicio de nuestros hermanos buscando que todos las hijos de Dios, sus
hijos, reproduzcan lo mejor posible el amor y los rasgos del Hijo, formando
todos una verdadera familia de hermanos.
La renovación de las promesas
La Tradición muy pronto asoció esta
gran noche de la Vigila Pascual, celebración del verdadero Bautismo del Señor,
como el momento más idóneo para celebrar el Bautismo de los que iban a ser
incorporados a Cristo y a su Iglesia[130]. A
estos nuevos candidatos se los llamaba catecúmenos por la preparación que
debían recibir con una catequesis adecuada. La misma preparación hizo que la
celebración litúrgica se fuera alargando y enriqueciendo de ritos y simbolismos
para hacer una catequesis más mistagógica, iluminativa, del misterio que iban a
celebrar y tratando de perpetuar este misterio cada vez con más fidelidad.
Nuestra celebración de la Semana Santa tiene una correlación muy grande con la
práctica de la primitiva Iglesia.
La Iglesia primitiva de Jerusalén
comenzaba el sábado anterior a la semana santa en Betania celebrando el
banquete de la unción. El Domingo se celebraba una procesión con palmas y ramos
de olivos invitando a los niños a participar desde el monte de los Olivos a Betfagé
y desde allí hasta la Anástasis imitando cuanto hicieron con Jesús. El lunes,
martes y miércoles también se tenían celebraciones[131]. El
Jueves Santo además de la celebración eucarística se hacía una vigilia del
Señor para recordar la agonía en Getsemaní. El viernes Santo se leían lecturas
que se referían a la Pasión y se veneraba la cruz en el lugar donde murió el
Señor, el sábado con ayuno y oración se preparaban los que iban a recibir el Bautismo
y se preparaba la gran Vigilia Pascual en La Iglesia Mayor y madre de todas las
iglesias, con la lectura de la Resurrección ante el sepulcro vacío y la fiesta
continuaba durante todo el domingo[132].
Durante la Cuaresma, rememorando los
cuarenta días de oración y ayuno de Jesús y los cuarenta años de peregrinación
de los isrealitas por el desierto, los cuarenta días estaban llenos de catequesis
con gran significado. Se realizaba con los catecúmenos toda una profunda
formación catequética con catequesis mistagógicas siguiendo los ritos de la
iniciación cristiana[133]. Se
utilizaba una variada expresividad de símbolos que los Padres comentaban en sus
homilías mistagógicas, cada rito era explicado con su significado místico[134].
Se daba mucha importancia al
carácter litúrgico simbólico y ritual de las celebraciones dando el paso de la anámnesis, como memorial, a la mímesis, como imitación. En rito del Bautismo
proliferaba en estos signos de una manera especial como lo era leer la letanía
de los santos, la bendición del agua y fuente bautismal, las oraciones propias
en la unción, crismación, el éffata, etc.
Entre ellos tomaba especial interés las renuncias y las promesas del Bautismo. Pronto la Pascua de los neófitos se
extendía a toda la asamblea que celebraba junto con ellos la renovación de las
promesas bautismales. Tomó también mucha fuera el momento de rezar todos juntos
el “Padre nuestro” y el rito del “beso de la paz”.
La celebración bautismal se iniciaba
tras la liturgia de la palabra y justo después de la homilía con la procesión
de los catecúmenos, la letanía de los santos, la bendición del agua, Las
renuncias, la triple profesión de fe,
la triple inmersión, la unción y la crismación.
Tras la celebración del rito del Bautismo,
los catecúmenos pasaban a ser “neófitos”
con pleno derecho a recibir la Eucaristía sacramento cúlmen de la iniciación
cristiana con el que eran definitivamente incorporados a la comunión con Cristo
e incorporados así plenamente en la comunidad cristiana, cosa que tomaba
especial significado en el momento de rezar el “Padre nuestro”.
También nosotros haciendo memoria de
nuestro Bautismo se nos exhorta a renovar
las promesas y a abrirnos con un confiado abandono al abrazo misericordioso
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para hacerlo extensible en ellos a
todos los hermanos.
Una vida nueva en Cristo,
en su Iglesia, en comunidad.
La resurrección de Cristo es para todos,
germen de vida nueva. Nuestra vida está ahora injertada en Cristo, con Cristo
en Dios. Toda nuestra existencia está
ahora inserta en Cristo y en su Misterio Pascual. Quien cree y vive en Cristo
es una criatura nueva, lo viejo ha pasado y participa de la novedad de la
filiación divina del Hijo de Dios que nos llama a vivir en fraternidad
universal con todos los hombres.
Somos herederos del Reino y participes
de la paz y reconciliación que ha establecido Cristo en la cruz entre Dios y el
mundo. Ninguno de nosotros vive ya para sí mismo. Si vivimos o morimos somos
del Señor (cf. Rm 14,7). Cristo nos
lo ha dado todo, se nos ha dado así mismo y con él y a través de él todas las
cosas. La salvación es don de Dios en Cristo. Nuestra salvación reside en
Cristo por medio del Espíritu, sólo en Cristo en su persona se nos otorga la
plenitud del don salvífico otorgado por el Padre.
Aunque
participamos en la fe de este don, de este nuevo estado de cosas,
mientras vivimos en este mundo lo vivimos en esperanza, aguardando con
paciencia, las realidades futuras. Estamos bajo la guía y la ley del
Resucitado. Él nos pone en el camino hacia la cruz con la esperanza de quien al
resucitar, ha vencido al mundo. Cristo como primicia lo ha realizado y ahora
camina con nosotros.
Este camino no ha querido Dios que lo recorriésemos
solos. En este camino no estamos solos, caminamos en Iglesia, en la Iglesia, en
comunidad, nos ha dado hermanos para caminar. Ahora podemos descubrir a Cristo
en su Iglesia a través de la oración, la liturgia, los sacramentos. La vida en
Cristo es una vida nueva en comunión, en comunión con Cristo y con los
hermanos.
La comunión es don, comunicación de Dios
en Cristo por el Espíritu Santo. Se hace realidad en esta comunicación personal
de Dios que sale a nuestro encuentro en Cristo y que nos invita a vivir como
hermanos. La comunión con Dios no se da sin la comunión con los hermanos.
Dios nos reconcilia consigo y nos
capacita para una vida nueva a fin de que vivamos como hermanos en fraternidad
universal con todos. No existe filiación sin fraternidad[135]. La
salvación sólo puede darse en comunidad, en la comunidad salvífica que es la
Iglesia. La Iglesia, el pueblo de Dios, es el sujeto y el portador de la
salvación en el mundo. La Iglesia es y será, la asamblea, fraternidad en
Espíritu, semilla y germen del Reino de Dios.
No es accesorio sino esencial la
pertenencia a la Iglesia, en la confesión de fe, en los sacramentos, en los
ministerios y la obediencia a la jerarquía. Celebrar, participar en la Iglesia
de la Pascua y recibir la Eucaristía ha de llevarnos a implicarnos en la
dinámica de su entrega. Aceptando y recibiendo el amor de Jesús, hemos de
aprender a difundirlo entre nuestros hermanos especialmente a los que más
sufren, a los más pobres y necesitados, solo así podremos participar plenamente
de la alegría de la Pascua[136].
Una vivencia inserta en
Cristo y en su Misterio Pascual
Todos nosotros somos invitados a
actualizar este misterio en nuestras vidas configurándonos cada vez más con
Cristo estableciendo cada vez lazos de comunión cada vez más profunda con Dios
y con los hermanos.
Dios nos ha dado la salvación en Cristo.
El camino hacia el Padre nos lo ha abierto Cristo. Cristo camina en este camino
con nosotros. Este camino supone llevar al hombre desde la lejanía de su
pecado, hasta la misericordia de Dios.
La dinámica del seguimiento y la
conformación en Cristo da toda nuestra vida hasta nuestra muerte, dónde se da
esta plena incorporación y verdadero nacimiento, por ello que mientras dure
esta vida, nos mantenemos en una dinámica Pascual de muerte y resurrección y
conversión permanente.
Nosotros somos llamados a permanecer en
una experiencia viva de su presencia en nosotros y entre nosotros dejándonos
guiar por su Espíritu colaborando con él en su plan de salvación. Nos anima e
impulsa el amor de Cristo, el Crucificado-Resucitado: “No hemos de temer”[137].
Arriesguémonos a seguirle y anunciarle, dejemos que Él sea nuestro el Camino,
la Verdad y la Vida, nuestra salvación y
nuestra felicidad[138]. Dejemos
que Él ocupe toda nuestra vida para alcanzar con Él todos nuestros anhelos y
aspiraciones.
Miremos al Crucificado-Resucitado, es la
revelación más impresionante del amor de Dios y no nos conformemos con
contemplarle, venerarle, adorarle o reconocerle y comprenderle, ni incluso meramente
aceptarle o confesarle. Aceptar su amor no es suficiente, hay que
corresponderle imitarle y anunciarle. Cristo nos atrae y nos une así para que
aprendamos a amar a los hermanos como Él nos amó[139].
No hay transformación del mundo que no
pase por una transformación del corazón. Desde siempre todos los hombres
esperan en su corazón, un cambio, una transformación del mundo. Es la Pascua,
precisamente “la hora” del amor, el
acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente al hombre y al
mundo “La hora” de transformar la
violencia en amor y por tanto la muerte en vida. Jesús en la Pascua convierte
la muerte en vida a través del amor más fuerte entregando su vida por nosotros.
La muerte ha sido profundamente herida,
tanto que de ahora en adelante, no tendrá la última palabra [140]. La
Iglesia nace contemplando su rostro. Como en el Viernes y Sábado Santo la
Iglesia permanece en la contemplación de este rostro sufriente del Crucificado,
el Domingo de Gloria, contemplando su Resurrección, descubrimos en Él la
plenitud de la vida y del amor. La Iglesia continúa mirándole a Él y recibiendo
de Él la plenitud de la vida[141].
El lucernario: El Cirio y
procesión de las luces
El Cirio Pascual es símbolo de la
luz de Cristo, de la victoria de Cristo, de su amor que ha vencido las
tinieblas y la muerte. La liturgia de la Pascua toda ella se desarrolla como
fiesta de la luz[142].La vida del cristiano es una vida
iluminada por la muerte de Cristo y traspasada por su Resurrección.
Nadie se hubiera atrevido a venerar una
Cruz, a un Dios Crucificado sino hubiera sido traspasado por la Luz de Cristo.
La Cruz del crucificado es fuente de Luz que brilla sin ocaso y que las
tinieblas no pudieron sofocar.
Lo que era un signo de condena se
convirtió para los creyentes en un signo de salvación. La primitiva Iglesia y
los cristianos son la Iglesia nacida de la Cruz y los seguidores del
Crucificado que han sido testigos de su Resurrección. El escándalo de la cruz
pasa a ser la corona de gloria apetecible para aquellos primeros testigos,
mártires seguidores de Cristo[143].
Toda la noche santa se ilumina de
esta luz de Pascua. Mientras todos nos encaminamos como cortejo de vírgenes al
encuentro de su esposo. Estamos todos invitados al gran banquete de bodas para
comer y beber del vino nuevo que alegra el corazón y llenarnos del gozo de la Pascua celebrando la gran Vigilia de Resurrección del Señor.
Salgamos revestidos con túnicas
blancas, dejemos los “odres viejos” y
a “vino nuevo” “odres
nuevos”, el mandilón de la humildad ceñidos todos con el cinturón del amor.
Salgamos al encuentro del Cordero que lavó nuestras túnicas rompiendo toda
atadura y destruyendo las cláusulas condenatorias[144].
Que se acallen las voces de tanta
condena, del acusador que nos acosaba día y noche y abrámonos y celebremos su
amor irrumpiendo con cantos de alabanza: ¡La victoria es de nuestro Dios y del
Cordero!, ¡Oh noche más resplandeciente que el día!, ¡Oh noche más hermosa que
el Sol
El “exsultet” o pregón Pascual
El
canto jubiloso del “exsultet” es bien
expresivo del gozo de la alegría Pascual, de aclamación y exultación jubilosa: “Oh feliz noche, oh feliz culpa, oh feliz
madero y árbol de la vida de donde nos ha venido la salvación”[145].
El mundo entero es quien ha sido
reconciliado con Dios por la cruz y la Resurrección de Cristo. No es
pretensioso decir que hemos nacido de la Pascua, de la Cruz, del costado de
Cristo.
La primitiva Iglesia está fundada en la experiencia Pascual de Cristo viviendo
y actuando en medio de ellos. No se trata de que lo recordasen, es que lo
experimentaban, les hacía revivir dentro
de sí mismos.
Que toda la creación pueda alabar al
Señor, que ala be al Señor toda la tierra, que todos pronuncien y proclamen las
maravillas del Señor la admirable bondad para con nosotros.
Toda la creación que permanecía dormida
se levante para proclamar con alabanzas al Señor de los señores, al Rey del
amor. “gloria a Cristo Jesús cielos y tierra, alaben al Señor!
Jamás de esta tierra se levantó tan buen
fruto. Canten nuestras voces y ríndale tributo. Renovemos todos en esta noche
Santa la victoria del Cordero Santo. El borró con su sangre la condena del
antiguo pecado.
Celebremos su paso y su acción salvadora
y sanadora, cuando estábamos perdidos y sin esperanza, Él se apiadó de nosotros
y nos libró de la fosa fatal, y nos abrió paso entre las aguas caudalosas.
Él rompió los lazos de la muerte y los
cerrojos y miedos que nos atenazaban. A los prisioneros y esclavos los hizo
libres haciéndonos en su amor sus servidores. Alejó de nosotros toda maldad y
lavó todas nuestras culpas. Devolvió la alegría a los afligidos y a los pobres
los colmó de bienes.
A los que estaban dispersos los congregó
de nuevo, disipó los odios, derribó los muros que los separaba y nos trajo a
todos la paz y la concordia restableciendo definitivamente la hermandad y la
fraternidad.
Este es sin duda el día en que actuó el
señor y le queremos dar gracias porque su misericordia es eterna y llega a sus
fieles de generación en generación. Aquellos que fueron desechados y
desheredados el Señor les bendijo y les dio su paz como heredad.
“El es nuestra paz”[146]
Solo El nos la puede dar.
Contempladlo en la Cruz, alzado está,
manantial que sacia la vida,
el perdón que cura nuestro mal.
Recordad que estabais lejos de Cristo,
lejos de su Alianza, sin esperanza,
como quien no tienen a Dios en el mundo.
Mas ahora, por su preciosísima Sangre,
Hemos sido rescatados y perdonados de
toda culpa.
En la Cruz venció para siempre al poder
de la muerte
Y en El hemos recibido una vida nueva.
En la Cruz fuimos sanados,
Fruto de su dolor y de su inmenso amor
Fuimos de nuevo llamados a una esperanza
imperecedera.
[1] Dios respeta al
máximo la libertad del hombre y parece someterse a su libre albedrío. El
respeto por las funciones jerárquicas y al orden de las situaciones no
desbarata el poder de Dios que permite tales acontecimientos para revertirlos
para su propio fin. El momento donde se consuma el atentado más grande contra
Dios, Dios lo recibe para reunir a su pueblo en su Hijo, en la unidad
irrompible de su vida y su amor sellada con su muerte y resurrección.
[2] Cf.
Constitución pastoral del Vat II, Gadium
et spes 10
[3] Juan
Pablo II, Redemptor hominis, 10
[4] Jesús
cuando habla de seguimiento habla de tomar la cruz y de beber el cáliz y de ser
bautizado con el bautismo que él mismo va a ser bautizado. Cf. Mc 10,38
[6] Para
este apartado se ha atizado como base de estudio a: J. Castellano, El año litúrgico. Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia,
Biblioteca litúrgica , Barcelona 1994, p. 127
[10] Así lo asegura Hipólito s. III; las catequesis de Cirilo; el Itinerario de Egeria y el leccionario armenio del s. IV.
[12] Como
atestigua la carta a Senario del Diácono Juan; el Sacramentario Gelasiano y el Ordo
Romanus; Cf. Diácono Juan, “Carta a Senario” :PL 59, 399-408.
[13] Las
bases escriturísticas son muchas según las numerosa prescripciones como se
regulaban y se dejan ver en el Levítico y
Deuteronomio, a manera de ejemplo cf.
Dt y Lv 16,1-ss
[14]
Según se ve en el libro del Éxodo, La
Fiesta de la Pascua ( v. 1-14); se llega a unir con los ácimos (v. 15-28); Cf. Ex 12, 1- 28
[15] Esta
secuencia aparece con todo detalle en el Evangelio
de Juan; Cf. Jn 12,1-20,31
[16] Así
se recogen diversos santos padres que son famosos por sus catequesis mistagógicas como por ejemplo San Cirilo en
Jerusalén y Sanjuán Crisóstomo en Constantinopla. Cf. S. Juan Crisóstomo, Hom. In sanct. Pascha 7,4: SC 48,115
[17] San
Juan, desde su interés por estructurar todo el evangelio desde un haggadah Pascual judía traducida en
una haggadah
Pascual cristiana, relata siete acciones salvíficas y siete bendiciones
preparando el gran signo y acción salvífica de Cristo. Es el único evangelista
en especificar detalladamente la Semana Santa en el centro y cúlmen de su
evangelio. Una semana preliminar lo abre y la semana de Resurrección lo cierra.
También la Pascua judía como fiesta centro se desarrollaba con una semana
preliminar del 8 al 15 de Nisán y una semana conclusiva, del 15 al 24 de Nisán,
teniendo ambas al inicio y al final una
cena introductoria y una cena conclusiva ; así se nota el paralele que hace
Juan en su evangelio
[18] Así
lo expresaba S. Ignacio de Antioquia cuando decía ”vivir el domingo, el día del
Señor” una vivencia renovada por el encuentro con Cristo; Cf. San Ignacio de
Antioquia, A los magnesios, 9,1:PGG, 430
s. 427-430
[19] Cf.
S. Justino Martir, I, Apología
67,1-6:PGG, 430 s. 427-430. Así también lo recoge Benedicto XVI en SC n. 72
[20] Cf. Jesús Castellano, El año litúrgico Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia, Biblioteca
Litúrgica. Barcelona 1994, p. 167-168
[21] La
perergrina Egeria, Itinerarium, S. III
[22] Como
lo narra Justino en su apología al emperador Antonio Pío a favor de los cristianos. Justino, Le due Apologie.Paoline. Roma 1983, p.
116-117
[23]
Jesús Castellano, El Misterio de la
Eucaristía, Edicep. Valencia. 2004, p. 90-91
[24] Cf.
o.c. , p. 95
[25] Cf.
Orígenes, la exod. hom. 5, 2:GCS
[26] Epístola Apostolorum reccopta 15: TU 43
[27] Desde los comienzos había discrepancias no
poniéndose de acuerdo por las diferencias entre la cronología sinóptica y la de
Juan. Cf. Eusebio de Cesarea, Historia
eccles 5,23-25:GCS 2,1; 488-498
[28] La
diferencia es clara en los evangelios. Los sinópticos se centran en el esquema
de tres días. Así el evangelio de Marcos que es el más primitivo y que sirve de
base a los otros dos comienza en el cap. 14 diciendo que faltaban dos días para
la fiesta de la Pascua y de los panes ácimos. Los tres sinópticos parecen
coincidir con Juan en situar la cena en un jueves y la muerte un viernes, pero
mientras los sinópticos parecen colocar ese jueves en el día de la Pascua, es
decir, 14 de Nisán y la muerte en el día siguiente, Juan coloca la Pascua el
viernes con lo que ese jueves habría sido el 13 de Nisán y así Jesús
habría celebrado su cena
Pascual un día antes de lo prescrito en la ley judía.
[29]
Homilía del anónimo cuartodecimano, Pseudo Hipólito, Homilía in S. Pascha, 48
[31] Cf.
Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentus
caritatis, n. 84-88
[32] Es
el sentido que tienen los sacramentos de la iniciación cristiana que tienen por
cúlmen la eucaristía.
[33] Cf.
Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentus
caritatis, n.88-92
[34] Juan
Pablo II, Vita Consecrata n.6
[35] El
libro de las constituciones apostólicas ya en el S IV, nos deja constancia de
ello. Constituciones Apostolicae lib.
VIII, p. 477-519
[36] Es
muy interesante el Documento en torno a la Biblia que estudia las fiestas judías: Anne-Catherine
Avril, Dominique de la Maisonneuve, Doc.25, Las
Fiestas Judías, Ed. Verbo Divino, Estela. Navarra 2001;Cf. Dt y Lv 16,1ss
dónde se especifican estas fiestas.
[37] Cf.
S. Juan Crisóstomo, Catequesis 3, 24-27:
SC 50, 165-167
[38] “Oh
maravilla nueva e inaudita… oh exuberante amor para con los hombres. Cristo el
que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies sufriendo grandes
dolores por nosotros. .. Por nosotros se entregó recibiendo los escupidazos,
los azotes, los clavos, sufriendo los más graves dolores para ofrecernos a
todos la salvación” Cf. De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis 20 (mistagógica 2),
4-6: PG 33, 1079-1082
[39] Cf.
Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum
caritatis, 70
[40] Se utiliza como herramienta de exégesis la tesis de
doctorado de Francisco Pérez Herrero, Pasión
y Pascua de Jesús según San Marcos, defendida en la Facultad del Norte de
España sede en Burgos en el 2001 y publicada por dicha Facultad.
[41] Juan remarca en su evangelio cómo
por caminos insospechados se iba a llevar a cabo nuestra salvación e iba a
remarcar el sentido de la vida y la muerte de Jesús Cf. Jn 11, 51-52
[42] Va a
haber discordancia en la cronología que presenta Marcos y Juan. Si bien pueden
darse muchas explicaciones tan sólo nosotros remarcamos que esta diferencia
pudiera tener relación con el cambio que también se va produciendo en las
comunidades joánicas, que más posteriores ya en el S. II empiezan a dar
importancia no sola mente al Triduo sino a toda la Semana Santa.
[43] Todo
esto sucedía y fue escrito como testimonio y testamento espiritual para
testimoniar a las generaciones futuras y a quienes les toque vivir en las
últimas de las edades que Dios es fiel y bondadoso con su pueblo. Cf. S.
Irineo, Adversus haerejes, Lib IV 14,
2-3; 15,1: SC 100, 542.548
[44] El
máximo parangón de “la mujer” es su
madre que encabeza el grupo de “las mujeres”. De “estas mujeres” Marcos va
relatando su presencia en esta última parte de la Pasión, en la muerte
(15,40-41), en su sepultura (15, 47) y en la tumba vacía (16, 1-8)
[45]
Durante todo el relato de la Pasión se contraponen la luz y las tinieblas. La
Luz vino pero os hombres no la reconocieron, pero a los que la reconocieron
vieron la gloria de Dios Cf. Teófilo de Antioquia, Libro I, 2. 7: PG 6, 1026-1027. 1035
[46] Cf.
San Gregorio Nacianceno, Sermón 14, sobre
el amor a los pobres, 23-25: PG 35,
887-890
[47] El
relato de la defensa de Jesús por la mujer en la unción de Betania no justifica
la alternativa u oposición entre Jesús y los pobres. Cf. San Juan Crisóstomo; in Mattheum, Homil. LXXXI: PG 58, 726
[48] Cf.
Benedicto XVI, Homilía en el solemne
inicio del ministerio cetrino, 24,4 2005
[49] Cf.
Benedicto XVI , Discurso a los jóvenes, Embarcadero
del Poller Rheinwiesen, Colonia, 18,
8, 2005
[54] Esta
disociación ha sido muy nociva para la Iglesia y la causa para que muchos se
separasen de ella. Como ya decía el Vaticano II, una de la causa del ateismo
que vivimos ha sido originada por la falta de testimonio y el divorcio de vida.
Más que revelar el rostro de Dios a través del amor, lo hemos velado. Cf. Vaticano
II, Constitución pastoral Gadium et spes,
n. 19
[55]
Benedicto XVI ha insistido mucho en esto tanto en no caer en un asistencialismo
sin amor en la última parte de “Deus
caritas est” como en una forma de vida eucaristizada solidaria con los
hermanos sobre todo la tercera y última parte. Cf Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 70-93
[56] Cf. Jesús Castellano, Liturgia y vida espiritual, Teología,
celebración y experiencia, Biblioteca Litúrgica, Barcelona 2006, p.324-325
[57] Cf.
Idem o.c. y San Juan Crisóstomo, In
Matth. 45, 2-3: P G58, 474
[58] Cf. Idem o.c. y San Juan Crisóstomo, In Ep 2 ad Co. Hom.20,3: PG 61, 54
[59] Así
es el título del Ordo del Misal Romano. Aunque la Misa vespertina el Jueves si
tenía tradición, había perdido importancia al concentrar todo
el interés en la vigilia. La reforma litúrgica lo recupera. Cf. Reforma del Ordo de 1970. La misa
vespertina era celebrada ya en la Italia del S IV según un antiguo uso de dos
misas para este día una matutina y otra por la tarde.
[60] Así
reza la oración de colecta del martes Santo: “Dios todopoderoso y eterno,
concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del
Señor, que alcancemos tu perdón”
[61] La
misa vespertina del Jueves Santo nos ha dejado
el lavatorio de los pies como
anticipo y preparación de la cena de forma que a través de este gesto se nos revela
toda la intencionalidad de Jesús.
[62]
Aunque los sinópticos sólo mencionen una Pascua en la vida pública de Jesús al
narrar la segunda parte del evangelio como una sola subida a Jerusalén, esta
claro como deja ver Juan que Jesús habría celebrado cada año la Pascua con sus
discípulos: Cf. Jn 2,17;6,14; 13,1
[63] La
tradición la refiere con probabilidad que se trate de la familia del propio
Marcos
[64] Como
el propio Juan dejará ver en su evangelio, Jesús había adelantado
enigmáticamente la cena propia del viernes (la
parasceve o preparación de la Pascua) al jueves.
[65] Se
da así a entender dos clases de sufrimientos, más fuertes que los dolores
físicos van a ser los dolores anímicos de Jesús mucho más profundos.
[66]
Sobre todo, esto se observa en la perícopa del 21 al 26 del cap. 13 del
Evangelio de Jn. Es interesante los estudios que se han hecho por algunos
exégetas Lagrange-Bernard, Riccoti y otros. Nosotros nos quedamos con el
resultado a la que llegan expertos del Instituto Bíblico de Jerusalén
proponiendo no sólo a Judas ocupando el primer puesto sino Pedro el último de
ahí su resistencia a dejarse lavar los pies, pues era sin duda el último el
designado a hacer el oficio del esclavo.
[67] A la
luz de la Pascua y después de ver a Cristo alzado en la Cruz, este gesto era el
que mejor revelaba la actitud de todo un Dios inclinado ante el más pequeño, el
más pobre, el más pecador. El despojamiento y anonadamiento más grande de todo
un Dios que se despojaba de toa su condición gloriosa para revelar la plenitud
soberana de su amor. Cf. Himno cristológico de la carta a los Filipenses, Fil 2, 1-8
[68] Cf.
Catequesis de Jerusalén, Catequesis22,
Mistagógica 4, 1, 3-6, 9: PG 33, 1098-1106
[69] La
etimología de Getsemaní: “Get shemanim” ”lagar de aceite” expresa lo que va a
ocurrir allí. Se va a dar paso a la rueda de molino para que el Hijo se exprima
se derrame como óleo santo en el lagar de la Pasión.
[70] Como
ya dijimos a medida que avanza la pasión con más relieve van a destacarse los
rasgos del “Siervo Sufriente”. Los
ultrajes que recibe se van a convertir en la prueba fehaciente de lo que
predecían las Escrituras. Cf. Is 50, 6
[71] Cf.
Juan Pablo II, Carta encíclica Dives in
misericordia n. 8 AAS 72 (1980) 1204-1205
[72] Cf.
S. Agustín, Sobre los Salmos, Sal 85,1
CCL 39, 1176-1177
[73] Nos
vamos a apoyar en catequesis de los Santos Padres: De las catequesis de
Jerusalén, Cat. 22. Mistagógica 4 PG 33,
1098-1106; De los libros de S. Fulgencio Rupe, Lib. 2, 11-12 CCL 91, 46-48; S.
Agustín, Serm. 272 y 277: SC 116, 235-237
[74] Como
explica el mismo Santo Padre: Benedicto XVI: “no es el alimento eucarístico el
que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él
acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cf. Exhortación apostólica, Sacramentum
caritatis 70
[75]
Marcos sólo las nombra al principio: Mc
1,12-13 pero Mateo las va a desarrollar: Mt 4,1-11. La tentación va a estar presente a lo largo de todo el
ministerio de Jesús, pero sobre todo, concentrándose en este momento.
[76] Es
conocida toda la maduración que tiene que hacer el pueblo de Israel para llegar
a entender lo que plantea todo el libro de Job: el porqué del sufrimiento del
justo. Jesús sin duda va ayudarnos a penetrar en este misterio.
[77] La
celebración de la muerte y la adoración de la Cruz ya es practicada en el S.
III. como lo refiere las noticias de Egeria.
Se pone especial interés de que sea a la “hora de nona” para conmemorar la hora de la muerte del Señor. Es el
único día del año donde la Iglesia no celebra la eucaristía.
[78] La
Reforma del Ordo de 1970 para potenciar el sentido contemplativo opta por dar
prioridades las lecturas al anuncio de la Pasión según San Juan para sí
resaltar la gran “hora” de Jesús y
una muerte abierta a la glorificación.
[79]
Aclamación propia de la liturgia del Viernes Santo utilizada tanto en la adoración de la Cruz como en el Vía crucis.
[80] La
frase esta tomada de los escritos de San Juan de Ávila sobre la pasión de
Jesús. Obras completas. Sermones ciclo
temporal II, La BAC, Madrid, p.264ss
[81]
Precisamente este año 2007, este ha sido el lema de nuestro papa Benedicto XVI
para toda la Cuaresma: “Mirarán al que
traspasaron”. Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2007. Vat. 21, 11,
2006.
[82] Los
39 golpes de rigor eran los que se daban como fustuarium utilizando un horrible látigo de cuero, horribile flagellum, provisto de huesos ensartados o de bolitas de
plomo y púas en su extremidad como preludio a la ejecución tras haber sido dada
la sentencia de muerte.
[83] Por
mucho que queramos no podemos en todo el sentido y alcance de tal oscuridad.
Tan sólo nos queda el respeto profundo que impone el misterio de la muerte
sumado al misterio del mal en el mundo.
[84] Para
Marcos no es necesario esperar a la Resurrección como comprobante de la
veracidad de la vida y obra de Jesús. El centurión romano viéndole morir
exclama: “Verdaderamente este hombre era
el Hijo de Dios” (Mc 15,38 ). Esta confesión será el vértice a dónde apunta
todo su evangelio. La confesión del oficial pagano abre a las naciones paganas
que reconocerán en el Crucificado al Hijo de Dios.
[85] S.
Hilario, De Trinitate II, 25: PL 10. 67 A
[86] S.
Gregorio de Nisa, Or. Cat. 24: PG 45, 64
CD
[87] La
Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio del Vaticano II Sacrosantum Concilium
así lo recoge: Cf. SC 5
[88] El
último día de la gran fiesta de las tiendas Jesús puesto en pie exclamo: “…de las entrañas saldrán ríos de agua viva”
Jn 7,37
[89] Del
costado del templo salía una fuente como un torrente que no se podía vadear. Cf. Ez 47,1ss
[90] Los
Santos Padres no se cansan de proferir elogios de la cruz que se nos presenta
como el nuevo árbol de la vida de dónde pende tan precioso fruto: “Oh preciosísimo árbol de la vida donde se
nos da un fruto tan precioso”. De aquel árbol de la vida como olivo
estrujado en el lagar se derrama el santo óleo fuente de toda la alegría
espiritual. Cf. Teodoro Estudita, Sermones
sobre la adoración de la cruz, PG 99, 691-695
[91] Los
Santos Padres utilizan mucho esta analogía de Cristo como nuevo Adán: San
Agustín de Hipona, In Jo tr, 9, 10: PL
35,1463-1464; San Ambrosio, In Lc4,66:
PL 15,1632; De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis 21, mistagógica 3 : 1-3: PG1097-1091
[92] San
Juan Crisóstomo, Catequesis3, 3-19:SC 50,
174-177
[93] San
Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares desarrolla de manera
admirable el tema. Cf. San Bernardo, Sermones. Sobre el Cantar de los Cantares,
sermón 61, 3-5: opera Omnia 1839, 1, 2, 3033
[94] Cf.
San Cirilo de Jerusalén , Oracula
Sibyllina VI, 26, 36: CSEL 19, 383
[95] Como
dice Juan Palo II en su encíclica “Dives
in Misrecordia” En la Cruz está Dios, se encuentra como arrollidado al
hombre besándole sus heridas: “La cruz es la inclinación más profunda de la
Divinidad hacia el hombre… la cruz es como el toque de amor eterno sobre las
heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre”. DM. n. 8
[96] Creer en el Hijo
crucificado significa “ver al Padre”, significa creer que el amor está presente
en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el
hombre, la humanidad, el mundo están metidos, creer en ese amor significa creer
en la misericordia. DM. n. 7
[97]
Cristo sigue cayendo y muriendo hoy, en nuestro mundo, en nuestros barrios, en
nuestras calles, en las cunetas de nuestra propia existencia, donde la dignidad
de la vida humana es aplastada, donde no son tenido en cuenta los más
elementales derechos a la vida, a la vivienda y trabajo digno, donde tantos
niños y niñas jóvenes y ancianos son ultrajados, despojados como víctimas
inocentes, en tantos patíbulos de injusticia y de impiedad que hemos levantado
en nuestro mundo de hoy. Cf. Benedicto XVI, Sacramentum
caritatis, n. 88-92 y homilía en Marienfield WYD 2005
[98] Juan
Pablo II, Carta apostólica “Novo millenio
Ineunte” 26
[99]
Numerosas son las exhortaciones de los últimos pontífices al respecto: Pablo
VI, Evangelii Nunntiandi, 25-39; Juan
Pablo II, Sollicitudo Res sociales,
n.31, Benedicto XVI, Sacramentum
caritatis, n. 11 y 89
[100]
Muchas son las referencias en este sentido que se recogen en los documentos del
CELAM. Cf. Documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo
[101]
Como decía Benedicto XVI en su discurso con motivo de la Cuaresma 2007: “En la cruz Dios mismo mendiga el amor
de su criatura. El tiene sed de amor, de cada uno de nosotros… No es de
extrañar que muchos santos hayan encontrado en el corazón de Jesús la expresión
más conmovedora de este misterio de amor. Aceptar su amor no es suficiente. Hay
que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás”.
Benedicto XVI. Mensaje para la Cuaresma 2007. lib. Edit. Vat. 21, 11, 2006
[102] El
texto original griego deja ver el uso de diferentes verbos en el término “amar”
utilizado en las tres interrogaciones ¿me quieres? en progresión creciente,
primero eros, luego philia y finalmente ágape
[103] San
Bernardo hace una bellísima relación de los “tres besos: en los pies, manos y
boca” en su Comentario al Cantar de los
Cantares. Nadie se osaría besar directamente a la boca (CC 1,3) si antes no
se dejara purificar el amor besando y limpiando sus pies (CC 4,3) y besando y
dando su mano (CC 4,5).Cf. San Bernardo. Obras
completas, Tomo V, sermones sobre el CC. La BAC. Madrid 1987, pg. 105
[104] El
término ágape que aparece muchas
veces en el NT, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien
del otro, en cambio eros denota el
amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la comunión con el amado.
Cf. Benedicto XVI Mensaje de para la
Cuaresma 2007. Lib. Edit. Vat. 21, 11, 2006
[105] Las
prescripciones judías impedían dejar allí colgados los cadáveres durante la
Pascua y ordenaban que los cadáveres de los condenados fueran sepultados antes
de la Pascua. Cf. Dt 21,22
[106] Así
reza la liturgia del sábado santo. Cf. Homilía antigua sobre el grande y santo
Sábado. PG 43, 439.451. 462-463
[107]
Eran tres mujeres: María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José
y Salomé que habían estado con Jesús al pie de la cruz y que con los tres
hombres señalados y la madre de Jesús María hacían el número de 7. Cf Mc
15,40 y 16,1
[108]
Seguramente fue primero desencajando el travesaño horizontal con el cuerpo aún
clavado descendiendo el cuerpo y el travesaño y ya en el suelo sacaban del
cuerpo los clavos.
[109] El
sepulcro no estaba lejos al contrario en el mismo campo de las ejecuciones muy
cerca bordeando la colina de la calavera en la pendiente del cero y se entraba
a ella por una puerta muy baja que se cerraba con una gran piedra redonda de
molino de alrededor de metro y medio de
diámetro.
[110]
Hemos tomado la referencia del Evangelio de Juan, el único de los evangelistas
en situar este lugar central de María en la pasión. También el evangelista
Lucas, tanto en su evangelio como en los Hechos de los apóstoles, va a
presentar a María como fue para la comunidad primitiva el modelo de la Iglesia
que acoge el misterio de Cristo (Anunciación)
y colabora para hacerlo presente en el tiempo de la Iglesia (Ascensión y
Pentecostés). La presencia de María tanto en la cruz como en el cenáculo marca
la impronta de la primitiva Iglesia como una comunidad mariana.
[111] Así
lo deja ver Juan Pablo II en la Redemptoris
Mater
[112] La
Beata Ana Catalina de Emmerick describe muy bien esta sintonía y comunión
espiritual entre la Madre y el Hijo sobre todo en la pasión. Cf. Ana Catalina
de Emmerick, Pasión y Resurrección de Jesús, Visiones y
Revelaciones, Edit. Guadalupe, Buenos Aires, 2005, p. 38-135
[113] Cf.
San Juan Crisóstomo, Cat. 3, 3-19: SC 50,
174-177
[114]
Este Paradigma lo establece la Iglesia no sólo en la Constitución sobre la
Iglesia del Vaticano II: Lumen Gentium
, sino en otros documentos como Redentoris
Mater de Juan Pablo II. A nivel bíblico nos ayudarán más las resonancias
presentadas por el evangelio de Lucas y los Hechos y el evangelio de Juan. Este
camino se ha venido a llamar “la Via
Mariae”. Cf. Jesús Castellano, Conferencia VIII del Encuentro Teológico
Espiritual celebrado en Guadalajara Méjico con motivo del Congreso Eucarístico
Internacional 2004.
[115]
Sorprende que la Basílica de la Dormición en Jerusalén, próxima a la muralla,
de a la otra parte de la misma con el Cenáculo.
[116]
Reconocemos su maternidad espiritual. María es modelo de esa cooperación activa
con la cual la Iglesia colabora con Dios, a través especialmente del bautismo
en trasmitir a los hombres la vida nueva del Espíritu.
[117]
Nada más acertado que el aleluya de Pascua, el “Regina coeli laetare” como final de la celebración de la Vigilia Pascual.
Maria llena de luz y de vida, nadie como ella nos hará experimentar el fruto de
la Pascua de su Hijo y la alegría de la Resurrección. Especialmente lo reza la
Iglesia en “este gran Domingo”
durante los 50 días en los que la Iglesia celebra el Misterio Pascual. La
Iglesia entera se reviste del cántico gozoso y de los sentimientos de María
para entonar su acción de gracias resplandecientes de la alegría Pascual.
[118] A
partir del S VII entra en el rito la bendición del mismo y más tarde en el S.
XII la procesión.
[119] Se
hace a manera de la “haggada” con las
siete lecturas
[120] La
organización bautismal se retrae como una práctica ya extendida en toda la
Iglesia en el S. IV
[121] Conviene por tanto no separar la identidad del
Crucificado- Resucitado. El Resucitado es por siempre el Crucificado y está
frente al Padre como aquel que ha pasado por amor a través de la pasión y
muerte en cruz.
[122] La
tarea de ungir el cuerpo de Jesús había quedado sin concluir por la premura con
que tuvieron que proceder el Viernes y por la imposibilidad de hacerlo el
Sábado por ser el día de descanso.
[123] Con
la primera unción se abría el relato de la Pasión con este se concluye. Si el
primero apuntaba ya la muerte de Jesús, este último certifica de forma tajante
la Resurrección y el final feliz a su vida y obra.
[124]
Aunque el año litúrgico comience con el Adviento y la Navidad estos tiempos
también se ven como dirigidos en
relación con la Pascua por participar de ella toda la Encarnación. Sorprende
como en la iconografía más temprana el icono de la Navidad ponía al niño Jesús
envuelto en vendas y dentro de un pequeño sepulcro. Cf. Los mosaicos antiguos
sobre el Misterio del Nacimiento en la Basílica de Sta María la Mayor de
Roma.
[125] La
canción: ¿Quiénes son estos que surgen
como el amanecer? Surge en un momento clave para la comunidad fruto de esta fe de la Pascua.
[126] Ya
en el S. II se recoge la celebración de la Pascua como se ve en la Epístola Apostolorum y la homilía Pascual de Melitón de Sardes.
La Vigilia, el ayuno, la fiesta y la eucaristía Pascual aparecen en la Discalía Apostolorum y bien la Tradición apostólica de San
Hipólito.
[127] Cf.
San Agustín, Serm. 219: PL 38,1088
[128] Cf.
San Gregorio de Nisa, PL 38, 1087-1080
[129] Cf.
San Juan Crisóstomo, PG 415-432
[130] Así
lo recoge la tradición apostólica que ya desde los primeros decenios del siglo
III certifica que se celebraba el bautismo, la unción y la primera eucaristía
de los neófitos. Tradición apostólica,
Consttutiones Apostolicae, Lib.VII, p.474-519
[131] El
miércoles se conmemoraba los lamentos y gemidos de Judas el que traicionó a
Jesús. Cf. Egeria, Itinerario, S. III
[132]
Según se constata en el testimonio de la peregrina Egeria de lo que conoció y
vivió en los lugares donde acontecieron los últimos misterios de Cristo. Estos
ritos que se celebraban en Jerusalén considerada la comunidad primitiva, madre
del resto de las comunidades, eran después transportados a otras Iglesias. Al
final del S. IV en Jerusalén y después por imitación en otras iglesias la
celebración de la Semana Santa ocupará casi todo el tiempo en el recuerdo fiel
al Evangelio de lo que aconteció a Jesús. Cf. Egeria, Itinerario, S. III
[133]
Eran muy conocidas las catequesis mistagógicas de San Cirilo de Jerusalén según
los testimonios de Tertuliano y la Tradición apostólica. Tradición apostólica, Consttutiones Apostolicae, Lib.VII, p.474-519. Se
pueden confrontar otras publicaciones a este respecto: San Cirilo de Jerusalén,
Catequesis de la iniciación cristiana, Lumen.
Buenos Aires. 1984, 2ª ed.2004; San Juan Crisóstomo, La Divina liturgia, Lumen. Buenos Aires, 1990, 2ªed.
[134] Así
lo comenta Gregorio de Nisa por ejemplo
en relación al “beso de la paz”, San Gregorio de Nisa Gregorio de Nisa, Estikirás de Pascua, PG 35, 396-401
[135] Es
preciso resaltar hoy más que nunca esta dimensión comunitaria de la fe y de
nuestra salvación. Como ya dice la Iglesia en el Vaticano II “no nos salvamos
solos sino en comunidad”. Cf. Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium, n.9
[136] Cf.
Benedicto XVI, exhortación apostólica Sacramentum
Caritatis, 84-90
[137]Como
decía Juan Pablo II en su homilía de inicio de su pontificado: “No temáis abrir las puertas de par en par a
Cristo”. Juan Pablo I, Discurso inaugural de su pontificado,
Roma.:TMI, 25-28 o también nuestro papa Benedicto: “quien deja entrar a Cristo
no pierde nada-absolutamente nada- de lo que hace la vida, bella, grande,
libre” . Benedicto XVI, Homilía en el
solemne inicio del ministerio petrino,
Roma, 24,4, 2005
[138]
Como decía el papa Benedicto XVI en su discurso en Colonia: “La felicidad que buscáis, la felicidad que
tenéis derecho a saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de
Nazaret…Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad”. Benedicto XVI, discurso en el embarcadero del Poller
Rheinwiesen, Colonia, 18, 8, 2005
[139] Cf.
Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma,
2006
[140] Cf.
Benedicto XVI, Homilía a los jóvenes,
Explanada Marienfeld, WYD, 21, 8, 2005
[141] La
contemplación de la Iglesia no separa nunca el Crucificado del Resucitado. Cf.
San Juan Crisóstomo, Catequesis de
Pascua,3,14
[142] A.
Hamman describe vivamente el ambiente de la noche de Pascua : “la noche del sábado toda la ciudad estaba
iluminada; las antorcha alumbraban las calles mientras los fieles con sus luces
se encaminaban a la asamblea litúrgica…los neófitos salían vistiendo las vestiduras
blancas con las cuales volvían en procesión. Al alba cada uno volvía a su casa
con los ojos resplandecientes de alegría Pascual” A. Haamman, Le Mystère de Pâques, París, Grasset,
1965.
[143] La
liturgia de la luz es una incorporación más posterior, la liturgia del S. VII
ya nos habla de la ceremonia de la bendición, alumbramiento y procesión.
[144]
Ahora que te has despojado de las vestiduras viejas y has sido vestido
espiritualmente por las nuevas de blanco, es necesario que siempre estés
vestido de blanco. No decimos que vistas siempre de color blanco, sino que es
necesario que estés vestido de candor, de esplendor y de espiritualidad. San
Cirilo de Jerusalén, Catequesis de la
iniciación cristiana, Lumen. Buenos Aires 2004, pg. 124
[145] No
sabemos si los sermones e los Santos Padres inspirarían el himno, o los himnos
a los sermones. Las maravillosas alabanzas del “exsultet” anteceden a San Agustín y estaba ya en uso en Italia en
el S. V. El Himno del “exsultet
“puede tener varias fuentes. Probablemente inspirado en los sermones de los Santos Padres que aparecen en la
liturgia más primitiva de la Iglesia de Jerusalén, Sermones sobre la adoración de la cruz PG 99, 691-695, o de los himnos
Pascuales de la antigüedad cristiana y la liturgia romana o en los Extikirás de
Pascua de la liturgia bizantina o de la Discalía siriaca. Cf. Ad uxorem,
2,4,2:PL 1,1407.
[146] A
manera de “exsultet” proponemos con
algunos arreglos la letra de la canción “El es nuestra paz” compuesta por la
comunidad fruto de la fe de la Pascua
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